Sunteți pe pagina 1din 5

LA CULTURA DE PAZ,

UN NUEVO CONTRATO MORAL DE LA SOCIEDAD1

Anaisabel Prera Flores2

Tener por patria el mundo y por nación la humanidad


Víctor Hugo

... Que una paz fundada exclusivamente


en acuerdos políticos y económicos entre gobiernos
no podría tener el apoyo unánime, sincero y perdurable de los pueblos
y, por consiguiente, esa paz debe basarse en
la solidaridad intelectual y moral de la humanidad.
Preámbulo de la Constitución de la Unesco

La época histórica que vivimos está marcada fundamentalmente por dos fenómenos: la amplitud y rapidez de los
cambios que los individuos deben enfrentar y el impacto de la globalización sobre las personas y las sociedades.
Desde una perspectiva humana, una de las consecuencias de estos fenómenos se percibe claramente en la toma de
conciencia de los individuos acerca de que su destino, y el de la comunidad internacional, dependen de una
multiplicidad de actores y dinámicas que difícilmente pueden controlar. La transición que vivimos pone a prueba
dos aspectos fundamentales de la condición humana: Primero, la libertad de escoger con qué elementos y hacia
dónde debemos transitar, y la inteligencia para crear con responsabilidad la realidad hacia la cual pretendemos
dirigimos.

La circunstancia que enfrentamos recuerda la descrita en el Contrato Social. J.J. Rousseau se refería entonces a la
situación en donde e1 hombre estaba enfrentado a obstáculos superiores a las fuerzas que podía utilizar para
mantenerse en estado de naturaleza: “como los hombres no pueden engendrar nuevas fuerzas, si no solamente unir y
dirigir las que ya existen, no tiene otro medio para conservarse que formar por agregación un conjunto de fuerzas
que puedan triunfar sobre la resistencia, ponerlas en acción con un solo objetivo y actuar de manera coordinada” 3.

La moderna tradición intelectual surgida en 1a filosofía política francesa e inglesa que formuló la idea del contrato
social como base de la convivencia, estuvo especialmente preocupada por la cohesión de la sociedad. El contrato
social fue la fórmula lógica de resolver un problema histórico. Luego, esta misión la asumieron las variantes del
mito científico y tecnológico - la última de las cuales limitó la libertad en el afán de la igualdad-, convertidas en
“religiones laicas”.

En el mundo globalizado actual, caracterizado por enormes disparidades sociales y económicas que afectan
seriamente las bases del contrato social, se percibe la necesidad de cambio para superar la dicotomía entre un
pequeño grupo de individuos que sólo reconoce derechos y una mayoría creciente de personas a quien sólo se le
reconoce obligaciones. Se trata de restaurar el equilibrio social que, habiendo trascendido la dimensión del Estado,
adquirió alcance planetario.

La compleja tarea de reinstalar el equilibrio social tomando en cuenta los objetivos globales, nacionales e
individuales no está exenta de riesgos. Para reconocer el camino cierto, resulta imprescindible identificar los
elementos esenciales, desechar lo superficial y adoptar una visión prospectiva.

Desde una perspectiva internacional, el escenario mundial posterior a la guerra fría ha cambiado y, en consecuencia,
también cambió la naturaleza de los conflictos. De la violencia de la guerra ideológica se ha pasado hoy a la
violencia social que producen la pobreza, la exclusión y la ignorancia. Por ser los conflictos de diferente naturaleza,
1
Artículo tomado de la Revista Diálogo, No. 21. México: Unesco, junio de 1997
2
Consejera Especial del Director General de la UNESCO para América Latina y el Caribe
3
Rousseau, J.J. Du Contrat Social. Chapitre VI. París: Hachette, 1978. P. 178

1
es necesario buscar soluciones adaptadas a la nueva dinámica mundial. Y esto podría aplicarse también al Derecho
Internacional que, con el crecimiento del número de Estados miembros de la comunidad mundial en las últimas
cuatro décadas, ha adquirido una verdadera dimensión universal. En efecto, los cambios operados en la sociedad
internacional y la necesidad de establecer normas para resolver nuevas situaciones, hicieron del Derecho
Internacional una disciplina dinámica. Sin embargo, los individuos y los pueblos aún no han sido reconocidos como
sujetos de este derecho a la par de los Estados. Dentro del esquema de la globalización, el individuo y las
comunidades se encuentran enfrentados a problemas que vienen no ya de su sociedad o su Estado sino del mundo.
¿Cómo dar respuestas éticas y morales a los diversos requerimientos de la compleja naturaleza frente a la también
compleja realidad globalizada?

Una respuesta a las demandas de las comunidades en materia de paz fue la resolución adoptada en 1984 por la
Asamblea General de Naciones Unidas, al proclamar que “los pueblos de nuestro planeta tienen el sagrado derecho
a la paz”. La misma resolución declaró que “la preservación del derecho de los pueblos a la paz y la promoción de
su puesta en práctica constituyen una obligación fundamental de cada Estado” 4.

Si el reconocimiento de las libertades individuales, consideradas como derechos humanos de la Primera Generación,
no fue objeto de grandes críticas, los derechos de la Segunda y Tercera Generación, llamados derechos de
Solidaridad, han suscitado importantes controversias entre los juristas. Se trata, por una parte, de los derechos
colectivos del hombre en materia económica y social y, por otra, de los derechos a la paz, al medio ambiente, al
desarrollo y al patrimonio común de la humanidad. Como sostiene M. Bedjaoui, estos derechos se sitúan en la
intersección del individuo, el pueblo, el Estado y la humanidad, lo que enriquece y, al mismo tiempo, torna más
complejo el Derecho Internacional.

Una mirada retrospectiva a la evolución de esta disciplina en materia de paz, nos permite apreciar los progresos
realizados desde la concepción de la “guerra justa”, originada en la Antigüedad. La idea difundida en el Siglo XIX
de que el derecho a la guerra no debía ejercerse hasta no haber agotado todos los medios pacíficos, abrió paso al
recurso del arbitraje, consagrado en la Conferencia de Paz de La Haya en 1899. Por ser la guerra una institución
jurídica aceptada, las relaciones entre los pueblos se regían por el derecho de las potencias más fuertes y, en
consecuencia, las normas que regulaban las relaciones internacionales eran profundamente antidemocráticas.

La creación de la Sociedad de Naciones, en 1920, y con ella el nacimiento del concepto de Comunidad
Internacional como entidad responsable de las relaciones entre los Estados, significaron un importante avance en el
camino de la democratización de la vida internacional y la construcción de la paz. Más tarde, la Carta de las
Naciones Unidas (1945) consagró la prohibición absoluta del empleo de la fuerza. En este momento de transición,
el Derecho Internacional como disciplina evolutiva se encuentra frente a un nuevo desafío: avanzar aún más en la
regulación de los aspectos de la vida humana todavía no contemplados por los instrumentos existentes. En esta
encrucijada, su misión es ofrecer soluciones a los problemas actuales en sus dimensiones interdependientes:
internacional, social y humana. Para enfrentar los desafíos de la comunidad planetaria se requieren elementos de
análisis y de acción que permitan dar respuestas a los problemas de la persona, de la sociedad y de la humanidad en
su conjunto. Teniendo en cuenta las limitaciones de cualquier análisis de la problemática mundial a la luz de una
sola teoría o disciplina, podemos imaginar una realidad tridimensional con conexiones múltiples a la que solo
podemos aproximarnos de manera interdisciplinaria. En el marco de la complejidad de la problemática mundial, me
propongo formular algunas reflexiones sobre uno de los problemas mayores de nuestro tiempo: la transformación
civilizatoria de una cultura de violencia a una cultura de paz, y, más precisamente, la dimensión práctica del derecho
humano a la paz, que puede traducirse como un nuevo contrato moral de la sociedad por la paz.

El objetivo es identificar una serie de mecanismos tendientes aplicar el Derecho Humano a la paz como valor
universal, siendo conveniente, entonces, señalar algunas pautas generales. Primero, un aspecto normativo según el
cual el reconocimiento de un derecho universal a la paz es un objetivo necesario. Segundo, la importancia de
integrar, por un lado, las grandes diversidades del proceso de aplicación de este derecho y, por otro, los cambios
propicios de una realidad dinámica. Finalmente, y como consecuencia de esta realidad en permanente
4
A/Res/39/II, 12 de noviembre de 1984

2
transformación, la cuestión debe ser abordada de manera creativa, reinventando instrumentos jurídicos y políticos
que permitan dar respuesta al desafío de la paz.

Esta idea puede ser interpretada como utópica. Ahora bien, si fuese considerada una utopía, debe serlo como utopía
creadora y posible en el sentido de la búsqueda de escenarios alternativos para un futuro de paz, tolerancia, libertad
y solidaridad entre los seres humanos. Como dice Eduardo Galeano, la utopía sirve para caminar. Yo añadiría: para
caminar y abrir senderos. Porque mientras caminamos vamos tejiendo una fina trama de relaciones sociales y
humanas que nos aproximan al gran objetivo: construir una sociedad global y local que, rechazando toda forma de
violencia como medio para resolver los conflictos, permita a los seres humanos desarrollarse en un mundo justo y
solidario.

El contrato moral por la paz es una forma humanista de resolver los problemas de la cohesión de la sociedad y la
búsqueda de trascendencia del individuo, en un momento en el cual los anteriores elementos de cohesión social
resultan ineficaces. Como tal, el contrato moral por la paz se enfrenta a uno de los grandes dilemas contemporáneos:
mantener la cohesión social sobre la base de los valores de un humanismo moderno, valores de solidaridad, de
fraternidad, de justicia y de libertad y de desarrollo sustentable.

El contrato ético y moral por la paz no es únicamente un discurso, es sobre todo la propuesta de nuevas actitudes
mentales y prácticas en nuestra vida personal y en nuestra vida pública.

Desde esta perspectiva parece claro que los problemas de la paz requieren soluciones a la vez locales y globales,
individuales y universales. De ahí la importancia de abrir un diálogo fecundo entre estudiosos, responsables
políticos y actores sociales a fin de aunar esfuerzos para desarrollar un programa mundial de prevención de
conflictos y consolidación de la paz a través de acciones que tengan en cuenta las necesidades y particularidades de
cada sociedad y que, al mismo tiempo, garanticen una amplia participación de la comunidad en la concepción y
puesta en marcha de esos programas. Esto implica, por cierto, la conclusión de nuevos pactos sociales. No se trata
del contrato social inicial, sino de nuevos pactos entre actores responsables, sobre la base de garantías mutuas, con
el objeto de redefinir las reglas que rigen el ejercicio del poder en materia de paz.

La puesta en práctica de esta empresa requiere de la voluntad firme de los actores políticos y sociales a nivel
internacional, nacional e individual. Entre las naciones es necesario un instrumento que manifieste el compromiso
por este nuevo contrato moral a favor de la paz, mientras que, en la práctica, esto se traduzca en una mayor justicia
internacional: la democracia debe aplicarse a escala global. Luego, es necesario evitar las políticas dubitativas que
consisten en, por un lado, pregonar la paz y la solidaridad internacionales y, por otro, imponer severas medidas de
ajuste estructural que socavan las bases de la sociedad e impiden el desarrollo material. Esta voluntad política
internacional deberá expresarse además en, por ejemplo, el control de la producción o distribución de armas o en la
disuasión de la violencia en sus múltiples expresiones.

La tarea de análisis y puesta en práctica de las propuestas orientadas a cimentar un nuevo contrato moral, podrían
ser asumidas por un Comité que estaría encargado, entre otras acciones, de:

 Promover el equilibrio entre la producción de los instrumentos necesarios para garantizar la seguridad
internacional y la seguridad de las personas, entre los requerimientos del ajuste estructural y las necesidades
de las comunidades, entre desarrollo y cultura, entre los principios democráticos y los sistemas políticos.

 Propiciar, en el plano nacional y en el de las instancias multilaterales, la transformación de las instituciones


militares para que se conviertan de instrumentos de la guerra en sujetos promotores y garantes de la paz y el
desarrollo. La paulatina transformación de los ministerios de defensa y de guerra en ministerios de paz,
conducirá a un nuevo concepto de seguridad nacional e internacional basado en la democracia y la
ciudadanía.

3
 Fomentar grandes pactos regionales o subregionales por la paz, declarando en forma estratégica zonas de
paz, en las que se multiplicarán los esfuerzos internacionales por resolver los conflictos existentes.

 Asegurar que la comunidad internacional y, en particular, los países industrializados, asuman con mayor
solidaridad el impulso al desarrollo de los países del llamado Tercer Mundo, acompañando sus esfuerzos
por mejorar la vida cotidiana de sus habitantes.

 Incorporar la seguridad económica y el desarrollo de los pueblos al nuevo concepto de seguridad


internacional. Esto es particularmente necesario hoy, cuando las grandes olas migratorias de nuestro siglo
vuelven permeables las mil barreras que levantan los países ricos.

 Trabajar por la consolidación de un nuevo equilibrio mundial, que incluya una reforma del sistema
financiero y monetario internacional.

 Estimular el combate serio y profundo al narcotráfico y al lavado de dinero provenientes de ese gigantesco
mercado de divisas, que constituye una seria amenaza a la paz, la estabilidad y la seguridad mundial.

Combatir éstas y otras causas de los conflictos que enfrentamos hoy es un pre-requisito para la paz que llamo
condicionalidad para la paz, que es fundamental porque vincula la seguridad con la paz y ambas con el desarrollo y
la democracia. Si el desarrollo y la democracia no involucran en sus contenidos la condicionalidad de la paz en la
definición de sus políticas y estrategias, la paz no sólo no se consolidará sino que se verán incrementados los
conflictos.

Sin limitar el excesivo poder de los poderosos, especialmente los poderes fácticos que actúan en las sombras, un
nuevo contrato moral por la paz se convierte en una tarea de Sísifo.

A nivel nacional, la voluntad de los actores sociales y políticos necesita manifestarse en pactos a través de los
cuales, incorporando a todos los sectores, se restablezca el equilibrio entre derechos y deberes recíprocos del
conjunto de los ciudadanos. El objetivo es fortalecer la cohesión social a través de políticas que permitan una mayor
y mejor distribución de oportunidades y beneficios. Esto desembocará en el reconocimiento y la puesta en práctica
del derecho humano a la paz.

El combate a la pobreza no puede seguir siendo una tarea marginal de los Estados; lograr éxitos significativos en
esta cuestión implica hacer del verbo compartir una cuestión cotidiana en la vida económica de los Estados. De ahí
la necesidad de reconocer la incompatibilidad radical entre los programas de estabilización y ajuste y una política
económica para la paz, elemento sustancial del nuevo contrato moral por la paz. El funcionamiento espontáneo de
las fuerzas del mercado ha llevado a una mayor pobreza y exclusión; sin redistribuir, el desarrollo no es posible. Y
redistribuir es, en gran medida, educar. Sólo poblaciones educadas constituyen un contingente apto para el
desarrollo y la paz.

En esta movilización, los parlamentarios pueden trabajar porque se aprueben leyes justas que contengan
disposiciones sobre el derecho a la paz; este derecho, a su vez, será garantizado en las Constituciones, tomando
como modelo la de la República de Colombia. Otras acciones por la paz podrán ser ejecutadas por alcaldes,
militares y representaciones de organizaciones sociales y religiosas. Se trata de un movimiento que, desde las
células básicas de cada sociedad, se proyecta a escala nacional, regional y mundial.

Es por eso que, a nivel del individuo, es necesario que el movimiento comience en su interior. Esto supone
incorporar a la paz como actitud de vida y proyectarla en la familia, la comunidad y las instituciones políticas. Para
"erigir las defensas de la paz en la mente de los hombres", es necesario que los gobiernos promuevan políticas
inc1uyentes, que incorporen en el razonamiento económico a todos los ciudadanos, y a la vez actuar en la
promoción de los derechos humanos y la educación para la paz.

4
En materia de derechos humanos me limitaré a señalar que ellos sólo pueden desarrol1arse, ejercitarse e
incorporarse en la vida cotidiana en un contexto político democrático y en una situación económica que garantice la
dignidad humana. En materia de educación, el Director General de la Unesco ha definido con claridad su función:
"la etimología de la palabra (educación) la emparenta con conducir; inducir y seducir, con generar la docilidad, es
decir, someter a obediencia ... En nuestra época, educar ha llegado a ser exactamente lo opuesto: forjar el carácter y
la mente de un ser humano y dotado de autonomía suficiente para que alcance a razonar y decidir con toda libertad.
Educar es precisamente proporcionar los criterios que nos permiten defender nuestras diferencias y divergencias sin
violencia. No es momento para la docilidad sino para la expresión de disentimientos, sin violencia, pero sin
docilidad. Tolerancia, diálogo ... No imposición, no opresión” . En esta concepción de la educación se encuentra la
base de la formación de los seres humanos para una conducta privada y pública de paz y respeto de los derechos
humanos.

Para terminar, quiero puntualizar que un nuevo contrato moral por la paz debe ejercerse como política preventiva,
allí donde las instituciones y los individuos han sido soportes de una cultura de guerra. Cambios institucionales
efectivos así como transformaciones en la conciencia y en la cultura de los individuos, configuran los pilares de un
esfuerzo sinérgico de gran transformación. Las demandas de cohesión social y de trascendencia de los individuos
sólo pueden ser atendidas por esta propuesta de humanismo moderno. La crisis contemporánea, a la vez ética,
política, cultural, económica, moral y social, sólo puede resolverse construyendo un futuro compartido, sin retornar
a un pasado de intolerancia o soportando un presente de exclusión. El nuevo contrato moral por la paz es el futuro
que todos podemos compartir. El derecho humano a la paz sólo es posible si se rescata el sentido ético de la vida.

S-ar putea să vă placă și