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XV JORNADAS INTERESCUELAS/DEPARTAMENTOS DE HISTORIA

16 al 18 de septiembre de 2015
Comodoro Rivadavia – Chubut

ORGANIZA:
Departamento de Historia Sede Comodoro Rivadavia
Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales
Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco (U.N.P.S.J.B.)

Número de la Mesa Temática: 22

Título de la Mesa Temática: La política en las fronteras americanas, siglos XVIII y


XIX.

Apellido y Nombre de las/os coordinadores/as: de Jong, Ingrid y Ratto, Silvia.

Malones y maloneros en la Frontera Sur (segunda mitad del siglo XIX): aspectos
locales y regionales

de Jong, Ingrid y Cordero, Guido

CONICET/UBA/UNLP y CONICET/UBA

ildejong@hotmail.com corderoguido@yahoo.com.ar
Introducción

En esta ponencia proponemos complejizar la caracterización tradicional de los malones


como acciones exclusivamente ligadas al saqueo o el ejercicio de la venganza
planteando la variedad de eventos englobados bajo ese rótulo y los múltiples factores
implicados en su realización. Los estudios de las dinámicas fronterizas de las últimas
tres décadas han realizado aportes sustanciales para analizar los ataques fronterizos
durante los siglos XVIII y XIX insertándolos en dinámicas bélicas en las que también
participaban los ataques y entradas punitivas hispanocriollas, e inscribiendo la violencia
en una trama local de eventos y relaciones interétnicas de las que formaban parte
espacios de negociación diplomática. La identificación del funcionamiento de un
sistema comercial regional que en base a la venta de ganado pampeano conectó las
Pampas con la Araucanía y otros mercados chilenos, permitió comprender la
participación indígena en términos de “intermediarios” y “abastecedores”. En este
trabajo proponemos articular las dimensiones locales y regionales involucradas en la
realización de pequeños y grandes malones durante las últimas décadas de existencia de
la frontera sur, apuntando a señalar la necesidad de avanzar en la comprensión de las
lógicas políticas y sociales indígenas y la configuración de liderazgos en este período, y
en la manera en que estos limitaron, mediaron y/o posibilitaron la organización de estas
acciones. Confiamos en que ello contribuirá a desarmar imágenes aún vigentes en la
historiografía en las que los ataques maloneros funcionaron como metonimia de una
distancia radical entre sociedades a partir de la cual la violencia era visualizada como
única forma posible de relación entre sociedades-culturas.
Los malones pueden ser considerados como prácticas variadas y complejas, cuyos
sentidos no se resumen a respuestas culturales hacia agravios recibidos o al
abastecimiento de ganado a los mercados trasandinos, sino que se entraman con las
lógicas sociales indígenas y la participación de sus líderes y seguidores en las relaciones
políticas y económicas en los espacios de frontera. Avanzaremos aquí en una síntesis
del recorrido antropológico e historiográfico reciente, a partir de aquellos aportes que
nos permiten comprender la práctica de los malones desde los parámetros regionales y
locales que la presencia colonial imprimió a las poblaciones indígenas de las Pampas, la
Patagonia y la Araucanía. Finalmente presentaremos un análisis cuantitativo de algunas
características de los malones durante el lustro 1865-1869, contextualizándolos en la
evolución de las relaciones interétnicas e intertribales y atendiendo a los objetivos
asumidos por estas acciones. Para la construcción del corpus documental sobre el que
realizamos este análisis hemos sistematizado las comunicaciones de los comandantes de
todas las secciones fronterizas durante el período que se encuentran en el Servicio
Histórico del Ejército (SHE), información que fue cruzada con la proveniente de las
Memorias del Ministerio de Guerra y Marina.

Malón, comercio y diplomacia en el espacio fronterizo: aspectos regionales y


locales

Ante la irrupción de la presencia hispana las sociedades indígenas la Pampa, la


Patagonia y la Araucanía se mantuvieron abiertas al contacto y al comercio con los
hispano-criollos, pero sin aceptar la dominación ni la ocupación de sus territorios.
Incorporaron productos y especies de origen europeo con extraordinaria rapidez,
estableciendo una amplia red de intercambios y circulación de bienes (Palermo 1999).
La utilización del caballo transformó sus pautas de movilidad y permitió intensificar las
relaciones entre grupos distantes, redimensionando los contactos prehispánicos y
creando las bases sobre las que se desarrollaría un circuito de comercio regional que
conectaba a las poblaciones pampeanas y araucanas entre sí y con los centros coloniales
del río de la Plata y del sur de Chile.
Este circuito se vinculó al interés de los grupos de la Araucanía por el ganado cimarrón
que se habían multiplicado en las Pampas desde los primeros asentamientos españoles.
Estos grupos requerían vacas, caballos y sal de las salinas pampeanas que
intercambiaban por textiles indígenas –ponchos-, añil, piezas de plata y otros bienes de
factura europea. La demanda pronto excedió a la población araucana y comenzó a
generarse desde asentamientos coloniales como Valdivia, en el sur chileno, y las
localidades del Valle Central al norte del Bío Bío, donde el ganado pampeano abastecía
a curtiembres y fábricas de sebo que vendían sus productos a Potosí. De este modo, el
comercio a través del territorio indígena conectaba el abastecimiento de ganado con los
principales centros mercantiles del Pacífico configurando, en términos de Pinto
Rodríguez (2000:34), un “espacio fronterizo” que articuló “redes indígenas” y “redes
capitalistas” de intercambio y que se prolongó más allá del período colonial.
Como producto del comercio con la población europea, y a pesar de sus grandes
heterogeneidades, la población indígena arauco-pampeano-patagónica fue
conformándose como una unidad social y cultural (Bechis 2008), articulada por
relaciones mercantiles, políticas y parentales que compartía una lógica común y una
configuración política "rizomática", que llevaba a que en cada una de las parcialidades
hubiera integrantes vinculados por obligaciones de reciprocidad a través de distintos
lazos, como el parentesco, con miembros de otras1. Estas redes se conformaban a través
de actos de intercambio con peso simbólico y ritual mediante los que se codificaban el
parentesco, la jerarquía política y la diplomacia intertribal, conectando en forma
selectiva y diferencial a distintos grupos y territorios de la Araucanía y las Pampas.
En ambos espacios, sin embargo, las relaciones entre las sociedades indígenas y los
estados coloniales y republicanos siguieron trayectorias asimétricas. En la frontera
araucana, luego de un siglo de resistencia a las invasiones esclavistas –conocido como
la “Guerra de Arauco”- el comercio complementó los intereses de indígenas e
hispanocriollos y fue la base de un fructífero espacio diplomático que canalizaría
conflictos y negociaciones por los siguientes dos siglos 2. En las fronteras pampeanas el
comercio regional de ganado entraría en competencia con los proyectos hispanocriollos,
aunque no inmediatamente dado que, durante el siglo XVII, el proyecto colonial en el
Río de la Plata también se orientaba hacia el mercado potosino y el abundante ganado
cimarrón permitía la coexistencia relativamente pacífica en la campaña.
Pero en el siglo XVIII comienzan a registrarse períodos de fuertes enfrentamientos
interétnicos, en los que las invasiones indígenas a las fronteras y expediciones militares
a “tierra adentro” alternan con períodos de relativa paz en base al mantenimiento de
relaciones diplomáticas. Hasta hace poco, la explicación académica dominante asoció
este incremento del conflicto al aumento de la demanda de ganado desde Chile, que
habría generado una mayor presencia de grupos araucanos en las Pampas y el
agotamiento del ganado salvaje que abastecía ese comercio (León 1989, 1990; Mandrini
1993). Aportes más recientes, sin embargo, muestran que el ganado cimarrón no se
extinguió tan pronto en las Pampas y que a fines del siglo XVIII aún existía en el área
serrana del sur bonaerense (Alioto 2011a). Otros trabajos avanzan sobre el argumento
que interpreta los malones como empresas ligadas exclusivamente al abastecimiento
para el comercio regional. En este sentido, una lectura profunda de las fuentes del

1
Adoptando el concepto de "rizoma" de Deleuze y Guattari (1977), Villar (2003) alude al carácter
horizontal y multipolar de la estructura política indígena. Villar y Jiménez (2011:121).
2
Los "parlamentos", reuniones fuertemente ritualizadas bajo protocolos marcados por la tradición
indígena, fue la institución predominante de las negociaciones hispano-indígenas. Iniciadas a mediados
del siglo XVII en la frontera araucana, el parlamentarismo fronterizo pronto se extendería a las fronteras
pampeanas, conformando un "ámbito de consenso", un espacio de comunicación común desde el que
ambas sociedades pudieron negociar sus intereses (Lázaro Ávila 2002).
período muestra que los malones ocurridos entre 1730 y 1750 tuvieron como
protagonistas a grupos pampas, aucas y tehuelches3 en asiduo contacto con los
asentamientos fronterizos y se produjeron en represalia hacia medidas de avance
territorial y situaciones de maltrato por parte de las autoridades coloniales, las que
retribuyeron estos ataques mediante expediciones punitivas, creándose un
4
encadenamiento de acciones violentas (Carlón 2014a y 2014b). En las décadas
siguientes (1760-1770), un período considerado clave por la acción maloquera araucana
en busca de ganado (León 1991), una revisión de las fuentes muestra que la
conflictividad se concentró entre las diversas agrupaciones indígenas, sin registrarse
“grandes malones” en las fronteras, aunque algunos grupos recurrieron a las fuerzas
cristianas en apoyo contra enemigos coyunturales (Carlón 2014). Así como estas
lecturas van desanudando interpretaciones que establecían una relación directa entre la
formación del circuito ganadero, la “araucanización” de las pampas 5 y los malones a la
frontera, va quedando clara la necesidad de incorporar factores relacionados a la política
intertribal junto con los procesos de relación interétnica.
En este sentido es importante destacar que esta configuración regional propició una
mayor presencia de grupos con origen transcordillerano –pehuenches y huilliches-,
generando situaciones de competencia con los de territorialidad pampeana, como los
pampas, aucas y tehuelches. Este proceso también dio lugar a nuevas alianzas políticas
y a la formación de nuevos grupos -ranqueles-, en correspondencia con la lógica
parental que estructuraba las relaciones entre los pueblos nativos (Palermo 1999; Carlón
2014b; Bello 2011). Esto permite entender que la siguiente fase de conflictividad (1780-
1790) haya sido protagonizada por malones de fuerzas confederadas de ranqueles, aucas
y pampas, afectadas por las medidas dirigidas a “pacificar la frontera" de las autoridades
del recién creado Virreinato del Río de la Plata, tales como la suspensión del comercio,

3
Los rótulos étnicos revelan generalmente la mirada de funcionarios y actores no indígenas
contemporáneos a estas poblaciones (Nacuzzi 1998) Debe tenerse en cuenta que estos nombres étnicos
están presentes en las fuentes de fines del siglo XVIII y que se transformarán y diversificarán
notablemente en el siglo siguiente, como consecuencia de procesos de etnogénesis ligados a la
araucanización de las pampas y a la relación con el estado argentino.
4
La toma de cautivos de comisiones que iban a comerciar a Buenos Aires, la muerte de estos
comisionados o la defensa territorial ante la instalación de misiones jesuíticas al sur del río Salado fueron
algunas de las motivaciones de estos malones. Para más detalle, remitimos a Carlón (2014b).
5
La "araucanización de las pampas" refiere a un proceso de influencias culturales y migración
poblacional operado sobre los habitantes y tierras de las Pampas y norpatagonia iniciado en etapas
prehispánicas que se intensificó a partir de la presencia colonial, involucrando intercambios, lazos de
parentesco, formación de nuevos grupos étnicos y una tendencia hacia la homogeneidad cultural y
lingüística (Palermo 1999; Mandrini y Ortelli 2002) Bechis subraya con acierto que pese al término
"araucanización", las agrupaciones que durante los siglos XVIII y XIX lograron mayor permanencia en
las pampas no tuvieron origen en la Araucanía, sino en sus márgenes sur y norte (Bechis 2010).
la retención de comisionados diplomáticos indígenas como rehenes y la realización de
expediciones punitivas con un fuerte carácter de exterminio. Los malones de 1780 a
1785, entonces, pueden entenderse como acciones de represalia ante la violencia
ejercida sobre sus asentamientos y actos de guerra dirigidos a imponer condiciones
convenientes de negociación. Como bien señala Crivelli Montero, el período de paz que
iniciado en 1790 resultaría del éxito obtenido, por los malones de la década precedente,
en la imposición de una “paz mercantil”, restableciendo un comercio proveía a los
indígenas de bienes concebidos como imprescindibles (Crivelli 1991:28). La centralidad
del comercio en las dinámicas pampeanas se expresa también en el desarrollo de dos
importantes núcleos de especialización pastoril, en los valles serranos del sur
bonaerense hacia fines del siglo XVIII y entre los pehuenches cordilleranos, que
abastecían la demanda de ganado de distintos puntos del espacio fronterizo, mostrando
tanto la fuerte imbricación de los indígenas en redes de intercambio regional como las
alternativas al malón como forma de obtención de ganado que existían hacia fines del
período colonial (Varela y Biset 1992; Mandrini 1993; Carlón 2014b).
Es necesario, entonces, considerar las tramas político–diplomáticas tejidas en las
fronteras y entre las mismas agrupaciones indígenas de las Pampas y la Araucanía y la
dinámica que el comercio imprimió a las mismas para comprender la evolución de un
“espacio fronterizo” que con posterioridad a las independencias nacionales asumirá
nuevas modalidades y protagonistas. Poco se ha avanzado en el conocimiento del
circuito comercial trasandino una vez finalizado el período colonial y en el marco de la
redefinición productiva y comercial de las naciones emergentes. La historiografía
chilena no ha realizado análisis sistemáticos acerca del comercio ganadero durante el
siglo XIX, y las referencias en las fuentes al abastecimiento realizado por los indígenas
en las Pampas -una actividad marginal al control de los estados- son indirectas y
fragmentarias6. Pero evidencias de la continuidad de este circuito pueden encontrarse al
abordar los cambios políticos que tienen lugar en el campo indígena pampeano durante
la primera mitad de ese siglo.

6
No obstante, se entiende que este sistema comercial continuó desde el desarrollo industrial de
subproductos ganaderos en Valdivia y Concepción, y su exportación a los mercados de Perú y Ecuador
bajo circuitos que prolongaban las rutas de comercio colonial que unían las Pampas y la Araucanía (Bello
2011; Carreño Palma 2012). A mediados del siglo XIX, el vuelco del Valle Central chileno hacia la
agricultura destinada a los mercados californiano y neozelandés habría implicado un retraimiento de las
tierras dedicadas a la ganadería, una mayor presión de los hacendados chilenos sobre las tierras araucanas
y cordilleranas y una mayor dependencia del abastecimiento de ganado de origen pampeano (Bandieri
2001; Richard-Jorba 2001).
Con posterioridad a la independencia, dos grandes procesos cambiarán la configuración
fronteriza en las Pampas: por un lado, un claro interés del gobierno por expandir la
ocupación más allá del río Salado que pondrá fin a la economía pastoril indígena,
consolidando el poblamiento criollo y la producción agrícola e incorporando mediante
acuerdos diplomáticos a agrupaciones indígenas de esos territorios a la defensa de las
fronteras. Por otro, a partir de los enfrentamientos que la independencia de Chile había
provocado en la el territorio araucano, la migración y asentamiento definitivo en las
Pampas de nuevos contingentes indígenas que mantendrán activas las rutas comerciales
transcordilleranas (Villar y Jiménez 2003). Desde mediados de la década de 1830,
ambos procesos colaborarán a redefinir el mapa étnico y territorial de las Pampas y sus
vínculos con la Araucanía.
Un rasgo central de este período lo constituye la etnogénesis “salinera” (Villar y
Jiménez 2011) bajo el liderazgo de Calfucurá, proveniente de Llaima, al sur de la
Araucanía. Este cacique se asienta desde fines de 1830 en Salinas Grandes, un espacio
clave en la geopolítica indígena regional, tanto por sus salinas y campos de pastoreo,
como por su ubicación estratégica en relación a las rutas comerciales indígenas. Su
liderazgo se consolidará en las siguientes décadas, mostrando una estabilidad territorial
similar a la que asumirán los cacicazgos ranqueles del centro-norte de las pampas y los
pehuenches y huilliches de las faldas cordilleranas. De esta manera, hacia mediados de
siglo el espacio pampeano y norpatagónico presentaba una configuración política
heterogénea, marcada por agrupaciones que ejercían un control territorial discontinuo
sobre las principales rutas, aguadas y pasos que las vinculaban con agrupaciones
indígenas y mercados chilenos al norte y al sur de la Araucanía.
En este mapa de conexiones fluidas, dadas por la multiplicidad de rutas y caminos que
reflejaban las alianzas políticas y lazos de parentesco, se distinguían al menos dos
rastrilladas que canalizaban el comercio regional: en el norte pampeano, las
agrupaciones ranqueles con territorialidad cercana a las fronteras del norte de Buenos
Aires, Córdoba, San Luis y Mendoza mantenían estrechos contactos con los pehuenches
que accedían a los pasos cordilleranos del norte neuquino y sur de Cuyo que conectaban
con localidades chilenas como Linares, Chillán, Antuco y Concepción; al sur, los
huilliches y tehuelches, con territorialidad en ambas márgenes de los ríos Limay y
Negro, accedían a través del paso de Villarrica al comercio con Valdivia, pero
mantenían fundamentalmente un intenso vínculo comercial con Carmen de Patagones y
Bahía Blanca. En el centro-sur de la frontera bonaerense los "salineros" de Calfucurá
comerciaban en las localidades de Azul y Bahía Blanca y, a través de las rastrilladas que
seguían el curso de los ríos Colorado y Negro, con las tribus emparentadas que
controlaban los pasos cordilleranos de Icalma, Huaúm y Ranco, posibilitando el
comercio con las agrupaciones arribanas del río Malleco, en el centro oeste de la
Araucanía, y el Toltén, más al sur, cuya actividad económica y circuitos de movilidad
vinculaban los mercados valdivianos con las agrupaciones pampeanas 7.
Bajo estas grandes configuraciones de cacicazgos y territorios vinculados por relaciones
de competencia y complementariedad (Bechis 2010b), fluía un panorama indígena
políticamente complejo, dinámico y flexible, interconectado por pautas de sociabilidad
y reciprocidad que canalizaban lazos a la vez comerciales, políticos y parentales 8 que
penetraban, en ciertas jurisdicciones, la misma sociedad de fronteras9, pero cuya
condición de posibilidad se vinculaba en gran medida a las relaciones diplomáticas
mantenidas con el estado argentino (de Jong 2011). En efecto, los tratados de paz que
articularon la política indígena y estatal luego de las primeras y turbulentas décadas que
siguieron a la independencia moldearon el modo en que la población indígena participó
en los circuitos comerciales regionales, relativizando la incidencia y sistematicidad
atribuida a los malones fronterizos durante el siglo XIX.
En este sentido, la política de racionamientos periódicos sostenida por Juan Manuel de
Rosas (1829-1832/ 1835-1852) tuvo importantes repercusiones en la gestión económica
y política de la sociedad indígena. El Negocio Pacífico de Indios (NPI) estableció
compensaciones materiales –raciones en ganado y otros productos como azúcar,
aguardiente, tabaco, harina, etc.- a las agrupaciones que entraron en tratados con el
gobierno, fortaleciendo además el comercio fronterizo. Estos acuerdos diferenciaban
entre indios amigos –quienes se asentaban a la frontera prestando servicios militares al
mando de sus caciques- e indios aliados –quienes sin perder la autonomía territorial se

7
Las fuentes que refieren a las rutas de transporte de ganado y los pasos cordilleranos utilizados por
población indígena durante el siglo XIX son abundantes. Por razones de espacio, remitimos para su
consulta a dos de los trabajos que han avanzado en el este tema, como los de Rojas Lagarde (2004) y
Bello (2011).
8
La sociabilidad mapuche canalizaba la creación de alianzas mediante prácticas que involucraban tanto el
comercio como las uniones matrimoniales, y otros rituales de alianza como el compadrazgo que se
legitimaban a partir del agasajo y el regalo, el intercambio y la reciprocidad. De tal forma, los
intercambios de productos abrían vías para la creación de vínculos parentales y políticos, y viceversa
(Bengoa 1996; Villar y Jiménez 2011; Bello 2011).
9
En algunas localidades, como lo muestra el trabajo de Davies (2013) en Carmen de Patagones, los lazos
parentales y políticos entre los linajes indígenas de "tierra adentro" y los funcionarios y pobladores de
localidades de frontera con las que estos trataban fueron extendidos, mostrando la significación que las
redes políticas y comerciales fronterizas asumían para el éxito económico y el prestigio político de actores
indígenas y cristianos.
comprometían a no atacar las fronteras y evitar que otros grupos lo hicieran- (Ratto
1995 y 2003). La estabilidad de esta práctica durante el gobierno de Rosas, a la que se
destinaron importantes partidas durante la década de 1840 y hasta 1852 (Ratto 2011a),
tuvo grandes repercusiones en la consolidación de algunos liderazgos e influyó en el
curso de la conflictividad fronteriza. El pacto diplomático con Rosas significó para
Calfucurá el acceso periódico a 2000 yeguas mensuales y otros bienes de consumo,
permitiéndole canalizar recursos, mediante el intercambio y la generosidad, hacia
aliados, parientes y amigos durante más de una década. El ganado provisto en este
marco comenzó a circular hacia distintos puntos de "tierra adentro", ampliando su red
de alianzas en el campo indígena y extendiéndola a grupos de la Araucanía, como los
arribanos del Malleco liderados por Manguín –y luego por su hijo Quilapán- y las
agrupaciones de la cuenca del río Toltén (de Jong y Ratto 2008).
Así, el NPI ejerció así un notable impacto en la consolidación política y los vínculos
comerciales hacia “tierra adentro” de aquellos cacicatos que mantuvieron relaciones
diplomáticas con el estado argentino durante las décadas centrales del siglo XIX (de
Jong 2007; de Jong y Ratto 2008). Al respecto, Foerster y Vezub (2011) han sugerido
que las raciones constituyeron durante el período rosista una fuente de abastecimiento
alternativa a la obtención de ganado vía saqueos, opción estimulada por los mismos
caciques que se habían comprometido en los tratados de paz a evitar que sus seguidores
realizaran malones a las fronteras, lo que explicaría la notable disminución de la
conflictividad en la frontera sur durante la década de 1840.
La caída del rosismo inició un período de mayor complejidad, en el que el
enfrentamiento entre Buenos Aires y la Confederación replanteó el panorama de
alianzas interétnicas. Los principales caciques ranqueles y salineros acordaron tratados
de paz con las provincias lideradas por Justo José de Urquiza, apoyándolas
militarmente. Ello fue compensado, si bien no por grandes partidas en raciones, por
amplias oportunidades para malonear la frontera bonaerense bajo su visto bueno, o en
invasiones que contaron con la participación de fuerzas del ejército federal. Los
malones realizados entre 1852 y 1859 a las fronteras de Buenos Aires demuestran la
escala del poder militar que podían alcanzar las agrupaciones ranqueles, salineras y sus
aliados (Allende 1956, Pérez Zabala 2014) y también la disposición de muchas de estas
agrupaciones a resistir el adelantamiento de la frontera militar en Tapalqué, el
desplazamiento de los indios amigos allí asentados, y el desinterés por continuar el
racionamiento y el comercio en base al cual se habían fortalecido las relaciones
pacíficas durante las décadas previas. Las invasiones conjuntas a las fronteras de
Buenos Aires permitieron a Calfucurá presentarse como líder de una "Confederación
Indígena" que no obstante su amplio alcance, tuvo una escasa duración efectiva (de
Jong 2007; de Jong y Ratto 2008). Hacia fines de la década de 1850 el interés por dar
fin a los enfrentamientos y retomar los contactos comerciales llevó a la parcialidad
salinera -como claramente lo expresan las cartas de Calfucurá a Urquiza (Pavez 2008)-
a retomar el contacto con las jurisdicciones bonaerenses de Azul y Bahía Blanca, con
las que durante la década previa se habían creado no sólo vínculos diplomáticos y
comerciales sino también lazos de parentesco con las agrupaciones de indios amigos allí
establecidas. El retorno a los tratados de paz con Buenos Aires constituye un proceso
que se anticipa al triunfo porteño en Pavón y que se afirma gracias a la iniciativa
indígena, interesada en recuperar su ubicación en la geopolítica del comercio regional,
pese a los intentos de la Confederación de ofrecer mayores compensaciones a las
parcialidades aliadas (Villar y Jiménez 2011).
La incidencia de las relaciones diplomáticas -y en particular el acceso a las raciones
derivado de los acuerdos de paz- en el comercio regional de ganado y la actividad
malonera durante el siglo XIX es un tema que está lejos de haber sido investigado en
profundidad. La sugerente propuesta de la ración como alternativa al malón (Foerster y
Vezub 2011) a partir del análisis de la experiencia rosista puede ser cuestionada por
reproducir una concepción “depredatoria” de la economía indígena (Ratto 2011b). En
nuestra opinión, reconocer la indudable importancia de las raciones para las
agrupaciones aliadas del gobierno argentino entre las décadas de 1840 y 1870 no
conduce necesariamente a sostener que la economía indígena dependiera
exclusivamente del ganado obtenido bajo malones o tratados de paz en las fronteras, -lo
cual, coincidimos con Alioto (Alioto 2011b), sería para estos grupos poco estratégico-.
Las fuentes que refieren a las décadas centrales del siglo XIX indican que el ganado
recibido en el marco de acuerdos diplomáticos y/o maloneado en las fronteras formó
parte un conjunto mayor de actividades económicas que incluyeron la caza –“boleadas”
de avestruces, gamas y guanacos, además de piches o mulitas-, el pastoreo y cría de
ganado lanar, vacuno y caballar, la horticultura, la producción artesanal –en textiles,
plata y cueros- y el comercio interétnico e intertribal, al cual se suma la eventual venta y
rescate de cautivos (Alioto 2011b).
Sin embargo, la obtención de raciones fue condición ineludible en las negociaciones
indígenas para la concertación de tratados de paz en la Frontera Sur entre las décadas de
1830 y 1870. Este rasgo de la diplomacia fronteriza pampeana se acentuó en paralelo al
incremento de la competencia interétnica por los recursos provocado por el avance
criollo sobre los territorios indígenas, proceso que contrasta con la histórica
complementariedad económica habilitada en las fronteras norte y sur de la Araucanía
hasta avanzado el siglo XIX, en gran medida relacionada con el abastecimiento
obtenido en el este cordillerano (Bengoa 1996; Pinto 1996; Jones 1998; Lázaro Ávila
2002). En este contexto, deben considerarse los efectos de las presiones comerciales de
los mercados trasandinos sobre los grandes cacicatos pampeanos, ubicados en la
intersección de dos circuitos de intercambio: el local -con las jurisdicciones de la
Frontera Sur-, y el regional -que se conectaba con agrupaciones cordilleranas y
transcordilleranas con clara orientación territorial y comercial hacia las Pampas (Bello
20011)-. Los cacicatos con territorialidad pampeana debieron recurrir a diferentes
estrategias para asegurar su participación en estos dos circuitos indispensables para su
existencia social y política. La obtención de raciones, el comercio y el saqueo –los
malones-, constituyeron de esta manera vías alternativas para la obtención de ganado y
otros bienes producidos por la sociedad criolla, requeridos para el intercambio ampliado
y la reproducción de redes intertribales.
En este sentido, creemos que ni las raciones ni los malones constituyeron la base
económica de la subsistencia de los cacicatos, sino un nada despreciable plus o
complemento de los intercambios comerciales amparados por los acuerdos de paz y a
los que se volcaba parte de la producción indígena (textiles, cueros, plumas, ganado,
etc.); un excedente que posibilitaba insertarse exitosamente en las redes de intercambio
regionales y acrecentar el prestigio de aquellos líderes que pudieran obtenerlos gracias a
su capacidad de negociación en las fronteras y canalizarlos bajo el ejercicio de la
generosidad, ampliando el radio de sus relaciones y alianzas -como sucedió con
Calfucurá en la década de 1840 (de Jong y Ratto 2008; Villar y Jiménez 211) -.
En este sentido, subrayamos la imbricación dinámica y flexible entre el comercio, la
diplomacia y el saqueo como alternativas mediante las cuales los cacicatos pampeanos
lograron conquistar y mantener una articulación comercial con las fronteras pampeanas
y con el resto del campo indígena, reproduciendo su ubicación geopolítica a la vez que
oponiéndose a las pretensiones y proyectos estatales sobre sus territorios 10. Sin

10
La articulación entre la diplomacia, el saqueo y el comercio en las fronteras como prácticas ligadas a la
reproducción de un orden político y social indígena independiente pero sostenido en el intercambio
interétnico e intertribal asemeja al espacio fronterizo arauco-pampeano-norpatagónico con la experiencia
comanche entre mediados del siglo XVIII y principios del XIX analizada por Hämmäläinen (2001).
embargo, la adopción de una u otra estrategia no siguió necesariamente la línea marcada
por los liderazgos indígenas. El carácter dinámico y flexible de la segmentalidad11 de la
política indígena permitía a los conas o guerreros -seguidores de un cacique- participar
en la trama diplomático-comercial en las fronteras controladas por el cacique principal,
pero también actuar con independencia de sus líderes, organizando invasiones de menor
consideración o sumándose a malones en fronteras distantes.

Malones, comercio y diplomacia en la Frontera Sur, 1860-1870

Abordar el lugar de los malones en la Frontera Sur durante sus últimas décadas supone
considerar los aspectos regionales y locales que condicionaron el accionar de los
cacicatos con territorialidad pampeana. Aunque no puede reconstruirse un panorama
preciso, sabemos que el comercio regional de ganado continuó durante este período
alimentando la demanda de la actividad industrial en Valdivia, al sur de la Araucanía, y
de Concepción, Nacimiento, Angol y otras localidades al norte del río Malleco, a través
de pasos cordilleranos controlados por los pehuenches y huilliches, al norte y sur de la
actual provincia de Neuquén, y por grupos emparentados con los salineros en la
cordillera central (Bello 2011; Carreño Palma 2011). Las fuentes de los consulados
argentinos en Chile indican que el abastecimiento indígena continuaba siendo
importante e incidía en el precio del ganado en ciudades como Angol y Concepción, y
dan cuenta de la protección que el gobierno chileno mantuvo sobre este flujo comercial
fronterizo al exceptuarlo de impuestos aduaneros al menos hasta 187312. En este período
se produjo también la primera etapa del avance del estado chileno sobre la Araucanía,
que provocó a partir de 1867 fuertes enfrentamientos con las agrupaciones del río

Aunque no es éste el lugar para desarrollar las similitudes y diferencias entre estos casos, el “imperio
comanche” muestra la notable fortaleza de los sistemas segmentales para imponer sus dinámicas
económicas y políticas por sobre los objetivos de expansión fronteriza hispana.
11
Basándose en Middleton y Tait, Martha Bechis define como segmental a un sistema formado por
repetición de unidades casi iguales cuya división o fisión origina dos o más unidades independientes con
pérdida de la estructura primigenia (Bechis [1989] 2008). La organización política y económica indígena
mantenía a nivel de las familias extensas gran parte de su autonomía de acción. Cada cacique dirigía a
caciques secundarios y capitanejos, y cada uno de ellos, a su vez, tenía a sus seguidores, vinculados por
una relación consensual y flexible de obediencia al líder, relación que por otra parte reflejaba lazos de
parentesco previos o creados como confirmación del vínculo de afinidad. En consecuencia con estos
rasgos políticos, la gestión económica tenía como base al toldo, cuyo jefe mandaba sobre una familia
extensa compuesta por hijos, yernos y allegados. La subsistencia se organizaba bajo la actividad de los
miembros de la familia, aunque obligaciones de reciprocidad viabilizaban la transferencia de recursos y o
fuerza de trabajo entre las familias emparentadas (Mandrini y Ortelli 2002).
12
Félix Frías, Ministro plenipotenciario de la República Argentina en Santiago de Chile al Ministro de
Relaciones Exteriores Carlos Tejedor, 13/10/1870. Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores y
Culto (AMRECIC), Diplomática y Consular, Exp. 39, 1870.
Malleco llegando a un impasse diplomático en los primeros meses de 1871. La política
de “tierra arrasada” del ejército chileno en esos años provocó la migración de
contingentes indígenas que buscaron amparo en las parcialidades ranqueles, salineras y
huilliches del oriente cordillerano (Bengoa 1996; Vergara 2005). Estos procesos no
llegaron a suprimir, sin embargo, las relaciones comerciales transcordilleranas, que
continuaron siendo canalizadas por la población indígena hasta la definitiva conquista
estatal de los territorios araucanos en la década de 1880 13.
En el espacio pampeano las relaciones interétnicas presentaban en la década de 1860 un
panorama completamente diferente. El Estado de Buenos Aires respondió a las
presiones indígenas en los últimos años de la década de 1850 reabriendo las fronteras al
comercio interétnico y ofreciendo tratados de paz con diversas agrupaciones y caciques.
Condicionado por la inestabilidad de las relaciones con las provincias del interior y
luego por la Guerra del Paraguay, el gobierno nacional prolongó la política de tratados
de paz, a través de la cual se retomaron las relaciones diplomáticas con los salineros de
Calfucurá, con los huilliches de Sayhueque y con numerosos caciques menores
emparentados con estas agrupaciones, que se instalaron en las fronteras del oeste y sur
de Buenos Aires como “indios amigos” (de Jong 2007 y 2011). El retorno al NPI puede
entenderse como una conquista arrancada al estado por la fuerza y la persuasión –el
malón y la diplomacia-, por parte de una población indígena diversa y políticamente
multicentrada. De hecho, la nutrida correspondencia de caciques como Calfucurá y
Sayhueque con las autoridades de las fronteras y del ejecutivo nacional revela la
persistencia con la que estos líderes buscaron abrir y mantener las relaciones pacíficas y
canalizar el comercio fronterizo de sus seguidores, una actividad constante pero poco
visible que se realizaba al amparo de los acuerdos de paz (Vezub 2009; de Jong 2014).
A través de la correspondencia diplomática, los caciques garantizaban la seguridad de
las comitivas que acudían desde diferentes puntos –incluso desde el oeste cordillerano-
al comercio en las fronteras de Buenos Aires 14. El comercio fronterizo también
constituía un interés central de ciertos sectores de estas localidades, como los pulperos,
exportadores de cueros y plumas de Carmen de Patagones (Levaggi 2000), comerciantes

13
En paralelo a estos avances, el presidente José Joaquín Pérez ofrecía un tratado a los pehuenches de
Purrán, en el norte neuquino, en el que se le ofrecían sueldos y títulos a cambio del compromiso de ser
súbdito del gobierno chileno y asegurar los intereses de los hacendados de Chile (Manara 2008).
14
Una carta de Calfucurá al Comandante José Llano, en Bahía Blanca, acompaña la comisión de
“capitanes que han venido de Chile, Epuñam, Agustín Montero y Aniamil […] con esta gente van unos
cincuenta hombres con comercio que irán á parar en casa del comisario Don Felipe Caronti” (18/8/1861,
AGN, Sala X, 20-7-2).
que compraban cueros a los indios en Azul, Patagones y Bahía Blanca y proveedores de
raciones al estado15. El proyecto liberal, sin embargo, tenía escaso interés en incluir a la
población indígena dentro de sus proyectos económicos y tanto el comercio con los
indígenas como las raciones fueron considerados estrategias momentáneas destinadas a
desaparecer junto con las mismas fronteras. En términos del teniente a cargo de las
raciones a indios amigos Juan Cornell, se trataba de “entretener la paz para ir
conquistando la tierra”16.
Las relaciones diplomáticas desarrolladas en el arco de la Frontera Sur, sin embargo, no
se extendieron al conjunto de las parcialidades pampeanas: los ranqueles se
mantuvieron durante la década de 1860 –salvo una corta experiencia en 1865- alejados
de las negociaciones diplomáticas, apoyando militarmente a los movimientos políticos
opuestos a la política centralista, mientras que los caciques pehuenches prolongaron sus
vínculos comerciales y políticos con hacendados y funcionarios chilenos (Tamagnini y
Pérez Zavala 2010; Pérez Zavala 2014; Manara 2008). En este sentido, la territorialidad
de los cacicazgos pampeanos y el posicionamiento político de los mismos definió el
lugar de la diplomacia y el saqueo como estrategias políticas alternativas. La geopolítica
de la conflictividad fronteriza resultó así de la configuración de alianzas políticas
indígenas, dado que bajo la vigencia de los tratados de paz con las agrupaciones
salineras y huiliches no se registraron en las fronteras bonaerenses malones de
envergadura, en contraste con las fronteras correspondientes a la territorialidad ranquel
y pehuenche (de Jong 2015).
Un acercamiento cuantitativo a las fuentes disponibles de la administración fronteriza
nos permite confirmar esta impresión y plantear algunas preguntas acerca de las
modalidades que asumieron las invasiones a la Frontera Sur en esta década.
Considerando un tramo temporal de cinco años -1865 a 1869- cuantificamos algunas
variables relacionadas con el despliegue malonero sobre las distintas jurisdicciones de la
Frontera Sur: número de invasiones, cantidad de guerreros movilizados, distribución
geográfica y temporal y montos de bienes obtenidos así como víctimas y cautivos.
Antes de referirnos a ello corresponde hacer algunas puntualizaciones.
En las fuentes militares y la bibliografía tradicional suele englobarse bajo el rótulo
único de “malón” acciones de diferente naturaleza. Desde el punto de vista más general,

15
Estos aspectos deben ser tenidos en cuenta para comprender la generación de circuitos de saqueos y
reventa de ganado que se desarrollaron a lo largo del siglo vinculando distintas jurisdicciones de la
Frontera Sur (Villar y Ratto 2004; Cordero 2014).
16
SHE, C., Doc. 699, en de Jong (2007:49).
constituían expediciones de saqueo que se concentraban en la obtención de ganado,
cautivos y otros bienes, acompañadas de dosis variables de violencia que podían o no
incluir homicidios y destrucción, seguidas de una veloz retirada. De acuerdo a Bechis
(2010b) esta forma de violencia se encontraría presente en las sociedades prehispánicas
constituyendo un procedimiento aceptado de compensación y reparación de un daño
infligido o de obtención de bienes de grupos percibidos como diferentes (Bechis
2010b). Con la llegada de los europeos las modalidades de violencia intraétnica se
extendieron a las relaciones interétnicas17 conservando parte de los sentidos
tradicionales y asumiendo uno novedoso: el de realizar una demostración de fuerza
destinada a mejorar las condiciones de negociación con los gobiernos hispanocriollos.
Dentro de esta caracterización general, una mirada más ajustada de la literatura reciente
ha propuesto algunas tipologías para distinguir modalidades y sentidos diferenciados en
las invasiones indígenas. Sin profundizar en esas propuestas por razones de espacio 18
recurriremos aquí a una clasificación operativa de las incursiones registradas en este
período. Algunos malones movilizaban cientos o miles de guerreros y requerían una
fuerte disciplina así como la construcción de trabajosos acuerdos. En el extremo
opuesto, una invasión podía limitarse a un raid de un pequeño grupo de guerreros que
decidían la acción con independencia de sus parcialidades y vuta loncos (“gran cabeza”
o cacique principal). Estos pequeños saqueos no se diferenciaban en mucho de las
gavillas de asaltantes, compuestas por criollos e “indios gauchos” –indígenas que no
integraban políticamente ninguna parcialidad-, habituales en los espacios de frontera.
Esta distinción entre pequeños y grandes ataques parece haber sido realizada por los
propios indígenas de las pampas, quienes empleaban expresiones diferentes para
referirse a ellas: cuero-tún (tun: asir, agarrar -cueros-) y fta-que-malón (gran invasión)
(Alioto y Jiménez 2011). La movilización de grandes contingentes de conas (guerreros)
requería como condición necesaria la realización de una serie de pasos que implicaban
la participación de caciques de reconocida autoridad, capaces de convocar y organizar a
muchos seguidores.

17
Es preciso señalar que las formas de violencia originadas en las sociedades colonial y nacional
revestían formas similares a las invasiones indígenas pero la lógica de los “malones blancos” se orientó
más a la eliminación del “otro” que a la apropiación de bienes o al condicionamiento violento del curso
de la relación interétnica.
18
Puden mencionarse al repecto Boccara (1999), Villar y Jiménez (2003), León (1996), Bechis (2010),
Alioto y Jiménez (2011), Carlón (2014). Una breve revisión de estas propuestas en de Jong y Cordero
(2015 en prensa) y Cordero (2015 en prensa).
Teniendo ello en mente, clasificamos las invasiones ocurridas en la Frontera Sur en tres
grupos de acuerdo a su escala. La mayor parte de las incursiones de este período
constituyeron “malones pequeños”, llevados a cabo menos de 100 conas –guerreros-
que asimilamos al cuero-tún. Más allá estos “pequeños malones" las menciones pasan a
referirse a grupos de entre 100 y 300 conas -siendo este último el número que más se
repite-. Llamaremos a estos “malones medianos”, ya que si bien por su magnitud
podrían haber requerido la participación de caciques de cierta importancia, no
necesariamente implicaban la convocatoria de los caciques principales. Caracterizamos
al grupo que va desde los quinientos guerreros y se extiende hasta superar el millar
como “grandes malones” o fta-que malón. De acuerdo a los alcances que podía
involucrar un malón, en síntesis, diferenciamos “pequeños malones” -en los que
podemos suponer el accionar independiente de capitanejos y lanceros-, “malones
medianos” a cargo de líderes secundarios y “grandes malones”, que suponían la
convocatoria y articulación entre distintas parcialidades.
Entre los años 1865 y 1869, entonces, registramos 31 “pequeños malones" (55% del
total), 14 “medianos” (25%) y 11 “grandes” (20%) sobre el conjunto de las fronteras. El
siguiente cuadro19 resume estas incursiones distinguiendo entre el área “salinera” y
“ranquel-pehuenche”:

1865 1866 1867 1868 1869 Subtotal Total


Frontera Grandes 1 4 1 2 2 10
“ranquel- Medianos 1 3 1 3 4 12
pehuenche” Pequeños 3 2 3 5 6 19
Subtotal 5 9 5 10 12 41
Frontera Grandes 1 - - - - 1
“salinera” Medianos 1 1 - - 2
Pequeños 6 - 5 - 1 12
Subtotal 7 1 6 - 1 15
Total 12 10 11 10 13 56

En la “frontera ranquel-pehuenche” (norte de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, San


Luis y Mendoza) se produjeron el 73% de los malones identificados para este período.

19
Elaborado en base a comunicaciones militares de las comandancias de frontera (SHE, cajas 15 a 30) y
Memorias del Ministerios de Guerra y Marina (1865 a 1870).
Estos se distribuyeron en forma regular y se concentraron especialmente en Córdoba,
excepto en 1869, cuando las invasiones más importantes se desplegaron en el norte de
Buenos Aires y sur de Santa Fe. En contraste, la “frontera salinera” solo fue afectada
por un "gran malón" a Tres Arroyos en 1865 y dos "malones medianos”. El número de
"pequeños malones”, sin embargo, también resulta relevante en el sur bonaerense,
donde se produjeron 12 en estos cinco años. En síntesis, las incursiones de mayor
envergadura se produjeron en la “frontera ranquel-pehuenche”, lo cual confirmaría que
el mantenimiento de relaciones diplomáticas en la frontera de Buenos Aires inhibió la
realización de grandes malones.
De estos datos también se desprende la importante frecuencia de “pequeños malones”
que se produjeron aún en las fronteras donde se mantenían relaciones diplomáticas, sin
la necesaria intervención de los líderes políticos de las parcialidades y aún bajo el
desconocimiento de éstos. Evidencias de estas invasiones de “bajo perfil” aparecen
también en las cartas de Calfucurá, en las que frecuentemente explica sus límites para
contener a subordinados y más aún a gente que no es de su parcialidad 20. Estos
argumentos ocupan gran parte del contenido de las cartas del cacique entre los años
1863 y 1866 en las que afirma que no puede gobernar a todos los indios, que hay
muchos “ladrones” que no le hacen caso y a los que no puede contener o que los
maloneros no formaban parte de “su gobierno” o “su gente”21.
La flexibilidad de la organización política indígena permitía que fracciones de una
parcialidad se sumaran a incursiones en fronteras distantes. De esta manera, capitanejos
interesados en aprovisionarse de recursos podían actuar de modo autónomo en distintos
espacios en función de las posibilidades que estas presentaran en distintos momentos.
Frente a ello, caciques como Calfucurá intentaron preservar las relaciones diplomáticas
y los acuerdos de racionamiento mediante diversas estrategias, que iban desde la
persuasión a sus seguidores en el marco de las juntas o parlamentos, las alertas de
invasión enviadas a las comandancias 22, la búsqueda de reparación mediante la
devolución de los “robos”, el recurso a los pases o permisos escritos para quienes iban
en su nombre a comerciar a las fronteras y el agasajo a las partidas de comerciantes y

20
Entre otras: SHE, C.11, Doc. 414 y Calfucurá al comandante de Azul, Ignacio Rivas, abril de 1863,
Archivo Mitre (AM), XXIV.
21
Calfucurá al comandante de Bahía Blanca, José Llano, 4/2/1864, La Tribuna, 17/4/1864.
22
Tanto los malones “medianos” como “pequeños” registrados entre el 1866 y 1869 sobre el sur de
Buenos Aires contaron con un aviso previo del Vuta Lonco y permitieron a las fuerzas militares recuperar
la totalidad del ganado saqueado. Las notas remitidas desde la comandancia de frontera indicando un
“aviso de invasión” son numerosas, a modo de ejemplo: SHE, C. 18, Doc. 729.
maloneros provenientes de las cordilleras y la Araucanía. Creemos que en base a la
diplomacia intertribal, la reciprocidad parental, la disposición al intercambio y la
generosidad en base a agasajos, los caciques de territorialidad pampeana disponían de
un margen de negociación y persuasión para encauzar las operaciones comerciales de
sus visitantes y operar el “desvío” de la actividad malonera hacia fronteras distintas de
donde se mantenían relaciones de comercio y recepción de raciones (de Jong 2011 y
2013). Esta fue la política del líder salinero durante gran parte de la década de 1860 ante
la presencia de sus aliados “chilenos” o cordilleranos interesados en abastecerse de
ganado en las pampas23.
La dimensión del "botín" que debía cubrir tal demanda, sin embargo, parece haber sido
mucho menor a los cálculos contemporáneos, que aún son citados sin una revisión
crítica. Entre ellas las 150.000 cabezas anuales que según Álvaro Barros ([1872]1975)
producían los robos indígenas a las fronteras, las 200.000 cabezas de ganado con
destino a los mercados chilenos que Manuel Olascoaga ([1880]1974) sostenía pasaban
anualmente a través de las cordilleras, o los 40.000 animales por año Julio Roca (1876)
calculaba comercializados en Chile.
En el período que venimos siguiendo, coincidente con la fuerte disminución de fuerzas
asignadas a la defensa de las fronteras a causa de la Guerra del Paraguay y los
levantamientos montoneros, el ganado saqueado en malones indígenas resulta ser
bastante menor al de estas estimaciones. Solo los malones de los años 1865 –en que se
denuncian más de 35.00024 cabezas de ganado se acerca a estas cifras, mientras que en
el resto del período el ganado maloneado solo supera las 10.000 cabezas en 1866
(12.000) y 1869 (10.500)25. La mayor parte del ganado 26 fue arreado, por otro lado, en
un número limitado de “grandes malones” 27.

23
En distintas cartas Calfucurá menciona la presencia de visitantes de la Araucanía, entre otras: SHE,
C.11, Doc. 414 y Calfucurá al presidente Bartolomé Mitre, 6/7/1864, AM, XXIV. La demanda constante
de ganado desde ultracordillera vehiculizada por grupos aliados y comerciantes (indígenas y criollos) se
menciona en se menciona en numeras fuentes, ver entre otras: Hux (2006:175), Deus (1985a:80).
24
Esta cifra podría incrementarse en 30.000 cabezas más si seguimos el dato de otro malón referido por
Álvaro Barros en uno de sus libros ([1872]1975: 167). Sin embargo, no hemos podido confirmar esta
cifra en documentos del SHE.
25
En 1868 se registran 2200 cabezas saqueadas y sobre 1867, si bien hay referencias a pérdida de ganado,
las fuentes no aportan cifras.
26
La identificación del tipo de ganado saqueado solo resulta posible en casos excepcionales. Aunque
resultaría forzado realizar una proyección puede señalarse que para el malón a Tres Arroyos de 1870,
único en que tenemos información detallada, sobre un total de 57.628 animales perdidos el 77% estaba
compuesto por vacunos, el 10% por caballos y yeguas y el 13% restante por ovinos. SHE, C. 32, Doc.
1223.
27
Estos fueron el del 7de octubre de 1865 en la frontera Costa Sud que llevó 15.000 cabezas de las que se
recuperaron 3.000 (SHE, C.18, Doc. 3231 y MMGM 1868, Anexo G:9-14); entre el 5 y el 9 de noviembre
La cantidad de cautivos y muertos también parece ser menor a la imagen tradicional
sobre los saqueos. Así, las 200 personas cautivadas durante estos años fueron tomadas
en solo 11 malones, en particular en cuatro de los de mayor magnitud 28, y fueron
muertas 70 personas en 12 de los 56 malones29. Ello indica una clara selectividad de la
violencia malonera. La cautividad y el homicidio, aunque presentes, aparecen asociados
a situaciones puntuales que coinciden con los momentos de mayor conflictividad y no
se observan en la mayoría de las invasiones. Aunque esta cuestión requeriría
profundizar más en los contextos específicos en que efectivamente estas prácticas se
desplegaron con fuerza, creemos que la dosificación de la violencia apuntaba a sostener
los puentes que llegado el momento hicieran posible el retorno a la diplomacia y el
comercio.
Si bien acotado a solo cinco años (1865-1869), este análisis permite identificar algunos
elementos importantes. En primer lugar, un margen de manejo geopolítico de los
grandes cacicatos pampeanos sobre la conflictividad fronteriza, por el cual se inhibía la
realización de “grandes malones” sobre las jurisdicciones con las que se mantenían
relaciones diplomáticas, y/o se desplazaban hacia otras fronteras. Ello no suponía el
accionar aislado de los miembros de las parcialidades, sino por el contrario la
comunicación y concertación -tanto para mantener la paz como para organizar una
invasión- entre parcialidades. La inclinación de los grandes caciques a evitar los
malones, sin embargo, no impedía la realización de pequeñas incursiones, revelando las
limitaciones que aún caciques como Calfucurá tenían para controlar la acción de sus
seguidores. Probablemente el menor monto de las raciones asignadas a los salineros en
los tratados de paz durante esta etapa30, a los que se sumarían las constantes demoras en

del mismo año, en Córdoba, en que al menos mil indios llevaron 20.000 yeguas y un número
indeterminado de vacas y ovejas (SHE, C.18, doc. 3217 y 9003); entre el 17 y el 22 de noviembre de
1866, nuevamente en Córdoba, con 10.000 animales a manos de 800 maloneros (MMGM 1868 37-42); y
el 19 de noviembre de 1869, en la Frontera Norte de Buenos Aires, frente a 700 conas que arrearon cerca
de 10.000 animales (MMGM 70 Anexo D 266-273).
28
En orden de importancia: alrededor de cien cautivos a fines de Noviembre de 1868 en la Villa de la
Paz, Mendoza (MMGM 1869:391-398), cincuenta y tres en el sur de Córdoba en 1866 (MMGM 1868
Anexo G:37-42); y diecinueve en el sur de Santa Fe en 1868 (SHE, C.27 Doc. 1005 y 1001).
29
El malón con más víctimas mortales ocurrió en el sur de Córdoba en noviembre de 1867 con 23
muertos (MMGM 1868 pp.37-42); lo siguieron en importancia las invasiones a la frontera de San Luis en
mayo de 1866 con 10 muertos (MMGM 1867 pp. 23-27) y Mendoza en Noviembre de 1868 con la misma
cifra (MMGM 1869 Anexo G pp.391-398) y nuevamente Mendoza con 10 muertos en agosto de 1869
(MMGM 1870 Anexo D pp. 240-246). En estos casos se trata de “grandes malones” o malones
“medianos”.
30 A diferencia de las 2000 yeguas mensuales que se entregaban a Calfucurá durante el período

rosista, el tratado de paz acordado con el Estado de Buenos Aires en 1861 suponía la entrega de
2000 yeguas trimestrales. SHE, C.12, Doc. 899.
su entrega y hasta su práctica suspensión en 1869, redujeron la autoridad del cacique
para hacer cumplir los compromisos asumidos en los tratados.
La descripción de los malones del lustro 1865-1869 nos permite suponer un comercio
ganadero regional cuyo abastecimiento se realizó en base a prácticas heterogéneas,
diferenciadas según los compromisos diplomáticos vigentes en cada sector de la
frontera. En la "frontera ranquel", la ausencia de tratados de paz con el estado fue
paralela a la realización de la mayor parte de los grandes malones del período, cuyos
resultados, de todos modos, se alejan de las sumas estimadas por los contemporáneos.
En la "frontera salinera", donde sí se mantuvieron acuerdos diplomáticos, la realización
de pequeñas incursiones fue predominante, por lo que el comercio sólo pudo haberse
abastecido en base a prácticas de producción, apropiación e intercambio de ganado de
carácter disperso y múltiple. El predominio numérico de los "pequeños malones" en
ambas fronteras quizás nos esté indicando el funcionamiento de circuitos más cotidianos
y locales de comercio, circunscritos a los espacios pampeanos, diferenciados de otros
menos regulares, constituidos por empresas puntuales de abastecimiento organizadas
por contingentes de la Araucanía en sociedad con sus aliados en las Pampas.
En la década de 1870 volveremos a encontrar en la Frontera Sur una configuración
similar a la descripta hasta el momento, pero invertida, o “en espejo”, en medida en que
la conflictividad fronteriza se desplaza a la “frontera salinera”, contrastando con la
relativa paz mantenida en el resto de los sectores. La selectividad de la política
diplomática del estado nacional incide notoriamente en esta configuración, ya que en
esta década los principales caciques ranqueles y pehuenches se incorporan en forma
sostenida a los tratados de paz con el gobierno nacional, sumándose a los grupos
huilliches de Sayhueque, quienes continúan sus intercambios con Carmen de Patagones,
obteniendo incluso un incremento en las raciones acordadas con el gobierno (de Jong
2011).
En contraste, en este período las relaciones diplomáticas entre los salineros y el
gobierno nacional entran en crisis, como producto de factores confluyentes, entre los
que debe contarse a nivel local el fin de la Guerra del Paraguay y la orientación política
hacia la ocupación de las tierras indígenas, la realización de avances fronterizos en la
“frontera salinera” e intentos de ocupación de la isla de Choele Choel, el
incumplimiento de la entrega de raciones y la persecución de indios amigos de Bahía
Blanca emparentados con Calfucurá. A nivel regional, deben considerarse además las
presiones ejercidas por contingentes araucanos desplazados a las Pampas por el avance
del estado chileno sobre la zona del Malleco.
Los “grandes malones” organizados por los salineros y sus aliados araucanos y
pampeanos en 1870, 1872, 1873 y 1875, previos al inicio de la zanja de Alsina y al
emprendimiento de acciones militares directas sobre las tolderías indígenas, pueden
considerarse en su carácter de weichán31, o guerra abierta contra el estado, cuyos
objetivos excedían ampliamente la apropiación de ganado y buscaban replantear las
relaciones con el gobierno desde nuevos acuerdos, que implicaran un freno en los
avances territoriales, así como la renovación de las raciones y los intercambios
fronterizos. Si bien estos malones implicaron la confederación de parcialidades, el
weichán indígena estaba lejos de involucrar el conjunto de aliados que la Confederación
Indígena había reunido veinte años antes. En este sentido, los heterogéneos
posicionamientos de los cacicazgos pampeanos ante el avance del estado en los años
previos a la “Conquista al Desierto” llevan a tomar en consideración tanto la incidencia
de los vínculos comerciales y diplomáticos generados en cada sector fronterizo como las
fuertes transformaciones –aún en gran medida desconocidas- que los avances estatales a
ambos lados de la cordillera provocaron sobre las dinámicas políticas y económicas en
el espacio arauco-pampeano en las décadas finales de la frontera.

Palabras finales

Hemos apuntado en esta ponencia a reunir aquellos aportes académicos que han
colaborado en las últimas décadas a historizar al “malón” indígena, reconociendo la
variedad de prácticas a las que este término refiere y los diferentes sentidos que estas
invasiones podían asumir desde la perspectiva indígena. Partimos analíticamente de la
configuración del "espacio fronterizo" que desde mediados del siglo XVII vinculó a
poblaciones y mercados indígenas e hispanocriollos de las fronteras araucanas y
pampeanas, marco regional que permitiría otorgar un sentido económico a los malones.
Los límites aún existentes en el conocimiento de las características de este sistema
comercial, sus dinámicas históricas y expresiones locales constituyen en gran medida la
agenda futura para la comprensión de la conflictividad de las fronteras pampeanas
durante los siglos XVIII y XIX. No obstante, algunos trabajos más específicos y

31
Basándose en Boccara (1999), Villar y Jiménez denominan weichán al grado máximo de conflictividad
en su caracterización de la violencia organizada indígena.
acotados permiten relativizar las conexiones simplistas y directas entre comercio
regional, proceso de "araucanización" y acción malonera, introduciendo la dimensión de
la política interétnica fronteriza y destacando la importancia de comprender las lógicas
sociales que durante estos siglos condicionaron y moldearon las expectativas, intereses
y trayectorias de diversas parcialidades y cacicazgos frente a los estados. En este
sentido, los "malones" o "invasiones" referidas en las fuentes se presentan como
prácticas muy heterogéneas en su escala, organización y motivos. Estas invasiones
podían asumir significados diversos, que comprehendían tanto la compensación de un
daño o agravio hasta el objetivo de abastecimiento económico y/o acciones frontales de
guerra, encaradas por configuraciones de escalas diferentes, desde segmentos de
agregados mayores a grandes confederaciones de parcialidades. Los malones o
invasiones se presentan así como expresión de una lógica social flexible, propia de un
sistema político multicentrado, de rasgos segmentales, que a lo largo de más de dos
siglos permitió a las poblaciones de la Araucanía y las Pampas mantener su autonomía
territorial y política y a la vez reproducir, por medios pacíficos y coercitivos, vínculos
de intercambio con las sociedades estatales situadas en sus bordes.
Este enfoque nos permitió abordar una etapa paradigmática en términos del papel que la
historiografía hizo jugar a los malones como epítome del salvajismo e irracionalidad del
conglomerado indígena. Lejos de consolidar esta imagen, propusimos aquí un
acercamiento a las alianzas mantenidas por los principales cacicatos indígenas
pampeanos con las facciones de la política estatal y a las relaciones creadas con aliados
y competidores inter e intraétnicos como contexto necesario para comprender las
razones y motivos involucrados en la realización de las invasiones a las fronteras.
Observamos así que los tratados de paz mediante los que se articuló la política indígena
y estatal en las fronteras pampeanas luego de las primeras y turbulentas décadas que
siguieron a la independencia moldeó las prácticas por las cuales la población indígena
participó en los circuitos comerciales regionales, permitiendo relativizar la incidencia y
sistematicidad atribuida a los malones fronterizos en las fronteras pampeanas durante el
siglo XIX. En este sentido, los malones y la diplomacia se presentan como vías
alternativas a las que los cacicatos y parcialidades de territorialidad pampeana del siglo
XIX recurrieron para sostener su ubicación geopolítica e insertarse simultáneamente en
dos circuitos comerciales y políticos interconectados: el que los vinculaba a las
localidades y agentes de la sociedad estatal en la Frontera Sur y el que los articulaba
económica, política y parentalmente a las parcialidades pampeanas, patagónicas y
transcordilleranas.
Una exploración estadística de las fuentes vinculadas a la defensa de fronteras en la
década de 1860 nos permite sostener la existencia de un margen de manejo geopolítico
de los grandes cacicatos pampeanos sobre la conflictividad fronteriza, por el cual se
inhibían los “grandes malones” sobre las jurisdicciones con las que se mantenían
relaciones diplomáticas, y/o se desplazaban hacia otras fronteras. Ello genera nuevas
preguntas, acerca de los alcances y los límites de los cacicatos indígenas en la gestión y
control de las acciones políticas -entre ellas, los saqueos o malones- de sus seguidores y
aliados regionales, del lugar que revistieron las raciones para el sostenimiento de los
liderazgos y de la propia economía indígena, así como de las formas históricas que
fueron asumiendo las modalidades y circuitos que movilizaron al comercio regional en
los diferentes ámbitos de la frontera pampeana durante estos siglos.

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