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El agua se comporta como un lubricante en casi todos los procesos del cuerpo, sobre todo en la digestión. Ya en la boca, la propia
saliva ayuda a masticar y a deglutir el alimento, de modo que se asegure un buen deslizamiento por el esófago. El agua también lubrica
las articulaciones y los cartílagos de forma que nos movamos con menos rigidez y de manera más fluida.
Cuando una persona no acostumbra a beber toda el agua que necesita, el agua se aleja de las articulaciones para regar otras zonas
del cuerpo más importantes, dejando una mayor fricción que puede ser causa de dolor y conducir a lesiones y a artritis.
Los ojos también, necesitan una continua hidratación a través de los parpados, y es por ello que parpadeamos una media de entre 15
y 20 veces por minuto, para tener el ojo bien lubricado.