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El rito de los ignomanos.

 
Motecuhzoma envía magos y hechiceros.

En este tiempo precisamente despachó una misión Motecuhzoma. Envió todos


cuantos pudo, hombres inhumanos, los presagiadores, los magos.
También envió guerreros, valientes, gente de mando. Ellos tenían que tener a
su cargo todo lo que les fuera menester de cosas de comer: gallinas de la
tierra, huevos de éstas, tortillas blancas. Y todo lo que aquellos (los
españoles) pidieran, o con que su corazón quedara satisfecho. Que los vieran
bien.
Envió cautivos con que les hicieran sacrificio: quién sabe si quisieran beber su
sangre. Y así lo hicieron los enviados.
Pero cuando ellos (los españoles) vieron aquello (las víctimas) sintieron mucho
asco, escupieron, se restregaban las pestañas; cerraban los ojos, movían la
cabeza. Y la comida que estaba manchada de sangre, la desecharon con
náusea; ensangrentada hedía fuertemente, causaba asco, como si fuera una
sangre podrida.
Y la razón de haber obrado así Motecuhzoma es que él tenía la creencia de
que ellos eran dioses, por dioses los tenía y como a dioses los adoraba. Por
esto fueron llamados, fueron designados como "Dioses venidos del cielo".
(Portilla, 1981)

Han pasado ya más de cinco siglos desde


la conquista, la conquista de espíritu, la
conquista de fortaleza, la conquista de
identidad, la conquista de sangre, sangre
que sigue clamando en el inconsciente de
nuestras raíces, sangre que desde
entonces sigue y sigue corriendo
creciente y aceleradamente en nuestra
tierra; gracias a la ceguera y la ignorancia
que cultivó y fomentó la iglesia con su
falso credo. Y como a Dioses en visiones
concebimos a nuestros verdugos; llegaron pues como deidades que decidieron extinguir con
violencia todo lo nuestro sin comprender siquiera nuestro arraigo, nuestra costumbre, nuestra
fe, nuestro sacrificio.
Y a pesar de los siglos el ciclo se repite continua y constantemente, nuestros ancestros claman
justicia mientras nuevos dioses llegan cada día imponiendo cada vez más sutilmente su
imperio; adorados por ignomanos que se han quedado ya sin memoria, que se han olvidado
como sentir más dolor, Que sus oídos se han acostumbrado ya al llanto, que la risa del
inquisidor es un sonido más del medio y no hay más de que preocuparse.

El mexicano no ha olvidado, se acostumbro pues a vivir bajo el yugo continuo, yugo que se
mueve por la avaricia, la impunidad, la corrupción, la violencia, el dolor y el llanto.

 
Portilla,  M.  L.  (1981).  Visión  de  los  vencidos  (29  ed.,  Vol.  1).  (U.  N.  México,  Ed.)  México,  D.F.,  México:  
Coordinación  de  Publicaciones  Digitales.  

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