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Interés de la civilización peruana

Sus atractivos.- La civilización peruana por su notable antigüedad, sus

variadas formas, su grandioso desarrollo y sus violentísimos contrastes

ha atraído poderosamente la atención de propios y extraños. Si bien pre-

sentida más que conocida su grandeza después de la conquista, y perdi-

da hasta principios de este siglo su existencia en la de la metrópoli, no

había ni la libertad de pensamiento ni los vivos deseos, ni la conciencia

clara, que multiplican los estudios filosóficos-históricos sobre los progre-

sos de las naciones independientes, los del Perú no han dejado de excitar

el más alto interés desde el siglo XVI hasta nuestros días: gobiernos y

particulares, historiadores y hombres de ciencia, curiosos viajeros y sa-

bios naturalistas, diligentes observadores, sagaces anticuarios, espíritus

dados a las especulaciones abstractas y espíritus que sólo buscan resul-

tados prácticos, han examinado con inteligente solicitud una cultura su-

mamente atractiva por su expansión en el tiempo y en el espacio, de for-

mas tan variadas, como extraordinarias, dulce, benéfica y ostentando

siempre entre los mayores contrates y ruinas el porvenir más brillante.

Su antigüedad.- País del Nuevo Mundo no ha podido entrar el Perú en la

carrera de la civilización, tan pronto como las naciones del antiguo con-

tinente próximas a la cuna del linaje humano, pero desde una antigüe-

dad muy notable no sólo con relación a los pueblos americanos, sino

respecto de muchos pueblos hoy muy cultos en Europa, fue habitado por

tribus de índole apacible, que no obstante la barbarie circunvecina goza-

ban las dulzuras de la vida civil y habían adelantado notablemente así en

poder, como en las principales artes. Aunque el transcurso de los siglos,

el desborde de las pasiones políticas, las invasiones desoladoras y las

catástrofes naturales hayan acumulado ruinas sobre ruinas, sepultando

en el olvido razas y cultura, todavía quedan vestigios de ésta y de aqué-

llas, que nos llevan a épocas muy lejanas. Donde quiera aparecen restos

de una agricultura adelantada, arte, que sólo poseen los pueblos civiliza-

dos. Abundan también los escombros de poblaciones, y sabido es que los


hombres nunca levantan edificios duraderos, si no después de haber sa-

lido de su existencia vagabunda y bárbara; además en el Perú necesitaron

períodos más que seculares para descender gradualmente desde las cum-

bres a las laderas, y desde las punas a los valles, a medida que las relacio-

nes entre las tribus colindantes eran más pacíficas y seguras. Por otra

parte varios monumentos, unos de imponente grandeza, otros de hábiles

labores remontaban según las tradiciones recogidas en el siglo de la con-

quista a miles de años, revelaban una vetustez incalculable en sus durísi-

mas piedras, que la acción lenta de los elementos había corroído. Prueba

más clara de esa inmemorial cultura han dado en nuestros días los ídolos

y otros artefactos descubiertos a 33 pies de profundidad bajo las capas de

guano en las islas de Guañape y 62 en las de Chincha.

Sus variadas formas.- La variedad sorprendente de civilización se mani-

fiesta en las diversas formas de gobierno, religión y género de vida, que

simultánea o sucesivamente han prevalecido en el Perú. Han existido

multitud de comunidades, ya sin jefes vitalicios, ya sometidas a curacas

hereditarios —unos de reducida dominación y otros ejerciendo su auto-

ridad en dilatados señoríos—, como los del gran Chimú; todas ellas fue-

ron absorbidas en el vastísimo imperio de los incas, el que formó la parte

principal de un virreinato sometido a España y una vez roto el yugo

colonial se estableció la república democrática. Entre las creencias reli-

giosas resaltan desde luego las tradiciones primitivas extrañamente al-

teradas por toda suerte de idolatrías y de supersticiones; sin desterrarlas

los pretendidos descendientes del Sol generalizaron el culto espléndido

y civilizador del astro del día. Bajo la dominación española fue el catoli-

cismo la religión exclusiva de los peruanos civilizados; la república in-

dependiente, si bien la reconoce como religión del estado, ha hecho pre-

dominar en las costumbres la tolerancia religiosa sobreponiéndose a las

prohibiciones legales. En cuanto al modo de vivir, si las condiciones del

territorio hacen prevalecer fuera de los bosques la vida de los labradores,

no por eso dejan de haber pueblos pastores, mineros, comerciantes y en


menor escala pueblos manufactureros. Lo que la civilización del Perú ha

ofrecido de más extraordinario y permanente en el estado social ha sido

el espíritu comunal, que apareció desde los primeros albores de la vida

civil, recibió una organización admirable en el imperio incaico, dejó sen-

tir su influencia bajo los virreyes y aún no ha desaparecido enteramente;

lo que entre los griegos consiguió difícilmente Licurgo en el reducido

territorio de Esparta, lo que en nuestros días se relega entre las peligro-

sas utopías del socialismo, fue realizado por Manco-Capac y sus suceso-

res en escala vastísima, haciéndose solidario el destino de las comuni-

dades y provincias, sin trastornos, ni crímenes, sin holgazanería, ni vio-

lencias, en dulce paz, con bienestar común, con la regularidad de un

convento y con las aspiraciones concertadas de una familia, cuyos indi-

viduos están cordialmente unidos.

Su grandioso desarrollo.- La civilización del Perú hubo de producir bajo

los incas sorprendentes efectos por la solidaridad de acción entre algu-

nos millones de hombres, por la continuidad de los mismos esfuerzos

durante siglos y por su propia fuerza de desarrollo. Mientras en el inte-

rior se levantaban obras colosales y adelantaban las artes de la paz y se

gozaba más suma de bienestar que en la mayoría de los países civiliza-

dos, se extendieron a lo lejos el ascendiente y los beneficios de aquella

singular cultura; así los hijos del Sol, bajo cuyo gobierno se confundía el

interés de la patria con el de la autoridad, llegaron a formar un imperio

rival de los grandes imperios del Asia por la extensión, y superior a

todos ellos por el orden social y por el carácter paternal de la administra-

ción. Aún bajo la tutela extranjera, de suyo inclinada a sacrificar los

intereses de la colonia a las pequeñas y desacertadas aspiraciones de

una corte y de una metrópoli situadas a más de tres mil leguas de distan-

cia, ejerció el Perú influencia muy poderosa desde Panamá hasta Buenos

Aires; Lima, que en casi todo el período del virreinato fue el centro del

poder, del comercio y de la ilustración, contribuyó de todos modos a


formar las nuevas sociedades, con las que la emancipación había de

establecer siete repúblicas hispanoamericanas y uno de los estados de la

federación colombiana; a donde no llegaba la acción de las autoridades

coloniales, en regiones en que no habían podido penetrar las armas de

los incas, se hizo sentir el celo de los misioneros enviados a la inhospita-

laria tierra de los salvajes por la deliciosa Ciudad de los Reyes. Tan

eficaz era el influjo del Perú sobre la América del Sur, que la independen-

cia de los nuevos estados hubo de sellarse en el campo de Ayacucho con

el concurso de las huestes libertadoras, originarias de todos ellos. Des-

pués de la emancipación, sea para conjurar peligros más o menos gene-

rales, sea para facilitar el progreso común, el centro de las negociaciones

y tratados ha sido la capital del Perú.

Sus violentos contrastes.- Tan grandioso desarrollo no ha podido preser-

var a la cultura peruana de perturbaciones y caídas, que más de una vez

han comprometido su porvenir y aun han hecho dudar de los adelantos

alcanzados. Prescindiendo de los contrastes, que ocurrieron en las épo-

cas prehistóricas, y que por lo mismo están envueltos en densas tinie-

blas, la civilización de los incas con todo su esplendor y grandeza, apa-

reció tan frágil y cayó de súbito con tan pequeño ataque, que juzgándola

de ligero se la tomaría por una obra puramente fantástica o por un vano

simulacro. El cúmulo de abusos, miserias, humillación y rémoras inhe-

rentes a la civilización colonial ha dado ocasión a que no sólo se nieguen

todos sus beneficios, sino a que se tenga ese período trisecular como un

paréntesis en la cultura de los peruanos, como un retroceso o un letargo.

Si los progresos del Perú independiente aparecen claros, grandes y rápi-

dos, los gravísimos desórdenes causados por las prolongadas convul-

siones de la república, permiten a sus enemigos poner en tela de juicio

así su magnífico porvenir, como sus más valiosas conquistas. En verdad

es incuestionable, que entre mil inapreciables elementos de prosperidad

y engrandecimiento quedan otros refractarios a la acción civilizadora;

sin hablar de los gérmenes de perturbación y de retroceso, que todavía


aparecen en los bajos fondos de la sociedad, y de que las naciones más

adelantadas nunca se vieron enteramente libres; la inmensa y riquísima

región de la montaña está casi enteramente en poder de hordas diminu-

tas, que vegetan en los horrores y miserias de la vida salvaje. Por cierto,

no hay el más lejano peligro de que tan débiles sostenedores de la barba-

rie hagan retroceder al Perú civilizado; pero no sería infundado el recelo

de que en esa codiciada porción del territorio peruano pudieran estable-

cerse razas más inteligentes y audaces, las que opondrían obstáculos

invencibles al desarrollo nacional y tal vez amenazarían a la autonomía

de la república.

Importancia de su estudio.- Realzando las ventajas de la filosofía y de la

historia con el interés que inspiran las cosas de la patria, el estudio de la

civilización peruana, al mismo tiempo que ofrece a la curiosidad un

espectáculo tan grato como sorprendente, suministra enseñanzas tan

variadas como útiles: con las luces, que el pasado proyecta sobre el pre-

sente, disipa las sombras del incierto porvenir, como los rayos solares

reflejados por la luna esclarecen la noche tenebrosa; en todas las esferas

de la vida hace saborear los dulces frutos de la experiencia sin necesidad

de someterse a las amarguras de las pruebas personales; da una instruc-

ción vasta y despierta el deseo de saber más; eleva y extiende el pensa-

miento haciendo ver el conjunto de los hechos desde la altura de sus

causas; precave los extravíos de la imaginación y madura el juicio con la

realidad, piedra de toque para todos los proyectos y teorías; perfeccio-

nando las ideas favorece la perfección de los sentimientos y vivifica es-

pecialmente los afectos patrióticos, la dignidad personal y la tolerancia

política; comunica a la voluntad la adhesión firme y generosa al bien

público sosteniéndola y depurándola con la fuerza de las convicciones y

la abnegación heroica; precave las tormentas revolucionarias señalando

la oportunidad y urgencia de las reformas; establece los progresos sóli-

dos sobre la base de la libertad, que a su vez se apoya en la educación del

pueblo, y salva a la democracia así de sus propios extravíos, como de los


golpes de la tiranía; retempla el carácter nacional; y como la civilización

viene a ser el triunfo del hombre sobre la naturaleza, del espíritu sobre la

materia, de la razón sobre la sensualidad, del derecho sobre el fraude y la

violencia; sus conquistas se extienden y consolidan con el perfecciona-

miento de los individuos y de las instituciones mediante el conocimiento

claro y persuasivo de las leyes del movimiento civilizador, conforme a

las imperiosas exigencias de la conciencia social y por el impulso irresis-

tible de la verdad presentada con la elocuencia de los grandes sucesos.

Especial importancia recibe el estudio de la civilización peruana de

las condiciones particulares de la república: la conocida grandeza de la

patria ha de levantar el espíritu a las altas aspiraciones, que son el prin-

cipio de los grandes adelantos; las glorias del pasado y los terribles con-

trastes han de moderar el enervante desaliento y las locas esperanzas,

muy de temerse en almas muy impresionables, que atraviesan días difí-

ciles o ceden al entusiasmo excitado por la prosperidad súbita; lo que en

otro tiempo hicieron las razas indígenas, es indicio seguro de lo que la

civilización puede esperar de ellas, y revelándose tan claramente su ca-

pacidad, se desvanecerán las preocupaciones, que por su pretendida

inhabilidad las condenan a perpetua servidumbre, y al país a no aguar-

dar mejoras de la mayoría de sus habitantes; las exageraciones del socia-

lismo, que en la actualidad son el mayor peligro del mundo civilizado,

habrán de moderarse por el desengaño, que ofreció la organización so-

cial de los incas, sin que por eso haya de renunciarse a los inestimables

beneficios producidos por la armonía de los asociados y por la partici-

pación de trabajos y de goces. Como era de prever, cuanto se ha hecho de

precioso y duradero aparece en nuestra civilización como el efecto del

esfuerzo unánime de los peruanos y del concierto entre la administra-

ción y la opinión pública; las catástrofes y perturbaciones han dependi-

do de la colisión y del aislamiento: lección elocuentísima, que predica a

los partidos y a los gobiernos la necesidad vital de unión, de respeto a la

conciencia social y de obediencia a las leyes. Tantas y tan señaladas


ventajas derivadas de su estudio ponen en evidencia que no es infunda-

do, ni habrá de disminuir el alto interés que ha excitado la civilización

peruana en europeos y americanos.

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