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EN LENGUA ESPAÑOLA
Profesora: Adriana Mancini
Alumno:
BARISANI, Facundo.
Profesorado en lengua y literatura.
Instituto superior del profesorado Dr. Joaquín V.
González
I.
A pesar de que Los cautivos es incluida dentro (y encargada para) una colección
de novelas históricas de la editorial Sudamericana, su presunto protagonista, Esteban
Echeverría, no aparece de forma material en la narración, sino más bien, por la idea de
espectro: “silueta en movimiento que cada tanto iba o venía, pero la mayor parte del
tiempo se quedaba quieto, sentado frente a un escritorio, dejando que la cabeza reposara
sobre la mano izquierda” (42). El prócer, como personaje corpóreo, se le escapa al lector
que, engañado por el paratexto, lo busca en cada una de las partes en las que se divide la
novela. En “Tierra adentro”, su figura se vislumbra detrás de las cortinas de la casa de
“Los Talas”, donde el intelectual se esconde, para terminar de evaporarse tras la irrupción
de la partida de federales. Ya en la segunda parte, “El destierro”, la narración y el
derrotero de Luciana, nos llevan a la ciudad de Colonia, donde nuevamente, por
cuestiones del azar, el cuerpo del intelectual se desvanece, ya que ha partido pocos días
antes para Montevideo. Es en las huellas que dejó el escritor en la piel de otra de sus
amantes, aquel lugar donde Luciana puede encontrarse con los rastros de Echeverría. Y
finalmente, ni si quiera en el “Epílogo”, un texto donde el narrador se apropia del gesto
de un guía turístico, donde, luego de acompañar al lector a través del cementerio de
1
La numeración de las páginas refiere a la siguiente edición: Kohan, M., Los Cautivos, Buenos Aires:
Debolsillo, 2010.
Colonia, concluye en que: “Esteban Echeverría nunca fue encontrado. Su cuerpo
itinerante, o lo que quedó de él, nunca apareció” (170).
II.
III.
Nadie sabe por qué razón andaban siempre juntos Tolosa y Gorostiaga, si no
hacían más que pelearse todo el día. (Debe hacerse a un lado, por anacrónica
y por impertinente, toda interpretación que aspire a la psicología;
interpretaciones del tipo: peleaban justamente porque andaban siempre juntos,
o del tipo: andaban siempre juntos justamente porque peleaban) (…) Tolosa
no venía pensando en nada. Pensó y habló en el mismo instante, y lo que dijo
es exactamente lo que pensó. Es decir que la idea se le ocurrió ya empezada,
a medio hacer, lo cual indica la extrema precariedad de su inteligencia (13-
14).
Un narrador que ostenta un saber total acerca de la vida de los seres que son cautivos de
su narración, que imprime oración a oración todo su sistema de valores ridiculizando y
distanciándose de sus protagonistas, a la vez que se identifica con su presunto lector.
Mimetizándose con el narrador de El matadero, juega con el registro alto y bajo,
conformando un “nosotros” entre quien narra y su posible receptor, para construir una
incompatibilidad irreductible frente a sus gauchos.
El narrador se entremezcla con una segunda voz, presente en las parentéticas, que
recurre a diferentes discursos decimonónicos como el positivista, determinista y
naturalista (que resuenan al Facundo, de Sarmiento) para justificar mediante un código
común, el desprecio hacia la existencia del otro. Aclara así, acerca del temperamento de
los gauchos:
(Sucede con las comunidades poco desarrolladas lo mismo que con el niño en
una etapa primaria de su maduración: no puede ver las cosas sin ponerse a sí
mismo en el centro, sin pensar que todo tiene que ver con él. No hay que
confundir esta inclinación primigenia con la vanidad del que, pudiendo
concebir al mundo independientemente de sí, se da, empero, tanta importancia
que a todo le antepone su yo) (44).
2
Me remito a los títulos de las diferentes secciones del poema: “La alborada”, “El pajonal”, “La
quemazón”.
fulgor. (Hágase la prueba con otros primitivos habitantes de la llanura, como por ejemplo
la liebre o el conejo, y se obtendrá un mismo efecto)” (26). En cambio, los indios no son
como animales, son “esos otros animales, a los que se llamaba indios” (90), o, en
consonancia con “La cautiva”, “Esa fuerza de la naturaleza desatada, a la que se llamaba
indios” (91)3.
Del mismo modo es posible pensar en la descripción de los gauchos y sus actividades
cotidianas en Los cautivos. Más que los gauchos que realmente habitaban las llanuras
argentinas, son un producto del imaginario fundacional, tipos sociales exacerbados que
salen de la pluma de la intelectualidad europeizante que fundó la nación con el uso de la
palabra. Es el personaje de Maure quien pone en evidencia el procedimiento:
3
Fermín Rodríguez desarrolla, a partir de la irrupción de los indios en “La cautiva”: “Los indios son parte
del paisaje, deshumanizados por una descripción que, al no atribuirles ninguna distancia de la escena, los
asimila a una de las tantas fuerzas de la naturaleza que se abaten sobre el desierto –incendios, tormentas,
plagas.” (2006: 160)
en los alrededores. Salvo que estuviese escribiendo sobre eso, pensó Maure
(…) Si el tema de sus escritos fueran ellos, o al menos el mundo en el que
ellos existían, se podía suponer que sí los contemplaba, y mucho (100).
De hecho, los gauchos de la novela de Kohan resultan ser una síntesis de la indiada
descripta por Echeverría en “La cautiva”, y la chusma de El matadero, relato que se
supone fue escrito en su estadía en “Los Talas”. El texto es llevado al absurdo, a una
saturación del gesto de escritura del propio Echeverría, cuando en Los cautivos uno de
sus personajes toma conciencia de su pertenencia al mundo imaginado por quien lo
observa a la distancia, recluido en el interior de la casa. En la novela de Kohan se explicita,
a partir de la reelaboración paródica, lo que Josefina Ludmer desarrolla como el uso
letrado de la cultura popular. Maure, quien según el narrador carece de imaginación,
toma conciencia del uso literario del cual es cautivo.
IV.
La segunda parte de Los cautivos…, titulada “El destierro”, es precedida por una
cita de Manuel Gálvez —“Mi práctica es documentarme concienzudamente”— que
anticipa el cambio de tono del narrador en relación al de “Tierra adentro”. La cita insinúa
que lo que prosigue es producto de un estudio objetivo de los hechos históricos y de las
fuentes escritas. Los títulos que encabezan los capítulos que integran esta parte ya no
configuran la fisonomía de un espacio, sino que diseccionan y exploran el tiempo, al
modo de una crónica o un informe, de forma lineal y metódica (“14 de julio de 1841, casi
las once de la noche”, “las once en punto de la noche”, “once y cuarto, once y veinte de
la noche”). En su lectura de la novela, Josefina Ludmer anota:
Por otra parte, en “El destierro”, se producen una serie de inversiones respecto de
la épica de María en La cautiva. Luciana, al igual que la heroína romántica de Echeverría,
cruza el desierto en búsqueda de su amado, ya no cautivo de los indios como Brian, sino
camino al exilio. Su travesía carece de épica:
Sufre, en cambio, de inclemencias terrenales como “la sed, el hambre, las lluvias, el
cansancio, el polvo y la resignación”. Si María, luego de sobrevivir al ataque de un tigre
y asesinar a un indio que quiere ultrajarla, decide sacrificarse antes de entregarse a la
indiada; Luciana debe resignarse del encuentro con su amante por asuntos nimiamente
temporales: llega tarde a su encuentro en Colonia del Sacramento. Si María representa, a
la vez que configura, el ideal femenino (como madre y esposa) de la nación que funda el
poema; Luciana, no es más que un modelo realista y antiheroico: prosaico. En el
encuentro erótico con Estela Bianco, en donde ambas mujeres se abrazan y besan en busca
de Echeverría, se cifra la imposibilidad de la relación que ambas amantes proyectaron
con el intelectual. Ambas, una prostituta y la otra mestiza, representan lo ‘otro’ de la
civilización, y resultan cautivas del uso de su cuerpo por parte del intelectual. Ya no un
uso de la voz, ni del cuerpo para la guerra, sino un uso sexualizado. Alejadas de la figura
de Echeverría, resultan excluidas de la historia oficial, relegados sus cuerpos bajo tierra
en un “sitio solitario y postergado, marginal”.
V.