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El santuario del porno

POR DANIEL MUNDO


Etiquetado como:Literatura erótica
Hace unos meses me propuse una tarea ingrata y fatigosa: mirar y pensar el porno. No soy
el único. La pornografía es una de las tres o cuatro industrias transnacionales más
poderosas, y su consumo hace rato salió de los guetos perversos de la clandestinidad.
Hay festivales de cine porno, literatura que quiere pasar por tal cosa, y hasta libros densos
de reflexión teórica que se ocupan del tema. La lucha contra el porno se da en muchos
frentes.
A la pornografía se la suele despachar en un pestañeo con cualquier adjetivo
descalificativo. Nada tiene para decirnos. Lo que es cierto, pues habría que cuidarse de
convertir al porno en un síntoma y rodearlo de recetas y exorcismos. El porno, el último
género en ingresar al santuario del saber, está a la vanguardia de los otros géneros
audiovisuales: siempre es el primero en incorporar la nueva tecnología. Además de que
repone la fantasía de nuestro inconsciente social. Es fascinante. Y por ello provoca tanto
placer como temor. Cuando comencé a leer La pasión erótica , el libro de Ercole Lissardi,
todo mi proyecto tambaleó: alguien había encontrado el camino que yo pretendía inventar.
Devoraba las páginas. Se lee de corrido. La respiración se agita. Lissardi divide la historia
de Occidente en dos grandes paradigmas, que recuerda la división genealógica
implementada por Nietzsche entre Apolo y Dionisio. A la historia visible, la que se hilvana
desde Platón, la denomina el Paradigma Amoroso. Es el amor espiritual, que se presenta
en un relato continuo y que se cree trascendente. Tiene un costo: la no consumación
carnal. La otra tradición es muda, se expresa por imágenes, la llama el Paradigma
Fáunico. El fauno es una criatura inquietante, un híbrido entre hombre y macho cabrío que
constantemente se desborda y arremete contra todo lo que se le pone delante:
representaría el apetito sexual liberado. Los miles de faunos que sobrevivieron plasmados
en las vasijas griegas darían cuenta de una sexualidad originaria que se deseó olvidar.
Pero ahora el pornógrafo encontró su genealogía: lo que lo arrastra es una energía que
proviene de los orígenes de los tiempos y atraviesa toda la psique social.
Lissardi va recreando el hilo oculto de la sexualidad. El libro estalla en fuegos artificiales
cuando llega a los tiempos finales del Antiguo Régimen y construye la escena hipotética en
la que Casanova pasa con Mozart la última semana antes del estreno del Don Giovanni .
Allí, en el punto más álgido del libro, en páginas de una belleza difícil de superar, se
escucha, sin embargo, en sordina, la traición. No sólo se trata del mito del semental Don
Juan. Es el momento en que cambia de sentido la palabra libertino, por ejemplo. En el
siglo XVIII libertino remitía a alguien que pensaba más allá de los dogmas. Luego se
traduciría a la acepción que conocemos hoy, que lo enlaza con el libertinaje sexual. Lo que
se abandona aquí no es sólo un proyecto sexual, es también un proyecto filosófico y
político. Nace la Epoca Moderna. Para Lissardi, de allí en más la pornografía entraría en
un camino de pauperización y decadencia. Sexo explícito, obscenidad, patología. La
reproducción mecánica de la imagen. Una lástima. Porque más allá de reivindicar al porno
o no, se trata de darle su lugar cultural sin menospreciarlo. No tengo la menor idea de los
reproches que las madres griegas les hacían a los alfareros por lo que representaban en
esas vasijas insignificantes en las que sus hijos bebían agua. Conozco la preocupación
sesuda de los médicos por lo que ven nuestras hijas.

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