Sunteți pe pagina 1din 2

Pecado y Redención 1 En su estado presente el hombre se halla en

contradicción entre la creación y el pecado. Esa es la raíz de la tensión


entre su grandeza y su miseria (B. Pascal). Se trata de una
contradicción que le define en su totalidad y que sólo puede ser
descubierta desde la perspectiva de la fe, en respuesta a la
autorrevelación de Dios por medio de la encarnación de su Hijo y por la
obra del Espíritu Santo. La fe supone decir "sí" a Dios y decir "no" a la
contradicción y el pecado. En este contexto puede decirse que lo
opuesto al pecado no es la virtud sino la fe y que la esencia del pecado
no es el vicio sino la incredulidad. En efecto, en la Biblia el pecado no
aparece en primer lugar como un asunto moral sino como el reverso del
mensaje central de la Biblia, la redención.
Minusvalorar la realidad del pecado y de la rebeldía del hombre
haría irrelevante la presencia de un Redentor y toda la historia de la
salvación carecería de sentido. Por el contrario a la luz de la perspectiva
propuesta hasta aquí, el pecado no aparece siquiera como "algo" en el
hombre sino que define toda su existencia separada y en rebeldía radical
hacia Dios, su Creador. El centro de la proclamación evangélica es el
anuncio de lo que Dios ha hecho a través de la obra redentora de
Jesucristo para restaurar su imagen en el hombre; así como el pecado
esclaviza al hombre y le separa de Dios, la Palabra pronunciada por el
Dios de amor en Cristo es una promesa de liberación (Jn.8,36).
El pecado es acto y estado. El pecado es en primera instancia un
acto responsable y un destino que nos separa de Dios. Pecado y culpa
son inseparables, de modo que la doctrina tradicional de la condición
pecadora del hombre debe ser expresada de tal manera que no excuse
la responsabilidad del hombre al amparo de un determinismo que sería
ajeno a la enseñanza bíblica. Los hombres pueden ofrecer ejemplos de
elevada moralidad pero, aun así, permanece el pecado como negativa
del hombre a responder a su Creador en el modo que El espera que lo
haga.
Las consecuencias del pecado son múltiples pero nos limitamos a
señalar algunas especialmente relevantes en el contexto de nuestra
reflexión. En primer lugar, el pecado entendido como ruptura de su
relación esencial con Dios produce en el hombre la pérdida de su
libertad original. Dios no desaparece de la existencia humana sino que
ahora se hace presente en un modo bien distinto, en forma de ira divina
(Sa1.18,26; Stg.4,6; 1 P. 5,5); la ira es el reverso del amor original de
Dios. En segundo lugar, la Ley aparece como la respuesta airada de Dios
al pecado del hombre, un modo de relación impersonal y legalista lejos
de su relación original, el modo que Dios usa para enfrentarle con su
1
Buch Emmanuel, Ética Bíblica, pág. 83-85.
apostasía (Rom.7,7); sólo cuando el hombre es confrontado con la Ley y
sus demandas radicales puede comprenderse a sí mismo como pecador
perdido. Por último, consecuencia del pecado es la muerte que, más allá
de un fenómeno biológico, es un juicio decretado por Dios contra el
hombre en reacción a su pecado, a su responsabilidad ante el Creador
(Rom.6,23).
La respuesta cristiana al pecado y sus consecuencias pasa por la
expiación. El hombre no puede borrar por sí mismo su culpa y sólo
puede situarse al amparo de la redención que es en Jesucristo, cuya
muerte es muerte por y para todos (Rom.3,24-25). Sólo ante la cruz de
Cristo se manifiesta plenamente la magnitud de nuestro pecado, a la par
que la gracia y el amor incondicionales de Dios. Sólo desde ese
fundamento podemos emprender el proceso de reconocernos a nosotros
mismos. El pecado supone la pérdida de la verdadera condición
humana; Jesucristo es la auténtica "imago dei" que el hombre recupera
cuando es y está en Cristo por medio de la fe (Gá1.2,20). Sólo cuando
una persona entra en el amor de Dios revelado en Cristo, es plenamente
humano. En otras palabras, la verdadera existencia humana es
existencia en el amor de Dios, ser-en-el-amor-de- Dios manifestado en
Jesucristo.

S-ar putea să vă placă și