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CLARA DE CAMPOAMOR
Este texto es una fuente primaria. Es un fragmento del discurso pronunciado ante las Cortes
constituyentes los días 30 de septiembre y 1 de octubre de 1931 por la diputada Clara de
Campoamor, militante del Partido Radical. Es un texto de naturaleza política y carácter público.
Sus destinatarios son, en primera instancia, los diputados de las Cortes, y, por extensión, el
conjunto del pueblo español. La finalidad con que fue pronunciado era la de reivindicar la
participación de la mujer en la vida política y la necesidad de reconocer el voto femenino en la
constitución que en ese momento se estaba elaborando.
Las discusiones en torno a la redacción del texto constitucional fueron intensas y muy
especialmente en los siguientes temas: cuestión religiosa, descentralización del Estado y voto
femenino. En las Cortes, de 465 diputados, apenas había tres mujeres: Clara de
Campoamor Victoria Kent de Izquierda Republicana y Margarita Nelken del Partido Socialista.
El artículo 34, que recogía la equiparación de derechos electorales, fue finalmente aprobado por
161 votos a favor y con 121 votos en contra. El texto constitucional fue finalmente aprobado por
las Cortes en diciembre de 1931.
Las primeras elecciones en las que pudieron participar las mujeres españolas fueron las que se
celebraron en 1933, y a ellas precisamente se les acusó del triunfo de los partidos políticos de
derecha.
La idea principal del texto es la de exigir el reconocimiento de los derechos políticos a la mujer
en tanto que la autora asume la completa igualdad entre hombres y mujeres.
“…sólo hay una cosa que un sexo solo: alumbrar, las demás las hacemos todos en común,…”
Entorno a esta idea, la autora hace referencia, con objeto de justificarla, de sucesos próximos de
la vida pública en los que las mujeres españolas tomaron la iniciativa política: movilizaciones
contra la salida de soldados hacia la guerra de Cuba o exigencia de responsabilidades por el
desastre de Annual en plena guerra de Marruecos.
CONSTITUCIÓN DE 1931
El triunfo de las candidaturas republicanas en las grandes ciudades españolas en las elecciones
municipales del 12 de abril de 1931 fue percibido por la opinión pública como un plebiscito en
contra de la monarquía y a favor de la república. Ante esta situación Alfonso XIII sus pendió la
potestad real y marchó al exilio.
En Madrid, los miembros del comité republicano surgido del Pacto de San Sebastián (agosto
de 1930) se constituyó en gobierno provisional. En el mismo participaban políticos de todo el
espectro político: liberales republicanos como Alcalá Zamora y Miguel Maura , radicales como
Lerroux y Martínez Barrio o socialistas como Largo Caballero
Pero el nuevo régimen tuvo que enfrentarse a la animadversión de algunos sectores sociales
(empresarios y propietarios agrarios, o la Iglesia Católica entre otros) y a conflictos de orden
social como el incendio de edificios religiosos.
La nueva constitución no consiguió el consenso de todas las fuerzas políticas y puso de relieve
las profundas discrepancias entre la izquierda y la derecha, especialmente en lo referente a la
cuestiones religiosa y autonómica. Se redactó un texto de clara inspiración izquierdista, que la
mayoría parlamentaria republicano-socialista impuso a los partidos de centro-derecha. Esto
tendría importantes consecuencias para la estabilidad del nuevo régimen.
Se concretan también dos aspectos de especial relevancia para la izquierda y los nacionalistas
periféricos, y, que como ya se ha apuntado, generaron importantes disensiones entre la
izquierda y derecha: la laicidad del Estado, recogido en su artículo 3º (“…El Estado español no
tiene religión oficial…”) y la posibilidad de constituir regiones autónomas en los artículos 1º,
11º y 17º (“… La República constituye un Estado integral, compatible con la autonomía de los
Municipios y las Regiones…”)
Este texto es una fuente primaria. Es un fragmento de una circular, un bando militar o una
proclama. Su contenido es político y su naturaleza jurídica en tanto que aspira a ser de obligado
cumplimiento por autoridades civiles y militares, y por la población civil. Su autor es el general
Emilio Mola (aunque firma la proclama como “el director” pues era el apodo que recibió durante
la conspiración) y está fechado el 5 de junio de 1936, durante la preparación del golpe de Estado
que terminaría produciéndose el 18 de julio de ese mismo año. En consecuencia, en esa fecha
era un texto reservado o secreto. Su destinatario es el conjunto de la población española por lo
que es un texto de carácter público. La intencionalidad es dar a conocer los objetivos del golpe
de Estado así como concretar los medios o modos de actuar para su rápida consecución.
Con la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, se pusieron en marcha
una serie de conspiraciones militares, destacando entre ellas la encabezada por los generales
Sanjurjo y Mola con conocimiento de algunos líderes políticos de los partidos conservadores. El
ejército se impuso como columna vertebral de la insurrección y las fuerzas políticas que también
“trabajaban” por derribar la República (tradicionalistas, falangistas,…) quedaron subordinadas a
él. Se planificó el golpe como una acción rápida en las que, a diferencia de otros golpes de
Estado, habría de utilizarse el grado de violencia que fuese necesario con el fin de que triunfase
en pocos días.
El asesinado del político derechista Calvo Sotelo el 13 de julio por guardias de asalto, como
respuesta al del teniente José Castillo –de ese mismo cuerpo- cometido horas antes por la
extrema derecha, precipitó los acontecimientos.
En la medida en que les fue posible, los militares golpistas fusilaron a los mandos republicanos
que no se sumaron al alzamiento acusándolos de rebelión militar, poniendo así de manifiesto,
desde el principio, que la intención era imponer, aunque fuese a costa de una violencia extrema,
una nueva legalidad.
La idea principal del texto es hacer público el objetivo del golpe de Estado: “(se) instaurará
una dictadura militar” y como ideas secundarias concretar las actuaciones y medios para
conseguirlo:
“Supresión de la Constitución de 1931 (…) Atribuirse todos los poderes del Estado (…), la acción
ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo (…) aplicándoles
castigos ejemplares…”
En julio de 1936 estallaba la Guerra Civil como consecuencia de un golpe de Estado que fracasó
y que tenía como objetivo acabar con la II República. Este golpe de Estado se produjo en el seno
de una sociedad profundamente dividida y un sistema político profundamente inestable
(desigualdades sociales, intransigencia de las distintas opciones políticas, resistencia a los
cambios por parte de la Iglesia católica, el ejército y las élites del país, contexto internacional
caracterizado por el auge de los totalitarismos, etc.).
El desconcierto general que siguió al estallido de la guerra fue acompañado de la inmediata
búsqueda de apoyos internacionales por parte de los bandos enfrentados (sublevados y
autoridades republicanas). Por un lado, la conspiración auspiciada por el general Mola y que
desencadenó el conflicto, pronto concluyó que para tener posibilidades de vencer en la guerra
que habían desencadenado, era precisa la unidad de mando; así, en septiembre de 1936 la Junta
de Defensa Nacional (el órgano colegiado creado por los golpistas para coordinar sus
operaciones de guerra) nombró al general Franco como generalísimo de sus ejércitos. Por otro,
las autoridades republicanas y opciones políticas que apoyaban la II República, profundamente
divididas entre sí, se debatían en dedicar todos sus esfuerzos en compatibilizar un proceso
revolucionario con las operaciones de guerra o en concentrarlos el vencer a unos sublevados
cada vez mejor organizados y con importantes apoyos internacionales.
Desde mayo de 1936, el presidente de la República era d. Manuel Azaña, líder de Izquierda
Republicana. Por el contrario, al frente del gobierno se habían sucedido Casares Quiroga,
Martínez Barrio, Largo caballero y Juan Negrín. Los tres últimos habían concentrado sus
esfuerzos en fortalecer los poderes del Estado y reorganizar el ejército republicano.
("... Un dogma que excluye de la nacionalidad a todos los que no lo profesan, sea un dogma
religioso, político o económico, (que opone) la verdadera base de la nacionalidad y del
sentimiento patriótico: que todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo...")
“…que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído
magníficamente por una ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no
tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota
como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, piedad,
perdón".