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APROXIMACIÓN HISTÓRICA,
IDEOLÓGICA Y TEMÁTICA A LA
PSICOLOGÍA SOCIAL
…………………………………………………...
Extracto del Proyecto Docente ganador del concurso público de promoción a Profesor Contratado Doctor en el
Departamento de Psicología Social de la Universitat de València, presentado por Xavier Pons Diez (2-12-08).
En este texto se presenta un análisis del campo de estudio de la psicología social, una
disciplina que nos acerca a una comprensión amplia y realista sobre la naturaleza humana y la
vida social. Para ello, se repasa la evolución histórica de la disciplina, desde el advenimiento
de las ciencias sociales en el siglo XIX hasta la actualidad, y se realiza un repaso crítico a las
principales orientaciones teóricas que han dejado su impronta en la psicología social. El
análisis teórico ha pretendido ser lo más cercano posible a la realidad de la vida común.
Además, se han incluido aportaciones procedentes de autores y escuelas de pensamiento que,
pese a ser minoritariamente citados en los manuales al uso, presentan atractivos contenidos
psicosociales en sus propuestas.
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ÍNDICE DE CONTENIDOS
¿Cuáles son los temas de estudio de la psicología social? ¿De qué se ocupa esta
disciplina? El elevado número de procesos diferentes que aborda la psicología social, así
como su creciente amplitud y complejidad, tienden a dificultar una visión clara sobre qué
puntos son comunes a todos aquellos temas considerados como psicosociales (Morales y
Moya, 2007). Ciertamente, la psicología social es una de las disciplinas más diversificadas
dentro de las ciencias sociales, en cuanto a contenidos y asuntos estudiados.
Turner (1999) explica que todos los seres humanos pertenecen a grupos, viven en ellos
y, en muchas ocasiones, sienten, piensan y actúan como miembros de esos grupos y/o
influidos por lo que ocurre dentro de ellos. El pensamiento, las emociones y las actuaciones
de los humanos no pueden explicarse únicamente por factores individuales: es necesario
integrar en la explicación los factores que acontecen fuera de la persona, por ejemplo, en sus
grupos.
La psicología social actual no se reduce sólo a una psicología del grupo, pero es obvio
que la psicología del grupo forma parte de la psicología social y ha tenido un papel muy
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destacado dentro de ella desde sus inicios. Por ello, hemos acudido a tal concepto para
aproximarnos a una explicación comprensible de qué es la psicología social.
Delimitado el ámbito de aplicación práctica del término “grupo”, no con ello quedaría
resuelto el problema de qué es la psicología social, pues, esta disciplina no siempre utilizará al
grupo como unidad de análisis explícita, aunque el significado del mismo siempre se
encontrará latente. Para entender más ampliamente cuál es el campo de estudio de la
psicología social, nos referiremos a la diferenciación en dominios de análisis propuesta por
Sapsford (1998). Este autor propone cuatro dominios en los que actúa la explicación
psicosocial: el intrapersonal, el interpersonal, el grupal y el societal. Cada uno de estos
dominios tendría su objeto propio, pero manteniendo entre ellos una relación de
complementariedad. Veremos esta propuesta en los siguientes párrafos:
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− Dominio societal. Incluye las relaciones sociales no entendidas como relaciones entre
personas individuales, sino entre grupos sociales, así como los comportamientos colectivos y
las relaciones que el individuo establece con la cultura, las instituciones sociales, la estructura
social y la organización política. Se halla en este dominio el interés por fenómenos como el
conflicto entre grupos sociales, los movimientos colectivos, el comportamiento político,… y
un amplio terreno de estudio en el que la psicología social comparte ese interés con
disciplinas afines como la sociología o la antropología.
Posturas similares son mantenidas por otros autores. Baron, Graziano y Stangor (1991)
proponen que el campo de estudio de la psicología social puede representarse mediante tres
áreas concéntricas: la de los procesos intraindividuales, la de las relaciones interpersonales y
la de los procesos grupales. Por su parte, Morales y Moya (2007) hablan de las diferentes
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naturalezas de los procesos que han estudiado los psicólogos sociales y diferencian entre los
procesos de naturaleza individual, los de naturaleza grupal y los de naturaleza macrosocial.
Es muy relevante la apreciación de Doise (1982) acerca de cuáles son los niveles de
análisis utilizados comúnmente por la tradición psicosocial estadounidense −más
individualista− y por la tradición psicosocial europea −más sociologista−. Los niveles
intraindividual e interindividual se corresponderían con la primera, mientras que los que
Doise denomina posicional e ideológico lo hacen con la segunda.
Lo que hasta aquí ha sido mencionado sugiere un efecto de lo social y lo grupal sobre el
individuo. Pero no hay que olvidar que la sociedad y los grupos están constituidos por
actuaciones interactivas de individuos. Como sugiere Collins (2004), en rigor una “sociedad”,
una “cultura”, un “sistema político” o “una clase social” son conjuntos de personas actuando
en común en determinado tipo de situaciones. Por consiguiente, tanto por cuestiones teóricas
como, sobre todo, metodológicas, el análisis de los sistemas sociales se verá favorecido por la
consideración de los comportamientos de las personas que constituyen tales sistemas. Ahora
bien, esto no quiere decir que el significado de los sistemas sociales pueda reducirse sólo a
factores psicológicos; al contrario, como señalan Blanco, Caballero y De la Corte (2005) las
agrupaciones humanas son realidades cualitativamente diferentes a la simple yuxtaposición de
mentes individuales. Es decir, la sociedad no es un simple sumatorio de mentes individuales,
sino el resultado de interacciones complejas entre ellas y dotadas de significado simbólico. Es
ahí, justamente, donde encontrará vigencia la explicación psicosocial, en la mutua
complicidad entre lo psicológico y lo social, pero sin olvidar tres cuestiones: que el factor
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− Interconexión individual-individual: Los efectos que los individuos tienen sobre otros
individuos y los efectos de un individuo sobre su propia psique cuando organiza su
conocimiento de la realidad.
− Interconexión grupal-grupal: Los efectos que un grupo tiene sobre otros grupos y los
efectos de un grupo sobre sí mismo para mantener o modificar su identidad grupal.
− Interconexión grupal-macrosocial: Los efectos que los grupos tienen sobre el sistema
macrosocial.
Finalizaremos esta introducción afirmando con Ovejero (1997) que la psicología social
se ocupa de un ser que, más allá de lo biológico y lo psicológico, es también un ser social o, lo
que es lo mismo, un ser histórico, cultural, colectivo y simbólico. De tal forma que uno de los
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principales factores constitutivos de la naturaleza de ese ser es la relación con sus semejantes
dentro de un contexto compartido de significados simbólicos que, a su vez, son producto de la
historia de ese contexto.
La relación de la psicología social con las dos ciencias que le son más próximas, la
sociología y la psicología, constituye un eje de tensión de la disciplina, reflejado ya en los dos
primeros manuales de psicología social publicados ambos en 1908: el de William McDougall
de orientación psicologista y el de Edward Ross de orientación sociologista
−paradójicamente, la tradición sociologista acabó siendo seña de la psicología social europea,
pese a que Ross era estadounidense y McDougall británico−. Cada una de estas “dos
psicologías sociales” ha creado su propia tradición a lo largo de la historia de la psicología
social, con sus investigaciones y sus autores más representativos (Graumann 2001).
Numerosos autores han reflexionado sobre la relación entre las dos principales
tradiciones de la psicología social, a las que se suele denominar “psicología social
psicológica” y “psicología social sociológica”. Ciertamente, desde hace décadas, la referencia
a estas dos psicologías sociales ha originado numerosa literatura en la que, además de
caracterizar a cada una de las dos tradiciones, se establecen también puntos en común,
diferencias entre ellas o, incluso, formas de superación (Álvaro, Garrido, Schweiger y
Torregrosa, 2007; Garrido y Álvaro, 2007; McMahon, 1984; Rijsman y Stroebe, 1989;
Stryker, 1977). En las páginas siguientes nos referiremos a ello.
A lo largo del siglo XX, la psicología social fue emprendiendo un progresivo proceso de
psicologización que acabó por reducirla, mayoritariamente y en perjuicio de su componente
social, a una psicología de las relaciones interpersonales entre personas tomadas una a una
(Jiménez-Burillo, 2005). Esta línea psicologista se convirtió, finalmente, en hegemónica. Su
atención se dirige a la individualidad de los procesos conductuales o mentales, dando lugar a
una psicología social que tiende al atomismo del individuo y lo sitúa en un espacio ahistórico
y acultural, con la finalidad de encontrar leyes generales explicativas del comportamiento
relacional (Apfelbaum, 1985; Cartwright, 1979; Tajfel, 1982). Esto ha privilegiado en la
disciplina el estudio de las conductas individuales y de los estados internos, tales como la
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La división entre ambas orientaciones no es ajena a las diferencias entre las tradiciones
intelectuales europea y estadounidense: la tradición europea, más abierta a lo sociocultural, se
ha mostrado, la mayor parte de las veces, como una alternativa a los modelos individualistas
institucionalizados y dominantes en la psicología social estadounidense. No obstante, la
propia “tradición europea” no siempre ha podido triunfar en su propio territorio, ante la fuerza
del paradigma individualista importado o establecido.
Puede observarse que la primera de las cinco alternativas citadas por Munné (1995) se
apoya en la asunción de que la psicología social es parte integrante de la psicología y que
aporta explicaciones sobre el comportamiento social mediante la aplicación de las leyes
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Autores como Apfelbaum (1985) o Pepitone y Triandis (1987) han denunciado el riesgo
que supone la individualización teórica y metodológica de la psicología social, pues pone en
peligro la identidad de esta disciplina como ciencia social, además de quedar reducida a un
mero epígrafe de la psicología. Como señalan Garrido y Álvaro (2007) y Jiménez-Burillo
(2005), la consideración de una psicología social independiente, situada entre la psicología y
la sociología, abierta a las demás ciencias sociales, pero con un enfoque propio, es defendida
por numerosos autores, para los cuales la psicología social se halla en la encrucijada de varias
disciplinas, tanto a raíz de su historia como por su naturaleza y objeto de estudio.
En ese mismo sentido, Morales (1985) destaca que la psicología social trabaja con
temáticas olvidadas o parcialmente recogidas, bien por la psicología o bien por la sociología,
que, sin embargo, han sido las temáticas objeto de análisis para los psicólogos sociales. Este
hecho podría darnos una pista acerca de la naturaleza de la psicología social, ya que, como
afirma Turner (1999), aunque los conceptos, principios, explicaciones y teorías de la
psicología social sean, mayoritariamente, de tipo psicológico, lo son en un sentido “especial”,
pues se entiende que existe una interacción de lo psicológico con la actividad social y con los
procesos y productos sociales.
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La problemática epistemológica
Sin embargo, en el último tercio del siglo XX comienzan a formularse dudas sobre la
concepción “moderna” de la razón y la ciencia. La crítica posmoderna pretende reconstruir
realistamente los límites de la razón. De este modo, primero desde la filosofía y después en
algunos sectores de las ciencias sociales y naturales, se cuestiona la idea de un mundo
organizado según leyes infalibles y estáticas, cuya existencia sea independiente de su
observación: no existe una realidad objetiva, sino que el mundo percibido es una construcción
sociocultural (Gergen, 1982, 1992). Así, los conceptos científicos hallados en la investigación
no están exentos, según esta crítica, de interpretaciones por parte del investigador, así como
de valores y criterios culturales que también condicionan la manera de pensar de éste.
Las críticas de la posmodernidad han sido muy diversas y muy heterogéneas, tanto
desde el punto de vista teórico como ideológico-político. En todo caso, como explican Collier,
Minton y Reynolds (1996), es común en la expresión posmoderna la duda acerca de que la
razón pueda proporcionar un objetivo y una fundamentación universal del conocimiento o que
el conocimiento basado en la razón asegure el progreso social. Por su relevancia para las
ciencias sociales, destacaremos algunos hechos argüidos por la crítica posmoderna: la
falibilidad de ciertos presupuestos positivistas en el estudio de lo social y lo humano; la
existencia de numerosos actos corrientes de la vida social cotidiana y numerosos hechos
políticos y culturales que no responden a criterios estrictamente racionales; la diversidad de
conceptos sobre qué es “racional” en las diferentes culturas del planeta; o la persistencia de
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Como afirma Ibáñez (1982), los supuestos epistemológicos de la psicología social han
pretendido ubicarse en el contexto de la ciencia “moderna” de corte newtoniano, pero su
objeto de estudio, en realidad, es del tipo “posmoderno” o “pospositivista”, es decir,
caracterizado por la presencia de un cierto nivel de ingredientes tales como relativismo,
indeterminismo, no linealidad y dificultad para concretar la existencia de una realidad
objetiva. Para eludir esta contradicción y sus implicaciones, sugiere Ibáñez que la psicología
social debe asumir los supuestos de la ciencia posmoderna. A partir de esta asunción, los
aspectos críticos y las dudas se dirigirían, principalmente, sobre cuatro cuestiones:
− Sobre el mito del objeto ¿Los acontecimientos de la vida social son “objetos
neutrales” como los cuerpos físicos? En la vida social, un “objeto” −un hecho de
conocimiento, aquello que se investiga− no tiene existencia fuera de unas interacciones
dotadas de significados culturales, en las que, además, ese “objeto” participa.
− Sobre el criterio de permanencia y estabilidad ¿Es posible estudiar la vida social como
algo universal, estable y no cambiante? En realidad, la convención social no posee un carácter
de permanencia espacio-temporal, sino que cambia en la geografía y en la historia de las
sociedades. Por tanto, es dudoso que pueda estudiarse el comportamiento de las personas en la
sociedad desde criterios de permanencia y estabilidad como en los cuerpos físicos.
comprensible sin atender a los aconteceres históricos que lo envuelven−, la agencia humana
como creadora de los hechos sociales, la naturaleza sociocultural e histórica del ser humano,
la naturaleza autoorganizativa de lo social y el carácter socialmente construido de los
fenómenos psicológicos. Este último punto es especialmente relevante, puesto que ante la idea
ampliamente generalizada de que los aspectos sociales impactan sobre un entramado
psicológico más fundamental, Ibáñez señala la dificultad para separar lo que es “social” y lo
que es “psicológico” en el ser humano y la necesidad de que ambos sean considerados como
las dos caras de una misma realidad. La adopción de las anteriores premisas implica también
una redefinición de la explicación tradicional y hegemónica de qué es la ciencia, lo cual
repercutirá en la definición del objeto de estudio de la psicología social.
La obra de Vico representa un punto de interés para la psicología social por tres
aportaciones básicas: la idea de que el fundamento de una sociedad lo constituyen los
significados compartidos, puesto que éstos permiten la interacción entre las personas que
integran la sociedad; el carácter construido que posee toda sociedad, como producto de la
actividad desarrollada en ella por los individuos; y la noción de que los contenidos sociales
son más dinámicos que inmutables, ya que resultan de esa actividad de los individuos y del
desarrollo histórico de la misma (Ibáñez, 2003).
Pero es durante el siglo XIX, con el evidente desarrollo de las ciencias sociales y del
pensamiento social, cuando empieza a tomar cuerpo la explicación psicosocial de la
naturaleza humana. Este periodo será especialmente relevante para comprender cómo
emergerá, a principios del siglo XX, la psicología social como disciplina diferenciada
(Garrido y Álvaro, 2007; Ovejero, 1998, 1999). En los apartados siguientes se presentan las
principales contribuciones del pensamiento social en el siglo XIX a la explicación psicosocial
y a la construcción de la psicología social.
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Auguste Comte
Uno de los puntales básicos del pensamiento comtiano es la ley de los tres estadios
(Tezanos, 2001). Postula que, al igual que los individuos evolucionan en el desarrollo de su
intelecto a lo largo de su crecimiento, las sociedades progresan a través de tres estadios de
desarrollo, que se corresponden con tres maneras de entender los fenómenos, de dar
explicaciones a los hechos:
capacidad predictiva de consecuencias que pueden ser verificadas. De aquí el lema comtiano
“conocer para predecir” (Esper, 1964).
Realizó una taxonomía de las ciencias y llegó a la conclusión de que la sociología −el
nombre es creado por él− debe ser reconocida como una nueva ciencia positivista (Gil-
Lacruz, 2007). Comte hizo un gran esfuerzo por asegurar una respuesta positivista en la
explicación social. La sociología, propone, aspira a ser la ciencia concreta que formule leyes
explicativas de lo social a través de las regularidades observables en los fenómenos sociales
objetivamente comprensibles: el hábitat, los recursos económicos, los hechos políticos,…
Rechaza el mentalismo en las ciencias sociales por considerar que los análisis de lo
subjetivo son extracientíficos (Castellan, 1978). Sí se refiere Comte a la “ciencia de la moral
positiva” para referirse a la ciencia positivista de la individualidad, pero rehúsa el nombre de
psicología, porque en su día, la psicología era demasiado mentalista y demasiado metafísica
para su gusto. Consideraba Comte que la “ciencia de la moral positiva” debería tratar con la
unidad individual de los seres humanos. Esta ciencia sería, sin embargo, dependiente de una
base biológica y de una base sociológica. A veces se apoyaría más sobre sus fundamentos
biológicos, en otras ocasiones trataría con el individuo en un contexto social y cultural, pero
rechazando el análisis mentalista. En esta línea de razonamiento encontramos tres interesantes
proposiciones comtianas (Allport, 1968):
− Esta ciencia podrá considerarse desde el punto de vista biológico o desde el punto de
vista social.
Émile Durkheim
Para Durkheim la sociedad es algo más que la mera suma de los individuos, es una
realidad específica con caracteres propios. Afirma que, si bien no puede producirse nada
colectivo sin que existan unas conciencias individuales, éstas son necesarias pero no
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suficientes, pues es preciso que estén asociadas y combinadas de una determinada manera,
combinación de la cual proviene la vida social. En su obra “Las reglas del método
sociológico” Durkheim (1895/2004) se acerca a un positivismo objetivo para la sociología,
considerando que los fenómenos sociales son “cosas” y deben ser tratados como tales. Explica
que “cosa” es todo aquello que es dado, lo que se impone a la observación. Por tanto, tratar
los fenómenos como cosas es tratarlos como datos observables, lo cual constituye el punto de
partida de la ciencia.
Comparte con Comte el rechazo a una ciencia que estuviera basada en el mentalismo, y
se propone proporcionar a la sociología un método y un objeto. El objeto lo constituyen los
hechos sociales: rasgos demográficos, creencias y prácticas establecidas,… El método se basa
en el estudio de los hechos sociales como “cosas” observables y verificables empíricamente,
al tiempo que se desecha cualquier idea preconcebida sobre los hechos.
Las representaciones colectivas se caracterizan, según Durkheim, por poseer tres rasgos
diferenciales: son externas a los individuos y anteriores a cada conciencia individual concreta;
se dan de modo general en una sociedad, conservando una existencia propia e independiente
de sus manifestaciones individuales; y se imponen sobre el individuo particular mediante
diversos tipos de presión social. Esta caracterización no sólo acentúa el objetivismo y
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minimiza la referencia a los estados psicológicos, sino que supone una teoría sobre la
conciencia colectiva (Tezanos, 2001).
Gabriel Tarde
dan como resultado de la asociación entre individuos. Para Tarde, los acontecimientos
sociales, incluyendo los de la política o la economía, tienen siempre unas causas psicológicas
(Quintanilla y Bonavía, 2005).
A pesar del individualismo que caracteriza las primeras obras de Tarde, acentuado por
su polémica con Durkheim, posteriormente adoptará una postura más interaccionista y menos
teñida de individualismo (Collier et ál., 1996).
Como señalan Garrido y Álvaro (2007), si bien Tarde inició el camino en el estudio de
la realidad social basado en la interacción interpersonal, lo hizo utilizando conceptos
excesivamente simplistas −la imitación−, explicación que no ha sobrevivido en la teoría
social, aunque sí ejerció una importante influencia en su época y a principios del siglo XX,
fundamentalmente en la obra de Edward Ross, autor de uno de los primeros manuales
reconocidos de psicología social.
Gustave Le Bon
comportamiento colectivo y eso a pesar de que, como veremos, su obra es discrepante con
ciertos valores del sistema democrático.
Durante la segunda mitad del siglo XIX se hacen comunes las reivindicaciones sociales
y laborales, muchas de ellas traducidas en manifestaciones, huelgas, e, incluso,
enfrentamientos y actos violentos. En este contexto, Le Bon propone la existencia de una
entidad psicológica en la masa, que no se puede encontrar en el individuo aislado. Remite, por
tanto, a la idea de que el comportamiento en la masa no puede explicarse satisfactoriamente
aludiendo sólo a la interacción entre individuos. En otras palabras, según Le Bon, la unión de
los individuos hace aflorar entidades supraindividuales −ley psicológica de la unidad mental
de las masas−. Además, bajo el influjo de la multitud, las personas pierden sus facultades de
razonamiento, se vuelven extremadamente sugestionables y regresan a formas más primitivas
de reacción que les hacen capaces de realizar todo tipo de actos de barbarie. Según Le Bon, a
través de la sugestión y el contagio, el individuo se vuelve irracional cuando está dentro de la
masa.
Como nos recuerdan Garrido y Álvaro (2007), la obra de Le Bon refleja su peculiar
talante ideológico, alejado de las ideas democráticas, cuando presenta la decisión colectiva
como muy inferior, en su opinión, a la decisión individual. Este matiz reaccionario lleva a Le
Bon a identificar la masa con grupos tumultuosos, pero también con manifestaciones, con
asambleas de trabajadores e, incluso, con jurados, electorados o asambleas parlamentarias
(Javaloy et ál., 2001). Además, al caracterizar el “alma de la masa” como de naturaleza
femenina o salvaje, Le Bon muestra el sesgo sexista que caracteriza su pensamiento.
que se notará en los estudios que los psicólogos sociales del siglo XX realizarán sobre la
desindividuación y la difusión de responsabilidad como causas de la conducta agresiva; pero
tampoco conviene omitir que ha originado un sinnúmero de controversias, justificadas por el
alcance ético de sus explicaciones (Javaloy et ál., 2001; Ovejero, 1998).
Wilhelm Dilthey
Concibe como inviable el proyecto de unificar las ciencias que postula el pensamiento
comtiano. Así, propone Dilthey una separación de las “ciencias de la naturaleza” y las
“ciencias del espíritu”, en virtud de sus respectivos contenidos. En el caso de las ciencias
naturales el científico estudia fenómenos que le son externos, mientras que en el caso de las
ciencias del espíritu estudia una realidad de la que él mismo, como ser humano, forma parte.
Las ciencias del espíritu, para Dilthey, tendrían como objeto a la persona en la totalidad de sus
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Smith y Mackie (1997) afirman que la psicología científica nace en el último cuarto del
siglo XIX, cuando unos investigadores alemanes, fascinados por los métodos de laboratorio
usados en las ciencias físicas y naturales, comienzan a diseñar técnicas experimentales para
comprender los procesos mentales. Uno de estos investigadores, Wilhelm Wundt, funda en
1879 en la Universidad de Leipzig el primer laboratorio conocido de psicología experimental.
Influido por los avances de la química y por la filosofía empirista, Wundt pensaba que era
posible el estudio analítico de la conciencia a partir de sus elementos básicos −las sensaciones
y los sentimientos− y de las leyes de combinación de éstos. La psicología, como nueva
ciencia experimental, debía caracterizarse por una tarea analítica, mediante la descomposición
de entidades complejas en sus elementos constitutivos. Además, era la propia persona, el
sujeto experimental, quien debería observar en sí misma estos procesos básicos, por lo que la
introspección mental se propuso como el método válido para abordar el estudio experimental
de los elementos básicos de la conciencia.
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Pero Wundt, coincidente con las ideas de Dilthey, consideraba que si bien el método
experimental podría permitir conocer las “afueras” de la mente, era dudoso que fuera válido
para conocer los procesos mentales superiores. Estos procesos, según Wundt, son el resultado
de la historia del ser humano y de las sociedades, y su comprensión requerirá una perspectiva
diferente: la Völkerpsychologie o psicología de los pueblos, un movimiento muy aproximado
a los conceptos actuales de la psicología social y cuyo principal ponente acabó siendo el
propio Wilhelm Wundt. Décadas antes, Johann Friedrich Herbart ya había considerado la
personalidad individual como un producto cultural, idea que se halla entre las que
contribuirán al desarrollo de una psicología dedicada a estudiar y explicar cómo son las
mentes y las “almas” de los diferentes pueblos, naciones o comunidades étnicas (Blanco,
1989). La Völkerpsychologie es una psicología de los productos de la vida cultural colectiva,
que son la expresión sociohistórica de los procesos mentales (Danziger, 1983).
Collier et ál. (1996) afirman que la psicología de los pueblos surgió, durante el siglo
XIX, dentro de un contexto histórico en el que Alemania buscaba una identidad de carácter
nacional que facilitara su unificación política. El carácter étnico del pueblo se consideraba
previo a su carácter político. En 1860, antes de que Wundt centrara en la Völkerpsychologie
sus esfuerzos investigadores, Moritz Lazarus y Heymann Steinthal ya habían fundado la
“Zeitschrift für Völkerpsychologie und Sprachwissenschaft” −la revista de psicología de los
pueblos y ciencias del lenguaje−, en la cual, junto a incipientes psicólogos y sociólogos,
participaban lingüistas, historiadores, folcloristas o antropólogos. El propósito de esta nueva
disciplina era conocer los elementos constitutivos del espíritu de un pueblo −el Völksgeist− e
identificar las maneras de ser de los distintos pueblos (Blanco, 1988).
Desde esa perspectiva, Wundt se adentra en el análisis de aquello que configura a los
pueblos como tales y que trasciende a sus individuos: la lengua, las costumbres, los mitos, la
identidad colectiva, las creencias,… La lengua será considerada el elemento clave, tanto en la
conformación del mundo interior del individuo como en la expresión del espíritu del pueblo.
Para la Völkerpsychologie de Wundt, la lengua y el resto de elementos que constituyen el
Völksgeist no son consecuencia de una decisión individual, pero su pervivencia sí dependerá
de la asunción individual. En esta interdependencia entre individuo y cultura, el Völksgeist
configura no sólo la formación de la organización social sino también el sentido de los estados
psicológicos individuales (Alonso, Gallego y Ongallo, 2003).
En sus últimos 20 años de vida −las dos primeras décadas del siglo XX− Wundt publica
los 10 volúmenes de su obra “Elementos de psicología de los pueblos”, pero ya antes había
publicado algunos textos sobre el desarrollo de las costumbres culturales. En todo caso, es a
partir de principios del siglo XX, con un Wundt ya septuagenario, cuando la
Völkerpsychologie adquiere en su obra un carácter tan protagonista como el que había
disfrutado antes su psicología experimental. Al final de su vida, ambos tipos de psicología son
tratados por él como las dos grandes ramas de la psicología científica.
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Karl Marx
Las relaciones de producción, de entre todas las relaciones que se establecen entre los
seres humanos, son, para Marx, las más determinantes en la génesis de las clases sociales y
del conflicto entre ellas. Así, quien esté en la situación dominante, respecto a las relaciones de
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producción, tendrá el poder y hará la legislación; de este modo, la gente tendrá que vivir bajo
esa legislación.
La dialéctica marxiana, a diferencia Hegel, no se basa en las ideas abstractas, sino en los
procesos sociales específicos, susceptibles de ser conocidos y previstos (Tezanos, 2001). Por
ello, percibe la naturaleza contradictoria del progreso capitalista y concibe la propuesta de
unos seres humanos capaces de inventar formas distintas de organizar la producción. Esto,
según Marx, generaría unas nuevas relaciones de producción que constituirían la base −la
infraestructura de la sociedad− sobre la que se asentaría la superestructura política y jurídica,
a la cual corresponderían unas formas concretas de conciencia. El socialismo conceptualizado
por Karl Marx tenía un cierto carácter utópico, de manera que para ser llevado a la práctica
sería necesario que el ser humano fuera perfecto al nacer; como esta exigencia de perfección
humana choca frontalmente con la realidad, Marx intenta recrear un orden sociopolítico en el
cual la estructura del Estado sea sólo un tránsito en la educación del ser humano. Consideraba
indispensable la introducción en la sociedad del orden de la solidaridad, gracias al cual todos
los hombres, sobre todo los más desfavorecidos, pudieran romper sus impedimentos.
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Ferdinand Tönnies
− La voluntad reflexiva está determinada por el pensamiento y es, por tanto, una
voluntad mediada por el raciocinio y el interés calculado. Da lugar a agrupaciones humanas
en las que predominan relaciones asociativas.
Las ideas de Tönnies han tenido eco en la psicología comunitaria actual, en concreto su
noción de comunidad como modelo de agrupación basado en la solidaridad, la cooperación y
la empatía. Precisamente, uno de los objetivos de la psicología comunitaria es la intervención
en entornos vecinales para fomentar lazos que fortalezcan la cohesión y la solución
cooperativa de necesidades colectivas (Cantera, 2004; Musitu, 1998).
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Max Weber
Aunque Weber vive hasta 1920, y algunos de sus libros más destacados son publicados
originalmente después de esta fecha, su obra fue intelectualmente concebida durante el siglo
XIX, dentro del marco de desarrollo teórico en las ciencias sociales que estamos analizando
en este capítulo.
Al igual que Karl Marx, Max Weber se interesa por el análisis del capitalismo. Para
Weber el capitalismo era un exponente de las tendencias hacia una progresiva racionalización
de la economía y no tenía un sentido tan negativo como para Marx. Creía Weber que el
sistema capitalista evolucionaría hacia un socialismo moderado que rectificara las injusticias y
desigualdades de aquél (Tezanos, 2001). Cuestiona el determinismo económico propugnado
por la teoría marxiana y afirma que el capitalismo no puede explicarse apelando únicamente a
unos determinantes económicos, sino que en el propio desarrollo industrial capitalista
concurren otros tipos de factores como son los ideológicos y los culturales. Así, mientras que
Marx se centra en los factores económicos y materiales para explicar el capitalismo, Weber se
interesa por las ideas y las creencias. En el desarrollo del capitalismo, según la idea de Weber,
han concurrido unos factores ideológicos que han facilitado la formación de una determinada
mentalidad económica.
exigencias del sistema capitalista, contribuyó, según Weber, al desarrollo inicial de éste en los
países tradicionalmente protestantes.
Weber intentó integrar los ámbitos de lo objetivo y lo subjetivo por medio de una
metodología que llamó “método comprensivo”, de forma que fuera posible formular
explicaciones de los fenómenos sociales. El método comprensivo de Weber se basaba en tres
conceptos clave: la acción, la relación social y la interpretación causal. La acción se refiere a
las conductas humanas, a lo que las personas hacen dentro de la sociedad. La relación social
se refiere a los modos más probables de aparición de las conductas humanas en los contextos
sociales, es decir a regularidades que se orientan por la repercusión mutua. La interpretación
causal es el grado en que es conocido el desarrollo externo de una acción y el motivo de la
misma. El método comprensivo requiere, además, el plano de análisis histórico como gran
horizonte analítico de los hechos sociales (Tezanos, 2001).
En 1859 publica Darwin su obra “Sobre el origen de las especies mediante la selección
natural”, que intentaba explicar el problema de la adaptación y construir una teoría general
sobre la Evolución. El principal mecanismo explicativo era la selección natural: la
supervivencia de los individuos cuyas características les permiten una mejor adaptación a su
medio. A partir de aquí, ciertos teóricos −los llamados “darwinianos sociales”− comienzan a
utilizar esta visión para explicar la sociedad. Su objetivo fundamental era describir la historia
evolutiva de la sociedad humana: en la medida en que la sociedad, en sentido amplio, pasaba
a través de estadios cada vez más complejos, también se consideraba que evolucionaba hacia
estadios más elevados. Pero estos teóricos ya presentaban puntos de vista similares antes de la
obra de Darwin; la influencia de éste sirvió para fortalecer el concepto evolucionista,
favoreciendo así su aplicación a la esfera social (Rossi y O’Higgins, 1981).
Fue Herbert Spencer el primero en introducir en las ciencias sociales los principios
derivados de las teorías evolucionistas. En 1855 publica “Principios de psicología”, donde
expone una explicación evolucionista fundamentada en la de Jean Lamarck relativa a la
evolución de formas simples en formas complejas. Posteriormente, incorporaría su
interpretación de las ideas de Darwin y ampliaría su concepción evolucionista a otras
disciplinas como la sociología, la política y la ética. Spencer, cuando aplica la ley general de
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Sin embargo, Darwin no planteó que los principios evolucionistas pudieran aplicarse a
la evolución de la sociedad, como sí fue afirmado por los darwinianos sociales, que incluso
los pretendieron aplicar a la política. El propio Spencer considera que una política social de
“dejar hacer” permitiría la libre competición entre los ciudadanos y, por tanto, la
supervivencia de los fuertes y la perfección de la especie humana. Según Spencer, los
programas gubernamentales de protección social interferían el natural desarrollo de los
principios de selección natural (Gaviria, 2007). Desde una perspectiva ideológica muy
distinta, la obra de Peter Kropotkin propone una lectura del evolucionismo darwiniano en
términos de cooperación y no sólo de competencia, que será recogida por la actual psicología
social evolucionista. Para Kropotkin (1902/2005), la colaboración mutua permitió a los
humanos una mejor adaptación al medio, siendo esos rasgos prosociales los que la selección
natural primó.
Otro texto de Darwin, el que trata de la expresión de las emociones en el hombre y los
animales (Darwin, 1872/1984), presenta contenidos de interés para la psicología social. La
propuesta es que las expresiones emocionales humanas, mediante gestos, son una prueba de
su hipótesis evolucionista: el gesto emocional es un vestigio de conductas que en el pasado
filogenético tuvieron una función adaptativa para la especie y que, posteriormente, cambiaron
su función de lo instrumental a lo expresivo −por ejemplo, la gesticulación de ira−. Dado que
39
Collier et ál. (1996) explican la incidencia que el darwinismo social tuvo sobre diversos
autores estadounidenses del siglo XIX, como William Sumner y Lester Ward. La postura de
Sumner es similar a la de Spencer, aunque más claramente individualista y determinista,
40
postulando una simetría entre las leyes de la evolución natural y la social. Sumner fue un
defensor radical de las políticas liberales de laissez faire y de la supervivencia de los más
fuertes en la sociedad. En contraste, Ward diferencia entre la evolución natural y la social: la
evolución social se produce cuando las personas sustituyen la casualidad y el azar por la
inteligencia y la previsión científica, lo cual permitirá transformar el individualismo y la
competitividad en un sistema de vida cooperativo y humanizado.
William James
John Dewey
Sin embargo, como explican Collier et ál. (1996), Dewey no considera el pensamiento
una “propiedad privada” sino que pertenece a la interacción. En efecto, aunque sean
individuos particulares los que producen el pensamiento, éste tiene una base social sostenida
en convenciones y creencias, por lo que no es adecuado concebir la mente como algo
esencialmente personal. El carácter inacabado del mundo genera entre las personas un estado
de incertidumbre del cual emerge el pensamiento. La actividad concreta que origina el
pensamiento y el carácter inconcluso del mundo convierten cada experiencia en singular, lo
que hace que todo conocimiento sea provisional. El lenguaje es lo que posibilita el examen de
42
Por otro lado, su concepción de la ciencia social enfatizaba la atención a los aspectos de
interés social por encima del corsé positivista. Consideraba Dewey que si el estudio lo social
se apartara de la consideración de los intereses sociales básicos y se alejara de la cultura
humana, bajo el argumento de que lo social contiene valores y que la investigación científica
ha de estar exenta de valores, la consecuencia inevitable sería que la investigación en el área
humana se convertiría en algo superficial y trivial (Collier et ál., 1996).
43
William McDougall
En la segunda mitad del siglo XIX, época en la que la psicología social iba adquiriendo
forma, la influencia de la obra de Darwin fue muy significativa. Esto explica que la primera
psicología social −como, en realidad, toda la psicología− prestara especial atención a los
instintos e intentara explicar la conducta de los humanos en términos de diferentes instintos
sociales que mueven a las personas. Detrás de cada fenómeno psicosocial se buscaba el
instinto que lo provocaba, un instinto común a los individuos de nuestra especie.
McDougall, los principales instintos son los siguientes: el instinto de fuga ante la emoción de
miedo, el instinto altruista y de ayuda, el instinto de curiosidad ante la sorpresa, el instinto de
pugnacidad ante la ira, el instinto de autocontrol o de sujeción, el instinto de autoafirmación o
de exhibición, el instinto parental y de ternura ante los niños, el instinto gregario o de
búsqueda de compañía, el instinto de adquisición y mantenimiento de la propiedad, el instinto
agresivo de hostilidad y el instinto de reproducción.
Hay que hacer algunas matizaciones sobre la noción de psicología social que presentaba
el libro de McDougall de 1908, pues, realmente, la concepción de la disciplina que se
desprende de este manual es marcadamente individualista y biologicista, enmarcada dentro de
la más pura tradición evolucionista. Afirma McDougall (1908/2003) que el objetivo de la
psicología social es analizar las bases instintivas del comportamiento social, es decir, mostrar
cómo las inclinaciones y capacidades naturales de la conciencia individual modulan toda la
compleja vida de las sociedades, aun quedando también condicionado el individuo por esta
vida social.
actuar de manera muy diferente a como lo harían en solitario. En los casos de grupos con poca
estructura y organización, esta mente grupal se convierte en irracional.
Edward Ross
Plantea Ross que la psicología social tiene como objeto las uniformidades de
comportamiento y pensamiento debidas a causas sociales, es decir, a las “interacciones
mentales” (Álvaro y Garrido, 2007). Ross reprodujo en su manual y divulgó las leyes de la
imitación de Tarde y analizó, además, el papel de la interacción y la asociación entre
individuos en la determinación del comportamiento individual. No obstante, su planteamiento
sociologista tuvo más éxito entre los sociólogos que entre los psicólogos (Gil-Lacruz, 2007).
46
De hecho, Ross era sociólogo y aunque McDougall era médico, las posturas instintivistas de
éste fueron las imperantes, en su momento, dentro de la orientación psicologista.
La psicología social, según Edward Ross, debía estar enmarcada dentro de la sociología,
puesto que su objeto de estudio versa sobre las causas y condiciones que hacen del individuo
un ser social (Pepitone, 1981). Para Ross, la psicología social trata de comprender y explicar
las uniformidades en los pensamientos, creencias y voliciones que son consecuencia de la
interacción de los seres humanos entre ellos. Sin embargo, también considera que la persona
posee, por sí misma, una entidad propia, pues, efectivamente, entiende al ser humano como
agente del cambio social, introduciendo así su tercer mecanismo explicativo de la conducta en
la sociedad: la actividad agente.
Aunque suelen marcarse diferencias entre los supuestos de Ross y los de McDougall,
algunos autores como Garrido y Álvaro (2007) o Munné (1994) sostienen que, pese a las
diferencias de énfasis, hay un fondo común en ambos, pues para Ross la imitación, por el
hecho de ser considerada innata en el ser humano, no es otra cosa que un instinto. Sin
embargo, estos mismos autores matizan que el instintivismo de Ross es subyacente, mientras
que el de McDougall resulta completamente explícito. Por otro lado, la defensa de la
desigualdad racial de McDougall era también compartida por Ross, quien en la segunda
década del siglo XX publicó varios artículos acerca de la supuesta superioridad de los
estadounidenses anglosajones sobre los inmigrantes llegados desde del sur de Europa, si bien
esta postura es matizada en su obra posterior, orientándose hacia una ideología más
democrática (Collier et ál., 1996).
Floyd Allport
La pretensión de Floyd Allport es crear una psicología social de carácter empirista, que
produzca conocimientos comparables con los de las ciencias naturales y que se apoye en la
metodología y la epistemología positivista. Sus ideas constituyen el punto de confluencia en
psicología social de tres elementos propios del paradigma conductista: el análisis de la
conducta observable, el individualismo metodológico y la investigación experimental (Álvaro,
1995).
hace Allport es forzar una separación conceptual entre individuo y sociedad, como si fueran
entidades esencialmente distintas (Graumann, 1986).
La Escuela de Chicago
La obra de Thomas y Znaniecki es una muestra del interés por el estudio de los
problemas sociales en el seno de la Escuela de Chicago. En su obra “El campesino polaco en
Europa y en América”, Thomas y Znaniecki tratan de formular una teoría social que dé cuenta
de las transformaciones personales, interpersonales y familiares que se producen como
consecuencia de la emigración. Para ello, centran su análisis en los efectos de la emigración
en campesinos polacos hacia las áreas urbanas de los Estados Unidos. A través de cinco
volúmenes publicados entre 1918 y 1920, describen cómo el abandono de un medio rural
cohesivo por el ambiente impersonal de la ciudad industrializada generaba problemas de
comportamiento y desorganización social en los grupos de inmigrantes. La tesis central de la
investigación de Thomas y Znaniecki es que la organización social, la cultura y los individuos
son interdependientes: los procesos mentales individuales son condicionados por la sociedad,
y los procesos sociales lo son por los estados de conciencia (Garrido y Álvaro, 2007). Los
valores del grupo guían la acción individual, mientras que las actitudes de la persona hacen
posible tal acción. Estas ideas llevan a Thomas y Znaniecki a analizar las relaciones
50
dinámicas entre valores sociales y actitudes individuales, lo que les aleja de la concepción de
la actitud como una variable vinculada sólo a lo individual.
Desde esta perspectiva de investigación, Park y Burgess gestan una ciencia social
urbana comprometida con el estudio de los problemas de las personas y los grupos, utilizando
la ciudad como “laboratorio natural” de observación de la vida social. Entre sus hallazgos se
encuentra que los problemas conductuales y psicológicos no se distribuyen por igual en todas
las áreas de la ciudad, sino que encontraron mayor incidencia de ellos en las zonas en que
habitaban inmigrantes y minorías étnicas, como consecuencia de las carencias materiales,
51
El comportamiento de los individuos, plantea Mead, debe ser estudiado a partir de las
características de la sociedad y los grupos de los que aquéllos forman parte. Mead explicó que
la interacción social está mediada por símbolos con significado, y estos símbolos permiten al
individuo, desde la infancia, ir obteniendo información sobre el mundo, sobre los demás y
sobre sí mismo. Esto ocurre mediante un proceso de comprensión de los roles sociales o
“role-taking”: si el otro puede ser identificado como padre, profesor, amigo, comerciante,…,
las normas sociales sobre cómo debería comportarse cada uno de ellos permiten predecir con
éxito de qué manera se van comportar, además de favorecer en uno mismo la adquisición de
los roles. De este modo, el aprendizaje de la conducta apropiada a cada rol supone una
interiorización de la sociedad dentro del individuo.
Mead se interesa por el desarrollo del self y recalcó −como ya lo había hecho Charles
Cooley a principios del siglo− que la noción de uno mismo, el autoconcepto, se origina, se
mantiene y se modifica mediante la interacción social: cada individuo construye su
52
autoconcepto a través de relacionarse con los demás y ver cómo los demás lo ven a él. En el
proceso de role-taking la persona recabará información sobre sí misma a partir de los otros y
aprenderá a anticipar cómo reaccionarán los demás ante su propia conducta. El concepto de
uno mismo es el resultado de verse a sí mismo desde la perspectiva del otro; así, el individuo
adopta en su mente las actitudes que los otros, generalmente, tienen hacia él. Entonces, la
persona podrá desplazarse fuera de sí misma y evaluar sus propias características y su propia
conducta. Por ejemplo, un niño puede decir de él mismo: soy un buen/mal alumno, un
buen/mal compañero, un buen/mal hijo,… o soy o no soy simpático, atractivo, inteligente,…,
y siempre lo hará desde la referencia de los significados sociales que ha aprendido.
En la psicología social actual existe cierto consenso en considerar que las actitudes
hacen referencia al grado favorable o desfavorable con que las personas tienden a juzgar un
determinado aspecto de la realidad social (Briñol, Falces y Becerra, 2007). A menudo, el
lenguaje común y el mediático usan el término “actitud” con el sentido de “manera de actuar”,
“forma de proceder”,… cuando, realmente, su sentido real es el de predisposición psicológica
53
El aire científico que posibilitaban los estudios de tipo cuantitativo para medir las
actitudes jugó un papel muy positivo para facilitar la emergencia de la psicología social como
disciplina (Garrido y Álvaro, 2007). En esa época surgió un auténtico fervor por la medida y
muchos psicólogos proclamaban que, por fin, la psicología podía ser tan científica como las
ciencias naturales. Fue destacable el apoyo económico que las grandes fundaciones −Ford,
Carnegie, Rockefeller,…− aportaron a la investigación actitudinal, contribuyendo a certificar
el estatus científico de la psicología social (Jiménez-Burillo, 2005).
Todas estas propuestas participan del auge de las técnicas psicométricas basadas en el
principio de Alfred Binet, según el cual todas las instancias psicológicas pueden medirse y
todas ellas deben definirse por principios métricos (González-García, López-Cerezo, Luján y
Tortosa, 1998). El interés por la medición es extensivo a todas las ciencias sociales durante la
década de los años treinta del siglo XX. La realización de investigaciones mediante encuesta y
las técnicas estadísticas de tratamiento de datos brindaban la posibilidad a empresas, partidos
políticos y gobiernos de conocer el nivel de aceptación de sus productos, sus programas o sus
54
políticas. Sin embargo, el éxito de esta modalidad de investigación psicométrica para las
actitudes trajo consigo el fortalecimiento de un concepto muy particular sobre la actitud: la
aceptación del individualismo metodológico, amparado en la consideración de que es posible
obtener datos de interés contenidos en las manifestaciones de los individuos aisladamente
considerados, tomando poco en cuenta la génesis sociocultural de sus posicionamientos
actitudinales y sus expresiones.
En Francia son relevantes las figuras de Charles Blondel y de Maurice Halbwachs por
sus aportaciones sobre la memoria colectiva, centradas en el análisis de los marcos sociales de
la memoria. Blondel (1928/1966) y Halbwachs (1925/1994) coinciden en proponer que la
memoria humana es de naturaleza social porque sus contenidos se refieren a acontecimientos
sociales, porque se apoya en marcos de referencia social y porque las personas que comparten
un grupo social comparten también elementos de memoria; además, la memoria utiliza y se
basa en el lenguaje, que es un elemento intersubjetivo, compartido y significado en lo
sociocultural.
través del análisis de la cultura de masas deshumanizadora. Este instituto fue clausurado y
proscrito por el gobierno nazi en 1933, lo que llevó a varios de sus integrantes a trasladarse a
Nueva York, hasta que en 1949 vuelve a ser refundado en Fráncfort. Nombres como Max
Horkheimer, Theodor Adorno, Herbert Marcuse o Erich Fromm forman parte de la primera
generación de la Escuela de Fráncfort.
El periodo que transcurre entre la década de los treinta y la de los cincuenta del siglo
XX se puede calificar de fundamental para la consolidación de la psicología social (Collier et
ál., 1996; Garrido y Álvaro, 2007; Jiménez-Burillo, 1986; Pepitone, 1981). Varios son los
motivos que explican esta consolidación y expansión, a los cuales nos referiremos en el
presente apartado.
Entre los temas de interés para la psicología social de esta época destaca el de los
grupos. Desde los años treinta del siglo XX se produce un incremento en la investigación
59
sobre los grupos en sus contextos naturales, sobre todo desde el Departamento de Sociología
de la Universidad de Chicago. Como señala Blanco (1989), durante la década de los veinte ya
se habían elaborado investigaciones sobre los grupos en contextos naturales: son muestra de
ello algunos estudios realizados en Chicago sobre comportamiento grupal en ámbitos muy
diferentes, como las bandas de jóvenes de los barrios o los elitistas clubes privados de reunión
de las clases altas. Esta línea de trabajo naturalista tendrá continuidad en los años posteriores
con la ampliación de ámbitos temáticos −estructura de clases, modos de vida de los
grupos,…− y cuyo ejemplo más conocido será el famoso libro de William Whyte “La
sociedad de las esquinas” (Whyte, 1943/1971) sobre las bandas de jóvenes en Chicago, donde
demuestra que la supuesta anomia social atribuida a estos jóvenes no es tal, pues sí existe una
fuerte adhesión a los valores propios del grupo.
Pero el cambio cualitativo que comienza en los años treinta −exceptuando las
mencionadas investigaciones sobre grupos realizadas en contextos naturales− consiste en el
auge del método experimental de laboratorio: prescindir de los grupos naturales e investigar
con grupos artificiales creados ex profeso. En 1931, había aparecido el texto de Lois Murphy,
“Psicología social experimental”, a decir de Jiménez-Burillo (2005) la primera vez que el
término “experimental” aparece explícitamente en un título de psicología social. En este texto,
Murphy indica que pese a no haber cuajado aún una psicología social experimental
sistematizada, ésta tendría que ser una tarea, entre otras de interés, que debería ocupar al
psicólogo social. De hecho, entre los años treinta y los cincuenta se produce un incremento
considerable en la utilización del método experimental en la investigación psicosocial, lo cual
60
Entre los trabajos experimentales sobre grupos destacan los de Muzafer Sherif sobre
cómo se forman las normas sociales en los grupos. Mediante la manipulación experimental de
la situación, sus célebres experimentos sobre el efecto autocinético ponen de manifiesto la
posibilidad de abordar experimentalmente el estudio de procesos psicosociales (Sherif,
1936/1966), abriendo camino a una rica tradición de investigaciones experimentales −como
las que llevaría a cabo, más tarde, Solomon Asch− acerca la presión uniformadora del grupo y
la respuesta individual de conformidad normativa ante ella. Son importantes, asimismo, sus
estudios sobre competición y cooperación entre grupos (Sherif y Sherif, 1953), en los cuales
se aplica la manipulación experimental de la situación para crear y eliminar conflicto
intergrupal, con grupos formados ex profeso pero llevados a situaciones aparentemente
naturales −adolescentes en campamentos de vacaciones−.
Sin duda, uno de los autores que más destacan por la repercusión de sus contribuciones,
no sólo en el estudio de los grupos, sino en toda la psicología social y, especialmente, en la
consolidación del método experimental, es Kurt Lewin (Blanco et ál., 2005). Inspirado en los
planteamientos de la Escuela de la Gestalt, Lewin considerara al grupo interactivo como un
todo dinámico, con características sustancialmente diferentes a las de los miembros que lo
componen. Desde su perspectiva, la dinámica del grupo o conjunto de fuerzas que actúan en
él debe investigarse articulando teorización y experimentación. Las contribuciones de Kurt
Lewin sobre estilos de liderazgo, climas grupales o grupos de aprendizaje y trabajo (Lewin y
Lippitt, 1938; Lewin, Lippitt y White, 1939) inauguran una nueva línea de tratamiento en el
estudio de los grupos interactivos. En materia de estilos de liderazgo en grupos de trabajo, su
demostración empírica de que el liderazgo democrático mejora la productividad, frente al
autoritario y el permisivo, sirvió, además, para certificar los valores de la democracia, en un
momento de crisis social y política en el mundo.
fuente del self y de las variables psicológicas. Esta corriente tendrá gran influencia en la
psicología social de corte sociologista.
transmisión de rumores en los contextos sociales; o los trabajos sobre el motivo de logro de
David McClelland, que describen las características del tipo de motivación asociado a la
superación de desafíos en la vida social. Mención aparte, merecen las investigaciones de
Jerome Bruner, en la formulación de lo que se denominará “new look in perception”, que
supone la inclusión de las motivaciones, expectativas, experiencias, actitudes y valores de los
sujetos dentro del proceso de percepción de la realidad, lo que convierte a la percepción
humana en un proceso dinámico y selectivo que va más allá de la información efectivamente
dada. Las investigaciones de Bruner constituyeron una influencia importante tanto para los
planteamientos de la cognición social, que posteriormente triunfarán en la psicología social,
como para los de la tradición sociocognitiva europea.
llevados a cabo por Hovland y su equipo abordan diferentes cuestiones, tales como el papel
que en la persuasión juega el orden de presentación de los argumentos, los mecanismos de
resistencia a la persuasión, el análisis de las características de la fuente persuasiva o la
naturaleza del mensaje. Pese a la orientación neoconductista del Instituto de Relaciones
Humanas, una de sus peculiaridades fue la incorporación de investigadores con
planteamientos diferentes. Así, será posible encontrar colaboraciones con algunos psicólogos
sociales de influencia lewiniana, como Muzafer Sherif o Harold Kelley. También fueron
significativas en Yale las investigaciones que John Dollard y Neal Miller realizaron durante
los años treinta sobre la conducta agresiva. Dollard y Miller proponen, en su famosa teoría de
frustración-agresión, que lo que pone en marcha un comportamiento agresivo es la existencia
de alguna condición previa de frustración en ese individuo.
La psicología social vivió en el periodo que transcurre entre la década de los treinta y la
de los cincuenta del siglo XX un extraordinario desarrollo: consolidación de la
experimentación, ampliación temática, formulación de teorías explicativas, impulso de la
aplicación y reconocimiento institucional. Este desarrollo seguirá con una nueva etapa de
expansión en las dos décadas posteriores.
Entre las décadas de los sesenta y los setenta del siglo XX, la psicología social vive un
segundo momento de expansión y de gran producción investigadora y editorial. La
consolidación de líneas de investigación, de institutos y departamentos universitarios, así
como de las numerosas formulaciones teóricas surgidas en la etapa anterior, seguirá
promoviendo el desarrollo de la disciplina.
− La teoría de las bases del poder de French y Raven (1959), que define el poder como
el cambio conductual producido en un sujeto como consecuencia de la acción particular de
otra persona o grupo de personas. Esta relación puede aparecer en situaciones sociales muy
diversas: desde relaciones en ámbitos formales, hasta las que se producen en la familia,
relaciones de pareja, amistosas,… e, incluso, a través de los mass media. French y Raven
66
describen cinco tipos de poder: el poder de recompensa, cuya base es la capacidad de una
parte para distribuir recompensas valiosas para la otra; el poder coercitivo, basado en la
capacidad para castigar o sancionar; el poder de referente, cuya base es la identificación con
el agente de poder; el poder del experto, basado en la mayor capacidad, experiencia o nivel de
conocimientos de una de las partes; y el poder legítimo, que está basado en prescripciones
legales o morales.
− Los trabajos de Martin Fishbein y Icek Ajzen sobre las relaciones entre actitudes y
conducta. La cuestión clave es en qué grado las actitudes son predictivas de la conducta o,
dicho de otra manera ¿actuamos las personas como pensamos? ¿nuestro comportamiento
siempre refleja nuestros posicionamientos internos? A este respecto, Fishbein y Ajzen (1975)
proponen la teoría de la acción razonada, según la cual la conducta realizada por una persona
dependerá de tres factores: la probabilidad percibida de que esa conducta dé lugar a
determinados efectos, el nivel de deseabilidad que la persona otorga a esos efectos y la norma
social subjetiva o percepción acerca de cómo será acogida tal conducta entre los miembros de
su contexto social más próximo. Más tarde, Ajzen (1985), en su teoría de la acción
planificada, añadirá un nuevo factor: la capacidad que el individuo percibe en sí mismo para
llevar a cabo con éxito tal conducta. De este modo, el comportamiento humano no siempre
será un reflejo del posicionamiento actitudinal, sino que entrarán también en juego presiones
sociales y autoevaluaciones personales.
− Los estudios de Milton Rokeach acerca de la mentalidad abierta o cerrada como dos
polos actitudinales con implicaciones para la vida social. Rokeach (1960) se aproxima a la
conceptualización del dogmatismo, ampliando las aportaciones de la Escuela de Fráncfort
sobre la personalidad autoritaria, y mostrando que la actitud rígida y dogmática no es
exclusiva de personas con ideología conservadora, sino que puede aparecer igual en
individuos no conservadores políticamente, pues se trata de un rasgo psicológico.
Simultáneamente, Rokeach, Smith y Evans (1960) plantean su teoría de la incongruencia de
creencias, que explica que el prejuicio intergrupal está basado en la distancia de creencias y
valores entre el endogrupo y el exogrupo: si el sistema de creencias mantenido por el
exogrupo es muy distinto al propio, la consideración de que ambos son compatibles pondría
en duda los valores en los que una persona cree y que sustentan su vida cotidiana.
− Las investigaciones sobre grupos de trabajo, como las desarrolladas por Steiner
(1972), que realiza una tipología de tareas grupales y destaca en qué circunstancias los grupos
pueden perder rendimiento debido a una mala gestión del proceso interactivo. Aparece
también en este periodo un enorme interés por los estilos de liderazgo que resultan más
efectivos en la dirección de equipos de trabajo. Entre la gran cantidad de estudios al respecto,
destacamos los de Blake y Mouton (1964) que diferencian las distintas maneras de ejercer el
liderazgo formal, en función de que el director del grupo conceda mayor o menor importancia
a dos dimensiones bipolares: la orientación hacia la tarea y la orientación hacia las personas.
En torno a estos dos ejes se situarán las diversas posiciones que puede adoptar el liderazgo
formal.
con la finalidad de adecuar éstos a las necesidades de las personas. Son relevantes las
aplicaciones a la construcción de hospitales, con la finalidad de que la estructura
arquitectónica de éstos se adaptara a las necesidades de los enfermos, con estructuras radiales
de pasillos, habitaciones equipadas para preservar la intimidad y la comodidad, espacios
desburocratizados,… (Cousins, 1979; Trites, Galbraith, Sturdavant y Leckwert, 1970).
− Los estudios que permitieron conceptualizar el apoyo social, como los realizados por
Cassel (1974) o por Cobb (1976). En ellos se pone de relieve el papel del apoyo social en el
bienestar emocional y la salud física de las personas, así como que la integración social es una
necesidad básica para el ser humano: formar parte de redes relacionales establecidas con
familiares, amigos, compañeros o vecinos predice bienestar y salud, al contrario de lo que
ocurre cuando la persona no dispone de tales redes.
Con respecto a lo que pasaba en Europa durante los años sesenta y setenta, Cartwright
(1979) e Ibáñez (1990) se refieren a este periodo como de un retorno americanizado de la
disciplina, en el cual las producciones estadounidenses determinarán las producciones
europeas. Pero este periodo de americanización encontrará salida en la producción de una
psicología social europea con personalidad propia, caracterizada por un mayor énfasis en los
aspectos sociales, frente a la primacía de los planteamientos individualistas de la psicología
social estadounidense.
Las aportaciones europeas más destacadas tienen lugar en el Reino Unido y en Francia.
En este primer país, Henri Tajfel dará a conocer sus estudios sobre percepción, inspirados en
las investigaciones de Jerome Bruner, y consigue aglutinar en la Universidad de Bristol a un
activo grupo de investigadores, entre los que figuran nombres como John Turner, Howard
Giles o Michael Billig. En la década de los setenta se crea el “British Journal of Social
Psychology” y el “European Journal of Social Psychology”. El propio Tajfel dirigirá la
publicación de la prestigiosa colección de monografías “European Monographs in Social
Psychology”. Estas publicaciones proporcionarán a la psicología social europea la fuerza
necesaria para dar a conocer sus estudios y propuestas teóricas (Ibáñez, 1990).
70
En España hay que mencionar dos figuras relevantes: Miquel Siguan y José Luis
Pinillos. En una época de transformaciones sociales y políticas, como consecuencia del final
del franquismo, Siguan se interesa por la problemática y la dinámica de una sociedad
encaminada hacia la modernización de sus estructuras e instituciones (Carpintero, 2004). Su
trabajo psicosocial se dirige hacia el estudio de los movimientos sociales y al de las
condiciones de vida de los inmigrantes que llegaban al medio urbano desde el rural, así como
hacia una psicología del trabajo comprometida y orientada a la mejora de las condiciones
laborales de los trabajadores. También destaca por sus estudios en sociolingüística, realizando
investigaciones sobre el bilingüismo, la convivencia lingüística y la situación social de las
lenguas minoritarias. Estudia el hecho social de las lenguas en contacto con una perspectiva
basada en la superación de conflictos y en la defensa de la diversidad cultural como factor
enriquecedor de las sociedades.
Hacia el final del periodo de expansión que ha sido expuesto en los apartados
precedentes aparecen numerosas formulaciones críticas, desde dentro de la disciplina,
respecto al modo dominante de hacer psicología social. Es la época de “la crisis”, datada en
torno a los años setenta del siglo XX. Nos referiremos a estas críticas e intentaremos
analizarlas, pero cabe decir antes que el cuestionamiento de los modelos teóricos y
metodológicos institucionalizados no incumbió sólo a la psicología social, sino, también y en
general, a las ciencias que tratan del ser humano y de la sociedad, incluyendo a la psicología
(Gil-Lacruz, 2007), si bien es cierto que, dentro de las ciencias del comportamiento, la
psicología social se resintió más ante la crítica, pues encajó peor los dos principales
argumentos de ésta: el individualismo teórico y metodológico imperante en los paradigmas
psicológicos al uso y las limitaciones del método experimental. Dicho de otra manera, aquella
psicología cuyo objeto de estudio es lo individual se sintió menos aludida por esos
argumentos críticos, mientras que la psicología social necesitó detenerse un momento a
reflexionar sobre sí misma.
Para entender la crisis de los setenta habrá que buscar los motivos no sólo en factores
internos de la disciplina sino también en el marco general del pensamiento científico, en
concreto la crisis del pensamiento moderno y la cuestión de los límites de la razón (Crespo,
1995; Ovejero, 1999). Las ciencias sociales son herederas de la Modernidad y una de las
características más singulares de ésta es la confianza depositada en el progreso fundamentado
72
en la razón. Los pensadores de la Ilustración consideraban que existía una relación esencial
entre racionalidad, progreso y libertad: el predominio de lo racional conducirá a la libertad y
al progreso. La crítica posmoderna pondrá en duda la existencia una relación directa y no
conflictiva entre razón, progreso y libertad, así como la creencia en la seguridad y positividad
de la razón.
Pero las dudas no sólo se dirigen a la metodología, sino también al modelo de ciencia
que sigue la psicología social y al modelo de ser humano que se deriva. En la obra “La
explicación de la conducta social” de Rom Harré y Paul Secord, los cuestionamientos sobre la
psicología social dominante se refieren tanto a los planteamientos metodológicos como a los
teóricos. Harré y Secord (1972) critican la imagen mecanicista del ser humano que propone la
investigación experimental y la pretensión de que la actuación de las personas en la sociedad
esté regida por leyes explicativas de carácter universal e infalible.
Más explosiva fue la aportación al debate de Kenneth Gergen, con su artículo “La
psicología social como historia”, tanto por su radical cuestionamiento como por el debate que
propició y las críticas que se le dirigieron. Gergen (1973) proponía que la psicología social es
más histórica que científica, pues el conocimiento que genera no es acumulativo. Añade
Gergen que eso es así no por algún tipo de deficiencia inherente y salvable mediante una
mayor nivel de rigurosidad, sino, simplemente, porque la psicología social estudia fenómenos
y procesos fundamentalmente inestables, dada su natural supeditación a las condiciones
históricas y culturales. Para Gergen, la mayoría de las investigaciones en la psicología social
experimental se focalizan en lo que ocurre en segmentos escasos de segundos o minutos,
habiéndose centrado muy poco en la función de esos segmentos dentro de su contexto
histórico; la consecuencia es que se dispone de escasa teoría que trate de la interrelación de
acontecimientos a lo largo de periodos dilatados de tiempo. Los factores políticos,
74
económicos e institucionales son todos ellos inputs necesarios para una comprensión
integrada. Concentrarse sólo en lo psicológico, dice Gergen, proporciona una comprensión
distorsionada de la condición humana.
como el orden social basado en la meritocracia, en ambos casos sin tomar en consideración
los factores sociales que favorecen o dificultan el éxito.
¿Cómo se resolvió la crisis? Rijsman y Stroebe (1989) explican que la crisis condujo, a
partir de los años ochenta, a una división de la disciplina. Por un lado, se mantuvo el
paradigma experimentalista, con su asimilación al modelo de las ciencias naturales y con un
marcado acento cognitivista. Por otro, se desarrollan modelos alternativos, como el etogénico
o el construccionismo social, que rechazan el paradigma experimentalista y el método
hipotético-deductivo para la psicología social. En una posición intermedia se ubicarían otras
propuestas, como, por ejemplo, las de la perspectiva sociocognitiva europea, encabezadas por
Serge Moscovici, que no reniegan del experimento, pero reformulan los aspectos más
artificiosos del método clásico. En este contexto, Moscovici (1989) reclamará un estatus
independiente para la psicología social, sin que ello evitara una cierta continuidad del
conocimiento psicosocial con el psicológico, pero también con el sociológico, el
antropológico o el histórico.
A finales de los noventa, algunos autores como Ovejero (1997, 1999) defendían que la
psicología social aún no se había recuperado de la crisis, pues la disciplina seguía
mayoritariamente instalada en los modelos individualistas herederos de la ideología liberal
estadounidense y aislada de las demás ciencias sociales y humanas. El mismo Ovejero afirma
que las fronteras entre las ciencias sociales son, realmente, artificiosas y aboga por la
permeabilidad de la psicología social al resto de disciplinas afines −no sólo a la psicología− y
por articular un orden teórico y metodológico basado en la diversidad de enfoques.
77
Anteriormente, Blanco (1989) había descrito muy expresivamente cómo, desde los años
setenta, se produce una invasión de las teorías cognitivistas en la psicología social, que
institucionalizarán en ella los modelos teóricos de la cognición social. Aunque, junto a ello y
como consecuencia de la crítica, prosigue Blanco, convivirán otras corrientes que destacan la
importancia de las variables socioambientales en el comportamiento humano, además de
abrirse también el camino para la psicología social aplicada, orientada a la solución de los
problemas sociales relevantes.
Aunque la psicología social posmoderna ha sido cuestionada por algunos autores, como
Morgan (1996), por “parecer un cajón de sastre en el que todo entra”, lo cierto es que en
determinados sectores se considera que representa una postura sana para generar debate
dentro de la disciplina y para incrementar su versatilidad (Gil-Lacruz, 2007). Como afirma
Blanco (1995), la psicología social es una, pero se puede expresar de maneras diversas. Desde
una posición crítica al paradigma hegemónico, Stryker (1997) manifiesta que fundamentar la
producción de conocimiento en el experimento de laboratorio y en el estudio de los procesos
intrapsíquicos puede resultar muy útil para el propósito de cierta investigación básica, pero no
lo es tanto para atender a gran parte de los problemas sociales.
Es también destacable en este periodo el interés de los psicólogos sociales por el estudio
de la vida cotidiana. El objetivo es entender numerosos procesos de interacción social desde
las raíces psicológicas y relacionales de los mismos, y hacerlo desde el realismo que arrojan
los modos de relacionarse cotidianos, tal y como los llevan a cabo las personas en su vida
común. A este respecto, hay que mencionar la aportación de Cialdini (1984) sobre cómo las
personas influyen y son influidas por los actos de los demás, como resultado de la activación
79
− Utilización del conocimiento en el mismo contexto del que proviene. De este modo,
se cierra el ciclo y se retorna al primer elemento: la mejora de la calidad de vida de los
individuos, los grupos y las sociedades.
Fue también suceso de esta época −al menos dentro de los sectores interesados por la
psicología social aplicada− la recuperación de las propuestas de Kurt Lewin sobre
investigación-acción: la investigación y la praxis de intervención son las dos caras de un
mismo proceso. La investigación de un problema social genera un intento científico para
modificarlo, y la aplicación de este intento sigue generando conocimiento sobre el problema,
81
su contexto, sus dimensiones y sus causas (Nouvilas, 2007). Esta idea lewiniana tuvo
importante repercusión en el desarrollo de la psicología comunitaria y en las intervenciones en
entornos vecinales −barrios− y servicios sociales comunitarios (Montenegro, 2004a; Sánchez-
Vidal, 2007), así como también en el ámbito educativo (Elliot, 1990; Pérez-Serrano, 1990) e,
incluso, en el organizacional (French y Bell, 1996).
En los últimos años, la psicología social aplicada se ha hecho eco de las aportaciones de
la corriente llamada “psicología positiva” 1. Esta corriente, surgida en el ámbito de la
psicología clínica, pone el punto de mira en la potenciación de los recursos psicológicos y
sociales de la persona para la consecución del bienestar, más que en el análisis de los rasgos
patológicos y la enfermedad mental (Vázquez y Hervás, 2008). Se identifican como factores
de bienestar: las relaciones sociales, la potenciación de las capacidades, la implicación
personal en los asuntos cotidianos y la influencia positiva sobre los acontecimientos. Emerge,
en este contexto, el concepto de “capital social”, entendido como aquellas potencialidades de
1 El adjetivo “positiva” alude a la potenciación de las capacidades de la persona, frente a la visión “negativa” que
focaliza sobre la patología. No tiene que ver, por tanto, con una alusión explícita al positivismo, aunque la corriente de la
psicología positiva sí utiliza los presupuestos de la investigación científica tradicional.
82
las personas que se derivan de sus relaciones sociales y permiten aumentar la capacidad de
acción y satisfacer objetivos y necesidades en la vida social, al tiempo que pueden facilitar la
cooperación interpersonal en beneficio mutuo (Gil-Lacruz, 2007). Tal visión de las cosas
contiene importantes referentes para la psicología social aplicada, en el sentido de promoverse
intervenciones −en el terreno comunitario, organizacional, educativo,…− dirigidas a la mejora
del bienestar social y de la calidad de vida de personas y grupos, mediante la potenciación
permanente de aquellos recursos que les permitan satisfacer sus necesidades, y no sólo la
reducción de dificultades concretas (Cantera, 2004).
− Psicología ambiental.
83
− Psicología jurídica.
− Psicología de la comunicación.
Munné (1989), por su parte, distingue cinco grandes marcos teóricos en psicología
social, en los que advierte, dado el carácter paradigmático que poseen, supuestos
epistemológicos propios, procesos formativos particulares y productos teóricos genuinos.
Estos marcos son, según Munné, los siguientes: el psicoanálisis social, el conductismo social,
el cognitivismo social, el interaccionismo simbólico −con sus enfoques afines, como la
etnometodología− y la psicología social marxiana. Del mismo modo, Ibáñez (2003) distingue
también cinco grandes orientaciones en la psicología social: el interaccionismo simbólico, el
conductismo social, la orientación psicoanalítica, el guestaltismo y cognitivismo y el
socioconstruccionismo.
85
Para el desarrollo de este capítulo hemos optado por la agrupación de las diferentes
teorías siguiendo un criterio de adscripción a sistemas teóricos, agrupando las teorías en
función de que compartan supuestos, principios, postulados o perspectivas. En la medida en
que algunas de las corrientes que conforman la psicología social confluyen en supuestos y
propuestas, y se manifiestan como formas características de hacer psicología social, podrán
ser agrupadas bajo el mismo epígrafe. La sistematización que seguiremos en este capítulo es
la siguiente:
1) La orientación psicoanalítica.
3) La orientación guestaltista.
4) La orientación cognitivista.
5) La orientación sociocognitiva.
9) La perspectiva evolucionista.
La orientación psicoanalítica
Durante las primeras décadas del siglo XX, las teorías de Sigmund Freud se difundieron
con profusión en el mundo académico y profesional de la psicología. Con desigual aceptación
en diferentes sectores, el psicoanálisis se constituyó en una escuela de pensamiento que ha
dejado una cierta impronta en las ciencias sociales, y cuya novedad radicó en la peculiar
noción de ser humano que presentaba. Para ser justos, las aportaciones de Freud y el
psicoanálisis habrá que observarlas en una doble dimensión: una en el terreno de la psicología
clínica −la terapia psicoanalítica− y otra en el del pensamiento acerca del ser humano y la
sociedad.
86
de la educación paterna. El ello y la realidad exterior presionan al yo, y éste tomará decisiones
conductuales que, después, serán evaluadas por el superyó (Bermejo y Tortosa, 1998).
En otro orden de cosas, Freud realiza un análisis de la conducta grupal, tomando como
punto de inspiración los estudios de Le Bon sobre la conducta de las multitudes. Freud
(1922/1987), en su libro “Psicología de las masas”, intentó especificar la naturaleza y el
origen de los vínculos emocionales que se producen en el seno de los grupos. Consideraba
que en un grupo típico con un líder definido y sin una organización formal concreta, este líder
se constituye temporalmente en objeto común de orientación emocional, sustituyendo a los
vínculos parentales que dieron origen al superyó. A medida que los miembros del grupo
utilizan al líder como sustituto de sus superyós, establecen entre ellos una identificación
general y recíproca del yo. Pero también reconoce Freud que el individuo no desaparece
pasivamente en la pertenencia al grupo, sino que la identificación es limitada y diferenciada
para los individuos en cuestión. Cada individuo establece vínculos grupales en muchas
direcciones, lo que ayuda a equilibrar la personalidad. Precisamente, para Freud, las
filiaciones estables al grupo constituyen la base de una personalidad estable (Schellenberg,
1981).
(1988) considera que la aportación del psicoanálisis es tan modesta que se hace innecesario
incluir la orientación psicoanalítica como un referente teórico en psicología social. De hecho,
en los manuales al uso de psicología social esta orientación es la que menos espacio ocupa, al
compararla con la cognitivista, la conductista o la guestaltista (Garrido y Álvaro, 2007;
Jiménez-Burillo, Sangrador, Barrón y De Paúl, 1992).
Otras aportaciones del psicoanálisis a la psicología social las encontramos en los autores
de la Escuela de Fráncfort, que recogen propuestas freudianas para elaborar su análisis crítico
sobre las condiciones sociales. Dedicaremos un apartado a la Escuela de Fráncfort, dentro de
las orientaciones alternativas en psicología social, dada su sustantividad más allá de la
influencia psicoanalítica. Pero anticiparemos aquí como relevante una aportación
francfortiana: la línea de estudios de Theodor Adorno sobre el prejuicio etnocentrista basado
en la personalidad autoritaria, una configuración de personalidad caracterizada por la
adhesión incondicional a los valores convencionales del endogrupo y por el rechazo hacia
quien los desconfirmara (Adorno, Frenkel-Brunswick, Levinson y Sanford, 1950/1965).
Anteriormente, Wilhelm Reich, discípulo disidente de Sigmund Freud, había desarrollado su
89
Por último, otra línea de inspiración psicoanalítica es la de los estudios sobre formación
y cambio de actitudes. A este respecto, hay que mencionar los trabajos de Sarnoff (1960),
cuya posición consiste en que las actitudes tienen como función la reducción de la tensión
existente en la psique. Para Sarnoff, la actitud de una persona hacia cierta clase de objetos está
determinada por el papel que juegan dichos objetos en la reducción de la tensión causada por
determinadas motivaciones o por determinados conflictos entre motivos. Una concepción
similar también puede encontrarse en Katz (1960), quien destaca el papel funcional de
defensa del yo que poseen las actitudes.
Taylor (1998) señala dos factores por los cuales el conductismo perdió protagonismo en
la psicología social. En primer lugar, por la ubicación que realiza de las causas de la conducta
90
Entre las décadas de los veinte y los cincuenta del siglo XX las teorías conductistas
tienen una presencia hegemónica en la psicología estadounidense, pero habrá que esperar a
los posteriores desarrollos neoconductistas para encontrar una impronta más significativa en
la psicología social. La psicología conductista tiene su origen en los Estados Unidos, a partir
de los trabajos desarrollados en los años veinte por John Watson, influido por la investigación
etológica de Edward Thorndike sobre adquisición de conductas en animales y por la
reflexología soviética, en especial las investigaciones sobre reflejos condicionados de Iván
Pávlov. Es característico del conductismo su deseo de construir una ciencia experimental de la
conducta observable, lo cual se mostraba irreconciliable con el psicoanálisis, que,
contemporáneamente, postulaba una psicología de la dinámica del inconsciente, y cuyo
método de conocimiento se basaba en la especulación alejada del empirismo. Como afirman
Pérez-Garrido, Tortosa y Calatayud (1998), Watson pretende construir una ciencia natural de
la conducta humana −no tiene dudas sobre la adscripción de su psicología a las ciencias
naturales, pues estudia el comportamiento del animal humano−, y lo hace desde presupuestos
estrictamente experimentalistas, aunque también reconoce el carácter aplicado de su ciencia
para la mejora de la sociedad.
Skinner (1953/1981a), en la más pura tradición conductista, propone que los patrones de
conducta son adquiridos, mantenidos o abandonados a partir de las consecuencias que esa
conducta tenga para el individuo que la realiza. De este modo, las contingencias ambientales
determinarán, afirma Skinner, el comportamiento de los individuos:
Skinner defiende que no es posible estudiar los procesos internos −la mente−, ya que,
según su propuesta, no son susceptibles de ser observados ni verificados experimentalmente.
Es rasgo característico de su formulación el rechazo a las explicaciones mentalistas y, por
tanto, también a las variables internas que puedan tener presencia en el esquema estímulo-
respuesta. Así, desde su perspectiva, se considera que “conducta” es, estrictamente, lo
observable y que es sólo un producto de la interacción adaptativa con el ambiente. La
conducta social será resultado de contingencias de refuerzo acaecidas en el marco de las
relaciones entre individuos: por ejemplo, el lenguaje, como una modalidad de conducta social,
se aprende por condicionamiento operante, como ocurre con cualquier otro comportamiento
(Skinner, 1957/1981b).
Más tarde, Miller y Dollard (1941), en su obra “Aprendizaje social e imitación” abordan
otra línea de investigación, dirigida, esta vez, a explicar la adquisición de conductas a través
del aprendizaje por imitación. Su propuesta es que en la infancia se adquiere una tendencia a
imitar, que aumenta progresivamente debido al refuerzo positivo de las respuestas imitativas
ante el modelo. Así, en la interacción social la imitación opera proporcionando,
simultáneamente, el modelo de conducta y el refuerzo. La imitación se generalizará a nuevas
situaciones fuera del momento en que se produce, es decir, no ocurrirá sólo de forma
mecánica ante el modelo. La imitación social, según Miller y Dollard, como principio de
aprendizaje conductual, tiene un papel importante en la conformidad normativa −la adopción
de las normas y convenciones convivenciales− y en la adquisición del lenguaje.
Sin embargo, Bandura (1965) sostendrá que la anterior explicación es incompleta, pues
no da cuenta de cómo se produce la adquisición de respuestas conductuales que la persona
aún no conoce. Albert Bandura propone que la adquisición de respuestas imitativas es fruto de
la observación del comportamiento de otra persona que sirve de modelo, no siendo necesario
el refuerzo hasta la ejecución por parte del observador de las conductas imitadas. En este
sentido, el refuerzo actuaría más para mantener la conducta que para adquirirla. La
originalidad de la aportación de Bandura estriba en su propuesta para explicar el aprendizaje
social a partir del aprendizaje vicario: ocurre aprendizaje vicario cuando se adquiere una
conducta por haber observado a otros hacerla. El aprendizaje social, para Bandura, es
resultado de la observación de la conducta de otros y de la observación de las consecuencias
que para ellos tienen tales conductas; no es necesario que las respuestas imitativas del
observador sean reforzadas ni realizadas abiertamente por éste durante la exposición al
modelo. El hecho de que la observación de las conductas de otras personas pueda estimular
comportamientos parecidos en los observadores, a través de la participación imaginaria en la
experiencia ajena, es lo que se ha denominado “condicionamiento vicario”.
proceder de la ficción, de los medios de comunicación,… El modelado, por otra parte, puede
servir tanto para reforzar como para inhibir ciertas respuestas conductuales.
Un campo en el que Albert Bandura aplicó sus conceptos fue el de la conducta agresiva.
Bandura (1973) comprueba que los niños aprenden la conducta agresiva de los adultos, de
otros niños o de los medios de comunicación, por medio de la observación y la imitación. Las
imágenes de la conducta del modelo se archivan en la memoria del observador y,
posteriormente, cuando se presente la ocasión oportuna, serán recuperadas en la realización
del acto agresivo. Si los modelos violentos obtienen recompensas sociales −reputación,
reconocimiento,…− como consecuencia de su conducta, la imitación será más probable. En
todo caso, si la conducta agresiva del observador no es reforzada cuando la ponga en práctica,
tenderá a extinguirse.
El objetivo del equipo de investigadores del grupo de Hovland fue determinar qué
características de la fuente comunicativa, del mensaje y del receptor hacen más fácil la
98
William McGuire es uno de los principales seguidores de esta prolífica línea e interpreta
el modelo de la comunicación persuasiva a partir de los dos procesos que acontecen en el
receptor cuando es persuadido: la recepción del mensaje y la aceptación del mismo (McGuire,
1968, 1985). Para que un mensaje tenga efectos persuasivos es necesario que sea, en primer
lugar, atendido, bien comprendido y retenido por el receptor −factor recepción− y, en segundo
lugar, que sea aceptado por éste. Si falla uno de los dos factores, el cambio actitudinal será
muy poco probable. McGuire investiga también la influencia de ciertas características
individuales sobre estos dos factores; así, por ejemplo, las personas con escaso interés por el
mundo que les rodea y aquéllas con menor nivel de inteligencia tendrán más dificultades para
la recepción de un mensaje contradictorio con sus actitudes previas.
El punto que conecta entre sí las teorías del intercambio social desarrolladas en la
década de los cincuenta y los sesenta es su visión economicista de la interacción social. Por
ello el rótulo de “intercambio” social. El argumento cardinal de esta concepción, siguiendo la
propuesta precursora de Homans (1958), reside en la consideración de que las personas, en
sus relaciones sociales, realizan comparaciones y cálculos sobre costes y beneficios, con el fin
de mantener una relación social equilibrada y basada en el equilibrio entre ambos factores.
Qué se obtiene y qué se invierte −o se deja de ganar− en una relación social serán factores
configuradores de la motivación a establecer o a mantener tal relación. El intercambio alude a
todo tipo de relaciones sociales, sean éstas amorosas, familiares, amistosas, laborales,... La
propuesta de George Homans tiene la peculiaridad de que, además de asumir los presupuestos
básicos de la teoría conductista del aprendizaje, utiliza analogías de la economía y agrega
99
El núcleo central de estas teorías fue explicar el intercambio social a partir de las
expectativas de obtener gratificaciones de diversa índole en una relación dada, por parte de los
actores de la misma (Morales, 1981). Pero el concepto mismo de intercambio adquiere
diferentes significados según las diferentes teorías, pues no puede hablarse de una sola teoría
del intercambio. La definición más amplia, basada en la relación entre costes y beneficios,
corresponde a Homans (1958), anteriormente mencionada. A partir de ahí otros investigadores
desarrollarán propuestas más específicas.
Por su parte, Blau (1964/1983) mantiene que no toda conducta de relación supondrá un
intercambio, sino que sólo se dará éste cuando las conductas relacionales buscan
intencionadamente unos resultados. Sostiene la importancia otorgada a los incentivos de
recompensa, así como las analogías económicas, pero además incluye en su explicación la
influencia grupal en la definición de costes y beneficios, la búsqueda de aprobación social y el
deseo de diferenciación individual para obtener mayores recompensas de la relación.
Finalmente, hay que citar la teoría formulada por Adams (1965) conocida como teoría
de la equidad, la cual se relaciona con las propuestas de Festinger sobre la comparación social
y la disonancia cognitiva. Para Adams, en el intercambio social, las personas comparan y
evalúan la diferencia entre sus aportaciones y los resultados que obtienen. La percepción de
inequidad produce una tensión cognitiva y afectiva, ante la cual la persona tiene varias
alternativas: modificar sus aportaciones, distorsionar cognitivamente sus aportaciones o sus
resultados −cuando no sea posible mejorarlos−, intentar influir sobre otras personas para
conseguir equidad, cambiar el criterio de comparación o, por último, abandonar el campo de
100
Existen otras líneas de investigación de interés para la psicología social que están
influidas por el conductismo y por el neoconductismo. Sumariamente, pueden mencionarse
los siguientes:
− Las investigaciones sobre atracción interpersonal de Lott y Lott (1972), que ponen de
manifiesto que la atracción que una persona experimenta hacia otra se incrementará cuando de
la interacción con ésta se deriven consecuencias positivas para aquélla, y se reducirá en caso
contrario.
− Los trabajos de Berkowitz (1969) sobre la conducta agresiva, que revisan la teoría de
frustración-agresión de Dollard y Miller. Para Berkowitz la frustración no conduce
101
La orientación guestaltista
La psicología social guestaltista −del vocablo alemán Gestalt, que podría traducirse
como “forma” o “configuración”−, es contemporánea del conductismo y fue durante bastantes
años la orientación dominante en psicología social. Su eclipse y el paulatino desplazamiento
de su posición preponderante vendrán propiciados por la fuerza que tomará la orientación
cognitivista en psicología y en psicología social.
102
Según Sahakian (1982), la tesis fundamental de Wertheimer y de la Gestalt era que hay
realidades en las que lo que ocurre en el todo no puede deducirse de las características de las
partes separadas, sino a la inversa: lo que le ocurre a una parte está determinado por la
estructura interna del todo. El conocido principio “el todo es más que la suma de las partes” es
el exponente principal de la idea guestaltista de que el mundo percibido está organizado en
“todos funcionales” o estructuras que le dan sentido. Es decir, las personas reaccionan en
función de cómo perciben o, de otra manera, en función del significado sintético que otorgan.
Este acto organizador apela a un mecanismo de categorización interno y connatural al
individuo −la organización perceptiva se considera una capacidad innata del ser humano−.
Así, la percepción, según el guestaltismo, incluye, no sólo una observación, sino también
cierta construcción de la realidad.
circundante que aquélla lleva a cabo. Lo que se toma en consideración son los hechos tal y
como son percibidos. Pero el campo de investigación guestaltista, además de la percepción y
la conciencia, incluye también las motivaciones, las emociones y las necesidades de las
personas, a diferencia de la orientación cognitivista que, décadas más tarde, se olvidará del
mundo afectivo y pondrá el énfasis en el estudio de los mecanismos de procesamiento de la
información.
Ibáñez (1990) establece tres factores que contribuyeron a la extensión y propagación del
guestaltismo, hasta convertirse, después de la Segunda Guerra Mundial, en la orientación
preponderante en psicología social: la defensa del carácter activo y autónomo del ser humano,
frente al esquematismo estímulo-respuesta del conductismo; el énfasis puesto en la
interpretación que hacen las personas de la realidad, más que en cómo sea la realidad misma;
y la adscripción de la Escuela de la Gestalt a la tradición experimentalista.
Kurt Lewin
heterodoxo (Collier et ál., 1996; Sahakian, 1982). Este hecho ha supuesto que, a menudo, se
identifique una tradición lewiniana dentro de la tradición guestaltista en psicología social.
Quizás sea más adecuado conceptualizar a Lewin como un guestaltista poco ortodoxo,
reconociendo así el hecho de que este investigador no aplica plenamente a la psicología social
todos los presupuestos del guestaltismo clásico en psicología (Garrido y Álvaro, 2007).
Las tres grandes aportaciones de Lewin a la psicología social son la teoría del campo, la
dinámica de grupo y el planteamiento de investigación-acción. En las siguientes páginas
analizaremos estas tres contribuciones.
En la teoría del campo, Kurt Lewin nos presenta a la persona inserta en un campo de
fuerzas psicológicas y sociales que denomina “campo psicológico” o “espacio vital”. Según
Lewin (1951/1988), el comportamiento de una persona es función de su espacio vital, es
decir, del conjunto de fuerzas interdependientes formadas por las características del individuo
105
En la teoría del campo, toda conducta adquiere sentido dentro del espacio vital, un
espacio con carácter de “campo dinámico”, pues el estado de cada una de las partes depende
de todas las otras. El espacio vital de una persona está configurado por sus necesidades, sus
metas o aspiraciones, sus capacidades, sus percepciones y su situación actual, así como por
los acontecimientos pasados y presentes y por la previsión de los futuros. Y todos los
elementos acontecen en el marco de la vida social de esa persona. Además, cualquier
conducta dentro de un espacio vital es el resultado del estado de ese campo en ese momento,
aunque esto no implica desconsiderar la influencia de los acontecimientos no presentes: el
campo pasado y el futuro son dimensiones del campo presente, pero la conducta dependerá
sólo de cómo ha quedado en la actualidad ese campo presente. El espacio vital también
incluye las percepciones acerca de los elementos que lo configuran: la percepción que la
persona lleva a cabo es elemento constitutivo del campo.
La conducta de un individuo, según Kurt Lewin, puede ser representada mediante una
analogía topográfica, en la cual el espacio vital aparecería como una representación gráfica de
posiciones actuales, metas, barreras, regiones, subregiones y vías de acceso. En este campo, el
individuo va realizando movimientos reales o imaginados a lo largo de su vida, pasando a
diferentes “regiones” de su espacio vital. Y cada movimiento dentro del campo supondrá una
reestructuración de éste. Así, se formulan en la teoría diversos conceptos que permiten
explicar la dinámica del espacio vital: la “locomoción” o traslado de una región a otra a lo
largo del campo; la “valencia” o atracción positiva o negativa hacia diferentes regiones del
campo; la “fuerza” o intensidad de esa atracción; y la “tensión” o diferencia entre las metas y
el estado actual del individuo. A la persona le atraen las actividades que ve como medios para
alcanzar sus metas: tales actividades tendrán valencia positiva y se experimentará una fuerza
que impulsa a realizarlas. Otras actividades tienen el efecto opuesto: el individuo no encuentra
106
− Se interesa más por la configuración del todo que por el examen aislado de las partes,
y enfatiza la configuración del espacio vital actual como producto sintético de todos sus
elementos constitutivos.
introducción del término “dinámica de grupo”, que tanto éxito ha tenido en la psicología
social.
− La dinámica del grupo siempre ejerce un impacto sobre los individuos que lo
constituyen. El grupo “influye” necesariamente sobre sus miembros.
hecho es que Lewin estaba muy interesado en mostrar la superioridad de la democracia frente
a los regímenes totalitarios, pues él mismo había sido perseguido por el nazismo y tuvo que
abandonar Alemania por ello (Fernández-Ríos, 1989; Garrido y Álvaro, 2007).
Fritz Heider
Heider fue, de hecho, el primer investigador que abordó el estudio del proceso de
atribución causal en las relaciones interpersonales (Morales, 1999b). La tesis que sostiene es
que, en las situaciones de relación interpersonal no sólo se produce una interacción
comunicativa y conductual sino que, entre los implicados en la relación, también se dan
percepciones de atribución causal, a partir de las cuales se realizan interpretaciones sobre las
acciones de los otros. La teoría de la atribución se refiere, pues, a la percepción que las
personas tienen respecto a la causalidad del comportamiento social o, dicho de otra manera, al
análisis “ingenuo” que éstas hacen para establecer asociaciones entre los comportamientos
110
observables y las causas inobservables. Heider (1958) señala que las personas pueden asociar
dos tipos de causas a los comportamientos: causas internas o personales, tales como
intencionalidad, capacidad, responsabilidad o deseo; y causas externas o ambientales, tales
como circunstancias, azar o características de la actividad.
producirá un desequilibrio que podrá solucionar modificando las propias percepciones hacia
el otro o intentando cambiar el punto de vista de ese otro. Existirá un estado de armonía o
equilibrio cuando las entidades ligadas son todas positivas o son todas negativas. Si dos
entidades que están estrechamente relacionadas tienen signo diferente, resultará un estado de
desarmonía o tensión.
Tanto la teoría de la atribución de Heider como la teoría del equilibro han sido muy
influyentes en la psicología social posterior. De la teoría de la atribución derivan la teoría de
las inferencias correspondientes, formulada por Jones y Davis (1965), y la teoría de la
covariación y configuración de Kelley (1967), que revisaremos en el apartado dedicado a la
orientación cognitivista. La teoría del equilibrio cognitivo influye, asimismo, en otros
investigadores contemporáneos de inspiración guestaltista: la teoría de la disonancia cognitiva
de Festinger (1957/1975), de la que nos ocuparemos posteriormente, recibe el influjo de las
investigaciones de Heider sobre el equilibrio.
Leon Festinger
Es indudable que las aportaciones de Leon Festinger, discípulo de Lewin, han tenido un
extraordinario impacto en la psicología social. Destacaremos tres de sus contribuciones
fundamentales y estrechamente interrelacionadas entre sí: la teoría de la comunicación social
informal, la teoría de la comparación social y la teoría de la disonancia cognitiva.
uniformidad. El consenso del grupo facilitará que cada miembro se sienta seguro de sus
opiniones o creencias. Igualmente, para alcanzar los objetivos grupales, se requerirá una cierta
uniformización de la acción, y ésta, a su vez, requerirá comunicación. La comunicación y la
cohesión grupal son dos variables que guardan una relación muy estrecha. Además, en
situaciones de amenaza a la cohesión, la comunicación se dirigirá, particularmente, hacia la
minoría divergente, sobre todo si es percibida como factible de ser persuadida. El discrepante
puede resistirse a las presiones, sobre todo si sus opiniones reflejan necesidades personales
importantes o encuentran referente en otros grupos. Ante esta resistencia, podrán aparecer
comportamientos de rechazo por parte del grupo o amenaza de exclusión. Si la discrepancia
continúa en aumento, el grupo tenderá a romperse o a prescindir del miembro discrepante,
según sean la importancia del tema y la cohesión del grupo. Claramente, a mayor cohesión
habrá mayor facilidad para prescindir del discrepante.
encontrar con un nuevo estado disonante, en relación al atractivo de las opciones elegidas.
Ante esta situación, puede revocar la decisión tomada o modificar sus cogniciones. En
algunos estudios posteriores, como los realizados por Brehm y Cohen (1962), se comprueba
que la disonancia puede aparecer en situaciones de elección libre entre opciones, siendo la
magnitud de la disonancia proporcional al atractivo de la alternativa rechazada y a la
importancia que tenga la elección.
De las situaciones corrientes de la vida social en las cuales puede aparecer disonancia,
las que mayor volumen de investigación han generado son, entre otras, la toma de decisiones,
la obediencia forzada, los desenlaces imprevistos, los efectos posteriores a la decisión, las
transgresiones morales y la recepción de información discrepante con las propias
convicciones (López-Sáez, 1999, 2007a).
La teoría de la disonancia cognitiva fue decisiva para abrir el camino hacia el estudio de
los procesos cognitivos en la psicología social (Turner, 1999). Sin embargo, ha recibido
críticas por la noción de ser humano que plantea Festinger. Para Rodríguez-Pérez (1993) la
teoría de la disonancia cognitiva presenta a un ser que funciona, por sí solo, como un
116
microsistema con capacidad reducida para tratar información, interesado sólo por un número
limitado de objetos simbólicos, generalmente incoherentes, conflictivos o contradictorios.
Esto significa, según Rodríguez-Pérez, que estamos ante un ser socialmente aislado y
dominado por sus propias pasiones, pues son éstas las que deciden el sentido del cambio que
restaurará la coherencia; un ser que vive al margen de la cultura y de los grupos sociales y,
por tanto, al margen de aquello que configura las creencias, que, precisamente, son el objeto
de su debate cognitivo.
Muzafer Sherif
Las investigaciones realizadas por Muzafer Sherif constituyen otro punto de referencia
fundamental en la historia de la psicología social, especialmente por su aplicación de los
principios guestaltistas al estudio de procesos intragrupales e intergrupales. El estudio de las
relaciones entre la percepción y el comportamiento en grupo representa el núcleo de sus
trabajos. Sherif se aleja de la perspectiva individualista y psicologista, pues mantiene que en
la percepción de la realidad se producen modificaciones cuando los individuos perceptores se
encuentran en una situación en la que se identifican con un grupo o una categoría social.
Según Sherif, la mente del individuo se modifica en estas situaciones y se crean, en ese
contexto, una serie de productos colectivos que, posteriormente, se interiorizan.
Es necesario hacer también mención a las investigaciones de Muzafer Sherif sobre las
relaciones intergrupales y, especialmente, sobre el conflicto intergrupal, que dieron forma a la
teoría del conflicto realista. Desarrolla la tesis de que cuando un grupo social se encuentra en
competición con otro, aumenta la solidaridad intragrupal, al tiempo que se desarrollan
prejuicios hacia el otro grupo. Una de las conclusiones más interesantes de estos trabajos es
que pueden superarse situaciones de enfrentamiento y conflictividad intergrupal a partir del
establecimiento de objetivos comunes, para los cuales se necesite la cooperación de los dos
grupos previamente enfrentados. Sherif y Sherif (1953) realizan estudios con grupos creados
ex profeso de adolescentes en campamentos de vacaciones. Allí, primero provocan y después
resuelven una situación de conflicto intergrupal, mediante la manipulación experimental de
los objetivos de dos grupos de jóvenes. Cuando a los grupos se les planteaba metas
mutuamente incompatibles, estallaba el conflicto, la hostilidad, el prejuicio y la estereotipia
negativa. Cuando se planteaban metas mutuamente deseadas y sólo alcanzables mediante la
118
Uno de los aspectos singulares y relevantes de la teoría del juicio social radica en el
hecho de que estudia la influencia desde la percepción y desde cómo se produce un cambio a
partir de una fuente externa, lo que la diferencia de las teorías del equilibrio cognitivo o de la
disonancia, que ponen su énfasis en los procesos motivacionales y cognitivos internos.
Solomon Asch
Asch ha sido considerado como el guestaltista social más puro (Munné, 1989).
Mantiene que los hechos psicológicos pierden sentido si son aislados de su marco de
referencia, por lo que considera que los procesos psicológicos son siempre sociales. En la
119
− Las impresiones sobre una persona se organizan en función de unos rasgos centrales y
otros rasgos periféricos. Un rasgo central es capaz de modificar contundentemente el
significado de la impresión global. Por ejemplo, si se sabe de un sujeto que es “prudente”,
“inteligente” y “trabajador”, la impresión global que de él se tenga variará hacia significados
muy distintos según se añada que es “afectuoso” o que es “frío”.
− Cada rasgo que se percibe de una persona es una parte que influye en el todo de la
percepción global. A su vez, el todo percibido influirá sobre el significado de cada rasgo en el
marco de esa globalidad.
− Aunque se posea escasa información sobre una persona, se tiende a formar una
impresión global y organizada sobre ella.
Otra gran línea de investigación de Asch está constituida por los estudios sobre
conformidad normativa. En ellos comprueba que, en la vida social común, la percepción de la
realidad y las opiniones de las personas se hallan influidas por la presión social hacia la
normatividad ejercida por la mayoría, sobre todo cuanto más unánime sea ésta. Inspirado por
los estudios sobre el efecto autocinético de Muzafer Sherif, Solomon Asch diseña un
experimento de laboratorio con uno de los resultados más sorprendentes de toda la historia de
la psicología social −tal vez, junto con los experimentos de Stanley Milgram sobre obediencia
a la autoridad, que mencionaremos en párrafos siguientes−. Asch (1956) plantea una situación
en la que un grupo de siete personas debe realizar juicios verbales acerca de su percepción de
ciertas magnitudes, en una tarea suficientemente sencilla como para que el número de errores
en una persona adulta fuera ínfimo. Sin embargo, seis de los miembros del grupo realizaban,
propositivamente, verbalizaciones erróneas sobre su percepción de tan fácil comparación de
magnitudes, dejando a un sujeto experimental “ingenuo” en una situación de franca minoría.
Esta situación era resuelta con un elevado porcentaje de respuestas también erróneas por parte
de los sujetos experimentales. La distorsión del juicio resultante es, según explica Asch, fruto
de presiones sociales que, por otra parte, se realizaban sin coacción explícita alguna por parte
de la mayoría: sólo la uniformidad mayoritaria producía el cambio en las respuestas del sujeto
aislado.
A partir de los trabajos de Sherif y de Asch sobre influencia social, surgieron numerosas
líneas de investigación. Entre ellas, destacan los conocidos experimentos de Stanley Milgram
sobre obediencia a una autoridad inmoral (Milgram, 1974). En estos experimentos, Milgram
demuestra que un porcentaje muy elevado de sujetos con características sociológicas medias
son capaces de torturar a un desconocido, siguiendo órdenes asertivas, aunque no coactivas,
de una figura de autoridad −en este caso, un supuesto profesor universitario que,
supuestamente, investiga los efectos del castigo en el aprendizaje−. La situación de castigo es,
desde luego, ficticia, aunque eso no es conocido por los sujetos experimentales, que piensan
que están causando daños reales −fuertes descargas eléctricas− a un sujeto que se equivoca en
una tarea de memorización de palabras. Según señala López-Sáez (2007b), en diferentes
replicaciones del experimento de Milgram, han llegado a obtenerse porcentajes del 90% de
sujetos experimentales que, aun creyendo que estaban torturando a otra persona, seguían las
órdenes de la autoridad, lo cual pone de manifiesto que se trata de un comportamiento
determinado por procesos de influencia social más que por causas individuales.
La orientación cognitivista
− La organización mental de la realidad tiene como función proporcionar una guía para
la acción y una base para la predicción de esa acción.
La noción de ser humano que presenta el cognitivismo fue uno de los motivos que
facilitó su gran auge dentro de la psicología estadounidense, desde los años sesenta del pasado
siglo, sustituyendo, en ese momento, al paradigma conductista. El hecho es que el
conductismo presentaba una noción antropológica que, implícitamente y aun sin pretenderlo,
dejaba entrever dudas sobre algunos de los valores fundacionales de los Estados Unidos, tales
como el libre albedrío, la preeminencia del raciocinio o la capacidad de elección. Las
propuestas cognitivistas, por el contrario, permitían mantener explícitamente a salvo esos
valores legitimadores del American way of life.
mente para estudiar el comportamiento de las personas. Como nos recuerdan Garrido y
Álvaro (2007), esta forma de acercarse a lo mental consiste, básicamente, en aplicar la
metáfora de la mente como un ordenador y aplicar análogamente todo el andamiaje procesual
de las ciencias computacionales.
El artículo de George Miller “El mágico número siete más/menos dos: Algunos límites
de nuestra capacidad para procesar información”, publicado en 1956, suele ser considerado
como el primer punto de inflexión para entender el cambio de paradigma experimentado en la
psicología en dirección hacia el cognitivismo y alejándose del conductismo. Cuatro años más
tarde, el propio George Miller, Eugene Galanter y Karl Pribram firman “Planes y estructura
de la conducta”, otro texto fundamental en el mismo sentido. Ya en 1967, Ulric Neisser utiliza
el nombre de “Psicología cognitiva” para titular su libro. Neisser (1967) define la cognición
como el conjunto de procesos mentales a través de los cuales las entradas sensoriales se
transforman, se reducen, se elaboran, se almacenan, se recuperan y se usan. La cognición,
para Neisser, se refiere a todo lo que el ser humano puede realizar con su mente.
Según explica Ibáñez (1990), en las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo XX se
producen diferentes influencias teóricas que contribuyen al desarrollo del cognitivismo: la
aproximación de la psicología a la cibernética, las aportaciones teóricas en psicología de la
percepción de Aleksandr Lúriya, los planteamientos de la corriente del new look in perception
de Jerome Bruner, los primeros trabajos sobre representaciones sociales de Serge Moscovici y
el impacto de la teoría de la disonancia cognitiva de Leon Festinger. Pero, prosigue Ibáñez, la
orientación cognitivista, en el periodo referido, se caracteriza por una posición oscilante entre
lo opuesto y lo complementario con respecto a las orientaciones conductista y guestaltista. Es,
125
precisamente, esta relación la que marcará, en buena parte, su configuración final hasta
nuestros días. A ello nos vamos a referir en los párrafos que siguen.
Por otro lado, aunque el cognitivismo comparte con el conductismo la defensa del
método experimental, la utilización que de él hace no se limita al estudio de lo observable,
pues el cognitivismo, precisamente, se ocupa de lo que los conductistas habían desdeñado: la
mente, la “caja negra” del conductismo. Igualmente, mientras que el cognitivismo parte de
una concepción del sujeto como agente, el sujeto del conductismo se presenta sometido al
papel de mero elemento que reacciona a su ambiente, dotándolo de un carácter
fundamentalmente pasivo (Rodríguez-Pérez, 1993).
Sin embargo, pese a las diferencias notables de planteamiento, autores como Landman y
Manis (1983) sugieren puntos de similitud entre cognitivismo y conductismo. Uno de ellos
alude a que ambos comparten la defensa del experimento como método para la investigación
en psicología y en psicología social. El otro se fundamenta en que el neoconductismo acepta,
aunque sea condicionalmente, la existencia de procesos internos no observables, por lo que
podría pensarse que este neoconductismo forma parte de las bases sobre las que emergerá el
cognitivismo.
las motivaciones son consideradas o bien como una fuente de error para el procesamiento, o
bien son, simplemente, ignoradas y no mencionadas, por no tener espacio en una explicación
racionalista de la actividad humana (Fiske y Taylor, 1991), mientras que en la teorización
guestaltista sí tenían un papel importante. El modelo que constituirá el desarrollo del
cognitivismo en psicología social es el del procesamiento de la información, centrándose en
los procesos mentales más que en los contenidos y proponiéndolo como un modelo
omnicomprensivo en todos los campos de la conducta social humana (Rodríguez-Pérez,
1998).
Aunque durante los años sesenta el peso del cognitivismo en la psicología es ya muy
destacado, la orientación cognitivista alcanza su carácter preponderante en la psicología social
con la edición, en 1972, del manual de Ezra Stotland y Lance Canon “Psicología social: Una
aproximación cognitiva” (Garrido y Álvaro, 2007). Posteriormente, esta corriente se extendió
a partir de la creación en 1980 de una sección sobre actitudes y cognición social dentro el
127
“Journal of Personality and Social Psychology” y, más especialmente aún, con la aparición de
la revista “Social Cognition” en 1982.
archivo de la misma (Páez et ál., 1994). Los procesos, desde esta concepción, tienen un
carácter genérico y su funcionamiento es independiente de su contenido. La mente es como un
ordenador que sólo puede funcionar a partir de sus programas.
Desde otra perspectiva, Markus y Zajonc (1985) matizan que las emociones y
motivaciones deberían incluirse en el estudio de la cognición social, pues siempre están
presentes en ella y actúan sobre los mecanismos de procesamiento de la información. Las
estructuras cognitivas, añaden estos autores, reposan sobre factores sociales y culturales, que
también inciden sobre los mecanismos cognitivos. De todo ello se desprenden dos
planteamientos fundamentales. El primero es que las cogniciones acostumbran a ser
elaboradas y a funcionar en un entorno comunicacional, lo que, evidentemente, repercute
sobre ellas. El segundo es que las cogniciones sociales tienen consecuencias para otras
personas, por lo que el individuo procesador trata de anticipar esas consecuencias y, por lo
tanto, puede convertirlas en nuevas informaciones a procesar. Asimismo, las otras personas
pueden también introducir modificaciones deliberadas cuando se sienten objeto de la
actuación cognitiva de otra persona, modificando, con ello, el procesamiento que se pueda
realizar.
social cognitivista. La investigación sobre atribución causal y sobre las estructuras cognitivas
han sido las dos principales aportaciones de esta orientación.
Las teorías cognitivistas de la atribución tienen su origen en los trabajos de Fritz Heider
sobre la necesidad que tienen las personas de establecer explicaciones causales de los
acontecimientos que ocurren a su alrededor. La teoría de la atribución de Heider y sus
estudios sobre la “psicología ingenua” −de inspiración guestaltista y lewiniana− pretendían
dar cuenta de cómo las personas formulan inferencias causales sobre los acontecimientos que
ocurren en su medio relacional y cómo dichas inferencias constituyen mecanismos
primordiales para la comprensión del comportamiento ajeno. La investigación sobre estos
tópicos adquirirá una gran importancia en la década de los sesenta y setenta, a través de la
teoría de las inferencias correspondientes formulada por Jones y Davis (1965) y de la teoría de
la covariación y configuración de Kelley (1967). A ambas teorías, de inspiración cognitivista,
nos referiremos en las siguientes páginas.
Para explicar este complejo proceso, Jones y Davis (1965) recurren a dos factores que
determinan la probabilidad de que un observador realice una inferencia correspondiente: la
deseabilidad social y los efectos no comunes. La deseabilidad social se refiere a la evaluación
de hasta qué punto el comportamiento observado se ajusta o no a los patrones sociales
normativos. Si el comportamiento goza de aprobación social, será más difícil atribuirlo a
factores internos; pero si este comportamiento fuera desconcertante, antinormativo o
desconfirmador de las expectativas sociales, será más probable establecer una inferencia
correspondiente. Los efectos no comunes son las consecuencias específicas de la acción
observada, al compararlas con las consecuencias que se derivarían de otra acción alternativa:
cuantos menos efectos no comunes perciba el observador, mayor será la probabilidad de que
el comportamiento observado sea atribuido a características del actor. Dada la importancia de
este factor en la explicación de Jones y Davis y su nivel de complejidad, lo ilustraremos con
un ejemplo. Si una persona joven y atractiva no tiene pareja estable y vive sola, se podría
pensar que ello ocurre debido a motivos diversos, cada uno de los cuales reflejaría un efecto
derivado de su elección: evitar el compromiso, disfrutar de una vida libre e independiente,
poder divertirse con sus amigos o no interferir con su estabilización laboral. Si observamos
que esta persona se caracteriza por buscar aprobación de los demás y apoyo emocional, que
suele tener relaciones esporádicas o poco estables, que ya no sale con sus amigos porque éstos
están con sus parejas y, que además, ya ha conseguido estabilizarse laboralmente, sólo
quedará un efecto específico de su comportamiento de vida en solitario: evitar el compromiso.
De ahí podrá establecerse una inferencia correspondiente, esto es, extraer una característica
personal de una conducta observada.
− Cuando existe distintividad alta, consenso alto y consistencia alta, la atribución más
probable es a las características permanentes del tipo de estímulo que ha provocado la
conducta observada −Por ejemplo, Luis ha suspendido el examen porque esa asignatura es
muy difícil−.
− Cuando existe distintividad baja, consenso bajo y consistencia alta, la atribución más
probable es a las características personales y estables del actor −Por ejemplo, Luis ha
suspendido el examen porque es poco estudioso−.
− Cuando existe distintividad alta, consenso bajo y consistencia baja, la atribución más
probable es a las circunstancias concretas y eventuales en que se dio la conducta observada
−Por ejemplo, Luis ha suspendido el examen porque ese día no pudo estudiar−.
132
Por lo que se refiere al proceso de configuración, éste aparecería, según Kelley (1967)
cuando el perceptor no tiene la información, el tiempo o la motivación suficientes para extraer
de su memoria múltiples observaciones, pero, aun así, realiza una inferencia sobre la
causalidad de un comportamiento observado. En este caso, la persona utiliza esquemas
causales, esto es, precogniciones basadas en su experiencia acerca de qué tipo de causas
suelen darse unidas a determinados efectos.
Las teorías de Jones y Davis y de Kelley explican cómo las personas realizan
interpretaciones causales sobre la conducta de sus semejantes. Pero estas interpretaciones, aun
siendo creídas por quien las realiza, no siempre se corresponden con la realidad objetiva. De
aquí se deriva la existencia de los llamados “sesgos atributivos”, entendidos como errores en
la interpretación, que, como tales, no se corresponden con una forma lógica y objetiva de
proceder. Moya y Expósito (2007) cifran en cinco los sesgos atributivos a los que se ha
referido la investigación cognitivista:
− Las diferencias actor-observador. Este sesgo se refiere a que, ante un mismo hecho,
los actores y los observadores dan explicaciones diferentes: el actor suele encontrar
explicaciones externas con más facilidad que el observador, mientras que éste está más
predispuesto a dar explicaciones alusivas a las características del actor.
Como se ve, las teorías de la atribución han prestado más atención a la relación
interpersonal que a la intergrupal y, más exactamente, a la actividad mental interna del
perceptor cuando percibe acciones de otros individuos.
Para finalizar este apartado nos referiremos a una tercera teoría de corte cognitivista que
utiliza el proceso de la atribución para explicar, en este caso, no las conductas ajenas sino la
formación de las propias actitudes. Surgiendo como reacción crítica a la teoría de Festinger
sobre la disonancia cognitiva, Bem (1967, 1972) formula la teoría de la autopercepción, en la
que pretende explicar los procesos de formación y cambio de actitudes como consecuencia de
la propia acción, pero sin recurrir a los elementos motivacionales de los que hablaba
Festinger. La propuesta de Bem es que las personas forman actitudes viendo sus propios
comportamientos y atribuyendo a ellos la causa de sus sentimientos. Dicho de otra manera,
aquellas actitudes que se forman como consecuencia de la propia acción lo hacen a través de
dos factores: la autoobservación que un individuo realiza de su conducta y el establecimiento
de atribuciones a tal conducta para explicar los sentimientos posteriores a la acción. No es
necesario, según Bem, apelar a las complejas dinámicas internas que propone la teoría de
Festinger, ni a la motivación para su reducción. Bem reconoce que las personas tienen acceso
a indicios internos inaccesibles a un observador externo, pero señala que cuando esos indicios
son débiles, la persona está en la misma posición que un observador externo, convirtiéndose,
en ese caso, en actor y observador simultáneamente.
134
Para explicar el porqué de los sesgos detectados a partir del estudio de la atribución, la
psicología cognitivista desarrolló otra línea de investigación, explicativa de cómo los
individuos recurren a ciertas estrategias que les permiten simplificar la información. Esta
simplificación facilita la rapidez de la respuesta interpretativa de la realidad, aunque no
siempre la hará más precisa. Supone un cambio desde el modelo del individuo como un
“científico ingenuo” al individuo como un “tacaño cognitivo” que reduce en su mente el
entorno complejo, para quedarse sólo con un número manejable de categorías significativas
(Fiske y Taylor, 1991; Taylor, 1981).
personas, los estereotipos sociales o el autoconcepto están vinculados a esta estructura mental
(Markus y Zajonc, 1985; Rothbart y John, 1985).
− Ejemplares. Cumplen una función similar a la de los prototipos, pero, en este caso, no
son abstracciones de ejemplos canónicos que permitan identificar una categoría, sino que son
ejemplos reales que permiten definir a un conjunto o categoría de individuos (Markus y
Zajonc, 1985).
Pero, como ya ha sido mencionado, las interpretaciones que las personas efectúan sobre
la realidad cotidiana no siempre reflejan fielmente esa realidad. Siguiendo la línea iniciada
por las teorías de la atribución, la investigación cognitivista en psicología social ha prestado
gran atención a los sesgos cognitivos que aparecen en los procesos de inferencia y juicio sobre
la realidad; de hecho, estos procesos de juicio sesgado han sido más estudiados por la
psicología social que por la psicología básica (Hewstone, 1992). Estos sesgos interpretativos
podrían entenderse como simples preferencias por determinados tipos de inferencia o formas
de interpretar la realidad, o bien como claras limitaciones de las capacidades cognitivas de las
personas, o bien como errores de procesamiento. Tversky y Kahneman (1974) hablan, más
que de errores, de heurísticos de conocimiento puestos en juego por las personas. Un
heurístico es una regla simple, “de andar por casa”, que las personas utilizan para juzgar la
realidad circundante. Quien utiliza un heurístico corre el riesgo de basarse en señales
superficiales y alejarse de un juicio realista; lo que ocurre es que el heurístico permite una
elevada adaptabilidad en términos de la relación tiempo-precisión. Además, si el heurístico o
su conclusión son compartidos por los iguales, aumentará la confianza que el individuo
deposite en él. Siguiendo a Moya (1999) y a Rodríguez-Pérez y Betancor (2007),
136
La crítica al cognitivismo
A partir de los años setenta, comienzan a formularse críticas desde la psicología social
sobre diferentes aspectos teóricos y antropológicos del paradigma del procesamiento de la
información en la disciplina. Siguiendo a autores como Garrido y Álvaro (2007), Gil-Lacruz
(2007), Markus y Zajonc (1985) o Rodríguez-Pérez (1993), resumiremos las críticas más
frecuentes, que han recaído sobre aspectos como los siguientes:
− Visión mecanicista del ser humano: se concede primacía a las operaciones cognitivas
formales y al funcionamiento de los procesos cognitivos, pero no a la naturaleza de los
contenidos mentales ni a las dinámicas sociales y motivacionales que afectan a los contenidos
y a los procesos. Como afirma Álvaro (1995) el paradigma cognitivista ha sustituido un
individualismo de carácter reactivo −el del conductismo− por un individualismo racionalista e
“ilustrado”.
− Identificación de los rasgos del American way of life en la explicación que se hace de
la conducta humana. La explicación cognitivista y la imagen que presenta del ser humano
−racionalismo, individualismo, descontextualización,…− se hallan muy cercanas a los modos
2 Entroncando con esta crítica, Ehrenreich (en prensa) llega a afirmar que el llamado “pensamiento positivo”
−desproblematización, reinterpretación de los hechos adversos,…−, arraigado en el imaginario colectivo de nuestra sociedad
y en las nociones mayoritarias de la psicología institucionalizada, actúa realmente como un mecanismo de control social y de
“anestesia” para un tipo de malestar que movilizaría hacia el cambio social. Esas ideas también se pueden identificar en
algunos autores de la corriente de la psicología social de la liberación (Cantera, 2004; Montero, 1991).
138
Otra cuestión crítica tiene que ver con la relación causal entre los pensamientos y los
sentimientos. El terapeuta Aaron Beck, muy influyente en la psicología cognitivista, defendió
la tesis de que las cogniciones determinan no sólo la conducta sino también los sentimientos
del individuo: son las interpretaciones sobre los acontecimientos, y no los acontecimientos
mismos, las que determinan lo que la persona sentirá (Beck, 1967, 1976). Esta relación causal
del pensamiento al sentimiento es ampliamente aceptada dentro del movimiento cognitivista
en psicología: la idea que se presenta es que las emociones son producto de la razón y de la
valoración cognitiva que el individuo hace de los sucesos del entorno. Sin embargo, desde la
neurociencia, las investigaciones sobre los circuitos neuronales del cerebro han hallado que la
emoción precede al pensamiento y que existe un procesamiento emocional precognitivo
(LeDoux, 1999).
La orientación sociocognitiva
Forgas (1983) y Leyens y Codol (1988) afirman que, ante la pregunta ¿qué tiene de
social la cognición social? se ha manifestado como respuesta la voluntad de muchos
psicólogos sociales europeos por edificar una psicología sociocognitiva, con señas de
identidad propias y más cercana a la noción de lo social. No hay que olvidar que el término
“sociocognitivismo” surgió, precisamente, para referirse a la psicología social europea de los
años setenta del siglo XX y se presentó con la principal reivindicación de recuperar un
carácter más genuinamente social, que incorpore el conocimiento producido por la psicología
social a lo largo de su historia (Deschamps, 1977). En ese momento, una cierta corriente de
investigadores europeos cuestiona la imagen mecanicista del ser humano implícita en las
formulaciones cognitivistas preponderantes: el ser humano reducido a una “máquina de
pensar”. El enfoque sociocognitivo europeo acepta y parte de la idea de actividad mental
humana, pero se aleja del énfasis en lo intrapsíquico y de la imagen del ser humano como un
aséptico procesador de la información, que no se detuviera en valoraciones sociales cuando
procesa, como si su mente estuviera exenta de contenidos sociales y culturales.
de Bristol −Henri Tajfel y John Turner−, Serge Moscovici en Francia y la Escuela de Ginebra.
Dedicaremos un último apartado a otras contribuciones relevantes.
Otra figura destacada en el marco del Grupo de Bristol es John Turner, discípulo y
colaborador de Tajfel, así como investigador interesado en ampliar las explicaciones sobre
identidad social. John Turner pone el énfasis en el proceso de identificación grupal, para
buscar nuevas respuestas a la cuestión de por qué las personas se identifican con un grupo
social. Propone un modelo teórico que explica la identificación del individuo con su grupo,
basada en un proceso de categorización del yo. Un grupo social, según Turner (1988, 1990) es
definible en términos de pertenencia e identificación de sus miembros con la categoría.
Además, el sesgo de favoritismo endogrupal, característico del paradigma del grupo mínimo,
no puede explicarse suficientemente, según John Turner, apelando sólo a la categorización
143
social, sino que requiere acudir a la identificación social positiva de los individuos con su
grupo.
La teoría de la categorización del yo de John Turner sostiene que una persona puede,
dependiendo de la situación, categorizarse a sí misma como sujeto individual o como
miembro de una categoría social determinada. Cuando se produce esta segunda posibilidad,
acontecerán tres efectos en la persona: se acentuarán las percepciones de semejanza
intragrupal y de diferencia intergrupal, se producirá favoritismo endogrupal y se dará un
cierto nivel de despersonalización. Esto último, según Turner (1990), significa que los
componentes del endogrupo −incluido uno mismo− no serán vistos como personas
individuales sino como miembros de un grupo social, ocurriendo lo propio con respecto a los
miembros del exogrupo. Así, Turner mantiene que esa cierta despersonalización supone la
autopercepción de uno mismo dentro del grupo como “intercambiable” con los demás, e
induce a que uno se autodefina o categorice en términos de miembro de esa categoría. El yo
se percibe como idéntico a los otros en algunos aspectos comunes e importantes
−prototípicos− del grupo, pudiendo así categorizarse como miembro de éste y adquirir una
identidad a escala de conjunto.
Serge Moscovici
El propio Moscovici (1985a) explica que la psicología social que él propugna se centra
en lo cognitivo, si bien proponiendo un cambio radical respecto a los presupuestos clásicos de
la psicología cognitivista. Critica el carácter individualista de los modelos cognitivistas al uso
en psicología social y, además, aboga por una mayor pluralidad metodológica, a la vez que
sugiere cambiar la unidad de análisis desde los procesos cognitivos individuales a las formas
de conocimiento colectivas. El carácter novedoso de la propuesta de Moscovici se refleja
claramente en su aseveración de que la psicología social debe referirse a todo el conjunto de
creaciones convencionales que “colorean” las relaciones entre los individuos y los llevan a
actuar colectivamente en la formación de la realidad social común.
Su prolífica obra arranca con la publicación en 1961 del libro “El psicoanálisis, su
imagen y su público”, fruto de su tesis doctoral dirigida por Daniel Lagache, uno de los
pioneros del psicoanálisis en Francia. En este texto, Moscovici (1961/1979) recupera el
concepto de representaciones colectivas de Durkheim, del que hace uso como elemento de
inspiración para su formulación sobre las representaciones sociales. En palabras de Sabucedo
et ál. (1997), Moscovici recupera y modifica este constructo tradicional de la sociología, para
incluir en la psicología social la noción de la “sociedad pensante”, a través del concepto de
representación social.
Desde esta perspectiva, parece claro que las representaciones sociales de Moscovici no
son impuestas sobre la conciencia, como ocurría con las representaciones colectivas de
Durkheim, sino que, al contrario, son producidas por las personas y los grupos en situaciones
corrientes de interacción social. Ya no se trata de reconocer que las variables culturales y
sociales influyen, como así lo hacen, en el modo en que los sujetos perciben la realidad, sino
que las representaciones son en sí mismas análisis y explicaciones de esa realidad y, además,
forman parte de ella (Moscovici, 1981a). Como explica Denise Jodelet, colaboradora de
Moscovici, lo que existe en las mentes de las personas es una realidad representada desde lo
social, es decir, una realidad apropiada por un grupo social e integrada en un sistema
cognitivo (Jodelet, 1985).
y significados del objeto que sean compatibles con los criterios del grupo. Esta selección y
descontextualización sobre el objeto representado resulta útil para el grupo, pues así consigue
“dominar” ese objeto, y sus características serán proyectadas por el grupo como hechos ya de
su propio universo. Las ideas descontextualizadas y apropiadas por el grupo se reproducen,
entonces, en una imagen compartida −la representación social− que permitirá comprender
rápidamente la esencia del concepto, entidad o idea objetivada, al menos comprenderla desde
la noción de sentido común propia de ese grupo social.
Pero no todas las minorías consistentes y flexibles han logrado incidir sobre el
pensamiento mayoritario. Lo que Moscovici explica es que las minorías que logran influir
manifiestan ese estilo conductual y que sin él la influencia será muy poco probable. En todo
caso, el proceso es más complejo e incluye más variables, tales como la presión hacia la
conformidad por parte de la mayoría, los acontecimientos ocurridos a escala macrosocial o la
significatividad social de las primeras personas “convertidas”.
Antes de finalizar este apartado dedicado a Moscovici, es necesario referirse a otra línea
de investigación por él emprendida: la polarización de grupo. Moscovici y Zavalloni (1969)
observan que si entre los miembros de un grupo interactivo existe una postura mayoritaria
respecto a determinada cuestión, la discusión grupal acerca de ese tema favorecerá que la
opinión final del grupo se radicalice hacia tal postura mayoritaria. Es decir, la discusión
grupal es capaz de acentuar la posición dominante entre sus miembros, de manera que el
grupo podrá tomar decisiones más radicales o ubicarse en posturas más extremas de lo que
haría cada miembro por separado.
Los primeros trabajos de Moscovici sobre polarización ejercieron un fuerte influjo sobre
la investigación posterior, que ha intentado buscar explicaciones a este fenómeno. Aunque la
polarización de grupo se ha estudiado experimentalmente en pequeños grupos interactivos,
este fenómeno es posible observarlo en gran cantidad de contextos: formación de estereotipos
sociales y de impresiones personales, decisiones políticas y empresariales, posicionamientos
políticos,… e, incluso, decisiones de jurados (Van Avermaet, 2001). Los estudios de
polarización grupal abrieron también el camino a la teoría del pensamiento grupal de Irving
Janis: los miembros de grupos ideológicamente muy cohesivos pueden llegar a perder el
juicio crítico sobre los acontecimientos y basar sus evaluaciones de la realidad en un
pensamiento grupal cerrado y caracterizado por el rechazo de cualquier duda, pues las
opiniones grupales actúan como “certezas” que guían ese juicio de la realidad (Janis y Mann,
1977).
La Escuela de Ginebra
Doise (1982) propone una explicación acerca de cuáles son los contenidos de la
psicología social, y lo fundamenta en la articulación de cuatro diferentes niveles del
conocimiento psicosocial. Cada uno de ellos recogería un conjunto de contenidos y temas de
estudio, con la particularidad de ser niveles acumulativos y complementarios, pues cada uno
implica a los anteriores y ninguno es autosuficiente para ofrecer una explicación completa de
lo psicosocial. En los siguientes párrafos se describe esta propuesta:
los individuos y del estatus de los grupos sociales. Se ubicarían en este nivel los trabajos sobre
identidad social y sobre relaciones entre grupos sociales.
Señala Willem Doise la necesidad de que la psicología social se acerque más a los
niveles III y IV para, de este modo, lograr una articulación psicológica y sociológica de la
explicación. Doise (1981) denuncia la desatención del componente social por parte del
cognitivismo dominante, pues el énfasis en los procesos intrapsíquicos hace ignorar la
vinculación de la psicología social con otros niveles de análisis del comportamiento social.
Como ha sido mencionado, una de las líneas de trabajo de la Escuela de Ginebra ha sido
la de las relaciones entre grupos sociales. Doise (1979, 1982) entiende estas relaciones en el
marco de un proceso de diferenciación intercategorial que conecta las actividades individuales
con las colectivas, a través de las evaluaciones intergrupales y las representaciones propias del
endogrupo. Es decir, la diferenciación intergrupal conecta al individuo con lo colectivo, y lo
hace por medio de las representaciones que su grupo social tiene de sí mismo y del otro. Un
aspecto importante es la consideración de que las personas pertenecen, simultáneamente, a
diferentes grupos sociales −por ejemplo, grupos geográficos, ideológicos, de género, de
profesión,…−, por lo que se produce una categorización cruzada que puede reducir la
incidencia de los procesos de diferenciación categorial y sus consecuencias, pues la persona
puede identificarse, al mismo tiempo, con más de un grupo social.
que la minoría no perteneciente al propio grupo social −categorización cruzada− puede ejercer
tanta influencia como la que proviene de otro, si se dan las condiciones adecuadas (Mugny,
1981; Mugny y Pérez-Pérez, 1986).
Además de las anteriores, existen otras líneas que pueden adscribirse a la orientación
sociocognitiva europea. Una de ellas es la teoría de los valores humanos básicos, que plantean
Schwartz y Bilsky (1987). Los valores son considerados como disposiciones motivacionales
de la conducta y orientadores de la misma, ya que determinan el grado de deseabilidad de las
acciones, así como las metas y necesidades que son prioritarias para cada persona. En esta
teoría se diferencian 10 dimensiones de valor como 10 posibles opciones que pueden motivar
a cada individuo en su vida social, según cuáles sean sus prioridades. Éstas son: la búsqueda
de autonomía personal; los valores prosociales y deseo del bienestar común; la motivación
benevolente en la relación social; la adscripción a las tradiciones del endogrupo, incluyendo
las de contenido espiritual; la aceptación de las normas convencionales en la relación social;
la búsqueda de estabilidad y predictibilidad en uno mismo y su entorno; el deseo de adquirir
poder, influencia y fortuna material; el logro personal en las actividades profesionales o de
otra índole; el disfrute y placer en las actividades que gustan; y la búsqueda de estimulación,
diversión y acción.
Schwartz y Bilsky (1987) encuentran que esas 10 dimensiones de valor aparecen en las
personas de culturas muy diferentes, por lo que hablan de una estructura universal de los
valores humanos, cambiando sólo la prioridad que cada persona, grupo o cultura otorgará a
cada una de ellas. Esto constituirá un “perfil motivacional” propio −individual o colectivo−,
basado en la prioridad que se dé a cada una de esas dimensiones de valor.
Entre las revisiones que realizó la orientación sociocognitiva europea sobre teorías
anteriores, una de las más conocidas es la relectura que Beauvois y Joule (1981) hacen de la
teoría de la disonancia cognitiva de Festinger, formulando una propuesta radical sobre el
proceso de racionalización. Según estos autores, las ideologías son adoptadas como
mecanismos de racionalización de la conducta: no es tanto que la gente se comporte según la
ideología que posea, sino que son las conductas efectivamente realizadas las que conducen a
152
una ideología consonante con tales conductas. Por ejemplo, una persona no actúa de una
manera determinada porque crea en cierta ideología o filosofía, sino que dado que ésa es la
manera de actuar que conoce y aplica, sus actitudes acaban siendo favorables a esa ideología.
Más en concreto, Beauvois y Joule estudian las relaciones entre las conductas de obediencia y
las ideologías, afirmando que los comportamientos cotidianos son, bastante frecuentemente,
comportamientos de seguimiento a una autoridad moral, ideológica, institucional u
organizacional. Tales conductas tienen efectos sobre las opiniones, creencias y
representaciones de la realidad, es decir, sobre lo que se conoce como ideologías.
La mayoría de los autores e investigadores de esta orientación han sido sociólogos, por
ello, el interaccionismo simbólico ha tenido muy poca presencia en los textos y en las aulas de
psicología. A pesar de ello, se trata de un movimiento teórico esencialmente psicosocial, con
total independencia de cuál sea la titulación académica de sus ponentes. Tradicionalmente, los
psicólogos han prestado muy poca atención a lo que investigaban los sociólogos y otros
153
científicos sociales −a diferencia de lo que éstos han hecho con respecto a aquéllos−. Los
textos de psicología social, arrastrados por la vocación intrapsíquica propia de la psicología,
se han visto a menudo mermados de contenidos enriquecedores provenientes de otras
disciplinas sociales. Como veremos en este apartado, el objeto de estudio del interaccionismo
simbólico, así como sus conceptos y explicaciones, son perfectamente adscribibles a la
explicación psicosocial. Los interaccionistas simbólicos son psicólogos sociales, aunque,
mayoritariamente, su titulación académica no sea de psicología. De hecho, Garrido y Álvaro
(2007) o Ibáñez (2003) afirman que el interaccionismo simbólico ha sido la corriente más
influyente para la psicología social de tradición sociologista.
El término “interaccionismo simbólico” fue acuñado por Herbert Blumer en 1937, quien
propone la premisa básica de esta orientación: si la conducta de las personas se halla
vinculada al significado que tengan las cosas, lo que signifiquen las cosas para el sujeto va a
depender de su interacción social con otros actores de su entorno y, en definitiva, de los
significados aprendidos en su experiencia social interactiva (Blumer, 1937). Blumer se nutre,
principalmente, de planteamientos procedentes de la filosofía pragmatista y de la Escuela de
Chicago: los conceptos de William James y de George Herbert Mead sobre el “yo” y el “mí”;
la noción de Charles Cooley del “self espejo”, es decir, la adquisición del concepto de sí
mismo a través de verse reflejado en la imagen que los demás tienen de uno; la idea de John
Dewey del pensamiento como instrumento de adaptación y producto de la interacción social;
el teorema de William Thomas, referido a que lo que es cierto para una colectividad, acabará
siendo cierto en sus efectos; y la obra de George Herbert Mead, con sus ideas de role-taking y
la emergencia social del self.
Partiendo de las revisiones que realizan Ibáñez (2003) y Musitu (1996), así como de los
trabajos de autores de esta orientación como Blumer (1937), Rose (1962) o Stryker (1964),
resumiremos los supuestos básicos del interaccionismo simbólico:
− Los seres humanos viven en un ambiente que no sólo es físico sino también
simbólico. La particularidad de los humanos, respecto a otros animales, radica en la habilidad
de aprender, recordar y comunicar simbólicamente. Mediante procesos sensoriales se
adquieren conjuntos complejos de símbolos. Los símbolos aprendidos son abstracciones
mentales con significado, tales como palabras, ideas, actos,… La mayoría de estos símbolos
son adquiridos mediante el aprendizaje de qué significan para los demás; de este modo, los
significados de las cosas son el resultado de una elaboración conjunta.
− Los seres humanos deciden su conducta a partir de los símbolos que han aprendido en
la interacción, así como de sus creencias acerca de la importancia de esos significados. Para el
interaccionismo simbólico, el comportamiento está asociado al significado de las ideas en la
mente; pero ese significado es consensuado, en esencia, con las otras personas con las que se
interacciona: el comportamiento humano implica un proceso interactivo de construcción del
entorno. Además, los seres humanos no responden al ambiente tal y como es físicamente, sino
tal y como se percibe a través de procesos simbólicos.
self, sino parte de un proceso fluido y cambiante, que ni es simple, ni se mueve en un solo
sentido.
− Las personas no nacen dentro de vacíos sociales, puesto que la sociedad en la que
viven ya existe antes de su nacimiento. Las sociedades están compuestas de culturas, las
cuales están integradas en conjuntos de significados y valores. Pero la sociedad no es una
serie de reglas estáticas a memorizar, sino un contexto dinámico en el que ocurre el
aprendizaje, y en el cual ese aprendizaje podrá responder de muchas maneras ante lo que se
encuentra. La sociedad es el resultado de una interacción constante, simbólica y dinámica
entre personas, siendo continuamente creada y recreada en la interacción social.
mundo de la vida cotidiana que los sujetos viven en una “actitud natural”, desde el sentido
común. La “actitud natural” da por cierta la existencia del mundo tal y como se percibe, como
parece que es, así como el significado de las propias experiencias. Esta actitud frente a la
realidad permitirá a las personas suponer cómo es el mundo social en el que viven, y asumir
que otros viven las experiencias de la misma manera, pues se hace posible ponerse en el lugar
de esos otros.
En esa “actitud natural” el sujeto asume que la realidad es comprensible desde los
conceptos de sentido común que maneja y cree como ciertos. En este marco, la
intersubjetividad humana se constituye en una característica esencial del mundo social. La
intersubjetividad implica que lo que aparece como real surge de la interacción social: la
realidad es, al mismo tiempo, construida e interpretada por los sujetos participantes. Es decir,
“el yo” carece de todo sentido o significado sin “el otro”. Como afirman Sabucedo et ál.
(1997), para Schütz la única manera posible de aprehender la realidad es a través de la
subjetividad de los individuos, lo que le lleva al concepto de intersubjetividad o puesta en
común de las diferentes subjetividades.
− La idea de que las personas operan de forma activa, utilizando los métodos o
procedimientos que les resultan eficaces y convenientes en su vida social cotidiana.
Como han afirmado Garfinkel (1984) y Heritage (1990), la problemática básica que
afronta la etnometodología gira en torno a tres cuestiones: la teorización sobre la actividad
social cotidiana, la naturaleza de la intersubjetividad y la construcción social del
conocimiento. Estos temas son analizados a partir de métodos cualitativos de investigación y
de investigación participante, para llegar al entendimiento de las propiedades elementales del
razonamiento práctico y la acción cotidiana. Y la investigación se basará en cuatro conceptos
propios de la interacción natural y común: el significado de las expresiones dentro de su
contexto −la indexicalidad−, la intersubjetividad de la realidad construida, la reflexividad del
ser humano y la propiedad que tiene la realidad social de ser convertida en descripciones −la
accountability−. Estos cuatro conceptos clave, interrelacionados y mutuamente
complementarios, significan tanto herramientas para el investigador como propiedades de la
practicidad humana corriente:
− La capacidad del actor social para tomarse a sí mismo como objeto de conocimiento.
Esta reflexividad implica una equivalencia entre la descripción y la producción de una
situación, pues, en este caso, la situación descrita y el sujeto que la describe son coincidentes.
En este sentido, lo que la gente hace es mostrar a los otros −y al investigador− el sentido que
tienen sus prácticas concretas, lo cual es incompatible con una noción determinista y
predictible del comportamiento humano.
− La accountability. Tiene que ver con las explicaciones o enunciados discursivos que
utilizan las personas para dar cuenta de sus actividades, con la finalidad de hacerlas
descriptibles. Accountability quiere decir descriptible, inteligible, relatable, analizable,…
Mediante las descripciones se constituye la ordenación social, se hace visible el mundo, y el
investigador deberá acudir a la comprensión de ellas para poder comprender cómo aparece la
realidad social a los ojos de las personas. Toda descripción se convierte en parte constitutiva
del hecho que describe.
Bajo el epígrafe que encabeza este apartado trataremos dos líneas de investigación que,
aunque diferentes entre sí, tienen en común la relevancia que otorgan al entorno sociocultural
como determinante de la conducta individual. Como, muy expresivamente, afirma Benson
(2007), las personas están tan acostumbradas a la socialización que han recibido y a su
manera de vivir que olvidan, con frecuencia, lo diferentes que hubieran podido ser si se
hubieran educado ya no sólo en otro país, sino incluso en la casa de al lado.
Estos significados vienen modulados por la estructura social y por la cultura particular
en la que opera el individuo. Se sitúa el énfasis en la interacción social y en la consideración
de la persona inmersa dentro un contexto sociocultural determinado y peculiar, que no sólo
influye sobre él, sino que forma parte de su psique, como su psique es cocreadora de aquél.
Los humanos viven y desarrollan su conducta dentro de sistemas sociales, de los cuales
son tanto creadores como elementos constitutivos. Un sistema social está integrado por
personas y por relaciones entre personas, así como por grupos de personas y sus relaciones.
Cada elemento del sistema social afecta y es afectado por los otros. Como afirma Scott
(1981), se perdería la esencia de lo que es un sistema social si se pretendiera centrar la
atención en las unidades aisladas, excluyendo el significado del tejido de relaciones entre las
unidades.
Pero los sistemas sociales, como los biológicos o de cualquier otro tipo, no operan
aisladamente, sino en permanente contacto con el exterior. Una organización laboral, una
familia, un grupo informal, un vecindario, una sociedad, una cultura,… mantienen relaciones
de repercusión mutua con otros sistemas similares, lo cual condicionará no sólo su
funcionamiento y atributos globales, sino también las relaciones entre sus elementos y el
funcionamiento y características de éstos.
Las relaciones establecidas dentro de los sistemas sociales aportan a sus integrantes
valores, normas y roles. Los valores establecen justificaciones ideológicas del
comportamiento, las normas configuran un marco de referencia estandarizado sobre las
expectativas generales de conducta y pensamiento, mientras que los roles representan
expectativas específicas acerca de las formas de actuación propias de cada posición dentro del
sistema. A través de la función socializadora del sistema, sus integrantes interiorizan esas
variables y asumen los estilos conductuales y actitudinales característicos de aquél (Herrero,
2004b).
− El exosistema. Incluye nexos entre dos o más microsistemas, de los cuales, al menos
uno, no contiene a la persona en desarrollo. De nuevo se hace referencia a las relaciones entre
microsistemas, pero, en este caso, el exosistema alude a contextos en los cuales no se halla el
individuo, pero que sí inciden sobre lo que ocurrirá en aquellos contextos en los que está. Es,
por tanto, un efecto de segundo orden sobre el desarrollo. Por ejemplo, todo lo que acontezca
en el trabajo de los padres tendrá un efecto en el sistema familiar y, por tanto, en el desarrollo
de los hijos. Un pequeño cambio en el entorno podría provocar un efecto enorme en la
dinámica de un sistema y en el desarrollo de un individuo. Como estamos viendo, la propuesta
de Bronfenbrenner no sólo contempla la incidencia de los contextos sobre el desarrollo
psicológico de la persona, sino que otorga gran relevancia a cómo las influencias mutuas entre
contextos incidirán sobre ese desarrollo.
− El macrosistema. Está configurado por el marco social y cultural más amplio que
envuelve a los individuos, a sus relaciones, a sus sistemas y a las relaciones entre ellos. El
macrosistema incluye los valores sociales imperantes, las características étnico-culturales de
una sociedad, las condiciones políticas y económicas o los aconteceres históricos que
167
Shaffer (2000) menciona que algunos autores han considerado a la teoría ecológica
como una teoría complementaria de otras que explican el desarrollo psicológico desde
presupuestos más individualistas, pero no como sustitutiva de éstas. Las principales críticas
recibidas, prosigue Shaffer, han aludido a la escasa y poco definida consideración de los
factores genéticos y biológicos en la configuración de la persona, y al hecho de no dejar claro
cuál es el mecanismo que conecta funcionalmente lo contextual con lo psicológico.
convierte en miembro de la sociedad y en sociedad misma. Junto a estas aportaciones −de las
que ya hemos tratado anteriormente−, habrá que mencionar también otros antecedentes de los
análisis socioculturales en psicología social: las aportaciones del psicólogo bielorruso Lev
Vygotski y las que provienen de la antropología cultural, como son las de los estadounidenses
Margaret Mead y Ward Goodenough o las del francés Claude Lévi-Strauss.
Durante las primeras décadas del siglo XX, la obra de Vygotski destacó el carácter
esencialmente sociocultural de la naturaleza humana. Su propuesta fundamental es que el
desarrollo del ser humano, de niño a adulto, es explicable en términos de interiorización de
contenidos culturales. A través de la interacción social se transmiten elementos de la cultura,
que serán diferentes en sociedades distintas −en distintos países, regiones, etnias,
religiones,… pero también en distintos momentos históricos−. El proceso de interiorización
de los contenidos de la cultura de pertenencia es el que permite reorganizar permanentemente
la actividad psicológica de los sujetos como seres sociales. El rasgo distintivo de la psique
humana, según Vygotski, es, precisamente, la interiorización de las actividades socialmente
originadas e históricamente desarrolladas en una cultura particular. En el marco de la
propuesta de Vygotski, los procesos de interiorización de la cultura son creadores de la
personalidad y de la conciencia individual (García-González, 2005).
Margaret Mead, retomando la idea del relativismo cultural que ya apareciera en Franz
Boas, enfatizó la gran posibilidad de conocimiento sobre el ser humano que puede generarse a
través del estudio de las diferentes sociedades y culturas. En su prolífica carrera, desarrollada
desde antes de la Segunda Guerra Mundial hasta los años setenta, consideró la diversidad
cultural como un recurso enriquecedor y nunca como un inconveniente para la humanidad. La
noción de relativismo cultural alude a que todas las verdades inducidas a partir de la
experiencia son meras construcciones sociales, y que, por lo tanto, no son independientes del
contexto cultural en que fueron formuladas como proposiciones. No obstante, este concepto
no está exento de polémica interpretativa, pues podría significar desde una oposición a la
uniformización cultural hasta la negación de cualquier código ético universal (Rachels, 2007).
En todo caso, implica que ninguna cultura es, en esencia, mejor que otra y que cualquier
aspecto de una sociedad debe estudiarse en relación con los estándares culturales propios.
Uno de los principales hallazgos de Mead fue comprobar que los roles de género que
llamamos tradicionales no funcionan del mismo modo en todas las culturas del planeta, lo
170
Los enfoques culturales dentro de la psicología social han pretendido sacar a relucir la
dimensión sociocultural del comportamiento y de la psique. Más que una orientación teórica
establecida en torno a una ortodoxia de postulados, se trata de un conjunto de desarrollos de
investigación que comparten un mismo interés por las raíces socioculturales de la naturaleza
humana. De hecho, algunas de estas investigaciones encuentran buen acomodo en ciertos
parámetros sociocognitivos, aunque la especificidad de sus argumentos y el énfasis puesto en
los contenidos culturales, permite considerarlas autónomamente. Con la finalidad de
ejemplificar los desarrollos socioculturales en psicología social, nos referiremos, en las
páginas que siguen, a tres de ellos: el estudio transcultural de los valores sociales, el enfoque
sociocultural en el estudio de los estereotipos y las investigaciones sobre aculturación y
contacto entre culturas.
Hofstede (1999, 2001), después de estudiar las prioridades de valor en muestras de más
de 70 países de los cinco continentes, concluye que las diferentes culturas humanas pueden
diferenciarse y clasificarse en función de la importancia que conceden a cuatro dimensiones
de valor:
Las grandes diferencias encontradas entre países distintos en estas cuatro dimensiones
llevan a Hofstede a concluir que las diferentes culturas humanas difieren significativamente
172
En una línea similar, Triandis (1995) diferencia dos dimensiones que permitirán
establecer una tipología de las culturas: la dimensión individualismo-colectivismo y la
dimensión alta-baja jerarquización. De este modo, podrán diferenciarse cuatro tipos de
culturas:
Para entender esto, partiremos de la diferenciación que establece Devine (1989) entre
los estereotipos y las creencias prejuiciosas personales. El estereotipo social es el conjunto de
características que son atribuidas a los miembros de un determinado grupo social, mientras
que el prejuicio representa una actitud negativa y de rechazo, mantenida sólo por
determinadas personas. El estereotipo, es decir, lo que se piensa de una categoría social, está
culturalmente determinado, pues su creación no corresponde a la actividad mental de personas
individuales sino a lo que establece una sociedad colectivamente: el estereotipo no es una
creencia individual, sino una construcción sociocultural. Por su parte, el prejuicio recoge un
estereotipo negativo que, en la mente de sujetos particulares, se convierte en una actitud de
rechazo.
Esta distinción entre estereotipo social y prejuicio tendrá una consecuencia, y es que las
personas que forman parte de una sociedad conocerán los estereotipos que ésta define sobre
En todo caso, el prejuicio, como actitud que es, también tiene una génesis social y,
consecuentemente, ha sido comprobado en diversas investigaciones que los niños suelen
mantener actitudes raciales muy similares a las de sus padres (Gómez-Jiménez, 2007). Pero,
como afirman Stangor y Schaller (1996), el estereotipo no es que esté influido por la sociedad,
sino que está en “la mente de la sociedad”, siendo creado, mantenido y modificado
colectivamente por el consenso social y utilizado por los individuos, como ocurre con el
lenguaje o con los roles sociales.
Sangrador (1985) alude a esta cuestión con un ejemplo muy didáctico: cuando se dice
que los andaluces son graciosos, obviamente, se está realizando una sobregeneralización, pues
todos los individuos andaluces no son así; pero también es cierto que es estadísticamente más
probable encontrar una persona graciosa y dicharachera en Andalucía que en otras
175
comunidades autónomas del Estado español. El estereotipo, por tanto, está basado en la
percepción de diferencias reales entre grupos sociales y, en este sentido, siempre tendrá un
cierto fondo de verdad, aunque suponga una descripción sobregeneralizada acerca de una
categoría social.
No obstante, esta línea sobre el estereotipo social como constatación empírica de una
realidad observable no esconde que un estereotipo negativo pueda responder a situaciones de
injusticia y desigualdad que, muchas veces, hunden sus raíces en dilatados procesos
históricos. Lo que ocurre es que la comprobación de coincidencia entre el estereotipo de una
categoría y el comportamiento concreto de sus miembros actúa a modo de profecía
autocumplida: “Si se comportan así es porque son así”, por lo tanto, los miembros del grupo
dominante se relacionarán con los del grupo no dominante como si, realmente, eso fuera
cierto, lo cual promoverá las condiciones efectivas que mantienen la desigualdad.
Otra cuestión analizada desde la perspectiva sociocultural ha sido la del cambio de los
estereotipos sociales. Bar-Tal (1994) se refiere a diferentes situaciones de conflictos políticos
o sociales que han propiciado la acentuación de estereotipos negativos entre los grupos
enfrentados o, incluso, la creación de ellos cuando no existían. Otros autores han aludido a la
creencia, ampliamente extendida en la sociedad, de que los estereotipos negativos y los
prejuicios desaparecen cuando existe contacto y conocimiento mutuo entre personas de
grupos distintos. Contra la ingenuidad de esta idea, Cook (1984) argumenta que las
experiencias de contacto fortalecerán el contenido del estereotipo existente, si el
176
El tercer ámbito de estudios socioculturales del que vamos a tratar, para finalizar este
apartado, es el de los estudios sobre aculturación y contacto entre culturas. La aculturación es
un concepto surgido de la antropología y que hace referencia al cambio en los elementos de
una cultura producidos por el contacto directo y continuado entre dos grupos culturales
distintos (Sabatier y Berry, 1996). El concepto de aculturación engloba diferentes situaciones
de relación intergrupal en sociedades pluriculturales, en las que, generalmente, el grupo
cultural no dominante o minoritario es el que ve modificados sus elementos culturales de
partida, como consecuencia de la relación con el grupo dominante o mayoritario. La
naturaleza del grupo no dominante puede ser diversa: pueblos aborígenes colonizados,
inmigrantes en la sociedad de acogida, culturas minoritarias autóctonas dentro de un mismo
Estado,…
Los cambios que definen la aculturación afectan a los elementos colectivos propios de
un grupo cultural y, en consecuencia, implicarán también cambios psicológicos en sus
miembros, pues se trata de modificaciones en las formas de vida en su totalidad: prácticas
cotidianas, creencias y significados sobre el mundo, instituciones educativas y socializadoras
e, incluso, la lengua en la que se habla. Los cambios psicológicos producidos por la
aculturación conforman una amplia clase denominada genéricamente “desplazamientos de
conducta”, en la cual se encuadran las nuevas actitudes que se desarrollan y las nuevas
identidades que se adquieren (Morales, 1999c). El proceso de aculturación puede acarrear
importantes costes psicológicos, con consecuencias para el bienestar físico y psíquico de sus
protagonistas. Ante el cambio en las condiciones culturales, el individuo puede optar por el
ajuste, la reacción o la retirada (Berry, 1992). En el ajuste es la persona individual la que
intenta cambiar, en la reacción se intenta incidir sobre las condiciones sociales y en la retirada
se busca escapar de las presiones mediante conductas reductoras del estrés de aculturación. La
estrategia de la retirada incluye, a menudo, el consumo de alcohol y otras sustancias como
respuesta a la pérdida de la identidad cultural (Daumer, 1985).
177
En este apartado serán tratados aquellos modelos teóricos que cuestionan los postulados
hegemónicos y tradicionales en psicología y en psicología social. Según afirman historiadores
de la psicología social como Garrido y Álvaro (2007) u Ovejero (1999), existen ciertas
orientaciones en la disciplina que, desde posiciones plenamente posmodernas, asumen
algunos de los argumentos críticos producidos dentro del debate en la filosofía de la ciencia,
como la crítica acerca del papel de lo racional en la producción de conocimiento o sobre la
naturaleza misma de aquello que llamamos ciencia y razón. La magnitud del distanciamiento
respecto a los modelos epistemológicos dominantes será variable en las diferentes
178
orientaciones que van a ser analizadas en este apartado: desde una crítica total a la manera
institucionalizada de hacer psicología social, a una revisión de algunos de sus postulados;
desde un rechazo radical del positivismo, a un planteamiento modificado en el que éste pueda
ser matizado. En todo caso, hay que mencionar previamente el hecho de la heterogeneidad de
contenidos y temas de atención que presentan estas orientaciones teóricas, cuyo nexo de unión
es la alternatividad a los modelos teóricos dominantes en la psicología social. Analizaremos
en este apartado nueve orientaciones alternativas:
− El construccionismo social.
− El constructivismo radical.
− La orientación humanista.
Para la dialéctica existe una continuidad esencial entre lo psicológico y lo social, ya que,
por definición, ambos están entrelazados dentro de los procesos de relaciones sociales en el
contexto sociocultural. Pero la orientación dialéctica no se dirige tanto a los estados
psicológicos individuales como a los procesos dinámicos de generación de relaciones y
productos sociales. Por ello, el interés se centra en el estudio de las relaciones sociales
contextualizadas dentro de un permanente proceso de creación, modificación y
transformación de la sociedad. Así, los dialécticos se alejan de las dicotomías sujeto-objeto,
mundo objetivo-subjetivo o individuo-sociedad, y consideran que éstas son categorías que no
pueden definirse la una sin la otra (Georgoudi, 1983).
encuentran juntos en un mismo ámbito relacional, y el científico, como persona que es, no es
ajeno a los valores de sus propios grupos de referencia; por tanto no es posible una ciencia
libre de valores, muy especialmente en la ciencia social.
a la sociedad tecno-burocrática, tanto de los países del este europeo como de los occidentales
e, indudablemente, contra los regímenes fascistas y totalitarios.
con los valores del mercantilismo. De hecho, afirma que el hombre se ha transformado a sí
mismo en un bien de consumo: el valor de un ser humano se limita a lo material, al precio que
otros puedan pagar por sus servicios. La sociedad de consumo, para funcionar bien, necesita
una clase de individuos que cooperen dócilmente en el objetivo principal de querer consumir
más, y cuyos gustos estén estandarizados y puedan ser fácilmente influidos y anticipados. Este
tipo de sociedad requiere individuos que se sientan libres e independientes, pero que,
paradójicamente, estén dispuestos a ser influidos, a hacer lo previsto, a encajar sin roces en la
maquinaria consumista.
La teoría de la acción es formulada durante los años cincuenta del pasado siglo, lo que
la convierte en contemporánea del neoconductismo y anterior al cognitivismo. Anscombe
(1957/1991) recoge la referencia a las causas inobservables de la conducta, pero no como un
recurso metodológico, como proponían los neoconductistas, sino como requisito ineludible
para obtener una explicación satisfactoria sobre las acciones de las personas. Lo que
Anscombe llama “causas mentales” es lo que una persona es capaz de afirmar como causa de
un pensamiento, de un sentimiento o de un comportamiento. A la noción de conducta,
definida por los conductistas, esta autora contrapone la noción de acción, cuyas características
vienen definidas por la intencionalidad y por el significado. Asimismo, en la explicación de
las acciones se consideran otros elementos, tales como deseos, motivaciones, creencias o
actitudes.
4 También Noam Chomsky participa de la idea crítica de los medios de comunicación como instrumentos de dominación
social. Aunque el pensamiento de este autor no pueda adscribirse a la Escuela de Fráncfort −por motivos generacionales,
disciplinares y de contenido−, sí es cierto que sus visiones críticas coinciden en algunos puntos. Dice Chomsky que el poder
económico hace uso de la televisión para manipular la opinión pública, fabricar consensos y mantener el statu quo. El método
es interesar al público por asuntos banales, fomentar el consumismo y el culto a la apariencia, y promover un estilo de vida
alejado de los valores culturales y prosociales, terreno abonado para el surgimiento de una ciudadanía dócil, sin sentido
crítico, despreocupada e insolidaria (Chomsky, 1999; Chomsky y Ramonet, 2002).
185
− No se puede concebir a los seres humanos como organismos determinados por leyes
explicativas universales, sino como agentes guiados por regularidades.
− La conducta social debe ser entendida como acciones mediadas por significados y no
como respuestas a estímulos.
Como se ve, la propuesta define una forma de hacer psicología social, tanto en su
vertiente metodológica como teórica, radicalmente diferente a la instituida. Los principios y
objetivos de la orientación etogénica pueden entenderse recurriendo a la muy descriptiva
definición que ofrece Harré (1983): la etogenia es el estudio de las vidas humanas tal y como
las personas las viven en la realidad y en los contextos en los que viven, en la calle, en las
186
casas, en los lugares de ocio, en las tiendas o en el trabajo, sitios donde la gente,
verdaderamente, interacciona y vive. Las acciones no son vistas sólo como conductas, sino
como actuaciones significadas y motivadas.
El construccionismo social
Constituye una de las orientaciones surgidas como consecuencia de la crisis que vivió la
psicología social durante los años setenta del siglo pasado. El momento fundacional del
socioconstruccionismo o construccionismo social fue la publicación en 1973 del artículo de
Kenneth Gergen “La psicología social como historia”, donde plantea que los fenómenos
estudiados por la psicología social se hallan supeditados a las condiciones históricas y
culturales en las que se generan. La interacción humana, plantea Gergen (1973), no puede ser
explicada mediante principios universales y estables a través del tiempo, pues las condiciones
en que se produce no son ni estables ni generalizables.
comparte con los otros y se experimenta a los otros. También se recogen las aportaciones de
Gadamer (1960/1988) y su idea sobre la importancia que la historia y la cultura tienen para la
comprensión del comportamiento social. Esta corriente, pues, se ha nutrido de diferentes
contribuciones para elaborar una alternativa a los modos tradicionales de producir psicología
social.
− Interés por dilucidar los procesos que las personas utilizan para describir, explicar o
responder al mundo en el que viven.
− Posición de escepticismo ante todas las “verdades”. No hay “verdad” o “falsedad” que
sean absolutas y universales.
La importancia que esta orientación otorga al lenguaje queda ilustrada a través de las
aportaciones de Shotter (1987) sobre el papel que el lenguaje tiene en la constitución de los
objetos y en la construcción de la realidad social cotidiana. Según Shotter, el lenguaje no está
compuesto de la acción individual, sino que es una acción conjunta e interactiva: el
significado de un término no está ubicado dentro de la mente individual, sino que emerge
continuamente del proceso relacional.
Para el socioconstruccionismo, los términos que las personas usan para comprender el
mundo son “artefactos sociales”, productos de intercambios entre la gente e históricamente
situados. El proceso de entender el mundo no es dirigido automáticamente por la naturaleza
misma de los objetos, ni elaborado individualmente en una mente aislada, sino que resulta de
188
una empresa activa y cooperativa de personas en relación. Por ejemplo, el significado de las
palabras con las que se designa la realidad variará según la época histórica en que nos
encontremos (Gergen, 1996).
producción de conocimiento, en tanto que éste supone una cierta forma de construir la
sociedad. Como señala Gergen (1997), desde una perspectiva socioconstruccionista la
investigación empírica no es abandonada, simplemente sus metas son revisadas de tal manera
que sus resultados puedan estar más directamente relacionados con los problemas reales de la
sociedad, provocando diálogos sociales y culturales, desafiando a los conocimientos
tradicionales y proporcionando conocimiento relevante para las necesidades de las personas.
El eje sobre el que giran las críticas feministas, en el marco general científico-
académico, es el cuestionamiento del sesgo androcéntrico típico de la producción científica,
tanto en las sociales como en las naturales, y que se ha traducido en la legitimación de un
conjunto de desigualdades. La crítica feminista cuestiona la manera habitual de hacer ciencia
y pretende poner en evidencia el sexismo y el androcentrismo presentes en ella, caracterizado
por conceder primacía al punto de vista masculino. Es decir, la producción de conocimiento
mantiene un sesgo sexista, tanto en la investigación como en la teorización, lo cual es
contradictorio con la objetividad y neutralidad anunciadas como características definitorias de
toda actividad científica (Moreno-Sardà, 1987).
En una línea crítica muy cercana a la de Sue Wilkinson, Goudsmit (1994) cuestiona los
modos en que ciertos problemas de salud de las mujeres han sido tradicionalmente
trivializados por los médicos −mayoritariamente varones− y atribuidos, muchas veces, a una
supuesta inestabilidad emocional típica de la mujer o a una menor capacidad de
191
Erica Burman pretende también aportar una respuesta crítica a las teorías dominantes
sobre el desarrollo psicológico infantil, y muestra cómo los textos de psicología evolutiva
contribuyen a mantener el rol de las mujeres como cuidadoras de los hijos e, incluso, a
patologizar su experiencia como madres. Según Burman (1994) y Parker y Burman (1993), el
enfoque clásico de la psicología evolutiva se ha limitado a presentar descripciones
homogéneas acerca de cómo es el desarrollo “normal”, por lo que cualquier persona que
manifestara desviaciones con respecto a esa homogeneidad quedaría automáticamente
estigmatizada por el propio discurso científico. Estas descripciones se han fundamentado en
estudios sobre individuos de clases medias-altas y se caracterizan, además, por aceptar sin
crítica las desigualdades de género o las de clase social.
El constructivismo radical
En relación a este último punto, Von Glasersfeld (1995) postula que los contenidos
mentales no pueden ser transmitidos de un comunicante a otro, sino que se derivan de una
193
Según este enfoque, los sentidos funcionan como una cámara que proyecta una imagen
del mundo al cerebro de cada uno, y cada uno utilizará esa imagen como un mapa,
codificando la estructura externa en un formato diferente. Esta construcción a la que se hace
referencia, sirve, antes que nada, a propósitos adaptativos: el sujeto desea adquirir control
sobre lo que percibe, de manera que trata de eliminar cualquier desviación o perturbación en
el logro de sus propias metas; ese control requerirá un modelo de lo que se desea controlar,
pero sólo será necesario incluir en él aquellos aspectos relevantes para las metas y acciones de
ese sujeto. A la persona no le interesa tanto controlar “la cosa”, como compensar las
perturbaciones que esa “cosa” representa para sus metas; y con esa compensación se convierte
en capaz de adaptarse a las circunstancias cambiantes de su entorno.
Junto con Ernst Von Glasersfeld, Paul Watzlawick es otro de los autores ubicados en los
presupuestos del constructivismo radical. Watzlawick (1976/1995) cuestiona los supuestos
ontológicos y epistemológicos de la ciencia dominante y afirma que lo que conocemos no
puede abordarse separadamente de los mecanismos cognitivos que permiten ese
conocimiento: el “qué” está íntimamente vinculado al “cómo” y, de esta manera, lo que en un
principio era una realidad objetiva e independiente de uno mismo se torna una realidad menos
segura por la influencia de los procesos cognitivos que acercan al sujeto a esa realidad.
La orientación humanista
La psicología humanista se postuló, entre los años cuarenta y los sesenta del siglo XX,
como la “tercera fuerza” en psicología, alternativa al psicoanálisis y al conductismo. Esta
orientación concibe a la persona como un ser capaz de autoafirmarse de modo creativo,
autónomo y consciente, de tomar decisiones y de desarrollar su rica experiencia interior
subjetiva (Peiró, 1998). La obra de Carl Rogers y de Abraham Maslow, principales
iniciadores de esta corriente, reivindica la consideración global de la persona y la acentuación
de sus aspectos vitales existenciales, tales como la particularidad del conocimiento, la
iniciativa personal, la responsabilidad o la historicidad, oponiéndose tanto al esquematismo
conductista y su pretensión de reducir al ser humano a variables cuantificables, como a las
posturas psicoanalíticas centradas en los aspectos inconscientes y patológicos de la persona.
aleja de los usos médicos, psiquiátricos y psicoclínicos que abusan del poder del profesional
ante un “paciente” que, dada su condición de “diagnosticado”, no puede hacer otra cosa que
obedecer a lo que le mandan, si quiere “ser curado”. Pero, más allá de las legítimas propuestas
de Rogers, hay que decir, como muy explícitamente señala Benson (2007), que ha existido
una utilización espuria de los conceptos teóricos de la orientación humanista: la de muchos
charlatanes (sic) que, carentes de cualquier clase de rigor, han intentado subirse al carro de las
técnicas de automejora y desarrollo del potencial humano, publicando libros de supuesta
autoayuda y/o anunciando pseudoterapias que han pretendido embaucar y han conseguido,
lastimosamente, confundir.
En todo caso, los trabajos de Rogers, por su temática terapéutica, han tenido poca
incidencia en la psicología social; no así las aportaciones de Abraham Maslow, que sí
contienen claros elementos psicosociales y, en concreto, su teoría de la jerarquía de
necesidades tuvo influencia en ciertas corrientes de la psicología de las organizaciones.
Maslow (1943, 1954/1991) propone que las necesidades humanas se ordenan jerárquicamente
en cinco niveles: necesidades de supervivencia, de seguridad, de relación y aceptación social,
de autoestima y, finalmente, de autorrealización personal. Estas necesidades se encuentran
vinculadas entre sí mediante una relación jerarquizada: la meta prioritaria para cada persona
en cada momento de su vida monopolizará la motivación de ese individuo y organizará, en la
medida de lo disponible, sus recursos personales en dirección a ella. La importancia de la
propuesta de Maslow estriba en reconocer el papel central que las motivaciones y la
satisfacción de necesidades tienen en la conducta de los humanos.
Entre los años sesenta y los setenta, las ideas de la psicología humanista son recogidas
por una serie de investigadores y teóricos de las organizaciones, como Douglas McGregor,
Chris Argyris o Rensis Likert, que formulan nuevos modelos acerca de la organización
laboral, en los que se prioriza una concepción humanista del trabajo y de la empresa. Ha sido
ésta la presencia más destacada de la orientación humanista dentro del terreno psicosocial.
objetivos colectivos; por su parte, la “teoría Y” concibe que el trabajador, por su propia
naturaleza humana, es activo y responsable y estará dispuesto a involucrase en los objetivos
organizacionales, si esa organización contribuye significativamente a satisfacer sus
necesidades vitales, desde la supervivencia hasta la realización personal.
En una línea similar, Argyris (1976) denuncia que, en muchas ocasiones, las empresas
no toman en consideración los aspectos humanos y las necesidades personales de quienes
trabajan. Por ello, propone un nuevo modelo de organización más humanizado, en el cual el
cumplimiento de los objetivos organizacionales sea compatible con el cumplimiento de los
objetivos vitales de cada miembro. Es decir, que el trabajo sirva a cada persona para cumplir
con sus expectativas vitales, al mismo tiempo que sirve para cumplir con los objetivos de la
empresa.
También Likert (1967) se une a esta corriente y explica que las organizaciones más
eficaces facilitan un clima caracterizado por la cooperación y por la motivación hacia el
trabajo común. En ellas, los directivos procuran que las fuerzas motivadoras de cada persona
confluyan en una sola fuerza participativa y orientada a alcanzar unos objetivos mutuamente
establecidos y aceptados. Ello se facilitará si, desde los niveles superiores de la empresa, se
prioriza el respeto hacia las peculiaridades y necesidades personales de los trabajadores. Las
organizaciones que obtienen éxito, dice Likert, son aquéllas que logran un clima cooperativo
y motivador, así como una confluencia de voluntades individuales hacia unas metas comunes,
todo ello basado en un sistema de interacciones comunicativas abiertas y de tareas
cooperativas.
El término “discurso” se refiere a las diversas formas que adoptan las expresiones orales
y escritas, mientras que “análisis del discurso” representa la investigación de esos materiales.
Según Potter y Wetherell (1987), existen tres grandes aspectos en el análisis del discurso:
− Función. Hace referencia a la forma en que las personas utilizan el lenguaje para
actuar y relacionarse. La función de una expresión a menudo no se establece explícitamente,
pues los sujetos pueden usar formas indirectas de expresión para, por ejemplo, evitar el
rechazo o buscar un congraciamiento. Se deberá considerar, pues, el contexto de un enunciado
para determinar su función.
reacciones de los sujetos, aun cuando existan diferencias individuales. Incluso en las técnicas
cualitativas, a veces los investigadores eligen por adelantado las categorías clasificatorias de
respuestas, de forma que, afirman Potter y Wetherell, se ignora buena parte del discurso
original.
El análisis del discurso proporciona un método específico para investigar el flujo real de
la interacción entre sujetos que se comunican. Se le concede así prioridad a la interacción
social como unidad básica de la psicología social. Sin embargo, como exponen et ál. (1996),
es un procedimiento que, pese a sus hallazgos, resulta muy laborioso y exige mucha destreza,
por lo que es improbable que se pueda poner en práctica sin preparación específica.
compromiso social es seña de identidad de esta corriente de pensamiento, que rechaza la idea
de una psicología imparcial y neutra. En lugar de esto, Martín-Baró (1983, 1989) concibió una
psicología social crítica y comprometida, postulando que el análisis psicosocial debería servir
para solventar las necesidades reales de los grupos humanos y fortalecer los valores de la
igualdad, la solidaridad y la justicia social. Fuentes teóricas de la psicología social de la
liberación son la “pedagogía del oprimido” del brasileño Paulo Freire, la investigación-acción
participativa interpretada por el colombiano Orlando Fals-Borda y la filosofía de la liberación
del argentino Enrique Dussel.
Martín-Baró (1983, 1989) postula que la explicación del comportamiento humano debe
establecerse en relación con las circunstancias sociales, culturales e históricas que rodean a las
personas y los grupos, así como con las aspiraciones vitales de esas personas. El compromiso
de la psicología social debe estar al lado de las legítimas aspiraciones de realización vital de
toda persona en el contexto en el que vive. Las condiciones de ese contexto son el marco para
la realización personal, y en ellas se encuentran las limitaciones y las oportunidades que
inciden en la vida de los seres humanos. Pueden ser desde condiciones de tipo relacional,
hasta las que incluyen factores económicos y políticos, pasando por los valores sociales
imperantes o las condiciones laborales, convivenciales, educativas, materiales,
medioambientales y asistenciales. Están ahí los factores que limitarán o que potenciarán la
satisfacción de la realización personal.
desigualdades sociales. En este sentido, menciona como elementos de interés los siguientes: la
dimensión ética frente a la falsa neutralidad científica; los métodos cualitativos de
investigación, que analicen el comportamiento humano en los contextos específicos en los que
éste se desarrolla; el diálogo de la psicología social con otras ciencias sociales; la
revalorización de los saberes locales y de la cultura subjetiva como guía de la conducta que ha
de ser aprehendida por el investigador; y la unidad del pensamiento teórico-aplicado, frente a
la discontinuidad entre ciencia básica y aplicada. Esta corriente de pensamiento ha
contribuido al desarrollo de la psicología comunitaria, como disciplina que estudia los
factores que afectan al bienestar social y la calidad de vida de poblaciones definidas (Cantera,
2004).
La psicología social de América Latina −al menos, en los sectores próximos a las tesis
de Ignacio Martín-Baró, a su escuela de pensamiento y a los desarrollos de la psicología
comunitaria− ha tenido como fundamentos básicos los siguientes: la consideración de que el
bienestar no depende sólo de factores psicológicos, sino también −y sobre todo− de las
condiciones contextuales; la orientación hacia las necesidades sentidas por las personas y las
colectividades, sin imponer modelos normativos de necesidades; y la orientación a modificar
las condiciones del contexto y no sólo a facilitar el equilibrio psicológico en un contexto
incuestionado (Cantera, 2004; Montero, 1994). Muy cercanas a la psicología social de la
liberación son las propuestas del colombiano Gerardo Marín y de la venezolana Maritza
Montero. Acabaremos este apartado refiriéndonos a estos dos autores.
La perspectiva evolucionista
La teoría darwiniana postulaba que las características que son útiles para la adaptación
al medio son “seleccionadas” y se mantienen a lo largo de las generaciones. Los individuos
poseedores de tales características son los que sobrevivirán y tendrán más probabilidad de
reproducirse. Es decir, en cada especie animal, los rasgos que se propagarán son los de
aquellos individuos que pudieron sobrevivir y reproducirse. Pero Darwin se interesó, sobre
todo, por las características físicas y no tanto por las conductuales. La psicología
203
Los inicios de esta perspectiva pueden encontrarse en las obras de los sociobiólogos
William Hamilton y Robert Trivers. Durante los años sesenta y setenta del siglo XX, estos
investigadores dieron explicaciones acerca de la base biológica de la conducta prosocial,
arguyendo que ésta responde a ciertos mecanismos fortalecedores de la cohesión grupal, que
se han ido propagando desde las primeras generaciones humanas. En los párrafos que siguen
daremos cuenta de estos mecanismos y también de otras investigaciones que ilustran la
aportación evolucionista a la psicología social:
− La aptitud inclusiva. Este mecanismo fue descrito por Hamilton (1964) para exponer
una base biológica del comportamiento prosocial: dado que los primeros humanos vivían en
grupos con rasgos genéticos similares, ayudar a un individuo estaba aumentando la
probabilidad de supervivencia −y, por tanto, de procreación− para alguien con genotipo
similar. Así, los individuos con tendencia altruista incrementaban indirectamente la
probabilidad de propagación de sus “genes altruistas”.
humano, los rasgos de “fortaleza” no son sólo físicos, sino que juegan un papel importante los
psicológicos−. Los individuos más fuertes en la competición intrasexual y los más perspicaces
en la selección intersexual facilitaban indirectamente la supervivencia de su prole e
incrementaban la probabilidad de propagar las mismas tendencias y preferencias a las
generaciones posteriores.
− El mecanismo de los celos. La psicología evolucionista considera que los celos son
una tendencia conductual y mental que se mantiene porque contribuye a la supervivencia de la
especie: los individuos que no temían perder la pareja hacían menos esfuerzos por mantenerla,
por tanto, tenían menos oportunidades de procrear, por tanto, era menos probable que sus
genes se propagaran y que hayan llegado al ser humano actual. Partiendo de la idea de
inversión parental, Buss (2000) expone que, tanto con métodos de encuesta como con
registros psicofisiológicos, en personas heterosexuales, ha sido hallado que los varones
experimentan más malestar ante una infidelidad sexual que ante una emocional, mientras que
en el caso de las mujeres ocurre al contrario. En los varones, la infidelidad sexual pone en
duda que los hijos que el hombre cuida sean de él; en las mujeres, una infidelidad emocional
reduce el espacio de supervivencia de los hijos. Los individuos poseedores de este tipo de
motivación incrementaban la probabilidad de pervivencia de sus genes y de estas mismas
preferencias.
Del mismo modo puede decirse de los procesos intergrupales: el hecho de que
nazcamos siendo sensibles a claves que implican algún tipo de amenaza exogrupal no
significa que tal sensibilidad esté ya programada de manera irresoluble. Está claro que el
contacto interracial es algo demasiado reciente dentro de la historia de nuestra especie, para
que el prejuicio derivado pueda ser considerado producto único de la Evolución. Lo que
probablemente sí ha evolucionado es un aparato psicológico que es perspicaz para detectar y
clasificar “claves de pertenencia” perceptibles −fisonomía, lengua, costumbres,…−.
En los capítulos precedentes hemos presentado una muestra representativa −pero sólo
una muestra− de la multiplicidad de líneas y temas de investigación a los que ha dedicado
atención la psicología social a lo largo de su historia. Ya decíamos en las primeras páginas de
este trabajo que la psicología social ha abarcado una diversidad tan amplia de temas de
estudio, que resultará muy complejo definir con precisión a qué se dedica esta disciplina, cuál
es, finalmente, su objeto. Un aspecto importante que no se debe olvidar es que la psicología
social ha llevado siempre consigo una cierta ambigüedad en su concepción, debido a su
proximidad a otras disciplinas más fuertemente consolidadas, como la sociología y la
psicología. Por ello, en función de la orientación de quien defina a la psicología social, le dará
a ésta un cariz más sociologista o más psicologista.
Sin embargo, la definición de Gordon Allport no fue plenamente aceptada por aquellos
psicólogos sociales que adoptaron el acercamiento sociologista, cuyo enfoque se distinguía
por el estudio de los procesos psicosociales dentro de un contexto sociocultural, reconociendo
el papel crítico de esos procesos en las relaciones interpersonales, en la dinámica social y en
la estructura social (Álvaro et ál., 2007; Cartwright, 1979). Su propuesta fue superar la
reducción del contexto social a la mera presencia real o imaginada de otros, como destilan las
definiciones de corte individualista al estilo de la de Allport. Pero, como afirman Garrido y
Álvaro (2007) y Jiménez-Burillo (2005), la psicología social “estándar” −psicologista− no ha
visto la necesidad de participar en esos debates, a los cuales mira de lejos, como si no fueran
con ella.
Por su parte, Morales (1985) plantea que la psicología social ha de intentar articular en
su seno las aportaciones de la psicología y de la sociología, necesidad que este autor concreta
en dos exigencias fundamentales: dilucidar la influencia que los aspectos sociales −el
ambiente o contexto, la cultura y la estructura social− tienen sobre los fenómenos que
constituyen su campo de estudio y dilucidar cómo se produce la incidencia de esos aspectos
socioculturales.
Recogiendo las ideas de Moscovici, plantea Pérez-Pérez (1994) que la psicología social
se ocupará, por una parte, de cómo se inscribe la realidad social en el individuo; estudiará,
también, cómo el individuo trata de inscribir en los otros esa realidad social interiorizada; y se
encargará, de igual modo, de estudiar los procesos que propician que los objetos sociales, a
través de la interacción, adquieran nuevos significados en la visión de los individuos y
constituyen un medio de compartir con los demás la realidad.
las intenciones se queda en el plano de lo ideal, pero lo que cuenta, según Insko y Schopler, es
lo que realmente se hace en el terreno, esto es, la definición efectiva. Ésta es menos
comunicable, más compleja y sólo se ejemplifica a través de las líneas de investigación, en los
libros de texto y en la docencia universitaria. Jiménez-Burillo (2005), tras una revisión de los
manuales de psicología social, sintetiza, con mucho realismo, que el asunto puede plantearse
así: primero, sustantivamente, la psicología social ha sido y es una ciencia con muy amplios y
muy diversos intereses de estudio; segundo, formalmente, sus análisis pocas veces han sido
desarrollados desde una perspectiva propia, sino más bien incurriendo en reduccionismos
psicologistas; y tercero, en ningún texto de la disciplina existe algún criterio organizador de
ese pluralismo temático, siendo la regla la mera yuxtaposición de tópicos adosados los unos
con los otros.
Blanco (1988) va, incluso, más allá al afirmar que la psicología social no tiene un objeto
propio y, por consiguiente, parece improcedente hacer descansar sobre tan “efímero y
superficial asunto” la misma naturaleza de lo psicosocial: la psicología social, como el resto
de ciencias sociales, no es una disciplina cuya razón de ser sea primordialmente temática. Cita
a Émile Durkheim en su afirmación de que los seres humanos no han esperado al
advenimiento de la ciencia social para formarse ideas sobre la política, la moral, la familia, el
Estado o la sociedad misma, porque, obviamente, no podrían haber pasado sin ellas para
poder vivir. Lo psicosocial, prosigue Blanco, no es un conjunto de hechos que suceden como
consecuencia del maridaje entre individuo y sociedad, sino una manera de enfrentarse a los
datos, los temas y las preocupaciones de siempre. Y aquí radica, según Blanco (2003), la
quintaesencia de la psicología social: el intento de explicar y cambiar una realidad −la
social−, cuya dinámica es intrínsecamente problemática.
Las referidas afirmaciones de Amalio Blanco acrecientan el interés por las nuevas
teorías y orientaciones psicosociales, a las que nos hemos referido en el capítulo anterior. En
el ámbito de las ciencias sociales, el conocimiento generado no es independiente de la
reflexión epistemológica que se haga y, naturalmente, la definición del objeto estará
intrínsecamente vinculada a cómo sea el tipo de saber que se postule y al valor que se le
confiera desde aquella reflexión (Crespo, 1995). Se trata de un objetivo científico al que,
ciertamente, se puede llegar por diversos caminos; es decir, los caminos −el método− son tan
diversos como las necesidades de la investigación. En este sentido, autores como Álvaro
211
Así como el campo teórico de la psicología social no puede ser monocolor, tampoco su
objeto de estudio debe constituir un espacio cerrado o perfectamente delimitado, en el que no
puedan entrar otras disciplinas o del que no se pueda salir para entrar en contacto con ellas.
No puede ser un espacio en el cual todo esté tan bien definido que ese espacio sea único y de
total exclusividad. Poner fronteras internas entre las ciencias sociales, además de ser un
planteamiento arcaico, no contribuirá a hacerlas más fructíferas, pues eliminará áreas de
intersección donde se podrían explicar fidedignamente numerosas cuestiones relevantes sobre
el ser humano y sus productos.
Afirma Torregrosa (1984) que la tarea de los psicólogos sociales debe ser construir una
ciencia psicosocial coherente y sensible con los problemas reales a los que se enfrentan las
personas de nuestros días. Es necesario, prosigue este autor, hacer transparentes en términos
humanos concretos los procesos y tensiones sociales que enhebran el acontecer cotidiano de
los individuos, de los grupos y de las sociedades.
212
Hasta qué punto estas dos aproximaciones metodológicas son excluyentes constituye un
elemento de debate que hoy todavía no parece aclarado. Son numerosos los autores que han
defendido la complementariedad de la metodología cuantitativa y la cualitativa, al menos
como un objetivo a conseguir (Anguera, 1998; Ibáñez, 1992; Sabucedo et ál., 1997). Algunos,
como Álvaro (1995), manifiestan que no existe contradicción alguna en utilizar ambas
metodologías, de forma conjunta, en la investigación social, pues la utilización de diferentes
recursos metodológicos puede, incluso en un mismo estudio, aportar una visión más
enriquecedora de la realidad que se está estudiando.
Pero también se ha destacado la idea de que buena parte del auge de la metodología
cualitativa en ciencias sociales está relacionada con el desencanto producido, en las últimas
décadas, en el campo de las técnicas cuantitativas. Así, autores como Ruiz-Olabuénaga e
Ispizua (1989) o Sabucedo et ál. (1997) mencionan la escasa proyección social de numerosos
resultados en las investigaciones cuantitativas, así como la dificultad de comprensión que
presenta la elaboración metodológica, incluso para muchos profesionales; todo ello frente a la
mayor visibilidad y proximidad a las situaciones reales que ofrecen los métodos cualitativos.
Ovejero (1997) se pregunta por la relevancia social de muchas investigaciones experimentales
o correlacionales en el campo de la psicología, que se limitan a exponer hechos evidentes y
213
Otro punto de debate que ha sido señalado es el de los procesos lógicos implicados en
cada una de las dos metodologías. Así, mientras la cuantitativa utiliza una aproximación
hipotético-deductiva al estudio de los problemas de investigación, la cualitativa parece
descansar en procesos inductivos para la configuración de esquemas conceptuales. No
obstante, Álvaro (1995) destaca que, en la práctica, gran número de trabajos cuantitativos no
parten de una teoría articulada, de la misma forma que muchos de los métodos cualitativos sí
parten de un esquema conceptual previo bien construido.
Es más difícil de lo que a simple vista parece establecer disparidades rotundas entre
ambas formas de investigación. Probablemente, si existe una diferencia primordial que pueda
justificar hablar de dos tipos de metodologías, ésta es la orientación epistemológica que les
sirve de base. En este sentido, no se trataría de decantarse por uno u otro método, sino de
explicitar adecuadamente los objetivos que guían la estrategia investigadora, en función de
que sea utilizada una u otra metodología (Álvaro, 1995; Ibáñez, 1992; Sabucedo et ál., 1997).
En los apartados que siguen se expondrá una caracterización de ambas formas de
investigación para la psicología social.
214
Metodología cuantitativa
El acercamiento experimental
− Críticas a la simplificación. Tiene que ver con la metáfora del microscopio antes
expuesta. Los análisis experimentales suelen restringir el universo social a un pequeño
conjunto de variables −habitualmente dos: variable independiente y variable dependiente,
causa y efecto− cuando, en la vida real, el espectro de variables contextuales, sociales,
comunitarias o culturales es de amplitud mucho mayor. Obviamente, estas últimas son
variables muy difícilmente manipulables experimentalmente, por lo que el experimentador
suele limitarse a controlarlas mediante procedimientos de muestreo y agrupación. Tajfel
(1972a) realiza una dura crítica a esta característica de la investigación experimental y señala
que la psicología social se convertirá una ciencia realizada en un vacío social, si los
investigadores no se interesan por los factores contextuales y grupales que están
condicionando la creación de expectativas de los individuos y, por tanto, la explicación de su
conducta.
− Críticas éticas. La mayoría de las condiciones experimentales son inocuas para los
sujetos, sin embargo, muchas investigaciones de este tipo, realizadas a lo largo de la historia
de la psicología social, han incluido situaciones en las que los sujetos eran sometidos a
tensiones emocionales, relacionales, intelectuales, cognitivas, físicas o éticas. En estos casos,
la situación experimental no difiere en su apariencia externa y en la tensión experimentada a
la que se crearía en un programa televisivo de cámara oculta. Las exigencias de la
operativización de la variable independiente han justificado está complicada situación moral.
Como ponen de manifiesto Howe y Reiss (1993), cada persona es diferente y, por tanto,
siempre está presente la posibilidad de que alguien experimente una situación que pretende
ser científicamente neutra como algo muy incómodo o desagradable.
217
La validez interna indica hasta qué punto el investigador puede establecer como ciertas
las conclusiones que obtiene de su investigación. Se refiere, por tanto, al grado de confianza
con que puede inferirse si una relación causal entre variables es o no interpretable en el
sentido apuntado por el investigador. Este concepto está vinculado al de control de las
variables, que tiende a ser máximamente estricto en la investigación experimental. Sin
embargo, alcanzar dicho propósito no es fácil, dado que, muy a menudo, habrá otros factores
que operen al mismo tiempo que las variables independientes, y que deberán ser controlados
para poder separar los efectos que tienen sobre las variables dependientes. Como
metafóricamente ha señalado Fernández-Dols (1990), la validez interna es como el horizonte:
nunca se alcanza completamente, aunque sólo sea porque no hay una explicación científica
que sea totalmente irrefutable.
Los cambios producidos en la variable dependiente no podrán ser atribuidos con total y
absoluta seguridad a la acción de la variable independiente. Sin embargo, la planificación
cuidadosa de la investigación asegura que dicha atribución pueda tener una elevada
probabilidad. Durante la planificación es importante considerar qué técnicas de control se
llevarán a cabo, así como qué diseño será el más adecuado, lo cual permitirá obtener
conclusiones con un menor grado de ambigüedad respecto al papel desempeñado por la
variable independiente. Por lo tanto, se considera que un experimento posee validez interna
cuando se han controlado o eliminado factores que posibilitarían explicaciones alternativas a
las formuladas como conclusiones.
El segundo tipo de validez al que nos referiremos es la validez externa. Cuando se lleva
a cabo una investigación se pretende poder generalizar los resultados obtenidos más allá del
propio estudio, es decir, que los resultados puedan ser extrapolados a otras personas,
ambientes y contextos. La validez externa responde a la cuestión de si lo hallado en la
investigación, con una muestra concreta y en un contexto concreto −por ejemplo, el
laboratorio−, se puede aplicar a otros grupos de sujetos y en otros contextos diferentes al de la
investigación. Para posibilitar la generalización, la muestra ha de ser representativa, en
número y características, de la población objeto de estudio.
Como apunta Ato (1998a), una de las amenazas a la validez externa deriva de la posible
existencia de los llamados “efectos de interacción” entre los errores de selección muestral y el
tratamiento experimental. Se refiere a que se escogieran individuos con una o varias
características que provocan que el tratamiento experimental produzca un resultado que no se
daría si las personas no tuvieran esas características. Los efectos de interacción impedirán
generalizar los resultados obtenidos más allá de las condiciones concretas de la investigación.
Esto explica el caso de resultados contradictorios en estudios aparentemente similares, dado
219
que los sujetos seleccionados en cada uno no son representativos de una misma población de
referencia. Este hecho es frecuente cuando se llevan a cabo muestreos arbitrarios y no
aleatorios para seleccionar la muestra.
Otro tipo de amenaza a la validez externa está relacionada con la interacción entre el
momento histórico y los resultados de la investigación. Los hechos o acontecimientos
históricos son mutables, por eso su acontecer podría estar interaccionando con el efecto de la
variable independiente en una investigación psicosocial. Entonces, los resultados obtenidos
podrán referirse a dicho periodo, pero se reduciría su generalización. Ha sido objetivo de la
investigación cuantitativa en psicología social alcanzar conclusiones que no se limiten al
momento particular en que el estudio se realizó, sino que se mantengan a lo largo del tiempo.
Sin embargo, autores como Gergen (1992) o Ibáñez (1990) ya avisaron de lo escurridizo de
este objetivo para las ciencias sociales.
La presencia de validez tanto interna como externa puede ser estudiada mediante la
replicación de los resultados, de tal modo que se pueda maximizar la confianza en los efectos
observados de la variable independiente sobre la variable dependiente. Por otro lado, si un
experimento carece de rigor metodológico en su ejecución, no tiene sentido preguntarse sobre
la posibilidad de generalizar los resultados. Si se carece de validez interna, no existirá una
posibilidad lógica de validez externa. Dado que existe una relación entre ambos tipos de
validez, se tratará de alcanzar un nivel óptimo de ambas, de manera que las conclusiones
obtenidas puedan ir más allá de la propia situación de investigación, con objeto de avanzar en
el conocimiento científico acerca del comportamiento de los fenómenos.
La validez de constructo es el tercer tipo de validez del que trataremos en este apartado.
Se refiere a la explicación teórica dada a los resultados, es decir, a cómo una medición se
220
relaciona con otras, de acuerdo con la teoría que concierne a los conceptos que se están
midiendo. Al llevar a cabo un estudio de investigación interesa comprender qué constructos
teóricos subyacen y explican las modificaciones observadas en la variable dependiente. Se
considera que un constructo teórico tiene un alto grado de validez, si posee validez
convergente y validez discriminante. La validez convergente refleja el hecho de que diferentes
operativizaciones de una misma entidad teórica convergen en señalar resultados congruentes.
La validez discriminante se obtiene cuando operativizaciones de distintos constructos no
señalan los mismos resultados.
Al igual que en los dos tipos de validez anteriores, existen una serie de factores que
amenazan a la validez de constructo. La operativización inadecuada del constructo teórico es
la principal responsable de la pérdida de validez de constructo. Otras amenazas son las dos
siguientes:
no sólo debe nutrirse de la propia ciencia psicológica, sino que debe atender a la historia del
hombre y a sus producciones culturales (Cronbach, 1975).
realizada aleatoriamente, dado que se trabaja con “grupos intactos”, es decir, grupos ya
constituidos. Ato (1998b) diferencia dos tipos básicos de diseños cuasi-experimentales:
Metodología cualitativa
Si un recién llegado −por ejemplo, un estudiante con una beca− quisiera conocer cómo
son las costumbres del país que le acoge, podría optar por varias alternativas: observar el
comportamiento de sus habitantes en escenarios naturales, conversar y preguntar a éstos
acerca de lo que quiere saber, escuchar las conversaciones mantenidas entre los autóctonos o,
incluso, prestar atención a lo que aparece en los medios de comunicación locales. De esta
forma, se hará una idea bastante precisa de lo que pretende. Pues bien, si un investigador
social pretendiera realizar un estudio sobre el significado de los modos de vida y de relación
en determinados grupos sociales, podría optar por la aplicación sistemática y metódica de
técnicas de observación directa, de entrevistas en profundidad, de grupos de discusión o de
análisis documentales. Así, el investigador podrá generar conocimiento de una manera tan
fidedigna que no podría excluirse el calificativo de “científico” para su quehacer.
225
− Las técnicas de recogida de datos son abiertas. Estas técnicas son sensibles a la
identificación de patrones conductuales y actitudinales de los sujetos y grupos estudiados, así
como de influencias ambientales y relacionales. Se incluyen entrevistas semiestructuradas o
no estructuradas, grupos de discusión, observación directa, registros autobiográficos, análisis
de contenido en encuestas de respuesta abierta,…
− La fuente principal y directa de los datos son las situaciones naturales. Ningún aspecto
social puede entenderse fuera de sus referencias espacio-temporales y de su contexto.
− Los datos se analizan de manera inductiva. Se realiza así con el fin de detectar la
existencia de regularidades entre los datos, que constituyan la base de una futura teoría
adecuada al fenómeno social analizado y a su contexto sociocultural.
227
No habrá que pensar que las técnicas utilizadas desde el enfoque cualitativo se dejan
llevar por la arbitrariedad o que son carentes de rigor y cautela. Al contrario, como afirman
Ruiz-Olabuénaga e Ispizua (1989), los métodos cualitativos presentan una serie de supuestos,
cuya transgresión invalida automáticamente su utilización. Entre estos presupuestos, destacan:
Métodos cualitativos
Partiendo de la distinción que realizan Ibáñez e Íñiguez (1999) en cuanto a los métodos
de investigación cualitativa, en este apartado se presentan algunos de los más referenciados en
la literatura científica. Nos referiremos a la investigación naturalista, a la investigación-acción
participativa, a la investigación evaluativa y al recurso autobiográfico.
228
− La selección de los problemas y de las variables a investigar está determinado por las
necesidades reales de los “investigados”.
229
− Los métodos a elegir los decide la naturaleza del problema, estando abierta a toda la
multiplicidad metodológica.
− De discrepancias: Identificar y analizar las diferencias entre los logros y los objetivos,
bien al final de la aplicación de un programa o intervención, o bien en uno o más momentos
del proceso de aplicación.
Recurso autobiográfico. Parte del supuesto de que las personas utilizan los recuerdos de
su experiencia personal para planificar, resolver problemas, instruir y guiar a otros, justificar y
explicar sus acciones, a ellos mismos y a los demás. Por ello, este método de investigación se
basa en los relatos, datos, experiencias y comentarios de los sujetos, para construir un mundo
de significados capaz de dar sentido a los comportamientos y a las actitudes.
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