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Las mujeres son un grupo social subordinado que se encuentra en una situación particular: comparten
la vida familiar con los varones, que ejercen directamente la dominación hacia ellas, y suelen estar
aisladas de otras mujeres que comparten su opresión. Incluso, las mujeres pueden vivir situaciones
domésticas y cotidianas en las que oprimen o son oprimidas por otras mujeres, debilitando todavía
más la posible solidaridad de género. Por lo tanto, la conformación de organizaciones propias es el
primer desafío que enfrenta el feminismo.
Las primeras organizaciones de mujeres se dieron entre mujeres privilegiadas, que contaban con los
recursos culturales como para cuestionar su situación, y con los recursos materiales para reunirse con
otras como ellas y proponerse un accionar conjunto.
En Estados Unidos, las sufragistas lucharon en el movimiento contra la esclavitud en 1860, pero
cuando se concedió el derecho a voto a los esclavos liberados, las mujeres fueron excluidas. En 1910,
mujeres jóvenes encabezadas por Alice Paul y Harriet Stanton, organizaron grandes desfiles en
Nueva York y plantearon la lucha por el voto a nivel federal. Posteriormente, crearon el Partido
Nacional de la Mujer, que rechazó la entrada a la guerra de EE.UU, ya que no tenía sentido luchar por
la democracia en Europa, si se negaba a las mujeres sus derechos en el país.
En Europa, el movimiento sufragista inglés fue el más potente y radical. En 1866, fue rechazada la
primera petición a favor del voto femenino en el Parlamento. En 1884 se amplió el derecho a voto a
clases medias y trabajadores, pero tampoco fueron incluidas las mujeres. Se crearon varias
organizaciones, entre ellas la Unión Social y Política de las mujeres, liderada por Emmeline
Pankhurst, quien había militado en el Partido Liberal, pero al llegar éste al poder en 1905, no
apoyaron el voto para las mujeres.
Las sufragistas fueron encarceladas, protagonizaron huelgas de hambre y alguna encontró la muerte.
Pankhurst fue encarcelada, condenada y debió escapar a Estados Unidos.
Movimientos feministas en América Latina
En América Latina también las mujeres desarrollaron organizaciones para exigir el sufragio, vinculadas a
partidos políticos. En Chile se creó el Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena (MEMCH) y
luego la Federación Chilena de Instituciones Femeninas (FECHIF), para coordinar los esfuerzos de las
mujeres de todo el país para obtener el voto.
El movimiento feminista de los 60 y 70 fue mucho más crítico de la relación con las organizaciones
políticas, donde dominaban los varones. Rechazaron mayoritariamente vincularse con partidos
políticos, porque consideraban que sus demandas no eran tomadas en cuenta y que, incluso, ellas
mismas eran tratadas como militantes de segundo nivel, sin posibilidad de acceder a posiciones de
poder.
La primera decisión política del feminismo fue la de organizarse en forma autónoma, constituyendo el
Movimiento de Liberación de la Mujer (MLM), generando rencillas respecto a la naturaleza y el fin de
la separación, respecto a las organizaciones mixtas. Así se produjo la primera gran escisión dentro del
feminismo radical; la que dividió a las feministas en "políticas" y "feministas".
Su aporte más significativo fue la organización en grupos de autoconciencia. En estos, cada mujer
explicaba las formas en que experimentaba y sentía su opresión, despertando la conciencia latente que
todas las mujeres tenemos sobre esta, realizaba la reinterpretación política de la propia vida y
proponía las bases para su transformación, construyendo la teoría desde la experiencia personal y no
de teorías previas.
Crearon también, centros alternativos de ayuda y autoayuda. No sólo espacios propios para estudiar y
organizarse, sino que desarrollaron una salud y una ginecología no patriarcales, animando a las
mujeres a conocer su propio cuerpo. A la vez, guarderías, centros para mujeres maltratadas, centros de
defensa personal, etc.
Tenían un exigente impulso igualitarista y antijerárquico, donde los liderazgos eran mal vistos. Tenían
un permanente debate interno.
Los movimientos de mujeres y feministas en América Latina y el Caribe, emergen como tales en los
tiempos de la “segunda ola”, expresándose en varias ciudades a partir de la década del 70’. Igual que
en el norte, este movimiento provenía principalmente de mujeres de clase media. Se organizó al inicio
vía un modelo autogestionario e independiente y era generalmente constituido por pequeños grupos
de auto-conciencia.
A mediados de los 70’, salvo en algunos de los países del sur por las dictaduras existentes, donde los
movimientos de mujeres fueron parte de la resistencia (como en Argentina, Chile o Uruguay), se
comienza a delinear el Movimiento Feminista y de Mujeres.
A fines de los 70’, las corrientes feministas se diversifican y va surgiendo un Movimiento Amplio de
Mujeres (MAM). Desarrolla una doble militancia, parlamentaria y en los sectores populares con las
trabajadoras, campesinas, y en quienes ha prevalecido casi solamente un trabajo a partir de sus
necesidades prácticas.
Desde ese entonces, ha emergido un conjunto diverso de agrupaciones que critican algún aspecto del
orden de género chileno, caracterizado por la heteronormatividad, la dominación masculina y la
sobrevalorización de la maternidad.
Reivindican su derecho a existir como individuos con una identidad diferente a las aceptadas por el
orden de género o realizan prácticas en defensa de sus derechos que son, en sí mismas, afirmaciones
de tales derechos. Estos grupos son generacional y culturalmente distintos de las organizaciones con
demandas de género y larga trayectoria, ligada a la lucha antidictatorial o a la lucha contra el VIH.
Los grupos que presentan nuevas formas de articulación son los asociados a las organizaciones
estudiantiles. Ellos están también en la mejor posición para articular demandas específicas, referidas a
las instituciones académicas y a las formas de relación entre las personas que las componen, además
de tener mayor visibilidad mediática. Así lo demostraron en el mayo feminista de 2018 en Chile.
Sin duda, el movimiento feminista está recién empezando a organizarse tanto en nuestro país como en
el mundo. Mientras persistan las inequidades de género, siempre será posible la emergencia de una
acción colectiva de quienes las viven, cuestionando no solo esos problemas, sino una sociedad que se
sigue sustentando en relaciones violentas y desiguales.