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Comenzaré este ensayo diciendo que el derecho de propiedad, es la facultad que posee
una persona para disponer de forma absoluta de un bien, sin reconocer en otra persona un poder
superior sobre éste. El mismo, junto con la vida y la libertad, es uno de los derechos
fundamentales e inherentes a la naturaleza humana. En un comienzo, cada individuo de una
determinada comunidad, posee un derecho común de propiedad sobre un determinado objeto;
sin embargo, cuando uno de ellos le añade su trabajo, dicho bien pasa a ser propiedad privada de
aquél que agregó la mano de obra. En efecto, es el propio trabajo que agrega una persona lo que
le hace adquirir la propiedad sobre un determinado objeto. Asimismo, enseña R. Nozick, cuando la
transferencia de un determinado objeto es justa, esto es, de manera voluntaria, sea ello por
medio del intercambio, la donación o algún otro mecanismo que refleje el mutuo acuerdo de las
partes involucradas en la transferencia, también se adquiere la propiedad sobre el mismo
Dicho esto, así como cada persona posee estos tres derechos fundamentales, es decir, en
un plano de igualdad, cuando una persona tienda a afectar alguno de estos derechos naturales y
fundamentales de otra, ésta tiene de forma instintiva y como derecho hacer cuanto estime
conveniente para la preservación de sí mismo como del resto de la sociedad. Al encontrarse en un
plano de igualdad, ninguna persona puede creerse o pensar por un segundo estar por encima del
otro. Una persona no puede, bajo ningún pretexto, afectar el derecho fundamental de propiedad
que le pertenece a otro; si éste fuera el caso, la segunda tiene el derecho de utilizar su propia
fuerza a los fines de eliminar el daño causado, sin entrar en consideración si hay o no
proporcionalidad.
“Por ello es legítimo que un hombre mate al ladrón que no le hizo daño
corporal alguno, ni declaró ningún propósito contra su vida/…/ y eso se
debe a que, si usa él la fuerza, cuando le falta derecho de tenerme en
su poder, no me deja razón, diga él lo que dijere, para suponer que
quien la libertad me quita no me ha de quitar, cuando en su poder me
hallare, todo lo demás”. Locke, J. Ensayo sobre el gobierno civil,
Cap III, § 18.
Quien escribe el presente trabajo está a favor de la intervención del Estado en salvaguarda
de los derechos fundamentales nombrados con anterioridad. En efecto, responde
afirmativamente al primer interrogante, esto es, el deber del Estado de brindarle seguridad a sus
ciudadanos.
[En Argentina, la seguridad es un derecho fundamental de una persona, tal es así que se
encuentra consagrado en el art. 1 de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del
Hombre que reza: “Artículo I. Todo ser humano tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad
de su persona”. ]
En consecuencia, es el Estado en virtud del poder que la sociedad entera le delega, quien
tiene el deber de proteger a los ciudadanos y garantizarles seguridad ante cualquier daño que
puedan recibir de otro conciudadano.
Desde el punto de vista legal, si el sujeto A resultase condenado legalmente por este
hecho, sería de grave perjuicio para la sociedad en su totalidad. Esto es así porque cualquier
persona, (y con justa razón), se sentiría con miedo de actuar en defensa de sus derechos
fundamentales, ya que habría un Estado que lo juzgaría por ello, bajo pena de privarle su libertad;
modificando de esta forma el esquema de principios y valores básicos que una sociedad y un
estado de derecho deben tener.
Para finalizar ésta breve reflexión, sólo quiero aclarar que no era mi intención juzgar los
hechos a la luz de la normativa penal vigente, ni discutir acerca de la existencia o exceso de
legítima defensa que prevé nuestro Código Penal. Se ha tratado de analizar los hechos desde un
punto de vista moral, a los fines de dar a conocer principios orientativos y de acción cuando un
derecho fundamental se encuentra afectado.