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La cultura de prevención en salud laboral

Por: Turki Al Maaz


Para hablar de cultura, de cualquier cultura, necesariamente nos debemos ubicar
en el marco de referencia desde el que vamos a hablar, en el caso de la cultura de
prevención en salud laboral debemos de manera obligatoria ubicarnos en el sistema
en que vivimos, es decir, sin hacer abstracción del sistema dominante, de la
propiedad privada de los medios de producción y de la lucha de clases.

La reflexión y la acción se deben orientar de manera radicalmente diferente, según


se plantee la cuestión o no en su relación con el sistema social, y en concreto con
el sistema capitalista y más específicamente con la lucha de clases. El sentido
mismo de los términos de “cultura” y “prevención” es diferente para aquel que se
proponga prepararnos para ocupar nuestro lugar en la sociedad capitalista y
específicamente en nuestro puesto de trabajo para aceptar con sumisión los
designios del patrón y sin cuestionar el proceso productivo y la propiedad de los
medios de producción o para aquel que quiere formar sujetos críticos y autónomos
ante la ideología dominante que apunten a la transformación de este sistema y
avancen en el control de los procesos productivos, así como en la socialización de
los medios de producción.

El desarrollo de una cultura de prevención jamás será neutra y más si la


presentamos como “apolítica”, los que impulsan esta cultura de prevención y no
hacen política, practican de hecho la sumisión al más fuerte, la cultura dominante
necesita que esta cultura plantee el “problema”, critico por demás, a partir de una
reflexión sobre “el hombre”, haciendo abstracción de la sociedad capitalista y de sus
conflictos y sin ninguna alusión a las relaciones de producción y presentando a los
trabajadores y trabajadoras como responsables de los accidentes y enfermedades
producto del trabajo.

La cultura dominante, también domina la investigación científica y técnica en la


materia y la acción dirigida a su mejora, al censurar o reprimir la situación de la salud
de la clase trabajadora en su íntima relación con el sistema social y por supuesto a
favorecer el “apoliticismo” de los que impulsan esta cultura preventiva.

La cuestión de la seguridad, salud y vida de la clase trabajadora abarca tanto


nuestro centro de trabajo como nuestro núcleo familiar, la comunidad a la que
pertenecemos y nuestra naturaleza, sin embargo, el centro laboral es el lugar
privilegiado para la construcción de la cultura de prevención ya que es allí donde
nos enfrentamos de manera directa a los factores de riesgo en nuestro proceso de
trabajo. Por tanto, la discusión que se tenga sobre este asunto cambiará de sentido
según se asuma o no su dimensión política.

El asunto en cuestión se presenta, en primer lugar como la aceptación o el rechazo


del sistema; y concretamente, en nuestro caso, del sistema capitalista, se trata más
exactamente, de la aceptación o del rechazo de una sociedad donde aún predomina
la ideología del capital que centra nuestra existencia en trabajar y valorarnos
exclusivamente por nuestra capacidad de obtener un mísero salario, a través de la
venta de nuestra fuerza de trabajo para luego consumir los bienes de uso y de
consumo que producimos y que el sistema, de manera muy eficaz nos ofrece,
además de hacernos creer que somos más valiosos o diferentes a nuestros
semejantes, cuando en realidad somos una servidumbre moderna, mentalmente
programada y dispuesta a defender al mismo que nos oprime y nos subyuga con
una relación de trabajo que nos explota y diezma, en ese sentido, los principios que
subyacen en nuestro análisis deben aplicar a toda sociedad autoritaria, aquella en
la que el poder se ejerce por una minoría.

El impulso de una cultura de prevención en los ambientes laborales debe asumir


una opción política que la sitúe, necesariamente en relación a las fuerzas existentes.
Debe tomar partido, o por la clase dominante o por la clase dominada, en ese
sentido, es una opción política de clase.

No debemos impulsar una cultura de prevención creyendo que lograremos


inculcarla a los empresarios o a la burocracia del Estado, esto, en definitiva, es
desconocer el funcionamiento de la ideología de dominación de la sociedad
capitalista, del papel que juega el Estado en esta sociedad y de los intereses
antagónicos de los empresarios y de la clase trabajadora. En ese sentido, Ludovico
nos ayuda: “La ideología no hay que ir a buscarla en las altas esferas del
pensamiento, en el arte o la ciencia puros, o en niveles situados místicamente sobre
la burda estructura material de la sociedad. No, la ideología, en su sentido más
estricto, hay que buscarla en el interior mismo del aparato productivo, en la infinita
casuística jurídica que justifica los contratos obrero-patronales declarándolos como
“contratos entre partes iguales”, o en esas sutilezas ideológicas que consagran
como inalienables(¡!) la propiedad privada, que es precisamente un factor primordial
de la alienación humana…”(Ludovico Silva, Contracultura, Pág. 25. Fondo Editorial
Fundarte. Gobierno del Distrito Capital / Alcaldía de Caracas).

Ahora bien, analizar la situación de la salud de la clase trabajadora no puede ser


tan ligera y mecánica, impulsar una cultura de prevención convocando a los “tres
factores involucrados” (Estado, Empresas y Trabajadores) es mantenernos dentro
de los límites impuestos por el sistema de dominación. La siguiente cita de Ludovico,
nos aclara un poco más el panorama: “La cultura ha sido un fenómeno
profundamente ideologizado, hasta el punto de que la cultura ha sido siempre un
asunto de la clase dominante, sometida a sus valores y creencias; y la ideología
siempre se ha disfrazado de cultura para disimular sus reales intereses”. (Ludovico
Silva, Contracultura, Pág. 45. Fondo Editorial Fundarte. Gobierno del Distrito Capital
/ Alcaldía de Caracas).

En ese sentido, lograr mejoras en los ambientes laborales que minimicen el impacto
a nuestra salud, no es despreciable, pero si estas mejoras se circunscriben al marco
del sistema capitalista y se mantienen allí no avanzaremos, es decir, si los medios
de producción siguen en manos privadas y los procesos productivos no pasan al
control de la clase trabajadora, la tendencia es a que la clase trabajadora cabalgue
sobre estas mejoras no estructurales obtenidas y perder de vista el objetivo vital de
que los medios de producción sean poseídos, planificados y utilizados por el pueblo
como única alternativa de desarrollo, igualdad, prosperidad, equidad y de salud de
la clase trabajadora, para que no nos sean arrebatadas y profundizar la lucha para
avanzar en el control de los procesos productivos.

La clase dominante necesita justificar su sistema ante los ojos de la sociedad, así
como necesita explotar a la clase trabajadora para extraer su inmoral ganancia del
sudor de la clase trabajadora (plusvalía). La clase dominante se apropia de la cultura
y a nuestros ojos expresa sus intereses como si fuesen la expresión del interés
general y del bien común. Se identifica con la naturaleza, con la patria, con el pueblo.
Lo que es bueno para la clase dominante es bueno para la nación. Esto lo vemos
con mucha frecuencia en los centros laborales, donde los dueños, a través de sus
lacayos cancerberos nos manifiestan que mientras la empresa sea próspera
nosotros también seremos prósperos, que mientras más trabajemos y colaboremos,
más tendremos.

En el plano de la cultura, los intereses de clase no explican todo, pero lo influencian


todo. Llegan a ser por tanto un obstáculo para develar la realidad, en la medida en
que los intereses en juego exigen que dicha realidad permanezca oculta.

Las relaciones de dominación se alimentan de ilusiones y falsedad, en estas


condiciones y constituida en virtud de la división del trabajo, la clase dominante
cuenta entre sus miembros a la mayor parte de los intelectuales, encargados, según
la expresión de Marx, de elaborar en teoría la ilusión que esta clase se hace de sí
misma.

Por otra parte, detenta, tanto los medios de producción como los medios de
reproducción de la clase trabajadora, así como las investigaciones y publicaciones
especializadas, medios de comunicación de masas, instituciones educativas,
movimientos políticos y sindicales, instituciones religiosas, entre otras.

Por todos estos caminos la clase dominante se encuentra en disposición de inculcar


su cultura de dominación al conjunto de la sociedad y específicamente a la clase
trabajadora. Así, sus ideas llegan a ser las ideas dominantes de la época. La clase
que es el poder dominante material de la sociedad es también su poder dominante
espiritual. Ella domina la cultura y por medio de la cultura.

La cultura dominada forma a los miembros de las clases populares para aceptar su
condición, para soñar en una promoción social calcada de los modelos burgueses.
La dependencia que engendra tiene de peculiar que no es percibida como tal por
las personas esclavizadas. La ilusión de la libertad forma parte de ello. La ideología
es una prisión invisible. Es una forma de violencia, en el plano simbólico, violencia
tan profunda que llega a esconder la servidumbre que engendra.

El principal éxito de la ideología es precisamente cegar a la clase trabajadora en lo


que respecta a su propia condición de clase social, a sus poderes y potencialidades
creadoras, a sus valores innatos de solidaridad y comunidad, para así asegurar a la
minoría de explotadores el apoyo de una “mayoría silenciosa” de explotados,
obtener que los esclavos luchen por defender sus cadenas.

La habilidad de la ideología es tal que en la medida en que la sociedad de


dominación no es justificable, provee a las frustraciones colectivas un lugar de
compensación. Ofrece a la protesta un espacio que no afecta los mecanismos
fundamentales del sistema y a la vez engendra la ilusión de hacerlo. Todo sucede
como si la solución estuviese dada por el hecho de ser proclamada; como si la
alienación fuese suprimida porque ha sido denunciada.

El impulso de una cultura de prevención está íntima y dialécticamente relacionado


con la alienación, enajenación, fetichismo e ideología del sistema dominante, de esa
cultura de dominados que nos ha sido sembrada por décadas, no es suficiente con
que nos suministren los equipos de protección personal como quieren hacernos ver
los asesores “especialistas”, los empresarios y los sindicaleros, el factor
fundamental radica en la formación permanente a los trabajadores y trabajadoras
en la materia, a su organización y movilización. ¿Qué equipo de protección se le
puede dar a una secretaria o a un trabajador de oficina, cuando a simple vista no
vemos los riesgos a los que están expuestos?

Sin temor a equivocarnos, es necesario afianzar que el modo de producción


capitalista es por completo ajeno a las necesidades que tiene la clase trabajadora
de trabajar de forma saludable y duradera a través del tiempo, en ese sentido, el
impulso de una cultura de prevención dentro de ese marco es caer en reformismo
lo que significa hacer abstracción del sistema dominante y caer en la "política social"
burguesa que por su esencia y naturaleza es la extracción de plusvalía y la
acumulación de capital.

En ese sentido, debemos necesariamente establecer que es imposible barrer con


esa cultura subyugante y dominante, así como con esa alienación ideológica si las
estructuras del capital se mantienen. Mientras exista capitalismo (trabajo asalariado
y propiedad privada de los medios de producción) será imposible que grandes
contingentes de trabajadores y trabajadoras asuman y se sumen a la lucha por la
emancipación. Si las relaciones sociales de producción son capitalistas, la
conciencia individual que porte cada trabajador y trabajadora será el reflejo de esas
relaciones.

Las políticas públicas en materia de prevención, históricamente en nuestro país se


han mantenido dentro del sistema dominante, es decir, estrictamente como políticas
asistenciales que solo apuntan a un “bienestar social” como política de
apaciguamiento, de calma, sin participación de los sujetos en su elaboración y
dirección y menos aún en función del cuestionamiento al sistema. Esto no significa
que las rechacemos, lo que queremos significar es precisamente que en nuestro
proceso revolucionario el objetivo estratégico de las políticas públicas en
prevención, deben ser radicalmente opuestas, es decir, que permitan cuestionar el
sistema y luchar contra él, en función de asumir el control de nuestro bienestar físico,
mental y social.

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