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PROBLEMAS DE LA LITERATURA CONTEMPORÁNEA

EN LENGUA ESPAÑOLA
Profesora: Adriana Mancini

SOMBRAS DE LOS DISCURSOS


FUNDACIONALES EN LOS CAUTIVOS, DE
MARTÍN KOHAN

Alumno:
BARISANI, Facundo.
Profesorado en lengua y literatura.
Instituto superior del profesorado Dr. Joaquín V.
González
I.

Para ingresar a la lectura de Los Cautivos1 de Martín Kohan, me animo a


conjeturar un pequeño proemio a su novela, con el gesto reescriturario que detenta el
autor, que invoque al narrador y exclame: “¡Sombra terrible de Echeverría, voy a
evocarte, para que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes
a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que todavía desgarran las
entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: ¡revélanoslo!”. Se condensan aquí
varios trayectos de lectura que, a continuación, desarrollo en la monografía, en relación a
las múltiples operaciones que el texto ejerce frente a lo que narra, y la forma en que lo
hace; frente al material con el que trabaja (una singular manera de comprender la historia
y sus discursos), como frente a la tradición literaria argentina con la que se enfrenta y se
mimetiza.

A pesar de que Los cautivos es incluida dentro (y encargada para) una colección
de novelas históricas de la editorial Sudamericana, su presunto protagonista, Esteban
Echeverría, no aparece de forma material en la narración, sino más bien, por la idea de
espectro: “silueta en movimiento que cada tanto iba o venía, pero la mayor parte del
tiempo se quedaba quieto, sentado frente a un escritorio, dejando que la cabeza reposara
sobre la mano izquierda” (42). El prócer, como personaje corpóreo, se le escapa al lector
que, engañado por el paratexto, lo busca en cada una de las partes en las que se divide la
novela. En “Tierra adentro”, su figura se vislumbra detrás de las cortinas de la casa de
“Los Talas”, donde el intelectual se esconde, para terminar de evaporarse tras la irrupción
de la partida de federales. Ya en la segunda parte, “El destierro”, la narración y el
derrotero de Luciana, nos llevan a la ciudad de Colonia, donde nuevamente, por
cuestiones del azar, el cuerpo del intelectual se desvanece, ya que ha partido pocos días
antes para Montevideo. Es en las huellas que dejó el escritor en la piel de otra de sus
amantes, aquel lugar donde Luciana puede encontrarse con los rastros de Echeverría. Y
finalmente, ni si quiera en el “Epílogo”, un texto donde el narrador se apropia del gesto
de un guía turístico, donde, luego de acompañar al lector a través del cementerio de

1
La numeración de las páginas refiere a la siguiente edición: Kohan, M., Los Cautivos, Buenos Aires:
Debolsillo, 2010.
Colonia, concluye en que: “Esteban Echeverría nunca fue encontrado. Su cuerpo
itinerante, o lo que quedó de él, nunca apareció” (170).

Esta presencia en ausencia (silueta en movimiento, huellas, rastros), más allá de


roer las expectativas de los lectores de novelas históricas, habilita un efecto en la
narración: lo que se manifiesta no es la vida privada o pública de Esteban Echeverría, sino
el sistema ideológico, discursivo y axiológico de los discursos fundacionales.

II.

Como ya enuncié brevemente, la novela de Kohan se enfrenta a la novela histórica


entendida como búsqueda de una referencialidad inmediata en la representación de un
tiempo pasado. Frente a la idea de que el discurso literario es subsidiario de un discurso
más objetivo y con un grado mayor de referencialidad acerca de los acontecimientos,
Kohan propone otro tipo de operación literaria-temporal. En “La narración gana la
partida”, el volumen once de Historia crítica de la literatura argentina, analiza una serie
de novelas publicadas entre los ´70 y los ’80, y propone otro camino posible para el
acercamiento de los materiales de la historia al discurso literario:

Se da el caso, sin embargo, de que la literatura se ha acercado al discurso


histórico, pero no para intensificar sus posibilidades de construir una
representación más inmediata de lo real, sino, por el contrario, como una
forma de acentuar la mediación: no como un atajo que le permitiera cortar
caminos, sino como un rodeo que se lo alarga. (Kohan, 2000: 245)

La propuesta que delinea es interesante si se la piensa con un carácter programático


respecto a su propia obra. Más allá de que observando los relatos, textos críticos, ensayos
y novelas publicadas por el autor, se hace inevitable percibir su interés por regresar a
temporalidades claves de la historia argentina para experimentar alternativas en el
lenguaje; si se atiene a Los cautivos, es posible recabar diferentes juegos escriturarios
donde la mediación frente al discurso histórico se pone en abismo, con una
intencionalidad singular. Antes de incursionar en las operaciones propias de la novela,
resulta notable resaltar otro procedimiento que encuentra Kohan, esta vez en la lectura de
la serie de novelas de César Aira situadas en el Siglo XIX y en el espacio del desierto
pampeano: lo que él denomina como “saturación de la mismidad”. Aquello que encuentra
en la descripción de Aira del territorio fundado por Echeverría en “La cautiva”, es decir
la construcción del desierto como filiación patriótica y como espacio bárbaro que debe
ser civilizado, no es más que la acentuación de las características que el canon
echeverriano y sarmientino han propuesto, llevados hasta su propio límite. No se trata de
alejarse del gesto fundacional del discurso independentista del Siglo XIX, sino, en todo
caso, de exacerbar el modo en que éstos narran y describen para producir nuevos efectos
que lo hagan implosionar en su carácter ficcional.

III.

Si en un comienzo decía que la presencia de Esteban Echeverría en la novela tenía


la singularidad de funcionar como un fantasma que recorre todo el trayecto de la
narración, lo es con más claridad si se entiende que quien toma la voz del narrador es, en
parte, Echeverría mismo. Ya desde el primer capítulo se exhibe:

Nadie sabe por qué razón andaban siempre juntos Tolosa y Gorostiaga, si no
hacían más que pelearse todo el día. (Debe hacerse a un lado, por anacrónica
y por impertinente, toda interpretación que aspire a la psicología;
interpretaciones del tipo: peleaban justamente porque andaban siempre juntos,
o del tipo: andaban siempre juntos justamente porque peleaban) (…) Tolosa
no venía pensando en nada. Pensó y habló en el mismo instante, y lo que dijo
es exactamente lo que pensó. Es decir que la idea se le ocurrió ya empezada,
a medio hacer, lo cual indica la extrema precariedad de su inteligencia (13-
14).

Un narrador que ostenta un saber total acerca de la vida de los seres que son cautivos de
su narración, que imprime oración a oración todo su sistema de valores ridiculizando y
distanciándose de sus protagonistas, a la vez que se identifica con su presunto lector.
Mimetizándose con el narrador de El matadero, juega con el registro alto y bajo,
conformando un “nosotros” entre quien narra y su posible receptor, para construir una
incompatibilidad irreductible frente a sus gauchos.

El narrador se entremezcla con una segunda voz, presente en las parentéticas, que
recurre a diferentes discursos decimonónicos como el positivista, determinista y
naturalista (que resuenan al Facundo, de Sarmiento) para justificar mediante un código
común, el desprecio hacia la existencia del otro. Aclara así, acerca del temperamento de
los gauchos:

(Sucede con las comunidades poco desarrolladas lo mismo que con el niño en
una etapa primaria de su maduración: no puede ver las cosas sin ponerse a sí
mismo en el centro, sin pensar que todo tiene que ver con él. No hay que
confundir esta inclinación primigenia con la vanidad del que, pudiendo
concebir al mundo independientemente de sí, se da, empero, tanta importancia
que a todo le antepone su yo) (44).

En un afán explicativo y totalizador, el narrador hace alarde de comprender hasta lo más


profundo de los pensamientos y motivaciones de los gauchos, y nos lo traduce a nosotros,
sus lectores cómplices, que compartimos su mismo código. Hay una escena que lleva la
omnisciencia del narrador al límite mismo del absurdo, es aquella en la cual da cuenta del
punto de vista de las hormigas, quienes picaron a los gauchos “al principio, como defensa
territorial, pero después, los picaron por gusto nomás” (83). En el momento mismo que
dota a las hormigas de una psicología comunicable, se derrumba todo el aparato teórico
y explicativo que tenía a los gauchos como víctimas.

El discurso naturalista se vierte al interior de toda la primera parte de la novela, a


partir de la animalización de los sujetos del relato y la construcción del espacio del
desierto en relación a lo que alberga. De igual manera que en “La cautiva”2, los títulos
que encabezan los diferentes capítulos configuran, por sinécdoque, la fisonomía del
desierto: “El chajá”, “Las moscas”, “Las ranas”, “El Gallo”, “Los grillos”, “Las
chicharras”, etc… La evocación a los distintos insectos y animales que pueblan la pampa
argentina no parece motivada por el contenido de los apartados que titulan, sino más bien,
para reforzar el intertexto con el poema de Echeverría y como construcción de un marco
de significado en donde los gauchos, cautivos de este entorno, se añaden como un eslabón
más. Resulta interesante que la única excepción sea el capítulo once, titulado “Los
indios”. Los gauchos, por su parte, son descriptos a través construcciones comparativas a
partir de las cuales resultan animalizados: “Los paisanos se agruparon y se quedaron
quietos, extasiados, como ganados por un efecto de hipnosis, en la contemplación de ese

2
Me remito a los títulos de las diferentes secciones del poema: “La alborada”, “El pajonal”, “La
quemazón”.
fulgor. (Hágase la prueba con otros primitivos habitantes de la llanura, como por ejemplo
la liebre o el conejo, y se obtendrá un mismo efecto)” (26). En cambio, los indios no son
como animales, son “esos otros animales, a los que se llamaba indios” (90), o, en
consonancia con “La cautiva”, “Esa fuerza de la naturaleza desatada, a la que se llamaba
indios” (91)3.

Si en el relato de Echeverría se dota de voz por primera vez a la chusma federal,


y se la adopta, para delimitarse y conformar la figura del otro, desde una mirada
descalificadora; en Los cautivos, el narrador realiza el mismo procedimiento pero con
signo opuesto. Adopta la voz letrada de la generación del ‘37, arraigada en las
reverberaciones presentes en la entidad civilización y barbarie, para evidenciar su
condición violenta, separatista y prejuiciosa, a la vez que la exhibe como construcción
verbal escindida de la realidad que describe. Carlos Gamerro, dice sobre Sarmiento:

“su descripción no resulta el fruto de la observación y la experiencia, sino que


se trata de una construcción imaginaria, porque Sarmiento, cuando escribe
Facundo, nunca había estado en la pampa, como él mismo confiesa con su
proverbial desparpajo en Campaña en el Ejército Grande (1852) (…) no
predomina la minuciosa descripción de geografía, plantas y animales a la
manera de un G. E. Hudson, sino los rasgos vagos y generales, imponentes e
inabarcables, aureolados por el característico esfumado del paisaje romántico
(…) su lenguaje tiende siempre a lo profético y performativo” (2015: 21).

Del mismo modo es posible pensar en la descripción de los gauchos y sus actividades
cotidianas en Los cautivos. Más que los gauchos que realmente habitaban las llanuras
argentinas, son un producto del imaginario fundacional, tipos sociales exacerbados que
salen de la pluma de la intelectualidad europeizante que fundó la nación con el uso de la
palabra. Es el personaje de Maure quien pone en evidencia el procedimiento:

Pero lo que intrigaba a Maure no consistía en determinar si el hombre se


mezclaba o no con la gente de afuera, porque ya sabía que no lo hacía. Su
duda era otra cosa: si espiaba o no espiaba lo que existía más allá de la casa.
En principio lo descartó. Si el hombre estaba escribiendo, no querría
distracciones (…) Si el hombre estaba escribiendo, no querría perder su
tiempo en la contemplación de la vida de mierda de los que se desparramaban

3
Fermín Rodríguez desarrolla, a partir de la irrupción de los indios en “La cautiva”: “Los indios son parte
del paisaje, deshumanizados por una descripción que, al no atribuirles ninguna distancia de la escena, los
asimila a una de las tantas fuerzas de la naturaleza que se abaten sobre el desierto –incendios, tormentas,
plagas.” (2006: 160)
en los alrededores. Salvo que estuviese escribiendo sobre eso, pensó Maure
(…) Si el tema de sus escritos fueran ellos, o al menos el mundo en el que
ellos existían, se podía suponer que sí los contemplaba, y mucho (100).

De hecho, los gauchos de la novela de Kohan resultan ser una síntesis de la indiada
descripta por Echeverría en “La cautiva”, y la chusma de El matadero, relato que se
supone fue escrito en su estadía en “Los Talas”. El texto es llevado al absurdo, a una
saturación del gesto de escritura del propio Echeverría, cuando en Los cautivos uno de
sus personajes toma conciencia de su pertenencia al mundo imaginado por quien lo
observa a la distancia, recluido en el interior de la casa. En la novela de Kohan se explicita,
a partir de la reelaboración paródica, lo que Josefina Ludmer desarrolla como el uso
letrado de la cultura popular. Maure, quien según el narrador carece de imaginación,
toma conciencia del uso literario del cual es cautivo.

IV.

La segunda parte de Los cautivos…, titulada “El destierro”, es precedida por una
cita de Manuel Gálvez —“Mi práctica es documentarme concienzudamente”— que
anticipa el cambio de tono del narrador en relación al de “Tierra adentro”. La cita insinúa
que lo que prosigue es producto de un estudio objetivo de los hechos históricos y de las
fuentes escritas. Los títulos que encabezan los capítulos que integran esta parte ya no
configuran la fisonomía de un espacio, sino que diseccionan y exploran el tiempo, al
modo de una crónica o un informe, de forma lineal y metódica (“14 de julio de 1841, casi
las once de la noche”, “las once en punto de la noche”, “once y cuarto, once y veinte de
la noche”). En su lectura de la novela, Josefina Ludmer anota:

“En Los cautivos el tiempo nacional está territorializado, es histórico, lineal,


hacia adelante, y define a la civilización. (…) En el género histórico de Los
cautivos el tiempo narrativo es también el tiempo del progreso y de la
modernidad. Los personajes se definen en relación con el tiempo porque se
atrasan y se adelantan” (2010: 47).
La crónica del exilio de Echeverría, a partir del derrotero de Luciana (ya no la
Luciana) en su búsqueda, puede ser temporalizada ya que al haber sido alfabetizada y
poseída por el prócer civilizador, comienza a formar parte liminal del progreso. La vida
de los gauchos, sujetos atrasados, solamente era posible ser narrada en su extensión sin
utilidad; la de Luciana ya es introducida en el tiempo del progreso y merece ser contada
en intensidad temporal. De todas formas, a pesar de que el narrador cronista se atiene a
los hechos y textos históricos, el resultado del informe es arbitrario: el testimonio sobre
el cual se apoya la crónica de los sucesos es falso. Estela Bianco acomoda los hechos
según sus propios intereses y la historia narrada en el informe resulta una reconstrucción
subjetiva. Los cautivos opera también sobre la naturaleza artificial de los relatos históricos
sobre la fundación de la nación, exhibe así como éstos encubren su manipulación de los
hechos según motivaciones políticas de la clase ilustrada que los narra.

Por otra parte, en “El destierro”, se producen una serie de inversiones respecto de
la épica de María en La cautiva. Luciana, al igual que la heroína romántica de Echeverría,
cruza el desierto en búsqueda de su amado, ya no cautivo de los indios como Brian, sino
camino al exilio. Su travesía carece de épica:

“Anduvo mucho, y por mucho tiempo. Lo peor no le tocó: no le tocó el ataque


nocturno de alguna fiera cebada, ni el rapto de una manada de indios que la
convirtiera en cautiva, ni el encuentro con viajeros o soldados o baqueanos o
topógrafos que la vejaran con largueza y luego la abandonaran entre los
yuyos” (137).

Sufre, en cambio, de inclemencias terrenales como “la sed, el hambre, las lluvias, el
cansancio, el polvo y la resignación”. Si María, luego de sobrevivir al ataque de un tigre
y asesinar a un indio que quiere ultrajarla, decide sacrificarse antes de entregarse a la
indiada; Luciana debe resignarse del encuentro con su amante por asuntos nimiamente
temporales: llega tarde a su encuentro en Colonia del Sacramento. Si María representa, a
la vez que configura, el ideal femenino (como madre y esposa) de la nación que funda el
poema; Luciana, no es más que un modelo realista y antiheroico: prosaico. En el
encuentro erótico con Estela Bianco, en donde ambas mujeres se abrazan y besan en busca
de Echeverría, se cifra la imposibilidad de la relación que ambas amantes proyectaron
con el intelectual. Ambas, una prostituta y la otra mestiza, representan lo ‘otro’ de la
civilización, y resultan cautivas del uso de su cuerpo por parte del intelectual. Ya no un
uso de la voz, ni del cuerpo para la guerra, sino un uso sexualizado. Alejadas de la figura
de Echeverría, resultan excluidas de la historia oficial, relegados sus cuerpos bajo tierra
en un “sitio solitario y postergado, marginal”.

V.

La sombra del intelectual romántico es evocada en la novela para exhumar las


condiciones que hicieron posible el relato nacional del Siglo XIX y, al operar a partir de
una ausencia material, excede al sujeto Esteban Echeverría, y subsume a toda una
generación de letrados que reflexionaron sobre el territorio argentino: Domingo
Sarmiento, José Mármol, José Hernández. La novela recupera espacios y algunos hechos
de la biografía del escritor de “La cautiva” y El matadero (su estadía en la Estancia “Los
Talas”, su exilio a Uruguay y la desaparición de su cadáver) para experimentar en la
literatura un modo de hacer ingresar la historia al relato. No es tanto la vuelta a un marco
histórico para vislumbrar hechos ocultos, como la vuelta a un marco discursivo para
saturar un lenguaje y exhibir su naturaleza ficcional y de representación, no por eso menos
performativa en la construcción del imaginario nacional.
Bibliografía

 Echeverría, Esteban, La cautiva y El matadero, Buenos Aires: Gárgola, 2014.


 Gamerro, Carlos, “Facundo” en Facundo o Martín Fierro. Los libros que
inventaron la Argentina. Buenos Aires: Sudamericana, 2015.
 Kohan, Martín, “Historia y literatura: la verdad de la narración”, en Elsa Drucaroff
(Dir.) Historia crítica de la literatura argentina. Vol. 11, La narración gana la
partida. Buenos Aires: Emecé, 2000.
 Ludmer, Josefina, Aquí América Latina. Una especulación. Buenos Aires: Eterna
Cadencia editora, 2010.
 Ludmer, Josefina, El género gauchesco. Un tratado sobre la patria, Buenos
Aires: Eterna cadencia, 2009.
 Ludmer, Josefina. “Los cautivos. Martín Kohan” en Año 2000. Algunas ficciones.
Buenos Aires: Seminario de Letras Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, 2000.
 Rodríguez, Fermín. “Un desierto de ideas” en Alejandra Laera y Martín Kohan
(eds.), Las brújulas del extraviado. Para una lectura integral de Esteban
Echeverría. Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 2006.

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