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Septiembre - Octubre de 1945.

ANEXO HISTORIO
DEL
MEMORIAL DEL EJERCITO DE CHILE
Edición bimestral.
oficinas: Alonso Ovalle N. o 1187 — Edificio del Ministerio de
Defensa Nacional. Teléfono N. o 65271 anexo 246.

Organo de la Sección Historia del Estado Mayor General del


Ejército.

Año I. N. o 3.

SUMARIO:
Pág.

1. —Historial de la infantería. —Por P. Barrientos Gutiérrez, Tte. Coro-


nel, Jefe de la Sección Historia del Estado Mayor General del
Ejército .. 3
A. —La inmortal infantería española, madre de la infantería chi-
lena ... 6
B. —La Infantería española en América y Chile 10
C. —Don Alonso de Ribera y Zambrano, primer organizador de la
Infantería en Chile .. 15
D. —Don Agustín de Jáuregui y Aldecoa, reorganizador de la mili-
cia del Reino en 1777 19
E. —La infantería en las Campañas de la Patria Vieja 23
F. —La infantería en la Patria Nueva 26
G. —La infantería en la historia nacional.................................... 32
2. —Asalto y conquista del Morro de Arica 39
3. —El Combate de Concepción del P e r ú . 42
4. —Ei Combate de Sangrar. —Por el General en Retiro Sr. P. Muñoz F. 45
5. —La batalla de P i c h i n c h a . . 58
6. —El Ejército del Brasil en Europa 61
7. —Independencia Argentina ........ 64
8. —Independencia del Uruguay 67
9. —Independencia del Paraguay 70
10. —Precursores de la independencia del Perú.. 73
HISTORIAL DE LA INFANTERIA.

Si se mira la historia de la guerra, esto es, el arte de las


ofensas y reparos que inventó la malicia humana, se encontrará
que ha sido la infantería el arma de los mayores sacrificios, sin
que al hacer esta declaración sufran mengua los prestigios de las
demás armas, pues, por largos siglos fué exclusivamente el in-
fante quien que soportó no sólo la parte más pesada de los empe-
ños, sino todo el fardo de la prueba.
Las pesadísimas formaciones antiguas, empleadas por los
egipcios, que constaban de 100 filas de frente por 100 de profun-
didad, eran murallas vivas de infantes contra las cuales se estre-
llaban vana y sangrientamente sus enemigos. Persas, griegos y
macedonios, con alguna variante, sostienen guerras seculares
empleando formaciones parecidas, aunque ya más numerosas.
Alejandro abate a Darío y llega al Indo a la cabeza de sus for-
midables "falanges", formadas de 216 hileras de 16 hombres de
profundidad. Oplitas, psílites, peltastes, honderos y arqueros
completan, con distinto armamento, esta gruesa formación.
Con la decadencia de Grecia coincide el ocaso de la falange
que cae derrotada por la legión romana, siglo y medio antes de
Cristo. Agrupados en centurias o manípulos y más tarde en co-
hortes de 300 hombres, combinan sus esfuerzos rigurosos los vé-
lites, infantería ligera con los hastarios y príncipes, infantes me-
dianos, y con los triarios, la parte pesada de la legión. Son estas
columnas las que dominan el mundo antiguo conocido y alcan-
zan, con el ruido de su fama y con el estrago de sus armas, a la
Iberia, a las Galias, a la nebulosa Britania, al Epiro, Macedonia
y Grecia y rodeando el Mare Nostrum, a la Siria, el Egipto y el
norte de Africa lindando con las columnas de Hércules, hasta
que las legiones de Varo se estrellan en el bosque de Teutbburgo
contra las irreductibles huestes de Arminio
En la Edad Media ganan ventaja en las organizaciones mi-
litares las tropas montadas, especialmente la caballería feudal y
se introduce al final de este período el fuego de la pólvora, con
4
lo que nace la artillería en forma. Esta superioridad de la caba-
llería es anulada por" los suizos y genízaros en el siglo XIV, y
más tarde, por los infantes ingleses en Cressy, Poitier y Haziu-
court.
Caracteriza la organización de la infantería de la época mo-
derna su condición más liviana y ello es evidente en la forma-
ción y movilidad de los landsquenetes, alemanes, en los suizos
mercenarios que combaten en toda la Europa, y en los tercios y
coronelías españolas que aseguran a Carlos V un reino donde no
llega a ponerse el sol.
Pasan a Indias los más señalados Capitanes de la inmortal
infantería española, ora como descubridores y conquistadores,
ora como diligentes gobernantes; y, después de haber afamado sus
nombres en Italia, Alemania, Francia y Flandes con asombrosas
hazañas, colman su relaciones de méritos con blasones que per-
duran en sus escudos y en la memoria de las generaciones.
En estas tierras de prodigio resuélvese la" Unión de las ra-
zas europeas y autóctonas y cuando al correr de siglos de con-
tienda recia, en que el señor, de la tierra disputa su ingenua sobe-
ranía al civilizador, llega el momento en que estos pueblos se es-
tremecen al conjuro del santo grito de libertad y fórmanse los
batallones de infantes nacionales que en todos los ámbitos del
continente ejercitan sus armas y sus corazones en altivo gesto de
redención. Tanto en las milicias como en las formaciones de línea
pasan lista la casi totalidad de la población apta para la guerra,
gran parte de ella en los batallones de infantería y por curiosa
fenómeno, tal vez único en la historia del mundo, se enrolan ame-
ricanos, con igual fervor en su causa, tanto en la milicia que com-
bate por el Rey, como en la que lucha por la propia determinación.
Los hombres más ilustres de la respectiva época, títulos de
Castilla, altos magistrados, los sacerdotes mismos, enamorados
todos de la altísima novedad, abandonan bienes y vida, preemi-
nencias y comodidades, códices y dalmáticas, y empuñan un ri-
fle en los tercios sagrados y caen sonriendo por el ideal redentor.
Los ríos caudalosos, las montañas nevadas, los desiertos pá-
ramos, las vírgenes selvas y los mares procelosos; la gentil pri-
mavera, los tórridos veranos, los opimos otoños y los inviernos
inclementes; soles y lunas, todos ellos son testigos del tenaz em-
peño con que los infantes vencieron la insmisericorde prueba que
ellos mismos se impusieron; ellos también son testigos de los cien-
tos de miles que cayeron vencidos en el camino y de los héroes
y mártires con que la infantería ha ilustrado los templos de la
inmortalidad.
La Reina de las batallas dijo el Corso genial; la que lo fué
ayer, lo es hoy y lo será mañana; sólo ella arrebata al enemigo el
5

terreno que ocupa; sólo ella mantiene la conquista; sólo ella, sin
otro esteudo que el brío de su brazo, arrostra y aplasta el fuego
mortífero de mil bocas de fuego; es ella la que lleva el mayor pe-
so de la guerra y es ella, por tanto, la que cosecha la mayor par-
te de la gloria.
Desde el instante mismo en que la voluntad nacional decide
que esta nación sea libre, se hacen estrechos los cuarteles para
cobijar a los patriotas decididos que secundan esos propósitos, y
nacen los Granaderos de Chile, los Voluntarios y los Infantes de
la Patria; por ley de Carrera todo habitante de Santiago es un
militar", esceptuando sólo a los menores de 14 años y mayores
de 50; cada uno de los ocho cuarteles de la capital debe movili-
zar un batallón o regimiento de infantería; los quince mil mili-
cianos que forman el Ejército de la Patria Vieja; de ellos, gran
parte, de infantería, sucumben gloriosamente en las ruinas de
Rancagua.
Redimido el país en Chacabuco, fórmanse en cortos días
hermosos batallones que han de terminar la faena de la liberación
en el interior y llevar en seguida la libertad fuera de nuestras
fronteras: el N. o 1 de Chile, el N. o 2, el N. ° 3 "Arauco" y el N. ° 4,
dos batallones de Nacionales, los Cazadones de Coquimbo y los
Infantes de la Patria, al lado de miles de milicianos de infante-
ría que en la frontera araucana rinden sus vidas, gozosos, resca-
tando del poder de los montoneros girón tras girón de la común
heredad. Miles de infantes chilenos completan las filas raleadas
de los batallones argentinos confirmando en estrecho abrazo la
fraternidad de estos pueblos.
Peregrinan nuestros infantes al Perú en son de libertadores
y por seis años riegan con su sangre llanuras y sierras, presen-
cian la independencia del pueblo hermano, asegurada por sus
fuertes bayonetas y rematan el poder de la Corona en los cam-
pos de Ayacucho, inmortal.
En el país son creados el 7. o y 8. o de Chile, la Guardia de
Honor llamada más tarde Guardia de la República y en la con-
quista de Chiloé se empeñan una y otra vez los seis batallones
de infantería. En la cruenta guerra a muerte desaparecen total-
mente los Cazadores N. o 1, a mano de los montoneros de Benavi-
des. Nuevas fuerzas van al Parú y, entre ellas los N. o 7 y N. o 8,
batallones de hierro que mandan Rondizzoni y Beauchef.
Amenazada la libertad del Perú, Chile concurre dos veces al
clamor de su conciencia americana y allí van nuestros aguerri-
dos tercios: el Portales, Valparaíso, Colchagua, Aconcagua, Val-
divia, Santiago y Carampague a sellar en Yungay la independen-
cia de aquel pueblo.
6
Cuando peligra la seguridad interior por la inquietud de
los bandos, la infantería, en gruesa proporción sostiene la lega-
lidad de los gobiernos y en no menor cantidad secunda la causa
cortraria, que se imagina redentora; pero, cuando enemigo exte-
rior amenaza la existencia de la República, no hay provincia,
departamento, ciudad o aldea, que no levante en 24 horas un
batallón o un regimiento y algunas más, como ocurre el 79 cuan-
do cincuenta unidades de infantería se alzan a defender el honor
nacional.
Desde el fondo de la historia brillan luminosos los nombres
de Vial Santelices, del egregio Las Heras, del bravo Boedo, de
Beauchef y Rondizzoni; de Gana López y Del Alcázar; de Maruri,
Aldunate y Pinto; de Urriola y Vidaurre Leal y Basilio Urrutia;
de Lagos, Amunátegui y Barceló; Gorostiaga, Amengual y Pinto
Agüero; Juan Martínez, San Martín, Vivar y del Canto y entre
todos, en lampos de gloria y coronados de laureles, Carrera, Pinto
y los 77 infantes que en un día 10 de Julio, sublimando el valor
y pujanza de la raza, sobrepasando a Caupolicanes y Villagras y
a todos los guerreros de esta tierra, cayeron en sublime holocaus-
to a la Patria, segando, para honor de sus banderas, imperecede-
ros lauros, tan frescos y fragantes como aquellos que ofrecieron
a la Esparta los abnegados defensores de la Hélade inmortal.

LA INMORTAL INFANTERIA ESPAÑOLA


MADRE DE LA INFANTERIA CHILENA.
P. BARRIENTOS GUTIERREZ, Tte. Coronel. Jefe
Sección Historia del E. M. G. del Ejército, de la So-
ciedad Chilena de Historia y Geografía.

Antes de referirme a la infantería chilena propiamente tal,


esto es, a la que se organiza para las guerras de la independen-
cia y luego para las de la república, fuerza será decir del origen
de esta arma en América y, por tanto, de su legítima madre, la
invencible infantería española. Tarea es ésta que si debiéramos
realizar con el detenimiento que merece, sobrepasaría ciertamen-
te nuestras fuerzas: tal es el cúmulo de hazañas que a través del
7
tiempo ha realizado la más antigua de las armas y tal es la ma-
jestad y gloria de sus hombres y obras.
Aquella infantería legendaria disputó a los cartagineses el
suelo de la península; ella misma se opuso en los caminos victo-
riosos de las águilas romanas; ella hizo con D. Pelayo en la Co-
vadonga el nido de la independencia; ella, la que en siete siglos
de titánicas luchas recuperó de la morisma el solar patrio; ella,
la que con sus señores o con sus reyes extendió fuera de España
la pujanza de la raza.
Con decirlo todo en este breve resumen, detallaremos algo
para refrescar en la memoria de los lectores las épicas proezas
de la infantería española, la que, como en el caso nuestro, —digna
hija de tan soberbia madre—, se confunden con la vida y desa-
rrollo de la nacionalidad. Son infantes los iberos que se oponen
a los celtas y que luego se mezclan con ellos fundando así el ci-
miento de la raza. Son infantes los que resisten a los vándalos,
alanos, suavos y visigodos, quienes, a su vez, se establecen en
España y gobiernan sucesivamente hasta 711, en que los musul-
manes al mando de Tarik invaden la península y derrotan al
último rey godo, Don Eodrigo, en la batalla del Guadalete. In-
fantes montañeses libran en Covadonga el intento más serio que
se hace para combatir a los invasores entre 711 y 1492, año en
que con la rendición de Granada termina la dominación extran-
gera y comienza la unidad nacional.
Quince siglos de luchas continuas o intermitentes; siglos que
comprenden las colonias fenicias, a Amilcar Barca, Asdrúbal y
Aníbal, a Roma conquistadora del siglo III, las guerras púnicas,
las invasiones bárbaras, los triunviratos y el imperio romano, las
invasiones germánicas a las península, las sucesivas dominacio-
nes visigodas, la caída del imperio; la larga noche de la domina-
ción arábiga y el advenimiento de los inmortales Reyes Católicos.
Innumerables son las acciones de armas que se realizan en
quince siglos y luego vendrán otros cuatro en que España movi-
liza a sus mejores hijos y los reparte en el mundo antiguo y en
el nuevo, dando fe de los valores de la raza en incansable brega
del espíritu y del brazo. Asiste su infantería a la destrucción de
Sagunto con los auxiliares reclutados en ella por el insigbe Aní-
bal; acompaña a este general en los eampos itálicos y en las lla-
nuras africanas, venciendo y muriendo en las gloriosas jornadas
que decidieron del mundo antiguo.
Agil hondero o experto vélite fué ensalzado o temido por to-
dos sus contendientes, y, ora a las órdenes de los Escipiones contra
los cartagineses; ora a las de Indíbil, Mandonio y Viriato resis-
tiendo a los romanos; ya a las del ponderado Sertorio o a las del
pompeyano Afranio, demostró siempre el infante español un co-
8_,

raje invencible y su congénita disposición para la guerra. Fue-


ron los cántabros los últimos pueblos de aquella edad que hicie-
ron morder el polvo a las águilas romanas, cuando ya había ce-
rrado sus puertas el templo de Jano.
Vienen después dé algunos siglos: la sangrienta rota del
Guadalete, la épica audacia de Covadonga, los primeros siglos
medioevales en que el infante con la mirada en el cielo y la ma-
no en la cruz de la espada va conquistando palmo a palmo el te-
ritorio nacional. Su valor lo pregonan los antiguos poemas, lo
ensalza el romance y lo atestiguan las cartas y donaciones rea-
les. El soldado que acompañó al Conde Fernán González es el
mismo almogávar de Pedro el Grande. Uno y otro lucharon en las
Navas y en el Salado, y juntos entonaron en la Sierra Morena el
más sublime Te Deum que ha subido a los cielos.
Cuando la patria se recobró y pudo holgar en ociosa delecta-
ción y volver la espada a la vaina, le sobraron bríos para acre-
ditar que lo mismo podían luchar sus armas con árabes y france-
ses, que con genoveses, písanos y turcos. Y un escenario más gran-
dioso se ofrecerá a su poderoso aliento: la Europa entera y lue-
go, el mundo. Glorias y hombres inmortales.
Nuevos hechos militares atruenan los ámbitos con la fama
que acopian a manos llenas los tercios españoles y sus Grandes
Capitanes. Al lado del primero que merece este nombre, D. Gon-
zalo Fernández de Córdoba, surgen Ayora y Navarro. Entre nu-
bes de pólvora rompen ejércitos los infantes españoles en las
márgenes del Garigliano, en Chefalonia y en Nápoles, en Cerig-
nola y en Gaeta. Los laureles de Pavía, Túnez y Mühlberg coro-
nan las sienes de los Pescara, Vasto y Alarcón y pronto se unen,
sin marchitarse, a los que en Groningen. Mons y Amberes con-
quistan el Duque de Alba y Farnesio y a los que en Lepanto,
Portugal y Las Terceras atesoran don Juan de Austria y el insig-
ne don Alvaro de Bazán. .
El arcabucero y piquero de las viejas Hermandades, el sol-
dado de las Colunelas encuentran dignos sucesores en los tercios
y coronelías. Lo mismo pelean a bordo de los galeones que en
tierra firme, y cuando es preciso, entre las olas, con el cuchillo
entre los dientes, como los infantes de Mondragón en los brazos
del Escalda y los de Farnesio en los diques procelosos de Amberes.
Cuando se creyó que en Rocroi había quedado sepultada la
infantería española y con ella su gloria, nuevas muestras dió muy
pronto de su inagotable valor en la guerra de sucesión, cruenta
como pocas, y luego, Napóles, Genova y Sicilia, Almansa y Villa-
viciosa, Melgo y Bitonto ilustran los anales de los nuevos regi-
mientos creados por Felipe V; Ceuta y Orán, Mesina y Tarento
acreditan que no desmerecieron de su gloria inmortal.
9

Qué decir, que no se haya dicho, de la infantería española de


América; pero ella será materia de otra crónica, que bien la me-
rece. Infantes veteranos de Italia, de Flandes y de Alemania
consagran sus nombres en nuestras tierras y allegan nuevos lau-
ros a las armas españolas. El infante español que tantas muestras
había dado de su pericia manejando las armas en Europa, Afri-
ca y América durante el siglo XVIII todavía demostró en las
campañas de Rosellón y de Navarra, regido por Ricardos y Caro,
que seguía siendo el mejor soldado del mundo. Y, más audaz
cuanto en apariencia abatida, la España de 1808 manifestó en
su marcial arranque, que era todavía el pueblo de Numancia y de
Sagunto, y la vieja infantería que escribió en las sedas de sus
estandartes los nombres proceres de Bailen y la Albuera, Tala-
vera, Alba de Tormes, los Arapiles y San Marcial, evidenció ser
digna émulo del pueblo glorioso que murió cubierto en sus ce-
nizas en Madrid, Zaragoza, Gerona, Tarragona y Badajoz.
Desdichada guerra fratricida enluta las armas españolas;
pepo aun en esta dolorosa contienda, sin gloria, por la sangre
hermana que se derrama copiosamente, se encuentran hechos de
armas en que la infantería descalza, mal vestida, sin haberes ni
asistencia, empapa con sus sudores los estribos del Pirineo y las
ásperas sierras catalanas, atestiguando la superioridad del anti-
guo espíritu de los tercios y el brío tenaz de los guerrilleros. Fi-
gura en las filas contendientes lo más granado de la juventud
española y la infantería de la Guardia y los regimientos de línea
contaron a los Córdova, Concha, Narváez, Echagüe, O'Donell,
Pezuela, San Román, Ros de Olano, Sandoval, Primo y Dulce,
maestros de la generación moderna, varones ilustres por tantos
conceptos dignos de imperecedera fama.
Mas adelante cruzarían los infantes españoles el Estrecho
de Gibrel Tarik (Gibraltar) y renovarían en tierra africana las
portentosas hazañas de los soldados de Cisneros, Navarro y San-
ta Cruz del Marcenado, inscribiendo en el historial de España
los nombres de Tetúan, Wad-Ras, y Castillejos. Son los mismos
infantes o peones de las mesnadas, son los infantes de las cora-
nelías, son los mismos a quienes el Duque de Alba, magnífico él,
llamaba "magníficos señores", a quienes D. Juan de Austria
apellidara "sus amigos", y Farnesio, camaradas y hermanos",
como que lo eran sobradamente en trabajos y en gloria.
Tal es el blasón de la infantería española, tales sus varones
más destacados y sus obras, tal es la madre fecunda que con los
ruidos de sú fama y con el poder de sus armas llenó, los ámbitos
del mundo conocido hasta el siglo XV y como si éste le fuera es-
trecho, descubrió un mundo nuevo en que a torrentes vertió la
generosa sangré de sus hijos, ofreciendo a las generaciones el
10
* •

continente dormido, enorme horizonte y vastísimo escenario para


el siempre inquieto espíritu e industria humanos.
En cada una de las epopeyas que se desarrollan en el Mun-
do Nuevo de Castilla y de Aragón, el infante español hace proe-
zas que obscurecen las que describe el romancero y no faltan canto-
res, como entonces, ni sesudos y exactos cronistas que asienten
las constancias de aquella épica lucha de siglos, como otrora lo
hicieran Coloma y Mendoza, Verdugo y Vásquez, Villalobos y Fi-
gueroa. Infantes fueron Cervantes y Lope de Vega, Londoño,
Eguiluz, Valdés y Escalante; infantes Scarión, Marcos de Isaba
y otros ilustres tratadistas, por manera que, como se mira, ya en
aquel glorioso siglo áureo, y antes y después, la espada ni la ma-
lla anduvieron reñidas ni divorciadas de la pluma o del libro,
como que las musas, Clio y Minerva, por lo menos, siempre gus-
taron del brillo y ruidos de las armas llevadas por robustos ca-
razones. .

LA INFANTERIA ESPAÑOLA EN
AMERICA Y CHILE.

Hemos insinuado en crónica anterior el enorme esfuerzo des-


plegado por la infantería española en América y que muchos de
aquellos soldados que en Italia, Alemania, Flandes, Francia y en
el oriente dieron lustre imperecedero a las armas de Castilla pa-
saron a América; unos, los menos, en pos del vellocino de oro, y
otros, los más para mayor gloria de la Corona y de Dios.
En la Isla Española, en Cuba y Puerto Rico; en el continen-
te, desde el Golfo de Paria hasta el Darién y Panamá; Hernán
Cortéz en México y Pedrarías Dávila en Nicoya y Nicarao, las
columnas de Alvarado, Benalcázar, Jiménez de Quezada y Va-
d i l o ; Vespucio. Piloto Mayor de Castilla, Yáñez Pinzón y Díaz
de Solís llevan infantes españoles en sus galeones a las más remotas
y desconocidas latitudes; Pizarro con los Trece de la Fama en la
isla del Gallo; Almagro y Valdivia; Don Pedro de Mendoza,
Oaray, Martínez de Irala y Ayolas; Francisco de Orellana, Cabe-
za de Vaca y Alcazaba, los que llegan y los que fracasan, todos
11
escriben, con sangre y sudores las páginas inmortales del descu-
brimiento y de la conquista, atronando selvas y montañas con el
grito de guerra y edificando conciencias con el fervor de la
santa religión.
Lo que diremos, de la infantería española en Chile vale por
igual para toda la tropa de esta arma que actuó en América. A
la vista de la relativa facilidad con que cuentan los pueblos de
hoy para intercomunicarse, asombra la constancia y bríos que
fueron necesarios para aventurarse en mares ignotos, para atra-
vesar ríos caudalosos, vencer selvas inhóspitas, climas infernales,
las montañas más altas del mundo, lidiando sin cesar, noche y
día, contra las fieras, contra la naturaleza, contra los bravos due-
ños de la tierra y contra las pasiones humanas exhacerbadas por
los sufrimientos y por la codicia.
Por que se mire la calidad de los Capitanes que emprendie-
ron la conquista de Chile diremos que tanto Pedro de Valdivia
como Francisco de Aguirre, Gerónimo de Alderete y muchos otros,
que les siguieron en esta tierra como en otras de América, eran
probados oficiales en Italia y en Flandes. Los tres nombrados ha-
bían servido bajo las órdenes de Próspero Colonna en 1521 en el
Milanesado, y habían figurado entre los vencedores en Milán,
en Bicoca, Romagnano —donde murió Bayardo—, en Pavía y en
el saco de Roma. Fueron contemporáneos y se formaron en la
escuela en que brillaron el ya nombrado Caballero Bayardo, Gas-
tón de Foix y el Mariscal Tribulce, sus gloriosos contendores, y
participaron de cerca en las hazañas del Gran Capitán, de Fran-
cisco de Avalos, del Marqués Pescara y del insigne D. Antonio
de Leiva. Los laureles de Pavía los reeditaría la infantería espa-
ñola en Bailen, tres siglos más tarde, y allí figurarán entre mu-
chos otros americanos, dos muy ilustres Capitanes: don José de
San Martín y José Miguel Carrera, primer Padre da la Patria el
último, y Libertador el primero.
No sólo ostentan lucidos blasones en la milicia, —fuente pri-
mera de nobleza en todo tiempo—, sino también otros adornos
que decían de su cultura y de sus ascendrados servicios a la Co-
rona. Llenas de estas constancias están las probanzas de méritos
y servicios de los conquistadores de México, del Perú, Charcas,
La Plata, Tucumán, y Chile. Gran parte de estos eminentes sol-
dados era gente de buen origen: abundan los hidalgos de solar o
torre conocida, y segundones de familias aristocráticas. Don Pe-
dro de Mendoza, de una de las casas ilustres de España, familiar
del Emperador; Martínez de Irala y Juan de Garay, de buen origen
vizcaíno; Diego de Rojas, emparentado con los Marqueses de
Pozas; Cabeza de Vaca, Suárez de Toledo y Núñez de Prado,
tres apellidos señoriales; Pedro Oncas de Meló y Gutiérrez de
12
Valdivia y Francisco de Aguirre, de hidalgas familias de Villa-
nueva de la Serena y de Talavera de la Reina.
POR no ir más lejos, Sino hasta nuestros vecinos diremos del
Paraguay, con Barco de Centenera, que allí llegaron "Mayoraz-
gos e hijos de señores, de Santiago y San Juan Comendadores",
y en el Tucumán encontramos a don Lorenzo Suárez de Figueroa,
emparentado con don Francisco de Toledo Pimentél y, por tanto,
con los Condes de Oropesa y los Duques de Alba. Los fundadores
de Tucumán fueron casi todos hijos dalgos, cuando no caballeros
de capa y espada, con hábito de orden nobiliaria, Gonzalo de
Abreu era de conocida nobleza andaluza y Ramírez de Velásco,
descendiente de los reyes de Navarra. Don Hernando de Zarate
era caballero de Santiago, y don Pedro Mercado de Peñalosa lo
era de Calatrava. En cuanto toca a Chile, sólo entre los Gober-
nadores, cuya mayoría fueron militares, se cuentan 18. Caballe-
ros de la Orden de Santiago, 2 de Calatrava, 1 de Alcántara, 1
de Mallorca, 1 de San Juan, 1 de San Genaro, 10 Marqueses, 2
Condes y 2 Consejeros de su Majestad.
No poco dice en este sentido el que todos los conquistadores
que capitularon con los Reyes para emprender sus conquistas se
obligaron a reclutar la gente, pagarla, armarla, vestirla y sus-
tentarla, equipar las armadas que pasaron a Indias, de su pro-
pio peculio, y así sabemos que don Diego de Almagro gastó en
su expedición a Chile cinco millones de buenos pesos castellanos
y don Pedro de Valdivia enajenó sus encomiendas en el valle de
la Canela y sus minas en Porcos para dar brillo seductor a la
hazaña que emprendía Vienen en el séquito y ejército de Alma-
gro 500 españoles y de ellos una gran cantidad de hidalgos, "la
flor de Indias" según Oviedo, pues el que no lo era por título o
por cuna, era caballero en distinción o reputado Capitán. Lo mis-
mo ocurre en la expedición de Valdivia. Hijo él de antiguos hi-
dalgos que, aunque de cortos medios, lo inscriben en las armas,
donde, merced a sus naturales inclinaciones, adquiere firme cré-
dito en este oficio de la malicia humana, que no es otro el arte
de las ofensas y reparos. "Era su rostro alegre y grave, dice
Marino de Lovera, tenía un señorío en su persona y trato, que
parecía de linaje de príncipes",
Le siguen sus compañeros de fortuna en Europa don Fran-
cisco de Aguirre y Gerónimo de Alderete, Rodrigo de Quiroga y
Francisco de Villagra. No haremos aquí la historia de sus proe-
zas; les cupo en suerte —que tal lo exigía su condición de vale-
rosos—luchar con el pueblo aborigen más guerrero de cuantos
enfrentó el coraje castellano. Las crónicas de testigos presencia-
les como Marino de Lovera, don Alonso de Ercilla y Zúñiga y
Francisco, Nuñez de Pineda producen plena fe en estas constan-
cias.
13
Las huestes españolas que llegaron a Chile, en cuanto a su
organización eran agrupaciones de soldados, que se enganchaban
haciendo parte de los frutos de la expedición, lo que nos parece
muy natural. Según eran los medios de que podía disponer el
conquistador, tal era el ejército que reunía. Se formaban énton-
ces compañías de infantería y de caballería, a veces con artille-
ría. Los bagajes eran representados por indios auxiliares que, al
principio vinieron en grandes cantidades del Perú sin consultar
su voluntad. Habituados a la servidumbre por la fuerza de las
cosas, recibieron tierras en las ciudades y ayudaban a sus amos
en la guerra.
La infantería de Valdivia se organizó en dos compañías: la
de arcabuceros y ballesteros, a cargo de Francisco de Villagra
y la de piqueros y rodeleros, al mando del Capitán don Rodrigo
de Quirogá. Esta tropa acostumbrada en gran parte a la guerra,
tanto en Europa como en Indias, tenía la suficiente instrucción
básica aun cuando carecía de aquel ejercicio metódico y disci-
plinado que dió su nombre a los ejércitos. La unidad táctica era
el tercio, compuesto de tres o más compañías de dotación varia-
ble, muy distante, por cierto del tercio europeo que constaba de
doce compañías de 240 hombres cada una.
Al comenzar la conquista los españoles usaron de preferen-
cia el ataque a caballo; pero, ya a mediados del siglo XVI la in-
fantería empezó a predominar, especialmente en Chile, donde el
terreno accidentado y las artes que usaban los araucanos para con-
trarrestar la eficacia de los caballos, aconsejaron tal variación.
El servicio de exploración impuso grandes fatigas al infante
español, sobre todo, cuando desde la sorpresa y saco de Santia-
go emprendido por Michimalongo, esta adversidad los puso
sobre aviso de la calidad de su adversario, en cuyos métodos de
guerra figuraba en primer lugar la sorpresa y la emboscada.
Puede decirse que la infantería española pasó en vela durante 3
siglos, en invierno y en verano, en permanente acecho del ene-
migo invisible y fugaz.
La infantería usaba el arcabuz, arma pesada cuyas caracte-
rísticas eran las siguientes: 5. 15 Kg. de peso; 1. 30 mt. de largo,
peso del proyectil 0. 125 Kg. peso del bastón 0. 280 Kg.; largo del
bastón 0. 80 m. alcance del arma, 200 pasos; un disparo cada 37".
Esta arma cansaba al soldado en las marchas prolongadas y no
podía usarse sino apoyando el cañón en una horquilla de madera
que debía ser clavada en el suelo, inmovilizando a la tropa y res-
tándole posibilidades en los encuentros sorpresivos con los indios.
El fuego se aplicaba con una mecha encendida, lo que impedía
encenderlo cuando la tropa era atacada de improviso y llevaba
los mecheros apagados. El viento y la lluvia, tan frecuentes en
14

la zona principal de la conquista, esto es, del Bío Bío al sur


aumentaban los inconvenientes para el uso del arcabuz, el que
a poco pasó a ser un estorbo en la lucha a corta distancia y en el
cuerpo a cuerpo. La espada pasó a ocupar su lugar y, empleada
con grande acierto y desembarazo, definió muchas veces los en-
cuentros. Como arma defensiva usaban los infantes el casco, la
coraza y el escudo. .
Es así como en los primeros tiempos de la conquista, en que
permanentemente se vivió en guerra con ls indios, las fuerzas
españolas en América y en Chile tienen mucho de las mesnadas
y de las formaciones de los cruzados, organizados cada, vez al
ruido de las cajas que anunciaban una nueva empresa. Adelan-
tada la conquista, uno de los Gobernadores de Chile, don Alonso
de Ribera, notable Capitán en Flandés, conoció los inconvenien-
tes del sistema hasta entonces empleado y en los primeros años
del siglo XVII, (1001-1605 y 1613-1617) se empeñó en organi-
zar cuerpos regulares, con sueldos fijos, esto es, un ejército al
modo europeo. Sus propósitos sin embargo, sólo, llegaron a forma-
lizarse, a comienzos del siglo siguiente, cuando algunos goberna-
dores introdujeron el régimen establecido por los reyes borbo-
nes en la península.
El Conde de Superunda don José Manso y Velasco, después
de gobernar a Chile pasó de Virrey al Perú en 1735 y allí dictó
un plan de organización que fijó el ejército de Chile en 1. 113
plazas y más tarde, en el año 1778, bajo el gobierno del Mariscal
de Campo don Agustín de Jaúregui y Aldecoa se hizo una refor-
ma radical que dió nueva distribución a los cuerpos de ejército
y elevó su número a 1. 900 hombres. Esta fué la organización que
perduró hasta los días de nuestra independencia, y que detalla-
remos en capítulo aparte.
15

DON ALONSO DE RIBERA Y ZAMBRANO.


Primer organizador de la Infantería en Chile.

A raíz de la infausta muerte del noveno Gobernador del


Reino, Maestre de Campo don Martín Oñez de Loyola, —suceso
ocurrido a fines de 1598—, lo reemplazaron interinamente don
Pedro de Zizcarra, don Francisco de Quiñones y don Alonso
García Ramón, mientras S. M. el Rey proveía el cargo en defini-
tiva en la persona del más brillante soldado que pasaba lista en
sus ejércitos europeos. Nos referimos al Capitán de Tercios don
Alonso de Ribera y Zambrano. No contamos con el espacio sufi-
ciente para declarar aquí los valiosos servicios que durante 24
años había prestado a la Corona desde la tierna edad de 16 años,
en Mandes y en Francia. Basta decir que no hay acción de ar-
mas importantes en dichas guerras, entre 1579 y 1599 en que su
nombre deje de aparecer en las relaciones oficiales citado con
honor y no hay autor o relación de aquellos sucesos que no con-
signe que a su destacado valor se debieron muchas de aquellas
victorias que cubrieron de laureles los estandartes de los tercios,
famosos.
Ribera llegó a Chile a comienzos de 1601 y, acostumbrado a
la organización y disciplina que regían en Europa, debió extra-
ñar la ausencia de estos fundamentos del buen éxito en las tro-
pas que encontró en su gobernación y es así como tan pronto
toma las riendas del gobierno, se propone poner orden en tal es-
tado de cosas. Soldado distinguido de la infantería española en
Flándes eonocía demasiado bien el poder y capacidad de esta ar-
ma cuando es bien organizada y dirigida, y por tanto, no podía
admitir que las compañías no tuviesen otro oficial que su capi-
tán; que la tropa no usara otra arma que el mosquete y a veces
la espada, faltándole la pica, tan eficaz antes del empleo de la
bayoneta; que no se guardase orden ninguno en las marchas y
campamentos; que los fuertes estuviesen tan descuidados en su
vigilancia; que no hubiese régimen en. las batallas; en fin, que
los soldados no tuviesen la disciplina que se adquiere por la sis-
tematización del ejercicio profesional, y reflejada en los signos
exteriores que, como las banderas, las formaciones y demás apa-
rato del oficio, son señales casi inequívocas de un regimiento re-
gular. Mientras esto ocurría en el campo español, el indio se adies-
traba, adoptaba tácticas propias, deducidas de la experiencia de
16
cincuenta años, empleaba ya numerosa caballería y progresaba
en sus defensas y metodizaba sus empeños en general.
A su llegada a Chile, Ribera encontró 1. 397 hombres, entre
los cuales se cuentan 260 que trajo el nuevo Gobernador desde
España. Los pocos cañones que existían no eran usados en las
expediciones campales, sino únicamente en los fuertes, lo que
restaba potencia a los ataques. Fué, pues su primera preocupa-
ción, después de libertar el Fuerte de Arauco del asedio de los
indios, dirigirse al Rey en demanda de refuerzos de hombres,
armas, municiones y vestuarios. Entretanto, de las ciudades del
sur no llegaban noticias desde mucho tiempo atrás; pero, la es-
casez de la tropa y la falta de un navio para enviar socorros por
mar le impidió por entonces enviar cualquier auxilio a esas des-
venturadas poblaciones: Afortunadamente antes que le llegara el
refuerzo de España que vino por Buenos Aires a Mendoza, el
Virrey del Perú le envió un buque para el servicio en las costas,
algún vestuario, armas y municiones que fueron muy bien reci-
bidas. En Diciembre de 1601, después de atravesar las 300 leguas-
que separan a Buenos Aires de la cordillera y tras atravesar to-
do nuestro territorio, llegaron al campamento de Ribera 440 sol-
dados españoles que venían a llenar muy oportunamente las con-
tinuas bajas que producía la guerra que recrudecía en aquellos
instantes.
En medio de estas ocupaciones y sin descuidar la dirección
de la guerra, crudísima por el levantamiento general y por los
éxitos de los indios en la destrucción e incendio de las ciudades
del sur, el Gobernador fijó un sueldo a sus oficiales y soldados,
por no concebir que se pudiera pedir servicio abnegado a las
tropas, sin compensarla del abandono en que dejaban su propia
hacienda. Insta una y otra vez a la Corte pidiendo el situado
para estos pagos; ocurre también para que se le autorice para
acuñar hasta 300. 000 escudos de oro con el expresado fin. Pide
también plazas y ascensos para los soldados y oficiales, sin con-
seguir del Virrey del Peni sino la concesión de becas en el Cole-
gio Real de Lima para los hijos de Oficiales "para entretener
tantas demandas como hay cada día".
En Enero de 1602, segundo año de su gobierno, las fuerzas
reales alcanzaban a 708 hombre, según carta que con su secretario
Domingo de Erazo envió al Rey y, entretanto llegaba el socorro
de la Corte, recibió un pequeño refuerzo de 140 hombres proce-
dentes del Perú con don Juan Cárdenas de Añasco, recurso a que
debió echar mano pese a su repugnancia a "recibir soldados de
esta proeedencia por su poca constancia en las fatigas y por la
facilidad con que se desmoralizaban y pasaban al enemigo, como
ocurrió en muchos casos. Este escaso número debía ser aumen-
17
tado continuamente con la recluta forzosa de vecinos de las po-
blaciones, con perjuicio del adelanto de la colonia; pero impues-
to por fuerza mayor, ya que las ciudades y fuertes debían man-
tener alguna guarnición para su sustentamiento y debía contar-
se con un buen número para las expediciones que marchaban en
la primavera a someter a los araucanos sublevados. Por fin, a
comienzos de 1604 le llegó el refuerzo que su enviado el Capi-
tán don Pedro Cortés Monroy había conseguido en Lima y que
ascendía a 371 soldados, distribuidos en 5 compañías de infante-
ría. A su vez el Rey avisaba que enviaría un socorro de mil hom-
bres; autorizaba al Virrey para fijar los sueldos militares que
debían pagarse en Chile; en una palabra, autorizaba en gran
parte las peticiones anteriores del Gobernador Ribera. Pero, en-
tretanto, se habían perdido, Santa Cruz de Coya, Valdivia, An-
gol, La Imperial, Villarrica y Osorno, entre 1599 y 1602.
En todas sus campañas el Gobernador había tomado perso-
nalmente el mando de la infantería y, al retirarse del gobierno
de este reino para asumir el de Tucumán, dejó a su sueesor don
Alonso García Ramón, que volvía al país por segunda vez, un
memorial en el que le recomendaba que no deshiciese las compañías
de infantería, que siempre llevase de ella más que de caballería,
"porque es el miembro más importante del campo del rei"; docu-
mentó que encontró en el Archivo de Indias en Sevilla, don Die-
go Barros Arana; que consagra aquí, como en toda otra parte
donde hubo milicia, a la irifantería, por reina de las batallas.
, En 1605, a fines del año, llegó un considerable refuerzo de
fantería desde España, consistente en 952 hombres, el más creci-
do que viniera desde la península en esa época. El Comandante,
de ella don Antonio de Mosquera, da cuenta al Rey de la impre-
sión que causó su tropa en Santiago: '' Pareció mui bien la gen-
te, que toda era moza, i vino mui disciplinada i mui plática (sic)
en las armas". El Gobernador estaba empeñado, continuando
la política de su antecesor, en asegurar el situado para el ejér-
cito, el que en 1604 alcanzaba a 140, 000 ducados. Sin embargo
por Real Cédula de Septiembre de ese año los sueldos fueron
reducidos. García Ramón hizo objeciones a esta reducción y pi-
dió el aumento del situado a 220. 000 ducados para los tres próxi-
mos años, creyendo en esté término dar fin a la guerra. Sabemos
que ésto no ocurrió sino algunos siglos más adelante.
En esta guerra continua contra los araucanos, que debía ser
mantenida a pesar de la escasez de los recursos bélicos, por que
el aborigen no confundise la inactividad con la debilidad de los
españoles, caían infantes día y noche. Si bien hasta fines del si-
glo XVI todos los colonos estaban obligados a marchar a la gue-
A. H. 2.
18
rra con armas y caballos y aun las mujeres debieron pelear co-
mo ocurrió en La Imperial y en Villarrica, el establecimiento del
situado invitó a muchos pobladores a ingresar al ejército perma-
nente. Con anterioridad a esta disposición los colonos tomaban
las armas durante los meses de verano y volvían a sus hogares
adentradas del invierno, abandonando las faenas del campo y las
incipientes industrias, que les procuraban el sustento y que con-
tribuían a crear las entradas fiscales. Aquella reforma del Go-
bernador Ribera trajo, pues, no pocos beneficios en este terreno
y lo que es más importante, desde el punto de vista de los ejér-
citos, atrajo a sus filas a gente moza que con los ascensos, que
también estableció, miró en las armas un camino para mayores
y más rápidos aumentos.
A través de la crónica siguiente veremos las angustias que
debieron sobrellevar los Gobernadores, que eran a la vez Capi-
tanes Generales y responsables, por tanto, del buen resultado de
la guerra, a la vista de la escasísima dotación de soldados con
que contaron para reprimir los continuos alzamientos de los in-
dios y que magaron muchas veces las existencias de las pobla-
ciones y fortines de la línea de la frontera, eon peligro para la vida
y subsistencia de toda la colonia. Si bien llegaron al país con al-
guna regularidad los refuerzos que reclamaban los Gobernadores,
en ocasiones de apremio, que eran constantes, éstos jamás alcan-
zaron sino a llenar las bajas producidas por el enemigó, por las
pestes y por las deserciones, plaga ésta última que en la época
que tratamos alcanzó grandes proporciones y desmoralizó las fi-
las de los que permanecían fieles a la consigna, a pesar de los
muchos padecimientos.
19

DON AGUSTIN DE JAUREGUI Y ALDECOA.


Reorganizador de la milicia del Reino en 1777.

Como hemos dicho antes, correspondió al Mariscal de Cam-


po, don Agustín de Jáuregui, Caballero de la Orden de Santia-
go y Consejero de Estado de S. M., Gobernador de Chile, y futu-
ro Virrey del Perú, realizar las reformas más importantes que
se hayan operado en la organización de las defensas del reino y,
particularmente, algunas que atañen a la infantería.
La escasez de tropa veterana en aquella época, los reducidos
refuerzos que llegaban del Perú o de España, habían impuesto
como medida salvadora la creación de las milicias, institución
que comprendía y obligaba a todos los varones en estado de car-
gar armas, en los campos y ciudades, y, aun cuando la común
defensa contra el enemigo eternamente en armas, aconsejaba el
máximo apresto en estos afanes, muchas veces el Gobernador se
vió obligado a imponer fuertes multas a los oficiales y soldados
milicianos remisos en el cumplimiento de sus obligaciones, entre
ellas, la concurrencia a prácticas militares, a ceremonias religio-
sas y a lucidas presentaciones públicas con motivo de fiestas, o
duelos que interesaban a los Reyes, a la llegada de nuevos Go-
bernadores, el paseo del estandarte real y otras de no menor mo-
mento.
Su reforma comenzó con la creación, en Santiago, del Regi-
miento de milicias de infantería del Rey, cuya dotación subió a
800 plazas, esto es, al número que hacía poco alcanzaba el total
de las fuerzas veteranas en Chile; organizó, además, el Batallón
Comercio con 200 plazas y el Batallón de Artesanos, con 150 hom-
bres, ésto, fuera de crear varias unidades de milicias de caballe-
ría. En los demás pueblos estableció asimismo varios cuerpos de
milicias, compañías, batallones o regimientos según la densidad
de la población y cuyos comandantes y oficiales eran escogidos
entre lo más granado de sus habitantes. No hay declaración de
servicios en que los interesados dejen de hacer caudal de los gra-
dos o servicios que han alcanzado o prestado en estas formacio-
nes milicianas y las familias más distinguidas incorporaban en
ellas a sus hijos desde la más temprana edad.
Mucho hicieron estas milicias en la guerra contra el arauca-
no, a pesar de estar sólo regularmente armadas y otro tanto en
campos y ciudades colaborando a la paz pública en la persecu-
ción y extinción, de las partidas que eran el terror de los viaje-
20
ros. Las incursiones de los indios de Ultra cordillera a través de
los boquetes andinos frente a Chillán, Maule y Curicó y aun más
al norte, así como la protección de los ganados que se criaban
cerca de la montaña, imponía a estas tropas de mediana instruc-
ción militar las mayores fatigas.
Con la mayor frecuencia circulaban rumores sobje la pre-
sencia de, los indios araucanos en las cercanías de la capital o de
indios pehuenches en el valle del Maipo a corta distancia de la
misma y, en tales oportunidades las formaciones de milicias sa-
lían a incursionar por aquellos parajes con evidente molestia y
peligros, para los pacíficos habitantes improvisados en el arte
de la guerra.
En cuanto a la tropa veterana, Jáuregui dió forma orgáni-
ca a las dispersas agrupaciones que guarnecían el territorio y así
formó un batallón de infantería en Concepción y otro en Valdi-
via, con 700 hombres el primero y con 500 el segundo, fuera de
otras formaciones de otras armas. Entre éstas quedaron incluidos
los cirujanos, capellanes, armeros y demás personal auxiliar, con
lo que el ejército subió al pie considerable de 1. 900 plazas vete-
ranas.
Para completar estas notables disposiciones se ocupó el ilus-
tre Gobernador de atender al bienestar de sus ejércitos, propo-
niendo a la Corona un aumento de los sueldos que estaban asig-
nados desde hacía más de treinta años y tanto, qué el Rey Car-
los III aprobó las reformas y progresos introducidos por Jaúre-
gui, por Real Cédula de 4 de Enero de 1778.
Es de recordar que a Chile habían llegado en múltiples oca-
siones sólo cortos refuerzos, que repartidos en los numerosos
puestos, fortines y poblaciones, jamás permitieron la existencia
de unidades completas. Así se recuerda que la primera unidad
bien organizada que arribó a estas tierras fué el II Batallón del
Regimiento de Portugal en el año 1743, el que fué llamado "El
Infortunado" por las desgracias que padeció "la flota que desde
Santander lo trajo a su bordo. Véinticiéte años más tarde llega
el nuevo Gobernador don Francisco Javier Morales, acompañado
del Batallón de Infantería Chile formado de piquetes de varios
regimientos de la península, que hacían en total, seis compañías.
Fueron muy raros los Gobernadores que tuvieron la fortuna
de traer consigo o de conseguir más tarde contingentes de algu-
na consideración y entre éstos es de recordar al Gobernador don
Juan de Jara Quemada que llegó con 200 hombres y que vino a
suceder al difunto don Alonso García Ramón, de quién dijo So-
telo de Romai que "fué buen infante". En el segundo gobierno
de don Alonso Ribera llegaron 200 hombres del Perú, de mala
condición militar y mal armados; don Lope de Ulloa y Lemos
21
trajo dos compañías de infantería, esto es, ciento sesenta hom-
bres; don Pedro Osores de Ulloa trajo 311 de Lima; don Luis
Fernández de Córdova y Arce había traído 90 hombres del Perú
y sólo en la batalla de las Cangrejeras perdió 70, así como García
Ramón trajo en su segundo Gobierno 200 del Perú y al abrir las
operaciones en 1610, un año antes de su muerte, perdió en des-
graciados encuentros 100 soldados veteranos.
Siquiera el Gobernador Lazo de la Vega logró sacar de Es-
paña y traer consigo un respetable armamento, aunque ni un
sólo soldado; pero en cambio, los consiguió en el Perú, en núme-
ro de 500 después de diez meses de perseverantes esfuerzos y
súplicas. De poco sirvió este aumento porque en la batalla de
Picolhué perdió más de 40 españoles entre oficiales y tropa, de
ellos 6 capitanes y 7 alféreces, y en el combate del Roble más de
20 muertos y 40 heridos, amen de otros tantos que cayeron en
cautividad. A estas calamidades que mermaban lo más granado
del Ejército, hay que agregar que según las crónicas de la época,
de los 1. 600 hombres que formaban el ejército, 600 eran viejos e
inútiles, lo que lo obligó a sacar de Santiago a 150 vecinos a fi-
nes de 1630. Al año siguiente le llegaron de Lima 240 hombres y
en 1636, cien soldados mas, viéndose obligado a reclutar nueva-
mente cien vecinos más de Santiago, con el consiguiente atraso
y quejas de la colonia.
Don Francisco López de Zúñiga, Marqués de Baides trajo
desde Lima 326 hombres; don Antonio de Acuña y Cabrera tra-
jo una compañía de infantería; el Almirante don Pedro Porter
Casanate vino acompañado de 376 hombres, breve auxilio que
poco significó al lado de la pérdida experimentada en el Com-
bate del Molino del Ciego, en el que cayeron 200 españoles muer-
tos, desastre seguido de otros no menos lamentables, don Angel
de Peredo trajo de Lima 400 hombres y don Francisco de Muñe-
ses, 400 de allí mismo: don Diego Dávila Coello y Pacheco, Mar-
qués de Navamorquende, vino acompañado de 150 infantes del
Virreynato y durante el gobierno de don Juan Henríquez llega-
ron de Lima con destino al presidio de Valdivia y Castillos del
Corral 400 hombres "inquietos y delincuentes" y, desde España,
un refuerzo de 200 hombres en 1677 y, por último, don Tomás
Marín de Poveda trajo de Europa 36 hombres.
He debido entrar en estos pormenores para demostrar que
jamás en los gobiernos anteriores al de Jaúregui habían podido
existir Batallones debidamente organizados. Las tropas existen-
tes eran, apenas compañías cuya dotación no subía de 80 hom-
bres, y dadas las características de la guerra contra los indios,
la dispersión de las fuerzas en guarniciones separadas por lar-
gas distancias, la resultante fué en todo tiempo de la conquista
y colonia, la desmoralización del soldado y aun del oficial, sien-
22
do frecuente el caso de que algunos, aislados o en partidas, deser-
taran de sus banderas y se pasaron al enemigo, siendo entonces
éstos los peores enemigos de las tropas reales.
Fué, pues, la reforma del Mariscal don Agustín de Jáuregui,
de mucho provecho y oportunidad más cuando por desacuerdos
con el Maestre de Campo don Baltasar de Sematnat, Comandan-
te del Regimiento de Infantería, Chile, nombró en su reemplazo
Maestre de Campo y Comandante General Interino de la Provin-
cia de Concepción al Teniente Coronel don Ambrosio O'Higgins,
jefe entonces del Cuerpo de Dragones de la Frontera, quien co-
menzó por llenar, las vacantes de Oficiales y tropa existentes,
con visible aumento de su número y calidad. Por designación de
don Ambrosio se incorporó al servicio como alférez el que andan-
do el tiempo, llegaría a ser el glorioso Mariscal de Campó don
Andrés de Alcázar y Zapata.
Quiso la fortuna de este Reino que su suerte quedara libra-
da a la diligencia de dos militares de relevantes condiciones y
pudo así el Mariscal Gobernador dedicarse con sosiego a otros
trabajos de adelantamiento de la colonia. Resumiendo, diremos
que el 19 de Septiembre de 1778 expidió el título y nombramien-
to de los oficiales del Regimiento del Rey, milicias de infantería,
compuesto de catorce compañías '' de gente española artista de
dentro de la ciudad", que antes componía el Batallón de Infan-
tería de Número, de ocho compañías, con sus capitanes nobles,
uno de ellos el cronista don José Pérez García. El mismo día apa-
reció el nombramiento de los oficiales del Batallón del Comercio
con siete compañías de nobles, que antes eran una sola. Al año
siguiente el Rey confirmó los nombramientos recaídos en tan
distinguidas personas.
Es importante consignar que esta organización decretada
22 años antes del fin de siglo, último de la dominación española,
se mantuvo hasta los días de nuestra independencia, salvo pe-
queñísimas novedades. El servicio de milicias fué observado con
mayor regularidad, se las convocaba con frecuencia y cuando
empezaron los peligros para estas colonias por la intervención
de Inglaterra en Buenos Aires, el diligente Gobernador don Luis
Muñoz de Guzmán, caballero de altas prendas morales y sociales,
puso el mayor empeño en preparar el reino para su defensa y
con tal objeto ordenó la concentración de los cuerpos milicianos
en el Campamento de las Lomas, a una legua al occidente de San-
tiago, por el camino de San Pablo. Reunidos estos cuerpos por el
espacio de un mes practicaban ejercicios como si estuviesen fren-
te al enemigo, lo que fué de gran provecho para el progreso de su
instrucción profesional y, además para la conciencia que se abrió
camino de la capacidad de las milicias, esto es, de los ciudada-
23
nos que capacitados militarmente pueden llegar a ser dueños de
sus propios destinos, conciencia que adquirieron los porteños ul-
tramontanos cuando rechazaron a los ingleses y que intuyeron
los pocos patriotas chilenos que en 1810, entre juramentos de
lealtad a la Corona, comprendieron que el camino se abría a sus
anhelos y esperanzas.

LA INFANTERIA EN LAS CAMPAÑAS


DE LA PATRIA VIEJA.

En breve resumen deseamos dejar constancia de la existen-


cia y concurso de la infantería chilena en las campañas que a
través del tiempo, al par que permitieron el desarrollo político
de Chile hasta lograr su independencia y asentar su soberanía,
dieron lustre a la fama de invencibles de que han gozado los hi-
jos y las armas de esta tierra. Nos referimos en estas líneas a las
primeras unidades de infantería nacionales y a su actuación en
la Patria Vieja.
En un país tan enamorado de la gloria como el nuestro, ja-
más se apeló en vano al patriotismo de la gente, y, en cada opor-
tunidad en que los gobiernos debieron resolver los problemas de
Estado que decían con la vida de las instituciones, el pueblo en
masa ha concurrido a los cuarteles a ocupar el lugar que el peli-
gro le señalaba. Logrado el objeto perseguido, esos brazos y co-
razones voluntarios, cargados de gloria, vuelven a sus hogares,
al campo, a la mina o al taller, reemplazando el fusil y el estruen-
do de las batallas por las herramientas creadoras del trabajo y
de la paz.
Es así como en las varias campañas nacionales que festonan
de laureles la historia militar de esta raza, la infantería, por la
proporción numérica favorecida con que entra en las organiza-
ciones militares respecto de las demás armas, es también la que
entre sus hermanas, resume en sus cuadros mayor número de vo-
lutarios, sobrelleva la parte, más pesada de los empeños, y la que,
ocupando efectivamente el terreno conquistado, atesora para sí
la mayor parte de la gloria.
24
Desde el día en que la voluntad nacional reemplazó el go-
bierno tradicional de la colonia, uno de los primeros pensamien-
tos de la Junta que se instala para el regimiento del nuevo esta-
do de cosas, fué el de la creación de fuerzas militares para el
sostén de estas provincias frente a los peligros exteriores que
entonces amenazaban a los dominios del infortunado monarca
cautivo. Nace así la primera unidad de infantería propiamente
chilena: el Regimiento de Infantería de Granaderos, de 950 pla-
zas, cuya organización y mando fueron confiados al Teniente Co-
ronel don Juan de Dios Vial y Santelides, cuyos servicios a la
Patria fueron eminentemente meritorios, y en cuya memoria el
actual Regimiento de Infantería N. o. 1 ostenta con orgullo su
nombre.
Se puede admitir como partida de nacimiento de esta unidad
el siguiente decreto de la Junta de Gobierno, cuyo original apa-
rece firmada por los vocales don Fernando Márquez de la Plata;
el Dr. don Juan Martínez de Rosas, don Ignacio de la Carrera,
don Juan Enrique Rosales y el Secretario de la Junta don Juan
José Gregorio Argomedo: .
"Los Ministros General de Real Hacienda admitirán los re-
clutas que presente el Comandante don Juan de Dios Vial San-
telices, para el batallón de Infantería que va a erigirse hasta el
número de 77 hombres, inclusos tambores, cabos y sargentos,
por cada compañía de las 9 de que debe componerse dicho cuer-
po, en vista de este decreto de que se tomará razón".
Por tratarse de la primera unidad del arma creada en pleno
ambiente y Régimen revolucionario, por más que aun se recono-
cía la soberanía de Fernando VII, citaremos a las personas que
actuaron en esta histórica creación. Los Comandantes de las nue-
ve compañías de Granaderos de Infantería fueron don Fernan-
do Márquez de la Plata y Encalada, don José Marcial Vigil, don
Juan Rafael Bascuñán, don José Miguel Ureta, don José Domin-
go de Huici, don José Diego Portales, don Manuel Díaz de Sal-
cedo, y Muñoz, don Manuel Antonio de Araos y don Francisco
de la Sotta.
Desde 1810 a 1814, esto es en el inmortal período de la Pa-
tria Vieja, tan saturado de venturas como de calamidades, tu-
vieron el mundo de los granaderps el nombrado don Juan de Dios
Vial, don José Santiago Luco y Herrera, don Juan José Carrera,
don Carlos Spano, don Rafael Baseuñán y don José Miguel Ureta,
a cuyas órdenes sucumbe en Rancagua.
Fueron cadetes de Granaderos don José Santiago Aldunate.
don Matías Constanzo, don Antonio María Mardones y don José
María Botarro.
Existe la presunción, de la existencia. anterior de la Com-
pañía de Infantería de Santiago, y aun cuando no se han encon-
25
trado documentos que lo comprueben, no se puede negar que ha
existido desde que en ella se formaron los cadetes Juan de Dios
y Félix Antonio Vial Arcaya, hijos del fundador de Granaderos,
que fueron más tarde oficiales de esta unidad, después de haber-
se formado en la citada Compañía de Santiago.
También existió en 1812 el Batallón de Infantería Talca, man-
dado en ésta época por el Coronel talquino don Vicente de la
Cruz, y en cuya escuela de cadetes se formaron selectos oficia-
les tales como don, Vicente Antúnez, don José María y don Anto-
nio Vergara Albano, don Santiago Cruz; don Juan Ramón y don
Manuel Rencoret Cienfuegos, don Pedro Nolasco Vergara, don
Manuel Silva, don Francisco Opazo, don Manuel Vergara Dono-
so, don Gregorio Fernández, don José Tomás y don Joaquín
Acevedo y Flores.
Las necesidades de la campaña que sostienen las fuerzas pa-
triotas contra la invasión de Pareja obligaron al aumento de la
infantería, y, con tal motivo, el 20 de Octubre de 1811 se ordenó
formar dos nuevos batallones de infantería que debían ser orga-
nizados a base de los cuadros de Granaderos y nacen así el Ba-
tallón N. °2 Infantes, de la Patria, y el N. ° 3 Voluntarios de la
Patria.
En cuanto a las milicias, la primera Junta de Gobierno se
empeñó en organizar especialmente batallones de infantería con-
cediendo el mando de estas nuevas formaciones a los vecinos más
destacados. Cuando Carrera moviliza las fuerzas nacionales ante
la invasión, fueron Comandantes de los cuerpos, según decreto
de 14 de Enero de 1814, dictado en Talca: don Antonio de Her-
mida, don Francisco León de la Barra, el Conde de Quinta Ale-
gre, don Agustín Alcalde, don Javier Errázuriz, don José María
Ugarté, don Joaquín Tocornal, don Feliciano Letelier y don
Joaquín Benítez. -
Cada uno de los 8 cuarteles en que se había dividido la ciu-
dad debió reclutar un batallón o regimiento de infantería mili-
ciana, cuyas compañías debían alcanzar a 50 hombres. Se conce-
dería un plazo de quince días al efecto, habida cuenta la enorme
urgencia de organizar la defensa del reino a la vista del enemi-
go. Muy luego estuvieron aptos para salir a campaña los Cuer-
pos de Voluntarios y de Nacionales. Los partidos vecinos a la
costa, entre ellos los de Quirihue y Cauquenes reunieron pronta-
mente 1. 800 milicianos, mientras en todo el país libre de enemi-
gos los reclutas se presentaban en gran número a la defensa de
la causa. Los Cabildos y la Iglesia, representada ésta por el Obis-
po Auxiliar don Rafael Andreú y Guerrero colaboraron activa-
mente a levantar el espíritu público en aquellos días de prueba.
En los primeros días de Abril llegaron al campamento de
Talca 600 Granaderos al mando del Sargento Mayor don Carlos
26
Spano; llegan 80 Nacionales escoltando al Obispo; el Capitán
Urra se presenta con los infantes de Cauquenes; el Teniente Co-
ronel don Fernando de la Vega había reunido 1, 800 milicianos en
Cauquenes y como segundo del Coronel don Juan de Dios Puga
los entregaba a la fuerza que se organizaba en Talca; concurrió
también el Batallón de Voluntarios de la Patria, 200 hombres a
las órdenes de su Comandante el Coronel don José Antonio Co-
tapos y numerosas formaciones de milicias que en el curso de la
campaña se hacen presentes disputando un puesto en las divisio-
nes que organiza el caudillo de este país en momento crucial de
su existencia.
Estas hermosas unidades de patriotas, casi desnudas, con
armamento insuficiente y en mal estado; pero, pletóricas de
fervor patriótico, son las que escriben las páginas ora jubilosas,
ora tristes de la Patria Vieja y esos heróicos soldados riegan
con su sangre generosa los campos de Yerbas Buenas, San Carlos,
Talcahuano y Chillan, los del Roble, Cancha Rayada, Tres Mon-
tes, El Quilo y Membrillar, hasta caer con la bandera en alto en
Rancagua, teatro de su sacrificio y de su gloria.

LA INFANTERIA EN LA PATRIA N.UEVA.

La reconquista de Chile para la eausa de la libertad se ini-


cia con la batalla de Chacabuco, acción dirigida por el Liberta-
dor de Chile General don José de San Martín Comandante en
Jefe del Ejército de los Andes, organizado y disciplinado por él
en Mendoza en los años 15 y 16.
Cabe mencionar aquí la infantería que componía este gran
Ejército, porque son sus gloriosos batallones los autores de nues-
tra independencia y porque, al lado de los que formó Chile du-
rante esta campaña inolvidable, fueron ellos los que sirvieron de
base a la organización del Ejército Unido que expedicionó al
Perú. En sus filas, incrementadas constantemente con reclutas
chilenos se forjó la antigua, amistad chileno argentina y de ellas
salieron numerosos oficiales que fortalecieron los incipientes
cuadros de nuestra División de Chile.
27
Llegaron de Mendoza los Batallones N° 7, N. ° 8, N. °11 y los
Cazadores N. ° 1 de Infantería, al mando distinguido de los res-
pectivos comandantes: don Pedro Conde, don Ambrosio Cramer,
Coronel don Juan Gregorio de Las Heras y el Cdte. don Rude-
cindo Alvarado. Desbaratadas las fuerzas realistas en Chacabu-
co y caído el gobierno de la dominación española, el nuevo régi-
men patriota, encabezado por O'Higgins comenzó por enviar al
sur un destacamento, que mandaba Las Heras, con la misión de
exterminar a los restos que habían escapado de la acción mencio-
nada y a los que guarnecían las provincias que habían servido
de base a Ja reacción española.
En el destacamento Las Heras figuran el Batallón de Infan-
tería N. ° 11, cuyo Comandante orgánico es el propio Las Heras,
un piquete del N. o 7 y otro del N. o 8, fuera de las tropas de caba-
llería y artillería, correspondientes. Después de los combates del
Gavilán y de Curapalihue, éstas tropas son aumentadas con el
ingreso del resto del Batallón N. o 7 de los Andes, conducidos des-
de la capital hasta Talcahuano por el Director Supremo.
En este período se trabaja rudamente en la organización de
un ejército nacional y muy pronto van naciendo los Batallones
N. ° 1, N. o 2, N. o 3 "Arauco", Nacionales de Concepción, Cazado-
res, de Coquimbo, Infantes de la Patria, y una compañía de Pla-
za además de otras unidades de caballería y de artillería. El
Batallón N. o 1 de Chile es organizado en Aconcagua por el Co-
ronel don Juan de Dios Vial y parte al sur el 19 de Septiembre
de 1818.
El Batallón de Nacionales de Concepción N. o 2 se organiza
en Concepción durante las mismas operaciones, sobre la base del
batallón nacional N. o 1 que al principio de la, campaña formaba
parte de la División Volante de Freire.
Con respecto al N. o 1 de Chile existe la versión muy difun-
dida de que esta unidad fué creada y organizada en Mendoza,
formó parte del Ejército Libertador, combatió en Chacabuco y
sólo fué a terminar su organización a Aconcagua después de es-
ta batalla. Tenemos la certidumbre más completa de que esto
no es efectivo. San Martín tuvo el propósito de crear una forma-
ción chilena con el nombre de N. o 1 de Chile, nombró el cuerpo de
oficiales que debía integrarlo pero, ésta no llegó a organizarse.
Existen estos nombramientos y han sido publicados muchas ve-
ces, pero, consta igualmente que los 50 oficiales chilenos que
acompañaron al Ejército Libertador pasaron los Andes con una
diferencia de tres días respectó de aquel y no tomaron parte en
la batalla sino los que venían incorporados a los batallones o es-
cuadrones argentinos.
No existen constancias de la fecha de creación del Batallón
N. o 2 de Chile; pero si se sabe por declaración de uno de sus fun-
28
dadores, el Capitán don Francisco Ibáñez, que esa unidad fué
organizada a base de una Compañía de chilenos, fundada en San-
tiago para ser enviada a la División del Norte. Regresa esta Com-
pañía a la capital después de la acción de Barraza y sobre sus
cuadros y efectivos se erige el Batallón N. o 2 de Infantería de
Chile. O'Higgins escribe a San Martín el 4 de Julio de 1817 "Me,
parece bien se crie el batallón N. o 2 de Chile". Esta gloriosa uni-
dad participa en el asalto a Talcahuano al mando del brillante
soldado que fué el Tte. Crl. don José Bernardo Cáceres.
El N. ° 3 de Chile fué elevado a Batallón el 8 de Octubre de
1817 por el Director Supremo y se formó sobre la base de la Di-
visión de la Frontera que mandaba Freire y fué denominado
Batallón de Infantería de Arauco. A esta unidad fué incorpora-
do el Batallón de Nac. N. o2 y asumió su mando el Sgto. Mayor
Dn. Ramón Boedo. El Batallón de Línea N. ° 1 de Cazadores de Chile
es el batallón que se, organizó en Coquimbo con el N. ° 3 bajo
la dirección del Coronel don José Antonio Bustamante con
base qué le llevó desde Santiago el Mayor don Isaac Thompson,
quién trajo esta unidad y conservó su mando durante largo tiem-
po. El coronel Bustamante pasó a comandar el Batallón de In-
fantes de la Patria.
El Batallón N. ° 4 de línea fué organizado a fines de Enero
de 1818 por el Comandante don Pedro Ramón Arriagada, a quien
descachó O'Higgins desde Talca con tal objeto y es así eomo en
la batalla de Maipo sus cortos efectivos llegaron al campo de
batalla, sin participar en la acción, acompañando al Director Su-
premo cuando ya se había logrado la victoria.
Los Infantes de la Patria fueron organizados por el Tte. Co-
ronel don Santiago Bueras en mayo de 1817.
En el asalto a Talcahuano (6. XII. 817) toman parte los ba-
tallones 7 y 11 de los Andes, el 1. o y 3. o de Chile y el 2. o de Na-
cionales de Infantería. Existen repartidos en los fuertes de la
frontera centenares de infantes milicianos, a cuyo mando se cu-
bren de gloria en atrevidas empresas Arriagada, Freire, López,
Alcázar, Cienfuegos, y sobre todo el glorioso Mariscal don An-
drés del Alcázar. En el Campamento de Las Tablas se adiestran y
disciplinan el Batallón N. o 2 de Chile, los Infantes de la Patria
y los Cazadores de Coquimbo. En Cancha Rayada corresponde la
gioria de haber soportado todo el peso del ataque sorpresivo al
Batallón N. o 3 de Chile, mandado en esa oportunidad por el
Cdte. don Agustín López unidad que sufrió grandes y sensibles
bajas. Otro gran infante, el Coronel don Juan Gregorio de Las
Heras debía destacarse en esta desgraciada acción, salvando a
15. 000 hombres de la dispersión y derrota.
Diecisiete días más tarde se libra la batalla decisiva de nues-
tra libertad en los llanos de Maipo y en ella toman parte, fuera.
29
de la División de los Andes, la de Chile, compuesta de los Bata-
llones de Infantería N. o 1, 2, 3, el Batallón de Cazadores de Co-
quimbo, los Infantes de la Patria, en lo que respecta a Infante-
ría, cuerpos que combaten denodadamente para vengar la afren-
ta de Cancha Rayada.
Esta victoria no terminó con la ocupación española de
nuestros territorio, pues, la guerra de partidas iniciada por los
realistas en 1818, continuó asolando la comarca entre el Itata,
el Bío Bío y la Araucanía hasta el año 1927. Fué preciso mantener
allí numerosas fuerzas de infantería y de otras armas, las que
sostienen allí las acciones, de Curalí, Yumbel, Pangal, Tarpe-
llanca, Vegas de Talcahuano, Alamedas de Concepción y Vegas
de Saldías.
A pesar de este esfuerzo realizado en época de extrema
pobreza del erario nacional, Chile organiza la Expedición Liber-
tadora del Perú, una poderosa escuadra y mantiene en el país,
a la partida del Ejército Unido, un considerable ejército, con el
que sotiene la Guerra a Muerte y dos sucesivas campañas para,
la reconquista de Chiloé.
El 9 de Mayo de 1820 se denomina "Ejército Libertador del
Perú" al que debía extender nuestra libertad en aquel territo-
rio hermano y componen la División Chilena los batallones de
infantería N. o 2, al mando del Tte. Crl. don José Santiago Aldu-
nate; el N. o 4 a cargo del Tte. Crl. don José Santiago Sánchez;
el N. o 5 mandado por el Tte. Crl. don Francisco Antonio Pinto.
Se incluían también cuadros de oficiales y tropas para organi-
zar el N. o 6 de infantería, que debía ser mandado por el Coronel
don Enrique Campino.
Quedaron en el país los Batallones N. o 1 de Chile, Batallón
Milicias de Infantería; el Batallón de Cazadores N. o 1, que fué
disuelto el 26 de Enero de 1821, a consecuencia de su total extin-
ción en la infeliz acción de Tarpellanca; el Batallón de Infantería
N. o 3 "Arauco", que más tarde fué llamado Carampangue y los
Batallones N. o 7 y 8, organizados en 1820, el primero, por el Sar-
gento Mayor don José Antonio Cruz, y el segundo, por el bri-
lante oficial francés Tte. Crl. don Jorge Beaucheff, quien con-
servó el mando de esta unidad hasta 1827. En este memora-
ble año de 1820 se puso en vigencia una táctica de infantería to-
mada del Ejército inglés y conocida con el nombre de Táctica
de Wavell.
Con el objeto de aumentar las fuerzas del Ejército de la Re-
pública tanto por la merma sufrida por algunos cuerpos en el
Perú, cuanto por la nueva campaña que se abría contra los ene-
migos en la provincia de Concepción, se creó el Batallón 7. o de
Línea el 25 de Octubre de 1820.
30
En 1822, época de extrema pobreza y de múltiples pruebas
para la solidez de las instituciones que, apenas creadas, empiezan
a vacilar en el interior y cuando los hijos de Chile pasean su va-
lor en tierra extranjera, el Gobierno debió reforzar nuevamente
al Ejército creando un Batallón de Infantería Cívica con el nom-
bre de Batallón Comercio, el que puso a las órdenes del Coronel
don Tomás O'Higgins y en aquellos mismos días se forma igual-
mente el Regimiento de Infantería Cívica N. ° 1.
Para escolta y respeto de la persona del Director Supremo
se había creado el Batallón Guardia de Honor, unidad que fué
aumentada en una segunda compañía el 18 de Diciembre de
1822. Un mes más tarde, el 24 de Enero de 1823 se creó una com-
pañía de cazadores en el Batallón N. o 7. Siete días más tarde en
mención honrosa y pública que se hace de la gratitud del Gobier-
no al Batallón de Granaderos de la Guardia de Honor, se le con-
decora con la denominación de Granaderos Guardia de la Re-
pública.
La necesidad de incorporar prontamente los territorios de
Chiloé a la heredad nacional obligaron a emprender dos expedi-
ciones que fueron dirigidas por el Director Supremo y Capitán
General don Ramón Freire. En la primera, realizada en 1824, par-
ticipan el N. o 1 de Chile, el N. o 7, el 8 de Chile, y el Regimiento
de Guardia de la República, al mando de sus respectivos Coman-
dantes el Mayor don Isaac Thompson, el Coronel don Jorge
Beaucheff, el Coronel Rondizzoni y el Coronel don Luis Pereira,
de grata memoria. En la segunda expedición, que se efectúa en
1825 participan los Batallones Nos. 1, 4, 6, 7 y 8 a los que cabe
sostener brillantemente las acciones de Pudeto y Bellavista, en
las que nuestras fuerzas nacionales consuman la total indepen-
dencia de la república de toda sujeción extranjera.
Terminada la primera expedición a Chiloé y deseando el
Gobierno disminuir los gastos del erario público, ordenó disolver
el Regimiento de Granaderos Guardia de la República, creado
por decreto del 18 de Julio del año 1823, de modo que el I Batallón
del mismo pasó a incorporarse al N. ° 8 del Coronel Beaucheff y
el II Batallón tomó la designación de Batallón de Infantería N. o
6 de Línea. En Agosto de 1824 el Batallón N. o 2 se incorpora al
N. o 7. El 7 de Julio de 1825 se disuelve el Batallón N. o 5 por en-
contrarse reducido a sus meros cuadros. A consecuencia de los
disturbios ocurridos en San Carlos de Ancud, se ordena el 21
de Agosto de 1826 la disolución del Batallón 4. o de Línea. Y
para terminar con las unidades de este glorioso período, tanto
por la inquietud interna como por la historia americana que es-
criben nuestros batallones y escuadrones, en Octubre de 1826
se da nueva denominación a los cuerpos de infantería para me-
morar los lugares en que nuestras armas dieron libertad a la Re-
31
pública, numerándolos por su orden de antigüedad. Así el Ba-
tallón N. o 1 pasa a llamarse " Chacabuco"; el N. o 3 "Carampan-
gue"; el N. o 6 "Maipú"; el N. o 7 "Concepción" y el N. o 8 "Pu-
deto". Los colores distintivos de estas unidades serán, respecti-
vamente, blanco, encarnado, celeste, verde y amarillo.
Entre tanto, nuestros bravos batallones contribuyen eficaz-
mente a la libertad del Perú y, aunque confundidos en las uni-
dades peruanas y colombianas, dan clara muestra de las condi-
ciones de esta raza en todos los empeños que se suceden entre
1820 y 1826. En el parte oficial de Ayacucho queda la constan-
cia del valor ejemplar de. diez oficiales chilenos, entre ellos dos
que comandaron unidades en esta efemérides inmortal de la
historia americana.
En medio de las angustias y sobresaltos con que los Gobier-
nos de aquella época debieron resolver los problemas más agu-
dos de la existencia de la República, Chile se ve solicitado nue-
vamente para ocurrir con nuevos elementos a la independencia
del Perú y, aún cuando la crisis es inmensa, saca fuerzas de fla-
queza y organiza una expedición que coloca a órdenes del Co-
ronel D. José María Benavente, compuesta de los Batallones N. o
7 (Coronel Rondizzoni), N. o 8 (Coronel Beauchef) y el Regi-
miento de Cazadores a Caballo (Coronel Viel), columna que no
llega, sino hasta Arica y regresa debido a las ocurrencias cono-
cidas en aquel año en el Perú.
Tal es el aporte siempre abnegado y eficiente de la infante-
ría chilena en el período de la formación de esta nacionalidad
y tales los nombres de los principales infantes que concurrieron a
esos días de epopeya en estoica renuncia de bienes y de vida, al
mando de tropas bisoñas, improvisadas por la necesidad; pero
no por ello menos admirables por su constancia y patriotismo en
la fortuna como en la adversidad.
32

LA INFANTERIA EN LA HISTORIA NACIONAL.

En la Colonia: (1560-1810).
Compañías sueltas veteranas.
Guarniciones en los presidios de Valdivia y Juan Fernández;
Guarniciones en los Castillos de Corral, Valparaíso y Co-
quimbo.
Eefuerzos que llegaban del Perú o de España con los Go-
bernadores:
Regimiento de Infantería Portugal o EL Infortunado (1743).
Batallón de Infantería Chile (1771).
Batallón Fijo de Valdivia.
Batallón Fijo de Concepción.
Patria Vieja:
Batallón de Infantería Granaderos de Chile.
Compañía de Infantería Santiago.
Batallón de Infantería Talca.
Batallón N. o 2 de Infantes de la Patria.
Batallón N. o 3 Voluntarios de la Patria.
Cuerpo de Nacionales.
Cuerpo de Voluntarios
Batallón de Pardos o del Comercio.
Numerosos cuerpos de infantería-de milicias.
200 infantes salvan de Rancagua y llegan a Mendoza.
Patria Nueva:
Unidades argentinas:
Batallón de Infantería N. o 7.
Batallón de Infantería N. ° 8.
Batallón de Infantería N. o 11.
Batallón de Infantería Cazadores N. o 1.
Unidades chilenas:
Batallón de Infantería N. o 1 de Chile.
Batallón de Infantería N. o 2 de Chile.
Batallón de Infantería N. o 3 "Arauco".
Batallón de (Nacionales N. o 2 de Concepción".
Batallón de Cazadores de Coquimbo.
Batallón de Infantes de la Patria.
Compañía de Plaza en Santiago..
Batallón Guardia de Honor.
33

Ejército Libertador del Perú: (1820).


División de los Andes:
Batallón de Infantería N. o 7.
Batallón de Infaatería N. ° 8.
Batallón de Infantería N. ° 11.
División de Chile:
Batallón de Infantería N. o 2.
Batallón de Infantería N. o 4.
Batallón de Infantería N. o 5.
Cuadros, para el Batallón N. ° 6.
Quedaron en Chile en la Guerra a Muerte:
Batallón de Cazadores N. o 1.
Batallón N. o 3 " A r a u c o " . .
Batallón N. o 7 de Infantería.
Batallón de Infantería de Milicias.
Batallón N. o 8 de Infantería.
Asalto y toma de Corral y Valdivia: (1820).
Compañía de Granaderos del Bat. N. ° 1.
Compañía de Granaderos del Bat. N. ° 3.
Primera Expedición a Chiloé: (1825).
Batallón de Infantería N. o 1.
Batallón de Infantería N. o 8.
Batallón de Infantería N. o 9.
Regimiento Guardia de Honor.
Segunda Expedición a Chiloé: (1826).
Batallón de' Infantería N. o 1.
Batallón de Infantería N. o4.
Batallón de Infantería N. o 6.
Batallón de Infantería N. o 7.
Batallón de Infantería N. o 8.
1. ª Compañía Restauradora del Perú: (1837).
Batallón de Infantería Portales.
Batallón de Infantería Valparaíso.
Batallón de Infantería Valdivia.
A. H. 3.
34
2. ª Campaña Restauradora del Perú: (1838-39).
Batallón de Infantería Santiago.
Batallón de Infantería Portales.
Batallón de Infantería Valdivia.
Batallón de Infantería Carampangue.
Batallón de Infantería Valparaíso.
Batallón de Infantería Colchagua.
Batallón de Infantería Aconcagua.

Guardia Nacional en 1847.


43 Batallones de infantería de G. N.
2 Brigadas de infantería de 6. N.
5 Compañías sueltas de G. N.
Después de la Revolución de 1851 existen:
Batallón de Infantería N. o 1.
Batallón de Infantería N. o 2 (ex. Bat. N. o 3).
Batallón de Infantería N. o 3 (ex. Bat. Ligero).
Batallón de Infantería K. o 4 (ex. Bat. N. o 5).
Batallón de Infantería N. o 5 (ex. Bat. Santiago).
Gueifra aon España:
Batallón Buín 1. ª de Línea (en Santiago).
Batallón N. o 2 de Línea (Caldera y Coquimbo).
Batallón N. o 3 de Línea (Chiloé).
Batallón N. o 4 de Línea (Frontera Santiago y Caldera).
Batallón N. o 7 de Línea (Concepción y Talcahuano).
Batallón N. o 8 de Línea (Coquimbo).
Batallón N. ° 9 de Línea (Chiloé).
Batallón N. ° 10 de Línea Valparaíso.
Guerra del Pacífico: (1879-84).
Al comenzar la guerra existían:
Regimiento de Infantería Buín 1. ° de Línea.
Regimiento de Infantería N. o 2 de Línea.
Regimiento de Infantería N. o 3 de Línea
Regimiento de Infantería N. o 4 de Línea.
En 1877 habían entrando en receso:
23 Batallones de Infantería cívica.
6 Brigadas de Infantería cívica y
2 Compañías sueltas de Infantería cívica.
35
Pero en 1879 existían:
Brigada de Infantería cívica de (Coronel)
Brigada de Infantería cívica de (Lota).
Batallón Los Angeles.
Batallón Nacimiento.
Batallón Mulchén.
Batallón Angol
Batallón Arauco.
Batallón Melipilla.
Brigada de Malleco.
Compañía de Tigueral.
Compañía de San José.
Creados durante la guerra:
Batallón de Línea Santiago.
1. º, 2. º, 3. º, 4. º y Santiago elevados a Regimientos.
Regimiento de Zapadores (inf. ).
Batallones Cívicos:
Batallón Bulnes (elevado después a Regimiento).
Batallón Valparaíso N. º 1. Forman Regimiento Valparaíso.
Batallón Valparaíso N. º 2 forman Regimiento Valparaíso.
Regimiento Esmeralda.
Batallón Navales.
Batallón Atacama N. ° 1, formaron Reg. Atacama.
Batallón Atacama N. º 2, formaron Reg. Atacama.
Batallón Chacabuco, (elev. a Regimiento).
Batallón Coquimbo, (elevado a Regimiento).
Regimiento Quillota.
Regimiento Lautaro.
Regimiento de Artillería de Marina (inf. ).
Batallón Aconcagua N. ° 1, formaron Regto. Aconcagua.
Batallón Aconcagua N. º 2, formaron Regto. Aconcagua.
Batallón Cazadores del Desierto.
Batallón Rengo.
Batallón Colchagua.
Batallón Melipilla.
Batallón Curicó (elevado a Regimiento).
Batallón Talca.
Batallón Chillan (elevado a Regimiento).
Batallón Concepción (elevado a Regimiento).
Batallón Bío Bío.
Batallón Valdivia.
Batallón Victoria (elevado a Regimiento).
Batallón Caupolicán.
36
Guardia Nacional Movilizada:
2 Regimientos de Infantería.
18 Batallones de Infantería.
Guardia Nacional Sedentaria:
40 Batallones de Infantería.
24 Brigadas de Infantería.
5 Compañías sueltas.
Ejército del Centro:
Regimiento Portales.
Regimiento Rancagua.
Regimiento Maule.
Batallón Rengo N. ° 2.
Batallón San Fernando.
Batallón Vichuquén.
Batallón Lontué.
Batallón Nuble.
Batallón Los Angeles.
Batallón Carampangue.
Batallón Arauco.
En la frontera de Arauco: (1881).
Batallón Bío Bío.
Batallón Angol.
Batallón Arauco.
Batallón Nuble.
Reorganiza Guardia Nacional. —Quedan en 1883:
34 Batallones de Infantería.
23 Brigadas de Infantería y
7 Compañías sueltas.
División de Observación: en Tacna y Arica: (1884).
Batallón Zapadores.
Batallón Los Angeles.
Batallón Rengo.
Guardia Nacional en 1888:
9 Regimientos.
20 Batallones.
24 Brigadas.
37
Guerra Civil de 1891:
Del bando Congresista-.
Regimiento Constitución N. º 1.
Regimiento Iquique N. º 6.
Regimiento Antofagasta N. º 8.
Regimiento Valparaíso.
Regimiento Chañaral N. ° 5.
Regimiento Atacama N. ° 10.
Batallón Huasco N. ° 11.
Regimiento Pisagaa N. ° 3.
Regimiento Taltal N. º 4.
Regimiento Esmeralda N. º 7.
Regimiento Tarapacá N. º 9.
Del bando Presidencial:
Regimiento Buín N. º 1 de Líneas.
Regimiento Esmeralda N. º 7.
. Regimiento Arica 4. º de Línea.
Regimiento Chillan 8. º de Línea.
Regimiento Pisagua 3. º de Línea.
Regimiento Lautaro 10. ° de Línea.
Regimiento 9. º de Línea:
Regimiento San Fernando.
Regimiento Aconcagua.
Regimiento Arauco.
Regimiento Santiago 5. º de Línea.
Regimiento Tacna 2º de Línea.
Regimiento Zapadores.
Regimiento Chacabuco 6. º de Línea.
Batallón Andes.
Batallón Mulchén.
Batallón Traiguén.
Batallón Limache.
Batallón Temuco.
Batallón Victoria.
Batallón Gendarmes.
Batallón Yumbel.
Batallón Nacimiento.
Batallón Angeles.
Batallón Valdivia.
Batallón Nueva Imperial.
Batallón Linares.
Batallón Concepción.
38
Batallón Tomé.
Batallón Angol.
Batallón Ovalle.
Batallón Quillota N. º 1.
Batallón Quillota N. º 2.
Batallón Quillota N. º 3.
Batallón Caupolicán.
Batallón Exploradores.
Batallón Llanquihue.
Brigada Puerto Montt.
Brigada Chiloé.
Guardia Municipal de Valparaíso.
Después de la revolución subsisten: (1892).
Batallón N. º 1 Santiago.
Batallón N. º 2 en Valparaíso.
Batallón N. º 3 en Temuco.
Batallón N. º 4 en Santiago.
Batallón N. ° 6 en Tacna.
Batallón N. º 7 en Santiago.
Batallón N. º 8 en Iquique.

Escuela de Infantería: creada el 15. IV. 1908.

Esta compendiada estadística permite apreciar el considera-


ble número de unidades de Infantería que han existido en dis-
tintas épocas en los ejércitos de la república y pese a la frialdad
de las enumeraciones, se puede aquilatar la obra de la infante-
ría en las campañas interiores y exteriores, que han dado solides
a las instituciones nacionales y prestándole prestigio al nombre
esclarecido de la raza; siéntese latir en estas series cronológicas
el corazón de nuestro pueblo que al concurrir en gruesos bata-
llones al lustre de nuestros empeños, ha contribuido con su san-
gre, en raudal inagotable de entereza y patriotismo, a que Chile
sea fuerte, respetable y respetado.
¡ Loor a la infantería chilena!
39

ASALTO Y TOMA DEL MORRO DE ARICA.


DIA DE LA INFANTERIA.
P. B. G.

Once días después de la batalla de Tacna, la infantería de Chi-


le vuelve a cubrir de gloria los pabellones de sus bravos tercios. Co-
rresponde esta vez a dos regimientos que no combatieron en el
Campo de la Alianza, el honor de conquistar para el Ejército la
base de operaciones para sus futuros empeños, el puerto de arriba-
da necesario para nuestras naves de guerra y el dominio integral
del territorio indispensable para la seguridad de los que anterior-
mente habían sido incorporados al patrimonio nacional como garan-
tía de las condiciones para la paz.
El General Baquedano, profundo conocedor de los hombres,
eligió al Coronel don Pedro Lagos para la toma del Morro y le asig-
nó los regimientos que en Tacna habían formado parte de la reser-
va; tropa fresca que estaba ansiosa de combatir. ¡Ellos fueron el
Buin, el 3. º y el 4. ° de Línea, el Regimiento Movilizado Lautaro, el
Batallón Bulnes, tres baterías de artillería, el Primer Escuadrón
de Carabineros de Yungay, Segundo Escuadrón del mismo. Cazado-
res a Caballo, tropas que sumadas al Cuertel General, al Estado
Mayor General, a la Plana Mayor del Coronel Lagos y al Estado
Mayor de la 4. º División, arrojaban un total de 4. 476 hombres. De
este total sólo participaron efectivamente en la acción: el 3. ° de Lí-
nea con 927 plazas y el 4. ° de Línea con 886, lo que da en resumen:
1. 813 hombres. '
La guarnición peruana dirigida en sus sólidos baluartes por el
distinguido Coronel don Francisco Bolognesi, estaba constituida
por la 7. ª y 8. ª Divisiones, mandadas por los Coroneles don José
Joaquín Inclán y don Alfonso Ugarte, respectivamente. Las forti-
ficaciones del Morro eran las del Cerro Gordo, el Fuerte Este y el
Fuerte Ciudadela, el San José, el Santa Rosa y el 2 de Mayo, pode-
rosamente artilladas y defendidas por 18 zanjas o reductos forma-
dos con sacos de arena, en forma de media luna, cuyos campos de
tiro estaban calculados para barrer él terreno cualquiera que fuera
la dirección que se diera al ataque. Cañones de grueso calibre vigi-
laban el mar y en la rada de Arica estaba como fortaleza flotante
el Monitor Manco Capac.
Habilísmos ingenieros como Elespuru, Pareja y Castillo ha-
bían trazado y dirigido las obras y el ingeniero Elmore minó todas
las fortificaciones y la ciudad misma, convirtiendo aquellas defen-
sas en un volcán que debería explotar a la aproximación de los chi-
lenos y en cuyas ruinas morirían la guarnición y el pueblo confún-
40
didos con los asaltantes, bizarro designio que no llegó a cumplirse
sino en parte, en la que correspondía a los chilenos y cuya conse-
cuencia fué la matanza sin cuartel a que se dedicaron nuestras tro-
pas, enfurecidas por esta inútil crueldad.
Colocadas las tropas en los lugares previstos para el asedio de
la fortaleza, encontramos el día 6 en la madrugada, al Buin al sur
del Valle de Azapa, en segundo escalón y al centro de la línea que
ocupan los afortunados 3. ° y 4. ° que avanzarían en primera línea.
Manda al Buin el Coronel don Luis J. Ortiz. El 3. ° de Línea, fren-
te a su objetivo, el Fuerte Cindadela, a las órdenes del Coronel don
Ricardo Castro, y al 4. ° de Línea, frente al Fuerte del Este, dirigi-
do por el bravo Comandante don Juan José San Martín. El Lauta-
ro que debe atacar por el norte y junto a la playa está a las órdenes
del Tte. Crl. don Eulogio Robles. El Bulnes, de reserva, mandado
por el Tte. Crl. don José Echeverría. La artillería, al mando del
Coronel don J. Manuel Novoa y la caballería a las órdenes del Tte.
Coronel don Rafael Vargas. A la cabeza de este magnífico conjunto,
el intrépido Coronel don Pedro Lagos Marehant.
El General en Jefe, deseoso de ser testigo de la acción que pro-
metía ser reñida a no poder más, se ha trasladado al lugar de la
batalla acompañado de su hábil Jefe de Estado Mayor, el Coronel
don José Velásquez y entre sus ayudantes divisamos los Mayores
don Rosauro Gatica y a don Juan Francisco Larraín Gandarillas
y a los Capitanes don Guillermo Lira Errázuriz y Belisario Cam-
pos. Lo acompañan tembién el Coronel don Orozimbo Barbosa. Don
Domingo de Toro Herrera, Comandante del Chacabuco y el Ma-
yor don Diego Dublé Almeida. Ellos serían espectadores de la su-
blime escena que se desarrollará con las primeras luces del día in-
olvidable en los fastos de nuestra historia, que brillarán, pronto,
disipando la tenue camanchaca que cubre a la Gibraltar de América.
El plan de Lagos es sencillo y, por tanto, promete buen suce-
so. Aprobado por el General en Jefe y su Jefe de Estado Mayor,
el viejo soldado de Arauco espera impaciente el momento en que
ha de lanzar al asalto, vale decir a la muerte o a la gloria, a sus va-
lientes soldados. Los fuertes deben ser atacados por la espalda, esto
es, por el lado contrario al mar. El 3. ° y el 4. ° irán en primera lí-
nea. Alcanzados el Ciudadela y el del Éste, la primera ola de ata-
que esperará el concurso del Buin para proseguir sobre el Fuerte
del Morro. Simultáneamente, el Lautaro atacará por el lado de la
playa a los fuertes del bajo.
Es sabido que en dos oportunidades se ofreció a los defensores
una capitulación honrosa, de acuerdo con las leyes de la guerra,
ya que no tenían esperanza de salvación. El bravo Bolognesi contes-
tó que quemaría el último cartucho en el puesto del honor. Como
Grau y como Prat moriría cumpliendo su deber.
A las 5 de la mañana del día inmortal que hoy conmemoramos,
Lagos dió la orden de atacar. En el más profundo silencio se ade-
lantan los cuerpos designados y sin disparar un tiro cruzan la dis-
tancia que los separa de sus objetivos. Pronto el enemigo descubrió
41
el avance y rompió sobre las apretadas filas del 3. ° y del 4. ° los más
violentos y concentrados tiros de la artillería e infantería, dejando
en ellas dolorosos claros. Las mismas que rodean las fortificaciones
estallan causando numerosas bajas en los asaltantes y enloquecien-
do de furor a los soldados al ver volar por los aires a los más que-
ridos de sus oficiales.
Pronto han caído el Cindadela y el del Este en poder de los
chilenos y sin contener la marcha, sin esperar a la reserva, el 3. ° y
el 4. ° avanzan sobre el Fuerte del Morro, donde se hará la última
resistencia. En este avance glorioso es herido mortalmente el in-
comparable Comandante San Martín, en cuya memoria lleva hoy
el Destacamento N. ° 4 de Infantería el nombre del héroe de la jor-
nada.
A los primeros disparos que hizo el Lautaro sobre las fortifi-
caciones del bajo, la guarnición de éstas se retiró hacia el Morro,
aumentando así la confusión que allí reinaba con la llegada de los
que de todas las trincheras se concentraban en este último reducto.
Fué tan rápido y seguro el avance del 3. ° y del 4. ° que ni el Buin
ni el Bulnes alcanzaron a participar en la acción.
El resto es conocido: muerte y rendición. La bandera de Chile
se izó en lo alto del Morro, y mañana, a su lado, se alzará el monu-
mento al Cristo Redentor con sus brazos estendidos en gesto de ol-
vido y de paz.
Gloría de la infantería chilena ¡ Eterno recuerdo de lo que pu-
dieron los hijos de Chile cuando la Patria requirió el brío de sus
brazos en su defensa! ¡ Recuerdo también, de los muertos que allí
cayeron con gloria y sonriendo a su amada bandera que tremolaba
en la altura! ¡ Recuerda, por último, esta brillante demostración
del poder de la infantería chilena, el olvido en que se ha manteni-
do la memoria del gran infante don Pedro Lagos, a quien la infan-
tería de hoy debe levantar un monumento de eterna fama y gra-
titud!
42

EL COMBATE DE CONCEPCION DEL PERU.


P. B. G.

En el presente aniversario de este homérico encuentro de


una pequeña guarnición chilena contra enemigo diez veces supe-
rior y que, imitando a Prat y a los suyos, prefirió morir antes
que rendirse, no haremos una nueva relación del desarrollo de
hecho, ni cantaremos el valor sublime de nuestros héroes, ni tam-
poco nos extenderemos en presentarlos, en la certidumbre de que
tales antecedentes están bien grabados en la memoria y en el co-
razón de todos los chilenos.
Es sabido que en este caso la versión del suceso se ha trans-
mitido a las generaciones por la tradición oral, ya que ninguno
de los actores ha sobrevivido al sacrificio. Siquiera en las Ter-
mopilas salvó uno y él fué el portador del mensaje de los héroes;
en cambio, aquí conocemos los detalles de la acción por la de-
claración de personas interesadas en ocultar incidencias que si
hubieran sido conocidas en el momento, habrían provocado re-
presalias mayores.
Para destacar aun más el valor sin igual de los nuestros, pre-
cisa conocer el parte oficial que sobre este hecho pasó el Coman-
dante de la Columna de Comas, don Ambrosio Salazar y Már-
quez, quién dirigió este ataque, según veremos y cuya relación
ofrece mayores luces que la versión chilena contenida en el par-
te del Comandante del Chacabuco Teniente Coronel don Marcial
Pinto Agüero. Este parte permaneció inédito durante cerca de
medio siglo y a través de sus declaraciones veremos confirmadas
las aseveraciones tradicionales que habían movido a este pueblo
a la admiración sin reservas de este grupo de 77 chilenos que en
la hora de la prueba supieron morir como tales.
En las presentes líneas queremos dejar establecido el modo
y forma en que se desarrollaron los distintos momentos de la
operación peruana, ya que la resistencia chilena fué una y sola,
uniformemente sostenida y heroica. En cuanto a las fuerzas que
atacaron a Concepción es revelador el parte de don Ambrosio
Salazar, Jefe de la Columna de Comas, una de tantas formacio-
nes de guerrilleros y de soldados de línea que en aquellos días
movilizó el incansable caudillo de la breña, Mariscal don Aveli-
no Cáceres. Dice Salazar que atacó a la guarnición chilena con
las fuerzas de su mando que "eran 170 soldados, armados de ri-
fles desiguales y provistos de municiones que sé procuró en Co-
mas, después de un combate que sustuvo allí con una fracción
del Escuadrón chileno de Carabineros de Yungay el 2 de Marzo.
43
Es de advertir que el parte peruano está firmado en Ingenio
el 10 de Julio de 1882, a la 1 P. M., y, por tanto, las ocurrencias
fluyen de allí nítidamente y bajo la impresión del suceso reciente.
Dice Salazar al Coronel Gastó, su superior directo: "US. opinó
que la hora era inoportuna para emprender el ataque y que ade-
más era necesario saber con fijeza sobre el paradero del señor
General Cáceres y su Ejército o de algún movimiento que éste
haga contra el grueso del Ejército enemigo, que en la actualidad
ocupa Huancayo, y que, en consecuencia, era más conveniente en
concepto de US. ocupar las alturas del pueblo para estar atento
a las evoluciones que lleve a cabo dicho señor General y operar
en seguida de conciento con ellas".
Agrega luego: "Yo no quise dejar ni un punto de la reso-
lución que tenía desde que salí de Comas, de atacar al enemigo
sin pérdida de instante. Viendo el Sargento Mayor don Luis La-
zo, segundo Jefe de la Columna Ayacucho, que mi propósito era
inquebrantable, se asoció a mi dictamen y dijo en voz alta, como
a US. le consta, que él me acompañaría en mi empresa aunque
fuera sólo". No podemos estar sino de acuerdo con la resolución
de Salazar y de Razo, pues había que aprovechar de inmediato
la situación tan favorable que les ofrecía el destino para conquis-
tar una victoria a fácil precio. Sola la Columna de Comas, con
170 soldados doblaba en número a la guarnición chilena, cuya
exigüidad debían conocer perfectamente, tanto más si a ella se
agregaba, como ocurrió, la Columna Ayacucho.
Continúa el parte: "Por espacio de una hora sostuve un
nutrido fuego en esa posición, (un morro que sobresalía de los
cerros) hasta que US. se intrudujece en la ciudad, sin ser visto
por el enemigo, siguiendo el camino de Quichuay, para llevar a
cabo un movimiento envolvente... etc. ". "El movimiento se eje-
cutó sin tropiezo ninguno, los chilenos de la plaza, luego que se
apercibieron de ello, se replegaron al cuartel incontinente hasta
esa hora. Eran las 6 P. M. Pocos minutos después el Ayudante
de US., Capitán Revilla, me comunicó que US., en su propósito
de conservar intactas sus fuerzas, en obedecimiento a instruccio-
nes superiores, se retiraba a las alturas a pernoctar y procurarles
rancho a los soldados".
Tendríamos entonces que, en el primer momento, desde las
2, 30 hasta las 3, 30 P. M., —durante una hora dice el parte—,
atacó sola la Columna de Comas, mientras el Coronel Gastó efec-
tuaba el movimiento envolvente por las alturas, y desde esa ho-
ra, 3, 30 P. M., colaboró Gastó con sus fuerzas hasta las 6 P. M.,
hora en que se retiró a las alturas a pernoctar. A partir de este
momento hasta el día siguiente combatió con la guarnición chi-
lena la Columna de Comas, reforzada por "un grupo de guerri-
lleros de Opata y de Izeos" que llegaron durante la noche, según
44
expresa el mismo Salazar en el parte que comentamos. Esto du-
ró, sin cesar, hasta las 9 de la mañana siguiente hora "en que
todo estaba terminado".
Esta última, es verosímilmente la hora de término del sacri-
ficio, porque^apoya Salazar: "Pocos momentos antes (de las 9
A. M. del 10) ingresó US. a la plaza con fuerzas de su mando y
contuvo cotn energía, los desbordes de los guerrilleros, que, proce-
dentes de los pueblos vecinos, acudieron a última hora en masas
considerables", De aquí fluye claramente la inmensa superioridad
que abrumó a nuestros héroes, durante toda la noche del nueve al
diez de Julio y, en general, durante todo el combate. En el mis-
mo parte citado nombra a once vecinos que se unieron a sus fuer-
zas con sus respectivos rifles. Es evidente que ellos eran los ve-
cinos más importantes del pueblo, localidad que en aquel enton-
ces tenía 3. 000 habitantes, y deben haber sido varios cientos los
pobladores que acompañaron a los principales en su obra.
Ya hemos, dicho de los guerrilleros que llegaron durante la
noche de Opata y de Izeos y de los pueblos vecinos que se ape-
garon a la Cálumna de Gastó al ingresar éste a la plaza poco
antes de las 9 A. M., lo que permite establecer varios momentos
distintos en cuanto a la intervención de las fuerzas enemigas y
no cabe duda que el número de los asaltantes ha fluctuado en-
tre los 1. 500 y 2. 000 hombres en esta acción de exterminio.
Contrasta la relación peruana con la chilena en cuanto dice
esta última que el Coronel Gastó dirigió toda la acción, lo qué,
según hemos visto, no es enteramente exacto. También aparece
él mismo enviando a Carrera Pinto la intimación de rendición
entre la madrugada y las 8 A. M., en circunstancias que el par-
te expresa que el Coronel entró a la plaza inornentos antes de las
9 cuando "ya todo había terminado". Es cierto que esto podría
explicarse suponiendo que la intimación ha sido escrita y envia-
da por Gastó antes de su vuelta a la acción, al percibir por el
ruido del combate que la lucha proseguía después de haberse
prolongado toda la noche. Es casi seguro que así ha ocurrido.
En cuanto a la bandera chilena que flameaba en lo alto de la
puerta de la Iglesia que sirvió de fortaleza a los chilenos hay
vecinos que sostienen que ella fué abrazada por el fuego que in-
cendió el cuartel, lo que no es exacto, porque el Jefe de la Divi-
sión chilena Coronel don Estanislao del Canto sostiene expresa-
mente lo contrario, en sus recordadas "Memorias". "Se compren-
de la precipitación con que el enemigo debe haber emprendido
la fuga, porque no tuvo tiempo para apoderarse de la bandera
que aun flameaba en la puerta del cuartel" y que él hizo retirar
por conducto de su Ayudante Bisivinger y Larenas. El primero
de los nombrados inscribió, en presencia del Coronel la fecha
45
memorable y su firma. Con esto quedan desvanecidas las fábulas
que se han urdido al respecto y la verdad en su lugar.
Completando así la versión chilena sobre el combate heroi-
co de los 77 ehacabucanos, conducidos por sus inmortales co-
mandantes Carrera Pinto y Pérez Canto, Montt Salamanca y
Cruz Martínez, sube de punto nuestra admiración por estos héroes
que, descendientes todos de nobles y virtuosos hogares, han pa-
sado a la imortalidad rodeados de la auréola de gloria que los
pueblos agradecidos otorgan a sus hijos elegidos.

COMBATE DE SANGRAR.
(26. VI. 881).
Per el General en Retiro, P. MUÑOZ F.

Para regresar a Lima se creía que el Comandante Letelier,


volviendo de su expedición a la sierra, iba a tomar el camino que
pasa por el pueblo de Canta, lugar en el cual había organizado
a lo menos un batallón el Coronel peruano don Manuel de la
Escarnación Vento.
Esta Unidad sirvió de base para crear poco después una Di-
visión, con batallones de 5 a 6 compañías, que formó la 4. º Divi-
sión del Ejército de Cáceres ("Memorias" y Campaña a la Bre-
ña, I pág. 452. Lima 1921).
Para proteger las líneas de comunicación de la División Le-
telíer, entre otras, se había establecido guarniciones en Chicla
y Casapalca, de cuyo último punto, al amanecer del día 20 de
Junio de 1881, salía el Capitán Araneda con los Subtenientes
Guzmán, Saavedra y Ríos, 2 Sargentos 2os., 3 Cabos los., 5
Cabos 2os., 68 soldados y el tambor José Gavino Aguila. Total
79 individuos de tropa y 4 oficiales.
Con la reducción del Buin a Batallón como se hizo con todos
los regimientos del Ejército del Norte, Araneda había quedado
sin colocación, agregado a la P. M. de esta Unidad. La tropa
que llevaba no pertenecía a una sola compañía, sino a varias
de mismo cuerpo, como lo atestiguan las listas de revistas de
comisario de la época que hemos consultado.
46
Antes de salir, Araneda recibió del Comandante Méndez la
misión de proteger el regreso de Letelier y de establecerse en
Cuevas, punto de arranque de un camino al pueblo de Junín.
Llevaba también un repuesto de municiones para la División
Letelier, a quien envió la mayor parte con una escolta de un Ca-
ba y 4 Soldados que partieron a Junín (Declaración de Araneda
en el contra interrogatorio que éste propuso para que se am-
pliara el sumario pedido por él mismo, cuyas copias están en
poder del autor de estos apuntes y que serán publicados en
breve).
Las fuerzas de Araneda llegaron a Cuevas a la 1 de la tarde
del mismo día de salida (20. VI). Como no hubiese en Cuevas
alojamiento para toda la tropa, Araneda dejó en este punto al
Sargento Germán Blanco con 14 soldados, con la misión de
cuidar esa bifurcación de caminos resistir aquí en caso de ser
atacados, cuanto fuera posible, y por último, replegarse a las
casas de la hacienda de Sangrar, de don Norberto Vento, padre
del Coronel del mismo apellido, situadas a 8 cuadras al N. de
Cuevas, y hacia donde siguió el grueso de las fuerzas.
Blanco no recibió otra orden ni se le indicó lo que debía
hacer en caso de que el grueso fuera atacado, que fué lo que
sucedió.
Reconocidos los alrededores de la hacienda desde el primer
momento de la llegada, se reunió un considerable piño de gana
do caballar, Vacuno y lanar, con el cual se aseguró la alimenta-
ción para largo tiempo.
Según lo expresa Araneda y lo confirman los testigos del
sumario que hemos indicado, se efectuaron varios reconocimien-
tos con fines militares: diariamente se recorría una cierta ex-
tensión del camino, tanto hacia Canta (N) como hacia Junín
(E) por patrullas que regresaban al punto de partida (recono-
cimiento intermitentes, no permanentes como debieron ejecu-
tarse).
El día 21 se aprehendieron algunos paisanos al parecer es-
pías enemigos; ese mismo día pasaba para Lima el Diputado
por Canta don Pedro María del Valle con 10 o 12 personas, con
pasaportes de Lynch, pues aquél iba a la apertura del Congreso
peruano; del Valle dijo a Araneda que en Canta habían unos
700 hombres del Coronel Vento, de los cuales alrededor de 400
bien armados.
En la mañana del 26 de Junio, desgraciadamente en el mis-
mo día del combate, Araneda envió dos comisiones a buscar ví-
veres, verduras y sal la primera, y animales la segunda; aque-
lla a cargo del Sargento Zacarías Bysivinger con el Cabo Berna-
bé Orellana, 5 soldados (Tapia, Sepúlveda, Ibarra, Muñoz y
Gálvez) y un guía montado, el arriero chileno Mella, los que iban
47
a la hacienda "Capillayoj" de doña Rosa de la Torre; y la se-
gunda compuesta del Cabo 2. º Julio Oyarce y 4 soldados, en
otra dirección completamente opuesta a buscar animales.
Debemos hacer presente que Araneda salió, como de costum-
bre, de Casapalca a Cuevas, sin víveres, nada más que los nece-
sarios para el día; los que iban a necesitar, debían buscarlos en
los sitios donde los hubiere.
Las casas de la hacienda de Sangrar están situadas a 6 le-
guas (peruanas) de Casapalca cuyo recorrido se hacía en 6
horas de subida y 4 de bajada, en el camino hacia Canta, a una
altura media de 3. 500 m. sobre el nivel del mar, en plena cordi-
llera, en la cadena occidental, entre dos contrafuertes o, rama-
les que dejan una pequeña depresión o llano de 5 a 6 cuadras de
largo por 3 a 4 de ancho; en una palabra, las casas estaban en
un hoyo, podemos decirlo así, como los peruanos en Tarapacá,
pues hacia Cuevas hay una altura que impide la vista en esa
dirección: otra existe hacia el Norte, un poco más grande y por
donde pasa el camino hacia Canta (en este punto precisamente
había un centinela); por los contrafuertes de los costados E. y
O. de las casas, corrían algunos senderos que rodeaban por esos
lados la posición de Sangrar.
En el bajo estaban las casas de la hacienda, dé material só-
lido y techo de zinc, una iglesia a 30 metros de las casas Con
un corral al frente, unos 6 ranchos pajizos un molino y otro co-
rral frente a las casas con pircas de piedra de un metro de alto.
Este grupo de casas estaba muy cerca del costado Norte del lla-
no y el molino pegado al cerro del costado oriental para recibir
directamente el agua de una corriente que venía del Este. En
Cuevas, sólo existía un rancho de un tendido de tablas, donde
se guarecían los arrieros que traficaban por ese camino (Dato
dado al autor por el subteniente Ríos).
Desde su llegada, Araneda tenía apostados tres centinelas:
uno en la altura hacia Canta; el 2. º en la dirección de Cuevas y
el 3. º en el corral, frente a la iglesia, donde estaba el ganado.
Según declaración del subteniente Ríos, cerca de las 12 M.
del 26, Araneda tuvo noticias del enemigo por dos paisanos que
llegaron a esa hora casi desnudos al campamento, diciendo que
unos montoneros los habían despojado de sus ropas, como a una
legua de Sangrar, en el camino a Canta y por otro señor que fué
encontrado por los alrededores, quien al ser interrogado mani-
festó qué había visto a varios individuos armados, más o menos
en el mismo punto que indicaban los paisanos.
A las 12. 30 P. M. se oyeron en el campamento en forma muy
apagada, unos cuantos disparos en la dirección que había segui-
do el Sargento Bysivinger. Comunicada la noticia al Capitán,
48
éste no le dió importancia, porque supuso que esos disparos ha-
bían sido hechos por, 1a tropa de Bysivinger, a cuyo jefe le ha-
bía encargado le trajera alguna caza.
No obstante, tomó dos medidas: reforzar el centinela en el
alto y ordenar al Cabo 2. º Urbano 2. º Loreto que fuera a decir
a Bysivinger que regresara al campamento.
Bysivinger, que había salido del campamento entre 9 y 10
de la mañana, avanzaba en forma descuidada, sin medida algu-
na de seguridad. Poco después de bajar la cordillera de Lacsha-
gual, caían en una emboscada que les había preparado las fuer-
zas de Vento que venía al asalto de Sangrar.
Los peruanos fueron los primeros en ver a nuestros solda-
dos; en el, acto abandonan el camino que va por el bajo, trepan
a las alturas de ambos costados, se ocultan entre los árboles y
esperan en silencio absoluto la pasada de los descuidados Buines:
cuando éstos llegan al centro de la emboscada, una descarga ce-
rrada que partió de ambos lados del camino, de 40 a 50 rifles,
según dice el Coronel Revollé que allí combatió, fué el castigo
de tanta confianza. En el acto cayeron muertos Bysinger, 5 sol-,
dados y el guía, único que iba montado, cuya mula escapó a
ruestro campamento a avisar: el soldado José Sepúlveda corrió
hacia Sangrar; perseguido a tiros, fué tomado mal herido y lle-
vado a Canta, donde murió unos días después
En Sangrar el centinela Pérez oyó perfectamente estos úl-
timos disparos en el acto bajó su compañero a comunicar esto
y que se veían soldados enemigos a la distancia.
Regresaba también en esos instantes el Cabo Lóreto, que
había alcanzado a avanzar como una media legua hacia el Nor-
te por el camino a Canta, pero como recibiera de las alturas unos
cuantos disparos, y después de ver que el enemigo avanzaba en
gran número, en marcha rápida hacia Sangrar, volvió a la ca-
rrera a comunicar estas noticias. No terminaba de oír estos in-
formes Araneda, cuando llegaba el centinela y le comunicaba lo
mismo; la mula del arriero confirmó lo expresado con su llegada
sin jinete; el Capitán la toma y en ella sube a las alturas a reco-
nocer al enemigo; iba apenas a media falda, cuando desde lo
alto le dispara numerosos balazos un grupo de peruanos unifor-
mados militarmente.
Por eso y por su mucha confianza, Araneda no tuvo tiempo
para disponer que sus tropas coronaran las alturas que ocupaba
el centinela doble (ahora sencillo, porque el otro soldado no ha-
bía alcanzazdo a volver a su puesto), uno de los cuales, Pérez, el
que permaneció en la altura, fué cortado por el enemigo y toma-
do p r i s i o n e r o . .
Era la 1 de la tarde.
49
Al instante, el jefe bajó corriendo a disponer que sus tropas
ocuparan las pircas del corral frente a las casas, en los costados
Norte y Oeste; que el Subteniente Ismael Guzmán, con los Cabos
Jaña, Mena y Barahona (Cabos los. ) y 12 soldados fueran a
ocupar el otro corral, frente a la iglesia, para proteger el ganado
encerrado en el corral, y por último, que el soldado llamón Gon-
zález fuese a la altura donde estaba el segundo centinela a lla-
mar por señas al destacamento del Sargento Blanco en Cuevas.
Tales fueron las medidas que en este caso de tanto apremio
tomó el Capitán José Luis Araneda, el héroe de Sangra, como le
llamamos ordinariamente. (El nombre exacto es SANGRAR).
EFECTIVOS. —Chilenos. — Con las fuerzas destacadas que
ya hemos indicado, la disponible para el combate a las órdenes
de Araneda estaba reducida a 3 oficiales (incluso el Capitán) y
a 35 hombres de tropa. De los 79, 15 habían quedado en Cuevas,
12 empleados en las dos comisiones y 15 con el subteniente Guz-
mán, restan 37; pero, a estos debemos descontar: al soldado Gon-
zález que se unió a Blanco y al centinela Pérez, prisionero: que-
dam, 35.
El número de las fuerzas peruanas, como siempre, es muy
difícil determinarlo con exactitud. En la "Campaña de la Bre-
ña", la Sra. Zoila A. Cáceres, notable escritora e hija del
Mariscal del Perú don Andrés Avelino Cáceres, tomo I. pág. 203,
habla de 100 hombres del batallón Canta y 40 civiles. El Coro-
nel Lizardo Revollé, que como civil combatió en Sangrar, a cu-
ya acción asistió contra la voluntad de Vento, en la relación que
publicó muchos años después, calcula el efectivo peruano "en
70 a 80 soldados, en dos compañías, a 40 hombres c|u. "., (bien
diminutas por cierto). El Coronel Luis G. Escudero, en ese en-
tonces capitán secretario y ayudante de Vento, refiere que salió
de Canta el batallón de este nombre compuesto de 240 plazas y
''que tomaron 47 rifles "Combler" ( ¿ ) " . El parte oficial envia-
do a Cáceres, manifiesta que "la fuerza atacante se componía de
100 hombres del primer batallón Canta y de 40 paisanos de la lo-
calidad" (Parte publicado por Ahumada M.. V. pág. 481) y que
tomaron 48 rifles Comblain.
Damos el dato de rifles recogidos al destacamento Araneda,
porque el general peruano Cáeeres, en sus memorias "La guerra
entre el Perú y Chile —1879-1883", pág. 124, asegura que este
combate proporcionó a los guerrilleros (de Vento) "más de un cen-
tenar (?) de fusiles Comblain"—. En el sumario que nos sirve de
guía y referencia, nada se dice de rifles y todos nosotros sabe-
mos con cuanta rigurosidad se trata en nuestras unidades cual-
A. H. 4.
50
quiera pérdida de armamento. Igual caso de aumento progresi-
vo de un mismo guarismo pasará durante la ocupación de Junín.
en 1882. Cayeron 3 rifles tomados a nuestros muertos en poder
de los peruanos: el Jefe que transmitió la noticia al superior in-
mediato, los aumentó a 12; este a su vez, en su parte habló de
50, y Cáceres de 100 y tantos.
En resumen, las fuerzas peruanas, como asegura el Subte-
niente Ríos, que obtuvo el dato del Coronel Vento a quien acom-
pañó en 1883, alcanzaban a. un mínimum de 400 soldados. Por
otra parte, la lógica de los hechos así lo confirma, pues no es po-
sible cubrir con 100 hombres un frente de combate de 12 Kmts..
que suma la extensión ocupada, de frente y por ambos flancos
de la posición de Araneda, enviar otras fuerzas que rodearon, a
Guzmán y al destacamento de Blanco en Cuevas que avanzó en
apoyo del último y tener fuerzas suficientes para envolverlos a
todos. Un envolvimiento por ambos flancos en combates separa-
dos contra destacamentos que combatían aisladamente, presupo-
ne una superioridad numérica considerable sobre el defensor,
salvo que se ocupe un frente de combate, en una sola línea, con
35 pasos de intervalo, o se avance en pequeñas agrupaciones, co-
mo hoy se usa para disminuir la eficacia de los medios modernos
de combate.
Avance peruano. —El día 24, en el pueblo de "Culluhai",
Vento tuvo conocimiento por el paisano-espía Gregorio Romero,
de "Yantag", que fuerzas chilenas habían invadido la hacienda
de Sangrar de don Norberto Vento; ante ésta noticia, se resolvió
sorprender a esas tropas, para cuyo fin avanzaron. y en la tarde
acampan en la hacienda '' Ocsamachai'', donde sufrieron una fuer-
te nevada durante la noche: desde aquí destacaron como explora-
dores al Mayor E. Puentes, subprefecto de Canta con los paisanos
A. Hidalgo. W. Vento y José Bravo, a reconocer la fuerza enemi-
ga en Sangrar uno de los paisanos fué tomado por nuestras fuer-
zas, como ya dijimos, sin saber que era espía.
El 26, al amanecer continúa la marcha, coronan la cordillera
de "Laeshaguar" y bajan: a medio día, al llegar al punto deno-
minado "Colac" ven al destacamento Bysivinger que sorprenden
completamente en este punto.
Según Revollé y Escudero, Vento quiso entonces dejar el ata-
que para el día siguiente: los demás se oponen y manifiestan que
"había tiempo; sabemos que ahora son 100 y los tomaremos de
sorpresa; quizás mañana será mayor el número y estamos perdi-
dos. Hoy o nunca". Vento acepta y en el acto divide las fuerzas
en tres fracciones y se comenzó a descender del cerro: una parte
tomó la derecha, otra la izquierda y la última el centro, fraccio-
nes que debían avanzar a la vista, lentamente y tomar la carrera
51
en cuanto llegaran a tiro o fueran vistas por el enemigo. Después
de una hora de marcha se encontraban a 4 cuadras "sin que los
chilenos los descubrieran" dice Revollé y entonces inician el asal-
to y sorprenden a los nuestros.
La resistencia chilena. —Se caracteriza por la firme e inque-
brantable decisión de pelear hasta morir todos, si fuera necesario,
tal como lo acostumbraban los heroicos Buines y la consigna y el
ejemplo dado por Prat el 21 de Mayo y por Ramírez en Tarapacá.
Con las últimas disposiciones, las fuerzas de Araneda esta-
ban repartidas en el campo del combate, en tres agrupaciones, de
S. a N.: primero el destacamento del Sargento Blanco, 15 hrs. en
Cuevas; segundo el destacamento del Subteniente Guzmán en el
corral, frente a la iglesia, y el último, con Araneda, 2 oficiales y, 35
hombres, incluyendo al tambor Aguila, un muchacho de 12 años,
sin rifle, en el, otro corral, frente a las casas.
Estas fuerzas estaban separadas: Blanco a 1. 200 metros de
Guzmán, y éste a 30 de Araneda.
Los peruanos, desde las alturas, que dominaron desde el pri-
mer momento, pudieron perfectamente imponerse de esta repar-
tición y tomaron las medidas consiguientes para aislar a estos 3
grupos y batirlos en detalle.
De aquí nació un triple combate, que describiremos separa-
damente.
1, —Destacamento Blanco. —(Tomado de su propia declaración).
—Este manifiesta que en cuanto vió la señal que le hacía el sol-
dado, González, que ascendió poco después a Cabo, a quien desde
la distancia tomó por uno de los centinelas apostados en la altura,
hizo reunir su tropa para subir en protección de los que estaban
combatiendo en Sangrar, cuyos disparos anunciaban el combate
y orden para "acudir al cañón".
"Con la presteza necesaria ascendí al cerro, dice Blanco, con
la tropa, demorándome, al parecer, un cuarto de hora en llegar
a una cuadra de distancia de las casas que ocupaba el Capitán'';
en este cerro estaba el soldado González que lo llamaba por señas
y donde ambos se unen, éste lo orienta sobre la situación y orden
recibida de su Capitán; avanzan un poco más y se atrincheran a
cuadra, y media de distancia y en la altura frente a la Iglesia,
que desde allí vieron rodeada de muchos enemigos y que desde
su interior se hacía disparos sobre los asaltantes; muy luego no-
tan que la iglesia es incendiada, y como "comprendiesen, dice
González, la situación apurada de mi teniente Guzmán, rompimos
el fuego sobre los peruanos" con lo que facilitaron la salida del
subteniente y de los suyos, lo que se consiguió, pues los peruanos
que estaban a su frente daban la espalda a las tropas de Blanco
y aquellos tuvieron entonces que replegarse a los costados para
52
no ser fusilados por retaguardia, circunstancia que Guzmán apro-
vecha para salir de la Iglesia con 10 hombres y reunirse con la
tropa de Blanco, todo lo cual formó un núcleo de 25 combatientes:
los demás que faltaban, habían muerto o quedado gravemente he-
ridos en el campo.
Al mirar hacia Sangrar, no vieron a ninguno de los chilenos
ni sintieron disparos desde las casas del cuartel, porque en ese
momento se habían suspendido el fuego por parte de los peruanos
para intimar rendición a los que allí sé defendían. Por esta cir-
cunstancia, Guzmán y Blanco creyeron que el Capitán y la tropa
habrían perecido; y como por otra parte, el enemigo iba estre-
chando cada vez más el círculo que los encerraría muy pronto,
resolvieron retirarse a Casapalca, antes de que fuera ya tarde.
2. —Destacamento Guzmán. —El parte sobre el particular del
Subteniente Guzmán, aun inédito, es muy sumario y se limita a
decir que a la 1 P. M. se trasladó a ocupar las pircas del corral
inmediato a la iglesia de la hacienda, distante de las fuerzas del
Capitán como de 25 metros más o menos. "Empeñado el combate,
resistí con mi tropa, que se componía de 15 hombres, por más de
una hora en nutrido fuego con las diversas guerrillas que se apro-
ximaban. Como el enemigo me hubiese hecho ya varias bajas, ocu-
pé la iglesia, donde pude hacer nueva resistencia, y sólo salí del
aquel sitio, abriéndome, paso a la bayoneta, cuando el enemigo in-
cendió la casa" (es decir la iglesia).
En las pircas fué muerto el soldado José Acevedo y a la sa-
lida de la iglesia el soldado Adolfo Ahumada, cuyo cadáver fué
encontrado al día siguiente carbonizado en el dintel, y heridos los
Cabos lrs.. Domingo Mena, José T. Jaña y Juan de la C. Barahona.
Como a las 4, 30 P. M. se retiraba con Blanco hacia Casapalca;
al llegar unos cuantos metros al Sur de Cuevas como a las 5, en-
cuentra a un arriero chileno que venía de Casapalca, Guzmán en-
tonces, en el caballo del arriero se adelanta hacia dicho punto a
pedir refuezo, a donde llega como a las 10, 30 de la noche e inme-
diatamente comenzaron a prepararse una compañía del 3. º capi-
tán Wolleter, otra del San Fernando. Con el Comandante Méndez
a la cabeza, la primera llegó a Sangrar a las 11 A. M. del 27.
A las 12 de la noche llegaba a Casapalca el resto de las fuer-
zas, a cargo de Blanco.
Estos antes de retirarse de Cuevas, oyeron el tiroteo que en
Sangrar se reanudó con mayor intensidad, lo que probaba que sus
defensores no habían perecido.
3, —El combate principal en Sangrar. —Se inició primero que
el de los destacamentos Guzmán y Blanco, tuvo lugar a la 1 de
la tarde del día Domingo 26 de Junio de 1881, y duró hasta las dos
de la mañana del día siguiente 27, con un fuego vivísimo "sin
53
amainar absolutamente de nuestro lado y sin un momento de re-
poso". Es esta una de las acciones de valor más heróico que regis-
tra la historia, sólo comparable a la de "Concepción" que, se
efectuó un año y 12 días después, durante la ocupación del de-
partamento de Junín por la División Canto.
Las fuerzas disponibles de Araneda sumaban, como ya hemos
dicho 3 oficiales (Araneda, Saavedra y Ríos) y 35 individuos de
tropa.
Saavedra y Ríos, en el acto de recibir la orden del Jefe, se
trasladaron con la tropa a la carrera a ocupar las pircas de piedra
del corral frente al cuartel, pircas que iban a servirles de atrin-
cheramiento, cuyas murallas eran bajas para disparar de pie y
altas para hacerlo de rodillas. Ahí cada cual se acomodó lo mejor
que pudo dentro de la iniciativa que siempre despliegan nuestros
soldados en casos semejantes. No terminaban de colocarse en es-
tas trincheras (que los peruanos llaman del "panteón") cuando
los nuestros reciben nutridas descargas, desde las alturas, fuego
hecho por numerosas guerrillas que descendían apresuradamen-
te desde las cimas de las lomas a colocarse en posiciones convenien-
tes, y desde ahí, por todos lados, asediaban a tiros a las tropas de
Araneda, que al verse agredidos de frente, de flanco y por la es-
palda, por medio de fuegos cruzados, que salían desde el E., N. y
O., procuraron resguardarse, lo mejor que pudieron, sin dejar de
disparar sobre el enemigo.
Este fuego duró un poco más de una hora, produjo por eso
sensibles bajas: fueron 21, de los cuales 7 muertos y 14 heridos:
60%.
Por esta razón, a las 2, 15 P. M. Araneda dispuso, (y de las
mismas filas salió entonces el grito, dado por el corneta Aguila,
según el Cabo Loreto, "a encerrarse en la casa de piedra", idea
que aprobó el Capitán) la ocupación de las casas del cuartel, ha-
cia donde se retiraron llevando los heridos, quedando tendidos en
el campo, los muertos. Como los doce de la fama (los 12 españoles
que fueron en auxilio de Tucapel) sólo quedaban inmunes 12 sol-
dados, el támbor-corneta Aguila y 3 oficiales, que por rara suer-
te no sacaron ni un rasguño. "16 por todo".
El cuartel era un edificio de material sólido de piedra y te-
cho de gruesas calamina, con una puerta y tres ventanas (una al
frente y una en cada costado). En este local se guardaban el res-
to de las municiones destinadas a la división Letelier. Cada sol-
dado había entrado al combate con 200 tiros y de dicho depósito
pudo reaprovisionarse de cuanto necesitó.
Estratagemas. —Al retirarse de las pircas hacia el cuartel, fué
cortado y tomado prisionero el soldado Santos. González: interro-
gado por los coroneles Vento (Manuel de la E. ) y Antay (José
54
Simón), que dirigían a los asaltantes, González, a fin de salvar a
sus compañeros, inventó la noticia de que ese día (26) esperaban
a las fuerzas de Chicla, las que debían llegar de un momento a
otro y para cuyo objeto las esperaban con rancho (Declaración
de González). Este informe coincidió con otra argucia de Arane-
de, (dada por Ríos al autor) quien escribió un oficio anunciando
la llegada de 600 hombres en las primeras horas de la mañana y
firmó "Comandante Letelier" cerró el oficio y lo arrojó hacia
afuera con lo que pronto este fué descubierto y cogido por el ene-
migo. Por eso Vento, en cuanto se impuso de su contenido, orde-
nó la salida anticipada de los heridos hacia Canta, recoger los
muertos y deshacerse de otras impedimentas que permitieran una
retirada rápida y fácil cuando fuera necesario.
Ocuparon pues el Cuartel, Araneda, Saavedra, Ríos, 12 com-
batientes, 1 herido y 2 niños (el tambor Aguila y otro menor que
se recogió en Casapalca). Inmediatamente se hizo la distribución
de ellos para defender el cuartel, en 4 grupos que se destinaron a
la puerta y a cada ventana, las que se dejaron abiertas como se-
ñal de que los defensores no tenían tenior alguno a sus enemigos.
Estos grupos, a las órdenes de Saavedra, Ríos, Cabos 2os. Silva y
Loreto, estaban formados por 3 soldados y por los heridos, conve-
nientemente repartidos que dentro del cuartel contribuyeron a la
defensa, sentados por no poder disparar de pie, a causa de sus
heridas. Saavedra y Ríos manejaban rifles; Araneda con sable de-
senvainado y a veces también con rifle, daba grandes voces de
colocarse el cabo tal con 15 hombres en tal ventana, etc..... que
no pisaran los cajones de municiones para que no fueran a esta-
l l a r . . . para hacer creer al enemigo que contaba con fuerzas
considerables y que habían bastante municiones para una resis-
tencia prolongada.
Casi al principiar la defensa del cuartel, "los enemigos, di-
ce Araneda, nos hicieron 5 bajas más entre los 12 soldados, que-
dando apenas 7 de éstos, el corneta y los 4 oficiales" (eran 3).
El combate en el cuartel fué vivísimo, como lo manifiesta la
relación peruana fechada en Canta dos días después: "Acosados
por nuestros fuegos, abandonaron sus trincheraá refugiándose en
las habitaciones de la casa, por cuyas puertas y ventanas dispara-
ban sin cesar sobre nosotros obligándonos a incendiar la techumbre
de paja de los ranchos vecinos que rodeaban al cuartel a fin de
rendirlos".
¡Los peruanos habían dirigido todos los movimientos anteriores
a toque de tres cornetas, lo que prueba que las fuerzas eran de lí-
nea, numerosas y bien adiestradas.
El mismo Vento hizo también quemar su heredad para ver si
así conseguía incendiar el cuartel: inútil intento.
55
A las 4 de la tarde más o menos, Vento ordenó cesar el ataque
y colocado detrás de las paredes del cuartel, gritaba al Jefe enemi-
go: "Capitán, ríndase: ya Ud. ha cumplido con exceso su deber;
es inútil toda resistencia; no busque uiia muerte segura; cómo ca-
ballero le ofrezco todas las garantías que me pida para Ud. y para
su tropa. Capitán, ríndase: haga botar las armas". Y en seguida vi-
varon a Chile y al Perú, como para darnos confianza, dice Ara-
neda.
A esta intimación, el héroe contestó ordenando al corneta Agui-
la tocar "Cala-cuerda" y el fuego se reanudó entonces, por ambas
partes, con nuevo vigor e intensidad.
Viendo el enemigo que era inútil pretender tomarse el cuartel
por asalto, pues cuantas veces sus tropas se acercaron en gruesos
grupos, fueron rechazados y duramente escarmentados, entonces
trataron de incendiar el cuartel directamente, ya que con los in-
cendios de los ranchos vecinos y de las propias casas de la ha-
cienda, el fuego no se comunicó aledificio codiciado. Prepararon
champas encendidas y las allegaban a las puertas y ventanas, dos
de las cuales lograron quemar, siendo apagadas rápidamente por
los defensores. En esta ocasión el veterano, soldado Tomás Oliva,
fundador del Buin, colocó la bayoneta en su rifle, y con ella,
mientras los enemigos amontonaban de soslayo la totora y paja
encendida junto a las puertas, él se las arrojaba inmediatamente
a la cara, sacando su arma también de atravieso.
Entonces discurrieron otro arbitrio: aprovecharon unas cargas
de manteca y derretida la arrojaron al techo, la que inflamaron
con champas encendidas, pero el líquido ardiendo corría por las
canales del zinc sin producir más que calor en el interior, no el in-
cendio deseado.
Comenzaron a abrir forados a barreta, pero los nuestros donde
sentían el golpe denunciador, enviaban sus disparos, y un ¡ A Y!
muchas veces les anunciaba que el tiro no había sido perdido.
Desde las alturas vecinas, varias veces echaron a rodar grandes
derrumbes de piedras, peñascos, y arena, con cuyos escombros creían
aplastar el cuartel. Ésta galgas no produjeron ningún resultado.
¡ Tan sólidos, eran los muros del cuartel, que resistieron a tanta pre-
sión !. Las galgas fueron armas esgrimidas por los peruanos con mu-
cha frecuencia en todas las acciones de la campaña a la Sierra.
Viendo que ni el líquido inflamado producía efecto, hicieron
entonces subir al techo a un soldado a desclavar una calamina; al
sentir el ruido y los golpes, un tiro bien dirigido más por oído que
por ojo, atravesó al osado carpintero que rodó muerto por la en-
grasada calamina y cayó al suelo.
En esta forma variada se combatió hasta las dos de la maña-
na sin descanso, con asaltos repetidos e incesantes a puertas y
ventanas, con forados, líquido hirviendo, galgas, etc., etc., con
cuanto la astucia y las circunstancias permitían, sin lograr rendir
56
un sólo momento a los invencibles BUINES, a estos leones del
valor, que eran chilenos.
¡Las intimaciones de rendición de viva voz, se repetían de con-
tinuo, a las cuales contestaba el corneta Aguila, empuñando su
clarín a una señal de su jefe, y el toque de calacuerda, grato al
chileno que combate, resonaba entre aquellos agrestes picos para
decir a sus contrarios: NO ME VENCEREIS, EL CHILENO NO
SE RINDE!.
"El incendio alumbraba los hórridos farellones de la sierra
con los rojizos resplandores de pira funeraria, y por centenares
de saltantes que se renovaban en la brega, no quedaban en pie sino
SIETE CHILENOS!".
¡"Pero los siete no se rendían"!
'' Hacían trece horas que sin cesar se batían, a la luz del sol en
las trincheras, de noche en los parapetos, a todas horas rodeados
de las llamas del incendio, sin tregua, sin descanso, sin pan, sin
agua, sin humano socorro, ni clemencia".
¡"Pero los siete no se rendían"! ("Sangra" por Vicuña Mac-
kenna).
Esta es la razón porque todos los que han escrito y escriban
sobre Sangrar, forzosamente tendrán que llamar héroes a los siete
soldados, al corneta Aguila, a los 3 oficiales y a los heridos, que tan
alto supieron dejar el pabellón de Chile.
Recordaron que eran Buines, que muchos, tal vez todos, ha-
bían vencido en forma escénica en las alturas de San Juan y que
sus padres conquistaron su nombre en otra lucha memorable, en
el mismo Perú, en la jornada del "Puente de Buin" (1838),
No eran pues "héroes por fuerza", como los llama la autora de la
"Campaña a la Breña". En cambio nuestros historiadores, sin
excepción, reconocen cuanto lo merecen, los actos heróicos de nues-
tros adversarios, haciendo resaltar su actuación y la verdad de
los hechos.
Fin del combate. —Efectivamente, a las 2 de la mañana del
Lunes 27 de Junio comenzó a cesar el fuego enemigo, y éste poco a
poco principió a abandonar el cerco del cuartel y a replegarse a las
alturas, para retirarse de ellas en cuanto a lo lejos percibiera los
anunciados refuerzos que González y Araneda le habían comuni-
cado.
Poco tiempo después, sólo se oían disparos aislados que denun-
ciaban la presencia de los guerrilleros en las alturas, sobre el ca-
mino que conduce a Canta, en la misma dirección por donde ha-
bían venido.
Al amanecer como de costumbre, el tambor Aguila, tocó esta
vez una triunfal diana que el eco de las montañas esparció por
doquier.
Se aprovechó la mañana, por el Capitán, sus oficiales y algu-
nos soldados, para recorrer entonces e1 campo tan caramente con-
quistado, donde encontraron algunos rifle abandonados por el ene-
57
migo una espada de oficial, una mula cargada con víveres cocina-
dos, algunos barriles de manteca, sobrantes de los con que quisie-
ron incendiar el cuartel, algunos cadáveres enemigos y demostra-
ciones de muchos heridos o muertos que llevó el enemigo, por los
abundantes regueros de sangre que seguían hacia el camino.
Se recogieron también nuestros muertos, a quienes se dió cris-
tiana sepultación; se curaron los heridos como se pudo y se con-
taron entonces nuestras pérdidas, que fueron bastante considera-
bles, pues tuvimos un total de 24 muertos, incluso los 7 de Bysi-
vinger (sin incluir al arriero Mella, chileno), dos prisioneros to-
mados por el enemigo, 15 heridos, unos de estos con las orejas re-
banadas por un paisano y 3 contusos. —TOTAL: 44 bajas.
A las 8 de la mañana regresó sin novedad el Cabo Oyarce con
sus 4 soldados, trayendo algunos animales y víveres recogidos en
su excursión, que vinieron muy bien porque el ganado anterior,
fué llevado por el enemigo.
A las 10 de la mañana no se veía enemigo alguno "se retira-
ron oportunamente a Canta, a cantar su victoria (f), exagerar sus
triunfos y disminuir sus efectivos".
Esta retirada tan anticipada se produjo porque muy luego
supieron que venía un considerable refuerzo a los chilenos vence-
dores en Sangrar, una compañía del 3. ° de línea, que efectiva-
mente llegó a este punto a las 11 de la mañana, con el Comandan-
te Méndez, quien después de imponerse de todos estos hechos, hizo
retirar las tropas a Cuevas, en cuyo punto quedaron de guarnición
100 hombres del 3. °, 8 buines incluso el tambor Aguila, los Subte-
nientes Saavedra y Ríos, todos al mando del vencedor, el Capitán
Araned, que era más antiguo que Wolleter.
Los heridos se llevaron a Casapalca, donde el Dr. Sierralta
les hizo las primeras curaciones y de ahí trasladados a Chicla, tér-
mino del ferrocarril a la Oroya, y en seguida a Lima. En el tra-
yecto murió uno de los heridos.
La guarnición de Cuevas se. retiró definitivamente, por orden
superior, a Chicla, el 1. ° de Julio.
Pendidas peruanas. —Como siempre es difícil precisarlas con
exactitud.
Según el Coronel Escudero, murieron el Alférez Falcón (Juan
Clímaco), los voluntarios Doroteo Molina y José M. Valdés y 38
individuos de tropa; heridos: Cap. Calderón, Subteniente Patino
y corneta Igreda, sin indicar tropa. El parte oficial da los mismos
nombres; refiriéndose a los heridos de tropa, dice sencillamente:
"otros soldados que son atendidos con esmero".
58

LA BATALLA DE PICHINCHA.
CONSUMACION DE LA INDEPENDENCIA DEL ECUADOR
(24 de Mayo de 1822).
P. B. G.

No es sencillo establecer el comienzo y el fin del movimiento


que en las distintas colonias españolas de América condujo a su to-
tal emancipación; pero no caeremos en error al asegurar que uno de
los más cruentos y dolorosos fué el que iniciaron los patriotas ecua-
torianos en 1809, que sostuvieron durante trece años sin desmayos
y que remataron en las faldas del Pinchincha ante el testimonio de
venezolanos, granadinos, peruanos, chilenos y argentinos.
En este largo proceso espiritual que dignifica a la ciudad "Luz
de América" precisa distinguir cuatro etapas, marcadas por las
efemérides inmortales del 10 de Agosto de 1809 en que se dió el
primer grito dé libertad en América, anhelo reprimido sangrienta-
mente tras cruel sumario judicial en la noche luctuosa del 10 de
Agosto de 1810,
Esta demostración de violencia, aleccionó al pueblo, le indicó
el camino que ya no abandonaría en ningún momento, y lo llevó a
adherir con entusiasmo y fervor al pronunciamiento del 9 de Marzo
de 1820, "que cuando los pueblos quieren, les nacen alas y hasta el
cielo vuelan". Delatados los patriotas, vuelven a llenar las cárceles
y a gemir en el exilio; pero libres nuevamente, se vuelven a concer-
tar y en la noche del 9 al 10 de Agosto de 1809 se constituye la jun-
ta de gobierno en reemplazo del Presidente don Manuel Uríes, Con-
de Ruiz de Castilla.
Fué esta junta la que declaró que "resumía sus soberanos dere-
chos y ponía el reino de Quito fuera de la dependencia de la capi-
tal del Virreynato" y luego pareciéndole a los patriotas que no es-
taba completa la obra, rompieron los vínculos que unían a esas pro-
vincias con España y proclamaron la independencia. Producida la
reacción española y una vez que la regencia nombró Presidente de
Quito al Coronel español don "Toruno Montes, éste emprendió la
represión del movimiento de los independientes, quienes en Verde
Lomas, Paredones, San Miguel, Mocha, Latacunga, Jalupana, Pa-
necillo y San Antonio, escribieron con su sangre páginas brillantes
de la historia ecuatoriana y de la América.
¿Quedarían sepultadas en Ibarra, las ideas predicadas desde
fines del siglo pasado por el ilustre don Francisco Eugenio de San-
ta Cruz y Espejo y las que desde 1798 predicaba por escrito y de
palabra su fiel colaborador el Dr. Antonio Ante? Se olvidarían los
'' Clamores de Fernando VII'', escritos por este último, a raíz de
59
los sucesos de Aranjuez, concebidos ostensiblemente a defender la
desgracia del Rey, pero encaminados a la independencia en ver-
dad? Evidentemente que nó, del propio modo que no murieron en
Rancagua los anhelos libertarios de los chilenos, ni en ninguna par-
te de América, a partir de los años 13 y 14, en que las fuerzas es-
pañolas volvieron a dominar del todo a los colonos insurgentes. El
desastre de Ibarra en 1812 fué sólo un aplazamiento de la victoria.
Como en casi todos movimientos liberadores de la época hubo en
estos primeros pasos más resolución que tino político, más valor que
consejo y más abnegación que disciplina.
Transcurren así 8 años de penosa espera, hasta que en la albo-
rada que se inicia el 2 de Octubre de 1820 se abren de nuevo las
puertas de la redención. "Los patriotas guayaquileños, dirigidos por
dos distinguidos Oficiales venezolanos del histórico Batallón "Nu-
mancia", el Sargento Mayor don Miguel Letamendi y los Capita-
nes León de Febres Cordero y Luis Urdaneta, proclamaron su in-
dependencia del gobierno español. Al cumplirse un mes de esta ges-
ta orgullosa lqs patriotas obtienen su primer triunfo en Camino
Real, prosiguen larga campaña sembrada de alegrías y dolores,
hasta que en 1821 arriba a Guayaquil, enviado por Bolívar el genio
de las cinco naciones: El General don Antonio José de Sucre.
Tampoco sus primeras operaciones fueron felices, como que la
Providencia reservara a los pueblos, matizadas, miserias y fortuna,
por que en el contraste mejor aprecien el bien que les otorga. Re-
forzadas sus tropas con la División Auxiliar que le envía el Capi-
tán del Sur, General don José de San Martín, entonces en el Perú,
entre cuyas fuerzas van chilenos y argentinos, es redimida Cuenca
y luego Río-Bamba, donde los gauchos argentinos, los huasos de
Chile y, los llaneros de Colombia pasean al galope de sus bridones
los estandartes de la libertad. Los realistas buscan amparo en su re-
tirada hacia Quito
Escrito estaba, que allí mismo donde se pronunciara trece años
antes el primer voto vehemente por la emancipación, se rematara
la obra que costaba ya tanto sudor y lágrimas. La Victoria, la dio-
sa esquiva, quiso colocar a Sucre sobre un pedestal digno de su
grandeza y le reservó el sitial más alto de los Andes; el pedestal
más puro, condigno de su alma virtuosa y le destinó la Ciudad Luz
de América, para que allí rubricara con la sangre de sus valientes,
la sangre inocente derramada el 2 de Agosto y la de los cien mil
héroes ignotos cuyos huesos, sembrados en las montañas, en las sel-
vas y en los llanos, venera hoy la historia justiciera y los acoge la
gratitud de América.
Al amanecer del 24 de Mayo de 1822, la naturaleza viste sus
mejores galas. El escenario es magnífico: sólo los Alpes y las Ter-
mopilas le igualan. Medirán allí su valor, contra la gallardía espa-
ñola, soldados venidos de todas las latitudes de América y aún de
Europa: están allí los hijos de la pampa, los de Arauco, los de la
sierra peruana, —alta y baja— los del Guayas, del Magdalena y del
Orinoco, y a su lado, los valientes hijos de Albión nebulosa. Todos
60
t .

luchan por la libertad del nuevo mundo y los españoles y criollos


realistas defienden los fueros del Rey. Cada uno en su empeño es
leal a su causa.
Penosa marcha realizada en la noche del 23 al 24, ha situado
a las fuerzas de Sucre en lo alto de la montaña, burlando audaz-
mente las posiciones contrarias de la Viudita y Jalupana. Adver-
tido el genial engaño, corre el Presidente Aymerich al encuentro
de su temible adversario. A las 10 de la mañana se inicia la batalla
en que ambos bandos rivalizan en valor y temeridad. A las 5 de la
tarde, después del desbande enemigo, bajan los patriotas a ocupar
la capital reconquistada, alcanzando en ese día el cerrito de La Chi-
lena. Al día siguiente, a primera hora, se firmó la capitulación del
Ejército Real, acto que como todos los de la vida ejemplar de Su-
cre, fué un trasunto de su bondadoso corazón. ¡ Grande en la gue-
rra, grande en la paz!
Dijo el Libertador, refiriéndose a Sucre: "La batalla de Pi-
chincha, consumó la obra de su celo, de su sagacidad y de su valor".
¡No hay muertos, opina Maeterlinck y es verdad, porque los vi-
vos nos sustentamos de los pensamientos y obras de los grandes
muertos. No están muertos los "soldados desconocidos" que die-
ron a torrentes su sangre generosa por la idea de la libertad, ni es
propio llamarles héroes ignotos porque al decir que no teñían nom-
bre, entramos en contradicción, desde que al proclamarlos héroes
ya hemos pronunciado su nombre y su ascendencia: Hijos de la
Gloria. Tampoco está muerto el virtuoso Sucre: su espíritu vive en
los corazones de millones de americanos y la Providencia, en sus
designios impenetrables, no sólo quiso que fuera héroe, sino tam-
bién un mártir, doble corona con que ha pasado a la historia el que
hoy ostenta monumentos en cinco pueblas, el que ayer cayera en
Berruecos a la orilla del camino, víctima de la perfidia, de la ingra-
titud y de la traición, y quien, aún después de la muerte, conserva
en su rostro esa sonrisa bondadosa que es a veces el pudor de las
lágrimas.
¡Gloria a Sucre, padre de la libertad del Ecuador!

¡
61

EJERCITO DEL BRASIL EN EUROPA.


P. B. G.

Muy pronto se cumplirán tres años desde el día en que el Bra-


sil se incorporó al esfuerzo de los aliados, colaborando activamente
en la guerra contra el Eje, por el envío del Cuerpo Expedicionario
que comanda el General Mascarenhas de Moraes, primeras fuerzas
sudamericanas que han combatido en Europa desde que el mundo
es mundo.
La entrada de las fuerzas brasileñas en la guerra, ocurrida el
22 de Agosto de 1941, marca una fecha memorable en la historia de
las naciones americanas y su acción conjunta con el 5. ° Ejército
del Tte. General Mark Clark en Italia, es un símbolo de la estrecha
unión de las Américas sajona y latina.
Preseas están las declaraciones altamente encomiásticas y jus-
tas, que pronunciaron numerosos hombres de estado de todo el mun-
do y los representantes diplomáticos de las naciones amigas del
Brasil sobre el esfuerzo de guerra que realizaba esta República al
disponer que los mejores de sus hijos fueran a mezclar su sangre
generosa con la que se vertía en campos europeos, en común sacri-
ficio con las naciones aliadas.
Dijo Winston Churchill en histórico documento dirigido al
Exemo. Sr. Presidente Getulio Vargas: "En este día, señor Presi-
dente, en que vuestra República celebra con orgullo su tradición
militar, os mando este mensaje de admiración por la firmeza y
prestancia con que vuestras magníficas fuerzas, que tuve el honor
de inspeccionar, trabajan por la libertad de Italia. Estoy cierto de
que ellas mantendrán la alta tradición del Brasil y tomarán parte
saliente en el combate contra las fuerzas del mal".
Se cumplían entonces dos años de activa colaboración en el
continente europeo de las bayonetas brasileñas. En numerosas ac-
ciones de guerra estas bravas tropas americanas habían dejado cons-
tancia de su irresistible valor: el paso del río Arno, tenazmente
defendido por los alemanes, fué forzado victoriosamente por los
hombres de los Generales Mascarenhas de Moraes y de Zenobio da
Costa; luego, la entrada a Pisa y el 17 de Septiembre ya los encon-
tramos en acción en un importante sector de la línea Gótica, en
compañía de canadienses, norteamericanos, británicos, sudafrica-
nos e hindúes. Proclamó entonces un parte oficial del Cuartel Ge-
neral aliado que " en su primer día de combate las tropas de la
Fuerza Expedicionaria Brasilera había realizado un avance de
cerca de dos kilómetros y había capturado una ciudad en el frente
del 5. ° Ejército. En mensaje enviado el día 19 por el General Clark
62
reconoce explícitamente "el valor y la buena dirección de las fuer-
zas brasileras amigas".
El día 20 de Septiembre el Cuerpo Expedicionario reconquistó
a Campole, en un avance de 8 kilómetros a través de territorio
profundamente quebrado y batido desde alturas dominantes. Que-
dó asegurado así el mar del puerto de Viareggio y el importante
cruce de caminos de Campole; así como la altura más destacada de
esa zona. En el parte oficial del Cuartel General Aliado se leyó ese
día 20: "la Fuerza Expedicionaria Brasilera está atacando las po-
siciones nacistas de la línea Gótica, donde "las defensas alemanas
son las mayores y más poderosas de todas las que fueron atacadas
hasta aquí". Y el Secretario de Estado norteamericano Sr. Stim-
son declaró: "las tropas brasileras dieron una nueva muestra de su
agresividad''.
El 21 de Sept. ocupan al asalto las posiciones de Monte Barco,
Monte Agudo, y Camaiore. El 22 controlan el Monte Prano seis mi-
llas al Este de Piedra Santa. Gracias a las posiciones conquistadas
por los brasileros, las demás unidades del 5. ° Ejército pueden uti-
lizar la gran carretera de Lucca - Maiore - Piedra Santa, verdadera
puerta de acceso para nuevos avances a lo largo del litoral de Ligu-
ria o por las colinas que dominan toda aquella región.
El 22 de Septiembre los brasileros atacaron el pico más alto de
esa zona que mantenían los alemanes obstinadamente en su poder,
por el eficaz control que les permitía sobre el campo de batalla. El
avance fue de 13 Kms. en línea recta y les dió ocasión para la cap-
tura de numerosos prisioneros.
El 24 de Septiembre llegó a Italia el Excmo. Ministro de Gue-
rra del Gobierno del Brasil, General Gaspar Dutra, a inspeccionar
a sus bravos soldados en acción. En esta oportunidad declaró al
General Maitland Wilson, Comandante Supremo Aliado en el Medi-
terráneo, que "las fuerzas de su país permanecerán al lado de sus
aliados hasta que la victoria final sea obtenida" y que era su pro-
pósito que las fuerzas de su patria en Europa alcanzaran la más
alta eficiencia posible, en cuyo objeto el Brasil no escatimará me-
dios ni recursos. Después de visitar la línea Gótica y sus eficientes
defensas, vencidas ya por los ejércitos del General Clark y, por con-
siguiente, por la Fuerza Brasilera, el General Dutra expresó: "La
ruptura de la Línea Gótica es el más reciente indicio de la eficien-
cia del Quintó Ejército del General Clark, de la organización de
su Comando y de la preparación de sus tropas".
Luego después de visitar el frente, en el que las tropas brasile-
ras atacaban en esos días las fuertes posiciones de la línea gótica
alemana, días de convivencia estrecha con las tropas y Altos Co-
mandos Aliados, el General Dutra fué recibido por S. S. el Papa
y en esta oportunidad declaró: "Como católico es para mí un motivo
de gran satisfacción haber sido reicibido por su Santidad. El Sumo
Pontífice conoce el Brasil y está muy interesado en los asuntos bra-
sileros".
63
Anteriormente, el 1.o de Septiembre S. S. Pío XII había reci-
bido a los Generales Boaneger Lopes de Souza, "Washington Vazel
Mello, Waldemiro Gomes Ferreira,, todos pertenecientes al Supre-
mo Consejo de Justicia Militar que funciona junto al C. G. de las
Fuerzas Expedicionarias. Su Santidad, a pesar de sus múltiples
trabajos, se da tiempo para recibir a los millares de Jefes, Oficia-
les y soldados que solicitan su bendición apostólica. Al retirarse los
jefes brasileros S. S. obsequió a cada uno de ellos un rosario.
Ha transcurrido más de medio año desde aquellos días y nue-
vas fuerzas brasileras se han sumado a las primeras. Cuotidianos
esfuerzos paralelos a los de sus aliados, han llevado a estos soldados
de Latino América a participar en las más cruentas batallas de la
guerra, acciones en que han cosechado merecidos laureles. Honra
del Brasil y de la América es esta gloria brasilera.
Trascendentales sucesos dan remate en Europa a la terrible
contienda que ya dura más de seis años. Casi tres años hace que los
contingentes de hombres y de materiales de nuestra hermana, la
gran República del Brasil combaten en Europa por la más noble
de las causas haciendo honor a la declaración del Ministro de Re-
laciones de ltamarati, el entonces Canciller Sr. Aranha: "El Bra-
sil está dedicado íntegramente a las Naciones Unidas y a la posición
de éstas en América. El Brasil no modificará sus posiciones en el
más insignificante detalle, en ningún momento y por motivo al-
guno".
La historia recogerá sus palabras y verificará el fiel cumpli-
miento que el Gobierno, el pueblo y el Ejército de la Patria del
Duque de Caixas han dado a su palabra y al propósito, ardiente-
mente sentido, de luchar por la gran causa de la libertad. El pue-
blo de Chile, amigo tradicional del Brasil se siente orgulloso de su
hermano y espera verlo colocado en todo momento en el plano su-
perior que merece por su patriotismo y por su dignidad ejemplar
en la presente contienda mundial.
64

INDEPENDENCIA ARGENTINA
P. B. G.

Una vez más celebra el pueblo argentino el aniversario de


la declaración de su independencia, acto que consumó el Congre-
so de Tucumán hoy hace 129 años. No se trataba en este caso
de una expresión romántica del anhelo de un pueblo que quería
ser independiente y soberano, —porque en el hecho las provincias
de la Plata ya lo eran desde 1816—, tal como lo hizo Chile dos
años más tarde, aún cuando estaba distante de serlo, y como lo
hicieron tantos países que luchaban por su libertad desde que en
Chile, a partir de 1817, y con la poderosa ayuda argentina, em-
pezaron a asestarse golpes decisivos al dominio peninsular. En
el caso de la Argentina la situación era muy otra y el mérito del
paso que iniciaron los congresales de Julio con su histórica de-
claración, merecer ser destacado por las características tan espe-
ciales y distintas que alcanzó en momentos en que su gobierno
interior y los peligros exteriores la, amenazaban de disgregación,
coincidiendo con los instantes mismos en que las armas argenti-
nas se alistaban en generoso esfuerzo para difundir en otros ám-
bitos americanos la libertad que empezaban a perder; la infle-
pendencia recién conquistada y que ya veíase amenazada de
fuera y de dentro; la unidad histórica de orgulloso recuerdo, que
los pueblos, sin medir las consecuencias, destruían en sus pasos
infantiles por el novedoso camino.
La manifestación popular que había derribado al Gobierno
de Alvear impuso la necesidad de reunir un Congreso que echa-
ra sobre sí la tarea de dictar una. Constitución del Estado. Eran
los días en que Artigas se ocupaba de lo mismo para organizar
un Estado Federal a base de Córdoba, la Banda Oriental, Entre
Ríos. Corrientes y Santa Fe; en que el Paraguay ya decididamen-
te independiente de Buenos Aires se abstenía de toda colabora-
ción; en que Güemes, a la cabeza de Salta también se separaba
del Gobierno central; en que se anunciaba la invasión portugue-
sa a la Banda Oriental. Y por maravilloso contraste, esta misma
nación en vías de disolución interna vaciaba sus caudales en
Mendoza, enviaba allá sus mejores y más valiosos recursos de-
fensivos, para dar forma a la prodigiosa creación de San Martín:
el Ejército Libertador de América.
Tras vencer mil dificultades y resistencias logra el Director
que concurran al Congreso 7 diputados de Buenos Aires, 5 de
65
Córdoba, 4 de Chuquisaca, que estaba, en poder del enemigo; 3
de Tucumán, 2 de Catamarca, Santiago del Estero, Mendoza y
Salta, y 1 de la Rioja, San Luis, San Juan, Mizque, Coehabamba
y Jujuy. No concurrieron la Banda Oriental, el Paraguay, Entre
Ríos, Corriente y Santa Fe, y por esta razón no firmaron el acta
de independencia.
Es de notar entre los diputados la presencia de doctores y
sacerdotes eminentes, a cuya ilustración y patriotismo confiaron
los pueblos la dictación de sus destinos: entre los primeros don
Juan José Paso, don José Mariano Serrano, don Pedro Medrano,
don Francisco Narciso Laprida, Godoy Cruz, Pérez Balnes, An-
cliorena y Gorriti; y, entre los sacerdotes, don Antonio Sáenz,
Fray Justo de Santa María de Oro, Fray Cayetano Rodríguez
que sería él cronista del Congreso, y Fray Pedro Ignacio Castro
Barros.
Erizada de dificultades se presentaba la tarea a los consti-.
tuyentes del 16 y si bien muchos de ellos habían participado en
la gesta revolucionaria de 1810 y en la asamblea del 13, otros
tantos, tal vez los más, carecían de la orientación señera que
muchas veces se perdió en debates bizantinos y de poca monta,
obscurecidas las razones del recelo que inspiraba Buenos Aires
a las provincias interiores. No obstante la unidad de miras, hon-
rosamente uniforme, sobre la necesidad de poner término a las
disensiones interiores, a poco andar se dividieron las opiniones en
corrientes inconciliables acerca de la forma de gobierno que ha-
bía de acordarse: central o federal, monárquico o republicano.
El recrudecimiento de las diferencias en Santa Fe y en Buenos
Aires aceleró la determinación de elegir un Director Supremo,
delicado cargo que se confió por unanimidad de votos al repre-
sentante de San Juan, don Juan Martín Pueyrredón, cuyo nom-
bre se había ilustrado en la represión de la invasión extranjera
y demás grandes hechos precursores y sucedáneos de la revolu-
ción de Mayo.
Llegan al Congreso por estos días las melancólicas nuevas
de las agitaciones que trabajaban a Buenos Aires, de la próxima
invasión portuguesa sobre el Río de la Plata y la de la reanuda-
ción de las hostilidades de Artigas y las tropas nacionales.
No cabían ya mayores vacilaciones y el Congreso, en gesto
altamente honroso, supo elevarse a la altura de las circunstancias
prestando nuevo impulso a la revolución, llamando a la unidad
a los disidentes, y señalando la superior razón de la existencia
amenazada a los bandos que, empequeñeciendo él momento his-
A. H. 5.
66
tórico que vivían las provincias, contribuían al fomento del pe-
ligro y al exterminio de la nación. En aquel instante de extre-
wa prueba, lo único que el Congreso podía proponer para aunar
las voluntades y volver a la reflexión y a la unidad perdidas, era
la declaración de la independencia, altivo reto que tornaría las
mentes a los augustos días de Mayo, "invocando al Eterno que
preside el universo en nombre y por autoridad de los pueblos
que representaba".
Fué el 9 de Julio de 1816 el día majestuoso en que los pa-
triotas argentinos reunidos en el Congreso de San Miguel del
Tucumán hicieron pública declaración de su propósito de "pro-
mover y defender la libertad de las Provincias Unidas, y su in-
dependencia del rey de España, sus sucesores y metrópoli y de
toda dominación extranjera", prometiendo sostener este jura-
mento para edificación de las edades, "hasta con la vida, habe-
res y fama".
El 21 de Julio se juró en sesión solemne del Congreso y en
presencia de inmenso pueblo la independencia argentina y cua-
tro días después se declaró por bandera nacional la celeste y
blanca que había proclamado Belgrano en Jujuy y que antes
había ondeado en las baterías del Rosario.
Meses después de esta afirmación tan elevada, los hijos de
esas provincias trasmontan los Andes y abandonando sus hogares
a la incierta suerte de su Patria, van extendiendo por el conti-
nente, como antes otros cuatro ejércitos argentinos, el verbo sa-
grado de "Libertad, Libertad, Libertad", dando vida a nuevas
ilaciones con la savia inagotable de su propia sangre. Argentinos
en los Andes, Chacabuco y Maipo; en Lima, Riobamba y Pichin-
cha; en Junín, Ayacucho y en el Amazonas, mientras su propia
Patria se desgarra en dolorosa convulsión, declaran la virilidad
de su raza en generosa ofrenda de amor fraternal.
Desde entonces hasta nuestos días, fecunda historia da cuen-
ta de quebrantos y progresos y placentero resulta hoy confirmar
la iluminada visión con que los congresales de Julio anunciaron
al país y á las naciones del orbe el destino venturoso que ellos
preparaban a su Patria, cuando dijeron: "El pabellón victorioso
de la nación más rica de la tierra se ostentará sobre los muros
de nuestras fortalezas y flameará sobre las ondas con toda la
dignidad que le atraiga sus respetos. Tierras inmensas y feraces;
climas variados y benignos; montes de oro y plata en extensión
interminable; producciones de todo género, exquisitos, atraerán
a nuestro continente millares de millares, sin número de gentes,
a quienes abriremos un asilo seguro y una protección benéfica"
Recordemos en este día de justa y orgullosa alegría de nues-
67
tro muy querido hermano el pueblo argentino, junto a los glo-
bosos congresales de Julio, a los miles de hijos de esa tierra ben-
dita que en aquellos propios días se adiestraban en las artes de
la milicia en recogimiento casi religioso, a la sombra de una
Bandera soberana y bajo la protección de la Virgen, para mar-
char cual nuevos Cruzados, con encendida fe, por los caminos
del mundo en misión redentora de paz y libertad.

INDEPENDENCIA DEL URUGUAY.


LIBERTAD O MUERTE.
P. B. G.

Desde el 28 de Julio de 1828, fecha en que por el Tratado de


Paz y Amistad concluido en Río de Janeiro entre el Brasil y la
Argentina, terminan las hostilidades suscitadas entre una y otra
potencia a partir de Noviembre de 1825, data la existencia de la
República. independiente del Uruguay, antigua banda Oriental del
Virreynato de la Plata, Provincia Cisplatina del Reino del Portu-
gal y del Brasil después, y teatro de operaciones, cual nueva Bél-
gica, durante la alternativa dominación española, Argentina, bajo
Artigas, incorporada al Imperio, recuperada por los 33 orientales
con el auxilio argentino, hasta la total extinción de las guerras que
dieron ocasión a los patriotas uruguayos para dar libre expansión
a sus sentimientos de libertad, precioso bien de que ya gozaban
casi todos sus hermanos de América.
El 18 de Julio de 1830 se juró solemnemente la Constitución
de la República Oriental del Uruguay, fecha que consagra su in-
dependencia, y el 23 de Octubre la Legislatura eligió Presidente
constitucional de la República al General don Fructuoso Rivera,
brazo derecho del caudillo Artigas, durante los tres años de su va-
lerosa resistencia y principal colaborador de los 33 orientales que
encabezó el patriota don Juan Antonio Lavalleja en su temeraria
empresa libertadora.
Tierra de Zapicán, Abayubá y Cabari tierra de Tabaré, el
noble hijo del cacique Cabacé y de madre española, quien, enamo-
rado de la bellísima doña Blanca, hermana de don Gonzalo de Or-
gaz, muere en silencio por su amor después de rescatarla de las
manos de Yamandú,
68
"Es el hombre - charrúa,
la sangre del desierto.
¡La desgraciada estirpe que agoniza
sin hogar en la tierra ni en el cielo!".
Visitadas esta costa y país orjentales, tierra de charrúas, desde-
los primeros días de los fabulosos descubrimientos en Indias, pa-
san por ellas esos hambres de leyenda que encabeza Díaz de Solís,
quien llamó Islas de Torres, en honor de su cuñado el piloto de
este nombre que le asistía en su armada, a las primeras tierras de
la costa uruguaya, y funda luego a Nuestra Señora de la Cande-
laria en el lugar que hoy ocupa Montevideo, según algunos auto-
res, o en Maldonado, según otros.
Cuatro años más tarde pasa por allí el muy magnífico don
Hernando de Magallanes y uno de los vigías de sus buques al divi-
sar tierra, grita: "Monte Vidi eu", nombre con que queda bauti-
zado el cerrito al sur del Cabo de Santa María, luego la bahía y,
por último, la preciosa capital que fundara en 1724 el Mariscal.
Gobernador don Bruno Mauricio de Zabala.
En 1527 pasa Gaboto, Piloto Mayor de España en reemplazo
de Solís, —muerto éste a manos de charrúas, — y a quien espera
también, sino la muerte, el fracaso, no sin dejar huellas en fun-
daciones, que como las de San Salvador y Sancti Spiritus son pre-
sas trágicas de los naturales. Continúan aquellas exploraciones don
Diego García y luego los cuatro Adelantados, don Pedro de Men-
doza, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Juan Ortiz de Zarate y don
Juan Torres de Vera y Aragón.
Ün siglo más tarde, en 1624 se funda en territorio uruguayo
la primera población importante, Santo Domingo de Soriano, pri-
mitivamente en la isla del Vizcaíno y trasladada luego, bajo el go-
bierno de don Manuel Velazco, al lugar en que hoy se encuentra
ésta, la más antigua fundación española, reducción franciscana
fundada por Fray Bernardino de Guzmán.
Siglo y medio duran los trabajos civilizadores de las misiones
jesuíticas, las que llegan a fundar 32 reducciones en esta zona, de
las cuales 7 corresponden a la Banda Oriental y que alcanzan a
contar más de 40. 000 indios civilizados, constituyendo los 7 pue-
blos de Misiones Orientales: San Francisco de Borja, San Nicolás,
San Juan Bautista, San Luis Gonzaga, San Miguel, San Lorenzo
y Santo Angel, hermosas poblaciones en que los naturales, redu-
cidos a la moral y paz cristianas, lograron visible adelanto en ar-
tes, industrias, labores de la tierra y buen vivir. Arrasadas des-
pués por los mamelucos después de inútilmente desacreditadas por
los encomenderos, las ruinas de esos progresistas planteles dicen
hoy mismo de su grandeza y civilización.
Viene en seguida la Colonia, como en el resto de la América,
con sus Gobernadores y Cabildos, y siempre los Charrúas indómi-
tos en el camino de los extranjeros, hasta cerrar sus ojos el últi-
69
mo de aquella estirpe en 1832. Gran copia de nobles españoles fin-
can hondamente en estas tierras de promisión las viejas raíces de
estirpes nobilísimas y dan pie a una raza que, entre todas las de
América, sobresale por la limpieza de su sangre y por las luces de
us espíritu.
Ingenios felicísimos como los de Zorrilla de San Martín, el
poeta excelso, que compone el canto a la raza; Rodó el filósofo por
excelencia y estilista impecable, cuyos Ariel, Motivos de. Proteo y
El Mirador de Próspero le hacen inmortal; Alberto Zum Felde
y Carlos Roxlo que sobresalen en la crítica literaria; en la poesía
Delmira Agustini, Herrera Reissig, Frugoni, Oribe, Emilio Re-
gules y Raúl Montero Bustamante; en el derecho, internaciotial el
erudito don Luis Melián Lafinur; Florencio Sánchez en el teatro,
en la pintura Blanco. Viale, en la escultura Bernabé Michelena,
Antonio Pena, Marré y José Luis Zorrilla de San Martín, hijo del
cantor de la raza, y en la música Eduardo Fabiani, Brocqua, Cor-
tinas, y Garibaldi, todos hacen honor a esta raza privilegiada que
emancipó Artigas, a quien cruel fortuna negó la dicha de mirar de
cerca la gloria de su obra y cuyo lema de vida parece haber sido
el que ostenta orgullósamente el blasón nobiliario de San Felipe
de Montevideo:
"Con libertad no ofendo ni, temo".
Campeón de la libertad este pueblo, en todo tiempo, promo-
viendo en toda ocasión el derecho de gentes y la libertad humana,
se destaca hoy en, las deliberaciones internacionales por su sana y
limpia aspiración de justicia y de paz. Pueblo procer como pocos,
Bélgica americana por su cultura y dolores, proclama para el mun-
do la fraternidad y templanza que mucho tiempo estuvieron fuera
de sus proDios caminos, en cuvos votos se ve acompañado de sus
hermanos del continente, —Chile entre los primeros, — que sus-
piran por vivir y prosperar a la sombra benéfica de los albos pa-
bellones de la paz, dentro de una meior organización del mundo,
en que la violencia quede proscrita definitivamente, para felicidad
de los hombres y de los pueblos.
70

LA INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY.


P. B. G.

La inmensidad del imperio español, su alejamiento de la me-


trópoli, el grado de prosperidad adquirido por algunas de sus co-
lonias, los efectos del sistema político y comercial metropolitano
respecto de sus posiciones ultramarinas, la intervención de Napo-
león en España y Portugal, los postulados revolucionarios france-
ses, el ejemplo de la emancipación de los Estados Unidos de Norte
América, las ideas avanzadas de los enciclopedistas y el sentimien-
to de amor por el suelo natal, han sido las causas generales que se
aducen de ordinario para explicar las que motivaron la indepen-
dencia de las secciones coloniajes españolas en América.
Es natural que unas más que otras, y todas juntas obraron
en cada región distinta, diverso resultado; pero generalmente se ol-
vidan, las influencias que desde la propia península determinaron
huella profunda en los espíritus americanos. Cita don Ricardo Levene
la influencia liberal y antimonárquica de las obras del Padre Riva-
deneyra, las del eminente y múltiple Saavedra Faiardo y Francis-
co de Vitoria, el Dadre del Derecho Internacional, merecedor por
ésto sólo a un más amplio reconocimiento, sostiene la tesis de la
igualdad de las naciones; el Padre Mariana que proclama la igual-
dad de los individuos que componen una sociedad política, y Suá-
rez que funda la existencia del Estado en el consentimiento de los
hombres, con lo que se adelanta en mucho a las teorías de Rousseau
en su Contrato Social. También se olvida lamentablemente la igual-
dad perfecta que anhelaba la Reina Isabel, sin distinción de razas,
como lo dice y lo repite en cada una de las cédulas reales por las
cuales capitula con los conquistadores.
A todo esto agregaremos que más de cincuenta años antes del
comienzo de la revolución francesa, el Paraeruay fué escenario de
un acontecimiento histórico inmortal, la Revolución Comunera, que
alentó bajo principios avanzadísimos, que sirven hoy de fundamen-
to a las modernas democracias y puso por encima de todas las le-
yes, de todas las voluntades y de todos los poderes, la ley, la vo-
luntad y el poder del común, esto es, del pueblo, cuyo reflejo y
emanación eran los demás.
En esta revolución criolla, parecida a la que con igual ban-
dera estalló en el Socorro, en Nueva Granada, exterminada con ríos
de sanare, no se hizo sino imitar las luchas populares habidas en
la península, las que fueron precedidas por la protesta de Toledo;
la actitud varonil de Juan de Padilla; sus consecuencias en Avila,
Soria y Segovia: el incendio y ruina, de Medina del Campo, todo
esto y el recuerdo de los primeros gritos de libertad lanzados en
América, en la Villa de Santa María de Asunción en los días de
71
Irala y Suárez de Toledo, fueron ios fundamentos de la sangrienta
revolución comunera que despertó en el Paraguay, antes que en
ninguna otra sección americana, el amor por la libertad, amor que
se tradujo y plasmó en el lema orgulloso y valiente de la Gran
Guerra: Libertad o Muerte.
Este sentimiento, tan fuertemente arraigado en el pueblo pa-
raguayo, hizo que éste, consultada su voluntad soberana en 1810,
se decidiera derechamente por la independencia, por constituir una
nacionalidad autónoma, desde que lo era ya por su origen racial
particularísimo y propio, y por la innegable influencia que debie-
ron ejercer en este pueblo tan enamorado de sus libertades, los va-
riados motivos que hemos enunciado anteriormente y que fueron
generales en toda la América, aunque en distinto grado.. Fué, pues,
la revolución de la independencia del Paraguay, dicho en el verbo,
claro y erudito del Doctor D. C. A. Vasconcellos, "el resultado de
su evolución social; la ejecutoria de una ley natural incontenible,
mas potente que el mero designio de los hombres y más perenne
que las circunstancias adversas de la historia".
Cuando el 25 de Mayo de 1810 fué depuesto en Buenos Aires
el Virrey don Baltazar Hidalgo de Cisneros y se constituyó la Pri-
mera Junta de Gobierno Provisorio, tanto esta Junta como el Ca-
bildo oficiaron a las Provincias que hasta entonces habían forma-
do parte del Virreynato de la Plala, exhortándolas a reconocer el
nuevo gobierno. En esta oportunidad el Gobernador del Paraguay
Coronel don Bernardo Velasco, consultó al Cabildo asunceno y este
Cuerpo informó claramente '' que la actividad del gobierno español
en el Paraguay había caducado", por lo que el Cabildo recomen-
daba que "se guarde armoniosa correspondencia y fraternal amis-
tad con la Junta Provincial de Buenos Aires, suspendiendo todo
reconocimiento de superioridad en ella, hasta tanto S. M. resuelva
la que sea de su soberano agrado".
Como se ve, desde el primer momento hubo la intención deci-
dida, de mantenerse independientes y a la espera de los aconte-
cimientos qué ocurrían en España, que serían los únicos que po-
drían variar tal determinación. Es de recordar que todas las Jun-
tas de Gobierno establecidas en América, inclusa la de Buenos
Aires, se instalaron jurando fidelidad a Fernando VII.
Las exigencias de Buenos Aires y la "resolución de la Asunción
condujeron a la guerra y en las acciones de Paraguarí y de Tacuarí
por cuyas resultas debió capitular Belgrano, quedó asentada fir-
memente la voluntad del pueblo paraguayo de ser libre e indepen-
diente de España y de todo otro gobierno que quisiera tutelar sus
destinos. El propio Belgrano proclamó su admiración por este glo-
rioso pueblo: "Así es que han trabajado para venir a atacarme
de un modo increíble, venciendo imposibles que sólo viéndolos pue-
de creerse; pantanos formidables, el arroyo a nado (el Tacuarí),
bosques inmensos e impenetrables, todo les ha sido nada para ellos,
pues su entusiasmo todo les ha allanado. ¡ Que mucho! si las mu-
72
jeras, niños, viejos, clérigos y cuantos se dicen hijos del Paraguay,
están entusiasmadas por su Patria".
Estas, primeras muestras del poder insuperable del patriotis-
mo alentaron a los seguidores de José de Antequera y Castro y de
don Juan de Mena, y muy pronto se sucedieron una tras otra, va-
lientes demostraciones del espíritu de los Caballero y de los Iturbe,
de los Recalde, Yegros y Mora. El Gobernador Velasco, español,
cuyo mérito estuvo en oponerse a la absorción de Buenos Aires,
con la diplomacia y con las armas, debió sufrir las consecuencias
de su defección en los campos de batalla con mengua visible de su
anterior prestigio, y cuando, descubiertas las conspiraciones de Ya-
guarón en Enero de 1811 y la del 4 de Abril, ordenó el enjuicia-
miento de numerosos paraguayos por ser propagandistas de las
nuevas ideas y la recolección de armas que estaban en poder de
particulares, su impopularidad creció cuanto cabía y exasperó has-
ta a los más ponderados simpatizantes del pensamiento libertador.
Los oficiales que habían actuado en los campos de batalla, en-
cabezados por el que había de ser Padre de la Patria, Capitán don
Pedro Juan Caballero, el Capitán don Antonio Tomás de Yegros,
el Tte. Coronel don Fulgencio Yegros, el Alférez Vicente Ignacio
Iturbe, el Dr.. D. Y. Gaspar Rodríguez de Francia y el Capellán
don José Agustín Molas, se concertaron para llevar adelante los
patrióticos proyectos que bullían en sus mentes y corazones pro-
ceres. Los futuros libertadores se reunían secretamente en casa de
don Juan Francisco Recalde, ubicada en la esquina de las calles
llamadas hoy 14 de Mayo y Presidente Franco, vieja casa colonial
que es hoy mismo una reliquia histórica que venera el pueblo pa-
raguayo, porque de allí salió el primer grito de Libertad.
A estas reuniones asistían además del dueño de casa y del
Capitán Caballero, los capitanes Mauricio José de Troche, Anto-
nio T. Yegros y Juan Bautista Rivarola, Fray Fernando Caballe-
ro, Presbítero José Agustín Molas, los Tenientes Montiel y Zarco,
el Alférez Iturbe ya citado y su hermano Juan Manuel. Producida
la revolución le prestaron todo su apoyo el Dr. Francia, Fray Dr.
Francisco Xavier de Bogarín, don Femando de la Mora, el Capi-
tán Juan Valeriano de Zebalíos, y los oficiales jóvenes Carlos Ar-
guello, Juan Bautista Acosta, Agustín Yegros y Pedro Alcántara
Estigarribia.
Las sospechosas conversaciones del Gobernador Velaseo con el
Delegado de la Serenísima Señora Princesa Carlota del Brasil,
hermana de Fernando VII, cuya política encaminada a suceder a
su augusto hermano en el dominio de las colonias americanas era
ostensible, produjeron el efecto necesario de anticipar la revolu-
ción y fué así, que en la mañana del 14 de mayo del mismo año
1811 se resolvió dar la señal conocida por los revolucionarios y que
consistía en un toque de campana en la Catedral de la Asunción.
Cabalero, acompañado de Iturbe, salió con tres compañías de
infantería y 3 de artillería y tomó rápidamente el Cuartel de In-
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fantería. El Alférez Iturbe fué enviado con un oficio al Palacio de
Gobierno a intimarle a Velasco el fin de su poder, no quedándole
a éste más arbitrio que entregarlo, a la vista de la decisión que pre-
sidía todos los actos de los revolucionarios. Ese mismo día quedó
constituido el gobierno que consistió en una Junta integrada por
e1 propio Velasco, por el Dr. Rodríguez de Francia y por don Juan
Valeriano Zeballos.
A poco hubo de ser depuesto el Coronel Velasco por su acti-
tud sospechosa hacia el Brasil, quedando en el gobierno el Dr.
Francia y Zeballos, hasta la reunión del Congreso convocado para
el 17 de Julio. Reunida esta asamblea se constituyó una Junta Su-
perior Gubernativa compuesta del Tte. Coronel don Fulgencio Ye-
gros, el Capitán don Pedro Juan Caballero, el Dr. Francisco Xa-
vier Bogarín y don Fernando de la Mora.
El 20 de Julio la Junta ofició a la de Buenos Aires comuni-
cándole la revolución del 14 de Mayo y expresando su propósito
indeclinable de mantener a toda costa la independencia conquis-
tada. Esta decisión tomada a firme en esos días, reflejaba el pen-
samiento del Dr. Francia y fué su primer y más grande servicio al
porvenir histórico de su pueblo. La nota del 20 de Julio de 1811
es el verdadero monumento jurídico de la emancipación paraguaya
El 14 de Mayo de 1811, la ciudad de la Asunción vivió el más
grande de sus días, entre tantos otros Renos de gloriosa historia,
cuyo reguerdo forma el ejemplar ñandutí de la raza, el más sutil
y delicado que han tejido manos de vírgenes paraguayas.

PRECURSORES DE LA INDEPENDENCIA
DEL PERÚ.
P. B. G.

Si bien se mira en las páginas de la historia, uno de los prime-


ros revolucionarios americanos de los que se rebelaron contra el
poder imperial del monarca español, fué, sin lugar a dudas, el Ge-
neral don Gonzalo Pizarro, quien llegó a quemar el estandarte real
y a destituir y ajusticiar al primer Virrey del Perú don Blasco Nú-
ñez de Vela, en defensa de los derechos de los conquistadores. Otros
muchos conatos de esta y parecida traza registran los anales, pero
recordamos el presente por ser el primero ocurrido en el Perú, cuyo
aniversario a su incorporación a la vida independiente, recordamos
hoy con aquel regocijo que viene de la hermandad del origen, len-
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gua, religión y destinos históricos. De paso diremos que ya anterior-
mente Francisco Pizarro, el Marqués, con sus trece compañeros de
la Isla del Gallo, se había resistido a la orden de. regresar que le
impartía el Gobernador de Panamá, prefiriendo marchar a su des-
cubrimiento ''a ser rico", antes que volver "a ser pobre", primer
alzamiento que le daría fama y fortuna, seguidas, como ocurre tan
de ordinario, de destemplanzas y muerte.
La rígida organización colonial española cuyo centro en Sud
América fué el Perú dió ocasión a que allí precisamente fuese más
notoria la severa sujeción impuesta a los naturales y, por lo tan-
to, menos soportable para ellos la pérdida de libertad que los tribu-
tos acordados para el sustento de la corona, distraída entonces en
Europa, en gloriosas campañas continentales.
Destruida la familia imperial en diferentes épocas, la primera,
por cbra de los conquistadores que iniciaron la grandiosa hazaña
americana, correspondió la última al postrer descendiente de aque-
lla desgraciada estirpe, en la persona interesantísima de José Ga-
briel Condocanqui y Noguera, que llevó el título incaico de Tupac
Amarú II, a mediados del siglo XVIII. Recordemos aquí, de paso,
que tres representantes de esta augusta familia pasaron a Chile,
una de ellas, nada menos, que como gobernadora del Reino, la Prin-
cesa Beatriz Clara Coya, hija de Sairy Tupac y nieta de Manco
Inca, XV Inca del Perú, que perdió sus reinos del propio modo que
sus hermanos Huáscar y Atahualpa. Fué casada esta alta dama
con el Gobernador del Reino de Chile don Martín García Oñez de
Loyola, y la hija de este matrimonio, María Coya Inca de Loyola,
fué recibida en la Corte, condecorada con el título de Marquesa de
Oropeza y casada con don Juan Enriquez de Borja, nieto de San
Francisco de Borja y miembro de la Casa Ducal de Gandía.
Una de las hijas de Tupac Amarú I casó con el curaca de Su-
rimani y Tungasuca y de esta unión vino al mundo el héroe de es-
ta crónica, Tupac Amarú II, cuyos padecimientos y muerte por la
libertad de sus connacionales fueron precursores de los levantamien-
tos que sobrevendrían en seguida allí y en otras secciones america-
nas hasta producirse la total independencia de estas colonias de la
corona española.
De excelente educación, iniciada por dos curas de Tinta, aldea
cercana a Sicuani, y proseguida más. tarde en el Colegio de San
Borja en Lima, José Gabriel Condorcanqui, casó con doña Micaela
Bastidas, dé la más granada familia de Abancay, y desempeñó el
curacazgo hereditario con justicia, clemencia y señorío. Vivía con
lujo y cuando viajaba lo acompañaban muchos sirvientes y su ca-
pellán. Cuando, residía en el Cuzco, vestía elegantes trajes de la
época virreinal: casaca, pantalones cortos de terciopelo negro, me-
dias de seda y hebillas de oro en las rodillas y en los zapatos. Lleva-
ba el pelo largo y naturalmente enrizado, al modo de las pelucas
que usaban los españoles en la Corte.
Preocupado del bienestar de los indígenas de sus dependencias,
clamaba sin cesar ante las autoridades españolas por los abusos que-
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cometían con ellos los representantes lugareños del poder real. De
estas demasías no se libró ningún pueblo americano, a pesar de las
repetidas ocasiones en que los monarcas manifestaron su vivo anhelo
porque sus nuevos subditos fuesen tratados don equidad y justicia.
Es sabido que cuando el Virrey don, Francisco de Toledo, el ejecu-
tor de Tupac Amarú I, regresó a España, Felipe II lo censuró du-
ramente.
Lucha el caudillo no sólo por la supresión o moderación de los
tributos impuestos a su raza; clama también por el amparo y con-
servación de los españoles criollos, de los mestizos y zambos, '' como
nacidos en nuestra tierra y de un mismo origen de los naturales y
haber padecido todos igualmente dichas opresiones y tiranías de los
europeos". .
Dice en otra parte de sus manifiestos y cartas al Visitador que
el Virrey envía a la sierra: "Aunque soy un pobre rústico no ne-
cesito de las luces para desempeñar mis obligaciones", como que
el gobierno de un monarca necesita menos de la mente que del co-
razón. Su rebelión va contra el odioso centralismo de Lima que se
alimenta de la sangre y trabajos de los serranos; va contra los co-
rregimientos y propicia los cabildos formados de vecinos y, adelan-
tando en sus sueños, pide una audiencia y un virreinato en el Cuz-
co. Va desde luego contra "las introducciones perniciosas", nombre
que da a las trabas de la libertad y de la economía y que so capa
de mitas, alcabalas, aduanas y estancos, reducen al dueño de la tie-
rra a lá triste condición de esclavo.
A la cabeza|de 60. 000 indios y mestizos, recorre victorioso los
términos del Kollao y del Kontisuyo interpretando la sed de justi-
cia de las masas que lo siguen, después de dos siglos de dolor y de
humillación. Comienza esta lóbrega jornada con la ejecución del
Corregidor de Tinta, don Antonio Arriaga, culpable de atroces
exacciones a los indígenas y primera víctima del odio tanto tiempo
contenido. Asalta la Villa de Quiquijuana, se apodera de los obra-
jes de Punapuquio y Pumacanchi; reparte entre sus partidarios
géneros y dinero; adquiere fusiles, escopetas y cañones; desbarata
en Sangarara a una gruesa expedición española y pone en alarma al
Visitador General del Perú, Chile y La Plata que entonces se ha-
llaba en Lima en inspección, de estos reinos, quien toma a su cargó
la sangrienta represión del motín. Era el Visitador don José Anto-
nio de Areche un hombre ejecutivo, quien organizó de inmediato
las fuerzas represivas, obligado por la rapidez con que la subleva-
ción cundía hacia los más distantes confines;
Tupac Amarú ataca al Cuzco y después de una batalla de dos
días (8 al 10 de Enero de 1781), a, frustrado su empeño, se retira
Tinta, a reorganizar sus fuerzas. Entre tanto el General don José
del Valle y Torres, con poderosas armas, llegó al Cuzco y tras algu-
nas escaramuzas en el valle de Vilcamaya, en la batalla de Chaca-
cupe las huestes del inca fueron derrotadas, y él mismo, apresado
con su esposa, dos de sús hijos y muchos parientes y descendientes
del real linaje. Ninguna expresión humana podría dar idea de la
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crueldad usada para castigar a los sediciosos. El último inca, debió
presenciar la mutilación y tormento de todos sus familiares; él
fué descuartizado y sus restos, así como los de su infeliz pro-
genie, fueron repartidos en varias aldeas y caminos, para escarmien-
to de los pueblos, con eterno escarnio de los propios victimarios.
No sería bien ocultar que tan cruel sentencia fué cumplida con-
tra la opinión de muchos sacerdotes, obispos, funcionarios y pobla-
dores españoles, en cuyos espíritus justicieros no cabía tanta pasión
contra quienes pedían ser sólo menos desgraciados, protestando su
amor al Rey y a la santa religión, aún durante la conjura y al peso
de sus duras prisiones.
Antes que los incas mencionados, con quienes culminó el clamor
de justicia de la libre república de Pachacutec, en distintas épocas
habían manifestado los hijos del Perú su inquietud por la libertad.
En tiempo del Virrey Conde de Lemos y en los del Conde de Caste-
lar, se rebelan los naturales de la Ciudad de los Reyes; Apu Inca
se levanta en las sierras de Jauja; en Julio de 1750 son ejecutados
en Lima 6 caciques en la Plaza Mayor; varias veces se inquieta la
paz de la belicosa provincia de Huarochirí en el siglo XVII.
Selectos espíritus como los del sabio don Hipólito Unanue en
el "Mercurio Peruano", a partir de 1791; el maestro por excelencia
don Toribio Rodríguez Mendoza en el Colegio de San Carlos; el
Obispo Chávez de la Rosa en el Seminario de Arequipa; el jesuíta
peruano don Juan Pablo de Vizcardo y Guzmán; Aguilar y Ubalde
ejecutados en la Plaza del Cuzco; los profesores del Colegio de San
Fernando en 1808; los hermanos Silva, sacrificados por la libertad
en las casamatas del Callao en 1809; el criollo bonaerense Ramón
Eduardo Anchóriz, perseguido y desterrado; Crespo y Castillo; los
hermanos Ángulo, Baquíjano, discípulo de Miranda; Zela y Pallar-
delli en Tacna; Pumacagua y Mariano Melgar, todos patriotas fer-
vorosos, preparan con su sangre los caminos de la sagrada libertad.
Concentrada en aquel país la mayor fuerza realista que existía
en América, vanos fueron los intentos que desde el año 10 se diri-
gieron a la sede virreinal. Derrotados los ejércitos argentinos una
y otra vez, más por la naturaleza que por la genialidad de los hom-
bres, cupo a San Martín y luego a Bolívar, realizar el ancestral
anhelo, interpretando el voto de los pueblos americanos y el más
grande de los actos de la vida de nuestro inmortal O'Higgins.
Unidos por la historia desde los primeros pasos de la vida in-
dependiente, los pueblos peruano y chileno, estrechan sus manos
por encima de más de una centuria de comunes dolores y alegrías
y como hermanos de una misma grande y nobilísima madre, pro-
yectan y construyen no ya las bases, sino la hermosa fábrica que
ha de contener los frutos y muestras de su ingenio, de sus trabajos
y esperanzas.

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