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8. FILOSOFÍA
F il o s o f ía c l á s ic a y l o c l á s ic o e n f il o s o f ía
... llegado
más que otros semejantes al camino
do llega a quien del cielo es otorgado.
LO QUE TENEMOS
13. —n x u i
226 E L LEGADO DE GRECIA
El n a c im ie n t o d e l a m e t a f ís ic a
6. Ibii., p. 116.
228 EL LEGADO DE GRECIA
A p a r ie n c ia y r e a l id a d
10. Cf. Parménides, (r. 8, 37; ; también un monista tardío, Meliso, ir. 8.
236 E L LEGADO DE GRECIA
falta tomarla. En sus diálogos del período medio, sobre todo La re
pública, había dado ya una imagen del conocimiento y la realidad
que se abocaba a esta crítica o que, por lo menos, era muy ambigua
acerca de la cuestión. Por un lado estaba el mundo de las Ideas,
objetos inmateriales e inalterables de conocimiento exclusivamente
intelectual, y que al parecer, en el seno de esta teoría sencilla y ambi
ciosa, tenían que solucionar muchos problemas a la vez: explicar,
por ejemplo, de qué son verdad las verdades matemáticas (ya que
es obvio que no lo son de esas figuras geométricas mal dibujadas
que se ven en una pizarra), y ser al mismo tiempo lo que da sentido
a los términos generales. Contra aquéllas se alzaban los objetos de la
percepción sensorial y la opinión cotidiana, elementos del mundo
natural que toman falsamente por realidad los «amantes de las sen
saciones», opuestos a los filósofos, amantes de la verdad.
La diferencia entre ambos mundos se remacha en La república
mediante una serie de dicotomías: el modelo de la línea de partición
que separa el reino de las Ideas del de la materia y que asigna a uno
la razón y al otro los sentidos; y una imagen que ha obsesionado
al pensamiento europeo y que representa la educación del filósofo
como el viaje desde una caverna a la luz del día, caverna en que los
hombres corrientes, prisioneros de sus prejuicios, contemplan exta-
siados una confusa sucesión de sombras. Esta distinción y el orden
de valores que la acompaña es representada por Platón a veces bajo
la diferencia entre «ser» y «llegar a ser», donde «llegar a ser», se
nos dice, es una mezcla insatisfactoria e inestable de ser y no ser.
Platón abandonaría estas fórmulas, aunque no, desde luego, su fe
en los eternos objetos intelectuales.
Los exégetas no han sabido muy bien lo que Platón quería decir
cuando, en La república y otros diálogos del período medio, afirmó
un «ser real» para las Ideas y se lo negó a los objetos cotidianos de
la percepción sensible. Las dificultades, en realidad, ofrecen más de
un nivel. Está el problema filosófico, muy general, que ya hemos
rozado en la confrontación de Parménides y Moore, de dar sentido
a las afirmaciones metafísicas que niegan la realidad de una vasta y
evidente dimensión de la experiencia. Problemas de esta índole gene
ral siguen vigentes hov. Pero hay además un problema histórico, de
comprensión de aquellas formulaciones metafísicas particulares que
pertenecen a una época anterior al desarrollo de una teoría lógica
sistemática y que solemos tergiversar a la luz de concepciones ulte
riores. También está el muy concreto problema histórico de com
prender a Platón, que parece se sintió insatisfecho con algunas de
estas formulaciones y procedió a criticar, en su obra posterior, algu-
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ñas de sus posiciones anteriores. Si Platón se sintió insatisfecho con
estas formulaciones, no hay mucho motivo para suponer que tuvieran
un sentido plenamente determinado que hoy pudiéramos descubrir:
más bien es el mismo Platón el que nos ayuda a situarnos en un
punto en que dichas formulaciones se pueden considerar carentes en
absoluto de un sentido plenamente determinado.
Su posterior insatisfacción con lo que había dicho en La república
se encuentra en parte en cuestiones técnicas acerca de la idea del ser:
a decir verdad comprendió mejor este concepto y dio al mismo tiempo
en una concepción más paciente y analítica del tipo de investigación
filosófica que tal comprensión exigía. Gimo veremos, en la concep
ción platónica del conocimiento hubo también una evolución pare
cida a partir de los elementales planteamientos de La república.
También es posible, en líneas más generales, que se rigiera me
nos por las imágenes de un intelecto racional atascado en el mundo
empírico o prisionero de éste. Conviene decir que estas imágenes
siempre estuvieron en una relación incómoda con otra especie de
figura que dio al mismo tiempo del mundo material, igualmente des
favorable al mismo, pero en una dirección opuesta: que era evanes
cente, endeble, apariencia nada más. El mundo de la materia termi
naría por ser impotente, aunque al mismo tiempo poderosamente
destructivo, dos aspectos conflictivos que son entre sí lo que las
sombras de la caverna a los grilletes que atan a los prisioneros. Estas
tiranteces expresan algo muy real en la posición platónica (sobre
todo su ambigüedad ante el poder político y ante el arte), pero sus
costes teóricos, para una teoría tan ambiciosa, son elevados, y Platón
parece que se dio cuenta.
La teoría de La república, sin embargo, se resiste a desaparecer;
es quizá la más célebre doctrina de Platón y, aparte de que aparece
en la historia y la literatura como «la filosofía platónica», en sí misma
— su terminología por lo menos— se ha repetido de muchas mane
ras. Sus mismas tiranteces sirven para explicar que se mantenga
firme en la imaginación filosófica; y un factor que merece mencio
narse aquí — que se relaciona en particular con la doctrina platónica
del amor, expresa en El banquete— es que hay una oposición conti
nua y enérgica, en estas obras del período medio, entre las teorías
platónicas negadoras del mundo y su presentación literaria. La reso
nancia de sus imágenes y la fuerza imaginativa de su estilo, el más
hermoso que se haya ingeniado para expresar el pensamiento abs
tracto, afirma de manera implícita la realidad del mundo de los sen
tidos aun cuando el contenido la niegue.
Un extremo más general es que sólo los filósofos y los historia-