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Victor Ivanovici
Universidad Aristóteles, Salónica
Actas XVI Congreso AIH. Victor IVANOVICI. El rompecabezas macondino: construyendo el personaje como una ficolcha de retazosfl
El rompecabezas macondito: construyendo el personaje como una “colcha de retazos”
difícil de comprender es qué sentido tiene aquí la cláusula restrictiva que acompaña su
anterior definición operativa. ¿Habrá acaso que deducir de ella que, salvo los personajes,
todos los demás elementos de la obra sí pueden extraerse “literalmente de la realidad”?
Semejante corolario no aclara mucho las cosas. Tampoco las aclaran la crítica formulada en
este contexto contra la facultad más fecunda del espíritu artístico, que es la fantasía, ni el
irrelevante distingo entre ésta y la “imaginación”, que sería algo así, como un aspecto
medianamente aceptable de la otra (García Márquez / Radio Sandino 1982; García Márquez /
Mendoza 1982). Decididamente, teorizar no es el fuerte de García Márquez. Por otro lado hay
que advertir que no se trata tanto de torpeza teórica, como de su inapetencia por la teoría,
combinada con una suerte de utilitarismo creador de cara a las ideas. Mi tesis es que sus
desacertadas especulaciones le sirven sin embargo al novelista para reciclar ciertos aspectos
de la doctrina de lo real maravilloso, elaborada por Alejo Carpentier.
El escritor cubano sostiene que lo maravilloso (i.e. lo sobrenatural, lo extraordinario,
lo paranormal, etc.) es una dimensión objetiva de la realidad (americana). También es un
instrumento cognoscitivo, capaz de poner de manifiesto las “alteraciones” de la misma
realidad y las “revelaciones” e “iluminaciones” que nos depara. Conciencia que “ilumina” y
maravilla que es “iluminada”, la realidad en cuestión nos aparece, pues, como cercana y
alejada, familiar y extraña a un tiempo (Carpentier 1966: 85-99).
En tanto que Carpentier opera, pues, con un concepto sustancialista, García Márquez
está buscando argumentos que legitimen una determinada práctica literaria. En este sentido
inicia una serie de manejos “deconstruccionistas” que afectan a la famosa realidad. Para
empezar, la equipara tácitamente al realismo, convirtiéndola pues en una categoría estética.
Luego deduce de ésta última una técnica narrativa astuciosa y eficiente, capaz de otorgar
credibilidad al relato, sobre la base de lo que Milan Kundera llama el “pacto de verosímilitud”
entre el narrador y su público.
Por avatares similares pasa la fantasía. García Márquez logra superar su fuerte
suspicacia hacia ella, al encaminarla hacia una nueva categoría estética que, como ya he
anticipado, es lo fantástico. Por cierto, nuestro autor nunca lo menciona explícitamente, como
tampoco menciona el realismo. Pero los términos en que habla de la “realidad” demuestran su
preocupación por elaborar una escritura fantástica creíble y verosímil. Tal escritura debe
poder aprehender la dinámica del retorno de lo reprimido –acercamiento/alejamiento o
familiar/extraño– que otorga al objeto artístico características de tipo fantástico. A diferencia
de Carpentier, bien poco le importa al novelista colombiano si tal efecto es o no es
efectivamente rastreable en el mundo real; importante es que venga a ser un recurso
convincente de la narración.
¿Y lo real maravilloso? Tras una lectura como la anterior, ¿qué puede quedar del
concepto semi-filosófico acuñado por Alejo Carpentier? Barrunto que, mirado desde el
practicismo utilitario con que García Márquez se acerca a la teoría, lo real maravilloso se
convierte en una especie de guión para su poética del personaje. En la construcción de su
humanidad ficticia el autor está dispuesto a reconocerle un cierto aporte a la imaginación y, al
reconocérselo, se ve abocado a la imagen de un patchwork o “colcha de retazos”. Tal hechura
no es ajena a la escritura fantástica, cuyos efectos textuales se manifiestan a partir
precisamente del fragmento (vale decir del “retazo”). Sin embargo, para lograrlo, la fantástica
requiere el complemento de una escritura realista, y el personaje, urdido por la fantasía con
hilos de la realidad, hace de ésta una de las estrategias de aquélla.
Por otro lado, recordemos que la “colcha de retazos” es un análogo (actualizado) del
rompecabezas, Forma simple en que cabe la figura global del ciclo macondino. Su paradójica
razón de unidad –el todo que sólo existe en sus partes y la parte que predetermina su todo– se
hace responsable del juego escriptural de acercamiento / alejamiento, reconocimiento/
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Una vez hecho ello, he pasado a colacionar los distintos retazos anteriores o ulteriores
con sus respectivos pasajes–“testigo”. Tal proceder pone de relieve la “intervención” ejercida
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En realidad, tal distinción no es demasiado relevante en lo inmediato. Así, la propia forma actualizada también
puede ser enfocada como una relativa, ya que García Márquez la “define” mediante la descripción de su modus
operandi, vale decir de su “intervención” sobre un material previo y quizás preliterario (“crear los personajes es
como hacer una colcha de retazos”).
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El rompecabezas macondito: construyendo el personaje como una “colcha de retazos”
por el autor sobre estos enlaces. Específicamente, al pasar hacia CAS, ciertos datos de
procedencia anterior son “corregidos”; otros, al llegar desde CAS a obras siguientes, vienen
“desarrollados”, “modificados” o se “desdoblan”. Por otro lado, el despliegue de la forma
actualizada, aunque básicamente sincrónico, no carece de una cierta dimensión temporal que
podría llamarse la “historia de la escritura”:
(14) […] habló de aquel extraño militar que en la guerra del 85 apareció una noche en el
campamento del coronel Aureliano Buendía, con el sombrero y las botas adornadas con
pieles y dientes y uńas de tigre, y le preguntaron: “¿Quién es usted?” Y el extraño militar
no respondió, y le dijeron: “¿De dónde viene?” Y todavía no respondió; y le preguntaron:
“¿De qué lado está combatiendo?” Y aún no obtuvieron respuesta alguna del militar
desconocido, hasta cuando el ordenanza agarró un tizón y lo acercó a su rostro y lo animó
por un instante y él exclamo escandalizado: “¡Mierda! ¡Es el duque de Marlborough!”.
(García Márquez 1955)
(15) –¿Con quién hablas? –preguntó la mujer. / –Con el inglés disfrazado de tigre que
apareció en el campamento del coronel Aureliano Buendla –respondió el coronel. Era el
duque de Marlborough. (García Márquez 1961)
(16) Durante la guerra, cuando ya la revolución estaba perdida, habíamos deseado tanto un
general, que vimos aparecer al duque de Marlborough en carne y hueso. (García Márquez
1972)
Es evidente que los tres primeros distan bastante de constituir una secuencia
propiamente dicha, ya que, situados básicamente en el mismo plano, no transcurren en el
tiempo ficticio, sino retoman, modulan y enriquecen el mismo haz de motivos. Otro tanto
parece suceder con T (que, además, nos ofrece el resumen de los anteriores). Atendiendo,
pues, tal comportamiento, diríase musical, del material temático, observamos que su
despliegue sigue un orden distinto de la cronología de la escritura. Específicamente, el motivo
‘duque de Marlborough’ es introducido por el frg. 16, en el 15 se le da una ampliación parcial,
y por último el 14 trae el desarrollo detallado del tema. En T, dicha trayectoria intersecta
necesariamente el eje de simetría (CAS), porque sólo allí los retazos aislados ocupan su lugar
en la figura global de la “colcha”. Funcionalmente hablando, este reordenamiento de motivos
señala el reemplazo de una instancia narrativa por otra, o sea –en términos de los Formalistas
rusos– el paso de la fábula al argumento (Tomaševskij 1973: 251-265). A nivel argumental –
el que efectivamente se ofrece al lector–, el 16 aparece como antecedente del hecho, el T pasa
a ser su continuación, el 15 y el 14 se convierten en anticipos de recuerdos (como los que
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Véase anexo..
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Con lo anterior, doy por demostrada mi tesis sobre la inversión del sentido de
movimiento de los gestos verbales respecto al eje de simetría y “testigo” (T). Quedan por
examinar las consecuencias de tal fenómeno sobre la estructura y el significado del personaje-
puente.
En primer término, ¿cómo interpretar el hecho de que, antes de CAS, los “«retazos”
que componen al personaje-puente Aureliano Buendía estén llegando a las páginas de los
libros en cuestión desde un espacio narrativo todavía inexistente? Ese territorio virtual
funciona como una especie de black hole, que amenaza con absorber la sustancia narrativa de
las obras respectivas. Es más: en pleno cotidiano, de él llegan extraños mensajes/motivos –
como la aparición (¿el aparecido?) del duque de Marlborough–, de los cuales acaba tomando
cuerpo una presencia igual de cotidiana e igual de extraña: la del coronel Aureliano Buendía –
en quien reconocemos lo desconocido. Así, pues, lo familiar, sin dejar de serlo, adquiere un
aura de alteridad, de “inquietante extrañeza”, que es la esencia misma de lo fantástico.
Por otro lado, en los libros publicados después de CAS, los retazos que componen la
figura del personaje-puente (‘coronel Aureliano Buendía’) apuntan hacia el Macondo
novelesco (o novelado), territorio que ya cuenta como conocido, a la vez que se cuenta con su
conocimiento por el lector. Entre los gestos verbales respectivos y el público que los percibe
existe ya una suerte de complicidad, basada en su previa familiarización con lo extraño a
través de la lectura de CAS. A su vez, tal complicidad instituye otro tipo de lectura fantástica.
Para empezar, el aprendizaje que ha significado CAS allana el camino para la “hegemonía de
lo imaginario” que rige la zona post-CAS. Para continuar, la presencia de Aureliano Buendía
o la del duque de Marlborough reactivan la sabia y eficientemente dosificada mezcla entre lo
sobrenatural y lo “real”. Para terminar, dicha reactivación hace las veces de correctivo de la
antemencionada hegemonía, al introducir en narraciones de atmósfera unívocamente
maravillosa un efecto parcial en el cual se vislumbra la ambigüedad y la vacilación propias de
lo fantástico.
A continuación quisiera referirme brevemente al impacto que tiene el semantismo del
personaje-puente sobre la sintaxis narrativa. Tal vez se recuerde que he agrupado los 25
“retazos” de los que está hecho el ‘coronel Aureliano Buendía’, en cuatro categorías (Datos
familiares, Elementos de un retrato, Datos biográficos y Datos de referencia). Naturalmente,
los vectores de estos motivos intersectan el eje de simetría en sendos puntos, pero, a no ser
por CAS, los tramos respectivos carecen de cualquier vínculo entre sí. Por consiguiente, la
novela central del ciclo macondino, donde el personaje-puente se despliega como relato,
constituye la unidad misma de la forma actualizada. La razón de ello reside por un lado en la
doble condición de esta forma (‘personaje’ y ‘puente’) y por otro, en su status polivalente y
poliédrico. En primer término, tal actualización se da de manera difusa e intermitente, donde y
cuando se necesita un puente para que dos o más obras pertenecientes al ciclo interactúen o
hagan patente su filiación genética. En segundo término, la aglutinación de motivos en torno a
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El rompecabezas macondito: construyendo el personaje como una “colcha de retazos”
un “carácter” es imprescindible para que de ellos cristalice y cobre forma un personaje como
tal. Pese a que semejantes aglutinaciones resultan, funcionalmente hablando, casi superfluas
(cf. supra), los “retazos” de la “colcha” sí obedecen a las necesidades funcionales del
desarrollo argumental. Dichas necesidades requieren aquí que los gestos verbales arranquen
siempre desde o se proyectan hacia CAS. Así, el significado parece estallar y diseminarse, de
suerte que cualquier “retazo” remite a cualquier otro y a todos los demás.
Amén de la sintaxis narrativa, el fenómeno de la diseminación también toca a otros
aspectos. Hemos visto que, salvo el eje de simetría, los “retazos” de la “colcha” carecen de un
hilo unitivo común (aunque sí empalman por tramos). Los nexos que damos por
sobreentendidos equivalen a otras tantas desapariciones y reapariciones del coronel Aureliano
Buendía, que reconfirman el estado difuso, espectral, del personaje-puente. Igual función
desempeñan la transformación y correción de datos o los desdoblamientos que la narración
impone a los gestos verbales. Si, por ejemplo, el parentesco entre Aureliano, José Arcadio y
Rebeca pasa de colateral (en un cuento de FMG) a parentesco de consanguinidad (en CAS),
es por el peso que adquiere dentro de la novela el tema de la endogamia. También debido a
ello, el coronel pierde su independencia como personaje y queda reducido a un mero hito en la
serie de los Aurelianos (Ivanovici 1980: 250-261).
Las modificaciones y transformaciones de este tipo se derivan del rasgo más
reconocible que posee el personaje-puente: su nombre. Según los Formalistas rusos, es ésta la
modalidad más sencilla de “identificación” y “caracterización” (Tomaševskij 1973: 277). Por
otro lado, dado su carácter sumamente abstracto, el nombre es el que mejor concuerda con la
índole “espectral” de la forma actualizada. Se entiende, pues, por qué García Márquez otorga
a su héroe un estado civil, una biografía etc., pero jamás un retrato preciso3. Por el contrario,
cuando el personaje adquiere un vago semblante (García Márquez 1975) pierde su nombre, es
decir su identidad. Mejor dicho, la identidad respectiva (quizás por la dinámica misma de la
diseminación) se desdobla: por una parte el joven guerrero tímido, solitario y orgulloso y por
otra, el viejo dictador, cautivo en el espacio de aislamiento y corrupción del poder. En una
página de inmejorable efecto (García Márquez 1975: 107), el autor enfrenta las dos mitades
de esta figura, como en un espejo anamorfótico, sugiriendo así que la funcionalidad narrativa
de su escisión es demostrar que el tema del poder constituye una extensión y un desarrollo del
tema de la soledad. Por otro lado, la operación contraria, el acoplamiento –diríase,
pleonástico– de esas mismas mitades engendra la “soledad del poder”: un gesto verbal
omnipresente en OP. El lugar T de este “retazo” consiste en la magnífica imagen del “círculo
de tiza” que trazan alrededor del coronel sus edecanes, y desde cuyo centro el personaje
“decidía con órdenes breves e inapelables el destino del mundo” [CAS, 212]. No puede
imaginarse una ilustración de mayor alcance simbólico y de impacto intuitivo más inmediato
que ésta, de la idea de que el dictador de OP es la proyección de lo que el caudillo
revolucionario hubiera llegado a ser de haber ganado alguno de sus levantamientos armados y
tomado el poder (García Márquez/ Mendoza 1982: 76).
Pero no fue así. Sólo ganó el coronel una batalla espiritual y sólo se posesionó de los
laboriosos poderes del lenguaje. Por ellos también se ha ganado la soledad de su taller de
platería. Allí puede seguir fundiendo sus pescaditos de oro por otro siglo de la eternidad.
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En efecto, el coronel Aureliano Buendía, se dice significativamente en la novela, “nunca permitió que le
tomaran una fotografia” (García Márquez 1967: 155).
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Bibliografía
Ediciones
-CARPENTIER, Alejo (1966): El reino de este mundo (1948), (bajo el título “De lo real
maravilloso americano”), en Tientos y diferencias. La Habana: ed. Unión.
-GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel (1982): “Diálogo con los oyentes de Radio Sandino”, en
Nicarauac, núm. 7/1982; reproducido en Sábado, suplemento cultural de Unomasuno.
México.
-GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel (1982): El olor de la guayaba. Conversaciones con Plinio
Apuleyo Mendoza. Bogotá: Ed. La Oveja Negra.
-IVANOVICI, Victor (1980): Formă şi deschidere . Bucarest: Ed. Eminescu.
-JOLLES, André (1972): Einfache Formen. Paris: trad. fr., Éditions du Seuil / “Poétique”.
-TOMAšEVSKIJ, Boris (1973): Teorija literatury. Poetika, trad. rumana por Leonida
Teodorescu. Bucarest,: ed. Univers.
-VARGAS LLOSA (1971): García Márquez. Historia de un deicidio. Barcelona: ed. Barral.
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El rompecabezas macondito: construyendo el personaje como una “colcha de retazos”
Anexo
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El rompecabezas macondito: construyendo el personaje como una “colcha de retazos”
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