¿Podemos cambiar la forma de diseñar y gestionar las ciudades por una que parta del reconocimiento de la naturaleza, y que se integre la ciudad como parte de ella?
Desde sus orígenes, el hombre siempre ha intentado entender y controlar a la naturaleza,
los primeros hombres en el paleolítico, si bien no entendían el concepto de ecología y preservación de la naturaleza, sí tenían claro que dependían totalmente de ella, la cual proveía su comida, vestimenta y vivienda, permitiendo así la seguridad para reproducirse y poblar el planeta. Es aquí donde empieza esta extraña relación entre el hombre y la naturaleza, donde el hombre con el paso de los años ha ido sobrepasando los límites de una relación sana, donde es él donde pide más, gasta más, y daña más. Algunos se refieren al hombre como la especie superior entre todas, por su conciencia y capacidad de manipular y modificar objetos gracias al pulgar, sin embargo difiero al respecto, el hombre está en el mismo nivel que el resto de las especies, debería tener claro su función en el ciclo de la vida en la Tierra y la red trófica, pero en vez de ser conscientes de ello, toma el poder y modifica ciertos condicionantes que conllevan a la degradación de la naturaleza. Es importante resaltar que la relación del hombre con la naturaleza no solo ha sido con el fin de saciar necesidades de alimento o vestimenta, sino para de llenar el espíritu y el alma, la naturaleza como fuente de energía y sabiduría, del elemento al conjunto. Donde entonces nace el valor emocional de la experiencia paisajística, dando lugar a paisajes afectivos. Los paisajes afectivos están definidos por una resonancia en que el paisaje activa en el individuo una fuerte evocación y este a su vez consigue hacer hablar al paisaje. Estos paisajes son la expresión geográfica y la concreción material simbólica de nuestras creencias, de nuestras identidades. Pero se ha perdido ese respeto y concepción de lo sagrado en la naturaleza. El hombre con el paso de los años, empezó a verla como un estorbo en sus ciudades y empezó a desplazarla. Primero estuvo ella y luego llegamos nosotros, por lo que lo más adecuado sería hablar de la ciudad en la naturaleza y no de la naturaleza en la ciudad. En donde ésta ciudad se adapte a una configuración espacial ya existente de una naturaleza sabia. Teniendo en cuenta el concepto de paisajes afectivos, se considera que el impacto que la aplicación de este tendría sobre los individuos de un lugar, con el apoyo del estado y especialistas, podría indicar un mayor arraigo y pertenencia hacia el territorio por parte de los habitantes, lo cual conllevaría a una preservación y protección de dichos territorios. Con los adecuados estudios del territorio y con un riguroso análisis del paisaje, en conjunto con la comunidad, descubrir la identidad de un territorio para así cuidado. Y a partir de estos proponer lineamientos para diseñar y gestionar proyectos nuevos donde existen análisis previos donde prevalece la preservación y el cuidado de la naturaleza y el paisaje. El incremento de la densidad poblacional en las ciudades, es uno de los principales factores que generan una expansión urbana no planificada y un uso del suelo no apropiado que termina generando un deterioro ambiental, causando así un desequilibrio entre lo construido y el entorno natural, y por lo tanto una transformación y degradación en el paisaje, afectando en especial aquellos paisajes afectivos con una gran carga cultural e identitaria de un territorio y comunidad. La ciudad moderna quiere expulsar a la naturaleza, pero la naturaleza y los procesos naturales no dejan nunca de estar presentes. La ciudad histórica es la que mejor preserva el paisaje natural mientras que la contemporánea trata de transformar el medio hasta el punto donde pierde su identidad. En la ciudad contemporánea se ha optado por los proyectos de la ingeniería que aman el concreto: ríos dominados, cauces canalizados o soterrados, montañas y cerros horadados por túneles, talas de bosques primarios, reemplazo de coberturas vegetales importantes por vivienda, explanaciones de grandes áreas, islas de calor, vegetación artificial, paisajes uniformes. Estas transformaciones en nuestro planeta han llevado al surgimiento de fenómenos que afecta a todo ser vivo del planeta, tal como lo es el cambio climático con la elevación de las aguas en zonas costeras, derretimiento de los glaciales, la deforestación masiva, la extinción de cientos de especies, cambios de temperaturas, entre otros. En consecuencia a esto, el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, propone unas transiciones socioecológicas, con el fin de crear consciencia y una adaptación al cambio climático, tales como: transformaciones de áreas silvestres, persistencia de territorios anfibios, creación y administración de áreas protegidas, resistencia cultural y reconocimiento de territorio étnicos, conformación y pervivencia de los paisajes campesinos, estabilización y reconversión de paisajes ganaderos bovinos, establecimiento y expansión de paisajes agroindustriales, conformación de enclaves y expansión de áreas de desarrollo minero y energético, creación de centros urbanos e integración en sistemas regionales y aparición de paisajes degradados y emergencia de la rehabilitación y restauración ecológicas. Lo anterior indica que, con estudios adecuados e iniciativas potentes, se puede proponer una base inicial para el diseño y gestión de ciudades donde se parte de la naturaleza y donde la ciudad pueda converger junto a ella de manera amigable. Donde siempre prevalece la naturaleza, con fines ecológicos, sostenibles y estéticos. Es importante que cada persona se haga consciente de que cumple un papel importante en el ciclo de la vida en el planeta tierra, que abra su corazón y agudice sus sentidos, la naturaleza nos habla, nos pide que la cuidemos y nos salvemos de la extinción no solo de más especies animales, sino del mismo hombre.