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Matthew Restall

Los siete mitos


Í ^ de la conquist
B española

¡MIOPIA
»M atth ew Rcstall cs uno de los pioneros de un
nuevo en foqu e de la historia de la colonización de
A m érica, que reintegra las perspectivas indígenas
y analiza sus fuentes. La con qu ista de M éxico fue
en igm ática hasta para quienes participaron en ella
y ha dado lugar a leyendas que siguen cautivando
a los historiadores. Rcstall las som ete a una
exhaustiva revisión con una actitud sum am ente
crítica, una im aginación disciplin ada y un m anejo
excepcion al de las fuentes. A través de la desarti­
culación de los m itos, Rcstall perm ite em prender, por prim era vez, una
reconstru cción creíble de lo que realm ente ocurrió.»
F e lip f. F k r n a n d e z - A r m e s t o , a u t o r d e C i v i l i z a c i o n e s

-L a prosa de Rcstall aborda y desarticula an tigu os m itos sobre algunos


de los aspectos m ás com plejo s y con trovertidos de la con quista de
L atin oam érica. A partir de un p ro fu n d o con ocim ien to de las fuentes
españolas c indígenas, m uestra claram ente cóm o se o riginaron los m itos
de la proeza española y la ineptitud indígena, y cóm o y por qu é se han
perpetuado. Es un m ag n ífico exp on ente del m odelo revisionista.»
S t u a r t B. S c h w a r t z , Y a l e U n i v e r s i t y

«Es una ob ra de sum a relevancia para com pren d er no ya la conquista en


sí, sin o los m edios a través de los cuales la hem os m itificado. Restall
revela con ingenio y erudición el origen y persistencia de algunas imágenes
esenciales de los con qu istadores. Éste es un texto erud ito, pero accesible
a todos los públicos; una lectura im prescindible para cualquiera que se
interese por la con qu ista colon ial y la cultura del con tinen te am ericano.»
N e il L . W h it e h e a d , U n iv e r s π ύ o f W is c o n s in - M a d is o n

www.paidos.com
MATTHEW RESTALL

LOS SIETE MITOS DE LA


CONQUISTA ESPAÑOLA

PAIDÓS
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LOS SIETE MITOS DE
LA CONQUISTA ESPAÑOLA
PAIDÓS ORÍGENES

Últimos títulos publicados:

9. J. Le Goff, La civilización del Occidente medieval


10. M. Friedman y G. W. Friedland, Los diez mayores descubrimientos de la medicina
11. R Grima], E l amor en la Roma antigua
12. J. W. Rogerson, JJna introducción a la Biblia
13. E. Zoila, Los místicos de Occidente, I
14. E. Zoila, Los místicos de Occidente, II
15. E. Zoila, Los místicos de Occidente, III
16. E. Zoila, Los místicos de Occidente, IV
17. S . Whitfield, La vida en la ruta de la seda
18. J. Freely, En el serrallo
19. J. Lamer, Marco Pola y el descubrimiento del mundo
20. B. D . Ehtman, Jesús, elprofetajudio apocalíptico
21. J. Flori, Caballeros y caballería en la Edad'Mediä
22. L.-J. Calvet, Historia de la escritura
23. W. Treadgold¡Breve historia: de Jiizanció
24. K. Armstrong, Una historia de Dios "
25. E. Bresciani, A orillas del Nilo
26. G. Chaliand y J.-P. Rageau, Atlas de los imperios
27. J.-P. Vernant, E l individuo, la muerte y el amor en la antigua Grecia
28. G. S. Kirk, La naturaleza de los mitos griegos
29. J.-P. Vernant y P. Vidal-Naquet, Mito y tragedia en la Grecia antigua, vol. I
30. J.-P. Vemant y P. Vidal-Naquet, Mito y tragedia en la Grecia antigua, vol. II
31. I, Mereu, Historia de la intolerancia en Europa
32. P. Burke, Historia social del conocimiento
33. G. Leick, Mesopotamia
34. J. Sellier, Atlas de los pueblos del Asia meridional y oriental
35. D. C. Lindberg, Los inicios de la ciencia occidental
36. D. I. Kertzer y M. Barbagli (comps.), Historia de la familia europea, I
37. D. I. Kertzer y M. Barbagli (comps.), Historia de la familia europea, II
38. D. I. Kertzer y M. Barbagli (comps.), Historia de la fam ilia europea, III
39. J. M. Bloom y Sh. S . Blair, Islam
40. J. Dugast, La vida cultural en Europa entre los siglos XIX y XX
41. J. Brotton, E l bazar del Renacimiento
42. J. Le Goff, En busca de la Edad Media
43. Th. Dutour, La dudad medieval
44. D. Buisseret, La revolución cartográfica en Europa, 1400-1800
45. F. Seibt, La fundación de Europa
46. M. Restall, Los siete mitos de la conquista española
Título original: Seven Myths o f the Spanish Conquest
Originalmente publicado en inglés, en 2003, por Oxford University Press, Nueva York.
Traducción publicada con permiso de Oxford University Press, Inc.
This translation, originally published in English in 2003, is published by arrangement
with Oxford University Press Inc.

Traducción de Marta Pino Moreno

Cubierta de Joan Batallé

Quedan rigurosamente prohibidas, sic Ja automación escrita de los titulares del copyright,
bajo Jas sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra
por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático,
y la distribución de ejemplares de eUa mediante alquiler o préstamo públicos.

© 2003 by Oxford University Press, Inc., N.Y., U.S.A.


© 2004 de Ja traducción, Marta Pino Moreno
© 2004 de todas las ediciones en castellano,
Ediciones Paidós Ibérica, S.A.,
Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona
httpy/www.paidos.com

ISBN: 84-493-1638-3
Depósito legal: B. 37.344-2004

Impreso en Gráfiques 92, S.A.


Av. Can Sucamts, 91 - 08191 Subí (Barcelona)

Impreso en España - Printed in Spain


A todos los que ban sido alumnos míos;
a Jim y Felipe, de quienes siempre seré alumno;
y a Lucy, futura alumna.
Sumario

Agradecimientos......................................................................... 11
Introducción: Las palabras perdidas de Bernal D ía z ................. 17

1. Un puñado de aventureros. El mito de los hombres excepcio­


nales ......................................................................................... 25
2. Ni sueldo ni obligación. El mito del ejército del r e y ............. 59
3. Guerreros invisibles. El mito del conquistador blanco.......... 81
4. Bajo el dominio de Su Majestad el Rey. Él mito de la comple-
titud......................................................................................... 107
5. Las palabras perdidas de La Malinche. El mito de la comuni­
cación y el fallo comunicativo ................................................ 123
6. El exterminio de los indios. El mito de la devastación indí­
gena ......................................................................................... 151
7. Monos y hombres. El mito de la superioridad....................... 189

Epílogo: La traición de Cuauhtémoc........................................... 207


Créditos ...................................................................................... 221
Notas ........................................................................................... 223
Bibliografía ................................................................................. 269
índice analítico y de nombres...................................................... 295
Agradecimientos

Los nombres de estas Siete Ciudades, que no han sido descubiertas,


siguen siendo desconocidos, y su búsqueda prosigue en la actualidad*
P ed ro de C astañeda NAjer a (c. 1560)

El número siete tiene cualidades casi místicas.


New York Times (2002)

«Parece que en esta clase hay un montón de mitos», dijo el alumno,


no sin cierto matiz de suspicacia. Ésta fue la semilla de este libro, sem­
brada una tarde de primavera en un aula de Pensilvania.
Lo que comenzó como un intento de responder al comentario del
alumno y adaptar, en consonancia, mis clases de licenciatura muy pron­
to derivó en un proyecto de libro, de modo que las falacias y ficciones
interesadas de la historia de la conquista gradualmente se definieron
como siete «mitos» plasmados en siete capítulos, que constituyen una
argumentación en siete partes contra muchos lugares comunes de la
conquista española de América.
La división de la estructura en siete partes parecía justificada por el
hecho de que el número siete tiene un profundo arraigo y significación
simbólica en la historia de América, tanto la indígena como la hispáni-

* La búsqueda de las citas de autores españoles habría sido ardua sin la colabora­
ción de Matthew Restall, que tuvo la gentileza de recuperar las fuentes originarias para
poder incluidas en esta edición. (N. de la t.)
12 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

ca. El mito originario de los mexicas aludía, entre otras cosas, a la des­
cendencia de los siete linajes, surgidos de siete cuevas emplazadas en un
lugar mítico del norte de México.1El código legislativo medieval en que
se basaba el derecho español durante la conquista se denominaba Las
siete partidas. Se rumoreaba que eran siete las ciudades del oro de Cí­
bola, nombre que designaba a veces la zona septentrional de Sudaméri­
ca antes de su invasión, región también conocida como Nueva Grana­
da, y otras veces a la totalidad o parte de lo que hoy es el sur o suroeste
de Estados Unidos, donde Coronado buscó en vano las Siete Ciudades
en 1540-1542.2
Mi búsqueda de los «siete mitos» no fue en vano, y se benefició en
gran medida de la experiencia docente desarrollada durante la prima­
vera siguiente (2001) en un seminario de posgrado del Departamento
de Historia de la Pennsylvania State University, titulado «Los siete mi­
tos de la conquista española». La idea era escribir y enseñar sobre temas
idénticos, favoreciendo así el estímulo y enriquecimiento recíprocos en­
tre todos ellos. Todo salió aún mejor de lo que esperaba. Sin las aporta­
ciones de los asistentes al seminario, tanto en la clase como por escrito
(sus trabajos constan en un apartado especial de la bibliografía), habría
tardado el doble de tiempo en escribir este libro, y el producto final ha­
bría sido de inferior calidad. Estoy muy agradecido a todos los partici­
pantes: Bobbie Arndt, Valentina Cesco, Iris Cowher, Jason Frederick,
Gerardo Gutiérrez, María Inclán, Amy Kovak, Blanca Maldonado, Za­
chary Nelson, Christine Reese, Michael Smith y Leah Vincent. También
debo mucho a Gregg Roeber, que organizó el semestre de los «Siete mi­
tos» y me animó a impartirlo.
Gracias a una ayuda del National Endowment for the Humanities,
tuve ocasión de dedicar la siguiente primavera (2002) a la redacción fi­
nal del libro, en la John Carter Brown Library de la Brown University.
Deseo expresar mi agradecimiento al director dé la biblioteca, Norman
Fiering, a los bibliotecarios y a mis queridos compañeros por su gene­
rosidad y aportaciones. Numerosos amigos y colegás han influido pro­
fundamente en mi pensamiento sobre este tema o me han ofrecido útiles
comentarios sobre determinadas partes del libro. Entre ellos se en­
cuentran Patrick Carroll, Jack Crowley, Garrett Fagan, Michael Fran­
cis, Philip Jenkins, Grant Jones, Jane Landers, Juliette Levy, James
Lockhart, James Muldoon, William Pencak, Carol Reardon, Helen Res­
tall, Robin Restall, Tim Richardson, Guido Ruggiero, Susan Schroeder,
Andrew Sluyteir y Dean Snow, ysobre todo Felipe Fernández-Armesto,
AGRADECIMIENTOS 13

Susan Kellogg, Kris Lane y Neil Whitehead, que me aportaron exten­


sos comentarios escritos sobre la versión inicial del libro. Susan Ferber, de
Oxford University Press, me hizo sugerencias exhaustivas, meticulosas
y muy perspicaces. Es una verdadera maestra de la tinta roja y le agra­
dezco profundamente las mejoras que logró en todas las páginas de es­
te texto.
Por último, quisiera agradecer a Helen, Sophie e Isabel su inmensa
comprensión durante la redacción de este libro, cuando necesitaba aca­
bar «sólo una frase más».

M. B. R.
State College, Pensilvania
Septiembre de 2002
Veo algunos haber en cosas destas Indias escrito, ya que no las que
vieron, sino las que no bien oyeron (aunque no se jactan ellos así dello), y
que con harto prejuicio de la verdad escriben, ocupados en la sequedad
estéril e infructuosa de la superficie, sin penetrar lo que a la razón del
hombre, a la cual todo se ha de ordenar, nutriría y edificaría.
F ray B artolomé d e L as C asas (1559)

Señor Escritor, ¿por qué no lo cuenta exactamente como es?


S t e r e o p h o n i c s (2001)

Distinguir entre lo curvo y lo recto.


H o r a c io ( c . 30 a.C.)

Esto es lo que yo he podido saber y entender acerca de las costum­


bres y los ritos de los indios de la Española, por la diligencia que en ello
he puesto. En lo cual no pretendo ninguna utilidad espiritual ni temporal.
F ray R amón P a n é (1498)

Hablando con gran majestad, sentado en el trono, él inca arrojó el


libro.
D o n F e l i p e H u a m a n P o m a d e A y a l a (1615)
Introducción

Las palabras perdidas de Bernal Díaz

Para nosotros ha sido una conmoción comprender que no percibimos


el mundo tal como es, y que nuestro conocimiento del mundo está inelu­
diblemente definido por los conceptos y la lengua de nuestra cultura.
Behan M cC u lla g h (1998)

Los historiadores actuales son sacerdotes de un culto a la verdad, lla­


mados al servicio de un dios cuya existencia están abocados a cuestionar.
F e l ip e F ern And ez -Arm esto (1999)

Y porque haya fama memorable de nuestras conquistas, pues hay


historias de hechas hazañosos que ha habido en el mundo, justa cosa es
que estas nuestras tan ilustres se pongan entre las muy nombradas que
han acaecido. [...] Y, demás de esto, ponderen y piénsenlo bien los cu­
riosos lectores [...].
B ernal D íaz d e l C astillo (1570)

Cuando Bemal Díaz vio por primera vez la capital azteca, se quedó
sin palabras. Años después, afloraron las palabras y Bemal escribió una
detallada descripción de sus experiencias como miembro de la expedi­
ción española liderada por Hernán Cortés contra el imperio azteca.
Pero aquella tarde de noviembre de 1519, cuando Díaz y sus hombres
llegaron al puerto de montaña y contemplaron a sus pies el valle de Mé­
xico por primera vez, no sabían qué decir, ni si lo que aparecía ante sus
ojos era real.1
INTRODUCCIÓN 19

La lucha de Díaz por describir lo que veía —la metrópolis de Te­


nochtitlán, tachonada de pirámides, surcada de canales, que semejaba
suspendida en un lago por donde los indígenas navegaban en canoas, y
rodeada por otras ciudades grandes— derivaba de su sorpresa al com­
prender que el mundo no era como lo había percibido hasta entonces. Al
igual que los artistas dibujarían durante siglos el Tenochtitlán anterior a
la conquista con rasgos marcadamente europeos (véase la figura 1), tam­
bién Díaz intentó comparar el valle con las ciudades europeas de su ex­
periencia, pero no pudo. Al final, recurrió a una referencia a la ficción
medieval, y comparó las ciudades aztecas con una visión encantada de la
historia de Amadís.2 Cortés también se obsesionó con el reto de encon­
trar una ciudad semejante en el «viejo» mundo, y comparó Tenochtitlán
con Córdoba, Sevilla y Salamanca en sólo unas páginas.3Pero si la capital
azteca estaba destinada a compararse con Venecia, Sevilla o los espacios
imaginarios de Amadís, las descripciones de Díaz, Cortés y otros españo­
les sobre lo que vieron e hicieron en América estaban ineludiblemente
definidas por los conceptos y la lengua de su propia cultura.
En consecuencia, un conjunto de perspectivas interrelacionadas muy
pronto dio lugar a una visión e interpretación coherente de la conquista,
el compendio de la actividad desarrollada por los conquistadores espa­
ñoles en América desde 1492 hasta 1700. Aunque muchos aspectos de la
conquista y su interpretación han sido objeto de prolongados debates
—desde las discusiones eclesiásticas del siglo XVI en España hasta las
controversias actuales de los historiadores profesionales—, todavía per­
duran las características fundamentales de aquel planteamiento, junto
con un número sorprendente de detalles.
Si Cortés levantara la cabeza, le entusiasmaría saber que muchos si­
tios web y libros de texto le atribuyen el mérito de la caída del imperio
azteca. Los siete mitos de la conquista aparecen en la leyenda de Cor­
tés, según la cual el talento militar, la utilización de la tecnología espa­
ñola más avanzada, la manipulación de los crédulos «indios» y un em­
perador azteca supersticioso fueron los elementos que le permitieron
liderar un ejército de varios centenares de españoles en la osada con­
quista de un imperio de millones de personas, y sentar así un preceden­
te que servirá de referencia para las restantes conquistas españolas en
América. En el siglo XVI Cortés se convirtió en el conquistador arquetí-
pico, una idea que perdura hasta nuestros días.
Al mismo tiempo, nuestra comprensión de la conquista se ha vuel­
to mucho más compleja y sofisticada, debido, entre otros factores, a la
20 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

mayor accesibilidad de las fuentes de autoría española e indígena ame­


ricana correspondientes al período colonial (que abarca desde el siglo
XVI hasta comienzos del x ix ). Es cierto que en los últimos años los his­
toriadores se han implicado cada vez más en el problema de la subjeti­
vidad y nuestra incapacidad para eludirla. La verdad en sí ha quedado
desacreditada como concepto relevante para la investigación historica.4
Pero la imposibilidad de alcanzar una objetividad absoluta no tiene por
qué resultar tan desalentadora. El dominio de la subjetividad tiene tam­
bién algunos aspectos interesantes. Los conceptos de una cultura con­
creta, el modo en que se expresan, así como la relación entre esas pala­
bras y la realidad, pueden ayudar a comprender un fenómeno histórico
como la conquista española, además de explicar mejor el modo en que
se ha interpretado tal fenómeno durante siglos.
Por ejemplo, Cortés se vuelve más interesante y creíble sí se indaga y
desarticula su mito. El descubrimiento de que los conquistadores que pre­
cedieron y siguieron a Cortés se comportaron como él conduce a otras his­
torias, nó menos fascinantes. El conocimiento del papel decisivo que de­
sempeñaron los africanos occidentales y aliados indígenas de los españoles
enriquece la historia de la conquista y contribuye a explicar su desenlace.
La revelación de que muchos conquistadores no eran soldados y de que los
indígenas americanos no creían que los invasores españoles fueran dioses
orienta la investigación hacia una maraña de fuentes que produjeron tales
tergiversaciones y propiciaron el desarrollo de tesis alternativas.
Este libro trata de las imágenes dibujadas por hombres como Díaz
sobre las conquistas españolas en América, así como de las imágenes
elaboradas por historiadores y otros individuos que durante los últimos
cinco siglos siguieron a Díaz en la travesía del Atlántico, en Tenochtitlán
y otros lugares maravillosos del «nuevo» mundo. Las fuentes del libro
son muy diversas, pues abarcan desde documentos escritos por espa­
ñoles, americanos indígenas y africanos occidentales que conocieron la
experiencia de la conquista y sus consecuencias, o los. gruesas volúme­
nes académicos elaborados en los períodos colonial y moderno, hasta
las películas de Hollywood.
Cada uno de los siete capítulos analiza un mito de la conquista, lo
disecciona y lo sitúa en el contexto de otras fuentes alternativas. En su
nivel más básico, el libro yuxtapone descripciones falsas y más exactas
de la conquista.5Pero aporta también algo más. Al presentar interpre­
taciones históricas de la conquista como mitos basados en las concep­
ciones culturales, las tergiversaciones y los intereses políticos de la épo­
INTRODUCCIÓN 21

ca, soy consciente de que yo también rae veo ineludiblemente influido


por los conceptos y el lenguaje de mi propia cultura. En lugar de limi­
tarse a contrastar mito y realidad, mi análisis reconoce que los mitos
pueden ser reales para sus progenitores y que una supuesta realidad
construida a través de la investigación de fuentes de archivo puede ge­
nerar, a su vez, sus propios mitos. Por lo tanto, éste no es sólo un libro
sobre lo que pasó, sino un texto que compara dos formas de relatar lo
que ocurrió. Una forma es fruto de la época y el momento histórico
contemporáneo a los hechos. La otra germina en los archivos y biblio­
tecas, cuando los historiadores escriben sus propias descripciones his­
tóricas con afán de objetividad (a pesar de que ésta siempre queda fue­
ra del alcance del investigador),6
El término «mito» se emplea aquí no en el sentido de folclore, esto
es, narraciones y creencias populares que presentan sistemas religiosos
y personajes sobrenaturales, sino en la acepción que designa algo ficti­
cio que suele aceptarse como cierto, ya sea parcial o completamente.7
Estos dos significados de «mito» guardan una relación ambigua con la
«historia». Desde Platón, que inició la refutación de los mitos, hasta
nuestros días, el pensamiento occidental ha entendido la historia y el
mito como conceptos contrapuestos; uno es verdadero, pues recons­
truye los acontecimientos reales y los pueblos que realmente los vivie­
ron, y el otro es una ficción que reconstruye acontecimientos inventa­
dos de pueblos imaginarios. Sin embargo, esta polaridad no siempre
está tan clara. Platón aspiraba a sustituir las «mentiras» de los viejos mi­
tos por «verdades» históricas, aderezadas con nuevos mitos inventados
por él.8El historiador Paul Veyne sostiene que los antiguos mitos grie­
gos no eran «ni verdaderos ni ficticios, debido a su carácter externo al
mundo real, y a la vez más noble que éste». Los investigadores de Me-
soamérica, un área de civilización que abarca gran parte de México y
Centroamérica, señalan que los pueblos indígenas no conocían tal dis­
tinción entre mito e historia, sino que concebían el pasado de un modo
que podría caracterizarse como una combinación de elementos míticos
e históricos. El gran texto conservado de los mayas quiché, el Popol
Vuh, entrelaza el mito y la historia en una narración épica, denominada
«mithistoria» por el antropólogo Dermis Tedlock»9
¿Puede afirmarse que esta relación ambigua entre mito e historia, o
su fusión en la mithistoria, ha menoscabado la búsqueda de verdades
acerca del pasado ? ¿ Corremos el riesgo de seguir, en esa búsqueda, los
pasos de Platón y sustituir los mitos antiguos por verdades inventadas
22 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

o nuevos mitos? ¿Acaso nuestras verdades no son sino ficciones opor­


tunas?10Puede que sí, pero siempre es aceptable examinar el contexto
y finalidad de tales ficciones. Podemos comparar las verdades de los
conquistadores con las que albergamos sobre ellos y alcanzar, en conse­
cuencia, una mejor comprensión de la conquista, aunque tal compren­
sión no pretenda ser la verdad en sentido absoluto. Las conclusiones
históricas no son infalibles, pero cuando se basan en abundante docu­
mentación y están bien argumentadas, merecen la consideración de re­
latos que nos dicen alguna verdad sobre el mundo. Podemos cuestionar
la veracidad de una narración histórica sin necesidad de relegarla a la
categoría de ficción.11 Siempre hay múltiples narraciones de un mo­
mento histórico, pero eso no significa que, en calidad de interpretacio­
nes, no nos cuenten alguna verdad.
El célebre aforismo de Valle-Inclán, «Las cosas no son como las ve­
mos, sino como las recordamos», nos insta a interpretar con escepticis­
mo las descripciones de los testigos presenciales, como Díaz.12Pero nos
recuerda algo tal vez más importante, a saber, que en las páginas de ta­
les memorias persiste la historia, se engendra el mito y las verdades de
algún tipo aguardan nuestro descubrimiento.
El punto en que Bemal Díaz relata cómo él y sus camaradas se que­
daron sin habla al contemplar por primera vez Tenochtitlán es un mo­
mento de amplias posibilidades interpretativas. Puede que aquel ins­
tante fuera fruto de la imaginación de Díaz en un momento posterior,
ya en su vejez. Tal vez fue una exageración consciente de una sensación
real de incredulidad, pero experimentada a posteriori, cuando estaba
menos cansado o su visión del válle era ya más clara. O quizá la sensa­
ción de contemplar algo tan nuevo que parecía irreal forzó a Díaz, en
aquel momento de silencio atónito, a abrir su mente a una visión más
amplia del mundo. O puede que sólo estuviera aterrorizado, como insi­
núa más adelante en su historia, ante la perspectiva de ser uno de los
pocos extranjeros en una vasta ciudad, potencialmente hostil.
Aunque la conmoción silente de Díaz no se prolonga mucho tiem­
po, el autor no llena nunca aquel vacío, ni cabe esperar que lo haga. Los
silencios de la narración de Díaz no sólo se extienden a sus propios pen­
samientos de entonces y de varias décadas después, sino también a los
de sus compañeros españoles, los africanos que los acompañaron, y
los indígenas mexicanos impelidos por los españoles a tomar partido en
una guerra civil sanguinaria. Y luego están las reacciones de los lectores
de Díaz, desde aquella época hasta la actualidad, reacciones que llenan
INTRODUCCIÓN 23

los silencios de todas la narraciones como la suya, y de ese modo se in­


corporan al proceso de producción histórica.
La posibilidad de insertar tantas frases diferentes en los instantes si­
lenciosos de Díaz no convierte el ejercicio de exploración y reconstruc­
ción en una nebulosa inviable. En la incertidumbre y multiplicidad de
narraciones, en un instante como aquél y en sus diversas interpretacio­
nes, podemos descubrir alguna verdad acerca del mundo.
Este libro emprende dicho reto con una crítica de la idea de que la
conquista sólo fue posible gracias a la audacia y los logros de «grandes
hombres», los únicos que demostraron la audacia necesaria, por para­
frasear a Bemal Díaz. En el capítulo 1 sostengo que podemos contem­
plar más claramente la conquista a través de las pautas definidas por las
biografías de muchos españoles, en lugar de las vidas de esos seres su­
puestamente excepcionales. Los españoles que invadieron América
siguieron procedimientos desarrollados y estandarizados por genera­
ciones de colonos, cuyo destino no estaba determinado por el talante
audaz de un puñado de aventureros (parafraseando al historiador deci­
monónico William Prescott).13El capítulo 2 se centra en el mito de que
los conquistadores eran soldados enviados a América por el rey de Es­
paña. En realidad, los conquistadores eran mucho más heterogéneos
-—y, sin duda, mucho más interesantes— en lo que respecta a sus iden­
tidades, ocupaciones y motivaciones.
Los mitos de los capítulos 3 y 4 tienen su origen en las versiones de
la conquista aportadas por los propios conquistadores. A pesar de que
fueron fruto de circunstancias políticas y contextos culturales específi­
cos, han mostrado una curiosa longevidad, como sucede con todos los
mitos de la conquista. Se trata de conceptos definidos por la conquista
y rápidamente impuestos por el colonialismo, primero con la derrota de
los ejércitos indígenas y la fundación de las ciudades españolas, y pos­
teriormente con la actuación aislada de grupos muy reducidos de espa­
ñoles. Tales versiones ocultan la naturaleza prolongada e incompleta de
la conquista, así como los papeles cruciales desempeñados por los «alia­
dos» indígenas americanos y africanos occidentales, libres o esclavos.
El capítulo 5 guía al lector por las aguas procelosas de lo que he de­
nominado el «mito de la (mala) comunicación». En él sostengo que al
igual que los españoles inventaron el mito de que podían comunicarse
sin dificultad con los líderes indígenas, también los historiadores mo­
dernos han oscilado el péndulo hacia el polo opuesto al generar el anti­
mito que enfatiza la falta de comunicación entre españoles e indígenas.
24 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Un punto medio entre los dos extremos permite entender mejor el mo­
do en que españoles e indígenas intuían las intenciones del contrario. El
tema del papel de los indígenas nos lleva al de las reacciones de los pue­
blos autóctonos. En el capítulo 6 abordo el tema de la creencia, am­
pliamente extendida, de que la conquista redujo el mundo indígena
americano a un vacío.14Las culturas indígenas mostraron, de modos di­
versos y profundos, gran capacidad de resistencia, adaptabilidad, con­
tinua vitalidad, una heterogeneidad de respuestas ante las interferen­
cias exteriores, e incluso una notable aptitud para invertir el impacto de
la conquista y convertir la calamidad en oportunidad.
El capítulo final aborda el último mito, el concepto fundamental que
durante cinco siglos ha servido para sustentar la explicación más simple
—y más superficial— de la conquista. Se trata del mito de la superiori­
dad española, que forma parte del mito más amplio de la superioridad
europea y constituye el nexo de las ideologías racistas que respaldaron la
expansión colonial desde finales del siglo x v hasta comienzos del XX.
El epílogo gira en torno al encuentro entre Cortés, Cuauhtémoc
—el último emperador azteca— y Paxbolonacha —cacique de un pe­
queño reino maya— en el año 1525. Este episodio, que ha recibido es­
casa atención de los historiadores, se presenta aquí como ilustración de
todos los temas de la conquista analizados en el libro, tanto desde la
perspectiva de los siete mitos como de sus contrapuntos. Los mitos que
rodean la muerte de Cuauhtémoc, que es el clímax del episodio, fun­
cionan como metáforas de los grandes mitos de la conquista española.
Capítulo 1

Un puñado de aventureros
El mito de los hombres excepcionales

Mr. Christopher Columbus,


sailed the seas without a compass.
Well, when his men began a rumpus,
up spoke Christopher Columbus.
He said, «There is land somewhere,
so until we get there,
we will not go wrong,
if we sing a swing song.
Since the world is round,
we’ll be safe and sound.
Till our goal is found,
we’ll just keep a-rhythm bound».
Soon the crew was makin’ meriy.
Then came a yell,
«Let’s drink to Isabel-lal
Bring on the rum!».
That music ended all the rumpus.
Wise old Christopher Columbus.*
A n d y R azaf (1936)

* El señor Cristóbal Colón, / sin brújula zarpó. Pero / cuando la tripulación jaleo
armó, / su voz alzó Cristóbal Colón. / V dijo: «Hay tierra en algún lugar, / y hasta que
allí arribemos, / yerro no cometeremos, / siempre que cantemos una alegre canción. /
Como el mundo es redondo, / sanos y salvos seguiremos. / Hasta airibar al objetivo,
/mantendremos el ritmo». / Los marineros armaron gran juerga. / Y alguien gritó: /
«¡Brindemos por Isabel! / ¡Trae aquí el ron!». / Y así la música aplacó la rebelión, /
gracias al sabio Cristóbal Colón. (N. de ¡a t.)
26 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

¿Cuándo se vieron en los antiguos ni modernos tan grandes empre­


sas de tan poca gente contra tanta, y por tantos climas de cielo y golfos de
mar y distancia de tierra ir a conquistar lo no visto ni sabido? Y ¿quién se
igualará con los de España? No por cierto los Judíos, Griegos ni Roma­
nos, de quien más que de todos se escribe.
F rancisco de X erez (1534)

Hasta esos extremos de ciega parcialidad puede llegar el hombre,


que no se interesa tanto por la verdad de la historia cuanto por la fama de
sus criaturas.
Aa ro n G o o d r ic h (1874)

Uno de los grandes temas de la historiografía de los últimos cinco


siglos es la consideración del descubrimiento europeo de América co­
mo uno de los dos acontecimientos más importantes de la historia hu­
mana. El primer testimonio impreso que refleja tal opinión es proba­
blemente el del filósofo de Padua Lazzaro Buonamico, que en 1539
afirmó que nada había honrado tanto a la humanidad «como la inven­
ción de la imprenta y el descubrimiento del nuevo mundo; dos cosas
que siempre he juzgado comparables, no sólo a la Antigüedad, sino
también a la inmortalidad». Una opinión similar, más célebre, es la que
expresó en 1552 Francisco López de Gomara, secretario privado y bió­
grafo oficial de Hernán Cortés: «La mayor cosa después de la creación
del mundo, sacando la encamación y la muerte del que lo crió, es el des­
cubrimiento de las Indias».1
En el siglo X V l l l el «descubrimiento» pasó a compartir la posición
número uno con otro logro europeo relacionado con él.2«Ningún acon­
tecimiento —escribió el filósofo francés Abbé Raynal en 1770— ha si­
do tan interesante para la humanidad en general [...] como el descu­
brimiento del nuevo mundo y el paso hacia la India por el Cabo de
Buena Esperanza.» Seis años después, el economista Adam Smith for­
mulaba de modo aún más radical la misma opinión, al declarar que «el
descubrimiento de América y el paso hacia las Indias Orientales por
el Cabo de Buena Esperanza son los acontecimientos más importantes
de la historia humana» ?
En la versión más reciente del tema, el descubrimiento ha adquirido
un compañero propio de los tiempos modernos. En los albores de la era
del espacio, en 1959, el intelectual e historiador Lewis Hanke centró sus
UN PUÑADO DE AVENTUREROS 27

estudios no en el descubrimiento en sí, sino en el consecuente debate so­


bre los indígenas americanos. «Por muy lejos que lleguen nuestros co­
hetes en el espacio exterior —señaló—, ¿podrán descubrirse, acaso,
problemas más significativos que los que intranquilizaron a muchos
españoles durante la conquista de América?» Con un talante similar,
más de una década después de que el hombre pisase la luna, el semióti-
co Tzvetan Todorov afirmó que los viajes de los astronautas tenían una
significación secundaria, porque no conllevaban «ningún tipo de en­
cuentro». En cambio, «el descubrimiento de América, o de los america­
nos, es sin duda el encuentro más sorprendente de nuestra historia».·'
La conexión entre navegación marítima y espacial se refleja de mo­
do particularmente explícito en el Smithsonian’s National Air and Spa­
ce Museum. En ima exposición titulada «Where next, Columbus?», se
muestran las principales exploraciones realizadas por el hombre en un
itinerario que se inicia con los viajes trasadánticos de Colón, continúa
con la colonización europea de la zona occidental de Norteamérica, y
alcanza su clímax en el viaje espacial. Un gráfico de la exposición mues­
tra incluso a Colón y la luna en la misma constelación.5
Esa imagen ilustra un segundo tema que desde tiempos de Colón
corre parejo con el del «mayor acontecimiento». Se trata de la caracte­
rización del descubrimiento europeo y la conquista de América como
un logro de unos cuantos hombres eminentes. Este tema puede sinteti­
zarse también en una frase reproducida hasta la saciedad: «Un puñado
de aventureros». Esta interpretación tiene su origen en el período de la
conquista, y las primeras versiones de la frase se remontan al siglo xvni.
Denis Diderot, por ejemplo, describió a los conquistadores como un
mero «puñado de hombres».4 La versión que he elegido como emble­
mática para este tema fue acuñada, al parecer, por el gran historiador
decimonónico William Prescott, en 1843. La conquista de México, se­
gún Prescott, era «la subversion de un gran imperio por im puñado de
aventureros».7Desde entonces aquella frase y sus variaciones han sido
constantes en la bibliografía histórica. La conquista es el relato de «la
adquisición de dos imperios por obra de un puñado de españoles»;
Cortés y Francisco Pizarro, «al frente de pequeños grupos de aventure­
ros» con «menos de un puñado de hombres», derrotaron poderosos
imperios; la conquista de Perú la realizó un grupo de «aventureros ile­
trados» o «un mero puñado de hombres», y la de México fue obra de
«un pequeño contingente de aventureros españoles» o «un grupito va­
riopinto de aventureros españoles».8
28 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Estos dos temas conducen inevitablemente a un tercero. Si el mayor


acontecimiento de la historia —el descubrimiento y conquista de Amé­
rica por parte de Europa— fue obra de un «puñado de aventureros»,
¿cómo lo lograron? En palabras de Francisco de Jerez, conquistador de
Perú que en 1534 publicó una historia de la invasión inicial española
del imperio inca, «¿cuándo se vieron en los antiguos ni en los modernos
tan grandes empresas de tan poca gente contra tanta?».9Los historia­
dores actuales continúan repitiendo la pregunta de Francisco de Jerez.
«¿Qué [...] hizo posible una victoria tan poco plausible?» «¿Cómo lo­
graron vencer pequeños grupos de conquistadores a gobiernos podero­
sos y multitudinarios?» «¿Cómo es posible que imperios tan poderosos
como el azteca o el inca fueran derrotados tan rápidamente por unos
centenares de españoles?»10
La cuestión representa «uno de los problemas más enigmáticos que
han desconcertado a los historiadores».11 Constituye, de hecho, el nú­
cleo de este libro, no sólo porque las anteriores respuestas aportadas a
dicha cuestión contienen, a menudo, elementos de los siete mitos anali­
zados aquí, sino también porque el mero enunciado de la pregunta es
en sí profundamente equívoco, es la tapa de la caja de Pandora que en­
cierra los mitos de la conquista. Si se aborda en el marco de los límites
circulares de estos tres temas, la cuestión del «cómo» se responde por
sí sola. ¿Cómo pudieron tan pocos hombres lograr algo tan grande?
Porque eran hombres excepcionales. Éste es el mito que se examina en
este primer capítulo.

En 1856 el artista mexicano José María Obregón terminó un cua­


dro titulado Inspiración de Colón (véase la figura 2, pág. 3O).12 Esta
obra reproduce los dos elementos principales del mito de Colón: la
brillante utilización de la tecnología de la época y, sobre todo, la ge­
nialidad de su visión. El origen de tal inspiración es el océano en sí y la
intuición de lo que se oculta al otro lado. Colón contempla el horizon­
te atlántico no como un límite lineal, sino como una puerta curva ha­
cia un nuevo mundo.
En realidad, este cuadro dice mucho más sobre el siglo XIX y la
idea de Colón que prevalecía en tiempos de Obregón que sobre el
propio Colón en sí. Lo más excepcional de la visión geográfica de Co­
lón era, precisamente, su carácter erróneo. Sus logros fueron conse­
cuencia de la casualidad histórica y de su papel en un proceso históri-
UN PUÑADO DE AVENTUREROS 29

co mucho más amplio. De modo similar, los españoles que atravesa-


ϊόή posteriormente el Atlántico formaban parte de un proceso donde
participaron muchos conquistadores potenciales. Ellos y todos los
pueblos con que se toparon —y no un simple puñado de grandes
Hombres supuestamente excelsos— fueron los responsables de los
acontecimientos que siguieron.
Cortés y Pizarro son los personajes más famosos de aquel puñado
de españoles. El mito de los hombres excepcionales se centra en tres fi­
guras eminentes que todavía disfrutan de extraordinario reconocimien­
to en la actualidad, casi medio milenio después de su muerte. En cierto
sentido, la celebridad de Colón, Cortés y Pizarro es justificada. Uno
descubrió América para los europeos de comienzos de la Edad Moder­
na, mientras que los otros dos lideraron las primeras expediciones que
descubrieron, y en parte destruyeron, los dos principales imperios
que había en América a comienzos del siglo XVI (el mexica —o azteca—
y el inca). Como señala Colón en la película 1492: La conquista delpa­
raíso, de sir Ridley Scott, al recapitular los logros de su vida: «El mérito
és mío, no vuestro».15El imperio español en América fue posible gra­
cias a las proezas de estos tres hombres sólo en el aspecto más superfi­
cial. Fue preciso explorar América y sus principales centros de pobla­
ción para construir aquel imperio,
Aunque parece un recurso fácil la utilización de Colón, Cortés y Pi-
;zarro como personajes inconmensurables que explican en cierto modo
toda la conquista, la simplicidad del modelo explica también su reinci­
dencia. Parece ser que es un impulso humano la tendencia a personali­
zar el pasado, a complicar innecesariamente procesos inteligibles y ac­
cesibles, reduciéndolos a un conjunto de personajes emblemáticos y a
vina determinada versión de sus hazañas. El atractivo adicional de esta
reducción es que brinda la oportunidad de modelar la historia y sus
protagonistas. Enseguida veremos cómo se desarrolló este proceso en el
caso de Colón y Cortés.
Mi objetivo no es desacreditar esta técnica de narración histórica; al
0h y al cabo, yo también la utilizo en este libro. Tampoco pretendo
construir un relato en el que la acción individual se subordine por com­
pleto a las fuerzas estructurales y las causas generales de cambio social.
Pero llevado hasta sus últimas consecuencias,jel enfoque de los «gran­
des hombres» ignora la influencia de otros procesos, más generales, de
cambio social. No reconoce la relevancia del contexto ni las circuns­
tancias ante las cuales los grandes hombres —lejos de modelarlas a su
FIGURA2. José María Obregón, Inspiración de Colón, 1856.
UN PUÑADO DE AVENTUREROS 31

antojo— se vieron obligados a reaccionar: acontecimientos, fuerzas mi-


litares y machos otros seres humanos. La atención prestada a unos po­
cos hombres eminentes relega a un segundo plano a muchos otros indi­
viduos de trayectorias similares, salvando las circunstancias históricas
—a menudo descritas como accidentes históricos— que los situaron en
un tiempo y lugar diferentes. Asimismo oculta casi por completo a los
indígenas americanos y africanos que desempeñaron fundones crucia­
les en aquellos acontecimientos, un factor clave que complica y a la vez
ayuda a explicar mejor la historia de la conquistad
La explicación del mito de los hombres excepcionales se desarro­
llará a lo largo de los siete capítulos, que culminarán en otro mito con
el que aquél guarda estrecha relación: el mito de la superioridad. Con
todo, este capítulo se adentra ya en la explicación del mito en tres apar­
tados interrelacionados. El primero examina el papel de Colón en el de­
sarrollo del mito. El segundo rastrea el desarrollo de las leyendas del
conquistador, principalmente la del más loado, Hernán Cortés, desde
los orígenes del mito, en el siglo XVI, hasta la actualidad. La tercera y úl­
tima sección del capítulo describe en detalle los siete elementos princi­
pales de las pautas de acción del conquistador, que no eran exclusivas
de aquel puñado de hombres iluminados o brillantes, sino que consti­
tuían la práctica estándar de todos los protagonistas de la conquista es­
pañola.

Es probable que el espectador actual no interprete el cuadro de


Obregón como un verdadero retrato histórico de Colón, sino como una
alegoría. Aunque el descubridor no dedicase mucho tiempo a la con­
templación del Adántico (excepto quizá durante la travesía), cabe su­
poner que se inspiró en las posibilidades que ofrecía aquel mar. Algo si­
milar ocurre con la canción de Berry/Razaf, que en cierto nivel es un
ingenioso fruto de la era del swing y no debe tomarse demasiado en se­
rio. Por otro lado, el humor de la canción sólo cobra sentido si el oyen­
te ha percibido ya a Colón como un hombre sagaz e iluminado. La letra
es una parodia de dicha sagacidad, pues la ocurrencia de celebrar una
fiesta para aplacar un motín (idea a duras penas original o iluminada)
sólo resulta divertida si uno sabe que el «sabio Cristóbal Colón» era cé­
lebre por motivos históricos más relevantes.14
Uno de los motivos es lo que el historiador Felipe Fernández-
Armesto ha denominado «el infame rumor», esto es, el supuesto cono­
32 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

cimiento excepcional de Colón acerca de la forma esférica de la Tierra.


Como dice la canción, «Since the world is round, we’ll be safe and
sound».15Esta leyenda constituye un punto de referencia similar para la
escena inicial de la película 1492: La conquista del paraíso, de Ridley
Scott, en la que Colón aparece sentado en las rocas mirando al mar, en
una pose que recuerda al cuadro de Obregón. Le acompaña uno de sus
hijos, un muchacho al que Colón muestra el progresivo alejamiento y la
desaparición de un barco en el horizonte. Entretanto, el padre pela una
naranja. Ya se interprete como descripción histórica precisa o como ale­
goría dramática, la escena funciona, una vez más, porque el cineasta
presupone que el espectador va a anticipar la significación de la naran­
ja. Como era de prever, cuando la fruta está pelada y el barco desapare­
ce, Colón expresa su brillante relación entre la forma de la naranja y la
del mundo: «¿Qué te dije? Es redondo. Como esta fruta. ¡Redondo!».16
Un historiador, Jeffrey Burton Russell, ha escrito im libro sobre es­
te aspecto del mito de Colón, cuyos orígenes sitúa en el relato de Washing­
ton Irving, Vida y viajes de Cristóbal Colón, de 1828. Irving narra en de­
talle un debate celebrado en Salamanca el año 1486 entre Colón y un
grupo de sabios españoles, profesores, frailes y otros eclesiásticos que
apelaban a las antiguas autoridades para sostener que la tierra era pla­
na. Colón, audaz iluminado, se arriesgó a ser condenado por herejía al
defender su posición acerca de la esfericidad de la tierra. Esta escena
fue repetida en diversas versiones por historiadores de los cien años si­
guientes.
El problema es que tal escena era, en gran parte, imaginaria. La reu­
nión de Salamanca, que se celebró en 1486 o en 1487, y en la que sólo se
ha identificado con certeza a dos participantes, versó en realidad sobre
el tamaño del océano por eí oeste, pues Colón sostenía erróneamente
que la distancia de España a Asia era menor de lo que pensaban las auto­
ridades. «Todos coincidían en que lo que afirmaba el almirante no podía
ser cierto», declaró posteriormente uno de los profesores presentes. Y
no se equivocaban ni en ese punto ni en la creencia de que la tierra era
redonda, una idea compartida por todos los europeos cultos de la épo­
ca. Aunque Samuel Eliot Morison, en su célebre biografía de Colón de
1942, señaló que el debate sobre si la tierra era plana era una sarta de
«pamplinas», el mito arraigó y hoy todavía se resiste a su erradicación.17
Como ha observado recientemente Umberto Eco, a la pregunta de
«qué quería probar Cristóbal Colón» la mayoría de la gente responde­
rá que «Colón creía que la tierra era redonda, mientras que los sabios
UN PUÑADO DE AVENTUREROS 33

salmantinos pensaban que era plana y que, por tanto, las tres carabelas
se hundirían en el abismo cósmico después de recorrer una corta dis­
tancia».18Si bien los hombres de Salamanca tenían razón (acerca del ta­
maño de la tierra), se equivocaban (en lo que había al oeste). Y aunque
Colón se equivocaba (acerca del tamaño de la tierra), tenía razón (en
que encontraría tierra si navegaba hacia el oeste). Al final, si Colón se
obstinó en el error y logró salir airoso no fue por la intuición y el genio
que le atribuyen los mitos posteriores, sino (en palabras de Eco) «gra­
cias a la serendipia».19
Tal vez fue serendipia, sí, pero también un proceso histórico. Con el
fin de comprender cómo encaja Colón en el mito de los hombres excep­
cionales, debemos situar su figura en el contexto de dos procesos histó­
ricos distintos. El primero es el proceso de expansión portuguesa por el
Atlántico en el siglo XV. El segundo es el proceso de construcción del
mito moderno de Colón en el mundo anglófono durante el siglo XIX.
Colón tenía profundos vínculos con Portugal. A pesar de que era
genovés de nacimiento y la patrocinadora de sus viajes por el Atlántico
era la reina Isabel de Castilla, Colón pasó en Portugal gran parte de su
vida, desde la década de 1470. A finales de aquella década contrajo ma­
trimonio con la hija de un colonizador portugués por tierras del Adán-
tico, y reiteradas veces solicitó el amparo de la monarquía portuguesa
antes y después del primer acercamiento a la corona de Castilla.
Los vínculos con Portugal tienden a ignorarse en las representacio­
nes populares de Colón por varios motivos. Uno es el hecho evidente de
que el contrato final de Colón con Isabel propició, a lo largo del siglo
XVI, conquistas mucho más españolas que portuguesas en América. Otro
es la versión tópica de la historia enseñada en las escuelas, que se inspi­
ra en el desarrollo decimonónico del mito de Colón.20Pero también ca­
be atribuir a Colón parte de la responsabilidad. Los años que pasó como
extranjero que hacía proselitismo de sus ideas erróneas acerca del tama­
ño de la tierra fomentaron una imagen de distinción individual, teñida
de paranoia, que él no dudó en promover también por escrito. «La ima­
gen del hombre solitario predestinado —señala Fernández-Armesto—
que se enfrenta a la ortodoxia para cumplir un sueño que se anticipa a su
tiempo deriva de la imagen que difundió Colón de sí mismo, la imagen
de foráneo insociable, ridiculizado por la clase social y científica domi­
nante, reacia a aceptarlo.»21En consecuencia, los propios textos de Co­
lón han sido caldo de cultivo de leyendas y mitos sobre su personaje, y
ahí se incluye la omisión del contexto portugués.
34 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

El contexto es importante, porque si se tiene en cuenta el Portugal


de épocas anteriores y el de los años que pasó Colón allí, se descubre
hasta qué punto el navegante genovés no tenía ni un único proyecto ni
una única visión ni un modelo único de inspiración.22 Muchos otros
crearon y favorecieron el proceso de expansión en que se inscribe el al­
mirante. Ya doscientos años antes de que Colón cruzase el Atlántico, las
flotas de Europa meridional salieron de las aguas mediterráneas para
explorar el Atlántico. Los hermanos Vivaldi zarparon del puerto de Ge­
nova en 1291 con rumbo a Occidente, en un viaje que al final fue sólo
de ida, Posteriormente, en el siglo XIV y comienzos del XV, se abrió una
nueva zona de navegación delimitada por las Azores por el norte, las is­
las Canarias por el sur, y las costas ibérica y africana por el este.23
Por último, a partir de la década de 1420, se abrió y cartografió un
nuevo ámbito de exploración y navegación por el atlántico central y
occidental, En las décadas de 1450 y 1460 se descubrieron nuevas islas
como Flores, Corvo, las de Cabo Verde y las del Golfo de Guinea. Se
colonizaron Madeira y Canarias, territorios que se convirtieron en co­
lonias de plantación de azúcar; en 1478 la primera llegó a ser el primer
productor de azúcar del mundo occidental. Los mapas de la época
muestran la importancia y amplitud del descubrimiento del espacio
adántico; la especulación sobre las tierras y rasgos del océano es la ca­
racterística más destacable de la cartografía del siglo XV.24
Aunque los hombres de las ciudades-estado italianas participaron
desde el principio en el proceso, y Castilla se implicó cada vez más (so­
bre todo desde finales del siglo XIV, en la rivalidad por el control d e las
Canarias), fue Portugal el que dominó esta expansión, Los navegantes
italianos fueron invitados regularmente por la monarquía portuguesa
(posteriormente también los flamencos) a participar en la exploración,
lo cual permitió que el nuevo imperio portugués controlase la coloni­
zación atlántica (excepto en el caso de Canarias) y el proyecto de ex­
pansión.25
Este proyecto preveía realizar el trazado progresivo del litoral afri­
cano con la intención de rodear el pie del continente y abrir una ruta
hacia las Indias orientales. En 1486 los portugueses confiaban tanto en
el éxito inminente de su empresa, que su embajador en el Vaticano,
Vasco Fernandes de Lucena, describió aquel empeño ante el Papa Ino­
cencio VII, durante su coronación, como algo digno de bendición
inmediata. En vista de la exploración portuguesa realizada hasta el mo­
mento, el embajador percibía «cuántas y cuán generosas fortunas, ho-
UN PUÑADO DE AVENTUREROS 35

ñores y gloria se sucederán no sólo para la Cristiandad, sino también


[...] para la Santa Sede». El discurso funcionó, pues al año siguiente el
Papa emitió una de las llamadas bulas de expansión, que perdonaban a
Jos portugueses sus ambiciones imperiales.26 .
Colón intentó formar parte de este proceso durante las dos últimas
décadas del siglo XV, mientras su desesperación iba in crescendo. Tardó
tiempo en conseguirlo porque carecía de los contactos y la capacidad
persuasiva de otros navegantes. Aun después de regresar de su primera
travesía del Atlántico, la magnitud de sus logros era cuestionada y cues­
tionable en el contexto de su época. Las islas que había descubierto (en
el Caribe) pertenecían a la zona asignada a los portugueses por la bula
papal de 1486. Y aunque en 1494 el papado arbitró un tratado entre
Portugal y Castilla que redefinía las zonas, en los últimos años del si­
glo XV se hizo cada vez más patente que Colón no había encontrado la
ansiada ruta marítima hacia las Indias orientales, sino que había menti­
do a la reina Isabel en ese punto. Después, en 1499, Vasco da Gama re­
gresó de su viaje por el Cabo y quedó claro que los portugueses habían
vencido en aquella contienda,
La carrera de Colón se vio menoscabada de manera irreversible. Su
testimonio, que aseguraba haber descubierto islas asiáticas —y por tan­
to la ansiada ruta marítima hacia las Iridias orientales—, parecía poco
fidedigno ante la evidencia, cada vez más irrefutable, de que se trataba
de islas totalmente nuevas. Colón parecía aferrarse a la mentira para no
perder sus honorarios contractuales. Cuando la corona de Castilla com­
prendió Ja magnitud de su fracaso y de su engaño, envió un agente al
Caribe para detener a Colón y traerlo de vuelta a España encadenado.
Aunque posteriormente se le permitió cruzar el Atlántico, se le prohi­
bió visitar el Caribe y se le retiraron los títulos de Almirante y Virrey de
las Indias, títulos que exigió en el contrato inicial y posiblemente eran
el objetivo final de su carrera. Entretanto, tales títulos fueron concedi­
dos por la corona portuguesa a Vasco da Gama.27
El hecho de que los viajes de Colón, y no los de Vasco da Gama,
cambiasen la historia del mundo no es mérito del genovés. Sus descu­
brimientos fueron una consecuencia geográfica accidental de la expan­
sión portuguesa iniciada dos siglos antes, así como de la rivalidad entre
Castilla y Portugal, más antigua que el propio Colón, en la búsqueda de
ína ruta marítima hacia las Indias orientales. Además, si Colón no hu­
biera llegado a América, cualquier otro navegante lo habría logrado en
nenos de una década.28De manera similar, en 1500 el portugués Pedro
36 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Alvares Cabral exploró la costa brasileña, donde arribó cuando inten­


taba llegar a Asia (bordeando el Cabo). En 1499 Alonso de Ojeda zarpó
con rumbo a la costa venezolana, acompañado del florentino Américo
Vespucio, que también cruzó el Atlántico con autorización portuguesa
dos o tres veces entre 1501 y 1503 (y en 1508 fue nombrado primer pi­
loto mayor de Castilla). Como las cartas de Vespucio eran una lectura
mucho más amena que las de Colón, y se publicaron y vendieron bien
en los años siguientes a sus viajes, fue su nombre el que asignó un car­
tógrafo alemán a Brasil en un mapa de 1507, nombre que arraigó y aca­
bó aplicándose a toda «América».29
Los historiadores no han pasado por alto la «injusticia» de tal de­
nominación, ni tampoco la ironía de la frase «Colón descubrió Améri­
ca».30 Pero es un reflejo importante del hecho de que en su vida —y
durante décadas, o incluso siglos, después de su muerte— Colón fue
percibido, y con acierto, como un participante fugazmente afortuna­
do, pero no excepcional, en un proceso que implicó a muchos otros
europeos meridionales.
La imagen de un Vespucio que se arroga el mérito de los logros de
Colón debe atenuarse con el hecho de que la fama del florentino fue
posterior a la muerte del genovés. Colón no llegó a conocer el nombre
de «América». Los dos exploradores eran amigos, colegas de la gran co­
munidad de navegantes ibéricos, colectivamente responsables de las
dos empresas oceánicas que posteriormente serían aclamadas como los
mayores acontecimientos de la historia por personas como Abbé Ray-
nal o Adam Smith. En el proceso de autocompasión de los últimos
años, Colón lamentó la falta de aprobación sufrida no sólo por él, sino
también por su amigo Vespucio, de quien señaló que la fortuna le había
sido adversa, como a muchos otros, y que sus obras no le habían valido
la recompensa que merecían.31
La decadencia de la figura de Colón a partir de 1499 no sólo fue
consecuencia de su derrota en la carrera hacia las Indias orientales, si­
no también fruto de su estatus marginal de genovés y navegante en un
mundo marcado por el etnocentrismo castellano, donde se contempla­
ba con desdén a los italianos y a los marineros. Se vio obstaculizado
también, en su posición de colono y administrador «español», por de­
terminados conceptos de procedimiento colonial que derivaban más de
los modelos portugueses que de los castellanos; los portugueses enfati­
zaban los enclaves comerciales, mientras que los castellanos preferían
los asentamientos permanentes. En consecuencia, estaba abocado a ser
UN PUÑADO DE AVENTUREROS 37

relegado por los historiadores del período colonial, al igual que lo fue
también en vida por los oficiales reales. Cuando Gomara ensalzó la con­
quista de América como el momento más grandioso de la humanidad
desde Jesucristo, no sólo tenía en mente a Cortés más que a Colón, co­
mo personificación de aquel logro, sino que incluso negaba al genovés
el estatus de primer descubridor.32Hacia finales del siglo XVI Colón co­
menzó a aparecer en la poesía épica italiana, y en el siglo siguiente se
forjaron dos imágenes complementarias sobre él, ambas arraigadas en
sus propios textos, pero revestidas del sesgo romántico característico
de la formación de leyendas. Una de esas imágenes veía a Colón como
instrumento de la providencia, la otra lo retrataba como visionario in­
fravalorado, un soñador heroico injustamente ridiculizado. Es el caso
de la obra de Lope de Vega titulada E l Nuevo mundo descubierto por
Cristóbal Colón (1614). Con todo, el genovés siguió siendo un segun­
dón lejano con respecto a Cortés, principal héroe simbólico del descu­
brimiento y la conquista.33
Todo empezó a cambiar con el tricentenario de la llegada de Colón a
América por primera vez. Curiosamente, no fue ni en España ni en Lati­
noamérica, sino en los flamantes Estados Unidos, donde se produjo la
rehabilitación y reconstrucción del navegante. Las nuevas repúblicas
de Latinoamérica no dudaron en apropiarse del símbolo de Colón; una de
ellas tomó su nombre, y dos colonias del Caribe se disputaron la propie­
dad de los restos mortales del navegante.34Pero fue en Boston, Baltimo­
re y Nueva York donde tuvieron lugar las celebraciones del 12 de octu­
bre de 1792. Los historiadores norteamericanos, como Washington
Irving, fueron los que suscitaron interés por la figura de Colón entre los
lectores anglohablantes del siglo XIX. Y los inmigrantes italianos e ir­
landeses en Estados Unidos, así como sus descendientes, a finales del
siglo XIX fundaron instituciones de solidaridad centradas en la imagen
de Colón como inmigrante católico emblemático.35
El interés académico y popular por Colón se fue acrecentando tanto
en Norteamérica como en Europa a medida que se aproximaba el cuar­
to centenario del primer viaje, efeméride que culminó en dos colosales
celebraciones del cuarto centenario en Madrid en 1892 y en Chicago en
1893. Años de preparación, millones de pesetas y dólares invertidos,
centenares de acontecimientos relacionados, millones de visitantes y
participantes, todo ello trajo como consecuencia la creación de una
imagen de Colón en la mente popular de ambos lados del Atlántico,
imagen que ha sobrevivido hasta la actualidad. En 1912, el día de Co­
38 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

lón pasó a ser fiesta oficial y, en 1992, suscitó una controversia casi tan
grande como las celebraciones del. siglo anterior. Ya sea vilipendiado o
ensalzado como héroe, nuestro Colón —el del mito, la historia y el de­
bate de nuestro tiempo— no es un hombre del siglo XV, sino del XX, y
con un barniz del siglo XXI.36

Si Colón es el principal icono del descubrimiento, Cortés lo es de la


conquista. ¿Cómo alcanzó Cortés —y, en menor medida, Francisco Pi­
zarro y otros conquistadores— el rango de icono histórico?
El historiador mexicano Enrique Florescano ha observado que la
conquista dio origen a un nuevo protagonista de la acción y la narración
históricas, el conquistador, y con él a un nuevo discurso histórico que
mostraba un nuevo modo de ver y representar el pasado.” El discurso
histórico de los conquistadores tal vez era nuevo en su aplicación a
América, pero en realidad se basaba en un género de documento desa­
rrollado por los ibéricos antes de llegar al Nuevo Mundo. Se trata del
informe que enviaban los conquistadores a la corona tras concluir sus
misiones de exploración, conquista y colonización. Tales informes te­
nían una doble finalidad. Por una parte, servían para informar al mo­
narca de los acontecimientos y las nuevas tierras adquiridas, sobre todo
si éstas contenían los dos elementos más ansiados para la fase de colo­
nización: poblaciones indígenas asentadas y metales preciosos. La se­
gunda finalidad era la petición de recompensas en forma de cargos, tí­
tulos y estipendios. De ahí el término español que designa dicho género
de documento: «probanza de mérito».38
La naturaleza y finalidad de las probanzas obligaba a sus autores a
engrandecer sus propias hazañas e infravalorar o ignorar las de los de­
más, eliminando a su favor los procesos o pautas ajenos o bien las ac­
ciones y logros individuales. Gran parte de la mitología de la conquista
aparece en estos informes: los españoles como seres superiores bende­
cidos por la divina providencia, la invisibilidad de los africanos y alia­
dos indígenas, la premura por concluir cuanto antes la conquista, y so­
bre todo la interpretación de la conquista como el logro de individuos
audaces y sacrificados.
Las probanzas son también importantes desde el punto de vista
cuantitativo. Se conservan millares en el gran archivo imperial de Sevi­
lla, y aún más en Madrid, Ciudad de México, Lima y otros lugares. Ade­
más de los documentos que se presentan como probanzas y cumplen es-
UN PUÑADO DE AVENTUREROS 39

tridamente las convenciones, había también otros tipos de informes


que presentan muchas características propias de las probanzas: las rela­
ciones, cartas y cartas de relación. Por lo general, las probanzas y re­
laciones iban dirigidas al rey, aunque a veces también se remitían a
otros oficiales reales, que ejercían de intermediarios con el monarca.
Uno de los solicitantes mejor relacionados tenía esperanzas de que
el propio rey leyese sus cartas. Tales informes solían ser breves —una o
dos páginas—, de estilo rígido, convencional, entreverado de fórmulas
establecidas, y recibían escasa atención por parte de los funcionarios
reales, que los archivaron hasta que los historiadores del siglo XX re­
descubrieron aquellos documentos. Muchos ni siquiera se leyeron en la
época. Pero una minoría influyente alcanzó gran difusión, bien a través
de publicaciones en forma de testimonios de la conquista, bien elabo­
rados como historias en el período colonial. Por ejemplo, las célebres
cartas de Cortés al rey, que eran en realidad una serie de probanzas, se
publicaron poco después de la llegada de las misivas a España. De ese
modo se difundió la idea de que la conquista era un logro de Cortés.
Las cartas, traducidas al menos a cinco lenguas, se vendieron tan bien
que la corona las prohibió por temor a que el culto al conquistador se
convirtiera en una amenaza política. Las cartas continuaron circulando
de todas formas, y los admiradores posteriores viajaron como peregri­
nos a la residencia española de Cortés. Se fomentó también el culto a
Cortés con la hagiografía de Gomara de 1552, una obra que la corona
intentó suprimir.35
La publicación de probanzas como textos epistolares y la interven­
ción de la corona en su supervisión o supresión tenían ya abundantes
precedentes. Pocos meses después del regreso de Colón a España, tras
su primera travesía atlántica, se publicó en español, italiano (versiones
en prosa y verso) y latín una carta supuestamente escrita por él, pero re­
dactada en realidad por los oficiales reales a partir de un documento del
navegante. La publicación sirvió para divulgar el «descubrimiento» co­
mo un logro español que destacaba el mérito de los monarcas españoles
y del propio Colón, en calidad de agente real.40Curiosamente, la versión
publicada se asemejaba más a una probanza que la original de Colón,
pues el genovés no estaba muy familiarizado con los géneros castellanos.
La historia de la conquista de México de Bernal Díaz, quizá el rela­
to de conquista más conocido, raras veces se interpreta como lo que es
en realidad, a saber, una probanza monumental cuya longitud absurda
(más de 600 páginas en su forma impresa) era garantía de que no sería
40 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

leída por el rey, como muy probablemente ocurrió. Puede que Díaz hu­
biera perdido esperanzas en la eficacia de la probanza más convencio­
nal después de haber escrito muchas en etapas anteriores de su vida. Al
solicitar una pensión en 1552, por ejemplo, declaraba que escribía a su
majestad como súbdito leal, después de treinta y ocho años a su servicio.
Y seis años después solicitó al rey que se dignara a concederle plenos fa­
vores. Pero, a pesar de provenir de una familia de alto nivel social, los
contactos de Díaz resultaron ser un obstáculo más que un salvocon­
ducto para obtener todos los beneficios que codiciaba. Por ser parien­
te de Diego Velázquez (antiguo mecenas y gran enemigo de Cortés), le
fue denegada, a instancias de Cortés, la recompensa merecida en Méxi­
co en la década de 1520, y en las décadas siguientes recibió un trato ca­
si tan humillante como el de colono marginado en Guatemala.41
Puede que Díaz, por la edad que tenía cuando concluyó el libro, no
concediese tanta importancia a la reacción oficial de la corona cuanto a
la satisfacción del proceso creativo y la oportunidad de lanzar inconta­
bles dardos envenenados a Gomara, cuya versión de los hechos era, a
juicio de Díaz —que en este punto adolecía de cierto simplismo—, con­
traria a lo que realmente sucedió.42En este sentido, su relato es compa­
rable a un libro de historia moderno. Pero la estructura, el tono y la
fuerza del texto de Díaz siguen profundamente arraigados en las con­
venciones de la probanza. Según un estudioso de Díaz, Ramón Iglesia,
su obra es una relación exagerada de méritos y servicios.43
¿Por qué sentía Díaz la necesidad de enumerar tales «méritos y ser­
vicios»? La insatisfacción con su suerte, la mísera ración de despojos
que le correspondió por las conquistas de Tenochtidán y las tierras al­
tas de Guatemala, y su deseo de dejar constancia de los hechos para la
posteridad son sólo parte de la respuesta. El contexto general de sus ex­
pectativas y del formato elegido es la cultura del mecenazgo en la Espa­
ña del siglo XVI, un sistema de redes sociales, políticas y económicas que
sustentaban casi todas las actividades españolas en América, además de
fomentar la cultura escrita de las probanzas.
El mecenazgo real no sólo ayuda a explicar la primera fase de desa­
rrollo del mito de los grandes hombres —las probanzas—, sino tam­
bién la segunda, que es el corpus literario que comprende las crónicas
o historias escritas en el período colonial. La línea divisoria entre ambas
fases es difusa, lo cual constituye un argumento más a favor de la tesis
que pretendo defender, a saber, que la probanza derivó con el tiempo
en el género de la crónica, las probanzas se utilizaron como fundamen-
UN PUÑADO DE AVENTUREROS 41

to de las historias, y las obras históricas adoptaron las convenciones de


la probanza. La convención más notable era el modo en que se trataba
a los personajes individuales, sobre todo a los héroes a quienes se atri­
buía el mérito de la conquista.
Este tratamiento del individuo se vio en parte favorecido por la co­
rona, Paradójicamente, sin embargo, la corona también aspiraba a su­
primirlo. El cargo de cronista oficial, creado en 1532 y 1571, tenía co­
mo objetivo controlar la difusión de información sobre la conquista.44
Tales esfuerzos fueron inútiles. Parte del problema se debía a que la co­
rona española carecía de la burocracia y el control centralizado propios
del estado moderno, y por ello intentó reiteradas veces controlar la pro­
ducción de literatura histórica. Tal vez más significativo era el hecho de
que la cultura de la probanza —su modo de describir la conquista y sus
protagonistas— se convirtió en el discurso histórico dominante del si­
glo XVI, el modo convencional en que los españoles veían y representa­
ban la conquista.
El objetivo último de tal imagen era la justificación. Las crónicas de
los testigos presenciales, como las cartas de Cortés o los relatos de Jerez
sobre la masacre de Cajamarca, enmarcaban la justificación de las ac­
ciones o responsabilidades personales en el contexto general de la jus­
tificación imperial, Los textos posteriores de los cronistas desarrollaron
el tema de la justificación hasta constituir toda una ideología del impe­
rialismo, que representaba la conquista como una misión doble, enca­
minada a difundir en América la civilización y el cristianismo. En las
grandes historias del siglo XVI —las de Gomara, Antonio de Herrera y
Gonzalo Fernández de Oviedo—, la serie de descubrimientos y con­
quistas forma parte de un plan providencial encaminado a instaurar la
verdadera fe en todo el mundo. Los españoles son, por supuesto, agen­
tes de dicho plan divino, y los conquistadores más destacados se pre­
sentan como agentes principales de Dios.43
En el siglo XVI Cortés se erige en el agente más destacado de la pro­
videncia por varios motivos. Uno es la impresionante magnitud del im­
perio mexica y la importancia de la zona central de México para el impe­
rio español. Otro es la rápida publicación y amplia difusión (a pesar de
los intentos de censura impulsados desde la corona) délas cartas de Cor­
tés al rey, que sostenían sin ambages que Dios había favorecido a la mo­
narquía española en la conquista de México. Entre líneas se sobren­
tiende también el estatus bienaventurado del propio Cortés; en una
carta emplea el término medio (en el sentido de «agente» o «media­
42 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

dor») para describir ese rol providencial.46Un tercer motivo fue la labor
de apoyo desarrollada por los franciscanos en beneficio de Cortés y la
conquista.
Los frailes de la Orden de San Francisco fueron los primeros reli­
giosos españoles que se adentraron en las regiones mesoamericanas que
con el tiempo serían colonias de la Nueva España. En rivalidad direc­
ta con los dominicos, y en menor medida con otras órdenes, y poste­
riormente también con el clero seglar (sacerdotes que no pertenecían a
ninguna orden), los franciscanos fueron una pieza clave de las activida­
des de la iglesia en toda la América colonial española. En México cen­
tral, el Yucatán y otras partes de Nueva España, los franciscanos del si­
glo XVI se afanaban en la conversión de los pueblos indígenas y la
construcción de una iglesia colonial. La influencia de los propios indí­
genas en el proceso y los textos elaborados durante el mismo, tanto por
los frailes como por las poblaciones autóctonas, dieron lugar a un ex­
traordinario corpus literario que sirvió de fundamento para la discipli­
na académica de la etnografía.47
Los franciscanos consideraban que el apoyo de Cortés al estableci­
miento de la Orden en México, así como a sus actividades durante los
primeros años del período colonial, era crucial para su misión, y en con­
secuencia contribuyeron mucho a la formación de su leyenda. Toribio
Motolinía, que fue uno de los doce primeros franciscanos que se esta­
blecieron en México, preguntó al emperador en una carta de 1555:
«¿Quién así amó i defendió los Indios en este mundo nuevo como Cor­
tés?». Motolinía (que tomó su nombre de la palabra nahuatl que desig­
na la «pobreza») en parte reaccionaba ante los textos de Bartolomé de
las Casas, que atacaba duramente a Cortés, además de pertenecer a la
orden de los dominicos. El franciscano comunicó al emperador que
Bartolomé de las Casas y otras voces críticas pretendían ocultar, a tra­
vés de exageraciones, errores, mentiras y la simple ignorancia, «los ser­
vicios que á Dios i á V. M. hizo [Cortés]». Ante todo, «por este Capitan
nos abrió Dios la puerta para predicar su Santo evangelio, i este puso á
los Indios que tuviesen reverencia á los santos Sacramentos, i á los Mi­
nistros de la Iglesia».48
El mismo Bernardino de Sahagún, franciscano que había legado
una importante crónica mexicana de la conquista en el último libro de
su épica Historia general de las cosas de Nueva España, de doce volúme­
nes, posteriormente reescribió la historia para presentarla como «un
canto de alabanza a Hernán Cortés y una justificación de la victoria es­
UN PUÑADO DE AVENTUREROS 43

pañola».45 La versión original de 1579 reflejaba la perspectiva de los


mexica de Tlatelolco (municipio dependiente de la capital, que primero
era Tenochtitlán y después Gudad de México). Sahagún sostenía que su
versión revisada de 1585 era todavía una perspectiva indígena que sólo
corregía «ciertos errores». Pero la historiadora Sarah Cline ha demos­
trado, de modo convincente, que las revisiones favorecían las actitudes
de Sahagún y otros franciscanos con respecto al papel providencial de
Cortés en la conquista de México de 1519, así como la deferencia del
conquistador para con los franciscanos, a quienes invitó a asentarse en
la zona en 1524. La versión de 1585 tenía, por tanto, una finalidad po­
lítica en una época en la qué los planes franciscanos se veían amenaza­
dos por otros españoles, y revela que la leyenda de Cortés se perpetuó
mucho después de su muerte.30
Los franciscanos veían la conquista como un gran salto hacia la con­
versión de la humanidad y la segunda venida de Cristo. Esta versión in­
fluyó en el propio Cortés y le inspiró en las nuevas expediciones que
emprendió en la década de 1520 hasta Baja California, por el norte, y
hasta Honduras, en dirección sur. También contribuyó a reforzar su es­
tatus legendario entre los humanistas y otros intelectuales que se reu­
nían en su casa de Madrid durante los últimos años de su vida. Entre
ellos se encontraba Juan Ginés de Sepulveda, cuyas opiniones extrema­
damente negativas sobre «los indios» lo enfrentaron a Bartolomé de las
Casas y lo desprestigiaron en los círculos académicos del siglo XX. En
1543, Sepúlveda describió la conquista como una proeza encarnada en
dos personajes: Cortés, noble y valiente, y Moctezuma, timorato y co­
barde. Frecuentaba también el grupo de Madrid Cervantes de Salazar,
quien en su oda a Cortés, de 1546, lo comparaba con Alejandro Magno,
Julio Cesar y San Pablo.51
Otro miembro del círculo era Gomara, cuyo relato de la conquista
tomó la forma de hagiografía de Hernán Cortés, que se alza como una
figura idealizada de la que depende todo el proceso de descubrimiento
y conquista; su narración comienza y acaba con el nacimiento y muerte
de Cortés.32Aunque Bemal Díaz afirmaba que su versión se inspiraba
en los errores que percibía en el libro de Gomara, presentaba a Cortés
como un personaje excelso, pese a todas sus imperfecciones, que tam­
bién intensificaban su heroísmo.53De todas las historias de la conquis­
ta publicadas durante el período colonial, la mayoría de las cuales tra­
taban al «gran Cortés» y a otros hombres eminentes con el mismo tono
laudatorio presente en Cortés valeroso, y Mexicana (1588), de Gabriel
44 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

FIGURAS 3 y 4 (arriba y página siguiente). Frontispicios de Gabriel Lasso de la Vega,


Cortés valeroso, y Mexicana (1588). Las imágenes establecen un contraste entre el
hombre de armas «invencible» de 63 años, que alza la vista al cielo, y el hombre de
letras joven, con gorguera, que fija la vista en el lector. El escudo de armas de Cortés
se completa con los símbolos propios de su estatus; el de Lasso déla Vega, en cambio,
es un escudo en blanco.

Lasso de la Vega (véanse las figuras 3 y 4), las más influyentes fueron las
de Cortés, Gomara y Díaz.54 Su efecto fue la magnificación de Cortés
como conquistador emblemático, así como la lectura de la conquista de
México como símbolo y modelo de toda la conquista, de modo que se
relegaba a Colón y Pizarro a un segundo plano, a la sombra de Cortés,
y otras conquistas y conquistadores quedaban casi eclipsados.
Durante siglos, las fuentes habituales de la conquista y temas afines
eran los informes de Colón y Cortés, las crónicas similares de otros con-
UN PUÑADO DE AVENTUREROS 45

quietadores, y las historias coloniales basadas en aquellos documen-


tos.” Estas historias solían amoldarse a las convenciones de la ideología
imperial española, de modo que muchos de los textos más controverti­
dos no se publicaron hasta después del período colonial. Las obras más
extensas de Bartolomé de las Casas, por ejemplo, la Historia general de
las indias y La apologética historia sumaria, se publicaron por primera
vez en 1875 y 1909, y sus Memoriales no vieron la luz hasta 1848 y 1903,
respectivamente.56
Pero el siglo XIX apenas contribuyó a desentrañar el mito de Cortés
y demás «grandes hombres» responsables de la conquista. Esto se de­
bió, en parte, a la tercera fase cronológica de desarrollo del mito abor­
dado en este capítulo, a saber, el éxito de las historias de la conquista de
México y Perú, de William Prescott. Al igual que la versión de Goma­
ra, el relato de Prescott sobre la historia mexicana no termina con la
46 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

caída de Tenochtitlán, sino en un momento posterior, con la muerte de


Cortés. Como reconocía el propio Prescott: «Los dos pilares que sus­
tentan la historia de la conquista son las Crónicas de Gomara y Bernal
Díaz». Para Prescott, ambas crónicas se compensaban mutuamente, de
modo que sí bien Díaz «expone libremente la astucia o codicia [de Cor­
tés], y a veces su crueldad, también hace justicia a sus cualidades heroi­
cas v excelsas».57
(Los libros de Prescott reelaboraron los mitos de la conquista basa­
dos en las probanzas, relaciones y cartas de los conquistadores, y fueron
formalizados por los cronistas coloniales como una ideología de justifi­
cación imperial. Prescott los presentaba a un público ansioso por leer
que un «puñado» de europeos, gracias a sus superiores cualidades in­
trínsecas, venció a un nutrido ejército de indígenas bárbaros a pesar de
la desigualdad de fuerzas y demás adversidades.^jLos lectores de la
época estaban habituados ya a las versiones europeas y norteamericanas
de la ideología imperial y expan sionista del siglo XIX. Las conquistas es­
pañolas de Prescott eran verosímiles y reconfortantes, al tiempo que el
catolicismo de los conquistadores brindaba al autor y a los lectores pro­
testantes una fácil explicación de los actos de crueldad u otros excesos
ocasionales y desafortunados.
Aunque Prescott escribió sus historias de la conquista hace un siglo
y medio, todavía se publican y se leen en la actualidad.59Además, su in­
fluencia es evidente, en parte porque se combina con la tendencia cul­
tural (que influyó en el propio Prescott) hacia la descripción de las con­
quistas europeas como logros personalizados eñ grandes líderes.60 Un
buen ejemplo de lajongevidad de la visión prescottiana sobre la con­
quista es la obra de'Hugh Thomas titulada La conquista de México} que
ha conocido gran éxito de ventas en varias lenguas desde su publicación
en 1995. Aunque Thomas recurre a fuentes indígenas y ha realizado al­
guna investigación de archivo, su libro se basa sobre todo en fuentes es­
pañolas y proyecta una perspectiva tradicional sobre los acontecimien­
tos. Como sugiere el subtítulo original —Montezuma, Cortés, and the
fall of Old Mexico—, el libro reproduce el apasionante relato de Bernal
Díaz al enfatizar las intrigas y el impacto decisivo de los líderes españo­
les e indígenas mexicanos, principalmente los primeros.61
El libro de Thomas contiene los elementos clave de aquella visión
déla conquista que se remonta a Cortés y las probanzas de los conquis­
tadores, pasando por Prescott y Gomara. Tales elementos son la es­
tructuración de la conquista como un relato claro que conduce inexo-
UN PUÑADO DE AVENTUREROS 47

rablemente a la victoria, una explicación de la conquista que en última


instancia pretende demostrar la superioridad de la civilización españo­
la, una glorificación de Cortés, y un refrendo del mito de que la con­
quista fue posible gracias a unos pocos hombres eminentes y excepcio­
nales.62

Poco después del desembarco en la costa del Golfo de México en


1519, en una operación sistemáticamente aclamada por su audacia y
brillantez, Cortés quemó las naves. En realidad, no lo hizo. Los barcos
se hundieron y al menos lino simplemente encalló. Pero en 1546 Cer­
vantes de Salazar aludió a la quema de las naves de Cortés en un texto
impreso y, desde entonces, la imagen se perpetuó.63
El mito de la quema de las naves n<? sólo refleja la existencia de nu­
merosas leyendas pequeñas dentro de los grandes mitos, sino que ilus­
tra también cómo todas las acciones de Cortés se han interpretado como
indicios de su excepdonalídad.64Por lo que se refiere a la destrucción
de los barcos, Francisco de Montejo hizo lo mismo en 1527 en la costa de
Yucatán.65Pudo haber sido imitación de Cortés, pues no cabe duda de que
éste influyó en otros conquistadores, bien por la experiencia común
de la invasión del imperio mexica, bien a través de la lectura de las
ediciones publicadas de sus cartas al rey. Sin embargo, con excesiva
frecuencia y sin pruebas directas, las hazañas de los conquistadores
después de la invasión de México en 1519-1521 se interpretan delibe­
radamente como imitaciones de Cortés, mientras que se ignoran las
pautas anteriores a 1519.
La posición clásica se sintetiza bien en esta frase escrita en 1966 por
Charles Gibson, uno de los historiadores de la colonización latinoame­
ricana más eminentes de su generación: «Aunque ningún otro conquis­
tador compitió con Cortés en destreza militar o en la capacidad de con­
trolar la conquista posterior, todas las campañas sucesivas tomaron
como modelo, hasta cierto punto, la conquista del imperio azteca».66
Esta imagen de Cortés como excepción y arquetipo se ha expresado de
diversas formas en los textos de numerosos autores, que consideran a
Cortés «incomparable» por su peculiar combinación de destrezas, o lo
describen como «hombre sumamente dotado» que fue «el primero en
tomar conciencia política, e incluso histórica, de sus acciones». Sin Cor­
tés «probablemente no habría habido conquista», pues él «inventó el
sueño del oro y el nuevo poder que cautivó a quienes lo siguieron».67
48 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

En realidad, Cortés siguió los procedimientos de conquista de ori­


gen ibérico, que eran anteriores al descubrimiento y se consolidaron
durante la fase de conquista caribeña (1492-1521). Estas rutinas se de­
sarrollaron en los siglos XVI y xvn no porque todos los conquistadores
emulasen a Cortés —si bien algunos creían seguir su modelo—, sino
porque a los españoles les interesaba justificar sus acciones y dotarlas
de un barniz legalista, citando y respetando los precedentes aceptados.
El modelo de conquista fue u j q procedimiento seguido por muchos
hombres, no un conjunto de acciones excepcionales de unos pocos.68
/) El primer aspecto del procedimiento de conquista era el uso de me­
didas legalistas para dotar la expedición de una aparente validez. Tales
medidas solían consistir en la lectura de un documento legal, general­
mente una licencia de conquista o el llamado «requerimiento», absurda
petición de sumisión que debía leerse a los ejércitos o comunidades in­
dígenas antes del inicio de las hostilidades. También era habitual la decla­
ración de una concesión territorial formal. Por último, otra de las medidas
típicamente legalistas era la fundación de una ciudad. Los españoles con­
cedían gran relevancia al asentamiento en ciudades, que equiparaban a la
civilización, el estatus social y la seguridad, de manera que el gesto estaba
cargado de simbolismo tranquilizador para los conquistadores. El asen­
tamiento urbano concedía también a un determinado grupo de con­
quistadores la posibilidad de convertirse en cabildo, y adquirir así el es­
tatus suficiente para adoptar cierto tipo de resoluciones, promulgar
leyes o tomar otras decisiones con validez jurídica.
El ejemplo más famoso de este proceso es la fundación de Veracruz,
en la costa del Golfo de México, por parte de Cortés y sus capitanes. El
cabildo recién creado escribió a la corona para declarar que «lo mejor
que a todos nos parecía era que en nombre de vuestras reales altezas, se
poblase y fundase allí un pueblo en que hubiese justicia, para que en es­
ta tierra tuviesen señorío, como en sus reinos y señoríos lo tienen».65
En realidad, la finalidad de la imaginaria Veracruz no era empren­
der la construcción de una ciudad, sino establecer una nueva base de
autoridad que reemplazase a la otorgada a Cortés por su señor, el go­
bernador de Cuba. Es un caso famoso, pero no único; durante las fases
de exploración e invasión, los conquistadores solían «fundar» ciudades,
asentamientos que no se construían en el momento, o a veces nunca,
pero que de manera figurada marcaban el territorio como concesión le­
gal, propiedad de los líderes de la expedición. Las primeras ciudades
del Caribe, como Santo Domingo y la Habana, se fundaron dos o tres
UN PUÑADO DE AVENTUREROS 49

veces antes de convertirse en asentamientos permanentes. Francisco de


Montejo fundó al menos cuatro asentamientos en la costa de Yucatán
con el nombre de Salamanca, su ciudad natal; de ellos sólo llegó a cons­
truirse uno y ninguno conservó aquel nombre, pero los supuestos asen­
tamientos conferían una apariencia legalista a sus informes, donde exa­
geraba el progreso de sus expediciones-70
¿ L a finalidad de Veracruz, ciudad que en 1519 sólo existía como
nombre, nos lleva al segundo aspecto del procedimiento de conquista: el
recurso a una autoridad superior, por lo general el propio rey, En el frag­
mento citado, el cabildo de Veracruz, que representaba los intereses de
Cortés y su facción dentro de la expedición, declara que fundar una ciu­
dad es «mejor» que cumplir las órdenes de Diego Velázquez, goberna­
dor de Cuba, señor de Cortés y de su expedición. Tales órdenes eran, en
las insidiosas palabras de la carta remitida a la corona, «rescatar todo el
oro que pudiese, y rescatado, volverse con todo ello a la isla Femandi-
na [Cuba], para gozar solamente de ello el dicho Diego Velásquez y el
dicho capitán [Cortés]».71Al defender un procedimiento diferente al es­
tablecido, Cortés se presenta como un individuo que renuncia, desinte­
resadamente, al disfrute de su colaboración con Velázquez, en beneficio
de la corona. Pero lo cierto es que Cortés necesitaba la aprobación di­
recta de la corona para erigirse en gobernador de la primera tierra que
lograse conquistar. Sus estrategias no reflejan tanto una supuesta habili­
dad política cuanto la naturaleza de su posición legal. En otras palabras,
Velázquez contaba con la aprobación de la corona para explorar (y esta­
ba a punto de recibir también la licencia de conquista), y Cortés necesi­
taba tal autorización para ser gobernador. Con tal objetivo, traicionó a
Velázquez, escribió directamente al rey, envió agentes para que discutie­
ran su caso en la corte, y hundió los barcos restantes para impedir que
los leales a Velázquez huyesen subrepticiamente a Cuba para advertirle
de la traición, justo el tipo de reacción lógica, predecible y normal de un
conquistador ante la situación.72
Uno de los agentes enviados a España era Francisco de Montejo,
quien a su vez también procuraba sortear la influencia de Cortés, con el
fin de obtener directamente del rey un permiso de conquista para sus
propios fines. Así pues, mientras negociaba en la corte a comienzos de
la década de 1520 en nombre de Cortés, Montejo conspiraba para que
Yucatán se definiese como territorio independiente de México, donde
él fuera el beneficiario de una licencia de conquista específica, objetivo
que consiguió en 1526.73De manera similar, la conquista de Perú se ini­
50 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

ció con las expediciones de exploración de Francisco Pizarro y Diego


de Almagro, que fueron enviados a la costa del Pacífico por Pedrarias
de Avila, gobernador de Panamá y Nicaragua. En los viajes de 1524-
1528 por la costa septentrional del Pacífico, en Sudamérica, Pizarro
descubrió que la riqueza de la región, tanto en recursos como en pue­
blos indígenas, bien valía un viaje de regreso a España con el fin de ad­
quirir una licencia de conquista propia, Pedrarias había muerto, pero
para Pizarro era importante impedir que se le adelantasen sus candida­
tos potenciales, es decir, el sucesor del gobernador, Pedro délos Ríos, y
su propio compañero, Almagro.74
Cuando regresó a América en 1530 con una larga lista de títulos y
prebendas para sí, y ninguno para Almagro, se evidenció que Francisco
Pizarro había traicionado vilmente a su compañero. Aunque se fraguó
entre ambos una extrema rivalidad (Pizarro ordenó la ejecución de Al­
magro en 1537 y, cuatro años después, el hijo de Almagro dio muerte a
Pizarro), la traición de Pizarro no debe entenderse como un rasgo de su
carácter individual. Tampoco conviene atribuir al rencor personal los
esfuerzos de Almagro por arrebatar Perú a Pizarro. Los dos seguían los
procedimientos normales para alcanzar el objetivo final de todo con­
quistador, a saber, el cargo de gobernador de una provincia imperial,
con autorización del rey. Como señaló Francisco Pizarro en una carta
irnos días antes de ser asesinado, el título de gobernador de Perú era lo
más importante para él, pues consideraba que sin él todos sus servicios
y esfuerzos habrían sido en vano.75
Otro ejemplo de recurso al rey como procedimiento típico de con­
quista ocurrió cuando Gonzalo Pizarro (hermano de Francisco) lideró
una vasta expedición hacia el este, desde Quito hasta la Amazonia, a
través de los Andes, en 1540. Los rigores del terreno agotaron a los es­
pañoles y a sus ayudantes africanos e indígenas, y en vista de que las víc­
timas mortales no cesaban de aumentar, fue preciso interrumpir la ex­
pedición. Uno de los capitanes de la compañía, Francisco de Orellana,
fue enviado como avanzadilla por el río en busca de alimentos. Él y su
reducido grupo nunca regresaron, sino que lograron navegar por el
Amazonas hasta el Atlántico, desde donde continuaron hacia el Caribe,
y luego prosiguieron hasta España. Pizarro, entretanto, esperó semanas
hasta que decidió regresar a Quito a duras penas.
Según Orellana, la corriente del río le impidió regresar al lugar don­
de le esperaban Gonzalo Pizarro y el cuerpo principal de supervivientes de
la expedición. Según la versión de Pizarro, Orellana lo abandonó de mo­
UN PUÑADO DE AVENTUREROS 51

do deliberado y traicionero. Los cronistas coloniales se posicionaron


del lado de Pizarro, y los historiadores posteriores siguieron la misma
línea. Prescott, por ejemplo, acusó a Orellana de abandonar a sus «des­
graciados camaradas [...] en la jungla»; la «gloria del descubrimiento»
del Amazonas fue «estéril [y] sin duda no compensada por las circuns­
tancias injustas que lo rodearon». En la década de 1950 el escritor in­
glés George Millar escribió una apología en favor de Orellana, que
arrastraba desde hacía siglos una injusta reputación de «canalla, o inclu­
so de cobarde». Los historiadores del ultimo medio siglo apenas han
contribuido a deshacer, siguiendo la rara senda abierta por Millar, la ca­
lificación —acuñada por Gonzalo Pizarro— de Orellana como «el peor
traidor que ha existido». La mayoría lo ignoró; es inusual la proclividad
de Michael Wood hacia dicho personaje en su reciente serie televisiva ti­
tulada ConquistadorsJ 6
Pero la maniobra de Orellana no fue ni heroica ni traidora. Al mar­
gen de que fuera o no capaz de remontar el río para reunirse con Piza­
rro, su voluntad de continuar solo, la posterior defensa de sus acciones,
y la adquisición de un permiso de conquista en España para regresar al
Amazonas en calidad de «adelantado» (conquistador autorizado) son
modos de actuación coherentes con las pautas de conquista típicas del
conquistador.77
La finalidad de la expedición de Gonzalo Pizarro en los Andes era
localizar la mina de oro recogida en la leyenda de El Dorado, lo cual
nos lleva al tercer aspecto característico del procedimiento de conquis­
ta. Nos referimos a la búsqueda de metales preciosos, sobre todo oro,
seguido de plata en el orden de preferencias. Este aspecto deí procedi­
miento de conquista se ha descrito con menor frecuencia como una es­
trategia excepcional u original de Cortés o de los restantes conquista­
dores famosos. Por el contrario, se ha atribuido acertadamente a todos
los miembros de las expediciones españolas. Pero en este caso ha habi­
do también un error de interpretación, pues la «sed de oro» española
constituye una de las múltiples leyendas o minimitos de la conquista. Se
ha descrito a los conquistadores como individuos «movidos por el de­
seo de oro» o por una «codicia» que «recuerda mucho a la psicosis co­
lectiva que aquejaba a los buscadores de oro calífornianos a mediados
del siglo XIX». En palabras de otro estudioso, los colonizadores espa­
ñoles «sólo se dedicaban a buscar oro, y esta frenética búsqueda de me­
tales preciosos, joyas y perlas les impedía emprender ninguna actividad
económica productiva».78
52 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Tal planteamiento no explica el funcionamiento de la economía du­


rante el primer período colonial, ni la relevancia de los metales precio­
sos en aquel sistema. Para Pizarro la «cosa más importante» no era el
oro, sino el cargo de gobernador. Sin embargo, necesitaba encontrar oro
para que el territorio de gobernación mereciera la pena. Desde una
perspectiva más general, los españoles no tenían interés en el metal en
sí, o al menos no más que el que revisten hoy las tarjetas de crédito,
en tanto que objetos. Los artefactos de oro bien tallado recogidos en
Cajamarca y otros lugares se llevaban a la fundición, de acuerdo con un
procedimiento sistemático aplicado después de las conquistas, que per­
mitía pagar las cuotas, saldar las deudas y obtener créditos. Para los es­
pañoles, lo importante era el valor y la capacidad adquisitiva del oro y
la plata. Concebían los metales preciosos como dinero —las remesas
enviadas por mar se denominaban «dineros»— y fundamento del siste­
ma crediticio que sustentaba la actividad de los conquistadores.75
La denodada búsqueda de metales preciosos por parte de los espa­
ñoles se debía a que el oro y la plata no eran sólo la fuente predilecta de
riqueza, sino los únicos objetos cuyo valor, en relación con su transpor-
tabilidad, posibilitaba toda la labor de conquista y colonización. En el
Nuevo Mundo no había ningún otro producto no perecedero, divisible
y compacto tan valioso. Lejos de constituir una barrera para la «activi­
dad económica productiva», el oro y la plata de América financiaron la
conquista española y casi todas las actividades económicas desarrolla­
das en el Nuevo Mundo (además de alterar la historia política y econó­
mica de Europa).
Con un ahínco comparable, los españoles buscaban también po­
blaciones indígenas en los territorios conquistados. Un aspecto de es­
te complejo proceso era la necesidad de adquirir aliados indígenas, la
cuarta pauta del procedimiento de conquista. Esta estrategia era nece­
saria porque las expediciones españolas siempre eran menos numero­
sas que los pueblos autóctonos de las regiones que invadían, y porque
los españoles solían desconocer por completo aquellos pueblos y terri­
torios. Los aliados eran fuentes potenciales de información sumamen­
te valiosa. Aportaban también un apoyo esencial en el transporte de las
provisiones. Ante todo, los aliados indígenas ofrecían ayuda militar;
por una parte, compensaban el potencial desequilibrio numérico de las
fuerzas durante la batalla, y por otra permitían a los españoles la apli­
cación de la clásica estrategia de divide y vencerás. Este procedimien­
to no era en absoluto una estrategia excepcional ni original de Cortés
UN PUÑADO DE AVENTUREROS 53

o Pizarro; todos los conquistadores se procuraban el mayor número


posible de aliados indígenas, y con la máxima celeridad que permitían
las circunstancias.
El quinto aspecto sistemático de la conquista era la adquisición de
una categoría especial de aliado indígena: el intérprete. Se ha escrito
mucho sobre la utilización, por parte de Cortés, de una noble nahua
como intérprete, la célebre Malinche, y con frecuencia se ha insinuado
que aquél era un ejemplo de las capacidades estratégicas superiores de
Cortés. Sin embargo, éste sólo seguía el procedimiento establecido y,
como cabía esperar, inició la búsqueda de un intérprete potencial des­
de que avistó por primera vez el continente. Para ello decidió, no sin di­
ficultad, rescatar a Gerónimo de Aguilar, que había naufragado siete
años antes en la costa yucateca, pues presuponía que Aguilar habría
aprendido probablemente la lengua indígena del interior.80Pero Agui­
lar sólo hablaba maya yucateca, no nahuad, lengua del imperio mexica,
de modo que Cortés continuó la búsqueda. Que Malinche hablase ma­
ya y nahuatl fue una coincidencia afortunada, pero de todas formas de­
cidieron enseñarle español.
Como sucede con otras pautas ya mencionadas, la búsqueda rutina­
ria de un intérprete se remonta a los comienzos de la conquista. Colón
capturó y adquirió guías indígenas desde su primer viaje, guías a los que
se obligó a aprender español para servir de intérpretes. Siete indígenas
caribeños fueron trasladados a España en 1493 para su formación en
dicho oficio. Cinco de ellos murieron pronto, pero los demás regresa­
ron con Colón en su segundo viaje. Cuando estos dos murieron, la bús­
queda de nuevos intérpretes continuó. En 1502, por ejemplo, captura­
ron a un indígena de América central, lo bautizaron con el nombre de
Juan Pérez, y lo instruyeron específicamente para ese fin.81
A partir de entonces se documentan numerosos ejemplos similares.
Hernández de Córdoba, actuando «de un modo totalmente previsible»
(como observa el historiador Hugh Thomas), capturó a dos indígenas
en la costa yucateca en 1517, los apodó o bautizó con los nombres de
Melchor yJulián, e intentó formarlos como intérpretes. Julián, no sin re­
nuencia, colaboró y regresó a las costas de Yucatán con la expedición de
Grijalva al año siguiente, pero murió poco después. Melchor se resistió
(actitud que Gomara interpretó posteriormente como falta de moda­
les); aunque también acompañó a Grijalva, huyó en la primera ocasión
que se le presentó, cuando viajaba con la expedición de Cortés. Otros
intérpretes, algunos españoles pero en su gran mayoría indígenas, apa­
54 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

recen esporádicamente en los relatos de las expediciones: por ejemplo,


una indígena jamaicana en la costa yucateca; un hablante de nahuatl
capturado por Grijalva, bautizado con el nombre de Francisco, que sir­
ve de intérprete a Cortés; un indio shakori de Carolina del Sur, intér­
prete de Vázquez de Ayllón, quien le dio el nombre de Francisco de
Chicora y posteriormente lo trasladó a España; el paje español Orte-
guilla, que fue asignado por Cortés a Moctezuma durante el período
de cautividad del emperador y muy pronto fue bilingüe; y Gerónimo de
Aguilar, el español que naufragó y fue rescatado por Cortés después
de ocho años de convivencia con los mayas.82
En las décadas siguientes hubo muchos otros intérpretes. Así, el pa­
pel del intérprete andino Martinillo en la conquista le valió el título de
don Martín Pizarro. Gaspar Antonio Chi disfrutó de una larga carrera,
en el Yucatán del siglo XVI, como noble maya y simultáneamente intér­
prete general de la colonia.83 Las hazañas de los intérpretes indígenas
como Malinche, Martinillo y Chi se deben, en gran parte, a sus propias
capacidades individuales, pero también reflejan el hecho de que la bús­
queda de intérpretes y su relativa aceptación en la sociedad colonial
eran pautas esenciales y constantes en la conquista española.
El sexto aspecto del procedimiento de conquista consistía en recu­
rrir a exhibiciones de violencia, o lo que es lo mismo, la utilización tea­
tral de la agresión. Pese a la colaboración de los aliados (e intérpretes)
indígenas y los ayudantes africanos, las fuerzas militares españolas se
veían amenazadas y superadas por los pueblos autóctonos de los terri­
torios que intentaban invadir. A pesar de las numerosas masacres co­
metidas por los españoles y la sistemática esclavización de los pueblos
seminómadas del Caribe y América central, por lo general los españo­
les no pretendían diezmar ni esclavizar a los indígenas, sino someterlos
y explotarlos como mano de obra más o menos dócil. Un medio habitual
para lograr tal sometimiento consistía en hacer exhibiciones de violencia
extrema con el fin de aterrorizar a un grupo indígena y convencerlo de
que colaborase con las exigencias españolas. Las técnicas teatrales de in­
timidación reaparecen una y otra vez en los relatos de las expediciones
de conquista.84
Entre las medidas violentas se contemplaba la amputación de la ma­
no derecha (o a veces el brazo) de los prisioneros indígenas, a menudo
centenares;85la matanza de mujeres y, en caso necesario, el envío de los
cadáveres a su lugar de origen; y la mutilación o asesinato de individuos
selectos, generalmente quemados en la hoguera o devorados por masti-
UN p u ñ a d o d e aventureros 55

nes hambrientos, a la vista de los testigos indígenas.86Otra técnica era


la masacre de indígenas inermes, y su efecto era aún más intenso si las
víctimas eran mujeres, niños o ancianos (como ocurrió en la masacre de
Cholula ordenada por Cortés), o si se trataba de oficiantes en una fies­
ta o ritual importante (como en la masacre de Alvarado en Tenochti-
dán), o si las víctimas se veían limitadas por un espacio muy exiguo o
hacinadas en grupo (como en los dos casos mencionados, así como en
la masacre liderada por Pizarro en el séquito de Atahualpa). Como se­
ñaló John Ogilby en 1670, las expediciones españolas avanzaban con
«temor, procurando conquistar sin masacrar».87Si bien los anteriores
ejemplos recurren más al terror que al teatro, otras técnicas y tácticas
más teatrales pretendían confundir o impresionar. Es el caso de los cas­
cabeles que se ponía a los caballos, o el toque de trompeta combinado
con disparos de armas de fuego, o el uso de cañones para derribar ár­
boles o edificios.88
Una forma de violencia muy teatral era la captura pública de un di­
rigente indígena (séptimo aspecto del procedimiento del conquista­
dor). La estrategia de Cortés que se ha valorado como su «decisión más
extraordinaria» —en palabras de Todorov— y más audaz es la captura
de Moctezuma, después de que el emperador mexica recibiese a los es­
pañoles en Tenochtidán.89Aunque los españoles fueron apresados por
los mexica en uno de los palacios del centro de la ciudad, mantenían a
Moctezuma como prisionero para velar por su propia seguridad. El ar­
did funcionó durante algún tiempo, pero posteriormente, cuando Moc­
tezuma dejó de ser útil para los españoles, lo asesinaron, si bien después
dijeron qué uno de los súbditos del emperador le había lanzado una
piedra, asestándole un golpe mortal en la cabeza. Se ha hablado mucho
sobre la sagacidad o la supuesta originalidad de esta estrategia, en la
que se atribuye todo el mérito a Cortés y se denuncia a Moctezuma por
no impedirla.
Tal análisis, sin embargo, no reconoce que los españoles tomaban
indígenas como rehenes sistemáticamente. La famosa captura de Atahual­
pa, a manos de Pizarro, en Cajamarca el año 1532 se interpreta como
una hazaña tan ingeniosa y excepcional como la captura de Moctezuma
por parte de Cortés, o bien se presupone que fue una imitación del ca­
so mexicano.90En realidad, los líderes de Cajamarca —Pizarro, Benal-
cázar y Soto—, veteranos con más de veinte años de experiencia, ha­
bían conquistado Panamá y Nicaragua, donde capturaron dirigentes
indígenas mucho antes de que los españoles conociesen siquiera la exis­
56 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

tencia de México.91 Y poco antes de la expedición de Cajamarca, Piza­


rro había tomado como rehén al soberano indígena de la isla de Puná,
Tumbalá.92
La peculiaridad de la captura de Atahualpa era su escala, la magni­
tud de aquel imperio indígena, las dimensiones de su territorio, la canti­
dad de oro y plata que exigieron a cambio de su «rescate» (los españoles
lo ejecutaron de todas formas). Pero la estrategia de su captura no era en
modo alguno original. De hecho, se trataba de una práctica española ru­
tinaria desde el comienzo de la conquista. En 1493, cuando el cacique
haitiano Guacanagarí parecía rehuir el dominio de Colón, los españoles
de aquella expedición exigieron que se les autorizase (según señala Bar­
tolomé de Las Casas) a hacer prisionero a Guacanagarí, pero el almiran­
te no se lo concedió.” Sin embargo, la incertidumbre de Colón sobre cómo
controlar y tratar a los indígenas muy pronto propició que prevaleciesen
las prácticas españolas habituales. Un año después otro cacique haitia­
no, Caonabó, fue ejecutado públicamente, y a partir de entonces los es­
pañoles capturaron, extorsionaron, torturaron y ejecutaron por sistema
a los dirigentes indígenas de las islas del Caribe, y posteriormente tam­
bién a los de las zonas más próximas del continente.94
Cuatro décadas después del primer viaje de Colón, y poco después
de la captura de Atahualpa en Cajamarca, uno de los hombres allí pre­
sentes, Gaspar de Marquina, remitió a su padre una carta adjunta a un
lingote de oro adquirido gracias al chantaje del dirigente inca. Gaspar
aludía a que los españoles habían capturado a uno de los «grandes ca­
ciques» locales, y gracias a ello era posible recorrer quinientas leguas sin
riesgo de morir a manos de los indígenas.® Así, en pocas palabras, Mar-
quina transmitió inconscientemente el carácter rutinario y la eficacia de
la captura de soberanos indígenas.

Del mismo modo que no eran originales las acciones o decisiones de


eminentes conquistadores como Cortés y Pizarro, tampoco eran exclu­
sivas de los españoles las tácticas empleadas de manera rutinaria en la
conquista. Muchos de estos aspectos formaban parte de las pautas ha­
bituales de los pueblos indígenas americanos, así como de las guerras y
la expansión imperial occidental, En las décadas anteriores a las princi­
pales invasiones españolas en el continente americano, Castilla y sus rei­
nos vecinos habían desarrollado prácticas de conquista y mecanismos
rutinarios durante la anexión de una serie de territorios en el Medite­
UN PUÑADO DE AVENTUREROS 57

rráneo meridional, el norte de África y el Caribe.56Por la misma época,


los mexicas y los incas habían desarrollado también procedimientos de
conquista en el rápido proceso de creación de vastos imperios, el pri­
mero desde el norte de México hasta la frontera con los dominios ma­
yas, y el segundo desde Ecuador hasta Chile.
Pero el contexto general de las actividades del conquistador se ha
visto eclipsado por una concepción de la conquista que domina nuestro
discurso histórico sobre los acontecimientos y sus protagonistas, una
perspectiva que concede primacía causal y explicativa a un puñado de
hombres excepcionales. El logro colectivo, por supuesto, resulta mu­
cho menos atractivo, y no sólo para los participantes, sino también pa­
ra los lectores posteriores de la historia, pues la tendencia humana
dominante es la búsqueda de héroes y bellacos. La explicación del des­
cubrimiento y la conquista de América como fruto de la inspiración de
Colón o el talento de Cortés sin duda habría sido del agrado de ambos
hombres, pero se ha convertido en una barrera que impide compren­
der, en toda su magnitud, la «mayor cosa después de la creación del
mundo». Puede que a Colón la suerte le fuera «adversa», como declaró
el descubridor a propósito de su amigo Vespucio, pero la historia no lo
fue, como tampoco lo ha sido en el caso de Cortés y Pizarro.
Capitulo 2

Ni sueldo ni obligación
E l mito del ejército del rey

Porque, si los romanos tantas provincias sojuzgaron, fue con igual, o


poco menor número de gente, y en tierras sabidas y proveídas de mante­
nimientos usados, y con capitanes y ejércitos pagados. Mas nuestros Es­
pañoles, siendo pocos en número, que nunca fueron sino doscientos o
trescientos, y algunas veces ciento y aun menos. [...] Y los que en diver­
sas veces han ido, no han sido pagados ni forzados, sino de su propia vo­
luntad y a su costa han ido.
F r a n c i s c o d e X e r e z (1534)

Cuando Colón regresó de su segundo viaje a la isla del Caribe que


denominó La Española, iba acompañado de un ejército español. Al me­
nos ésta es la impresión que da una escena dramática de la película 1492:
La conquista del paraíso (1992), en la que los soldados españoles forman
fila disciplinadamente en la playa, con uniformes y armas reglamenta­
rias, mientras hacen ondear los estandartes y aguardan el redoble de
tambor antes de iniciar el desfile.1
Esta misma impresión se repite en películas, ilustraciones, libros de
texto y publicaciones académicas. Según esta imagen común, los pri­
meros invasores y colonos españoles ascienden «en la jerarquía militar»
y constituyen «fuerzas» que «desfilan» bajo el «mando» de sus capita­
nes, que planifican y ejecutan «operaciones militares». Todos forman
- parte de la «maquinaria bélica de España». Sobre todo predominan los
«soldados». Cortés parte con «trescientos soldados de infantería». Aren­
ga a «sus soldados», y entrega a su intérprete y amante, Malinche, «a uno
de sus soldados». Además de la preponderancia de la terminología mi­
60 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

litar en el relato de las expediciones españolas y el uso general del tér­


mino «soldado» para describir a los conquistadores, se concede habi­
tualmente al estado monárquico español un papel monolítico y domi­
nante en la expansión española.2 La síntesis de todo ello es lo que he
denominado el «mito del ejército del rey».

Francisco de Jerez, en su testimonio presencial sobre los aconteci­


mientos de 1532 en Cajamarca —el enfrentamiento entre Pizarro y
Atahualpa y la consecuente masacre de los andinos—, recuerda a sus
lectores que los españoles no constituían ningún ejército. El punto de
referencia de Jerez no era el ejército español, puesto que tal concepto
todavía no estaba todavía bien definido, ni siquiera en la Europa de la
década de 1530, sino el antiguo ejército romano, El triunfo de los espa­
ñoles al mando de Pizarro, en lo que Jerez denomina, prematuramente,
«la conquista del Perú», se presenta como una empresa aún más extraor­
dinaria e impresionante porque no era el logro de «capitanes y ejércitos
remunerados».5
Las versiones de otros españoles que participaron en las campañas de
conquista confirman las afirmaciones de Jerez. Por ejemplo, algunos his­
toriadores modernos que aluden a los «soldados» que invadieron el im­
perio mexica citan las cartas escritas por el propio Cortés, confiriendo así
aparente autenticidad al uso del término. Pero la palabra siempre fue in­
troducida por historiadores o por los traductores ingleses de Cortés; don­
de la edición de Pagden dice «trescientos soldados de infantería», Cortés
habla de «trescientos peones».4Cortés no sólo evita la palabra «soldado»,
sino que en sus cartas al rey, a pesar de sus esfuerzos por demostrar su fir­
me control de la situación, revela que sus hombres son un grupo de indi­
viduos tan variopinto como los'compatriotas de Jerez en Cajamarca.
Si los conquistadores afirman en tomo a las décadas 1520 y 1530 que
el rey de España no envió ningún ejército a América durante dichas dé­
cadas, ¿cuál es el origen del mito? ¿Estamos acaso influidos por nuestra
propia concepción délos ejércitos modernos? Sin duda, este aspecto tie­
ne mucho que ver con la perpetuación del mito. Estamos habituados a
que la actividad bélica y legal sea monopolio de grandes fuerzas nacio­
nales sumamente institucionalizadas. Para comprenderlas expediciones
españolas del siglo XVI se requiere un salto de la imaginación.
Pero el mito tiene también su origen en el desarrollo militar español
de mediados y finales del siglo XVI, así como en los cambios terminoló-
F igura 5. Portada del sexto volumen de Antonio de Herrera,
Historia general de ¡os hechos de los castellanos (1615).
62 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

gicos que conllevó dicho proceso. La ilustración de 1615 que represen­


ta la captura de Atahualpa, en la parte superior dé la figura 5, contradi­
ce aparentemente la descripción de Jerez y muestra a los hombres de
Cajamarca como soldados. En realidad, resulta revelador el uso del tér­
mino soldado en aquellos años. Cortés no lo emplea en la década de 1520,
ni tampoco Pedro de Alvarado cuando describe su invasión de Guate­
mala por la misma época, ni aparece tampoco en el informe oficial, de
sesenta y cuatro páginas, sobre el reparto de oro y plata entre los hom­
bres de Cajamarca en 1533 (ni en una copia de dicho informe que data
de 1557).5 En la descripción de la conquista de Yucatán por parte del
fraile franciscano Diego de Landa, la frase soldados españoles aparece
sólo una vez. Puesto que la versión conservada es una recopilación de
fragmentos y resúmenes realizada a finales del siglo xvn, podría tratar­
se de una adición posterior. No obstante, dado que el manuscrito origi­
nal de Landa, perdido desde mucho tiempo antes, se redactó hacia
1566, la aparición del vocablo «soldados» una sola vez podía reflejar
también un cambio gradual en la terminología y en la percepción espa­
ñola de quiénes eran los conquistadores.6En una colección de cartas es­
critas por conquistadores y otros colonos españoles en América entre
1520 y 1595, sólo uno de los treinta y seis documentos emplea la pala­
bra «soldado». Es significativo que el texto fuera relativamente tardío,
de 1556, y estuviera escrito por una recién llegada, la española doña Isa­
bel de Guevara, en la nueva ciudad de Asunción (Paraguay).7
Bernal Díaz suele utilizar el término soldado en su relato de la con­
quista de México, pero este libro se redactó alrededor de 1570, se
concluyó en 1576 y se revisó para su primera publicación en 1632.® En
esta época, un siglo después de que Jerez hubiera narrado los aconteci­
mientos de Cajamarca, los conquistadores estaban ya a punto de conver­
tirse en soldados. Desde luego, así se representan en las ilustraciones de
la portada de Herrera (véase la figura 5), al igual que en los cuadros de la
conquista que estaban de moda en México durante el siglo XVH. En la fi­
gura 6, por ejemplo, Cortés aparece al frente de un ejército bien orga­
nizado, provisto de galeones, caballería y artillería. Los conquistadores
eran soldados cuando Ilarione da Bergamo tuvo noticias de la conquista
de los españoles en México en la década de 1760,9 época en la que los
grabados y cuadros mostraban sistemáticamente a Colón y los conquista­
dores españoles con coraza, respaldados por soldados uniformados.10En
el siglo ΧΓΧ los términos «soldado» y «ejército» no se cuestionaban (aun­
que una lectura meticulosa de las historias de Prescott, en gran medida
NI SUELDO NI OBLIGACIÓN 63

F i g u r a 6. «Veracruz N2»: La llegada de Cortés a Veracruz y el recibimiento por


parte de los embajadores de Moctezuma. Segundo cuadro de la serie Conquista de
México de Strickknd/Kislak, escuela mexicana, siglo xvn. Cortés, Bernal Díaz y
Marina (o Malinche) se identifican con indicaciones numéricas.

basadas en los primeros relatos coloniales, revela con gran profusión de


detalles la verdadera naturaleza de los conquistadores). A comienzos del
siglo XX, los libros sobre la conquista tendían a incluir ilustraciones que
perpetuaban el mito. Por ejemplo, el frontispicio del «diccionario bio­
gráfico» de los conquistadores, obra de Francisco de Icaza que data de
1923, retrata a los primeros colonos desembarcando como una unidad
de soldados profesionales con el debido atuendo y equipamiento.1'
La adopción gradual del término «soldado» a finales del siglo XVI,
así como la consecuente suposición de que los primeros conquistadores
eran soldados, se relacionaba con otros cambios más generales de las
campañas bélicas europeas. Es significativo que fueran ios españoles —se­
guidos muy de cerca por sus enemigos acérrimos de la época, los fran­
ceses— quienes liderasen el proceso que los historiadores han descrito
como «revolución militar». Esta revolución se manifestó en diversos as­
pectos. Por una parte, el tamaño de las fuerzas militares aumentó drás­
ticamente; Fernando e Isabel habían tomado Granada en 1492 con
64 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

60.000 hombres, mientras que su nieto Carlos V asedió la ciudad ale­


mana de Metz en 1552 con 150.000. Afínales de siglo, los ejércitos es­
pañoles (y los franceses) habían vuelto a duplicar sus fuerzas.
Además, el desarrollo de la artillería permitió que el número de ar­
mas de fuego, el tonelaje de pólvora y los artilleros se sextuplicasen a lo
largo del siglo. La artillería era sólo un aspecto de la revolución tecnológi­
ca de las armas de fuego y las tácticas y estrategias con que se utilizaban
dichas armas. Por último, las campañas se hicieron más largas, vastas y
complejas, de modo que la guerra se convirtió en un estado permanen­
te; en todo el siglo XVI sólo hubo nueve años de paz en Europa. España,
resultado del expansionismo de Castilla, no fue una nación vagamente
definida hasta finales del siglo XV. Pero en pocas décadas los soberanos
españoles de Habsburgo adquirieron un imperio europeo que abarca­
ba desde Italia hasta los Países Bajos y las islas Canarias. Como España
no era la única preocupación de sus reyes Habsburgo, éstos se veían
obligados a mantener grandes y múltiples fuerzas militares, que hasta
bien entrado el siglo xvu se dedicaron a derrotar a los franceses, holan­
deses, ingleses y alemanes protestantes que se oponían a la hegemonía de
los Habsburgo en Europa.
A la luz de este proceso, cabría considerar que los conquistadores
no eran sino soldados de una maquinaria bélica española. Pero no era
así. Durante las décadas fundacionales de la expansión española, desde
los primeros asentamientos en el Caribe en la última década del siglo XV
hasta la expansión de las expediciones de conquista por gran parte del
territorio continental americano en la década de 1530, la revolución mi­
litar se encontraba todavía en una etapa de génesis. La mayoría de los
cambios tecnológicos importantes —invención del mosquete, uso de
técnicas de descarga cerrada, la construcción de barcos más rápidos,
más grandes y mejor provistos— no se introdujo hasta la segunda mitad
del siglo. Y aunque el número de hombres y armas se incrementó drás­
ticamente en el siglo XVI, tal crecimiento fue aún mayor en el siglo XVII.
En 1710 había 1,3 millones de militares europeos.
Otro dato resulta, en este punto, aún más esclarecedor: los ejércitos
profesionales permanentes, como los que relacionamos en la actualidad
con el término «ejército», no se crearon hasta el siglo xvn. Tales ejérci­
tos eran leales al estado, no a un líder individual. Evolucionaron a me­
dida que se desarrollaron los estados-nación y el concepto de ciudada­
nía. Así pues, mucho tiempo después del apogeo de los conquistadores,
los estados europeos, incluido el español, alcanzaron el nivel de centrali-
NI SUELDO NI OBLIGACIÓN 65

zación e institucionalizacíón necesario para organizar fuerzas constitui­


das, mayoritariamente, por soldados veteranos, permanentes, asalariados
y formados, con uniformes y armas reglamentarias. Y aun entonces, éste
era un ideal todavía no alcanzado.12
t Además, el desarrollo de los ejércitos profesionales y los restantes
cambios introducidos en el mundo militar se vieron potenciados por las
guerras europeas. En el siglo XVI, España carecía de los recursos nece­
sarios para enviar grandes fuerzas y cantidades significativas de armas
al otro lado del Atlántico. La flota regular que unía Sevilla córfias colo­
nias americanas no se estableció hasta la década de 1550. Tampoco te­
nía todavía razón de ser, pues la rivalidad europea en América no co­
menzó hasta el siglo siguiente. Además, la participación de España en
los conflictos europeos se volvió cada vez más compleja y ardua duran­
te el siglo XVI. La respuesta de España a las exigencias tácticas, logísti­
cas y tecnológicas de estos conflictos ha sido ensalzada por los historia­
dores militares como una proeza revolucionaria. Pero la campaña de la
conquista española en América fue tangencial en este proceso, y en nin­
gún sentido obedece a las aportaciones fundamentales de España a la
revolución militar europea.0
Por último, los españoles comprendieron pronto que el Nuevo
Mundo requería métodos militares diferentes. En su libro Milicia y des­
cripción de las Indias (1599), el capitán español Bernardo de Vargas Ma­
chuca sostenía que en América eran inservibles las pautas y estrategias
bélicas europeas. Este tratado, considerado por un importante histo­
riador militar como «el primer manual de la guerra de guerrillas», pro­
ponía la sustitución de las formaciones lineales, las unidades jerárquicas
y las guarniciones permanentes por otras unidades de combate más pe­
queñas y encubiertas, dedicadas a buscar y destruir misiones desarro­
lladas durante varios años.1''
Vargas Machuca parecía desconocer que la técnica que proponía ya
era una práctica común entre los conquistadores españoles en América
desde hacía un siglo. Los 500 hombres de Cortés y los 168 de Cajamar­
ca eran compañías relativamente grandes de conquistadores. Más allá de
las regiones centrales de Mesoamérica y Perú, la mayoría de las expedi­
ciones comprendía menos de 100 españoles (casi siempre superados en
número por los siervos o esclavos africanos y los «aliados» indígenas
americanos). Entre otras tácticas, recurrían al uso de la violencia y la
traición de los dirigentes indígenas. Las tretas de búsqueda y destruc­
ción eran habituales. Además, en el siglo XVn, cuando las autoridades
66 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

imperiales españolas comenzaron a constituir una red de guarniciones


permanentes y otros elementos propios de un ejército profesional regu­
lar, su objetivo no era imponer un régimen colonial a los pueblos indí­
genas americanos, sino defender el imperio de los piratas ingleses, fran­
ceses y holandeses. Tampoco los descendientes de los conquistadores
dirigían tales unidades, que eran milicias mayoritariamente negras o par­
das, es decir, pequeñas compañías de africanos libres o esclavos y mesti­
zos libres (hombres de ascendencia mixta híspano-africana).15
En suma, la conquista española no fue obra de soldados enviados
por el rey, como bien sabían los conquistadores. Pero la revolución mili­
tar que se desarrolló en Europa en los siglos XVI y x v n alteró la percep­
ción de las primeras conquistas españolas. Los historiadores modernos
se guiaron por esta interpretación tergiversada, influidos también por
otras presuposiciones relativas a la naturaleza de los militares. Así pues,
en el acervo popular se asoció a los conquistadores, mucho después de
su muerte, con la imagen de soldados modernos.

Si los conquistadores iban armados y, en cierto sentido, dominaban


las técnicas militares que empleaban en sus campañas, ¿no es correcto
considerarlos soldados? Un historiador militar sostiene que sí, con el
argumento de que aunque «no muchos de los hombres que combatie­
ron [...] en la conquista de Perú eran soldados, [...] las estrategias mi­
litares, valores y pautas de socialización se interrelacionaban de tal modo
en la sociedad española de comienzos del siglo xvi, que tal distinción
es, desde nuestra perspectiva, funcionalmente irrelevante».16Hasta cier­
to punto, era cierto. Pero tales valores y destrezas eran también comu­
nes en otros países europeos, así como en algunos grupos indígenas
americanos, como los mexicas.
Además, el conquistador no adquiría sus destrezas marciales en la
instrucción formal, sino en las situaciones conflictivas que afrontaba en
América. Los miembros de las expediciones se reclutaban entre la po­
blación de las colonias recién fundadas, lo cual constituía un sistema de
relevos de conquista en el que la mayoría de los participantes contaba
ya con alguna experiencia en el Nuevo Mundo. Por ejemplo, de los 101
españoles de Cajamarca que han dejado constancia de su trayectoria an­
terior a 1532, 64 tenían experiencia previa a la conquista y 52 habían
pasado al menos cinco años en el territorio americano.17Pero tal activi­
dad no equivalía a un entrenamiento formal.
NI SUELDO NI OBLIGACIÓN 67

La falta de instrucción militar de los conquistadores era paralela a


la inexistencia de una jerarquía bien definida. Por aquella época, las
fuerzas españolas en Europa estaban lideradas por comandantes per­
tenecientes a la alta nobleza y organizadas en varios rangos (cuyos
nombres eran, a veces, de origen inglés: «cabo de colonela», del inglés
colonel, o «sargento mayor», del inglés sergeant major).18En cambio,
los grupos de los conquistadores estaban liderados por capitanes, el
único rango definido, de extensión variable. Los restantes hombres
sólo se dividían entre los que iban a caballo y los que iban a pie, y es­
tos últimos podían pasar al primer grupo si lograban adquirir un ca­
ballo. Las crónicas que relatan la división del botín de Cajamarca di­
viden a los hombres en dos categorías: la gente de a cavallo y la gente
de a pie.19
Si los conquistadores no se identificaban como soldados, sino como
hombres a pie o a caballo, ¿cómo se caracterizaban? ¿Cómo se convirtie­
ron en conquistadores? ¿Y por qué acabaron combatiendo en América?
Un atisbo de respuesta a estas preguntas puede encontrarse en el
comentario de Jerez sobre los invasores del imperio inca, que en su opi­
nión no eran ni «pagados ni forzados». Una respuesta más amplia la
aporta un compatriota de Jerez en Cajamarca, un joven vasco llamado
Gaspar de Marquina, que remitió la siguiente carta a su padre desde
Cajamarca en julio de 1533:

Señor, quiero dar a vuestra merced la cuenta de mi vida que ha sido


después que pasé a estas partes. Vuestra merced sabrá como yo fui a Ni­
caragua con el gobernador Pedrarias por su paje, y estuve con él hasta
que Dios fue servido de llevarle de este mundo, el cual murió muy po­
bre, y así quedamos pobres todos sus criados, como el que la presente
lleva se lo podrá bien contar si con él se ve, y después de él muerto de a
pocos días, tuvimos nueva como el gobernador Francisco Pizarro venía
por gobernador de estos reinos de la Nueva Castilla, y así sabida nueva
con el poco remedio que teníamos en Nicaragua pasamos a su goberna­
ción, donde hay más oro y plata que hierro en Vizcaya, y más ovejas que
en Soria, y muy bastecida de otras muchas comidas, mucha ropa muy
buena, y la mejor gente que se ha visto en todas las Indias, y muchos se­
ñores grandes. Entre ellos hay uno que sujeta quinientas leguas en largo,
el cual tenemos preso en nuestro poder, que teniendo a él preso, puede
ir un hombre solo quinientas, sin que le maten, sino que antes le den to­
do lo que ha menester para su persona, y le lleven a cuestas en una ha­
maca, al cual dicho señor le prendimos por milagro de Dios, que nues-
68 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

tras fuerzas no bastaran prenderle ni hacer lo que hicimos, sino que Dios
milagrosamente nos quiso dar victoria contra él y de su fuerza.20

El prisionero a quien alude Marquina no es otro que el inca Atahual­


pa, pero al remitente le interesa transmitir a su padre, sobre todo, la
magnitud de su cambio de suerte. Pasa por alto meses de viajes, severi­
dades, incertidumbres y una gran batalla, con el fin de establecer un
fuerte contraste, en un mismo párrafo, entre su débil punto de partida,
después de la muerte dePedrarias, y su estado actual, mucho más prós­
pero. De la carta se infiere que Gaspar de Marquina no es un soldado
profesional, sino un paje, un sirviente culto de alto rango, primero del
gobernador de la colonia de Nicaragua y después del gobernador de
Perú (que, a pesar de los acontecimientos de Cajamarca, no estaba to­
davía conquistado ni colonizado en 1533). Marquina se encuentra en
las «Indias» por propia voluntad, en busca de una oportunidad de lo­
grar que su padre, en España, sea algún día un hombre rico, según se
deduce del resto de la carta, así como de desarrollar una carrera de no­
tario o comerciante. Persigue dichos fines a través de su contacto con
importantes señores, cambiando de uno a otro cada vez que uno mue­
re sin dejarle beneficios sustanciales, (Casualmente, cuando su padre
recibió la misiva, y el lingote de oro que adjuntaba, Gaspar había sido
asesinado en una escaramuza con los andinos indígenas.)21
Los españoles no participaban en las expediciones de conquista a
cambio de un salario, sino con la esperanza de adquirir riqueza y esta­
tus social. En palabras del historiador James Lockhart, eran «agentes li­
bres, emigrantes, colonos, no asalariados ni uniformados, que adqui­
rían encomiendas y parte de los botines».22 Una encomienda era el
derecho de percibir los tributos o los trabajos que los súbditos indios
debían pagar a la monarquía. El receptor de la encomienda, o enco­
mendero, tenía el derecho de exigir tributos a los indígenas, o a una de­
terminada comunidad o grupo de localidades, en forma de trabajo o
bienes. Tales concesiones permitían al encomendero disfrutar de un
elevado estatus y, por lo general, de una calidad de vida superior a la de
sus compatriotas colonos. Los primeros encomenderos eran hombres
que luchaban para que se les otorgaran las encomiendas, pero no eran
soldados. Como nunca había suficientes encomiendas para todos, las
más lucrativas iban destinadas a los que más habían invertido en la ex­
pedición. Los menores inversores recibían encomiendas de menor
cuantía, o bien sólo una cuota del botín de guerra.23 Si Gaspar de Mar-
NI SUELDO NI OBLIGACIÓN 69

quina hubiera vivido más tiempo, probablemente habría conseguido


una modesta encomienda. Al menos, sus cuotas futuras de botín se ha­
brían duplicado, gracias al caballo que compró con los bienes recién
adquiridos en Cajamarca (motivo por el que fue asesinado). En cierto
sentido, todos los que tomaban parte en la conquista eran inversores en
empresas comerciales, que asumían altos riesgos pero con buenos divi­
dendos potenciales. Los españoles designaban con el término «compa­
ñías» estas operaciones comerciales. Aunque los señores poderosos de­
sempeñaban una función esencial como inversores, los capitanes eran
los principales fundadores de las compañías y los que esperaban obte­
ner los mayores beneficios. Según comentó el gobernador de Panamá,
Pedrarias de Ávila, al rey Carlos I, a propósito de las primeras expedi­
ciones de la conquista en Nicaragua y Colombia, la operación se hizo
sin tocar el tesoro real de su majestad.24,Así pues, los objetivos comer­
ciales marcaron desde el principio hasta el final las expediciones de
conquista, dado que los participantes vendieron servicios e intercam­
biaron bienes durante todo el proceso. Dicho de otro modo, los con­
quistadores eran empresarios armados.
Marquina se describe como un paje y un criado. Un inglés de la
época lo habría designado con el término servant o creature, si bien no
existe ninguna palabra inglesa que transmita plenamente el sentido en
que un criado era a la vez súbdito y miembro de la familia. La identidad
de los señores de Marquina y otros aspectos de su vida nos aportan
también una idea de su estatus social dentro de la categoría general de
criado. La identificación de un individuo como conquistador puede ba­
sarse en múltiples fuentes de información. Los conquistadores tenían
diversos motivos para definirse así por escrito, pero la identidad que
ellos mismos se atribuían no siempre coincidía con la que les asignaban
los demás, y podía variar según las circunstancias. Las circunstancias en
que se catalogaba la identidad de cada compañía de conquistadores ra­
ras veces eran las mismas. Aun así, tales documentos nos ayudan a co­
nocer mejor a los conquistadores,
Por ejemplo, cuando se fundó la ciudad de Panamá en 1519, se so­
licitó al 98 % de los conquistadores-colonos que aportasen sus datos
para el registro, y de ellos respondió el 75 % (véase la tabla 1). Sólo dos
dijeron ser soldados profesionales, mientras que el 60 % se definía co­
mo artesano o profesional de algún oficio, ocupaciones propias de las
clases medias de la sociedad. Otro análisis similar de los conquistado­
res del Nuevo Reino de Granada (la Colombia actual) es menos preciso
70 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

en lo que se refiere a las ocupaciones, y probablemente exagera el nú­


mero de hombres de rango medio. No obstante, los datos muestran cla­
ramente que predominaban los hombres con ciertos medios o propie­
dades, los profesionales y empresarios.25
La información equivalente para el caso de los conquistadores de
Perú es también irregular, pero también reveladora. De los 168 hom­
bres que constituyen el grupo, parece claro que 47 no eran soldados

T abla 1. Ocupación de los conquistadores de Panamá, Perú y el Nuevo


Reino de Granada (Colombia)

Panamá Perú Colombia


(1519-1522) (1532-1534) (1536-1543)

Baja nobleza . 2 (3 %) 10 (7 %)
Comerciantes 4
Artesanos 20 17 13
Asesores, secretarios
y empleados similares 15 2 10
Profesionales 4 6 12
Miembros del clero 1
Notarios 2 4 9
Rentistas 2 2
Armadores 1 5
Funcionarios reales 1 7
Otros líderes 31
Propietarios de caballos 44
Propietarios de esclavos 2
(Total clase media) (45 [60 %]) (43 [92 %]) (139 [90 %])
Campesinos 16 1
Navegantes 10 2
Soldados 2 3
Artilleros 2
(Total plebeyos) (28 [37 %]) (4 [8 %]) (4 [3 %])
Total 75 (100 %) 47 (100 %) 153 (100 %)

Puentes: Lockliait, Cajamarca, 1972, pág. 32; Avellaneda, Conquerors, 1995, págs. 91,93.
Note: Estas cifras no representan a todos los miembros de las expediciones, sino sólo a aquellos
para los que se dispone de tal información. Los métodos y circunstancias en que se recabó la in­
formación no estaban estandarizados, y la tabla, por tanto, debe entenderse como una distribución
aproximada.
NI SUELDO NI OBLIGACIÓN 71

profesionales, sino trabajadores y artesanos que habían adquirido ex­


periencia bélica y destrezas marciales. Entre los 17 artesanos figuraban
sastres, zapateros, carpinteros, trompetistas, un tonelero, un espadero,
un cantero, un barbero y un gaitero/pregonero.26 Los mismos tipos de
^artesanos habían acompañado también a Francisco de Montejo en su
primera expedición a Yucatán en 1527, junto con los profesionales ha­
bituales: comerciantes, médicos, un par de sacerdotes y dos ingenieros
deartillería flamencos. Un número no especificado de artesanos y pro­
fesionales de la compañía tenían seguridad suficiente en su futuro como
para llevar consigo a sus mujeres (aunque, según la práctica habitual, es­
tas mujeres españolas probablemente se quedaron con los comercian­
tes en el primer puerto del Caribe antes de llegar a Yucatán).27
Asimismo, los datos censales de la conquista suelen contener infor­
mación sobre la edad y el lugar de nacimiento de los conquistadores. Se
dispone de este dato, por ejemplo, en el caso de 1.210 miembros de las
expediciones iniciales a Panamá (84 hombres), México (743), Perú
(131) y Colombia (252). La configuración de cada expedición era si­
milar, con un 30 % de hombres de Andalucía, 19 % de la vecina Ex­
tremadura, 24 % de Castilla la Vieja y la Nueva, y el resto proveniente
de otras regiones de la Península Ibérica. Era poco frecuente encontrar
otros europeos en las expediciones, si bien viajaban a veces algunos
portugueses, genoveses, flamencos o griegos. Por lo que se refiere a la
edad, los conquistadores abarcaban todas las franjas, pues se docu­
mentan desde adolescentes hasta individuos de unos 60 años. La media
de edad de los que fueron a Perú y Colombia era de 27 años, y la gran
mayoría tenía entre 20 y 35 años.28
En lo tocante a la formación, la oscilación era también notable, des­
de hombres completamente analfabetos hasta otros sumamente cultos.
Aunque la existencia de célebres crónicas de conquistadores da la im­
presión de que eran hombres duchos en el manejo de la pluma, si bien
no muy cultos,29los eruditos eran una minoría en la sociedad española,
al igual que en las expediciones de conquista. El índice de alfabetizados
era ligeramente más alto entre los conquistadores y primeros colonos
que en la población general española, si bien sólo porque entre los emi­
grantes se contaban pocos campesinos y plebeyos. Las crónicas clásicas
—Bernal Díaz y Cortés sobre México; Gonzalo Jiménez sobre Colom­
bia; Francisco de Jerez y Pedro Pizarro sobre Perú— son clásicas en
parte por su carácter poco común. La mayoría de los conquistadores es­
cribía o dictaba informes de «méritos» según el estilo estándar de la
72 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

probanza, y una cuarta parte de los conquistadores de Perú y Colombia


apenas sabía escribir su nombre. A pesar del mito de que la formación
dio ventaja a los españoles sobre los americanos indígenas, los miem­
bros de las compañías de conquistadores probablemente no escribían
ni leían mejor que las sociedades indígenas más cultas, como los ma­
yas, La mayoría de los europeos y mayas era analfabeta, pero las mino­
rías eran sumamente cultas. La correlación entre el estatus social y el
grado de alfabetización en los conquistadores no es tan exacta como
cabría esperar. El cronista colonial Juan Rodríguez Freyle, indígena de
Bogotá, afirma que algunos miembros de los cabildos de Nueva Gra­
nada utilizaban hierros candentes para firmar sus documentos.30 El
principal conquistador de Perú, Francisco Pizarro, nunca aprendió a
leer y escribir,31

El fragmento de la carta de Marquina antes citado aludía a las redes


de vasallaje que unían a individuos y grupos de familias, procedentes a
menudo de la misma región o localidad española, a través de vínculos
sociales, alianzas políticas y actividades económicas. Un elemento cen­
tral de tales redes era la tensión que existía entre desigualdad e interde­
pendencia de sus miembros. Los señores y los subordinados, los miem­
bros ancianos y jóvenes, se apoyaban mutuamente para defender sus
intereses del modo más adecuado según sus medios y posición social.
En el contexto de las compañías de conquista, los patrones organizaban
y realizaban las principales inversiones financieras de las expediciones y
encomendaban a sus subordinados la dirección de las compañías y el re­
clutamiento de nuevos participantes, así como la obtención de inver­
siones y suministros adicionales. El reclutamiento más sencillo —que
consistía en convencer a los parientes extranjeros de que los riesgos de
la conquista se veían compensados con creces por los beneficios poten­
ciales, en forma de riqueza y estatus social— dependía de una organi­
zación jerárquica basada en el vasallaje.
Una dimensión importante de este modelo de reclutamiento era el
modo en que se perpetuaba la cadena de conquista. Como se refleja en
la carta de Marquina, la mayoría de las conquistas y colonias recién fun­
dadas servía como punto de apoyo para nuevas empresas de conquista
Si bien algunas expediciones se organizaban en España, por lo general
se originaban en una colonia española, con el fin de conquistar un te­
rritorio adyacente. Aunque una compañía se organizase en España,
NI SUELDO NI OBLIGACIÓN 73

lo probable es que se lanzase desde un asentamiento colonial. Así, la


expedidón de Gonzalo Jiménez a Colombia, en los años 1536-1538, com­
prendía cientos de jóvenes reclutas procedentes de España, pero fue en
Santa Marta, localidad de la costa caribeña, donde se definieron los pla­
nes concretos y donde los conquistadores veteranos se sumaron a la
compañía, sobre todo a través de las redes jerárquicas del propio Jimé­
nez y su señor, el gobernador de Santa Marta, don Pedro Fernández de
Lugo.32
X Un buen modo de ilustrar este sistema consiste en rastrear los víncu­
los de vasallaje que definieron el proceso de la conquista española. Una
parte de dicho proceso se inició el año 1518 en la isla de Cuba, donde el
gobernador Diego Velázquez decidía quién debía dirigir la tercera ex­
pedición por el continente. No se concebía esta expedición como una
gran empresa de conquista. Se suponía que eso vendría después, con el
liderazgo del propio Velázquez, cuando se hubiera redbido de España
la autorización oportuna que, como en el caso del contrato de Colón de
1492, garantizaría al propio Vdázquez la gobernación de lá tierra con­
quistada. Esta otra expedidón sólo debía preparar el camino, misión pa­
ra la que se requería a alguien cercano a Velázquez, un hombre dispues­
to a financiar la mayor parte de la compañía, y más audaz que los líderes
de los dos primeros viajes por las costas yucateca y mexicana. El primer
candidato de Vdázquez, un sobrino suyo, rechazó la oferta, con d argu­
mento de que la expedición podía resultar demasiado cara. El segundo
y d tercer candidato, que eran primos suyos, tampoco aceptaron, pues
no estaban dispuestos a arriesgar la comodidad de sus encomiendas en
Cuba por un viaje a lo desconocido.33
- La cuarta opción dd gobernador Vdázquez era un antiguo secreta­
rio, un indígena de Medellin (Extremadura), que combatió junto a Ve­
lázquez durante la conquista de Cuba, recibió de él una encomienda y
solicitó a Velázquez que fuera d padrino de su hija ilegítima mestiza. En
una carta de 1519, Vdázquez describió a este hombre como «criado
mío de mucho tiempo». Se llamaba Hernán Cortés.34
Los dos conquistadores de Cuba tenían algunas diferencias entre
sí, pero debidas, fundamentalmente, a la rdación jerárquica que los
unía. Cortés había seducido a una de las doncellas de la mujer de Ve­
lázquez, y d gobernador le había obligado a casarse con ella contra su
voluntad. Posteriormente, en d otoño de 1518, Cortés dominaba con
tal eficiencia sus propias redes de vasallaje y las de Vdázquez, y mos­
traba tal capacidad persuasiva para d redutamiento que el gobernador
74 LOS SŒTE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

intentó frenar la expedición, por temor a que Cortés rompiera la rela­


ción con su señor y recurriese directamente al rey.”
Los temores de Velázquez estaban bien fundados, no sólo porque
aquello fue precisamente lo que ocurrió, sino porque era la práctica ha­
bitual de los conquistadores. De hecho, ya antes del momento culmi­
nante de los dos años de conquista contra el imperio mexica (1519-1521),
Cortés se vio obligado a tolerar que otros miembros de su compañía,
dependientes de él, procurasen obtener sus propias concesiones de tie­
rra continental. Dada la naturaleza de las relaciones de dependencia y
el sistema de relevos de conquista, era inevitable que los criados de
Cortés se convirtiesen, tarde o temprano, en señores o en criados más
directos del rey. Pero tal evolución podía producirse de diversos mo­
dos. Cristóbal de Olid, uno de los mejores capitanes de Cortés en la
guerra contra los mexica, mostró cómo no convenía actuar; irritó tanto
a su señor que en 1525 Cortés viajó por tierra desde México hasta Hon­
duras para presenciarla decapitación de Olid. Otros capitanes de la ex­
pedición inicial de Cortés lograron obtener sus propias colonias; es el
caso de Francisco de Montejo y Pedro de Alvarado.
Francisco de Montejo fue tino de los primeros colonos de La Ha­
bana y criado de Velázquez. Fue reclutado por Cortés como inversor
principal y capitán de la expedición. Ya había desempeñado una fun­
ción similar en un barco de la desventurada expedición de Grijalva a la
costa continental en 1518. Por suerte, Montejo evitó casi todos los com­
bates de 1519-1521 y aun así obtuvo una parte del botín, proporcional
a su inversión y estatus: una encomienda en el valle de México. Esto se
debió a que Montejo fue elegido por Cortés para librar la batalla políti­
ca en España, mientras él se enfrentaba al imperio mexica. En julio de
1519 Montejo navegó desde la costa mexicana hasta el otro lado del
Atlántico con un cargamento que contenía, entre otras cosas, cartas y
oro para la familia de Cortés, y algo aún más importante, numerosos
«regalos» para el emperador español y una carta donde, como era pre­
visible, Cortés solicitaba su designación como gobernador de todo lo
que pudiera conquistar. Velázquez tuvo conocimiento de la traición de
Cortés y envió un barco con la misión, infructuosa, de perseguir a Mon­
tejo. Algunas fuentes indican que el propio Montejo, con una maniobra
de doble juego, filtró la noticia al gobernador cubano.36
En realidad, el juego de Montejo era triple. Mientras seguía dis­
puesto a pasarse al bando de Velázquez, en caso de que lo requiriese la
ocasión, también persistía en defender la causa de Cortés en España
NI SUELDO NI OBLIGACIÓN 75

durante tres años. Al fin, en octubre de 1522, el emperador resolvió el


caso a favor de Cortés, concediéndole la gobernación de Nueva Espa­
ña, aunque Cortés no recibió la noticia hasta el mes de septiembre si­
guiente.37 Por aquel entonces, el imperio mexica ya no existía y Cortés
era ya el gobernador en funciones de México desde hacía unos dos
años, y Montejo había recibido in absentia la lucrativa encomienda de
Azcapotzalco. Entretanto, Montejo se ocupaba de sentar las bases de su
propia carrera de conquistador independiente. En 1526 los esfuerzos
dieron sus frutos, y Montejo recibió autorización para conquistar la pe­
nínsula de Yucatán, por cuyas costas había navegado dos veces con Gri­
jalva y Cortés. Esperaba convertir aquel territorio en un nuevo Tenoch-
titlán o algo similar.
Los comentarios de Diego de Landa, obispo de Yucatán, sobre las
actividades de Montejo en España son reveladoras, tanto por su tono de­
fensivo como por su sagaz descripción del método de los conquistado­
res, que confiaban más en su empresa personal que en el apoyo monár­
quico para financiar las expediciones. El franciscano lo describía así:

Que en este tiempo que Montejo estuvo en la corte negoció para sí la


conquista de Yucatán [es decir, el permiso que le autorizaba a gobernar
la región en caso de que lograra conquistarla] aunque pudiera negociar
otras cosas, y dieron le título de Adelantado [conquistador autorizado]
[... ] y que trató palabras de casamiento con una señora de Sevilla, viuda
que era rica, y así pudo juntar D. [500] hombres, y los embarcó en tres
navios.38

Posteriormente, esta viuda rica, doña Beatriz de Herrera, llegó a


México en busca de Montejo. Según Landa, «doña Beatriz de Herrera
[...] con quien [el adelantado] auia casado clandestinamente en Sevi­
lla, y dizen algunos que la negava pero don Antonio de Mendoça virey
de la nueva España se puso de por medio, y que assi la recibió».39En
1554, en una serie de solicitudes de una pensión real, doña Beatriz de
Herrera comentó al rey que había sido la principal inversora de la
compañía de Montejo. Aseguraba haber quedado «muy pobre» des­
pués de entregar «mucha cantidad de dinero» para cubrirlos costes de
la compañía.40
Con el permiso real de «adelantado» y la fortuna de su nueva mujer,
Montejo albergaba grandes esperanzas. Pero el imperio maya había de­
saparecido, y su primera invasión de Yucatán resultó desastrosa. Sólo die-
76 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

ciocho meses después de llegar a Cozumel en el otoño de 1527, se vio


obligado a retirarse de México con los maltrechos supervivientes de su
compañía. Regresó posteriormente, en 1529, con más reclutas españoles,
esclavos africanos y centenares de nahuas armados, guerreros indígenas
de su encomienda de Azcapotzalco. Pero en 1534 los españoles luchaban
todavía contra los mayas y no controlaban ningún territorio. Al unir las
dos expediciones, Montejo utilizó su propia red de vasallaje, así como la
red de Cortés. Uno de sus socios era Alonso de Ávila, que había estado
con Montejo en la época de la compañía de Grijalva de 1518 y después
había combatido con Cortés contra los mexica. Sin embargo, el principio
de reciprocidad e interés mutuo constituía la esencia del sistema de vasa­
llaje español. Durante las dos invasiones, que se prolongaron hasta siete
años, Montejo no logró entregar a sus socios y súbditos ningún fruto de
las inversiones. Así pues, en 1534, cuando en Yucatán se conocieron los
acontecimientos ocurridos en Cajamarca en 1532, el oro y la plata adqui­
ridos en Perú, la compañía de Montejo se disgregó. Él mismo comunicó
al rey que «cuando se recibió la noticia de Perú, todos los españoles hu­
yeron y despoblaron las ciudades coloniales de la región».41
Algunos de aquellos hombres, como Ávila, regresaron a México,
pues consideraban que habían perdido la oportunidad de Perú.42 Los
que continuaron en la tercera invasión de Montejo en la península de
Yucatán, empresa dirigida esta vez por su hijo y su sobrino, acabaron
recibiendo encomiendas de los mayas en la década de 1540. Pero mu­
chos de los veteranos de Yucatán se trasladaron a Perú en busca de
nuevos señores y mejores oportunidades. Y algunos acabaron en la
compañía organizada en 1534 por Pedro de Alvarado para la invasión
de Ecuador. Sus viajes le llevaron a Mesoamérica meridional y Suda-
mérica.
Pedro de Alvarado había capitaneado un barco que era propiedad
de Velázquez en la expedición de Grijalva de 1518 y aquel mismo año,
al parecer, se unió con gran entusiasmo a la expedición de su paisano
extremeño, Cortés. Aunque él no era uno de los once capitanes origi­
narios de Cortés, ascendió a un puesto destacado durante los múltiples
enfrentamientos militares de la larga travesía desde la costa hasta el va­
lle de México. Alvarado era un criado leal de Cortés, pero tenía reputa­
ción de impetuoso y beligerante. Su reafirmación de independencia en
Tenochtitlán en 1520 tuvo consecuencias fatales para muchos compa­
triotas. Durante la ausencia temporal de Cortés, Alvarado había puesto
fin al enfrentamiento entre españoles y mexicas, además de emprender
NI SUELDO NI OBLIGACIÓN 77

una masacre que provocó semanas de hostilidades, cuyo momento


cumbre fue la batalla desesperada que los conquistadores denominaron
«la Noche Triste». Pero Alvarado sirvió bien a su señor y sus compa­
triotas en los últimos meses de asedio y asalto de Tenochtidán, y en
1522 Cortés le asignó la principal encomienda del entorno inmediato
de Tenochtidán-Ciudad de México, territorio de los indígenas nahuas de
Xochimilco.‘w
Según las pautas habituales de la conquista, al año siguiente Alva­
rado lideró una expedición a Guatemala, bien enviada por Cortés o
bien con su bendición, según la perspectiva. Además de los reclutas es­
pañoles, muchos antiguos combatientes de las guerras mexicanas, los
esclavos africanos y los nahuas de su encomienda, Alvarado se llevó a
tres hermanos suyos, dos primos y otros miembros de su círculo de va­
sallaje que había tratado en calidad de encomendero.44 Con una estra­
tegia clásica de divide y vencerás, Alvarado enfrentó a dos grupos indí­
genas importantes de las tierras altas, los mayas quiché y los mayas
cakchiquel. Aunque Alvarado y sus parientes lograron la rápida sumi­
sión de estos dos grupos, así como de los vecinos mayas tzutujil, en só­
lo dos meses de combates en 1524, las guerras de conquista en las tie­
rras altas de Guatemala se prolongaron durante más de una década.45
Gomo solía suceder, la rápida victoria española era un mito que enmas­
caraba años de conflicto entre españoles, entre pueblos indígenas, y en­
tre unos y otros.
Las prolongadas hostilidades tenían múltiples causas: la naturaleza
fragmentaria y diversa de las políticas indígenas en las tierras altas; las
excesivas demandas legales españolas, que resultaban contraproducen­
tes para la imposición del régimen colonial; y la consideración, por par­
te de Alvarado, de Guatemala como poco más que una fase en su ca­
rrera de conquistador. A la vez leal a Cortés y proclive a sustituirlo —un
rasgo típico de las relaciones de vasallaje de la conquista—, Alvarado
mantenía correspondencia regular con su señor. Partió a Chiapas en
1525, en un vano intento de reunirse con Cortés en el último viaje a
Honduras, y al año siguiente viajó él mismo a Honduras a petición de Cor­
tés. No obstante, ya antes, en 1526, Alvarado emprendió rumbo a Méxi­
co, a raíz de ciertos informes que aseguraban que Cortés había muerto y
que una facción de veteranos de las guerras mexicanas estaba dispues­
ta a designar a Alvarado gobernador de México.46
Su compromiso voluble con Guatemala y los problemas inherentes
a Jos colones españoles, que intentaban «pacificar» a los mayas de las
78 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

tierras altas, son factores que explican la reacción de Alvarado tras re­
cibir noticias acerca de las tierras y la riqueza potencial de Sudamérica,
reacción que consistió en utilizar sus recursos y estatus para formar otra
gran compañía de conquista. A pesar de sus encomiendas en México y
Guatemala y su consolidación como gobernador de este último territo­
rio en 1530, Alvarado aspiraba a conquistar también Perú ya desde
1531. Pero sus ambiciones deben entenderse también en un contexto
más amplio. Los conquistadores, en calidad de agentes libres que bus­
caban su oportunidad, bien a través de las redes de vasallaje con sus
compatriotas, bien en la rivalidad con otros españoles, raras veces se li­
mitaban a una sola región. Los conquistadores no eran enviados por el
rey ni en calidad de soldados de su ejército, ni como colonos suyos.
Tanto el rey como los propios conquistadores aludían a la colonización,
pero más como medio de obtención de riqueza que como fin en sí mis­
ma. La ambición constante de Alvarado era un rasgo totalmente cohe­
rente con la lógica de la conquista.47
La expedición de Alvarado, bien financiada, contó con la presencia
de antiguos combatientes de la conquista de México, Yucatán, Guate­
mala, otras zonas de Mesoamérica e incluso del Caribe y Perú. No fue
una de las principales líneas de conquista de Sudamérica, pero a través
de sus miembros contribuyó a conectar los acontecimientos andinos
con las conquistas del norte. A la luz de las victorias de Pizarro en 1532-
1533, el objetivo del gobernador guatemalteco en 1534 probablemente
era eludir a Pizarro y conquistar Cuzco, o bien establecer una colonia
independiente en los territorios norteños del imperio inca, la región
de Quito (el Ecuador actual). Esto nunca ocurrió, por el simple motivo de
que Diego de Almagro, uno de los capitanes de Pizarro, viajó presuro­
so al norte para reunirse con Alvarado. En lugar de enfrentarse, ambos
conquistadores hicieron un trato. Aunque se había remunerado a Alva­
rado para que disolviera la expedición y regresara a Guatemala, aún
más rico que antes, Almagro tenía autorización para reclutar a los hom­
bres de la compañía de Alvarado. Como Almagro se disponía a romper
sus vínculos de vasallaje con Pizarro y adquirir su propia gobernación,
todavía no conquistada, en el sur de los Andes, muchos de estos hom­
bres acabaron combatiendo en las guerras de conquista de Chile.48
Así pues, los dos sistemas de relevo o líneas de conquista —forjados
por los vínculos de vasallaje y el ímpetu de la ambición individual— se
inician como uno solo en el Caribe. La línea sigue hacia México, luego
se bifurca hacia Yucatán y Guatemala, y vuelve a converger en el norte
NI SUELDO NI OBLIGACIÓN 79

de Perú, donde se encuentra con otra, la de Pizarro-Almagro, que pro­


viene de Panamá y recorre los Andes hacia Chile.

La diversidad de identidades, experiencias y trayectorias vitales en


las «Indias» indica que, hasta cierto punto, el concepto de conquistador
típico carece de sentido. Pero si fuera preciso definir esa figura, forma­
da por los rasgos más comunes, el conquistador sería un hombre joven
de entre 25 y 30 años, semianalfabeto, procedente del sur de España,
formado en una profesión u oficio concreto, que busca una oportuni­
dad a través de las redes de vasallaje basadas en vínculos familiares y lo­
cales de la ciudad de origen. Armado en función de sus posibilidades, y
con cierta experiencia en la exploración y conquista de América, estaba
dispuesto a invertir todos sus bienes y a arriesgar su vida, en caso nece­
sario, con el fin de ser miembro de la primera compañía encaminada a
conquistar alguna región rica y bien poblada. Pero no era, en absoluto,
un soldado de los ejércitos del rey de España.
Aquellos empresarios españoles armados, los prototipos de con­
quistador en nuestra imaginación, no eran los únicos miembros de las
expediciones de conquista, a pesar de que sus crónicas o las de muchos
historiadores han dado la impresión dé que fue así. En el siguiente ca­
pítulo describiremos a esos otros conquistadores invisibles en las cró­
nicas.
Capítulo 3

Guerreros invisibles
El mito del conquistador blanco

El imperio indio fue, en cierto modo, conquistado por indios.


W il l i a m H . P r e s c o t t (1843)

Napot Canche era gobernador del cab [ciudad maya] aquí en Calki-
ní; su palacio es el lugar donde se rindió tributo al capitán, Montejo,
cuando él y sus soldados llegaron aquí. [,..] Su cerdo y sus culhuas [me­
xicas] llegaron primero; el capitán de los culhuas era [un mexica llamada]
Gonzalo.

E l títu lo de C a lk in I (1579)

La imagen nos resulta familiar. Miles de guerreros indígenas revo­


lotean como abejas alrededor de un grupo de conquistadores, mucho
menos numeroso, que contra todo pronóstico logra eludirlos y sobrevi­
vir para enfrentarse en otro combate. Esta familiaridad tiene su origen,
en parte, en el contexto más amplio de la experiencia colonial occiden­
tal, cuya mitología está salpicada de anécdotas sobre hordas bárbaras
milagrosamente ahuyentadas (siquiera de modo temporal) o aplastadas:
la captura de Atahualpa, el asedio de Viena, el Alamo, la «última posi­
ción de Custer», Rorke’s Drift.
■M Pero la imagen nos resulta también familiar en el caso concreto de la
conquista española. Esto se debe a que está présente en las crónicas más
conocidas de la invasión, sobre todo las de la conquista de México, des­
de las de Bemal Díaz y Cortés hasta la de Prescott, que fue una lectura
muy popular cuando la historia todavía enseñaba «que los europeos
82 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

triunfaron sobre ios indígenas, pese al formidable desequilibrio de fuer­


zas».1Por supuesto, es un corolario de la imagen del «puñado de aven­
tureros», y aparece como un elemento esencial en las crónicas de los
propios conquistadores.2
Esta imagen dice mucho sobre los españoles, pero omite los aspec­
tos críticos de la historia. No cabe duda de que los españoles siempre
eran menos numerosos que los enemigos indígenas en el campo de ba­
talla. Pero lo que se ha olvidado o ignorado a menudo es que, por lo ge­
neral, el número de españoles también era inferior al de sus propios
aliados indígenas. Además, los «guerreros invisibles» de este mito se
encarnaban también en otra figura importante, la de los africanos, li­
bres y esclavos, que acompañaban a los invasores españoles y que, en
posteriores campañas, los igualaban o superaban en número.3
En la década de 1760, un fraile italiano de la orden de los capuchi­
nos, llamado Ilarione da Bergamo, realizó un viaje por México y poste­
riormente redactó una crónica. Las breves alusiones de Harione a la
conquista, basadas en sus conversaciones con españoles en México, así
como en su lectura de los relatos populares de la época, indican el esta­
do de los mitos de la conquista a finales del siglo XVIH. La idea de Ila­
rione es que los conquistadores, dado que sus fuerzas eran sensible­
mente inferiores a las de los indígenas en términos numéricos, sólo
podían lograr sus hazañas gracias a su armamento superior, las dañinas
supersticiones de los «desdichados indios», y las intervenciones de la
providencia. La perspectiva del fraile capuchino refleja la de los colo­
nos españoles, un punto de vista implícito en la sucinta explicación de
Bernal Díaz de un enfrentamiento típico: «Tan numerosos eran los in­
dios que nos atacaban, que sólo con un milagroso dominio de la espada
lográbamos replegarlos y rehacer nuestras filas». Resulta curiosa la
ausencia, en la época de Ilarione, al igual que en la de Díaz, de los indí­
genas o africanos que combatían junto con los españoles,4
No obstante, si se revisan meticulosamente las múltiples fuentes de
la invasión española de México, se observan numerosas referencias ca­
suales a la participación de aliados indígenas. Por ejemplo, durante su
invasión de las tierras altas guatemaltecas en 1524, Alvarado escribió
dos cartas a Cortés; en la primera no hace referencia a los aliados indí­
genas, pero en la segunda apunta en una ocasión, entre paréntesis, que
las tropas estaban formadas por 250 españoles y unos 5.000 o 6.000
aliados indígenas.5 El propio Prescott, influido en tantos aspectos por
las crónicas de los españoles del siglo XVI, en las que tanto confiaba,
GUERREROS INVISIBLES 83

comprendió que «sería injusto para los aztecas [mexicas], al menos pa-
rà sus proezas militares, considerar la conquista como un logro exdusi-
vode los españoles».6

i «Habéis llegado a Tenochtitlán. [Sed fuertes, guerreros de Tlaxcala


y Huejotzingo!» Así comienzan los Cantares mexicanos, uno délos cán­
ticos del siglo XVI escritos en nahuad, lengua de México central. Es una
celebración ambigua del papel desempeñado por los guerreros de Tlax­
cala y Huejotzingo en el asedio y conquista de la capital mexica, Te­
nochtitlán. En los dos primeros cantos, los indígenas consiguen, con
ayuda de los españoles y de sus armas, «destruir la ciudad, destruir a los
mexicas». En el tercer canto, los mexicas dominan, temporalmente, la
batalla. Pero en el cuarto, aunque los mexicas logran capturar a un pri­
sionero para el sacrificio, al final se ven rodeados, y en el quinto y últi­
mo canto, Cortés logra apresar al cacique mexica Cuauhtémoc, a quien
pöne los cuernos.7
La estructura de la canción es poco clara. No se elude el aconteci­
miento histórico de la victoria daxcala, pero los mexicas parecen recla­
mar una suerte de victoria encubierta, a través de la perpetuación de su
estatus elevado, simbolizado por la jovencísima novia de Cuauhtémoc,
dóña Isabel, «que está sentada a su lado, capitán general [Cortés]», y su
hija medio española. Como los mexicas, tlaxcalas y huejotzingos eran
todos nahuas, la letra de la canción presenta la guerra como un conflic­
to civil o local, entre ciudades-estado rivales, dentro dé la misma zona
étnica y lingüística. Los españoles desempeñan funciones importantes,
pero secundarias, en calidad de agentes de la ambición indígena; el
triunfo final español no es, en realidad, un triunfo, una «victoria», y su
naturaleza parcial e imperfecta es objeto de parodia, porque los espa­
ñoles no parecen conscientes de su íncompletitud. Simbólicamente, en
el momento de la supuesta derrota mexica en el canto cuarto de la can­
ción, los mexicas capturan y sacrifican a un español llamado Guzmán,
«¡un valioso tributo de Tenochtitlán».8
La interpretación de la conquista como una guerra civil indígena,
que deriva en una dominación española incompleta, ofrece una alter­
nativa a la previsible perspectiva hispanocéntrica de los españoles.
También pone de manifiesto una dimensión de las invasiones españolas
tan esencial para su desarrollo posterior que sin ella no es posible en­
tender la conquista. Los Cantares mexicanos evocan los dos aspectos de
84 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

esta dimensión indígena: la inserción de los españoles en una guerra ci­


vil indígena, y la utilización, por parte de los españoles, de aliados indí­
genas en posteriores expediciones fuera de la región natal de los in­
dígenas.
El primer aspecto se refleja en el papel de los tlaxcalas. A medida
que el imperio mexica (o azteca) se expandía por México central a fi­
nales del siglo XV y comienzos del XVI, la pequeña ciudad-estado de
Tlaxcala logró mantener una independencia precaria, incluso después
de haber quedado rodeada por ciudades sometidas a los mexicas. Tlax­
cala, situada en un punto intermedio entre la costa del golfo y Tenoch-
titlán, representaba a la vez un obstáculo importante y una oportunidad
crucial para la expedición de 1519 liderada por Cortés. Al principio la
facción política daxcala hostil a los españoles dominó la reacción con­
tra la llegada de los extranjeros, que sufrieron una serie de enfrenta­
mientos violentos. Si hubieran persistido las hostilidades, Cortés se
habría visto obligado a replegarse hacia el este y a buscar una ruta o es­
trategia alternativa.9
Pero la supervivencia española y la impresión que causaban sus ar­
mas propiciaron que la facción tlaxcala aceptase la formación de una
alianza antimexica con Cortés. Como sabían los tlaxcalas, con la ayuda
española podrían destruir el imperio mexica y su capital (véase la figu­
ra 7). Prescott lo describe con gran precisión: «El primer enfrenta­
miento terrible de los españoles con los tlaxcalas, que estuvo a punto de
costarles la ruina, en realidad les garantizó la victoria. Les reportó un
fuerte apoyo indígena al que podían recurrir en los momentos difíciles,
un apoyo con el que podían cohesionar a otras razas similares de la tie­
rra para emprender un gran asalto arrollador». No podemos saber con
certeza cuántos aliados indígenas tenía Cortés, pero, según una estima­
ción, la cifra superaba varias veces la de las tropas españolas. Gomara
declaró que Cortés llegó por primera vez a Tenochtitlán con 6.000 alia­
dos indígenas. Según el destacado historiador de la conquista Ross Has­
sig, el asedio final de la capital mexica se realizó con 200.000 indígenas
aliados, «a pesar de que no se Ies reconoció el mérito ni se les recom­
pensó por ello».1®
Como era de esperar, Cortés afirmó que el papel de los daxcalas
obedeció a una estrategia ideada por él. En la animadversión entre los
tlaxcalas y los mexicas Cortés entrevio la posibilidad de someterlos más
rápidamente, con el procedimiento de «divide y vencerás», como dice
la consigna popular.11 Los historiadores más diversos han seguido la
GUERREROS INVISIBLES 85

versión de Cortés hasta la actualidad. El semiótico Tzvetan Todorov,


por ejemplo, caracteriza la estrategia de divide y vencerás en la con­
quista española como un «empeño» en que los españoles «obtuvieron
grandes frutos».12La cuestión no es que Cortés no intentase explotar
las rivalidades y divisiones indígenas, algo que sin duda alguna ocurrió,
sino que su empeño requiere una adecuada contextualización.
Dos contextos resultan de especial relevancia. Uno es la política in­
dígena. Los tlaxcalas y otros indígenas nahuas e indígenas mesoameri-
canos intentaron tanto como Cortés, y por lo general con resultados

F i g u r a 7. Españoles con aliados daxcalas luchan contra los mexicas, qué lanzan
piedras; de fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España
o Códiceflorentino {1579).
86 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

comparables, explotar la situación con el fin de lograr objetivos políti­


cos inmediatos. Los huejotzingos, vecinos de los tlaxcalas, que se ha­
bían resistido durante mucho tiempo a la incorporación al imperio me­
xica, también colaboraron con los españoles en la conquista. De hecho,
posteriormente escribieron al rey de España para comunicarle que nun­
ca se habían opuesto a los españoles y que habían sido mejores aliados
que los daxcalas, que «en muchos casos desertaban y no eran muy há­
biles en el campo de batalla». En cambio, ellos aseguraban que «no só­
lo colaboramos en la guerra, sino que además ofrecimos a los españoles
todo lo que éstos necesitaban»,13En otras palabras, los huejotzingos no
eran instrumentos pasivos de la estrategia de Cortés, sino que aspiraban
a utilizar la presencia española con el fin de promover sus propios inte­
reses y proseguir sus hostilidades, primero contra los mexicas y poste­
riormente contra los daxcalas.
El otro contexto es el de las acciones españolas en otras zonas. La
búsqueda de indígenas aliados era uno de los procedimientos normales
o rutinas de la conquista española en toda América. Pedro de Alvarado
entró en las tierras altas guatemaltecas en 1524 no sólo con miles de
aliados nahua, sino también con la esperanza de sacar provecho de al­
guna otra rivalidad semejante a la de los mexicas y tlaxcalas. Los dos
principales grupos mayas de la región, los cakchiquel y los quiché, ha­
bían enviado embajadores a Ciudad de México un año o dos antes. En
consecuencia, durante el resto de la década, una brutal guerra civil de­
vastó las tierras altas, debido a que los españoles enfrentaban a estos
dos grupos indígenas entre sí y también los oponían a otros pueblos
mayas más pequeños, y cada ciertojíempo se rebelaban violentamente
contra estos «aliados» indígenas».M|Por el contrario, los españoles diri­
gidos por Montejo aspiraban a entender la política regional de Yuca­
tán con el fin de explotar o crear una división similar, si bien al final se
vieron obligados a establecer una serie de alianzas poco fiables con las
dinastías locales como los Pech y Xiu. Estas familias nobles mayas con­
trolaban proporciones relativamente pequeñas de Yucatán, y los espa­
ñoles nunca alcanzaron el control sobre toda la península.1!
La guerra civil inca es el ejemplo más evidente del modo en que los
españoles buscaban aliados indígenas, propiciaban las divisiones entre
grupos indígenas y se beneficiaban de ellas. La viruela avanzaba por Su-
damérica más rápido que los europeos, de manera que la enfermedad
precedió a Pizarro en su llegada a los Andes, provocando la muerte del
cacique inca Huayna Capac y su heredero antes de que los españoles
GUERREROS INVISIBLES 87

entrasen en el imperio. Dos hermanos, Atahualpa y Huascar, controla­


ban respectivamente las mitades norte y sur del imperio, en un estado
de paz inestable que derivó en guerra civil al cabo de dos años. Si Piza­
rro hubiera llegado al norte de Perú sólo unos meses después, proba­
blemente se habría encontrado un imperio inca unido bajo el régimen
de Atahualpa. Pero la programación temporal de Pizarro fue casual­
mente perfecta, y por tanto logró inmiscuirse en el conflicto. Tras haber
sido capturado por Pizarro, Atahualpa aspiraba a beneficiarse de su
cautividad enfrentando a los españoles contra su hermano Huascar. Las
alianzas y traiciones proliferaron en cuanto murieron los dos caciques
incas.16
Su sucesor, Manco Inca, supuestamente debía ser un títere de los
españoles, pero pronto se rebeló. Sin embargo, cuatro años de desu­
nión inca durante la invasión de Pizarro-Almagro habían otorgado a los
españoles un contingente de aliados indígenas suficiente para garanti­
zar la supervivencia en la región. El gran asedio de Cuzco por las tropas
de Manco en 1536 probablemente habría provocado la eliminación de
las fuerzas de Pizarro, de no ser por los aliados andinos. Éstos eran ini­
cialmente menos de 1.000, pero aumentaron a 4.000 en el asedio, cuan­
do dos hermanos de Manco y otros nobles de la misma facción inca se
pasaron al bando de Pizarro. Estos aliados impidieron que los españo­
les murieran de hambre, salvaron a algunos españoles individuales, sir­
vieron de espías y combatieron junto con los caballeros españoles en los
enfrentamientos contra los sitiadores.17Con su ayuda, Pizarro y su com­
pañía pudieron sobrevivir hasta la llegada de las fuerzas de apoyo de
Almagro. El apoyo indígena no sólo salvó a Pizarro en 1536, sino que
permitió que los españoles sobrevivieran el tiempo necesario para esta­
blecer una base permanente en los Andes, al tiempo que continuaban
conquistando nuevas colonias.
Mientras las conquistas andinas se expandían desde los centros del
antiguo imperio inca hacia las regiones meridionales y septentrionales
de Sudamérica, los guerreros y siervos indígenas resultaron también im­
prescindibles. El traslado de aliados indígenas de unas zonas a otras de
conquista era una práctica común desde el comienzo de la actividad es­
pañola en América. Los isleños del Caribe eran trasladados sistemáti­
camente de unas islas a otras, como personal de apoyo en las expedi­
ciones de conquista, y después fueron conducidos al continente para
que tomaran parte en las campañas de Panamá y México. Por ejemplo,
Cortés llevó consigo 200 indígenas cubanos a México en 1519.18
88 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Cuando los españoles liderados por Cortés abandonaron la costa


del golfo y se dirigieron hacia México central, los porteadores guerre­
ros indígenas cempoalas los acompañaron, y los tlaxcalas, huejotzingos
y otros pueblos se incorporaron, posteriormente, a una vasta fuerza de
apoyo que sobrepasaba con mucho en número a la de los españoles.
Los huejotzingos continuaron combatiendo junto a los españoles, además
de prestarles otros servicios, mientras la conquista se prolongaba du­
rante las décadas de 1520 y 1530. Según informaron al rey los caciques
huejotzingos en 1560, «nunca los abandonamos ni desertamos. Y mien­
tras ellos conquistaban Michoacan, Jalisco y Colhuacan, así como en
Pánuco, Oaxaca, Tehuantepec y Guatemala, nosotros éramos los úni­
cos que continuábamos a su lado mientras ellos conquistaban y comba­
tían aquí en Nueva España, hasta que concluyó la conquista; nunca los
abandonamos, y en ningún sentido entorpecimos sus batallas, si bien al­
gunos de nosotros perecieron en ellas».15
En realidad, los huejotzingos no eran los únicos nahuas que com­
batieron en otras regiones de lo que se llamó Nueva España. Montejo se
llevó consigo a cientos de guerreros de Azcapotzalco, en el valle de Mé­
xico, a Yucatán. En una crónica maya de la invasión española se halla
un comentario revelador sobre el uso de estos indígenas como fuerza de
vanguardia. Tras una serie de enfrentamientos militares en la región, los
españoles entraron en la ciudad de Calkini en 1541 para aceptar la su­
misión oficial de los caciques mayas locales. La descripción de ese ritual
por parte de los caciques de Calkini pone de relieve que los nahuas
■—llamados culhuas por los mayas, por Culhuacan, la ciudad que otro­
ra dominó el valle de México— llegaron primero. La versión maya
apunta también que el líder de los culhuas había sido bautizado con el
nombre de Gonzalo, que entre las tropas llevaban un rebaño de cerdos
(animal introducido por los españoles) y que fueron ellos quienes reco­
gieron los tributos ofrecidos a los españoles.20
En esta crónica no se observa ningún indicio de solidaridad racial
entre nahuas y mayas, y no hay motivos para suponer que debiera exis­
tir tal relación de afinidad. Los españoles agrupaban a diversos pueblos
indígenas bajo el término «indios», pero para los mayas de Calkini, los
culhuas eran tan extranjeros como los españoles. Eran invasores que
debían ser repudiados o acogidos, si las circunstancias lo permitían, o si
se hubieran desligado de la expansión imperial mexica por Yucatán, al­
go que nunca ocurrió pero que podría haber ocurrido si no hubieran
aparecido los españoles.
GUERREROS INVISIBLES 89

■ Tampoco existía solidaridad étnica maya en el siglo XVI. Con el tiem­


po, los mayas de la región de Calkini y otras zonas de Yucatán acompa­
ñarían a los españoles en la expansión hacia las regiones no conquistadas
de la península, como porteadores, guerreros y auxiliares de diversos ti­
pos. Había compañías de arqueros permanentes en las ciudades mayas de
Tekax y Oxkutzcab, que cada cierto tiempo recibían la orden de colabo­
rar en los asaltos a las regiones, no conquistadas, del sur de Yucatán. To­
davía en la última década del siglo xvn, los mayas de una docena de ciu­
dades yucatecas —organizados en compañías dirigidas por sus propios
oficiales y armados con mosquetes, hachas, machetes, arcos y flechas—
luchaban contra otros mayas que defendían la causa de la conquista es­
pañola en la región de Petén, situada al norte de la Guatemala actual.21
En el mejor de ios casos, estas fuerzas auxiliares acudían de forma
más o menos voluntaria (es decir, no eran esclavos) y en grandes gru­
pos, como era el caso de los «culhuas» de Montejo en Yucatán. Ahora
bien, los grupos indígenas que no estaban acostumbrados a rendir tri­
buto o a trabajar para un señor, como sucedía con los pueblos semise-
dentarios del Caribe y del sur de Centroamérica, se resistían a colabo­
rar. La respuesta de los españoles consistía en esclavizar a los pueblos
menos sumisos. La corona española, que consideraba que aquella me­
dida contribuía a la extinción de la mayor parte de los pueblos indíge­
nas del Caribe, prohibió muy pronto la esclavización de los indígenas
americanos, redundante por la existencia de esclavos africanos, e in­
necesaria en las sociedades sedentarias del continente (donde ya exis­
tían sistemas de trabajo organizado). Pero en las primeras décadas de la
conquista, los indígenas acompañaban sistemáticamente a los españo­
les, como esclavos, por el Caribe. Los esclavos indígenas de Nicaragua
participaron en la conquista de Perú, por ejemplo. Combatían y presta­
ban otros servicios, junto con otros indígenas y africanos, tanto esclavos
como siervos libres. Los indígenas solían sobrepasar en número a los
africanos, puesto que estos últimos eran, por lo general, esclavos muy
caros adquiridos a los negreros provenientes del otro lado del Atlánti­
co. Aunque los hombres se encargaban de combatir y de transportar los
suministros, también había mujeres indígenas que cocinaban, servían
de compañía femenina o eran amantes de los españoles, tenían hijos
con los europeos y se establecían con ellos como sirvientes en sus nue­
vas residencias coloniales.
El hecho de que los españoles aspirasen a tener varios asistentes in­
dígenas o negros, y considerasen muy difícil prescindir de ellos, pone
90 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

de relieve la extraordinaria importancia de aquellos pueblos en la con­


quista. «Dos años son mucho tiempo para vivir sin criados», escribió un
conquistador, miembro de la compañía de Pizarro, que estuvo a punto
de morir de hambre en la isla del Gallo, frente a las costas ecuatorianas,
mientras aguardaba refuerzos y suministros. «Necesitaré a alguien para
mi negocio, y también a alguien que me sirva —comentó a su herma­
no—, es decir, un negro o un buen indio, hombre o mujer, porque si los
comprase aquí costarían mucho.»22
Los pueblos indígenas proliferaban por doquier en las expediciones
de conquista, junto con los españoles, ya fuera como grupos de guerre­
ros huejotzingos que ayudaron a derrotar al imperio mexica,. ya como
un nahua de Azcapotzalco que conquistó con sus hombres un pueblo
maya, o ya una mujer nicaragüense, indígena y esclava, que servía a un
conquistador en Perú. Un ejemplo simbólico de su omnipresencia son
las dos primeras fiestas de conquista celebradas en México. La primera
tuvo lugar en Coatzacoalcos, en la costa del golfo, a finales de 1524. El
motivo era la llegada a la ciudad de la expedición de Cortés, camino de
Honduras; era una fiesta de bienvenida en forma de arcos triunfales, y
simulacros de emboscada de cristianos y moros, así como otros entrete­
nimientos y juegos teatrales, según la describió Bemal Díaz. La fiesta,
celebración anticipada del triunfo de Cortés en Honduras, estaba carga­
da de ironía, pues no sólo los que la organizaban eran en su mayoría in­
dígenas, sino que en realidad Cortés estaba enfrentando un vasto ejér­
cito de indígenas contra los españoles rebeldes liderados por uno de sus
antiguos capitanes, Cristóbal de Olid.
El regreso de Cortés a Ciudad de México en 1526 motivó la segunda
celebración, que de nuevo consistió en bailes, juegos y batallas simula­
das interpretadas por indígenas, que supuestamente conmemoraban las
victorias españolas, pero representaban también muy claramente sus
propios papeles complejos en la conquista incompleta. Como observa
Díaz, durante la fiesta, la laguna que rodeaba entonces la Ciudad de
México estaba llena de canoas y guerreros indios, del mismo modo que
ocurría en tiempos de Cuauhtémoc.25

Las celebraciones déla conquista y la reconquista no sólo reflejan la


presencia délos guerreros indígenas en los dos bandos de las guerras de
conquista, sino que describen también a otros participantes con fre­
cuencia ignorados, como los africanos. Por ejemplo, la «Conquista de
GUERREROS INVISIBLES 91

Rodas» se representó en Ciudad de México el año 1539, como res­


puesta a la tregua antiotomana firmada el año anterior por los monar­
cas español y francés. La obra era una compleja trama, cuya amplia pa-
rafernalia fue construida por más de cincuenta mil trabajadores
(africanos e indígenas), según Bernal Díaz. Se adelantaba las inminen­
tes victorias mediterráneas (que no pasaron de ser una ilusión), pero
describía también otros acontecimientos históricos locales; miles de in­
dígenas nahuas y posiblemente otros pueblos mesoamericanos repre­
sentaban los papeles de atacantes y defensores durante el asedio de Ro­
das, en el que Cortés lideraba las fuerzas cristianas.
Para el público español, éste era el acontecimiento principal, pero
los espectadores y participantes indígenas y negros probablemente con­
cedían idéntica importancia a la obra que precedía al asedio. El espec­
táculo de obertura representaba tres bosques artificiales llenos de ani­
males reales, que eran «cazados» por grupos de guerreros indígenas. Los
actores indígenas reflejaban tanto la tradición de los «hombres salva­
jes» europeos medievales como la tradición mesoamericana que con­
trastaba a los nahuas «civilizados» de México central con los mesoame­
ricanos «bárbaros» (los chichimecos y otros pueblos de la frontera entre
el imperio mexica y Nueva España), La cacería acababa convirtiéndose
en una batalla entre esos dos grupos, conflicto que se agudizaba pero al
final se resolvía con la llegada de una caballería de «más de cincuenta
hombres y mujeres negros», según señala Díaz, liderados por un rey y
una reina negros.
La presencia y la función de los africanos en la obra no se interpre­
taban del mismo modo en los diversos sectores de la población de la an­
tigua Ciudad de México. Para los españoles, el papel de los africanos e
indígenas recalcaba la idea de que los no españoles que participaban en
la conquista eran simples agentes armados del colonialismo, o meros
actores del conflicto militar. Para los indígenas, la función de los negros
era agridulce, pues por una parte representaba la colaboración militar
africana en la invasión española, pero por otra era una parodia de dicha
invasión, a través de su representación como una misión completamen­
te africana, extensiva incluso a la propia monarquía. Para los africanos,
su entrada en escena a caballo era tal vez una ufana celebración de su
proeza militar, un estatus de conquistador que raras veces se les reco­
nocía en público. Todos los presentes recordaban, probablemente, que
apenas dieciocho meses antes, en el otoño de 1537, un grupo de los
10.000 africanos ya residentes en Ciudad de México había tramado una
92 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

revuelta de esclavos y había coronado a un rebelde negro como rey. Es­


te monarca esclavo, junto con otros líderes negros, había sido pública­
mente ejecutado, y sin duda resucitaba allí, en la mente de los negros de
la ciudad, encarnado en aquel rey africano de ficción.24
Al margen de su identidad o perspectiva, ninguno de los habitantes
de Ciudad de México en 1539 habría considerado incongruente la pre­
sencia negra en el festival anual de la conquista. Todos sabían que los
africanos habían participado en la conquista real. De hecho, los africa­
nos no sólo estuvieron presentes en la conquista de Ciudad de México,
sino también en todas las campañas españolas de invasión y colonización
de América. Debido a que la mayoría de los africanos llegaba como ma­
no de obra esclava, y a que se les atribuía un estatus subordinado en la
visión del mundo castellana, cada vez más etnocéntrica, el papel central
de los negros era sistemáticamente ignorado por los españoles que es­
cribían sobre la conquista. Como sucede en muchos otros aspectos de la
conquista que evolucionan como un collage de mitos, los historiadores
posteriores y otros autores reafirmaron esta marginalización. Así pues,
los indicios de la presencia negra son escasos y a menudo confusos, pe­
ro cuando se unen todas las piezas, resulta incontrovertible.
Uno de los indicios es la trayectoria vital de un conquistador negro
extraordinario, Juan Valiente.25Aunque no disponemos de información
directa sobre la juventud de Valiente, casi con toda seguridad nació en
África occidental en torno a 1505 y fue adquirido a tierna edad por tra­
ficantes de esclavos portugueses en la costa. Formó parte del contin­
gente de esclavos y cargamentos varios que llegó a México poco des­
pués de la invasión española y la caída del imperio mexica. Un español
llamado Alonso Valiente lo compró, lo bautizó y se lo llevó a su casa de
nuevo señor en la ciudad de Puebla, recién fundada, en torno a 1530.
Como era de esperar, Juan Valiente no se sentía cómodo en su posición
de siervo doméstico esclavo. No sabemos si desarrolló alguna estrategia
para romper los vínculos de su servidumbre, pero en 1533 logró con­
vencer a su propietario de que lo dejara marchar para buscar una opor­
tunidad como conquistador durante un período de cuatro años; su se­
ñor aceptó, con la condición de que se comprometiese a dar cuenta de
sus ganancias y a entregárselas. El africano debía cumplir los términos
de este contrato en todo momento para no ser detenido como esclavo
fugitivo.
Valiente llegó a Guatemala a tiempo para sumarse a la expedición
de Pedro de Alvarado a Perú. La extensa compañía de Alvarado, for-
GUERREROS INVISIBLES 93

mada por españoles, indígenas y africanos, se detuvo en el norte de Pe­


rú por orden de Diego de Almagro, que por aquel entonces, en 1534,
era todavía aliado de Pizarro. Almagro obligó a Alvarado a retirarse,
pero los que habían seguido a este último tenían la opción de sumarse
o no al primero. Valiente decidió cambiar de compañía, y en 1535 com­
batió en Chile junto con las fuerzas de Almagro. El índice de mortali­
dad era elevado en la conquista, pero los que sobrevivían incrementa­
ban su fortuna de manera drástica. Es lo que ocurrió en el caso de
Valiente, a pesar de su estatus de esclavo. En 1540 estaba de nuevo (o
todavía) en Chile, pero ya con un rango de capitán, caballero y socio de
pleno derecho en la compañía de^uan de Valdivia] Las continuas cam­
pañas bélicas contra los indígenas araucanos de Chile durante la déca­
da de 1540 le reportaron nuevos beneficios: en 1546 una propiedad a
las afueras de Santiago, ciudad que contribuyó a fundar junto con Val­
divia, y cuatro años después una encomienda. Entretanto, Valiente con­
trajo matrimonio con Juana de Valdivia, quizá sierva indígena, pero más
probablemente antigua esclava africana del gobernador.26
Durante aquellas décadas, el propietario del conquistador negro,
Alonso Valiente, que se encontraba todavía a 6.000 kilómetros de dis­
tancia, en la ciudad mexicana de Puebla, no había renunciado a su in­
versión. Si bien la autorización de viajé concedida a Juan Valiente le
obligaba a regresar y entregar el botín de la conquista a su señor al ca­
bo de cuatro años, se le remitió una versión actualizada tras el venci­
miento del contrato originario. Probablemente el esclavo nunca la reci­
bió, pues cuatro años después del primer vencimiento, en 1541, Alonso
todavía no había recibido noticias de Valiente. Aquel mismo año enco­
mendó a su sobrino la misión inútil de encontrar al esclavo y traerlo de
vuelta o negociar un buen precio a cambio de su manumisión.27Curio­
samente, Valiente no había olvidado tampoco el contrato con Alonso,
A pesar de sus victorias como conquistador y su capacidad de vivir co­
mo hombre libre en Chile, le atormentaba el estatus de esclavo, de mo­
do que, en 1550, solicitó a un funcionario real que adquiriese para Va­
liente su libertad legal, bien en Lima o en Puebla. Pero el funcionario
huyó a España con el dinero. Al fin, cinco años después, Alonso Va­
liente tuvo noticias de la trayectoria de su eslavo y realizó un nuevo in­
tento de recuperar los frutos de su inversión. Pero por aquel entonces,
el conquistador y encomendero negro había sido ya asesinado por los
araucanos en la batalla de Tucapel de 1553.
94 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

La vida de Juan Valiente parece extraordinaria y novelesca. Pero to­


dos sus aspectos se relacionan con rasgos típicos de la actividad del con­
quistador español o con la experiencia africana en los primeros tiempos
de la conquista. Por lo que se refiere a su estatus de esclavo africano oc­
cidental trasladado contra su voluntad a América en el siglo XVI, el caso
de Valiente no es excepcional. El tráfico de esclavos de Africa occiden­
tal, que formaba parte del comercio del Sáhara desde hacía siglos, se
convirtió en un componente importante de la nueva economía adánti-
ca a finales del siglo XV. El descubrimiento de América derivó el tráfico
de esclavos en una nueva dirección y. lo amplió considerablemente,
pues durante los cuatro siglos que transcurrieron hasta 1850 unos 12
millones de hombres y mujeres esclavos de África occidental y central
fueron transportados en los barcos que atravesaban el Atlántico. Aun­
que los portugueses, y posteriormente los ingleses, dominaron este ne­
gocio, los castellanos participaron también desde el siglo XV. Los pri­
meros africanos negros trasladados a América probablemente llegaron
en 1502, y en 1510 el rey de España autorizó el primer gran envío masi­
vo de esclavos africanos: 250 destinados a La Española. A finales del si­
glo XVI, unos 100.000 africanos habían sido enviados a las colonias his­
panoamericanas.28
La finalidad más evidente del tráfico de esclavos por el Atlántico
era satisfacer las necesidades de mano de obra, y la ocupación más in­
fame de los esclavos en el Nuevo Mundo era la de trabajador de las
plantaciones. Si bien es cierto que los españoles establecieron planta­
ciones de azúcar y otros cultivos con mano de obra esclava, sus colonias
se construían principalmente en zonas de alta densidad de población
indígena, de modo que utilizaban la mano de obra local. En conse­
cuencia, los esclavos negros de los españoles en las colonias solían ser­
vir como ayudantes personales: criados domésticos, asistentes en em­
presas comerciales, o simples símbolos de estatus social, al igual que en
los tiempos de la conquista eran asistentes personales de algunos con­
quistadores españoles. En este caso eran siervos armados; y en los com­
bates, si lograban sobrevivir, solían conquistar su libertad y convertirse
en conquistadores de pleno derecho.
Juan Valiente llegó al Nuevo Mundo demasiado tarde como para
inscribirse en este tipo de actividad en el Caribe y México, pero otros
africanos combatían ya junto con los primeros españoles. Juan Garrido,
por ejemplo, nacido en Africa occidental hada 1480, estaba en Lisboa
y Sevilla al final de la última década del siglo XV y llegó al Caribe en
GUERREROS INVISIBLES 95

TABLA 2. La vida de Juan Garrido, un conquistador negro

,Cs¡1480? Nace en África occidental y probablemente es vendido como


esclavo a traficantes portugueses.
c. 1495? Se hace cristiano en Lisboa; después se desplaza a Sevilla (pu­
do haber adquirido la libertad en Lisboa o Sevilla).
c. 1503 Cruza el Atlántico hasta Santo Domingo, probablemente co­
mo criado o esclavo de un español llamado Pedro Garrido.
1508-1519 Participa en la conquista de Puerto Rico y Cuba, en las supues­
tas conquistas de Guadalupe y Dominica, y en el descubri­
miento de Florida; el resto del tiempo reside en Puerto Rico.
1519-1521 Participa en la expedición de conquista de México central,
probablemente como criado de Pedro Garrido y, posterior­
mente, de Hernán Cortés (o, menos probablemente, en el sé­
quito de Juan Núñez Sedeño [1519] o Pánfilo de Narváez
[1520]).
1521 Construye una capilla conmemorativa en el paso elevado de
Tacuba, cerca del lugar donde murieron numerosos españoles
y aliados en 1520.
1521-1523 Reside en las proximidades de dicha capilla, en las afueras de
Ciudad de México; planta las tres primeras semillas de trigo
que se cultivan en Nueva España.
1523-1524 Participa en la expedición de Antonio de Carvajal a Michoa­
cán y Zacatula.
1524-1528 Reside en Qudad de México; el 10 de febrero de 1525 recibe la
concesión de un solar en la ciudad reconstruida; en 1524-1526
desempeña el puesto de portero, y durante un tiempo también
de pregonero y vigilante del acueducto de Chapultepec.
1528 Encabeza una expedición para explotar minas de oro en Zaca­
tula, expedición que contaba con un nutrido grupo de escla­
vos negros.
1528-1533 Reside en Ciudad de México.
c. 1533-1536 Participa en la expedición de Cortés a Baja California, como
responsable y copropietario de un batallón de esclavos negros
e indígenas encargado de explotar las minas.
1536-c. 1547 Reside en Qudad de México, donde muere; deja esposa y tres
hijos (uno de los cuales pudo ser quizás el Juan Garrido que
residió en Cuernavaca en 1552).

Fuentes: AGI, México 204, fe. 1-9; Iceza, Diccionario, I, pág. 98; Gerhard, «A black conquistador»,
1978; Alegría, Juan Garrido, 1990; Altman, «Spanish society», 1991, pág. 43 9.
' Nata: Se publicó una variante de esta tabla en «Black conquistadors», 2000, pág. 177.
96 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

1502 o 1503 (véase la tabla 2). Posteriormente dedaró que había cruza­
do d Atlántico como hombre libre, aunque probablemente adquirió su
libertad en el Caribe, Entre 1508 y 1519 combatió en la conquista de
Puerto Rico y Cuba, en la invasión de otras islas, y en el descubrimien­
to de Florida. En 1502 d gobernador de La Española, Nicolás de Ovan­
do, había traído africanos para que sirvieran como ayudantes de los
conquistadores, pero cuando hideron lo contrario y se sumaron a la re­
sistencia indígena de la isla, prohibió la importación de esclavos negros.
La prohibición apenas tuvo efecto; los españoles induían en sus expe­
diciones a todos los africanos que podían costearse.29Garrido no era en
absoluto el único conquistador negro que acompañó a Ponce de León
a Puerto Rico, ni era el único que invadió Cuba con Diego Velázquez,
quien en 1515 escribió al rey para decirle que habían participado en la
conquista muchos esclavos negros.30
En varios aspectos, Valiente y Garrido eran ejemplos prototípicos
de conquistadores negros. Al parecer, los dos habían nacido en África.
Sólo una minoría de los negros que participaron én la conquista había
nacido en España o Portugal (entre los ejemplos de este tipo se cuentan
Juan García y Miguel Ruiz; véanse las tablas 3 y 4, págs. 101 y 105 res­
pectivamente), y sólo mucho más tarde se sumaron también soldados
negros nacidos en América. Uno y otro adquirieron la libertad a raíz de
sus experiencias militares; a Garrido se le concedió legalmente dicho
estatus, mientras que Valiente lo asumió en la práctica y sólo se le de­
negó su confirmación legal a causa de las dificultades que planteaba la
comunicación a larga distancia en la América española d d siglo XVI.
Los dos tenían unos 28 años cuando emprendieron la carrera de con­
quistador, y tal vez rondaban los 30 cuando combatieron por primera
vez en el Nuevo Mundo. Si bien los conquistadores españoles contaban
entre 25 y 30 años como media, los africanos eran por lo general algo
mayores, probablemente porque los africanos más jóvenes, menos his­
panizados, no eran de tanta confianza para los españoles en los puestos
armados, y preferiblemente se les asignaban otras fundones de mayor
riesgo, como «blanco de las flechas». Por último, d nombre de pila de
ambos era Juan, al igual que más de la mitad de los conquistadores ne­
gros conocidos, lo cual pone de relieve la falta de imaginación de los es­
pañoles al bautizar esclavos.31
El principal aspecto en que divergen Valiente y Garrido es la época
de llegada al Nuevo Mundo. Garrido llegó mucho antes y por ello pudo
participar en las principales conquistas caribeñas y mexicanas. Valiente
GUERREROS INVISIBLES 97

llegó a México y Perú una generación después, concluidas ya las fases


fficiales de la conquista, de manera que combatió en una región más
periférica.
En 1519 Juan Garrido se sumó a la expedición de Cortés al conti­
nente, y en la década de 1520 fue uno de los residentes fundadores de
Ciudad de México. Garrido comentó posteriormente al rey, en una car­
ta, que «yo fui el primero que hizo la yspiriencía en esta Nueva España
para sembrar trigo e ver si se dava en ella lo qual hizo y espirimente to-
do a mi costa».32 Otro acontecimiento novedoso atribuido a un africa­
na en México fue el contagio de la viruela al continente. Francisco de
Iguía, uno de los esclavos negros de la expedición de Narváez de 1520,
murió posiblemente a causa de esa enfermedad, poco después de de­
sembarcar en las costas mexicanas.33
A diferencia de las expediciones posteriores, los africanos no partici­
paron en la conquista de México en contingentes muy numerosos, pues,
eömo observa Bernal Díaz, en aquella época los negros y los caballos va­
lían su peso en oro.34Pero Garrido y Eguía se contaban probablemente
entre las decenas de negros que invadieron el imperio mexica junto con
lös españoles. Uno de ellos era Juan Cortés, esclavo que tomó su nom­
bre de su propietario. Juan Sedeño tenía también su propio siervo afri­
cano. Los hermanos Ramírez, que posteriormente siguieron a Alvarado
a Guatemala, llevaban sendos caballos y esclavos negros a México.35
Tanto los españoles como los indígenas aluden a la presencia de los ne­
gros, pero raras veces aportan detalles concretos. El cronista dominico
Diego Durán, por ejemplo, menciona varios «siervos y negros», mien­
tras que el informe de Sahagún sobre los indígenas (Historia general de
las cosas de Nueva España, también llamado Códice florentino) señala
sólo «cómo venían algunos negros entre ellos [entre los españoles], que te­
nían los cabellos crespos, y prietos».36 Dos de las ilustraciones que
acompañan la crónica de Durán representan a un negro africano junto
a Cortés (véase la figura 8).37Tales dibujos probablemente no preten­
den representar a individuos concretos, sino simbolizar la presencia de
numerosos siervos y esclavos negros en la expedición; todos ellos com­
batían en los enfrentamientos y, si sobrevivían, se convertían en con­
quistadores veteranos como Garrido.
La conquista de México, primera conquista importante del conti­
nente, contribuyó a inspirar y financiar una oleada de expediciones es­
pañolas por toda América. En todas ellas participaron siervos y esclavos
africanos, muchos de los cuales, como Juan Garrido y Juan Valiente, se
98 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

F i g u r a 8. Cortés, escoltado p or un siervo o esclavo negro y varios españoles, es


recibido por M octezuma, que a su vez va acom pañado de dos señores m exicas; lámina
58 de fray D iego de Duran, H istoria de las Indias de Nueva España (1581).

hicieron conquistadores o continuaron combatiendo como tales (véase


la tabla 3, pág. 101). Estas expediciones pueden dividirse en dos gru­
pos: por una parte, la línea de conquista que parte de México central
y, por otra, la línea que se prolonga hacia Sudamérica.
Un rasgo que ilustra la primera línea de conquista —que por un la­
do se dirige hacia el extremo septentrional de México y por otro conti­
núa hacia el sur de Mesoamérica hasta Honduras— es la experiencia
continua de Garrido en la conquista y la exploración de Nueva España,
después de la caída de Tenochtitlán. Participó en expediciones a las re­
giones mexicas de Michoacán y Zacatula en la década de 1520, y a Baja
California con Cortés en la década siguiente. Por esta época, se conta­
ban ya por centenares los negros que participaban en tales expedicio­
nes, y a veces sobrepasaban en número a los miembros españoles de las
compañías; Cortés se llevó mas de 300 africanos a Baja California.38
Garrido partía periódicamente de México central hacia el norte,
mientras que Valiente eligió la ruta del sur, hacia Guatemala. Alvarado
se llevó africanos a las tierras altas mayas en 1524, y continuaron lle­
gando nuevos contingentes en los años siguientes, casi siempre como
esclavos; muchos se sumaban a las clases negras inferiores de la capital
guatemalteca, y algunos optaban por buscar una oportunidad de con­
quista, como hizo Valiente.39En 1533 corrían por todas las colonias ru-
GUERREROS INVISIBLES 99

motes sobre Perú y sobre la tan cacareada expedición de Montejo, que


sucumbió en Yucatán. Si la cronología y el desenlace de los descubri­
mientos españoles hubieran sido diferentes, o si Valiente hubiera llega­
do a Guatemala antes del descubrimiento dePerú o hacia 1540, podría
haber optado por viajar hacia Yucatán. Se habría encontrado allí con
decenas de africanos en las primeras campañas de Montejo, y quizá
más de cien en la invasión final de la década de 1540. Entre ellos se in­
cluía un africano bautizado como Sebastián Toral, que adquirió la li­
bertad por sus afanes, formó una familia y se estableció como uno de
los primeros colonos de la capital yucateca de Mérida, donde hacia
1550 la población negra y la española se distribuían casi al 50 %.40
Cuando Juan Valiente se sumó a la vasta pero efímera expedición de
Alvarado a Perú en 1534, viajó con otros 200 africanos, mayoritaria-
mente siervos y esclavos, pero también voluntarios en algunos casos,
como el suyo. Cuando decidió quedarse en Sudamérica, se pasó de una
línea de conquista a la otra. Esta última había comenzado en el Caribe
y las regiones del sur de América central en la década de 1510 {véase la
tabla 3),41continuó hacia el sur por gran parte del territorio peruano en
la década de 1530 y posteriormente se adentró en Sudamérica, como se
refleja en la trayectoria de Valiente en Chile desde finales de la década
de 1530 hasta la de 1550.
Los movimientos y las motivaciones de Juan Valiente lo identifican
como un miembro excepcional de la diáspora africana que formó parte
de la expansión española en el siglo XVI. Eso sucedió tanto durante su
etapa en Sudamérica como en las fases anteriores en otras zonas del
continente. Al igual que Garrido no fue el único conquistador negro de
México, como tampoco fue Valiente el único africano de Perú y Chile
6n la década de 1530. En la compañía de Pizarro en Cajamarca había
dos negros, Juan García y Miguel Ruíz, cuyas biografías pueden re­
construirse con cierto detalle (véanse las tablas 3 y 4, págs. 101 y 105
respectivamente). Éstos eran mulatos libres que se sumaron voluntaria­
mente a la expedición. También había un número impreciso de otros
negros, sobre todo esclavos africanos, que participaron en ésta y en las
siguientes expediciones a los Andes. De hecho, la única víctima mortal
del bando español durante la captura de Atahualpa fue un esclavo ne­
gro de Jerónimo de Aliaga.42
La crónica de la conquista de Pedro de Cieza de León, joven español
que pasó quince años (1535-1550) como cronista y conquistador en Su­
damérica, es representativa de la tendencia hispánica a ignorar, y a la vez
100 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

revelar, la función de los negros. Cieza de León nunca indica el número


total de negros en ninguna compañía, ni menciona a ninguno de los que
combatieron o viajaron con él, pero en diecinueve ocasiones alude a la
presencia de combatientes africanos. Trece de estas refetencias corres­
ponden a negros de las expediciones peruanas; seis participaron en las
chilenas; siete son africanos que murieron de hambre o frío en los Andes
septentrionales o en Chile. Valiente participó probablemente en uno de
estos viajes y logró sobrevivir.43Las restantes referencias de Cieza de León
dejan constancia de incidentes notables que revelan la presencia negra,
a pesar de que el cronista elude ese dato en otras partes de la historia. Un
africano descubrió agua fresca para una compañía liderada por el primo
de Alvarado, Diego, en el interior de Ecuador; otro africano salvó la vida
a Alvarado; los indígenas andinos intentaron lavar la piel de un esclavo
negro para blanquearla; Manco Inca, cacique inca que sucedió a Ata­
hualpa, cortó el dedo a un mensajero mulato.
Otras fuentes dejan también constancia de una retahila similar de
incidencias que reflejan la presencia negra en la conquista, peruana.
Uno de los cuatro conquistadores no indígenas que llegan a la capital
inca de Cuzco en 1533 era un negro (que regresó a Cajamarca al frente
de una caravana de porteadores andinos que cargaba metales precio­
sos). Durante el asedio de Cuzco en 1536, por las fuerzas de Manco In­
ca, los negros trabajaron para sofocar cuanto antes el incendio provo­
cado por los atacantes andinos en el tejado del palacio real. Una fuerza
enviada desde La Española para liberar a los defensores estaba forma­
da por 200 africanos con experiencia militar, un verdadero escuadrón
de conquistadores negros.44
Cieza de León también documenta la presencia de negros en una
desastrosa expedición a Colombia en la década de 1530, periplo en el
que el cronista casi pierde la vida. Al final los conquistadores lograron
establecer en la zona una colonia que denominaron Nueva Granada;
uno de ellos era Pedro de Lerma, mulato que alcanzó el estatus de con­
quistador de pleno derecho. Numerosos negros, en su mayoría escla­
vos, desempeñaron funciones diversas en las expediciones de conquis­
ta de Nueva Granada. En una de las expediciones se rebeló un grupo
de esclavos y el gobernador, Luis de Lugo, ordenó la castración de los
insurrectos. Uno de ellos murió. Asimismo viajaban africanos con el in­
fame Lope de Aguirre, con Diego de Orgaz por el Orinoco, y con Die­
go de Losada en la conquista de Caracas (uno de ellos, Antonio Pérez,
era un capitán veterano).43
GUERREROS INVISIBLES 101

TABLA 3. Principales rasgos biográficos de algunos conquistadores negros

Lugar de nacimiento y Recompensa por Jos


Nombre estatus Lugares de conquista combates

Juan Garrido África o Portugal, México, Zacatilla y Baja Manumisión; varios


esclavo negro California puestos menores; solar
en Ciudad de México

Sebastián Toral África (?), esclavo negro Yucatán Manumisión; exención


tributaria

Pedro Fulupo África (?), esclavo negro Costa Rica Desconocida

Juan Bardales África, esclavo negro Hondutas y Panamá Manumisión; pensión de


50 pesos

Antonio Pérez Norte de África, negro Venezuela Caballero; ascenso a


libre capitán

Juan Portugués África o Portugal, negro Venezuela Desconocida

Juan García España, mulato Ubre Perú Cuota de oro y plata por
su estatus de
«conquistador a pie» en
Cajamarca; parte del
botín en Cuzco

Miguel Kuiz España, mulato libre Perú Cuota de oro y plata por
su estatus de lacayo en
Cajamarca; parte del
botín en Cuzco, a título
postumo

Juan Valiente África (?), esclavo negro Perú, Chile Tratado como libre;
caballero; ascenso a
capitán; propiedad y
encomienda

Juan Beltrán Hispanoamérica, mulato Chile Consolidado como


libre (indígena negro) capitán del fuerte de
Villattica; una
encomienda

fueates: AGI, M ixteo, 204, fe. 1*9; Icaxa, Diccionario, 1923» 1, pág. 98; Gerhard, «À black conquistador», 1978; Alegría, Juan Ga­
rrido, 1990; AGI, M éxko, 2999,2, f. 180; Melénde* y Duncan, E l negro, 1972, píg. 25; Herrera, «People ofStuitUgo», 1997, p¿g.
254; Oviedo y Baños, H istoria, 1967 U723], págs. 347,390,394,438-439; Cieza de León, Perú, 1998 [1550], pág. 243; Lockhart,
Cajamarca, 1972, págs. 6-13,380-384,421-422; Boyd-Bowman, «Negro EÍavei», 1969, pigs. 150-151; Sater, «Black experience»,
1974, p&gs. 16-17; Visques de E spin o », Compendium, 1942 [1620], págs. 743*744.
No(a: Se publicó una variante de esta tabU en «Bleck conqulitidors», 2000, pág. 174.
102 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Al igual que Garrido ha sido considerado como el único conquista­


dor negro de México, Juan Valiente ha pasado a los anales como «el
único conquistador negro de Chile».46Pero los datos relativos a Méxi­
co, Chile, Perú, Colombia, Venezuela y otras zonas indican que aque­
llos hombres no estaban solos. Y si bien los africanos que participaron
en expediciones anteriores se contaban por decenas o centenares, muy
pronto alcanzaron la cifra de varios millares en las principales colonias,
como era el caso de Perú, incluso después del final de la conquista. En­
tre 1529 y 1537 los hermanos Pizarro recibieron 258 licencias para im­
portar esclavos africanos a Perú, y en 1534 Alvarado trajo 200 africanos
más (y muchos de ellos, como Valiente, permanecieron allí). Pero mu­
chos otros negros llegaron de manera ilegal, entre ellos 400 esclavos en­
viados desde Panamá a Perú en un solo semestre de 1535. Cuando las
guerras de conquista de la década de 1530 derivaron en la guerra civil
hispano-peruana de la década siguiente, el número total de negros de
Perú alcanzó los dos millares, y a comienzos de la década de 1550 ron­
daba ya los 3.000.47
Además de que en Perú y Chile residían muchos otros africanos,
la experiencia de Valiente en el ejército guarda semejanza con la de otros
negros. Se han conservado los nombres de algunos que combatieron en
Chile: un africano llamado Felipe luchó en Marihueni, un tal Juan Fer­
nández participó en los combates de Cañete, y Juan Beltrán desempeñó
una función esencial en la conquista de Villarrica, donde fue designado
comandante de la guarnición.48 En otras zonas de América los docu­
mentos aportan alguna información sobre los rigores soportados duran­
te años por numerosos conquistadores negros en los frecuentes comba­
tes. Juan Bardales, por ejemplo, afirma que sufrió 106 heridas de flecha
en Honduras y salvó la vida de su capitán español (véase la tabla 3 ).49
El rey concedió a Bardales una pensión, al igual que a Toral, con­
quistador negro de Yucatán, de quien comentó que «nos ha servido
[...] especialmente en ayudar a poner esa provincia debajo de nuestra
obediencia».50 Parece un reconocimiento, algo renuente, de los servi­
cios prestados. Los españoles raras veces aceptaban la importancia de
los africanos en los combates, a pesar de que solían considerar a los afri­
canos como muy avezados en las artes bélicas, según apunta un oficial.51
Esta percepción obedece a varios motivos. Los esclavos negros sirvie­
ron durante siglos en Oriente Próximo, norte de Africa y la Península
Ibérica. La mayoría de los africanos negros era esclavizada en las cam­
pañas bélicas, y por tanto eran muchos los que contaban con experien-
g u e r r e r o s i n v is i b l e s 103

cia en el campo de batalla. Por último, los africanos residentes en Amé­


rica desarrollaban las destrezas marciales no sólo para sobrevivir, sino
también como un medio para adquirir la libertad, que era una de las re­
compensas habituales de los conquistadores negros.52
Los españoles consideraban que había dos categorías de africanos
especialmente belicosos: por una parte, los musulmanes en general y,
por otra, los wolofs en particular, que suscitaban grandes temores y re­
celos, si bien eran respetados y valorados por sus aptitudes marciales.
Por ejemplo, en la legislación real de 1532, los wolofs (provenientes de
la región del río Senegal, en Africa occidental) se caracterizaban como
«arrogantes, desobedientes, rebeldes e incorregibles». Juan de Caste­
llanos, poeta español del siglo xvi que vivió cierto tiempo en Puerto Ri­
co, los describe así: «Destos son los Gilosos muy guerreros / Con vana
presunción de caballeros».55 Los conquistadores negros que los espa­
ñoles consideraban más leales y hábiles en el terreno militar eran loados
como un dechado de virtudes. Uno de ellos era Juan Beltrán, mulato de
origen africano e indígena americano, cuyas hazañas en el Chile del si­
glo XVI eran ya legendarias cuando Vásquez de Espinosa escribió sobre
él en 1620. El viajero español relató que aquel valiente capitán merecía
gozar de la gloria eterna por sus grandes hazañas en los combates con­
tra los indígenas. Lo describe como muy servicial con los españoles,
muy obediente y leal. Con los indios, en cambio, era implacable; todos
se sobrecogían ante su presencia, hasta el punto de que la simple men­
ción de su nombre los intimidaba.54
Beltrán combatió muchos años en Chile hasta que sus enemigos
araucanos acabaron con su vida, y Valiente murió también durante un
enfrentamiento contra esos mismos indígenas americanos, cuando con­
taba casi 50 años. Beltrán y Valiente no son ejemplos típicos de con­
quistadores negros en el sentido de que continuaron desarrollando ac­
tividades de combate, mientras que la mayoría de los conquistadores
negros primero luchaba y después se asentaba con un nuevo estatus en
las colonias mesoamericanas y andinas recién fundadas.
Los españoles relacionaban a los africanos y mulatos con un núme­
ro muy reducido de actividades, roles estereotípicos consolidados, en
parte, porque los españoles procuraban asignar a los negros tales tareas.
El trabajo más habitual era el de pregonero, puesto que ocuparon Juan
García (véase la tabla 4) y Juan Garrido; el pregonero de Lima en la dé­
cada de 1540, Pedro de la Peña, era también negro. Entre las restantes
funciones típicamente asignadas a los negros se contaban la de guarda,
104 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

subastador (Pedro de la Peña lo era también), verdugo, gaitero (de nue­


vo, Juan García), y maestro de pesos y medidas (también García). El
puesto más característico era el de portero, puesto ocupado por Garrido
en Ciudad de México y por Sebastián Toral, uno de los conquistadores
negros de Yucatán, en Mérida. El portero se encargaba de convocar a
los funcionarios municipales de la ciudad española, preparaba las me­
sas y sillas, y vigilaba la puerta durante las reuniones.’5
No está claro si Valiente ostentó alguna vez tales cargos, aunque
quizá lo habría conseguido si hubiera permanecido en Perú o hubiera
llegado a tiempo para combatir en México o Guatemala. Dado que ta­
les puestos fueron asignados, por lo general, después de las primeras
guerras de conquista, y la conquista de Chile fue una misión intermina­
ble, Valiente probablemente continuó siendo conquistador, en lugar de
hacerse portero o pregonero después de la conquista. Además, la su­
pervivencia de Valiente en la frontera le valió el ascenso a un nivel so­
cial vedado a los hombres de origen africano en las principales colonias,
como México, Guatemala y Perú, No era común, pero tampoco inau­
dito, que un africano adquiriese un caballo o ascendiese a capitán. La
concesión de una propiedad y posteriormente una encomienda era poco
frecuente en la frontera y nunca ocurría en las zonas de mayor relevancia.
De hecho, los únicos indicios sólidos que he encontrado de concesión de
encomiendas a negros provienen de Chile, donde la recibieron Valien­
te, Juan Beltrán y dos mulatos, llamados Gómez de León y Leonor Ga-
liano.56
Por lo general, los negros aspiraban a establecerse en la periferia de
las nuevas ciudades españolas y ocupar puestos marginales. Más rara
fue la decisión de Juan García, que cobró su parte del botín tras la con­
quista de Perú y regresó a España, donde pasó el resto de su vida. Por
ser un mulato libre, de nacionalidad española, y miembro de una com­
pañía que resultó especialmente lucrativa, al adquirir oro y plata en Ca­
jamarca en 1532-1533 y en Cuzco en 1534, pudo permitirse el lujo de
trasladarse a la metrópoli. Pero también huía de los rumores envidiosos
que corrían por la ciudad de Lima, a propósito de su estatus advenedi­
zo.57 Sin duda alguna, se valoraba la participación de los africanos en la
conquista española, pero sólo si lograban asentarse después de los com­
bates como ciudadanos libres y subordinados, en sus puestos de porte­
ros, como Garrido y Toral, o combatían denodadamente hasta la muer­
te, como Beltrán y Valiente.
GUERREROS INVISIBLES 105

T abla 4, La vida de Juan García, conquistador negro

c. 1495? Nace libre, cerca de Jaraicejo (en las proximidades de Trujillo, en


Extremadura), probablemente de origen mestizo negro-español,
aunque posteriormente es caracterizado por otros españoles co­
mo «negro».
1530 Es reclutado en Trujillo para la expedición de Pizarro a Perú; de­
ja en España a su mujer y sus dos hijas.
1531-1534 Miembro «de a pie» de la expedición de Pizarro que parte de Pa­
namá en enero de 1531; ocupa el puesto de pregonero y gaitero, y
es responsable de pesar el oro y la plata en Cajamarca; está pre­
sente en el reparto de oro y plata en Coaque en 1531, en Caja-
marca en 1533 (donde compra una esclava indígena nicaragüense
a un conquistador de la misma compañía), y en Cuzco en 1534.
1534-1535 Es uno de los ciudadanos fundadores de la Cuzco española, don­
de reside entonces.
1535-1536 Viaja a Lima, donde pasa el tiempo preparando su viaje de regreso
a España, después a Nombre de Dios (Panamá) y luego de vuelta a
Extremadura; se lleva consigo sus posesiones de oro y plata y pro­
bablemente también a su hija ilegítima y su madre andina indíge­
na, que era una de sus criadas.
1536-1545 Vive en la zona de Jaraicejo-Trujillo al menos hasta 1545, donde
se hace llamar Juan García Pizarro; se desconoce la fecha de su
muerte.

Fuentes; Lockhart, Cajamarca, 1972, págs. 6-15, 380-384; Cieza de León, Perú, 1988 [1550],
pág. 243.
Nota: Se publicó una variante de esta tabla en «Black conquistadors», 2000, pág. 186.

El episodio final de la vida de Juan Beltrán ilustra el papel desem­


peñado por los combatientes negros e indígenas en la conquista espa­
ñola. Por su valor y osadía en la conquista y fundación de una ciudad
española en Villarrica, según el cronista colonial Vásquez de Espinosa,
el nuevo gobernador encomendó a Beltrán la misión de supervisar la
construcción de un fuerte a las afueras de la ciudad, y posteriormente
lo nombró capitán de la guarnición. También le ofreció quinientos in­
dios, que le obedecieron en calidad de valiente gobernador y capitán.
Él se hizo respetar y era muy temido en las provincias vecinas, donde
emprendía largas malocas o incursiones en las que obtenía grandes tro­
feos.58El propósito de Vásquez de Espinosa era ensalzar a Beltrán, pe­
ro al hacerlo revelaba también que en la conquista «española» un capi­
106 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

tán negro lideró a un grupo de guerreros nativos en los enfrentamientos


con otros indígenas americanos. En efecto, los españoles no fueron los
únicos conquistadores, ni en el corazón del imperio mexica ni en las re­
giones meridionales de América, junto a la frontera chilena.
Capítulo 4

Bajo el dominio de Su Majestad el Rey


El mito de la completitud

Las tierras que acá obedecen a Vuestras Altezas son más que todas
las otras de cristianos y ricas. Después que yo por voluntad divina las uve
puestas debaxo de su real y alto seSorío [...].
C ristóbal C o ló n (1503)

La conquista de América es, en efecto, lo que presagia y define nues­


tra identidad actual; aunque toda fecha que nos permita separar dos pe­
ríodos sea, por definición, arbitraria, ninguna resulta más adecuada, con
el fía de fijar el comienzo de la edad moderna, que el año 1492, el año en
que Colón atraviesa el océano Adántico. Todos somos descendientes di­
rectos de Colón, pues con él comienza la genealogía, en la medida en que
la palabra comienzo tiene sentido.
T zvetan T o do ro v (1984)

Descubrieron tierras, conquistaron provincias, sujetaron reinos, apa­


ciguaron y redujeron naciones bárbaras, pero en muchos de los reinos y
provincias, no fue tan totalmente, ni tan por entero, que no dejasen, entre
unas y otras provincias y reinos, grandes porciones de ellos mismos, sin
conquistar, sin reducir, sin pacificar; y aún algunas sin llegar a descubrir.
J uan de V illagutierre S o to -M ayor (1701)

Algunas guerras tienen dos nombres. El mismo conflicto que los ru­
sos denominan la Gran Guerra Patriótica se conoce en Occidente co­
mo la Segunda Guerra Mundial. La guerra entre México y Estados Uni­
cos se denomina Guerra Mexicano-Americana al norte de la frontera,
108 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

mientras que al sur es la Guerra de Invasión Norteamericana. Pero la


conquista de México no tiene ningún otro nombre. Nadie la ha deno­
minado, al menos en letra impresa, «guerra de invasión española» ni
«guerra hispano-mexica». Lo mismo puede decirse de la conquista de
Perú, Yucatán, y así sucesivamente.
Los títulos convencionales de los diversos episodios que constituyen
la conquista española se aceptan como descripciones simples y neutrales.
Pero no lo son, pues al asignar el término «conquista» a todo el proceso
de exploración, expansión, descubrimiento e invasión, dicho proceso se
enmarca en un contexto en el que los acontecimientos avanzan inexora­
blemente hacia el clímax inevitable de la victoria española. La historia de
la conquista ensalza determinados logros simbólicos de los españoles, co­
mo una victoria (o masacre) o la fundación de una ciudad. Las fechas de
tales acontecimientos se han convertido, por consiguiente, en una suerte
de hitos que marcan la transición de la barbarie a la civilización (en la
mentalidad española), el cambio de lo precolombino, o de la precon-
quista, al período colonial (en la terminología académica actual).
La imagen de la conquista tiene su origen en los propios conquista­
dores y perdura, más o menos intacta, hasta la actualidad. Los españo­
les del siglo XVI presentaban sistemáticamente sus hazañas, y las de sus
compatriotas, en términos que anticipaban, de modo prematuro, la com-
pletitud de las campañas de conquista y envolvían las crónicas de ésta
en el aura de lo inevitable. La frase «conquista española», así como to­
do lo que comporta, ha perdurado a lo largo de la historia porque a los
españoles les interesaba, ante todo, describir sus campañas como con­
quistas y pacificaciones, como contratos cumplidos, como un designio
providencial, como hechos consumados. Tales descripciones dieron lu­
gar a lo que he denominado el «mito de la completitud». En este capí­
tulo se examinan dos motivos, interrelacionados, que explican por qué
obraron de este modo los españoles. El primero es el sistema español de
vasallaje, contrato y recompensa, iniciado por Colón al defender obsti­
nadamente, hasta el fin de sus días, que había cumplido su contrato con
el descubrimiento de una ruta hacia Asia. El segundo era la ideología
de justificación imperial, desarrollada en el siglo XVI, que presentaba la
conquista como un designio divino y a los españoles como agentes de
la providencia. A pesar de estas afirmaciones, la conquista no se com­
pletó hasta varios siglos después de las invasiones españolas iniciales;
la segunda parte de este capítulo presenta siete aspectos de esta in-
completitud.
BAJO EL DOMINIO DE SU MAJESTAD EL REY 109

«¡El Nuevo Mundo es un desastre!», exclama la reina Isabel en la


película de 1992 titulada 1492: La conquista del paraíso, de sir Ridley
Scott, y Cristóbal Colón replica: «¿Y el viejo es acaso un logro?». Una
délas claves del éxito de los conquistadores era su capacidad de des­
cribir sus campañas como cualquier cosa excepto un desastre. Aunque
lá monarquía española no enviaba a los conquistadores potenciales a
América como miembros de un ejército real, ni contribuía a organizar y
financiar las expediciones de conquista, ejercía cierto control sobre las
consecuencias de los descubrimientos a través de la concesión de auto­
rizaciones o contratos de exploración o conquista. A cambio del título
de «adelantado» antes de la victoria, o de los títulos de gobernador
y demás privilegios después de la conquista, el destinatario del permiso
debía sufragar mayoritaría o totalmente los costes de la expedición,
además de planificarla y ejecutarla. Tales contratos resultaban suma­
mente beneficiosos para la corona, en una época en que el poder esta­
tal centralizado no era tan fuerte como en la edad moderna. Existía un
mecanismo para eximir del vasallaje real, tanto si se concedía el permi­
so con un contrato vinculante, como si no. Otro aspecto importante es
que tales contratos eran también fuentes de ingresos, pues la monarquía
solía venderlos y podía demandar por incumplimiento de contrato si no
se satisfacía el preceptivo «quinto» (la quinta parte de los botines y tri­
butos de la conquista). Con el tiempo, la corona añadió a las típicas
cláusulas del contrato de adelantado varias leyes relativas al procedi­
miento de conquista, que facilitaban el encarcelamiento de los con­
quistadores por incumplimiento de contrato (así, Sebastián de Benal-
cázar y Hernando Pizarro fueron encarcelados en la década de 1540), o
bien la imposición de una multa (como en el caso de Juan de Oñate,
castigado en 1614 con una sanción de 6,000 ducados).1
El desafío que afrontaban los líderes conquistadores era considera­
ble. No sólo necesitaban evitar eventuales naufragios, enfermedades, su
captura o muerte a manos de los indígenas invadidos, sino que sus em­
presas debían satisfacer también la definición real del éxito colonial.
No bastaba con descubrir y reivindicar la propiedad de un territorio.
Las supuestas colonias requerían una viabilidad económica inmediata,
preferentemente en forma de minas de oro y plata y sociedades indíge­
nas sedentarias, capaces de localizar y explotar las minas, así como de
proporcionar otros bienes y servicios. En este aspecto, lo difícil no era
ser conquistador, sino convencer a la corona de que uno era un con­
quistador victorioso.
110 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

En consecuencia, los líderes déla expedición se apresuraban a decla­


rar que las regiones conquistadas eran ricas en metales preciosos y pue­
blos indígenas serviles. Tales afirmaciones comenzaron ya con Colón, que
desde el principio intentó convencer a la corona de que había cumplido
los términos de su contrato (las Capitulaciones de Santa Fe, así llamadas
en homenaje a la plaza fuerte próxima a Granada donde se redactó el
contrato en abril de 1492), A comienzos de 1493 Colón explicó a Fer­
nando e Isabel que, después de zarpar, «en treinta y tres días pasé de las
islas de Canaria a las Indias con la armada que los ilustrísimos rey y reina
nuestros señores me dieron, donde yo hallé muy muchas islas pobladas
con gente sin número; y de ellas todas he tomado posesión por Sus Alte­
zas con pregón y bandera real extendida, y no me fue contradicho».2
Informar sobre el cumplimiento del contrato era esencial para que
Colón pudiera cobrar un tercio de los ingresos comerciales obtenidos
en las tierras descubiertas, así como administrarlas en calidad de «Al­
mirante del Mar Océano, Virrey y Gobernador», según se estipulaba en
las Capitulaciones. La insistencia de Colón en que había llegado a Asía
y allí había fundado nuevas tierras se puso en entredicho desde que re­
gresó a España tras su primer viaje. Sus postulados se cuestionaron ca­
da vez más, a medida que se descubría mejor el océano Atlántico y el
continente americano, en los viajes del propio Colón y de otros con­
quistadores. Temeroso de perderlos privilegios de su contrato (como al
final ocurrió), Colón, cada vez con mayor vehemencia, aseguraba haber
encontrado exactamente lo que en su momento había anunciado por
escrito y de palabra a los monarcas.3
Los españoles que atravesaron el Adántico a comienzos del siglo xvi,
en expediciones cada vez mayores, desarrollaron una preocupación si­
milar por la aprobación y el cumplimiento contractual. Las cartas de
Cortés al rey son las series más conocidas de documentos relativos a as­
pectos contractuales, pero son poco representativas, en el sentido de que
Cortés las escribió, en parte, como solicitudes de permiso de conquista,
y en parte desde la presuposición de que ya se le había concedido uno.
Al igual que Cortés, Francisco de Orellana redactó una serie de docu­
mentos durante su traicionero viaje de 1542 por el Amazonas, donde se
adelantaba al eventual hallazgo de tierras indígenas que podían ser con­
quistadas (en cuyo caso, como en el de Cortés, necesitaría un permiso re­
troactivo con el fin de ser gobernador). Las cartas de Orellana al rey pre­
veían, acertadamente, las acusaciones de su señor, Gonzalo Pizarro, por
haberlo abandonado en la Amazonia, del mismo modo que en las cartas
BAJO EL DOMINIO DE SU MAJESTAD EL REY 111

de Cortés se preveía la ira de su propio señor traicionado, Velázquez.


Asimismo, Juan de Oñate se esforzó bastante para obtener el permiso de
1595 que le autorizaba a conquistar Nuevo México. Después remitió nu­
merosas peticiones relativas al cumplimiento contractual de 1597, cuan­
do se le retiró temporalmente el permiso, y entre 1606 y 1624, cuando
sufrió una prolongada investigación real, una condena por el abuso de la
violencia, y una rehabilitación parcial.4
El adelantado Francisco de Montejo remitió al rey una serie de cartas
con la intención de asegurarle que la conquista de Yucatán era posible y
ventajosa. La reiteración de estos dos temas en la escritura contractual es­
pañola convirtió el lenguaje del descubrimiento y el cumplimiento en
un conjunto de tópicos. Montejo, en su carta de 1529 dirigida al rey,
describe la tierra Yucatán en términos muy similares a los utilizados por
muchos otros conquistadores. Alude a la densa población del lugar, la
belleza de sus ciudades, la riqueza natural, las minas de oro y piedras
preciosas, entre otros recursos de gran valor.5
Ésa era una parte de la fórmula, que pretendía demostrar la ade­
cuación de la zona para la colonización. La otra parte se refería al su­
puesto grado de control que tenían ya los españoles en la región. Una
década antes de que Montejo ensalzase el valor de la península de Yu­
catán, Cortés había escrito al rey para comunicarle que, antes de partir
hacia México central, había conquistado una vasta región costera.

Y dejé toda aquella provincia de Cempoal y toda la sierra comarcana


a la villa, que serán hasta cincuenta rail hombres de guerra y cincuenta
villas y fortalezas, muy seguros y pacíficos y por ciertos y leales vasallos
de vuestra majestad, como hasta ahora lo han estado y están, porque
ellos eran súbditos de aquel señor Mutezuma, y según fui informado lo
era por fuerza y de poco tiempo acá. Y como por mí tuvieron noticias de
vuestra alteza y de su muy grande y real poder, dijeron que querían ser
vasallos de vuestra majestad y mis amigos, y que me rogaban que los de­
fendiese de aquel grande señor que los tenía por fuerza y tiranía, y que
les tomaba sus hijos para los matar y sacrificar a sus ídolos. Y me dijeron
otras muchas quejas de él, y con esto han estado y están muy ciertos y
leales en el servicio de vuestra alteza y creo lo estarán siempre por ser li­
bres de la tiranía de aquél, y porque de mí han sido siempre bien trata­
dos y favorecidos.6

El lector no requiere información adicional o contextual para en­


trever cómo se tergiversa la descripción con el fin de cumplir los requi­
112 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

sitos que alentaban el mito de la completitud durante el siglo XVI. La


afirmación de que la conquista ha concluido no se sostiene, de modo
que Cortés recurre a uno de los submitos del mito de la completitud, a
saber, el de la sumisión indígena voluntaria.' En este punto Cortés esta­
blece una eficaz contraposición entre un rey benevolente y poderoso,
junto con su honorable representante, y un cruel tirano indígena. La
inverosimilitud física de la completitud se ve compensada por la refe­
rencia a un proceso que es a la vez físico y metafísico, el triunfo de la
civilización sobre la barbarie.
Dado que el proceso de sumisión al rey fomentó la emisión de in­
formes donde se afirmaba el éxito de las campañas de exploración, los
conquistadores desarrollaron en poco tiempo una ideología de justifi­
cación imperial que ofrecía instrumentos para que tales afirmaciones
fuesen plausibles para sus compatriotas. La ideología del imperio espa­
ñol se basaba en la jurisprudencia medieval y en la mitología de la re­
conquista cristiana de la Península Ibérica, en un concepto judeocrís-
tiano del tiempo, entendido como progresivo y providencial, así como
en una concepción romana, renovada, del imperio,7Desde la última dé­
cada del siglo XV , se añadió un nuevo factor a esta combinación: la ex­
periencia del descubrimiento y la conquista. El resultado fue una ideo­
logía imperial que presentaba todas las campañas de descubrimiento y
conquista no sólo como actos nobles y justificados, sino también como
el deber de los fieles. Tal ideología, un conjunto de ideas abstractas de­
finidas en beneficio de la corona, estaba respaldada por las resoluciones
oficiales del papado y de la monarquía española. Después del primer
viaje de Colón, el papa presidió el célebre Tratado de Tordesillas, que
dividía América, una región en gran medida imaginada, entre los reinos
de Castilla y Portugal, Así pues, en efecto, los españoles eran los desti­
natarios de una concesión divina de tierras y pueblos que todavía de­
bían encontrar y someter. Este principio facilitaba que las declaraciones
de posesión se identificasen con la posesión en sí. A través de simples
actos de llegada y declaración, los españoles ponían las tierras «bajo el
señorío» de la corona española. Todo lo que venía después, la empresa
de conquista y colonización, no era sino la consolidación de dicha pro­
piedad.8
Por extensión, los pueblos indígenas eran súbditos españoles que
aguardaban una decisión sobre su emplazamiento y nuevo estatus1. Se­
gún estipuló la reina Isabel en 1501, cuando la gran mayoría de los pue­
blos indígenas americanos era todavía desconocida para los europeos,
BAJO EL DOMINIO DE SU MAJESTAD EL REY 113

estos «indios» eran «súbditos y vasallos» de la reina y, por lo tanto, de­


bían «pagar los tributos y deberes» correspondientes 9Tales principios,
repetidos por la corona a Cortés en 1523, a Ponce de León en 1525, y a
otros conquistadores en numerosas ocasiones, explican la presuposi­
ción de legítima adquisición, en virtud de la cual se consideraba casi
completa la conquista antes de que hubiera comenzada ¡Además, dado
que los pueblos indígenas eran «súbditos y vasallos» reales antes de que
sé consumase la conquista, su resistencia los convertía en rebeldes Es­
ta categoría definía convenientemente la resistencia a la invasión como
el quebrantamiento violento, ilegal e injustificable de la pax colonial.
Las actividades militares españolas se definían como campañas de «pa­
cificación», más que de conquista, y los líderes de la resistencia podían
ser juzgados y ejecutados por traición. Mucho después de que la coro­
na prohibiese la esclavitud de los indígenas americanos, una fisura jurí­
dica relativa a los «rebeldes» permitía capturar indígenas y venderlas
como esclavosi
Este proceso se observa tanto en la península de Yucatán como en
casi todas las regiones de Hispanoamérica. Después de fundar una nue­
va capital colonial en 1542, llamada Mérida, los españoles establecidos
en Yucatán declararon que la conquista había concluido y que se dispo­
nían a «pacificar» la península. Pero cuándo sólo controlaban una parte
muy pequeña de dicho territorio, se vieron inmersos en violentos en­
frentamientos militares con los distintos grupos mayas, y hallaron una
resistencia especialmente fuerte en el nordeste a finales de la década de
1540. En realidad era un episodio de una guerra de conquista que ini­
ciaba ya su tercera década, pero como los españoles habían declarado
que la conquista ya estaba concluida, catalogaban la resistencia como re­
belión, «el rreuelion que ubo en esta Prouinçia luego rresien conquista­
da», según la describió un colono español.10De este modo se justificaba
la ejecución de los cautivos, el despliegue de violencia como medida di-
suasoria (sobre todo la ejecución de mujeres en la horca) y la esclavitud
de 2.000 mayas de la región.11 Cuatro siglos después, los historiadores
todavía denominaban aquel episodio como «la gran revuelta maya».u

AI reiterar la completitud de la conquista pese a los signos eviden­


tes que indicaban lo contrario, los colonos españoles legaron una crisis
de identidad a sus descendientes mexicanos. En 1862 Lord Acton de­
claró que la identidad nacional mexicana era inalcanzable. Como Mé­
114 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

xico estaba formado por «razas divididas por la sangre [...] inciertas,
informes, inconexas», no era «posible, por lo tanto, ni unirlas ni con­
vertirlas en elementos de un estado organizado».13
El tiempo acabaría demostrando que el inglés se equivocaba, pero
los mexicanos del siglo XIX eran casi tan pesimistas como él, y discre­
paban entre sí en la manera de interpretar el pasado mexicano con el fin
de forjar una identidad nacional. La posición conservadora consistía,
simplemente, en aplicar el término «nación» al concepto español de
conquista tal como se definía en el siglo XVI, de modo que el año 1521
se identificaba con el inicio providencial de la civilización mexicana, y
Cortés era su padre fundador, así como la aparición de la Virgen de
Guadalupe una década después simbolizaba la conquista espiritual,
Los adversarios políticos de los conservadores concedían mayor rele­
vancia a la Virgen de Guadalupe y menos a Cortés. De hecho, muchos
liberales repudiaban al conquistador como símbolo de la tiranía colo­
nial e idolatraban, en cambio, como héroes «nacionales» al último em­
perador mexica, Cuauhtémoc, y a algunos frailes antiguos como Barto­
lomé de las Casas y Motolinía, junto con otras figuras representativas de
la independencia, como Hidalgo y Morelos.14
La evolución del nacionalismo mexicano, al igual que el debate so­
bre el mismo en el siglo X IX , fue mucho más compleja. Hubo brotes y
oscilaciones de anticlericalismo ehíspanofobia, se desarrolló una relación
de amor-odio respecto de Estados Unidos y su cultura, y se cuestionaron
casi todos los personajes célebres o infames del pasado mexicano duran­
te los siglos X IX y XX . Pero se mantuvo un elemento constante, originado
en el siglo XVI y todavía vivo en algunos aspectos: la presuposición de
que 1521 fue un punto de inflexión en la historia mexicana, un año que
marca el final de una era y el comienzo de otra. Si se hubiera cuestiona­
do tal presuposición, los mexicanos habrían logrado resolver mejor el
enigma de la identidad nacional.
Se desarrollaron debates similares sobre la identidad nacional y re­
gional en todas las nuevas repúblicas latinoamericanas del siglo X IX . Ra­
ras veces se cuestionaba la exactitud o las consecuencias de la mención
de fechas como 1492, 1521, 1535 (fundación de Lima), 1541 (funda­
ción de Santiago de Chile) o 1542 (fundación de Mérida) como hitos
que simbolizaban la completitud de la conquista y el comienzo del ré­
gimen colonial. De ese modo se perpetuaba la perspectiva desde la que
los conquistadores justificaban su práctica política, y se inducía a los
historiadores modernos a caer en la misma trampa.15
BAJO EL DOMINIO DE SU MAJESTAD EL REY 115

Una declaración clásica, en este sentido, es el comentario de Pres­


cott de que «la historia de la conquista de México termina con la rendi­
tion de la capital».16Aunque tal afirmación coincide con la gran mayo­
ría de los textos escritos sobre la conquista, desde el siglo XVI hasta la
actualidad, después de la destrucción de Tenochtitlán los españoles aún
no habían conquistado México; sólo habían desmembrado el imperio
mexica. En una nota adjunta a la segunda carta de Cortés al rey, un fun­
cionario español, a pesar de su tono optimista, revela la precariedad de
la situación en 1522.17
De manera que los conquistadores, un año después de la supuesta
conclusión de la conquista, todavía buscaban el botín de guerra, necesi­
taban fortificar las ruinas de la ciudad que habían destruido, y dependían
de un vasto contingente de aliados indígenas. Entretanto, la presencia es­
pañola en el resto de la región del imperio mexica era mínima, y su con­
trol en la gran zona que posteriormente abarcaría el México actual era ca­
si nulo. De hecho, los españoles todavía no habían pisado la mayor parte
de las regiones que darían en llamarse Nueva España (que aproximada­
mente coincidían con la zona de civilización llamada Mesoamérica). A
comienzos de la década de 1520, Cortés creía la afirmación española de
que Michoacán estaba conquistada y sometida al dominio español. Pero
el gobierno tarascano indígena seguía intacto y los tarascanos concebían
su propio imperio como el poder dominante en la zona.18 Veinte años
después, las guerras de conquista del norte de México eran todavía tan
extensas, que el propio virrey de Nueva España lideraba a las fuerzas es­
pañolas en el campo de batalla.19Por lo tanto, aunque 1521 representó el
final de la guerra de dos años contra el imperio mexica, fue a la vez el co­
mienzo de las guerras de conquista en la mayor parte de México y Meso­
américa, guerras que persistieron hasta el siglo XX.
La incompletitud de la conquista militar de México en 1522 sólo es
una pieza más del puzzle. El panorama completo de incompletitud
abarca siete dimensiones, cada una de las cuales corresponde a un as­
pecto del mito de la completitud®La primera dimensión es la supuesta
rapidez de la conquista en las principales áreas de asentamiento indíge­
na y posteriormente: colonial. Aparte del endeble control español en
¡México central en 1521, el dominio de Perú era casi nulo en 1532, a pe­
sar de la captura y ejecución de Atahualpa, y muy escaso en 1536, tras
la apropiación de la sede inca de Cuzco. Persistió un estado inca inde­
pendiente hasta que iu cacique, Túpac Amaru, fue ejecutado por los es­
pañoles en 1572, y una parte significativa de los Andes continuó fuera
116 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

del dominio colonial mucho después de aquella fecha.20Asimismo, cuan


do los españoles fundaron Mérida en 1542, los mayas continuaron do
minando la mayor parte de la península de Yucatán. Existían todavía
regímenes mayas yucatecas independientes en 1880, año en que el obis­
po Crescendo Carrillo y Ancona declaró que la conquista de Yucatái:
había concluido con la victoria de la batalla de San Bernabé, el 11 de ju­
nio de 1541, contra el ejército de Cocom, rey de Sotuta, que era el úni
co que no se había sometido.21
La segunda dimensión de la incompletitud guarda rdación con la
prolongada conquista militar en las llamadas regiones marginales o pe­
riféricas de lo que paulatinamente se definió como la América españo­
la. Ante todo, los españoles buscaban asentamientos indígenas sobre los
que pudieran construir sus colonias. Pero al margen de Mesoamérica y
los Andes, hallaron sólo poblaciones dispersas de indigenas semíseden-
tarios o nómadas, que no eran dóciles para la construcción colonial. En
tales regiones tardaron décadas en establecer núcleos de asentamiento,
que eran siempre inestables, pobres y atractivos para muy pocos colo­
nos. En 1701, Juan de Villagutierre Soto-Mayor, autor de la crónica ofi­
cial de la conquista española del reino itzá maya en la década anterior,
reconoció que la expansión española había dejado grandes zonas de
América sin conquistar, parcial o totalmente, y que eso se debía al ca­
rácter intratable de algunos indígenas y a las dificultades del terreno en
algunas regiones. Pero sobre todo la causa debía atribuirse, según Vi­
llagutierre, a que Dios reservaba algunos indígenas para generaciones
posteriores de españoles. ¡Explicación laica donde las haya!22 Como
prededa Villagutierre, las fronteras coloniales de la Nueva España sep­
tentrional, Yucatán, Perú y otras regiones se expandieron gradualmen­
te, pero no sin osciladones periódicas y una frecuente actividad militar.
Por ejemplo, los primeros intentos de conquista y asentamiento en
los dos extremos de Hispanoamérica —Florida y la cuenca del río de la
Plata— fueron desastrosos. Al menos seis expediciones destinadas a
Florida fracasaron entre 1513 y la década de 1560, cuando se estable­
cieron al fin algunos asentamientos españoles permanentes. Los prime­
ros fundadores de Buenos Aires a finales de la década de 1520 se vieron
obligados a practicar d canibalismo para subsistir, y la ciudad no volvió
a fundarse como asentamiento permanente hasta finales de la década de
1580, aunque los primeros centros ibéricos duraderos en la ribera sep­
tentrional dd río de la Plata (actual Uruguay) no se establecieron hasta
un siglo después. Nuevo México fue conquistado a comienzos d d si-
BAJO EL DOMINIO DE SU MAJESTAD EL REY 117

gló xvn, pero posteriormente, en 1680, el imperio español perdió aquel


territorio, y no lo reconquistó hasta finales de siglo. Los sambos-mos-
quitos lograron desplazar la frontera colonial en Nicaragua durante el
siglo XVn. El sometimiento de los tules de Panamá en el siglo xvn nun­
ca llegó a consolidarse, y en la década de 1720 el proceso derivó en una
revuelta que requirió una larga reconquista, iniciada a partir de 1735.
Chocó y Peten no se conquistaron hasta las dos últimas décadas del si­
glo, respectivamente, pero la presencia española en Petén se redujo, en
lugar de crecer, a comienzos del siglo XVIII.23
En el conjunto de la América española, la conquista, entendida co­
mo una serie de expediciones armadas y acciones militares contra los
indígenas, nunca concluyó, Los seminales de Florida todavía se rebela­
ban contra los españoles cuando la colonia pasó al dominio de Estados
Unidos (potencia a la que tampoco se rindieron nunca formalmente).
Eos araucanos de Chile, que combatieron durante décadas y al final
mataron al conquistador negro Juan Valiente, se resistían a la conquis­
ta todavía en el siglo X IX , cuando seguían enfrentados a la república chi­
lena en nombre de la monarquía contra la que se habían rebelado ante­
riormente. Los charrúas de Uruguay no fueron sometidos hasta que el
presidente del nuevo país ordenó masacrarlos en la década de 1830.24
En el siglo X IX y comienzos del X X , los argentinos se enfrentaron tam­
bién, y al final masacraron con ametralladoras, a los pueblos indígenas
no conquistados. Los guatusos-malekus de América central fueron es­
clavizados y aniquilados a finales del siglo X IX . La resistencia yaqui al
norte de México se prolongó también durante la edad contemporánea,
mientras que en el extremo sur del mismo país, los mayas de Yucatán,
en 1847, lograron desplazar la frontera colonial hasta los límites del si­
glo XVI, y una serie de regímenes mayas persistió hasta comienzos del
siglo X X .25
El tercer aspecto del mito de la completitud es el de la pax colonial,
la paz entre los indígenas y entre éstos y los colonos españoles que su­
puestamente se asentaron después de la conquista. Lo curioso de este
aspecto radica, precisamente, en la correspondiente dimensión de in-
completitud, a saber, que Hispanoamérica sufrió numerosas revueltas
indígenas contra el dominio colonial. Como ha señalado un destacado
historiador, «entonces y ahora, la etapa colonial se ha considerado co­
mo un período pacífico», a pesar de «la evidente violencia endémica».2*
Pueden aducirse dos razones que explican este fenómeno. Una es la
naturaleza local de las revueltas coloniales, rasgo que las hacía relativa­
118 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

mente controlables y que, por lo tanto, ha propiciado que muchos ob­


servadores coloniales y contemporáneos las consideren insignificantes
en comparación con las guerras que asolaron Europa durante esos mis­
mos siglos y devastaron gran parte de la actual Latinoamérica. La otra
guarda una relación más estrecha con el mito de la completitud. A pe­
sar de la histeria periódica de España por las revueltas, reales o imagi­
narias, de los indígenas y los esclavos africanos, los españoles creían que
su imperio era el cauce divino para civilizar a los pueblos indígenas y
africanos en América. El régimen colonial se interpretaba, en conse­
cuencia, como un sistema pacífico y benévolo, según una imagen que se
basaba en la presunta completitud de la conquista. Lo irónico es que, a
pesar de que la percepción indígena era casi opuesta, pues concebía la
presencia española como una invasión prolongada que requería una res­
puesta mixta de adaptación y resistencia, tal perspectiva también contri­
buyó a fomentarla ilusión de que la pax colonial era real, La proclividad
de los caciques indígenas al compromiso, a encontrar una vía interme­
dia entre la confrontación directa y la rendición total, producía una fal­
sa impresión de paz colonial.
Dicha visión tergiversada pasa por alto la omnipresencia de diver­
sas formas cotidianas de resistencia, cuarta dimensión de la incompleti­
tud. Los historiadores tienden a prestar más atención a las revueltas ra­
dicales que a otros modelos de resistencia menos evidentes, a pesar de
que a veces son más duraderos y más violentos.27La resistencia cotidia­
na se manifestaba de modos diversos, desde actos de violencia indivi­
dual contra los españoles por parte de los indígenas hasta estratagemas
en el entorno de trabajo, como sublevaciones, sabotaje del equipa­
miento y robo. La existencia constante de regiones no conquistadas, co->
nocidas en la época como «despoblados», y las fronteras coloniales,
siempre cambiantes, conferían a los indígenas nuevas opciones de re­
sistencia. Podían eludir el régimen español, ya fuera en calidad de indi­
viduos, familias o comunidades enteras, a través de la huida temporal o
la migración permanente fuera del imperio,
® La quinta dimensión de la incompletitud de la conquista era el gra­
do de autonomía que conservaban los pueblos indígenas dentro del im­
perio español] En parte era una autonomía permitida y sancionada por
los funcionarios españoles, y fomentada por los líderes indígenas a tra­
vés de medios ilegales y negociaciones legales.fPor lo general, los espa­
ñoles no aspiraban a gobernar directamente a los indígenas ni a controlar
sus tierras, sino que procuraban conservar las comunidades indígenas
BAJO EL DOMINIO DE SU MAJESTAD EL REY 119

eomo fuentes autónomas de mano de obra y producción agrícola. Esta


práctica tenía antecedentes en las costumbres islámicas ibéricas, desa­
rrolladas a partir de la invasión musulmana de la península en el siglo
vm y durante la Reconquista.28Pero fue también una reacción práctica
ante la realidad de la América española. Los nuevos colonos no eran
agricultores, sino artesanos y profesionales que dependían del trabajo y
dé los alimentos aportados por los indígenas, cuya población, además,
era mucho más numerosa que la de los españoles.
Este sistema colonial funcionaba mejor en las zonas donde existían
comunidades agrícolas sedentarias y organizadas, es decir, ciudades-Es-
tado bien nutridas. Es precisamente en esas zonas, sobre todo en Mesoa-
fnérica y los Andes, donde los españoles concentraron sus principales
campañas de conquista y colonización. Si bien es improbable que alguna
comunidad indígena lograse eludir los brotes de enfermedades epidémi­
cas procedentes del otro lado del Adántico, no todas las regiones ameri­
canas sufrieron en idéntica medida la conquista violenta directa, puran-
tevarios siglos después de la llegada de los españoles, la mayoría de los
indígenas sometidos al régimen colonial continuaba viviendo en sus pro­
pias comunidades, hablaba su lengua, trabajaba en sus campos y era juz­
gada y gobernada por sus mayores. Estos ancianos escribían su lengua
con caracteres alfabéticos (o, en los Andes, aprendían a escribir español)
y adoptaron con gran habilidad, y por lo general con buenos resultados,
él sistema jurídico colonial en defensa de los intereses de la comunidad.
La ciudad o comunidad municipal indígena seguía denominándose alte-
petl entre los nahuas de México central, ñuu en la lengua de los mixtecas,
Cah en maya yucateca, y ayllu entre los hablantes de quechua andinos.29
La autonomía de las comunidades se erosionó paulatinamente co­
mo consecuencia de las presiones políticas y demográficas. Desde la
perspectiva indígena, por tanto, la conquista no fue un único aconteci­
miento drástico, simbolizado por algún incidente o momento, a dife­
rencia de lo que representó para los españoles. Por el contrario, la in­
vasión española y el régimen colonial constituyeron una parte de un
proceso mucho más amplio y duradero de negociación y adaptación.
Desde ese punto de vista, mientras existían los términos altepetl y ayllu,
la conquista no podía ser totale
La sexta dimensión de la incompletitud es la de la conquista espi­
ritual. En el siglo XVI, mientras los frailes y sacerdotes españoles deba­
tían complejas cuestiones relativas a la eficacia de los métodos de con­
versión y el estado espiritual de los pueblos indígenas, surgió el mito
120 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

de la cristianización. Este mito sostenía que a pesar de que los indíge­


nas seguían siendo supersticiosos y tendentes a la reincidencia, en lo
esencial habían sido convertidos en las primeras fases de evangeliza-
ción. Los franciscanos, vanguardia de aquel proceso, eran los princi­
pales defensores del mito; su perspectiva se impuso a lo largo de los si­
glos y revivió en el siglo X X con el libro de Robert Ricard titulado La
Conquista espiritual de México, que fue un panegírico muy popular so­
bre las campañas franciscanas de conversión.30
En décadas recientes, los investigadores han pintado una imagen
más compleja de la reacción indígena ante el cristianismo. Aunque al­
gunos han sostenido que la religión indígena sobrevivió tras una apa­
riencia cristiana, y otros han propuesto que las religiones indígenas y
europeas se mezclaron en un conjunto de variantes americanas del ca­
tolicismo características, las interpretaciones mejor fundadas recono­
cen que se produjo una combinación de ambos procesos. Con variaciones
que llegan hasta el nivel individual entre andinos, chibchas, muiscas,
mayas y nahuas, los indígenas adoptaron y comprendieron el cristianis­
mo y su lugar en el mundo de un modo que apenas empezamos a cap­
tar ahora.31
Los franciscanos y otras órdenes clericales españolas aspiraban a
destruir todo rastro de las religiones indígenas, hacer borrón y cuenta
nueva e instaurar una nueva iglesia libre de elementos paganos a ambos
lados del Atlántico. Sin duda lograron llevar el catolicismo a la Améri­
ca indígena, pero si la finalidad de la conquista espiritual era instaurar
un cristianismo sin variaciones culturales locales, tal conquista no se
completó en el siglo XVI. En 1598 el arzobispo de Nueva Granada (la
Colombia colonial) lamentaba, en una carta remitida al rey, que en seis
décadas de campañas de cristianización no se había erradicado la «ido­
latría» de los indígenas muiscas.32Nadia acusaría hoy a los latinoameri­
canos de idólatras, pero pocos cuestionarían que la conquista espiritual,
tal como se concebía hace cinco siglos, sigue siendo muy incompleta.
Q)La dimensión final de la incompletitud guarda relación con la per­
sistencia de las culturas indígenas. El aspecto de la cultura autóctona
que más preocupaba a los españoles era la religión, pues el proceso de
cristianización aportaba al imperio una justificación que trascendía y
supuestamente ocultaba las realidades mundanas e interesadas déla ex­
pansión colonial. Otros aspectos de la cultura indígena eran de impor­
tancia segundaria. Por ejemplo, no hubo ninguna campaña que obligase
a los indígenas a aprender español. De hecho, los sacerdotes españoles
BAJO EL DOMINIO DE SU MAJESTAD EL REY 121

aveces predicaban en las lenguas indígenas, y la iglesia generó amplia


bibliografía religiosa en las lenguas locales. Aunque la falta de tradición
escrita precolombina en los Andes obligó a los señores hablantes de
quechua y otros caciques andinos a aprender a escribir documentos le­
gales en español, los líderes de la comunidad de Mesoamérica apren­
dieron a escribir sus propias lenguas alfabéticamente.33
Otro ejemplo de persistencia cultural indígena es la vestimenta. Allí
donde la iglesia católica consideraba exiguo el atuendo, se impuso un
cambio. Los taparrabos masculinos fueron sustituidos por pantalones
de algodón holgados, por ejemplo. Pero por lo general la vestimenta au­
tóctona permaneció invariable después de la conquista, o cambió sólo
gradualmente a lo largo de los siglos. Algunos de los estilos más prácti­
cos de ropa autóctona fueron adoptados incluso por los españoles, so­
bre todo en casa. Como muchos otros aspectos de la cultura local, el
vestido sobrevivió, no de forma «pura», sino con paulatinas influencias
europeas, e influyó a su vez, hasta cierto punto, en la evolución de la
cultura colonial.
Al margen d e los aspectos culturales que tenían im plicaciones reli­
giosas, los españoles no se preocuparon por llevar a cabo una hispani-
Zación total de los pueblos indígenas, al menos no hasta que en e l siglo
XIX tales asuntos se convirtieron en preocupaciones importantes del go­
bierno y materia de debates entre las clases dominantes. Este fenómeno
pone de relieve, una vez más, que la conquista cultural, si la hubo, fue
tan incompleta que, tres siglos después de la invasión española, los des­
cendientes de los conquistadores, desde México hasta Argentina, de­
batían có m o podían convertir a los «indios» en verdaderos ciudadanos
de las repúblicas; es decir, cómo podían hacerlos menos «indios» y más
europeos.34
Así pues, la conquista de las principales áreas de los Andes y Meso­
américa fue un proceso más largo de lo que sostenían inicialmente los
españoles y de lo que creyeron durante mucho tiempo. En los lugares
donde se ponía fin a la guerra, tan sólo se desplazaban las fronteras siem­
pre cambiantes, y nunca pacíficas, de Hispanoamérica. La violencia de
la conquista también se plasmaba internamente en diversas formas de
dominación y represión, pero era compensada continuamente por un
conjunto de métodos, también diversos, de resistencia indígena. Las con­
quistas espirituales y culturales fueron asimismo complejas y prolonga­
das, y se resistieron a la completitud, hasta el punto de hacer irrelevan­
te el propio concepto de completitud.
122 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Los españoles recalcaban la idea de la completitud de la conquista


no sólo por conveniencia política o porque se amoldaba a una ideología
imperial en desarrollo a la que estaban cada vez más expuestos; tam­
bién suponían que los acontecimientos se desarrollaban de un modo
que les era familiar en sus propias tradiciones. Insistían porfiadamente
en que la conquista era completa hasta que se les aparecía tal como era.
Y no eran conscientes de las perspectivas indígenas, que no distinguían
entre conquista y colonización, sino que interpretaban ambos procesos
como una sola negociación interminable y creían, asimismo, encontrar
en ella formas y conceptos familiares.
El historiador James Lockhart ha descrito la interacción cultural del
México colonial como un proceso de «doble identidad malinterpreta-
da». Según su lectura de este proceso, «cada parte del intercambio cul­
tural presupone que una determinada forma o concepto funciona del
modo que le es familiar en su propia tradición, y no es consciente déla
interpretación de là otra parte, o bien no presta atención a ese aspec­
to».35 Lockhart se centra sobre todo en los nahuas de México central,
pero la doble identidad malinterpretada es un instrumento analítico
aplicable también a toda la conquista y sus consecuencias en las colo­
nias españolas, y específicamente relevante para el mito de la completi­
tud. Los españoles pensaban que los indígenas estaban firmemente «so­
metidos al dominio del rey». Y los indígenas se consideraban antes
súbditos de sus propios señores que de los lejanos españoles. A su mo­
do, unos y otros tenían razón y a la vez se equivocaban.
Capitulo 5

Las palabras perdidas de La Malinche


El mito de la comunicación y
elfallo comunicativo

Era absurdo, incomprensible, una pesadilla de traductor, un laberin­


to epistemológico que sólo podemos imaginar si recordamos que cada vez
que Cortés dijo esto, o Moctezuma dijo aquello, sus palabras eran trans­
mitidas a través de esta secuencia de voces trilingüe.
An n a L anyon (1999)

La mañana del 8 de noviembre de'1519, en un paso elevado que


atravesaba el lago Texcoco en el valle de México, se produjo un en­
cuentro único en la historia mundial. Moctezuma conoció a Cortés.
Este encuentro ha sido interpretado durante siglos como símbolo
del gran acercamiento intercontinental que había comenzado tres déca­
das antes. Y tal lectura tiene su tazón de ser. Por primera vez, un empe­
rador indígena americano saludaba a un representante de los europeos
que habían venido a conquistar y colonizar sus tierras. La reunión fue
amistosa, pues ambas partes expresaron su compromiso inquebranta­
ble con la diplomacia, Pero el choque de culturas se evidenció también
de forma inmediata. Al cabo de pocos meses, los dos bandos se enzarza­
rían en una guerra sanguinaria que acabaría con la vida de Moctezuma,
que sería sucedido por Cortés como hombre más poderoso de México
central.
Al principio Moctezuma iba sentado en una litera, y Cortés a caba­
llo, según se representa la escena en el lienzo, sumamente estilizado, de
Juan Correa (véase la figura 9). Cuando el monarca mexica descendió
al paso elevado y caminó con su séquito hacia los españoles, Cortés des­
cabalgó y se aproximó a Moctezuma.
9. «El encuentro de Cortés y Moctezuma». Atribuido a Juan Correa, c. 1683.
F ig u r a
Óleo sobre lienzo, en un biombo (término proveniente del japonés byobu,
«protección del viento»), forma artística popular en México, introducida por el
embajador japonés en Ciudad de México en 1614. El retrato de Cortés (segundo
panel comenzando por la derecha) parece tener bastante parecido con la realidad, si
se compara con otras versiones del siglo XVI, pero Malinche (primer panel desde la
derecha) y Moctezuma (segundo panel desde la izquierda) están sumamente
europeizados. El reverso del biombo es una representación de cuatro familias reales,
r titulada «Los cuatro continentes»; la de «Europa» es el rey español Carlos II y su
esposa María Luisa de Orleans (que contrajeron matrimonio en 1683), y la de
«América» es un monarca que puede ser Moctezuma, por su parecido con el retrato
del anverso.
126 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

En ese punto, las crónicas divergen ligeramente, pero la tensión se


detecta en todas las versiones. Según Bernal Díaz, «paréceme que el
Cortés con la lengua de doña Marina, que iba junto a Cortés, le daba la
mano derecha, y el Montezuma no la quiso e se la dio a Cortés». Go­
mara glosa aquel momento delicado al constatar, simplemente, que los
dos hombres se saludaron. El propio Cortés no menciona que se dieran
la mano, pero confiesa que «me apeé y le fui a abrazar solo y aquellos,
señores que con él iban me detuvieron con las manos para que no le to­
case», Díaz y Gomara aluden también al amago de abrazo (que podría
haber sido interpretado, desde la perspectiva mexica, como «una hu­
millación», según el primer cronista, o como «un pecado», según cons­
tata el segundo), pero en una secuencia diferente de la del intercambió
de collares y el truncado saludo en qué no llegan a darse la mano. Díaz
señala también que los dos líderes se reverenciaron intensamente, pero
Gomara y Cortés omiten este detalle.1Una ilustración que apareció en
varias publicaciones europeas durante el período colonial (la figura 10,
pág. 128, es un ejemplo) intentaba plasmar la versión del encuentro qué
ofrecen Gómara-Díaz.
Vale la pena mencionar otras dos versiones del encuentro fechadas
en el siglo XVI, los textos nahuad y españoles del Códice florentino de
Sahagún. En estos textos, no hay amagos de abrazo ni otro tipo de sa­
ludo, y la entrega de collares a Cortés, por parte de Moctezuma, no riene
reciprocidad. Tampoco es recíproca la reverencia. En el texto nahuad,
el emperador mexica «reverenció a Cortés con todos los honores»; «ac­
to seguido se puso en pie, ambos se miraron fijamente [...] se puso fir­
me, con gran rigidez». Como estaba prohibido mirar al emperador a la
cara, el texto sugiere que Moctezuma fue el primero en romper el tabú,
al permitir que Cortés lo mirase cara a cara, para entrevistarse con éi en
un punto medio cultural. El texto español paralelo transmite la misma
impresión, pero de un modo que subordina a Moctezuma, cuya reve­
renda se interpreta como pleitesía servil: «Y entonce humillóse delan­
te del capitan haziendole gran reuerencia y enyestose luego de cara a ca­
ra. El capitan cerca del y començole a hablar desta manera».2
Estos minutos y estos gestos evocan parte del tema de la comunica­
ción y el fallo comunicativo, que constituye el objeto de este capítulo. Por
una parte hay comunicación; cada líder logra transmitir al otro su posi­
ción de autoridad y su deseo de que el encuentro sea amistoso y respe­
tuoso. Por otra parte, hay fallo comunicativo, pues los dos se esfuerzan en
encontrar un terreno común entre dos culturas diferentes en lo que res­
LAS PALABRAS PERDIDAS DE LA MALINCHE 127

pecta al trato señorial. A la confusión de gestos se añade toda la tenden-


ciosidad de los autores de al menos cinco crónicas del acontecimiento,
que ofrecen en cada caso un equilibrio diferente entre la majestuosidad
¡del recibimiento diplomático de Moctezuma a Cortés y la insinuación de
■que dicho recibimiento contiene ya las semillas de la rendición.
La escena se complica si se tienen también en cuenta los diálogos.
En las versiones del Códiceflorentino, Cortés pregunta si el señor que le
hace entrega del collar es realmente el emperador, a lo cual le responde
Moctezuma: «Yo soy Motecuçoma» o «ca quemaca ca nehoatl» (en el
texto nahuatl, «sí, soy yo»), Moctezuma pronuncia, a continuación, un
inagnífico discurso, al cual responde Cortés con una serie de sucintas
declaraciones de amistad. En las versiones de Gomara, Díaz y Cortés,
los líderes sólo se saludan sin gran efusividad en el paso elevado, y, tras
läs palabras de bienvenida del emperador mexica, sus señores saludan
también al conquistador español. El gran discurso de Moctezuma y las
palabras de respuesta de Cortés se pronuncian en un momento poste­
rior, cuando los españoles ya han sido conducidos a sus aposentos en
Tenochtitlán para que descansen y coman algo.
¿Cómo se consigue mantener este diálogo? Díaz menciona una sola
vez en todo el episodio que Cortés hablaba por mediación de doña Ma­
rina, y Gomara comenta que Moctezuma pronuncia su discurso a través
de Marina y Aguilar, que eran los intérpretes de Cortés. Éste no alude a
(a presencia de ningún intérprete, como sí el emperador mexica y él ha­
blasen la misma lengua. Este detalle recuerda a ciertas películas de
Hollywood en que las distintas lenguas se reducen a un inglés hablado
con acentos diversos.3El Códiceflorentino es más claro en este aspecto,
pues constata que, después del discurso de Moctezuma, Marina [Ma-
Untzin] transmitió el mensaje a Cortés en castellano. Y, a continuación,
Cortés respondió a Marina, para que ésta interpretase sus palabras en
nahuatl. Para ilustrar este proceso, uno de los dibujos que acompañan
a los textos del Códice representa a una mujer indígena de pie entre un
grupo de españoles y otro de mexicas, encabezados por el emperador
(véase la figura 9).4
¿Quién era esta indígena hablante de nahuatl que también farfulla­
ba español? ¿Por qué la llaman «doña Marina», título propio de una
noble española? Doña Marina era Malinche, o La Malinche, una noble
nahua originaria del extremo oriental de México central, una zona de
habla nahuad. De niña fue raptada por traficantes de esclavos o quizá
vendida como esclava, y acabó en una población de mayas chontales,
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LAS PALABRAS PERDIDAS DE LA MALINCHE 129

cuyo reino se encontraba algo más al este, en la costa del golfo.5 En


019 fue entregada por los chontales, junto con otras diecinueve muje­
res indígenas, a Cortés y sus hombres como parte de un acuerdo de paz,
una medida que pretendía alejar a los españoles hacia el oeste. Cuando
todavía era adolescente, la bautizaron con el nombre de Marina y la pu­
sieron al servido de uno délos capitanes de la expedidón, Alonso Her­
nández de Puertocarrero.
Al cabo de un mes, Cortés se llevó de nuevo a Marina. Descubrieron
que era capaz de interpretar la lengua de los «indios» que vivían en el te­
rritorio donde se encontraban entonces, el nahuatl, que en cambio era
desconodda para Gerónimo de Aguilar, el español hablante de maya que
naufragó junto a la costa de Yucatán en 1511, fue rescatado por Cortés en
1519 y después sirvió de intérprete a la expedición. Tras unas semanas al
servicio de Puertocarrero, como criada y quizá también como amante in­
voluntaria, Marina apenas sabía español. Pero, al igual que Aguilar, había
aprendido yucateca cuando fue esdava de los mayas, de modo que Cor­
tés podía comunicarse con los señores hablantes de nahuad y los emisa­
rios mexicas a través del maya de Aguilar y Marina.
Al parecer, Marina aprovechó aquella oportunidad para mejorar su
precaria situación y convertirse en un miembro imprescindible de la ex­
pedición, Pronto aprendió español, lo cual hacía superflua la interpre-
tadón de Aguilar probablemente ya antes de que Gomara lo recono­
ciese. Cortés no atribuía mucho valor a Marina, La menciona sólo dos
veces en sus cartas: en 1520 como su intérprete, que es una mujer india,
yen 1529 como Marina, que viaja siempre en su compañía desde que se
la regalaron. Díaz, en cambio, le concedía la categoría de «doña» en re­
conocimiento no sólo de sus orígenes indígenas nobles, sino también
del respeto que obtuvo de los españoles por su lealtad, tenaddad e in­
teligencia, cualidades que, según Díaz, salvaron a la expedición en nu­
merosas ocasiones. Los mexicas y otros nahuas reconodan también su
estatus, otorgándole el sufijo nahuatl honorífico de -tzin, que convertía
a «Marina» en «Malintzin», variante que los españoles pronunciaban
como «Malinche».
Los nahuas apodaron también a Cortés con el nombre de Malinche,
como si el capitán y su intérprete fueran una sola persona. De hecho,
Cortés no perdía nunca de vista a Malinche, según la crónica de Díaz y
a juzgar también por las ilustradones contemporáneas (ejemplificadas
en las figuras 9 y 11). También parece probable que Cortés no la utili­
zase como amante durante la expedidón a Tenochtitlán y en la poste-
130 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

ríor guerra hispano-mexica; era demasiado valiosa para Cortés como,


para correr el riesgo de dejarla embarazada. Es significativo que ella le
diese un hijo diez meses después de la caída de Tenochtitlán, pues indi­
ca que su relación pasó a ser sexual en cuanto su papel de intérprete de­
jó de ser esencial para el éxito de la campaña española.
¿Se granjeó Malinche el respeto de Cortés tanto como el de Bemal
Díaz? Quizá, pues Cortés bautizó al hijo con el nombre de su propio
padre, Martín, lo legitimó y al parecer lo favoreció. Durante el resto de
la corta vida de Malinche (que murió en 1527 o 1528, cuando no había
cumplido todavía 30 años), parece que Cortés nunca la abandonó. Ella
vivía en la casa de Cortés en Ciudad de México (aunque con otras mu­
jeres, incluida, durante un breve período, su esposa española y tres hijas
de Moctezuma, una de las cuales tuvo también un hijo de Cortés). En
1524 él se la llevó de nuevo en una expedición a Honduras y, durante el
viaje, organizó su matrimonio con un español y estrecho colaborador,
Juan de Jaramillo, que aportó como dote una encomienda concedida
por Cortés.6
Malinche fue, para Cortés, como un regalo caído del cielo, pues te­
nía una necesidad acuciante de comunicarse con los caciques indígenas.
Pero el sistema de comunicación que le ofrecían Malinche y Aguilar era
imperfecto, pues entrañaba la misma paradoja y el mismo fallo comu­
nicativo que ya se puso de relieve en los gestos del primer encuentro en­
tre Moctezuma y Cortés. Durante gran parte del largo viaje desde la
costa hasta el valle de México, los españoles e indígenas se intercomu­
nicaron como en el juego infantil del teléfono estropeado. Cualquier diá­
logo requería que Cortés hablase en español con Aguilar, que éste tra­
dujese el mensaje al maya yucateca, que Malinche lo tradujese después al
nahuad, además de repetir después el proceso inverso. Aun después de
que Malinche aprendiese español, cabe preguntarse cuánta informa­
ción se perdía en el proceso de traducción, en la interpretación de cada
mensaje parcial, en los intentos de salvar las diferencias culturales.
¿Cuáles fueron las palabras exactas de Malinche? Para nosotros se han
perdido irremediablemente, sepultadas bajo el artificio de la interpre­
tación tal como se nos transmite en las crónicas españolas y nahuas de
la conquista, u ocultas en los glifos que emanan de su boca en las ilus­
traciones del Códiceflorentino.
El mito de este capítulo es, por tanto, el mito de la comunicación o
del fallo comunicativo. El primero, creado ya por los conquistadores,
perduró durante la conquista y el período colonial. El mito resultaba
LAS PALABRAS PERDIDAS DE LA MALINCHE

FIGURA 11, Malinche interviene como intérprete, ilustración procedente de fray


Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España o Códice
florentino (1579). Los símbolos que parten de la boca de Malinche son glifos que
representan el habla.

conveniente para los españoles en el sentido de que la comunicación


con los indígenas contribuía a reafirmar la idea de que éstos estaban ya
sometidos, integrados y convertidos. El cuestionamiento de dicho mito
por parte de los historiadores modernos tiene también sus orígenes en
el siglo XVI, sobre todo en los textos del fraile dominico Bartolomé de
las Casas, pero en las últimas décadas se ha vuelto tan común, que ha
pasado a constituir una suerte de antimito- La definición más conocida
132 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

del mito moderno del fallo comunicativo en la conquista española es


quizá la de Tzvetan Todorov. Este semiótico compara a Cortés, experto
en la interpretación de signos e información, con Colón, que no tenía
interés alguno en comunicarse con los indígenas caribeños, y con los
mexica, cuyo error en la interpretación de los signos provoca su debát­
ele, la conquista a través del fallo comunicativo. En otras palabras, los
invasores o bien no tienen interés por la comunicación, o bien dominan
hasta tal punto las destrezas comunicativas que con ellas logran derro­
tar a los indígenas.7
Se ha abusado de ambos temas —la comunicación y el fallo comu­
nicativo— en la explicación de la conquista. De ahí que se hayan con­
vertido en mitos, a pesar de que ninguno de ellos explica la evolución
histórica de la conquista. En las páginas restantes de este capítulo se
describe cómo generaron los conquistadores el mito de la comunica­
ción, se examinan los argumentos del antimito del fallo comunicativo,
y por último se analizan varios momentos de la conquista que indican la
existencia de un punto medio entre los dos extremos, lo cual nos ayuda
a entender mejor cómo se interpretaban las intenciones del contrario en
la comunicación entre españoles e indígenas.

Las palabras perdidas de Malinche no sólo se intuyen entre líneas en


las crónicas del siglo XVI o en los glifos del Códice florentino. Según un
viajero que visitó Ciudad de México recientemente, en la década de 1990,
d fantasma de Malinche todavía recorre los pasillos de una casa donde vi­
vió la intérprete indígena. Esta residencia, situada en una calle hoy lla­
mada República de Cuba, es ahora una escuela de enseñanza primaria en
la que algunos alumnos dicen haberla oído «llorar mientras camina por el
balcón o por las habitaciones», según comentó una niña al visitante.8
La vieja casa de República de Cuba no es el único lugar de Ciudad
de México, ni siquiera del país, donde se ha oído el fantasma de Malin­
che. Parece que su espíritu se entremezcló en algún momento del pasa­
do con una leyenda mexica anterior a la conquista y que en tiempos co­
loniales se conocía con el nombre de «La llorona».9Las convenciones
de la leyenda dicen que Malinche/la llorona llora por sus hijos, pero sus
palabras reales no se reproducen. Al igual que las de la verdadera Ma­
linche, se perdieron en el viento.
La propia Malinche se habría perdido para siempre en los sirocos
de la historia de no haber sido por su discurso; su identidad histórica se
LAS PALABRAS PERDIDAS DE LA MALINCHE 133

Jbasa en lo que dijo. Pero dado que transmitía las palabras de otros, en
calidad de intérprete, es también un personaje silencioso. Esta circuns­
tancia ha propiciado que su figura se haya interpretado de modos di­
versos: un símbolo de traición; una meretriz oportunista; un icono fe­
minista; una diosa azteca disfrazada; la madre del primer mestizo y, por
tanto, también de la nación mexicana; la última víctima de rapto de la
conquista. Casi todas estas lecturas reflejan la historia mexicana mo­
derna, pero no la etapa de la conquista, sobre todo porque en su mayo­
ría datan de los álbores de la independencia mexicana, a comienzos del
Siglo XIX.10
En el siglo XVI, no se retrataba a Malinche ni como víctima ni como
inmoral, sino como mujer poderosa. En la media docena de ilustracio­
nes del Códice florentino donde aparece, siempre lleva el tocado y la
vestimenta de una noble, y su nombre siempre es Malintzin, con sufijo
reverencial (honor concedido también a Cuauhtémoc, pero no siempre
a Moctezuma).11Bemal Díaz se deshace en elogios poco comunes para
la época: «Una muy excelente mujer, que se dijo doña Marina [...]; y se
puso por nombre doña Marina aquella india y señora que allí nos die­
ron y verdaderamente era gran cacica e hija de grandes caciques y se­
ñora de vasallos, y bien se le parecía en su persona; [...] era de buen pa­
recer y entremetida y desenvuelta. [...] tenía mucho ser y mandaba
absolutamente entre los indios en toda la Nueva-España».12
No obstante, a comienzos del siglo XVI se detectan ya indicios de una vi­
sión más peyorativa de Malinche; el más evidente es el hecho de que
Cortés no mencione la función de la indígena en k s cartas que remite al
rey. Esta aparente contradicción —Malinche era a la vez ignorada y res­
petada— se entiende mejor en el contexto de la actitud general españo­
la hacia los intérpretes, actitud que generó el mito de la comunicación.
Por una parte, los intérpretes, al igual que los indígenas, no eran per­
sonas de confianza. «Pensamos que el intérprete nos engañaba —co­
menta un español—, porque era un indígena de esta isla y ciudad.»13Go­
mara trata con displicencia a Melchor, el maya capturado por Hernández
de Córdoba en 1517, que por ser un pescador indígena, era tosco y no sa­
bía hablar ni responder. Al fin y al cabo, sostiene Gomara, sólo Malinche
y Aguilar eran intérpretes fiables.14Por su origen indígena, los intérpre­
tes ocupaban también una posición secundaria, o incluso se omitían, en
las crónicas españolas de la conquista. La tendencia a ignorar o desdeñar
el papel de intérprete es, por tanto, un corolario de los mitos analizados
en los capítulos 3 y 4, según los cuales los españoles concluyeron la fase
134 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

de conquista en poco tiempo y solos,15En las crónicas españolas se trans­


mite a menudo la impresión de que los invasores hablaban directamenté
con los caciques indígenas. Cortés, Gomara y Díaz a veces insertan uná
frase del tipo «a través de nuestros intérpretes», pero por lo general sé
omite este detalle. En el primer encuentro entre Cortés y Moctezuma*
por ejemplo, Cortés comunica al rey lo que Je transmitió el señor mexica*
en estilo directo, así como lo que él le respondió. No se menciona la pre­
sencia de intérpretes ni barreras lingüísticas.16
En cierto sentido, los españoles creían que no había ninguna barre­
ra lingüística real entre ellos y los indígenas americanos, creencia qué
fundamentó el edicto de 1513, donde se exigía que los conquistadores
leyesen una declaración en español a los indígenas antes de atacarlos.17
El documento, llamado Requerimiento, informaba a la población au­
tóctona sobre una suerte de cadena de mando que se iniciaba en Dios,
pasaba por el papa y el rey y terminaba en los conquistadores, encarga­
dos de ejecutar la donación, por parte del papa, de las tierras y pueblos
americanos al monarca español, cesión sancionada por la providencia.
Se pedía a los líderes indígenas que reconociesen la autoridad papal y
real (es decir, que se rindiesen sin resistencia) y, si lo hacían, el líder de
la expedición debía decirles;

[.,.] sus Altezas y nos en su nombre, os recibiremos con todo amor y ca­
ridad, y os dejaremos vuestras mujeres e hijos y haciendas libres y sin
servidumbre, para que de ellas y de vosotros hagáis libremente lo que
quisieseis y por bien tuvieseis, y no os compelerán a que os tornéis cris­
tianos, salvo si vosotros informados de la verdad os quisieseis convertir
a nuestra santa Fe Católica, como lo han hecho casi todos los vecinos de
las otras islas, y allende de esto sus Majestades os concederán privilegios
y exenciones, y os harán muchas mercedes.
Y si así no lo hicieseis o en ello maliciosamente pusieseis dilación, os
certifico que con la ayuda de Dios, nosotros entraremos poderosamente
contra vosotros, y os haremos guerra por todas las partes y maneras que
pudiéramos, y os sujetaremos al yugo y obediencia de la Iglesia y de sus
Majestades, y tomaremos vuestras personas y de vuestras mujeres e hijos
y los haremos esclavos, y como tales los venderemos y dispondremos de
ellos como sus Majestades mandaren, y os tomaremos vuestros bienes, y
os haremos todos los males y daños que pudiéramos, como a vasallos
que no obedecen ni quieren recibir a su señor y le resisten y contradicen;
y protestamos que las muertes y daños que de ello se siguiesen sea a
vuestra culpa y no de sus Majestades, ni nuestra, ni de estos caballeros
LAS PALABRAS PERDIDAS DE LA MALINCHE 135

que con nosotros vienen; y de como lo decimos y requerimos pedimos al


presente escribano que nos lo dé por testimonio signado, y a los presen­
te rogamos que de ello sean testigos.18

El texto no menciona la presencia de intérpretes, ni hay constancia


de que el Requerimiento fuera traducido a las lenguas indígenas. El do­
cumento es claramente contradictorio; suele citarse el célebre comen­
tario de Las Casas, donde afirma que el Requerimiento «es cosa absurda
y estulta e digna de todo vituperio y escarnio e infierno».19El Requeri­
miento simboliza la confianza española en su capacidad de comunicar­
se con la población autóctona, al menos hasta el punto que se conside­
raba necesario. Por otra parte, los españoles eran conscientes también
de que ocasionalmente existían barreras lingüísticas que debían supe­
rar. Los intérpretes eran ya ignorados, ya valorados y reconocidos por
su labor exigente y eficaz. Según un médico que participó en la prime­
ra expedición de Colón, el almirante se llevó de vuelta a España a sie­
te tainos y utilizó a los dos supervivientes como intérpretes en su se­
gundo viaje.20 Si tales intérpretes lograban adquirir rápidamente los
conocimientos necesarios, sobrevivir a la exposición a las enfermeda­
des del Viejo Mundo, así como a los avatares de las guerras de con­
quista, solían alcanzar un estatus en la sociedad colonial normalmente
vedado a todos los indígenas, excepto a los nobles de mayores privile­
gios. Curiosamente, el etnocentrismo español era uno de los factores que
suscitaban admiración hacia los intérpretes indígenas. Los europeos so­
lían maravillarse de que los indígenas americanos aprendiesen lenguas
europeas, de modo que si alguno llegaba a ser plenamente bilingüe, se
consideraba un gran logro.51Al igual que Bernal Díaz elogiaba a Malin­
che al decir que se comportaba como un hombre, también se concedía
cierto estatus a los intérpretes indígenas porque se comportaban más
como españoles.
La transformación del estatus y la imagen de Malinche, figura vene­
rada en muchas crónicas españolas e indígenas en las décadas siguien­
tes, fue un fenómeno significativo, pero, por tratarse de una mujer que
murió joven, no es el mejor ejemplo del estatus concedido a los intér­
pretes indígenas a largo plazo. Se encuentran mejores ejemplos en los
Andes y en Yucatán.
En 1528 Pizarro adquirió un par de chicos indígenas en la costa
norte de Perú. Los trasladaron a España en 1529, les enseñaron espa­
ñol, y luego los incluyeron en la expedición de conquista de 1531. Sir-
136 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

vieron como intérpretes en Cajamarca en 1532, cuando Atahualpa fue


capturado. Al igual que Malinche en México, estos dos chicos llegaron
a ser muy conocidos entre la población española e indígena. Les atri­
buyeron los nombres diminutivos de Felipillo y Martinillo; este último
posteriormente se hizo llamar don Martín Pizarro, título que en parte
reflejaba su estatus de noble indígena, pero también su valía para los es­
pañoles por su papel crucial en Cajamarca. Le concedieron una parte
del botín de aquella conquista (aunque Pizarro lo engañó) y, posterior­
mente, una encomienda. Vivió muchos años en Lima, donde adquirió
el prestigioso título de Intérprete General, así como una segunda enco­
mienda, antes de ser sorprendido en la revuelta de Gonzalo Pizarro.
Viajó a Sevilla para recurrir la sentencia en su contra y allí murió, poco
después, alrededor de 1550. En 1567 su hija medio española, doña
Francisca Pizarro, solicitó en la corte de Madrid una pensión, al igual
que hacían muchos descendientes de conquistadores.22
El otro ejemplo es Gaspar Antonio Chi, noble maya que, como el
andino don Martín, utilizó su bilingüismo durante la conquista como
medio de movilidad social en la sociedad colonial. Los españoles inva­
dieron Yucatán cuando Chi era todavía niño, y durante su adolescencia
se educó con los franciscanos de Mérida, capital de la colonia de Yuca­
tán. Allí se hizo Intérprete General. La trayectoria de Chi (que se pro­
longó hasta el final de su vida, en 1610, cuando contaba 80 años de
edad) es extraordinaria en muchos aspectos, pero también comparable
a la de don Martín Pizarro y otros destacados intérpretes indígenas de
la época de la conquista. Estos hombres eran intermediarios entre el
mundo español y el indígena. Chi sirvió como intérprete a los dos pri­
meros obispos de la colonia y a varios de sus gobernadores, además de
ocupar importantes cargos políticos en las comunidades mayas, como
el de regidor de la ciudad.23 Chi parecía especialmente dotado para su
trabajo, pero no era excepcional que los españoles se procurasen intér­
pretes indígenas y, hasta cierto punto, los aceptasen en la sociedad co­
lonial.

En uno de sus muchos encuentros con los indígenas de las islas ca­
ribeñas, Colón navegaba en barca por un río con algunos de sus hom­
bres y se disponía a atracar en la ribera, donde los aguardaba un grupo
de hombres del lugar. Según la versión del propio Colón, que poste­
riormente resumió Bartolomé de las Casas,
LAS PALABRAS PERDIDAS DE LA MALINCHE 137

imo de ellos se adelanto en el río junto con la popa de la barca e hizo una
grande plática que el Almirante no entendía, salvo que los otros indios
de cuando en cuando alzaban las manos al cielo y daban una grande voz.
Pensaba el Almirante que lo aseguraban y que les placía de su venida;
pero vio al indio que consigo traía demudarse la cara y amarillo como la
cera, y temblaba mucho, diciendo por señas que el Almirante se fuese
fuera del río, que los querían matar, y llegóse a un cristiano que tenía una
ballesta armada y mostróla a los indios, y entendió el Almirante que los
decía que los matarían todos, porque aquella ballesta tiraba lejos y ma­
taba.24

Episodios como éste ilustran la «cruda pantomima» a la que europeos


e indígenas se veían abocados por las barreras lingüísticas.2’ Los errores
en la comunicación no eran inusuales, pero ejemplos como el citado
han fomentado también el mito del fallo comunicativo, que no tiene su
origen directo en los diarios y experiencias de Colón, sino indirecta­
mente en los comentarios de Bartolomé de las Casas. El dominico criti­
ca, en ocasiones con mordacidad, el modo en que trata Colón a los indí­
genas caribeños, así como su «ignorancia» y dificultad para entenderse
con ellos.26Los comentaristas modernos han retomado y ampliado con­
siderablemente este tema.
En opinión de Todorov, «Colón fracasa en la comunicación huma­
na porque no le interesa». Margarita Zamora, investigadora de literatu­
ra española, emplea el término «afasia», o pérdida de la capacidad de
comprensión como consecuencia de una lesión cerebral, para describir
esa ausencia de comunicación. Zamora no pretende insinuar que Colón
padeciese una «deficiencia personal», sino que se veía perjudicado por
la «incapacidad esencial de los discursos a su disposición» para com­
prender lo que veía y oía. Otro destacado investigador literario, Step­
hen Greenblatt, concede al almirante más capacidad comunicativa de
la que le atribuyen Todorov y Zamora, pero aun así observa que Colón
tendía a ver lo que quería ver, a leer lo conocido en lo nuevo; los relatos
de Colón se convierten, por tanto, en «una representación fantasmagó­
rica de la certeza fidedigna ante la ignorancia estrepitosa».27
En el análisis de Todorov sobre la conquista de México, Cortés apa­
rece como un gran comunicador, en contraste con Moctezuma y los me­
xicas, cuya incapacidad para interpretar signos humanos los condena a
la derrota. La historiadora Inga Clendinnen sostiene que los fallos co­
municativos se producían en todas las direcciones durante la conquista
138 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

de México, lo cual explica no tanto la derrota indígena cuanto el dete­


rioro de las relaciones hispano-mexicas, que derivaron en una guerra
cruel y destructiva.28J. H. Elliott, en un estudio clásico publicado hace
más de treinta años, describe las dificultades de los europeos del siglo
XVI para comprender América y, por tanto, para adaptarse a la visión
del mundo de los indígenas. Aporta numerosos ejemplos de situaciones
en las que los europeos luchan por describir y comprender la América
indígena. Fray Tomás de Mercado, por ejemplo, señala que en América
todo es muy diferente. Y Juan de Betanzos, en la dedicatoria de su His­
toria de los incas (1551), observa que los españoles estaban muy aleja­
dos de la realidad indígena, circunstancia que se explica por el hecho
de que, en ocasiones, los conquistadores no se preocupaban de com­
prender aquel mundo, sino de someterlo y dominarlo, así como por el
desconocimiento lingüístico, que les impedía la comunicación con los
indios, al tiempo que éstos estaban demasiado amedrentados para ex­
plicar su propia realidad a los españoles.29
En suma, parece existir un antídoto empírico para el mito de la co­
municación generado por los propios conquistadores: los datos colo­
niales que indican que hubo fallos comunicativos motivados por la ig­
norancia española, por los intereses españoles en la conquista, y por el
consecuente terror indígena. Entonces, ¿por qué el fallo comunicativo
es un mito, y no un simple análisis que rectifica el mito de la comunica­
ción de los conquistadores?

Es muy reveladora la observación de Betanzos de que los españoles


estaban, inicialmente, más interesados en someter a los indígenas que
en averiguar cosas sobre ellos. El problema radica en el uso, por parte
de los historiadores modernos, de este tipo de observación para expli­
car la conquista. El argumento de Todorov de que la derrota de los me­
xicas se debió a la incapacidad de dominar la «comunicación interhu­
mana» se reproduce, en términos aún más drásticos, en textos del
escritor francés Le Clézio, que atribuye las conquistas de Cortés más a
la palabra que al dominio de la espada; vencía gracias a «su arma más
formidable, más eficaz: el habla» y a «su instrumento de dominación
más temible: el habla».30Esta interpretación tiene varias dimensiones.
La más imprecisa alude a los signos y al habla como parte de un proce­
so más amplio de comunicación. Otra dimensión, más específica, se re­
fiere a los intérpretes, y hace hincapié en los datos que indican el papel
LAS PALABRAS PERDIDAS DE LA MALINCHE 139

desempeñado por los indígenas bilingües y «la importancia del lengua­


je como instrumento de conquista» (en palabras de un editor de la cró­
nica de Bernal Díaz).31
La dimensión más específica del argumento hace referencia a la es­
critura. «Existe una “tecnología” del simbolismo —afirma Todorov—
que es susceptible de evolucionar, al igual que la tecnología de los uten­
silios, y, desde esta perspectiva, los españoles son más “avanzados” que
los aztecas (o, en términos más generales: las sociedades que poseen es­
critura son más avanzadas que las que carecen de ella), aunque sólo sea
una diferencia de grado.» A pesar de que Todorov emplea citas indi­
rectas e imprecisas, el argumento parece claro: los españoles conquista­
ron porque eran más avanzados. Y se trata de un argumento que, sin
duda, habría sido del agrado de los conquistadores, al igual que de
Prescott y sus contemporáneos del siglo xix. Greenblatt se refiere tam­
bién a este fragmento, y vale la pena citar su sucinta respuesta: «Para mí
no existe ninguna prueba convincente de que la escritura sirviese, en el
primer encuentro entre los europeos y los pueblos del Nuevo Mundo,
como una herramienta superior para percibir con mayor precisión ni
para manipular mejor al otro».32
Jared Diamond, en Armas, gérmenes y acero, sostiene también que
la escritura era un rasgo de la superioridad europea, sobre todo cuando
describe el encuentro inicial de Pizarro y Atahualpa en 1532, en la pla­
za central de la ciudad inca peruana de Cajamarca. Pizarro tenía menos
de 200 hombres, todos ellos bien provistos de armas. Atahualpa conta­
ba con un séquito de 5.000 hombres, pero en su mayoría inermes o con
armas muy pobres (su ejército aguardaba en las llanuras, a las afueras
de la ciudad). El primer español que se acercó al emperador no fue Pi­
zarro, sino un fraile dominico, que llevaba una cruz y una Biblia o mi­
sal. Al cabo de unos minutos, el libro estaba en el suelo, y poco después
Atahualpa fue derribado de su litera y capturado, mientras los españo­
les reducían a sus siervos y mataban a un tercio de su séquito. Diamond
afirma que la alfabetización explica la naturaleza y las consecuencias de
aquel encuentro entre el capitán español y el emperador inca: «España
poseía escritura, mientras que el imperio inca no». La escritura españo­
la transmitía la información que atrajo a los conquistadores a aquellas
tierras peruanas. Escribir confería a los invasores una ventaja cogniti­
ve sobre Atahualpa, que sólo era capaz de acceder a «escasa informa­
ción», lo cual le indujo a actuar con «ingenuidad» y a cometer «errores
de cálculo fatales».33
140 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Esta tesis plantea numerosos problemas. En primer lugar, no hay


pruebas de que Pizarro y sus hombres estuvieran mejor informados sobre
el imperio inca y la cultura andina que Atahualpa sobre los españoles;
ambos líderes habían enviado espías y habían interrogado a indígenas an­
dinos del norte antes de la reunión. En segundo lugar, es cuestionable
que la escritura hubiera sido un sistema más adecuado para transmitir
información que las técnicas orales y los sistemas quipu (complejos sis­
temas de cuerdas de colores anudadas y engarzadas en varas) desarro­
llados durante siglos por los andinos. Y aun en el supuesto de que la es­
critura fuera a veces más eficaz, en las circunstancias concretas de la
invasión de Pizarro, es posible que dicha ventaja no explique todas las
consecuencias de la conquista de Perú. En tercer lugar, la afirmación de
Diamond de que «la alfabetización convertía a los españoles en herede­
ros de un amplio sistema de conocimiento sobre la historia y la conduc­
ta humana», sistema vedado a los andinos, es una generalización suma­
mente problemática, que se explica mejor por los factores geográficos
analizados por Diamond en otras partes del mismo libro:3,1
En cuarto lugar, dado que no se sabe cuáles eran los conocimientos
de Atahualpa acerca de la expedición de Pizarro, podríamos aceptar la
premisa de Diamond, pero aun así no está claro qué relevancia puede
tener. Los españoles, supuestamente mejor informados, actuaron según
las pautas predecibles de la conquista. Durante el encuentro inicial so­
lían tomarse medidas legales para validar sus acciones (la lectura del
Requerimiento), se recurría a la violencia (la masacre de los criados
desarmados) y se procedía a la captura del dirigente indígena, Inme­
diatamente después del enfrentamiento, se requería le presencia de in­
térpretes indígenas, se incorporaban nuevos aliados autóctonos, y se
ponía todo el empeño para adquirir metales preciosos. Parece poco ra­
zonable considerar ingenuo a Atahualpa por no intentar matar a todos
los españoles antes de que se acercasen a hablar con él, y poco realista
conjeturar que habría tomado una decisión tan brutal y draconiana si
hubiera dispuesto de información previa. Es dudoso que el conoci­
miento sobre el imperio mexica y su desmoronamiento hubiera disua­
dido al dirigente inca de negociar con los invasores, en lugar de masa­
crarlos. En circunstancias inversas, si unos extranjeros desconocidos
hubieran arribado a las costas ibéricas, la mayor parte de los españoles
se habría dejado llevar también por la curiosidad.
Por último, el argumento pierde consistencia si se contrasta ese da­
to con el encuentro paralelo de Cortés y Moctezuma. Los mesoameri-
LAS PALABRAS PERDIDAS DE LA MALINCHE 141

canos tenían escritura, lo cual obliga a Diamond a prescindir del argu­


mento de la alfabetización y recurrir a otro mito (que será refutado en
el próximo capítulo), a saber, el de que «Moctezuma cometió un error
de cálculo aún mayor al interpretar la llegada de Cortés con el retorno de
un dios y al acoger al conquistador español y a sus hombres en la capi­
tal azteca de Tenochtitlán».35
La tesis de Diamond sobre la escritura forma parte de un mito bien
consolidado al menos desde la Edad Media, cuando Tomás de Aquino
afirmó que la escritura alfabética distinguía al pueblo civilizado de los
bárbaros. Las Casas sostenía que Aristóteles había establecido la misma
distinción. Aunque el dominico se equivocaba, su afirmación refleja la
arraigada validez de tal distinción en la mente europea. A finales del si­
glo XX, los investigadores que rechazaban el etnocentrismo todavía eran
incapaces de erradicar la creencia de que la escritura alfabética indica
algún tipo de superioridad. Citemos, por ejemplo, el caso del influyen­
te antropólogo Claude Lévi-Strauss —que en 1955 sostenía que «de to­
dos los criterios que permiten distinguir la civilización de la barbarie,
debe destacarse uno: que algunos pueblos escriben y otros no»— y, más
recientemente, Todorov y Diamond.36
El encuentro entre Pizarro y Atahualpa es un ejemplo que muestra
cómo se ha perpetuado el mito del fallo comunicativo, reiterado por los
investigadores con el fin de explicar la conquista en términos colonia­
listas, términos que habrían resultado aceptables también para los pro­
pios conquistadores. Pero las diferencias entre las tecnologías comuni­
cativas españolas y andinas no explica adecuadamente la conquista de
Perú. Ahora bien, ¿y el punto de contacto real que se dio entre el fraile
dominico, Vicente Valverde, y el emperador inca? ¿No fue acaso un
momento simbólico de fallo comunicativo, que expresó el choque de
culturas a través de los gestos, al igual que ocurrió en el primer encuen­
tro entre Cortés y Moctezuma?
El cronista y conquistador Francisco de Jerez, que estaba presente
en Cajamarca, señala que Atahualpa deliberadamente tiró el libro al
suelo por orgullo, porque era incapaz de leer el texto. Cuando el fraile
transmitió esto a Pizarro, el capitán arremetió contra el emperador y
lanzó el grito de guerra, «¡Santiago!», que era la señal de ataque gene­
ral. Así pues, aunque Jerez constata que el ataque se planificó con mu­
cha antelación, a la vez lo presenta como respuesta al acto blasfemo de
Atahualpa, y por tanto está plenamente justificado. En cambio, la ver­
sión dictada en 1570 por Titu Cusi Yupanqui, sobrino del emperador,
142 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

dice lo siguiente: «Mi tío Atahualpa [... ] los recibió muy bien. Ofreció
a uno de ellos en una vasija de oro un tipo de bebida que solemos be­
ber, [pero] en cuanto el español la tomó de su mano, la arrojó al suelo.
Y por ello mi tío se enfadó mucho». En la versión inca, por tanto, los in­
vasores son quienes cometen el insulto y la blasfemia iniciales, y el ges­
to de arrojar el libro al suelo es un justificable quid pro quo?1El tema de
las crónicas de Jerez y Titu Cusí no es directamente el del fallo comuni­
cativo, pues en ambas versiones un dirigente expresa desdén hacia el
otro. Pero lo que realmente ocurrió fue suficientemente impreciso co­
mo para permitir lecturas y versiones muy diferentes.
En otros dos relatos del mismo incidente se hace especial hincapié
en el fallo comunicativo. El autor de uno de ellos es Garcilaso de la Ve­
ga, el ilustre poeta mestizo del siglo XVII, de origen inca y español; el
otro es Pedro Cieza de León, conquistador del siglo XVI. Cada uno de
ellos presenta nuevas variaciones en los detalles y adopta una posición
bastante predecible en cuanto a Atahualpa, pero ambos culpan a un
tercero (distinto del emperador y de Pizarro) del fallo comunicativo
que condujo al ataque español. Garcilaso atribuye a Atahualpa la ini­
ciativa de proponer la reunión, pero sus intenciones amistosas, o inclu­
so reverenciales, no son bien transmitidas por los intérpretes, ni antes
del encuentro ni durante el mismo. Se mofa especialmente de Felipillo,
a quien caracteriza como un andino de clase baja, con torpe dominio
del español y conocimientos casi nulos de doctrina cristiana. Pese a to­
dos sus errores de interpretación, Felipillo no es el culpable último del
desenlace. Garcilaso culpa a la propia lengua indígena, el quechua, que
ridiculiza como una lengua inferior de gente ignorante.38 Ese posicio-
namiento final de Garcilaso se adelanta a la tesis de que los indígenas
fueron derrotados por sus inferiores dotes comunicativas, ya sea la fal­
ta de escritura, ya la incapacidad de leer «signos», o ya, en la burda ver­
sión de Garcilaso, la inferioridad de su lengua. En su relato, el libro del
fraile cae al suelo involuntariamente y no es la causa inmediata de las
hostilidades, que se desatan porque los españoles se impacientan por la
larga discusión que mantienen el fraile y el emperador, y comienzan a
acosar a los siervos de Atahualpa.
Fray Valverde sale bien parado en la versión de Garcilaso, pero en
la de Cieza de León es el malo de la obra. Al igual que casi todos los
cronistas, Cieza de León hace especial hincapié en la caída del libro al
suelo, pero añade un sesgo peculiar cuando apunta que Atahualpa lan­
zó el libro al aire sin saber qué era, pues por aquellas zonas los frailes
LAS PALABRAS PERDIDAS DE LA MALINCHE 143

nunca predicaban, excepto si no había peligro de enfrentamiento béli­


co. Es decir, el fraile no sólo no consigue encauzar el diálogo entre el
emperador y los españoles, sino que además intenta solventar su propia
ineptitud dirigiéndose a Pizarro para decirle que Atahualpa era un tira­
no y un perro herido y que debían iniciar el ataque.39Este fallo comu­
nicativo, pese a su origen clerical, provoca el fracaso de la diplomacia y
el estallido de las hostilidades.
Las diferencias entre estas crónicas, al igual que las que se observan
entre otras versiones que presentan nuevas variantes, ilustran las difi­
cultades de los historiadores para deducir qué ocurrió «realmente», pa­
ra encontrar «alguna verdad» sobre un determinado acontecimiento.40
También muestran que la historia de la conquista es un campo propicio
para el nacimiento y muerte de mitos sobre el pasado. Ahora bien, lo
que no prueban estas diferencias narrativas es la aplicabilidad del tema
analítico de la comunicación ni el del fallo comunicativo, pues ambos
temas, y sus correspondientes mitos, se entrelazan con las propias va­
riantes.
La historiadora Patricia Seed (que sigue, en parte, a Garcilaso) con­
jetura, en su interpretación de los acontecimientos, que el texto leído
por el fraile a Atahualpa era el Requerimiento, que para ella representa
un ejemplo de «imperialismo discursivo».41 El Requerimiento suele in­
terpretarse como un ejemplo prototípico de comunicación fallida o, co­
mo decía Bartolomé de las Casas, un mensaje «absurdo» e «irracional».
No menos absurdas eran las circunstancias en que se leía dicho texto.
Según el historiador Lewis Hanke, «Se leía a los árboles y a las chozas
vacías [...]. Los capitanes musitaban entre dientes sus frases teológicas
en el linde de asentamientos indios silentes, o incluso a una legua de
distancia, antes de iniciar el ataque formal. [...] Los capitanes de los bar­
cos a veces leían el documento desde la cubierta mientras se acercaban
a una isla».42 Además de Las Casas, otros españoles del siglo xvi de­
nunciaron la lectura del Requerimiento en términos que oscilaban en­
tre la ironía y la mordacidad. Por ejemplo, el historiador oficial de la
corte de Carlos V, Gonzalo Fernández de Oviedo, señala que el texto se
leía durante las primeras décadas de la conquista del Caribe, cuando to­
davía se esclavizaba sistemáticamente a los indígenas. Comenta que,
después de apresar y encadenar a los indígenas, se les recitaba el Re­
querimiento sin intérprete, sin concederles oportunidad de réplica, y a
continuación se les hacía prisioneros y se azuzaba con el palo a los que
no corrían lo suficiente.4’ La alusión al palo indica que, aunque no. pu-
144 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

diera comunicarse el contenido del Requerimiento, el contexto violen­


to en que se realizaba la lectura transmitía el mensaje general de ame­
naza y hostilidad.
En otro estudio, Seed muestra convincentemente que el mensaje del
Requerimiento tenía su origen en la tradición islámica ibérica, sobre to­
do en los llamamientos que exigían la aceptación de la superioridad del
islam, so pena de ser atacados. El Requerimiento es absurdo, en parte,
porque exige que no se obligue a los indígenas a convertirse, siempre y
cuando se conviertan. Al igual que su precedente islámico, pospone el
asunto de la conversión y exige únicamente un reconocimiento formal
de la superioridad política y religiosa del invasor. En el mundo islámi­
co, dicho reconocimiento se expresaba en forma de tributo per capita,
que en esencia es la misma manifestación de conquista que el impuesto
reclamado por la reina Isabel, a partir de 1501, a todos los individuos
americanos indígenas del imperio español, gravamen que se mantuvo
durante tres siglos. La cláusula de que la aceptación de la autoridad pa­
pal y real conferiría protección y privilegios parece absurda en el con­
texto de la conquista violenta y la explotación colonial, pero el interés
de los oficiales españoles por mantener los niveles de población indíge­
na (expresado en numerosas leyes coloniales) era auténtico, si bien se
basaba en intereses económicos. Desde la corona hasta los líderes de los
cabildos españoles locales, el imperio dependía del tributo indígena, ya
fuera en dinero, en especie o en mano de obra. El ofrecimiento de pri­
vilegios, expresado en el Requerimiento, resulta irrisorio, porque el do­
cumento también parece prometer la destrucción. En realidad, el régi­
men colonial español reafirmaba la integridad de las comunidades
indígenas porque allí era donde se generaba y recaudaba el tributo.'”
Visto desde esta perspectiva, el Requerimiento parece menos ab­
surdo. En el contexto de las hostilidades flagrantes de la conquista, se
vuelve irrelevante. Es más, se convierte en un ritual algo menos confu­
so, potencialmente, para el invadido, precisamente porque éste no pue­
de comprenderlo. Gracias a su carácter ininteligible puede ser ignora­
do, al tiempo que se interpreta con mayor claridad la naturaleza de la
amenaza española.45
No es posible saber con certeza si fray Valverde leyó el Requeri­
miento textualmente o si se lo explicó a Atahualpa, ni tampoco cono­
cemos las palabras del emperador, ni si su tono fue de bienvenida cor­
dial y deferente, altiva y hostil, o arrogante y displicente. Pero podemos
ponderar las similitudes y diferencias entre las versiones del acontecí-
LAS PALABRAS PERDIDAS DE LA MALINCHE 145

miento, situarlas en el contexto cultural e histórico global, y postular una


razonable conjetura sobre el sentido de las palabras del fraile —explica­
ción básica de la doctrina cristiana y su relevancia política inmediata, se­
gún se expresa en un resumen del Requerimiento— y de la respuesta de
Atahualpa —reconocimiento del carácter absurdo del discurso del frai­
le y de su irrelevancia para la situación política inmediata—. En este
proceso había un fallo comunicativo evidente, pero también una ame­
naza transmitida con toda claridad.
Un acontecimiento paralelo y esclarecedor es el de los discursos
pronunciados por Cortés y Moctezuma el día de su primer encuentro.
Como sucede con los detalles del enfrentamiento de Cajamarca, existen
diferentes versiones y muchas posibles interpretaciones de lo que dijo o
pretendía decir Moctezuma. Pero frente al incidente de Atahualpa, en
el que se transmitió bien un mensaje a través de un fallo comunicativo
aparente, el discurso de Moctezuma fue un acto de aparente buena co­
municación que contenía las semillas de un error, semillas que germi­
narían como un mito de profundo arraigo.
Cortés registró el discurso del emperador mexica en vina carta re­
mitida al rey, y aunque otros cronistas españoles redactaron versiones
muy similares, el discurso muestra indicios de evolución mientras va
pasando de unos autores españoles a otros. Desde el comienzo, con la
versión transmitida por Cortés, parece que se tergiversa el discurso de
modo que las palabras de bienvenida del emperador se transforman en
un estado de sumisión. Cortés atribuye a Moctezuma la idea de que su
pueblo siempre había aguardado la llegada de un señor de allende los
mares, descendiente del cacique originario, y de que creían que aquel
señor era el rey de España.

[...] y por tanto, vos sed cierto que os obedeceremos y tendremos por
señor en lugar de ese gran señor que vos decís, y que en ello no habrá
que yo en mi señorío poseo, mandar a vuestra voluntad, porque será
obedecido y hecho; y todo lo que nosotros tenemos es para lo que vos de
ello quisiéredes disponer. Y pues estáis en vuestra naturaleza y en vues­
tra casa, holgad y descansad del trabajo del camino y guerras que habéis
tenido.46

El emperador niega entonces los rumores que anteriormente habían


llegado a oídos de los españoles: «Los cuales sé que también os han di­
cho que yo tenía las casas con paredes de oro y que las esteras de mis es­
146 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

trados y otras cosas de mi servicio eran asimismo de oro y que yo era un


dios y otras muchas cosas», y muestra su torso de carne y hueso, para
desmentir la imagen divina.
En la versión de Gomara, redactada tres décadas después, se repro­
duce el mismo discurso (probablemente tomado de la carta de Cortés), con
la adición de un preámbulo donde introduce la idea de que los indíge­
nas de México confundieron inicialmente a los españoles por dioses. El
párrafo añadido da al discurso una nueva simetría, pues Moctezuma re­
conoce que Cortés no es un dios y afirma que él tampoco lo es, sino que
es tan mortal como Cortés.47Pero también se basa en el tema, introdu­
cido por Cortés, de que los españoles representaban para los indígenas
el retorno de un señor ancestral o de su descendiente, y por lo tanto se
aproxima algo más al mito de Cortés como retorno del dios mexica
Quetzalcoatl.
La versión de Bernal Díaz, aunque fue redactada posteriormente,
en el siglo XVI, se asemeja más a la de Cortés, y recalca la supuesta afir­
mación de Moctezuma de que sus ancestros habían asegurado que ven­
drían hombres de donde nace el sol a gobernar aquellas tierras. Díaz no
menciona a ningún dios, ni español ni mexica, pero la anécdota del se­
ñor pródigo que regresa refleja todavía temas bíblicos (el hijo pródigo,
la segunda venida de Cristo), así como la clásica afirmación de comple­
titud de la conquista, lo cual invita a, leer el episodio con suspicacia,48
¿Qué diferencia hay entre las crónicas españolas y la versión nahuad
recogida en el Códiceflorentino? La historia de la conquista del Códice
se escribió varias generaciones después de los acontecimientos, y fue
obra de una colaboración entre nahuas y franciscanos. Además, la re­
putación de Moctezuma se había visto mermada en las décadas trans­
curridas entre su muerte y la elaboración del Códice, lo cual se refleja tal
vez en esta transcripción de su discurso. Aun así, la versión del Códice
se aproxima bastante a las de Cortés y Díaz, lo cual invita a pensar que
las crónicas españolas eran interpretaciones bastante fidedignas de lo
que realmente dijo Moctezuma. La versión nahuatl dice así:

¡Oh, nuestro señor!, celebramos doblemente su llegada a esta tierra;


ha venido a satisfacer nuestra curiosidad por su altepetl [ciudad-Estado]
de México, ha venido a establecer su autoridad, que yo he mantenido en
su lugar durante un tiempo, pues los caciques enviados por usted —Itz-
coatzin, el anciano Moteucçoma, Axayaxad, Tiçocic y Ahuitzotl—, que
durante un breve período tuvieron a su cargo estas tierras, han marcha­
LAS PALABRAS PERDIDAS DE LA MALINCHE 147

do a gobernar la altepetl de México. Fue después de ellos cuando vino


su pobre vasallo [yo], ¿Volverán al lugar de su ausencia? ¡Ojalá alguno
de ellos pudiera ver y contemplar lo que ha ocurrido ahora en mi tiem­
po, lo que veo ahora que se han ido nuestros señores! Porque no estoy
soñando, no estoy sonámbulo, no estoy viéndolo en sueños. No estoy so­
ñando que lo he visto, que le he mirado a la cara. Durante un tiempo me
preocupé, al pensar en el lugar misterioso de donde proviene usted, cu­
bierto de nubes y bruma. Es así como dijeron los señores al marchar que
llegaría usted para conocer su altepetl y ocupar el puesto de autoridad.
Y ahora se ha hecho realidad, ha venido. Celebramos doblemente su lle­
gada: tome posesión de la tierra, disfrute de su palacio, descanse su cuer­
po. Que nuestros señores vengan ala tierra.49

El tema del anhelado retorno del señor no sólo está claramente


presente, sino que es el sistema sobre el que se construye el discurso.
No es difícil imaginar que estas palabras resonasen en la mentalidad
española como una declaración de sumisión, sobre todo si se tiene en
cuenta el filtro de lá traducción de Malinche, así como la ignorancia
española respecto del contexto cultural mexica, y la ilusión de recibir
una cálida bienvenida en aquel encuentro. Además, a Cortés le inte­
resaba transmitir al rey una imagen positiva cuando escribió el dis­
curso (que fue al año siguiente, cuando los españoles ya habían sido
derrotados en la primera batalla de Tenochtidán y expulsados de la
ciudad). No menciona el discurso de rendición pronunciado por el úl­
timo señor musulmán expulsado de la Península Ibérica ante el rey
Fernando a las puertas de Granada en 1492, pero aquel discurso era
célebre y la rendición musulmana se consideraba un gran hito históri­
co. Cortés imaginaba haber presenciado un acontecimiento similar, y
esperaba que Carlos V evocase aquel momento en la «rendición» de
Moctezuma.50
Sin embargo, esto no explica por qué el discurso de Moctezuma era
tan deferente. En la cultura mexica —y de hecho en la mayoría de las
culturas mesoamericanas— el discurso de cortesía estaba muy desarro­
llado. Se educaba a los niños de la élite a dominar el tratamiento ade­
cuado a la edad, el género y la posición social del destinatario, así como
a la situación comunicativa. Estos recursos lingüísticos del nahuatl se
denominan huehuehtlahtolli (discurso antiguo o dichos de los ancia­
nos). Tales expresiones y sus modelos de diálogo son conocidos porqué
se recogieron por escrito a finales del siglo XVI (sólo en el Códice Flo­
rentino figuran sesenta).51
148 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

En el género del huebuebtlabtolli, el único estilo de tratamiento que se


podía emplear en presencia de Moctezuma era el tecpillahtolli (discurso
señorial), en el que las palabras nahuad se cargan profusamente de prefi­
jos y sufijos reverencíales, y las frases se construyen según los principios de
la indefinición y la inversión. En otras palabras, para ser cortés debía evi­
tarse hablar de forma directa o rptunda, lo cual requería decir lo opuesto
de lo que se pretendía transmitir. Así pues, la afirmación de Moctezu­
ma de que sus predecesores y él estaban salvaguardando el régimen del
imperio mexica a la espera de la llegada de Cortés no debe interpretarse
de forma literal. Es un artificio retórico que pretende transmitir lo opues­
to —la dignidad y legitimidad multigeneracional de Moctezuma— y
brindar una bienvenida cortés a un huésped importante. Es una acogida
real, «mi casa, su casa», una muestra de hospitalidad cortés que se ma-
linterpretaría si se tomase como una entrega literal de las llaves del rei­
no. Incluso la afirmación de que era pobre y mortal como cualquier
hombre, no presente en el texto nahuad ni en la versión española del Có­
dice, pero sí en las de Cortés y Gomara, era probablemente una muestra
de humildad artificiosa que pretendía recalcar su estatus imperial.
Malinche entendía el tecpillahtolli, por su origen noble, y ya había
traducido ese tipo de discurso a los españoles durante los meses previos
al encuentro entre Moctezuma y Cortés. De no ser así, el discurso de
Moctezuma no se habría transmitido a Cortés y sus colegas con ningu­
na fidelidad.52 Pero a pesar de los conocimientos de Malinche, el dis­
curso traducido, desprovisto de los ornamentos corteses de los prefijos
y sufijos nahuatl y del principio de inversión cortés, a falta de un equi­
valente exacto en la cultura ibérica, semeja un discurso de rendición.1,.
A diferencia del encuentro entre Atahualpa y Pizarro, la primera
vez que los españoles entraron en Tenochtitlán no se produjo ningún
gesto (ningún libro cayó ni fue arrojado al suelo) que simbolizase o re­
flejase claramente los errores de comunicación intercultural. Moctezu­
ma pronunció un discurso que Malinche parecía entender, y por tanto
ésta lo tradujo fielmente, lo cual fue del agrado de los españoles. Se lo­
gró la comunicación. ¿O no?
Las distintas versiones de los primeros encuentros entre Moctezu­
ma y Cortés y entre Pizarro y Atahualpa reflejan en parte el tema de la
doble identidad malinterpretada. Cada bando interpretaba k reunión
como muestra de dignida4 por parte de sus líderes y de tosquedad o de­
bilidad por parte del otro, tfasta el punto de interpretar así cada discurso
y cada gesto. Esto Índica que la comunicación entre invasores e invadi-
LAS PALABRAS PERDIDAS DE LA MALINCHE 149

dos no era sino una serie de palos de ciego, como ya entrevio Bartolo­
mé de las Casa?.
Sin embargo, estas interpretaciones se hicieron con posterioridad a
los acontecimientos, algunas con cierta inmediatez y otras varias déca­
das después. No cabe duda de que hubo fallos comunicativos durante
la conquista, pero sostener que tales fallos eran tan desequilibrados a
favor de los españoles que explican la propia conquista es ignorar la
complejidad de la interacción entre españoles e indígenas.
Además, los errores se veían compensados con muchas otras lectu­
ras correctas de las declaraciones e intenciones extranjeras. Colón com­
prendió que los indígenas de la ribera le eran hostiles. A los indígenas
del pueblo saqueado o de la jaula de madera les daba igual no com­
prender el Requerimiento, pues las acciones de los españoles transmi­
tían las intenciones con mucha mayor claridad que el texto. Atahualpa
y Moctezuma comprendieron las intenciones y métodos españoles de­
masiado tarde como para salvar su propia vida, pero sus sucesores em­
prendieron campañas de resistencia obstaculizadas no por la falta de in­
formación, sino por las atroces epidemias, la desunión indígena, el
desequilibrio armamentístico y otros factores. Tarde o temprano, de un
modo u otro, los españoles entendieron lo que necesitaban, y los indí­
genas comprendieron su significado. Como observó Betanzos en 1551,
en los primeros tiempos de la conquista, a los invasores no les preocu­
paba tanto indagar cuanto someter y adquirir. Según señaló el conquis­
tador Bernardo de Vargas Machuca en el frontispicio de su libro de
1599 sobre las «Indias», los españoles habían adquirido «A la espada y
el compás, más y más y más y más» (véase la figura 12). La palabra —el
instrumento con que Vargas Machuca redacta su libro— con el tiempo
alcanzaría una importancia pareja, o incluso superior. Como se declara
en uno de los sonetos preliminares del libro de Vargas Machuca, la con­
quista era un tema que sólo las armas y las letras podían desarrollar.53
Pero en las primeras décadas de la conquista, la espada y el compás
eran los instrumentos de comunicación más eficaces.
150 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Figura 12, Frontispicio de Milicia y descripción de Us Indias, de Bernardo de Vargas


Machuca (1599).
Capítulo 6

El exterminio de los indios


E l mito de la devastación indígena

En la historia de México contrasta un noble y valiente Cortés con un


Moctezuma timorato y cobarde.
J u a n G in é s d e S e p ú l v e d a (1 5 4 3 )

El monarca indio [el cazonci tarascano] contemplaba sobrecogido y


en silencio el escenario de la devastación, y ansiaba a toda costa la pro­
tección del ser invencible que había provocado aquella ruina.
W il l ia m P r e s c o t t (Í843)

Ya basta, asumo mi destino


Asumo al fui mi suerte angustiosa.
Cacique indígena, en La caída de México (1775),
de la señora de Edward Jemingham

En lugar de ánimas sacan reales y plata y le desuella vivo a los pobres


indios y no hay remedio en este reino.
D o n F e l ip e H u am a n P o m a d e Ay a la (1615)

A comienzos del siglo xvn, un descendiente de la dinastía imperial


de los incas, don Felipe Huaman Poma de Ayala, escribió una extensa
carta al rey de España, donde describía los errores cometidos en la co­
lonia de Perú. Su denuncia de las prácticas corruptas de los funciona­
rios coloniales era especialmente mordaz: Asimismo declaraba que la
152 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

situación no tenía remedio y predecía la pronta extinción de los indíge­


nas andinos.1
El lamento de Huaman Poma tiene su reflejo en el estudio del his­
toriador francés Nathan Wachtel sobre la conquista de Perú, titulado
La vision des vaincus (1971). Wachtel cita un lamento andino, escrito en
español, probablemente en el siglo XVI, en el que el estruendo de un te­
rremoto se convierte en canto fúnebre, la espuma de los rápidos del río
se transforma en lágrimas, el sol se apaga, la luna se achica,

Y todo y todos se esconden, desaparecen


padeciendo.

Según Wachtel, la elegía, escrita con motivo de la muerte de Atahual­


pa, describe «el origen de una suerte de caos [...] un abismo de vacío
en que desaparece el universo. Y sólo perdura el sufrimiento». Sostiene
que así fue «el trauma de la conquista» para los pueblos andinos, que
perdieron irremediablemente el sentido de su existencia y la armonía
con el mundo, a causa de la destrucción provocada por la invasión es­
pañola.2
En realidad, la elegía que cita Wachtel alude específicamente a la
muerte de Atahualpa y ejemplifica la tradición retórica precolombi­
na de duelo formal por el fallecimiento reciente de algún inca. No prueba
ni simboliza el impacto traumático de la conquista de los Andes. Asi­
mismo, el lamento de Huaman Poma era un artificio retórico que pre­
tendía mostrar al rey la reducción demográfica y la creciente pobreza
de los indígenas andinos. Ahora bien, sus palabras, al igual que las de
todos aquellos que denunciaron las prácticas coloniales, como Bartolo­
mé de las Casas, representaban una tendencia de pensamiento crítico
sobre el impacto de la conquista y la colonización sobre los pueblos in­
dígenas americanos.
A lo largo de los siglos, esta tendencia ha dado lugar a un mito so­
bre la naturaleza de las civilizaciones indígenas anteriores a la conquis­
ta, así como sobre la repercusión a largo plazo de la colonización sobre
las sociedades locales. Uno de los componentes de este mito es el la­
mento por los pueblos indígenas, ya introducido por Huaman y Wach­
tel, y su continuidad actual en The broken spears, una antología de tra­
ducciones de relatos nahuas sobre la conquista de México. Este libro
tiene ya más de cuarenta años, pero todavía se reedita y se lee profusa­
mente como texto escolar. En la introducción, el autor de la antología,
EL EXTERMINIO DE LOS INDIOS 153

Miguel León-Portilla, alude a la conquista como «la trágica pérdida


causada por la destrucción de la cultura indígena», frase que se cita en
el programa de un curso impartido en 1992 en el Yale-New Haven Tea­
chers Institute para su utilización en los centros públicos de enseñanza
media (y todavía figura en la página web del instituto). El curso, titula­
do «El descubrimiento de Colón por parte de los indios», pretende pre­
sentar la conquista desde «la perspectiva de los propios aztecas», con
una mentalidad «multicultural». Pero al enfatizar la «pérdida» y la
«destrucción», de forma involuntaria contribuye a perpetuar un mito
que no favorece a las culturas indígenas con las que, supuestamente, el
alumnado debe mostrarse favorable.3
Otro componente del mito es la idea de que la civilización indígena
era una especie de Arcadia, tal como se refleja en el título del libro de
Kirkpatrick Sale, The conquest of paradise. Según esta perspectiva, la
perfección de las sociedades indígenas y la inocencia de sus individuos
no podían sobrevivir a la experiencia de la invasión europea, la depre­
dación y el imperialismo cultural. Otro elemento proviene de la direc­
ción opuesta, y se basa en un desdén, a menudo racista, hacia las cultu­
ras indígenas americanas, en lugar de su idealización romántica. Este
enfoque sostiene que la América anterior a la llegada europea estaba en
gran parte «subdesarrollada y desaprovechada», y «la vida era repug­
nante, salvaje y breve» (según lo expresó Michael Berliner, cuando era
director ejecutivo del Ayn Rand Institute, gabinete estratégico de pen­
samiento derechista). Las posturas de Berliner y Sale sobre la conquis­
ta son diametralmente opuestas, en el sentido de que Berliner ve las
consecuencias de la conquista como favorables para los indígenas y pa­
ra los europeos, porque éstos llevaron a América «una cultura objeti­
vamente superior»/ Pero ambas perspectivas contribuyen a reforzar
este mito porque dan por sentado que las culturas indígenas fueron
destruidas por su incapacidad para soportar la avalancha de la invasión
europea.
He designado este mito con el nombre de «devastación indígena».
Durante siglos los europeos han imaginado e inventado la desintegra­
ción cultural y social de las sociedades americanas indígenas. En su for­
ma más extrema, esta perspectiva no sólo enfatiza la destrucción y la
despoblación, sino que percibe una forma más profunda de devasta­
ción, que equivale a un estado de anomia. Cuando una sociedad se ha­
lla en dicho estado, sus individuos padecen una sensación de futilidad,
de vacío emocional, de desesperación psicológica, y una confusión por
154 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

la desintegración de sus anteriores sistemas de valores y de significado.5


Éste es precisamente el estado mental que, según conjetura Le Clézio,
prevalecía en las comunidades indígenas americanas en el siglo XVI, don­
de la conquista dejó a su paso un silencio «inmenso, aterrador. Sumió al
mundo indígena en el vacío más total. Aquellas culturas ingenuas, vita-
listas, diversas, herederas de conocimientos y mitos tan antiguos como la
historia del hombre, en una sola generación se vieron condenadas y re­
ducidas a polvo, a cenizas».6
En este capítulo se rastrea el desarrollo de este mito de la devastación
indígena a partir de Colón. En primer lugar se analiza la concepción co­
lonial délas culturas indígenas precolombinas en las primeras fases de la
conquista, y después la percepción europea de las reacciones indígenas
ante la invasión y la colonización. Defenderé la tesis de que las culturas
indígenas no eran ni bárbaras ni idílicas, sino tan civilizadas e imperfec­
tas como las culturas europeas de la época. Las respuestas indígenas a la
invasión se basaron en juicios interesados, similares alas decisiones espa­
ñolas, y sus reacciones fueron sumamente diversas, no homogéneas. Las
culturas indígenas demostraron gran resistencia y capacidad de adapta­
ción, y muchos indígenas, sobre todo las élites, hallaron nuevas oportu­
nidades en la transición hacia el período de la conquista.

Uno de los grupos indígenas de la costa septentrional de Sudaméri-


ca, según el explorador inglés del siglo XVI sir Walter Ralegh, se llama­
ba ewaipanoma: «Al parecer, tienen los ojos en los hombros, y la boca
en medio del pecho, y una larga melena les crece hacia atrás, entre los
hombros». Ralegh se muestra escéptico con aquella leyenda, y recono­
ce que «yo no los he visto». Pero parece reacio a descartar por comple­
to la idea de que existían hombres acéfalos en América, pues cita fuen­
tes europeas e indígenas, así como a un español que aseguraba haber
visto úna criatura así.7
En el contexto general de los acéfalos esquivos de Ralegh, hay un
amplio corpus de referencias a estos y otros seres humanos, semihuma­
nos o infrahumanos, entre los que se incluyen amazonas («tribus» sólo
femeninas) y caníbales. Existían anécdotas y leyendas sobre aquellos se­
res aberrantes, tanto en la cultura europea como en la indígena ameri­
cana, muchos siglos antes del contacto entre ambas, de manera que la
conquista es un período fértil para la convergencia, expansión y análi­
sis de esos «monstruos».* Aunque los europeos no los vieran personal-
EL EXTERMINIO DE LOS INDIOS 155

mente, comentaban su ausencia, como en el caso de Ralegh. Colón, en


una carta a los reyes españoles en 1493, comentaba que una isla caribe­
ña estaba habitada por amazonas, una por caníbales, otra por hombres
con cola, y otra por calvos. Pero eran islas que Colón aún no había ex­
plorado, y muy pronto reconoció que, a excepción de los caníbales,
«monstruos no he hallado, ni noticia».5
Cuando los europeos se familiarizaron más con los indígenas ame­
ricanos, los relatos más fantásticos se volvieron menos frecuentes. Pero
el contacto y la conquista reforzaron la idea medieval europea de que
existían criaturas pertenecientes a una categoría intermedia entre los
animales y los verdaderos seres humanos. Los indígenas americanos no
eran acéfalos, pero se consideraba que, como muchas otras cosas, se si­
tuaban en esa categoría intermedia. Tal percepción caracterizaba a los
indígenas como algo menos que humanos, porque carecían de los atri­
butos de las culturas y comunidades humanas. Un ejemplo citado con
frecuencia es la reacción inicial de Colón ante los indígenas guanaha-
níes que encontró en su primer viaje: «Ellos deben de ser buenos servi­
dores y de buen ingenio, pues pronto repiten todo lo que les enseño a
decir, y creo que fácilmente se harían cristianos; pues me pareció que
ninguna secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor, Ëevaré de aquí al
tiempo de mi partida seis a Vuestra Alteza para que aprendan a ha­
blar».10Colón no pretendía decir que los indígenas fuesen mudos, sino
que su lengua era tan primitiva que no merecía la categoría de discurso
humano. Asimismo comentaba la organización política de los arawaks,
a quienes describe como individuos que viven sin orden ni gobierno.
Los indígenas del Caribe no sabían utilizar verdaderas armas, porque
«son en demasiado grado cobardes » y en todos los aspectos sus haza­
ñas le parecían infantiles.11Los indígenas americanos son, por tanto,
una tabula rasa en la que la «civilización» puede inscribirse fácilmente.
En las primeras décadas de contacto, los europeos hallaron sólo
pueblos semisedentarios del Caribe y sus aledaños. Los pueblos semi-
sedentarios vivían de la caza y de la agricultura. Sus comunidades eran
más pequeñas y su estructura social menos compleja que las de las so­
ciedades sedentarias de Mesoaméríca y los Andes. Así, es común encon­
trar, en los textos de esta primera época, la concepción de las sociedades
indígenas casi como no sociedades. En 1503, por ejemplo, Vespuccio
observó que los indígenas no «tienen bienes propios, pero todas las co­
sas son comunes. Viven juntos sin rey, sin autoridad y cada uno es señor
de sí mismo».12
156 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Inídalmente, este tipo de anarquía primaria tendía a interpretarse


como inocencia utópica. Al igual que Adán y Eva en el jardín del Edén,
los «indios» vivían «según la naturaleza», como decía Vespuccio. «La
inocencia del propio Adán —escribió el primer cronista de Brasil, Pe­
dro Vaz de Caminha, en una carta al rey de Portugal en 1500— no era
mayor que la de estas gentes.» Tal caracterización de los indígenas re­
calcaba su bondad y gentileza, como señalaba Bartolomé de las Casas,
y por tanto ponía de relieve su consecuente vulnerabilidad. Las Casas lo
describe así en su brevísima relación de la destrucción de las Indias, se­
gún una fórmula frecuente en sus textos: «Todas estas universas e infi­
nitas gentes a toto género crió Dios las más simples, sin maldades ni
dobleces, obedientísimas, fidelísimas a sus señores naturales y a los cris­
tianos a quien sirven; más humildes, más pacientes, más pacíficas y
quietas, sin rencillas ni bollicios, no rijosos, no querulosos, sin rancores,
sin odios, sin desear venganzas, que hay en el mundo. [...] En estas ove­
jas mansas y de las cualidades susodichas por su Hacedor y Criador así
dotadas, entraron los españoles desde luego que las conocieron como
lobos y tigres y leones crudelísimos de muchos días hambrientos».13Tal
concepción aparece ya en fray Antonio de Montesinos hacia 1511, cuan­
do el dominico, en su célebre sermón a los colonos de La Española, les
pregunta: «¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a
estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan in­
finitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido?
¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curar­
los en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais in­
curren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adqui­
rir oro cada día?».14
La visión de los indígenas como individuos inocentes, tabulas rasas,
junto con la percepción general de que la brutalidad colonial había pro­
vocado una reducción drástica de las poblaciones caribeñas autóctonas,
dio origen a varios intentos de construir comunidades cristianas utópi­
cas sobre la base de la simplicidad indígena. El místico franciscano Ge­
rónimo de Mendieta propuso que todos los pueblos indígenas fuesen
administrados por frailes según un modelo modificado de la regla mo­
nástica. Los planes de Mendieta desafiaban la autoridad de la iglesia se­
glar y parecían incompatibles con la recaudación real y colonial del tri­
buto y la mano de obra indígena, y por tanto fueron bloqueados por la
corona. Sin embargo, Vasco de Quiroga, juez colonial, siguió adelante
con el proyecto, sin autorización real, y construyó dos «repúblicas-hos-
EL EXTERMINIO DE LOS INDIOS 157

pítales» utópicos en México en la década de 1530, Tales experimentos,


basados en la comunidad ficticia de la Utopía de Tomás Moro, pudie­
ron desarrollarse en el entorno paternalista colonial de la Hispanoamé­
rica en ciernes sólo en la medida en que se consideraba maleables a los
indígenas. Gerónimo de Mendieta proclamó que los indios eran mejo­
res discípulos que maestros, mejores súbditos que predicadores, y en
su opinión aquello era lo mejor del mundo.15
Por supuesto, los indígenas no eran más maleables que los españo­
les. La empresa colonial española funcionaba relativamente bien cuan­
do coincidía con las prácticas, pautas y estructuras autóctonas, pero
cuando no era así, se topaba con el mismo nivel de resistencia tenaz
que muestran normalmente los pueblos ante los foráneos que interfie­
ren en sus vidas. Las manifestaciones de esta resistencia contribuyeron
al desarrollo de una percepción europea de los indígenas como indivi­
duos más picaros que inocentes. En un extremo del espectro, los
europeos atribuían a las deficiencias indígenas la culpa del choque cul­
tural. Colón, por ejemplo, exasperado por el frecuente enfrentamien­
to con los tainos, comenta'que no es consecuencia del supuesto daño
infringido a esos pueblos, sino todo lo contrario, pues se les ha dado
todo a cambio de nada; tal enfoque refleja en parte los términos del
Requerimiento.16
En el otro extremo, la perspectiva era completamente hostil y con
frecuencia malévolamente racista. Un fraile dominico, en una carta diri­
gida a funcionarios coloniales residentes en España, describía a los indí­
genas americanos como estúpidos, tontos, irrespetuosos con la verdad,
inestables, carentes de capacidad de previsión, ingratos, variables, crue­
les, desobedientes e incapaces de aprender. Tal opinión puede utilizarse
para justificar cualquier acto de conquista. De hecho, el conquistador y
cronista Oviedo, reacio a aceptar el lamento por la extinción de los in­
dígenas de La Española, se pregunta quién puede cuestionar que el uso
de la pólvora contra los paganos es como el incienso que arde en honor
a Dios. Vargas Machuca concluye que los indios son gentes sin ningún
tipo de virtudes cuando no tienen miedo, pero cuando lo tienen son to­
talmente sumisos. Otros españoles quizá no consideraban que el paga­
nismo justificase el uso de la pólvora u otras tácticas de terror, pero ha­
bía muchos estereotipos paganos que aportaban una justificación
adicional, pues los indígenas tenían una supuesta proclividad a la sodo­
mía, por ejemplo, o al canibalismo, o a las conductas diabólicas. El pro­
pio Bemal Díaz, considerado uno de los cronistas españoles más ecuá-
158 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

niines, hace hincapié en la tendencia indígena a la sodomía, el sacrificio


humano, el canibalismo y ei latrocinio.17
Las tres percepciones estereotípicas de ios indígenas (incultos, ino­
centes, nefandos) se reflejan en un grabado dejan van der Straet que
data aproximadamente de 1575 (véase la figura 13). La combinación
del detalle y la ambigüedad ha suscitado numerosas interpretaciones,
algunas de las cuales enfatizan su contenido erótico, otras su represen­
tación del contacto entre europeos e indígenas como abiertamente se­
xual, y otras ven en la obra un reflejo de cómo los europeos «inventa­
ron» América.18El grabado de Van der Straet ilustra la idea de que los
pueblos indígenas carecían de cultura y sociedad, como se aprecia en la
ausencia de ropa autóctona o de indicios de asentamientos permanentes.
Aparecen algunos elementos producidos por los indígenas: una hamaca,
una macana, el sombrero de la mujer, un espetón. Pero, por lo demás,
los indígenas parecen más afines a ios animales con quienes comparten
la tierra que al hombre civilizado, representado por Vespuccio, con su
complejo traje, el astrolabio y la cruz con el estandarte en la mano, ade­
más del moderno navio del que acaba de desembarcar.
La posición de la mujer indígena parece representar una inocencia
e ingenuidad que es a la vez vacilante y hospitalaria, infantil y cargada de
sexualidad; parece invitar a Vespuccio a protegerla y poseerla a la vez.
El éxito de esta imagen en los siglos XVI y xvn radica en la s asociaciones
que probablemente evocaba en la mente de los europeos, en relación
con la naturaleza apropiada de las relaciones entre hombre y mujer, en­
tre europeos e indígenas. Ahí se incluye la idea de «gentileza» indígena
(término de Las Casas), transmitida visualmente a través de la sexuali­
dad femenina y la inocencia infantil.
La escena de fondo representa esa actividad monstruosa emble­
mática, el canibalismo, que refleja la percepción de los indígenas co­
mo malvados e infrahumanos. La leyenda de la escena bien podría ser
la reflexión del jurista Ginés de Sepulveda, del siglo XVI, que apunta
como prueba de la vida salvaje de los indios sus execrables y prodi­
giosas inmolaciones de víctimas humanas en honor a los demonios, así
como el hecho de devorar carne humana y otros crímenes similares.1’
Los españoles atribuían el canibalismo a los indígenas porque era el
rasgo clásico de la barbarie. Sepúlveda y Van der Straet emplean ese
mismo recurso como prueba de esa barbarie «salvaje». Este tipo de
argumento circular es fundamental en el mito de la devastación indí­
gena.
F igura 13. América, por Theodore Galle, grabado basado en un dibujo procedente de Nova Reperta, dejan van der Straet
(Stradanus) (c. 1575).
160 LOS SIETE MITOS DB LA CONQUISTA ESPAÑOLA

La frase de Sepúlveda «como la de las bestias salvajes» evoca otro as­


pecto de esta visión negativa de los indígenas. A través de la compara­
ción con los animales, los indígenas adquieren toda una serie de supues­
tos atributos animales, como la peligrosidad. Así, los indígenas belicosos
constituyen —junto con la fauna hostil, las enfermedades tropicales, el
terreno difícil y el clima riguroso— parte de lo que convierte a Améri­
ca en un entorno desafiante para los europeos. En sus descripciones de
los primeros encuentros españoles con la población yucateca y maya, el
obispo franciscano Diego de Landa mencionaba las costas traicioneras
donde naufragaban los barcos españoles, los animales peligrosos (des*
de el cangrejo que mordió a un español en el dedo, hasta los leones y ti­
gres), y la suerte de los que caían prisioneros de los mayas. Landa insi­
núa que los cautivos españoles servían para alguno de los tres fines
siguientes: los engordaban, sacrificaban y entregaban a la gente como
alimento; los utilizaban como esclavos; o se asimilaban como autócto­
nos, y se volvían «idólatras» como ellos (como es el caso de Gonzalo
Guerrero, personaje legendario en las historias de la era colonial y en el
México actual).20
No es sorprendente encontrar percepciones contradictorias de los
indígenas en un mismo dibujo o texto. En los escritos de Colón, por
ejemplo, se observan ejemplos de las tres actitudes, y Cortés oscila tam­
bién entre la visión de los indígenas de México como inocentes o salva-;
jes, infantiles o bárbaros. Aunque la frase «noble salvaje» no se acuñó!
hasta 1609 (por obra de un cronista francés llamado Lescarbot), y no se
consolidó como mito hasta mediados del siglo XIX, los orígenes de tal
formulación y su intento de reconciliar dos variantes contradictorias de
la percepción etnocéntrica se plasman en las actitudes de Colón y los
españoles de la época de la conquista.21Además, la percepción de la na­
turaleza délos americanos indígenas en la época del contacto sirvió co­
mo base para la percepción de cómo reaccionaban los indígenas ante la
conquista y la colonización,

«Si dicen que soy un dios, es lo que soy», cantan los dos españoles
que llegan a las costas americanas indígenas en la reciente película de
dibujos animados titulada La ruta hacia El Dorado. Los dirigentes de El
Dorado, el rey y el sumo sacerdote de los indígenas imaginarios de la
película, que en gran parte parecen basados en los mayas, pero que en­
carnan también varios estereotipos indígenas y latinoamericanos, pare-
EL EXTERMINIO DB LOS INDIOS 161

cen confundir a los visitantes españoles con dioses. En realidad, los se­
ñores locales manipulan la llegada délos dos españoles para sus propios
fines, pero en la película el populacho de la localidad acepta la idea co­
mo el cumplimiento de una antigua profecía. Los españoles, entretan­
to, aceptan su repentina apoteosis. Como dice la canción de la banda
sonora, «It’s tough to be a god»: «Listen if we don't comply / with the
locals’ wishes I / can see us being sacrificed or stuffed / Let’s be gods,
the perks are great / El Dorado on a plate / local feeling should not be
rebuffed».22·* Esta canción, junto con la parte de la trama que se desa­
rrolla en paralelo, evoca varios estereotipos: señores indígenas que se­
mejan sumisos pero en realidad son embusteros y poco fidedignos; in­
dígenas que no se limitan a matar extranjeros, sino que los «sacrifican»
y se los comen (aunque esto no ocurre en la película), Entre los estere:
ötipos figura un elemento clave del mito de la devastación indígena: el
mito de que los americanos indígenas creían que los invasores españo­
les eran dioses. A semejanza de lo que se propone en un estudio sobre
ün fenómeno similar del siglo XVIII en Hawai, este mito podría desig­
narse con el término «la apoteosis del capitán Cortés».23
El mito de la apoteosis —parte del mito general de la devastación
indígena— es un elemento central de la imagen de los europeos sobre
la reacción indígena ante la conquista. Todorov hace explícita tal cone­
xión cuando se refiere a «la creencia paralizante de que los españoles
son dioses».24Todorov no es el único que acepta el mito de la apoteosis;
forma parte de la concepción occidental de la conquista en la actuali­
dad, más que de la que prevalecía en el siglo XVI. Pero no hubo tal apo­
teosis, tal «creencia de que los españoles son dioses», y, por tanto, no se
:dio tampoco esa supuesta parálisis indígena.
Como sucede en gran parte de la mitología de la conquista, la apo­
teosis de los conquistadores puede tener su origen en los voluminosos
textos de Colón; eso parece, al menos. En la traducción de Dunn y Ke­
lley del diario del primer viaje al inglés, los indígenas «son crédulos y
conscientes de que existe un Dios en el cielo, y están convencidos de
que venimos de los cíelos». Según la traducción de Zamora de la carta que
remite Colón a los reyes en 1493, el almirante afirma que «por lo gene­
ral, en las tierras por las que he viajado, creían y creen que yo, junto con

* «Es duro ser un dios»: «Oye, si no cumplimos / los deseos de los de aquí / ya nos
veo sacrificados o disecados. / Seamos dioses, las ventajas son enormes, / El Dorado en
bandeja. / No debemos rechazar el sentimiento local». (N. delat.)
EL EXTERMINIO DE LOS INDIOS 163

estos barcos y gentes, venimos del cielo, y me recibieron con suma ve­
neración». Pero he aquí la traducción de Morison del párrafo paralelo
de otra carta escrita por Colón en 1493:

Y todavía defienden la opinión de que provengo del cielo, a pesar de


todas las conversaciones que han tenido conmigo, y eran los primeros en
anunciar esto en todos los lugares adonde iba, y los otros iban corriendo
de casa en casa y a las ciudades vecinas con gritos de «¡Venid! ¡Venid!
¡Venid a ver a la gente del cielo!». Todos se acercaban, tanto hombres
como mujeres, en cuanto tomaban confianza con nosotros, de manera
que nadie, ni mayor ni pequeño, se quedaba atrás, y todos traían ali­
mentos y bebidas que nos entregaban con maravilloso amor.25·*

La palabra clave de estos fragmentos es «cielo», glosada como hea­


ven en las dos primeras traducciones, y como sky en la tercera. Ambos
términos ingleses corresponden a dos acepciones de la palabra cielo
[heaven es el cielo en sentido espiritual, la morada de los dioses, mien­
tras que sky es el firmamento), de modo que la traducción más adecua­
da depende del contexto. Zamora sostiene claramente que la traduc­
ción de Morison no es adecuada, porque en las dos cartas de 1493 se da
a entender que «los indios tomaban a los españoles por seres divinos,
los veneraban y les hacían ofrendas».26
En realidad, tales fragmentos son ambiguos. Colorí nunca emplea la
palabra «dioses», ni tenemos idea de qué vocablo indígena interpreta el
almirante como equivalente a «cíelo». En vista de la naturaleza impreci­
sa de las llamadas «conversaciones» de Colón con los indígenas cari­
beños, sus interpretaciones de las ideas y acciones de aquellos pueblos
deben tomarse con pinzas. Además, no se conserva ni un solo indicio de
que la entrega de alimentos y otros gestos amistosos para con los europeos
—gestos que se daban en toda América y obedecían a diversos motivos
prácticos— constituyesen «ofrendas» de naturaleza religiosa.
Zamora adopta el mito de la apoteosis como hipótesis provisional,
pero otros lo aceptan sin reservas. El historiador suizo Urs Bitterli, por
ejemplo, se basa en los escasos «indicios» de los textos colombinos para
defender la plena aceptación del mito, y resume su razonamiento con la
siguiente pregunta: «¿Acaso no era obvio atribuir un origen sobrenatu­
ral a aquellos seres de aspecto físico, conducta y poderes tan poco co-

* Traducción al castellano de la traducción inglesa de Morison. (N. délai.)


164 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

munes?». Sin duda, la conclusión más obvia era considerar a los europeos
como seres humanos, pues su apariencia física y conducta semejaban
humanas, y, de hecho, ésa fue la interpretación indígena en todo el cons
tinente americano. La pregunta de Bitterli se refiere específicamente a
su análisis de los tainos que habitaban en la isla La Española, pero el in*
vestigador trasciende ese entorno concreto al afirmar que «los pueblos
civilizados de las regiones continentales de América central y meridio*
nal, los aztecas, mayas e incas, consideraban a los conquistadores como
dioses». Cuando veían por primera vez a los españoles, los indígenas
—según Bitterli— experimentaban «una sensación de sobrecogimien­
to, que está presente en todos los actos de culto a la divinidad». La na­
turaleza colonialista de la perspectiva de Bitterli se refleja también en
un dibujo de John Ogilby titulado America (1670), que representa a los
señores mexicas postrados ante Cortés (véase la figura 14) .27
Si los nahuas de México y otros indígenas hubieran confundido a
Cortés con un dios, un buen lugar para buscar indicios de tal interpre­
tación serían los textos del hagiógrafo del conquistador, Gomara. Pe­
ro éste no menciona directamente la apoteosis del capitán, sino que se
refiere vagamente al tópico en varias ocasiones. Sostiene que los indí­
genas de Tabasco (totonacs) inicialmente pensaban que el hombre y eí
caballo eran uno, probablemente una invención española que se mag­
nificó al final del período colonial. Gomara sostiene que cuando los es­
pañoles recorrían las ciudades del valle de México, camino de Tenoch­
titlán, los habitantes se maravillaban por su atuendo, sus armas y sus
caballos, y exclamaban: «¿Estos hombres son dioses!», frase que indi­
caba estupefacción ante lo nuevo, más que una creencia en la divinidad
de los invasores. También informa de que «Teudilli», un señor tabasco
aliado de los mexicas, se preguntaba si los barcos de los españoles indi­
caban que había venido el dios Quetzalcoad, portando sus templos so-:
bre los hombros. No obstante, otras referencias de Gomara a Quetzal­
coatl indican que lo identificaban con el dios patrono de Cholula, y
muestran también la preocupación de los indígenas por el disgusto de
Quetzalcoatl como causa de la masacre de los cholulas instigada por
Cortés. Si se identificase al capitán español con este dios, cabe suponer
que Gomara, siempre proclive a plasmar todo dato que ensalzase al
conquistador, lo habría mencionado. Pero no lo hace. Gomara relata
que los señores cholulas, en respuesta a las presiones de Cortés, que los
acusa de conspirar para tender una emboscada a los españoles, dicen
que ese hombre es como uno de sus dioses, porque lo sabe todo. No es
EL EXTERMINIO DE LOS INDIOS 165

lo mismo que aceptar que los indígenas identificasen realmente a los


españoles con dioses. Esta versión puede ponerse en tela de juicio si se
tienen en cuenta los indicios de que Cortés y/o los daxcalas inventaron
la trama como pretexto para justificar la masacre.28
La versión de Bernal Díaz tampoco aporta pruebas sólidas de que
se confundiese a los españoles con dioses. Según Díaz, unos cempoalas
{indígenas de la costa del golfo), «viendo cosas tan maravillosas e de
tanto peso para ellos, dijeron que no osaran hacer aquello hombres hu­
manos, sino teules, que así llaman a sus ídolos en que adoraban». Díaz
traduce teules como «dioses», pero el término es más ambiguo. La pa­
labra nahuatl que designa a los dioses es teotl en singular, teteoh en plu­
ral, pero tiene un significado menos restringido que el vocablo español
dios. Puede combinarse con otras palabras, por ejemplo, para caracte­
rizarlas como magníficas, elegantes, grandes, poderosas, sin connota­
ciones necesariamente religiosas o divinas.2? Así, a falta de otras prue­
bas más categóricas, el apodo de los españoles como teules indica que
seles reconoce gran relevancia política y militar en la región, pero no
necesariamente un estatus divino. Además, por el momento no hay in­
dicios de que los cempoalas adoptasen realmente la idea de apoteosis
española.30
Al igual que Gomara, Díaz menciona al mismo señor mexica (a quien
llama «Tendile») que se maravilla ante los españoles y sus novedosas
tecnologías. Pero, en lugar de la referencia a Quetzalcoad, relata un
cuento de conquistadores que tiene una curiosa trama, semejante a la
de la Cenicienta. Uno de los españoles tiene un casco viejo y oxidado
que se parece al de una imagen de Huitzilopochtli, dios patrono de
Tenochtitlán. Tendile recibe la orden de enviar o llevar el sombrero a
Moctezuma, quien se sorprende tanto por la extraordinaria similitud,
que piensa que los españoles son los señores que, según la profecía de
los antepasados, vendrían a hacerse cargo de aquellas tierras: «Y desque
vio el casco y el que tenía su Huichilobos, tuvo por cierto que éramos del
linaje de los que les habían dicho sus antepasados que vendrían a seño­
rear aquesta tierra».31 Es el reflejo del discurso supuestamente pronun­
ciado por Moctezuma ante Cortés en su encuentro. No significa que se
identificase a los españoles con dioses, sino con meros descendientes de
unos hombres que gobernaron México en otros tiempos, pero ésta es
una de las tramas de tergiversación que han urdido el mito de la apoteo­
sis española. Poco después de la guerra española-mexica, la semejanza
entre Cortés y Huitzilopochtli dio lugar a la historia de que Moctezuma
166 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

había recibido a Cortés porque identificaba al español con aquel ídolo.


Pero el cronista real Oviedo, que halló la historia en una carta escrita por
el primer virrey colonial de México, aseguraba que era falsa.32
El propio Cortés no menciona a Teudilli/Tendile ni alude a ningún
relato maravilloso, sino que se refiere a él como un señor local que ofre­
ció oro y provisiones a los españoles (como solían hacer los dirigentes in­
dígenas para evitar las hostilidades e instar a los invasores a que se fue­
ran a otro lugar). En sus cartas al rey, Cortés no afirma que se le haya
identificado con ningún dios, ni con Huitzilopochtli ni con Quetzalcoatl
(a quienes no menciona ni una sola vez). Le preocupa más demostrarla
legitimidad política de su invasión y, en las cartas escritas antes de la caí­
da de Tenochtitlán, convencer al rey de que, pese a las hostilidades, el
imperio mexica ya había sido cedido a España, en cierto modo.
No parece extraño que aparezcan referencias evidentes a la apoteo-·
sis de los españoles en las crónicas de los franciscanos, quienes, a causa
de sus intereses más religiosos que políticos, hacían especial hincapié en
la legitimidad y aprobación divina de las campañas de cristianización,·
Fray Toribio de Benavente, apodado Motolinía, escribió en la década
de 1530 que los nahuas llamaban a los castellanos teteuh, que significa*
ba «dioses», y los castellanos pronunciaban mal el término y decían teu*
les?3 Mientras que Díaz omite el análisis sobre los orígenes o implica­
ciones del término teules, Motolinía recurre al mismo como prueba dé
que los indígenas de México preveían de algún modo la llegada de los
españoles, lo cual indicaba que la conquista era parte del plan de Dios
para América. Por tal motivo, los franciscanos como Motolinía inven­
taron, al parecer, la identificación Cortés-Quetzalcoatl después de la
conquista.3'1
La versión más desarrollada de este aspecto del mito relativo a Quet­
zalcoatl aparece en el Códiceflorentino de Sahagún. Dado que el texto se
escribió tanto en nahuatl como en español y se elaboró con ayuda de in­
formantes indígenas, se ha tomado, erróneamente, como el evangelio de
las reacciones indígenas ante la invasión. En realidad, el Códice es una
fuente tanto indígena como franciscana, pues Sahagún concibió, elabo­
ró y formuló los cuestionarios de los doce volúmenes entre 1547 y 1579,
aproximadamente. El libro ΧΠ (sobre la conquista) se redactó por pri­
mera vez hacia 1555, treinta y cinco años después de la muerte de Moc*
tezuma, cuando los informantes del Códice no tenían edad suficiente pa­
ra saber qué pasó antes de la guerra y durante la misma, o no tenían
conocimiento directo de las ideas, palabras y hazañas del emperador.
EL EXTERMINIO DE LOS INDIOS 167

Los informantes eran de Tlatelolco, la ciudad isleña mexica que quedó


subsumida, en el siglo XV, por Tenochtitlán, pero que conservaba cierta
identidad propia. Sus habitantes se consideraban datelolcas, raras veces
mexicas, y como Tlatelolco fue la última parte de la isla que pasó a ma­
nos españolas, los datelolcos culpaban a los mexica-tenochcas de la de­
rrota. En consecuencia, se critica con severidad a Moctezuma en el
Códice, donde se le retrata como un personaje dubitativo, pusilánime,
atemorizado por los augurios que vaticinaban su derrocamiento, y obse­
quioso con los españoles.35
En esta descripción, Moctezuma es un personaje sobresaltado por
una serie de augurios que predicen la llegada de los españoles, ya antes
de la campaña de conquista de Tenochtitlán. Algunos augurios eran fe­
nómenos fácilmente explicables que probablemente ocurrieron: un co­
meta, un eclipse, una tormenta violenta en el lago que rodea Tenochti-
dán, el nacimiento de dos hermanos siameses. Pero tanto si existieron
como si no, no hay pruebas de que determinasen la reacción de Mocte­
zuma ante Cortés. Los mismos franciscanos que difundieron el mito de
Quetzalcoad divulgaron también la historia de los augurios, con el fin
de promover la idea de que la conquista era providencial. Motolinía co­
mentó aquellos augurios en su crónica en la década de 1540; cuando se
elaboró el Códiceflorentino, probablemente eran ya moneda común en­
tre nahuas y españoles, y se habían codificado como un sistema de ocho
presagios, repletos de detalles tomados de la literatura europea medie­
val. Los vaticinios eran un elemento común a la literatura europea y la
americana indígena de los siglos XV y XVI, de modo que no es extraño
que tal versión fuese aceptada sin reticencias. Dicha aceptación forma­
ba parte de la difusión del mito de la devastación indígena y del mito
del derrumbe psicológico de Moctezuma, pero no existen pruebas que
avalen este último aspecto.36
A mediados del siglo XVI este peyorativo retrato de Moctezuma per­
tenecía ya al acervo común de los españoles, y resultaba sumamente
conveniente como explicación indígena de una serie de procesos com­
plejos. Ya se había producido la convergencia histórica de la supuesta
culpabilidad de Moctezuma como chivo expiatorio, idea difundida por
los tlatelolcas, con la invención, por parte de Cortés, de la sumisión vo­
luntaria de Moctezuma a España, y con la campaña franciscana que in­
tentaba presentar la conquista como un designio divino. La leyenda del
retorno de los señores —originada durante la guerra hispano-mexica,
cuando Cortés reelabora el discurso de bienvenida de Moctezuma— se
168 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

fusionó a mediados del siglo XVI con la leyenda de Cortés como Quet­
zalcoatl, difundida por los franciscanos desde dos décadas antes.”
Así pues, el mito de la devastación indígena se personificó en Moc-:
tezuma, y con ese rostro célebre se afianzó a lo largo de los siglos. La
imagen de Moctezuma ha quedado empañada desde entonces. Barbara
Tuchman, en su conocida obra The march of folly, un estudio sobre las
decisiones insensatas de los dirigentes a lo largo de la historia, culpa de
toda la conquista mexicana a Moctezuma, que se vio paralizado por la
superstición o el «engaño», por una suerte de destino ineludible. De
modo similar, Todorov culpa a Moctezuma y atribuye los méritos a Cor­
tés, por adoptar y fomentar la leyenda del retorno de Quetzalcoatl y su
propia identificación con ese dios, lo cual le permitió «controlar el an­
tiguo imperio mexica».38El resto de los mexicas, como señala Le Cié’
zio, «creyó ingenuamente el mito del retorno de sus antepasados» y de
Quetzalcoatl, «ofuscados [...] incapaces de entrever los verdaderos
motivos de aquellos a quienes ya consideraban teules, o dioses». Cuan­
do al fin lo comprendieron, «era demasiado tarde. Los españoles ya se
habían beneficiado de la pusilanimidad indígena para penetrar hasta el
corazón del imperio».3’
El argumento, debido a su amplio espectro de aplicabilidad, se ha
utilizado para explicar la conquista en regiones situadas más allá de
México central. Por ejemplo, en la versión maya cakchiquel sobre la in­
vasión española de las tierras altas guatemaltecas (parte de los Anales de
los cakchiquels), hay un verso que normalmente se traduce como «ios
señores los tomaron por dioses» y se interpreta literalmente como un
«reconocimiento», por parte de los cronistas indígenas, de que sus diri­
gentes consideraron inicialmente a los españoles como seres divinos.40
Pero la frase cakchiquel originaria podía interpretarse también como
«los señores los miraban como si fueran dioses», lo cual, si se sitúa en
su contexto, sugiere un posible sentido figurado. Este fragmento maya
pretendía convencer al lector de que, al comienzo, Alvarado y los cak­
chiquels estaban en paz, pues el líder español mostraba una actitud cor­
dial hacia los indígenas y los mayas sentían miedo y respeto hacia los
europeos. Esta interpretación sobre las relaciones iniciales es la base
para una posterior presentación de las hostilidades hispano-cakchi-
quels como un desenlace totalmente provocado por Alvarado. Como lá
crónica se escribió a finales del siglo XVI, no puede tomarse como una
representación directa y objetiva de las actitudes indígenas —ni de los
acontecimientos esenciales— de 1524. Por último, no se menciona en
EL EXTERMINIO DE LOS INDIOS 169

ningún otro lugar de la crónica cakchiquel que los dirigentes mayas


identificasen a los españoles con dioses, ni existen indicios de tal pers­
pectiva en ninguna otra crónica. Por el contrario, desde el envío de
los embajadores a México en 1522 hasta el final de la guerra hispano-
cakchiquel en 1530, los cakchiquels procuraron sistemáticamente mani­
pular a los españoles y conservar, si no mejorar, su estatus con respecto
a otros grupos mayas en las tierras altas guatemaltecas.41 Los cakchi­
quels, en ese aspecto, no eran diferentes de otros pueblos indígenas.
Otro ejemplo en que aparece el argumento de la apoteosis es la Re­
lación de Michoacán, relato de 1540 sobre la conquista de la región me-
soamericana, escrito por un fraile franciscano a partir de fuentes nobles
tarascanas. En la Relación el rey o cazonci tarascano no consigue en­
frentarse a los españoles porque cree que son dioses, explicación poco
plausible que, sin embargo, ha sido aceptada por historiadores como
Prescott o Todorov, entre otros. Como señala James Krippner-Martínez
en una nueva lectura de la Relación y la conquista de Michoacán, «esta
imagen, profundamente arraigada, pero falsa, de la pasividad india»
forma parte de una «tendenciosidad» más general.42
El mito de la apoteosis también se refleja en las crónicas de la con­
quista de Perú, que presentan numerosas similitudes, tal vez no casuales,
con la leyenda de Cortés-Quetzalcoad. El mito no se menciona en las pri­
meras crónicas de los coetáneos, pero a mediados del siglo XVI se recoge
en varias fuentes. Cieza de León comenta que los españoles adquirieron
el nombre «Viracocha» porque, según decían algunos, eran hijos del dios
Ticsi Viracocha, o, según la versión de otros, porque llegaron por mar co­
mo la espuma. Como sucede con las crónicas mexicanas, la referencia es
un intento breve, impreciso y tenue de convencer al lector de que los in­
dígenas andinos ya veían a los españoles como seres divinos.45
Sin embargo, otras versiones mostraron pronto signos de la imagina­
ción creativa de los cronistas coloniales, la posible influencia de historias
sobre Cortés y Moctezuma, y el deseo de los proselitistas de «demostrar»
que la conquista estaba predestinada y consentida por la divinidad. Pe­
dro de Sarmiento, por ejemplo, comenta que, cuando Atahualpa tuvo
noticia de la llegada de los españoles al norte de Perú, se alegró pro­
fundamente, pues pensaba que quien llegaba era Viracocha, tal como
prometió antes de fallecer. Y daba las gracias a Viracocha porque llega­
ba en el momento oportuno. Al margen de la improbabilidad de tal
percepción, esa aparente alegría de Atahualpa contradice todos los da­
tos sobre su actitud con respecto a la invasión liderada por Pizarro.44
170 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

La intrusión de los tropos bíblicos en el relato histórico es aún más


transparente en los textos del cronista José de Acosta, que explica que
los andinos indígenas llamaban a los españoles viracochas porque pen
saban que eran hijos de los cielos, al igual que otros atribuían estatus di­
vino a Pablo y Bernabé y les ofrecían sacrificios como si fueran dioses.45
La versión peruana de la apoteosis de los conquistadores toma muchos
elementos de la leyenda y el significado de Viracocha. Aunque el equi­
valente mexicano de Viracocha, con respecto a este mito, es Quetzal­
coatl, el término nahuad paralelo, también malinterpretado, es teteoh
(convertido en teules por los españoles). La división radical del cristia­
nismo entre humanidad y Dios no se daba ni en Mesoamérica ni en las.
religiones andinas, que reconocían gradaciones entre lo natural y lo so­
brenatural, y algunos estadios intermedios eran humanos mortales de
elevado estatus. Así, los andinos llamaban a los españoles viracochas por
el mismo motivo que los nahuas los llamaban teules, en reconocimien­
to de su estatus. El término viracocha todavía se emplea en la actualidad
en quechua como referencia no a la divinidad en el sentido europeo, si­
no a los seres poderosos y privilegiados.46
Otro término quechua aplicado a los españoles, y semánticamente
tergiversado en su traducción, era supay, que en un principio designa­
ba un espíritu moralmente neutral que podía ser malvado o benévolo.
Sin embargo, el diccionario de Santo Tomás de 1560 —que define la
entrada viracocha como «cristiano»— refleja la temprana adaptación de
supay\Άlos conceptos espirituales de la cultura española. Se le atribuye
el significado de «ángel», con los calificativos de alliçupa («ángel bue­
no») o manaalliçupa («ángel malo»). Pero como los españoles no po­
dían encontrar en quechua un término adecuado para «diablo», uno de
esos significados acabó predominando en supay, al tiempo que se con­
vertía en término despectivo para apodar a los españoles. Según obser­
vó Cieza de León a mediados del siglo xvi, los «indios» posteriormen­
te dijeron que los españoles no eran los hijos de Dios, sino peores que
supays, que según el cronista era el nombre que designaba al diablo.47
Curiosamente, el cronista andino Titu Cusi Yupanqui, sobrino de
Atahualpa, que escribió su crónica hacia 1570, cuando el propio Titu
Cusí era inca, dice casi lo mismo: «Pensé que eran seres gentiles envia­
dos (según decían) por Tecsi Viracocha, es decir, por Dios; pero me pa­
rece que todo se ha vuelto muy diferente de lo que creía; pues debo de­
ciros, hermanos, por las pruebas que me han dado desde su llegada a;
nuestro país, que no son hijos de Viracocha, sino del Diablo».48En este
EL EXTERMINIO DE LOS INDIOS 171

párrafo hay tres elementos que refutan la idea de la supuesta apoteosis


española en la mentalidad andina. Uno es que no presenta a los espa­
ñoles como viracochas, sino como meros enviados de Viracocha, y co-
ino sus hijos, lo cual no debe interpretarse en sentido literal, sino en el
mismo sentido en que los españoles y otros cristianos se consideran «hi­
jos de Dios». Otro detalle importante es la referencia a la afirmación
española de que habían sido enviados por Dios. Esto refleja, por una
parte, la frecuente tergiversación del lenguaje religioso en las traduc­
ciones y, por otra, la expectativa española de que los indígenas los con­
siderasen dioses.45
El grado de tergiversación de las creencias andinas y las frases que­
chuas por parte de los españoles, así como el modo en que los españo­
les difundían vagos relatos de profecías y apoteosis, se refleja en la cró­
nica del funcionario peruano Agustín de Zarate, donde se dice que los
indios, cuando vieron muerto a Atahualpa, creyeron que Huascar era
realmente el hijo del sol, puesto que había profetizado la muerte de su
hermano. Zárate añade que Huascar aseguraba que su padre, en el le­
cho de muerte, le había ordenado que estableciera vínculos de amistad
con unas gentes blancas y barbudas que llegarían un buen día a aque­
llas tierras, puesto que aquellos hombres serían los señores del reino.
Aquello, según Zárate, podía tratarse de un ardid diabólico, dado que
el gobernador, Pizarro, recorría y conquistaba ya el litoral peruano an­
tes de la muerte de Huayna Capac.50Un ardid diabólico es un modo su­
cinto de explicar la difusión de rumores acerca de presagios, vaticinios
y deificaciones indígenas de los españoles. Con el desarrollo del perío­
do colonial, el estatus subordinado de los indígenas en las colonias es­
pañolas parecía confirmar que eran gentes de mentalidad crédula y su­
persticiosa, como describía a los mayas el gobernador de Yucatán en la
década de 1840. La supuesta sustitución de la simpatía por los recelos
no ha impedido a los historiadores modernos considerar a los indíge­
nas como individuos «paralizados por el terror» ante la llegada de los
invasores, y deseosos de encontrar en los foráneos el respaldo de los «dio­
ses» o «emisarios divinos».51
Dos breves ejemplos ilustran el estado del mito en el siglo XVIII.
Uno es el siguiente comentario de Uarione da Bergamo, fraile italiano
que se familiarizó con la historia mexicana a través de los colonos espa­
ñoles mientras viajaba por la colonia en el siglo XVm: «A comienzos de
la guerra, aquella raza [los españoles] tenía reputación de inmortal,
porque ellos [los indios] no habían visto ni un solo español muerto, ni
172 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

por causa natural ni violenta. También decían que los españoles eran hl·
jos del sol, y pensaban que el caballo y el caballero eran un solo cuerpo».5?
Las concepciones españolas del siglo XVm acerca de la mentalidad indí­
gena del XVI no pueden tomarse como prueba de esa mentalidad. Parece
improbable que los indígenas viesen en los caballeros un nuevo tipo de
criatura cuando iban acompañados de otros hombres que parecían igua­
les pero que iban a pie. Los mesoamericanos no habían visto nunca caba­
llos, pero sí ciervos, y muy pronto comenzaron a llamar a los caballos co­
mo un tipo de ciervo.” Deleite, no temor, fue la reacción del rey maya
chontal, Paxbolonacha, cuando Cortés, con motivo de su encuentro ini­
cial, le invitó a cabalgar por primera vez hasta la capital chontal.54
Asimismo, parece improbable que los indígenas atribuyesen a un
hombre un estatus divino tomando la mortalidad como criterio. La ex­
periencia humana nos lleva a suponer, desde muy temprana edad, que
las personas (en realidad, todas las criaturas vivas) son mortales, supo­
sición que sólo podría ser lógicamente refutada con repetidos actos de
invulnerabilidad o resurrección. Pero el mito no contiene relato alguno
de actos de tal naturaleza. Tampoco podemos especular una suerte de
excepcionalismo cultural en pl caso de los mesoamericanos. Existen nu­
merosos indicios de que asumían la muerte como normal, al igual que
muchas otras culturas. Una de las deidades más importantes de Mesoa-
mérica, el dios de la lluvia y de la tierra, llamado Tlaloc por los nahuas,
era también un dios de la muerte.55 Además, la deificación en Meso-
américa era postmortem, nunca premortem. El dirigente Quetzalcoatl se
convertía en dios, o se asociaba con el dios del mismo nombre, sólo
después de su muerte.56Por último, hay muchas más explicaciones ló­
gicas de que los españoles fueran llamados «hijos del sol». Por ejemplo,
un teniente de Cortés, Pedro de Alvarado, era apodado Tonatiuh, «el
sol», por los mexicas, a causa de su mata de pelo rubio, que sin duda
debía de ser su rasgo físico más llamativo desde la perspectiva de los in­
dígenas, de cabello muy negro. Como hemos visto, en los Andes el tér­
mino «hijo del sol» indicaba estatus elevado y originariamente se reser­
vaba para los incas.
Pero el mito de la devastación, en sus diversas manifestaciones, se
adecuaba bien a la percepción de los pueblos indígenas por parte de los
europeos del siglo XVUI, y quizá también a la concepción indígena de
la misma época acerca de sus antepasados paganos. Servía para explicarla
conquista e indicaba la existencia de úna relación de desigualdad y ve­
neración que se reflejaba en la estructura de la sociedad colonial. In-
EL EXTERMINIO DE LOS INDIOS 173

cluso cuando, un siglo y medio después, la Revolución mexicana dio


origen a un nuevo discurso sobre el pasado de la nación, el mito de la
apoteosis persistía bajo la creencia (o pretensión) equivocada de que
formaba parte de la perspectiva indígena sobre la conquista.57
La otra ilustración del estado del mito en el siglo XVIII aparece en
un poderoso mito inglés paralelo, llamado la «leyenda negra». Tiene su
origen en el auge de Inglaterra como potencia mundial en el siglo XVI,
en el conflicto entre católicos y protestantes provocado por la Reforma,
y en la consolidación de la hostilidad anglo-española durante las déca­
das posteriores a la derrota de la Armada Invencible en 1588. La leyen­
da pintaba a los españoles como colonos brutales y sanguinarios que
discriminaban sistemáticamente a sus súbditos indígenas. La perpetua­
ron sobre todo los ingleses, y posteriormente los británicos, basándose
en fuentes como Bartolomé de las Casas, pero a finales del siglo XVIII
era también de dominio común entre otros protestantes, como los ho­
landeses, los prusianos y la población anglosajona de los flamantes Es­
tados Unidos. Aunque la leyenda negra aparece en numerosas fuentes a
lo largo de los siglos, una de ellas, muy poco citada, adquiere aquí una
extraordinaria relevancia. Se trata de un poema épico, Thefall of Mexi­
co, publicado en 1775 por la señora de Edward Jemingham, que retra­
ta a Cortés como un genio diabólico y à los españoles como asesinos
sanguinarios, cuyas víctimas indígenas aceptaban resignadas su destino
pero, gracias a Dios, se vengan con la derrota de la Armada Invencible
en 1588. De este modo, el poema de Jemingham establece, inconscien­
temente, una clara conexión entre la «leyenda negra» y el mito de la de­
vastación indígena, en el que los indígenas mexicas «se someten» a su
«destino» y sólo contraatacan a los conquistadores con la mediación di­
vina de los ingleses,58
En el siglo XX el mito ha recibido no sólo el beneplácito de muchos
historiadores y escritores, sino también un impulso indirecto —y, como
respuesta, un ataque— de una fuente inesperada. A diferencia de los
ejemplos de Latinoamérica (que tienden a aceptar sin ambages el fun­
damento histórico del mito), el caso de Hawai en el siglo XVH2 ha gene­
rado un intenso debate entre dos destacados antropólogos. Marshall
Sahlins sostiene que los hawaianos indígenas confundieron al capitán
Cook y a sus marineros británicos con dioses y, en consecuencia, las
mujeres plebeyas intentaban —en connivencia con sus maridos— que­
dar embarazadas de aquellos «dioses» para tener hijos de alto estatus y
buena fortuna. Aunque los jefes hawaianos expresaron objeciones ante
174 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

aquella conducta y posteriormente redefmieron a Cook como un hu-,


mano normal y corriente (lo cual trajo fatales consecuencias para Cook),
cuando el capitán británico desembarcó por primera vez en las costas
del lugar, los señores hawaianos y sus súbditos se postraron ante el akua
(dios) que había venido del Kahiki, el mítico hogar de los jefes divinos
y sagrados.55Gananath Obeyesekere cuestiona esta interpretación, con
el argumento de que los occidentales tendían a interpretar de modo li­
teral y acrítico las fuentes que supuestamente demuestran la percepción
indígena de los europeos como dioses. El principal objetivo crítico de
Obeyesekere es la concepción de Sahlins sobre la apoteosis de Cook,
pero también se refiere a Todorov y el mito de la apoteosis de Cortés, y
sostiene que la idea del «europeo como un dios para los salvajes» no es
una tradición indígena, sino una tradición arraigada en la «cultura y la
conciencia europea».60
Las interpretaciones de Sahlins y Obeyesekere sobre las reacciones
hawaianas ante Cook, por diferentes que sean, son explicaciones com­
patibles de aspectos concomitantes de una relación muy compleja. Sah­
lins nos recuerda la función de coherencia cultural en las sociedades
humanas; de qué modo tienden a adaptar lo nuevo a lo antiguo, algo
que hemos visto en el caso de Colón y los españoles. Obeyesekere mues­
tra que las consideraciones políticas son siempre relevantes, en parte por­
que las decisiones políticas tomadas por los poderosos tienen motiva­
ciones políticas universalmente comprensibles. En los enfrentamientos
coloniales, los pueblos indígenas no eran proclives, de forma innata, al
pensamiento esotérico, sino tan dados como los europeos a decidir en
función de «la pragmática del sentido común».61
Aunque Obeyesekere no enmarca su tesis en un mito de la devasta­
ción o la anomia indígena, poiie de manifiesto el modo en que los his­
toriadores occidentales han tendido a comparar una Europa progresis­
ta y pragmática con un mundo indígena orientado a la tradición. De
este modo, relaciona el mito de la apoteosis con otros problemas más
generales relativos a la percepción europea de los americanos indíge­
nas. El mito de los españoles como dioses ha adoptado diversas formas
a lo largo de los siglos, pero todas comparten una visión de los ameri­
canos indígenas como sociedades tan supersticiosas, crédulas y primiti­
vas en sus reacciones ante los invasores que no conocen la razón ni la ló­
gica, mientras que los españoles son tan superiores en su tecnología y
manipulación que su presión psicológica resulta arrolladora. En ese
sentido, los términos de la comparación son lo infrahumano y lo so-
EL EXTERMINIO DE LOS INDIOS 175

brehumano. Pero a pesar de las diferencias superficiales de aspecto fí­


sico, los españoles parecían seres humanos y actuaban como tales, y
existe infinidad de pruebas de que los indígenas trataban a los invaso­
res como hombres. El mito de los españoles como dioses sólo cobra
sentido si se presupone que los indígenas son «primitivos», infantiles o
imbéciles.

En 1539, Jerusalén fue atacada por tres ejércitos cristianos a la vez.


Uno era la fuerza imperial liderada por Carlos I de España (y V del
Sacro Imperio Romano), acompañado por su hermano, el rey de Hun­
gría, y el rey francés Francisco I. El ejército había llegado como refuerzo
de un ejército español independiente, que estaba bajo el mando del
conde de Benavente. La tercera fuerza atacante era el ejército de Nue­
va España, capitaneada por el virrey Mendoza. La batalla duró varias
horas, hasta que al fin se rindieron los musulmanes que defendían la
ciudad. Su líder, «el gran sultán de Babilonia y tetrarca de Jerusalén»,
no era otro que «el marqués del Valle, Hernando Cortés».
La batalla no se libró realmente en Oriente Próximo, sino en la vas­
ta plaza central de Tlaxcala, la ciudad-Estado nahua cuya alianza con
Cortés había resultado crucial para su derrota del imperio mexica casi
dos décadas antes. La batalla ficticia, que formaba parte de toda una se­
rie de juegos y justas, se representó el día de Corpus Christi. Los acto­
res eran tlaxcalas, y contaron quizá con la colaboración de los frailes
franciscanos. Uno de los frailes presenció el espectáculo y escribió una
crónica sobre el mismo, publicada poco después en la Historia de los in­
dios de la Nueva España.62
Si bien una batalla ficticia en la que los ejércitos victoriosos depen­
den del rey español, el virrey mexicano colonial y un conde español
muy destacado en los asuntos mexicanos coloniales puede parecer una
apología de la conquista española de México, la «Conquista de Jerusa­
lén» de Tlaxcala no era exactamente eso. En la obra teatral el vencedor
no era Cortés (representado por un actor indígena tlaxcala), sino el sul­
tán, abocado a la derrota; y el capitán general de los moros era Pedro de
Alvarado, el segundo español más destacado en la caída de Tenochtit-
lán y, posteriormente, conquistador de las tierras altas guatemaltecas.
Los perdedores, Cortés y Alvarado, pedían clemencia y bautismo, y re­
conocían que eran los «vasallos naturales» de Carlos V, representado
por los tlaxcalas, una curiosa manera de invertir la imposición, por par­
176 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

te de los conquistadores, del sometimiento natural de los indígenas.0


Previendo la posible reacción negativa de Cortés ante su papel en la
obra, los tlaxcalas situaban al frente del ejército de la Nueva España ai
virrey, don Antonio de Mendoza, con quien Cortés se enfrentó en 1539
(lo cual provocó que Cortés partiese de vuelta a España aquel mismo
año).64
Todos los papeles de la obra estaban representados por tlaxcalas.
Había miles de guerreros tlaxcalas que tomaron Jerusalén, al igual que
dieciocho años antes eran miles los que habían tomado Tenochtitlán.
Y mientras los tlaxcalas que fingían ser soldados de los ejércitos
europeos vestían todos los mismos uniformes anodinos, los tlaxcalas
del ejército de Nueva España exhibían los abigarrados trajes tradicio­
nales de los guerreros de la ciudad-Estado, complementados con los
cascos de plumas, con «su más rico plumaje, emblemas y escudos», se­
gún los describió un observador franciscano. El escenario de la obra
era la impresionante nueva plaza de Tlaxcala, cuyas dimensiones equi­
valían a la suma de cuatro campos de fútbol. Sus edificios, todavía en
construcción, constituían parte del complejo decorado. Un aspecto
importante del contexto político de la fiesta era la antigua rivalidad de
los tlaxcalas con los mexicas, pues la obra se representaba en parte pa­
ra parodiar un espectáculo similar escenificado cuatro meses antes en
Ciudad de México, centrado en una imaginaria «Conquista [española]
de Rodas», que era una velada reconquista mexica de México,65 La
«Conquista de Jerusalén» era, por tanto, una creación tlaxcala que
pretendía ensalzar los triunfos recientes de Tlaxcala y su estatus actual
de importante ahepetl, o ciudad-Estado de México central, si no la
más importante.
La celebración del Corpus Christi de 1539, considerada «el aconte­
cimiento teatral más espectacular y complejo» de su época, es un ejem­
plo significativo del género.66Pero no era, en absoluto, la única fiesta de
México en el siglo XVI, ni por supuesto déla América española colonial.
En todas las colonias de Mesoamérica y los Andes, las comunidades in­
dígenas representaban obras teatrales, danzas y parodias de batallas.
Muchas perduran todavía hoy. Todas basaban sus tramas complejas en
una mezcla de representaciones rituales indígenas tradicionales y diversos
elementos de la tradición teatral española. El efecto, si no la finalidad, de
tales festivales era reconstruir la conquista no como un momento históri­
co de derrota y trauma, sino como un fenómeno que trascendía cual­
quier momento histórico concreto y era trascendido, a su vez, por esa
EL EXTERMINIO DE LOS INDIOS 177

comunidad indígena local. Los festivales no eran conmemoraciones de


algo perdido, sino celebraciones de la supervivencia comunitaria, la in­
tegridad patriótica, y la vitalidad cultural.67Así pues, los festivales de la
reconquista representan el primero de siete indicadores de la vitalidad
indígena, tanto en la era de la conquista como en la etapa posterior.
El segundo indicador está constituido por otras expresiones de la
negación o inversión indígena de la derrota. Un corpus extraordina­
riamente amplio de fuentes, que ilustra este fenómeno en lo que se
refiere a Mesoamérica, pertenece al género designado por los investi­
gadores como «título». El título era una historia comunitaria que pro­
movía los intereses locales, sobre todo en relación con la propiedad de
la tierra, habitualmente los de la dinastía local o las familias nobles do­
minantes. Tales documentos se redactaban alfabéticamente, en las len­
guas indígenas, en toda Mesoamérica durante el período colonial, pe­
ro sobre todo en el siglo xvin, cuando aumentaron las presiones de la
tierra como consecuencia del crecimiento demográfico parejo de espa­
ñoles e indígenas. Los títulos de la última fase del período colonial se
basaban en fuentes anteriores, tanto escritas como orales, que repre­
sentaban la continuidad de las historias anteriores a la conquista y a
menudo contenían crónicas de la invasión española.68Las crónicas ma­
yas de la conquista que figuran en los títulos de Yucatán revelan que
no había una única visión indígena homogénea de aquel aconteci­
miento; las perspectivas estaban determinadas, en gran medida, por las
diferencias de clase, familia y región. La mayoría de la élite maya, sin
embargo, tendía a infravalorar la significación de la conquista, al re­
calcar la continuidad de estatus, lugar de residencia y ocupación de los
tiempos anteriores a la conquista. Los mayas situaban la invasión es­
pañola, así como la violencia y las epidemias que provocó, en el con­
texto general de los ciclos históricos de calamidades y recuperación,
relegando así la conquista al estatus de mero accidente pasajero en su
larga experiencia local.65
Otro ejemplo de la diversidad de las reacciones indígenas ante la
conquista lo encontramos en el valle de Oaxaca, en el sur de México.
En la última década del siglo xvn, se libró una disputa por la tierra en­
tre dos comunidades indígenas del valle, una nahua y la otra mixteca.
En los tribunales, ambas presentaron títulos para defender sus respec­
tivas causas, y cada una de ellos contenía una breve crónica de la con­
quista. La versión nahua de los acontecimientos de la década de 1520
afirmaba que los guerreros nahuas habían venido a Oaxaca desde Mé­
178 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

xico central en respuesta a una súplica de los zapotecas, que necesita­


ban ayuda para defenderse de los mixtecas caníbales. Cortés aprobó la
misión, pero cuando él llegó a Oaxaca tras la victoria nahua, los nahuas
y él discutieron y se enfrentaron en combate. Los nahuas ganaron tam­
bién esta batalla, y después de esta «conquista originaria», se asentaron
en el valle en la tierra que se les concedió.
En cambio, la versión mixteca aseguraba que Cortés llegó primero
al valle, donde fue recibido por los mixtecas, que concedieron a los es­
pañoles parte de la tierra para que se asentasen en ella. Los problemas
comenzaron cuando Cortés regresó con un grupo de nahuas, que co­
menzaron a pelear y fueron derrotados por los mixtecas. Con la media­
ción de Cortés, los mixtecas permitieron gentilmente que los nahuas se
asentasen en el valle. Sorprendentemente, los lindes de la tierra no eran
menos generosos en el título mixteca que en la versión nahua.
En ambas versiones, las identidades comunitarias —o micropatrió-
ticas— locales son primordiales. No se acepta la división colonial de los
pueblos entre españoles e «indios», ni tampoco la idea de que la con­
quista fue una iniciativa española o un triunfo principalmente español
La derrota indígena no sólo se niega, sino que se invierte. Incluso la fra­
se «derrota indígena» carece de sentido desde una perspectiva comuni­
taria que considera a todos los foráneos más o menos del mismo modo,
ya sean españoles, mixtecas, nahuas o zapotecas, o incluso miembros
del mismo grupo lingüístico que viven en otra ciudad.70
5 El tercer indicador de vitalidad indígena durante la conquista era el
papel desempeñado por los indígenas como aliados en las campañas
que siguieron a las principales guerras de invasión. Aunque a largo pla­
zo las campañas solían derivar (no siempre era así) en la expansión del
régimen colonial español, a corto plazo constituían, por lo general, un
modo de explotación indígena de la presencia española para favorecer
sus propios intereses regionales. Por ejemplo, los ejércitos de guerreros
nahuas que desarrollaron campañas bélicas en lo que hoy es México
septentrional, meridional, Yucatán, Guatemala y Honduras contribu­
yeron a crear el reino colonial de Nueva España y estaban bajo las ór­
denes de capitanes españoles. Pero la gran mayoría de los combatientes
era hablante de nahuatl que dependía de sus propios oficiales. Muchos’
permanecieron como colonos en las nuevas ciudades coloniales, como
Oaxaca, Santiago (Guatemala), Mérida y Campeche, y su cultura y len­
gua definieron un rasgo permanente de esas regiones. Como simboliza
la toponimia de las tierras altas guatemaltecas todavía hoy, el nahuatl
EL EXTERMINIO DE LOS INDIOS 179

adquirió el estatus de lingua franca en Nueva España. En muchos as­


pectos, las campañas eran una continuación del expansionismo mexica
que había avanzado casi sin obstáculos desde un siglo antes de la inva­
sión española.71
Un ejemplo ligeramente distinto es la expansión maya chontal a fi­
nales del siglo XVI durante el reinado de Paxbolonacha. Su identidad co­
lonial simultánea era don Pablo Paxbolon, gobernador de la región. A
pesar de que el primer contacto importante de los mayas chontales con
los españoles data ya de 1525, hasta mediados del siglo XVI la región no
se incorporó plenamente a la colonia española más cercana, Yucatán.
Desde la década de 1560, y de forma continuada hasta su muerte, en
1614, Paxbolon participó en las campañas contra las comunidades ma­
yas vecinas que todavía no se habían incorporado a la colonia o que ha­
bían eludido el control colonial, La presencia española en la mayoría de
estas expediciones era mínima o inexistente, A pesar de que Paxbolon
tenía autorización de Mérida para rodear a los refugiados e «idólatras»,
un título maya chontal escrito durante su régimen registraba tales cam­
pañas antes y después de la invasión española, lo cual indica que las
campañas coloniales sólo fueron una continuación de las antiguas reda­
das de esclavización.72
El expansionismo de Paxbolon era un fenómeno muy local, pero
también lo eran todos los casos de actividad militar indígena después
de la invasión española, desde las campañas nahuas posteriores a la caí­
da del imperio mexica, hasta las de los guerreros andinos durante varias
décadas después de la captura y ejecución de Atahualpa. Las circuns­
tancias locales producían variaciones regionales, pero el modelo gene­
ral muestra la existéncia de una notable actividad militar indígena du­
rante la conquista y después del supuesto final de ésta, y no siempre
dirigida contra los españoles, sino a menudo orientada a defender los
intereses indígenas locales.
\ El historiador Charles Gibson, en su influyente estudio sobre la
Tlaxcala colonial, señala que había veces en que «los indios aceptaban
un aspecto de la colonización española con el fin de propiciar su re­
chazo de otro».7> Esta situación se refleja en el papel que suelen de­
sempeñar las élites Indígenas, cuya colaboración parcial y compleja en
la conquista y en lalpolítica colonial representa el cuarto indicador an-
tidevastación. En el nivel más alto de liderazgo indígena, el de los em­
peradores mexicas ej incas, tal colaboración sólo servía para ganar tiempo.
Pero en vida de Moctezuma y Atahualpa, siquiera cautivos, sus políti­
180 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

cas de colaboración y apaciguamiento servían para salvar vidas indíge­


nas y evitar la declaración de guerra. El Moctezuma del mito —inventa­
do por los franciscanos y los datelolcas y perpetuado por los historiado­
res modernos, desde Prescott hasta Tuchman— no era un colaborador
artero. Pero el Moctezuma real fue el dirigente más hábil del imperio
mexica; Fernández-Armesto lo describe como el más dinámico, el más
agresivo, el más seguro de sí mismo, el que aventajó a todos sus prede­
cesores con campañas bélicas en un territorio de más de 400.000 km2,
campañas que continuaron después de que Cortés hubiera establecido
su residencia en Tenochtitlán. Cortés aseguraba haber capturado a Moc­
tezuma poco después de llegar a la ciudad, pero parece claro, por las
descripciones de las actividades del emperador en otras fuentes españo­
las e indígenas, que su detención se produjo al cabo de varios meses. En­
tretanto, el dirigente mexica lanzó una red de confusión en torno a los
españoles, cuya inseguridad les llevó a cometer la desastrosa huida san­
guinaria de Tenochtitlán, pues no sabían si les esperaba la sumisión, ar­
teros engaños o una hostilidád abierta.74 La captura de Atahualpa fue
más inmediata, pero incluso durante su cautiverio conspiró y planificó
estrategias para, durante un tiempo, refrenar a los españoles y utilizarlos
con el fin de ganar su propia guerra contra su hermano.
El elevado estatus de Moctezuma y Atahualpa, a largo plazo, los ha­
cía inapropiados para ser dirigentes títeres y los condenó a la muerte a
manos de los españoles. En cambio, otros dirigentes nativos menores
pudieron negociar una salida para escapar del cautiverio y la ejecución,
o incluso para evitar el encarcelamiento y ser consolidados en su cargo
por las autoridades coloniales. Don Pablo Paxbolon es un buen ejem­
plo de dirigente que logró mantener el estatus dual durante todo su rei­
nado/régimen, en parte porque su pequeño reino era de escaso interés
para los españoles. Por el contrario, el reino de Manco Inca Yupanqui
resultaba muy atractivo para los españoles, que pronto se rebelaron
contra su estatus dual. Además de ser inca (que significa «emperador»)
por derecho sucesorio, Manco fue reafirmado por los españoles en el
cargo de regente de Perú en 1534 y supuestamente debía actuar como
títere del régimen colonial (véase la figura 15). Pero en 1536 las condi­
ciones del compromiso se habían vuelto excesivamente onerosas, y el
abuso de la familia y los criados de Inca por parte de los Pizarro y sus
aliados se había vuelto intolerable. Manco huyó de la capital de Cuzco,
formó un ejército y asedió la ciudad durante un año hasta que al fin se
retiró a los Andes, donde perduró hasta 1572 un reino inca indepen-
con a v is T Ä ,/
1M IŒ E P Q »
................ lU lú A .

F ig u r a 15. «Manco Inca, educado como rey inca», en Nueva coránica y buen
gobierno, de don Felipe Huaman Poma de Ayala (1615).
F ig u r a 16. «El árbol genealógico de la dinastía Xiu», probablemente d e Gaspar
Antonio Cbi (c, 1557), actualteado por don Juan Xiu (c. 1685).
EL EXTERMINIO DE LOS INDIOS 183

cliente. Entretanto, en 1560, fue designado inca el hijo de Manco, Titu


Cusi, que posteriormente, ya bautizado, negoció un acercamiento a los
españoles. Aunque su hermano, Tupac Amaru, y otros miembros de la
familia fueron ejecutados en 1572 por su rebeldía, Titu Cusi, sus des­
cendientes y otros miembros de la nobleza inca lograron mantener un
estatus económico y político considerable dentro del Perú colonial du­
rante siglos.75
La supervivencia de los incas fue paralela, en muchos aspectos, a la
perpetuación del estatus de los parientes y descendientes de Moctezu­
ma. Aunque carecían de la influencia política de la preconquista, su re­
levancia social y económica local se vio reafirmada con la concesión de
títulos y honores de la corona española.76Asimismo, las familias mayas
más nobles, tras arduas negociaciones prolongadas durante varios años,
lograron preservar, en la mayoría de los casos, un estatus de dirigentes
comunitarios locales a cambio de la aceptación de la autoridad política
española en el nivel regional. El gobernador español de Yucatán se con­
virtió en el halach uinic (dirigente provincial), pero los nobles de dinas­
tías como la de los Cocom, los Pech y los Xiu siguieron siendo batabob
(dirigentes locales o gobernadores de la ciudad) durante los tres siglos
siguientes.
Los Xiu se contaban entre las familias nobles más poderosas de Yu­
catán antes y después de la conquista.77La figura 16 ilustra, a través de
un árbol genealógico, la continuidad de la legitimidad histórica de la di­
nastía Xiu durante la conquista. La pareja fundadora semimítica su­
puestamente vivió varios siglos antes de la conquista, y los individuos
mencionados corresponden a los siglos xv-xvii. El árbol, dibujado a
mediados del siglo XVI por Gaspar Antonio Chi, y actualizado un si­
glo después por otro miembro de una rama de la familia, muestra una
compleja mezcla de elementos culturales mayas, nahuas y españoles. La
imagen refleja la síntesis entre cambio y continuidad, compromiso y su­
pervivencia, que marcó la adaptación de la élite indígena al régimen co­
lonial.
La mayoría de los nobles Xiu mencionados en la figura 16 tenía el
cargo de batabob, lo cual refleja el auge de la comunidad municipal in­
dígena entre los siglos XVI y XVin, que constituye el quinto indicador de
la vitalidad indígena después de la invasión. Uno de los mecanismos de
adaptación indígenas al régimen colonial, que propició la edad de oro
de la ciudad indígena, fue la rápida adopción del cabildo español, esto
es, la autoridad municipal. Los españoles delegaron la elección del ca­
184 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

bildo, así como sus cargos y funciones, en las ciudades indígenas ya des­
de el comienzo del período colonial, o al menos así lo creían. En reali­
dad, las élites indígenas sólo constituían en apariencia los cabildos de
estilo español. Sus «elecciones», si se celebraban, eran un mero paripé
que ocultaba las maniobras y los ciclos de poder tradicionales entre
facciones. Adoptaron los títulos españoles como alcalde (juez) y regi­
dor (funcionario municipal), pero el número, la jerarquía y los cargos
de los funcionarios se basaban en las tradiciones locales, y muchos ca­
bildos contenían funcionarios con títulos de la preconquista. En algu­
nos casos, los gobernadores indígenas eran elegidos por los españoles,
pero lo más común era que continuasen gobernando de forma vitalicia,
igual que antes de la conquista, incluso con sus títulos precoloniales, y
transfiriesen sus cargos a sus hijos.78
Los españoles consideraban los cabildos como un producto del co­
lonialismo, mientras que los indígenas adoptaron ese marco a modo de
cambio superficial y pronto pasaron a considerarlo como una institu­
ción local, más que colonial. Esta doble percepción es otro ejemplo de
doble identidad malínterpretada, en el cual tanto españoles como indí­
genas consideraban que el mismo concepto o modo de actuar pertene­
cía a su propia cultura. En este sentido, la adopción de elementos cul­
turales hispánicos por parte de los indígenas no supuso una pérdida o
decadencia cultural, sino adaptabilidad y vitalidad (sexto indicador de
la vitalidad cultural indígena después de la conquista). Los indígenas
tendían a ver los préstamos —ya fueran palabras, conceptos, modos de
contar, de culto, de construcción de edificios, de planificación urba­
na— no como elementos foráneos, sino como parte de las prácticas y
costumbres comunitarias. No los consideraban españoles, ni indígenas,
sino locales. Y esto era así gracias a la integración y prosperidad de las
comunidades municipales semiautónomas. Al final del período colo­
nial, en la mayor parte de Hispanoamérica había escasos elementos cul­
turales indígenas que (según señala James Lockart) «pudieran definirse
como completamente europeos o indígenas en su origen. Las formas es­
tables que surgieron con el tiempo se basaban en ambos antecedentes,
pues fusionaron muchos elementos que desde el principio eran simila­
res con otros ahora entrelazados e integrados, de modo que identificar
cuáles pertenecían a qué antecedente es una tarea en gran medida im­
posible, o incluso no pertinente».79
Al igual que la violencia y el drama de la invasión española dieron pa­
so al cambio cultural gradual, también la tragedia inmediata de la reduc­
EL EXTERMINIO DE LOS INDIOS 185

ción demográfica indígena propició nuevas oportunidades de diverso ti­


po a largo plazo. El cronista andino Huaman Poma advirtió en 1615 que
los indios corrían peligro de extinción y, en términos demográficos, un si­
glo después de que los españoles iniciasen sus conquistas por el conti­
nente americano, esto casi parecía una posibilidad real. El brusco declive
de la población americana indígena, que se inició en 1492 y continuó has­
ta bien entrado el siglo XVII, ha sido descrito como un holocausto. En tér­
minos de frecuencia absoluta y velocidad de reducción demográfica —una
pérdida de unos 40 millones de personas en un siglo— es probablemen­
te el mayor desastre demográfico de la historia humana.80
Pero la reducción no fue un holocausto entendido como el produc­
to de una campaña genocida o un intento deliberado de exterminar a la
población. Los colonos españoles dependían de las comunidades indí­
genas para construir y sostener sus colonias con tributos, productos y
mano de obra. Los funcionarios coloniales estaban sumamente preocu­
pados por la tragedia demográfica de la colonización del Caribe, donde
los pueblos indígenas de la mayoría de las islas se extinguieron en pocas
décadas. La preocupación aumentó ante la evidente mortalidad masiva
en el continente durante las invasiones españolas, o incluso antes. Lo
que no comprendían los españoles era hasta qué punto la enfermedad
era responsable de este desastre. Los argumentos de una minoría (Bar­
tolomé de las Casas sigue siendo el más representativo), según ios cua­
les la brutalidad colonial érala principal causa de la aparente extinción
de los indígenas, constituyeron una seria preocupación para la corona.
En consecuencia, se aprobaron periódicamente edictos pensados para
proteger a los indígenas de los excesos coloniales. Su efecto fue limita­
do, pero reflejaba el hecho importante de que los españoles necesitaban
la supervivencia y proliferación de los pueblos indígenas americanos,
aunque sólo fuera para explotarlosj
La combinación del declive demográfico y la dependencia colonial
española respecto de una población indígena en recesión —y poste­
riormente en crecimiento muy lento— brindó nuevas oportunidades a
los supervivientes. Algunas oportunidades eran de tipo político. La re­
lativa estabilidad de la élite dirigente de Yucatán, y de los pocos ejem­
plos de familias advenedizas que adquirieron poder gracias a aquella si­
tuación, no tiene parangón en ningún otro lugar de Hispanoamérica.
En la región de Riobamba de la Quito colonial, por ejemplo, la élite
preinca y las familias supervivientes de la nobleza inca se disputaban el
poder en el crisol de la conquista y el régimen colonial. La situación fue
186 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

hábilmente manipulada por los Duchisela, una familia que, pese a su


preeminencia en la zona, antes de la conquista nunca había sido una di­
nastía de dirigentes. Esta familia recibió con los brazos abiertos a la ex­
pedición española de Sebastián de Benalcázar y en compensación se le
otorgó un señorío local. Hacía la década de 1570 consiguió la goberna­
ción de la ciudad. Durante los dos siglos siguientes los Duchisela rea­
firmaron considerablemente su poder político en la región, amasaron
una fortuna familiar gracias a su rico patrimonio de terratenientes, y lo­
graron inventar la legitimidad histórica de su dinastía.81
La fortuna de la familia Duchisela tenía su origen en la tierra, y a co­
mienzos del siglo xvn su patriarca, donjuán, junto con su esposa, doña
Isabel Carrillo, eran propietarios de casi un millar de hectáreas de tie­
rra. De hecho, la tierra era otro de los ámbitos que brindaban nuevas
oportunidades a los indígenas después de la conquista. Al contrario de
lo que se suele pensar, los españoles no llegaron a América para adqui­
rir tierras. El objetivo de los conquistadores era recibir una encomien­
da, es decir, una concesión de tributos y mano de obra indígena, pero
no tierra. La presión que ejercían los españoles sobre las comunidades
indígenas para que cedieran o vendieran la tierra no fue notable hasta
una etapa posterior del período colonial. En el siglo XVI los indígenas
disponían de muchas más tierras que antes de la conquista. Y con la lle­
gada de las herramientas de acero y hierro, y nuevos tipos de cultivos y
animales domésticos, se desarrollaron también nuevos modos de traba­
jo agrícola.82
|Sin duda alguna, en el siglo XVI los pueblos de América sufrieron el
envite de las epidemias letales y las onerosas exigencias del período co­
lonial. Pero no decayeron en un estado de depresión e inactividad a
causa de la conquista, sino que buscaron nuevas vías para mantener sus
hábitos tradicionales y aumentar su calidad de vida, aun a pesar de los
cambios e inconvenientes de la colonización. Además, el declive demo­
gráfico no supuso la decadencia de la cultura indígena en ningún senti­
do. Las culturas autóctonas evolucionaron de forma más rápida y radi­
cal durante el período colonial, como consecuencia del contacto con la
cultura española y la necesidad de adaptarse a las nuevas tecnologías,
exigencias y métodos. Pero, como han observado los historiadores de la
Baja Edad Media, la merma periódica de la población a causa de plagas
y epidemias no provocó la pérdida de la cultura.
El mito de la devastación indígena suele pasar por alto todos estos
aspectos, pues subsume en la «nada» la compleja vitalidad de las cultu­
EL EXTERMINIO DE LOS INDIOS 187

ras y sociedades indígenas durante la conquista y en la etapa posterior.83


Como señala Inga Clendinnen, el relato mítico o «convencional del re­
torno de los dioses y autócratas amedrentados, de un mundo exótico pa­
ralizado por su encuentro con la Europa, pese a su coherencia y su ca­
rácter inevitable, a la luz de los datos, es como el avance del Eliza por los
témpanos de hielo: simple oscilación entre hundimientos puntuales uni­
dos por saltos desesperados hacia adelante».84En el siguiente capítulo se
analizan dichos saltos —sobre todo la idea de la superioridad españo­
la— y se demuestra que la capa de hielo en realidad era bastante fin aj
Capítulo 7

Monos y hombres
El mito de la superioridad

Invictísimo y muy católico Señor: Dios Nuestro Señor la vida y muy


real persona y potentísimo estado de vuestra majestad conserve y aumen­
te, con acrecentamiento de muchos más reinos y señoríos, como su real
corazón desea.
H e r n á n C o r t é s (1521)

Conquistador, ya no queda tiempo, debo rendir pleitesía.


Aunque vine a mofarme, ahora parto arrepentido.
P r o c o l H a r u m (1 9 7 2 )

Cortés: «Absurdo e insensato son términos


que inventamos, para las costumbres que difieren de las nuestras:
pues todos sus hábitos son fruto de la Naturaleza,
pero nosotros, con el Arte, desenseñamos lo que la Naturaleza enseña».
J o h n D r y d en ,
The Conquest of Granada by the Spaniards (1 6 7 2 )

¿Por qué la historia de la conquista española está tan dominada por


,los mitos? Según el antropólogo Samuel Wilson, intentamos distanciar­
nos de la historia del contacto y la conquista por la tragedia que conde­
ne. «Es más seguro desde el punto de vista político y menos gravoso en
el plano emocional —sugiere Wilson— desdibujar la historia en el mi­
to y confinarla ahí.» Esta tesis permite explicar no sólo la perpetuidad
de los mitos de la conquista, sino también su desarrollo en el período de
190 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

la conquista. No debe sorprendernos que estos mitos perduren hasta


bien entrado el siglo XXI; después de todo, como apunta Wilson, toda­
vía vivimos en «el período de contacto».1
¡En el período colonial, los españoles procuraban constreñir la his­
toria, engalanándola con el tropo tal vez más simple que se ha inventa­
do para explicar la conducta humana, las diferencias entre pueblos y el
desenlace de los acontecimientos históricos: el mito de la superioridad.
Los cronistas coloniales y los historiadores modernos que se basaban
en aquéllos recurrían a este argumento simple y circular: los españoles
conquistaron a los indígenas porque eran superiores, y eran superiores
porque conquistaron a los indígenas.
En su manifestación extrema, la inferioridad indígena se expresaba
en términos que negaban a los indígenas su humanidad. Suele citarse, en
este sentido, el comentario de Juan Ginés de Sepúlveda, porque sugie­
re esta imagen con gran naturalidad. El jurista y filósofo español declaró
sin ambages que los indígenas a duras penas merecían el nombre de se­
res humanos.2Aunque esta opinión ha desprestigiado a Sepúlveda, só­
lo expresa de modo más franco y directo lo que pensaba la mayoría de los
españoles y otros europeos de la época. Dos siglos después, por ejem­
plo, el ilustrado y anticolonialista francés Denis Diderot caracterizaba a
los exploradores españoles como «un puñado de hombres rodeados por
una gran multitud de indígenas». Cuando el antropólogo Michel-Rolph
Trouillot cita esta frase, subraya las palabras hombres e indígenas para
recalcar el contraste.5
Esta oposición entre hombres e indígenas, entre civilización y bar­
barie, entre el desarrollo y el mundo primitivo, se manifiesta en muchos
otros textos, aparte de las fuentes coloniales o contemporáneas. Las
opiniones más extremas sobre los méritos relativos de la civilización in­
troducida con la conquista española se manifestaron en el debate públi­
co, sumamente politizado, del quinto centenario en torno a Colón y su
legado. Michael Berliner declaró en Los Angeles Times que «la civiliza­
ción occidental representa al hombre en el mejor sentido de la palabra»,
y debe ser homenajeada (a través de la celebración del quinto centena­
rio) «porque es la cultura objetivamente superior». La contraposición
que establece Berliner entre una América precolombina indígena y bár­
bara {«poco habitada, desaprovechada, subdesarrollada», pero ator­
mentada por «inacabables guerras sanguinarias») y una Europa occi­
dental que encarnaba las virtudes de la civilización («razón, ciencia,
independencia, individualismo, ambición, logro productivo») es una
MONOS Y HOMBRES 191

versión del tropo que utilizaron los europeos durante siglos para justi­
ficar la explotación de los americanos indígenas y la esclavitud de los
africanos occidentales,4
Hace relativamente poco tiempo, ciertos historiadores profesio­
nales expresaban todavía opiniones similares.5Aunque en los medios
académicos el lenguaje de la civilización frente a la barbarie se mani­
fiesta ahora de modo más sutil y encubierto, afloran aún las palabras
«superior» y «superioridad» en los textos y debates actuales sobre la
conquista. Este capítulo aborda el mito de la superioridad a partir
del análisis de dos seríes de cinco explicaciones relativas a la con­
quista. La primera serie comprende las explicaciones míticas, basa­
das en las tergiversaciones y malentendidos descritos en este libro.
La segunda está constituida por las explicaciones antimíticas de la
conquista.

Poco después de presenciar la captura de Atahualpa en Cajamar­


ca, Gaspar Marquina comentó a su padre en una carta que aquel logro
se debía a un milagro de Dios, porque sus fuerzas nunca se lo habrían
permitido en condiciones normales.6Atribuir a la intervención divina
un desenlace que sorprendía o dejaba perplejos a los españoles era
una opción fácil a la que solían recurrir los conquistadores. Pedrarias
de Ávila, mientras era gobernador de la colonia de Tierra Firme, cuya
capital era la ciudad de Panamá, insinuó en una carta remitida al rey
en 1525 que tanto él como los indígenas compartían la opinión de que
las epidemias habían sido providenciales. Y precisaba que más de
400.000 personas se habían convertido al catolicismo por propia vo­
luntad, porque en una aldea donde los indios intentaron quemar una
cruz de madera, todos murieron a causa de una epidemia de peste,
milagro que instó a los demás indios de la región a bautizarse y solici­
tar cruces.7
A veces se citaban milagros concretos, como cuando se relaciona­
ba el asedio de la ciudad inca de Cuzco en 1537 con la aparición de la
Virgen María o de Santiago apóstol a lomos de su caballo blanco. En
realidad, las primeras crónicas del asedio, de autoría tanto española
como andina —Antonio de Herrera, Titu Cusi, Cristóbal de Molina,
Garcilaso de la Vega, y fray Martín de Murúa—, consideran la inter­
vención de Santiago y la Virgen como un factor importante, sí no el de­
cisivo, del desenlace.8 En otras ocasiones, las referencias a Dios por
192 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

p a r te d e au to res d el sig lo XVI — a su v o lu n tad , b e n d ic ió n o in terven ­


ció n — p are c e n tan in te g ra d a s en el len g u aje d e la é p o c a q u e p u ed en
en te n d erse com o fó rm u las h ech as q u e en cu b ren o tras e x p lic ac io n e s e
id e a s m á s com p lejas.
La cuestión más evidente que plantea la explicación de la conquis­
ta como un milagro es ¿por qué intervino Dios a favor de los españoles?
La respuesta era decepcionante por su extrema simplicidad: sus esfuer­
zos fueron recompensados por Dios. Sahagún señala que ocurrieron
muchos milagros durante la conquista de aquellas tierras; así lo dice
en 1585, en su revisión del libro ΧΠ del Códiceflorentino, pues en opi­
nión del fraile aquel texto no recalcaba suficientemente la importan­
cia de factores como la providencia. Ya antes de Sahagún, Bartolomé
de las Casas y Motolinía habían defendido también que la conquista era
la respuesta a la orden divina de llevar el cristianismo a los indígenas.
En general, los franciscanos y dominicos se esforzaron en promover la
evangelización en América no sólo en nombre de Dios, sino también
como finalidad y justificación de toda la conquista.9
El mensaje fue transferido con facilidad al ámbito seglar. Los con­
quistadores como Cortés decían que eran agentes de la providencia, y
los cronistas como Oviedo y Gomara construyeron la historia de la con­
quista en torno a la idea de que el proyecto divino consistía en unir el
mundo bajo el amparo del cristianismo y la monarquía española. En un
discurso pronunciado en ïïaxcala para arengar a los españoles en el
asedio de la capital mexica, Cortés, según informó posteriormente al
rey, recurrió a esa idea para presentar la conquista como una «guerra
justa». Señaló que, en primer lugar, luchaban contra un pueblo bárba­
ro para expandir la fe; en segundo lugar, para servir al rey; en tercer lu­
gar, para protegerla vida de los españoles; y, por último, muchos de los
indígenas eran aliados y estaban dispuestos a colaborar.10Esta perspec­
tiva justificaba y explicaba la necesidad de permanecer unidos y apo­
yarse mutuamente. La conquista tenía «motivos» porque era una mi­
sión civilizadora contra los bárbaros. Y triunfó gracias a la intervención
de la voluntad divina, así como al hábito español de «ganar».11 Cortés
comentó en otra ocasión que, dado que los españoles llevaban la ban­
dera y la cruz en nombre de la fe y el servicio al rey, Dios les dio la vic­
toria y lograron matar a muchas personas.12
Los conquistadores como Marquina, Ávila y Cortés han atribuido
en ocasiones los acontecimientos a la voluntad divina. Pero su idea de
la intervención española en América, así como del modo en que se rea­
MONOS Y HOMBRES 193

lizaba tal intervención, estaba influida por una cultura que situaba la
explicación de «la conquista como milagro» en el contexto ideológico
de la visión de España como pueblo elegido] Según Gomara, los espa­
ñoles son dignos de encomio en todas las partes del mundo, gracias a
todas sus exploraciones, conquistas y conversiones de «idólatras». De­
bían dar gracias a Dios por concederles el poder y la gloria.13La idea de
la superioridad española era siempre transparente, incluso cuando se
atribuía la conquista a los milagros.
La segunda explicación mítica culpa a los indígenas de su propia
derrota. Combina la idea de que la resistencia indígena se vio obstacu­
lizada o impedida por la creencia de que los españoles eran (o podrían
haber sido) dioses, con la responsabilidad de los emperadores mexicas
e incas en la consecuente decadencia de sus imperios. Se pone de relie­
ve la superioridad hispánica a través del contraste entre los líderes in­
dígenas y españoles —cuanto más se condenaba a Moctezuma como
cobarde y timorato, según lo describe Sepúlveda, más noble y valiente
parecía Cortés—, y de la implicación de que la apariencia, la capacidad
y las acciones de ios conquistadores indujeron a los indígenas a con­
fundirlos con dioses.
3 La tercera explicación mitológica deriva de la visión de las culturas
indígenas como incapaces de hacer frente a la invasión española. Una
vez más, la inferioridad indígena sirve para alimentar el mito de la su­
perioridad española. Una délas primeras ideas europeas sobre los ame­
ricanos indígenas era la creencia de que carecían de cultura «auténti­
ca», o de que sus culturas eran endebles a causa de la ingenuidad o la
corrupción moral. Tales ideas dieron lugar también a explicaciones so­
bre el desenlace de la conquista. No es extraño que resultasen convin­
centes para los españoles de la época, pero lo curioso es que se contem­
plen todavía en ciertos libros de historia contemporáneos. Por ejemplo,
J. H. Elliott, el destacado historiador británico especializado en Espa­
ña y su imperio, sostiene que el armamento español no explica, por sí
solo, la conquista.

La superioridad debía de ser más que meramente técnica, y quizá


obedecía, en última instancia, a la mayor seguridad y aplomo de la civi­
lización que generaron los conquistadores. En el imperio inca hallaron
una civilización que había iniciado ya el declive, tras una época de es­
plendor; en el imperio azteca, por otro lado, se enfrentaron a una civili­
zación todavía joven y en pleno proceso de evolución. Así pues, cada
194 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

uno de estos im perios se vio sorprendido cuando m enos capaz era de


ofrecer resistencia efectiva; am bos carecían de seguridad en sí mismos y
en su capacidad de supervivencia en un universo dirigido p or deidades,
im placables, y vivían constantemente al límite de la destrucción. E l con­
quistador, ávido de fama y riqueza, sumamente seguro de su capacidad
de obtenerlas, se plantó ante el um bral de un m undo fatalista resignado
a sucumbir; y en el nombre de la cruz lo conquistó.14

Este párrafo contiene gran parte de la mitología de la conquista: ésta


se logra gracias a unos pocos hombres excepcionales, ávidos de riqueza;
los imperios indígenas se destruyen en poco tiempo; y los españoles dis­
frutan de una doble «superioridad», por su desarrollo tecnológico y su
civilización. Elliott no culpa explícitamente a la religión indígena, pero
se sobreentiende la idea cuando alude al «mundo fatalista», una versión
moderna déla «superstición» que atribuían a los indígenas los españoles
de la era colonial. Como ya señaló el gobernador de Yucatán, Santiago
Méndez, a comienzos de la década de 1840, en las mentes «indias» su­
perstición y credulidad iban de la mano.15
En 1949, el dibujante belga Hergé captó con gran agudeza las acti­
tudes intemporales hacia los indígenas en su libro El templo dél sol, la
aventura de Tintín en que el reportero heroico viaja a Perú. En un pla­
no, los prisioneros son Tintín y sus amigos (atados a las estacas en la fi­
gura 17, pág. 196), pero en otro plano son los indígenas quienes viven
presos de su cultura estática y primitiva.16El recurso de Tintín a su co­
nocimiento del eclipse inminente resulta cómico, pero la recepción de
la escena en Europa sólo es posible porque se basa en la presuposición
de la superioridad occidental y la superstición indígena.
Los primeros viajes de Tintín describían un mundo colonial de
europeos civilizados e indígenas bárbaros, mientras que sus libros fina­
les y sus revisiones de la obra más antigua presentaban un mundo pos-
colonial caracterizado por el neocolonialismo. Las aventuras de Tintín
han sido una de las lecturas favoritas de varias generaciones de chicos
europeos, y de no pocos adultos; se cuenta por decenas de millones el
número de ejemplares vendidos en todo el mundo.17La legitimidad fi­
gurativa de Tintín radica en su amplia difusión, pero se reafirma tam­
bién en el hecho de que las fuentes menos cómicas, desde los historia­
dores populares hasta los investigadores más eminentes, han seguido
defendiendo una visión de la cultura indígena no muy alejada de la que
retrata Hergé.18
MONOS Y HOMBRES 195

Michael Wood, por ejemplo, insinúa que los mexicas aceptaron su


derrota porque «la política azteca era, indudablemente, un orden mo­
ral con una espiritualidad profunda y atormentada». Le Qézio va más
lejos aún cuando afirma que «los mayas, los totonacs y los mexicas eran
tribus profundamente religiosas, completamente sometidas al orden de
los dioses y al régimen de sus reyes-sacerdotes».19Charles Dibble, con­
fundido por el Códice florentino en el que trabajó durante décadas, ex­
plicaba la conquista de México, en gran medida, desde la perspectiva
cultural mexica, que caracterizaba como «regida por los augurios» e
«impregnada de fatalismo resignado»; los mexicas aceptaban con resig­
nación la aparente «ineficacia de la religión y la magiá indígenas» y la
suposición de que Cortés era Quetzalcoatl.20
Benjamín Keen, en su célebre manual de historia latinoamericana,
también compara a las civilizaciones europea e indígena americana pa­
ra explicar el éxito de la conquista. «Los españoles eran hombres rena­
centistas, con una visión del mundo esencialmente laica, mientras que
los indios tenían una cosmovisión mucho más arcaica, en la que el ritual
y la magia desempeñaban una función importante.» Jacques Soustelle,
en su clásico estudio sobre los mexicas, publicado originariamente en
francés hace medio siglo, defendía la misma tesis. La civilización mexi­
ca, según Soustelle, «decayó sobre todo porque su concepción religio­
sa y legítima de la guerra la paralizaba; a causa de su inadecuación ma­
terial o la rigidez de su mentalidad, la civilización fue derrotada». Se
establece, por tanto, una contraposición entre una civilización progre­
sista y otra tradicional. Por muy complejo que parezca el razonamiento,
el tropo de la civilización y la barbarie subyace en el fondo.21
Una de las definiciones más antiguas de la diferencia entre civiliza­
ción y barbarie es la escritura. La cuarta explicación mitológica de la
conquista presupone una superioridad española en el lenguaje, la escri­
tura y la lectura de «signos». El comentario de Colón, aparentemente
extraordinario, de que iba a llevar a unos muchachos caribeños a Espa­
ña «para que aprendieran a hablar» resuena todavía en las palabras de
Le Clézio cuando afirma que la conquista de México «se logró gracias
ala principal arma de Colón, su capacidad de hablar». Colón y Le Clé­
zio no contraponen lo mudo a lo vocal, sino la comunicación superior a
la inferior. Así pues, a pesar de la afirmación de Todorov de que «se ha
pasado por alto hasta ahora» la explicación de la conquista como de­
rrota indígena «a través de los signos», el mito de la capacidad comuni­
cativa superior de los europeos está profundamente arraigado y sigue
■F ig u r a 17. Fragmento de Hergé, Las aventuras de Tintín: E l templo del sol, 1949;
Barcelona, Juventud, 1969, pág. 58 (© de la versión inglesa Hergé/Moulinsart 1962).
MONOS Y HOMBRES 197

vivo.22Las célebres palabras de Antonio de Nebrija en la introducción


a la primera gramática española publicada, «siempre lalengua fue com­
pañera del imperio», suelen citarse eft parte por eí simbolismo de la en­
trega del libro a la reina Isabel en 1492.23Pero se citan también porque
sirven de eslogari para la tesis de que los españoles poseían lo que Sa-
múel Purchas denominó «la ventaja de la letra». Purchas, autor británi­
co de comienzos del siglo XVII, señaló que la escritura suponía, para
quienes la dominaban, una ventaja moral y tecnológica. Los adeptos ac­
tuales de esta idea han abandonado su dimensión moral (convirtiéndo-
Ia casi en simpatía anticolonial por los pueblos indígenas), pero se afie­
rran todavía al aspecto tecnológico.24
El frontispicio de la primera edición de la Historia verdadera de
Bernal Díaz del Castillo (figura 18) retrata a Cortés a la izquierda, bajo
un signo que contiene la inscripción manu (en latín «a mano», es decir,
«con la escritura»), y un fraile a la derecha bajo la palabra ore («por la
palabra»). Me parece que el fraile mercedario que halló y editó el ma­
nuscrito de Díaz, si diseñó realmente el frontispicio, pretendía señalar
que el papel de conversión de los frailes era tan importante como el de
Cortés y los conquistadores. La significación simbólica de las imágenes
es su reflejo de las visiones contrapuestas de los españoles sobre la con­
quista, su justificación, su importancia y. la explicación de la victoria. Se
exageraría el simbolismo si se definiese la conquista como «una con­
quista del lenguaje y una conquista a través del lenguaje».25El lenguaje
fue importante en la conquista, pero intentar explicar ésta en función
dé ios signos, el lenguaje o la escritura se aproxima excesivamente a la
ïôtundà defensa, por parte de Sepúlveda, de lo que Purchas ha deno­
minado la «ventaja de la letra». Los indios, según Sepúlveda, eran
hombrecillos en los que se manifestaban escasos rasgos de humanidad,
individuos que no sólo carecían de cultura, sjno que ni siquiera sabían
escribir.26
La última explicación mitológica tiene su origen en la idea de que
el armamento español explica en sí la conquista, algo que ni siquiera
creían los conquistadores. Si bien es cierto que las armas cumplen un
papel decisivo en el desenlace de lá conquista, lá versión extrema de es­
te planteamiento, según la cual él armamento lo explica todo, se ha con­
vertido en una manifestación moderna del viejo mito de la superiori­
dad. A medida que pasaba de moda la supuesta superioridad de la
civilización, la idea de la superioridad tecnológica se consideró una al­
ternativa políticamente aceptable.
F ig u r a 18. F ro n tisp icio d e la prim era edición d e la Historia verdadera de la conquista
de la Nueva España (1632), d e Bernai Díaz,
MONOS Y HOMBRES 199

Las primeras manifestaciones de esta perspectiva en las cartas de


Cortés al rey y en la crónica de Díaz tienden a mezclar la idea de las di­
ferencias armamentísticas con otras explicaciones basadas, más clara-
ínente, en la mitología de la conquista. Posteriormente, Ilarione da Ber­
gamo comprendió, gracias a sus viajes por México en la década de
1760, que el momento crucial de la intervención divina en la campaña
de Cortés fue el descubrimiento de «salitre» en la boca del volcán Ori­
zaba, con la cual se podía fabricar pólvora. «Porque si no hubieran te­
nido pólvora», apunta Ilarione,

para cargar los cañones y hacer frente al tremendo número de indios que
se resistían al avance español p or su país, y (según la historia) casi oscu ­
recían el cielo con la inmensa calidad de las flechas lanzadas contra los
agresores, no habrían podido diezmarlos tanto. [...] Los desdichados in­
dios tenían toda la razón al sostener que los españoles manipulaban ios
relám pagos cuando oían el ruido y veían el fuego de la artillería y, al ins­
tante, incontables hom bres de sus filas caían m uertos.27

Hay versiones recientes de la idea colonial de que el armamento es­


pañol superior derrotó a los indígenas supersticiosos. Carlos Fuentes
sostiene que, tanto en México como en los Andes, dos factores contri­
buyeron a derrotar a la nación india: el mito y el armamento.28Pero las
versiones modernas de la explicación suelen centrarse en los aspectos
militares, lo cual acaba siendo pernicioso, porque resulta fácil expre­
sarlo en términos materiales, más que humanos. El uso del vocablo «su­
perioridad» para valorar la conquista es, por tanto, sólo inocuo en apa­
riencia,29
Los historiadores que han utilizado el término «superioridad» no
consideran bárbaros a los indígenas. El término tiende a emplearse en
el contexto de debates neutrales sobre los detalles militares de una de­
terminada fase de la conquista. Pero el énfasis en la llamada superiori­
dad militar es potencialmente pernicioso, porque puede interpretarse
como un resurgimiento del mito de la superioridad. Los sitios web de­
dicados a la conquista suelen explicarla por el armamento europeo, pe­
ro normalmente se cataloga a los indígenas como seres primitivos o po­
co inteligentes por no haber inventado tales armas. Las armas de fuego
y el acero se destacan como los factores clave, pero todavía se describe
a los indígenas, sobre todo a su cabeza de turco, Moctezuma, como
«supersticiosos y débiles».30
200 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Cuando el factor de las armas se aísla de su contexto y se destaca co­


mo la única o la principal ventaja de los españoles, toda la conquista se
reduce al enfrentamiento entre armamentos superiores e inferiores. Pe1
ro bajo ese conflicto subyace otro enfrentamiento, bastante más pro­
blemático, entre civilización y barbarie. Sí se recalca la relevancia de las
armas, las ideas o la intervención de Dios, si se sobreentiende que los
españoles eran superiores a los americanos indígenas, no se aporta gran
cosa para comprender mejor la conquista.

En este apartado final del capítulo mencionaré cinco factores que,


en conjunto, explican mejor el desenlace déla conquista. Ninguna de es­
tas explicaciones es completamente original; no he encontrado la llave
perdida de la caja de Pandora que contiene las explicaciones infalibles
de la conquista. Pero las cinco —sobre todo las tres primeras— están
bien evidenciadas, bien documentadas, y pueden rastrearse fácilmente
en los textos históricos.
y tL o s conquistadores tenían dos grandes aliados, sin los cuales la con­
quista no habría sido posible. Uno era la enfermedad. Durante diez mi­
lenios los americanos habían permanecido aislados del resto del mun­
do. La mayor densidad de población del Viejo Mundo, junto a la mayor
variedad de animales domésticos de los que provenían enfermedades
como la viruela, el sarampión y la gripe, provocó que los europeos y
africanos llegasen al Nuevo Mundo con infinidad de gérmenes patóge-
nos mortíferos. Estos gérmenes habían matado a parte de la población
europea y africana, pero en estos continentes se habían desarrollado ni­
veles de inmunidad relativamente elevados en comparación con los
americanos indígenas, que morían masivamente y en muy poco tiempo.
Durante el siglo y medio siguiente al primer viaje de Colón, la pobla­
ción indígena americana se redujo en un 90 % .31
Las repentinas epidemias tuvieron una repercusión inmediata en la
invasión de los imperios mexica e inca, Cuando Prescott atribuyó la caí­
da de Tenochtitlán a «causas más poderosas que las de origen humano»
no se equivocaba. La capital mexica no cayó por la fuerza de las armas
españolas, sino por las plagas y enfermedades. El asedio de la ciudadis-
leña impidió el suministro alimentario, pero a medida que acusaban el
efecto del hambre, los defensores sucumbieron á la plaga o a la enfer­
medad. La viruela fue, probablemente, el principal culpable. Cuando
los españoles y sus aliados nahuas penetraron en la ciudad devastada?
MONOS Y HOMBRES 201

hallaron infinidad de cadáveres y moribundos cubiertos de pústulas


inequívocas. El cronista franciscano Sahagún señaló posteriormente
que las calles estaban tan abarrotadas de cadáveres y enfermos, que los
españoles caminaban sobre los cuerpos.32
Las enfermedades avanzaron por el continente americano más rápi­
do que los europeos y africanos portadores de los gérmenes. El sucesor
de Moctezuma, Cuitlahuac, murió de viruela durante el asedio de Te­
nochtitlán, pero el emperador inca Huáyna Capac, al igual que su su­
cesor, murió de enfermedad antes de que Pizarro y sus colegas llegasen
al imperio. Se suscitó entonces un conflicto por la sucesión; los dos hi­
jos supervivientes de Huayna Capac, Atahualpa y Huascar, intentaron
compartir el poder, pero el orden se disolvió en una guerra civil que Pi­
zarro pudo manipular en su propio beneficio.”
A comienzos del siglo XVI, los dos grandes imperios indígenas no
eran las únicas regiones asoladas por las enfermedades del Viejo Mun­
do. Es improbable que algún rincón de América quedase indemne. El
virus que mató a Huayná Capac a finales de la década de 1520 proba­
blemente era una continuación de la gran epidemia que llegó al Caribe
en 1518. Fue propagado a México por la expedición de Narváez de
1519, así como con el avance de los españoles y africanos liderados por
Cortés y Alvarado por todo México ceritral y meridional hasta Guate­
mala, desde donde se desplazó rápidamente a América central a co­
mienzos de la década de 1520, antes de atravesar Sudamérica. A esta
epidemia de viruela, que mató a millones de americanos indígenas, si­
guió otra de sarampión, que en la década de 1530 recorrió Mesoamé­
rica y los Andes. Las sucesivas oleadas de enfermedad penetraron hasta
Norteamérica, donde diezmaron la zona del bajo Mississippi, densa­
mente poblada, y el suroeste hasta la Amazonia, donde las grandes
ciudades perdieron gran parte de sus habitantes o quedaron comple­
tamente despobladas. Aunque la enfermedad propició y aceleró la con­
quista de los nahuas, mayas y andinos, impidió la invasión en regiones
como el bajo Mississippi y el Amazonas. La escasez de población resul­
taba poco atractiva para las expediciones, y hasta tiempos más recien­
tes no se igualaron los niveles demográficos de los antiguos imperios in­
dígenas.14
El segundo gran aliado délos conquistadores era la desunión indíge­
na, que se manifestaba de formas diversas. La identidad indígena ameri­
cana estaba sumamente restringida al ámbito local; los pueblos indígenas
se consideraban miembros de comunidades concretas o ciudades-Estado,
202 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

y raras veces se identificaban como miembros de grupos étnicos más am­


plios, ni como nada equiparable a la categoría de «indios» o «indígenas».
La naturaleza de la identidad indígena originó, por tanto, una desunión
propiciada también por los invasores. Los aliados indígenas de la causa;
española fueron esenciales para la conquista, y casi siempre superaban
con mucho el número de españoles y africanos de cada expedición. Su
presencia evitó la debacle de las compañías españolas y propició su vic­
toria en las guerras de conquista. Como reconoció el propio Cortés en un
raro momento de ingenuidad, uno de los factores favorables de la con­
quista española fue que muchos indígenas eran aliados y colaboraban.”
Otros dos ejemplos de cómo la desunión indígena servía a la causa espa­
ñola eran la función de los intérpretes indígenas y la cooperación de al­
gunos caciques, a menudo debida a su deseo de fortalecer sus propias co­
munidades y dinastías, en detrimento de las vecinas.
El tercer factor que ayuda a explicar el desenlace de la conquista es
el armamento. Se han destacado a menudo las cinco ventajas de que su­
puestamente disfrutaban los españoles: armas de fuego, acero, caballos,
perros de guerra y destrezas tácticas necesarias para sacar el máximo
rendimiento de los medios disponibles. Pero tales ventajas se desvane­
cieron durante la conquista, pues los indígenas no conquistados adqui­
rieron la misma tecnología; por ejemplo, los araucanos utilizaban picas
y caballos.36Además, la supuesta ventaja táctica del arsenal español so­
lía estar lejos de las posibilidades reales de aplicación en América. Ca­
be suponer que la limitada aplicabilidad de las armas de fuego y los ca­
ballos requería mejorar las técnicas de uso.37Con todo, parece claro que
las armas de fuego, los caballos y los mastines fueron un factor menor
en la conquista.
Los caballos y los perros escaseaban durante todo el período de la
conquista y, además, durante la batalla, sólo podían utilizarse en deter­
minadas circunstancias: los caballos en un terreno abierto, y los perros
en zonas cerradas, preferentemente contra individuos inermes. La in­
sistencia del conquistador Vargas Machuca en la importancia de los pe­
rros se basaba en su opinión de que, si bien los indios temían al caballo
y al arcabuz, lo que les producía pánico era el perro. Sin embargo, el su­
puesto carácter asustadizo de los «indios» era fruto de la imaginación
de los invasores. Otro autor colonial, Herrera, describe cómo un perro
destripa a un jefe indígena desarmado en La Española en 1502, pero en
los ocho volúmenes de su historia de la conquista no ofrece ninguna
otra prueba de la utilización militar de los perros.38
MONOS Y HOMBRES 203

Los conquistadores valoraban mucho los caballos, que se vendían a


precios muy elevados durante las campañas. Pero esto no obedecía a sus
supuestas ventajas militares contra los guerreros indígenas. Hasta cierto
punto los caballos eran valorados porque las expediciones recorrían
largas distancias por terrenos difíciles, pero sólo eran un medio de trans­
porte rápido si todos los miembros de la expedición disponían de ca­
ballo. Los caballos se valoraban, principalmente, porque eran símbolo
de estatus. Eran un recurso escaso, resultaban caros y disponer de uno
confería una categoría especial, con la que era posible obtener una cuo­
ta mayor en el botín. En la fundición de los metales preciosos obtenidos
con las conquistas, como sucedía en el caso de Cajamarca en 1533, se con­
cedían mayores cuotas a los hombres con caballo. Pero a pesar de esta
relevancia social, en los combates hasta el propio Francisco Pizarro pre­
fería prescindir del caballo.35
Las armas de fuego eran también de uso limitado. Los cañones es­
caseaban en América, y sin caminos ni ríos navegables no resultaba fá­
cil transportarlos. Muchos de los territorios donde combatían los espa­
ñoles eran tropicales o subtropicales, y con el clima húmedo la pólvora
no servía. Otras armas de fuego, como los arcabuces, cuyos cañones po­
co manejables hacían necesario el uso de trípodes, tampoco abundaban
y requerían pólvora seca. Vargas Machuca era partidario de que los es­
pañoles utilizasen arcabuces en América, pero su detallada exposición
de cómo evitar el deterioro del arma, la humedad o la descarga prema­
tura o accidental probablemente disuadía a los conquistadores.40 El
mosquete, más fiable y rápido en la descarga, no se inventó hasta varias
décadas después de que Cortés y Pizarro invadiesen el continente ame­
ricano. Los europeos tampoco habían desarrollado todavía las técnicas
de descarga cerrada, en las que los soldados formaban varias hileras pa­
ra garantizar el fuego continuo, pues no se disponía de armas de fuego
suficientes en las compañías para aplicar bien dicha técnica. Los espa­
ñoles que tenían armas de fuego podían disparar un solo tiro; luego ele­
gían entre dar la vuelta al arma para utilizarla a modo de garrote, o bien
prescindir de ella y sustituirla por la espada.41
La única arma de eficacia incuestionable era la espada de acero. Por
si sola valía más que un caballo, un arcabuz y un mastín juntos. Con la
espada de acero, más larga y menos frágil que las armas de obsidiana de
los guerreros mesoamericanos, y también más larga y afilada que las
macanas y hachas de punta de cobre andinas, un español podía luchar
durante horas y sufrir sólo heridas o contusiones leves, al tiempo que
204 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

mataba a muchos indígenas. Las espadas españolas tenían la longitud


precisa para alcanzar a un enemigo que careciese de un arma similar. Pi­
zarra prefería combatir a pie para manejar mejor la espada. Entre lös
autores que describen batallas en las que la espada provocó tremendas
masacres en las fuerzas indígenas se cuentan Cieza de León, Cortés,
Díaz, Gomara, Jerez, Oviedo y Baños, Zárate y otros. El historiador mí-;
litar John Guilmartin resume con perspicacia este aspecto; «Si bien lá
supremacía española en el combate no se puede atribuir a un solo fac­
tor, parece claro que los restantes elementos de la superioridad españo-;
la surtieron efecto en el marco de un modelo táctico marcado por la efi­
cacia en el manejo de las armas blancas».42
Esta trilogía de factores ^—enfermedad, desunión indígena y acero
español— explica gran parte del triunfo de la conquista. Si hubiera fal­
tado cualquiera de ellos, la probabilidad de fracaso de las expediciones
de Cortés, Pizarro y otros habría sido muy elevada. Como ha observado
Clendinnen a propósito dé la guerra hispano-mexica, tanto los españo­
les como los indígenas sabían que la conquista era «un enfrentamiento
muy reñido», valoración extensiva también a toda la conquista.45El fra­
caso de las expediciones era más frecuente que la victoria. Piénsese, por
ejemplo, en la suerte de ciertas expediciones españolas, como los prime­
ros intentos de Montejo de conquistar Yucatán, las primeras campañae
por la sierra septentrional de Qaxaca, o el viaje de Pizarro Orellana a la
Amazonia.4·1Los españoles teñían un índice de mortalidad elevado a
causa de las heridas mortales, el hambre y la enfermedad, entre otros
factores, y algunos supervivientes regresaban a España o a endaVes co­
loniales dispersos por las costas y las islas. Una y otra vez, los españoles
evitaban el desastre total gracias a las armas de acero, que les permitían
resistir el tiempo necesario hasta que los aliados indígenas les salvában
la vida, mientras la siguiente epidemia mermaba de nuevo las defensas
de la población autóctona.
bç Un cuarto factor desempeñó también un papel importante: la cul­
tura de la guerra. Por ejemplo, los mexicas se vieron obstaculizados
por ciertas convenciones de batalla que los españoles ignoraban. Los
métodos bélicos mexicas enfatizaban las ceremonias previas ala bata­
lla, que eliminaban la posibilidad del ataque por sorpresa, así como la
captura de los españoles para su ejecución ritual, en lugar de la muer­
te instantánea.45 A los conquistadores les irritaba el aparente desdén
indígena por la vida humana, manifestado en complejos rituales de
«sacrificios» humanos. Pero desde la perspectiva mexica, los españo­
MONOS Y HOMBRES 205

les eran quienes faltaban al respeto al masacrar masivamente a los in­


dígenas, al asesinar a los no combatientes y al matar a distancia.“16La
pompa y boato con que los mexicas —y hasta cierto punto todos los
mesoamericanos— trataban la vida humana muestra un profundo res­
peto, en contraste con las prácticas españolas, que parecen indiscrimi­
nadas y poco ritualizadas.
Pero la cultura de la guerra debe analizarse junto con otros factores
explicativos, por diversos motivos. En primer lugar, es sólo un aspecto
del combate que se libró durante las invasiones españolas de Mesoamé-
rica. Tanto los españoles como los indígenas incurrían a veces en la ma­
tanza de individuos no combatientes, el asesinato masivo, la muerte a
distancia (los indígenas empleaban las flechas) y exhibiciones rituales
de violencia pública y ejecuciones ritualizadas, como cuando los espa­
ñoles quemaban vivos a los señores indígenas en las plazas. En segundo
lugar, este aspecto es aplicable a la mayoría de los mexicas, pero algo
tóenos a otros mesoamericanos como los mixtecas o mayas, y muy poco
a los andinos y otros indígenas americanos.47En tercer lugar, el contex­
to general de este aspecto relativo a los diversos métodos bélicos no es
la diferencia cultural entre españoles e indígenas, como suele presen­
tarse, sino las circunstancias de la guerra. Los indígenas combatían en
su propio territorio; los españoles, no. Éstos sólo podían perder la vida,
lo cual puede parecer la totalidad; Cortés dijo al rey que los conquista­
dores subsistieron en parte porque tenían que proteger sus vidas.48Pe­
ro los americanos indígenas se resistían a perder sus familias y hogares
y, por tanto, eran más proclives al compromiso, a adaptarse a los inva­
sores, a buscar vías para evitar la guerra prolongada o a gran escala.
Aunque Dibble describe la concepción «estacional» déla guerra— «ha­
bía un tiempo para plantar, otro para cosechar y otro para combatir»—
como un rasgo típico de la cultura mexica, se trataba de un aspecto
práctico de todos los americanos indígenas, y lo habría sido también de
los españoles, si hubieran luchado en su propio territorio.49
Por último, la conquista española sólo puede entenderse plenamen­
te si se sitúa en el contexto general de la era de expansión. No se trata
de un proceso histórico fruto de la superioridad española, ni de la su­
perioridad europea occidental, sino de un fenómeno complejo en la his­
toria del mundo, que trasciende los detalles concretos de la conquista
española en América. Si nos centramos únicamente en el siglo siguien­
te a los viajes de Colón, vemos a los guerreros mexicas e incas como
perdedores, a los africanos occidentales como esclavos, y a los españo­
206 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

les como señores de un vasto imperio mundial. Pero la era de la expan­


sión comenzó con el auge de los imperios fuera de Europa, con la ex?
pansión de los mexicas por Mesoamérica y la dominación inca de los
Andes, y en África occidental con el desarrollo del imperio de Songhay
a partir de las cenizas del de Mali. En Europa, los otomanos y moscovi­
tas construyeron un imperio antes que los españoles, al igual que los
portugueses, que se adelantaron a sus vecinos en la búsqueda de una
ruta marítima hacia el extremo oriente asiático. Y después del siglo XVI,
el imperio español se vio gradualmente eclipsado por las redes comer­
ciales y coloniales de los holandeses, ingleses y franceses.50
Si se observa la historia humana a lo largo de varios miles de años,
la conquista española es un mero episodio en la globalización del acce­
so a los recursos de producción alimentaría. Los cultivos y los animales
de algunos entornos y regiones del Viejo Mundo tenían un mayor po­
tencial alimentario, lo cual confería a los pueblos de esa zona cierta su­
premacía sobre los de otras regiones. Pero al final, a través de encuen­
tros desiguales entre culturas, tales ventajas se transfirieron a regiones
anteriormente desfavorecidas.
En el caso de la introducción de alimentos europeos en el mundo
indígena americano, la propagación paralela de enfermedades del Vie­
jo Mundo propició que el encuentro fuera desigual; además, el colo­
nialismo impidió el acceso de los indígenas a los nuevos recursos. Este
proceso es demasiado amplio y complejo para reducirlo a una mera
«superioridad» de un grupo sobre otro. Se trata también de un proce­
so incompleto. Todavía vivimos inmersos en el largo período de en­
cuentros desiguales y una progresiva globalización de los recursos.51
Epilogo

La traición de Cuauhtémoc

El que ha sido capturado es el cazón don Hernando [Cuauhtémoc].


Y don Pedro [Tetlepanquetzal], ¡Es cierto! Están colgados de una gran
ceiba. Nos hemos manchado de sangre en aquel juncal.
«La canción del pez»
(canción azteca de finales del siglo XVI)

La conducta equívoca de Paxbolonacha durante aquellos días acia­


gos no suscita admiración, y si cumplió alguna función en la sórdida tra­
gedia que culminó con la muerte de Cuauhtémoc, merece una severa con­
dena.
F r a n c e S c h o l e s y R a l p h R o y s (1 9 4 8 )

Cuauhtémoc, y no Cortés, ha triunfado postumamente en la historia


como un símbolo importante del nacionalismo mexicano.
T hom as B enjam in (2000)

Al final, cuando se hubieran ido los invasores, él volvería a nacer, lim­


pio de la corrupción de la muerte y el sacrilegio, para gobernar un nuevo
reino sobre las cenizas del antiguo. La historia, sin embargo, ya no sería la
misma.
G a n a n a t h O b e y e s e k e r e (1 9 9 2 )

Corría el año 1525. Era una madrugada, relativamente fresca toda­


vía, del Mardi Gras, el último martes de febrero.
208 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

El lugar era Itzamkanac, también llamado Acalan por los hablantes


de nahuad, topónimo que significa «el lugar de las canoas».1La canoa
era el principal medio de transporte en aquella localidad, situada en la
confluencia de los ríos posteriormente llamados Caribe y San Pedro en
español, que forman en aquel punto la Candelaria. Itzamkanac se en­
contraba a unos 80 kilómetros de la costa del Golfo en línea recta, dis­
tancia algo mayor en canoa desde la Candelaria. La frontera invisible
entre Guatemala y el estado mexicano de Campeche se encuentra 30 ki­
lómetros al sur del lugar, hoy inhabitado y selvático, donde prosperaba
el pueblo de Itzamkanac.
En 1525 varios miles de mayas vivían en aquella ciudad. Era la ca­
pital del reino de los mactun (como se denominaban en su lengua), que
conocemos habitualmente con el nombre de mayas chontales, topóni­
mo derivado del vocablo nahuatl que significa «extranjero». Los ex­
tranjeros estaban muy presentes en la mente de los mayas mactun aque­
lla mañana de Mardi Gras. Durante las dos semanas anteriores, habían
llegado a la ciudad unos 200 españoles, varios centenares de africanos y
al menos 3.000 nahuas, que superaban en número a los oriundos del lu­
gar. Los visitantes no habían llegado en canoa, sino abriéndose camino
por tierra desde Tenochtitlán (en proceso de reconstrucción, por aquel
entonces, como capital colonial de México). Algunos miembros déla
expedición han pasado a la historia: el propio líder de la expedición,
Cortés, junto con doña Marina o La Malinche, su intérprete y madre de
Martín, hijo también del capitán, y Bernal Díaz, que alcanzaría celebri­
dad histórica por su crónica de la conquista. También estaba presente
Cuauhtémoc, emperador mexica superviviente y entonces jefe títere en
vigilancia permanente. En lugar de dejar a Cuauhtémoc en Tenochti­
tlán, donde habría fomentado la revuelta, Cortés había llevado consigo
al emperador, junto con los dirigentes de las otras ciudades importan­
tes que habían formado parte del imperio mexica.
Itzamkanac no era el destino último de los visitantes —que se diri­
gían a Honduras— , pero cuando éstos llegaron al lugar, necesitaban
descansar y reponer provisiones después de la tensa travesía del río San
Pedro Mártir y los pantanos que formaban la frontera occidental de
Mactun. No había hostilidades, ni conquista en el sentido convencio­
nal, pero la presencia de aquellos invitados inesperados no era del agra­
do de los mayas. Cuando la expedición avanzaba por los poblados fron­
terizos de Mactun, el rey, Paxbolonacha, había enviado a su hijo para
que comunicase a Cortés que él había muerto y que sería mejor que los
EPÍLOGO 209

extranjeros abandonasen pronto el territorio mactun. Parece una estra­


tagema poco inteligente, pero Paxbolonacha sólo pretendía ganar tiem­
po y preparar una bienvenida que, sin duda, mermaría los recursos de
su reino, pero acortaría también —pensaba el rey— la visita de los ex­
tranjeros.
Por si no bastase con la explotación extrema de los recursos de
aquel reino, durante las tres semanas transcurridas desde el inicio de la
visita Cortés abusó de la hospitalidad y elevó considerablemente el ni­
vel de tensión en Itzamkanac. Al cabo de cinco días los visitantes se fue­
ron, pero dejaron tras de sí un recuerdo del lado más oscuro de la pre­
sencia española en América: el cadáver de Cuauhtémoc, decapitado,
colgado de un árbol por los pies.

Las circunstancias de la muerte de Cuauhtémoc han quedado plas­


madas en crónicas que relatan la historia desde perspectivas diferentes.
Las versiones españolas de Cortés y Gomara son bastante similares
entre sí, pero difieren un poco de la de Díaz. A estas tres se añade la
crónica de un noble nahua, don Fernando de Alva Ixdilxóchid, des­
cendiente de Coanacoch, jefe de Texcoco que formó parte de la expe­
dición y fue uno de los señores ejecutados en Itzamkanac. La versión de
Ixdilxóchid, escrita en el siglo siguiente, se basaba en parte en la tradi­
ción oral de Texcoco. Y por último está la propia versión de los mayas
mactum, escrita en maya chontal.2
A partir de las diversas fuentes, relataré la muerte de Cuauhtémoc
en cuatro fases, relacionando las perspectivas de estas versiones con los
siete mitos de la conquista. La primera fase es el viaje español al terri­
torio mactun; la segunda es la estancia déla expedición en Itzamkanac;
la tercera es el descubrimiento de una supuesta trama; y la cuarta es el
violento desenlace, ocurrido en la madrugada del Mardi Gras.
El punto de partida de las versiones españolas es el comienzo del
viaje desde Tenochtitlán. La narración de Cortés forma parte de la mi­
siva que conocemos como su «quinta carta» al rey, que se inicia con la
partida de la nueva capital colonial en octubre de 1524. La estancia en
Itzamkanac es, por tanto, un mero episodio del largo y difícil viaje de
México a Honduras, y se desarrolla gradualmente, a medida que la ex­
pedición avanza por el territorio mactun. Los españoles y sus aliados se
abastecieron de los recursos locales, a pesar de lo cual, según Cortés, el
pueblo era muy cordial y confiado. Gomara retrata también a los indi-
210 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

genas como individuos complacientes, impresionados al ver cómo los


españoles construían un puente en la garganta del río San Pedro Már­
tir. Según la versión de Díaz, la hospitalidad indígena oculta cierto re­
sentimiento, y varios españoles son asesinados, de modo que cuando la
expedición llega a Itzamkanac está muy necesitada de provisiones.
Cortés y Gomara comentan el ardid de\a supuesta muerte dePax-
bolonacha, y ambos sostienen que Cortés no le dio credibilidad, pues,
convenció al hijo del rey de que trajese a su padre hasta la pequeña lo­
calidad donde los miembros de la expedición habían pasado la semana.
Llega Paxbolonacha, se disculpa avergonzado (según Gomara), y con­
duce a Cortés y a su vasta compañía hasta Itzamkanac. Allí el cacique
maya les ofrece abundantes provisiones, e incluso algo de oro y muje­
res, según Cortés, a pesar de que él asegura que no pidió nada. Goma­
ra calcula que el número de mujeres rondaba la veintena, y añade que
los españoles comieron todo lo que quisieron durante su estancia en la
localidad.
Díaz no menciona ninguno de esos aspectos, sino que describe de
un modo totalmente diferente el episodio, a su juicio vergonzoso por el
saqueo y esclavización que cometieron los españoles (frente a la menti­
ra que supuestamente avergonzaba al reÿ maya). A cambio de la ayuda
maya mactun durante la siguiente fase de la expedición al reino maya it-
zá de Petén, en el norte de Guatemala, Cortés acuerda enviar un grupo
de asalto de 80 españoles (entre los que se contaba el propio Díaz) a
una región fronteriza que se había rebelado recientemente contra la
autoridad mactun. El asalto beneficia a los señores mayas de Itzam­
kanac y sirve para avituallar a la compañía de Cortés.
En la versión de Cortés, el episodio de Cuauhtémoc comienza tar­
de, el lunes 27 de febrero de 1525 por la noche, cuando un ciudadano
«honrado» de Tenochtitlán —es decir, un espía mexica que trabajaba
para Cortés—, llamado Mexicalcingo, se acerca a la tienda de Cortés
(tercera fase de la historia). El espía informa al líder español sobre una
trama que están urdiendo los señores cautivos de las tres principales
ciudades del valle de México: Cuauhtémoc de Tenochtitlán, Coana-
coch de Texcoco, y Tetlepanquetzal de Tacuba. El informe es una re­
presentación muy teatral, pues Mexicalcingo explica a Cortés sus ave­
riguaciones con ayuda de un dibujo que traza en un tipo de papel que
se utilizaba por aquellas tierras, papel que —según la descripción de
Gomara— contenía glifos y nombres de los señores que conspiraban
para matarlo. El supuesto plan era sencillo, pues consistía en matar a
EPÍLOGO 211

Cortés y a toda su compañía, y enviar mensajeros a Tenochtitlán para


instar a los indígenas a que mataran a todos los españoles de la ciudad.
El siguiente paso era reconquistar el resto del imperio y matar a todos
los invasores. La descripción de Gomara es casi idéntica a la de Cortés.
En Ja versión de Díaz aparecen dos informantes mexicas —a quienes
identifica por sus apodos españoles de Tapia y Juan Velásquez— y la
trama es más simple; consiste en matar a los españoles déla expedición,
en lugar de reclamar todo el imperio.
Según las crónicas de Cortés y Gomara, en la fase final de la histo­
ria, el líder español avanza rápidamente, detiene a los tres señores, los
interroga por separado, y recurre al viejo truco de decir a cada uno que
los demás ya han confesado, hasta que revelan la verdad. Se descubre
que Cuauhtémoc y Tetlepanquetzal son los presuntos cabecillas de la
trama. Cortés comenta que los dos fueron ejecutados. Gomara señala
que los tres fueron juzgados por Cortés y condenados a muerte de in­
mediato. Curiosamente, el tercer cacique no es Coanacoch, sino un tal
Tlacatlec, variante repetida por Herrera, aunque la ilustración de su
Historia general representa a una víctima condenada a las galeras (véa­
se la figura 19, pág. 213). Los otros cabecillas fueron liberados, con la
amenaza de castigo en caso de reincidencia, circunstancia que Cortés
consideraba sumamente improbable, pues los veía muy amedrentados;
atribuían a los poderes mágicos y la omnisciencia de Cortés el descu­
brimiento de la trama.3Ese supuesto poder mágico era la brújula y car­
ta de navegación de Cortés, quien aseguraba que los señores indígenas
lo consideraban como una suerte de bola de cristal capaz de revelarles
todas las cosas, creencia que él mismo fomentaba, según declara en sus
textos. Gomara concede también credibilidad a esta historia, así como
al miedo y credulidad de los caciques indígenas, incluido el propio Pax-
bolonacha.
Como suele suceder en las crónicas de Cortés y Gomara, la versión
del líder español siempre procura justificar sus actos, mientras que
la del biógrafo va un poco más allá y ensalza a Cortés como audaz, in­
teligente y justo. El ahorcamiento de los tres caciques se interpreta co­
mo un gesto de clemencia, porque lo que esperaban los indígenas era
morir en la hoguera. Díaz se muestra mucho menos caritativo con su ex
capitán. Según su versión, no hay siquiera un simulacro de juicio, sino
un mero interrogatorio en el que sólo se descubre que Cuauhtémoc y
Tedepanquetzal habían expresado su descontento en una conversación
con los nahuas, en lugar de urdir una revuelta. Pero sin ninguna otra
212 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

prueba, Cortés ordena la ejecución inmediata de dos de los caciques,


según Díaz.
Para llevar el agua a su molino, Díaz atribuye a Cuauhtémoc un dis­
curso final condenatorio: «¡Oh capitán Malinche! Días había que yo te­
nía entendido e había conocido tus falsas palabras, que esta muerte me
habías de dar, pues yo no me la di cuando te entraste en mi ciudad de
México; ¿por qué me matas sin justicia? Dios te lo demande». Díaz
continúa con un discurso propio dirigido al lector, donde confiesa su
afecto personal hacia Cuauhtémoc, y añade que la muerte de los seño­
res indígenas era inmerecida: «Y fue esta muerte que les dieron injusta­
mente dada, y pareció mal a todos los que íbamos aquella jornada».
Díaz vuelve una y otra vez sobre la maldición de despedida de Cuauh­
témoc. Describe a Cortés como un ser tan atormentado por la mala
conciencia de haber ordenado la ejecución del emperador, que no pue­
de dormir, y «de noche no reposaba de pensar en ello, y salíase de la ca­
ma donde dormía a pasear en una sala adonde había ídolos, que era
aposento principal de aquel pueblezuelo, adonde tenía otros ídolos, y
descuidóse y cayó más de dos estados abajo y se descalabró la cabeza».'1
Al caerse de una pirámide en pijama, el gran conquistador se salva por
poco dé una muerte ignominiosá. De este modo se venga Cuauhtémoc.
¿En .qué sentido difieren las versiones del noble nahua y los mayas
mactun de las crónicas españolas? La versión de Ixtlilxóchid es similar
a la de Díaz, aunque más proclive a los presuntos conspiradores, y se
centra én una única defensa de los señores condenados. Las dos prime­
ras fases del relato están truncadas en la versión texcoco, pues la histo­
ria principal comienza el lunes por la tarde, cuando Jos españoles y los
guerreros nahua celebran la festividad de carnestolendas (que dura tres
días, desde el lunes hasta el Mardi Gras). Los tres reyes nahua se enzar­
zan en una conversación agradable, bromeando (o divirtiéndose) unos
con otros. Se animan al conocer el (falso) rumor de que Cortés ha deci­
dido liderar la expedición de regreso a México y «bromean» con la dis­
cusión de cuál de los tres líderes —y cuál dé las respectivas ciudades—»
dominará el vaille después del regresó a sus tierras.
Según la versión de Ixtlilxóchid, el descubrimiento déla trama lo ini­
cia Cortés, qué envía a su espía mexica para qué avèrigüe de qué hablan
los señotes nahuas. H espía le dice la verdad, pero Cortés no se confor-
tüa con eso, pues entrevé la posibilidad de inventar una estratagema in­
dígena como pretexto pata ejecutar a los conspiradores reales jyerradicar
así a todos los señores, naturales. Al amanecer, Cortés ejecútala los seño-
F igura 19. ·
castellanos, (1615), de Antonio.de Herrera. En las ilustraciones se. répresenta¡.entre
otras cscenasj la ejecución de Güauhtémoc.
214 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

res uno a uno, y no sólo a los tres reyes, sino también a otros ocho pre­
suntos conspiradores. El último ahorcado es Coanacoch. Cuando el her­
mano del cacique de Texcoco comienza a formar a sus guerreros como
respuesta, Cortés reduce a Coanacoch. Pero, según comenta Ixtlilxóchid,
su antepasado real murió de todas formas unos días después.5
Los mayas mactun no aparecen ni en la versión española ni en la
nahua, pero en cambio constituyen el núcleo de su propia crónica del
incidente. Esta historia, escrita en la lengua maya chontal a comienzos
del siglo XVII, forma parte de la historia de la comunidad elaborada du­
rante el siglo anterior en nahuatl y chontal. Como cabía esperar, esta
versión maya no se inicia con la salida de la expedición desde Tenoch­
titlán, sino con la llegada de los españoles a los confines del territorio
mactun. La reacción maya ante la presencia española no es la bienveni­
da lisonjera descrita por Cortés y Gomara, ni tampoco la hostilidad ini­
cial y posterior hospitalidad renuente que relata Díaz. La historia se
centra en el intento de Paxbolonacha de guardarlas apariencias al obli­
gar a Cortés a que vaya a verle (al igual que Moctezuma atrajo a Cortés
seis años antes). Cortés no cede, sino que presiona al rey maya mactun
para que abandone inmediatamente Itzamkanac y se reúna con el espa­
ñol en una ciudad más pequeña donde le espera. Cuando Paxbolona­
cha comprende que la expedición sólo pasará por su reino, decide que
será conveniente que Cortés se marche, pero entretanto ofrece su hos­
pitalidad a los españoles. En ia segunda fase del relato, la estancia de la
expedición en Itzamkanac, la narración maya se reduce a una sola fra­
se: «Y permanecieron allí veinte días».
En ese punto, la crónica maya chontal menciona que Cuauhtémoc
acompañaba a los españoles. Describe el acontecimiento posterior del
siguiente modo:

Y sucedió que él [Cuauhtémoc] dijo al cacique [ahatt] Paxbolona­


cha: «Mi señor, estos hombres castellanos un día le darán muchos dis­
gustos y matarán a su pueblo. En mi opinión deberíamos matarlos, pues
yo llevo muchos oficiales y los de usted son también muchos». Esto es lo
que dijo Cuauhtémoc a Paxbolonacha, jefe del pueblo de Mactun,
quien, al oír este discurso de Cuauhtémoc, respondió que primero debía
pensar sobre lo que le convenía hacer, en relación con su discurso. Y tras
sopesar despacio sus palabras, observó que los hombres castellanos se
comportaban bien, que no habían matado ni maltratado a un solo hom­
bre, y que sólo deseaban que se les ofreciese miel, pavos, maíz y diversos
frutos, día tras día. Después concluyó: «No puedo mostrar dos caras, dos
EPÍLOGO 215

corazones, a los hombres castellanos». Pero Cuauhtémoc, el cacique de


México, continuó presionándolo, porque deseaba matar a los hombres
castellanos. En consecuencia, Paxbolonacha dijo al Capitán del Valle
[Cortés]: «Mi señor Capitán del Valle, este jefe Cuauhtémoc que está
con usted, procure que no se rebele y lo traicione, pues en tres o cuatro
ocasiones me ha hablado de que quería matarlo a usted». Al oír estas pa­
labras, el Capitán del Valle lo capturó [a Cuauhtémoc] y lo mandó en­
cadenar. Estuvo encadenado durante tres días. Después lo bautizaron.
No se sabe qué nombre de pila le dieron; algunos dicen que lo llamaron
donjuán y otros don Hernando. Después de bautizarlo, lo decapitaron
y lo colgaron de una ceiba ante el templo pagano [otot ciçin, el hogar del
diablo] en Yaxdzan.6

La crónica maya parece bastante verosímil, porque carece de este­


reotipos. Los protagonistas no se dividen entre nobles y malvados, en­
tre valientes y débiles, entre civilizados y salvajes. Tampoco se emiten
juicios morales sobre los acontecimientos relatados. Sin duda, la narra­
ción maya defiende una posición política partidaria, al igual que la es­
pañola y la nahua, pero tal defensa se plasma en aspectos más sutiles.

¿Quién es el protagonista principal de esta tragedia, el personaje en el


que se centra la historia? En las crónicas españolas, es Cortés quien
descubre o inventa la trama y organiza una rápida detención, seguida de
juicio y ejecución. El grado de control que tiene Cortés sobre su expedi­
ción y el desenlace de los acontecimientos lo define como uno de los
«hombres excepcionales» míticos. Las acciones de Cortés no eran tan
excepcionales. Al igual que otros conquistadores, seguía pautas prede­
cibles de conducta y se amoldaba a los procedimientos típicos de la con­
quista. Uno de ellos era la captura de los dirigentes locales; posterior­
mente se exigía un rescate a cambio de su libertad, se les liberaba y se les
ponía al frente de su territorio como caciques títeres, o bien se les ejecu­
taba. Cuanto más elevada era la jerarquía del dirigente, menores eran sus
probabilidades de sobrevivir tras el cautiverio. Las circunstancias de la
muerte de Cuauhtémoc, Coanacoch y Tedepanquetzal, así como las ac­
ciones de Cortés —tanto si inventó él la trama, como si respondía a los
informes de los espías o se basaba en un chivatazo de Paxbolonacha—,
responden al procedimiento característico de la conquista.
El incidente de Itzamkanac revela también lá falsedad de la imagen
que representa a los conquistadores como soldados enviados por el rey,
216 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

parte de un ejército español que invade y conquista con escasas ayudas


y contra un enemigo mucho más multitudinario. Como suele suceder
en las crónicas españolas, el relato de la expedición que pasó por el rei­
no maya mactun infravalora el papel de los aliados nahuas e ignora, ca­
si por completo, la relevancia de los esclavos y ayudantes africanos. Sin
embargo, el descontento de los guerreros nahuas, independientemente
de la forma que adopte, pone de relieve que los guerreros y porteado­
res nahuas superaban en número a los españoles, en una proporción
aproximada de quince a uno. De este modo, la expedición intimidaba
más a los dirigentes locales como Paxbolonacha, pero también requería
la plena cooperación de los líderes nahuas. Las expediciones déla con­
quista española eran compañías privadas con fines lucrativos, depen­
dientes de los africanos, a quienes solían comprar, y de los guerreros y
porteadores indígenas, que eran reclutados a través de alianzas con las
élites indígenas. El contexto crucial de la ejecución de Cuauhtémoc, su
motivación principal, era la presencia y significación de una gran fuer­
za de aliados indígenas. Cortés no podía creer la presunta trama de
Cuauhtémoc, porque en la expedición había muchos guerreros nahuas.
Los acontecimientos de Itzamkanac, ocurridos cuatro años después
de 1521, la fecha en que tradicionalmente se fija la conquista de Méxi­
co, ponen de relieve que la conquista era un asunto mucho más com­
plejo y prolongado de lo que sugiere el mito de la completitud, Cortés
dirigió largas expediciones de exploración y conquista. El objetivo
principal de su viaje a Honduras era castigar a Cristóbal de Olid, un ca­
pitán rebelde dé su compañía, pero también aspiraba a explorar la re­
gión comprendida entre México y Honduras. De hecho, aquella expe­
dición fue la primera vez que los europeos pisaron Itzamkanac. Cuatro
años después déla caída de Ténochtidán la mayoría de Mesoamérica to­
davía estaba sin descubrir para los europeos, y lo mismo cabe decir de
los Andes cuatro años después de la ejecución de Atahualpa. El domi­
nio español del principal núcleo de la conquista, Tenochddán, era en­
deble, lo cual constituía un motivo de preocupación para Cortés, según
señala Gomara, debido a la posibilidad de que los conspiradores supie­
ran que los españoles asentados ¿n la capital eran muy poco numerosos,
con un escaso conocimiento del territorio mexicano, una precaria ex­
periencia bélica, ÿ bastante pendencierós.
Durante aquellos días de carnaval de 1525, en Itzamkanac se esta­
blecía comunicación más allá de las barrerás lingüísticas, pues Cortés
recurría a Malinche para entender a sus espías e interrogar a los diri­
EPÍLOGO 217

gentes nahuas detenidos, y Cuauhtémoc, por su parte, transmitía tam­


bién sus mensajes a través de Malinche. Los conquistadores aseguraban
que la comunicación no era un problema, dado que los intérpretes les
permitían transmitir sus mensajes religiosos y políticos a los señores in­
dígenas. Según la versión chontal, Paxbolonacha conversa tanto con
Cuauhtémoc como con Cortés. Los diálogos parecen claros dentro del
contexto de cada crónica individual.
Pero la claridad se pierde cuando se comparan los textos. En última
instancia, no podemos saber si hubo una conspiración real, quién la co­
nocía o la inventó, de quién fue la iniciativa de catalizar el incidente, ni
si Paxbolonacha desempeñó un papel crucial o marginal en los aconte­
cimientos. ¿Quién traicionó a Cuauhtémoc? ¿Mexicalcingo, Paxbolo­
nacha o Cortés? Todo el asunto puede entenderse como una trágica
maraña de malentendidos. Si bien, por una parte, los conquistadores
perpetuaron el mito de la comunicación verbal, los investigadores mo­
dernos sostienen que la conquista se caracterizó por las barreras comu­
nicativas del lenguaje, la interpretación, las ideas preconcebidas y los
programas inflexibles, rasgos que determinaron su desenlace. Pero
los acontecimientos que rodean la muerte de Cuauhtémoc ilustran el
hecho de que la traducción exacta entre el español y las lenguas indíge­
nas era menos importante que las intenciones e intereses de la comuni­
cación, objetivos que todos los protagonistas de Itzamkanac lograron
transmitir, lo cual supuso la muerte de los dirigentes nahuas, el incó­
modo alivio del rey maya, y la conciencia atormentada de Cortés.
Al reflejar los mitos de la debilidad indígena y la fortaleza española,
las crónicas de Cortés y Gomara sobre los acontecimientos de Itzamka­
nac están repletas de estereotipos acerca de los «indios». Los conquis­
tadores eran embusteros, maquinadores, indignos de confianza y, pese
a todo, eran también crédulos, supersticiosos y se amedrentaban fácil­
mente. El rey maya y su hijo mienten cuando aluden a la falsa muerte
del padre, mientras que los señores nahuas conspiran durante días. A
los mayas les impresiona tanto la construcción del puente (por orden
de los españoles, pero con mano de obra africana y nahua, sin duda)
que se convencen de que para los conquistadores nada es imposible,
según Gomara. Los nahuas y los mayas están seguros de que Cortés es
capaz de «ver cosas» en su brújula, desde el camino que conduce a la si­
guiente ciudad hasta los detalles de la conspiración en su contra. La ad­
miración de los españoles por su propia tecnología (rasgo precursor del
énfasis de los historiadores actuales en la «superioridad» tecnológica
218 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

española) y la supuesta superstición indígena forman una combinación


poderosa en la mente del conquistador.
Pero las acciones de los señores nahuas y mayas demostraron que
estaban lejos de ser los indígenas asustados, fatalistas y traumatizados
del mito de la devastación. Aunque la descripción de Díaz sobre los ru­
mores de descontento es más plausible que la conspiración a gran esca­
la imaginada por Cortés y Gomara, el lector se queda con la impresión
de que Cuauhtémoc y los nobles nahuas aliados eran capaces de buscar
vías para mejorar sus circunstancias; llegaron incluso a organizar una
resistencia armada como la de Manco Inca en Perú a partir de 1536.
Por lo que respecta a Paxbolonacha, sus acciones y decisiones se basa­
ban en lo que consideraba más beneficioso para los intereses de su pro­
pio estatus, la estabilidad de su posición dinástica, la seguridad de It­
zamkanac y sus habitantes, y la integridad general de su reino. Desde la
perspectiva de los españoles y de los señores ejecutados, los aconteci­
mientos de Itzamkanac fueron un episodio de la conquista. ]5esde la
perspectiva maya mactun, fue una manipulación diplomática que, de
no haber existido, habría provocado una tragedia local.7!
Las crónicas de Cortés y Gomara indican que Cortés dejó a Paxbo­
lonacha temblando a sus pies. Pero Díaz lo retrata como un individuo
que llega a un acuerdo muy sensato, ofrece guías y porteadores a cam­
bio de que los españoles y los nahuas arriesguen la vida en una expedi­
ción punitiva hasta los confines del territorio mactun. Y en la versión de
los mayas, Paxbolonacha controla el resultado final del incidente; deci­
de si se produce o no la sublevación contra los españoles. La crónica
maya tiene una intención política ligada a una circunstancia colonial
posterior, la de demostrar la lealtad de Paxbolonacha ante los españo­
les, pero se formula en términos que defienden la integridad personal y
política del dirigente maya.
Todos los elementos de la vitalidad cultural indígena durante la
conquista están presentes aquí: la percepción de la conquista como
obra, en cierto sentido, de los señores indígenas; el recurso a las alian­
zas políticas y militares con los españoles para reforzar los intereses lo­
cales; la colaboración compleja y parcial de la élite; la prosperidad de
las comunidades municipales indígenas en la época colonial (simboli­
zada aquí en el relato maya mactun, escrito con signos alfabéticos pero
en nahuatl y maya). Como en gran parte de la historia de la conquista,
el asunto de Itzamkanac parece un solo acontecimiento, pero en reali­
dad es un suceso poliédrico, distinto en función de la perspectiva y los
EPILOGO 219

intereses. A la vez refuerza y destruye los mitos de la conquista. Y si in­


tentamos averiguar lo que ocurrió «realmente», estamos a merced de
las crónicas escritas conservadas, con todo lo ricas y diversas que son.

Los mitos que rodean la muerte de Cuauhtémoc, como los restantes


mitos de la conquista, son metáforas de todo lo que ocurrió, y todo lo
que se dice que ocurrió, durante la invasión española de América. Si los
detalles de un acontecimiento pasado pueden entenderse como «metá­
foras históricas de una realidad mítica»,8entonces los acontecimientos
analizados en este libro son metáforas míticas de la realidad histórica, es
decir, la realidad percibida por los conquistadores y reconstruida reite­
radamente a lo largo de los siglos por los españoles coloniales y los his­
toriadores occidentales que han estudiado el colonialismo. He intentado
ofrecer una perspectiva diferente, formada a partir de la lectura cruzada
de múltiples fuentes; una perspectiva que, pese a sus filtros y sesgos, se
acerca más a la verdad del mundo de la conquista española.’
Si los mitos dramatizan el mundo humano y su pasado «en una
constelación de metáforas poderosas», nuestro propósito como lectores
de historia es explorar tales metáforas, indagar los motivos, métodos y
pautas de conducta humana. Ahora bien, en caso de que el término
«propósito» se considere demasiado servicial, podemos quizá buscar en
Bernal Díaz una explicación más simple de la lectura expuesta aquí: la
historia es, a fin de cuentas, un relato curioso que requiere una meticu­
losa ponderación de todos sus elementos.10
Créditos

Fig, 1. Harris, Voyages and Travels (1744 [1705]), vol. 2, pág. 114.
Reproducido con autorización de la John Carter Brown Li­
brary de la Brown University.
Fig. 2. Reproducido con autorización del Museo Nacional de Ar­
te, Ciudad de México.
Figs. 3 y 4. Reproducido con autorización de la John Carter Brown Li­
brary de la Brown University.
Fig, 5. Reproducido con autorización de la John Carter Brown Li­
brary de Ia Brown University.
Fig. 6. Reproducido con autorización de la Jay I. Kislak Founda­
tion Inc.
Fig. 7. Volumen 3, libro ΧΠ, folio 58v de Sahagún, Historia gene­
ral de las cosas de Nueva España; reproducido con autoriza­
ción del Archivo General de la Nación, Ciudad de México.
Fig. 8. Lámina 58 de fray Diego de Durán, Historia de las Indias de
Nueva España·, reproducido con autorización de la Biblio­
teca Nacional, Madrid.
Fig. 9. Reproducido con autorización del Banco Nacional de Mé­
xico.
Fig. 10. Harris, Voyages and Travels (1744 [1705]), vol. 2 (1748),
pág. 97. Reproducido con autorización de la John Carter
Brown Library de la Brown University.
Fig. 11. Del volumen 3, libro XII, folio 26r de Sahagún, Historia
general de las cosas de Nueva España·, reproducido con
autorización del Archivo General de la Nación, Ciudad de
México.
222 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Fig. 12. Reproducido con autorización de la John Carter Brown Li­


brary de la Brown University.
Fig. 13. Reproducido con autorización de la Smithsonian Insti­
tution.
Fig. 14. Reproducido con autorización de la John Carter Brown Li­
brary de la Brown University.
Fig. 15. Reproducido con autorización de la Biblioteca Real, Co­
penhague; pág. 400 de la edición impresa de Adorno y Mu­
rra, y en la página web de la Biblioteca Real (www.kb.dk/
elib/mss/poma).
Fig. 16. Reproducido con autorización de la Tozzer Library de la
Harvard College Library, Harvard University.
Fig. 17. Pág. 58 de Hergé, El templo del sol·, reproducido en el ori­
ginal con autorización de Moulinsart S. A.
Fig. 18. Reproducido con autorización de la John Carter Brown Li­
brary de la Brown University.
Fig. 19. Reproducido con autorización de la John Carter Brown Li­
brary de la Brown University.
Notas

A g r a d e c im ie n t o s

1. Como ilustra detalladamente Juan de Tovar en su Historia de la heñida


de los Yndios, f. 85, manuscrito en JCBL, Códice Ind 2, texto del siglo XVI.
2. Motolinía escribió en 1541 que la región donde se buscaban las Siete
Ciudades era donde llegaron Alvar Núñez Cabeza de Vaca y sus compañeros
supervivientes en un viaje de 700 leguas tras siete años de cautividad; Adorno
y Pautz, Cabeza de Vaca, 2000, n, págs. 30-31,361,428; ΙΠ, págs. 128,142,370-
372. El siete mítico aparece también en otras zonas del mundo adántico que se
creó con la expansión europea; por ejemplo, los holandeses seleccionaron «sie-
te de los marineros más intrépidos y capaces» para explorar Groenlandia en la
década de 1630; los siete escribieron un diario de viaje y adquirieron un esta­
tus semimítico en las historias europeas de exploradores (Churchill, Voyages
and Travels, 1704, H, págs. 413-430).

I n t r o d u c c ió n

1. Las citas de Díaz, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España


(1632) provienen de la edición de Alianza Editorial para el V Centenario, a
cargo de Carmelo Sáenz de Santa María. Se conserva un ejemplar de la prime­
ra edición de la obra en la JCBL (que también he podido consultar en la edi­
ción de Madrid de 1795). Las referencias citadas aquí corresponden a Historia,
1632 [1570], f. 65r.
2. Díaz, ibid,
3. Cortés, carta de 1520; Cartas de relación, Madrid, Historia 16, 1985.
Puede encontrarse un análisis de la inadecuación de las descripciones que ofre­
ce Díaz sobre Tenochtitlán en Mund, Les rapports complexes, 2001, págs. 57-74.
224 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

4. Durante siglos, los historiadores han empleado las teorías dominantes


de análisis histórico —desde el progresismo de la Ilustración hasta el marxis­
mo— como instrumentos de trabajo. Pero en las últimas décadas los investiga­
dores posmodemos y de otras corrientes han sostenido, cada vez con mayor
firmeza, que tales instrumentos no son válidos. Como apunta el profesor de fi­
losofía Behan McCullagh, puede resultar sorprendente comprender que no
podemos eludir la apabullante ubicuidad de la subjetividad [Truth, 1998, pág.
307,1).
5. Esto equivale a una contraposición directa de dos historicidades, un
contraste «entre lo que ocurrió y lo que se dice que ocurrió», como lo define
el antropólogo Michel-Rolph Trouillot en su obra Silencing the Past, 1995,
pág. 106; sus «dos historicidades» se comentan también en las págs. 29 y 118.
6. Una vez más, véase Trouillot, Silencing the Past, 1995; «condiciones de
producción» y «lo que se dice que ocurrió» son frases suyas (págs. 25 y 106).
7. En el siglo XIX, «mito» equivalía generalmente a «ficción» o «inven­
ción», y éste es el sentido en que empleo el término aquí; a comienzos del si­
glo XX los investigadores describían historias que eran «verdaderas» desde la
perspectiva de las culturas que creaban y valoraban las tradiciones sagradas.
Hace cuarenta años, Mircea Eliade, el célebre investigador francés del mito
y la religión, advirtió la coexistencia de los dos significados de «mito», cir­
cunstancia que hacía «algo equívoco» su uso (Mito y realidad, 2002 [1963]).
Tal constatación sigue siendo válida también en la actualidad. Entre los ejem­
plos de uso reciente de ambos significados cabe citar la obra de Karl Taube,
Aztec and Maya myths (1993), que relata la mitología de la creación, el anti­
guo sistema caléndrico, y las historias de los dioses, y el clásico de Stephen
Steinberg The Ethnie Myth (2001 [1981]), que caracteriza como una tergi­
versación dominante y popular la idea de que los destinos individuales y co­
lectivos en Estados Unidos durante el siglo XX se han visto determinados por
la identidad étnica y sus valores culturales. Un ejemplo de libro reciente que
sostiene que un mito en un sentido (el mito americano semificticio o distor­
sionado de la «victoria del Oeste») se convirtió en un mito en el otro sentido
(una preciada tradición de historia e identidad americana) es Prats, Invisible
natives, 2002.
8. Doniger, The implied spider, 1998, págs. 2-3; Eliade, Myth and reality,
1963, págs. 147-157.
9. Vçyne, Greeks, 1988, pág. 22; Tedlock, Popal Vuh, 1985, pág. 64; am­
bos citados en Hííl Boone, Stories in red and black, 2000, pág. 15. Véase tam­
bién Bricker, The Indian Christ, the Indian King, 1981, págs. 3-4, y Salomon,
«Testimonies», 1999, págs. 51-57.
10. Paráfrasis de Jenkins, Re-thinking History, 1991, pág. 32, cuyas pala­
bras son «ficciones útiles».
11. «Alguna verdad sobre el mundo» y «la categoría de ficción» son fra-
NOTAS 225

ses tomadas de McCullagh, Truth, 1998, pág. 5 y Trouillot, Silencing the Past,
1995, pág. 6, respectivamente.
12. El comentario de Valle Inclán es una frase conocida; lo hallé citado
por primera vez en la traducción inglesa de los ensayos de Vargas Llosa: Es­
says, 1996, pág. 325.
13. Prescott, Conquest ofMexico, 1909 [1843], pág. 3 i[|
14. «Vacío» es el término que emplea el autor francés'J. M. G. Le Clézio;
Mexican Dream, 1993, pág. 176.

C a p ít u l o 1

1. Ambas citas provienen de Elliott, The Old WorldandtheNew, 1970,pág. 10;


Gomara, citado también en Fernández-Armesto, Columbas, 1991, pág. 185, y ci­
tado en Florescano, Memory, 1994, pág. 80; la cita de Gomara que encabeza el ca­
pítulo proviene de Gomara, Cortés, 1964 [1552], pág. 4. Al trabajar con el texto
de Gomara consulté también una copia manuscrita de los primeros 81 capítulos
escrita a comienzos del siglo xvn por el noble nahua Chiroalpahin, pero no dife­
ría significativamente de la edición de 1552 (según confirma David Tavárez, co­
municación personal; el manuscrito se encuentra en la JCBL, códice Sp 63).
2. En este libro empleo la palabra «descubrimiento» para referirme al
descubrimiento europeo de América; «contacto» alude al mismo proceso, el
contacto inicial entre europeos e indígenas americanos; y «conquista» designa
toda la serie de conquistas españolas en América. Espero que el lector acepte
esta elección terminológica que pretende evitar la controversia y las connota­
ciones ligadas a «el descubrimiento» y otras expresiones similares (véase Fo-
ner, «Our Monumental Mistakes», 1999, por ejemplo) y otras torpes formula­
ciones alternativas.
3. Ambos citados también en Elliott, The Old World and the New, 1970,
pág. 1.
4. Hanke, Aristotle, 1959, pág. 11; Todorov, Conquest, 1984, pág. 4.
5. Visita del autor al National Air and Space Museum, Washington, D.C.,
enero de 2001; «Where Next, Columbus?», www.nasm.edu/galleries/gal209.
La exposición se clasifica como «temporal», pero continúa abierta desde 1992. La
relevancia de Colón en este museo indica que el «primer viaje [del genovés] es
todavía la metáfora más poderosa del descubrimiento», como apunta Dor-Ner
(Columbus, 1991, pág. 1; también citado en Frederick, «Colonizing Colum­
bus», 2001, pág. 1).
6. Citado en Trouillot, Silencing the Past, 1995, pág. 82.
7. Prescott, Conquest ofMexico, 1909 [1843], pág. 3.
8. Citas procedentes, respectivamente, de Keen, Latin America, 1996,
pág. 71; Diamond, Guns, Germs, andSteel, 1997, pág. 91; Elliott, ImperialSpain,
226 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

1963, pág. 51; introducción de Cohen a Zarate, Perú, 1981[1555], pág. 15;
Markham, Discovery ofPeru, 1872, pág. xiii; Schwartz, Victorsand vanquished,
2000, pág. 1; Clendinnen, «Fierce and Unnatural Cruelty», 1991, pág. 12. Hay
muchos otros ejemplos de utilización de los términos «puñado» y de «aventu­
reros» por parte de investigadores de diversas disciplinas, si bien se trata de
una asociación refleja; un ejemplo del primero es Dibble, Conquest, 1978, pág. 7;
y del segundo, Harris, Aztecs, Moors, and Christians, 2000, pág. 117. Entre los
ejemplos de fuentes anteriores, cabe citar, además de Markham (ibid.), Henty,
By Right of Conquest, 1890, pág. ii (también citado en Cowher, «A handful of
adventurers?», 2001, pág. 13).
9. La crónica de Jerez se publicó originariamente como Jerez, Verdadera
relación, 1985 [1534]; trad. ingl. en Markham, Discovery ofPeru, 1872, págs. 1-
74; cita en pág. 1; también citado en Seed, «Failing to Marvel», 1991, pág. 15.
Vargas Machuca, en la última década del siglo XVI, loaba el triunfo de los con­
quistadores españoles, superados en número por los indígenas en una propor­
ción de quinientos frente a uno, como una victoria contra todo pronóstico,
comparable a las hazañas de los antiguos griegos y romanos (Milicia y descrip­
ción, 1599, págs. 25v-26v).
10. Citas procedentes, respectivamente, de Clendinnen, «Fierce and Un­
natural Cruelty», 1991, pág. 12; Fernández-Armesto, «Aztec' auguríes», 1992,
pág. 287; Wachtel, «The Indian», 1984, pág. 210, también citado en Guilmar-
tin, «The Cutting Edge», 1991, pág. 42. Hay muchos otros ejemplos de la mis­
ma cuestión; es el caso de Dibble, Conquest, 1978, pág. 7; Todorov, Conquest,
1984, pág. 53; Keen, Latin America, 1996, pág. 71.
11. Femández-Armesto, «Aztec’ Auguries», 1992, pág. 287; «la cuestión
no ha perdido vigencia con el tiempo», Clendinnen, «Fierce and Unnatural
Cruelty», 1991, pág. 12.
12. La obra pictórica se reproduce de modos diversos en otros lugares
(véase Ades, Art in Latin America, 1989, pág. 33, por ejemplo) y el original se
encuentra en el Museo Nacional de Arte, Ciudad de México.
13. Scott, 1492,1992.
14. Berry y Razaf, «Christopher Columbus», 1936. Agradezco a Barry
Kemfeld (comunicación personal) que me haya aportado la fecha en que Ra­
zaf escribió estas letras. Se reproducen aquí con autorización.
15. Fernández-Armesto, Columbus, 1991, pág. 53; Berry and Razaf, «Chris­
topher Columbus», 1936.
16. Scott, 1492,1992.
17. Russell, Inventing the Flat Barth, 1991; Irving, Columbus, 1981 [1828],
pág. 48; Morison, Columbus, 1942; Fernández-Armesto, Columbus, 1991,
pág. 54; Boiler, Not So!, 1995, págs. 3-6.
18. Eco, Serendipities, 1998, pág. 4.
19. Eco, Serendipities, 1998, pág. 7.
NOTAS 227

20. Winius, Portugal, 1995, pág. 1. La idea de que la figura de Colón ha


quedado envuelta en mitos y tergiversaciones es un lugar común en gran parte
de la bibliografía sobre el navegante, desde obras antiguas como Goodrich,
Columbus, 1874 (por ejemplo, pág. 177), hasta clásicos de la década de 1940
como Morison, Columbus, 1942, y Madariaga, Columbus, 1949, o publicacio­
nes del V Centenario como Fernández-Armesto, Columbus, 1991 (por ejem­
plo, págs. vii-x); Wilford, Columbus, 1991 (por ejemplo, págs. 247-265); Bush­
man, America Discovers Columbus, 1992 (por ejemplo, págs. 8-14); Davidson,
Columbus, 1997 (por ejemplo, págs. 467-482). Una breve revisión de la histo­
riografía de Colón hasta comienzos de la década de 1980 puede encontrarse en
Crosby, «The Columbian Voyages», 1993.
21. Fernández-Armesto, Columbus, 1991, pág. 21.
22. Paráfrasis de Fernández-Armesto, Columbus, 1991, pág. 21.
23. Fernández-Armesto, Before Columbus, 1987, págs. 151-185; «Medie­
val Atlantic Exploration», 1995, págs. 43-44.
24. Fernández-Armesto, Before Columbus, 1987, págs. 185-202; «Medieval
Atlantic Exploration», 1995, págs. 44,65; Keen, Latín America, 1996, pág. 56.
25. Fernández-Armesto, Before Columbus, 1987, págs. 203-222; «Medie­
val Atlantic Exploration», 1995, págs. 44-53; Verlinden, «European Participa­
tion», 1995, págs. 71-77.
26. Radulet, «Vasco da Gama», 1995, págs. 133-134.
27. Fernández-Armesto, Columbus, 1991, págs. 43-65; Radulet, «Vasco da
Gama», 1995, págs. 134-135; Pinheiro Marques, «Triumph», 1995, págs. 363-
368. Sobre el V Centenario de Vasco da Gama, véase Fox, «No Room for Ro­
mantics», 2001.
28. Como gran parte de la mitología de Colón, este aspecto se ha señala­
do a menudo (desde Goodrich, Columbus, 1874, págs. 113-142, hasta Wilson,
Emperor’s Giraffe, 1999, pág. 32), pero parece situarse al margen de la imagen
mítica de Colón. Véase también Frederick, «Colonizing Columbus», 2001.
29. Fernández-Armesto, Columbus, 1991, págs. 186-187; Dutra, «The
Discovery of Brazil», 1995, págs. 147-148; Pinheiro Marques, «Triumph»,
1995, pág. 371; Keen, Latin America, 1996, pág. 62.
30. Pinheiro Marques, «Triumph», 1995, pág. 372, por ejemplo.
31. Citado por Fernández-Armesto, Columbus, 1991, pág. 187. El con­
traste entre los dos hombres en la Sala Azul de la Casa Blanca, en forma de
bustos esculpidos en 1815, es significativo en más niveles de los que capta la
mayoría de los visitantes del lugar (visita del autor en enero de 2001; véase
www.whitehouse.gov/history/whtour/blue).
32. Fernández-Armesto, Columbus, 1991, pág. 185; Gomara atribuye pos­
teriormente cierto mérito a Colón; Cortés, 1964 [1552], pág. 334.
33. Elliott, The Old World and the New, 1970, págs. 11-12. Por ejemplo,
en la dedicatoria a Cortés publicada en Francisco Cervantes de Salazar, Diálo-
228 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

go de la dignidad del hombre, 1772 [1564?], pág. 2, Cervantes atribuye a Cor­


tés el título de «Descubridor i Conquistador de la Nueva España». Sobre la
concepción de la historia española de Lope de Vega y Ja relación de dicho
planteamiento con el contexto de la literatura cortés, véase Wright, Pilgrimage
to Patronage, 2001.
34. No está claro si los restos mortales de Colón se encuentran en Santo
Domingo, la Habana o Sevilla, o si una parte está en dichas ciudades y otra en
Génova (Trouillot, Silencing the Past, 1995, pág. 179, η. 21; Giardini,Colum­
bus, 1967, pág. 72). Como observa Trouillot [Silencing the Past, 1995, pág. 122),
Colón era un personaje demasiado europeo como para servir de símbolo de
una Latinoamérica independiente.
35. Por ejemplo, los caballeros de Colón, una hermandad católica ameri­
cano-irlandesa, fue fundada en 1881 (Trouillot, Silencing the Past, 1995, pág. 123).
Para un estudio detallado de la invención del mito de Colón en el siglo xix,
véase Bushman, America Discovers Columbus, 1992, págs. 81-190.
36. Trouillot, Silencing the Past,'1995, págs. 123-140; Bushtnan, America
Discovers Columbus, 1992, págs. 152-190. El busto de Colón de 1815 que se
conserva en la Casa Blanca se expuso en un lugar destacado delà Sala Azul a
comienzos de la década de 1990; www.whitehouse.gov/history/whtour/blue.
Un estudio fascinante sobre el debate del V Centenario (continuación de
Bushman, America Discovers Columbus, 1992) es el de Summerhill y Williams,
Sinking Columbus, 2000. Se aprecia todavía un eco del debate en los planes y
discusiones relativos al V Centenario de Vasco da Gama (Fox, «No Room for
Romantics», 2001).
37. Florescano, Memory, 1994, pág. 65.
38. Pueden encontrarse ejemplos de probanzas y cartas similares en Ica-
za, Diccionario, 1923; Lockhart y Otte, Letters and People, 1976. El contexto
de desarrollo de este género es la reconquista, la prolongada guerra entre los
reinos cristiano e islámico en la Península Ibérica desde el año 711 hasta 1492,
así como la conquista castellana de las islas Canarias a finales del siglo XIV y en
el siglo XV. Sobre el desarrollo paralelo de un género relacionado, el requeri­
miento, véase Seed, «The Requirement», 1995.
39. Las cartas de Cortés (Cartas, 1983) se prohibieron en 1527, el libro de
Gomara (Cortés, 1964 [1552]) en 1553; Pagden, Fall o f Natural Han, 1982,
pág. 58; Elliott, «Cortés», 1989, pág. 41; Florescano, Memory, 1994, pág. 97.
40. Zamora, Reading Columbus, 1993, págs. 5,9-20.
41. Las cartas de Díaz al rey fechadas en 1552 y 1558 pueden encontrarse,
en trad. ingL, en Lockhart y Otte, Letters.and People, 1976, págs. 73-82; las ci­
tas corresponden a las págs. 79 y 82.
42. Gomara, Cortés, 1964, pág. xxi; Díaz, Historia, 1955 [1570].
43. Citado en Florescano, Memory, 1994, pág. 92. El investigador belga
Sabine Mund sostiene que Díaz actuaba motivado, en gran medida, por lo que
NOTAS 229

oyó en la ciudad española de Valladolid en 1550-1551, cuando se libró un de­


bate, hoy famoso, sobre la naturaleza de los «indios», en el que el fraile domi­
nico Bartolomé de Las Casas denunció las prácticas del conquistador; en res­
puesta a las críticas, Díaz intentó defender y promover no sólo su propia
trayectoria, sino la empresa de la conquista en su totalidad (Les rapports com­
plexes, 2001, págs. 89-99).
44. Florescano¡Memory, 1994,pág. 67.
45. Florescano, Memory, 1994, pág. 77. Como se indica más adelante, la
ideología imperial española puede situarse también en el contexto más amplio
de la ideología imperial europea, que ayuda a explicar el impulso decimonóni­
co concedido a la glorificación de los conquistadores.
46. Elliott, «Cortés», 1989, pág. 39.
47. Se han publicado numerosos análisis de esta bibliografía y de la evan-
gelización franciscana en América; véase, por ejemplo, Klor de Alva, Nichol­
son, y Quiñones-Keber, Sahagún, 1988; Rabasa, Inventing America, 1993,
págs. 151-164; Chuchiak, «The Indian Inquisition», 2000; y Francis, «la con­
quista espiritual», 2000.
48. La carta se publicó en trad. ingl. en Lockhart y Otte, Letters and Peo­
ple, 1976, págs. 220-247, citas en págs. 246 y 247. Otro franciscano, Gerónimo
de Mendieta, ensalzó también a Cortés en su Historia eclesiástica indiana de
1596; Rabasa, Inventing America, 1993, págs. 157-158.
49. Cline, «Revisionist Conquest History», 1988, pág. 93-
50. Cline, «Revisionist Conquest History», 1988.
51. Elliott, «Cortés», 1989, págs. 39-41. La comparación con César no se­
ría la última; véase Alcalá, César y Cortés, 1950.
52. Gomara, Cortés, 1964 [1552]; Todorov, Conquest, 1984, pág. 120.
53. Díaz, Historia, 1955 [1570].
54. Lasso de la Vega, Cortés valeroso, 1588,4r y otros.
55. Por ejemplo, el fraile italiano Ilarione da Bergamo, en el relato de sus
viajes por México escrito en 1770, remite explícitamente a sus lectores a «las
cartas de Cristóbal Colón y otros capitanes conquistadores» (Ilarione da Ber­
gamo, Daily Life, 2000 [1770], pág. 69).
56. Florescano, Memory, 1994, pág. 96. Mignolo, Local Histories, 2000,
pág. X, sostiene que sólo se publicaron «discursos hegemónicos» en el período
colonial, y se suprimieron voces alternativas como Huaman Poma, Nueva co­
ránica, 1980 [1615],
57. Prescott, Conquest of Mexico, 1909 [1843]; Gomara, Cortés, 1964
[1552], pág. xvii; Díaz, Historia [1570].
58. Clendinnen, «Fierce and Unnatural Cruelty», 1991, págs. 12-13.
59. La obra de Prescott ha inspirado también una categoría de novela his­
tórica centrada en la conquista de México, que ha ampliado aún más la di­
mensión popular de esta imagen mitológica de la conquista; es el caso de Fal-
230 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

kenhorst, With Cortez in Mexico: A HistoricalRomance, 1892, y Marshall, Cor-


tez and Marina, 1963.
60. Véase la cita de Goodrich al comienzo de este capítulo (Goodrich, Co*
lumbus, 1874, pág. 89; también citado por Frederick, «Colonizing Columbus»,
2001, pág. 10). E. H. Carr observó hace cuarenta años que «la teoría histórica'
de los grandes hombres [...] ha pasado de moda en los últimos años, aunque,
todavía reaparece ocasionalmente» (What Is History?, 1961, pág. 53); no obs­
tante, dos décadas después seguía vigente para un historiador como Eric Wolf,
que criticó dicha visión en su libro Europe, 1982.
61. Thomas, Conquest, 1995; Hill Boone, Stories, 2000, pág. 5, defiende
ima tesis similar. Para un análisis crítico de la visión de Thomas acerca de las
culturas indígenas, véase Nicholson, «Hugh Thomas’s Conquest», 2000. No
pretendo restar importancia al libro de Thomas, sino sólo situarlo historiográ-
ficamente; recurro a él en varias partes de este libro, para ilustrar los siete mi­
tos y sus respectivos antimitos. Hay libros sobre la conquista de México que
adoptan los mitos de la conquista de modos un tanto perniciosos, como el de
Marks, Cortes, 1993, pero la obra de Thomas [.Conquest, 1995) no pertenece a
dicho grupo.
62. Incluso en el México revolucionario, cuando se revisó la reputación de
Cortés, se mantuvo el principio de los «grandes hombres» de la conquista, la
historia de mi puñado de héroes y seres malvados; por ejemplo, en un mural de
Diego Rivera que se conserva en el Palacio Nacional de Ciudad de México,
Cortés aparece retratado como el malvado, y Las Casas como héroe (también
reproducido en Todorov, Conquest, 1984, pág. 178). Asimismo, el autor fran­
cés Le Clézio, cuyo libro sobre la conquista condene versiones modernas de
casi todos los siete mitos, perpetúa el mito de los hombres excepcionales al in­
vertir el tropo de Sepúlveda del Cortés audaz y el timorato Moctezuma para
contraponer «las palabras arteras y amenazadoras de [Cortés] y el discurso
mágico y angustiado del rey mexicano» (Mexican Dream, 1993, pág. 22). La ac­
titud moderna hacia Cortés es polémica y ambigua; el ataque de Eulalia Guz­
mán contra el conquistador (Relaciones, 1958) ha traído aparejados numerosos
textos en defensa de Cortés, entre los que se incluye uno muy breve de Manuel.
Alcalá, donde recordaba a los lectores una comparación favorable del «corte-
sísimo Cortés» con Julio César, presentada en un trabajo anterior del mismo
autor (César y Cortés, 1950; Cortés, Cartas, 1983, pág. íx tel ensayo de Alcalá
data de I960]).
63. Pagden (en Cortés, Letters, 1986, pág. 461) y Elliott, «Cortés», 1989,
pág. 41, sugieren que Cervantes de Salazar dio origen al mito; véase también
Amor y Vásquez («Apostilla», 1961). Las versiones originarias del hundimien­
to se encuentran en Díaz, Conquista, 1570, y Cortés, Cartas, 1522. El mito se
ha repetido hasta la saciedad; véase, por ejemplo, Bricker, The Indian Christ,
1981, pág. 16; pero recientemente han comenzado a aparecer signos de deca­
NOTAS 231

dencia (por ejemplo, Todorov, Conquest, 1984, pág. 56; Schwartz, Victors and
Vanquished, 2000, pág. 43; Burkholder y Johnson, Colonial Latín America,
2001, pág. 45). He podido enriquecer mis conocimientos en este punto gracias
a las conversaciones que he mantenido con Jack Crowley.
64. Todorov, Conquest, 1984, pág. 56, caracteriza el hundimiento de los
barcos de Cortés como una de las decisiones más «asombrosas». Aunque el
propio Cortés explica (Cartas, 1522) que el hundimiento es una medida tem­
poral para disuadir a los adeptos de Velázquez de una posible deserción, To­
dorov sigue el mito generado en el período colonial, según el cual la intención
de Cortés era impedir el regreso de los hombres. Puede encontrarse una su­
cinta manifestación del mito en plena época colonial en la condena de 520 pá­
ginas, escrita por Juan de Solórzano, sobre los almirantes que se rindieron sin
ofrecer resistencia ante los holandeses en 1628, con toda su flota de plata; So­
lórzano declara en las anotaciones del informe en latín que Cortés hundió sus
naves (no las quemó; naves perforarunt) para obligar a (todos) sus hombres a
combatir, en lugar de huir, precedente que emplea Solórzano para respaldar su
tesis de la «cobardía» de los almirantes (JCBL, Códice Sp 26, pág. f. 91r; sobre
la otra obra de Solórzano, véase Muldoon, The Americas, 1994).
65. Chamberlain, Conquest and Colonization, 1948, págs. 38-40; Restall,
Maya Conquistador, 1998, pág. 8. En la misma categoría de acción se situaba
la matanza de caballos de Antonio de Berrio en una de sus expediciones por la
cuenca del Orinoco (Naipaul, El Dorado, 1969, pág. 18).
66. Gibson, Spain in America, 1966, pág. 29.
67. Respectivamente, Clendinnen, «Fierce and Unnatural Cruelty», 1991,
pág. 19; Todorov, Conquest, 1984, pág. 99; Le Clézio, Mexican Dream, 1993,
págs. 7,8. La especulación sobre si la conquista de México podría haberse pro­
ducido sin Cortés, o si éste habría perecido durante la guerra de 1519-1521,
como estuvo a punto de suceder en varias ocasiones, se desarrolla de manera
magistral en Ross Hassig, «Immolation», 1999. La labor de Hassig en este ar­
tículo consiste en imaginar una versión radicalmente diferente de la historia de
México sin Cortés, pero leyendo entre líneas se observa que Hassig es dema­
siado perspicaz como para no detectar la enorme similitud del razonamiento
negativo secundario (es decir, la reafirmación del modelo originario), con una
conquista española liderada por Alvarado o algún otro capitán de Cortés.
68. En este punto he recibido una enorme aportación de Grant Jones a
través del correo electrónico.
69. Cortés, Cartas, «Primera carta de relación» (1519), pág. 61; véase tam­
bién Schwartz, Victors and Vanquished, 2000, págs. 75-76.
70. El único asentamiento permanente era Salamanca de Bacalar, funda­
do en 1544, y pronto conoÜdo simplemente como Bacalar. Clencinnen, Am­
bivalent Conquests, 1987, págs. 21,31; Jones, Maya Resistance, 1989, págs. 41-45;
Restall, Maya Conquistador, 1998, págs. 8,181. Mi referencia a las ciudades no
232 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

construidas corresponde sólo a esta fase inicial de las campañas de conquista,


los españoles recalcaban la importancia de la vida urbana y comenzaron a
construir capitales de provincia en cuanto pudieron.
71. Cortés, Cartas, «Primera carta de relación» (1519), págs. 60-61; véase
también Schwartz, Victors and Vanquished, 2000, pág. 75.
72. Se han establecido comparaciones entre Cortés y Maquiavelo, que su­
gieren, en la línea del mito de los hombres excepcionales, que Cortés era el ar­
quetipo maquiavélico (véase, por ejemplo, Todorov, Conquest, 1984, pág, 116;
Fuentes, Buried Mirror, 1992, pág. 129; Pastor, Armature o f Conquest, 1992,
págs. 82-83). No obstante, la falta de pruebas de influencia directa (como re­
conocen Todorov, Fuentes y Pastor) indica que los dos hombres eran produc­
tos de su tiempo y actuaban de acuerdo con ideas que eran moneda común; si
Cortés era maquiavélico, entonces Maquiavelo era «el hermano mayor de [to­
dos] los conquistadores» (palabras de Fuentes, la cursiva es mía). En la misma
línea, Elliott ha mostrado que el uso de ciertas referencias literarias, por parte
de Cortés, en sus cartas al rey, referencias interpretadas a menudo como «ex­
presión de originalidad y erudición», eran casi tópicos en la época, o incluso
clichés («Cortés», 1989, pág. 31 ). El estudio de Pastor sobre las cartas de Cor­
tés es sumamente perspicaz; revela que emplea la «ficción» para representarla
«rebelión como servicio» y al «rebelde como conquistador modélico», pero su
interés especial por Cortés pierde de vista el contexto general, la cultura del
conquistador, y el punto esencial de que Cortés no era un innovador, sino que
se guiaba por los procedimientos estándar; es decir, no era una excepción, si­
no que formaba parte del modelo CArmature o f Conquest, 1992, págs. 50-100,
cita en pág. 63).
73. Restall, Maya Conquistador, 1998, pág. 8.
74. Lockhart, Cajamarca, 1972, págs. 5-6,67.
75. Lockhart, Cajamarca, 1972, págs. 6, 15-16; carta publicada en trad,
ingl. en Lockhart y Otte, Letters and People, 1976, págs. 54-56, cita en pág. 55.
76. Prescott, Conquest of Peru, 1847, II, págs. 153-154; Millar, A Cross­
bowman's Story, 1955 pág. xiii; Wallace, Michael Wood’s Conquistadors, 2000;
y Wood, Conquistadors, 2000, págs. 187-229.
77. Wood, Conquistadors, 2000, pág. 229; cuando Wood comenta que al
fin y al cabo Orellana era y siguió siendo un conquistador, no le falta razón, pe­
ro en un sentido mucho más mundano de lo que se reconoce habitualmente.
78. Las citas son de Fuentes, Buried Mirror, 1992, pág. 83; Bitterli, Cultu­
res in Conflict, 1989, pág. 75; y Georg Friederici (citado por Bitterli a partir de
una obra suya publicada en alemán en 1925). Una explicación concisa del sub-
mito de la «sed de oro» aparece en la obra teatral de Alfred Furman, de 1930,
titulada Atahualpa: The Last o f the Incas, en la que un conquistador exclama
que «Pizarro is insane / His constant thought is gold; his lexicon / Holds that
word only» (Smith, «Conquest of Peru», 2001, pág. 15). Un intento temprano,
NOTAS 233

parcialmente logrado, de situar el tema y el mito de la «sed de oro» en un con­


texto cultural es Picón-Salas, A Cultural History, 1966, págs. 32-34), La obra
de Shaffer de 1964 sobre la conquista de Perú muestra a Pizarro interesado
por la fama, no por el oro (Shaffer, Royal Hunt, 1969; Smith, «Conquest of
Peru», 2001, pág. 24). Pero el estereotipo perdura; cuando los dos españoles
deLaruta hacia EWorado encaran la muerte, uno.pregunta al otro: «¿Te arre­
pientes de algo?». La respuesta es: «Nunca he tenido suficiente oro» (Berge­
ron y Paul, El Dorado, 2000).
79. Como señala Lockhart, en Lockhart y Otte, Letters and people, 1976,
pág. 19.
80.. Díaz, Historia, 1570; Restall, Maya Conquistador, 1998, págs. 7,180-181.
81. Colón, Los cuatro viajes, 1492-1496; Fernández-Armesto, Columbus,
1991, págs. 106,165.
82. Juan Díaz, Littera mandata, 1520; Gomara, Cortés, 1964 [1552], pág. 57;
Díaz, Historia, 1570; Thomas, Conquest, 1995, págs. 93, 99, 152, 167, 308;
Karttunen, «Interpreters», 2000, pág. 217.
83. Restall, «Gaspar Antonio Chi», 2002.
84. Este tipo de violencia era utilizado por los cristianos durante la Re­
conquista; uno de los numerosos ejemplos de este tipo es la tortura pública de
los moros durante el asedio de Valencia por el Cid en el siglo x (Nelson, «El
Cid», 2001, pág. 23). Aunque algunos conquistadores adquirieron fania por su
crueldad y violencia, gratuita, las hazañas que suelen citarse como prueba de
sus excesos son, casi siempre, procedimientos normales. Por ejemplo, en una
breve carta de 1533 que describe los primeros acontecimientos de la conquis­
ta de Perú, Hernando Pizarro alude a tres momentos en que los andinos fue­
ron torturados, motivo por el cual su editor del siglo XIX, sir Clements Mark­
ham, lo calificó de «odioso», «implacable» y «rufián» (Discovery ofPeru, 1872,
págs. xiii, xiv, 120; carta de Pizarro en págs. 113-127). Al margen de si los ad­
jetivos de Whether Markham estaban o no justificados, el autor pierde de vis­
ta la cuestión de que la tortura era una técnica de interrogatorio convencional,
y de que la tortura pública de los cautivos era esencial en la estrategia de des­
pliegue de la violencia.
85. Durante el asedio de Cuzco de 1536, Francisco Pizarro ordenó la am­
putación déla mano derecha de200 prisioneros andinos, y posteriormente de
otros 400 (Himmerich y Valencia, «Siege of Cuzco», 1998, pág. 414; Herrera
en Cieza de León, Perú, 1550; véase también Herrera, Historia General,
1601/1615). En 1550, Pedro de Valdivia señala que se ordenó cortar las manos
y narices de doscientos araucanos por su contumacia (citado en Todorov, Con­
quest, 1984, pág. 148). Un incidente de amputación de manos de araucanos se
comenta también en Vargas Machuca, Milicia y descripción, 1599,5r. Al pare­
cer, Soto amputó la mano a quince príncipes de Florida, al igual que Cortés hi­
zo lo propio con los «espías» nahuas (Ogilby, America, 1670, págs. 81 y 84).
234 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

86. La matanza de las mujeres incas, así como la tortura con fuego y pe­
rros, se utilizó durante el asedio de Cuzco (Himmerich y Valencia, «Siege of
Cuzco», 1998, pág. 414). Cortés alude a una acción similar de 1519 (Cartas,
1519). Una práctica comúnmente asociada con la Inquisición pero a menudo
utilizada como técnica de despliegue de violencia por parte de los conquista­
dores consistía en quemar vivos en la hoguera a los señores indígenas; un ejem­
plo infame es la quema de los reyes mayas quiché por orden de Alvarado en
1524 (Recinos, Memorial, 1950, pág. 125; Kramer, Encomienda Politics, 1994,
pág. 32).
87. Ogilby, America, 1670, pág. 83.
88. Clendinnen, «Fierce and Unnatural Cruelty», 1991, pág. 28. Se reco­
gen pruebas arqueológicas de que las matanzas de Cholula fueron una masacre
deliberada y planificada y, por tanto, un nuevo ejemplo de violencia gratuita
rutinaria por parte de los conquistadores, en Peterson y Green, «Massacre at
Cholula», 1987; agradezco a Blanca Maldonado que me proporcionase la refe­
rencia de este artículo.
89. Todorov, Conquest, 1984, pág. 56. Todorov sigue al cronista jesuíta Jo­
sé de Acosta, qüe escribió en 1590 que la captura de Moctezuma fue una ha­
zaña que sorprendió al mundo (Historia natural y moral de las Indias, 1987
[1590]).
90. Guilmartin, «The Cutting Edge», 1991, pág. 56; Seed, «Failing to:
Marvel», 1991 ; Burkholder y Johnson, Colonial Latin America, 2001, págs, 52-
53.
91. Lockhart, Cajamarca, 1972, pág. 23; Lockhart y Schwartz, Early Latin
America, 1983, pág. 84.
92. Cieza de León, Perú, 1550. Kris Lane me puso sobre la pista de este
incidente.
93. Fernández-Armesto, Columbus, 1991, pág. 104.
94. Alvarado, Conquista de Guatemala, 1525; Whitehead, Lords o f the Ti­
ger Spirit, 1988, págs. 27-29, 73-75; Fernández-Armesto, Columbus, 1991,
pág. 106; Avellaneda, Conquerors, 1995, págs. 120,133. Un ejemplo especial­
mente truculento por sus detalles, pero no por su carácter inusual, fue el trato
propinado por Ñuño de Guzmán al Cazonci, el rey tarascano. En una ilustra­
ción de los procedimientos seis y siete de la conquista, el Cazonci fue sometí-
do a una prolongada tortura, junto con otros miembros de su familia, antes de
ser ejecutado ritualmenteen público (Las Casas, Devastación, 1552; Krippner-
Martínez, Rereading the Conquest, 2001, págs. 21-44).
95. Carta publicada en trad. ingl. en Lockhart, Cajamarca, 1972, págs. 461-
463 y Lockhart y Otte, Letters and People, 1976, págs. 4-7.
96. Las islas Canarias (1478-1496), Granada (1482-1492), Nápoles (1497-·
1503), Melilla (1497), Orán y Argel (1509-1510), Navarra (1511-1514), y en
América, La Española (1495-1496), Puerto Rico (1508), Jamaica (1509), Cuba
NOTAS 235

(1511), y Panamá y sus alrededores (1512-1517); Fernández-Armesto, «Aztec’


auguries», 1992, pág. 301.

C a p ít u l o 2

1. Scott, 1492,1992.
2. Entre los ejemplos recientes de esta interpretación, y las fuentes de las
frases citadas arriba, cabe citar a Elliott, «Cortés», 1989, págs. 31, 35; Clen-
dinnen, «Fierce and Unnatural Cruelty», 1991, pág. 17; Fuentes, Buried Mi­
rror, 1992, pág. 128; Keen, Latin America, 1996, págs. 65-71; y Foster, Mexico,
1997, págs. 45,46. Algunos investigadores eluden la trampa; véase, por ejem­
plo, Hassig, «Immolation», 1999. No es extraño que la interpretación aparezca
frecuentemente en las fuentes más antiguas (por ejemplo, véase Helps, Cortés,
1894,1, pág. 227; también citado por Cowher, «A Handful of Adventurers?»,
2001, pág. 2). Una variante del tema es la descripción convencional de Bernal
Díaz como «soldado de a pie» (Clendinnen, «Fierce and Unnatural Cruelty»,
1991, pág. 15; Altman, Cline, y Pescador, Greater Mexico, 2002, pág. 94), «un
soldado con intereses de soldado» (Schwartz, Victors and Vanquished, 2000,
pág. 42). Atribuir tal etiqueta a Díaz resulta muy equívoco, no sólo por moti­
vos ligados al «mito del ejército del rey» que desarrollo en este capítulo, sino
porque era el equivalente social de Cortés (sólo que relacionado con Velázquez
y por tanto ligado a la red de sumisión «equivocada»; véase Lockhart y Otte,
Letters and People, 1976, pág. 72).
3. Jerez, Verdadera relación, 1985 [1534], pág. 60; Markham, Discovery of
Peru, 1872, pág. 2; también citado en Seed, «Failing to Marcel», 1991, pág. 15.
4. Clendinnen, «Fierce and Unnatural Cruelty», 1991, pág. 17; Cortés,
Cartas, 1519-1526, pág. 32; Cartas, 1519-1526, pág. 50. Asimismo, Pedro de
Alvarado, ei capitán de Cortés que lideró la invasión española de Guatemala
en 1524 y escribió cartas desde allí a Cortés, alude a los «hombres de a pie», no
a soldados. Pero Sedley Mackie, en su edición de 1924 de las cartas, glosa la
expresión como «soldados de infantería» (Alvarado, Conquest of Guatemala,
1924 [1525]).
5. El manuscrito de 1557 está en la JCBL, Códice Sp 3.
6. AKH, Sig. B. n° 68; Landa, Relación, 1566, pág, 29; Restall y Chuchiak,
The Friar and the Maya, s.í
7. Lockhart y Otte, Letters and People, 1976, págs. 3,15.
8. Díaz, Historia, 1955 [1570], pág. xxviii. Bernardo de Vargas Machuca,
en la última década del siglo XVI, también utilizaba el término soldado, aunque
solía distinguir entre «conquistadores» (líderes y hombres de alto estatus so­
cial, como él) y «soldados» (el resto) (Milicia y descripción, 1599).
9. Uarione da Bergamo, Daily Life, 2000 [1770], pág. 96.
236 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

10. Véanse, por ejemplo, las imágenes de Milanich y Milbrath, First En­
counters, 1989, págs. 8,34; y Grafton, New World, 1992, pág. 64.
11. La ironía de este frontispicio es que el «diccionario» era una colección
de resúmenes de probanzas, redactados por conquistadores que claramente no
eran soldados profesionales; Icáza, Diccionario, 1923; Prescott, Conquest of
Mexico, 1909 [1843]; 1847.
12. Mi resumen de la revolución militar se basa en Parker, Military Revo­
lution, 1996, con el complemento adicional de Guilmartin, «Logistics of War­
fare at Sea», 1993, y Carol Reardon, comunicación personal.
13. Guilmartin, «Logistics of Warfare at Sea», 1993, pág. 110, por ejem­
plo, aunque también señala (págs. 117,127) que las actividades de conquista
españolas en América producían ingresos en lingotes de oro y plata, con los
cuales se financiaba el desarrollo crucial de las capacidades militares de Espa­
ña en Europa, La falta de organización central en las expediciones de los siglos
XVI y XVII se pone de manifiesto en los intentos del último período colonial de
realizar conquistas planificadas y organizadas, como los planes de 1750 para la
conquista del río Colorado, región que se inspeccionó en detalle para la plani­
ficación de la invasión (BL, ms Add 17569, fs. 162-168).
14. Vargas Machuca, Milicia y descripción, 1599; Parker, Military Revolu­
tion, 1996, pág. 120.
15. Klein, «Free Colored Militia», 1966; Sánchez, «African Freedmen,
1994; Lane, Pillaging the Empire, 1998, págs. 49-53,69,107,126,167; Restall,
«Black Conquistadors», 2000, págs. 196-199; Vinson, «Race and Badge»,
2000.
16. Guilmartin, «The Cutting Edge», 1991, pág. 56.
17. Lockhart, Cajamarca, 1972, pág. 23; Guilmartin, «The Cutting Edge»,
1991, pág. 67.
18. Guilmartin, «Logistics of Warfare at Sea», 1993, págs. 110,119.
19. JCBL, Códice Sp 3, fs. 2r-4r. Véase el capítulo 7 para un breve análisis
de la función de los caballos en la conquista.
20. Traducción a partir de la transcripción de Lockhart, Cajamarca, 1972,
pág. 462, pero basada también en Cajamarca, 1972, págs. 459-460, y en Lock­
hart y Otte, Letters and People, 1976, pág. 5.
21. Lockhart, Cajamarca, 1972, pág. 330; Lockhart y Otte, Letters and
People, 1976, pág. 4.
22. Lockhart y Otte, Letters and People, 1976, pág. 3.
23. Las cartas de conquistadores reproducidas en Lockhart y Otte, Letters
and People, 1976, ilustran bien los diversos tamaños de las encomiendas; por
ejemplo, Melchor Verdugo alude, en una carta remitida a su madre en 1536, a su
concesión de «ocho o diez mil vasallos» (pág. 45), es decir, andinos indígenas del
área de Trujillo, mientras que Bartolomé García lamentaba que su encomienda
dé Paraguay, recibida en 1556, sólo tuviese «dieciséis indios»» (pág. 49).
NOTAS 237

24. La carta de Pedrarias de Ávila se publicó en Lockhart y Otte, Letters


and People, 1976, págs. 9-14, cita en pág. 12. Para un análisis detallado de có­
mo organizaron Pizarro y sus parientes la compañía que invadió Perú, véase
Varón Gabai, Pizarro, 1997, págs. 10-69. Las compañías de la conquista espa­
ñola eran precursores más pequeños y menos institucionalizados de las com­
pañías británica y holandesa de las indias orientales y occidentales, que fueron
el sistema de colonialismo de Norteamérica y Oriente asiático. El sistema de fi­
nanciación privada, junto con las licencias reales que no garantizaban recom­
pensas monetarias directas, sino títulos, era todavía la norma en la década de
1690, cuando don Martín de Ursúa y Arizmendi recibió una licencia real para
planificar, financiar y ejecutar la conquista de Petén (Guatemala septentrional)
(Jones, Conquest, 1998, págs. 118-124).
25. Avellaneda, Conquerors, 1995, págs. 91-95.
26. Lockhart, Cajamarca, 1972, pág. 38. Para un análisis más detallado de
los cargos de pregonero y gaitero, eh el contexto de la tendencia a que fueran
desempeñados por africanos en Hispanoamérica, véase el capítulo 3, más ade­
lante, Este panorama (tabla 1) podría completarse incluyendo otras fuentes so­
bre la propiedad de caballos y esclavos, y sobre la jerarquía social (probable­
mente el 10 % délos 168 estaba constituido por verdaderos plebeyos y quizás
el 20 % pertenecía a la baja nobleza, definida en sentido amplio).
27. AGI, México, 3048, págs. 18-24, 76-81; Cogolludo, Historia, 1688
[1654] e Historia, 1957 [1654], 2, capítulos I,V; Chamberlain, Conquest and
Colonization, 1948, págs. 32-33; Kicza, Patterns, s.f., cap. 7.
28. Lockhart, Cajamarca, 1972, pág. 26; Avellaneda, Conquerors, 1995,
págs. 61-63. Como he señalado anteriormente, las mujeres españolas no eran
conquistadoras; aunque había mujeres en muchas expediciones a partir de la
década de 1530 (a Colombia, por ejemplo; op. cit., págs. 68-70), el reparto de
funciones de cada sexo en la época de la conquista era tal que una mujer vasca
que deseaba participar, la célebre Catalina de Erauso, tuvo que recurrir a un
disfraz de hombre para llevar una vida de conquistador en Perú (Erauso, His­
toria de la monja alférez, 1985 [1626]).
29. En defensa de la idea de que esta impresión no alcanza el nivel de mi­
to, véase el comentario de Lockhart (Cajamarca, 1972, pág. 41) sobre la injus­
ta reputación de iletrados de los conquistadores de Perú, que cita la introduc­
ción de Cohen a la crónica de Zárate {Perú, 1981 [1555], págs. 9,15).
30. Avellaneda, Conquerors, 1995, págs. 72,74.
31. Lockhart, Cajamarca, 1972, págs. 72,135. De los diez líderes de la cé­
lebre expedición de Perú de 1532-1534, incluidos los cuatro hermanos Piza­
rro, cuatro sabían leer y escribir, tres eran semianalfabetos (sabían firmar), y
tres eran analfabetos (op. cit., págs. 121-207).
32. Avellaneda, Conquerors, 1995» págs. 31-36, 62.
33. Gomara, Cortés, 1964 [1552],pág. 19;Thomas, Conquest, 1995,págs. 116-
238 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

117. Bemal Díaz describe la toma de decisiones como un proceso público y


polémico; Historia, 1570.
34. Díaz, Historia, 1570; Thomas, Conquest, 1995, págs. 117, 133-134;
671, n.34. Velázquez conquistó Cuba bajo las órdenes del hijo de Colón, don
Diego Colón, que era el principal oficial español en las colonias por aquella
época (Gomara, Cortés, 1552).
35. Gomara, Cortés, 1552; Díaz, Historia, 1570, págs. 46-56; Thomas,
Conquest, 1995, págs. 134,141.
36. Gomara, Cortés, 1552; Díaz, Historia, 1570; Thomas, Conquest, 1995,
págs. 215-221,338-354.
37. Thomas, Conquest, 1995, págs. 573,584.
38. ARH, Sig. B. n° 68; Landa, Relación, 1982 [1566], pág. 22; Restall y
Chuchiak, The Friarand the Maya, s.f.
39. ARII, Sig. B. n° 68; Landa,Relación, 1982 [1566], págs. 24-25; Restall
y Chuchiak, The Friar and the Maya, s.f.
40. AGI, México, 3048, págs. 21-22. Montejo no era el único conquistador
financiado por su mujer; en la última década del siglo XVII, Ursúa, el goberna­
dor yucateca antes mencionado, financió la conquista de los mayas itzas del
norte de Guatemala en parte con la fortuna de su opulenta esposa, doña Juana
Bolio (Jones, Conquest, 1998, pág. 121).
41. Chamberlain, Conquest and Colonization, 1948; Clendinnen, Ambiva­
lent Conquests, 1987, págs. 20-29; Restall,Maya Conquistador, 1998, págs. 8-11;
Thomas, Conquest, 1995, pág. 595.
42. Alonso de Avila, como Montejo, pero a diferencia de muchos que so­
brevivieron a las dos primeras invasiones de Yucatán, recibió una encomienda
en México. Todavía se encontraba en Ciudad de México en 1539 cuando con­
tribuyó a organizar el gran festival de celebración de las conquistas españolas
(Harris, Aztecs, Moors, and Christians, 2000, pág. 124). En 1566 sus dos hijos
fueron decapitados por su participación en la conspiración para coronar a don
Martín Cortés como rey de México (ibid., pág. 148).
43. Gomara, Cortés, 1552; Thomas, Conquest, 1995, pág. 577.
44. La utilización de sus parientes, por parte de Alvarado, no era inusual
en tiempos de la conquista; Francisco Pizarro llevó a sus tres hermanos a Pe­
rú y todos desempeñaron funciones importantes en la conquista (Lockhart,
Cajamarca, 1972; Varón Gabai, Pizarro, 1997), mientras que Alonso de Cerra-
to, sucesor de Alvarado en Guatemala a mediados del siglo XVI, amplió la in­
fluencia familiar hasta tal punto, que Bernal Díaz lamentó, en una carta remi­
tida al rey en 1552, que todavía estaban esperando a Cerrato para conceder
encomiendas a dos primos suyos, un sobrino y un nieto, y que ignoraban
cuándo llegaría otro cargamento de Cerratos para poder entregar indios (car­
ta traducida en Lockhart y Otte, Letters and People, 1976, págs. 73-80, cita en
pág. 75).
NOTAS 239

45. Alvarado, Conquista de Guatemala, 1525; Recinos, Memorial, 1950


[1605], págs. 124-138; Bricker, The Indian Christ, 1981, págs. 29-42; Kramer,
Encomienda Politics, 1994, págs. 25*46.
46. Kramer, Encomienda Politics, 1994, págs. 42-46,101. En realidad, Al­
varado solía ausentarse de Guatemala, y regresó a México y España a finales de
la década de 1520.
47. Ni siquiera su expedición peruana fue el final de los esfuerzos de con­
quista de Alvarado; a finales de la década de 1530 volvió a España y adquirió
una licencia para descubrir y conquistar las islas del Pacífico, y se asoció con el
virrey Mendoza de Nueva España en una expedición de 1539 que Cortés es­
peraba controlar (Harris, Aztecs, Moors, and Christians, 2000, pág. 136).
48. Zarate, Historia, 1555; Perú, 1555; Lockhart, Cajamarca, 1972, pág. 15;
Kramer, Encomienda Politics, 1994, págs. 106-107,120. Véase en el capítulo 3
un ejemplo de conquistador negro, Juan Valiente, que acompañó a Alvarado
desde Guatemala y acabó en Chile.

C a p ít u lo 3

1. En palabras de Clendinnen, «Fierce and Unnatural Cruelty», 1991,


pág.12, Lanyon observa que la «historia popular» ha contemplado durante
mucho tiempo el mito de la conquista europea de México como una empresa
fácil, al igual que el mito de la conquista europea de Australia, en parte por
«nuestra incapacidad de comprender la diversidad de los no europeos» (Ma-
linche’s Conquest, 1999, pág. 103).
2. Los españoles solían comparar a sus propios héroes triunfadores, pese
a las circunstancias desfavorables, con los antiguos griegos y romanos; en 1631
el gran jurista español Juan de Solórzano sostenía, en su condena de 520 pági­
nas de los oficiales que se rindieron y entregaron la flota de plata de 1628 a los
piratas holandeses, que Alejandro, Cortés, Pizarro, y otros, junto con algunos
soldados bien disciplinados, vencieron a incontables adversarios (Solórzano,
Discurso y alegación en derecho, en JCBL, Códice Sp 26, fs. 7r, 76).
3. Otra categoría de «conquistadores invisibles» es, potencialmente, la de
las mujeres. Un trío de conquistadoras femeninas suele mencionarse en la bi­
bliografía histórica. La más conocida es Inés Suárez, que viajó a Venezuela y Pe­
rú en busca de su marido; cuando descubrió que éste había muerto, se unió a la
expedición de Pedro de Valdivia con rumbo a Chile, donde fue su amante y pa­
rece que combatió contra los araucanos. El segundo personaje es doña Isabel de
Guevara, que acompañó a su marido en la expedición de la década de 1550 a
Río de la Plata; el intento de fundar una colonia fue un desastre, y Guevara aca­
bó asumiendo funciones militares en los combates. La tercera es Catalina de
Erauso, la llamada «monja alférez», que escribió una célebre crónica de sus ex-
240 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

periendas como conquistadora a comienzos del siglo xvn en Perú. Sin embar­
go, las dos primeras de estas mujeres se hicieron conquistadoras por casualidad,’
y la tercera se disfrazó de hombre, renunciando así a su estatus de «conquista-)
dora». Las tres eran mujeres muy poco comunes; no representan la punta del
iceberg en la misma medida que los conquistadores negros individuales. Sobre
estas tres mujeres, véase Lockhart y Otte, Letters and People, 1976, págs. 14-17;
Fuentes, Buried Mirror, 1992, págs. 138-139; Erauso, Historia de la monja alfé­
rez, 1985 11626]; y Velasco, Lieutenant Nun, 2000. Cesco aborda también el te­
ma, «Invisible Conquistador», 2001, págs. 11-12; y Cowher, «A Handful of Ad­
venturers?», 2001, págs. 17-18. Thomas, Who's Who, 2000, págs. 400-401,
menciona a quince «conquistadoras» entre los 2.200 españoles que llegaron en
las diversas expediciones a México central en 1519-1521, de las cuales sólo cin­
co o seis participaron en los combates. Asimismo, algunas mujeres participaron
en la colonización española de ciertas partes de California en la década de 1770,
pero no hay pruebas de que estas colonas asumiesen funciones militares (Bou­
vier, Women and the Conquest of California, 2001, págs. 54-79).
4. Ilarione da Bergamo, Daily Life, 2000 [1770], págs. 95-96.
5. Alvarado, Conquista de Guatemala, 1525.
6. Prescott, Conquest of Mexico, 1994 [1843], pág. 580; según observa
Fernández-Armesto en su introducción a esta edición (pág. xxvii).
7. Traducciones del autor (con la colaboración de Bierhorst), a partir del
texto nahuatl publicado en Bierhorst, Cantares Mexicanos, 1985, págs. 318-
323; textos analizados también por Harris, Aztecs, Moors, and Christians, 2000,
págs. 108-109. La alusión a los cuernos que pone Cortés a Cuauhtémoc se ba­
sa en el hecho de que el español tuvo posteriormente un hijo con Tecuichpo,
bautizada como doña Isabel, ex novia de Cuauhtémoc.
8. In ye huel patiohuay in Tenochtitlán; Bierhorst, Cantares Mexicanos,
1985, pág. 322.
9. Cortés, Cartas, 1519; Gomara, Cortés, 1964 [1552], págs. 97-123;
Díaz, Historia, 1963 [1570], págs. 140-188; Schwartz, Victors and Vanquished,
2000, págs. 100-15.
10. Prescott, Conquest ofMexico, 1994 [1843], pág. 581; Gomara, Cortés,
1964 [1552], pág. 138; Hassig, Mexico, 1994, págs. 101-102; también citado en
Reese, «Myth of Superiority», 2001, pág. 19.
11. Cortés, Cartas, 1519, págs. 69-70. Asimismo, Lasso de la Vega, en su oda
épica a Cortés, reconocía que los españoles derrotaron a los mexicas con ciento
cincuenta mil aliados indígenas, pero atribuye a Cortés el mérito de disciplinar a
los aliados en el ejercicio de la guerra (Cortés valeroso, 1588, preliminares pág. 7r).
12. Todorov,.Conquest, 1984, pág. 57.
13. Carta de 1560, escrita en nahuatl, publicada en varios lugares, pero he uti­
lizado la traducción de Lockhart y Otte, Letters and People, 1976, págs. 165-172,
citas en pág. 168,
NOTAS 241

14. Alvarado, Conquista de Guatemala, 1525; Kramer, Encomienda Poli­


tics, 1994, págs. 25-99.
15. Chamberlain, Conquest and Colonization, 1948; Clendinnen, Ambiva­
lent Conquests, 1987; Restall, Maya World, 1997; Maya Conquistador, 1998.
Otro ejemplo mesoamericano de diversos grupos indigenas que interpretan la
guerra como un conflicto local, no como una guerra entre indígenas y españo­
les, pues hay indígenas en los dos bandos, es la conquista de Oaxaca; véanse
Sousa y Terraciano, «Original Conquest», s.f., y sobre la conquista de la sierra
norte de Oaxaca, mucho más prolongada, véase Chance, Conquest, 1989, págs.
16-30.
16. Prescott, Conquest of Peru, 1847; Lockhart, Cajamarca, 1972. Burk­
holder y Johnson, Colonial Latin America, 2001, págs. 50-58, también presen­
tan un excelente resumen de la conquista de Perú.
17. Himmerich y Valencia, «Siege of Cuzco», 1998, págs. 414-415.
18. Gomara, Cortés, 1552.
19. Lockhart y Otte, Letters andPeople, 1976, pág. 168. El contexto de es­
ta cita es el autobombo ostensible huejotzincano, pero su presencia en la gue­
rra en el bando español es innegable.
20. La crónica de Calkini traducida del maya yucateca al inglés puede en­
contrarse en Restall, Maya Conquistador, 1998, págs. 86-103; sobre el aconte­
cimiento comentado anteriormente, véanse págs. 3-4, 85,87,89-90.
21. Las campañas españolas para conquistar Petén desde las tierras altas
guatemaltecas recurrían a los mayas como trabajadores y arqueros, y la cam­
paña de conquista desde Yucatán dependía de los escuadrones de muleros,
arrieros, porteadores y guerreros mayas yucatecas, hasta el punto de que Ox-
kutzcab sufrió una severa reducción de su población masculina (Jones, Con­
quest, 1998, págs. 134-136,143-144,219,258,263). Los precedentes délas ex­
pediciones militares mayas a la zona se remontan al siglo anterior: los mayas
chontales, bajo las órdenes de don Pablo Paxbolon, habían emprendido una
larga serie de asaltos (AGI, México, págs. 97,138,2.999; Restall, Maya Con­
quistador, 1998, págs. 53-76; Scholes y Roys, Maya-Chontal Indians, 1948,
págs. 142-290); y el gobernador maya yucateca de Oxkutzcab recibió en 1624
el encargo de liderar a 150 arqueros desde su propia ciudad en un asalto puni­
tivo a la zona sur de la colonia, aún no conquistada (Jones, Conquest, 1998,
pág. 48).
22. Carta de 1527 publicada en la traducción de Lockhart y Otte, Letters
and People, 1976, págs. 39-43, cita en pág. 42.
23. Ambas fiestas se describen en Díaz, Historia, 1955 [1570], págs. 460,
504; y se comentan sucintamente en Harris, Aztecs, Moors, and Christians,
2000, pág. 118.
24. La fiesta se describe en Díaz, Historia, 1955 [1570], pág. 545; y se ana­
liza en Harris, Aztecs, Moors, and Christians, 2000, págs. 123-131. Sobre los
242 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

negros de Ciudad de México en las primeras décadas del régimen colonial, in­
cluida la revuelta de 1537, véase Palmer, Slaves, 1976, págs. 44-55,134-143 y
Altman, «Spanish Society», 1991, págs. 436-440.
25. Gran parte del material presentado en el resto de este capítulo se pu­
blicó originariamente en un formato diferente en Restaü, «Black Conquista-;
dots», 2000, que contiene la biografía de Valiente en forma de tabla.
26. Boyd-Bowman, «Negro Slaves», 1969, págs. 135,150-151; Sater, «Black
Experience», 1974, págs. 16-17. Valiente y su mujer tuvieron al menos un hijo,
que heredó la encomienda de su padre.
27. Según se indica en una carta de 1541 escrita por Alonso Valiente, pu­
blicada en Boyd-Bowman, «Negro Slaves», 1969, págs. 135,150.
28. Bowser, African Slave, 1974, págs. 4-5; Palmer, Slaves, 1976, págs. 7-13;
Aguirre Beltrán, Población Negra, 1989 [1946], págs. 17-19,33-80; Thomas,
Slave Trade, 1997, pág. 92. Las estimaciones sobre el número de esclavos que
fueron trasladados a la América española del siglo XVI oscilan entre 75.000 y
120.000. Asimismo, también varía el cálculo del número total de africanos tras­
ladados a la otra orilla del Atlántico como esclavos. Un estudio exhaustivo so­
bre el tráfico de esclavos por el Atlántico puede encontrarse en Thomas, Slave
Trade, 1997; Berlin, Many Thousands Gone, 1998; y Klein, Atlantic Slave Tra­
de, 1999.
29. AGI, Mexico 204, fs. 1-2; Icaza, Diccionario, 1923, i, pág. 98; Aguirre
Beltrán, Población Negra, 1989 [1946], págs. 16-17; Gerhard, «A Black Con­
quistador», 1978, págs. 451-455; Alegría, Juan Garrido, 1990; Tilomas, Slave
Trade, 1997, págs. 91,95; Who’s Who, 2000, págs. 60-61.
30. Carta citada en Alegría, Juan Garrido, 1990, pág. 49.
31. Sobre las tendencias en los nombres asignados a los negros, véase
Boyd-Bowman, «Negro Slaves», 1969, págs. 138-150; Lockhart, Spanish Peru,
1994, págs. 193-224; Landers, Black Society, 1999, págs. 116-123; Restall, The
Black Middle, s.f.
32. AGI, Mexico 204, f. 1; facsímil y transcripción también en Alegría,
Juan Garrido, 1990, págs. 6,127-138. Cortés posteriormente reconocía el papel
de Garrido, pero afirmaba que se hizo bajo sus órdenes.
33. Durán, Historia, 1581; Gomara, Cortés, 1964 [1552], págs. 204-205,
238, 397; Cook, Bom to Die, 1998, págs. 63-65, 68, Los españoles culpaban-
también a los africanos por la introducción del sarampión en Colombia; Fran­
cis, Population, Disease, 2002, págs. 1-2.
34. Díaz, Historia, 1570, pág. 55. Un juez comentó en 1529 su sorpresa al
conocer el elevado precio de los esclavos africanos en Ciudad de México, pero
en la misma frase señalaba que había enviado cuatrocientos esclavos negros a
las minas de oro, lo cual indica que no escaseaban los africanos, sino que la de­
manda era superior a k oferta (carta del juez en Lockhart y Otte, Letters and
People, 1976, págs. 194-202, cita en pág. 198).
NOTAS 243

35. Aguirre Beltrán, Poblaáón Negra, 1989 [1946], pág. 19; Alegría, Juan
Garrido, 1990, pág. 117; Díaz, Historia, 1570, pág. 55; Icaza, Diccionario, 1923,
i, pág. 129; Thomas, Who's Who, 2000, pág. 155. Además de Juan Garrido,
otros seis negros libres solicitaron solares en la nueva Ciudad de México en la
década de 1520 (Altman, «Spanish Society», 1991, pág. 439).
36. Durán, History, 1994 [1581], pág. 510; Lockhart, We People Here,
1993, págs. 80-81 (el texto nahuatl limita la descripción a los invasores con oco-
hchtic, «pelo muy rizado»).
37. Las dos ilustraciones relevantes de Durán son las láminas 57 y 58 en
Durán, Historia, 1994; ilustración similar en el Códice Axcatitlán (MS 59-64,
Collection Aubin, París).
38. Prescott, Conquest of Mexico, 1994 [1843], pág, 637; Gerhard, «A
Black Conquistador», 1978, pág. 458. Otros ejemplos de campañas españolas
por el norte, en las cuales se conservan numerosos indicios de la presencia
multitudinaria de africanos, son las lideradas por Francisco de Ibarra en la dé-·
cada de 1520; Lucas Vásquez de Ayllón en 1526 (a las Carolinas; muchos de los
negros estaban allí cuando los españoles supervivientes regresaron a Santo Do­
mingo); las expediciones dé Hernando de Soto a Florida en 1537, Tristan de
Luna y Arellano en 1559-1562, y Menéndez de Avilés en 1565; y los viajes del
famoso negro Esteban en 1528-1536 y 1539, el primero con Alvar Núñez Ca­
beza de Vaca. Aguirre Beltrán, Población Negra, 1989 [1946], pág. 20; Cook,
BorntoDie, 1998,págs. 116-119,159; Landers, BlackSociety, 1999, págs. 12-15;
Hoffman, Florida’s Frontiers, 2002, págs. 39-42; Thomas, Slave Trade, 1997,
103; Wright, «Negro Companions», 1902, págs. 221-228; Adorno y Pautz, Ca­
beza de Vaca, 2000, i; Π, págs. 414-422.
39. Aguirre Beltrán, Población Negra, 1989 [1946], pág. 20; Lutz, Santia­
go, 1994, págs. 7,83; Herrera, «People of Santiago», 1997, págs. 254,261.
40. Numerosos conquistadores negros que lucharon con Montejo demos­
traron su valor no sólo al adquirir experiencia de combate contra los formida­
bles mayas, sino también al aprender su lengua; hacia 1540 al menos uno po­
día servir de intérprete. AGI, México 2999,2, f. 180; Landa, Relación, 1982
[1566], pág. 23; Restall y Chuchiak, The Triar and tbe Maya, s.f.; Konetzke, Co­
lección de documentos, 1953,1, págs. 511-512; Aguirre Beltrán, Población Ne­
gra, 1989 [1946], págs. 19-20,22; Wright, «Negro Companions», 1902, pág. 220;
BL, Rare MS 17, pág. 569, f. 181.
41. Además de los ejemplos de la tabla 3 —Pedro Fulupo en Costa Rica y
Juan Bardales en Panamá y Honduras— existen indicios de la participación de
negros en la conquista de Panamá liderada por Pedrarias, las expediciones
de Vasco Núñez de Balboa, la compañía de Gil González de 1522-1523, así co­
mo las campañas posteriores de Costa Rica. Meléndez y Duncan, E l Negro,
1972, págs. 24-25; Thomas, Slave Trade, 1997, pág. 95.
42. Lockhart, Cajamarca, 1972, págs. 36,96-102,380,421,447.
244 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

43. Cieza de León, Perú, 1998 [1550], págs. 68,109,116, 305, 310, 311,
327,332,333,336,429,430,465 (Perú); 433,434,437,438,439,442 (Chile).
44. Bowser, African Slave, 1974, págs. 5, 7; Lockhart, Cajamarca, 1972,
pág. 193; Thomas, Slave Trade, 1997, pág. 103; Himmerich y Valencia, «Siege
of Cuzco», 1998, págs. 387-418. La afirmación de Himmerich de que había só­
lo «un puñado de esclavos africanos» en Cuzco en 1536 es, posiblemente, una
infravaloración que contribuye a perpetuar el mito (pág. 390).
45. Cook y Cook en Cieza de León, Perú, 1998, pág. 8; Thomas, Slave Tra­
de, 1997, págs. 96,102; Avellaneda, Conquerors, 1995, págs. 63-66,160-161;
Oviedo y Baños, Historia, 1967 [1723], págs. 347,390,394,438-439.
46. Gerhard, «A Black Conquistador», 1978, pág. 452; Boyd-Bowman,
«Negro Slaves», 1969, pág. 151.
47. Bowser, African Slave, 1974, págs. 4-5,11. Un mercader que escribía
desde Panamá a sus contratistas de Sevilla en 1526 mencionaba que se estaba
cumpliendo lentamente una autorización para importar 500 africanos sin im­
puestos a Perú (todavía poco conocido y no conquistado) (carta en Lockhart y
Otte, Letters and People, 1976, págs. 17-24).
48. Vásquez de Espinosa, Compendium, 1942 [1620], págs. 743-744; Sa­
ter, «Black Experience», 1974, pág. 17.
49. Herrera, «People of Santiago», 1997, pág. 254.
50. AGI, México 2999,2, f. 180.
51. Bowser, African Slave, 1974, pág. 7; Thomas, Slave Trade, 1997,
pág. 103.
52. Rout, African Experience, 1969, págs. 13-17; Lovejoy, Transformations
in Slavery, 1983, págs. 15-18,23-43; Aguirre Beltrán, Población Negra, 1989
[1946], págs. 180-194.
53. Ambos citados en Diouf, Servants ofAllah, 1998, págs. 146,148.
54. Vásquez de Espinosa, Compendium, 1942 [1620], pág. 743.
55. Lockhart, Cajamarca, 1972, págs. 380,384; Lane, «Captivity and Re­
demption», 2000, pág. 231; Cieza de León, Perú, 1998 [1550], pág. 248; Alt­
man, «Spanish Society», 1991, pág. 439. Véase también la tabla 3.
56. Un quinto hombre, Cristóbal Varela, podía tener quizá antepasados
africanos; Vásquez de Espinosa, Compendium, 1942 [1620], págs. 743-744; Sa­
ter, «Black Experience», 1974, págs. 16-17.
57. Lockhart, Cajamarca, 1972, pág. 51.
58. Vásquez de Espinosa, Compendium, 1942 [1620], pág. 744.

C a p ít u l o 4

1. Lockhart y Otte, Letters and People, 1976, pág. 56; Simmons, Last Con-
quistador, 1991, pág. 188.
NOTAS 245

2. He seguido la traducción de Dunn y Kelley citada en Zamora, Reading


Columbus, 1993, pág. 156; la he cotejado con el texto original de Varela, tam­
bién citado por Zamora.
3. Fernández-Armesto, Columbus, 1991, págs. 39, 94, 95 (fragmento ci­
tado); Zamora, Reading Columbus, 1993, pág. 155.
4. Millar, A Crossbowman’s Story, 1955; Prescott, Conquest ofPeru, 1847,
Π, págs. 143-159; Simmons, Last Conquistador, 1991, págs. 3-6,84-85,178-192.
5. Citado por Clendinnen, Ambivalent Conquests, 1987, pág. 28.
6. Cortés, Cartas, 1985 [1519], «Segunda carta de relación», pág. 82-83.
7. Florescano, Memory, 1994, págs. 67-81; Muldoon, The Americas,
1994; Pagden, Spanish Imperialism, 1990, págs. 13-63; European Encounters,
1993, págs. 17-87 ; Lords ofall the World, 1995,págs. 11-62.
8. Juan López Palacios Rubios, eminente jurista castellano, escribió en
1512 que la guérira por la parte cristiana estaba justificada, puesto que se había
transmitido a los indígenas la verdad, luego rechazada, de que Dios autorizó al
papa a otorgar a la corona española la soberanía de la población indígena. E s­
ta opinión se codificó en el Requerimiento. Véase Pagden, Spanish Imperialism,
1990, págs. 15-17; Lords of all the World, 1995, pág. 91; Seed, «The Require­
ment», 1995, págs. 72,92.
9. Seed, «The Requirement», 1995, pág. 81.
10. E l cronista franciscano del siglo xvn fray Francisco de Cárdenas y Va­
lencia, en su Relación historial (manuscrito en BL, Egerton, 1791, f.l4v).
11. Restall, Maya Conquistador, 1998, págs. 13-15.
12. Tozzer, Landa's Relación, 1941, pág. 53; Chamberlain, Conquest and
Colonization, 1948, pág. 168.
13. Citado en Benjamin, La Revolución, 2000, pág. 15.
14. Rabasa, Inventing America, 1993, págs. 125-179; Benjamin, La Revo­
lución, 2000, págs. 15-17,120; Gallo, Cuauhtemoc, 1978 [1873].
15. Las declaraciones de personajes políticos e historiadores acerca de las
fechas límite de la conquista son demasiado numerosas para citarlas en su to­
talidad; muchas se mencionan y citan en varios puntos de este y otros capítu­
los posteriores. Véase un ejemplo decimonónico en Pagden, Spanish Imperia­
lism, 1990, págs. 129-130. Una técnica común consiste en datar las conquistas
concretas en los años en que se fundaron las capitales regionales, y reducir to­
da la conquista a medio siglo, desde 1492 hasta la fundación de Santiago de
Chile en 1541 (Descola, The Conquistadors, 1957, pág. 316). Debido a la natu­
raleza de su género, los manuales (sobre todo los más antiguos) tienden a sim­
plificar la cronología de la conquista, perpetuando el mito de la completitud;
«En 1535, la conquista de Perú era ya total» (Hordern y otros, Conquest of
North America, 1971, pág. 125). Aunque los historiadores indígenas durante el
período colonial sostenían la perspectiva contraria (la conquista no fue un hi­
to asociado a ningún año concretó; véase Restall, Maya Conquistador, 1998,
246 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

por ejemplo), existen indicios de que los historiadores autóctonos del siglo XX
adoptaron una variante de la perspectiva colonial española. Por ejemplo, el co­
lombiano indígena Manuel Quintín Lame afirmó en 1939 que 1492 represen­
taba el comienzo de la explotación colonial, aunque los españoles no comen­
zaron a conquistar aquella región hasta la década de 1530 (Rappaport, Cutnbe
Reborn, 1994, págs. 161-165).
16. Prescott, Conquest ofMexico, 1994 [1843], pág. 589. El tema reapare­
ce también en estudios más recientes; un buen ejemplo, porque su obra es muy
distinta de la de Prescott, es la afirmación de Padgen de que la conquista fue
«un asunto relativamente sencillo en el plano tecnológico»; los conquistadores
«se toparon con pocas dificultades», y su empresa «progresó [... ] con rapidez
apabullante» (Spanish Imperialism, 1990, pág. 13). Un manual muy reciente,
en cambio, recalca el carácter prolongado de la conquista española: Altman,
Cline, y Pescador, Greater Mexico, 2002, págs. 73-74.
17. Cortés, Cartas, 1522.
18. Krippner-Martínez, «The Politics of Conquest», 1990, págs. 182-185;
Rereading the Conquest, 2001, págs. 9-21; Pollard, Tariacuri’s Legacy, 1993,
pág. 1; Maldonado, «Cultural Diversity», 2001, pág. 25.
19. Schroeder, Native Resistance, 1998, pág. xvii.
20. Stern, Huamanga, 1993. Sin embargo, según el mito de la completitud,
una obra teatral de Alfred Furman escrita en 1930 podría titularse Atahualpa:
the last ofthe Incas (Smith, «Conquest of Peru», 2001, pág. 14).
21. Otro ejemplo está en las tierras altas guatemaltecas, supuestamente
conquistadas por Alvarado con gran rapidez en 1524 (véase Alvarado, por
ejemplo; Conquista de Guatemala, 1525); pero, como ha mostrado Kramer
(Encomienda Politics, 1994), las guerras déla conquista duraron al menos has­
ta 1530, y la violencia y los disturbios persistieron hasta la década de 1540 en
las zonas centrales de las tierras altas, y muchas décadas más en otras regiones
(véase también Recinos, Memorial, 1950; Lutz, Santiago, 1994; Herrera, «Peo-
pie of Santiago», 1997).
22. Villagutierre, Historia de la Conquista, 1701, págs. 20-21.
23. Respectivamente: Landers, Black Society, 1999, págs. 11-15; Hoff­
man, Florida's Frontiers, 2002, págs. 1-62; Verdesio, forgotten Conquests,
2001, págs. 39-72; Simmons, Last Conquistador, 1991; Knaut, Pueblo Revolt¡
1995; MacLeod, «Some Thoughts», 1998, pág. 131; Gallup-Díaz, «Tribalizethe
Darién», 2002; Villagutierre, Historia de la Conquista, 1701; y Jones, Con­
quest, 1998.
24. Verdesio, Forgotten Conquests, 2001, pág. 151.
25. Fernández-Armesto, «Aztec’ Auguries», 1992, pág. 304; Dumond,
Machete and the Cross, 1997; Edelman, «A Central American Genocide»,
1998; Deeds, «Legacies of Resistance», 2000. El cronista inglés del siglo XVH
John Ogilby situaba la historia de Cortés en un contexto más amplio que po­
NOTAS 247

nía de relieve los fracasos españoles, de forma más evidente que en las crónicas
hispánicas; «Aunque varias expediciones españolas a América en un principio
no tuvieron éxito, volvieron a intentarlo» (America, 1670, pág. 81).
26. Susan Schroeder, «Introducción» en Schroeder, Native Resistance,
1998, pág. xiii. Para más detalles sobre las revueltas en la Hispanoamérica co­
lonial, véase Taylor, Drinking, Homicide, 1979; Katz, «Rural Uprisings», 1988;
Jones, Maya Resistance, 1989; Stern, Huamanga, 1993; Knaut, Pueblo Revolt,
1995; Deeds, «Legacies», 2000; Verdesio, Forgotten Conquests, 2001; y los en­
sayos de Schroeder, Native Resistance, 1998.
27. En palabras de un estudioso de este tema, Murdo Macleod, tendemos a
«buscar la moneda perdida bajo la farola» («Some Thoughts», 1998, pág. 138).
28. Seed, «The Requirement», 1995, págs. 84-87.
29. Lockhart, The Nahuas, 1992; Stern, Huamanga, 1993; Restall, Maya
World, 1997; Terraciano, The Mixtees Writing and Culture, 2001 ; Andrien, An-
dean Worlds, 2001.
30. Ricard, La Conquête Spirituelle, 1933.
31. La bibliografía sobre este tema es muy amplia, pero un buen punto de
partida son dos excelentes colecciones de ensayos, Griffiths y Cervantes, Spi­
ritual Encounters, 1999, y Schwaller, The Church, 2000. Una de las monogra­
fías más completas y prestigiosas en este ámbito es Burkhart, Slippery Earth,
1989. Los trabajos más recientes sobre la conquista espiritual en los mayas yu-
catecas y los muiscas de Colombia son, respectivamente, Chuchiak, «The In­
dian Inquisition», 2000; y Francis, «la conquista espiritual», 2000. Sobre las
imágenes religiosas y la conquista espiritual en México, véase Gruzinski, Ima­
ges at War, 2001, págs. 22-214.
32. Francis, «la conquista espiritual», 2000, pág. 99.
33. Restall, «Heirs to the Hieroglyphs», 1997.
34. Bums, Poverty of Progress, 1980. Hoy el gobierno mexicano reconoce
56 grupos étnicos indígenas distintos dentro de la república (Bonfil Batalla, Mé­
xico Profundo, 1996, pág. 20; Maldonado, «Cultural Diversity», 2001, pág. 38).
35. La publicación más reciente de este análisis es Lockhart, Of Things,
1999, págs. 98-119, cita en pág. 99.

C a p ít u lo 5

1. Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España,


Madrid, Alianza, 1989 [1570], pág,241; Gomara, Cortés, 1964 [1552],pág. 139;
Cortés, Cartas, 1985 [1519], «Segunda carta de relación», pág. 115; Harris,
Navigantum, 1748, pág. 97. El jesuíta José de Acosta, en su Historia natural y
moral de las Indias, 1987 [1590], apunta que los dos se saludan muy cortes-
mente, y añade un comentario de Cortés, seguramente imaginado por él, don­
248 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

de dice que Moctezuma no estaba tan apesadumbrado, pues el español no ha­


bía llegado allí para arrebatarle su reino o reducir su autoridad.
2. Lockhart, We People Here, 1993, págs. 116-117. Una interpretación
del encuentro, muy leída en su tiempo, que llevaba la supuesta sumisión de
Moctezuma hacia Cortés hasta extremos absurdos, véase Padden, Humming­
bird, 1970, págs. 130-132; esta interpretación sostiene que, ante los dos «su­
perhombres» que se acercaban, al emperador «le temblaron las piernas, quería
huir, pero todo el imperio tenía la.mirada puesta en él» (véase el capítulo 6, don­
de se analiza el contexto mitológico general que subyace a tal interpretación).
3. Técnica no restringida a las películas antiguas; se utiliza en la película
de Bergeron y Paul, La ruta hacia El Dorado (2000).
4. Díaz, Historia, 1570; Gomara, Cortés, 1964 [1552], pág. 140; Lock­
hart, We People Here, 1993, pág. 118.
5. Véase el epílogo para más información sobre los mayas chontales, in­
cluidas algunas citas relevantes, y también para conocer las circunstancias en
las que Malinche regresó a aquel reino indígena.
6. Una encomienda era una concesión de mano de obra y tributos indí­
genas (véase el capítulo 2). El nombre de Jaramillo se registra a veces como
Juan Xaramillo de Salvatierra. Estos párrafos míos sobre Malinche se basan en
las numerosas referencias a la intérprete que aparecen en Díaz, Historia, 1955
[1570]; y la excelente biografía de Karttunen, publicada en dos versiones {Bet­
ween Worlds, 1994, págs. 1-23; y «Rethinking Malinche», 1997). También se
inspiran en Cypess, La Malinche, 1991; y Lanyon, Malinche’s Conquest, 1999.
Para un retrato peculiar de Malinche, donde se novelan muchos mitos y este­
reotipos de la conquista, véase Marshall, Cortez and Marina, 1963.
7. Todorov, Conquest, 1984, págs. 33,98-123.
8. Lanyon, Malittche’s Conquest, 1999, págs. 17-22.
9. Karttunen, «Rethinking Malinche», 1997, pág. 295. La leyenda de La
Llorona ha adoptado distintas formas a lo largo de los siglos; imas incorporan
la mitología de Malinche, y otras no. Un ejemplo de este último grupo es una
canción popular que relata la trágica historia de una mujer que llora; esta can­
ción, cuyo origen se sitúa en el período colonial o quizá en el siglo XIX, goza de
gran popularidad desde hace tiempo (una grabación reciente es Downs, «La
Llorona», 1998).
10. Salas, Soldaderas, 1990, pág. 14; Cypess, La Malinche, 1991, págs. 41-
152; Karttunen, «Rethinking Malinche», 1997, págs. 296-298; Lanyon, Malin-
che’s Conquest, 1999, págs. 187-202.
11. Karttunen, «Rethinking Malinche», 1997, págs. 295-296.
12. Díaz, Historia, 1989 [1570], págs. 87-93.
13. Citado por Todorov, Conquest, 1984, pág. 98, que no identifica su
fuente y yo no he logrado localizar el fragmento en los textos primarios.
14. Gomara, Cortés, 1964 [1552], pág. 57.
NOTAS 249

15. En este punto, agradezco la aportación de Cesco, «Invisible Conquis­


tador», 2001, pág. 22.
16. Cortés, Cartas, 1985 [1519], «Segunda carta de relación», págs. 116-
117. Colón a veces hace lo mismo; por ejemplo, en su relato del tercer viaje,
tras su encuentro con los indígenas de la costa venezolana, afirma que indagó
mucho sobre ellos en diversos aspectos, pero no menciona a ningún intérpre­
te (Cuatro viajes, [1498-1500], pág. 215). Esta comunicación imaginaria se re­
fleja literalmente en el frontispicio de uno de los primeros textos históricos pa­
ra niños publicados en Estados Unidos; el aguafuerte, titulado «Primera
entrevista de Colón con los indígenas de América», muestra a Colón, vestido
como un caballero del siglo X V ni, dando la mano a un indígena americano y
conversando con él (reproducido en Bushman, America Discovers Columbus,
1992, pág. 101).
17. Greenblatt, Marvelous Possessions, 1991, pág. 98.
18. Existen muchas versiones del Requerimiento, como apunta Seed
(«The Requirement», 1995, pág. 69).
19. Las Casas hace este comentario en el libro III, capítulo 58 de su His­
toria de las Indiasi 1971 [1559], pág. 196; citado, por ejemplo, en Todorov,
Conquest, 1984, pág. 149; Greenblatt, Marvelous Possessions, 1991, pág. 98; y
Seed, «The Requirement», 1995, pág. 71.
20. Con respecto al primer viaje de Colón: Cuatro viajes, 1492-1493; Fer­
nández-Armesto, Columbus, 1991, pág. 106. El nombre del médico era Chan­
ca (Columbus, Cuatro viajes, 1496). Agradezco la aportación de Vincent, «Use
of Signs», 2001, que apunta una docena de ejemplos donde Colón o Chanca
mencionan a los intérpretes.
21. Greenblatt, Marvelous Possessions, 1991, pág. 105-
22. Lockhart, Cajamarca, 1972, págs. 6, 448-453; Varón Gabai, Pizarra,
1997, págs. 169-170; Karttunen, «Interpreters Snatched from the Shore»,
2000, pág. 217.
23. Karttunen, Between Worlds, 1994, págs. 84-114, 308; Restall, Maya
Conquistador, 1998, págs. 144-150; «Gaspar Antonio Chí», 2001.
24. Citado por rÎoàotov, Conquest, 1984, pág. 32.
25. La frase citada es de Karttunen (Between Worlds, 1994, pág. xi). Tam­
bién citado por Vincent, «Use of Signs», 2001, pág. 2. Véase también Karttu­
nen, «Interpreters Snatched from the Shore», 2000, que sirve como breve in­
troducción a parte del material y argumentos de Between Worlds, 1994. Para
un análisis de los intentos ingleses de establecer comunicación con los pue­
blos indígenas de Norteamérica, véase Axtell, Natives and Newcomers, 2000,
págs. 46-75. Para un tratamiento de este tema en el siglo XX en Yucatán y Co­
lombia, respectivamente, véase Sullivan, Unfinished Conversations, 1989; y
Rappaport, Cumbe Reborn, 1994, págs. 97-100,170-71.
26. «Ignorancia»; citado en Zamora, Reading Columbus, 1993, pág. 84.
250 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

27. Todorov, Conquest, 1984, pág. 33; Zamora, Reading Columbus, 1993,
pág. 158; Greenblatt, Marvelous Possessions, 1991, págs. 89-90.
28. Todorov, Conquest, 1984, págs. 97-123; Clendinnen, «Fierce and Un­
natural Cruelty», 1991, págs. 18-36.
29. Elliott, The Old Worldand the New, 1970.
30. Le Clézio, Mexican Dream, 1993, págs. 12,16,17.
31. Schwartz, Victors and Vanquished, 2000, pág. 41.
32. Todorov, Conquest, 1984, pág. 160; Greenblatt, Marvelous Posses­
sions, 1991, págs. 11-12. Para una defensa de la posición de Todorov sobre el
analfabetismo y la insistencia en que la distinción de este autor «entre comu­
nidades semianalfabetas y otras plenamente alfabetizadas no es muy relevante,
como tampoco lo son algunas de sus fuentes españolas», véase Anthony Pag-
den, «Prólogo» a Todorov, Conquest, 1999 [1984], pág. XI. Aim aceptando es­
ta puntualización de Pagden, sostengo que debido al predominio délos viejos
mitos en la percepción actual de la conquista, la distinción de Todorov se apro­
xima demasiado a los tropos colonialistas de la superioridad y, por lo tanto, a
la larga los refrenda, a pesar de que la intención de Todorov es justamente la
contraria.
33. Diamond, Guns, Germs, and Steel, 1997, págs. 78-79.
34. Diamond, Guns, Germs, and Steel, 1997, págs. 80,215-216,238.
35. Diamond, Guns, Germs, and Steel, 1997, pág. 80.
36. La cita de Lévi-Strauss, así como las referencias de Aquino, Las Casas
y Aristóteles, proviene de Seed, «Failing to Marvel», 1991, pág. 8.
37. Seed, «Failing to Marvel», 1991, págs. 16-21.
38. Seed, «Failing to Marvel», 1991, págs. 22-26. Véase también el papel del
fallo comunicativo en la obra y película de los años sesenta de Shaffer, The Royal
Hunt of the Sun, 1969; y el análisis de Chang-Rodríguez, «Cultural resistance»,
1994, en el contexto de otras historias, sobre todo una obra boliviana de 1957.
Smith, «Conquest of Peru», 2001, compara la obra de Shaffer con la adaptación
de Sheridan de 1800 de Von Kotzebue, Pizarro: A Tragedy in Five Acts y otras
obras teatrales antiguas que pretendían «mejorarlos hechos» (pág. 1).
39. Cieza de León, Peru, 1998 [1550], págs. 211-212.
40. Por ejemplo, las crónicas de Pedro Pizarro y.Hernando Pizarro (par­
cialmente transcritas en Prescott, Conquest ofPeru, 1847, Π, págs. 475-477; al­
gunos fragmentos de la de Hernando, de 1533, se han publicado en trad. ingl.
en Markham, Discovery ofPeru, 1872, págs. 113-127) y la crónica de Huaman
Poma, resumida en Seed, «Failing to Marvel», 1991, págs. 27-29; Huaman Po­
ma, Nueva Coránica, 1980 [1615], págs. 353-357. La crónica posterior del bri­
tánico John Ogilby (America, 1670, págs. 96-98) se inspira muy de cerca en la
de Jerez.
41. Seed, «Failing to Marvel», 1991, pág. 13; aunque en im trabajo poste­
rior Seed sugiere que el Requerimiento no se leyó hasta más adelante, cuando
NOTAS 251

Pizarro llegó a Cuzco («The Requirement», 1995, pág. 98). En efecto pudo ha­
ber sido así, según señaló Juan de Solórzano en su gran tratado jurídico sobre
la conquista, De Indiarum Jure (1629-1639), donde declara que el rey envió el
Requerimiento a Pizatro en 1533 (Muldoon, The Americas, 1994, pág. 136).
42. Hanke, Spanish Strugglefor Justice, 1949, págs. 33-34, también citado
en Seed, «Failing to Marvel», 1991, pág. 13.
43. Citado en Todorov, Conquest, 1984, pág. 148.
44. Seed, «The Requirement», 1995, págs. 75-85.
45. Un ejemplo de que el absurdo del Requerimiento formaba parte de su
función puede verse en la crónica de Alvarado sobre la invasión de Guatema­
la de 1524, escrita como un par de cartas remitidas a Cortés. Alvarado comen­
ta al inicio de la primera carta que, cuando todavía le faltaban tres días de via­
je, envió mensajeros mayas a las tierras altas guatemaltecas con un resumen del
Requerimiento. Este acto tenía una doble intención: demostrar a Cortés y a los
oficiales de la corona que había seguido el procedimiento adecuado, e intimi­
dar a los mayas con un aviso de la invasión inminente (Alvarado, Conquista de
Guatemala, 1525).
46. Cortés, Cartas, 1985 [1520], págs. 116-117.
47. Gomara, Cortés, 1964 [1552], págs. 140-142.
48. Díaz, Historia, 1570. Disponemos también de la versión de Francis­
co de Flores, uno de los conquistadores de la guerra hispano-mexica, que de­
claró en el proceso de la residencia de Cortés (investigación formal sobre un
mandato), que se prolongó desde finales de la década de 1520 hasta la muer­
te de Cortés, dos décadas después. Flores, cuya perspectiva coincidía proba­
blemente con la mayoría de los españoles de la época, también caracterizaba
el discurso de Moctezuma como la entrega total de la soberanía, y añadía que
la rendición debía de haberse acordado con antelación, pues Cortés llevaba
consigo un notario (según el testimonio citado en Thomas, Conquest, 1995,
págs. 634-635).
49. Lockhart, We People Here, 1993, pág. 116. Un altepetl era aproxima­
damente una ciudad-Estado, que representaba la comunidad municipal y el nú­
cleo de la identidad nahua, y oscilaba entre el tamaño de un pueblo y el de la
metrópolis de México-Tenochtidán. Los cinco dirigentes a los que alude Moc­
tezuma en su discurso eran los cinco emperadores que lo precedieron.
50. Otros investigadores insinúan que Cortés pudo haber imaginado o in­
ventado la rendición; véase Elliott, «Cortés», 1989, págs. 36-38; y Pagden,
Lords of all the World, 1995, pág. 32.
51. Sahagún, Códice florentino, 1950-1982, libro VI; Karttunen y Lock­
hart, Art of Nahuati Speech, 1987; las páginas 2-15 contienen un útil resumen
del género; Maxwell y Hanson, Manners ofSpeaking, 1992; Kicza, «Compari­
son», 1992, págs. 56-57.
52. Karttunen, «Rethinking Malinche», 1997, pág. 301.
252 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

53. Vargas Machuca, Milicia y descripción, 1599: preliminares no numera­


dos pág. 3. Langfur, «Reversing the frontier’s advance», 2002 defiende la tesis
de que la violencia era el medio primario de comunicación e intercambio cul­
tural entre portugueses e indígenas en la frontera sureste de Brasil en el siglo.
XVIII.

C a p ít u l o 6

1. Huaman Poma, Nueva Coránica, 1980 [1615]; he manejado también


una traducción no publicada de fragmentos de James Lockhart.
2. Wachtel, Vision of the Vanquished, 1977, pág. 30.
3. www.yale.edu/ynhti/curriculum/umts/1992/2/92.02.01.x.html; León-
Portilla, Broken Spears, 1992, pág. xxxiii; xv en la edición original de 1962. El
eminente antropólogo francés Claude Lévi-Strauss ha recalcado recientemen­
te este victimismo indígena en una reseña, publicada eñ L homme (2001), del
volumen de Sudamérica de la Cambridge History of the Native Peoples of the
Americas (Salomon/Schwartz, 1999), donde acusa a los editores de adoptar
cierta forma de revisionismo del Holocausto al enfatizar el protagonismo indí­
gena; véase Schwartz, «Denounced», 2002, para un resumen de la crítica de
Lévi-Strauss y una respuesta a la misma.
4. Sale, Conquest ofParadise, 1990; Berliner, «Man’s Best», 1991.
5. El término «anomia» fue acuñado por el sociólogo francés Émile Dürk­
heim en su estudio de 1897 titulado he Suicide (www.britannica.com/eb/arti-
cle?eu=7804); su aplicación al contexto de los indígenas americanos y la inva­
sión europea la he visto por primera vez en Gubler Rotsinan, «Acculturative
Role», 1985, donde se emplea exhaustivamente, y en Taylor, Drinking, Homi­
cide, 1979, pág. 144, donde se menciona fugazmente.
6. Le Clézio, Mexican Dream, 1993, pág. 176.
7. Whitehead, «Historical anthropology of text», 1995, pág. 56; Ralegh,
Discoverie, 1997 [1596], págs. 178-179.
8. Whitehead, en Ralegh, Discoverie, 1997, págs. 91-101; Fernández-
Armesto, before Columbus, 1987, págs. 223-245.
9. Carta de 1493 publicada en Zamora, Reading Columbus, 1993, págs. 196-
197, que también reproduce la otra cita (pág. 170). En la versión escrita por el
hijo de Colón, el genovés parece aceptar que hay amazonas en el Caribe (Co­
lón, Los cuatro viajes. Testamento, 1986 [1539]). Para una breve controversia
sobre Colón y el mito del canibalismo en los indígenas caribeños, véase Sale,
Conquest of Paradise, 1990, págs. 129-135; para una discusión más compleja
del tema, véase Whitehead, Lords of the Tiger Spirit, 1988. Para una monogra­
fía reciente, exhaustiva y original sobre el tema de las amazonas, véase Wein-
baum, Islands of Women, 1999.
NOTAS 253

10. Citado en Zamora, Reading Columbus, 1993, pág. 159.


11. Citado en Zamora, Reading Columbus, 1993, págs. 160, 167; véase
también Todorov, Conquest, 1984, pág. 35.
12. Citado en Fuentes, BuriedMirror, 1992, pág. 125. Un siglo después to­
davía se describía a algunos grupos indígenas como sociedades carentes de re­
ligión; es el caso, por ejemplo, de Herrera cuando caracteriza a los chichime-
cos (Historia general, 1601, dec. I , pág. 10; dec. ni, pág. 75).
13. Bartolomé de las Casas, brevísima relación de la destrucción de las Indias,
Madrid, Cátedra, 1992, págs. 76-77. Citado en Zamora, Reading Columbus,
1993, pág. 90; también citado por Arndt, «Mythic Aftermath», 2001, pág. 16.
14. Citado en Hanke, «Dawn of Conscience», 1963, pág. 87. Entre los he­
rederos modernos de esta perspectiva cabe citar a Sale, Conquest of Paradi­
se, 1990, y Carl Sauer, que sostiene que «el idilio tropical de las crónicas de Co­
lón y Pedro Mártir era en gran medida cierto»; los indígenas «no sufrían
carencias» y «vivían en paz y tranquilidad» (citado en Christensen y Christen­
sen, Discovery, 1992, págs. 3-4).
15. Florescano, Memory, 1994, págs. 82-90, cita de Mendieta en pág, 89;
Krippner-Martínez, Rereading the Conquest, 2001, págs. 71-106. Sobre la opi­
nión, común en el siglo XVI, de que la brutalidad española había causado una
brusca reducción demográfica en el Caribe, véase Las Casas, Destrucción, 1552;
sobre la opinión moderna (y bastante aceptada, por lo general) de que la causa
primaria era la enfermedad, véase Cook, Born to die, 1998. Arndt, «Mythic Af­
termath», 2001, pág. 14, también comenta la supuesta maleabilidad indígena.
16. Citado en Zamora, Reading Columbus, 1993, pág. 167.
17. Vargas Machuca, Milicia y descripción, 1599, 140r; véase también
pág. 125v para un fragmento sobre la proclividad indígena a la crueldad y el
canibalismo. Oviedo y el dominico aparecen citados en Todorov, Conquest,
1984, págs. 150-151. Mund, Les rapports complexes, 2001, sostiene que Díaz
presenta los cuatro rasgos mencionados arriba como las características princi­
pales de los mexicas como un modo de justificar la destrucción española de Te-
nochtitlán (véase también Díaz, Historia, 1570). El tema de la sodomía se ana­
liza desde una perspectiva más amplia en Trexler, Sex and conquest, 1995.
Sobre la percepción europea de los indígenas como seres diabólicos, véase
Cervantes, Devil in the New World, 1994, págs. 5-39. La idea de que el colo­
nialismo estaba justificado por la superioridad moral era, por supuesto, un
concepto europeo más amplio; Charles Lemire, funcionario colonial francés en
el Pacífico sur, lo describió bien en 1884 cuando afirmó: «Colonizar es mora­
lizar; moralizar a gente que desconoce la civilización; moralizar a hombres de­
pravados por el abuso de la civilización; no hay mejor modo de alcanzar este
objetivo que la colonización» (Bullard, Exile to Paradise, 2000, pág. 3).
18. Certeau, Writing ofHistory, 1988, pág. xxv; Zamora, Reading Colum­
bus, 1993, págs. 152-155; Rabasa, Inventing America, 1993, págs. 23-48.
254 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

19. Citado en Todorov, Conquest, 1984, pág. 156, de Sepúlveda, Tratados


políticos.
20. Lancia, Relación, 1982 [1566J, págs. 5-8; Restall y Chuchiak, The Triar
and the Maya, s.f., págs. 3-5. La importancia de los peligros del entorno humano
y natural yucateca en la primera publicación europea sobre la península de Yu­
catán (que todavía se consideraba una isla) se recalca también en el libro de 16
páginas de Juan Díaz sobre la expedición de Grijalva (Díaz, Littera mandata,
1520; copia facsímil en JCBL). Sobre Guerrero y su leyenda, véase Clendinnen,
Ambivalent Conquests, 1987, págs. 17-22; Restall, Maya Conquistador, 1998, pág. 7;
y Vallado Fajardo, «Cristianos españoles e indios yucatecos», 2000.
21. Ellingson, Noble Savage, 2001. A diferencia del mito sobre el mito,
Rousseau no creó el concepto del salvaje noble, como demuestra Ellingson.
22. La letra es de Tim Ríce y, en la banda sonora de Elton John para la pe­
lícula, cantan John y Randy Newman (Rice yJohn, El Dorado, 2000; Bergeron
y Paul, EIDoradoj 2000).
23. Obeyesekere, Apotheosis, 1992.
24. Todorov, Conquest, 1984, pág. 75; Inclán, «Plucking the feathered ser­
pent», 2001, pág. 1.
25. Las tres traducciones figuran eti Zamora, Reading Columbus, 1993,
págs. 45,192,16, respectivamente (la última es la carta a Santángel). Cohén
traduce también cielo como «sky» (Colón, Tour Voyages·, 1969, pág. 118); tam­
bién citado por Inclán, «Plucking the feathered serpent», 2001, pág. 5.
26. Zamora, Reading Columbus, 1993, pág. 201, n.8.
27. Bitterli, Cultures in conflict, 1989, págs. 72-73,25-26; las fuentes que
cita son el Códiceflorentino y Wachtel, Vision of the Vanquished, 1977, ambas
comentadas más adelante. Otro ejemplo del extremo arraigo del mito de la
apoteosis es Le Clézio, que sostiene que los indígenas confundieron con dioses
a los españoles desde el principio, y que su estatus divino se reafirmó con las
victorias militares y la avidez de oro (Mexican dream, 1993, págs. 3,10,12,14);
el término nahuad que designaba el oro era teacuitlatl, combinación de los vo­
cablos «dios» y «extrusión o excremento»; pero véase más abajo mi comenta­
rio sobre los significados de teotl, «dios». Todorov, Conquest, 1984, pág. 81, re-
conqce que los mayas no confundieron a los españoles con dioses, pero
sostiene que esto se debe a que tenían escritura, un argumento falaz, pues los
mexicas también tenían escritura, y no se aporta ninguna prueba de que la fal­
ta de escritura deba conducir necesariamente a la credulidad en esa materia.
28. Gomara, Cortés, 1964 [1552], págs. 50,137,58,130,133,128. Sobre
la masacre de Cholulas, véase Pagden en Cortés, Cartas, 1986, págs. 465-466,
n.27; Peterson y Green, «Massacre at Cholula», 1987.
29. Lockhart, NahuatlAs Written, 2001, pág. 234.
30. Díaz, Historia, 1570. Otro ejemplo se cita en Todorov, Conquest, 1984,
págs. 88-89.
NOTAS 255

31. Díaz, Historia, 1955 [1570], pág. 65.


32. Elliott, «Cortés», 1989, págs, 37-38.
33. Citado en Thomas, Conquest, 1995, pág. 111.
34. Elliott, «Cortés», 1989, pág. 36. Al igual que otros franciscanos que lo
precedieron, el cronista y misionero jesuitaJosé de Acosta presenta en su His­
toria naturaly moral de las Indias de 1590 los diversos aspectos míticos de la in­
vasión española, como prueba de la influencia de Dios en la conquista. Sin em­
bargo, de acuerdo con otras fuentes anteriores, Acosta se limita a describir la
identidad de Quetzalcoatl como un «gran señor de la antigüedad» destinado a
regresar con su estatus de dios, y apenas comenta nada sobre la apoteosis de
Cortés y otros españoles (Historia natural y moral de las Indias, 1987 [1590] ).
35. Lockhart, WePeople Here, 1993, págs. 13,27; Clendinnen, «Fierce and
Unnatural Cruelty», 1991, pág. 16; Kicza, «Indian and Spanish Accounts»,
1992, pág. 60. La mejor versión del libro ΧΠ, presentada en español, nahuatl e
inglés, es la de Lockhart, We People Here, 1993, págs. 48-255. Para una meticu­
losa valoración del Códice en el contexto de otras fuentes sobre la conquista de
México, véase Brooks, «Construction of an Arrest», 1995.
36. Thomas, Conquest, 1995, págs. 41-44; Bitterli, Cultures in Conflict,
1989, págs. 72-73; Kicza, «Indian and Spanish Accounts», 1992, págs. 59,62.
En la crónica publicada en 1590, poco después de su muerte, Acosta presenta
los augurios como «designios» divinos, pero describe la aparición de presagios
similares en el Antiguo Testamento y reconoce que algunos quizá no se produ­
jeron exactamente como se suelen describir (Historia naturaly moral de las In­
dias, 1987 [1590]). Para un sucinto análisis y explicación de los augurios, véa­
se Fernández-Armesto, «Aztec’ Auguries», 1992. Para una caracterización
crédula de los mismos, véase León-Portilla, Broken Spears, 1992, págs. 3-12;
Todorov, Conquest, 1984, págs. 63-75; y Wolf, Sons ofthe Shaking Earth, 1959,
pág. 169. Un planteamiento escéptico puede encontrarse en Schwartz, Victors
and vanquished, 2000, págs. 29-39; Hassig, Aztec Warfare, pág. 1988, págs.
219-233; Gillespie, Aztec Kings, 1989, cap. 6. Carrasco, Quetzalcoatl, 2000,
págs. 236-240, oscila hábilmente entre las dos posiciones.
37. Lockhart, We People Here, 1993, pág. 235; Thomas, Conquest, 1995,
pág. 185; Inclán, «Plucking the Feathered Serpent», 2001, págs. 2-3,5-15,22-
23, a quien agradezco que me haya dado a conocer muchas de las fuentes co­
mentadas en este apartado del capítulo. Para un análisis sobre la posición de
Lockhart, y la defensa más fuerte que conozco de que la historia de «Cortés co­
mo encarnación de Quetzalcoatl» se difundió bastante durante la conquista, vé­
ase Carrasco, Quetzalcoatl, 2000, págs, 210-240; también Gruzinski, Conquest
ofMexico, 1993, pág. 76. El antropólogo H, B. Nicholson es proclive a aceptar
la historia como real, pero en su revisión de los indicios en «The Return of
Quetzalcoatl», 2001, concluye que sólo puede entenderse «como una seria hi­
pótesis de trabajo» (pág. 15); véase también sus Topiltzin Quetzalcoatl, 2001.
256 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

El mito se presenta como un hecho histórico en numerosas obras de historia


{sobre todo publicaciones antiguas, manuales, lectores y obras de historia po­
pular); véase, por ejemplo, Wolf, Sons of the Shaking Earth, 1959, pág. 169;
Padden, Hummingbird and the Hawk, 1970, págs. 116-132, Hordern y otros,
Conquest ofNorth America, 1971, pág. 59; Christensen y Christensen, Discovery,
1992, pág. 53; Keen, Latin America, 1996, pág, 65 (aunque su posición es más
ambigua enAzteclmage, 1971,págs.51,186,483); y Baldwin, Legends ofthe Plu­
medSerpent, 1998, págs. 90-103. Un sitio web de la Library of Congress sobre
«Mexico: The Spanish Conquest», breve resumen que contiene numerosos erro­
res y mitos presentados como hechos, sugiere que el principal motivo de la victo­
ria española fue la creencia de Moctezuma de que Cortés era el «dios blanco
Quetzalcoatl» (http://Icweb2.loc.gov/cgi-bin/query/r?frd/cstdy:@field(DO-
CID+mx0013)). En un artículo reciente de la Chronicle of Higher Education,
se alude al mito incondicionalmente como una «creencia extendida entre los
historiadores» (Lloyd, «The Scholar», 2002). Sobre la tesis de que los puntos
flacos del mito de «Cortés como Quetzalcoad» supusieron que Moctezuma
pensase que Cortés era otro dios nahua, Tezcatlipoca, véase Wasserman,
«Montezuma’s passivity», 1983. Sobre la figura de Quetzalcoatl como dios y
héroe cultural mítico en los tiempos de la preconquista, véase Florescano, The
Myth of Quetzalcoatl, 1999; y Carrasco, Quetzalcoatl, 2000, págs. 11-204.
38. Tuchman, March ofFolly, 1984, págs. 11-14; Todorov, Conquest, 1984,
pág. 119. Hay muchos otros ejemplos de esta visión de Moctezuma en obras
publicadas; por ejemplo, Wolf, Sons ofthe Shaking Earth, 1959, págs, 155-156.
39. Le Clézio, Mexican dream, 1993, pág. 10.
40. Recinos, Memorial, 1950, pág. 126 traduce la frase como «Los señores
los tomaron por dioses» (el original maya original figura en la línea 26 de una
página reproducida en facsímil en la pág. 125). Kramer se basa en esta glosa y
sostiene que «los cronistas indígenas, pese a todo, reconocen que temían a los
extranjeros y que los señores los confundían con dioses» (Encomienda Politics,
1994, pág. 32).
41. Como muestra Kramer en su análisis de la conquista (Encomienda Po­
litics, 1994, págs. 25-125); su aceptación de la frase anterior sobre la apoteosis
es una excepción de la tendencia general de la autora a evitar las trampas de los
mitos de la conquista. Véase también la versión maya en Recinos (Memorial\
1950, págs. 124-140) y la de Alvarado en sus dos cartas a Cortés (Alvarado,
Conquista de Guatemala, 1924 [1525]; también publicada en Fuentes, The Con­
quistadors, 1963, págs. 184-196).
42. Todorov, Conquest, 1984, págs. 93-96; Krippner-Martínez, Rereading the
Conquest, 2001, págs. 16 (citas), 9-69,109-149 (el estudio crítico de la conquista,
su historiografía, yla Relación)·, la cita de Prescott que encabeza este capítulo.
43. Cieza de León, Peru, 1998 [1550], págs. 217,313, las dos únicas men­
ciones del apodo de Viracocha en toda la historia de la conquista de Cieza de
NOTAS 257

León. En otro volumen de sus textos, Cieza de León alude, con claro escepti­
cismo, a la relación entre los españoles y Viracocha (Harris, «Coming of the
White People», 1995, pág. 13).
44. Sarmiento citado por Harris, «Corning of the White People», 1995,
pág. 13.
45. Acosta, Historia natural y moral de las Indias, 1987 [1590]; y glosa de
Harris en «Coming of the White People», 1995, pág. 13.
46. Harris, «Corning of the White People», 1995, pág. 13.
47. Silverblatt, Moon, Sun, and Witches, 1987, págs. 177-178.
48. Citado por Wachtel, Vision of the Vanquished, 1977, pág. 22; y Bitter-
li, Cultures in Conflict, 1989, pág. 26. Tita Cusi se hizo inca tras la muerte de
su hermano en 1561, y dirigió un reino inca independiente en los Andes hasta
su muerte en 1571; la política de Titu Cusi hacia la colonia española de Perú
fue hostil hasta 1567, cuando se firmó un tratado por el cual los incas conser­
vaban su autonomía si aceptaban, nominalmente, la soberanía española (An-
drien, Andean worlds, 2001, págs. 197-198).
49. La interpretación de las palabras de Titu Cusi se complica por el he­
cho de que él dictó su crónica en quechua a un fraile agustino, Marcos García,
que después la tradujo al español, según observa Wachtel, aunque su interpre­
tación del material es proclive al mito de la apoteosis (Vision of the Vanquished,
1977, pág. 227, n.54).
50. Zárate, Peru, 1981 [1555], pág. 103.
51. El gobernador yucateca era Santiago Méndez (Méndez, Report, 1921
[1861], pág. 185). La cita del «terror» es la de Bitterli (Cultures in Conflict,
1989, pág. 26). Una variación interesante del mito de la apoteosis en los Andes
aparece en Shaffer, Royal Hunt ofthe Sun, donde Pizarro se presenta como un
dios para confundir y sorprender a Atahualpa. Shaffer elude algunos mitos de
la conquista, pero no éste; su inca es presa de la estrategia de Pizarro (Shaffer,
Royal Hunt, 1969; Smith, «Conquest of Peru», 2001, pág. 25). Paralelamente
a la continuidad moderna del mito del siglo XVI sobre la devastación indígena,
se da también la continuidad de la concepción colonial de que los «indios»
eran demasiado poco civilizados como para construir las antiguas ciudades
americanas, hoy en ruinas. Un defensor de esta postura, Graham Hancock, es
especialmente dañino por el modo en que recupera las perspectivas coloniales
en un modelo supuestamente revisionista; señala, por ejemplo, sobre «los im­
pasibles indios aymara que caminaban despacio por las estrechas calles ado­
quinadas y se sentaban plácidamente en la plaza soleada. ¿Eran descendientes
de los que construyeron Tiahuanaco, como apuntan los estudiosos? ¿O tenían
razón las leyendas? ¿Acaso aquella ciudad fue obra de extranjeros con pode­
res divinos que se establecieron allí hace mucho tiempo?» (Fingerprints of the
Gods, 1995, pág. 71).
52. Barione da Bergamo, Daily Life, 2000 [1770], pág. 96.
258 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

53. Lockhart, The Nahuas, 1992, págs. 270-272; Restall, Maya World,
1991, pág. 181. El mito del jinete sigue vivo, por supuesto; Le Clézio, citando
a Díaz, señala que los «indios» creyeron en él «durante mucho tiempo» (Me­
xican Dream, 1993, pág. 6).
54. Esto era según Cortés, Cartas, 1986 [1526], págs. 364-365; y Gomara,
Cortés, 1964 [15521, págs. 353-354.
55. López Austin, Places ofMist, 1997, págs. 23, 209-214. Clendinnen ha
defendido convincentemente que los complejos rituales mexicas de ejecución
o sacrificio humano estaban pensados para alcanzar el control sobre un fenó­
meno del que los mexicas eran especialmente conscientes , la mortalidad hu­
mana (Aztecs, 1991, págs. 87-152). Véase también Clendinnen, «Fierce and
Unnatural Cruelty», 1991, y, sobre varias concepciones mesoamericanas de la
muerte, López Austin, Places ofMist, 1997, págs. 166-169,186-188,194.
56. Carrasco, Quetzalcoatl, 2000, págs. 28-39.
57. Inclán, «Plucking the Feathered Serpent», 2001, págs. 3,25,28.
58. Jemingham, Fall ofMexico, 1775; Cowher, «A Handful of Adventu­
rers?», 2001, págs. 20-21. Agradezco a Iris Cowher que me informase sobre es­
ta fuente y su relevancia en este punto. Cowher comenta también una fuente
alemana de 1800, publicada en inglés en 1811, que describe a los conquista­
dores como individuos motivados por Ja codicia y el fanatismo religioso, y la
conquista de México como un cuento infantil con una moraleja muy adecua­
da; el título del libro es Cortez, or The Conquest ofMexico: As Related by a Fa­
ther to His Children and Designedfor the Instruction of Youth (Campe, Cortez,
1811). Un ejemplo paralelo es la obra teatral alemana de August van Koztebue,
adaptada por Sheridan en 1800 como Pizarra: A Tragedy in Five Acts, cuyo ac­
to final es la muerte de Pizarro y el triunfo de Atahualpa (Smith, «Conquest of
Peru», 2001, pág. 12). La Armada Invencible de 1588 era una vasta flota espa­
ñola que debía encabezar la invasión de Inglaterra pero fue destruida por un
temporal antes de que un solo soldado pudiera desembarcar en tierra firme
(véase la historia clásica de Mattingly, Armada, 1959; un estudio más reciente
es el de Martin y Parker, Spanish Armada, 1988).
59. Sahlins, «Individual Experience», 1982, págs. 289-290; Islands ofHis­
tory, 1985, págs. 74,154; «Cosmologies», 1988, págs. 441-442; How «Natives»
Think, 1995.
60. Obeyesekere, Apotheosis, 1992, pág. 123; el análisis de Todorov apa­
rece también en págs. 16-19.
61. Obeyesekere, Apotheosis, 1992, págs. 91 y otras; Hassig, en Time, His­
tory, 2001, pág. 156, defiende un punto de vista similar en un análisis sobre los
mexicas.
62. Motolinía, Historia, 1979 [1541], trat. 1, cap. 15; Harris,Aztecs,Moors,
and Christians, 2000, págs. 132-147.
63. Según observa Harris enAztecs, Moors, and Christians, 2000, pág. 144.
NOTAS 259

64. Harris, Aztecs, Moors, and Christians, 2000, pág. 137. Otra dimensión
del desdén de Cortés en la obra es el hecho de que el gobernador de Tlaxcala
en 1539 era don Luis Xicotencatl, sobrino del Axayacatzin Xicotencad que li­
deró la resistencia contra Cortés en 1519; posteriormente se sumó a regaña­
dientes a la causa aliada en 1521; y aquel mismo año, en Texcoco, Cortés or­
denó ejecutarlo por considerar que no cooperaba lo suficiente (Gomara,
Cortés, 1964 [1552], págs. 100-116; Gibson, Tlaxcala, 1952, págs. 98-100;
Thomas, Conquest, 1995, págs. 490-491; Harris, Aztecs, Moors, and Christians,
2000, pág. 139).
65. Los actores eran tlaxcalas salvo en el caso de un ejército indígena ca­
ribeño de ficción, derrotado en medio de la obra en el intento de tomar Jeru-
salén. Estos actores eran otomíes, lo cual refleja la aguda visión tlaxcala de la
historia caribeña colonial y su percepción de los indígenas otomíes como una
categoría diferente (diferencia que podría describirse por su grado de seden-
tarismo, inferior en el caso de los otomíes). Harris, Aztecs, Moors, and Chris­
tians, 2000, págs. 140-141,136,135.
66. Harris, Aztecs, Moors, and Christians, 2000, pág. 134.
67. Bricker, The Indian Christ, 1981, págs. 129-154; Hill, Colonial Cak-
chiquels, 1992, págs. 1-8; Cohen, «Danza de la Pluma», 1993; Rappaport,
CumbeReborn, 1994, págs. 145-166; Restan, Maye Conquistador, 1998, págs. 46,
193-194, n.53; Harris, Aztecs, Moors, and Christians, 2000.
68. Véase Restall, «Heirs to the Hieroglyphs», 1997, que contiene una bi­
bliografía exhaustiva sobre los títulos, un aspecto sobre el que se sigue investi­
gando en la actualidad. Estos datos completan nuestro conocimiento sobre la
concepción indígena de la conquista, antes descrita; véase Colón y otros, Tes­
tamento y título, 1999.
69. Restall, Maya Conquistador, 1998.
70. La única descripción y análisis de estos títulos es Sousa y Terraciano,
«Original Conquest», 2003; véase también Terraciano, The Mixtees, 2001,
págs. 336-338.
71. Fernández-Armesto en Prescott, Conquest ofMexico, 1994, pág. xxx;
Hassig, Aztec warfare, 1988; Hill, Colonial Cakchiquels, 1992; Dakin y Lutz,
Nuestro pesar, 1996.
72. AGI,México 97; 138;2.999; Restall,Maya Conquistador, 1998,págs.53-
76; Scholes y Roys, Maya-Chontal Indians, 1948, págs. 142-290. El reino maya
chontal y su título se analiza más adelante, en el epílogo, en el marco de los
acontecimientos de 1525, cuando el abuelo, predecesor y tocayo de don Pablo
Paxbolon, Paxbolonacha, fue rey. Los chontales no eran los únicos mayas que
asaltaron, en calidad de agentes coloniales, la inmensa zona, aún no conquis­
tada, comprendida entre las provincias españolas de Yucatán septentrional y el
sur de Guatemala. Como se señalaba en el capítulo 3, en 1624 el gobernador
maya de Oxkutzcab (ciudad maya yucateca) recibió el encargo de liderar a 150
260 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

guerreros en una expedición punitiva hacia el sur, mientras las campañas es­
pañolas hacia la región de Petén, en el norte de Guatemala, que llegaron des­
de las tierras altas del mismo país y Yucatán en la década 1690, recurrían ma­
sivamente a la colaboración de arqueros mayas de Mopán y Yucatán (Jones,
Conquest, 1998, págs. 48,134-136,258,263).
73. Gíbson, Tlaxcala, 1952, pág. 191; citado también por Harris, Aztecs,
Moors, and Christians, 2000, pág. 139.
74. Fernández-Armesto, «Aztec’ Auguries», 1992, pág. 298; Prescott,
Conquest of Mexico, 1994, pág. xxix; Hassig, Aztec Warfare, 1988; Brooks,
«Construction of an Arrest», 1995.
75. Cieza de León, Peru, 1998 [1550], págs. 447-466; Sarmiento, History of
the Incas, 1907 [1572], págs. 258-261; Prescott, Conquest of Peru, 1847, Π;
caps. 1-3; Wachtel, Vision of the Vanquished, 1977, págs. 169-184; Himmerich
y Valencia, «Siege of Cuzco», 1998; Wood, Conquistadors, 2000, págs. 155-185.
76. Así se pone de manifiesto en una serie fascinante de documentos de
1530-1620, principalmente peticiones dirigidas al rey por parte de la realeza
mexica y otros nobles, conservada en AGI y publicada en Pérez-Rocha y Tena,
La nobleza indígena, 2000. Entre las fuentes complementarias figuran los re­
gistros de los procesos judiciales relativos a las tierras y los privilegios nobles
de doña Isabel Moctezuma, la hija del emperador, en las décadas de 1540 a
1560, publicados en Pérez-Rocha, Privilegios en lucha, 1998. Los descendien­
tes de doña Isabel recibieron pensiones del gobierno hasta 1934, y en 2000 ini­
ciaron una campaña legal para reivindicar la devolución de sus pensiones
(Lloyd, «The Scholar», 2002).
77. Eran miembros destacados de lo que he denominado la «docena dinás­
tica» de Yucatán; Restall, «People of the Patio», 2001, págs. 351-358,366-368.
La colección de documentos conocida como los «papeles de los Xiu», de los
cuales se reproduce una parte en la figura 16, se ha publicado recientemente
por primera vez en Quezada y Okoshi, Papeles de los Xiu, 2001.
78. Sobre este argumento desarrollado a partir de pruebas mayas, véase
Restall, Maya World, 1997, págs. 51-83; sobre el tratamiento délos cabildos in­
dígenas en otras regiones, véase Spalding, Huarochirí, 1984, págs. 216-226,
Haskett, Indigenous Rulers, 1991; Stern, Peru’s India» Peoples, 1993, págs. 92-
96; y Terraciano, The Mixtees, 2001, págs. 182-197,
79. Lockhart, Of Things, 1999, pág. 98. Véase también Restall, «Intercul-
turation», 1998, págs. 141-162.
80. Cook, Born to Oie, 1998. Obsérvese que hay notables discrepancias
sobre el tamaño de las poblaciones indígenas en la América antigua, pues las
estimaciones del siglo XVI sobre las pérdidas oscilan bastante en torno a una ci­
fra media de 40 millones. Pero incluso si rondase los 25 miñones, la pérdida de
vidas humanas sería superior a la de la peste negra europea, por ejemplo.
81. Véase Powers, «Battle of Wills», 1998, págs. 183-213.
NOTAS 261

82. Para lecturas sobre este asunto con respecto a México central y Yuca­
tán, por ejemplo, véase Harvey, Land and Politics, 1991; Lockhart, The Nahuas,
1992, págs. 141-202; Horn, Postconquest Coyoacan, 1997, págs. 111-165; yRes­
tall, Maya World, 1997, págs. 169-225.
83. «Nothingness» es el término que emplea Le Clézio (Mexican Dream,
1993, pág. 5).
84. Clendinnen, «Fierce and Unnatural Cruelty», 1991, pág. 19.

C a p it u l o 7

1. Wilson, Emperor's Giraffe, 1999, págs. 5,7.


2. Citado en Fuentes, Buried Mirror, 1992, pág. 126. Sepulveda no era el
único europeo del siglo xvi que comparaba a los indígenas con animales; VÏ-
llegagnon comentó en una carta dirigida a Calvin que los tupinamba de Brazil
lo golpearon como «gente salvaje y desaforada, carente de toda cortesía y hu­
manidad», como «bestias de semblante inhumano» (citado en Greenblatt,
Marvelous Possessions, 1991, pág. 154, n.13).
3. Trouillot, Silencing the Past, 1995, pág. 82. Tanto Trouillot como yo ci­
tamos a Diderot un poco fuera de contexto; para un análisis detallado de las
ideas de Diderot sobre la colonización, la naturaleza de los americanos indíge­
nas y el contacto entre indígenas y europeos véase Pagden, European Encoun­
ters, 1993, págs. 141-188.
4. El V Centenario dio lugar a manifestaciones extremas de antiguos puntos
de vista en ambos bandos del debate; el vicealcalde de Pasadena, a propósito de
la controversia sobre un desfile del Día de Colón en dicha ciudad californiana,
tildó al descendiente directo de Colón que había sido designado para presidir el
desfile de «símbolo de la codicia, la esclavitud, la violación y el genocidio».
George Black, entonces director de asuntos exteriores del diario Nation, conde­
nó «la petulante presuposición de supremacía cultural blanca» que recorría «el
espectro político principal» y subyacía a las «celebraciones oficiales de Colón»
(Black, «1492», 1991; Berliner, «Man’s Best», 1991). Dos magníficos análisis del
V Centenario, uno breve y el otro más largo, son Trouillot, Silencing the Past,
1995, págs. 108-140; y Summerhill yWilliams, Sinking Columbus, 2000.
5. Han transcurrido unas cuantas décadas desde que el eminente historia­
dor británico Hugh Trevor-Roper resumió la historia no europea como «los
bandazos infructuosos de tribus bárbaras en lugares pintorescos, pero irrele­
vantes, del globo», en su obra The Rise of Christian Europe, publicada en Es­
tados Unidos en 1974; citado por Parenti, History as Mystery, 1999, pág. xiv.
6. Carta de Marquina, también citada en los capítulos 1 y 2, figura en
Lockhart y Otte, Letters and People, 1976, págs. 4-7; esta cita proviene de la
pág. 5; también en Lockhart, Cajamarca, 1972, pág. 462.
262 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

7. La carta de Ávila figura en Lockhart y Otte, Letters and People, 1976,


págs. 9-14; esta cita proviene de la pág. 11.
8. Como observan Himmerich y Valencia en «Siege of Cuzco», 1998,
págs. 398-399,416-417; véase también Herrera, Historia General, 1615, déca­
da VI, págs. 52-59. Santiago supuestamente se apareció también a los españoles
durante la guerra contra los mexicas (según Bernal Díaz, citado en Fernán-
dez-Armesto, «Aztec’ auguries», 1992, pág. 302). Lasso de la Vega describió
la vida de Cortés como una de las «historias milagrosas» (Cortés valeroso,
1588, pág. 6v).
9. Cline, «Revisionist Conquest History», 1988; cita de Sahagún en pág.
97; copia manuscrita de Bartolomé de las Casas, Historia general de las Indias,
archivada en JCBL como Códice Sp 4, fragmentos relevantes en Cs. 31-35;
Fernández-Armesto, «Aztec’ Auguries», 1992, pág. 296; Villagutierre, Histo­
ria, 1701, pág. 21.
10. Cortés, Cartas, 1986 [1522], pág. 166.
11. La frase proviene de la versión del discurso que ofrece Gomara (Cor­
tés, 1964 [1552], págs. 240-241), citado al comienzo de este capítulo y también
por Reese, «Myth of Superiority», 2001, pág. 1.
12. Citado por Florescano, Memory, 1994, pág. 78.
13. Citado por Florescano, Memory, 1994, pág. 80. La explicación del
«milagro» aparece también ocasionalmente en algunas historias modernas;
Elliott, Imperial Spain, 1963, pág. 63, por ejemplo, afirma que el imperio espa­
ñol en América «se constituyó de manera triunfante y casi milagrosa». Otra va­
riante del tema se manifiesta en la frase de Cunninghame Graham, «los con­
quistadores (después de Dios) debían su conquista a los caballos» (Horses of
the Conquest, 1949, pág. 12).
14. Elliott, Imperial Spain, 1963, pág. 66; Reese, «Myth of Superiority»,
2001, pág. 6, me señaló la importancia de este fragmento. La contraposición de
Elliott entre «confianza» y «fatalismo» recuerda a la explicación de Vargas Ma­
chuca sobre la victoria española, fenómeno que atribuye al contraste entre el
espíritu de fortaleza interior de los españoles, que excluía todo atisbo de co­
bardía, y la debilidad de espíritu y falta de determinación indígena (Milicia y
descripción, 1599,18v-20r).
15. Méndez, Report on the Indians, 1921 [1861], pág. 185.
16. Hergé, El templo del sol, 1991 [1946-1947].
17. Peeters, Tintín, 1992. El templo del sol se publicó originariamente en
los años 1946-1947 por entregas en la revista belga Tintín bajo el título Le Tem­
ple du Soleil·, y luego se publicó como libro, algo abreviado; es una continua­
ción de la historia iniciada en Las siete bolas de cristal, cuyas primeras entregas
se publicaron en Le Soir en 1943. La fuente de Hergé sobre la civilización an­
dina eran Charles Wiener, Pérou et Bolivie, publicado en 1880 (Peeters, Tintín,
1992, págs. 79-83).
NOTAS 263

18. La visión de un autor inglés sobre este hecho puede encontrarse en


Wright, Stolen Continents, 1992, págs. 5-10.
19. Wood, Conquistadors, 2000, pág. 100; Le Clézio, Mexican Dream,
1993, págs. 9-10. Obsérvese que los pueblos mencionados no eran «tribus»
ni estaban dirigidos por «reyes-sacerdotes». Como corresponde a una pelí­
cula de dibujos animados, La ruta bada El Dorado evoca sutilmente el tema
de la credulidad y la superstición indígena; uno de los españoles describe El
Dorado como «una ciudad de mamones» (Bergeron y Paul, El Dorado,
2000 ).
20. Dibble, The Conquest, 1978, págs. 10-23.
21. Keen, Latin America, 1996, pág. 72; Soustelle, Daily Life, 1964, pág. 218.
22. Cita de Colón en Zamora, Reading Columbus, 1993, pág. 159; Le Clé­
zio, Mexican Dream, 1993, pág. 34; Todorov, Conquest, 1984, págs. 61, 62.
Clendinnen, «Fierce and Unnatural Cruelty», 1991, destruye el análisis de To­
dorov sobre Cortés. Véase también Fernández-Armesto, «Aztec’ auguries»,
1992, pág. 303.
23. Entre muchos otros usos similares, cabe citar a Todorov, Conquest,
1984, pág. 123; Greenblatt, Marvelous Possessions, 1991, pág. 145; y Seed,
«Failing to Marvel», 1991, pág. 11.
24. La cita de Purchas se reproduce y analiza en Greenblatt, Marvelous
Possessions, 1991, págs. 9-11 (y también se reproduce en Reese, «Myth of Su­
periority», 2001, pág. 10). Véase también Todorov, Conquest, 1984, pág. 80;
Diamond, Guns, Germs and Steel, 1997, págs. 78-80. Sowell, Conquests and
Cultures, 1998, pág. 251, insinúa también que la escritura es un factor que con­
tribuye a explicar la conquista.
25. Frase de Seed sacada de contexto (pues la autora no menciona el fron­
tispicio de Díaz), «Failing to Marvel», 1991, pág. 12. El frontispicio se repro­
duce en Schwartz, Victors and Vanquished, 2000, pág. 19, pero sin comentario
adicional.
26. Citado en Seed, «Failing to Marveb>, 1991, págs. 17-18.
27. Ilarione da Bergamo, Daily Life, 2000 [1770], pág. 96,
28. Fuentes, BuriedMirror, 1992, pág. 119.
29. Estas frases típicas son «la superioridad española con respecto a las ar­
mas», «la superioridad militar española», la «confianza [andina] en las armas
de contusión [...] explica en gran parte la superioridad española», «el arma­
mento claramente superior de los españoles», etc. (Todorov, Conquest, 1984,
pág. 61; Guilmartin, «The Cutting Edge», 1991, págs. 42,52; Diamond, Guns,
Germs, and Steel, 1997, pág. 76; véase también Himmerich y Valencia, «Siege
of Cuzco», 1998, pág. 411).
30. La cita proviene .de uno de los numerosos ejemplos de este enfoque
que aparecen en Internet; por ejemplo, www.bergen.org/AAST/projects/Cor-
tes/cortes.html
264 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

31. El estudio originario de este fenómeno es Crosby, Columbian Exchan­


ge, 1972. Una breve explicación accessible está en Diamond, Guns, Germs and
Steel, 1997, págs. 195-214. El mejor estudio reciente del impacto de la enfer­
medad durante la conquista es Cook, Born to Die, 1998.
32. Observación sobre Prescott realizada por Fernández-Armesto en
Prescott, Conquest ofMexico, 1994, pág. xxviii; Cook, Born toDte, 1998, págs.
63-70; cita en pág. 67, referida a la Historia General de Sahagún.
33. Cook, Born to Die, 1998, págs. 72-82.
34. Whitehead, «Ancient Amerindian Polities», 1994; Cook, Born to Die,
1998, págs. 82-94,131-132,148-149,154-155,189-190,209; Diamond, Guns,
Germs, and Steel, 1997, págs. 211-212; Wood, Conquistadors, 2000, págs. 199,
217-227; Mann, «1491», 2002.
35. Según se cita arriba; Cortés, Cartas, 1522,
36. Guilmartin, «The Cutting Edge», 1991, pág. 61. Incluso durante el
asedio de Tenochtidán de 1521, los guerreros mexicas utilizaron ballestas ob­
tenidas tras obligar a los prisioneros españoles a que Ies enseñasen a manejar­
las (Clendinnen, «Fierce and Unnatural Cruelty», 1991, pág, 26, que cita a
DíazyDurán).
37. Según sostiene Himmerich y Valencia en su estudio sobre el «Siege of
Cuzco», 1998.
38. Vargas Machuca, Milicia y descripción, 1599, págs, 50v-5u; Herrera,
Historia General, 1601, dec. 1, pág. 162.
39. Guilmartin, «The Cutting Edge», 1991, pág. 53; obsérvese que Guil­
martin (págs. 53-55) recalca más que yo la importancia de los caballos. Un
ejemplo en que los españoles aprovechan una rara oportunidad para utilizar
los caballos en el campo de batalla puede encontrarse en Alvarado, Conquista
de Guatemala, 1525, Clendinnen, «Fierce and Unnatural Cruelty», 1991, págs.
29-30, sostiene que los mexicas concedían a los caballos el mismo respeto que
a los guerreros, pero no sostiene que fuesen de gran utilidad para los españo­
les. Una curiosa oda al papel de los caballos en la conquista, donde se alude a
la vulnerabilidad de los caballos españoles a los cólicos, lombrices y diversas
enfermedades propias de la América tropical, véase Graham, Horses of the
Conquest, 1949.
40. Vargas Machuca, Milicia y descripción, 1599,60v-62r.
41. La tesis de que esto es válido para la conquista de Perú, pero no para la de
México, se defiende en Guilmartin, «The Cutting Edge», 1991, págs. 57,68, n.62.
42. Cieza de León, Peru, 1998 [1550]; Cortés, Cartas, 1519-1526; Díaz,
Historia, 1570; Gomara, Cortés, 1964 [1552]; Jerez, Verdadera relación, 1985
[1534]; Oviedo y Baños, Historia, 1967 [1723]; Zárate, Historia, 1555 y Perú,
1981 [1555]; Guilmartin, «The Cutting Edge», 1991, pág. 53.
43. Clendinnen, «Fierce and Unnatural Cruelty», 1991, pág. 24, Según
Felipe Fernández-Armesto, la conquista de México fue un choque entre dos
NOTAS 265

sociedades guerreras, equiparables en su grado de agresividad, dinamismo y


seguridad en sus propias fuerzas, de modo que el resultado fue un conflicto
muy equilibrado («Aztec’ Auguries», 1992, pág. 288).
44. Restall, Maya Conquistador, 1998, págs. 5-18; Chance, Conquest ofthe
Sierra, 1989, págs. 16-30. Entre otros ejemplos de expediciones fallidas cabe
citar la búsqueda de Gonzalo Jiménez de Quesada déla ciudad mítica de El
Dorado y las tres expediciones de su sobrino político, Antonio de Berrio (Pi­
cón-Salas, Cultural History, 1966, págs. 35-36; Naipaul, Loss of El Dorado,
1969, págs. 18-20).
45. Como observa Keen, Latín America, 1996, pág. 72. Véase también
Hassig, Aztec Warfare, 1988.
46. Clendinnen, «Fierce and Unnatural Cruelty», 1991; Aztecs, 1991,
págs. 87-152,259-273.
47. Aunque debemos apuntar que Himmerich sostiene que el asedio inca
de Cuzco en los años 1536-1537 fracasó en parte porque «los incas parecían
aferrarse casi por completo a las attes bélicas tradicionales» («Siege of Cuzco»,
1998, pág. 403).
48. Según hemos citado anteriormente; Cortés, Cartas, 1522, pág. 166.
49. Dibble, The Conquest, 1978, pág. 24.
50. Fernández-Aimesto, «Aaíec’ Auguries», 1992, pág. 305; Adas, Islamic
and European Expansion, 1993; Hassig, Aztec Warfare, 1988.
51. Este resumen se basa aproximadamente en una tesis que tiene su for­
mulación clásica en Crosby, The Columbian exchange, 1972, y que se plasma en
otros trabajos más recientes, como Diamond, Guns, Germs, and Steel, 1997; y
Fernández-Armesto, Civilizations, 2000. Otra variante de la misma tesis, ex­
presada en términos de «capital humano» y «capital cultural», pero que conti­
núa favoreciendo el entorno sóbrela «raza», es Sowell, Conquests and Cultu­
res, 1998, págs. 329-379. Un libro clásico de antropología que tiene relevancia
aquí porque hace hincapié en las condiciones ecológicas, más que en la supe­
rioridad racial o cultural, como factores determinantes de la conducta humana
es Harris, Caníbales y reyes, 1997 [1977]. Un estudio más reciente sobre las di­
ferencias entre civilizaciones que también evita los viejos modelos de la «supe­
rioridad» e intenta, en cambio, explicar las diferencias con la teoría del juego
es Wright, Nonzero, 2000.

E p íl o g o

1. O Canoetown. Bernal Díaz la denomina Acala y Gueyacala, que es


Huey Acalan y significa «Gran Acalan»; Historia, 1955 [1570], págs. 466-471.
2. En lo que respecta a Cortés y Gomara he seguido las traducciones de
Pagden y Simpson publicadas en Cortés, Letters, 1986 [1526], págs. 362-368;
266 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

y Gomara, Cortés, 1964 [1552], págs. 352-357, respectivamente, aunque he


podido consultar también una copia del manuscrito de 1540 de la carta de
Cortés archivada en laJCBL como Códice Sp 2. En el caso de Díaz me baso en
Historia, 1632 [1570], 200r-201r; véase también Historia, 1955 [1570], págs.
469-470. En el caso de Ixtülxóchid, véase Ixtlilxóchid, Obras, 1891-1892. Pa­
ra la versión de los mayas mactun he utilizado mi propia versión del maya
chontal, anteriormente publicada en Restall, Maya Conquistador, 1998, págs.
62-64. Se presenta también un resumen del incidente, basado en estas mismas
fuentes, en Scholes y Roys, Maya-ChontalIndians, 1948, págs. 112-122. Tam­
bién he consultado otra fuente española colonial, la Historia General de Anto­
nio de Herrera, de 1601/1615, pero dado que se inspira demasiado en las cró­
nicas de Cortés y Gomara, no constituye una versión independiente (1601, dec.
ΠΙ, pág. 287).
3. Cortés, Cartas, 1526.
4. Díaz, Historia, 1955 [1570], pág. 470. Herrera no llega a criticar a Cor­
tés, pero ensalza a Cuauhtémoc por ser «un hombre valiente» y defiende su
presunta conspiración (Historia General, 1601, dec. ΙΠ: pág. 287). El francis­
cano López de Cögolludo utiliza a Díaz y Herrera como base de su crónica, y
señala las diferencias entre los dos (1688, págs. 48-52). En las versiones poste­
riores del incidente escritas en el período colonial, sobre todo las elaboradas a
partir de diversas fuentes para lectores no españoles, como el gran compendio
Voyages and Travels deJohn Harris, se elimina por completo el contexto maya:
«Todas sus grandes conquistas [las de Cortés], sin embargo, no le procuraban
descanso y tranquilidad; pues a veces estaba en peligro por las intrigas de los
indios, que ansiaban recuperar el país y expulsar o destruir a los españoles. Y
para poner fin a tales artimañas, se vio obligado, en 1527, a ahorcar a Guati-
mozin, y a otros dos príncipes indios, a quienes había sorprendido en una cons­
piración contra él» (Harris, Navigantum, 1748, vol. 2, pág. 134).
5. La perspectiva de Ixdilxóchid es la que adopta Eduardo Gallo en su
biografía de Cuauhtémoc publicada en 1873 como parte de su influyente co­
lección Hombres ilustres mexicanos (Gallo, Cuauhtémoc, 1978 [1873]; agra­
dezco a William Fencak que me proporcionase un ejemplar). También se
adoptó como parte del intento mexicano dePorfirio de apropiarse del pasado
«azteca» con el fin de constituir la identidad nacional; los tres reyes, Cuauhté­
moc, Coanacoch, y Tedepanquetzal, están todos inmortalizados en el Monu­
mento a Cuauhtémoc de 1887, en Ciudad de México (observación personal
del autor; Gallo, Cuauhtémoc, 1978 [1873], págs. 84-85; Benjamin, La Revolu­
ción, 2000, págs. 1,120).
6. Restall, Maya Conquistador, 1998, págs. 63-64. La frase maya, tzepci u
lukub, significa literalmente «lo degollaron», pero el pasaje muestra que se
describe toda la decapitación. En este punto difiere del ahorcamiento de las
fuentes españolas y la ilustración de la portada del sexto volumen de Herrera
NOTAS 267

(véase la figura 19). Es posible que colgasen al emperador después de dego­


llarlo y exhibir su cabeza. O bien (como he sugerido anteriormente) lo decapi­
taron y luego lo colgaron por los pies, según se muestra en un dibujo de la eje­
cución que forma parte de un manuscrito pictórico del siglo xvi, el Mapa de
Tepechpan (Morley 1937-1938,1, pág. 15; Scholes y Roys, Maya-Chontal In­
dians, 1948, pág. 116; Gallo, Cuauhtémoc, 1978 [1873], pág. 68). A pesar déla
afirmación maya de que Cuauhtémoc fue bautizado la mañana de su muerte,
otras fuentes confirman que fue bautizado años antes en Tenochtitlán, con el
nombre de Hernando —el mismo nombre de pila de Cortés— (véase la cita de
las canciones al comienzo de este epílogo); en realidad, sería extraño que
Cuauhtémoc no hubiera sido bautizado poco después de la caída de la ciudad
en 1521 y no hubiera recibido, por su estatus de máximo dirigente mexica, el
nombre del español de máximo rango.
7. Los historiadores Scholes y Roys, hace más de medio siglo, cuando lo
esperable era juzgar a los protagonistas del pasado, «condenaron» severamen­
te la «conducta equívoca» de Paxbolonacha, aunque posteriormente recono­
cieron que, si bien sus acciones no se caracterizaban por la valentía, eran «rea­
listas y sensatas» (Maya-ChontalIndians, 1948, págs. 119,121).
8. Según señala Sahlins a propósito de «los incidentes de la vida y muer­
te de Cook en Hawai» (Historical Metaphors, 1981,pág. 11).
9. Parafraseando a Fernández-Armesto, al percibir un «indicio de ver­
dad», yo he pretendido «expresarla por los demás» (Truth, 1999, pág. 229).
10. La frase de la «constelación», de Richard Slotkin, aparece citada por
Amado, «Mythic Origins», 2000, pág. 784; Díaz, Historia, 1955 [1570], págs.
160, XXXV.
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Los números en cursiva corresponden a las ilustraciones; los que aparecen en negrita indi­
can las páginas donde se trata más a fondo el tema de la entrada.

Acolan, véase Itzamkanac 52, 54, 66, 75, 76, 81-90, 105, 115,
Acéfalos, 154 141.178.202.208.216
Acosta, José de, 170, 234n89, 247nl, Aliaga, Jerónimo de, 99
255n34,255n36 Almagro, hijo de Diego de, 50,77-79, 93,
Acton, Lord, 113 100
Adán y Eva, 156 Alvatado, Diego de, 100
Africa; Alvarado, don Alonso de, 61
costa occidental y central de, 34-35,92- Alvarado, Pedro de, 55, 62,74, 77-78, 86,
93, 94 92, 97-99, 100, 168, 172, 175, 201,
norte, 57,102 234n86,240n5,246n21
Africanos occidentales y centrales; cartas a Cortés, 82,235n4,251n45
conquistadores negros, 18, 19-20, 21, Amadís, 19
31, 38, 66, 76, 77, 81-82, 200-201,Amazonas, 155,252n9
205,208,216,243n40 Amazonia, 50-51,110,201,204
en el México del siglo XVI, 92,241n24, América, denominación de, 36
242n34,243n35 América central, 99,201
rebeldes, 91-92,103,118 indígenas de, 54,88,117
Aguilar, Gerónimo de, 53, 54, 127-130, Andalucía, 71
133 Andes, 50, 79, 86, 99,100,115-116,119,
Aguirre, Lope de, 100 135.154.176.180.216
Ahuitzotl (emperador mexica), 146 indígenas de, 86-87,100,118-121,140,
Alamo, 81 152, 169, 179, 186, 194-195, 200,
Alcalá, Manuel, 260n62 204,233n85,236n23
Alejandro Magno, 43,239n2 Anomia, 153,174
Alfabetización: Apoteosis de los europeos, 1 8 ,141,146,
de los conquistadores, 71-72,140-141, 161-175, 193, 254n27, 255n37,
149,237n29-31 256n40-41
de los indígenas, 71,141 Aquino, Tomás de, 141
mito sobre, 71-72,138-142,197,254n27 Araucanos, 92-94, 103-105, 117, 202,
Aliados, indígenas americanos, 20,31,38, 233n85
296 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Arawaks, 155 galeones, 62-64


Arcos y flechas, 89, 96, 103, 199, 204, naufragios, 109,129,160
241η21,259-260π72 quema o hundimiento, 46-48,23 ln64
ballestas, 264n36 Bardales, Juan, 101,102,243n41
Argentinos, 117,121 Beltrán, Juan, 101,102-106
Aristóteles, 141 Benalcázar, Sebastián dé, 55, 6 3 ,109,186
Armada Invencible (de 1588), 173,258n58 Benavente, conde de, 175
Axmamento, 199,202-205,263n29. Véan­ Benjamin, Thomas, 207
se también Arcos y flechas; Armas de Bergamo, Harione da, 62, 82, 171, 199,
fuego; Cañones; Espadas de acero; 299η55
Instrumentos y armas de hierro; Pe­ Berliner, Michael, 153,190
rros, guerra española Berrio, Antonio de, 265n44
Armas de fuego, 55,64,89,157,164,199- Berry, Leon «Chu», 31
200,202-204 Betanzos, fray Domingo de, 152
Arqueros, véase Arcos y flechas Betanzos, Juan de, 138,149
Asia (oriente asiático): Bitterli, Urs, 164
colonialismo en, 237n24 Bogotá, 72
ruta marítima a, 32, 35-36, 108, 110, Bollo, dofia Juana, 238n40
206 Boston, 37
Astrolabio, 157-158 Brasil, 35,36, 252n53,261n2
Asunción, 62 Británicos, 94,173-174,237n24
Atahualpa, inca, 86-87, 100, 169, 193, Buenos Aires, 116
201 Bulas papales, 35
captura y muerte, 55-57,60, 67-68, 81, Buonamico, Lázaro, 26
87, 99, 115,136,152,171, 178-180,
191,216,257n51 Caballos, 55, 67, 68,69, 96, 97,104,115,
incidente antes de la captura, 123,139- 202-203,237n26,262nl3
145,148 en caballería, 62-64, 91,128
Australia, conquista de, 239nl mito del jinete, 165, 172, 258n53,
Autorizaciones de conquista, 47-52, 72- 264n39
76,108-113,239n47 Cabeza de Vaca, Alvar Núñez, 161nl,
Ávila, Alonso de, 76,238n42 243n38
Axayacad (emperador mexica), 146 Cabildos, véase Ciudades y villas de la
Aymarás, 257n51 América española
Azcapotzalco, 75,89-90 Cabo de Buena Esperanza, 26,35,36
Azores, 34 Cabo Verde, islas de, 34
Aztecas, véase Mexica Cabral, Pedro Alvares, 35-36
Cajamarca, 41, 52, 55-56, 60, 62, 66-67,
Babilonia, 175 71, 76, 99, 100, 104, 136, 139-142,
Bacalar, 23 l-232n70 191,202
Baja California, 43,98 Cakchiquel, mayas, 77,86,169
Balboa, Vasco Núñez de, 243n41 California, 51,23 9n2
Baltimore, 37 Calkini, 81,88
Barcos, 32,65,70,74,143,158,159 Calusas, 123
carabelas, 33 Calvin, 261n2
de esclavos, 94 Campeche:
In d i c e a n a l ít ic o y d e n o m bres 297

ciudad, 178 Chicago, 37


Estado, 208 Chichimecos, 91
Canarias, Islas, 34, 64, 110, 228n38, Chicora, Francisco de, 54
234n36 Chile, 57,78, 93,99,100-106,117,239n3
Canche, Napot, 81 Chimalpahin, 225nl
Candelaria, río, 208 Chocó, 117
Canibalismo, 154, 157, 158, 161, 177, Cholula, 55,164,234n88
252n9,253nl7 Cieza de León, Pedro de, 99, 142, 169,
Canoabo, 56 204,256-257n43
Cañones, 55, 61, 63,203 Ciudad de México, 38,43, 86, 90-91,96,
Capuchinos, orden religiosa de los, 82 115, 130-133, 198,208-209,230n62,
Carabelas, véase Barcos 238n42, 241-242n24, 242-243n34-
Caracas, 102 35,266n5. Véase también Tenochtit-
Cárdenas y Valencia, Francisco, 245nl0 lán (alias Mexico-Tenochtitlán)
Caribe, 50,155 Ciudades ÿ villas de la América española,
colonias del, 37,48,64, 71, 72 21,231n70
conquista del, 34-35,48,56,59,77-78, cabildos, 48,184
79,95-96, 99,143,185 fundación de, 47-49
indígenas del, 52-57, 88, 96,132,135- Clendinnen, Inga, 137,187,204,258n55
136,143-144,155-158,163-164,197, Cline, Sarah, 43
201,252n9,259n65 Coanacoch (rey de Texcoco), 209, 210,
Caribe, río, 208 214,215,266n5
Carlos V, 64, 69, 74-75, 143, 147, 174- Coatzacoalcos, 90
176. Véase también Rey, de España Cocom:
Carolina del Sur, 5 4 ,243n38 dinastía maya, 183
Carr, E. H., 230n60 Ñachi, 116
Carrasco, David, 255n36-37 Códice Florentino, 42, 85, 97,126, 127,
Carrillo, doña Isabel, 186 131,132,146-149,165-168,192,195
Carrillo y Ancona, obispo Crescendo, Cogolludo, fray Diego López de, 266n4
116 Colombia, 68-72,73,102,120
Casa Blanca, 277n31,228Λ36 Colón, Cristóbal, 30, 39, 44, 53, 55-56,
Castellanos, Juan de, 103 59, 73, 108-110, 135, 136-137, 149,
Castilla, 33, 35, 36, 56, 64, 71, 94. Véase 153-158,195, 200
también España caballeros de, 228n35
Cazonci (emperador tarascano), 151,169, contexto portugués y breve biografía,
234n94 32-37
Cempoala y Cempoalas, 111,165 conversión religiosa, 26, 42, 119-120,
Cerrato, Alonso de, 238n44 129, 135, 145, 156, 166, 191-193,
Cervantes de Salazar, Francisco, 43 , 47, 199, 215, 266n6. Véanse también
227-228n33 Cristianismo; Dominicos (orden reli­
César, Julio, 43,229n51,230n62 giosa); Franciscanos (orden religiosa)
Chanca, doctor, 249n20 ideas actuales sobre, 25,26, 27-34,37,
Charrúas, 117 62,107,132,153,174,190,249nl6,
Chi, Gaspar Antonio, 54,136,183 252n9,261n4
Chiapas, 77 textos de, 33, 36-37, 39-40, 107, 110,
Chibchas, 120 137,160-164,229n55,249nl6
298 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Colón, don Diego (hijo de Colón), 238n34 Costa Rica, 243n40


Colorado, río, 236nl3 Cowher, Iris, 258n58
Conquista espiritual, 120-121. Véanse Cozumel, 76
también Cristianismo; Sacerdotes Cristianismo, 41, 46, 96, 120, 142, 146,
Cook, capitán James, 174,267n8 170,258n58
Córdoba, 17 protestante, 64,173
Corona: Cuadros de la conquista, siglo X V H , 63-
censura, 39,41 6 4 ,124-125
política colonial, 156,245n8,251n45 Cuauhtémoc, 83, 90, 114,133,207,213,
Corpus Christi, 176 239n2,266n4
Correa, Juan, 124-125 captura de, 83
Cortés, don Martín: muerte de, 22,207-218,266n4-6
conspiración y muerte de, 238n42 Cuba, 49-50,72-76, 87, 96, 234-235n96,
infancia, 208 238n34
Cortés, Hernán, 26, 40, 43 , 47, 64, 97, Cuitlahuac (emperador mexica), 201
113,124, 128, 162,198, 213, 262n8 Culhuacan, 87-88, 89
apoteosis de, 141, 146, 161, 165-170, Custer, última posición de, 82
173,255n34,255n37 Cuzco, 61,78
caída casi fatal, 212 asedio de Manco, 87,100,116,180,191,
cartas al rey, 17,39,41,47,60, 71, 82, 233n85, 234n86, 244n44, 265n47
110-114, 115, 129, 133-134, 144- captura española de, 100,104,250n41
146, 160, 166, 189, 192, 203, 204,
209 Dávila Padilla, Agustín, 151
conquistador arquetípico, 17, 19, 29, Diablo, 169-171
37, 38, 42-47, 52, 56-57, 84-85, 91, Diamond, Pared, 140
114, 137, 151, 173, 174, 189, 192- Díaz del Castillo, Bemal, 63
193, 195, 199, 207, 211, 229n48, crónica de la conquista, 62-63, 71, 82,
230n62,232n72,239n2,240nll 90,126,139,157,165,198,199,204,
en Ciudad de México, 130,176 208-214,217-218,238n44
en España, 39,42 estatus social, 235n2
expedición a Baja California, 98 motivos literarios, 19-20, 40, 219,
expedición a Honduras (1524-1526), 228n43
22, 89-90,130,172,208-219,266n4 sobre los festivales de la conquista, 89-
expedición a México (1519-1521), 25, 91
28-29, 42, 46-50, 54-64, 66, 73-76, sobre Malinche, 129,133,135
87-88, 129-130, 180, 192, 201-204, Tenochtitlán, 21-22,223n3,253nl7
23 ln64, 231n67, 233n85, 234n86, Dibble, Charles, 195,205
251n48,259n64 Diderot, Denis, 27,190
primer encuentro con Moctezuma, Dioses, 146, 171-173, 194, 224n7, 255-
123-129, 130, 134, 141, 145-149, 256n37
247nl,248n2 Doble identidad malinterptetada, 122,
relaciones sexuales, 73 , 83, 129-130, 148-149,184-185
240n7 Dominicos (orden religiosa), 41-43, 97,
residencia de, 25 ln48 130,140-143,156-158,192
Cortés, Juan, 97 Dor-Ner, Zvi, 225n5
Corvo, isla de, 34 Dryden, John, 189
In d i c e a n a l ít ic o y d e n o m b r e s 299

Duchisela, donjuán, 186 medieval, 118-119,228n38,233n84


Dunn, Oliver, 161 regreso o misivas de los conquistadores
Durán, Diego, 97 a, 35, 38, 50, 54, 67-69, 73-76, 94,
Dürkheim, Émile, 252n5 104, 110, 135, 136, 176, 197, 205,
239n46-47
Eco, Humberto, 32 Española, La, 56-57,59,94, 96,100,156,
Ecuador, 57,76,78,90,100 164,202,234n96
Edad de los conquistadores: Estados Unidos, 37, 114, 117, 173,
españoles, 71 224n7,249nl6
negros, 96 Esteban, 243n38
Edad Media, 141,186 Ewaipanoma, 154
Edén, jardín del, 156 Exploración del espacio, 2
Eguía, Francisco de, 97 Extremadura, 71,74
Ejércitos:
español, 59-67,174-177,216 Felipillo (intérprete andino), 136,142
francés, 63-64 Fernández, Juan, 102
romano, 59 Fernández-Armesto, Felipe, 31, 33,180,
Véanse también Aliados; Mexica 264n43,267n9
El Cid, 233n84 Fernández de Lucena, Vasco, 34
El Dorado, 51,160,265n44 Fernández de Lugo, don Pedro, 73
Eliade, Mircea, 224 n7 Fernández de Oviedo, véase Oviedo,
Elliott, J. H., 138, 193-194, 232n72, Gonzalo Fernández de
262nl3 Femando, rey, 63,107,110,147,160
Encomiendas, 72-78, 92, 104, 130, 136, Festivales de la conquista, 89-91, 175-
186, 236n23, 238n42, 238n44, 176,238n42
242n26 Flamencos, 34,71
definición, 68,248n6 Flores, Francisco de, 257n48
Enfermedades epidémicas, 86, 110, 119, Flores, isla, 34
134, 149, 191-192, 203-204 , 206, Florida:
184-186,200-202 conquista, 116-117, 123 , 233n85,
Erauso, Catalina de, 237n28,239-240n3 243n38
Escalante Fontaneda, Hernando de, 123 descubrimiento, 96
Esclavitud y esclavos: Franceses, 26, 62, 64, 190, 206, 253nl7.
africanos, 70, 75, 76, 81, 88-106, 190- Véanse también Ejércitos; Rey
191, 216, 237n25, 242n28, 242n34, Franciscanos (orden religiosa), 41-43,
244n47 120, 136, 146, 156, 160, 167, 175,
indígenas, 53, 81-90, 113, 127, 129, 180,192
143-144,179 literatura, 43, 44-45, 62-63 , 75, 121,
Véase también Africanos occidentales y 166,168-169,229n48
centrales Véase también Códice Florentino
Espadas de acero, 8 2 ,150,199,202-205 Francisco (intérprete de nabua), 54
España, 32, 37, 40, 71, 72, 96, 103, 141, Francisco 1 ,175
166 Fuentes, Carlos, 199,232n72
casa de Cortés en, 39,42-43 Fulupo, Pedro, 101,243n41
expansión imperial de, 26, 41, 42, 43, Furham, Alfred, 232n78,246n20
56-57,64-65,140,206
300 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Galiano, Leonor, 104 Guerrilla, 64-66


Gallo, Eduardo, 266n5 Guevara, doña Isabel de, 62, 239n3
Gallo, isla, 90 Guilmartin, John, 204
García, Bartolomé, 236n23 Guzmán (español sacrificado), 83
García, fray Marcos, 257n49 Guzmán, Eulalia, 230n62
García, Juan, 96,100-101,104-105 Guzmán, Ñuño de, 234n94
biografía en forma de tabla, 105
Garcilaso de la Vega, El Inca, 142-144, Habana, 48,74,228n34
191 Habsburgo, dinastía, 64. Véanse también
Garrido, Juan, 81,94-105 Carlos V; Rey, de España
biografía en forma de tabla, 95 Hancock, Graham, 257n51
Génova, 33 ,34,71,228n34 Hanke, Lewis, 26,143
Gibson, Charles, 47,179 Harris, John, 126,266n4
Ginés de Sepulveda, véase Sepúlveda, Hassig, Ross, 84,23 ln 67
Juan Ginés de Hawai, 161,173-174,267n8
Golfo de Guinea, 34 Hergé, 194,1%, 262nl7
Golfo de México, 47, 48, 83, 87-88, 90, Hernández de Córdoba, Francisco, 53,
127,164 133
Gomara, Francisco López de, 26-27, 37, Hernández de Puertocarrero, Alonso,
39,40, 43-46, 54, 84, 126, 127, 129, 129
133,148,164,192,204,208-218 Herrera, Antonio de, 41,61,62,191,202,
Gómez de León, 104 210-211, 213,266n4
González, Gil, 243n41 Herrera, doña Beatriz de, 75
Gonzalo (capitán mexica), 81, 88 Hidalgo y Costilla, Miguel, 114
Goodrich, Aaron, 26 Himmerich y Valenda, Robert, 244n44,
Graham, Cunninghamc, 262nl3 265n47
Granada, 63,110,147,234n96 Holandeses, 66,173,206,223nl, 231n64,
Greenblatt, Stephen, 137,138-140 237n24,239n2
Griegos: Hollywood, cine de, 29,31-32,127,161,
antiguos, 2 6 ,226n9,23 9n2 232n78,263nl9
siglo XVI, 71 Holocausto, 185,252n3
Grijalva, 53-54,74,75,76 Honduras, 43, 74, 76, 90, 97, 102, 130,
Groenlandia, 223n2 243n41
Guacanagarí, 56 Huaman Poma de Ayala, don Felipe, 151-
Guanahaní, 153 152,181,185,229n56
Guatemala, 40,81, 89, 92,104, 201,208, Huascar Inca, 86,171,201
238n40,259n72 Huayna Capac Inca, 86,171,201
conquista de las tierras altas, 40, 62,76- Huejotzingo y huejotzingos, 83,85-90
79, 82, 84-88, 97-99,169,176,178- Huitzilopochtli, 164-166
179, 234n86, 235n4, 238n44,
246n21,251n45 Ibarra, Francisco de, 243n38
Véase también Petén Icaza, Francisco de, 63
Guatusos-Malekus, 117 Ideología;
Guerra de México y Estados Unidos, española imperial, 41, 46, 108-114,
107-108 117-118, 121-122, 144, 191-200,
Guerrero, Gonzalo, 160 229n45
ÍNDICE ANALITICO Y DE NOMBRES 301

racista, 135, 153-154, 157-158, 174- Jalisco, 88


175,190-191 Jamaica, 54
Véase también Superioridad, ideología Jaramillo (alias Xaramillo de Salvatierra),
de los españoles 130,248n6
ídolos, destrucción de los, 25-26 Jemingham, señora de Edward, 151,173
Iglesia, Santón, 40,27,28,29, 78, 86-88, Jerez, Francisco de, 25,28,41,59-60, 62,
115-116,139-141,151-153,172,206 67,71,141-143,204
Imperio inca, reino rebelde del siglo XVI, Jerusalén, 175-176
180-184,191-192,196,257n48 Jiménez de Quesada, Gonzalo, 61,71,72,
Imprenta, 26 265n44
Indias Orientales, véase Asia (oriente Judíos, 25
asiático) Julián (intérprete maya), 53
Indígenas americanos, 54,117 Júpiter (dios), 170
comunidades municipales, 119, 144-
145,154-155,176-179,183-185,201, Karttunen, Frances, 248n6,249n25
218,251n49 Keen, Benjamin, 195
concepción de la conquista, 42-43, 90, Kelley, James, 161
117-119,152,166-167,169-170,174- Kramer, Wendy, 256π40-41
179 . Krippner-Martinez, James, 169
culturas délos, 198-199
descenso demográfico en el siglo X V I, Landa, fray Diego de, 62, 75,160
152,184-186,199-201,253nl5,260 Lanyon, Anna, 123,239nl
n80 Larson, Gary, 161
rebelión y resistencia, 112-119, 121, Las Casas, Bartolomé de, 42,45,56,114,
156-158,180-184,217-219 123, 131, 136, 141, 143, 149, 152,
Véanse también Aliados; América cen­ 158, 185, 192, 228n43, 230n62,
tral; Andes; Araucanos; Mayas; Me- 253nl5
xica; Nahuas Lasso de la Vega, Gabriel, 43,44,240nl 1,
Ingleses, 64,66,69,155,172-174,206 262n8
Inocencio VII, papa, 34 Le Clézio, J. M. G., 138, 154, 168, 194,
Instrumentos y armas de hierro, 89,186 195,230n62,254n27,258n53
Intérpretes, 52-54, 127-136, 139-140, Lemire, Charles, 253nl7
142-143,217,243n40,249nl6 Lengua:
Irlandeses, 37 español, 38,121,126,127,129,135
Irving, Washington, 32,37 indígena, 134-135, 137, 143-144, 154-
Isabel, reina, 25,32-35,63,107,110,112- 155
113,144,155,161,197 instrumento de conquista, 137-149,
Islam, 119, 144. Véase también Musul­ 195-199
manes italiano, 39
Italia, 64 latín, 39,197-199,23 ln64
Italianos, 34,36,37 maya chontal, 214,217-218
Itzamkanac, 207-219 mixteca, 118-119
Itzcoatl (emperador mexicano), 146 nahuad, 42-43,53,54,83-84,118-119,
Ixtlilxóchitl, don Femando de Alva, 208- 126,127-132,145-149,170,178-179,
210,214,266n5 208-209,218-219
quechua, 118,121,142,170-171,257n49
302 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

yucateca maya, 53, 88, 118-119, 130, Quiché, 76-78,86,234n86


243n40 Tzutujil, 76-78
León-Portilla, Miguel, 153 Yucatecas, 54, 75, 86, 89, 113, 116,
Leones y tigres, 160 117, 118, 129, 133, 160, 177, 182,
Lerma, Pedro de, 100 183,241n21,259n72
Lescarbot, 160 McCullah, Behan, 224n4
Lévi-Strauss, Claude, 141,252n3 Medellin (España), 73
Leyenda negra, 172-174 Mediterráneo (mar y región), 34, 56-57,
Lima, 38,93,104,115,136 91
Lisboa, 94 Melchor (intérprete de maya), 54,133
Llorona, La, 132,248n9 Melilla, 234n96
Lockhart, James, 68,122, 184 Mendez, Santiago, 194
Lope de Vega, 37 Mendieta, fray Gerónimo de, 157,229n48
López de Gomara, Francisco, véase Go­ Mendoza, don Antonio de, 75, 175-176,
mara, Francisco López de 239n47
Los Ríos, Pedro de, 50 Menéndez de Avilés, 243n38
Losada, Diego de, 100 Mercado, fray Tomás de, 138
Lugo, Luis de, 100 Mercurio (dios), 170
Luna y Arellano, Tristan de, 243n38 Mérida (Yucatán), 99,104,113,115,116,
135,178
Mackie, Sedley, 235n4 Mesoamérica, 41, 76, 77, 114-115, 119,
Macleod, Murdo, 247n27 154,216
Madeira, archipiélago de, 34 concepción mesoamericana de la histo­
Madrid, 37,38,39,136 ria, 117-118,241nl5,245nl5
Magallanes, Hernando de, 213 mesoamericanos del siglo XVI, 85-86,
Mali, 206 91-92,119,121,141,176,204
Malinche (alias doña Marina), 53-54,60, Metales preciosos, 38, 51, 100, 202-204.
63, 124,127-136,131,147,148-149, Véanse también Oro; Plata
208-209,248n6 Metz, 64
Manco Inca, 87,100,179-184,151,218 Mexica:
Maquiavelo, 232n72 concepción de la conquista, 42-43, 90,
Marihueni, 102 152,166-167,169-170,174-177
Markham, sir Clements, 233n84 ejecuciones rituales, 83, 157-158,204-
Marquina, Gaspar de, 56,57, 67-68, 72, 205,258n55
191-193 imperio, auge y decadencia, 28,29, 52-
Martinillo (alias don Martín Pizarro), 54, 53,56-57, 64, 66, 81-93, 97-98,105,
136 114-115,136,141,147,166,168-169,
Mártir, Pedro, 253nl4 175-180,201,206,240nll, 264n36
Marxismo, 224n4 líderes, 46, 83, 88-89, 127, 129, 132,
Mayas, 72, 88, 120, 163, 194, 201, 205, 136,146-147,163,208-219,251n49,
251n41,254n27 260n76
Chontales, 22,127,172,179,207-219, otros aspectos de la cultura, 133,138-
241n21,259-260n72 139, 146-149, 169-170, 172, 194,
de Mopán, 243n21,259n72 196,204-206
Itzá, 116,238n40. Véase también Petén Véanse también Cuauhtémoc; México;
Mactun, véase Mayas, Chontales Moctezuma (Xocoyotl)
In d i c e a n a l ít ic o y d e n o m b r e s 303

México: Morelos, José María, 114


central, 41, 42, 43, 62, 74-79, 88, 89, Morison, Samuel Eliot, 32,162,163
104,116,122,127,156-157,201 Moros, 90,175,233n84
conquista de, 25-26, 27-28, 38-48, 71- Moscovitas, 206
72, 73-74, 76-77, 82-90, 95-99,107- Motolinía, fray Toribio de Benavente, 42,
108, 113, 114, 120, 135-136, 151, 45, 81, 111, 165-168, 175, 192,
167, 171-174, 196, 197-203, 216, 223n2
239n2 Muiscas, 120
novelas históricas sobre la conquista, Mujeres conquistadoras, 237n28, 239-
229n59 240n3
república de, 114-115, 121, 133, 160, Mund, Sabine, 228n43
172,266n5 Murúa, fray Martín de, 191
septentrional, 56-57,114-115,117-118, Musulmanes, 103,118-119,147,175-176.
128-129 Véase también Moros
valle de, 123,164-165,210-211
Véanse también Cortés; Mexica; Nahuas Nacionalismo, 113-115,121
Mexico central, véanse Mexica; Mexico, Nahuas, 54,75,77,83,85-86,89,91,118,
central; Nahuas 119, 122, 127, 146, 166, 177-179,
Michoacân, 87, 98,115,169 201, 208-216, 251n49. Véanse tam­
Millar, George, 51-52 bién Lengua; Mexica
Mississippi, 201 Ñapóles, 234n96
Mitología griega, 18 Narváez, Panfilo de, 101,201
Mixtecas, 119, 177-179,205. Véase tam­ National Air and Space Museum, 27
bién Lengua Navarre, 234n96
Moctezuma (Xocoyod), 43, 54, 55, 97, Nebrija, Antonio de, 197
111, 124, 128, 133, 137, 164-166, Nicaragua, 50,55,59, 67, 68, 89-90,117-
169,179,183,201 118
chivo expiatorio, 146, 151, 167-168, Nicholson, H. B., 255n37
179-180,192-193,199-200,230n62 Nueva Castilla (Perú), 59,67
el viejo (llhuicamina), 146 (en España), 71
muerte, 166 Véase también Perú
primer encuentro con Cortés, 123-128, Nueva España, 25,42,75,88,91,98,114,
130, 134, 141,145-149,214, 247nl, 115,176,179
248n2,251n48 Nueva Granada, véase Colombia
Moctezuma, doña Isabel, 260n76 Nueva York, 37
Molina, Cristóbal de, 191 Nuevo México, 111,115-118
Monarquía, véanse Corona; Fernando,
rey; Isabel, reina Oaxaca, 8 8 ,178,204,241nl5
Montejo, don Francisco de: Obeyesekere, Gananath, 173-175,207
el joven, 76,77,78,81 Obregón, José María, 27-32
el sobrino, 76-77 Obsidiana, 203
el viejo, 47-50, 59, 71, 73-77, 88-89, Océano Atlántico, 29, 31-37,38,39, 50,
100-111,204 65,74,95,110,242n28
los tres, 85-86 Ocupaciones profesionales:
Montesinos, fray Antonio de, 156 americanos afroespañoles, 103
More, sir Thomas, 156 españoles, 68-72,118-119
304 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Ogilby, John, 55,164,246n25,250n40 Pedrerías de Ávila, 50, 59, 67, 68, 191-
Ojeda, Alonso de, 36 193,243n41
Olid, Cristóbal de, 74, 90,213,216 Peña, Pedro de la, 103
Olmedo, fray Bartolomé de, 198 Pérez, Antonio, 100-101
Ofiate,Juande, 109,110 Pérez, Juan, 54
Orán, 234n96 Perlas, 51
Ordaz, Diego de, 100 Perros, guerra española, 54-55, 202,
Orellana, Francisco de, 50-52, 109-111, 234n86
204,232n77 Perú, 194
Oriente Próximo, 102,174Ί75 colonia de, 103-104,116,151,180-184,
Orinoco, 100 239n2,257n48
Orizaba, volcán, 199 conquista, 27,44-45,50,59, 66,70-71,
Oro, 47, 48, 55, 59, 62, 67, 74, 76, 96, 76-79,81, 86-88, 89, 92, 97, 99,100-
103-104, 110, 111, 146, 194, 210, 105, 107, 135, 138-143, 151-154,
236nl3,242n34,254n27,51-53,232- 168-171,2Q0,218,233-234n84-86
233n78 Peten, 80,115-118,210,237n24,241n21,
Orteguilla, 54 259n72
Otomanos, 91,206 Piratas, 66,239n2
Otomís, 259n65 Pizarro, doña Francisca, 135-136
Ovando, Nicolás de, 96 Pizarro, Francisco, 27,50-53,55-57, 59,
Oviedo, Gonzalo Fernández de, 41,143, 71,77-79,86-89, 92-93, 99,135,169,
157,166,191 171,201,203-204,233n85,251n45
Oviedo y Baños, José de, 204 conquistador arquetípíco, 29, 38, 44-
Oxkutzcab, 89,241n21,259n72 45,56-57,232n78,239n2
encuentro con Atahualpa, 55-56, 60,
Pacífico: 6 1 ,67,87,139-145,148
costa, 50 muerte, 50
islas, 239n47 Pizarro, Gonzalo, 50-51,110,136,204
sur, 253nl7 Pizarro, hermanos, 102, 180, 237n31,
Pagden, Anthony, 6 0,246nl6,250n32 238n44
Países Bajos, 64 Pizarro, Hernando, 109,233n84, 250n40
Palacios Rubios, Juan López, 245n8 Pizarro, Pedro, 71,250n40
Panamá, 50,55, 69-72, 79, 87,102, 117, Plata, 52-53 , 55 , 59, 62 , 76, 104, 109,
191,234-235n96,243n41,244n47 236nl3
Pánuco, 88 Platón, 21-22
Papado y papas, 112, 134, 145, 245n8. Poma de Ayala, véase Huaman Poma de
Véase también Inocencio VII Ayala, don Felipe
Paraguay, 62,236n23 Ponce de León, 96,113
Pasadena, 261n4 Popol Vuh, 21-22
Pastor Bodmer, Beatriz, 232n72 Portero, 104
Pax Colonial, 113,117-119 Portugal, 33,96,118
Paxbolonacha: expansión imperial, 32-37,206,252n53
el joven {alias don Pablo Paxbolon), tráfico de esclavos, 92,93,102
178-180,241n21,259n72 Portugués, Juan, 101
el viejo, 172,207,259n72,267n7 Pregoneros, 103
Pecb (dinastía maya), 86,183 Presagios, 167,171,195,255n36
ÍNDICE ANALÍTICO Y DE NOMBRES 305

Prescott, William, 23, 27, 45-47, 51, 62, de Francia, 91,175


81, 82, 84,115,151,169,180,200 de Portugal, 156
Probanzas, 38-42,46, 71,236nll Véase también Carlos V
Procedimientos o pautas habituales de la Ricard, Robert, 120
conquista, 31,46-57,72-79,139-141, Río de la Plata, 116,239n2
215 Riobamba, 185
Procol Harem, 189 Rivera, Diego, 230n62
Producción de azúcar, 34,94 Rodas, 91,176
Providencia divina como explicación de Rodríguez Freyle, Juan, 72
la conquista, 41, 42 , 82, 108, 117, Romanos, antiguos, 25-26,59-60,226n9,
169-170, 191-193, 255n34, 262n8, 239n2
262nl3 Ropa, 121,158,176
Prusianos, 173 Rorke’s Drift, 81
Puebla, 93 Roys, Ralph, 207,267n7
Puerto Rico, 96,103,234n96 Ruiz, Miguel, 96,98-101
Puná, isla, 56 Rusos, 107
Purchas, Samuel, 195-199 Russell, Jeffrey Burton, 32

Quechua, véanse Andes; Lengua Saber, Carl, 253nl4


Quetzalcoatl, 146 Sacerdotes, 70-72,119-121. Véanse tam­
Quintín Lame, Manuel, 245nl5 bién Dominicos (orden religiosa);
Quipus, 140 Franciscanos (orden religiosa)
Quiroga, Vasco de, 156 Sahagún, fray Bernardino de, 43, &?, 97,
Quito, 50,78,185 126,166,192,201
Sahara, tráfico de esclavos, 94
Ralegh, sir Walter, 154 Sahlins, Marshall, 173,267n8
Ramírez, hermanos, 97 Salamanca:
Raynal, Abbé, 26,36 debate de, 32
Razaf, Andy, 25,31 en la América española, 49
Rebelión, véase Africanos occidentales y Sale, Kirkpatrick, 153
centrales Salitre, 199
Reforma, 173 Salvaje noble, 158,160
Rendición, mitos de la sumisión y la, 111- Sambos-Mosquitos, 117
113,145-149,151-154,161,251fl48 San Bernabé, batalla de, 116
Repúblicas latinoamericanas, 38, 114, San Pedro, río, 208
121 San Pedro Mártir, río, 208-210
Requerimiento, 47, 134, 143-145, 149, Sandoval de Medellin, Gonzalo, 213
158,250-251n41-45 Santa Marta, 73
Revolución militar europea, 62-66, 203- Santiago:
204 de Chile, 9 3 ,114,245nl5
Rey: de Guatemala, 98,178
afromexicano, 91 Santo Domingo, 48,228n34,243n38
de España, 38-39,49,42,49,60,63-64, Sarmiento, Pedro de, 169
91,111-113,120,129,133,134,144- Scholes, France, 207,267n7
147, 151, 152, 166, 175, 191-192, Scott, Sir Ridley, 29,32
250n41 Sedeño, Juan, 97
306 LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Seed, Patricia, 143,250n41 Texcoco:


Segunda Guerra Mundial, 107 ciudad, 209,210,214,259n64
Seminales, 117 lago, 123
Senegal, 103 Tezcatlipoca, 255-256n37
Sepúlveda, Juan Ginés de, 43, 151, 158, Thomas, Hugo, 46,53
189-191,193,197,230n62 Tiahuanaco, 257tö 1
Sevilla: Tierra Firme, 191
archivos de, 39 Tintín, 193-194,196
restos de Colón en, 228n34 Titu C u s í Yupanqui Inca, 140-143, 171,
siglo X V I, 64-65,75-76,95,136,244 n 47 183,191-192,257n48,257n49
Shaffer, Peter, 233n78,250n38,257n51 Títulos españoles de políticos, 35,183
Shakoris, 54 Títulos primordiales, 177-179,259n68
Smith, Adam, 26,36 Tlacatlec (señor nahua), 211
Soldados, 59-60,65-70,216,265n4-8 Tlaloc, 172
Solórzano, Juan de, 231n64, 239n2, Tlatelolco y tladelolcos, 43,166-168,180
250n41 Tlaxcala y tlaxcalas, 81, 83-88, 165, 174-
Songhay, imperio, 206 176,180,191,259n64-65
Soto, Hernando de, 55,233n85,243n38 Todorov, Tzvetan, 27, 55, 86, 107, 132,
Sotuta, 116 136-139, 141, 161, 167-169, 195,
Soustelle, Jacques, 195 231n64,250n32,254n27
St. Barnabas, 170 Tonatiuh, 172
St. James (Santiago), 191,262n8 Toral, Sebastián, 19,101,102,103
St. Paul, 43,170 Totonacs, 165,195
Suárez, Inés, 239n3 Tovar, Juan de, 223n 1
Sudamérica, 86, 97-98, 99,100,155,201 Trevor-Roper, Hugo, 261n5
Superioridad, ideología de los españoles, Trigo, 97
82, 108-109,112,138-142,143-144, Trouillot, Michel-Rolph, 190,224n5-6
153,174-175,189-206,215-218 Trujillo (Perú), 236n23
Tucapel, batalla de, 93
Tabasco, 164 Tuchman, Barbara, 168,180
Tacuba, 210 Tules, 117
Tainos, 135, 157. Véanse también Ara- Túmbala, 56
waks; Española, La Túpac Amaru (Inca), 115,183
Tapia (espía mexica), 211 Tupinamba, 261n2
Tarascanos, 115,169,234n94
Tecuichpo, doña Isabel, 83,240n7 Ursúa y Arizmendi, don Martín de,
Tehuantepec, 88 237n24,238n40
Tekax, 89 Uruguay, 116-117
Tenochtitlán (alias Mexico-Tenochtitlán),
3 9 ,40,43,46,55, 75,77, 83-84, 98, Valdivia, Juan de, 93
115, 127, 128, 141, 142-149, 164, Valdivia, Juana de, 93
167,176,200,208-216,213,251a49, Valdivia, Pedro de, 233n85,239n2
264n36 Valencia, 233n84
Teñidle, 164-166 Valiente, Alonso, 93
Tetlepanquetzal, don Pedro (rey de Tacu­ Valiente, Juan, 93-106,117,239n48
ba), 207,210,215,266n5 Valladolid (España), 228-229n43
ÍNDICE ANALÍTICO Y DE NOMBRES 307

Valle-Inclán, 22 Virgen María, 191


Valverde, fray Vicente, 139-144 de Guadalupe, 114
Van der Straet, Jan (alias Stradanus), 158 Viruela, 86, 97,200
Vargas Machuca, Bernardo de, 65, 149, Vivaldi, hermanos, 34
202, 203 , 226n9, 233n85, 235n8,Vizcaya, 59,67
253nl7,262nl4
Vasallaje, 67-69,72-79,108,238n44 Watchel, Nathan, 151-153
Vasc da Gama, 35 Wilson, Samuel, 189
Vásquez de Ayllón, Lucas, 5 4 ,243n38 Wolf, Eric, 23 0n60
Vásquez de Espinosa, Antonio, 103,105 Wolofs, 103
Vaticano, 34 Word, Michael, 51,195,232n77
Vaz de Caminha, Pedro, 156
Velásquez, Juan, 211 Xicotencad:
Velázquez, don Diego, 40,49, 72-77, 96, Axayacatzin, 259n64
111,23 ln64,238n34 Don Luis, 259n64
Venecia, 19 Xiu (dinastía maya), 86, 152,183
Venezuela, 239n3 Xochimilco, 77
conquista de, 100,101
costa, 3 6 ,249nl6 Yaquis, 117
Veracruz, 48,64 Yaruquíes, 186
Verdad,219,224n4,224n7 Yucatán:
Verdugo, Melchor, 236n23 colonia, 54, 104, 117, 135, 178, 183,
Vespucio, Aniérico, 36,57,155,158,159 185,194,238n40
Veyne, Paul, 21 conquista, 44,49-50,59, 63,71-72, 74-
Viena, asedio de, 82 79, 86, 88, 99, 108, 111, 113, 116,
Villagutierre Soto-Mayor, Juan de, 107,116 160,177-179,204,238n42
Villarríca, 102,105 costa, 47,53,54, 73,74,254n20
Villegagnon, 261n2
Violencia, despliegue de (o teatral), 54- Zacatilla, 98
57, 66, 100, 114, 140, 208, 233-Zamora, Margarita, 137,161,163,245n2
234n84-88,234n94,259n64 Zapotecas, 178
Viracocha, 168-171,256-257n43 Zárate, Agustín de, 171,204

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