Sunteți pe pagina 1din 19

Sobre derechos, deberes y poder: Una nueva Constitución para Chile

(Genaro Arriagada, Jorge Burgos e Ignacio Walker)

Capítulo 1) La crítica del pasado

La mal llamada república parlamentaria (1891-1924)

“En nuestro país nunca ha existido una forma de gobierno parlamentaria”. Lo que se conoció en
nuestro país bajo ese nombre fue una especie de régimen híbrido que combinó elementos de tres
tipos de gobierno: presidencial, parlamentario y de asamblea, siendo predominantes las
características de este último sistema.

El régimen era presidencial en el sentido de que cada cinco años se elegía un presidente de la
República en quien estaba radicado el poder ejecutivo y la facultad de designar a su gabinete
ministerial. (El presidente era a la vez jefe de estado y de gobierno).

Era un gobierno de asamblea, en cuanto el poder legislativo y, en los hechos, el Ejecutivo, estaba
en manos de unas asambleas (Cámara de Diputados y el Senado) que tenían el dominio del poder
político gubernamental y que lo ejercían ajenos a todo control, salvo la responsabilidad que tenían
frente a un electorado de base muy restringida.

El régimen parlamentario supone al menos dos detentadores del poder independientes, la


asamblea y el gobierno, con recíprocas posibilidades de poder. En el gobierno de asamblea, en
cambio, el Ejecutivo está estrictamente sometido a la asamblea, siendo tan solo su órgano
ejecutivo o su servidor designado o destituido discrecionalmente por la asamblea.

En 1925 se dio término a la llamada república parlamentaria, época en la cual la voluntad de los
votantes se veía distorsionada por un sistema electoral que facilitaba la sobrerrepresentación
parlamentaria de aquellas circunscripciones en que los sectores conservadores eran más fuertes.
El electorado, además, era manipulado y corrompido a través del cohecho, lo que daba una
enorme importancia al dinero y el caciquismo en las campañas políticas, que se hacían cada vez
más caras, teniendo como gravísimo efecto colateral la comisión de variados actos de corrupción
destinados a financiarlas.

En este sistema existía una gran fragmentación y cantidad de partidos, lo que ha dañado la
estabilidad y la gobernabilidad.

El juicio económico y social de este período es más negativo que positivo. En términos políticos, el
balance es negativo si se atiende a la estabilidad, pues según se estima, entre 1886 y 1924 los
gabinetes ministeriales duraron, en promedio, algo más de cuatro meses, y cada presidente tuvo
quince equipos ministeriales en su período de cinco años. Sin embargo, algunos historiadores
destacan que en ese lapso se sucedieron pacíficamente y a través de elecciones periódicas 7
presidentes. Pero nada pudo evitar la llamada “Cuestión Social” y el colapso de la república
oligárquica de 1891-1924.
El presidencialismo de doble minoría (1932-1973)

Después de este período de intervenciones militares y caudillismo (1924-1932) y sobre la base de


la Constitución de 1925, surgió otro régimen político que tuvo como característica central ser un
sistema presidencial de minoría, marcado por la irrupción de los trabajadores organizados, las
clases medias emergentes y una nueva estructura de partidos.

Este sistema duró 41 años, en el que se sucedieron pacíficamente 8 presidentes, desde Arturo
Alessandri hasta Salvador Allende.

El presidencialismo chileno de 1932-1973 facilitó una forma de gobierno minoritario en dos


sentidos:

1) Condujo a un sistema de elección presidencial que permitía que accediera a la jefatura del
Estado un ciudadano que contara con el respaldo de una minoría (o una mayoría relativa)
del electorado. (Cuatro presidentes fueron elegidos por mayoría absoluta, mientras que
los otros debieron pasar a congreso pleno, no existió ningún caso donde el Congreso
escogiera al segundo candidato).
2) La fragmentación del sistema de partidos que presionó al régimen para que acrecentara su
carácter minoritario. En el marco de un excesivo número de colectividades políticas, era
casi inevitable que el presidente tuviera una incidencia menor en el Parlamento. Esto hizo
del presidencialismo chileno un sistema de gobierno minoritario.

Frente a este choque de poderes, la reacción de las Constituciones que establecen sistemas
presidenciales ha sido, casi sin excepción, privilegiar los poderes del ejecutivo en desmedro de los
del Congreso.

El continuo choque entre el presidente y la mayoría del Parlamento hizo que, en el transcurso del
tiempo, se agravara esta tendencia hacia un robustecimiento del poder Ejecutivo. Tal fue el
sentido de las reformas constitucionales de Juan Antonio Ríos, en 1943 y de Eduardo Frei en 1970.

En 1943 se procuró poner término a la injerencia del Congreso en el aumento del gasto público,
para lo cual se introdujo una disposición constitucional que señalaba: “corresponderá, así mismo,
al presidente de la República la iniciativa para alterar la división política y administrativa del
país; para crear nuevos servicios públicos o empleos rentados, y para conceder o aumentar
sueldos y gratificaciones al personal de la administración pública de las empresas e instituciones
fiscales. El Congreso Nacional solo podrá aceptar, disminuir o rechazar los servicios, empleos o
aumentos que se propongan”.

El presidente Frei propuso y obtuvo la aprobación de una reforma constitucional que, en los
propios términos de su inspirados, “al aprobar la facultad exclusiva del ejecutivo en la proposición
de todo gasto público y previsional, y la iniciativa para fijar por ley las remuneraciones del sector
privado, dotó al presidente de la República, por primera vez en la historia constitucional de Chile,
de las facultades necesarias para llevar adelante una política de planificación económica y social
sin interferencias del Parlamento”.

Las consecuencias negativas del sistema presidencial que hemos descrito fueron graves, siendo
importante hacer un breve inventario de algunas de ellas:
1) Privó de una sólida legitimidad a los presidentes de la República.
2) Permitió que en los presidentes se desarrollara la tentación de gobernar con un sector
minoritario del Parlamento.
3) Alentó en los partidos la intransigencia en cuanto solos, o en combinaciones minoritarias,
podían obtener la presidencia de la República y gobernar desde ella con un respaldo
también minoritario.
4) Los factores antes señalados tenían como resultado crear una muy fuerte pugna entre “el
poder presidencial de respaldo minoritario”, y la mayoría del Parlamento.
5) La pugna anterior de traducía en un muy elevado costo político, cuya expresión fue la
incapacidad de los diferentes gobiernos para tener sucesores de su misma corriente de
opinión. Existió una falta de continuidad de las políticas y el traspaso del poder de unos
grupos políticos a quienes eran sus opositores más enconados. (No se critica la alternancia
del poder, sino un sistema que agravaba las tendencias de inestabilidad).
6) Aunque este no fue el caso de la entera República del 25, sino de su última fase (69’-73’),
la pugna no resuelta entre Ejecutivo y Parlamento fue una invitación, constante, aunque
no la única, al llamado “arbitraje militar”, lo que condujo a la participación directa de las
FF. AA en el propio gabinete ministerial en el 72’-73’

Estas fallas del sistema eran notorias y, en contra de este ejercicio de moderación, conspiraba el
clima político e ideológico que predominaba en el país, caracterizado por su radicalidad y negativa
a alcanzar acuerdos, lo que se traducía en una apuesta al “todo o nada”.

El paso de un sistema multipartidista moderado como el que predominó entre las décadas de
1870 a la de 1950, hacia un sistema multipartidista polarizado, como el que surgió desde fines de
la década de los 60’, expresado en los “tres tercios irreconciliables” con el trasfondo de la Guerra
Fría, fue el desenlace de esta dinámica.

Durante los cuarenta años de vigencia de este sistema, Chile llegó a ser el tercer ingreso per cápita
de A.L y la república dejó de ser oligárquica logrando que vastos sectores sociales lograran
integrarse al sistema político, social y económico. (pero igual existían fuertes diferencias en la
distribución del ingreso)

En lo político, los elementos positivos del balance fueron: la sucesión pacífica, periódica y
ordenada de 8 gobiernos elegidos democráticamente y el aumento de la base electoral de
cuatrocientas mil personas, en 1932 a 3,5 millones en 1970. Sin embargo, el sistema se agotó y
estaba agotado mucho antes de su colapso en el 73’.

La experiencia del gobierno de Salvador Allende (70’-73’) mostró la virtual imposibilidad (e


incapacidad) de que, por una vía constitucional, clara y expedita, una mayoría electoral y una
mayoría parlamentaria aún más evidente, pudieran rectificar el rumbo de una gestión que se
atrincheraba en las prerrogativas de un presidente elegido por una minoría de sufragantes y que
estaba respaldado por una minoría del Parlamento.

Una de las causas del colapso democrático de 1973 arranca de una falla constitucional que
antecedía al gobierno de Allende y es que el sistema político permitía que una minoría conquistara
la presidencia de la república y pudiera gobernar en oposición a la mayoría del parlamento.
Tras la recuperación de la democracia en 1990, la Constitución contempla la segunda vuelta
electoral, idea que la DC había planteado anteriormente, pero fue rechazado en el plano de las
candidaturas de Alessandri y Allende con el argumento del Congreso Pleno.

La democracia protegida: la Constitución de Pinochet (1973-1989)

No hay Estado sin derecho. Las Constituciones se pueden agrupar en 3 categorías:

1. Constituciones nominales: Son aquellas cuyas disposiciones no se aplican; cuerpos legales


que invocan principios e instituciones que no tendrán concreción práctica.
2. Constituciones normativas: Tienen el propósito de limitar el poder del gobierno, de
establecer “pesos” y “contrapesos” de modo de lograr la mayor libertad de los ciudadanos
y la plena protección de sus derechos.
3. Constituciones semánticas: Aquellas cuyas disposiciones serán “plenamente aplicadas”
pero con el propósito de formalizar la “existente situación del poder político en beneficio
exclusivo de los detentadores del poder fáctico que dispone del poder coactivo del Estado.

Ejemplos de Constituciones nominales son las dictaduras centroamericanas de los 50’ y los 60’ que
tenían cuidado de encargar la redacción de Constituciones de acendrado liberalismo. En cambio,
las normativas son las que moldean las democracias occidentales y, también, con sus fallas, las
Cartas fundamentales de Chile (1925).

El ejemplo paradigmático de una Carta semántica es la obra constitucional de la dictadura, y en


especial, la Constitución de 1980. Ella atropella los principios del constitucionalismo democrático.
Era una Constitución destinada a consagrar un poder dictatorial y cuya arquitectura no garantizaba
la protección de los derechos de las personas frente a un ejercicio arbitrario del poder.

El propósito de Jaime Guzmán era asegurar un ejercicio autoritario del poder por los siguientes 17
años, luego de la aprobación de la Constitución.

Puede decirse que esa Constitución trae en sí misma dos constituciones, la primera es la de 1980
hasta el plebiscito de 1988. En la cual las 26 primeras disposiciones transitorias muestran un grado
de concentración del poder que es absoluto, radicado en el presidente de la República-
comandante en jefe. Luego, la misma Carta regla la transición desde los artículos transitorios hacia
los artículos permanentes. El plebiscito, que lo norman las disposiciones 27,28 y 29 transitorias,
está destinado a perpetuar al detentado fáctico del poder. Se establecía que, transcurridos 15
años y medio de gobierno de Pinochet, sus opositores no tendrían la posibilidad de presentar una
candidatura presidencial alternativa.

El articulado permanente de la Carta del 80 establece una república conservadora a la que se


quiere proteger de dos grandes enemigos: las mayorías electorales y otro, aún peor, el marxismo-
leninismo. Lo anterior lo lograba radicando el poder en una estructura que contemplaba 3 pilares
fundamentales: el presidente de la república, las FF. AA y la Corte Suprema.

La Carta Fundamental se encargaba de precisar que quienes a la fecha del plebiscito estuviesen
como comandantes en jefe, sería inamovibles hasta 1997. Esto equivalía a que Pinochet
permanecería por 8 años como jefe militar, aunque perdiera el plebiscito. Las FF. AA serían
semiautónomas pues estarían sujetas al control del poder civil.

En la Carta del 80, el Congreso estaba desprovisto de iniciativa legal sobre materias de verdadera
importancia, carecía de facultades fiscalizadoras significativas, no era necesario su acuerdo para la
suspensión de garantías y derechos constitucionales, y sus miembros podían ser inmediatamente
retirados de sus cargos por una decisión del Tribunal Constitucional.

Art 8°: Establecía la proscripción de personas o grupos destinados a “propagar doctrinas que
atenten contra la familia, propugnen la violencia o una concepción de la sociedad del Estado o del
orden jurídico, de carácter totalitario o fundada en la lucha de clases”. Esas personas quedaban
privadas de empleos públicos, cargos electivos, de ser dirigentes de organizaciones vecinales, etc.

Las dos burocracias (FF. AA y CS) tenían un enorme poder que se ejercía desde el Consejo de
Seguridad Nacional, el Tribunal Constitucional y el Senado.

La Carta tenía un carácter antidemocrático, pero forma parte del comienzo de la transición y del
debate constitucional que ha existido hasta hoy en día.

Capítulo 6) Una forma de gobierno semipresidencial

La más importante pregunta que debe responder toda Constitución es cómo se gobierna una
democracia. Si se excluye la democracia directa, las demás son variaciones de la democracia
representativa: el gobierno de asamblea, el parlamentarismo, el presidencialismo, y el
semipresidencialismo.

La democracia directa encuentra su mejor expresión en Atenas. Una democracia fundada en la


exclusión de las mujeres y los extranjeros, que tenían como base económica la esclavitud.

No existía esa diferencia moderna entre sociedad civil y sociedad política, de modo que los
ciudadanos iban de compra al mercado y pasaban a deliberar a la Asamblea.

Dentro de las democracias representativas está el gobierno de asamblea, surge en el siglo XVII,
cuando no habían madurado las formas de democracia representativa, sino que la opción era
entre el gobierno de un solo individuo o de un grupo de individuos: entre la dictadura unipersonal
o la Asamblea. En este sistema “no existe la separación de poderes limitada, típica del
parlamentarismo, ya que el poder está concentrado en la Asamblea. No hay ejecutivo separado”.
Si existen un jefe del Estado, es una mera figura decorativa. “Gobierno es el nombre que se da al
comité de la Asamblea que controla la administración”. La Asamblea no solo es un grupo de
legisladores, sino el órgano supremo de gobierno. (El gobierno no puede disolver a la Asamblea y
llamar a nuevas elecciones).

En Chile, lo que conocemos como “República Parlamentaria”, no es tal sino un híbrido que
combina elementos de los regímenes parlamentario y presidencial, pero todo bajo el predominio
de un gobierno de asamblea. El resultado fue, también una feroz reacción contra el régimen
parlamentario, culpándolo de todos los males, lo que es injusto pues la realidad fue mucho más
compleja.
Excluidos de la democracia directa y el gobierno de Asamblea, el análisis se reduce a las formas de
gobierno parlamentaria, presidencial y semipresidencial. Todas las referencias a estos sistemas
políticos se presentan como un aporte al actual debate sobre la reforma constitucional.

El parlamentarismo

La forma de gobierno parlamentaria es abiertamente predominante en el mundo democrático y


abrumadoramente mayoritaria entre las naciones desarrolladas.

La más clara distinción entre el presidencialismo y parlamentarismo es que, el primero, es uno de


separación de poderes donde hay un poder ejecutivo y otro legislativo, que son, en variados
sentidos, independientes uno del otro. El parlamentarismo, en cambio, es uno de unidad, de
colaboración de poderes, esto es, donde Ejecutivo y Legislativo son, bajo muchos conceptos, uno
solo.

Parlamentarismo: El gobierno lo ejerce la fuerza política, ya sea un partido o una coalición de


partidos, que tiene la mayoría del Parlamento. El Parlamento, por tanto, nombra al Gobierno, lo
sostiene, o lo deja caer si pierde el apoyo de la mayoría.

En teoría, es un sistema diseñado para obligar al Parlamento a colaborar con el Gobierno. Si no se


logra, las Constituciones de este tipo de régimen establecen a favor de cada uno de estos dos
poderes un recurso: “última ratio”, para dirimir el conflicto. La mayoría del Parlamento puede
censurar al Gobierno y obligar a su caída, provocando a su reemplazo por uno acorde con la nueva
mayoría. En cambio, el Gobierno puede ejercitar la facultad de disolver al Parlamento y llamar a
nuevas elecciones.

La principal amenaza sobre el funcionamiento del régimen parlamentario es que sea arrastrado a
una rotativa de gabinetes y, con ello, a una inestabilidad el Gobierno. Dentro de los factores que
contribuyeron a la inestabilidad ministerial en el pasado se encuentra: una extrema pluralidad de
partidos, entre los cuales ninguno tenía mayoría absoluta en el Parlamento.

Una mejor denominación para designar el tipo de orden político descrito es la de un “régimen
parlamentario no mayoritario”, que se puede definir como uno en que “el gobierno no dispone
en el parlamento de una mayoría estable y homogénea. Está a merced del voto de censura. Esos
regímenes corresponden a un multipartidismo no corregido por alianzas dualistas ni por el
dominio absoluto de un partido sobre los demás”.

La conciencia de esta debilidad del parlamentarismo, y aceptando la realidad del pluralismo de


partidos, ha llevado a desarrollar mecanismos tendientes a dar estabilidad a los gabinetes.

*La Asamblea no puede censurar al gabinete si no es capaz de dar confianza a uno nuevo.

El parlamentarismo no es una alternativa posible en Chile, además, nunca ha existido dentro del
país.

Ventajas del parlamentarismo sobre el presidencialismo:


1. Simplicidad frente a la mayor complejidad de una forma de gobierno presidencial. En el
presidencialismo actúa la doble legitimidad, donde los poderes ejecutivo y legislativo
pueden entrar en conflicto.
2. Flexibilidad del parlamentarismo, frente a la rigidez del presidencialismo, en la medida que
este último está basado en un período fijo de gobierno.
3. Lógica de colaboración entre el Ejecutivo y el Legislativo, que es propia del
parlamentarismo, con su mayor propensión a la construcción de coaliciones o alianzas
políticas de Gobierno, frente al juego de “suma creo” que estaría implícito el
presidencialismo, en la medida que el que gana una elección presidencial se lo lleva todo,
mientras que el que pierde, pierde todo.
4. Mayor coherencia bajo una forma de gobierno parlamentaria, en la medida que la mayoría
representada en el Gobierno (Ejecutivo) generalmente corresponde a la mayoría
representada en el Parlamento (Legislativo). Por el contrario, en el presidencialismo
muchas veces se da la realidad de un “gobierno dividido”, donde el Gobierno y el
Parlamento no necesariamente coinciden entre sí.
5. Los jugadores bajo una forma de gobierno parlamentario, generalmente corresponde a la
realidad de actores políticos que tienden a actuar dentro del sistema, mientras que, por su
propia lógica, el presidencialismo tiende a atraer a personas que actúan desde fuera del
sistema o, derechamente, contra el sistema, lo que conduce a un debilitamiento del
sistema de partidos y del Parlamento.
6. Bajo una forma de gobierno parlamentario, una crisis de gobierno o política, no conducen
necesariamente a una crisis del régimen político (democrático). Esto es gracias a que el
Jefe de Estado y Jefe de Gobierno no son la misma persona, entonces el último puede ser
removido sin afectar la continuidad básica del Estado.
7. El parlamentarismo facilita la formación de coaliciones o alianzas políticas, lo que es
particularmente relevante bajo la existencia de sistemas multipartidistas.
8. Los liderazgos que se construyen al interior del gobierno parlamentario serían más
institucionales que personalistas. Los liderazgos que surgen bajo una forma semejante de
gobierno tendrían su origen en las instituciones propias de la democracia representativa,
como los partidos políticos y el parlamento, mientras que los liderazgos personalistas
serían mucho más comunes bajo las formas presidencialistas.

El presidencialismo

Diferencias entre el presidencialismo y el parlamentarismo:

1. El parlamentarismo es una forma de unidad entre los poderes ejecutivo y legislativo, en


tanto que en el presidencialismo existe una separación de poderes donde el presidente
detenta la función Ejecutiva y el Congreso es la sede del poder legislativo.
2. En el parlamentarismo el jefe de gobierno es elegido por el Parlamento y acorde con ello
puede ser removido por este, lo que hace que su duración en el cargo sea incierta pues
depende de si conserva o no el respaldo de la mayoría parlamentaria. En cambio, en el
presidencialismo, el presidente es elegido por votación popular y permanece en el
gobierno el tiempo exacto dictado por la Constitución. (A menos que lo destituyan)
3. El presidente de la República es una autoridad unipersonal, que nombra y remueve a su
voluntad a los miembros de su gabinete. En cambio, en el sistema parlamentario, el
gabinete puede ser una instancia abierta a un liderazgo más colaborativo.
4. En el régimen presidencial, dada la separación de poderes, es muy posible que el
presidente entre en un conflicto con la mayoría del parlamento, también representativa de
una mayoría de votos (principio de doble legitimidad). En el presidencialismo, de existir el
conflicto entre estos dos poderes, al no tener mecanismos institucionales de solución,
puede terminar arrastrando a la democracia a una severa crisis o parálisis.

Las características que hacen funcionar el presidencialismo en EE. UU y en otros países no:

1. El sistema de partidos norteamericanos en bipartidista.


2. Históricamente, la política norteamericana había demostrado una excepcional capacidad
de lograr compromisos, la que se veía facilitada por el predomino de una naturaleza
pragmática y desideologizada de ambos partidos. De esta manera, el presidente de EE. UU
siempre había podido contar para materias específicas, con el apoyo de algunos que
militaban en el partido opositor.
3. Las luchas políticas en los EE. UU se caracterizaban porque no estaban comprometidos
principios, sino meros ajustes del orden establecido. De este modo, las pugnas entre el
gobierno y la mayoría parlamentaria, si las había, eran débiles y su solución relativamente
fácil.

El bipartidismo se mantiene intacto, pero ha empezado a ser cada vez más frecuente la
materialización de aquel temor del gobierno dividido en donde una fuerza controla la presidencia
y otra el Congreso. Esta realidad se ve agravada por el hecho de que la política norteamericana,
abandonando el pragmatismo que la caracterizó en el pasado, se ha hecho muy polarizada, con
una fuerte carga ideológica, lo que hace difícil alcanzar acuerdos o compromisos.

¿Puede funcionar el gobierno presidencial en el marco de un sistema pluripartidista? (A.L)

La respuesta es negativa y por eso que en América Latina lo que existe es una forma desvirtuada y
criticable de presidencialismo: presidencialismo exacerbado. (se explica después)

Principales ventajas del presidencialismo sobre el parlamentarismo:

1. Una de las principales características del presidencialismo es el principio de la separación


de poderes, basada en un sistema de pesos y contrapesos. Esta sería una garantía de
ciertos equilibrios básicos al interior del sistema político, evitando una supremacía del
Ejecutivo sobre el Legislativo (o viceversa).
2. La fácil identificación que se da bajo una forma presidencial, en la medida que en el
electorado vota, precisamente, por tal o cual persona en particular, con nombre y apellido,
claramente identificable. A diferencia de una forma parlamentaria, en que el electorado
vota por un parlamentario, o por una lista parlamentaria, o por una lista cerrada de
candidatos designados por los partidos, en que es la mayoría del Parlamento la que elige,
indirectamente, al Ejecutivo.
3. Mayor predictibilidad y estabilidad del presidencialismo, con relación a la existencia de un
período fijo de gobierno.
4. En el presidencialismo, el elector, al momento de sufragar, tiene dos opciones y no solo
una opción, como ocurre bajo una forma de gobierno parlamentaria. En este último caso,
el elector marca una sola preferencia, mientras que bajo el presidencialismo el elector elige
al Ejecutivo y al Legislativo.
5. En el presidencialismo, el Parlamento tiene una mayor independencia en materias
legislativas. El poder Ejecutivo y Legislativo son independientes, esto implica que el
Parlamento, al momento de conocer de una determinada legislación, la analizará,
considerará y votará en su propio mérito, con mucha independencia.
6. Equilibrio entre el ejecutivo y legislativo basado en el mecanismo de pesos y contrapesos,
evita la imposición unilateral de la voluntad de una mayoría abrumadora.
7. El éxito del gobierno parlamentario ha sido parcial, en algunos países bajo condiciones
precisas y excepcionales. (Ej: Excolonias inglesas o países de tamaño pequeño).

El presidencialismo exacerbado

En la América del Sur del siglo XIX y de las primeras décadas del XX, el sistema político no se
construyó sobre la base de partidos políticos. La razón de ello es obvia: no había partidos, sino
facciones o camarillas, meros instrumentos de caudillos que intentaban poner orden por sobre los
facciosos, dominar el caos y las amenazas de secesión. Atendida la simple estructura social y de
poder que había quedado en América Latina después de la dominación española, las elites
políticas de la época no estaban en condiciones de proponerse erigir algo más que una autoridad
civil.

Una sociedad bajo esas exigencias no podía encontrar su paradigma en un régimen parlamentario.
Compelidos por el ambiente intelectual de la época de dictar Constituciones, los dirigentes que
habían conquistado la independencia no miraron hacia Europa, sino a EE. UU y concretamente a la
institución de la Presidencia de la República, instituida en el país.

En muchos países de América Central y del Sur existió una forma de gobierno presidencialista,
pervertida por rasgos propios de regímenes autoritarios. Esto debido a un progresivo
desconocimiento del principio de separación de poderes que es característico del gobierno
presidencial, como consecuencia de un constante robustecimiento del poder ejecutivo y de su
influencia sobre otros poderes.

En Chile, la Constitución de 1925, aunque democrática y presidencialista en su esencia, estaba


cerca de ser un caso de presidencialismo exacerbado. Dentro de los rasgos de la Carta del 25, se
encontraba la facultad de disminuir el poder del Congreso a favor del poder presidencial. En
nuestro sistema constitucional, el presidente de la República ejercía una fuerte función
colegisladora, reservándose la iniciativa exclusiva en diversas materias, manejo de urgencias y
poder de veto, etc.

Una de las más fuertes críticas a los sistemas de preponderancia presidencial es que son un factor
que tiene el alto riesgo de alentar lo que Max Weber definía como una política negativa, que
resulta ser la consecuencia de la continua presencia de mayorías parlamentarias, sean de gobierno
u oposición, crecientemente carentes de influencia y de un parlamento que, justamente, por su
falta de poder, no es escuela de liderazgo político, sino destructor de él.
Los propios parlamentarios terminan considerando a su institución como una mera caja de
resonancia de denuncias contra el Ejecutivo, enmarcadas en una fuerte retórica anti presidencial.

Críticos señalaron respecto a la Constitución del 25 que el presidencialismo condujo a una división
de la clase política en dos segmentos, uno tradicional encauzado hacia las luchas electorales, y
otro moderno, “tecnoburocratizante”, orientado hacia el poder presidencial, constituido por
ministros, altos funcionarios, expertos y asesores.

Los defensores de este sistema dicen que ubicarse “hasta muy cerca de las fronteras de la
dictadura”, es el precio de u gobierno fuerte y estable. El aumento supone la existencia de una
dicotomía entre gobierno fuerte y democracia.

El régimen presidencial en el marco de un sistema de partidos múltiples, puede ser un muy débil
gobierno, desgastado por el conflicto permanente entre el Ejecutivo y el Legislativo, presidentes
asediados por el desorden de su propia coalición y que deben permanecer en su cargo por el plazo
que les fija la Constitución, no obstante que hayan perdido todo apoyo de la opinión pública, el
Parlamento y su partido.

Conclusión de Stepan y Skach: “La superioridad en el desempeño de las democracias


parlamentarias sobre las presidenciales se debe a factores como los siguientes: la mayor
propensión de los gobiernos a tener mayorías para implementar sus programas, su mayor
habilidad para gobernar en un ambiente multipartidista, la más baja propensión de sus poderes
ejecutivos para gobernar en el filo de la Constitución y la mayor facilidad para remover al jefe de
Gobierno”.

Los autores se muestran particularmente críticos del presidencialismo exacerbado.

El semipresidencialismo: una forma de gobierno para Chile

La principal característica de esta forma de gobierno es distinguir entre el presidente de la


República, como jefe de Estado, y el primer ministro, como jefe de gobierno.

El presidente de la República es elegido por sufragio universal, de modo que está distante de ser
una figura meramente decorativa, como lo es en algunos regímenes parlamentarios.

En esta forma de gobierno, el presidente es, por su forma de elección, un auténtico representante
del pueblo que se ubica al mismo nivel del Parlamento y por encima del primer ministro y los
ministros.

El presidente nombra a un primer ministro, que es el jefe de Gobierno, a quien le corresponde el


ejercicio del poder ejecutivo, pero, para poder asumir y permanecer en el cargo, el primer ministro
requiere del respaldo de la mayoría parlamentaria.

Poderes del presidente en un gobierno semipresidencial:

1. Nombrar al primer ministro


2. Cesar al primer ministro
3. Disolver el parlamento
4. Funciones colegislativas, como bloquear algunas iniciativas legales.
5. Nombramiento del Tribunal Constitucional y de algunos funcionarios y diplomáticos.

Si al presidente le va bien en términos de respaldo popular y un primer ministro de su propia


coalición de gobierno cuenta con el apoyo del Congreso, entonces tenemos un presidencialismo
que es, a la vez, muy fuerte y, ciertamente, democrático. Pero si el presidente se hace impopular y
pierde el control del Parlamento, una nueva mayoría tiene derecho a imponerle un primer
ministro propio, produciéndose lo que los franceses llaman “cohabitación”.

En el orden político los países suelen ser acosados por dos males que los limitan y a veces los
dañan gravemente:

1. El Ejecutivo esté inspirado en un programa erróneo o lo constituya un equipo ineficiente o


corrupto.
2. El otro es que se establezca un conflicto permanente entre el Gobierno, atrincherado en las
prerrogativas del poder ejecutivo, y sus opositores que controlan las mayorías
parlamentarias, siendo el resultado de un clima de polarización e incluso parálisis del
Estado.

En la realidad actual de América Latina el predominio es casi sin contrapeso, del presidencialismo
en el marco de un pluripartidismo, normalmente extremo, lo que es causa fundamental de una
realidad donde coexisten presidentes de la República que se mantienen a pesar de la bancarrota
de su apoyo popular, enfrentados a unas mayorías parlamentarias difusas e incapaces de
disciplina, que hace que el escenario de la vida pública sea la guerrilla entre los presidentes y los
parlamentos en un espectáculo diario que destruye el prestigio de las instrucciones y de la política
como actividad.

El sistema chileno ha cargado con el peso de estas dos realidades, que, al coexistir, crean más
problemas que oportunidades: presidencialismo y pluripartidismo. El presidencialismo ha sido un
rasgo invariable del sistema político chileno a través de todas sus Constituciones. A su vez, el
multipartidismo ha sido otra de sus constantes desde el surgimiento del sistema de partidos en la
década de 1850.

Para los autores, la nueva Constitución debiese flexibilizar el presidencialismo existente,


introduciendo una forma de gobierno semipresidencial, esto es, introduciendo la figura de un
primer ministro como jefe de gobierno junto con la del presidente de la república, como jefe de
Estado. Una nueva Constitución tiene la oportunidad de resolver al menos algunas tensiones y
contradicciones que encontramos en un presidencialismo, y, sin ser afectado en su esencia,
permitiría una mayor flexibilidad en la articulación entre gobierno, parlamento y partidos,
incentivando la construcción de coaliciones estables y mayoritarias de gobierno.

Consideran que esta fórmula es consistente con las características de la democracia pluripartidista
como la que hemos tenido en Chile.

El Grupo de Estudios Constitucionales, conocido también como Grupo de los 24 (oposición a


Pinochet), redactaron un informe donde plantearon dos alternativas de sistemas de gobierno:

1. El presidencialismo
2. El semipresidencialismo, destinado a garantizar la continuidad y funciones permanentes del
Estado, la integración y la constitución de mayorías estables de gobierno.

Un semipresidencialismo respeta la realidad histórica de un presidente que, en cuanto jefe de


estado, ejerce su autoridad indiscutida en ámbitos como las relaciones exteriores, la defensa
nacional, la continuidad de la administración del estado y el nombramiento de las más altas
autoridades del Estado, junto a un primer ministro, designado por aquel, contando con una
mayoría parlamentaria, encargado de las tareas de gobierno propiamente tales.

Capítulo 7) Fuerzas armadas y tribunal constitucional

Las Fuerzas Armadas

A lo largo de la historia, una de las mayores fuentes del poder político ha sido el poder armado.
Los ejércitos, fuera cual fuera su partido, han escrito parte importante de la historia y han hecho
grandes reformas, han contribuido a crear naciones y a la vez han cometido enormes crímenes.

Sin embargo, las Constituciones, particularmente en las naciones más desarrolladas, rara vez se
refieren a las Fuerzas Armadas. La razón es obvia: ellas no son un poder del Estado ni instituciones
que puedan ser consideradas órganos autónomos de este. Los autores creen que, dada la
experiencia latinoamericana y chilena, una nueva Constitución debe contener una referencia a
ellas.

Los mayores méritos del Estado Moderno:

1. Reservar al estado el monopolio del uso legítimo de la fuerza. El Estado debe garantizar el
monopolio de ley sobre las armas.
2. La creación de una fuerza militar estable, profesional, disciplinada, no deliberante, que
dependa del poder político. La privatización de la violencia, en cualquiera de sus formas,
equivale a la destrucción del Estado.

Esto no se vio reflejado en la historia chilena: La Constitución del 80 definió el rol de las FF. AA de
una manera contradictoria. Por un lado, Pinochet las quería obedientes, no deliberantes y
sometidas al poder político (él). Pero, por otra parte, terminado el régimen militar, las quería
sosteniendo una ideología determinada, ejerciendo un enorme poder dentro del Estado, y con una
casi total autonomía respecto del presidente de la República. Es incompatible con democracia la
disposición que establecía que, producido su nombramiento, los comandantes en jefe eran
inamovibles de sus cargos.

Una nueva Constitución debe prescindir de estos elementos, partiendo por cualquier alusión a la
doctrina de seguridad nacional, pues tanto el buen funcionamiento de la democracia y la propia
idea de ejército profesional supone que este debe cumplir sus funciones bajo gobiernos que,
actuando dentro de la institucionalidad democrática, pueden tener la más distinta orientación
(partidos políticos), pero esta es una definición política que corresponde a los ciudadanos y no a su
aparato militar.
Tampoco debe existir un órgano como el Consejo de Seguridad Nacional, distinto es un Consejo de
Defensa Nacional, dependiente del presidente de la República, como órgano asesor permanente.

En el camino de destruir un ejército profesional para transformarlo en una de las piedras angulares
de una dictadura, hay varios mecanismos que son utilizados:

1. El cuestionamiento de su monopolio sobre las armas.


2. Neutralizarlo al crear cuerpos armados irregulares, paralelos.
3. El adoctrinamiento político de los oficiales, lo que normalmente supone la intervención de
las academias militares, de sus currículums y docentes.
4. La manipulación de la carrera militar, favoreciendo a los “leales” y purgando o postergando
a los soldados profesionales.

Para prevenir estos males, los autores creen que continúa vigente el acuerdo logrado en 1970
entre la UP y la DC, que formó parte del “Estatuto de Garantías”. Sus objetivos son:

1. Establecer que las instituciones armadas son esencialmente profesionales, jerarquizadas,


obedientes y no deliberantes.
2. Asegurar a ellas, constitucionalmente, el monopolio de las armas, al señalar que las FF. AA
están constituidas única y exclusivamente por el Ejército, la Armada, la Fuerza Área y
Carabineros y que solo la ley podrá fijarse en la dotación de esas instituciones.
3. Establecer que la incorporación a esas fuerzas solo podrá hacerse a través de sus propias
escuelas institucionales especializadas.

El Tribunal Constitucional

Es un órgano autónomo, con forma judicial, al que se le entrega la facultad de validar o invalidar
los proyectos de ley y las leyes vigentes, según su grado de conformidad con los principio y reglas
de la Constitución política.

Este órgano nació en Chile en democracia en 1971, siendo el primero en América Latina. El motivo
que llevó a esta reforma fue la idea de que el Parlamento o el presidente pueden no ser los
mejores defensores de la Constitución, aprobando normas que la contradigan. Por lo tanto, si
alguien considera que se ha aprobado una ley que viola la Carta Magna ¿a quién acudir? La
respuesta es a un tribunal encargado de controlar que las leyes se ajusten a la norma
fundamental.

La creación de los tribunales constitucionales nace del propósito de disponer de un organismo


jurídico capaz de limitar los abusos del poder democrático.

Es una verdad inobjetable que, en manos de la dictadura, el Tribunal Constitucional pasó a ser
parte de lo que hemos descrito como “el trípode conservador”, que afirmaba un poder
antidemocrático que negaba los derechos de los ciudadanos.

El Tribunal Constitucional podía decretar la proscripción de personas o grupos destinados a


“propagar doctrinas que atenten contra la familia, propugnen la violencia o una concepción de la
sociedad, del Estado o del orden jurídico, de carácter totalitario o fundada en la lucha de clases”,
las que quedaban privadas del empleo público, de ocupar cargos lectivos, de ser dirigentes de
organizaciones vecinales, sindicales, profesionales, etc. (Agresión contra la democracia)

Es por esta razón que, inaugurada la transición a la democracia, se procedió a intentar una radical
reforma del tribunal, de su composición y atribuciones, tarea que, iniciada en 1989, con el primer
cuerpo de enmiendas, continuó en los años siguientes hasta alcanzar a las reformas de 2005.

En el debate actual sobre una nueva Constitución, uno de los temas más relevantes es el Tribunal
Constitucional.

Existe un acuerdo mayoritario de que el órgano debe cumplir la función de protección de la


Constitución y de derechos de las personas (posición de los autores). Sin embargo, rechazan la
visión de aquellos que piensan que existe incompatibilidad entre democracia y tribunales
constitucionales. Pero, al mismo tiempo, reconocemos que, dado que sus decisiones casi siempre
suponen algún tipo de límite o gravamen a la manifestación de las mayorías, los tribunales
constitucionales demasiado poderosos o mal configurados arriesgan debilitar las mismas
democracias a la que están llamados a servir.

El Tribunal Constitucional no puede transformarse en una “tercera cámara”, a la que se acude para
definir cuestiones de mérito u oportunidad.

Hay que advertir, además, que muchas correcciones al TC se pueden llevar adelante mediante
modificaciones a su ley orgánica y no necesariamente mediante enmiendas a la Constitución.

Dilema: ¿Quién cuidará a los custodios? Cómo hacer para hacer que el TC no exceda sus funciones.

De importancia fundamental es determinar quiénes, y el modo, en que se designa a los


magistrados.

Entendiendo que las opciones en esta materia son limitadas, creemos que debe propenderse a
que los elegidos para integrar el Tribunal Constitucional respondan a la convergencia de varias
voluntades. La fórmula actual, según la cual el presidente de la República designa a 3 de los 10
magistrados del TC, no satisface ese estándar.

Siempre en el plano de las nominaciones, los autores piensan que es indispensable asegurar que
ellas se hagan en el contexto de una deliberación informada sobre los méritos de los candidatos.
La nueva constitución debe contemplar un procedimiento de elección con plazos e instancias que
permitan el escrutinio ciudadano.

En el caso del control preventivo obligatorio, él debe ser eliminado o, de mantenerlo, debe estar
limitado solo al modo de producción de la norma, es decir, a un control de aspectos formales
como, por ejemplo, la vulneración de la iniciativa exclusiva.

El presidente de la República solo debiera poder presentar requerimientos tratándose de las


causales que se acaban de señalar.

Los autores creen que el TC debiera preocuparse, principalmente, de asegurar que cada órgano de
Estado ha actuado dentro de su competencia más que de dirimir entre las distintas soluciones
concretas al problema de que se trata. El TC más que atribuirse la potestad de poner fin a los
intercambios del debate democrático, se entienda a sí mismo como un facilitador de esos
diálogos, velando por que los participantes cumplan con entregar las razones y fundamentos de
sus posiciones.

Los jueces constitucionales deben ser deferentes con el legislativo y presumir la constitucionalidad
de la ley, de modo tal que, ausente la evidencia clara de que la ley es ostensiblemente
inconstitucional, ella no debe ser invalidada.

Los autores también creen que en el marco de una forma de gobierno semipresidencial y de la
postulada descentralización política dentro de un Estado unitario, el Tribunal Constitucional debe
cumplir un papel crucial en la resolución de las disputas de competencia que inevitablemente se
suscitarán entre presidente y jefe de gobierno, por un lado, y gobierno central y gobiernos
regionales, por el otro.

Son de la opinión de que los magistrados del TC no debieran estar al margen de la posibilidad de
tener que responder por graves incumplimientos de sus deberes constitucionales.

Capítulo 8) Un Estado unitario descentralizado

En su parte dogmática, una Constitución debe establecer los derechos y deberes de las personas y
ciudadanos. También, definir la forma de gobierno: presidencialismo, parlamentarismo o
semipresidencialismo. Ahora se refieren a una tercera cuestión: la estructura político
administrativa del Estado, los grados de centralización o descentralización.

Chile tiene el Estado más centralizado de todos los países de A.L y la OCDE. El centralismo,
presente en nuestra historia, es fruto de diversos procesos que han tenido virtudes y defectos. En
cierto modo ella es hija de la recentralización borbónica de fines del siglo XVIII. Pero fue también
la respuesta acertada o no de las elites de un Estado que recién nacía, con una conformación
geopolítica muy compleja done las enormes distancias podían llegar a alentar, inclusos, tendencias
secesionistas o, más frecuentemente, hacer que regiones poderosas quisieran confrontar, militar o
políticamente al gobierno central y con ello el riesgo de traer a nuestra realidad las pugnas y
guerras civiles que desangraron por décadas a otras naciones del continente.

Hoy un centralismo exacerbado no corresponde a la forma de concebir el gobierno y organizar el


Estado. Avanzar hacia un Estado descentralizado es un aspecto de la democratización.

Dadas las características de Chile y su historia, los autores piensan que un estado unitario es más
acorde que un Estado federal. Postulan un Estado unitario de tipo descentralizado; ello en
contraste con el “centralismo agobiante” que hoy caracteriza al país, y ahoga las energías
creadoras de comunas y regiones. Creen que la mejor forma para encarar los desafíos del siglo XXI
es con gobiernos regionales y municipales eficientes, con estructuras modernas y dentro de un
Estado unitario descentralizado.

Los autores concuerdan con una fuerte acción en favor de la descentralización y por un mejor y
más justo desarrollo territorial del país. Sin embargo, miran con desconfianza ciertas propuestas
que suelen asociarse a ella y no se condicen con la forma de abordar los desafíos de la
descentralización ni con el tipo de democracia que Chile requiere.
Son críticos de la aplicación a nivel regional de formas de democracia plebiscitarias. No quieren ver
a las regiones convertidas en la democracia plebiscitaria californiana que ha producido graves
distorsiones en dicho estado.

Tampoco son partidarios de una política de “flexibilizar la creación de partidos regionales”. Los
partidos políticos deben ser entendidos como grandes corrientes de base nacional, sin perjuicio
del necesario y decidido proceso de democratización de sus estructuras regionales. (Los partidos
regionales pueden llevar a una excesiva fragmentación partidaria).

Los autores plantean serias dudas frente a la propuesta de definir “regiones plurinacionales”. La
regionalización debe entenderse como un proceso gradual que exige abordar una gran variedad
de materias. Es tal la complejidad y la interrelación que se establece entre ellas, que habría
contribuido al éxito de la reforma constitucional y legal en marcha, que el Gobierno la hubiera
impulsado a partir de un enfoque global y sistémico, que permitiera una visión acabada de los
problemas que se plantean como de las soluciones que se proponen.

El conjunto de materias que comprende la regionalización se pueden ordenar en 3 dimensiones:


política, administrativa y fiscal.

Plano político: Es necesario avanzar en la elección directa de la más alta autoridad regional que,
existe consenso, debiera llamarse gobernador regional. No cabe duda que una autoridad elegida
por periodos fijos de cuatro años, por sufragio universal, tiene asegurada su estabilidad y
legitimidad otorgándole capacidad de negociación con el gobierno central.

Plano administrativo: La elección de la más alta autoridad regional sin traspaso de poderes en su
favor es un absurdo o una grave inconsistencia. Es imprescindible separar las funciones y delimitar
las competencias del gobierno regional y del gobierno central. Al último debieran corresponderle
loa seguridad, el orden público, la extranjería, etc. También debiera hacer, a favor del gobierno
regional o municipal, una transferencia efectiva de competencias, estos son: servicios, programas,
atribuciones, funciones y recursos. La falta de competencias en el nivel regional ha afectado la
resolución y coordinación de importantes problemas con alta sensibilidad en los territorios, en
particular en las áreas urbanas como el transporte, medio ambiente y la recolección, tratamiento y
disposición de residuos solidados.

Transferir competencias a instancias subnacionales, aumentar significativamente los recursos


públicos que se ejecutan en regiones, obliga a fortalecer la capacidad de gestionarlos en términos
de planificación, licitaciones, diseño de proyectos de inversión, etc. Esta reforma administrativa
debe ir acompañada del necesario crecimiento del esfuerzo fiscalizador.

Plano fiscal: Hoy la contraloría General de la República concentra sus actividades de


supervigilancia y control en organismos públicos del gobierno central, donde se ejecuta el ochenta
y más porciento del gasto público. Si hay transferencia de recursos, esta capacidad de fiscalización
y monitoreo deberá ampliarse a las nuevas instancias regionales.

También debiera crearse un sistema de administración de áreas metropolitanas para las


principales urbes del país: Santiago, Valparaíso y Concepción.
Las reformas políticas y administrativas en los entes regionales le plantean a la política fiscal
problemas no menores y algunos de difícil solución, lo que hace recomendable avanzar de manera
que no se comprometan las bases de la estabilidad macroeconómica y responsabilidad fiscal.

El proceso de descentralización obliga a gastos relevantes. (Traspaso significativo de mayores


recursos a los órganos de decisión regional).

La experiencia internacional exige actuar con cautela a la hora de abordar temas como tributos a
nivel regional, el endeudamiento de los gobiernos regionales o la afectación de determinados
impuestos. (En Perú, una pretendida descentralización resultó en una mezcla de corrupción y
fragmentación).

Autores: “El debate constitucional en marcha debe transformarse en una oportunidad para
acometer los diversos desafíos que el país enfrenta en términos de democratización y
descentralización, con un sentido de Estado, procurando una estructura política y administrativa
coherente, como un aspecto de la modernización”. Es necesario que Estado unitario
descentralizado vaya tomando forma de manera gradual, asegurando eficiencia y eficacia de las
nuevas estructuras.

Capítulo 9) ¿Cómo se aprueba la nueva Constitución?

En relación al mecanismo para avanzar hacia una nueva Constitución, la ex presidenta Michelle
Bachelet planteó tres alternativas: Asamblea Constituyente, Convención Constituyente y Comisión
Bicameral.

Asamblea Constituyente: Es un mecanismo que puede adoptar las más diversas formas, al punto
que se puede decir que ellas son tantas como la imaginación política decida crear. (Si no la
definimos con claridad, podemos entrar en un terreno de extrema ambigüedad).

Se distingue entre Asambleas Constituyentes no institucionalizadas, que intentan crear un orden


político desde cero, declaran una completa ruptura con el pasado. Después están las A.C
institucionalizadas que no rompen con el orden previamente existente, sino que aspiran a
reformarlo para lo cual se ajustan en su forma a las normas constitucionales.

Un segundo orden de materia es definir cómo se elige a la Asamblea Constituyente. (Puede pasar
que fuerzas políticas usen mecanismos para incrementar sus influencias y poder).

El “cesarismo plebiscitario” o la “democracia plebiscitaria”, que son hoy la más frecuente amenaza
a la democracia, tiene sus instrumentos principales en la ratificación plebiscitaria del gobernante y
en la creación de una Asamblea Constituyente mal hecha, destinada a aprobar una Constitución
que intente legitimar, bajo un barniz electoral y una apariencia democrática, el poder autoritario.

Comisión Bicameral: Fue propuesta por dirigentes polìticos tan relevantes como Andrés Zaldívar y
Camilo Esclaona, tiene la ventaja que otorga un fuerte protagonismo al Congreso, institución que
no puede ser ignorada en un proceso constituyente, menos aún en un país como Chile, en que los
parlamentos y los partidos, a través de la historia, se han constituido en la principal arena política
de discusión. Lo anterior cobra aun mayor validez si consideramos que el próximo Parlamento será
elegido sobre la base de un sistema de representación proporcional habiéndose eliminado el
sistema binominal.

Sin embargo, hay dos davorter que la afectan negativamente:

1. El escaso nivel de aceptación del Parlamento y los parlamentarios, juicio que no


compartimos y consideramos injusto, pero que es real y no puede desar de ser tenido en
consideración.
2. Una nueva arquitectura constitucional importa reducir o ampliar el poder y las
atribuciones de los miembros del Congreso, lo que obliga, no a ihabilitarlos en el proceso
constituyente, pero sì a ampliar esa función a otros actores.

Convención Constituyente: En 2018, al cumplirse el bicentenario de la declaración formal de la


Independencia, en marzo de ese año, el Congreso Nacional proceda a elegir una Convención
Constituyente que asume la tarea de discutir y proponer un nuevo texto constitucional.

Dicha convención sería nominada por ambas cámaras, reunidas en congreso pleno, la que tendría
una composición mixta: una mitad, parlamentarios, y la otra, un cuerpo de ciudadanos elegidos
por el congreso pleno. (60 miembros) La idea es articular tanto la actuación de órganos de
representación republicana como la participación de ciudadanos.

Dispone de seis meses luego de su nombramiento para lograr su cometido. Concluído su trabajo,
deberá presentar ante el país una alternativa de cambio constitucional, la que sería sometida a un
referéndum para efectos que el pueblo apruebe o rechace.

Los autores declaran que la demanda por una nueva Constitución es un reclamo justo, necesario y
sensato. El procedimiento debe ser “democrático, participativo e institucional”.

Quien lo haga debe tener un mandato legìtimo y clari, debe estar definido ocmo se eligen a los
integrantes, con que mayoría se adoptaran los acuerdos, el tiemmpo y la forma en que se
entregará el texto para que la ciudadanía apruebe o rechace, etc.

La democracia no consiste en una asamblea autoconvocada o regida por cualquier tipo de reglas.
La democracia exige procesos de deliberación enmarcados por reglas que garanticen amplia
participación y plena igualdad de los que debaten, por ellos o sus representados.

S-ar putea să vă placă și