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Nombre: ______________________________________________________________________
Puntaje Ideal: puntos - Puntaje Obtenido: __________ puntos
ITEM 1: SELECCIÓN MÚLTIPLE
Lee el siguiente microcuento y responde desde la pregunta 1 hasta la 6.
Nochebuena
Fernando Silva dirigía el hospital de niños.
En vísperas de Navidad se quedó trabajando, hasta muy tarde. Ya
estaban sonando los cohetes y empezaban los fuegos artificiales a
iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo
esperaban para festejar. Hizo una última recorrida por las salas, viendo si
todo quedaba en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos los
seguían. Unos pasos de algodón: se volvió y descubrió que uno de los
enfermitos le andaba atrás. En la penumbra lo reconoció. Era un niño que
estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos
ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso.
Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:}-Dile a… -Susurró el
niño-.
Dile a alguien, que yo estoy aquí.
A. La niñez.
B. El trabajo.
C. La navidad.
D. El abandono.
A. Tímida.
B. Amable.
C. Entusiasta.
D. Prepotente.
4. En la expresión: “en eso estaba cuando sintió que unos pasos los seguían. Unos pasos
de algodón”. ¿Qué palabra puede sustituir a algodón sin cambiar el sentido del
fragmento?
A. Livianos.
B. Blandos.
C. Blancos.
D. Inestables.
6. Al final del texto, ¿para qué el niño le dice al doctor “dile a alguien que estoy
aquí”?
Comenzó con hilo verde: No sabía que bordar, pero iba a ser verde, estaba segura,
verde brillante. Hierba, fue lo que apareció después de los primeros puntos. Una
hierba alta, con las puntas dobladas como si estuviese mirando algo.
“Mira las flores”, pensó ella, y eligió una madeja roja. Así poco a poco, sin modelo, fue
apareciendo un jardín en el bastidor. Obedecía a sus manos, obedecía a su propio impulso, y
surgía como si germinase en el rocío de la noche.
Todas las mañanas la niña corría hacia el bastidor, miraba, sonreía y añadía un pájaro más, una
abeja, un grillo escondido detrás de un tallo.
El sol brillaba en el bordado de la niña. Y era tan lindo el jardín que lo empezó a querer por sobre
todas las cosas.
Fue el día del árbol. El árbol estaba listo, parecía no faltarle nada. Pero la niña sabía que había
llegado la hora de añadir los frutos. Bordó una fruta violácea, brillante como nunca había visto
en su vida. Y otra, y otra, hasta que el árbol estuvo cargado, hasta que el árbol se hizo rico, y su
boca se llenó del deseo de aquella fruta jamás probada.
La niña no supo como ocurrió. Cuando se quiso acordar, ya estaba montada en la rama más alta
del árbol, saboreando las frutas y limpiándose el jugo que se le escurría de la boca.
“Seguro que ha sido por el hilo”, pensó a la hora de volver a casa. Miró -la última fruta aún no
estaba lista- y tocó el punto que acababa en una hebra de hilo. Y allí estaba ella de vuelta en
casa.
Ahora que había aprendido el camino, todos los días la niña bajaba hacia el bordado, elegía
primero lo que le gustaría ver: una mariposa, un escarabajo. Bordaba con cuidado; después
bajaba con el hilo hacia la espalda del insecto, y volaba con él, y se posaba en las flores, y reía
y brincaba y se tumbaba en el césped.
El bordado ya estaba casi listo. Se veía poco
paño entre los hilos de colores. Pronto estaría
terminado. “Faltaba una garza”, pensó. Y eligió
una madeja blanca matizada de rosa. Tejió sus
puntos con cuidado, sabiendo, mientras lanzaba
la aguja, cuán suave serían las plumas y cuán
dulce el pico. Después bajó al encuentro de la
nueva amiga.
Fue así, de pie al lado de la garza, acariciándole
el cuello, como la vio su hermana menor al
inclinarse sobre el bastidor. Era lo único que no
estaba bordado. Y el dibujo era tan bonito que la
hermana cogió la aguja, la canastilla de los hilos
y comenzó a bordar.
Bordó los cabellos, y ya no los agitó el viento. Bordó la falda, y los pliegues se fijaron. Bordó las
manos, para siempre quietas en el cuello de la garza. Quiso bordar lo pies, pero los ocultaba el
césped. Quiso bordar el rostro, pero la sombra lo ocultaba. Bordó, pues, la cinta de los cabellos,
remató el punto y cortó, con mucho cuidado el hilo.
Marina Colasanti. Más allá del bastidor. Antología de cuentos. Zig-Zag. Santiago 2011.
7. ¿Por qué el texto se titula “Más allá del bastidor”?
10. ¿Qué hecho le hace desear a la niña estar en el mundo del bordado?
11. ¿De qué modo la niña fue bordando a la niña del jardín?
A. Continuaba bordando.
B. Observaba el paisaje.
C. Jugaba alegremente.
D. Abrazaba a la garza.
15. En la expresión: “corría hacia el bastidor, miraba, sonreía y añadía un pájaro más”. ¿Qué
palabra puede sustituir a añadía sin cambiar el sentido del fragmento?
A. Arreglaba.
B. Incorporaba.
C. Restauraba.
D. Remendaba.
Lee el siguiente relato y responde desde la pregunta 16 a la 21.
La mujer de vapor
La seguí escaleras arriba, casi a tientas. A nuestro paso, el edificio crujía como
los barcos viejos. Laura no me preguntó por mis datos ni referencias. Mejor,
porque en la cárcel no te dan ni unas ni otras. El ático era del tamaño de mi
celda, una estancia suspendida en el llano de tejados. “Me lo quedo”, dije. A
decir verdad, después de tres años en prisión, había perdido el sentido del
olfato, y lo de las voces que transpiraban por los muros no era novedad.
Laura subía casi todas las noches. Su piel fría y su aliento de niebla eran lo único que
no quemaba de aquel verano infernal. Al amanecer, Laura se perdía escaleras abajo, en
silencio. Durante el día yo aprovechaba para dormitar. Los vecinos de la escalera tenían
esa amabilidad mansa que confiere la miseria. Conté seis familias, todas con niños y
viejos que olían a hollín y a tierra removida. Mi favorito era don Florián, que vivía justo
debajo y pintaba muñecas por encargo. Pasé semanas sin salir del edificio. Las arañas
trazaban telarañas en mi puerta. Doña Luisa, la del tercer piso, siempre me subía algo
de comer. Don Florián me prestaba revistas viejas y me retaba a partidas de dominó. Los
críos de la escalera me invitaban a jugar al escondite. Por primera vez en mi vida me
sentía bienvenido, casi querido.
A medianoche, Laura traía sus diecinueve años envueltos en seda blanca y me amaba
como si fuera la última vez hasta el alba, saciándome en su cuerpo de cuanto la vida me
había robado. Luego yo soñaba en blanco y negro, como los perros y los malditos.
Incluso a nosotros, despojos de la vida como yo, se les concede un instante de felicidad
en este mundo. Aquel verano fue el mío. Cuando llegaron los de la municipalidad a
finales de agosto los tomé por policías. El ingeniero encargado de derribar los edificios
antiguos, me dijo que él no tenía nada contra los okupas, pero que, sintiéndolo mucho,
iban a dinamitar el edificio. “Debe de haber un error”, dije. Todos los capítulos de mi vida
empiezan con esa frase.
Corrí escaleras abajo hasta el despacho del administrador de fincas para buscar a Laura.
Solamente encontré una percha y un puñado de polvo. Subí a casa de don Florián.
Cincuenta muñecas sin ojos se pudrían en las tinieblas. Recorrí el edificio en busca de
algún vecino. Pasillos de silencio se apilaban debajo de escombros. “Esta finca está
clausurada desde 1939, joven —me informó el ingeniero—. La bomba que mató a los
ocupantes dañó la estructura sin remedio”. Tuvimos unas palabras. Creo que lo empujé
escaleras abajo. Esta vez, el juez me devolvió a la cárcel. Los antiguos compañeros me
habían guardado la litera: “Total, siempre vuelves”.
Hernán, el de la biblioteca, me encontró el recorte con la noticia del bombardeo. En la foto, los
cuerpos están alineados en cajas de pino, desfigurados por la metralla pero reconocibles. Un
sudario de sangre se esparce sobre los adoquines. Laura viste de blanco, las manos sobre el
pecho abierto. Han pasado ya dos años, pero en la cárcel se vive o se muere de recuerdos. Los
guardias de la prisión se creen muy listos, pero ella sabe burlar los controles. A medianoche, sus
labios me despiertan. Me trae recuerdos de don Florián y los demás. “Me querrás siempre,
¿verdad?
A. En la calle.
B. En la cárcel.
C. En un edificio tomado.
D. En la secretaría del administrador.
19. ¿Para qué sirven las comillas en “¿Necesitas un sitio para quedarte?”?
A. alegre.
B. refinada.
C. misteriosa.
D. vanidosa.
21. En el siguiente fragmento:
“Esta finca está clausurada desde 1939, joven —me informó el ingeniero—. La bomba
que mató a los ocupantes dañó la estructura sin remedio”., aclara Susanne Shult,