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Evagrio Póntico

Evagrio Póntico.

Evagrio Póntico, o Evagrio el Monje, también apodado El solitario (345-


399) fue un monje y asceta cristiano. Era muy conocido por sus cualidades de
pensador, escritor y orador.

Nació en una familia cristiana en el pequeño pueblo de Ibora, en la provincia


romana del Ponto. Comenzó su carrera en la Iglesia, al ser nombrado lector
por Basilio el Grande. Posteriormente, el hermano de éste, Gregorio de Nisa, lo
ordenó diácono.

La vida mundana de Constantinopla y sus atracciones fueron una tentación


para Evagrio. Un sueño premonitorio impulsó su partida hacia Jerusalén. Allí
vivió un tiempo en casa de una ilustre romana conocida como "Melania la
Anciana".

Muchas dudas asaltaron a Evagrio durante ese tiempo. Una grave enfermedad,
que significó una señal divina para él, lo hizo decidir partir a Egipto,
estableciéndose un tiempo en el desierto de Nitria y posteriormente en Kellia
("Las Celdas"), donde vivió hasta su muerte.

Divulgó el hesicasmo, tradición inicialmente eremítica de plegaria que se


mantiene dentro del rito bizantino practicada para mantener la quietud. La
práctica del hesicasmo se mantiene aún en el Monte Athos y
otros monasteriosortodoxos. La mayor parte de los textos atribuidos a Evagrio
Póntico se encuentran en la recopilación canónica llamada Filocalia.

Fue el autor de la primera lista de pecados capitales que se conoce,


denominados por él vicios malvados. En lugar de siete, como varios siglos
después instauró San Gregorio Magno, los pecados nombrados por Evagrio
Póntico eran ocho: gula o gastrimargia, lujuria o fornicatio, avaricia
o philargyria, tristeza o tristitia, vanagloria o cenodoxia, ira, orgullo
o superbia y apatía o acedia.

Índice

• 1 Enseñanzas

• 1.1 Logismoi

• 1.2 Apatheia

• 1.3 Lágrimas

• 2 Enlaces externos

• 3 Referencias

Enseñanzas[editar]
La mayoría de los monjes egipcios de esa época eran analfabetos. Evagrio, un
erudito clásico altamente educado, se cree que es uno de los primeros en
comenzar la grabación y la sistematización de las enseñanzas orales antiguas
de las autoridades monásticas conocidas como los Padres del Desierto.
Finalmente, también se le reconoció como un padre del desierto, y varios de
sus apotegmas aparecerían en el Vitae Patrum (una colección de dichos de
principios de los monjes cristianos). Evagrio rigurosamente trató de evitar la
enseñanza más allá de la madurez espiritual de sus audiencias. Al dirigirse a
los novatos, él cuidadosamente fue concreto, en cuestiones prácticas (a las
que él llamo praktike). Por ejemplo, en el Peri Logismon 16, él incluye este
aviso legal:

No puedo escribir sobre todas las villanías de los demonios; y siento vergüenza de hablar
sobre ellos en longitud y en forma detallada, por miedo a dañar al más ingenuo entre mis
lectores.1

Sus estudiantes más avanzados disfrutaron de un material más teórico y


contemplativo (gnostike).

Logismoi[editar]

La característica más destacada de su investigación era un sistema de


clasificación de las diversas formas de la tentación. Desarrolló una lista
completa en AD 375 de ocho malos pensamientos (λογισμοι), u ocho
terribles tentaciones, de todos los muelles de conducta pecaminosos. Esta lista
fue pensada para servir a un propósito de diagnóstico: para ayudar a los
lectores a identificar el proceso de la tentación, sus propias fortalezas y
debilidades, y los recursos disponibles para superar la tentación.

Evagrio declaró:

"El primer pensamiento de todos es el de amor a sí mismo, después de esto, el ocho"2

Los ocho patrones del mal pensamiento son la gula, la avaricia, la pereza,
la tristeza, la lujuria, la ira, la vanidad y el orgullo. Aunque él no creó la lista
desde cero, él la refinó. Unos dos siglos después, en 590 AD, Gregorio Magno,
"Gregorio Magno El Grande" revisaría esta lista para formar los más
comúnmente conocidos siete pecados capitales, donde "Gregorio Magno el
Grande" combina la acedia (desánimo) con tristitia (tristeza), llamando a esta
combinación, el pecado de la Pereza; vanidad con orgullo; y añadió la envidia a
la lista de los "siete pecados capitales".

Apatheia[editar]

En el tiempo de Evagrio, la palabra griega "apatheia" se usaba para referirse a


un estado del ser sin pasiones.

Evagrio escribió:
"Un hombre en cadenas no se puede ejecutar. Tampoco puede la mente que está esclavizada
a la pasión ver el lugar de la oración espiritual. Es arrastrado y arrojado por estos
pensamientos llenos de pasión y no puede mantenerse firme y tranquilo."3

Lágrimas[editar]

Evagrio enseñó que las lágrimas eran el mayor signo de


verdadero arrepentimiento y que el llanto, incluso durante días, al tiempo
"abriría" a la persona a Dios.4

Enlaces externos[editar]
 Wikiquote alberga frases célebres de o sobre Evagrio Póntico.
 Guía para Evagrio Póntico, obra de referencia con autoridad; incluye una lista
exhaustiva de los escritos, extensa bibliografía, lista de verificación de las
imágenes, y libro de consulta de testimonia.
 St. Evagrio Póntico Una colección de muchos trabajos evagrianos en un formato
paralelo inglés/griego.
 Foro evagriano de becas, un grupo de discusión basado en la web
 Artículo en Orthodox Wiki
 Opera Omnia de Migne Patrologia Graeca con índices analíticos

Referencias[editar]
1. ↑ Luke Dysinger,O.S.B (ed.). «ON VARIOUS EVIL [TEMPTING-] THOUGHTS». ldysinger.com (en inglés).
Consultado el 2 de junio de 2015.

2. ↑ Harmless, W.; Fitzgerald (200 1). «The Sapphire Light of the Mind: The Skemmata of Evagrius
Ponticus». Theological Studies 6: 498-529.

3. ↑ Harmless & Fitzgerald, p. 516.


4. ↑ Ford, Marcia, Traditions of the Ancients, Broadman & Holman, 2006, p. 8.
Juan Casiano
San Juan Casiano

Juan Casiano (Johannes Cassianus).


Padre de la Iglesia
Entre 360 y 365
Nacimiento
Dobruja (Rumanía)
ca. 435 (ca. 75 años)
Fallecimiento
Marsella (Francia)
Iglesia católica
Venerado en
Iglesia ortodoxa
23 de julio en diócesis de Marsella y 29 de febrero en la Iglesia
Festividad
griega ortodoxa
[editar datos en Wikidata]
Juan Casiano o Cassiano (c. 360/365-ca. 435). Sacerdote, asceta y Padre de la Iglesia.
Nació en la actual Dobruja en Rumanía, en la desembocadura del Danubio,123456 aunque
es seguro que se formó en Belén y vivió durante siete años como eremita en el desierto
de Egipto. Posteriormente recibió el diaconado en Constantinopla de manos de san Juan
Crisóstomo, y fue ordenado sacerdote en Roma por el papa Inocencio I.

Hacia 415 fundó la Abadía de San Víctor de Marsella, formada por dos monasterios, uno
masculino y otro femenino, para los que escribió sus escritos más importantes:
las Institutiones, en las que expone las obligaciones del monje y examina los vicios contra
los que ha de estar prevenido; y sus veinticuatro Collationes o Conferencias, en los que, en
forma de diálogos con monjes famosos de la antigüedad —como un complemento a
las Institutiones— trata diversos aspectos de la vida monacal, alaba la vida eremítica e
indica que la vida ascética es la mejor vía para luchar contra el pecado.

Predicó mucho sobre la sexualidad. En la V Conferencia, divide el pecado de la fornicación


en tres tipos: el primero consiste en la «conjunción de los dos sexos» (commixtio sexus
utriusque); el segundo se comete «sin contacto con la mujer» (absque femineo tactu), lo
que llevó a Onán a la condenación; el tercero es «concebido por el pensamiento y el
espíritu».

Por ser el origen de todos los demás pecados, la pareja que forman la gula y la fornicación
debe ser arrancada, como si fuese «un árbol gigante que extiende su sombra a lo lejos».
En el sistema filosófico de Casiano aquí radica la importancia ascética del ayuno como
medio para vencer la gula y atajar la fornicación. Esa es la base del ejercicio ascético.

La fornicación es entre los ocho pecados fundamentales el único que, por ser a la vez
innato, natural y corporal en su origen, hay que destruirlo totalmente, como es necesario
hacerlo con los vicios del alma, que son la avaricia y el orgullo. Se impone, pues, la
mortificación radical que nos permita vivir en nuestro cuerpo previniéndonos de las
inclinaciones de la carne. «Salir de la carne permaneciendo en el cuerpo». La
castidad era el centro del sistema de Casiano, que obligaba al monje a una represión
constante en un estado de agotadora vigilia permanente en cuanto a las más mínimas
inclinaciones que se pudieran producir en su cuerpo y en su alma. Velar día y noche;
durante la noche para prevenirse del día y de día pensando en la próxima noche. Decía
Casiano: «Así como la pureza y la vigilia durante el día predisponen a permanecer casto
durante la noche, del mismo modo la vigilia nocturna fortalece el corazón y lo pertrecha de
fuerzas que ayudarán a mantener la castidad durante el día.» Tal estado de vigilia suponía
la puesta en práctica del proceso de «discriminación», que ocupaba el centro de la técnica
casiana de autocontrol de la castidad en seis etapas sucesivas, que sigue usando la
Iglesia. Casiano consideraba que se había llegado al culmen del progreso de la castidad
cuando no se producían poluciones nocturnas involuntarias.

Sus escritos teológicos influyeron en las doctrinas semipelagianas. Sostuvo un debate


teológico con San Próspero de Aquitania.

Índice

• 1 Posteridad

• 2 Bibliografía
• 3 Enlaces externos

• 4 Referencias

Posteridad[editar]
San Benito de Nursia recomendó a sus monjes la lectura de los escritos de Juan Casiano,
y los utilizó como fundamento para su regla, donde en ciertos pasajes se repiten casi
palabra por palabra pasajes de Casiano y la misma regla afirma que debe ser prolongada
por las Conferencias de los Padres y sus Instituciones de Casiano.

Hasta ahora, los monjes de Occidente le han apreciado como uno de los principales
maestros de la vida monástica y consideran que les ha permitido beneficiarse de la rica
experiencia de los primeros monjes de Oriente.

Después de su muerte, el segundo Concilio de Orange, en 529, condenó


el semipelagianismo y dio una formulación teológica de la gracia tal como preconizaba san
Agustín. El concilio se pronunció contra los que, como Juan Casiano de Marsella, Vicente
de Lerins y Fausto de Riez, daban un papel más importante al libre albedrío.

Esto probablemente explica porqué Juan Casiano no haya sido un santo de la Iglesia
católica, aunque sí se le venera localmente. Algunas localidades cerca de Lérins llevan su
nombre y se le guarda a veces la memoria de su fiesta el 23 de julio en estas villas o en
Marsella. Sus escritos, sin embargo, han sido leídos ampliamente en los monasterios de
Occidente.

Por el contrario, sí figura en el calendario de santos de la Iglesia ortodoxa donde es muy


estimado por sus escritos y por sus opiniones sobre la gracia, en las que los ortodoxos se
reconocen, mejor que en las de san Agustín, en las posiciones tradicionalmente enseñadas
por los Padres ortodoxos. Así es como monjes (y obispos) ortodoxos a menudo llevan su
nombre. Su fiesta se celebra el 29 de febrero (o 28 de febrero en años no bisiestos).

Bibliografía[editar]
San Juan Casiano: Instituciones. Traducción española por L. y P. Sansegundo, Ed. Rialp,
col. Neblí n. 15, Madrid, 1957.
San Juan Casiano: Colaciones. Traducción española por L. y P. Sansegundo, Ed. Rialp, col.
Neblí nn. 19 y 20, Madrid, 1958 y 1962.
Michel Foucault: La lucha por la castidad. En Ph. Ariés, A. Béjin, M. Foucault y otros :
Sexualidades occidentales. Paidós. Buenos Aires. 1987.
Enlaces externos[editar]
 Wikimedia Commons alberga una categoría multimedia sobre Juan Casiano.

Referencias[editar]
1. ↑ George Thomas Kurian, James D. Smith II (editors), The Encyclopedia of Christian Literature (Scarecrow
Press 2010 ISBN 978-0-81087283-7), p. 241

2. ↑ Julia A. Lamm (editor), The Wiley-Blackwell Companion to Christian Mysticism (John Wiley & Sons 2012
ISBN 978-1-11823276-7), p. 220

3. ↑ E. Glynn Hinson, The Early Church (Abingdon Press 2010 ISBN 978-1-42672468-8)
4. ↑ Harvey D. Egan, James Wallace, Sounding in the Christian Mystical Tradition (Liturgical Press 2010 ISBN
978-0-81468003-2), p. 33

5. ↑ Barry Stone, I Want To Be Alone (Pier 9 2010 ISBN 978-1-74266217-6)


6. ↑ Boniface Ramsey (editor), Institutes (Paulist Press 2000 ISBN 978-0-80910522-9), p. 3
Gregorio Magno
Gregorio Magno
Gregorio I

Retrato realizado por Francisco de Goya según su visión del papa.

Papa de la Iglesia católica


590-12 de marzo de 604
Predecesor Pelagio II
Sucesor Sabiniano
Culto público
12 de marzo Vetus Ordo
Festividad
3 de septiembre Novus Ordo
Información personal
Nombre Gregorio
c. 540
Nacimiento
Roma, Imperio bizantino
12 de marzo de 604
Fallecimiento
Roma, Imperio bizantino
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Gregorio Magno (Roma, c. 540-ibíd., 12 de marzo de 604), Gregorio I o
también San Gregorio, fue el sexagésimo cuarto papa de la Iglesia católica.
Es uno de los cuatro Padres de la Iglesia latina, junto con Jerónimo de
Estridón, Agustín de Hipona y Ambrosio de Milán.Nota 1 Fue proclamado Doctor
de la Iglesia, el 20 de septiembre de 1295, por Bonifacio VIII. También fue el
primer monje que alcanzó la dignidad pontificia, y probablemente la figura
definitoria de la posición medieval del papado como poder separado
del Imperio romano. Hombre profundamente místico, la Iglesia romana adquirió
gracias a él un gran prestigio en todo Occidente, y después de él los papas
quisieron en general titularse como él lo hizo: «siervo de los siervos de Dios»
(servus servorum Dei).[cita requerida]

Índice

• 1 Biografía

• 2 Pontificado (590-604)

• 3 Obras

• 4 Patronazgo

• 5 Véase también

• 6 Notas

• 7 Referencias

• 8 Enlaces externos
Biografía[editar]
Gregorio nació en Roma en el año 540, en el seno de una rica
familia patricia romana, la gens Anicia, que se había convertido
al cristianismo hacía mucho tiempo: su bisabuelo era el papa Félix III (†492),1
su abuelo el papa Félix IV (fl. 530)2 y dos de sus tías paternas eran monjas.
Gregorio estaba destinado a una carrera secular, y recibió una sólida formación
intelectual.1

De joven, se dedicó a la política, y en 573 alcanzó el puesto de prefecto de


Roma (præfectus urbis), la dignidad civil más grande a la que podía aspirarse.
Pero, inquieto sobre cómo compatibilizar las dificultades de la vida pública con
su vocación religiosa, renunció pronto a este cargo y se hizo monje.12

Tras la muerte de su padre,1 en 5753 transformó su residencia familiar en


el Monte Celio en un monasterio bajo la advocación de san Andrés12 (en el lugar
se alza hoy la iglesia de San Gregorio Magno).3 Trabajó con constancia por
propagar la regla benedictina y llegó a fundar seis monasterios aprovechando
para ello las posesiones de su familia tanto en Roma como en Sicilia.4

En el año 579 el papa Pelagio II lo ordenó diácono y lo envió


como apocrisiario (una suerte de embajador) a Constantinopla, donde
permaneció unos seis años1 y estableció muy buenas relaciones con la familia
del emperador Mauricio y con miembros de las familias senatoriales italianas
que se habían establecido en la capital oriental.5 En Constantinopla conoció
a Leandro de Sevilla, el hermano del también doctor de la Iglesia Isidoro de
Sevilla. Con Leandro mantuvo una constante correspondencia epistolar que se
ha conservado. Durante esta estancia disputó con el patriarca Eutiquio de
Constantinopla acerca de la corporeidad de la resurrección.6

Gregorio regresó a Roma en 585 o 586 y se retiró nuevamente al monasterio.1


Luego solicitó permiso de ir a evangelizar en la isla de los anglosajones. Pero al
saber el pueblo de Roma de sus intenciones, se pidió al Papa que no lo dejara
ir. Ocupó desde entonces el cargo de secretario de Pelagio II hasta la muerte de
este víctima de peste en febrero de 590,7 tras lo cual fue elegido por el clero y
el pueblo para sucederle como pontífice.6
Pontificado (590-604)[editar]
Al acceder al papado en el año 590, Gregorio se vio obligado a enfrentar las
arduas responsabilidades que pesaban sobre todo obispo del siglo VI pues, no
pudiendo contar con la ayuda bizantina efectiva, los ingresos económicos que
reportaban las posesiones de la Iglesia hicieron que el papa fuera la única
autoridad de la cual los ciudadanos de Roma podían esperar algo. No está claro
si en esta época existía aún el Senado romano, pero en todo caso no intervino
en el gobierno, y la correspondencia de Gregorio nunca menciona a las grandes
familias senatoriales, emigradas a Constantinopla, desaparecidas o venidas a
menos.1

Solo él poseía los recursos necesarios para asegurar la provisión de alimentos


de la ciudad y distribuir limosnas para socorrer a los pobres. Para esto empleó
los vastos dominios administrados por la Iglesia, y también escribió al pretor de
Sicilia solicitándole el envío de grano y de bienes eclesiásticos.1

Intentó infructuosamente que las autoridades imperiales de Rávena repararan


los acueductos de Roma,1 destruidos por el rey ostrogodo Vitiges en el
año 537.8

Miniatura del papa en el Registrum Gregorii c. 983.

En el año 592, la ciudad fue atacada por el rey lombardo Agilulfo. En vano se
esperó la ayuda imperial; ni siquiera los soldados griegos de la guarnición
recibieron su paga. Fue Gregorio quien debió negociar con los lombardos,
logrando que levantaran el asedio a cambio de un tributo anual de 500 libras
de oro (probablemente entregadas por la Iglesia de Roma). Así, negoció una
tregua y luego un acuerdo para delimitar la Tuscia romana (la parte del ducado
romano situada al norte del Tíber) y la Tuscia propiamente dicha (la
futura Toscana), que a partir de entonces sería lombarda. Este acuerdo fue
ratificado en 593 por el exarca de Rávena, representante del Imperio
bizantino en Italia.1

En una oportunidad, Gregorio fijó su atención en un grupo de cautivos que


estaba en el mercado público de Roma para ser vendidos como esclavos. Los
cautivos eran altos, bellos de rostro y todos rubios, lo que resultó más llamativo
para Gregorio. Movido por la piedad y la curiosidad preguntó de dónde
provenían. «Son anglos», respondió alguien. «Non angli sed angeli» («No son
anglos sino ángeles»), señaló Gregorio, frase cuya interpretación no literal
podría ser: «no son esclavos, son almas».

Este episodio motivó a Gregorio a enviar misioneros al norte, trabajo que


estuvo a cargo del obispo Agustín de Canterbury. Cuando Agustín llegó
a Inglaterra escribió una carta a Gregorio, preguntándole qué debía hacer con
los santuarios paganos en donde se practicaban sacrificios humanos. La
respuesta de Gregorio (preservada en el libro de Beda) fue: «No destruyan los
santuarios, límpienlos», en referencia a que los santuarios paganos debían ser
re-dedicados a Dios.

Gregorio trabó alianzas con las órdenes monásticas y con los reyes de los
francos en la confrontación con los ducados lombardos, adoptando la posición
de un poder temporal separado del Imperio.9

También organizó las tareas administrativas y litúrgicas eclesiásticas.10

Gregorio falleció el 12 de marzo del año 604. Fue declarado Doctor de la


Iglesia por Bonifacio VIII el 20 de septiembre de 1295, aunque el título ya
aparecía hacia 800. Es uno de los cuatro grandes Padres de la
Iglesia occidental, junto con Jerónimo de Estridón, Agustín de
Hipona y Ambrosio de Milán.11
Gregorio Magno, obra del escultor danés Christian Carl Peters (1883-1884). Iglesia de
Frederik, Copenhague.

Obras[editar]
Artículo principal: Moralia, sive Expositio in Job

Gregorio es autor de una Regula pastoralis, manual de moral y de predicación


destinado a los obispos. Mandó recopilar y contribuyó a la evolución del canto
gregoriano, llamado en su honor el Antifonario de los cantos gregorianos. En el
año 600 ordenó que se recopilaran los escritos de los cánticos cristianos
primitivos (conocidos también como Antífonas, Salmos o Himnos); dichos
cantos de alabanza a Dios eran celebradas en las antiguas catacumbas de
Roma.

Estas antífonas fueron perdidas debido al cisma o diáspora de los ciudadanos


romanos por las constantes guerras romano-bárbaras al tratar de catequizarlas
(Edicto de Tesalónica). También contribuyeron los cambios de estructura de los
cantos por personas que decidieron crear sus obras propias y gustos a la
desaparición de estos documentos.

El antifonario de los cantos gregorianos permaneció atado al altar de San


Pedro, pero estos desaparecieron. El papa Pío X encomendó a los monjes
benedictinos de la abadía de Solesmes la reproducción fiel de estas melodías
cristianas tras una búsqueda infructuosa de estas obras por parte de Francia en
el siglo XIX.

La nueva recopilación de estas melodías fue llamada Edición Vaticana del


Canto Gregoriano, haciéndose esta edición oficial el 22 de noviembre de 1903,
cuando el canto gregoriano quedó plenamente reconocido por la iglesia como
el canto oficial de la Iglesia católica.

Entre sus obras conocidas encontramos el libro De Vita et Miraculis Patrum


Italicorum et de aeternitate animarum conocido comúnmente con el nombre
abreviado de Libro de Los Diálogos, que narra la vida y milagros de diversos
santos italianos del siglo IV, destacando en su segundo capítulo a San Benito
de Nursia.12

Gregorio desarrolló la doctrina del purgatorio en 593, a poco tiempo de asumir


la cátedra de San Pedro. Hasta el siglo VII reinaba la creencia de que los
difuntos estaban reducidos a una situación de sombras (refrigerium) y
permanecían en un lugar de tránsito a la espera del juicio final y definitivo. Solo
los mártires quedaban exentos de ese lugar de sombras al acceder
directamente a la visión beatífica. En sus Diálogos, Gregorio presentó otra
concepción: que después de la muerte, el difunto enfrentaría un primer juicio
particular, no general, a partir de cual podría resultar temporalmente relegado
al purgatorio para expiar sus faltas, es decir, como forma de purificación.13
Nota 2

Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio (final), existe un
fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha
pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este
siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden
ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro.

Gregorio Magno, Diálogos 4, 39

Se conservan 866 cartas de Gregorio en su Regestum o Archivo de


correspondencia, el 63% de las cuales son rescriptos (respuestas a solucitudes
de normativa en asuntos eclesiásticos o administrativos). Se estima que
durante su pontificado se enviaron desde Roma unas veinte mil cartas; el
mismo Gregorio seleccionaba cuáles de ellas debían ser copiadas en
el Regestum.14

Patronazgo[editar]
Es patrono del sistema educativo de la Iglesia, de los mineros, de los coros y el
canto coral, los estudiosos, profesores, alumnos, estudiantes, cantantes,
músicos, albañiles, fabricantes de botones; protector contra la gota y la
peste.15

Es abogado de las almas del purgatorio.16 Su nombre también figura entre las
celebraciones del Calendario de Santos Luterano.

Véase también[editar]
 Schola Cantorum
 Misión gregoriana

Notas[editar]
1. ↑ Otros cuatro fueron declarados Padres de la Iglesia de Oriente: Juan Crisóstomo, Basilio
Magno y Gregorio Nacianceno, llamados los tres Santos Jerarcas, a quienes se sumaría más
tarde Atanasio de Alejandría.

2. ↑ La Iglesia católica formularía la doctrina referida al purgatorio en los concilios de Florencia y de Trento.

Referencias[editar]
1. ↑ Saltar a:a b c d e f g h i j k DUTOUR, Thierry (2003): La 4. ↑ MASOLIVER, Alejandro María (1994). Historia del
ciudad medieval. Orígenes y triunfo de la Europa urbana. – monacato cristiano. Encuentro. ISBN 978-84-
Paidós, Buenos Aires, 2005, pp. 42 y 45–47. ISBN 950-12-5043- 7490-327-0.
1
5. ↑ CAMERON, Averil (1993): El mundo mediterráneo
2. ↑ Saltar a:a b c BROWN, Peter (1996): El primer en la Antigüedad tardía, 395-600. – Crítica,
milenio de la cristiandad occidental. – Crítica,
Barcelona, 1998, p. 135. ISBN 84-7423-760-2
Barcelona, 1997, pp. 124-125. ISBN 84-7423-828-5
6. ↑ Saltar a:a b LEONARDI, C. (2000). «Gregorio I
3. ↑ Saltar a:a b Roma (Colección Guías Visuales). 192 Magno». En Leonardi, C.; Riccardi, A.; Zarri,
páginas. Madrid: El País-Aguilar. 2011. ISBN 978- G. Diccionario de los santos I. Madrid: San Pablo.
84-03-50995-5. pp. 958-963. ISBN 978-84-285-2258-8.

7. ↑ Cf. Pablo Diácono, Historia Langobardorum 3, 20.


(texto en latín y en inglés)
8. ↑ DUTOUR, Thierry (2003), pp. 43-44.

Pecados capitales
Los siete pecados capitales son una clasificación de los vicios mencionados
en las primeras enseñanzas del cristianismo para educar a sus seguidores
acerca de la moral cristiana.

El término «capital» (de caput, capitis, "cabeza", en latín) no se refiere a la


magnitud del pecado sino a que da origen a muchos otros pecados, de acuerdo
a santo Tomás de Aquino (II-II:153:4).

Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera tal que en su
deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice son originados en aquel
vicio como su fuente principal. […] Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la
naturaleza humana está principalmente inclinada.

Tomás de Aquino1

Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser
referidos a los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a
san Juan Casiano y a san Gregorio Magno (Mor. 31, 45). Son llamados capitales porque
generan otros pecados, otros vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la
gula, la pereza.

Catecismo de la Iglesia Católica, n.º 1866,


artículo 8, «El pecado» (V: La proliferación del pecado).2
Índice

• 1 Lista de los pecados capitales

• 1.1 Ocho pecados capitales

• 1.2 Siete pecados capitales

• 2 Pecados capitales

• 2.1 Lujuria

• 2.2 Gula

• 2.3 Avaricia

• 2.4 Pereza

• 2.5 Ira

• 2.6 Envidia

• 2.7 Soberbia

• 3 Arte y literatura

• 4 Virtudes que contempla la Iglesia católica

• 5 Relación de cada pecado con un demonio particular

• 6 Referencias

• 7 Véase también

• 8 Enlaces externos

Lista de los pecados capitales[editar]


La identificación y definición de los pecados capitales a través de su historia ha
sido un proceso fluido y ―como es común con muchos aspectos de la religión―
con el tiempo ha evolucionado la idea de lo que envuelve cada uno de estos
pecados. Ha contribuido a estas variaciones el hecho de que no se hace
referencia a ellos de una manera coherente o codificada en la Biblia y por tanto
se han consultado otros trabajos tradicionales (literarios o eclesiásticos) para
conseguir definiciones precisas de los pecados capitales.

Al principio del cristianismo, todos los escritores religiosos ―Cipriano de


Cartago, Juan Casiano, Columbano de Luxeuil, Alcuino de York― enumeraban
ocho pecados capitales.

El número siete fue dado por el papa Gregorio Magno y se mantuvo por la
mayoría de los teólogos de la Edad Media.

Ocho pecados capitales[editar]

Se sabe que el santo africano Cipriano de Cartago (f. 258) ―en De Mort. (IV)―
escribió acerca de ocho pecados principales.

El monje Evagrio Póntico (345-399) escribió en griego Sobre los ocho vicios
malvados, una lista de ocho vicios o pasiones malvadas (logismoi en griego)
fuentes de toda palabra, pensamiento o acto impropio, contra los que sus
compañeros monjes debían guardarse en especial. Dividió los ocho vicios en
dos categorías:3

 Tres vicios hacia el deseo de posesión:


 gula y ebriedad (Γαστριμαργία, gastrimargia: "gula y ebriedad").
 avaricia (Φιλαργυρία, philarguria: "amor hacia el oro").
 lujuria (Πορνεία, porneia, lujuria, "amor a la carne")
 Cuatro vicios irascibles, que ―al contrario que los concupiscibles―, no son
deseos sino carencias, privaciones, frustraciones.
 ira (Ὀργή, orgè: cólera irreflexiva, crueldad, violencia).
 pereza (Ἀκηδία, acedia: depresión profunda, desesperanza).
 tristeza (Λύπη, Lúpê, tristeza)
 orgullo (Ὑπερηφανία, uperèphania), orgullo, soberbia.
En el siglo V, san Juan Casiano (ca. 360-435) ―en su De institutis
coenobiorum (V, coll. 5, «de octo principalibus vitiis»)― actualizó y difundió la
lista de Evagrio.

 gula y ebriedad (que Casiano dejó en griego gastrimargia, porque no encontró


una palabra acomodada en latín que significara simultáneamente gula y
ebriedad);
 avaricia (philarguria: ‘amor hacia el oro’).
 lujuria (fornicatio)
 vanagloria (cenodoxia)
 ira (ira: cólera irreflexiva, crueldad, violencia).
 pereza (acedia: depresión profunda, desesperanza).
 soberbia (superbia)
 tristeza (Λύπη, Lúpê, tristeza)
Columbano de Lexehuil (540-615) ―en su Instructio de octo vitiis
principalibus en Bibl. max. vet. patr. (XII, 23)― y Alcuino de York (735-804) ―en
su De virtut. et vitiis, XXVII y siguientes)― continuaron la idea de ocho pecados
capitales.

Siete pecados capitales[editar]

En el siglo VI, el papa romano san Gregorio Magno (circa 540-604) ―en su Lib.
mor. en Job (XXXI, XVII)― revisó los trabajos de Evagrio y Casiano para
confeccionar una lista propia definitiva con distinto orden y reduciendo los
vicios a siete (consideró que la tristeza era una forma de pereza).

 lujuria
 ira
 soberbia
 envidia
 avaricia
 pereza
 gula
San Buenaventura de Fidanza (1218-1274) enumeró los mismos.4
Santo Tomás de Aquino (1225-1274) respetó esa misma lista, con otro orden:5

 vanagloria (soberbia).
 avaricia
 glotonería
 lujuria
 pereza
 envidia
 ira
El poeta Dante Alighieri (1265-1321) utilizó el mismo orden del papa Gregorio
Magno en «El Purgatorio», la segunda parte del poema La Divina Comedia (c.
1308-1321). La teología de La Divina Comedia casi ha sido la mejor fuente
conocida desde el Renacimiento(siglos XV y XVI).

Muchas interpretaciones y versiones posteriores, especialmente


derivaciones conservadoras del protestantismo y del movimiento
cristiano pentecostal han postulado temibles consecuencias para aquellos que
cometan estos pecados como un tormento eterno en el infierno, en vez de la
posible absolución a través de la penitencia en el purgatorio.

Pecados capitales[editar]

Lujuria[editar]

Detalle de la lujuria, en el cuadro El jardín de las delicias, de Hieronymus Bosch. En esta tabla
aparecen todo tipo de placeres carnales, que Bosch consideraba pecaminosos.
Artículo principal: Lujuria

La lujuria (en latín, luxuria, ‘abundancia’, ‘exuberancia’) es usualmente


considerada como el pecado producido por los pensamientos excesivos de
naturaleza sexual, o un deseo sexual desordenado e incontrolable.

En la actualidad se considera lujuria a la compulsión sexual o adicción a las


relaciones sexuales. También entran en esta categoría el adulterio y
la violación.

A lo largo de la historia, diversas religiones han condenado o desalentado en


mayor medida o menor medida la lujuria.

Dante Alighieri consideraba que lujuria era el amor hacia cualquier persona, lo
que pondría a Dios en segundo lugar. Según otro autor[cita requerida] la lujuria
son los pensamientos posesivos sobre otra persona.

Por otra parte, el Diccionario de la Real Academia Española de la


Lengua (DRAE, XXII edición, 2012) define el significado y uso apropiado de la
palabra «lujuria» de dos maneras: Como un «Vicio consistente en el uso ilícito o
en el apetito desordenado de los deleites carnales». O como el «Exceso o
demasía en algunas cosas».

Gula[editar]

Artículo principal: Gula

La gula representada por Pieter Brueghel en su obra Los siete pecados mortales o los siete vicios.

Actualmente la gula (en latín, gula) se identifica con la glotonería, el consumo


excesivo de comida y bebida. En cambio en el pasado cualquier forma de
exceso podía caer bajo la definición de este pecado. Marcado por el consumo
excesivo de manera irracional o innecesaria, la gula también incluye ciertas
formas de comportamiento destructivo. De esta manera el abuso de sustancias
o las borracheras pueden ser vistos como ejemplos de gula. En La Divina
Comedia de Alighieri, los penitentes en el Purgatorio eran obligados a pararse
entre dos árboles, incapaces de alcanzar y comer las frutas que colgaban de
las ramas de estos y por consecuencia se les describía como personas
hambrientas.

Avaricia[editar]

Artículo principal: Avaricia

Avaricia representada por Pieter Brueghel

La avaricia (en latín, avaritia) es —como la lujuria y la gula—, un pecado de


exceso. Sin embargo, la avaricia (vista por la Iglesia) aplica sólo a la
adquisición de riquezas en particular. Santo Tomás de Aquino escribió que la
avaricia es «un pecado contra Dios, al igual que todos los pecados mortales, en
lo que el hombre condena las cosas eternas por las cosas temporales». En el
Purgatorio de Dante, los penitentes eran obligados a arrodillarse en una piedra
y recitar los ejemplos de avaricia y sus virtudes opuestas. «Avaricia» es un
término que describe muchos otros ejemplos de pecados. Estos incluyen
deslealtad, traición deliberada, especialmente para el beneficio personal, como
en el caso de dejarse sobornar. Búsqueda y acumulación de
objetos, robo y asalto, especialmente con violencia, los engaños o la
manipulación de la autoridad son todas acciones que pueden ser inspiradas por
la avaricia. Tales actos pueden incluir la simonía.

Pereza[editar]

Artículo principal: Pereza


Pereza por Jacob Matham

La pereza (en latín, acedia) es el más «metafísico» de los pecados capitales, en


cuanto está referido a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la
existencia de uno mismo. Es también el que más problemas causa en su
denominación. La simple «pereza», más aún el «ocio», no parecen constituir
una falta. Hemos preferido, por esto, el concepto de «acidia» o «acedía».
Tomado en sentido propio es una «tristeza de ánimo» que aparta al creyente
de las obligaciones espirituales o divinas, a causa de los obstáculos y
dificultades que en ellas se encuentran. Bajo el nombre de cosas espirituales y
divinas se entiende todo lo que Dios nos prescribe para la consecución de la
eterna salud (la salvación), como la práctica de las virtudes cristianas, la
observación de los preceptos divinos, de los deberes de cada uno, los ejercicios
de piedad y de religión. Concebir pues tristeza por tales cosas, abrigar
voluntariamente, en el corazón, desgano, aversión y disgusto por ellas, es
pecado capital. Tomada en sentido estricto es pecado mortal en cuanto se
opone directamente a la caridad que nos debemos a nosotros mismos y al
amor que debemos a Dios. De esta manera, si deliberadamente y con pleno
consentimiento de la voluntad, nos entristecemos o sentimos desgana6 de las
cosas a las que estamos obligados; por ejemplo, al perdón de las injurias, a la
privación de los placeres carnales, entre otras; la acidia es pecado grave
porque se opone directamente a la caridad de Dios y de nosotros mismos.
Considerada en orden a los efectos que produce, si la acidia es tal que hace
olvidar el bien necesario e indispensable a la salud eterna, descuidar
notablemente las obligaciones y deberes o si llega a hacernos desear que no
haya otra vida para vivir entregados impunemente a las pasiones, es sin duda
pecado mortal.

Ira[editar]

Ira (enojo). Miniatura de Tacuinum sanitatis

Artículo principal: Ira

La ira (en latín, ira) puede ser descrita como un sentimiento no ordenado, ni
controlado, de odio y enfado. Estos sentimientos se pueden manifestar como
una negación vehemente de la verdad, tanto hacia los demás y hacia uno
mismo, impaciencia con los procedimientos de la ley y el deseo de venganza
fuera del trabajo del sistema judicial (llevando a hacer justicia por sus propias
manos), fanatismo en creencias políticas y religiosas, generalmente deseando
hacer mal a otros. Una definición moderna también incluiría odio
e intolerancia hacia otros por razones como raza o religión, llevando a
la discriminación. Las transgresiones derivadas de la ira están entre las más
serias, incluyendo homicidio, asalto, discriminación y en casos
extremos, genocidio.

La ira es el único pecado que no necesariamente se relaciona con el egoísmo y


el interés personal (aunque uno puede tener ira por egoísmo). Dante describe a
la ira como «amor por la justicia pervertido a venganza y resentimiento».
Envidia[editar]

Envidia representada por Jacques Callot

Artículo principal: Envidia


Véase también: Schadenfreude

Como la avaricia, la envidia (en latín, invidia) se caracteriza por un deseo


insaciable, sin embargo, difieren por dos grandes razones: Primero, la avaricia
está más asociada con bienes materiales, mientras que la envidia puede ser
más general; segundo, aquellos que cometen el pecado de la envidia desean
algo que alguien más tiene, y que perciben que a ellos les hace falta, y por
consiguiente desean el mal al prójimo, y se sienten bien con el mal ajeno.

La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come.

Francisco de Quevedo

Dante Alighieri define esto como «amor por los propios bienes pervertido al
deseo de privar a otros de los suyos». En el purgatorio de Dante, el castigo
para los envidiosos era el de cerrar sus ojos y coserlos, porque habían recibido
placer al ver a otros caer.

Soberbia[editar]
Todo es vanidadpor Charles Allan Gilbert (1873-1929).

Artículo principal: Soberbia

En casi todas las listas de pecados, la soberbia (en latín, superbia) es


considerado el original y más serio de los pecados capitales, y de hecho, es la
principal fuente de la que derivan los otros. Es identificado como un deseo por
ser más importante o atractivo que los demás, fallando en halagar a los otros.

En El paraíso perdido de John Milton, dice que este pecado es cometido


por Lucifer al querer ser igual que Dios.

Genéricamente se define como la sobrevaloración del Yo respecto de otros por


superar, alcanzar o superponerse a un obstáculo, situación o bien en alcanzar
un estatus elevado e infravalorar al contexto. También se puede definir la
soberbia como la creencia de que todo lo que uno hace o dice es superior, y
que se es capaz de superar todo lo que digan o hagan los demás. También se
puede tomar la soberbia como la confianza exclusiva en las cosas vanas y
vacías (vanidad) y en la opinión de uno mismo exaltada a un nivel crítico y
desmesurado (prepotencia).

Soberbia (del latín superbia) y orgullo (del francés orgueil), son propiamente
sinónimos aun cuando coloquialmente se les atribuye connotaciones
particulares cuyos matices las diferencian. Otros sinónimos son: altivez,
arrogancia, vanidad, etc. Como antónimos tenemos: humildad, modestia,
sencillez, etc. El principal matiz que las distingue está en que el orgullo es
disimulable, e incluso apreciado, cuando surge de causas nobles o virtudes,
mientras que a la soberbia se la concreta con el deseo de ser preferido a otros,
basándose en la satisfacción de la propia vanidad, del Yo o ego. Por ejemplo,
una persona Soberbia jamás se "rebajaría" a pedir perdón, o ayuda, etc.

Existen muchos tipos de soberbia, como la vanagloria o cenodoxia, también


denominada en las traducciones de la Biblia como vanidad, que consiste en el
engreimiento de gloriarse de bienes materiales o espirituales que se poseen o
creen poseer, deseando ser visto, considerado, admirado, estimado, honrado,
alabado e incluso halagado por los demás hombres, cuando la consideración y
la gloria que se buscan son humanas exclusivamente. La cenodoxia engendra
además otros pecados, como la filargiria o amor al dinero (codicia) y la filargía
o amor al poder.

Arte y literatura[editar]
El poeta hispanolatino Aurelio Prudencio (348-410) ya utilizó
personificaciones alegóricas de los vicios y virtudes en combate en su
poema Psychomachia. Muchos sermones se inspiraron en los pecados capitales
durante la Edad Media, así como no pocos poemas alegóricos. En el siglo XIV
pueden encontrarse en el Libro de Buen Amor de Juan Ruiz, el arcipreste de
Hita (1284-1351) y, también, dentro del Rimado de Palacio del canciller de
Castilla Pero López de Ayala, en forma de exposición previa o examen de
conciencia de la confesión católica de los mismos. Ya en el siglo XV, la Mesa de
los pecados capitales (1485, pintura al óleo sobre tabla), del pintor Hieronymus
Bosch, refleja una consolidada iconografía de los mismos.

Los siete pecados capitales se representan con originalidad, con


un realismo impecable.

En el centro del cuadro se ve una imagen tradicional de Cristo como varón de


dolores, saliendo de su tumba. Se dice que representa el ojo de Dios, y la
imagen de Cristo es su pupila. Bajo esta imagen hay una inscripción
en latín: Cave, cave, Deus vídet? (‘cuidado, cuidado, Dios lo ve’). Es una
referencia clara a la idea de que Dios lo ve todo.

Alrededor, hay un círculo más grande dividido en siete partes, mostrando


cada uno de los siete pecados capitales, que pueden ser identificados por sus
inscripciones en latín. Véase:Análisis de la obra

Posteriormente, el género literario teatral del auto sacramental (siglos XVI, XVII
y primera mitad del siglo XVIII) llevado a su perfección por Pedro Calderón de la
Barca, testimonia la popularidad de estas alegorías hasta pasada la mitad del
siglo XVIII, cuando se prohibió en España representar este tipo de piezas
teatrales (1765).
Virtudes que contempla la Iglesia católica[editar]
La Iglesia católica reconoce siete virtudes que forman parte del catecismo (que
corresponden a cada pecado capital).

Pecado Virtud Descripción


Es la característica que define a una persona
Humildad modesta, alguien que no se cree mejor o más
Soberbia
(en latín, humilitas) importante que los demás en ningún aspecto; es la
ausencia de soberbia.
Hábito de dar y entender a los demás. En
momentos de desastres naturales, los esfuerzos de
la ayuda son con frecuencia proporcionados,
voluntariamente, por los individuos o los grupos
que actúan de manera unilateral en su entrega de
Generosidad tiempo, de recursos, de mercancías, dinero, etc.
Avaricia
(en latín, generositas)
La generosidad es una forma de altruismo y rasgo
de la filantropía, como puede verse en las
personas anónimas que prestan servicios en
una organización sin ánimo de lucro.

Comportamiento voluntario a la moderación y


Castidad adecuada regulación de placeres y/o relaciones
Lujuria
(en latín, castitas) sexuales, ya sea por motivos de religión o social.
No es lo mismo que abstinencia sexual.
Paciencia Actitud para sobrellevar cualquier contratiempo y
Ira
(en latín, patientia) dificultad.
Moderación en la atracción de los placeres y
procura el equilibrio en el uso de los bienes
Gula Templanza creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre
(en latín, temperantia)
los instintos y mantiene los deseos en los límites
de la honestidad.
Envidia Caridad Empatía, amistad.
(en latín, caritas)
Es el esmero y el cuidado en ejecutar algo. Como
toda virtud se trabaja, netamente, poniéndola en
Diligencia práctica; significa cumplir con los compromisos,
Pereza
(en latín, diligentia) no ser inactivo, no caer en la pereza, proponerse
metas fijas y cumplirlas en su tiempo, poner
entusiasmo en las acciones que se realizan.
Sobre los ocho vicios malvados
Evagrio Póntico
(¿345?-399).

Es posible que mucho hayan tenido en sus manos en alguna oportunidad


este documento sobre los pecados capitales, y si le llega por primera vez, le
causara un cierto asombro.
Fueron escritos por Evagrio Póntico, el nació hacia el año 345 en la ciudad
de Ibora, en el Ponto. Amasía del Ponto (Antigua ciudad cercana a la actual
Sinope, en Turquía)
Desde su juventud estuvo relacionado con los Padres Capadocios;
acompañó a Gregorio Nacianceno al concilio de Constantinopla, donde se
quedó posteriormente con Nectario, patriarca de aquella ciudad. Pero
disgustado por el ambiente de la urbe, se trasladó a Jerusalén, donde
maduró su vocación a la vida retirada.
En torno al 383 tomó el hábito monástico y se trasladó a Egipto. Vivió en las
montañas de Nitria, pasando después al desierto de la Kellia, donde
permaneció hasta su muerte, acaecida hacia el 399.
Evagrio es una personalidad sobresaliente en la espiritualidad cristiana. Sus
obras han sido siempre leídas, y han ejercido una influencia decisiva a través
de los siglos.
Quastem lo presenta como "el fundador del misticismo monástico y el autor
espiritual más fecundo e interesante del desierto egipcio. Los monjes de
oriente y occidente estudiaron sus escritos como documentos clásicos y
como manuales de valor incalculable".
La doctrina de los siete pecados capitales, tan conocidos en la ascética
tradicional de occidente, tiene su origen en la explicación evagriana de los
"ocho (malos) pensamientos". Evagrio fue el primero que los sistemarizó,
como compendio y germen de todos los demás.
Por otra parte, su aguda observación de la psicología del monje le convierte
en un auténtico precursor del moderno psicoanálisis.

La Gula[i]

Capítulo I

El origen del fruto es la flor y el origen de la vida activa [ii] es la templanza[iii];


quien domina el propio estómago hace disminuir las pasiones, al contrario,
quien es subyugado por la comida incrementa los placeres.
Como Amalec es el origen de los pueblos, así la gula lo es de las pasiones.
Como la leña es alimento del fuego así la comida es alimento del estómago.
La mucha leña alienta una gran llama y la abundancia de comida nutre la
concupiscencia. La llama se extingue cuando hay menos leña y la penuria en
la comida apaga la concupiscencia.
Aquel que tiene dominio sobre la mandíbula desbarata a los extranjeros y
disuelve fácilmente las ataduras de sus manos. De la mandíbula arrojada
fuera brota una fuente de agua y la liberación de la gula genera la práctica de
la contemplación.
El palo de la tienda, irrumpiendo, mató la mandíbula enemiga y la sabiduría
de la templanza mata la pasión[iv].
El deseo de comida engendra desobediencia y una deleitosa degustación
arroja del paraíso. Sacian la garganta las comidas fastuosas y nutren el
gusano de la intemperancia que nunca duerme.
Un vientre indigente prepara para una oración vigilante, al contrario un
vientre bien lleno invita a un sueño largo.
Una mente sobria se alcanza con una dieta muy magra, mientras que una
vida llena de delicadezas arroja la mente al abismo.
La oración del ayunante es como el pollito que vuela más alto que un águila
mientras que la del glotón está envuelta en las tinieblas. La nube esconde los
rayos del sol y la digestión pesada de los alimentos ofusca la mente.
Capítulo II
Un espejo sucio no refleja claramente la forma que se le pone al frente y el
intelecto, obtuso por la saciedad, no acoge el conocimiento de Dios.
Una tierra sin cultivar genera espinas y de una mente corrompida por la gula
germinan pensamientos malignos.
Como el fango no puede emanar fragancia tampoco en el goloso sentimos el
suave perfume de la contemplación.
El ojo del goloso escruta con curiosidad los banquetes, mientras que la
mirada del temperante observa las enseñanzas de los sabios.
El alma del goloso enumera los recuerdos de los mártires, mientras que la
del temperante imita su ejemplo.
El soldado bellaco retiembla al son de la trompeta que preanuncia la batalla,
igualmente tiembla el goloso a los llamados de la templanza.
El monje goloso, sometido a las exigencias de su vientre, exige su tributo
cotidiano. El caminante que camina con ahínco alcanzará pronto la ciudad y
el monje glotón no llegará a la casa de la paz interior [v].
El húmedo vapor del sahumerio perfuma el aire, como la oración del
temperante deleita el olfato divino.
Si te abandonas al deseo de la comida ya nada te bastará para satisfacer tu
placer: el deseo de la comida, en efecto, es como el fuego que siempre
envuelve y siempre se inflama. Una medida suficiente llena el vaso, mientras
un vientre desfondado jamás dirá ¡basta!". La extensión de las manos puso
en fuga a Amalec y una vida activa elevada somete las pasiones carnales.
Capítulo III
Extermina todo lo que sea inspirado por los vicios y mortifica fuertemente tu
carne. Que de cualquier manera, en efecto, sea matado el enemigo, éste no
te producirá más miedo, así un cuerpo mortificado no perturbará al alma. Un
cadáver no nota el dolor del fuego y menos aún el temperante siente el
placer del deseo extinguido.
Si matas a un egipcio[vi], escóndelo bajo la arena, y no engordes el cuerpo
por una pasión vencida: así como en la tierra engordada germina lo que está
escondido, así en el cuerpo gordo revive la pasión.
La llama que languidece se reenciende si se le agrega leña seca y el placer
que se va atenuando revive con la saciedad de la comida; no compadezcas
el cuerpo que se lamenta por la carestía y no lo halagues con comidas
suntuosas: si en efecto lo refuerzas se te volverá en contra llevándote a una
guerra sin tregua, hasta que esclavice tu alma y te haga siervo de la lujuria.
El cuerpo indigente es como una caballo dócil que jamás desensillará al
caballero: éste, en efecto, dominado por el freno, se somete y obedece a la
mano de quien sujeta las riendas, mientras el cuerpo, domado por el hambre
y las vigilias, no reacciona por un pensamiento malo que lo cabalga, ni
relincha excitado por el ímpetu de las pasiones.

La Lujuria

Capítulo IV

La temperancia genera la mesura, mientras la gula es la madre del


desenfreno; el aceite alimenta la luz de la lámpara y el frecuentar mujeres
atiza la llamarada del placer.
La violencia del oleaje se desencadena contra el mercader mal anclado
como el pensamiento de la lujuria sobre la mente intemperante. La lujuria
acogerá como aliada a la saciedad, le dará licencia, se juntará a los
adversarios y combatirá finalmente del lado de los enemigos.
Permanece invulnerable a las flechas enemigas aquel que ama la
tranquilidad[vii], quien en cambio se mezcla con la multitud recibe golpes
continuamente.
Mirar a una mujer es como un dardo venenoso, hiere el alma, nos inocula el
veneno y cuanto más perdura, tanto más arraiga la infección. El que busca
defenderse de estas flechas se mantiene lejos de las multitudinarias
reuniones públicas y no divaga con la boca abierta en los días de fiesta; es
mucho mejor quedarse en casa pasando el tiempo orando en vez de hacer la
obra del enemigo creyendo que se honra las fiestas.
Evita la intimidad con las mujeres si deseas ser sabio y no les des la libertad
de hablarte ni confianza. En efecto, al inicio tienen o simulan una cierta
cautela, pero seguidamente osan hacerlo todo descaradamente: en el primer
acercamiento tienen la mirada baja, pían dulcemente, lloran conmovidas, el
trato es serio, suspiran con amargura, plantean preguntas sobre la castidad y
escuchan atentamente; las ves una segunda vez y levanta un poco más la
cabeza; la tercera vez se acercan sin mucho pudor; tú has sonreído y ellas
se han puesto a reír desaforadamente; seguidamente se embellecen y se te
muestran con ostentación, su mirada cambia anunciando el ardor, levantan
las cejas y rotan los ojos, desnudan el cuello y abandonan todo el cuerpo a la
languidez, pronuncian frases ablandadas por la pasión y te dirigen una voz
fascinante al oído hasta que se apoderan completamente el alma.
Sucede que estas trampas te encaminan a la muerte y estas redes
entretejidas te arrastran a la perdición; por tanto no te dejes ni siquiera
engañar de aquellas que se sirven de discursos discretos: en éstas, en
efecto, se oculta el maligno veneno de las serpientes.
Capítulo V
Acércate al fuego ardiente antes que a una mujer joven, sobre todo si tú
también eres joven: en efecto, cuando te acercas a la llama y sientes una
buena quemazón, te alejas rápidamente, mientras que cuando eres seducido
por las charlas femeninas, difícilmente logras darte a la fuga.
La hierba crece cuando está cerca al agua, como germina la intemperancia
frecuentando a las mujeres.
Aquel que repleta el vientre y hace profesión de sabiduría se parece a quien
afirma que frena la fuerza del fuego con paja. Como efectivamente es
imposible apagar el mutable agitarse del fuego con la paja, así es imposible
colmar en la saciedad el ímpetu inflamado de la intemperancia.
Una columna se apoya en una base y la pasión de la lujuria tiene sus
cimientos en la saciedad.
La nave presa de las tempestades se apresura en llegar al puerto y el alma
del sabio busca la soledad: una huye de las amenazadoras olas del mar, la
otra de las formas femeninas que traen dolor y ruina.
Un semblante embellecido de mujer hunde más que un oleaje marino: aún
así, éste te da la posibilidad de nadar si quieres salvar la vida, mientras que
la belleza femenina, tras el engaño, te persuade de despreciar incluso la vida
misma.
La zarza solitaria se sustrae intacta a la llama y el sabio que sabe
mantenerse alejado de las mujeres no se enciende en la intemperancia:
como el recuerdo del fuego no quema la mente, así ni siquiera la pasión tiene
vigor si falta la materia.
Capítulo VI
Si tienes piedad para con el enemigo éste será siempre tu enemigo, y si
concedes a la pasión ésta se te revelará.
La vista de las mujeres excita al intemperante, mientras empuja al sabio a
glorificar a Dios; pero si en medio de las mujeres la pasión está tranquila no
le des crédito a quien te anuncia que has alcanzado la paz interior [viii].
El perro justamente menea la cola cuando se lo deja en medio de la multitud,
pero cuando se aleja, muestra su maldad. Sólo cuando el recuerdo de la
mujer surja en ti privado de pasión, entonces considérate cerca de los
confines de la sabiduría. Cuando en cambio su imagen te empuja a verla y
sus dardos cercan tu alma, entonces considérate fuera de la virtud.
Pero no debes mantenerte así en esos pensamientos ni tu mente debe
familiarizarse mucho con las formas femeninas, la pasión es en efecto
reincidente y tiene al peligro junto a sí.
Como sucede efectivamente que una apropiada fundición purifica la plata
pero si se prolonga la destruye fácilmente, así una insistente fantasía de
mujeres destruye la sabiduría adquirida: no tengas, por tanto, familiaridad
prolongada con un rostro imaginado para que no se te adhieran las llamas
del placer y no queme la aureola que circunda tu alma: así como la chispa, si
permanece en medio de la paja, desencadena las llamas, así el recuerdo de
la mujer, persistiendo, enciende el deseo.

La Avaricia[ix]
Capítulo VII
La avaricia es la raíz de todos los males y nutre como malignos arbustos a
las demás pasiones y no permite que se sequen aquellas que florecen de
ésta.
Quien desea hacer retroceder a las pasiones, que extirpe la raíz; si
efectivamente podas para el bien las ramas pero la avaricia permanece, no
te servirá de nada, porque éstas, a pesar de que se hayan reducido,
rápidamente florecen.
El monje rico es como una nave demasiado cargada que es hundida por el
ímpetu de una tempestad: tal como una nave que deja entrar el agua es
puesta a prueba por cada ola, así el rico se ve sumergido por las
preocupaciones.
El monje que no posee nada es en cambio un viajero ágil que encuentra
refugio en todos lados. Es como el águila que vuela por lo alto y que baja a
buscar su alimento cuando lo necesita. Está por encima de cualquier prueba,
se ríe del presente y se eleva a las alturas alejándose de las cosas terrenas y
juntándose a las celestes: tiene efectivamente alas ligeras, jamás
apesadumbradas por las preocupaciones. Sobrepasa la opresión y deja el
lugar sin dolor; la muerte llega y se va con ánimo sereno: el alma, en efecto,
no ha estado amarrada por ningún tipo de atadura.
Quien en cambio mucho posee se somete a las preocupaciones y, como el
perro, está amarrado a la cadena, y, si es obligado a irse, se lleva consigo,
como un grave peso y una inútil aflicción, los recuerdos de sus riquezas, es
vencido por la tristeza y, cuando lo piensa, sufre mucho, ha perdido las
riquezas y se atormenta en el desaliento.
Y si llega la muerte abandona miserablemente sus tenencias, entrega el
alma, mientras el ojo no abandona los negocios; de mala gana es arrastrado
como un esclavo fugitivo, se separa del cuerpo y no se separa de sus
intereses: porque la pasión lo aferra más que lo que lo arrastra.
Capítulo VIII
El mar jamás se llena del todo a pesar de recibir la gran masa de agua de los
ríos, de la misma manera el deseo de riquezas del avaro jamás se sacia, él
las duplica e inmediatamente desea cuadruplicarlas y no cesa jamás esta
multiplicación, hasta que la muerte no pone fin a tal interminable premura.
El monje juicioso tendrá cuidado de las necesidades del cuerpo y proveerá
con pan y agua el estómago indigente, no adulará a los ricos por el placer del
vientre, ni someterá su mente libre a muchos amos: en efecto, las manos son
siempre suficientes para satisfacer las necesidades naturales.
El monje que no posee nada es un púgil que no puede ser golpeado de lleno
y un atleta veloz que alcanza rápidamente el premio de la invitación celeste.
El monje rico se regocija en las muchas rentas, mientras que el que no tiene
nada se goza con los premios que le vienen de las cosas bien obtenidas.
El monje avaro trabaja duramente mientras que el que no posee nada usa el
tiempo para la oración y la lectura.
El monje avaro llena de oro los agujeros, mientras que el que nada posee
atesora en el cielo.
Sea maldito aquel que forja el ídolo y lo esconde, al igual que aquel que es
afecto a la avaricia: el primero en efecto se postra frente a lo falso e inútil, el
otro lleva en sí la imagen[x] de la riqueza, como un simulacro.

La Ira
Capítulo IX
La ira es una pasión furiosa que con frecuencia hacer perder el juicio a
quienes tienen el conocimiento, embrutece el alma y degrada todo el
conjunto humano.
Un viento impetuoso no quebrará una torre y la animosidad no arrastra al
alma mansa.
El agua se mueve por la violencia de los vientos y el iracundo se agita por los
pensamientos alocados. El monje iracundo ve a uno y rechina los dientes.
La difusión de la neblina condensa el aire y el movimiento de la ira nubla la
mente del iracundo.
La nube que avanza ofusca el sol y así el pensamiento rencoroso embota la
mente.
El león en la jaula sacude continuamente la puerta como el violento en su
celda cuando es asaltado por el pensamiento de la ira.
Es deliciosa la vista de un mar tranquilo, pero ciertamente no es más
agradable que un estado de paz: en efecto, los delfines nadan en el mar en
estado de bonanza, y los pensamientos vueltos a Dios emergen en un
estado de serenidad.
El monje magnánimo es una fuente tranquila, una bebida agradable ofrecida
a todos, mientras la mente del iracundo se ve continuamente agitada y no
dará agua al sediento y, si se la da, será turbia y nociva; los ojos del animoso
están descompuestos e inyectados de sangre y anuncian un corazón en
conflicto. El rostro del magnánimo muestra cordura y los ojos benignos están
vueltos hacia abajo.
Capítulo X
La mansedumbre del hombre es recordada por Dios y el alma apacible se
convierte en templo del Espíritu Santo.
Cristo recuesta su cabeza en los espíritus mansos y sólo la mente pacífica se
convierte en morada de la Santa Trinidad.
Los zorros hacen guarida en el alma rencorosa y las fieras se agazapan en el
corazón rebelde.
El hombre honesto huye de las casas de mal vivir y Dios de un corazón
rencoroso.
Una piedra que cae en el agua la agita, como un discurso malvado el
corazón del hombre.
Aleja de tu alma los pensamientos de la ira y no alientes la animosidad en el
recinto de tu corazón y no lo turbes en el momento de la oración:
efectivamente, como el humo de la paja ofusca la vista así la mente se ve
turbada por el rencor durante la oración.
Los pensamientos del iracundo son descendencia de víboras y devoran el
corazón que los ha engendrado. Su oración es un incienso abominable y su
salmodia emite un sonido desagradable.
El regalo del rencoroso es como una ofrenda que bulle de hormigas y
ciertamente no tendrá lugar en los altares asperjados de agua bendita.
El animoso tendrá sueños turbados y el iracundo se imaginará asaltos de
fieras. El hombre magnánimo que no guarda rencor se ejercita con discursos
espirituales y en la noche recibe la solución de los misterios.

La Tristeza
Capítulo XI
El monje afectado por la tristeza no conoce el placer espiritual: la tristeza es
un abatimiento del alma y se forma de los pensamientos de la ira.
El deseo de venganza, en efecto, es propio de la ira, el fracaso de la
venganza genera la tristeza; la tristeza es la boca del león y fácilmente
devora a aquel que se entristece.
La tristeza es un gusano del corazón y se come a la madre que lo ha
generado.
Sufre la madre cuando da a luz al hijo, pero, una vez alumbrado se ve libre
del dolor; la tristeza, en cambio, mientras es generada, provoca largos
dolores y sobreviviendo, después del esfuerzo, no trae sufrimientos menores.
El monje triste no conoce la alegría espiritual, como aquel que tiene una
fuerte fiebre no reconoce el sabor de la miel.
El monje triste no sabrá cómo mover la mente hacia la contemplación ni
brota de él una oración pura: la tristeza es un impedimento para todo bien.
Tener los pies amarrados es un impedimento para la carrera, así la tristeza
es un obstáculo para la contemplación.
El prisionero de los bárbaros está atado con cadenas y la tristeza ata a aquel
que es prisionero[xi] de las pasiones.
En ausencia de otras pasiones la tristeza no tiene fuerza como no la tiene
una atadura si falta quien ate.
Aquel que está atado por la tristeza es vencido por las pasiones y como
prueba de su derrota viene añadida la atadura.
Efectivamente la tristeza deriva de la falta de éxito del deseo carnal porque el
deseo es connatural a todas las pasiones. Quien vence el deseo vencerá las
pasiones y el vencedor de las pasiones no será sometido por la tristeza.
El temperante no se entristece por la falta de alimentos, ni el sabio cuando lo
ataca una disolución desquiciada, ni el manso que renuncia a la venganza, ni
el humilde si se ve privado del honor de los hombres, ni el generoso cuando
incurre en un pérdida financiera: ellos evitaron con fuerza, en efecto, el
deseo de estas cosas: como efectivamente aquel que está bien acorazado
rechaza los golpes, así el hombre carente de pasiones no es herido por la
tristeza.
Capítulo XII
El escudo es la seguridad del soldado y los muros lo son de la ciudad: más
segura que ambos es para el monje la paz interior [xii].
De hecho, frecuentemente un flecha lanzada por un brazo fuerte traspasa el
escudo y la multitud de enemigos abate los muros, mientras que la tristeza
no puede prevalecer sobre la paz interior.
Aquel que domina las pasiones se enseñoreará sobre la tristeza, mientras
que quien es vencido por el placer no fugará de sus ataduras.
Aquel que se entristece fácilmente y simula una ausencia de pasiones es
como el enfermo que finge estar sano; como la enfermedad se revela por la
rojez, la presencia de una pasión se demuestra por la tristeza.
Aquel que ama el mundo se verá muy afligido mientras que aquellos que
desprecian lo que hay en él serán alegrados por siempre.
El avaro, al recibir un daño, se verá atrozmente entristecido, mientras que
aquel que desprecia las riquezas estará siempre libre de la tristeza.
Quien busca la gloria, al llegar el deshonor, se verá adolorido, mientras el
humilde lo acogerá como a un compañero.
El horno purifica la plata de baja ley y la tristeza frente a Dios libra el corazón
del error; la continua fusión empobrece el plomo y la tristeza por las cosas
del mundo disminuye el intelecto.
La niebla diminuye la fuerza de los ojos y la tristeza embrutece la mente
dedicada a la contemplación; la luz del sol no llega a los abismos marinos y
la visión de la luz no alumbra el corazón entristecido; dulce es para todos los
hombres la salida del sol, pero incluso de esto se desagrada el alma triste; la
picazón elimina el sentido del gusto como la tristeza sustrae al alma la
capacidad de percibir. Pero aquel que desprecia los placeres del mundo no
se verá turbado por los malos pensamientos de la tristeza.

La Acedia

Capítulo XIII

La acedia es la debilidad del alma que irrumpe cuando no se vive según la


naturaleza ni se enfrenta noblemente la tentación. En efecto, la tentación es
para un alma noble lo que el alimento es para un cuerpo vigoroso.
El viento del norte nutre los brotes y las tentaciones consolidan la firmeza del
alma.
La nube pobre de agua es alejada por el viento como la mente que no tiene
perseverancia del espíritu de la acedia.
El rocío primaveral incrementa el fruto del campo y la palabra espiritual
exalta la firmeza del alma.
El flujo de la acedia arroja al monje de su morada, mientras que aquel que es
perseverante está siempre tranquilo.
El acedioso aduce como pretexto la visita a los enfermos [xiii], cosa que
garantiza su propio objetivo.
El monje acedioso es rápido en terminar su oficio y considera un precepto su
propia satisfacción; la planta débil es doblada por una leve brisa e imaginar la
salida distrae al acedioso.
Un árbol bien plantado no es sacudido por la violencia de los vientos y la
acedia no doblega al alma bien apuntalada.
El monje giróvago, como seca brizna de la soledad, está poco tranquilo, y sin
quererlo, es suspendido acá y allá cada cierto tiempo.
Un árbol transplantado no fructifica y el monje vagabundo no da fruto de
virtud. El enfermo no se satisface con un solo alimento y el monje acedioso
no lo es de una sola ocupación.
No basta una sola mujer para satisfacer al voluptuoso y no basta una sola
celda para el acedioso.

Capítulo XIV
El ojo del acedioso se fija en las ventanas continuamente y su mente imagina
que llegan visitas: la puerta gira y éste salta fuera, escucha una voz y se
asoma por la ventana y no se aleja de allí hasta que, sentado, se entumece.
Cuando lee, el acedioso bosteza mucho, se deja llevar fácilmente por el
sueño, se refriega los ojos, se estira y, quitando la mirada del libro, la fija en
la pared y, vuelto de nuevo a leer un poco, repitiendo el final de la palabra se
fatiga inútilmente, cuenta las páginas, calcula los párrafos, desprecia las
letras y los ornamentos y finalmente, cerrando el libro, lo pone debajo de la
cabeza y cae en un sueño no muy profundo, y luego, poco después, el
hambre le despierta el alma con sus preocupaciones.
El monje acedioso es flojo para la oración y ciertamente jamás pronunciará
las palabras de la oración; como efectivamente el enfermo jamás llega a
cargar un peso excesivo así también el acedioso seguramente no se ocupará
con diligencia de los deberes hacia Dios: a uno le falta, efectivamente, la
fuerza física, el otro extraña el vigor del alma.
La paciencia, el hacer todo con mucha constancia y el temor de Dios curan la
acedia.
Dispón para ti mismo una justa medida en cada actividad y no desistas antes
de haberla concluido, y reza prudentemente y con fuerza y el espíritu de la
acedia huirá de ti.

La Vanagloria[xiv]
Capítulo XV
La vanagloria es una pasión irracional que fácilmente se enreda con todas
las obras virtuosas.
Un dibujo trazado en el agua se desvanece, como la fatiga de la virtud en el
alma vanagloriosa.
La mano escondida en el seno se vuelve inocente y la acción que permanece
oculta resplandece con una luz más resplandeciente.
La hiedra se adhiere al árbol y, cuando llega a lo más alto, seca la raíz, así la
vanagloria se origina en las virtudes y no se aleja hasta que no les haya
consumido su fuerza.
El racimo de uva arrojado por tierra se marchita fácilmente y la virtud , si se
apoya en la vanagloria, perece.
El monje vanaglorioso es un trabajador sin salario: se esfuerza en el trabajo
pero no recibe ninguna paga; el bolso agujereado no custodia lo que se
guarda en él y la vanagloria destruye la recompensa de las virtudes.
La continencia del vanaglorioso es como el humo del camino, ambos se
difuminarán en el aire.
El viento borra la huella del hombre como la limosna del vanaglorioso. La
piedra lanzada arriba no llega al cielo y la oración de quien desea complacer
a los hombres no llegará hasta Dios.
Capítulo XVI
La vanagloria es un escollo sumergido: si chocas con ella corres el riesgo de
perder la carga.
El hombre prudente esconde su tesoro tanto como el monje sabio las fatigas
de su virtud.
La vanagloria aconseja rezar en las plazas, mientras que el que la combate
reza en su pequeña habitación.
El hombre poco prudente hace evidente su riqueza y empuja a muchos a
tenderle insidias. Tu en cambio esconde tus cosas: durante el camino te
cruzarás con asaltantes mientras no llegues a la ciudad de la paz y puedas
usar tus bienes tranquilamente.
La virtud del vanaglorioso es un sacrificio agotado que no se ofrece en el
altar de Dios.
La acedia consume el vigor del alma, mientras la vanagloria fortalece la
mente del que se olvida de Dios, hace robusto al asténico y hace al viejo más
fuerte que el joven, solamente mientras sean muchos los testigos que asisten
a esto: entonces serán inútiles el ayuno, la vigilia o la oración, porque es la
aprobación pública la que excita el celo.
No pongas en venta tus fatigas a cambio de la fama, ni renuncies a la gloria
futura por ser aclamado. En efecto, la gloria humana habita en la tierra y en
la tierra se extingue su fama, mientras que la gloria de las virtudes
permanecen para siempre.

La Soberbia[xv]
Capítulo XVII
La soberbia es un tumor del alma lleno de pus. Si madura, explotará,
emanando un horrible hedor
El resplandor del relámpago anuncia el fragor del trueno y la presencia de la
vanagloria anuncia la soberbia.
El alma del soberbio alcanza grandes alturas y desde allí cae al abismo.
Se enferma de soberbia el apóstata de Dios cuando adjudica a sus propias
capacidades las cosas bien logradas.
Como aquel que trepa en una telaraña se precipita, así cae aquel que se
apoya en sus propias capacidades.
Una abundancia de frutos doblega las ramas del árbol y una abundancia de
virtudes humilla la mente del hombre.
El fruto marchito es inútil para el labrador y la virtud del soberbia no es
acepta a Dios.
El palo sostiene el ramo cargado de frutos y el temor de Dios el alma
virtuosa. Como el peso de los frutos parte el ramo, así la soberbia abate al
alma virtuosa.
No entregues tu alma a la soberbia y no tendrás fantasías terribles. El alma
del soberbio es abandonada por Dios y se convierte en objeto de maligna
alegría de los demonios. De noche se imagina manadas de bestias que lo
asaltan y de día se ve alterado por pensamientos de vileza. Cuando duerme,
fácilmente se sobresalta y cuando vela los asusta la sombra de un pájaro. El
susurrar de las copas de los árboles aterroriza al soberbio y el sonido del
agua destroza su alma. Aquel que efectivamente se ha opuesto a Dios
rechazando su ayuda, se ve después asustado por vulgares fantasmas.
Capítulo XVIII
La soberbia precipitó al arcángel del cielo y como un rayo los hizo estrellarse
sobre la tierra.
La humildad en cambio conduce al hombre hacia el cielo y lo prepara para
formar parte del coro de los ángeles.
¿De qué te enorgulleces oh hombre, cuando por naturaleza eres barro y
podredumbre y por qué te elevas sobre las nubes?
Contempla tu naturaleza porque eres tierra y ceniza y dentro de poco
volverás al polvo, ahora soberbio y dentro de poco gusano.
¿Para qué elevas la cabeza que dentro de poco se marchitará?
Grande es el hombre socorrido por Dios; una vez abandonado reconoció la
debilidad de la naturaleza. No posees nada que no hayas recibido de Dios,
no desprecies, por tanto, al Creador.
Dios te socorre, no rechaces al benefactor. Haz llegado a la cumbre de tu
condición, pero él te ha guiado; haz actuado rectamente según la virtud y él
te ha conducido. Glorifica a quien te ha elevado para permanecer seguro en
las alturas; reconoce a aquel que tiene tus mismos orígenes porque la
sustancia es la misma y no rechaces por jactancia esta parentela.
Capítulo XIX
Humilde y moderado es aquel que reconoce esta parentela; pero el
creador[xvi] lo creó tanto a él como al soberbio.
No desprecies al humilde: efectivamente él está más al seguro que tú:
camina sobre la tierra y no se precipita; pero aquel que se eleva más alto, si
cae, se destrozará.
El monje soberbio es como un árbol sin raíces y no soporta el ímpetu del
viento.
Una mente sin jactancia es como una ciudadela bien fortificada y quien la
habita será incapturable.
Un soplo revuelve la pelusa y el insulto lleva al soberbio a la locura.
Una burbuja reventada desaparece y la memoria del soberbio perece.
La palabra del humilde endulza el alma, mientras que la del soberbio está
llena de jactancia.
Dios se dobla ante la oración del humilde, en cambio se exaspera con la
súplica del soberbio.
La humildad es la corona de la casa y mantiene seguro al que entra.
Cuando te eleves a la cumbre de la virtud tendrás necesidad de mucha
seguridad. Aquel que efectivamente cae al pavimento rápidamente se
reincorpora, pero quien se precipita de grandes alturas, corre riesgo de
muerte.
La piedra preciosa se luce en el brazalete de oro y la humildad humana
resplandece de muchas virtudes.

[i]Lo que hoy llamamos gula, Evagrio llamaba gastrimargía, literalmente "locura del vientre".
[ii] "Vida activa" es la traducción más cercana a "praktiké", la disciplina espiritual que según
Evagrio se encuentra al principio del proceso de conformación con el Señor Jesús y que tiene
como fin purificar las pasiones del alma humana. A esto dedica Evagrio su "Tratado Práctico".

[iii] Enkráteia, es un concepto mucho más rico que el término "templanza" si por éste se entiende
solamente la virtud contraria a la gula. Por la raíz krat, que significa "fuerza" o "poder", esta virtud
implica "dominio de sí" o "señorío de sí".

[iv] Se trata de una comparación oscura, pero el mensaje es claro.

[v] El término que usa Evagrio es Apátheia, que en su espiritualidad equivale al estado de
plenitud espiritual, alcanzado mediante el dominio de las pasiones y el silenciamiento del interior.

[vi] El "egipcio" es el nombre que los padres del desierto daban a un demonio especialmente
feroz en la tentación.

[vii] Se refiere a la paz interior, la tranquilidad del recogimiento o la soledad, en el caso del monje.

[viii] Otra vez se trata del término Apátheia. Ver nota 5.


[ix] Philargyria, o amor al oro, al dinero. Evagrio le da especial importancia a este vicio, y presenta
su demonio como particularmente astuto, pues presenta al monje una serie de razonamientos que
hacen aparecer la acumulación de bienes como un acto de sensatez y prudencia.
[x] Para Evagrio, el apasionado posee en el corazón la imagen del objeto que lo domina.

[xi]Evagrio utiliza el término Aikhmálotos, que significa "prisionero de guerra", pero al mismo
tiempo hace referencia a la aikhmálosia, que en su teoría espiritual es el estadio final de
esclavitud del alma a los demonios, que llega como consecuencia de dejarse vencer
sistemáticamente por ellos.
[xii] Otra vez , la Apátheia.

[xiii] En la tradición de los monjes del desierto, el abandonar la celda era una de las principales
tentaciones de la acedia. Visitar enfermos era, por tanto, la manera de encubrir bajo el manto de la
caridad el deseo de huir de la soledad.
[xiv] El término Kenodoxía deriva de kenós "vacío, vano" y dóxa, "opinión": una imagen de sí que
se proyecta a los demás en base a valores inexistentes o insignificantes por su trivialidad.
[xv] El término Hyperephanía proviene del superlativo hypér y phaíno, "lo que aparece": aquello
que aparece como más de lo que es, arrogancia, altanería.
[xvi] Evagrio utiliza el término Demioyrgós, que en la tradición griega equivalía al trabajador
manual o a la divinidad que creaba el mundo a partir de una materia preexistente. Parece ser que
acá lo quiere utilizar en el sentido de Dios creador, aunque esta acepción no queda totalmente
clara.

Evagrio Póntico: Sobre la «gula»


Ocho son según el monje del desierto cristiano, Evagrio Póntico (345-399), los
pensamientos «logismoi», que engendran todo vicio y consiguientemente todo
sufrimiento e infelicidad («Tratado Práctico» cap. 6) Y en ellos, afirma, se
contiene cualquier otro pensamiento, o «demonio» o vicio, o pasión
desordenada, o condicionamiento mental. El primero de ellos es la gula o
desenfreno, tras éste se engendra la fornicación o lujuria; el tercero es el de la
avaricia o avidez; el cuarto el de la tristeza o depresión; el quinto el de la ira,
aversión o cólera; el sexto el de la acedia o somnolencia existencial; el séptimo
el de la vanagloria o egolatría; el octavo el del orgullo o la arrogancia. En el
mismo capítulo nos advierte: «Que todos estos pensamientos «logismoi»
turben nuestra mente, no depende de nosotros, pero que se detengan o no se
detengan, o que exciten las pasiones o no las exciten, sí depende de nosotros».
El impulso de comer y beber es natural e instintivo. Tal impulso o deseo es
-en un principio-, legítimo y necesario para nuestra supervivencia. Hasta aquí
todo bien… La dificultad surge cuando dicho impulso se escapa de nuestra
capacidad de distinguir lo necesario de lo superfluo.
En su Tratado «Antirrhetikós», o el tratado sobre la «refutación» y
discernimiento de los pensamientos o pasiones «logismoi», Evagrio, por medio
de un lenguaje metafórico, nos describe los aspectos positivos y negativos de
tal impulso, que en un primer momento aparece en la mente del ser humano
como totalmente «legítimo» e indiscutible: «El origen del fruto es la flor, y el
origen de la vida práctica o espiritual es la templanza sobre el propio
estomago, la cual disminuye las pasiones «logismoi», por el contrario, quien
está apegado a los alimentos y bebidas superfluas acrecienta los vicios y la
infelicidad» («Antirrhetikós, cap. 1)». Y en otras metáforas del mismo capítulo
alude sobre el peligro de la gula, y sobre la posibilidad de «contemplación» del
que aprende a discernir los pensamientos sobre la comida: 1) «Como la leña es
el alimento del fuego, así los alimentos son el sustento del estomago. Mucha
leña levanta una grande llama y una abundancia de alimentos nutre la codicia.
La llama se extingue cuando mengua la leña, y el fin de los excesos apaga la
codicia»: 2) «De aquel que tiene poder sobre la mandíbula brota una fuente de
agua que genera la práctica de la contemplación»; además: 3) «Una mente
serena y tranquila se alcanza con una dieta sobria, mientras una vida plena de
vanas dulzuras hunde la mente en el abismo».
D

Evagrio, en el Tratado Práctico (TP), considera que el «pensamiento» de la


gula o desenfreno en el comer, sugiere al ser humano el abandono de la vida
espiritual y la consiguiente pérdida de la comprensión profunda de sí mismo
(TP, cap. 7).
Uno de los remedios contra la codicia es la templanza en el comer y el beber.
El ayuno, una palabra que produce tanta antipatía en la sociedad actual, era
uno de los remedios eficaces para volver a centrar la vida en lo que realmente
era necesario e importante. El ayuno, según los Padres del Desierto, es
simplemente poner la comida y los pensamientos sobre la comida en un
balance correcto, comiendo solamente a horas determinadas. Si comemos de
esta forma podemos estar en contacto con nuestros pensamientos, pues
cuando nos damos cuenta de nuestras necesidades corporales de comer y
beber, empezamos a notar nuestros pensamientos sobre la comida. (Cf. Funk,
M., «Thoughts Mater: The practice of the Spiritual Life», 1998). Si todo lo que
pensamos, nos dice Margaret Funk, se centra exclusivamente en nuestras
necesidades corporales, entonces el progreso en nuestro camino interior será
una meta muy lejana. Si tenemos la sabia esperanza de progresar en la paz de
nuestra mente, debemos sosegar nuestros pensamientos, incluso aquellos que
parecieran incuestionablemente necesarios. Si no podemos observar con
ecuanimidad el pensamiento sobre lo que deseamos para nuestro cuerpo, no
lograremos sosegar y pacificar los pensamientos «logismoi» más difíciles como
el de la lujuria y la ira.
En los Dichos o Apotegmas de los Padres del Desierto, uno de ellos nos
comenta: «Hemos hallado un anciano que no bebe vino (bebida muy apreciada
en la cultura mundial desde la antigüedad), y que justifica su modo de obrar
con estas palabras: ‘Nosotros nos abstenemos de ciertas cosas, no porque
estas cosas sean malas en sí mismas, sino porque fomentan las pasiones, que
si se alimentan, nos matan espiritualmente’». En otro escrito Evagrio Póntico
nos señala: «pesa tu pan en la balanza, y bebe agua con medida, y el espíritu
de la fornicación y el desenfreno huirá de ti» («Espejo de monjes», cap. 102).

Cuando no conocemos el funcionamiento de nuestra mente, o cuando


nuestra mente no está debidamente educada a través de una práctica o
disciplina espiritual, los pensamientos que van y vienen pueden hacernos sus
esclavos. El pensamiento sobre la comida, y la consiguiente voracidad, surge
como consecuencia de una falta profunda de observación ecuánime de la
mente misma. La sucesión de pensamientos: sensación de hambre (no siempre
legítima), deseo de comer (no siempre necesario), pasión intensa por poseer
dicho alimento o bebida trae como consecuencia una especie de ofuscación
que nubla nuestra capacidad de discernir. Esta sucesión de pensamientos
«logismoi», va de un deseo a otro, y el ciclo se repite una y otra vez, sin que
nosotros seamos mínimamente conscientes. Este curso irreflexivo puede llegar
a convertirse en una obsesión que nos alejará de nosotros mismos, de nuestro
ser más profundo, de nuestra capacidad de solidaridad hacia los demás y al
final de nuestra búsqueda espiritual.
Para Margaret Funk, especialista en los Padres del Desierto, la templanza en
el comer y el beber, nos ayuda a conocer nuestros pensamientos, y nos
mantiene lo suficientemente dóciles para escuchar la gracia que se esconde en
nuestro ser más profundo. El deseo de comer y beber inmoderadamente no
debe dominar nuestra mente; la comida y la bebida son instrumentos para
relacionarnos mejor con nosotros mismos, con los demás y con «Dios».
Tampoco deben ser una barrera que nos aparte de la quietud profunda y de
nuestra disposición hacia el silencio y la oración. El resultado de una vida
contemplativa es el regocijo de comer y beber inteligentemente y con gratitud
(Cf. Funk, M., «Thoughts Mater: The practice of the Spiritual Life», 1998).

Evagrio Póntico y el «Antirrhetikós»


Los maestros espirituales de los primeros siglos del Desierto Cristiano, los
llamados «Padres del Desierto», después de años de observación y de práctica
espiritual, nos legaron varios «métodos» para purificar nuestra mente y llegar a
un estado de serenidad, con el fin de prepararnos para el camino espiritual: la
observación sabia de la realidad en el presente.
Uno de dichos «métodos», del que quisiera presentar brevemente algunas
anotaciones, es el «ANTIRRHETIKÓS», del que Evagrio Póntico fue uno de los
mayores exponentes, pues escribió un breve tratado sobre dicha práctica
espiritual. Llamado también «método refutatorio», tiene como idea
fundamental aprender a discernir y refutar las insinuaciones del «demonio»
(comprensión errónea de la realidad), en la mente del buscador o buscadora
espiritual. En artículos anteriores hemos hecho referencia, frecuentemente, a lo
que Evagrio y los demás Padres del desierto entendían por «demonio». Cuando
hablamos del «demonio» en este contexto, substancialmente, hacemos
referencia a todo lo que puede llegar a ser un obstáculo en el progreso interior,
en especial, los «condicionamientos mentales», o lo que los mismos «filósofos
del Desierto», sistematizaron como los «ocho espíritus malvados». Los cuales
son mencionados por Evagrio Póntico y Juan Casiano en sus obras principales.
Para el Oriente cristiano los ocho «logismoi» (pensamientos), son vicios, o
tentaciones que turban la mente del buscador o buscadora espiritual, y son
ocho: avidez o gula, fornicación o lujuria, codicia o avaricia, tristeza o angustia,
ira o aversión, acedia, vanidad y orgullo.
La renuncia a nuestros pensamientos «logismoi», o condicionamientos
mentales, según la religiosa benedictina, Margaret Funk, especialista en los
escritos de Juan Casiano, y autora del libro Thoughts Matter: The Practice of
the Spiritual Life, es la base para iniciar un camino interior de transformación,
humanización y liberación de nuestras ataduras «mundanas», con el fin de
acercarnos cada vez más a nuestra propia profundidad y descubrirnos seres
esencialmente dotados de posibilidad de transformación.

Para Evagrio las sensaciones -no observadas con ecuanimidad-, se


vuelven logismoi, y luego pueden llegar a convertirse en deseos, y finalmente
en pasiones. El Buda en su famoso texto, el «Dhammapada») consideraba,
siguiendo su antiquísima tradición, que «del deseo surge el sufrimiento, del
deseo surge el miedo. Para aquel que está libre de deseo, ni hay sufrimiento, ni
mucho menos miedo».
Margaret Funk, trabaja actualmente en el Consejo Monástico de Diálogo
Interreligioso, y fue allí donde por medio del acercamiento hacia las demás
tradiciones espirituales, especialmente al Budismo y al Hinduismo, se percató
de la importancia del conocimiento y observación del funcionamiento de la
mente en nuestro progreso espiritual. Al escuchar a los maestros orientales
reflexionó acerca de las correspondencias que existen en las auténticas
tradiciones religiosas alrededor del mundo sobre la vida espiritual. El
Cristianismo también posee una rica tradición en la observación de la mente
humana, encabezada principalmente por los Padres del Desierto, y
posteriormente por los místicos y místicas que nos han precedido en la
búsqueda interior. Nombres como Gregorio de Nisa, Dionisio Areopagita,
Meister Eckhart, Taulero, Suso, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, entre muchos
otros.
En el capítulo primero del mencionado libro de Margaret Funk, Thoughts
Matter: The Practice of the Spiritual Life, ella profundiza por medio de un
lenguaje actual, fresco, ameno y eficiente sobre la importancia de los
pensamientos en la vida espiritual. Afirma que todos aquellos que buscamos
seriamente, ya sea la «Trascendencia», ya sea mayor profundidad e
interioridad en nuestra vida espiritual, «debemos entrenar nuestras mentes
para mantener nuestras metas siempre al frente de nuestra mente
consciente». Después de años en el monasterio ella se dio cuenta que el
objetivo principal de la vida religiosa (humana) es «la preparación de la
persona para la vida interior», y percibió con asombró el poder positivo o
negativo, que tienen los pensamientos cuando se entra en contacto consigo
mismo.

No es necesario entrar en un convento o monasterio y hacerse monja o


monje para iniciar un serio camino interior, considera M. Funk, pues la práctica
espiritual puede llevarse acabo desde cualquier lugar o situación en la que nos
encontremos en nuestra vida.

Juan Casiano fue un monje y escritor cristiano del siglo IV, que nació alrededor
del 360 en Dobrudja, (actual República de Rumanía). En la World Wide
Weeb podemos encontrar mucha información sobre la vida y obra de Juan
Casiano. En este breve artículo deseo presentar algunos aspectos sobre su
método espiritual, que puedan ser de utilidad para nosotros en la actualidad,
sin entrar en detalles dogmáticos, históricos e institucionales. Juan Casiano es
un autor espiritual que puede ser valioso para todos aquellos, sin importar su
religión, raza, o condición social, que desean emprender el camino de la
purificación de la mente y de la transformación del corazón humano. Por
consiguiente, este breve artículo no está dedicado solamente a los cristianos
católicos u ortodoxos, sino a todos aquellos que perciben que el
«Espíritu/espíritu sopla donde quiere…», y no se deja «atrapar» por
instituciones, dogmatismos, y limitaciones sociales, psicológicas, geográficas o
culturales.
Juan Casiano pasó cerca de nueve años en el desierto de la Tebaida
aprendiendo el método espiritual de los primeros eremitas cristianos. Sus dos
obras principales «De institutis coenobiorum» y «Collationes Patrum» dan
testimonio de la profundidad de su vida ascética, la cual lo llevó a ser un
verdadero maestro espiritual y uno de los padres más destacados del
monacato oriental y occidental.
El merito de Casiano no se encuentra en su originalidad, sino en la especial
capacidad que tuvo de elaborar el legado espiritual que recibió de algunos de
los antiguos escritores y maestros espirituales cristianos más notables, tales
como Basilio, Crisóstomo, y especialmente Evagrio Póntico. Dicha capacidad
radica en haber vivido y experimentado desde las mismas fuentes un real y
tangible progreso espiritual. Por consiguiente, su originalidad está en su misma
experiencia, tan necesaria hoy para nosotros. Pacomio nos indica, a través de
su método espiritual, que nosotros podemos «experimentar en primera
persona», el profundo don espiritual que poseemos como seres humanos:
«somos posibilidad de liberación, de emancipación», y dicha capacidad no está
fuera de nosotros, sino que está justamente dentro de cada uno de nosotros.
Tal como nos lo indica Angelus Silesius (1624- +1677) en su famosa obra el
«Peregrino Querubínico»: «El cielo está en ti mismo: Detente ¿a dónde corres?
el cielo está en ti: si buscas a ‘Dios’ en otro sitio, no lo encontrarás jamás».

Según Casiano el objetivo de la vida espiritual es la pureza del corazón


(«puritas cordis»), entendida como un estado de armonía perfecta con la
creación, o con la realidad en cuanto tal, y para llegar a ella se debe buscar
todo lo que conduce a dicha pureza y rechazar todo lo que es obstáculo para
llegar a ella. Para los no experimentados suena en primer momento fácil el
objetivo de la vida espiritual, pero todos aquellos que han emprendido el
camino hacia el Espíritu/espíritu saben que dicho camino está lleno de
dificultades y durezas, las cuales son justamente indispensables para lograr la
purificación del cuerpo/mente.
La precisión del método de Juan Casiano radica precisamente en conocer a
profundidad dichas dificultades (logismoi). Juan Casiano nos enseña a
identificarlas y de ese modo poder observarlas sabiamente. Casiano trata sobre
estos obstáculos en las «Conferencias a los Padres» (Collationes Patrum), y de
modo más específico en las «Instituciones» (De Institutione monachorum), en
las que describe detalladamente cada uno de los ocho vicios o pensamientos
que turban el espíritu del buscador o buscadora espiritual. Dicha descripción
detallada fue uno de los aspectos que Casiano heredó de Evagrio Póntico y que
él organizó en función de su enseñanza espiritual en sus dos obras principales.
Padres del desierto y Vipassana
Son interesantes los paralelismos que pueden señalarse acerca de los
obstáculos que se presentan en la práctica de la oración según Evagrio y los
mismos durante la Meditación Vipassana. El Buda decía que quienes
conquistan su propia mente son más dignos de elogio que quienes han vencido
a mil hombres en mil batallas. Y Evagrio Póntico en De Oratione en los
versículos 117 al 120 profiere honores a aquél que durante la oración alcanza
la perfecta impasibilidad del espíritu (apatheia), es decir, quien se libera por
entero o logra una ecuanimidad perfecta sobre los ocho grandes pensamientos:
avidez, lujuria, codicia, tristeza, ira, acedia, vanidad, y orgullo, los que para la
Tradición Budista serían los llamados cinco obstáculos profundamente
arraigados en la mente: deseo o avidez, aversión o rechazo, pesadez, inquietud
y duda.
Cuando examinamos nuestra mente, dice Joseph Goldstein autor de Seeking
the Heart of Wisdom, profunda obra sobre la Meditación Vipassana,
descubrimos inevitablemente las fuerzas básicas del orgullo, el temor, el
prejuicio, el odio y el deseo, fuerzas que causan en nosotros y en el mundo un
enorme sufrimiento, pero que al mismo tiempo constituyen una autentica
oportunidad para quien emprende el camino espiritual. Evagrio describe dichas
fuerzas como demonios (logismoi) que asaltan a quienes meditan (oran) en
soledad. En la Tradición Budista estos demonios son personificados por Mara, el
Tentador, y son el miedo, la ira, los hábitos, la resistencia y la falta de
determinación para prestar atención a lo que realmente está ocurriendo.
Cuando meditamos u oramos, “Mara” o los “demonios”, es decir nuestros
condicionamientos mentales, (sankaras en la tradición budista), pueden
adoptar muchas formas. Así lo reseña Evagrio en De Oratione: Mucho envidia el
demonio al hombre cuando ora, y utiliza cualquier recurso para apartarlo de su
fin (47). No cesa de remover pensamientos de cosas por la memoria, y de
despertar todas las pasiones en la carne con el fin de impedirle orar como
conviene (51), pues la oración sin distracción es la acción más sublime del
intelecto (35). Recordemos que para Evagrio la oración es la práctica del
silencio que purifica al ser humano de las pasiones, lo preserva de la
ignorancia, la cual es fuente de toda desdicha. Por ello Evagrio, en la obra ya
citada, indica varias recomendaciones a quien practica la oración para que lo
haga como conviene: Aquél que se dispone a orar verdaderamente, no sólo
debe dominar la ira y el deseo, sino también lograr estar libre de todo
pensamiento apasionado (De Oratione 54), es decir ecuánime ante los ocho
grandes pensamientos o ante los cinco obstáculos ya mencionados antes. Y
en De Oratione 71: No podrás orar con pureza, si te atas a las cosas materiales
y estás agitado por continuas preocupaciones; porque la oración es supresión
de los pensamientos. Y en el versículo 105: Pasa por alto las necesidades del
cuerpo cuando ores, a fin de que ni por la picadura de un piojo, de una pulga,
de un mosquito o de una mosca, pierdas el enorme beneficio de tu oración.
Sobre el sentido de la vista nos dice en el 110: Mantén quieta tu mirada
durante la oración y, abnegando tu carne y tu alma, vive según el intelecto. Y
sobre el importante aspecto de la atención durante la práctica nos señala: La
atención que busca la oración encontrará oración; pues si hay algo que lleva a
la oración es la atención (prosoché); por consiguiente, debemos aplicarnos a
ella (De Oratione 149).
De las anteriores citaciones podemos puntualizar varios aspectos acerca de
la concepción de Evagrio Póntico sobre la oración. En primer lugar, la
semejanza de la práctica, propuesta por Evagrio, con las indicaciones y
estipulaciones que ofrecen los maestros orientales sobre la Meditación
Vipassana. Seguidamente, la ecuanimidad que debemos mantener durante la
oración, sea con respecto al cuerpo, sea con respecto a la memoria y a los
pensamientos y emociones que aparecen y desaparecen en nuestra mente con
el fin de conseguir la purificación de los condicionamientos mentales que traen
sufrimiento y desdicha a nuestra vida y a los seres que nos rodean.

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