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Tipos de apego en la infancia

Decía Isabel Allende en uno de sus libros que todos venimos al mundo
siendo felices. Nacemos con una predisposición natural al bienestar, la
alegría y el optimismo. Sin embargo, en algún momento de nuestra
primera infancia puede suceder algo que nuestros genes no esperan:
aparece el miedo, la inseguridad, la sensación de desamparo y entonces,
la vida se «ensucia». Nuestra inocencia queda empañada e incluso
mancillada.
Más adelante tendremos la obligación de limpiar todo aquello que una
crianza deficiente emborronó pero, hasta entonces, ese niño
experimentará los efectos directos del tipo de vínculo que establece con
sus progenitores. No podemos olvidar tampoco que es durante los dos
primeros años de vida de un bebé, cuando mayor implicación tienen los
patrones de apego entre él y sus cuidadores.
Si al menos uno de los progenitores es capaz de responder a las
necesidades del pequeño, este tendrá mayores probabilidades de tener
un desarrollo social y emocional óptimo. Por el contrario, si ambos
padres descuidan sus responsabilidades, si no hay proximidad, contacto y
ese tipo de nutriente afectivo que alivia angustias, miedos e inseguridades,
ese niño sufrirá los efectos de este marco de crianza tan deficitario . Veamos
por tanto qué tipos de apego podemos desarrollar en la infancia.
1. El apego seguro
Según John Bowlby y los expertos en psicología del desarrollo, es entre
los seis meses y los dos años cuando mayor trascendencia tiene el tipo
de vínculo con el que un pequeño está siendo criado. De este modo, si el
adulto está en sintonía con el bebé, si es sensible a sus necesidades, si es
receptivo y da forma a una interacción consistente y altamente afectiva,
estaremos por tanto ante la construcción de un apego seguro.
De entre los distintos tipos de apego, este es el más saludable . A partir de
los dos años empezamos a ver cómo ese niño empieza a abrirse al
mundo para explorarlo de un modo más independiente, feliz, seguro
y optimista. Ese pequeño se siente validado emocionalmente, además
de seguro para relacionarse con lo que le rodea porque cuenta con esas
figuras de referencia que están pendientes de él.
2. Apego evitativo
Un niño de dos años en el que predomina un estilo de apego evitativo
podría llegar a dos conclusiones. La primera, que no puede contar con
sus cuidadores para satisfacer sus necesidades, un pensamiento que
siempre es fuente de sufrimiento.
La segunda: si quiere subsistir en su entorno, debe aprender a vivir con un
amor deficiente, pobre y casi inexistente . Esas migajas afectivas hacen
que se sienta muy poco valorado y que incluso llegue a pensar que lo
mejor es evitar toda relación de intimidad.
Experimentar, desde bien temprano, que quienes más deberían amarte son
quienes más daño te hacen, implica pasar a toda posibilidad de relación por
este filtro: la tendencia será ver cualquier tipo de relación emocional
como una fuente de desconsuelos y desilusiones que es mejor evitar.
3. Apego ambivalente o ansioso
Este es otro de los tipos de apego más dañinos y desgastantes que
también podemos encontrar. Algunos adultos establecen con sus hijos un
vínculo tan inconsistente como defectuoso . A veces, sus respuestas son
las apropiadas, sus dinámicas son afectuosas y capaces de nutrir cada
necesidad de sus pequeños.
Ahora bien, al cabo del rato, pueden aplicar una interacción tan intrusiva
como insensible y poco ajustada. En este caso, los pequeños criados bajo
este tipo de apego desarrollan conductas de elevada ansiedad
einseguridad. Experimentan ansiedad porque no saben qué tipo de
respuesta van a tener. Todo ello hace que a menudo, estos pequeños se
sientan recelosos y desconfiados y, al poco, actúen con terquedad, rabia
y desesperación…
4. Apego desorganizado
El apego tipo D o desorganizado suele tener un origen muy
concreto. Hablamos de entornos patológicos, de familias donde se dan
dinámicas abusivas, agresivas y de maltrato físico o emocional. De este
modo, cuando un pequeño experimenta estas amenazas queda atrapado
en un eterno dilema.
Por un lado está su instinto de supervivencia: sabe que ese entorno no
es seguro para él. Sin embargo, no conoce otra cosa, no tiene acceso a
otro entorno, a otras figuras afectivas y por tanto, sigue unido a esos
mismos padres que no están ejerciendo de forma correcta sus
responsabilidades. Todo ello tendrá sin duda un severo impacto en su
desarrollo social, emocional, cognitivo …
Tipos de apego en la edad adulta
Fue a finales de los años 80, cuando los psicólogos Cindy Hazan y Phillip
Shaver aplicaron la teoría de Bowlby al campo de las relaciones en
adultos. Lo hicieron después de varios años de investigación para concluir
con un dato más que interesante y que de algún modo, todos
sospechamos desde hace tiempo. El tipo de crianza que recibimos en
nuestra infancia, determina en gran parte de los casos, en el modo en
que construimos nuestras relaciones afectivas.
Es más, gracias a este trabajo y a la muestra poblacional que analizaron
estos psicólogos durante cerca de diez años, pudieron delimitar y
describir los distintos tipos de apego en la edad adulta. Son los
siguientes.
«La psique humana, al igual que los huesos humanos, está fuertemente
inclinada hacia la autocuración»
-John Bowlby-

5. Personalidad segura
Las personas que formaron vínculos seguros en la infancia con sus
progenitores, tienen una mayor probabilidad de establecer patrones de
apego seguros en la edad adulta. Ello se traduce en las siguientes
dimensiones psicológicas.
 Mayor autoestima y seguridad en sí mismos para establecer
relaciones sólidas.
 Tienen una visión positiva de sí mismos, y ello les ayuda a buscar
parejas afectivas con las que construir vínculos igual de seguros,
positivos y significativos.
 Sus vidas son equilibradas: valoran su independencia y a su vez, la
importancia de establecer relaciones cercanas, fuertes y felices.
6. Personalidad evitativa

Experimentar en la infancia un tipo de apego evitativo, deja huella. De


este modo, es común que den forma a las siguientes conductas en la
edad adulta:
 Son personas solitarias, perfiles que ven las relaciones (ya sean de
amistad o afectivas) como lazos de poca trascendencia. Desconfían, no se
abren emocionalmente, son esquivas e incapaces de satisfacer las
necesidades de los demás.
 Son frías, cerebrales y hábiles a la hora de reprimir sus
sentimientos. Su respuesta típica cuando hay algún problema, conflicto y
discrepancia es casi siempre la misma, no responsabilizarse, poner
distancia y huir.

7. Personalidad preocupada e insegura


 Crecer con un tipo de apego ambivalente/ansioso respecto a nuestros
progenitores también puede moldear nuestra personalidad adulta . Es
común que desarrollemos cierta inseguridad, una elevada autocrítica,
baja autoestima…
 Asimismo, en el campo relacional es habitual que surjan a su vez
grandes dificultades. Se busca (y necesita) la aprobación de la pareja
afectiva. Tememos perderla, tenemos la sensación de que a la mínima
nos rechazarán, que seremos traicionados, etc.
Todo ello hace que acaben construyendo relaciones altamente
dependientes. Ahí donde la propia persona, dada su inseguridad casi
patológica, acabe siendo la principal enemiga de su relación afectiva.
8. Personalidad temerosa
Las personas que crecieron con un apego desorganizado tienen un
problema esencial: la presencia de un trauma no resuelto. Esa infancia
de abuso y maltrato genera una descomposición interna. Son perfiles
fracturados emocional y psíquicamente que difícilmente podrán establecer
una relación afectiva saludable y feliz.
Una infancia donde quedaron reprimidos muchos sentimientos y donde
se vulneraron otros, genera un presente condicionado por un ayer donde
no es fácil establecer una conexión auténtica con los demás. Hay miedos,
hay competencias emocionales que aún no han sido desarrolladas, hay
bajas autoestimas, sombras de las que huir y necesidades no nutridas ni
satisfechas … En estos casos, lo recomendable sin duda es llevar a cabo
una buena terapia y reconstrucción personal para poder establecer más
tarde vínculos más seguros y satisfactorios…

Para concluir, hay un aspecto que el propio John Bowlby señaló en su


momento y que vale la pena recordar. La psique humana, al igual que los
huesos fracturados, tiende a la recuperación . Es decir, una infancia
traumática no tiene por qué determinar una vida de infelicidad. Más allá
de los tipos de apego en los que fuimos criados está nuestra percepción
personal, nuestra capacidad de cambio y nuestra resiliencia.
No somos máquinas ni todos nos limitamos a perpetuar los mismos
patrones afectivos que recibimos en nuestra infancia. Nuestras mentes y
nuestro cerebro están claramente orientados a la recuperación. Somos
entidades libres y organismos capaces de hacer grandes cambios para
subsistir y crear realidades afectivas más íntegras y acordes a nuestras
necesidades.

Vínculos afectivos, ¿cuál es tu estilo?


Los vínculos afectivos vendrían determinados por diferentes estilos de
apego, cuyo

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