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Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
"Lilán y Fonzo".
El carruaje partió con la monarca quien tenía muchas ganas de ver a Lilán, la esposa del
rey Fonzo, gran amigo de Ulco desde la adolescencia. Si bien Lamsay tenía muchos años de
conocer a la pareja, tenía que reconocer que a veces le costaba trabajo entender a Lilán la
cual tenía un férreo carácter. A pesar de eso, la reina sentía un genuino afecto por la mujer de
maquillaje recargado. El camino era largo, para llegar a su castillo, había que atravesar una
llanura árida, después, el camino se abría en dos: el sendero izquierdo de piedras calizas y el
sendero derecho de piedra volcánica. Sobre la derecha, algunos árboles con pocas hojas
daban forma al camino, era común que las iguanas se cruzaran por ahí. “Espero poder platicar
con ella, a veces está tan irritada que es mejor hablarle poco.” Pensaba mientras el carruaje
se acercaba a la entrada principal.
El palacio era fríamente bello, de tonos grises y grandes columnas, un amplio portón de fierro
adornaba la entrada. Lamsay tocó la campana y luego de un momento se escucharon unos
gritos; era la voz Lilán, su tono era inconfundible.
-¿Qué no escuchan? ¿Están sordos? ¡Tiene horas que tocan la campana!-
Enfurecida, fue ella misma quien abrió el gran portón, el cuál rechinó un poco.
-¡Querida! Pasa, tú disculparás la tardanza pero aquí todos son unos incompetentes.-
Al decir esto, Lilán dirigió la mirada a su consorte, el rey Fonzo, quien estaba firmando unos
papeles en el recibidor; incómoda por la situación Lamsay ofreció la canasta que traía.
-Te traje esto.-
La mujer de maquillaje excesivo descubrió la servilleta de tela bordada que cubría la canasta y
haciendo una mueca agregó:
-Gracias amiga, pero me hubieras traído una de esas botellitas que tiene Ulco en su cava.-
Ahora fue el rey Fonzo quien devolvió la mirada a su mujer por su descortés comentario.
Ignorándolo como era su costumbre, Lilán hizo una seña a la visitante para que caminara
hacia el jardín trasero.
Para suavizar un poco la situación Lamsay se acercó hasta dónde él estaba y dijo con un tono
suave:
-¿Cómo estás? He sabido que tu mal con el pasar de los días tan sólo es un recuerdo.-
-Así es.- Contestó el rey, poniéndose de pie y besando la delicada mano de Lamsay.
-¿Qué es eso que huele tan bien? ¿Qué nuevo postre nos has traído?-
Cuando estaba por responder, fue abruptamente interrumpido por Lilán, con su tosco estilo de
siempre, impaciente y autoritario dijo:
-¡Por Dios Fonzo! No fastidies, tenemos muchas cosas que platicar, no nos hagas perder más
el tiempo.-
Ya encaminadas hacia el jardín casi gritando añadió:
-¡Mejor ponte a trabajar!-
Llegaron así al jardín trasero que aunque lucía recién podado, no tenía ni una sola flor. Lilán
puso la canasta en una mesa pequeña, caminó unos pasos e indicó a la reina invitada donde
sentarse. La mesa redonda de hierro forjado y las seis sillas estaban impecablemente
acomodadas junto con un juego de tazas y platos donde ya estaban servidos, una tarta de
fresas y un té un tanto amargo.
-¿Cómo has estado querida Lilán?-
En realidad esa fue una pregunta de cortesía porque lo que Lamsay quería, era contarle sobre
el nuevo conocimiento que estaba adquiriendo.
-Quiero contarte tantas cosas que no sé por dónde empezar.-
Sin dejar que hablara, la reina de ropajes recargados y cabello corto contestó:
-Pues ya sabes, aquí con muchos problemas, hoy en día es prácticamente imposible
mantener a la servidumbre ¡todos son unos inútiles! Tú misma lo acabas de ver, no son
capaces ni de abrir la puerta. Para colmo Fonzo tiene una semana de no salir del palacio, ya
no lo aguanto no sé qué hace aquí, debería salir y convocar a una junta en el Salón de los
Caballeros y dar instrucciones precisas de lo que cada uno tiene que hacer.-
Tomó su taza, dio un sorbo, se metió un pedazo de tarta a la boca y continuó hablando sin
pausa.
-Lo peor es que yo me tengo que hacer cargo de todo aquí; si no pongo yo orden con los
príncipes nadie lo hace. Este inútil no puede ni controlar a sus hijos, menos va a poder
gobernar el reino.-
Así siguió por un largo rato, platicando a su amiga cada una de las desgracias que le ocurrían.
Lamsay se acomodó en la silla, empezando a sentir un peso en sus hombros y luego pensó
como en otras ocasiones: “¿Qué hago aquí? Si ya sé cómo es Lilán, siempre habla de ella y
de sus problemas y de cómo todos los demás le arruinan la vida.”
Pacientemente, escuchó el monólogo de la anfitriona quien finalmente, le preguntó:
-¿Y tú cómo estás? Por lo que veo, sigues de cocinera en tu propio palacio.- Se contestó,
señalando la canasta con la tarta de manzana.
-Pues te equivocas, esta tarta no la hice yo, aunque sí le enseñé a la cocinera cómo hacerla,
pero no he tenido tiempo de prepararla yo misma.-
-¡Vaya! Hasta que sigues mis consejos, nosotras no debemos cocinar, para eso está la
servidumbre.- Aseguró la anfitriona como si de una verdad sagrada se tratara.
Intentando conversar sobre el motivo de su visita, Lamsay expuso:
-Quiero retomar la pintura, hace tanto tiempo que dejé de hacerlo que casi lo olvido; se me
han ocurrido nuevas ideas.-
-¿Pintar? Querida, mejor deberías irte de compras, o viajar por reinos lejanos, siempre estás
encerrada en tu palacio.-
-Sabes que disfruto estar con mi familia en mi palacio.- Explicó con la poca paciencia que le
quedaba.
-¡Qué aburrida eres! La vida es mucho más que atender a tu rey y a tus hijos. ¡Mírame! Yo
disfruto lo más que puedo, déjame enseñarte las telas de seda que traje del Oriente, ¡están
divinas!-
Lamsay por demás incómoda rogaba que algo ocurriera para que pudiera salir de ese lugar lo
antes posible y como si sus ruegos hubieran sido escuchados, llegó Nuli, la princesa que
aunque físicamente se parecía a su madre, definitivamente no tenía su duro carácter.
-¡Querida tía! ¡Qué gusto verte! Hace tiempo que no venías, ¿nos trajiste frutas secas? Sabes
que me encantaría aprender tus recetas.-
-¡Nuli! ¿Qué modales son esos? Ya te he dicho que Lamsay no es tu tía, el hecho de
conocerla desde hace mil años no nos emparenta; además ya te dije que no es necesario que
aprendas a cocinar para eso está la servidumbre.- Expresó colérica Lilán subiendo aún más el
tono de voz.
-Pero madre te aseguro que mi tía me quiere tanto como yo a ella y que de ninguna manera le
importa que la llame así, ¿verdad tía?-
-Desde luego que no; tú sabes que yo te quiero mucho; eres parte de nuestra familia y por
cierto tengo aquí una carta que te ha mandado Merién, tómala.-
Al recibir el sobre, lo estrujó en su pecho, le dio un beso y dijo:
-Gracias tía, me voy.-
Lilán que estaba acostumbrada a tener “el control” de todo lo que ocurría en palacio dijo a su
amiga:
-Te voy a pedir que cuando traigas algo para mis hijos, me lo entregues a mi, así yo revisaré
primero de qué se trata.-
Lamsay sintió que el estómago le dolía, lo único que quería era salir corriendo de ahí, así que
se limitó a decir:
-¡Qué barbaridad! Lo había olvidado por completo, esta noche irá el sastre a llevarme los
disfraces para el Baile de las Mil Máscaras. Tengo que irme para llegar a tiempo.-
Se levantó de prisa para no esperar un momento más, se metió el último bocado de aquella
tarta, que por cierto estaba bastante insípida. En ese momento el rey Fonzo que se
aproximaba al jardín le preguntó:
-No te vas aún, ¿verdad, Lamsay?-
-Lo siento, tengo que recibir los disfraces; tú sabes que la fiesta está próxima.-
-¡Déjala! Sus sirvientes deben ser tan inútiles como los nuestros y tiene que encargarse ella
misma de todo.- Aseguró Lilán, de forma despectiva.
-Si fueras la mitad de lo que es Lamsay seríamos una familia feliz; no eres como las demás
reinas, me desesperas tanto a veces quisiera irme de aquí.- Dijo el rey con furia.
Y aunque el tono del rey era un tanto lastimoso, su forma de expresarse parecía más un
berrinche de niña caprichosa. Lamsay pensó que Lilán se merecía eso y más.
El rey, tomó del brazo a la invitada para acompañarla hasta la puerta y le comentó:
-¡Qué pena! Siento mucho el mal momento que te hemos hecho pasar, nos vemos en el baile;
ojalá yo pudiera inventar una excusa para salir huyendo de aquí.-
Ella lo miró directo a los ojos avergonzada por la mentira que había dicho; estaba dispuesta a
darle una explicación cuando Fonzo la interrumpió cordialmente y agachando la mirada
agregó:
-No hay nada que explicar, quién mejor que yo sabe lo frustrante que es estar cerca de Lilán.
¡Estoy muy desesperado! No sé qué hacer, dime tú qué hago.-
Aunque se conmovió ante la súplica de su viejo amigo, sabía que no era a ella a quien le
correspondía darle consejos.
-Es Ulco, el que puede aconsejarte, ven a visitarnos cuando quieras.-
Lamsay hizo un ademán con la mano para despedirse de su amiga pero ésta ya estaba
discutiendo con uno de los sirvientes para que recogiera todo lo de la mesa. "¡Lo sabía! Sabía
que Lilán no iba a escucharme." Se decía a regañadientes mientras subía al carruaje.
De regreso a su castillo, iba muy pensativa sobre lo que había observado en el reino vecino;
muchas veces había ido de visita pero nunca se había sentido tan incómoda; sin duda alguna,
su amiga actuaba desde la energía oscura de Kánimus, ahora todo era más claro, sin
embargo, había algo que la inquietaba: el extraño comportamiento del rey Fonzo.
Súbitamente, el carruaje se sacudió para luego detenerse. El lacayo explicó a la reina que una
rueda estaba a punto de zafarse pero que pronto la arreglaría. Lamsay un poco contrariada,
bajó del carruaje pero al reconocer que estaba cerca del lago en el bosque “Maple”, sonrió con
picardía y caminó hacia allá. Se sentó entre la hierba crecida y sabiendo que la luna la
escucharía le dijo:
-Luna, te tengo que contar que vengo del reino de mi amiga Lilán y observé cómo Kánimus
tiene una gran influencia en ella.-
-Algunas veces otras personas nos sirven de espejo.- Aseguró sabiamente la luna.
-Ya voy comprendiendo un poco más pero lo que ahora me intriga es la conducta de Fonzo,
¡no parece un rey!-
-El lado oscuro de Kánimus es tan poderoso que es capaz de aplastar la masculinidad de
cualquier caballero.-
A Lamsay le pareció terrible que una cosa así pudiera suceder. La luna continuó diciendo:
-Parte de su masculinidad permanece dormida. Está poseído por el lado oscuro de Lánima.-
La cara que puso la reina, le arrancó una carcajada a la luna.
-Te explicaré. Así como Kánimus les da a las mujeres las características de lo masculino;
Lánima les da a los varones, las características de lo femenino.-
-¡Y también tiene un lado oscuro y uno luminoso!- Concluyó la reina, quien escuchó a lo lejos
la voz de su fiel lacayo que la buscaba.
-Debo irme pero espero que en otra ocasión me hables más sobre Lánima.-
-Charlaremos después, sólo recuerda que Kánimus y Lánima son fuerzas muy poderosas.-
Sacudiéndose su vestido azul, regresó al camino donde su carruaje la esperaba.
Al llegar al palacio, encontró al rey jugando naipes con el pequeño Driú. Lo miró con ternura,
se acercó a él y dándole un beso en la mejilla le dijo:
-Ya regresé querido.-
El rey le preguntó:
-¿Cómo están Lilán y Fonzo?-
-Como siempre querido, como siempre, tal vez Fonzo venga a verte.-
El rey movió la cabeza en señal de desaprobación y luego esbozo una leve sonrisa.
-¿Cuándo cambiarán?-
-Algún día, querido. Voy a refrescarme y regreso para que cenemos juntos. Driú, avísales a
tus hermanos que ya llegué.-
Lamsay subió la escalera, volteó a ver al rey y lo miró con admiración; en verdad era un
hombre cabal. Además era guapo, con un elegante porte; su cabello ya pintaba algunas canas
y en su rostro se marcaban algunas arrugas, su cuerpo robusto denotaba su masculinidad; la
mediana edad no sólo se notaba en su físico sino en la sabiduría que demostraba en sus
decisiones diarias.
Mientras tomaba su baño, la reina sintió que algo se había avivado en su corazón. El agua
caliente, el olor de las hierbas y la luz de las velas, despertaron su sensualidad y sintió el
deseo profundo de estar con él esa noche. La luna empezaba a menguar.
Al día siguiente se levantó con una gran sonrisa. Después de que su familia se retiró del
palacio se fue a la torre decidida a pintar. Preparó su nuevo material e instintivamente se
descalzó. "¡Cómo lo había olvidado!"- Se dijo.
Lamsay solía pintar descalza. Una nueva energía se manifestaba en el cuerpo y en el alma de
la reina de ojos de jade. Tomó el pincel de cerdas de bisonte y dejó que la creatividad fluyera.
EL PERGAMINO MÁGICO.
Capítulo IV
En la sexta noche de luna menguante, se llevó a cabo el magno evento. Este año tocaba
al rey Ulco y a la reina Lamsay ser los anfitriones por lo que en su castillo, un gran festín fue
preparado. Se dispusieron mesas y sillas en el jardín más alejado, cerca del gran ahuehuete
que delimitaba la propiedad.
Cientos de antorchas alumbraban el lugar. Una larga alfombra de pétalos de flores marcaba el
camino desde la entrada principal hasta el gran jardín. Los invitados que venían ataviados con
sus disfraces eran recibidos por dos doncellas; a las damas se les entregaba un prendedor en
forma de rosa y a los caballeros se les obsequiaba un pañuelo de tela fina.
El Baile de las Mil Máscaras era una antigua tradición que se celebraba cada año en un reino
distinto. Esa noche, bajo el influjo de la luna menguante, los límites entre lo permitido y lo
prohibido se transgredían sutilmente; en esa noche mágica la conciencia embriagada por el
exceso, permitía la salida de los sentimientos escondidos; la puerta del inframundo era por el
Maestro abierta para que los que moran en él salgan a la luz y los que en la luz habitan, si así
lo desean puedan entrar al mundo de las sombras; así entrelazados todos, bailaban sin darse
cuenta.
Lamsay llevaba puesto un disfraz de gitana. Su cuello estaba adornado por collares brillantes
y sus brazos por vistosas pulseras. Su cabello, sujeto por una mascada y una diadema de tres
flores, hacían resaltar su bello rostro. Su amplio faldón de distintas telas y colores cubría sus
torneadas piernas hasta el tobillo y una blusa de seda un tanto transparente, dejaba ver su
torso bien formado.
El rey Ulco escogió por traje un sencillo hábito color terracota, que lo hacía parecerse a
cualquier viejo ermitaño de las montañas. Llevaba en la mano derecha una linterna con un
poco de aceite para alumbrar su paso y en la mano izquierda un bastón de madera silvestre
ligeramente encorvado. De su cuello, colgaba una medalla grisácea, con el rostro de un niño
triste; aquella joya llegaba justo al centro del pecho del rey, como si su corazón protegiera a
aquel niño indefenso con toda su fuerza.
La anfitriona esperaba ansiosamente la llegada de su hermano Rafí a quien hacía tiempo no
veía. Un poco retrasados llegaron Fonzo y Lilán. Él llegó vestido como un valiente guerrero;
cubierto por una piel de jaguar y un cinturón que en el broche llevaba los colmillos del salvaje
animal. Su rostro estaba semioculto bajo manchas simuladas por una tinta negra y un gran
penacho de plumas de águila adornaba su cabeza; para dar el toque final, llevaba en la mano
una filosa lanza de hueso color marfil.
Lilán, por su parte llegó vestida de doncella de la primavera. Su rostro que raramente lucía sin
el maquillaje recargado, se dulcificaba con su tono natural de piel. Una peluca de hilos
dorados, simulaban una larga cabellera. Su vestido floreado, era amarillo pálido y sus
sandalias blancas dejaban ver sus pies coquetamente arreglados con unas plumas de ave en
sus tobillos. Sobre sus hombros, se enredaba un delgado chal abrochado por un peculiar
prendedor de piedras preciosas que daban forma a un canario. Indudablemente, los tonos
claros y los detalles femeninos, favorecían a la reina de fuerte temperamento que esa noche
lucía una belleza virginal.
Entre los últimos invitados Lamsay alcanzó a ver a Rafí quien venía ataviado de calaca con
una sotana negra y una hoz en la mano. Llegó acompañado de su esposa Kristen la cual lucía
como toda una amazona de túnica corta, armada con su arco de plata y sus flechas. Fue Ulco
quien los recibió con gran alegría pues Rafí más que su cuñado era como su hermano.
Era una costumbre que el rey anfitrión abriera la pista invitando a bailar a una dama que no
fuera la reina. Ésta tenía que permanecer sentada en un trono improvisado observando la
escena. El hombre estaba pensando a quién elegir para dar inicio al baile cuando de pronto
apareció una misteriosa mujer con un llamativo vestido amarillo, su rostro estaba
coquetamente cubierto por un antifaz de plumas de pavorreal, su escote aunque no muy
pronunciado dejaba ver la línea que daba forma a sus senos; la tela ceñida a su cuerpo
resaltaba sus formas naturales, sus piernas eran largas y delgadas y su andar cadencioso
hacia volver la mirada a cualquiera.
Algunas mujeres empezaron a murmurar, los caballeros sonreían al verla. Ulco fijó
discretamente su mirada en la misteriosa dama y en silencio decidió que bailaría con ella.
También el rey Fonzo pudo embriagarse del dulce aroma que dejaba la extraña mujer al
pasar, aunque temeroso de que su mujer lo descubriera, suspiró ante tal presencia femenina.
Para su buena suerte, Lilán estaba muy ocupada probando los selectos vinos. Llegado el
momento, la música empezó a sonar y el monarca se acercó a la dama del vestido amarillo y
con su acostumbrada caballerosidad, le ofreció su mano para iniciar el baile; como respuesta
la desconocida le sonrió. Al bailar, sus miradas se encontraron y el corazón de Ulco se
sobresaltó al reconocer esos ojos. Sin demostrar que algo se agitaba en su interior, el rey
simplemente la tomó por la cintura y ambos se dejaron llevar por el suave ritmo de la música.
En ese instante mágico él cerraba una vieja historia. Bailaron una sola pieza. Al terminar la
melodía, el rey hizo una pequeña reverencia en señal de agradecimiento y la dama halagada
por el honor de bailar con el rey anfitrión, volvió a sonreír. Lamsay desde aquel trono no perdió
detalle de lo ocurrido.
Por primera vez en muchos años, sus sentimientos la traicionaron; una mezcla de admiración
y celos la invadió; por un instante sintió el deseo de salir huyendo como una niña caprichosa
pero que el rey bailara con una desconocida era toda una tradición en esa noche de luna
menguante. La reina debía mantenerse erguida en su silla real; después de todo podía
esconderse fácilmente detrás de su disfraz.
Rafí había observado discretamente la reacción de su hermana pues si alguien la conocía
bien, era él, compañero inseparable de la infancia y cómplice en la juventud.
Lamsay como buena anfitriona había revisado en varias ocasiones la lista de invitados y
dispuesto el lugar de cada uno de los comensales, sin embargo, estaba un poco
desconcertada, ya que si bien había unos cuantos lugares vacíos, otros estaban siendo
ocupados por personajes o muy bien disfrazados o en verdad desconocidos; como el caso de
la extraña mujer de amarillo.
-¿Habrá Ulco hecho cambios de última hora y no me avisó?- Se preguntó tratando de
encontrar una explicación a la aparición de extraños personajes.
La cena se dispuso. Lamsay se fue a sentar a la mesa de honor junto a su esposo. Pensando
todavía en la lista de invitados, no puso atención en quién estaba sentado a su lado derecho.
Era un hombre vestido de mago con una túnica gastada de seda blanca y una hermosa bata
gris, adornada con estrellas, lunas y listones de oro entrelazados en la fina tela. También
portaba un gran sombrero que hacía juego con su bata aunque un tanto más sobrio; su
cabello era blanco y tan largo que se confundía con sus barbas.
Fue hasta que un pequeño destelló en la cara de la reina, le hizo fijar la mirada en el comensal
contiguo. El reflejo venía de la bolsa izquierda de la bata del mago de donde se asomaba una
especie de espejo de mano con un mango plateado. "¡Qué gran disfraz!" Pensó Lamsay.
El mago que sintió la mirada de la reina, la miró a los ojos y le dijo:
-¡Todo está delicioso, majestad!-
-Es usted muy amable, ¿ya probó el pan recién horneado?- Preguntó la anfitriona queriendo
reconocer su voz.
Pero el hombre de bata gris, se limitó a tomar un bizcocho y al metérselo a la boca, ya no
pudo hablar más. Había algo especial en aquel hombre, parecía que de toda la concurrencia
era el único que usaba un atuendo real.
Así transcurrió el tiempo. La reina tuvo sólo unos momentos para conversar con Rafí pues
como buena anfitriona tenía que estar al pendiente de todos los detalles de la fiesta. Sin
hablar de ello, ambos notaron la ausencia de Carlota. Todos los invitados comieron y bebieron
hasta saciarse.
Después de varias horas, algunos ya traían los disfraces desajustados, se podían ver por todo
el jardín, accesorios desperdigados de los atuendos como máscaras, listones, escudos,
pelucas, plumas, cascabeles, corbatines, mascadas; la lanza de Fonzo estaba clavada en la
tierra, cerca de las antorchas. La mayoría se dirigía ya a la salida del palacio, otros más
acabaron escandalizados por las actitudes de algunos invitados. Nada que no hubieran
previsto los anfitriones.
Lamsay, quien con insistencia veía el espejo que de pronto la deslumbraba, preguntó
finalmente al hombre del gran sombrero.
-¿Qué es eso que me deslumbra constantemente?-
-Es un espejo mágico, quien mira a través de él, puede mirar el alma de las personas.- Dijo el
hombre sin vacilar.
La mujer disfrazada de gitana, dudó de que eso fuera cierto pero en caso de que eso fuera
posible, sería increíble poder tener semejante artefacto. -"¿Cómo convencer a aquel hombre?"
Consideró en su mente.
Interrumpiendo los pensamientos de la reina y conociéndolos certeramente, el mago continuó:
-Bastante tentadora es la idea de poseerlo pero áquel que lo tenga en su poder
probablemente se perderá, lo que en él se ve muchas veces parece cruel.-
Interrumpidos por Ulco y Rafí, la charla tuvo que terminar momentáneamente. Lamsay debía
hacer el brindis de agradecimiento e invitar a los caballeros a pasar al Salón de la Chimenea.
Sólo unos cuantos quedaban, los más cercanos al rey. Ya en el interior del salón les servirían
más vino y se les ofrecería tabaco traído del lejano mundo. Las mujeres irían al Salón del Té,
donde había cómodos divanes para que las damas pudieran esperar a que sus consortes
terminaran de discutir sus asuntos. La concurrencia se limitaba a algunas damas; una de ellas
era Lilán quien la mayoría de las veces acababa discutiendo con los caballeros.
Aprovechando el traslado del jardín a los salones, Lamsay pudo ir en busca de la misteriosa
mujer revestida de amarillo. Su enigmática belleza que había cautivado no sólo a la reina sino
a toda la concurrencia, le intrigaban poderosamente. Debía encontrarla, descubrir quién era y
si era posible, inclusive conversar con ella y aunque fue hasta los confines del viejo
ahuehuete, no la encontró.
Luego de haber despedido hasta la última de sus invitadas, entre ellas Kristen, la reina volvió
al jardín pues había dejado en la mesa, algunos regalos. Sólo las antorchas la acompañaban;
a lo lejos le pareció ver la figura de aquel mago sentado cerca del ahuehuete. Al acercarse
confirmó sus sospechas.
-¿Todavía por aquí? ¿Es que no ha acompañado al rey y a los otros varones dentro?-
Preguntó un poco asustada.
-Te estaba esperando.-
-¿A mí? ¿Para qué?-
-Siéntate Lamsay. Te voy a enseñar lo que el espejo puede hacer, aunque te recuerdo que
muchas veces lo que muestra parece cruel.-Invitó el hombre metiendo su mano en la bolsa
para sacar el espejo plateado.
En el espejo apareció la imagen de una puerta negra que lentamente se abría con un
rechinido escalofriante, de metal retorcido y casi oxidada, dejaba entrever la penumbra de su
interior; sin picaporte y colgando de la nada, una extraña llave con el símbolo de alfa y omega.
La puerta finalmente quedó abierta de par en par dejando libre el paso a quien quisiera
atravesarla.
Algunos personajes hicieron su aparición: La bestia, el dragón, el hombre de traje y corbata, el
payaso, la dulce madre devoradora, la mujer acorazada, el señor de las copas y detrás de
todos ellos el maquillista con el colorete en la mano derecha.
Lamsay se dio cuenta de que algunos lucían como sus invitados y curiosa preguntó al mago:
-¿De dónde vienen todos?-
-Del Reino de lo Profundo.-
Entonces recordó que la luna ya le había mencionado ese lugar.
-El Reino de lo Profundo es un lugar muy especial, la mayoría de las personas no quieren
visitarlo porque parece oscuro y sombrío, lo que no saben es que es un reino lleno de tesoros
escondidos. Imagínate que debajo de los recuerdos olvidados, los sentimientos ocultos y las
ilusiones rotas, subyace un mar lleno de posibilidades. Todo está ahí, disponible, al alcance de
la mano.-
-¿Y para qué?-
-Para tener la posibilidad de ver nuestras partes oscuras, reconciliarnos con ellas, integrarlas y
así poder sanar.-
Sin entender a qué se refería el hombre de la túnica gastada, la reina lo cuestionó de nuevo:
-¿Cómo se hace eso?-
-Esta noche fue a través del exceso; lo burdo y lo grotesco cual humo escurridizo salieron de
la sombra para tomar forma en el baile, en la risa, en el murmullo quisquilloso, en el habla
desinhibida, en la realidad distorsionada. La tristeza maquillada de alegría, el dolor disfrazado
de ironía y la rabia enmascarada fueron invitados de honor. En esta noche ritual, este
recóndito mundo se ha acercado a nosotros; pero la realidad es que somos nosotros los que
debemos descender a él.-
Para que la mujer entendiera la profundidad de sus palabras, el mago hizo una pausa y le
ofreció una bebida caliente con olor a hierbabuena. Confiada, tomó aquel tarro y bebió un
sorbo; respiró profundamente y su interlocutor interpretó que estaba lista para seguir
escuchándolo.
-Para ir más allá de la puerta negra, tenemos que aprender un ritmo sagrado.-
La reina no comprendía muy bien las palabras del extraño personaje. Conocedor del tema,
amablemente siguió explicando:
-¿Ves al payaso?-
A manera de juego y divirtiéndose un poco, el mago preguntó:
-¿De quién crees que es disfraz?-
-Ni idea.-
-Es la tristeza maquillada de alegría, la que toma la forma de una ruidosa carcajada o de una
broma chacotera; la de la risa falsa.- Explicó el hechicero.
Lamsay abrió sus verdes ojos denotando sorpresa por la explicación de su interlocutor y
súbitamente preguntó:
-¿Quieres decir que su aparente felicidad es tristeza?-
-Sí. Su risa es llanto; su ruido es soledad; sus movimientos son parálisis. Va por la vida
haciendo bromas para ganarse los aplausos de la gente, tiene una gran necesidad de
aprobación y reconocimiento.-
El hechicero se detuvo un momento, como para observar la reacción de Lamsay, después
continuó:
-Ahora veamos a la bestia. ¿De quién crees que sea disfraz?-
La reina no se atrevió a hacer algún comentario por lo que el mago dio la respuesta:
-Es el hombre que se siente como un niño amenazado, desvalido y vulnerable, teme ser
abandonado. Se quedó atrapado entre la necesidad de amor de una mujer y el gran temor que
ella le inspira; sus sentimientos son una mezcla de amor, temor y odio. Su necesidad de
control es una manera de sentir que controla su propio torbellino emocional y cuando no
puede más se vuelve violento; en realidad es una fiera herida, que brama su profundo dolor.-
El mago esperó un momento y preguntó a la soberana si quería continuar y ésta asintió con la
cabeza.
-Ahora es tu turno, escoge a alguien.-
-El dragón.-
-Ese esconde a la madre que desconfiada retiene a sus hijos más allá del tiempo permitido; no
cree en que la guía masculina sea necesaria para que ellos se conviertan en adultos.
Revestida de un gran poder, sus hijos tratan siempre de complacerla, hasta que aplasta su
heroísmo y si tiene hijas doncellas, las ata a ella con su aprobación o rechazo.-
-¿Y el hombre de las copas?-
-Es el hombre que atrapado por el dolor anhela las aguas sin recuerdo de su estado
amniótico; es el que sin esfuerzo desea el paraíso perdido. Su falta de fuerza de voluntad lo
hace dirigir la mirada hacia atrás; hace del pasado, su más preciado tesoro y sin darse cuenta
se encadena a él; bebe cada vez que tiene un problema; su ansia de alcohol representa su
sed espiritual.-
Cada vez que el hombre de la barba blanca explicaba qué se escondía bajo el disfraz, ella
sentía una opresión en el corazón por lo que llevó su mano derecha sobre el pecho, en señal
de pesar; el mago adivinando su sentir le dijo:
-Sí, es muy triste ir por la vida con tantos disfraces, ocultando la verdadera esencia del ser.-
Lamsay ya no estaba segura de querer continuar viendo las imágenes del espejo mágico pero
tenía tanta curiosidad por conocer a los demás personajes. Pensaba también en aquella
mujer, quien había robado tantas miradas. Inhaló profundamente y tomando valor le dijo al
mago:
-Continuemos, cuéntame de esa otra dulce mujer, parece linda.-
-Ese disfraz es de los más engañosos. Es la madre que desde su falsa dulzura y abnegación
finge soltar a sus hijos, pero sin que nadie lo note, les impone una pesada carga, les hace
creer que tienen una deuda con ella, para así asegurarse de que vuelvan y los atrapa de
nuevo. La pobre se olvidó de danzar con las cuatro lunas; prefirió sólo representar el papel de
la dulce madre, no quiso aceptar que sus hijos ya habían crecido y que ya no la necesitaban.-
Explicó el mago acomodándose su sombrero.
La reina cruzó las piernas y señaló otro disfraz que llamó su atención:
-Aquella dama luce muy alegre. ¿Quién es?-
-¡La mujer castañuela! La que va por la vida haciendo ruido para no tener que escucharse a sí
misma. Ha negado su tristeza tantas veces que en verdad cree que nada le afecta ni le duele.
Si por un momento se aquietara descubriría el vacío tan grande que lleva dentro.-
-Y esa mujer ¿acaso es una sirena?-
-Sí. El disfraz de sirena hechiza a los hombres. Ella utiliza su sensualidad para conseguir lo
que quiere, puede ser fría, calculadora y egoísta. Sin que su hombre se dé cuenta, lo despoja
de su voluntad convirtiéndolo en un guiñapo, cuando ya no lo puede utilizar, simplemente lo
deja.-
-¡Qué disfraz tan engañoso! ¿Y el hombre que está a su lado? Parece una marioneta.-
-Sí, es el hombre títere que se mueve al compás de sus caprichos. Ha perdido su visión
objetiva y sólo ve lo que ella le pone de frente aunque sea una realidad distorsionada. Es un
hombre que le ha entregado el poder de su vida a cambio de las migajas de un amor
malentendido, su distorsión proviene seguramente de su propia historia personal.-
-¡Qué triste!-
-Muchas veces las personas ocultan su verdadera esencia y se relacionan superficialmente,
entonces los disfraces se entrelazan y escenifican las mejores farsas.-
Lamsay se quedó muy pensativa hasta que el mago exclamó interrumpiendo sus
pensamientos:
-Es mi turno.-
Ella le sonrió con complicidad.
-¿Ves a ese hombre impecable de traje y corbata? Aunque no lo parezca, oculta sus miedos y
sus necesidades bajo el poder y el dinero; es el que teme ser humillado o vencido. Ocupa todo
su tiempo trabajando, no deja espacio para sentirse vulnerable. Tiene la profunda necesidad
de ser admirado, amado y respetado para sentirse valioso. Si por un momento, dejara a un
lado sus actividades laborales, se daría cuenta de que en su vida hay un gran vacío
emocional.-
La reina recapacitaba, cuando de pronto vio otra imagen reflejada.
-¡Esa! esa mujer de cara triste y hombros agachados; su mirada es suplicante, ¿qué oculta?-
-Ese disfraz tiene varios modelos, es muy común. Oculta a la niña herida que nunca pierde la
esperanza de ser rescatada pero que se hace adicta al dolor, paralizada de miedo le entrega
el poder de su vida a los demás; se queja y se queja pero nunca hace nada para cambiar su
situación, lo peor de todo es que se llena de resentimiento porque se queda esperando que
los demás la amen como ella necesita; se vuelve invisible pero no porque los otros no la vean
sino porque no se reconoce a sí misma.-
La monarca que esa noche se ocultaba tras un disfraz de gitana, se arrancó la mascada que
sujetaba su cabellera, sacudió su cabeza como queriendo acomodar todos los pensamientos
que se le venían a la mente cada vez que el mago descubría los verdaderos sentimientos que
se ocultaban bajo los disfraces. Bebió de nuevo la infusión de hierbabuena y le pidió al mago
que continuara con la siguiente imagen de una mujer aguerrida, con el rostro endurecido y una
espada desenvainada, lista para ser usada.
-Esa mujer acorazada es la damisela decepcionada que dejó de creer en el heroísmo del
caballero; desconfiada y con algunas cicatrices se protege con un falso escudo de
independencia. Cree erróneamente que desconectándose de su feminidad, no volverá a sentir
el dolor, además se mantiene siempre en guardia y a la defensiva por eso no suelta su
espada.-
Lamsay, se sentía abrumada ante tanta revelación, no alcanzaba a comprender el motivo de
usar tantas máscaras. Adivinando de nuevo su pensamiento el mago le dijo:
-El alma necesita llorar. El dolor humano es en esencia un elemento unificador, sentir el dolor,
despierta la compasión. Las lágrimas honran el dolor humano. El llanto derramado puede
fertilizar el suelo y fecundar la tierra para que de ella broten nuevas semillas de todas las
posibilidades, pero las personas reprimen su aflicción porque no quieren sentirse vulnerables,
prefieren vestirse de falsos personajes para cubrir la fragilidad de su corazón, sin darse cuenta
interrumpen los ritmos. Si el alma llorara más seguido...-
-...No tendríamos que usar tantos disfraces.- Interrumpió comprendiendo un poco más.
Terminándose el té de hierbabuena, le preguntó al hombre del gran sombrero:
-¿Entonces es malo sentir la tristeza del payaso, el abandono de la bestia, la desconfianza del
dragón, el dolor del hombre de las copas, la abnegación de la mujer triste, el miedo del
hombre de corbata, la sensualidad de la sirena o la decepción de la mujer acorazada?-
-No mi querida reina, las emociones humanas no son buenas ni malas, simplemente son. Se
convierten en disfraces cuando no son auténticas; en una pesada carga cuando no están
acomodadas y en una parte cercenada de nosotros cuando escuchamos por primera vez el
juicio de bueno o malo. Todo es mandado a la sombra, al mundo de lo inconsciente.-
A pesar de que Lamsay ya se sentía muy cansada, tenía mucho interés en conocer lo que la
dama del vestido amarillo ocultaba y no viéndola pasar por el reflejo de aquel espejo, entonces
preguntó al mago:
-¿Qué es lo que el disfraz de la dama de amarillo oculta?-
El hombre de la túnica abrió sus ojos azules y de ellos salió un brillo espectacular,
ruborizándose un poco, le dijo con dulce voz:
-Ese, mi querida reina no es un disfraz; es un espejo de belleza. Es la parte luminosa de una
energía muy poderosa.
Al igual que muchos otros que parecen atuendos con máscaras, son realidades que
pertenecen al Reino de lo Profundo. Aunque Lamsay ya había escuchado varias veces de ese
lugar no le quedaba claro lo que era. Delatada por la expresión de su rostro el mago
amablemente le aclaró:
-Todos tenemos una cita en el mundo subterráneo. Algunas veces la vida se encarga de que
llegues a él y otras más puedes regresar voluntariamente las veces que así lo desees.-
-¿Y cuándo podré conocer ese lugar?- Preguntó con insistencia.
-Eso no te lo puedo decir pero sabrás que estás ahí porque una mujer con un antifaz sin rostro
te dará la bienvenida.-
-¡Ya quiero estar ahí!-
A lo que el mago respondió con una franca carcajada y movió la cabeza de lado a lado.
-Si me lo permites debemos esperar un poco y entonces las puertas se abrirán otra vez de par
en par.-
A lo lejos vieron que Ulco ya despedía a los pocos invitados que quedaban. Lamsay se puso
de pie, sacudió su faldón y sorpresivamente el mago la tomó de la mano, la miro con un amor
fraternal y le preguntó solemnemente:
-Y usted majestad, ¿qué oculta detrás de su disfraz?-
La reina se sorprendió mucho con la pregunta del mago; no sabía si era un gesto de confianza
o de insolencia tratar de averiguar eso. El hombre que ya guardaba entre sus ropas, el espejo
mágico, se limitó a sonreírle. La mujer no pudo responderle y simplemente se alejó de él
dirigiéndose al interior del castillo. Mientas trataba de acomodar todos sus pensamientos y
sentimientos, se asomó por el gran ventanal de la sala. Ulco despedía a su último invitado: El
Mago.
EL PERGAMINO MÁGICO.
Capítulo V
"BIENVENIDA AL CÍRCULO".
Los días posteriores al Baile de las Mil Máscaras fueron nublados y lluviosos; el sol no
asomó su brillante rostro. Lamsay se sentía nostálgica, abrumada por sus pensamientos, no
terminaba de comprender todo lo que el Mago le había enseñado a través de ese espejo
mágico y tampoco encontraba respuesta a la pregunta sobre su propio disfraz. “¿Qué es lo
que yo escondo?”. Se preguntaba una y otra vez sin poder responder.
Salió a su balcón, sentía el deseo de charlar con la luna pero todavía no oscurecía, sólo se
escuchaba el susurro de los árboles que eran sacudidos firmemente por el viento. Comenzaba
a llover y una extraña tristeza embargaba su corazón. En su mente repasaba uno a uno los
disfraces que había visto tanto en la fiesta como en el espejo mágico; no podía creer que la
gente fuera por la vida fingiendo tanto, tampoco entendía lo que era el Reino de lo Profundo y
además la imagen de aquella misteriosa mujer de amarillo se repetía en su mente
insistentemente.
Pensó en sus amigos Lilán y Fonzo; en su hermano y en su amado esposo, sin duda todos
ocultaban algo. Sin saber porqué también recordó a su madre. No había duda de que un
torbellino emocional se arremolinaba en su interior. Sentía una opresión en el pecho, tenía
deseos de llorar pero las lágrimas no brotaban de sus ojos. La cabeza comenzaba a dolerle.
“¿Qué estará haciendo mi madre? Hace tiempo que no la visito.”
Por un momento su mente se llenó de algunos recuerdos. Cuando era niña, la reina madre
había sido un tanto cariñosa con ella, sin embargo, cuando creció y se hizo una mujercita, un
abismo se abrió entre ellas, separándolas por un tiempo y aunque Lamsay era ahora una
mujer, todavía existían recuerdos que le dolían. El fuerte viento la sacó de sus pensamientos y
la obligó a refugiarse dentro de su alcoba. Ya con una fuerte migraña, se recostó un momento
en el sillón cuando Merién entró estrepitosamente a la habitación.
-¡Madre, madre, tengo que decirte algo!- Gritó la princesa.
Molesta porque la niña no había tocado la puerta, le contestó tajantemente:
-¡Ahora no Merién!-
-Pero madre, es muy importante lo que tengo que decirte, ¡escúchame!- Suplicó la princesa.
-Dije que ahora no, me duele mucho la cabeza.- Repitió la reina en un tono irritado.
Salió corriendo de la habitación de su madre, mientras el llanto fluía por sus mejillas. Doré que
cambiaba el agua de un florero, se dio cuenta de que algo le pasaba a la princesa y sin
dudarlo fue tras ella.
-¿Qué te pasa pequeña? ¿Por qué lloras?- Preguntó amorosamente.
Merién limpió su rostro y sollozando le dijo:
-Vamos a mi habitación.-
Después de conversar con ella un rato, Doré se dirigió al Cuarto de Armaduras a buscar al
rey. Ulco escuchó con suma atención lo que la mujer tenía que decirle.
-Ya sabes lo que tienes que hacer.-
-Está bien majestad, cuente con ello.-
El rey dejó lo que estaba haciendo y se dirigió a la recámara de su amada hija.
-¿Puedo pasar?- Preguntó amorosamente.
-Adelante, papito.-
-Me ha contado Doré lo que te ha sucedido y vengo a decirte que este es un gran
acontecimiento en tu vida.-
-¡Me asusté al ver la sangre en mi ropa! Fui a buscar a mi madre pero no quiso escucharme.-
Al escuchar eso, el corazón de Ulco dio un vuelco y sintió un gran enojo hacia Lamsay, sin
embargo, ante los ojos de su hija, disimuló sus sentimientos y tratando de disculpar a su
esposa dijo:
-Tu madre no se siente bien pero nunca dudes de su amor por ti. Cenaremos juntos.-
Ambos se abrazaron. La relación de entre padre e hija cada día era más cercana. Él
encontraba gran satisfacción en ver crecer a su pequeña que ahora era como el capullo de
una flor, pero que sin ninguna duda se convertiría en una flor de belleza sublime. Furioso,
como pocas veces se le veía, el rey fue a buscar a Lamsay.
-¿Cómo es posible que no hayas escuchado lo que Merién tenía que decirte?- Reclamó el rey
con un tono de voz elevado.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué tanto escándalo?- Contestó la reina en el mismo tono.
-Merién acaba de tener su primer sangrado, vino a contártelo y ni siquiera la escuchaste.-
-No sabía que me buscaba por eso.- Dijo la reina tratando de justificarse.
-¿Cómo ibas a saberlo? Si ni siquiera la escuchaste. Ha sido Doré quien le explicó lo que
pasaba, yo hablé con ella también.-
-Pero eso me corresponde hablarlo a mí. ¿Cómo te has atrevido a invadir ese espacio?-
El rey sintió que estaba a punto de perder los estribos por lo que finalmente expresó:
-Ya le di instrucciones a Doré para que prepare una cena especial, cenaremos todos juntos
con Merién a las ocho. Espero que para esa hora ya no te duela la cabeza y te recuerdo que
una madre ausente hace mucho daño a sus hijos.-
Ulco salió de la alcoba real azotando la puerta. Ella sintió un nudo en la garganta y sin poder
contenerse más lloró amargamente. Cuando se sintió más tranquila, retocó su maquillaje y fue
a buscar a su hija.
-Merién, ¿estás ahí?- Preguntó tímidamente.
-Pasa, madre.-
-Querida hija, siento mucho no haberte escuchado.- Expresó la reina con verdadero pesar.
Al sentir el arrepentimiento de su madre, la miró con sus dulces ojos y con sus manitas
extendidas, la invitó a sentarse junto a ella.
-¿Me perdonas?-
-Claro, mami, yo te quiero mucho.-
-Me ha dicho tu padre que Doré habló contigo, ¿qué fue lo que platicaron?-
-Me dijo muchas cosas bellas; que la sabiduría de mi cuerpo se había manifestado; que había
dejado de ser una niña para empezar a convertirme en una mujercita. Me dijo también que mi
cuerpo se prepara para transformarse como una flor que abre sus pétalos lentamente y que
todo esto me abriría las puertas a muchos caminos hasta ahora desconocidos.-
Lamsay miró a su pequeña con ternura y acariciando su cabello, se quedó pensando en que
Doré, era una mujer extraordinaria con mucha sabiduría. Merién siguió contándole a su madre
sobre la conversación con aquella mujer que era mucho más que una fiel sirviente.
-También me dijo que éste debía ser un día inolvidable.-
-Claro que lo es, mira traigo algo para ti, lo había estado guardando para esta ocasión.-
Con curiosidad se acercó a ver qué acurrucaba su madre entre las manos. Era una mariposa
disecada con hermosos colores brillantes.
-Esta mariposa simboliza el poder de la transformación. Primero fue una oruga frágil,
indefensa, débil y hasta aprisionada pero a su debido tiempo, el capullo se abrió y brotando
una gota de sangre se convirtió en una bella mariposa llena de vida, lista para surcar el cielo.
Te la regalo hoy que dejas de ser una niña, pronto serás una doncella y estaré cerca para
cualquier cosa que necesites, hija mía.-
-Gracias, madre, es muy bella; le buscaré un lugar especial para guardarla.-
La princesa puso la mariposa a un lado.
-Quisiera preguntarte algo, ¿cómo te sucedió a ti? ¿qué sentiste? ¿qué te dijo mi abuela?-
La cabeza de Lamsay empezó a punzar de nuevo, algunas imágenes se amontonaron en su
ya de por sí confundida mente. Recordó por supuesto a su madre.
-Te voy a contar lo que recuerdo.- Dijo la reina haciendo memoria.
-Soy toda oídos.- Repuso la princesa, cruzándose de piernas y acomodando algunos cojines
de su cama.
Así, madre e hija se quedaron charlando un largo rato.
A las ocho en punto todo estaba listo como el rey lo había dispuesto. El lugar escogido fue el
Salón del Té que tenía una sala amplia con cómodos sillones y una mesa de cristal con ocho
sillas y un tronco como base. Al centro estaba un llamativo arreglo de flores que Ulco había
mandado traer para su hija y dos botellas de vino rosado espumoso de su gran cava.
Zaian y Driú no comprendían muy bien el motivo de tan inesperada reunión pero suponían que
era algo importante. Los cinco miembros de la familia real se sentaron a la mesa donde les fue
servida una suculenta cena preparada por los cocineros de palacio. Al terminar fue Ulco quien
tomó la palabra.
-Quisiera hacer un brindis por Merién.- Dijo el rey levantando una copa y captando la atención
de todos.
-Hija mía, sabes cuánto te amo y lo feliz que me hace verte crecer, me siento tan orgulloso de
ti, ahora que te estás convirtiendo en una hermosa mujercita.-
Después con la mirada, cedió la palabra a Lamsay, quien lucía un vestido verde y llevaba
recogido su cabello. Mirando a su hija tomó su copa y dijo:
-Recuerdo cuando naciste, eras tan pequeña y frágil; creciste tan rápido que mi corazón siente
tristeza y alegría a la vez.-
La reina tuvo que hacer una pausa pues sintió un nudo en la garganta y sus ojos se
humedecieron.
-Es hermoso lo que te pasa ahora, disfrútalo mucho, es un regalo divino. Espero que cuando
seas madre comprendas mis palabras. ¡Te quiero tanto!- Dijo finalmente.
Zaian y Driú empezaron a entender el motivo de la celebración y atentos a las palabras de su
madre, también tomaron sus copas.
-Ustedes, deberán siempre querer y respetar a su hermana.- Agregó el rey con tono firme.
-Ya no vamos a poder jugar luchas en la tierra.- Le dijo Driú a su hermana, comprendiendo
que pronto tendría otros intereses. Para luego añadir fingiendo un movimiento:
-Ahora tendrás que aprender a arreglarte las uñas.-
Todos se rieron, después Zaian tomó la palabra y dijo:
-¡Salud por la princesa! A quien de ahora en adelante deberemos tratar como a una bella
doncella y no como a una hermanita a veces un tanto molesta.-
Al término de sus palabras, el hermano mayor dio un suave apretón en el brazo de Merién.
Todos chocaron sus copas y bebieron del vino rosado. A la hora del postre, la princesa pidió a
su padre que Doré los acompañara a la mesa. El rey miró de reojo a Lamsay para ver si
estaba de acuerdo a lo que ella asintió con la cabeza. Después de un rato de charla y risas,
Merién le preguntó a su padre:
-¿Bailarías conmigo?-
-Será un honor.-
Merién se sintió tan halagada y especial por tener toda la atención no sólo de su padre sino
del rey Ulco quien era un hombre respetado y reconocido aun en tierras lejanas.
-No hay música, mandaré traerla en seguida.- Se percató.
-No te preocupes... laralarala... lalalala... laralarala.- Empezó a tararear con su melodiosa voz.
Ulco la tomó de la cintura y empezó a bailar con su amada hija. Zaian y Driú se reían
discretamente de la escena mientras bebían más vino espumoso y Lamsay por segunda
ocasión en menos de una semana, veía a su esposo bailar con alguien más. Por unos
segundos, la reina sintió envidia pero asustada por ese sentimiento, sacudió su cabeza, bebió
completamente el contenido de la copa y pensó: "Tener envidia de mi propia hija? ¡Qué
tontería!"
A las diez de la noche terminó la celebración en honor de la princesa quien feliz se fue a
dormir no sin antes agradecerle a su padre el momento tan especial que acababa de vivir. Su
madre, la acompañó a su habitación.
-Nunca olvidaré esta noche sin luna.- Dijo antes de quedarse profundamente dormida.
Algo en el corazón de la reina de ojos de jade vibró al escuchar el comentario de la princesa
pues por un instante, le pareció que ésta podría conocer de manera intuitiva los secretos de la
luna.
Mientras tanto, Ulco se recostaba satisfecho de haberle dado a su hija una noche especial. Sin
saberlo le había obsequiado uno de los mejores regalos que una doncella puede recibir de su
padre en toda su vida.
La reina en cambio no podía conciliar el sueño, por lo que sigilosamente se levantó de la cama
y salió de la alcoba real. Se dirigió al Salón del Té para seguir bebiendo de aquel vino rosado,
cuando de repente algo golpeó la gran ventana. Sin saber qué había ocasionado el ruido, se
asomó y vio un ave revoloteando; era una lechuza.
Atraída por el ave nocturna salió a los jardines y la siguió hasta que ésta se detuvo en las
ramas del gran ahuehuete. La miró con curiosidad, nunca la había visto antes; era regordeta
con el pecho claro y el pico tenía un fuerte color naranja. Aunque la lluvia ya había cesado, la
tierra estaba húmeda, infinidad de hojas habían caído por el viento formando una especie de
tapete donde se recostó mirando al cielo, era una noche oscura sin la luna visible.
-¿A dónde te has ido querida luna?-
-Aunque no pueda verla, su energía la acompaña siempre.- Dijo la lechuza tranquilamente.
La reina se incorporó rápidamente, no tardó en darse cuenta que la voz provenía de la
lechuza, después de los últimos acontecimientos sabía que todo era posible.
-¡Ahora hablaré con un ave!- Exclamó emocionada.
-¿Qué le quita el sueño majestad?-
-¡Ay! Me han sucedido tantas cosas que no acabo de entenderlas, estoy tan confundida.-
-La energía de la luna oscura nos invita a la reflexión. Es un tiempo de reposo, de
introspección y de aprendizaje. Una vez al mes, las mujeres deberían visitar el Reino de lo
Profundo.- Aseguró el pájaro regordete.
-¿Otra vez ese lugar?-
Aunque Lamsay recordaba la conversación con la luna sobre sus cuatro fases, no tenía claro
lo que esta fase podía ofrecerle por lo que la lechuza le brindó su sabiduría.
-Es maravilloso lo que a su hija le ha pasado, empezar a menstruar con la luna nueva es un
regalo del Maestro. Ha sido invitada por primera vez a danzar al ritmo de la feminidad
sagrada.-
Escuchando atentamente, la reina guardó un respetuoso silencio como invitando a la lechuza
a seguir hablando.
-La sangre es sagrada pues sustenta la vida. La sangre menstrual recuerda a las mujeres que
son diosas de la fertilidad y que son portadoras del misterio de lo femenino. La sabiduría
divina se manifiesta en el cuerpo de la mujer a través de un ciclo perfecto, como el ciclo de la
luna. ¡Mujer y luna son tan semejantes! Por eso existe una conexión invisible entre ellas,
ambas son danzantes del eterno ritmo y guardianas de secretos nocturnos.- Declamó el ave
inspirada por el silencio de la noche.
Lamsay se quedó sin aliento ante lo que escuchaba. Su corazón latía con fuerza.
-Hoy, su hija fue por la vida tocada con gotas de sangre para despertar en ella a la mujer
dormida que a su debido tiempo se convertirá también en amazona, madre, cortesana y
chamana. Cada vez que una mujer contacta su feminidad sagrada, el mundo tiene una
esperanza y esta noche su hija es la elegida, perpetuando así el misterio de lo femenino.-
La reina desconocía la profundidad de este evento físico; sabía que la menstruación
representaba una maduración biológica pero jamás se imagino que un misterio se escondiera
detrás de éste.
-¿Por qué nadie me lo explicó así cuando a mí me sucedió?-
-Tal vez en aquella ocasión, las mujeres conocedoras de este momento sagrado no estaban
cerca de usted, pero ahora este conocimiento es suyo, de su hija y de todas las personas a
quienes usted pueda transmitírselo.-
-¡Cuéntame más!-
-La energía de la luna nueva, es como una llave que abre la puerta del mundo interno. Es una
invitación a bajar el ritmo de la vida diaria para escuchar al Maestro. Sólo en ese silencio
meditativo podemos acceder a preguntas profundas que son necesarias para encontrarle
sentido a la vida.-
-¿Qué pasa si no lo hacemos?-
La lechuza la miró conmovida, no era la primera vez que le hacían esa pregunta.
-Majestad, cada persona tiene la obligación y la responsabilidad de saber qué pasa en su
mundo interno pero si la persona se niega a entrar voluntariamente, entonces la vida se
encarga de “empujarla” a que entre.-
La reina soltó una franca carcajada. El ave fingió ignorar su risa incrédula y después agregó:
-Es ahí donde se encuentra el Reino de lo Profundo.-
Al escuchar de nuevo la mención de aquel misterioso reino, la monarca dejó de reírse, lo que
la lechuza le decía parecía cosa seria; corrigiendo su infantil comportamiento se disculpó con
el ave de la sabiduría:
-Perdón es que no puedo creer que la vida “te empuje” al Reino de lo Profundo.-
-La vida va poniendo las cosas de una manera sutil, cuando no queremos verlas o aceptarlas,
las pone cada vez más grandes hasta que son inevitablemente visibles, siendo el descenso
más doloroso.-
Lamsay quedó un poco confundida ante esta explicación y preguntó:
-¿Hombres y mujeres debemos bajar a este lugar?-
-Sí, de manera natural, la mujer puede bajar a ese mundo subterráneo una vez al mes, su
menstruación es un recordatorio, mientras que los caballeros han de hacerlo al ritmo de su
masculinidad.-
-A ver si te entendí. ¿La luna nueva me recuerda a través de mi menstruación que debo
pasearme por el Reino de lo Profundo para tener un diálogo conmigo misma?-
-Así es majestad, lo dijo usted de una forma muy clara y precisa pero le recuerdo que lo
femenino no se comprende con la razón. Lo femenino se tiene que experimentar.-
-Me han hablado tanto del Reino de lo Profundo; primero fue la luna, luego el Mago y ahora tú.
¡Ya quiero conocer ese lugar!-
-Todo tiene un ritmo sagrado.- Aclaró la lechuza.
La reina recordó que el Mago ya le había mencionado eso.
-Hay un tiempo de acción y un tiempo de reposo. En tiempo de acción, debemos actuar, hacer
lo que nos corresponde guiados por nuestra luz interior y después debemos reposar, dejar que
la vida se encargue de lo que sigue. Debemos permitir que la vida acomode las cosas
confiando y recordando que no serán de la manera que uno quiera sino de la manera que sea
más significativa para integrar y sanar. A veces las formas en que la vida acomoda las cosas
son indefinidas, oscuras e incomprensibles, pero después todo se aclara a la luz de la
conciencia.-
La lluvia empezó a caer de nuevo y aunque la reina tenía más preguntas, se levantó
apresuradamente pues no quería mojarse.
-Debo irme, muchas gracias por todo lo que esta noche me has enseñado. ¿Te veré de
nuevo?-
-Sin duda, majestad.- Contestó el ave, levantando el vuelo hacia el castillo del Mago.
Lamsay también corrió hacia el Salón del té. Sin hacer ruido, regresó a su alcoba, se acurrucó
junto a Ulco y finalmente pudo conciliar el sueño.
La luna que aunque estaba oscura, había escuchado la conversación entre la reina y la
lechuza, se sintió complacida y en un susurro que se llevó el viento, murmuró:
-Bienvenida al círculo sagrado, Merién.-
EL PERGAMINO MÁGICO.
Capítulo VI
"Remembranzas y encuentros".
Después de haber platicado con la lechuza, Lamsay se sentía un poco más tranquila. Una
tarde, se encontraba pintando sus óleos en la torre cuando Doré subió a darle un aviso.
-Su madre, la reina Carlota ha venido a visitarla. La está esperando en la sala, ya los niños
están con ella.-
-Gracias Doré, en seguida bajo.- Expresó la reina sintiendo gozo por la inesperada visita.
Dejó sus pinturas y bajó a recibir a su madre a quien tenía varios meses de no ver.
-¡Madre! Qué gusto verte.- Dijo abrazándola efusivamente.
-Si yo no vengo, tú no te apareces por mi reino.-
-He estado muy ocupada, tú sabes que tuvimos que organizar el Baile de las Mil Máscaras,
además estoy pintando de nuevo.- Explicó enseñando sus manos manchadas por la pintura.
-¡Lávate esas manos! Creo que tus hijos las tienen más limpias que tú.-
-¡Ay abuela! ¿No escuchaste que estaba pintando?- Dijo Merién defendiendo a su madre.
-Tienes razón, madre ahora regreso.-
-Hubieras visto a mi madre en el baile, se veía hermosa, se disfrazó de gitana.-
-¿Y tú cómo has estado pequeña?-
-Ya no soy tan pequeña.- Dijo la princesa murmurándole algo al oído.
-¡Ay! Ya empezaste con ese fastidio, ni modo, algún día tenía que sucederte.-
-¿Fastidio? Pero abuela, pronto seré una mujer y podré usar tacones y maquillaje, además la
sabiduría de mi cuerpo se manifestó en una noche sin luna.-
-¿Quién te dijo eso?- Preguntó Carlota abriendo sus grandes ojos color esmeralda.
-La otra noche cenamos juntos y brindamos por Merién.- Interrumpió Driú que también estaba
en la sala.
-¡Qué cursilería! En mis tiempos “eso” no causaba tanto revuelo, era algo que simplemente te
pasaba y entre menos personas se enteraran era mejor.- Sentenció la reina mayor.
Merién torció la boca, le costaba mucho trabajo entender a su abuela materna. Fue Driú el que
intento seguir la conversación.
-¿Por qué no viniste al Baile de las Mil Máscaras abuela?-
-Yo ya estoy vieja para esas farsas, además no me gustan los disfraces.-
-¡Vinieron mis tíos Rafí y Kristen!-
-Ah ¿sí? Pensé que no lo harían. Ella debió convencerlo.- Murmuró la reina madre.
-También llegaron Lilán y Fonzo, lo hubieras visto disfrazado como un verdadero guerrero.-
-Me hubiera encantado saludarla, me cae tan bien esa mujer.-
Lamsay regresó a la sala ofreciéndole algunos bocadillos salados.
-¿Dónde está ese muchachito que no ha venido a saludarme?-
-¿Zaian? Ya no tarda en llegar, se fue a practicar con el arco y las flechas, pronto será el
torneo.-
-¿No estarás pensando ir a ese torneo o sí?- Preguntó Carlota de forma un tanto despectiva.
-De ninguna manera, ya sabes que esa práctica no me agrada.-
Merién y Driú intercambiaron las miradas. La princesa en silencio pedía que su madre no fuera
a comentar que a ella le encantaba ir a practicar al bosque. Para su fortuna fue la reina
Carlota la que cambió el tema.
-Lamsay necesito pedirte algo, espero que no te niegues.-
-¿Qué puedo hacer por ti madre?- Preguntó la hija con su habitual complacencia.
-Voy a viajar a las Tierras del Norte, estaré ausente algunas semanas y necesito que vayas a
mi palacio a checar que todo esté bien por allá. No confío mucho en la servidumbre.-
-Las personas a tu servicio te han demostrado una gran lealtad, no tienes porqué desconfiar
de ellos. Desde que murió mi padre no te han dejado ni un momento sola.-
-¿Me estás diciendo que no me harás el favor que te estoy pidiendo?- Preguntó su madre a la
reina levantando el entrecejo.
-No madre, sólo estoy diciendo que...-
-Se me olvidaba que no siempre puedo contar contigo, tendré que pedírselo a alguien más.
Lamsay que ya estaba acostumbrada a los chantajes de su madre, respiró profundamente
para conservar la calma y aunque ya sentía una carga en los hombros, no se negó a la
innecesaria petición.
-No tienes que pedirle el favor a nadie más, yo puedo ir a tu castillo a checar que todo esté
bien.-
-Además quiero que acomodes unas cosas que saqué del sótano y que te lleves de una vez
por todas esos viejos lienzos que dejaste. También que le pagues al mercader que me llevará
unas cajas de fruta seca y algunas provisiones. ¡Ah! Y tal vez vaya alguien a entregarte un
óleo que mandé restaurar.-
-¿Mandaste restaurar un óleo? Yo pude haberlo hecho para ti con mucho gusto.-
-¿Cómo iba a saber que estás pintando si hace tanto tiempo que no te veía?- Espetó la mujer
de edad madura.
-Tienes razón, madre. Será como tú digas.-
En realidad Lamsay no tenía muchas ganas de ir al reino de su madre pero como en tantas
otras ocasiones no pudo decirle que no. En ese momento, Ulco entró a la sala y con su
acostumbrada caballerosidad saludó a la madre de su esposa.
-¡Carlota! Es un gusto tenerla por aquí.-
-Mi madre se va de viaje otra vez y me ha pedido que en su ausencia me encargue de algunos
asuntos.-
-¿A dónde viajará Carlota?- Preguntó para entablar una breve charla con su suegra mientras
hacía un ademán ordenando algo a la servidumbre.
-Iré hacia el Norte, dicen que los paisajes nevados son hermosos.-
-He escuchado decir que en la tierra fría se cultiva una vid azulada con la que hacen un licor
exquisito.-
-Si lo encuentro, te traeré una botella para tu gran cava.-
-Lo tomaré como un cumplido.-
En ese momento fue servido un exquisito vino tinto para acompañar los bocadillos.
-Espero que sea de su agrado, es una reserva especial.-
-¡Excelente! Como siempre.- Agregó Carlota, bebiendo de un solo trago el contenido de la
copa.
Zaian apareció súbitamente en la sala, venía despeinado y con la ropa sudada. Se acercó a
su abuela para saludarla pero ésta lo recibió con un gesto hosco.
-Ya sé lo que estás pensando abuela. Iré a asearme.- Expresó el príncipe mayor sin darle
oportunidad a la reina de regañarlo.
-¿Cuántos días se quedará con nosotros Carlota?- Preguntó Ulco amablemente.
-Solamente hoy, mañana a medio día regreso a mis tierras para ultimar los detalles de mi
viaje.-
-Pero madre es muy pronto para partir, puedes quedarte un poco más.-
-Si tanto quisieras verme, irías más seguido a buscarme.-
Lamsay sintió el impulso de contestarle tajantemente a su madre, pero un nudo en la garganta
se lo impidió. Sin darse cuenta de cuánto habían lastimado sus palabras a su hija, Carlota se
instaló en la habitación de huéspedes no sin antes decir a Ulco que esperaba que en la cena
hubiera más de ese exquisito vino.
Mientras su madre desempacaba, Lamsay subió a la torre a limpiar sus pinceles y a guardar
sus pinturas. De pronto sintió una opresión en el pecho y se sentó para recobrar el aliento.
Casi sin quererlo, tuvo que reconocer que la visita de su madre, la había alterado. Por primera
vez, se daba cuenta de que hubiera deseado contestarle de otra manera y no ser tan
complaciente. Un extraño calor empezó a extenderse desde su pecho hasta sus manos y en
un intento por controlar esa sensación tomó el pincel y empezó a hacer trazos bruscos, pero
se percató de que una gran rabia se apoderaba de ella. Tomó el pincel y lo estrujó entre sus
manos hasta romperlo. En un segundo intento por disipar su emoción entabló un monólogo.
-No debo sentir esto por ella.-
-Es mi madre y merece todo mi respeto.-
-Es mi deber comprenderla.-
-Ya es una persona mayor y no sabe lo que dice.-
-Le debo tantas cosas.-
-No fue su intención lastimarme.-
Poco a poco la rabia fue desapareciendo. Se quedó muy desconcertada por sus sentimientos
ambiguos, regresó a la cocina y sin comentarle nada a nadie de su malestar, dispuso todo
para la cena aunque había perdido por completo el apetito. Doré fue la única que se percató
de la intranquilidad de la monarca pero sabía que no era el momento de hacer algún
comentario.
-¿No vas a comer Lamsay?- Preguntó la reina madre al observar que sólo revolvía la sopa con
la cuchara. -
-No tengo hambre.-
-Por eso estás tan flaca.-
-¿Vas a obligarme a terminar la cena como cuando era niña?- Preguntó desafiantemente.
Merién y Driú se miraron intercambiando unas risitas. Fue Ulco el que cortó la tensión
sirviéndole más vino a su suegra. En cuanto terminaron de cenar, los jóvenes príncipes se
disculparon y retiraron del comedor, por lo que sólo quedaron los reyes y Carlota.
Él disfrutaba la compañía de su suegra pues en realidad poco la veía, además su plática se
tornaba interesante. Por su parte Lamsay veía de reojo al rey como suplicándole que
terminara la sobremesa para poder retirarse a descansar.
Bajo los efectos relajantes del vino, Carlota comenzó a quejarse de quien en vida fuera su
esposo, el gran duque Rafá y eso era algo que definitivamente no podía tolerar.
Apoyando sus manos en la mesa, se levantó y dijo:
-Estoy cansada, disculpen que me retire. Buenas noches.-
Ulco comprendió perfectamente el motivo por el que su esposa se retiraba de la mesa, en
cambio Carlota, esbozó una sonrisa burlona.
-La última y nos vamos.- Dijo Carlota, levantando la copa para que le sirviera más vino tinto.
Mientras subía la escalera, Lamsay vio de reojo a la luna a través del gran ventanal. Ésta se
mostraba tímidamente en su fase creciente.
La reina sintió el deseo de desahogar sus encontrados sentimientos con ella pero se sentía
verdaderamente agotada. Simplemente se desabrochó su vestido y se dejó caer en la cama,
quedándose profundamente dormida.
Al día siguiente se sintió apenada por haber dejado a su madre en el comedor, así que fue a
buscarla para ofrecerle un apetitoso desayuno. La encontró sentada en una de las sillas
blancas de la terraza observando a los pavorreales.
-Buenos días madre.-
-Buenos días querida.-
-¿Deseas desayunar? Ordenaré que te preparen algo especial, ¿qué se te antoja?- Preguntó
Lamsay tratando de complacer a su madre.
-Cualquier cosa estará bien, no quiero causarte molestias.-
-No es molestia atenderte, madre, en seguida vuelvo.-
Regresó casi al instante con un aromático café y unos panes recién horneados.
-Prueba esto, te caerá bien.-
-Miraba los jardines, en verdad son hermosos y esos pavorreales son fastuosos, todo está en
perfecto orden; aquellas flores pintan el paisaje de colores agradables a la vista de cualquiera
y el castillo como siempre está impecable.-
-Gracias madre.- Pronunció Lamsay creyendo que Carlota reconocía su trabajo de mantener
el palacio en esa bella condición.
-Tuviste suerte de casarte con Ulco, él es un gran rey. Cuida mucho a tu marido, uno nunca
sabe.- Espetó la reina de encopetado peinado.
Lamsay se quedó muda ante el comentario de su madre, como tantas veces en su vida, la
frialdad de Carlota, le dejaba el alma helada.
A las doce en punto del medio día, Carlota dejaba el palacio de su hija. Ulco no se encontraba
en ese momento, por lo que Lamsay, Zaian, Merién y Driú, salieron a despedirla.
-Te encargo mucho mi castillo, hija.-
-No te preocupes madre, vete tranquila.-
El largo carruaje de Carlota desapareció de la vista de todos.
-¿Qué podría pasarle a su castillo si ella no está?- Preguntó Zaian en un tono irónico.
-¿Por qué es tan rara mi abuela, madre?- Inquirió Merién.
-Siempre que viene se bebe los vinos de mi padre.- Agregó Driú.
La reina no mencionó nada ante los cometarios de sus hijos, sólo se dio la media vuelta y
suspiró aliviada.
Unos días después, la reina se preparaba para la travesía que implicaba trasladarse al
territorio materno. Pidió a Doré que empacara sus pinturas y sus pinceles por si le daban
ganas de pintar estando lejos. La verdad es que no tenía el mínimo deseo de viajar, pero ya
había dado su palabra de que lo haría.
Para aliviar su frustración, le pidió a Merién que la acompañara pero la chiquilla se opuso pues
prefería quedarse con su padre y sus hermanos para asistir al torneo de tiro con arco. Ante la
negativa de su hija, la reina sintió de nuevo ese calor recorriendo su cuerpo, estuvo a punto de
obligarla a acompañarla cuando apareció Ulco diciéndole que se tomara los días que fueran
necesarios para atender los asuntos de su madre y que él cuidaría de los tres chicos
Muy contrariada se fue refunfuñando, terminó de empacar sus cosas y ordenó a su lacayo
partir hacia el Sur que es donde estaba la propiedad de sus padres. El camino era largo, había
que rodear una montaña y cruzar el Bosque de los Oyameles. Mientras su carruaje avanzaba,
en su mente se arremolinaban las ideas.
-¿Cómo se atrevió a decirme que no quería venir? Pero ¿qué se cree esa chiquilla malcriada?
Tiene la obligación de obedecerme, aunque ya no sea una niña, además eso del tiro con
flecha no es apropiado para una jovencita. Tengo que hablar con Ulco sobre esto.-
Después de horas de camino, avistó el palacio de sus padres. Inmediatamente la reina de los
ojos de jade evocó sus vivencias en aquel lugar. Al ver los jardines, lo primero que recordó
fueron las interminables horas de juego que pasaba con su hermano Rafí y con aquel perro
lanudo llamado “Benji” que los correteaba sin cesar.
También recordó La Casita del Árbol que su padre les mandó construir en la copa de aquel
encino para que acamparan de vez en cuando. Los columpios debajo del árbol todavía
estaban ahí, meciéndose sólo por el viento. No tenía duda que había tenido una infancia feliz
a pesar de su autoritaria madre: La Reina Carlota. Los recuerdos que venían a su mente le
hacían sentir una “nostálgica alegría”. La servidumbre ya la esperaba para recibirla. Fue su
nana Umma la que salió al encuentro.
-¡Niña Lamsay! Bienvenida a casa.-
-Nana, ¡qué gusto verte!- Exclamó Lamsay abrazando a aquella mujer regordeta que tanto
había cuidado de ella en su niñez.
-¿Qué quieres hacer primero niña? ¿Te preparo el baño, tienes hambre o darás un paseo? -
-Quisiera tomar un baño, relajarme y después comer algo rico, prepárame tu especialidad,
nana.-
Ambas rieron, Umma se dirigió a la cocina; ya el baño estaba listo y ella casi había terminado
la pasta horneada que tanto gustaba a la ahora reina Lamsay. Mientras se dirigía a su antigua
alcoba, miraba con detenimiento el interior del castillo, del cual conocía cada rincón.
“Podría recorrerlo con los ojos cerrados”. Se dijo tocando el papel tapiz aterciopelado de la
pared.
Su habitación lucía un tanto diferente, mientras su padre estuvo vivo, ésta fue conservada tal y
como ella la había dejado antes de partir el día de su boda; al morir el Gran Duque, Carlota
ordenó remodelar la alcoba de su hija, dejando sólo algunos muebles como una silla
mecedora, un espejo con el marco de oro y el tocador de latón heredado de la bisabuela
materna.
Sumergida en el agua caliente con hierbas finas y sales Lamsay comenzó a recordar. Algunas
veces aún si se había bañado por la mañana, al enterarse que vendría el mejor amigo de Rafì,
ella utilizaba cualquier pretexto para tomar otro baño y así bajar al comedor fresca y
rozagante, esperando la mirada de aquel joven que desde la primera vez que vio quedó
fascinada.
De pronto, su mano salpicó el agua pues recordó también como su madre en varias ocasiones
la hacía quedar mal ante los ojos de los demás con frases como: “¿Por qué no te recoges el
cabello? Se ve muy mal suelto” o “¿Qué te has puesto en los labios? Ese color no es propio
de una jovencita, está muy llamativo”, pero pronto su rostro se iluminó de nuevo recordando
los recados que el entonces príncipe Ulco le dejaba con Rafì donde le decía lo hermosa que
lucía y lo bien que olía, siempre compensando lo que en cada ocasión pudiera haber dicho su
madre. En su mente había muchos recuerdos, cada vez que su cabello se enredaba
recordaba un recado en especial:
Esta noche luces espléndida, tu cabello suelto y alborotado
resalta tu bello rostro. No sé quién es más bella si la flor
que adorna tu cabello o tu sonrisa coqueta.
Tuyo Ulco.
En muchas ocasiones Rafí quien era un excelente hermano, permitía a Ulco estar a solas con
Lamsay poniendo de pretexto cualquier cosa. Algunas veces iba a la cocina diciendo que la
cocinera había tardado demasiado con la tarta y que él tenía mucha hambre; otras tantas, se
disculpaba por dolores inexistentes siempre como todo un caballero pretendía hacer creer que
eran reales sus pretextos.
El gran duque Rafá, en ocasiones los encontraba platicando en el jardín a solas y si bien él
conocía a la familia de Ulco, sabía también que era el mejor amigo de su hijo, así que de un
modo u otro su corazón se alegraba de pensar que ese par de jóvenes algún día podrían
formar una linda familia, por lo que se limitaba a pasear por el jardín para ser visto desde lo
lejos y no importunar demasiado. Rafá adoraba a su princesa y el deseo más profundo de su
corazón, era verla feliz.
Después de aquel baño, casi ritual, Lamsay estaba lista para saborear los guisos de su nana.
Bajó al comedor de la cocina, esperando que su cena estuviera servida en ese lugar.
-Te agradezco tanto nana, hace mucho que no estaba aquí, en estas condiciones. El castillo
es todo mío, puedo hacer lo que yo quiera, como cenar aquí en el pequeño comedor tan
acogedor.- Dijo con un gran suspiro.
La reina Carlota no permitía que se comiera en ese pequeño comedor y aunque a veces
Lamsay tenía que merendar sola ya que las actividades de los otros miembros de la familia no
permitían estar juntos en ese momento, ella debía de hacerlo en el espantoso comedor azul,
tan largo y frío. En esta ocasión, ella podía comer donde lo deseara.
-Te pido nana que en el tiempo que esté aquí me sean servidas las comidas en este lugar.-
-Sí niña sabía que esos serían tus deseos y ya di la orden de que así sea. Tu madre ha dejado
una larga lista, si así lo deseas mañana a primera hora la revisamos juntas para que
dispongas lo que se ha de hacer.-
-Está bien nana mañana lo veremos, ahora cuéntame tú ¿cómo has estado?- Preguntó con un
genuino interés.
Después de un rato de agradable charla, la reina decidió hacer un recorrido por el castillo. Se
paseó por los largos pasillos entrando en cada una de las habitaciones. Observó los cuadros,
los adornos perfectamente ordenados, los tapetes en los que ella jugaba cuando era niña. Al
entrar a la Sala de los Pinos, llamada así por la hermosa vista al exterior donde se podían
admirar una gran cantidad de árboles rodeando aquella habitación, vio aquel sillón marrón que
le arrebató dos lágrimas de sus profundos ojos verdes.
“¿Por qué te fuiste tan pronto padre mío?” Se preguntó con dolor. Para luego seguir
remembrándolo.
-Recuerdo cuando por brincar en este sillón lo rompí y tú inmediatamente lo mandaste
cambiar por este para que mi madre no me regañara... Eras el mejor hombre del mundo. ¿Por
qué tenías que morir?-
Sentada en el sillón marrón la reina recordaba melancólicamente a su padre. Sentía que el
llanto le arrebataba la fuerza, lo único que deseaba su corazón era haber estado un momento
más con su padre.
El gran duque Rafá querido y respetado por todo el pueblo, hombre valiente y estoico había
salvado a más de un pueblo, conocido en varios reinos y aclamado por muchos, había muerto,
de una rara enfermedad. Su funeral tuvo que durar más de lo usual ya que de lugares muy
lejanos siguió llegando gente hasta el quinto día, en que por cuestiones de sanidad hubo que
enterrarlo. Quienes llegaron después de ese tiempo eran albergados en el palacio para poder
visitar su tumba haciendo los honores correspondientes. Su muerte ocurrió poco después de
que Lamsay se casara con el rey Ulco. El gran duque, estaba satisfecho de que su princesa
tuviera por compañero a un hombre justo y cabal, no tenía duda de que él la haría feliz y
cuidaría de ella.
En seguida, se dirigió al Salón de los Venados, donde su padre solía pasar mucho tiempo y
aunque el lugar ya no lucía igual, había una amplia vitrina de madera que guardaba los arcos
y las flechas de quien fuera un gran arquero. Rafá en sus años mozos, fue el mejor arquero de
la región. Reclutado en los mejores ejércitos, peleó en varias batallas, resultando su
participación indispensable para obtener la victoria. Tenía una visión clara en la lejanía, donde
ponía el ojo, clavaba la flecha, de puntería certera nada ni nadie se le escapaba. La destreza
era la mejor aliada de aquel hombre arrojado y decidido. Al mirar con detenimiento aquellas
flechas, pensó:
-Si estas flechas pudieran hablarme, me contarían las hazañas de mi valeroso padre.-
Casi inmediatamente, recordó a sus hijos quienes verdaderamente, disfrutaban de aquella
práctica y por unos segundos una pregunta merodeó por su cabeza:
-¿Y si lo traen en la sangre?-
Para después disipar su idea con un razonamiento lógico.
-¡No! es una tontería, además mi madre siempre me dijo que eso era muy peligroso.-
Cuando volteó a ver el reloj, se dio cuenta que era muy tarde por lo que subió a su habitación
dispuesta a descansar, pues sabía que le esperaba una semana difícil. Umma le entregó un
pergamino con los encargos de Carlota.
-¡Es una larga lista la que ha dejado mi madre!- Rezongó Lamsay estrujando el papel que
tenía en la mano.
Lo leyó rápidamente y después preguntó molesta:
-¿Quién demonios es el Marqués Abuca? y ¿por qué tengo que recibirlo con honores? ¿Tú
sabes quién es nana?
- Sí niña, el marqués pertenece a la familia de los Leroy. Su hermano, siendo rey lo nombró
marqués y ahora con la fortuna que tiene es libre para hacer lo que realmente le apasiona: la
pintura y la restauración de obras de arte.- Explicó Umma pacientemente a su niña querida,
sabiendo que el resto de la lista la pondría un tanto más molesta.
-Está bien nana, será mejor que nos apuremos con todos estos “mandatos reales de su gran
majestad”.- Dijo en tono irónico haciendo una reverencia chusca.
Ante tal ocurrencia, la mujer soltó una carcajada y así ambas, rieron un buen rato.
-Hacía mucho tiempo que no me reía tanto.-
Después de dos arduos días de estar cumpliendo con los encargos de su madre, Lamsay
decidió salir a pasear por los jardines del gran castillo, si algo había disfrutado siempre eran
las largas caminatas que daba con su padre entre los pinos. Como en muchas otras
ocasiones, perdió la noción del tiempo, el sol estaba a punto de desaparecer en el horizonte
por lo que emprendió el regreso apresuradamente. Levantó la vista al cielo y ahí estaba
brillante, la luna llena. De pronto, se escuchó el aullido de los lobos, Lamsay se paralizó por
completo, las piernas no le respondieron, su corazón latió fuertemente y su respiración se
detuvo unos instantes, después un gritó aterrador salió de su garganta.
-Calma niña, soy yo. Escuché a los lobos y vine lo antes posible por ti.-
-Rápido nana llévame a tu cuarto, me siguen aterrando los aullidos, por favor nana vámonos
ya.- Dijo suplicante.
Recordó las noches en que la nana tuvo que hacerle un lugar en su cama para dormir
tranquila cuando los lobos decidían rondar la propiedad, ya que Carlota no comprendía los
miedos infantiles de su hija y nunca permitió que se quedara en la habitación real.
Por supuesto, Umma no iba a llevarla a su cuarto, ya era hora de que enfrentara sus temores
pues había dejado de ser una niña.
-Listo ya estamos en tu alcoba, aquí estarás a salvo cualquier cosa que se te ofrezca no
dudes en llamarme.-
-Gracias nana.- Se limitó a decir la bella Lamsay acurrucándose en su cama sin atreverse
siquiera a asomar la cabeza de las sábanas.
Mientras trataba de conciliar el sueño, se preguntaba una y otra vez porqué su madre no
había aceptado su manera de ser. Aunque había tratado de agradarla infinidad de veces, no
siempre lo consiguió. No era un invento el miedo que siempre había sentido hacia los lobos.
Lentamente sus pensamientos tomaron la forma de un sueño. El canto de los pájaros alivió a
la mujer de cabellos revueltos. “¡Al fin es de día!” Pensó.
-¡Los lobos no hablarán más! ¿No hablarán más? ¿No hablarán más?-
Fue rápidamente a ducharse, quería despertar bien.
-¿No hablarán más?- Pensaba una y otra vez.
Durante el desayuno Umma le dio varios avisos, entre otros que el marqués Abuca llegaría
esa tarde, a lo que Lamsay no puso atención pues aquella frase abarcaba todos sus
pensamientos: “Los lobos no hablarán más”.
-¡Claro fue un sueño, todo fue un sueño! ¿No lo ves nana? Todo fue un sueño. Estaré en la
torre pintando avísame cuando la comida esté lista.-
Así con el cabello suelto y con su vestido sin tarlatana subió a la torre, agarró un lienzo nuevo
y se dispuso a pintar su sueño. Primero plasmó una capa de pintura oscura pues la escena
tenía lugar en la noche. Después pintó sobre el lado derecho del lienzo, tres árboles enanos
secos enterrados sobre un montón de huesos.
Mientras las imágenes venían a su mente, la pintora se sumergió en su obra: Una manada de
lobos perseguía a una bella dama que corría con su vestido hecho trizas hasta el borde de un
acantilado flotante. Asustada veía el mar al fondo del risco y ante la imposibilidad de saltar, la
escena cambiaba súbitamente para encontrarse frente a frente con el lobo que precedía la
manada y ante su sorpresa, el animal se tornaba dócil. Ella lo acariciaba y sólo entonces se
percataba que era una loba que comenzó a hablarle y aunque en el sueño ella misma
pensaba que era imposible hablar con los lobos, ellos seguían hablándole en un lenguaje que
entendía perfectamente. Después de haber conversado un rato más, la manada se alejó
dando marometas.
-Su majestad, vengo a avisarle que el gran marqués Abuca la espera en la sala.- Se escuchó
desde la parte baja de la torre.
-¡Qué cosa! ¡Ese cretino! ¿Cómo es posible que llegue aquí sin avisar? Pues que se ha
creído.- Refunfuñaba al tiempo que bajaba la escalera de la torre, limpiándose con un trapo
las manos.
Con paso firme y apresurado, caminaba hacia la cocina para evitar ser vista por el famoso
marqués y así subir hasta su habitacióny ponerse presentable. Al entrar por la puerta trasera,
paró en seco su paso. ¡El marqués estaba allí!
“¿Qué demonios hace este hombre aquí?” Pensó echando una mirada furiosa a la cocinera.
-Buenas tardes su majestad, Lamsay.- Saludó el marqués haciendo contacto con los bellos
ojos de la reina.
-Buenas tardes.- Repuso muy seria indicando la salida de la cocina hacia el comedor.
-Si me permite iré a lavarme las manos, enseguida estoy con usted.-
-Después de usted su majestad.- Dijo Abuca haciendo una pequeña reverencia y cediéndole
el paso.
Acomodándose no en el comedor y sí en la habitación continua, que era una sala pequeña, la
servidumbre de Carlota sirvió de inmediato una copa de vino al huésped, quien esperaba
paseando por aquel cuarto admirando las pinturas. Lamsay entró a la salita, que era un
recibidor con apenas cinco sillones pequeños y una mesa redonda traída del lejano Oriente. El
sol alumbraba muy bien el lugar y de las paredes colgaban algunos cuadros sin forma.
Desconcertada de ver a aquel hombre paseando con tanta familiaridad por ahí, pensó: “¿Qué
clase de marqués es este?”
-Disculpe si lo he hecho esperar mucho, lo estaba buscando en el comedor.-
-¿Le molesta que la haya esperado en este sitio? Verá usted majestad. He traído el lienzo que
Carlota me encomendó, lo dejo recargado en esta pared, para que más tarde si así lo desea
pueda admirarlo usted también.-
Los ojos verdes de la reina se abrían un poco más con cada frase de aquel hombre.
-Su mirada es tan expresiva y si me lo permite también hermosa.- Mencionó Abuca sin ningún
reparo.
Estaba acostumbrado a decir lo que pensaba y aun siendo sus modales impecables, algunas
veces su franqueza ruborizaba a las damas; siendo este el caso de Lamsay que no sabía qué
hacer para que el hombre se marchara pronto.
-Mi madre me ha dicho que se dedica a la restauración de pinturas, como verá aquí hay
algunas ya bastantes antiguas.- Comentó la reina para interrumpir los halagos de aquel
varón.
-La restauración de las pinturas es mi gran pasión. Es como tratar de entrar en lo más
profundo del artista, intentando conectarse con una parte de su ser para restablecer su obra,
para no cambiar su esencia, su estilo y sobretodo es muy importante respetar su sentir. He
tenido la oportunidad de restaurar algunas pinturas para su madre. Ésta por ejemplo ha sido
un gran reto, pues temo que no he respetado mucho al autor, la belleza de la pintura me ha
hecho poner matices propios.-
A la habitación entró Augusto, anunciando que el manjar ya estaba listo.
-A la hora que disponga su alteza, pueden pasar a sentarse.- Dijo el mayordomo.
-¿Me permite un momento marqués? Iré a verificar que todo esté en orden.- Indicó la reina
retirándose de la habitación rápidamente.
-¡Umma!, ¡Umma!- Gritaba Lamsay entrando a la cocina.
-¿Qué pasa niña?-
-¿Qué no estás viendo la facha en la que estoy? ¿Quién dispuso que “éste” se quedara a
comer? ¿Por qué tiene la desfachatez de llegar sin avisar?- Gruñía acomodándose un poco el
cabello.
-Lamsay. Te he dicho por la mañana que el marqués vendría esta tarde. Cada vez que él
viene, la reina Carlota dispone de un buen festín y un buen vino.-
A lo lejos se escuchó cómo el marqués ya estaba ocupando su lugar en la mesa, así que sin
más, tuvo que salir pronto al comedor.
Al entrar el marqués se puso de pie hasta llegar a donde ella estaba para ofrecerle su brazo y
acompañarla hasta su silla, la cual acercó suavemente hasta que ella estuviera perfectamente
sentada.
-¿Esta cómoda Lamsay?-
-Sí, gracias.-
El mayordomo, entró al comedor, quien traía una botella de vino en la mano, preguntando al
marqués si debía servirlo o lo haría él mismo.
-Déjelo aquí Augusto yo lo serviré gracias. ¿Puedo ofrecerle un poco de vino? Es de una
cosecha especial.-
-¿Una cosecha especial?- Cuestionó un tanto sarcástica.
¿Cómo iba aquel hombre a saber qué cosecha era si ni siquiera había mirado la botella lo
suficiente? ¿Y por qué le decía por su nombre al mayordomo? ¿Es que acaso se había
perdido de algo?
-Verá usted, sé que Carlota gusta del buen vino, por lo tanto cada vez que tengo el honor de
ser invitado por su madre, me permito traer lo más selecto para beber, como agradecimiento a
tal invitación.- Explicaba el marqués mientras servía el vino.
-En verdad está suculento.- Afirmó la reina probando la bebida y ofreciendo la copa para que
se la llenara.
El manjar fue servido y como siempre, la servidumbre de Carlota había cuidado hasta el más
mínimo detalle en cada plato por lo que la comida había estado deliciosa. En cuanto pudo,
Lamsay se disculpó por su atuendo, explicando que el tiempo había volado mientras ella
pintaba, y no queriendo hacerlo esperar no había tenido oportunidad de arreglarse.
-El atuendo para una reina debe ser muy importante; para una plebeya ha de ser adecuado,
hasta la servidumbre debe vestir de un modo especial, sin embargo, he de decirle que la mujer
independientemente de sus ropajes, es hermosa y graciosa. Y si me permite, debo decir que
la luz de sus ojos y su sonrisa lucen aún más con la vestimenta sencilla, que si estuviera
vestida de gran gala.-
-Le agradezco su cumplido, que aun siendo un poco tosco ha logrado halagarme.- Dijo la reina
casi sin voz.
-Sabrá usted que he tenido algunos problemas a lo largo de mi vida, el hecho de estar solo,
me ha convertido en un hombre con poco tacto, porque aun habiendo conseguido la libertad
entre otras cosas para decir lo que pienso, mi brusquedad la adjudico a la falta de una dama
en mi vida.-
-¿Es qué no hay una marquesa?-
Dándose cuenta de su indiscreción, la reina hizo un movimiento torpe, pretendiendo que
alcanzaba un pan de la canastilla, tratando de retroceder unos segundos el tiempo, para no
haber hecho tal pregunta.
-Despreocúpate Lamsay, agradezco que sientas la confianza de preguntarme cualquier cosa.
Si bien no hablo mucho de mi pasado, a ti podría contarte mi historia entera.-
-¿De verdad?- Cuestionó con una mirada un poco pícara.
-Si estas dispuesta a escucharla... sólo te pediría un favor.-
-Adelante pídalo.-
-Ya que hemos terminado de comer, ¿te molestaría si tomamos el café en otro lugar? Los
comedores tan largos y fríos algunas veces me causan indigestión.- Explicó Abuca
levantándose y ofreciéndole nuevamente su brazo.
Ahí sentados en la misma habitación de un principio, un café fue servido para la reina y un
coñac para el marqués.
-Cuando tenía diez años, mi padre el rey Buca murió dejando a mi madre a cargo. La
admiración que siento por ella es grande; siempre fue una madre tierna y comprensiva pero a
la vez fuerte para criarnos a mis dos hermanos y a mí. Mi tío, el marqués de Leroy, fue el
encargado de hacer de nosotros lo que debíamos ser. Pronto los años pasaron yo me
desposé con una hermosa duquesa, singular mujer y unos años después mi hermano desposó
a una bella condesa. Al poco tiempo, la cigüeña los visitó, nació mi sobrino, el príncipe, buen
muchacho con grandes capacidades, luego la tierna princesa y por último el benjamino. En el
reino la gente se preguntaba cuando vendrían mis herederos, pues siete años habían ya
pasado y parecía que el linaje se perdería.-
Lamsay abrió de nuevo sus grandes ojos asombrada, tratando de comprender lo que el
marqués le decía. ¿Es que acaso él era el primogénito de la familia Leroy?
-Parece que necesitas algo un poco más fuerte que el café.- Mencionó Abuca, acercándole su
copa de coñac.
-No, está bien gracias.-
-Unos meses después decidí abdicar a favor de mi hermano y es así como obtuve la libertad
de ser ahora un marqués.-
La reina suplicaba con la mirada que contara más de su historia. ¿Qué había sido de su
esposa? ¿Por qué no habían tenido hijos? ¿Es qué acaso el marqués no podía tener
descendencia? ¡Qué tragedia para él! Abuca se sirvió un poco más de coñac para seguir con
su relato.
-¿Dónde me he quedado?- Preguntó sabiendo perfectamente la respuesta.
-En que abdicaste a favor de tu hermano.- Respondió Lamsay sin darse cuenta que estaba
tuteando a aquel desconocido.
-¡Ah, sí! Decía que dado que la duquesa no quiso tener hijos, después de siete años de tratar
de convencerla, supe que sería inútil. Fue entonces cuando entendí que quien debía estar
convencido de lo que desde ese momento sería su vida era yo. Así que un buen día hablé con
mi madre, con mi tío el marqués y con mi hermano y abdiqué.-
-Pero ¿es que no había otro modo de ser rey, casándote tal vez por segunda vez?- Cuestionó
ya sin pena la reina.
Abuca solamente le sonrió y con una mirada dulce dijo:
-Cada hombre tiene una misión que cumplir y yo agradezco profundamente a mi hermano, el
rey que me diera la libertad de ser ahora quien soy. A la duquesa le agradezco el haberme
enseñado algo diferente de la vida y aunque de ella no he sabido más, decidí no volverme a
desposar. Ahora puedo admirar la belleza de todas las mujeres, mirando a una en especial.-
Ante las palabras galantes del caballero desconocido, Lamsay sentía emociones diversas, sin
saber exactamente cómo comportarse intempestivamente tomó la copa de coñac de su
interlocutor y se la bebió de un solo sorbo. Abuca percibió la ansiedad de su anfitriona y
prudentemente se despidió.
-Ha sido una tarde maravillosa, podría pasar horas en tu grata compañía pero creo que es
tiempo de retirarme.-
-Ha sido un placer conocerte Abuca, le diré a mi madre que su cuadro ya está listo.-
Tomando su mano la besó suavemente.
-El placer ha sido para mí, bella dama.-
-¡Augusto! Acompaña al marqués a la puerta.- Ordenó, quedándose sentada en el cómodo
sillón, tratando de recordar dónde había visto antes al marqués pues su rostro le había
resultado conocido.
Finalmente el caballero se retiró y Umma entró a recoger la vajilla sucia.
-Simpático el marqués. ¿No te parece Lamsay?- Preguntó la nana.
-Ni tanto.- Contestó la mujer tratando de engañarse a sí misma.
EL PERGAMINO MÁGICO.
Capítulo VII
Capítulo VIII
"Heridas y puertas".
Capítulo IX
Aquella tarde de verano, entraron Zaian y Driú, haciendo una alharaca, entre tantos gritos no
se entendía el motivo de la discusión. Al escuchar tal escándalo Ulco salió de la biblioteca y
levantando un tanto la voz preguntó:
- ¿Qué es lo que esta pasando, es que no se dan cuenta de su comportamiento?
Con empujones y sobreponiendo su corpulento cuerpo ante Driú, Zaian dijo:
- Es que el benjamino este, está loco de remate, pretende hacerme creer que el gran
ahuehuete es el protector del bosque. -
Mientras escuchaba a su hijo, Ulco comenzó a experimentar una sensación espantosa, era un
dolor antiguo que se despertaba una vez más; en esta ocasión, tomaba la forma de rabia y
coraje contra su primogénito, fue tan fuerte su emoción que sintió el impulso de abofetear a
Zaian. Interrumpiendo los pensamientos de su padre, Driú abogó en su defensa:
- ¡No estoy loco! Simplemente no me gusta que Zaian corte las ramas del ahuehuete sólo por
diversión, además el abuelo nos ha dicho que debemos respetar la naturaleza.-
Zaian levantó la voz y manoteando ante su hermano expuso:
- Eso no quiere decir que el árbol sienta dolor y menos que sea el protector de…-
- ¡Basta!- Interrumpió Ulco con tono autoritario.
- Jamás, le vuelvas a decir a nadie que está loco, no sabes lo que eso significa, vete a tu
habitación y no salgas de ahí hasta que yo lo ordene.-
En ese momento hubo un terrible silencio, pocas veces se le veía al rey fuera de sí. El príncipe
menor se dirigió al jardín en silencio y Zaian subió deprisa las escaleras. Lamsay quien había
presenciado todo desde la puerta de la cocina, sintió una profunda conexión con el dolor de
Ulco, dos lágrimas brotaron de sus ojos y con un gran suspiro pretendía dirigirse hasta donde
estaba su rey pero Doré estando al lado de la reina le aconsejó:
- Tal vez sería mejor dejarlo un momento a solas con sus pensamientos, sabemos muy bien
que no escuchara a nadie, ni saldrá del salón por un largo rato.-
- Tienes razón, que le sirvan la comida a Zaian en su habitación y encárgate de Driú por favor.
-
Pasaron algunas horas, en el castillo no se escuchaba ningún ruido. Merién había ido a buscar
a su amiga Nuli para contarle los últimos acontecimientos de su vida. Zaian yacía en su
habitación recapacitando lo ocurrido y Driú se había quedado dormido. Lamsay se dirigió a la
biblioteca con una charola de carnes frías; sabía que Ulco no querría comer nada en forma y
suponía que la licorera no estaría llena.
- Querido, te traje unos bocadillos que preparó Doré.-
Lamsay conocía una parte de aquella historia trágica de antaño ocurrida en el castillo del rey
Balder y la reina Aimé, los padres de Ulco; pero si alguien más había presenciado el suceso
que marcó a la familia, esa era Doré que en ese tiempo se desempeñaba como nana de los
entonces príncipes: Kaled y Ulco. La confianza que tenía el monarca sobre Doré era absoluta,
después de todo ella había representado el papel de madre cuando la reina Aimé se aisló en
su depresión. Lamsay, sabía bien que utilizando el nombre de la buena mujer, Ulco le daría
acceso al salón y tal vez le abriría su destrozado corazón.
- ¡He perdido otra vez la calma!, no pude evitarlo, estuve a punto de pegarle a Zaian.- Externó
el rey con desesperación.
- No soporto que con esa altivez diga que su hermano está loco.- Agregó con la voz
quebrantada.
Brotó entonces de su alma, un profundo llanto, como el de un niño indefenso, aquel rey estaba
totalmente vulnerable. Lamsay se aproximó a él, lo abrazó amorosamente y en silencio
permitió que Ulco sacara todo el dolor que su corazón albergaba. Minutos después Ulco alzó
su copa señalando a Lamsay la coñaquera, ella que estaba acostumbrada a sermonear al rey
cada vez que se le pasaban las copas, parecía comprender su ansiedad por calmar, el mar de
sentimientos que se agitaban en su interior.
- Es tan difícil para mí superar lo de mi hermano. No se si algún día podré recordar sin dolor
aquella tarde de invierno en la que un día antes de ser coronado rey, mi madre confesó que
no era hijo de mi padre.- Detalló Ulco.
- Hubieras visto su mirada, sus piernas se debilitaron, pude ver cómo se transformó en otro,
como si alguien le hubiera arrancado su ser y sólo hubiera quedado un cuerpo sin vida,
después salió corriendo de aquella habitación.- Recordaba el rey mientras bebía
ansiosamente aquella copa de coñac.
- ¿Por qué tenían que suceder así las cosas? -
Lamsay se limitaba a escuchar lo que su esposo narraba, en cada frase ella alcanzaba a
sentir su dolor.
- Lléname otra vez la copa mujer-.
- Si lo hubiera sabido antes, si no hubiera crecido con el anhelo de ser el rey sucesor, si no se
hubiera esforzado tanto en los entrenamientos, tal vez sería diferente y hoy podría charlar con
él y recibir sus consejos como cuando éramos niños-
Por momentos Lamsay quería reconfortar a su marido, pero sabía perfectamente que
cualquier cosa que dijera no sería suficiente para aliviar su gran pena. Además se daba
cuenta de que el inmenso dolor que ahora debilitaba a Ulco y lo hacia llorar como un niño y
beber hasta embriagarse, era el mismo que lo había convertido en un hombre cabal e íntegro.
Ulco se levantó de su sillón con un poco de trabajo, la reina lo tomó del brazo sutilmente, se
dirigió a un viejo librero y tomó un libro que parecía estar escondido tras otro un poco más
grande.
- Quiero leerte unas cartas escritas por mi hermano después de que se fuera, las robé de la
biblioteca de mi padre.- Confesó.
Se sentó en su silla, desdoblando aquellas hojas de papel, se recargó en sus codos, aclaró la
garganta y fingió que leía, porque en verdad se sabía cada frase de memoria.
La primera carta decía:
“Yo era un hombre bueno, si hay alguien bueno en este lugar… destinado a ser un rey hasta
que el destino cruel me despojo de todo aquel invierno, todo se nubló, no comprendo; pagué
todas mis deudas, pagué mi oportunidad de amar sin embargo, estoy vencido y nadie se
acuerda de mi. Paso a través de la gente y nadie nota mi venir… De otros mares vinieron con
máscaras de dioses, se ocultaron detrás de la falsedad, fue un engaño a mi fragilidad y a mi
inocencia. Fue cuando aún no cabía en ninguno el miedo, no pudiendo elegir, no me dejaron
elegir, no puedo entender porqué pasó de esa manera…¿quién será ahora mi guía y mi
compañía? ¿quién podrá amar los despojos y lo quedó de mí? jamás seré el que fui, y ¿quién
soy ahora? Una piltrafa que la locura arrastrará, ¿a dónde he de ir ahora? No tengo rumbo ni
dirección, mi camino es oscuro e incierto”…
Mientras leía el texto, su voz profunda y masculina se quebraba. Bebiendo de un solo trago su
copa, continuó con la segunda misiva.
“Quiero decir que parecería que fui traicionado por todo aquello en lo que creí y sin embargo,
no fue así…¿existirá quizás un lugar donde el dolor sea más soportable?... ¿estaré acaso
destinado a ser rey de un lugar distante en los confines del mundo, debajo del mar o más allá?
Esta continua pesadilla que perseguía mi ser cada noche, al fin fue escuchada, esa sombra no
era el enemigo a vencer, era la guía hacia el trono vacío que me espera ya”…
Sintiendo cada palabra en su piel, el rey se debilitaba cada vez más; sus ojos ya asomaban
lágrimas y como un verdadero poeta declamó aquellas palabras impregnadas de amor y dolor
que daban cuerpo a la última carta de su amado hermano Kaled.
“¿Mi madre? Mi bella madre, ella también cumplió su destino de gozo y devastación, después
de todo ¿quién puede negarse a los placeres de un cuerpo desnudo y de todo lo que ello
puede ofrecer? Al menos yo no me negué y sucumbí tantas veces como tantas veces sané…
¿A Balder? Agradecido siempre estaré, es ahora que seré un verdadero rey, gracias “padre”
por entrenarme bien… y a mi pequeño Co, crecerás no debes desesperar, cada quien
encuentra su destino o el destino nos encuentra a nosotros, siempre estaré contigo… ¡Locura!
Vámonos en tu corcel pues nada tengo ahora, no pertenezco a este lugar, déjame
embriagarme para que mi mente divague, para que esta inconmensurable verdad que ahora
me aplasta, me impulsa y me sofoca sea menos tormentosa… ¡Es misión del destino
alcanzarnos a todos!”
Restregando con ambas manos su rostro y despeinándose desesperadamente, Ulco se
lamentó con profundo dolor y en un desgarro del alma, reclamó:
- ¡Jamás volví a verlo! Después de que se descubriera aquella verdad, partió junto con el
viento….creí que regresaría…lo esperé tanto tiempo….pero no volvió… ¡lo he extrañado
tanto!-
El rey Ulco que se caracterizaba por su gran temple y fuerza, ahora lloraba aquella terrible
pérdida que no terminaba de aceptar aunque habían pasado ya más de veinte años.
- Si tan sólo pudiera verlo una vez más para decirle que en su honor he tratado de ser un rey
bueno y justo como él lo hubiera sido.-
El hombre ya no pudo seguir hablando, el llanto lo obligó a callar y en vez de palabras sólo se
escuchaban sollozos, las lágrimas brotaban a raudales, sus puños se cerraban con fuerza
para después caer débilmente sobre la mesa. Lamsay observaba la escena que por instantes
la asustaba, Ulco se veía tan frágil como muy pocas veces lo había visto. La reina miró a
través de la ventana y observó a la luna menguante y conectándose con esa energía,
simplemente se quedó al lado de su rey, sin decir nada, solamente esperó a que el llanto
fluyera y el dolor se acomodara en el corazón de su esposo. Lamsay recordó al mago y a los
disfraces y por unos segundos de tiempo sagrado, imaginó a Ulco despojándose de sus
vestimentas de gran señor para permitir que su alma llorara. Evocando la sabiduría del
portador del espejo mágico, la reina pudo ver que el llanto que ahora parecía derrumbarlo,
pronto fecundaría nuevas semillas. Esa noche,
Lamsay constató que Ulco se comportaba a la altura de un hombre.
Completamente embriagado, el monarca pidió a la reina que lo recostara en la cama real.
Lamsay lo acompañó y con un poco de esfuerzo lo desvistió para que pudiera descansar,
después lo dejó dormido y salió a buscar a Doré, a quién encontró en la cocina y sin más
preámbulo le preguntó:
- ¿Cómo fue posible que la reina Aimé callara una verdad tanto tiempo?-
- Sus motivos eran poderosos, quiso evitar una tragedia.- Respondió la sabia mujer.
- ¿Evitarla? Por su culpa Kaled huyó y jamás volvieron a verlo, ni siquiera saben si está vivo o
muerto.
- El príncipe Kaled, eligió ese camino, todos tenemos un destino que cumplir, además estoy
segura de que estaba destinado a ser rey de un mundo lejano; él es soberano y señor de un
lugar incomprensi
- ¿Cómo puedes decir eso? Nadie sabe dónde está, ni el ejército del rey pudo encontrarlo.-
- Simplemente lo sé, algo muy dentro de mí me lo dice, no tengo ninguna duda.-
Lamsay movió la cabeza en señal de desaprobación.
- Además nunca he entendido cómo pudo el padre de Ulco perdonar su traición.- Expresó
Lamsay con un tono enjuiciador.
- El rey Balder es el hombre más heroico que he conocido en toda mi vida. Él pudo ver más
allá, como el águila que tiene una visión de conjunto de todas las posibilidades que existen en
el paisaje. Sin duda alguna, tuvo que utilizar todos sus recursos interiores para salir adelante.
Tras recobrarse del primer impacto, no podía permitir que su primogénito y legítimo hijo
también se derrumbara, además tenía un reino que gobernar.- Narró Doré.
Para Lamsay era muy difícil comprender que la reina Aimé hubiera sido perdonada por la
familia real aún después de haber tenido un hijo de un hombre extranjero. Siguiendo con el
relato Doré agregó:
- El rey Balder siempre supo que su reina era demasiado luminosa para brillar sólo para él,
además era portadora de una poderosa sensualidad capaz de sanar al más herido de los
caballeros. Seguramente el padre de Kaled, necesitaba encontrarla para cumplir su misión. Le
recuerdo majestad, que nada está separado, a veces no vemos los hilos invisibles que unen
las vidas y los destinos de los hombres.-
- Pues sigo sin entender.-
- Dicen que un mago lo ayudó…-
- ¿Un mago?- Interrumpió Lamsay sorprendida.
- Si, nadie sabe a ciencia cierta lo que sucedió pero se rumoró que un día el rey Balder
hundido en su desesperación se perdió en el bosque por tres días y ahí fue donde conoció al
misterioso personaje que le ayudó a transformar su realidad abriéndole una puerta hasta
entonces desconocida y desde esa nueva visión pudo entender la verdadera misión de Kaled,
el carisma de la reina y el potencial que tenía Ulco para sucederle en el trono.-
Al escuchar esto, Lamsay dejó de hacer juicios y se retiró en silencio. Mientras subía las
escaleras trataba de entender el asunto del mago y por un segundo pasó por su mente la idea
de que fuera el mismo hombre de túnica gastada; finalmente se dispuso a dormir junto a su
rey.
Al día siguiente Ulco amaneció con una fuerte jaqueca, después de tomar un baño, cariñoso
se acercó a su mujer y le expresó:
- Gracias por escucharme, ayer no fue un buen día; todavía hay recuerdos que me duelen–
El rey se quedó pensativo unos instantes como remembrando algo y después agregó:
- ¿Sabes cómo llegaron las cartas a palacio? –
- No querido, eso nunca me lo has contado.- Respondió Lamsay más que intrigada.
- La primera la entregó un hombre del pueblo, dijo habérsela encontrado bajo una piedra llena
de escarabajos, al reconocer la insignia real en aquel sucio papel creyó que era importante; la
segunda la entregó un marinero que venía de una tierra lejana donde crecen los árboles de
tronco torcido; el viajero del mar aseguró haber albergado a Kaled en su barco por un tiempo y
la tercera la entregó un pordiosero a quien mi padre recompensó con comida y ropa fina,
aunque no supo darle detalle alguno pues su mente era incoherente.-
Lamsay percibió algo mágico en aquella narración, sin embargo, no pudo expresar su sentir al
rey, por lo que se limitó a besarlo en los labios y sonreírle con amor.
- Gracias querida. Ahora iré a hablar con Zaian. - Dijo el rey, dejando a Lamsay sola con sus
pensamientos.
Mientras Ulco platicaba con su primogénito, la reina se dispuso a tomar el té en la terraza de
la cocina observando a los pavorreales. Después de un rato apareció el rey con un semblante
diferente y tranquilo.
- Querida ya hablé con nuestro hijo. Ahora debo irme, tengo varios asuntos pendientes que
arreglar en la corte.-
Lamsay quiso preguntarle a Ulco sobre la conversación que había tenido con Zaian pero
supuso que el rey no le daría más detalles, después de todo era un asunto entre ellos. El rey
la besó y antes de partir le dijo:
- Quiero invitar a mis padres a cenar mañana por la noche. Enviaré a un mensajero a
avisarles. Por favor prepara una cena especial para ellos.-
La reina no se entusiasmó mucho con la idea de recibir a sus suegros en el palacio después
de lo que había pasado en la biblioteca, sin embargo, comprendía que era importante para el
rey tener esa reunión por lo que dio instrucciones precisas a Doré para que todo saliera
perfectamente bien.
A las siete en punto de la noche llegaron los padres de Ulco al palacio real.
- Ha llegado el carruaje de mi abuelo Balder.- Gritó Merién emocionada desde la ventana.
Driú corrió a abrir la puerta, pues quería ser el primero en saludar a los abuelos. Sentía un
afecto especial por su abuelo paterno además compartían el gusto por los caballos. Balder y
Aimé caminaron juntos, tomados de la mano, hacia la entrada principal.
- ¡Abuelito! – Exclamó Driú extendiéndole los brazos al hombre de cabello encanecido.
Balder correspondió al efusivo saludo de su nieto con la misma emoción. Merién ya venía con
su hermosa sonrisa a recibir a su abuela favorita por quien sentía una admiración secreta.
- Has traído a mi percherón favorito.- Dijo Driú refiriéndose a los caballos.
- ¡Abuela Aimé! Luces tan hermosa como siempre, tengo tanto que contarte.-
Lamsay, Ulco y Zaian ya los esperaban en el recibidor. Al ver a su padre, Ulco se acercó en
silencio y le dio un fuerte abrazo, después se dirigió a su madre a quien besó en la frente.
- Es un gusto tenerlos en el palacio.- Expresó Lamsay a manera de bienvenida.
- ¡Qué alto estás! y que guapo te estás poniendo- Dijo Aimé, guiñando un ojo a Zaian.
- Buenas noches abuela.- Repuso el joven besando su mano.
Todos juntos se sentaron en la sala a conversar. Lamsay observaba discretamente a su
suegra. En verdad era una mujer muy guapa y con un carisma especial. A pesar de su edad,
lucía atractiva; su cabello rizado enmarcaba jovialmente su rostro; su maquillaje aunque
discreto resaltaba su natural belleza y su franca sonrisa le daba el toque final. Su arreglo
personal era impecable, cuidaba cada detalle de elegancia femenina. Sus manos lucían
arregladas con anillos y pulseras. Esa noche Aimé portaba un bello vestido bermellón,
inusualmente corto con un discreto escote y un chal de fina seda. Con su desenvuelta
personalidad, no era raro que Aimé iniciara la plática con alguna anécdota chusca. La mirada
aún enamorada de Balder no pasó desapercibida para Lamsay quien no perdía detalle de la
escena. Los hijos de Lamsay disfrutaban mucho la presencia de su abuela pues los hacía reír
mucho y también se mostraba interesada en lo que los chicos quisieran contarle. Después de
la cena, Ulco bajó a la cava en compañía de su padre. Lamsay y Aimé tuvieron un momento
para conversar a solas. Sin pensarlo mucho Lamsay espetó:
- Ayer Ulco estuvo recordando a Kaled –
- ¡Mi querido Kaled! – Suspiró la mujer de edad madura.
Aimé guardó silencio por unos instantes llevándose las manos al pecho. Con la sabiduría que
le había dado la vida, sabía que no tenía que dar explicaciones a nadie, sin embargo, intuyó
que era un buen momento para conversar con su nuera y entonces agregó:
- Un caballero extranjero puede llegar a la vida de una mujer en cualquier momento y cuando
esto ocurre, se activa una energía tan poderosa que mueve dentro de ella lo que está
paralizado, sacudiendo su interior con tal fuerza que ni siquiera la razón puede entenderlo. -
Aimé hizo una pausa para ver la reacción de Lamsay a sus palabras, quien estaba muy
atenta, por lo que continuó diciendo:
- Llega sin previo aviso, ¡si lo sabré yo!-
- ¡Qué descaro!- Pensó Lamsay hasta que Aimé mencionó:
- Y si no quieres atender al llamado, vuelve aparecer una y otra y otra vez hasta que le pones
atención. Al principio puede escucharse como un leve susurro hasta convertirse en un grito
ensordecedor.-
Al escuchar en voz de Aimé, las mismas palabras que había dicho Sabiarba en el inframundo,
Lamsay quedó atrapada en el relato de Aimé y por primera vez, dejó de hacer juicios sobre lo
sucedido hacía tantos años. Aimé, por su parte, se sentía complacida de que su nuera
estuviera tan atenta pues sabía perfectamente que ninguna mujer escapa al encuentro con el
extranjero y que sus palabras podrían serle útiles en algún momento cuando eso sucediera.
- La mente se nubla, el corazón se acelera, la sangre se calienta, el cuerpo vibra y el alma se
estremece; ¡todo en un instante!- Describió Aimé emocionada.
Lamsay notó un brillo especial en los ojos de su suegra que extrañamente la hacía lucir más
bella.
- Es como un torbellino que te arrasa-
De pronto, el semblante de Aimé cambió y se tornó nostálgico, sin duda había recordado algo.
- El encuentro con un caballero ajeno puede desestabilizar a cualquier dama y es que una
fuerza tan avasalladora sólo puede venir de un extranjero.-
Sin quererlo, Lamsay interrumpió:
- ¿Sólo de un extranjero?-
- Sí, sólo de un extranjero.-
- Un hombre que va de paso y que pronto volverá a su lugar de origen pero antes de irse
cumple su cometido.-
Sin darse cuenta, Lamsay y Aimé estaban platicando como dos amigas, más que como la
suegra y la nuera que eran.
- ¿Estás diciendo que la aparición de un extranjero tiene un propósito?-
- Así es. El extranjero viene a despertar a Afrodita, la diosa del amor.-
Los verdes ojos de Lamsay cada vez se abrían más y ahora tenían un brillo similar al de Aimé.
De pronto y por unos segundos pensó en el marqués Abuca y se sonrojó. Sintió un poco de
vergüenza, quizás ante ella misma y evadiendo la mirada de su suegra dijo:
- Eso suena un poco ridículo ¿no crees?-
Con un tono irónico y levantándose del sillón, para servirse un poco de vino, Aime respondió:
- Ridículo o no, esa energía ha permitido a muchas mujeres descubrir lo que es el verdadero
amor…
Lamsay deseaba que la bella Aimé continuara su relato, pues tenía que reconocer que era
una mujer admirada por muchos hombres y mujeres y muy amada por su rey. Por unos
segundos Lamsay sintió que Aimé tenía razón en todo lo que decía y si bien parecía una
locura pensar en todo aquello, sabía que de algún modo su suegra había conquistado todo lo
que una mujer desea.
Aimé se sentó en el sillón trayendo una copa de vino también para Lamsay, quien la tomó
gustosa, pidiendo en secreto que nadie las interrumpiera y así seguir escuchando lo que
aquella dama tenía que decir. Aimé elegía perfectamente sus palabras, se daba cuenta del
interés que Lamsay tenía no sólo en saber lo sucedido con el padre de Kaled, en verdad
estaba interesada en el tema del extranjero como mujer.
- ¿Sabes? A muchas mujeres les asusta sentir la energía de Afrodita, pues cuando ella
despierta nos inspira a ser enviadas del amor y el amor puede tomar muchas formas. – Dijo
Aimé bebiendo lo que le quedaba a la copa de vino.
Después prosiguió su amena charla:
- En mi caso…-
Aimé interrumpió su relato, era evidente que hablar del tema le avivaba las emociones.
Lamsay la observaba atentamente y ansiaba que terminara de contarle la historia. Aimé se
sirvió otra copa de vino y la bebió de un solo trago. Finalmente continuó diciendo:
- En mi caso, la forma que tomó fue el de un amor físico y efímero… ¡Brindándole sólo un
instante!- Suspiró la mujer de bello rostro.
- Después asumí las consecuencias de mis actos, durante algún tiempo me lamenté de lo
sucedido pero un día acepté que aquel caballero necesitaba de mí para sanarse y así de las
cenizas renacer y que mi hijo Kaled fue un héroe desde el momento de nacer. Siempre supe
que algún día lo perdería y que el tiempo que pasaría conmigo estaba contado… -
Los ojos de Aimé se llenaron de lágrimas al recordar a su primogénito, sin embargo, terminó
diciendo:
- Y la otra parte de la historia, ya la conoces.-
Lamsay sintió una gran empatía al escuchar de viva voz la historia secreta de Aimé. Lejos de
juzgarla, empezaba a comprenderla un poco más.
- El hombre que está cerca de una mujer con la energía de Afrodita, se siente inspirado,
satisfecho y muy amado. Como reina te digo, haber vivido de ese modo, trajo a nuestras vidas
una gran enseñanza. Hemos sido prósperos en lo adverso; desdichados en medio de la
felicidad; asertivos en la incertidumbre, amigos y amantes.-
A lo lejos se escucharon las voces de Balder y Ulco que regresaban de la cava. Lamsay sabía
que la conversación tenía que terminar y sin embargo, tenía varias preguntas que quería
hacerle a su suegra, quien bajando el tono de voz le susurró:
- Recuerda siempre ser Afrodita para tu rey, ese es el secreto.-
Afuera, la luna ya menguaba.
EL PERGAMINO MÁGICO.
Capítulo X
Capítulo XI
"Kristen y Rafí".
Unas lunas después, Lamsay se encontraba en la terraza del jardín bebiendo café cuando
Doré le entregó un paquete que acababa de llegar para ella a las puertas del palacio. Era una
caja rosada con un listón dorado.
-Le han traído esto majestad.-
-¿Para mí?- Preguntó sorprendida.
La reina tomó la caja, extrañada pues normalmente los paquetes iban dirigidos a Ulco.
-¿Qué será?-
Al abrirlo encontró una pequeña nota que decía:
El arte sublima los sentidos hasta el éxtasis creativo. Una obra trascendente y los recuerdos
permanecen en el corazón.
Al ver la portada, reconoció inmediatamente que era el libro de bosquejos que había visto en
la tienda del pueblo aquella tarde que se encontró con el marqués por primera vez. La
monarca suspiró profundamente, una vez más Abuca la sorprendía con sus halagos.
Llena de emoción no escuchó que alguien platicaba con Doré en la cocina hasta que un
saludo la sacó de sus pensamientos:
-Lamsay, perdona que no te haya avisado que venía.-
-¿Kristen? ¡Qué agradable sorpresa! Siéntate por favor.-
-Gracias, necesito hablar contigo de algo muy serio.-
-Mujer, me asustas, ¿qué pasa? ¿Está todo bien con mi hermano?-
-No, de hecho de él quiero hablarte.-
La monarca pidió a Doré que le sirviera café y galletas a su cuñada y que cuidara que nadie
las interrumpiera.
-¿En qué te puedo ayudar?-
-Necesito que hables con Rafí... Su forma de beber no es la adecuada.- Expresó Kristen sin
más preámbulo.
-¿Qué tratas de decir?-
-Que bebe demasiado.-
-¿Cuánto es demasiado?- Preguntó para tener idea de lo que estaban hablando.
-Bebe cada vez que Carlota va a visitarnos y en todos los eventos del palacio.-
-¿Acaso mi madre los visita muy a menudo?-
-Mucho más de lo que quisiera, perdón, sé que es tu madre pero...-
-No te preocupes, sé bien lo difícil que es tratar con ella.-
-Cada vez que va, le dice cómo tiene que manejar el reino y eso lo hace sentir como un inútil.-
-¿Cómo es que mi hermano lleva los asuntos del reino?-
-No me puedo quejar, todo funciona bien. Es un rey respetado y querido por su pueblo. Yo
creo que tu madre exagera.-
-Seguramente.- Concordó al recordar el trato que Carlota le daba a su padre.
-Cada vez que ella se va, él bebe hasta perder la conciencia, dice muchas cosas sin sentido,
después se va a dormir y al día siguiente actúa como si no hubiera pasado nada.-
Doré escuchaba discretamente desde la cocina la conversación de ambas mujeres.
-No sé qué decirte. Sé que mi hermano disfruta de los buenos vinos pero no me explico qué le
pasa.-
La nana de Ulco las interrumpió con el pretexto de ofrecerles más café, pero Lamsay se dio
cuenta de que tal vez tenía algo más que decir.
-¿Has escuchado nuestra conversación?-
-No pude evitarlo, majestad.-
-No importa, tú eres como de la familia. ¿Hay algo que quieras decirnos?-
-Si me lo permite, majestad. Es un consejo de mi abuela.-
-Siéntate Doré.- Invitó Kristen quien tenía cierta simpatía hacia la fiel sirviente.
-Habla de una vez por todas.-
-Algunos hombres beben para contactar sus emociones y en ese estado de conciencia
alterada dicen cosas que no se atreven a decir en su sano juicio. Mi abuela me dijo que vale la
pena escuchar lo que los caballeros tienen que decir en esa condición.-
Ambas mujeres se voltearon a ver desconcertadas ante sus palabras.
-Es una manera de conocer lo que les duele. Aunque suene extraño, una mujer que puede
escuchar sin juzgar se convierte en un puerto seguro y ayuda de muchas formas.-
-¡Pero me molesta tanto verlo así! Lejos de escucharlo me dan ganas de abofetearlo. No
soporto tener que cuidar de él como si fuera un niño.-
Lamsay observó perfectamente cómo Kristen podía estar proyectando algo de ella en el
comentario que acaba de hacer en relación a su hermano. Probablemente cuando Rafí bebía
era ella la que se sentía como una niña sin cuidado.
-¡Además se pone a llorar! Es tan patético. Los hombres deben ser fuertes.- Sentenció
duramente.
Cada vez ponía más atención a lo que su cuñada le decía.
-Me han dado ganas de dejarlo y regresar a casa de mis padres.-
La reina de ojos de jade recordó las palabras que le dijera la luna llena aquella vez que
platicaron por primera vez. “No puedes huir de ti misma”.
-¿Qué ganarías con hacer eso?-
-Nada pero por lo menos no tendría que soportarlo.-
-No se trata de “soportarlo” sino de “aceptarlo”.- Explicó Doré.
Lamsay escuchaba las palabras de Kristen y su tono de voz.
-Cuando un hombre se siente amado incondicionalmente, entonces recupera la fuerza que le
hace falta para seguir enfrentando los desafíos de la vida. Las mujeres podemos recurrir a una
energía muy poderosa que nos convierte en...-
La visitante interrumpió a la sabia mujer.
-¿Energía? ¿De qué demonios estás hablando? Esto no es cuestión de energía sino de
voluntad, si él quisiera, podría dejar de beber en cualquier momento.-
-Yo no estaría tan segura, a veces la voluntad no basta.- Respondió tímidamente.
-Tan fácil como proponérselo.- Espetó la mujer de Rafí.
Lamsay notaba que la actitud de su cuñada, estaba matizada por la energía oscura de
Kánimus, además mientras hablaba, la había imaginado topándose con el Muro de las
Expectativas.
-Mientras las heridas no sean sanadas y él no encuentre una mejor manera de contactar sus
emociones, probablemente seguirá bebiendo.- Dijo Doré con sabiduría.
La monarca recordó la conversación que apenas había tenido con el centauro. Ahora
comprendía que su hermano posiblemente estaba actuando desde alguna herida. ¡Qué ganas
de explicárselo! Pero ¿podría comprenderlo?
-Ya puedes retirarte Doré, gracias por tus palabras.- Dijo Lamsay al notar que su cuñada no
era receptiva a sus palabras.
Por un instante pensó que podía compartir con ella todo el nuevo conocimiento que había
adquirido en los últimos meses y así poder ayudarla.
-Me gustaría platicarte algunas cosas que he aprendido últimamente, pero podrían sonarte
descabelladas.-
-Cuéntamelas.-
-¿Recuerdas el Baile de las Mil Máscaras? Esa noche estuve platicando con un mago
portador de un espejo mágico y me enseñó cómo las personas andan por la vida utilizando
disfraces para no sentirse vulnerables.-
Sin decir nada, Kristen se acomodó en la silla, tomó la taza de café y la bebió de un solo
sorbo.
-Yo creo que mi hermano tiene un dolor escondido, como todos tendrá una historia inconclusa
o un sentimiento atorado, alguna emoción por expresar, ¡qué sé yo!- Mencionaba Lamsay
recordando las palabras del centauro.
-¡Eso no tiene lógica! Si le pasa algo pues que lo diga y ya. No soporto saber que vivimos bajo
las órdenes de Carlota. Yo necesito un hombre a mi lado. Creí que tú podrías hablar con él
pero veo que lo defiendes, te entiendo, es tu hermano.-
-Sólo trato de ver más allá, si pudiéramos descubrir el verdadero motivo que lo impulsa a
beber, tal vez podríamos ayudarlo.-
-Todos los hombres beben, no me vas a decir que Ulco no toma.-
-Claro que bebe, disfruta del buen vino y alguna vez se le han pasado las copas pero eso no
lo hace una mala persona ni un mal rey.-
-Tengo que irme.- Dijo Kristen cortando la conversación.
-Espera, necesito contarte más. Las mujeres somos como la luna, con cuatro rostros distintos
que nos ayudan a vivir con mayor plenitud.-
Kristen se puso de pie y aunque no lo dijo, su endurecido rostro delataba que estaba molesta.
-Será en otra ocasión querida, en verdad tengo que irme.-
Lamsay la acompañó hasta el carruaje.
-Hablaré con Rafí si eso es lo que quieres.-
-Como quieras.-
La monarca se quedó viendo el carruaje hasta que éste desapareció en la espesura del
bosque. De pronto escuchó una voz familiar.
-Fue un buen intento.- Dijo la luna que ya asomaba su rostro.
-Sólo conseguí que se enojara.-
-Querer compartir el conocimiento sobre lo femenino es un acto de amor, pero deberás
aprender que no todas las mujeres están dispuestas a recibirlo.-
-¿Acaso sabes tú por qué?-
-Las personas tienen tiempos diferentes. Los ritmos son sagrados y no pueden ser forzados.-
La reina guardó silencio, sabía que detrás de esas palabras había una gran sabiduría. La luna
entonces le hablo de nuevo:
-No es fácil de explicar, para entenderlo un poco más tendrías que asomarte al Túnel de los
Ritmos que se encuentra debajo del gran ahuehuete.-
-¿Debajo del ahuehuete?- Preguntó intrigada, al tiempo que caminaba hacia el árbol.
La señora de la noche sonrió complacida ante el interés que Lamsay demostraba en aprender
cada vez un poco más. Al llegar al árbol la reina buscó algún tipo de entrada.
-No veo nada.-
-Cierra tus ojos. Trata de escuchar. Imagina los distintos ritmos.-
Luego de un momento en silencio parecía qua la reina lo había conseguido; empezó a
escuchar un tic-tac y luego otro y otro más.
-Ahora, busca la rama más gruesa.-
-¡Debe ser esta!-
-Ahora pon tu mano sobre ella y pídele al árbol permiso de ver el Túnel de los Ritmos.-
Lamsay hizo lo que la luna le dijo y la gran rama se levantó dejando al descubierto un agujero
lo suficientemente grande para que la reina se asomara.
-¡Ahora echa un vistazo!-
La monarca se hincó en la tierra y asomó la cabeza como si se tratara de una ventana. De
alguna manera, había penetrado la puerta del lugar de los relojes. Su cabeza se movía de un
lado a otro, de arriba hacia abajo; sus manos tocaban firmemente la tierra para darle soporte y
así poder inspeccionar cada parte del túnel que giraba lentamente. Después de varios minutos
de tiempo Kairós, se levantó y retrocedió unos pasos.
-¡Vaya! Nunca pensé que fuéramos tan distintos y que tuviéramos ritmos tan diferentes.-
-¿Qué fue lo que viste en el túnel?-
-¿Es qué no lo sabes? Supongo que lo que toda persona ve cuando se asoma por ese
agujero.-
La luna soltó una franca carcajada, para después explicar:
-No creas que la única diferencia entre las personas son sus ritmos, otra diferencia muy
notoria es la interpretación que cada quien le da a los eventos que ocurren a su alrededor, es
como si cada uno tuviera unos lentes especiales para ver la realidad, es por eso que te
pregunto qué es lo que has visto en el túnel.-
Acomodándose el vestido que estaba un poco húmedo y dando un buen suspiro Lamsay dijo:
-He visto un lugar repleto de extraños relojes de todo tipo. En la entrada había un gran reloj de
arena, curiosamente cada grano subía en vez de bajar; enseguida vi un reloj con una sola
manecilla y unos números extraños; más adelante había un artefacto diferente con una
especie de bolas dando vueltas a su alrededor; había otro también que giraba de derecha a
izquierda. Asimismo, había unos triángulos que colgaban de una esfera. Lo más sorprendente
es que cada uno de ellos tenía diferente ritmo, sonido, textura y sin embargo, había una gran
perfección, un ritmo superior lo enmarcaba todo y todo marchaba como debía ser. ¡Cada cosa
a destiempo y tan a tiempo! Bueno, al menos esa fue mi impresión.-
La luna que la miraba con ternura concordó con su descripción.
-Creo que has comprendido un poco más que el ritmo de cada quien es diferente, único e
irrepetible como la persona misma. Lo importante es que cada uno “escuche” su propio ritmo
para ser fiel a su carisma.-
-¿Carisma?-
-Sí, el carisma es esa virtud que es otorgada de lo Alto y que ayuda a cumplir la misión
especial que cada uno tiene encomendada. El carisma marca el ritmo de la persona, por eso
es importante ser respetuosos con eso.-
-¿Carisma?- Volvió a preguntar la reina al sentir que esa palabra tenía un significado más
profundo.
-Si estás interesada en aprender más sobre esto, dirígete a la Fuente de la Sabiduría que se
encuentra al Poniente del Bosque de los Cedros, pasando el círculo de los tótems,
encontrarás una encrucijada, si tomas el camino de la derecha, llegarás directo a la fuente. En
ese lugar podrás obtener algunas respuestas; pero volviendo al tema de los ritmos debo
decirte que cada vez que alguien se responsabiliza de su propio ritmo, contribuye a la armonía
del “Gran Ritmo Sagrado”.-
-Ahora entiendo que el tiempo de Kristen es diferente al mío. Ha sido un gran regalo invitarme
a ver el Túnel de los Ritmos, gracias luna.-
-En algún momento sus tiempos podrían sintonizarse pero eso es algo que no puede forzarse.
Recuerda que todo está entretejido por hilos invisibles, creer que estamos separados es sólo
una ilusión.- Agregó la luna con certeza.
Lamsay se dirigió a la cocina a terminar su café, pensando que tal vez no conocía tan bien a
su hermano como ella creía. Recordó que efectivamente bebía en cada reunión familiar y en
las comidas donde arreglaba asuntos de la corte, sin embargo, nunca lo había visto
embriagado en exceso ni lloriqueando; después de todo no era ella quien vivía con él.
-Tal vez Umma pueda platicarme cosas que yo no recuerde de Rafí.- Pensó también mientras
comía una rebanada de tarta.
Mientras tanto, Kristen llegaba de mal humor a su castillo, pensando que no había obtenido
nada al ir a hablar con su cuñada.
En su atropellado andar no vio a la lechuza que posaba en la entrada del castillo con un sobre
color índigo en la pata izquierda. Pasó de largo sin mirar al mozo, quien recibió aquel
misterioso sobre.
“Para el gran Rafí”.
Decía la inscripción con letras azuladas.
Al día siguiente, terminando de comer, Rafí besó a su amada y le agradeció la comida.
-Hasta más tarde, veré unos pendientes y después saldremos a caminar.- Dijo dirigiéndose a
la biblioteca.
Como cada tarde, el rey se encargaba de los asuntos de su reino. En verdad era un rey justo y
noble; con autoridad y poder para resolver los conflictos que se presentaban. La mejor prueba
de su trabajo era que en sus dominios reinaba la paz.
-¿Qué es ésto?- Se preguntó al tiempo que veía un sobre bastante extraño, color índigo con
letras azuladas, dirigido a él.
Revisó primero los pendientes que tenía de días anteriores, para así continuar con tan singular
envoltura. Lo abrió con cierta desconfianza pues no tenía remitente, puso el sobre de un lado
acomodó sus gafas y se dispuso a leer:
Una tarde de verano llegó hasta él un sobre proveniente de sus mismas tierras; papiros
escritos con caligrafía mágica y tinta azulada, parecían no estar escritos hasta el momento de
estar leyendo renglón por renglón... Palabras que revelaban verdades incómodas. Renglones
torcidos con interpretaciones convenientes. Silencios que se tornaron en lamentos. Recuerdos
atrapados en la memoria y la voluntad quizás atrapada en los recuerdos borrosos de aquella
época de inocencia. No hay retorno al paraíso perdido. Se pierde en el tiempo lo que fue y se
cree no debió ser. Sentimientos ocultos que sólo tienen voz al calor de una copa. Embriagar la
conciencia con excesos es una ilusión... Tu sed de vino es más bien una sed de espíritu. Así
pues el dragón te tiene a sus pies. No desfallezcas. La ayuda ha sido enviada por el Maestro.
Es tiempo de sanar.
El Mago.
-¿Es esto una broma?- Se preguntaba al tiempo que se percataba de que los papeles que
tenía en la mano solo tenían tres renglones escritos.
Un tanto ofuscado tomó de nuevo los papiros para volverlos a leer.
Desconcertado tomó una copa de coñac para beberla de un solo trago. En su cabeza se
agolpaban las ideas y por más que quería digerir una a una, simplemente no lo conseguía.
Las frases en la misteriosa carta lo habían devastado.
¿Quién había osado mandarle tal escrito? ¿De dónde provenía aquella carta que poseía
información tan secreta? ¿De qué demonios se trataba todo eso? Se preguntaba atormentado
el rey.
Aquella noche fue interminable, Rafí no consiguió pegar los ojos, sentía que la cabeza le daba
vueltas sin parar y los pensamientos lo abrumaban.
-Por fin es de día.- Exclamó con gran alivio.
-¿Estás bien querido? ¿Te pasa algo?-
-Sí. Todo está perfectamente bien.- Mintió el monarca apresurándose a partir lejos de palacio
para no pensar más en aquella carta.
Así transcurrían los días y Rafí pretendía distraerse a cada momento con cualquier cosa. Se
llenó de trabajo, estaba de mal humor, se irritaba con facilidad. Simplemente, no era el mismo
desde la llegada de aquel pergamino. A pesar de que la carta parecía un tanto impersonal,
algo en su interior le decía que hablaba sin duda alguna de él. Releyendo aquella carta una y
otra vez, confesó:
-No puedo más. Esto es demasiado, tengo que hacer algo o me volveré loco.-
Tomó su fiel corcel y cabalgó a toda velocidad sin rumbo fijo, pensando en quién sería capaz
de ayudarlo a entender lo que le pasaba, pero debía ser alguien que no lo tomara como un
loco y sobre todo alguien que guardara tal secreto sin ponerlo en evidencia. Así después de
meditarlo un poco tomó como rumbo el Norte y después de un tiempo de cabalgar llegó al fin a
su destino.
-Buenos días su majestad.- Dijo un criado tomando a su caballo.
-Buenos días, denle agua y que descanse.-
Lamsay estaba en la cocina dando órdenes de lo que se serviría para la comida cuando, entró
Doré a darle un aviso.
-Majestad, su hermano está aquí, esperando en la biblioteca.-
La reina de los ojos de jade fue rápidamente a verlo.
-¡Qué tal querido! ¿Cómo estás? ¿Qué haces por aquí?- Expresó la reina abrazando
fuertemente a su hermano.
-Bien, gracias. Estoy aquí por cuestiones de trabajo. Espero a Ulco. Te ves muy linda como
siempre.- Decía, suplicando que su hermana no notara nada extraño y se fuera pronto.
-¡Rafí! ¡Hermano!- Exclamó Ulco dando una buena palmada en la espalda de su gran amigo.
-Los dejo para que trabajen a gusto.-
Para después preguntarle a Rafí desde la puerta de la biblioteca si se quedaría a comer. A lo
que el soberano respondió afirmativamente con la cabeza.
-Al fin solos.-
Ulco lo miro detenidamente y se dio cuenta de lo alterado que estaba.
-¿Qué pasa amigo? ¿Te encuentras bien?- Preguntó el anfitrión al tiempo que le ofrecía
sentarse.
-No. Lo he pensado mucho y creo que sólo un amigo y hermano puede ayudarme. La estoy
pasando muy mal, llevo varios días dándole vueltas al asunto y lo único que consigo es
angustiarme más. Ya fue suficiente, es por eso que acudo a ti.-
-¿De qué se trata?-
Rafí sacó de entre sus ropajes el sobre y lo puso en la mesa. Ulco se limitó a verlo sin hacer
ningún movimiento, pacientemente esperó a que su cuñado continuara con alguna otra
acción.
-Esto es lo que me atormenta, no sé de donde salió o cómo llegó a mí pero lo que ahí está
escrito no logro descifrarlo del todo, me causa angustia, me desestabiliza, no me deja
pensar...- Decía verdaderamente desesperado, abriendo el sobre y dejando al descubierto la
tinta de azufre.
-Pero anda, ve por ti mismo lo que me ocurre. Entérate de una vez por lo que estoy pasando.
Un loco me ha enviado esto firmando como “El Mago” y el pergamino está lleno de cosas tan
personales, que ni siquiera creo que tú supieras de mí querido amigo, es esto una broma de
muy mal gusto o he perdido por completo la cordura.-
Ulco tomó el pergamino, se puso de pie y luego de observar la tinta y ver la firma de “El
Mago”, lo pasó sobre el fuego del quinqué que estaba sobre la chimenea.
-¿Qué es lo que haces?- Gritó Rafí desesperado levantándose a toda prisa tratando de
arrebatarle el documento a su amigo.
Éste interpuso su cuerpo para evitar que dicho pergamino saliera de las llamas del fuego.
Luego de unos segundos Rafí con sorpresa se dio cuenta que el papiro no ardía.
-Mi querido amigo, esto que tienes en tus manos no es ninguna broma, tampoco estás
perdiendo el juicio, pero de no atender lo escrito podrías arrepentirte después y perderte de
cosas importantes. Lo he pasado por el fuego para verificar su autenticidad y al no arder sé
que ciertamente ha sido escrito por “El Mago”.-
-¿El mago? ¿Cuál mago?-
-Personaje singular que habita en el castillo flotante.-
-¿Estás diciendo que es real? El mago ¿de verdad existe?-
-Por supuesto que existe. Ha existido desde tiempo inmemorial. Es aquel que regala el
pensamiento mágico y ayuda a transformar la realidad, abriendo nuevas posibilidades. ¡Fue él
quien ayudó a mi padre a salir adelante cuando se enteró de que Kaled no era hijo suyo!-
Expresó Ulco casi conmovido hasta las lágrimas.
Rafí se sorprendió ante la confesión de su amigo y puso mucha atención a sus palabras.
-En el camino de la vida podemos encontrarnos varias veces con él. Podría ser solamente una
o podríamos conversar con él cuando tuviéramos la necesidad de hacerlo. Eso lo decide cada
quien. Lo que sí te digo es que esta es una buena oportunidad para que atiendas lo que te
propone.-
-¿Pero qué es lo que me propone?-
-Vuelve a leer el pergamino, tal vez entre líneas encuentres la propuesta.-
Rafí tomó el papiro, se sentó mirando a su cuñado directamente a los ojos y se dispuso a leer
en voz alta:
-“Una tarde de verano llegó hasta él un sobre proveniente de su misma tierra...”- En ese
momento Ulco lo interrumpió.
-Mi querido hermano, este tipo de pergaminos fueron escritos para leerse desde “la otra
mirada” con una visión más completa. Si es tu deseo leerlo en voz alta y compartirlo conmigo,
está bien, para eso soy tu amigo pero te prevengo que habrá cosas que solamente tú
entenderás y sólo tú tendrás las respuestas a tus propias interrogantes. Así es como funciona
esto. El Mago hace milagros pues nos revela la fuente de sabiduría que existe en el interior de
cada uno de nosotros.-
-¿Estás diciendo que yo tengo las respuestas cuando ni siquiera entiendo las preguntas?-
Ulco soltó una franca carcajada ante tal pregunta.
-Así es mi buen amigo. Ya no somos ningunos muchachos, nos convertimos en hombres y la
adultez exige la responsabilidad de hacerse cargo de uno mismo.-
-¡Qué tiempos aquellos en que no teníamos que preocuparnos de nada! ¿Los recuerdas?- Dijo
Rafí con nostalgia.
-Porque eran nuestros padres lo que estaban a cargo y algún día fueron los padres de
nuestros padres y así podemos pensar en todas las generaciones que nos han antecedido y te
confieso algo: Eso me ha dado fuerza y en muchas ocasiones me ha hecho sentir a salvo y
protegido.-
Lamsay tocó la puerta para avisarles que la comida estaba lista.
-En seguida vamos querida.- Respondió Ulco a su mujer.
-Está por demás pedirte que no le digas nada a mi hermana de esto, por favor.-
-¡Cómplices y hermanos como en los buenos tiempos! No te
preocupes, no diré nada.-
Ambos reyes salieron de la biblioteca y se dirigieron al comedor. Los príncipes se unieron para
comer con su tío a quien le tenían mucho cariño.
-Hace mucho tiempo que no nos visitabas.- Dijo Zaian.
-Lo sé, pero en verdad he tenido mucho trabajo.-
-¿Es que el rey no puede dejar su reino un solo momento?-
-Cuando un reino está bien encaminado, no es necesario que el rey esté todo el tiempo
presente. Cada quien sabe lo que tiene que hacer. Por cierto querida, no te había dicho que
me ausentaré unos días. Debo ir a la Legión de las Aguas del Norte a supervisar al ejército.-
-¿Está todo bien querido?-
-Sí, es una visita de rutina.-
-¿Es por eso que viniste Rafí?-
-Sí hermana, teníamos varios pendientes de las tierras que compartimos.- Mintió pues el viaje
había sido arreglado desde hacía ya varios meses.
Y para que Lamsay no siguiera haciendo más preguntas, les hizo una invitación a los chicos.
-A su tía Kristen, le daría mucho gusto recibirlos en palacio unos días. Además les prometo ir
a practicar con el arco.-
-¡Trato hecho!- Exclamó Zaian.
-¿Podemos ir padre?- Preguntó Driú.
-Por supuesto, esperaremos a que sus tíos nos manden decir con el mensajero la fecha en
que no serán inoportunos.-
Los príncipes se retiraron del comedor. Ulco, Lamsay y Rafí se quedaron platicando. Había
una botella de vino en la mesa, la reina
observaba discretamente la manera de beber de su hermano. En la tercer botella, Rafí se veía
descompuesto y empezó a hablar de su madre, de su padre fallecido y de su frustración de no
tener hijos.
Para la cuarta, terminó contándoles sobre un sueño recurrente:
-...Entonces saco mi espada y lucho con el feroz dragón que me persigue pero no logro
derrotarlo, la espada se dobla y al bajar la mirada veo mis pies mojados y atados a una larga
cadena...- Decía al tiempo que se servía otra copa de vino.
Lejos de juzgarlo, Lamsay estaba muy atenta a su plática, siguiendo el consejo de Doré quería
revelar qué escondían sus palabras y aunque no lo sabía a ciencia cierta, percibía en su
hermano, una gran tristeza.
-¿Te quedarás a dormir?- Propuso la reina viendo que Rafí no podría cabalgar de regreso.
-¡No! Tengo que irme, si no llego, ¡Kristen me mata!-
-Ordenaré a mis lacayos que lo lleven, no te preocupes por eso, querida.-
Lamsay y Ulco despidieron a Rafí a las puertas del palacio.
-Te quiero.- Le dijo la reina a su hermano que se tambaleaba al caminar.
-Yo también los quiero.- Dijo entre dientes.
-¿Crees que llegue con bien?-
-Por supuesto.- Respondió Ulco.
Mientras la reina cepillaba su larga cabellera antes de dormir, pensaba en su hermano y en
Kristen, tenía un deseo verdadero de ayudarlos pero no sabía cómo hacerlo.
-Creo que iré a hablar con mi madre. Alguien debe recordarle que Rafí ya no es un niño y que
debe respetar sus decisiones y dejarlo gobernar en paz.-
EL PERGAMINO MÁGICO.
Capítulo XII
-Algunas veces, pasa mucho tiempo antes de que las personas se den cuenta de cuál es su
carisma.- Dijo el querubín hojeando el libro que tenía en sus manos.
-¿Qué es ese libro?-
-Es el Libro de los Carismas.-
-¿Me dirás cuál es el mío?-
Como respuesta el ángel sonrió y agitó sus alas.
-No puedo hacer eso majestad, es usted quién tiene que decírmelo, yo sólo puedo confirmar
sus palabras. La respuesta está en su interior, en lo profundo de su corazón.-
-Está bien pero te aseguro que volveré.-
-Aquí estaré esperándola. Esperar es mi carisma.- Susurró el ángel antes de solidificarse y
volver a ser parte de la fuente.
La reina regresó a su castillo. Si bien había entendido las palabras del ser alado, todavía
había muchas cosas que la inquietaban. Una pregunta arrulló su sueño:
-¿Cuál es mi carisma?-
Al día siguiente, Lamsay subió a pintar en lo alto de la torre; quería observar sus cuadros con
detenimiento para ver si encontraba la respuesta a su pregunta; además no quería pensar
más en los problemas de Kristen y Rafí. Sorpresivamente una paloma blanca de pecho rojo se
posó justo en el borde del óleo que pintaba, llevando un pequeño papiro atado a su patita que
se manchó al posarse sobre la pintura fresca. Parecía ser un mensaje. La reina quitó el papiro
con mucho cuidado y después desmanchó la patita del ave. Desenrolló aquel papel y leyó:
Tu belleza resalta cuando pintas, espero hayas recibido
el libro de bosquejos.
Abuca.
En cuanto Lamsay leyó aquellas líneas, sintió un vuelco en el corazón que la obligó a
sentarse.
“Abuca no deja de sorprenderme. Ahora me manda una paloma mensajera, ¿qué se supone
que debo hacer?” Se preguntaba, al tiempo que el ave le mostraba su otra patita con un papel
en blanco. “¿Será acaso que está esperando una respuesta?”- Se preguntó la reina cuando la
paloma parecía asentir con la cabeza.
-Está bien, seguiremos el juego.-
Aunque tenía curiosidad por saber dónde estaba el marqués y cómo es que le había mandado
esa paloma, tomó el papel y tinta y se limito a escribir:
Gracias, marqués. He recibido el libro y ahora
estoy trabajado en él.
La paloma tomó en su pico el papel escrito por la reina y emprendió el vuelo. Ella se quedó
pensativa. Haber enviado una paloma le parecía algo realmente halagador. “Esto es muy el
estilo de Abuca”. Pensó tratando de pintar de nuevo sin conseguirlo.
Ahora su pensamiento trataba de adivinar dónde estaría el marqués. Luego de unos minutos,
el ave regresó con un rosa en el pico.
Lamsay no sabía qué estaba pasando, dio unos pasos hacia la ventana para ver de dónde
había venido el ave, pero era tal su excitación que tiró sus pinturas y el óleo cayó al suelo
manchando su delantal y sus manos. Entre enojada y nerviosa soltó una gran carcajada al ver
sus manos manchadas, recordando el momento en el que había conocido al marqués en el
palacio de Carlota.
Mientras ponía un poco de orden en aquel lugar, el ave se posaba pacientemente como
esperando una respuesta. Un tanto incómoda hizo unos ademanes diciendo:
-Vete no hay respuesta vete ya.-
Desconcentrada, limpió el lugar para salir de la torre; sus pensamientos giraban alrededor del
marqués pero mientras más quería alejarlo, más presente se hacía. Así transcurrió aquel día,
la reina ocultaba en su rostro una sonrisa que tal vez ni ella la había notado.
Durante las siguientes semanas, se sintió diferente; una fuerza interior la hacía vibrar y
sentirse más viva que nunca. Su sensibilidad estaba a flor de piel, su creatividad fluía de
manera espontánea reflejándose en sus pinturas. Sin darse cuenta también había puesto más
atención en su arreglo personal y un brillo especial enmarcaba su rostro. Su renovada belleza
no pasó desapercibida para Ulco quien en varias ocasiones le dijo lo hermosa que se veía.
Una tarde, la familia real decidió salir al bosque; mientras el rey y los príncipes practicaban
con el arco, Lamsay caminó sin darse cuenta siquiera, hacia la vieja cabaña. A lo lejos notó
que el humo salía de la chimenea, sin duda alguna estaba siendo ocupada por alguien.
-¿Quién la estará habitando?-
Recordando el uso que se le había dado en tiempo pasado, la reina quiso saber si el reciente
morador tendría todo lo necesario para descansar y estar cómodo.
-Iré a dar una vuelta.-
La reina caminó directo hacia ella y cuando llegó vio que la puerta estaba entreabierta. Tocó
suavemente empujándola un poco más.
-¿Hay alguien aquí?-
Al no recibir respuesta, dio unos pasos hacia adentro. Todo estaba limpio y ordenado, un
delicioso aroma salía de la cocina. Expectante, Lamsay caminó un poco más y descubrió unos
lienzos a medio pintar y lo que sin duda era el material de algún artista.
-Es un honor tener a una reina en casa.- Dijo una voz varonil detrás de ella.
Ella volteó inmediatamente para descubrir al marqués de Leroy que la miraba con una gran
sonrisa.
-¡Abuca! ¿Qué estás haciendo aquí?- Preguntó casi pasmada.
-Decidí estar cerca de ti.-
-¿Te has vuelto loco?- Replicó sintiendo cómo su corazón se aceleraba.
-Un artista necesita tener una fuente de inspiración y tú mi querida reina eres mi musa. ¿Qué
quieres que haga?- Contestó con toda desfachatez.
-Tus palabras me halagan profundamente pero...-
-¿De qué tienes miedo?-
-¿Miedo? ¡No seas absurdo! Simplemente creí que no nos veríamos pronto.-
-¿Te quedas a merendar? Tengo algo en la estufa.-
-No... gracias. Debo... irme.- Respondió con la voz casi temblorosa.
-¿Acaso estás huyendo mi bella dama?-
-Por supuesto que no pero mis hijos me esperan.-
-Lo comprendo. No pretendo entretenerte más, si algún día quieres conversar ya sabes que
aquí me encontrarás y tal vez podríamos...-
-Me tengo que ir.-
Como respuesta, Abuca le volvió a sonreír. La reina salió de la cabaña. Caminó
apresuradamente y se detuvo cerca del lago.
-¿Qué me está pasando?- Se preguntó en tono enjuiciador.
La luna que ya asomaba su rostro, la observaba en silencio.
“¿Por qué me siento inquieta cada vez que estoy cerca del marqués? ¿Por qué me halagan
tanto sus palabras? ¿Qué sentido tiene que esté tan cerca? ¿Qué pasará ahora?” Pensó en
voz alta.
-Conozco a alguien que puede ayudarte a responder a tus preguntas.- Dijo la bella luna.
-¡Luna qué gusto escucharte! ¿Quién? ¿Quién puede ayudarme?- Preguntó levantando la
mirada al cielo.
-La Mujer de los Velos. Podrás encontrarla aquí mismo la primera noche en que yo esté
menguando.-
De pronto una ráfaga de aire sopló y la luna quedó cubierta de nubes oscuras.
Intempestivamente comenzó a llover y Lamsay corrió hacia donde había dejado a su familia.
Los encontró jugando bajo la lluvia. Merién abría los brazos y daba vueltas mirando al cielo.
-¡Me encanta la lluvia!- Decía mientras las gotas la mojaban.
Driú comenzó a hacer bolas de lodo y Ulco enseñaba a Zaian cómo utilizar el arco con las
manos mojadas. La reina estaba demasiado abrumada para disfrutar del momento por lo que
ordenó:
-¡Vámonos ya! No quiero que se enfermen.-
-Está bien querida, ya vamos. Adelántate si quieres, vamos detrás de ti.-
Apresuró el paso y llegó a su palacio. Se miró en el espejo del gran recibidor y vio su peinado
arruinado por la lluvia. Pidió a Doré le preparara el baño. Mientras estaba sumergida en el
agua caliente, pensaba en su inesperado encuentro con el marqués y aunque no quería
aceptarlo tuvo que reconocer que ese hombre de impecable barba y mirada profunda le
despertaba algo que hasta ese momento era incapaz de definir. Cerró los ojos y por un
instante se permitió imaginar un apasionado beso con el extraño caballero proveniente de
tierras lejanas.
Fue Ulco quien la sacó de su fantasía al entrar al baño. Mojado y titiritando de frío el rey se
quitó la ropa pretendiendo sumergirse en el agua caliente. Al verlo desnudo como tantas
veces, sintió una especie de culpa por sentirse atraída hacia otro caballero cuando tenía
delante de ella a un hombre cabal e íntegro que la amaba profundamente.
El rey se metió al agua impregnada de lavanda. La reina se puso de pie para salir de la tina y
cuando estiraba la mano para tomar una toalla, Ulco la tomó por la cintura y la jaló hacia él
provocando que se sentara de nuevo. El rey, levantó el cabello de la reina y comenzó a besar
su cuello húmedo. Sus manos acariciaban su torso desnudo. Lamsay sintió una gran
excitación y un gran remordimiento. Trató de pararse de nuevo pero el rey le susurró:
-Quédate conmigo.-
Dejó de resistirse y se volteó para besar a su esposo... Una energía renovada recorría el
cuerpo y el alma de la reina de ojos de jade. Era la energía de Afrodita, la diosa del amor.
En los días posteriores, Lamsay trataba de no recordar al marqués pero entre más se
esforzaba más pensaba en él. Subió a la torre a pintar pero no pudo concentrarse. De pronto,
recordó a Aimé y toda esa historia dolorosa de antaño.
“No, no puedo hacer lo mismo que ella.”. Se decía duramente.
La reina contaba las noches que faltaban para que la luna comenzara a menguar, quería
encontrar lo más pronto posible las respuestas a sus preguntas. De pronto la paloma
mensajera se posó en la ventana de la torre.
-¡No puede ser!- Reclamaba la reina al tiempo que notaba que el ave traía un nuevo recado.
-Vete, vete por favor.- Le ordenaba mientras hacía un movimiento con sus manos para
espantarla.
Ésta, agitó sus alas y revoloteó sólo un poco para después volverse a postrar en aquel marco.
Lamsay desató el pequeño papiro y con las manos temblorosas leyó lo que el marqués le
había escrito:
Me encantaría que posaras para mi... Te espero en la cabaña.
-¿Posar? ¿Quiere que pose para él? ¿Se ha vuelto loco?-
El ave de plumaje blanco solamente sacudió su cabecita. La reina tomó el mismo papel y
escribió.
No lo sé...
Ató de nuevo la nota a la patita de la paloma y vio cómo se alejaba en dirección a la cabaña.
La cabeza comenzó a dolerle. Se recostó en el diván y trató de descansar un poco. Se quedó
dormida un rato. Cuando despertó vio que ya había oscurecido, se asomó por la ventana para
ver si la paloma no había regresado y para su sorpresa vio que la luna había comenzado a
menguar.
-¡Por fin!-
Ató su cabello y bajó rápidamente de la torre. Tratando de no ser vista, se escabulló por la
puerta trasera del castillo y se dirigió casi corriendo hacia el lago. Se detuvo en el punto donde
la luna le había dicho pero no vio a nadie.
-¡No! ¡No!- Gritó con desesperación.
Unas lágrimas brotaron de sus profundos ojos; tratando de calmarse un poco se quitó los
zapatos y se sentó a la orilla del lago metiendo sus pies descalzos al agua. Tenía la mirada
clavada en los círculos concéntricos que se formaban cuando le pareció escuchar el sonido de
unos tambores. Al levantar la vista, vio a lo lejos una extraña mujer de vestido transparente y
velos en el rostro quien bailaba sensualmente.
-¡Es ella!- Exclamó mientras se levantaba y sacudía su vestido.
Lamsay dio la vuelta al lago y se acercó a la misteriosa mujer quien al verla sólo le sonrió.
Cuando pudo verla de cerca, se dio cuenta de que estaba descalza y pudo escuchar
claramente el sonido de los tambores que algo le movían en su interior.
-¿Quién eres?-
-Soy una cortesana.-
En la mente de la reina se agolparon mil preguntas pero no pudo articular una sola palabra, la
presencia de aquella mujer era magnética. Guardó silencio esperando que ella le explicara un
poco más.
-Soy una enviada de la Diosa del amor.- Dijo finalmente.
-¿Qué es esa música?-
-Son tambores que despiertan tu energía vital. ¿Quieres bailar conmigo?-
Lamsay asintió con la cabeza.
-Sólo escucha y déjate llevar por el ritmo, permite que cada vibración penetre en cada poro de
tu piel y entonces mueve tu cuerpo, sólo siente tus movimientos y déjate llevar.-
Ella obedeció. Escuchó las percusiones y sintió cómo su cuerpo respondía de manera casi
mágica, con cada sonido su cuerpo se acoplaba y efectivamente sentía que algo despertaba
en su interior.
-Es la energía de Afrodita.- Dijo la Mujer de los Velos.
La reina sintió ganas de llorar y un poco apenada le dio la espalda a la cortesana.
-Sé lo que te pasa.-
-¿En verdad lo sabes?-
-Sí. Afrodita está despertando en ti.-
-¿Es eso lo que he estado sintiendo?-
-Inequívocamente.-
Lamsay entonces recordó las palabras de Aimé:
-“A muchas mujeres les asusta sentir la energía de Afrodita, pues cuando ella despierta nos
inspira a ser enviadas del amor y el amor puede tomar muchas formas”.-
-No quiero ser como ella. No puedo ni quiero traicionar a mi rey.- Dijo la reina refiriéndose a
Aimé.
La cortesana la miró con ternura, pues sabía que no comprendía lo que Afrodita
representaba.
-Veo que estás confundida. La única traición sería contigo misma si es que una vez recibiendo
el llamado de la diosa, no respondes a él. ¡Cuando Afrodita despierta en una mujer, es tiempo
de amar, de ser magnética, de seducir a la vida!-
Lamsay la miraba sin comprender sus palabras.
-No trates de reprimir esta energía que está despertando de lo más profundo de tu ser y
tampoco trates de entenderla con la razón. Sé que es una fuerza avasalladora y que sientes
que puede arrastrarte pero créeme, estás protegida y no pasará nada que tú no quieras que
suceda.-
-Es que cuando estoy con... él, siento cómo mi corazón se acelera, sus halagos me hacen
sentir entre nubes y quisiera detener el tiempo, pero la razón me dice que es una locura.-
-Te repito: No quieras razonarlo. Solamente permítete sentir esa fuerza. ¡Disfrútala!- Dijo la
cortesana mientras comenzaba a bailar de nuevo.
La reina comprendió que aquella extraña mujer no respondería a sus preguntas, sin embargo,
verla bailar la conectaba con algo de sí misma. Sin pensarlo más, desabrochó su pesado
vestido y lo dejó caer quedando al descubierto el fondo que usaba debajo de sus ropajes.
Sintiéndose mucho más ligera, empezó a imitar los movimientos de la sensual bailarina. La
cortesana sonrió complacida. Los tambores retumbaron. Bajo el embrujo de aquella luna
menguante, sin saberlo Lamsay danzaba ritualmente.
-Estaré aquí cada noche que la luna esté menguando. Tal vez podamos conversar de nuevo.-
-Sí, ten por seguro que volveré.-
Sin saberlo, aquella danza ritual despertaría la sensualidad y el erotismo que dormían en
algún lugar de su mundo interno. Ya era tiempo de que la reina se convirtiera en una enviada
de la diosa del amor.
EL PERGAMINO MÁGICO.
Capítulo XIII
"Libertad interior".
Acostumbrada a razonar los eventos que ocurrían en su vida, una verdadera lucha se había
desatado en el mundo interno de la reina de ojos de jade pues había una división entre lo que
pensaba y lo que sentía. Su razón le decía que era una insensatez sentir algo por el marqués
de Leroy pero cuando estaba cerca de él, su corazón se aceleraba y todo tipo de sensaciones
recorrían su cuerpo.
Lamsay tenía claro en su mente que no quería serle infiel al rey por lo que cada vez que un
pensamiento sobre el carismático marqués la abordaba, ésta sacudía la cabeza y se ponía a
pensar en otra cosa. Así lograba, a ratos no recordar al galante caballero de barba impecable;
sin embargo, un nuevo mensaje llegó a su balcón, esta vez la paloma de pecho rojo lucía más
bella que nunca, el ave soltó el papel que sostenía en su pico. La reina inevitablemente
nerviosa leyó:
Regálame tan sólo unas horas de tu vida...
Sabes dónde encontrarme.
El singular mensaje le nubló la razón.
-¿Unas horas de mi vida? ¿Solamente?-
Su corazón se agitó y una gran excitación recorrió su cuerpo.
-No me está pidiendo demasiado, tan sólo son unas horas.-
La reina sabía que Ulco había ido al castillo de Rafí a arreglar los últimos detalles del viaje a
las Aguas del Norte y que no regresaría sino hasta el anochecer. Peinó su cabello, se retocó
el maquillaje y se roció del perfume que tanto le gustaba. Sentía un calor que la hacía vibrar,
una emoción que le provocaba una pícara sonrisa y una fuerza que la hacía sentirse viva de
nuevo. Así, salió del castillo con dirección a la cabaña. Al verla, un lacayo le dijo:
-Majestad ya está listo el carruaje.-
Cuando Lamsay iba a responderle, vio a sus hijos quienes se acercaban corriendo hacia ella.
-¡Madre, ya estás lista!-
La reina disimuló con una falsa sonrisa.
-Prometiste acompañarnos al pueblo, ¿lo recuerdas?-
-Claro, ¿cómo iba a olvidarlo?- Mintió la reina de ojos de jade por lo que no tuvo más remedio
que subirse al carruaje con ellos.
-Vayamos por el viejo camino.- Pidió Driú sorprendiendo a su madre.
Al pasar frente a la cabaña, la reina dio un gran suspiro y resignadamente pensó:
-Te veré después, caballero extranjero.-
Al regresar del pueblo, se las ingenió para salir de nuevo del castillo e ir a buscar a la Mujer de
los Velos. La encontró otra vez cerca de lago, en esta ocasión cosía en su vestido unas
hermosas flores.
-¡Necesito tu ayuda!-
-¿Qué te tiene tan angustiada?- Preguntó con toda tranquilidad la mujer sensual.
-He sentido la energía de la que me hablaste, pero cada vez es más grande, tengo miedo de
desbordarme. La razón no me obedece.-
La mujer sonrió un tanto divertida para luego agregar:
-Si en verdad has sentido la energía de Afrodita, te habrás dado cuenta de que una nueva
fuerza te motiva.-
-¡Sí! He tenido algunos cambios, me siento más creativa y con más energía, hasta Ulco me
nota diferente.-
-¡De eso se trata!-
-La energía que sientes podría renovar todas tus relaciones, incluso la relación con tu rey en
todos los aspectos.-
-¿Con el rey?-
-La energía de Afrodita puede tomar muchas formas.-
Entonces recordó las palabras de Aimé.
-Dejarte llevar por lo que sientes por el marqués es tan sólo una de las opciones. Esa será tu
decisión, sin embargo, debes saber que toda esa energía la puedes poner donde tú quieras.
El amor entre las parejas ha de renovarse pues con el pasar de los años éste se va
transformando. Cuando una energía tan poderosa brota independientemente de donde
provenga, así de un extranjero o de una cortesana, puede ser un llamado a poner atención en
algo que está faltando en la relación, es probable que haya una grieta o un abismo.-
-¿Estás diciendo que mi relación con Ulco puede beneficiarse de todo esto que siento por el
marqués?-
-Efectivamente. Toda esa energía la puedes poner en la relación con tu rey para reafirmar y
renovar su amor que puede estar algo desgastado; pero no sólo eso, la energía de Afrodita es
una fuerza creadora.-
La reina puso mucha atención a las palabras de la cortesana.
-Afrodita es el espíritu que nos hace bailar con el viento, cantar con las aves y hasta hablar
con la luna. Es la sintonía que nos conecta con la madre naturaleza y sus ciclos. Su energía
es tan luminosa que no se puede esconder, te obliga a coquetearle a la vida, a sonreír, a ver
la esperanza por doquier. Se expresa en cada acto creativo, en cada cosa que disfrutas, en
todo lo bello y placentero.-
-¿Me estás diciendo que Afrodita es mucho más que ser amante?-
La bailarina se pinchó con la aguja mientras soltaba una carcajada al escuchar lo que Lamsay
le preguntaba.
-¡Por supuesto! Es una energía vital que nutre, que reanima y que despierta los sentidos,
activando cada célula del cuerpo.-
-Pero entonces, tener un encuentro amoroso con el marqués sería...-
-Impulsivo.- Interrumpió la mujer conocedora del tema.
-¿Impulsivo?-
-Sí, la instintividad brota del inconsciente de manera abrupta, es por eso que nubla la razón.
Su fuerza es poderosa, por eso puede desbordarse, sin embargo, puede ser contenida por la
fuerza del espíritu. El instinto puede ser trascendido cuando se hace conciencia de él.
Reprimirlo o negarlo es un error, pues sólo toma fuerza y luego brota con más energía,
pudiendo salir en el momento menos indicado.-
Lamsay se quedó reflexionando las palabras de aquella mujer que le hablaba con tanta
naturalidad, después de un rato se atrevió a decir:
-Creo que sí, he estado reprimiendo lo que siento por el marqués.-
-Reprimir y contener no es lo mismo.-
-Y tal vez por eso... ¡Oh! ¡No! - Dijo al tiempo que recordaba su intempestiva decisión de haber
querido ir a buscar al marqués en la mañana.
La Mujer de los Velos, guardó silencio para darle tiempo de ver en panorámica lo que estaba
sucediendo. Varias imágenes vinieron a su mente como el Teatro del Autoengaño y la Cueva
de los Instintos.
-¡Claro! Lo he estado razonando, negando y reprimiendo; juzgándome por lo que siento y
también condenando a quien ya ha pasado por esto como Aimé.-
-Es más honesto reconocer y aceptar que sí serías capaz de ser tan infiel como cualquiera,
que sí podrías dejarte llevar por el instinto y terminar entregándote a otro hombre distinto a tu
rey.-
-¡Eso sería terrible!-
-Estás haciendo un juicio de algo que ni siquiera ha sucedido, además reconocerlo y actuarlo
es algo muy diferente.- Aclaró la cortesana.
-Está bien, lo acepto.- Confesó un poco apenada.
-Eso no significa que lo tengas que actuar, para eso tienes tu libre albedrío. Siempre tendrás
la posibilidad de elegir en base a tus valores.-
-Ahora me queda más claro.- Mencionó dando un gran suspiro y visiblemente aliviada.
-Es la fuerza del espíritu la que puede contener al instinto ante decisiones arrebatadas; pero
primero habremos de aceptarlo. Somos capaces de estar en ambos extremos de cada
situación. Reprimir es pretender esconder algo porque nos asusta demasiado, en cambio
contener es cuidar que no se desborde con la ayuda de la conciencia. Los instintos son así y
esta es la manera más sana de relacionarnos con ellos, así no engrandeceremos los
reflexombras.-
Lamsay guardó silencio, tratando de acomodar un poco sus emociones.
-No te abrumes demasiado. Contemplemos a la luna.- Invitó la cortesana.
Se sentó a su lado, encogió sus piernas para abrazarlas y levantó la mirada al cielo. Ahí
estaba ella, menguando un poco más, en medio de un hermoso cielo estrellado.
A la noche siguiente, la reina volvió para platicar con la cortesana; esta vez estaba trepada en
un manzano cortando sus frutos.
-¿Me acercas la canasta?-
-Claro.-
-Lo femenino necesita de lo masculino para reafirmarse y lo masculino necesita proyectarse
en la feminidad como un espejo de belleza. Ambos se complementan y coexisten en toda
forma viviente.-
La reina recordó las conversaciones que había tenido con el sol y la luna.
-Una mujer puede sanar en su cuerpo al caballero herido en las fuerzas para seguir adelante.-
Decía la cortesana mientras miraba la luna.
-Bajo su hechizo, nos vestimos de erotismo y sensualidad para entregarnos al hombre y darle
lo que verdaderamente necesita. Las cortesanas nos nutrimos del amor que damos, no
necesitamos nada a cambio. Somos capaces de rendirnos ante el hombre no por
sometimiento sino porque su masculinidad nos reafirma; eso nos convierte en enviadas de la
diosa del amor.- Explicaba emocionada al tiempo que empezaba a bailar de nuevo.
Lamsay la veía con admiración, sentía en su corazón un secreto anhelo de ser como ella. Su
presencia era magnética y llenaba todo el lugar con su esencia pura y auténtica. Como
adivinando su pensamiento, la cortesana se acercó a ella, se paró de frente, la tomó de las
manos y con su melodiosa voz le dijo:
-En la medida en la que te conectes con tu capacidad de amar y tu actitud de entrega venga
del corazón, tú también te convertirás en una enviada de Afrodita.-
Los ojos verdes de la reina se llenaron de lágrimas, las palabra de la Mujer de los Velos la
habían conmovido.
-El encuentro con un caballero extranjero puede activar toda esta energía pero al final tú
decides donde ponerla. Recuerda acomodar tus instintos en un lugar donde lejos de
amenazarte, estén al servicio de tu conciencia.- Sugirió la mujer antes de recoger su canasta
de manzanas y desaparecer en la espesura del bosque.
La reina regresó a su castillo y mientras se preparaba un café escuchó al rey que llegaba. Al
mirarlo notó su cansancio, tal vez motivada por las palabras de la bailarina, sintió en su
corazón el deseo de atenderlo de una manera especial.
-Querido, luces agotado, te prepararé el baño con unas sales especiales.-
-Gracias.- Dijo el monarca un poco extrañado.
Mientras Ulco se relajaba en la tina, la reina le preparó una charola con los quesos y el pan
que tanto le gustaban.
-Unas uvas y una copa de vino lo harán sentirse mejor.-
Subió las escaleras y llevó la improvisada merienda a la alcoba real. La reina esperó a que el
rey se pusiera cómodo.
-Gracias querida, eres muy amable.- Decía al tiempo que bebía su vino favorito.
-Es lo menos que puedo hacer por ti, amor mío, después de un día de intenso trabajo.-
El rey platicó brevemente sobre lo que sería su inminente viaje. Después se fue a la cama.
Ella estaba dispuesta a entregarse a su esposo de la manera sugerida por la cortesana, por lo
que se metió al baño para cambiar sus ropajes por un camisón de tela fina. Al salir, Ulco ya
dormía. La reina se sintió un poco desilusionada, sin embargo, al verlo dormir como un niño se
alegró de haber sido interrumpida en su alocada decisión de ir a buscar al marqués.
Una noche antes de que el monarca partiera a su viaje, se veía un movimiento inusual en el
palacio, todos estaban muy ocupados con los últimos preparativos por lo que Lamsay
aprovechó para salir una vez más a charlar con la Mujer de los Velos que esta vez, estaba
sentada junto a una pequeña fogata calentando algo en un cazo.
-¿Qué haces ahora?-
-Preparo una infusión de frutos rojos.- Respondió la cortesana mientras servía del líquido
hirviente en dos jarros.
Ambas se sentaron a conversar junto al fuego. La luna estaba en su séptima noche
menguante por lo que pronto desaparecería, así que la reina aprovechó esa ocasión para
aprender más de la enigmática mujer que no dejaba de sorprenderla.
-Cuando la energía de Afrodita deja de ser amenazante, entonces se convierte en un
instrumento de sanación. Ella es capaz de unir lo profano con lo divino; el cuerpo con el
espíritu; lo físico con lo etéreo, con ella la división desaparece porque su poder es
transformador y su fuerza es creadora.-
Lamsay escuchaba con atención sus palabras, viendo cómo un halo de luz la rodeaba. Entre
más la escuchaba, más quería parecerse a ella, aunque sentía que estaba muy lejos de
conseguirlo. Bajo el influjo de la infusión de frutos rojos, la cortesana compartía sus secretos:
-La diosa del amor y la belleza nos recuerda que es un gozo ser mujer. Acuérdate de danzar
en los cuatros rostros de la feminidad sagrada: Amazona, madre, cortesana y chamana. No te
quedes fija en una fase porque entonces la energía se vuelve oscura.- Advertía
la mujer danzante.
Por momentos, la reina se contagiaba de toda esa vitalidad que ella reflejaba, pero después
aparecían en su mente pensamientos que la hacían dudar y la dejaban dando tumbos.
-Cada vez que sientas que la energía luminosa de Afrodita te abandona, haz un ritual.-
-¿Un ritual?-
-Sí, un ritual sirve para reorientar la energía. Sólo necesitarás de tu creatividad y tu intuición
para hacerlo. Contacta tus sentidos: Baila, canta, brinca, bebe, huele, saborea, coquetea o
cualquier cosa que dicte tu corazón, déjate llevar por el éxtasis creativo y después permite que
la imaginación te guíe. Primero serás una Afrodita para tí misma y después podrás serlo para
el mundo y por supuesto para tu rey.-
Lamsay se daba cuenta de la importancia de permitir que la energía de Afrodita se
manifestase en su vida.
-Una mujer que se entrega con un sentido de ofrecimiento no sólo se sana a sí misma, sino al
caballero que está con ella y también contribuye a sanar algo en el mundo.-
Por un instante, la reina de ojos de jade se imaginó a todas las mujeres que conocía en una
danza sagrada, al ritmo de la luna y pudo ver “con la otra mirada” que eso en verdad ayudaría
no sólo a disminuir los reflexombras sino a transformar el mundo entero.
-Antes de marcharme, te diré un secreto: No hay herida que Afrodita no pueda sanar. El amor
cura cualquier división.- Dicho esto, la cortesana se puso de pie.
El sonido de los tambores se hizo presente de nuevo y la hechicera del amor, comenzó a
bailar alrededor del fuego. Con cada vuelta que daba se alejaba cada vez un poco más hasta
desaparecer por completo. Lamsay se quedó sentada un rato más, quería sentir cada una de
las frases dichas por la Mujer de los Velos, entonces la luna le susurró:
-Lo llevas inscrito en la base del alma, el útero y en el pecho.-
La reina regresó a su castillo para cenar con su familia y despedir a su esposo.
A la mañana siguiente, Ulco partió muy temprano, estaría ausente una semana
aproximadamente, había dejado con Doré un gran ramo de rosas y un regalo para su esposa.
Con la partida de los príncipes al palacio de Rafí y la ausencia de Ulco, se podía escuchar
claramente el canto de los pájaros por las mañanas, así como el sonido de los grillos frotando
sus patitas por las noches. Lamsay ahora podría de una manera poética poner en orden sus
sentimientos, sus pensamientos y hasta acomodar sus instintos.
Luego de dos días, la monarca lucía reluciente. Sentada en lo más alto de la torre y con sus
pies descalzos dibujaba un cuadro de dos cuerpos desnudos abrazados; los rostros de aquella
pareja no estaban bien definidos y si bien hacían falta sólo unas pinceladas para terminarlo, el
corazón de la reina estaba completamente estremecido al contemplar su inconclusa obra de
arte.
Esa noche, el reflejo de la luna ausente por completo, hizo que se decidiera a posar para
Abuca. La mensajera de pecho rojo, como cada día, se paseaba por la mañana y por la noche
para ser vista; Lamsay aprovechó su presencia para enviar un mensaje al marqués.
Mañana posaré para ti, el gran ahuehuete será mi cómplice. Te entregaré una parte de mi
energía, la que te pertenece y tu obra de arte será testigo de aquel momento.
Lamsay.
Al amanecer con el canto de los pájaros, la reina podía sentir toda su energía, aún si cada
célula de su cuerpo se agitaba. Durante el desayuno pidió a la cocinera le pusiera unos
bocadillos y unas manzanas rojas en una canasta pues era su deseo comer en el bosque.
Luego de embellecerse, sacó del ropero el disfraz que había utilizado en la fiesta de las Mil
Máscaras; al ponérselo sintió en su corazón una fuerza en verdad estremecedora. Tomó un
collar con un dije en forma de círculo y puso encima de éste tres collares más; llenó sus
manos de pulseras y tomó los aretes que en aquella ocasión había usado, para luego ponerse
encima de aquel atuendo una capa ligera y traslúcida. En ese momento, sin darse cuenta, su
disfraz dejaba de ser un falso atuendo para convertirse en un potencial a punto de expresarse.
Con paso lento pero firme avanzaba hacia los límites del castillo donde Abuca ya la esperaba
debajo del majestuoso guardián del bosque. La reina quedó gratamente sorprendida con los
arreglos que el marqués había hecho alrededor del ahuehuete como las dos mesitas con
rosas de muchos colores en cada una de ellas, la silla plateada de tipo antiguo puesta debajo
de una rama de donde las hojas colgaban suavemente haciendo una especie de reverencia al
lugar que ella ocuparía. El material para pintarla también estaba perfectamente acomodado.
Lamsay saludó con una graciosa sonrisa en su rostro.
-Buenos días marqués, veo que está todo preparado.-
Él tomó sus manos y las besó delicadamente. Inmediatamente después la ayudó a quitarse la
capa.
-Estás verdaderamente hermosa, gracias por estos momentos, te aseguro que serán
inolvidables.- Dijo con su habitual galantería al tiempo que colgaba la capa de una manera
muy torpe.
Queriendo disimular su exaltación invitó a la reina a sentarse junto a la mesita para que
acomodara su canasta mientras él recobraba el aliento.
-Has elegido un bello vestido pareces una diosa del amor.-
Lamsay sentía que el corazón se le agitaba cada segundo más y más. Por un momento pensó
en huir pero al momento recordó algunas palabras de la Mujer de los Velos para así
tranquilizarse; acto seguido se preguntó:
-¿Una diosa del amor? ¿Acaso sabría él todo lo referente al tema?-
Interrumpiendo sus pensamientos el caballero tomó su silla y la acomodó a la izquierda de la
reina y mirándola profundamente a los ojos le dijo.
-Quiero que sepas que me quedaría en este lugar indefinidamente, que en mi pensamiento
ocuparás un lugar especial y mi corazón siempre latirá a tu ritmo, pero mi condición no me
permite permanecer más del tiempo justo. Cuando la luna alumbre de nuevo el sendero de mi
camino partiré llevándome una parte de tu ser y si me lo permites dejar en ti el más hermoso
recuerdo de lo que tu vestido representa.-
Los ojos verdes de la reina se tornaron profundos y melancólicos.
“Él partirá pronto, ¿de quién seré ahora musa?” Se preguntaba una y otra vez.
-Comencemos si te parece, ahora que la luz del sol penetra entre las ramas para dar
esplendor a tu rostro, es un buen momento.-
-Como diga, es usted el profesional.- Dijo Lamsay haciendo una reverencia chusca y utilizando
un tono un tanto sarcástico.
-Acomódate en la silla y siéntete libre por favor. Posa para mí con la libertad de ser tú misma.-
Las palabras del marqués llegaron hasta lo más profundo del corazón de la reina. Por lo que
con toda libertad y de manera intuitiva tomó una manzana de la canasta, se descalzó y se
acomodó subiendo una pierna en uno de los brazos de la silla, descubriéndola
intencionalmente hasta el muslo, además se alborotó un tanto el cabello; también bajó
sutilmente su blusa para que su hombro izquierdo quedara descubierto y puso en la mano
derecha la manzana como exhibiéndola. Finalmente empujó su delicado torso hacia adelante
dibujando una sonrisa de complicidad.
-Estoy lista. Cuando quiera comenzar señor marqués.-
Abuca la observó en silencio tratando de grabar en su mente cada detalle de su rostro y de su
cuerpo. La escena que tenía frente a él lo llenaba de inspiración, como todo artista se permitió
por unos instantes sentir lo que después plasmaría en trazos suaves, delicados pliegues y
sutiles líneas.
-Desabrocha un poco tu blusa.- Le pidió con todo profesionalismo.
Ahora su escote era discretamente seductor. Aquellos trazos no sólo daban forma al cuerpo
de Lamsay sino que también desnudaban el alma del pintor. Contornos que lo ruborizaban, al
momento de plasmarlos en el lienzo, a la vez que la reina se preguntaba picarescamente qué
parte de su cuerpo pintaba que lo hacía sonrojarse, respondiendo solamente con una sonrisa,
Abuca le pedía no moverse. Así, con pinceladas de fascinación por la bella dama, por unos
instantes el mundo interno de aquel caballero extranjero quedaba expuesto.
-Cuando te canses, házmelo saber.- Pedía de vez en cuando el artista.
Al dibujar su rostro, se perdió en la verde mirada de la reina. En esos ojos de jade parecía
contenerse toda la Creación. Sus finas líneas de expresión hablaban de los sentimientos
vividos a lo largo de su vida; la mujer de cabellos revueltos revelaba parte del misterio de lo
femenino. En una sola mujer, aquel hombre podía ver a la doncella virgen, a la madre
nutriente, a la mujer sabia y a la cortesana más hermosa y en el reflejo de su mirada veía algo
de sí mismo, quizás su potencial no revelado. Ambos se perdieron en el tiempo Kairós,
haciendo de ese momento un eterno presente que les inundaba el alma de un éxtasis
creativo.
-¡Creo que debemos descansar!- Exclamó la reina al momento de darle una buena mordida a
la manzana.
El marqués se rió y dejó a un lado sus pinceles. Lamsay se bajó de la silla y sacó los
bocadillos que había llevado. Ambos conversaron amenamente.
-No sé si terminemos el cuadro.- Confesó el pintor.
-Solamente posaré para ti el día de hoy.- Advirtió la mujer con una pícara sonrisa.
-Tendré que hacer mi mejor esfuerzo.-
Lamsay se levantó y comenzó a girar con los brazos abiertos, no podía disimular su alegría;
sus pulseras sonaban como alegres castañuelas, casi sin darse cuenta comenzó a bailar
como la Mujer de los Velos. A lo lejos y de una manera casi imperceptible, los tambores
resonaban. Las raíces del gran ahuehuete conectadas a lo profundo de la tierra vibraban al
ritmo de los pies descalzos de la reina de ojos de jade y mucho más cerca de lo que nadie
imaginó la Dama de las Coincidencias y el Señor de los Ciclos observaban la escena.
-Sin duda alguna se está convirtiendo en una enviada de la Diosa del amor.- Dijo la
Sincronicidad.
-¡Ya era hora!- Exclamó el Tiempo.
Después del breve receso, retomó su posición en la silla y Abuca siguió concentrado en su
trabajo. La paloma mensajera se posó en el respaldo de la silla, por lo que el pintor decidió
incluirla en el cuadro.
Así, transcurrió toda la tarde. El sol empezaba a ocultarse por lo que el artista aprovechó el
momento para matizar su obra.
-Las sombras le darán el toque final, sin ellas una obra está incompleta. No te muevas bella
dama.-
Una discreta sonrisa enmarcaba el rostro de la monarca que aunque fatigada, sentía su
corazón colmado de gozo.
-¡Hemos terminado!-
-¡Estoy exhausta!-
-Permíteme ayudarte.-
-Seré yo quien te ayude a levantar todo esto.-
-No es necesario pero si eso me va a permitir gozar un rato más de tu grata compañía, acepto
tu ayuda.- Le dijo galantemente.
Como respuesta únicamente le sonrió mientras limpiaba los pinceles.
-¿Me acompañarás a la cabaña?-
-No... no lo creo.- Titubeó la reina.
Abuca se acercó nuevamente a ella, la miró a los ojos, le tomó las manos y con su varonil voz
le dijo:
-Pronto partiré, esta será nuestra despedida... por favor.-
El corazón de Lamsay latió con más fuerza, para finalmente aceptar la invitación del marqués.
La cabaña estaba alumbrada con varias velas, ¡el lugar lucía tan acogedor! A lo lejos el sonido
de los tambores acompañaba el momento; el olor a incienso purificaba el ambiente y el aroma
a café impregnaba la cabaña. El chasquido de la madera que ardía y el calor que emanaba la
obligó a sentarse sobre un tapete cercano a la chimenea. Abuca jaló un poco la mesa que
estaba al centro de la sala para que les quedara más cerca y puso en ella una botella de vino
y un plato de carnes frías.
-¿Puedo?- Preguntó haciendo una seña para sentarse a su lado.
-Sí.- Respondió la reina acomodándose.
Así el marqués sirvió el vino y al tiempo que comían, bebían y se calentaban al calor de la
chimenea platicaron como dos grandes amigos. Hicieron el recuento de sus vidas, se
confiaron sus grandes pasiones y sus miedos; hablaron de sus proyectos de arte,
compartieron su gusto por la pintura; simplemente se encontraban ahí desnudando por
completo su alma. En un instante, el momento se tornó un tanto romántico. Lamsay regresaba
del tocador y Abuca la esperaba de pie.
-¿Me concede esta pieza su gran majestad?- Decía Abuca haciendo una reverencia y
tomándola de la cintura.
Bailaban al ritmo de sus corazones, sus miradas se cruzaban y sus cuerpos se estremecían.
Abuca con toda delicadeza y galantería buscaba con sus carnosos labios, la boca de Lamsay,
para encontrarlos finalmente. La reina contuvo la respiración por unos segundos para luego
decir:
-Con este beso quisiera sellar este momento para que perdure por siempre.-
El marqués aún perdido en el éxtasis de aquel corto pero profundo beso, tardó en volver a la
realidad y segundos después abrió sus profundos ojos.
-Sigue siendo la musa que inspira la vida misma, la dama inalcanzable para cualquier
caballero y la cortesana que se dona con amor.- Le dijo como un verdadero poeta.
Lamsay suplicaba al tiempo que se detuviera para seguir escuchando al marqués, cuando un
estrepitoso trueno se escuchó muy cerca de la cabaña.
-Al parecer esta lluvia no parará por un buen tiempo, creo que será mejor que me lleves hasta
la puerta del palacio. Debemos partir
ahora se ha hecho tarde.- Pidió la reina.
-Como tú mandes mi musa.- Dijo acomodándole su capa.
Aunque el camino de la cabaña a la puerta de palacio era muy corto, pareció un momento
interminable pues ambos guardaron silencio. Cada uno venía inmerso en sus pensamientos.
Una vez delante de la entrada Abuca se despedía de Lamsay tomándola de las manos.
-Es tiempo de irme, luego de cumplir aquí mi cometido, te entrego este libro mágico, ¿lo
recuerdas?-
-¿Es el que han escrito tus amigas las místicas?-
-Sí. Lavi y Ángela.-
Lamsay lo tomó entre sus manos y sintió algo especial en su corazón.
-Quiero que me prometas que lo vas a leer cuando sientas que es el momento perfecto.-
-Seguramente yo sabré cuando es ese momento ¿verdad?-
-Así es.- Respondió el marqués subiendo a su carruaje para partir.
-Gracias por todo.-
Abuca bajó de nuevo de su carruaje para casi recitarle a la reina de ojos de jade:
-Gracias a ti mi hermosa dama por ser la expresión de lo que todo caballero anhela ver
reflejado.-
Acto seguido, se dio la media vuelta y se subió apresuradamente al carruaje, parecía ahora
que era él quien huía. La reina tomó en sus brazos el libro mientras lo vio alejarse y perderse
en la oscuridad de la noche. Subió a su alcoba y comenzó a repasar cada instante vivido con
el marqués sabiendo que no volvería a verlo.
A la mañana siguiente tomó el libro y lo llevó hasta la torre poniéndolo en un cofre de cedro,
delicadamente tallado con adornos de flores y mariposas.
-Tendrás que esperar un poco, en algún momento vendré por ti y entonces me enteraré por fin
de qué se trata todo esto.- Dijo la reina mientras cerraba con llave aquella caja.
Desde ese lugar podía ver el movimiento que había a lo lejos en la cabaña. Se sentó a la orilla
de la ventana y pensó:
-De ahora en adelante nada será igual en mi vida.-
El encuentro con el caballero extranjero la había ayudado a descubrir una parte de sí misma
que desconocía. Ahora conocía el rostro de la cortesana.
Al bajar de la torre, Doré le entregó el regalo que el rey le había dejado. Era un hermoso
corazón de rubí sujetado por una sencilla cinta de piel oscura y la nota que lo acompañaba
decía:
Te dejo mi corazón, sólo así me aseguro de regresar. Te amo.
Ulco
La monarca se sintió profundamente halagada con el regalo de su esposo. Ahora sabía que
aunque podía ser la dama de cualquier otro hombre, su cuerpo, corazón y alma le pertenecían
al rey Ulco.
EL PERGAMINO MÁGICO.
Capítulo XIV
Esa tarde Zaian, Merién y Driú volvieron felices del reino de Rafí.
-¡Madre! Mira la pulsera que mi tía Kristen me enseñó a hacer.- Contaba la princesa mientras
caminaban juntas por los jardines del palacio.
-Me alegro que te la hayas pasado tan bien con tus tíos.-
-Por cierto, mi tío te mandó algo. ¡Cómo lo he olvidado!- Exclamó Merién echando una carrera
hacia su habitación.
-¡Enseguida vuelvo!-
Lamsay vio a un mensajero acercarse. El hombrecillo de sombrero alado se limitó a darle el
sobre en sus manos haciendo una pequeña reverencia y después se retiró velozmente. La
reina se sentó en una de las bancas de cobre que había por ahí y abrió la misteriosa carta que
estaba cubierta con un polvo plateado.
Es tiempo de soltar. Lo que has custodiado con tanta devoción, debe ser devuelto. No será
fácil, sentirás que ahora te pertenece pero deberás recordar que sólo eras guardiana de algo
tan preciado. Transitarás el camino de regreso y aunque parezcas perdida estarás protegida.
El Mago
-Es tiempo de soltar. ¿Soltar qué?- Se preguntaba una y otra vez.
-¡Madre! ¡Madre! Zaian te está buscando quiere que conozcas a Aylín.-
Inmediatamente, la reina se puso de pie y se dirigió al Salón del Té. Merién le entregó una
pequeña caja que la monarca guardó en el bolsillo de su vestido. Cuando entraron a la sala, el
joven le ofrecía de beber a la doncella.
-Madre, quiero presentarte a Aylín.-
-Encantada de conocerte. Las amigas de Zaian son siempre bienvenidas al palacio.- Contestó
Lamsay tratando de ser amable.
-Madre, Aylín es más que mi amiga.-
Por demás incómoda, la reina esbozó una falsa sonrisa y dijo:
-No queremos importunarlos, será mejor que los dejemos solos para que platiquen a gusto.-
Haciendo una seña a la princesa salieron del salón.
-¡Zaian ya tiene novia! ¡Zaian ya tiene novia!- Canturreaba Merién ante la mirada de
desaprobación de su madre.
-Necesito estar un momento sola.-
-Está bien, iré a buscar a Driú.- Dijo la pequeña encogiéndose de hombros.
-¿Por qué no estás aquí amor mío?- Gritó la reina al entrar a su habitación.
Sentimientos encontrados se arremolinaban en su corazón. Por su mente pasaron decenas de
recuerdos de cuando su primogénito era un niño pequeño, de cada fiesta de cumpleaños, de
sus travesuras y ocurrencias.
-¡Qué rápido creciste hijo mío!- Exclamó mientras sus ojos se humedecían.
También recordó cuando había conocido a Ulco y la manera en que el duque Rafá los había
apoyado en su relación y las caras largas que Carlota a veces le ponía a su joven
pretendiente.
Conforme pasaban los días, las tardes y las noches Lamsay extrañaba más al rey. Estar a
cargo de sus tres hijos sin su presencia era mucho más difícil de lo que parecía y aunque éste
había dejado claras instrucciones de cómo manejar algunos asuntos en su ausencia, se
presentaron imprevistos que la reina tuvo que resolver.
Una mañana le llegó una invitación para tomar el té en el palacio de Lilán, donde también
asistiría Carlota y aunque la última vez que estuvo ahí de visita no se había sentido muy
cómoda pensó que platicar con ellas podría servirle de consuelo.
-¿Extrañas a Ulco?- Le preguntó Lilán en tono irónico.
-Sí, mucho más de lo que creí.-
-¡Ay querida! Yo estaría feliz de que Fonzo se fuera unas semanas.-
-¿Qué hacías tú cuando mi padre se iba?- Inquirió ignorando el comentario de su amiga.
-Me mantenía ocupada, no dejaba ningún espacio para mis debilidades.- Contestó con su
acostumbrada altivez.
-¿Tus debilidades? ¿Estás sugiriendo que extrañar a una persona es ser débil?-
-Por supuesto. No puedes permitir que tus emociones te controlen,debes ser tú la que las
controle; todo está en la mente. ¿O tú qué opinas Lilán?-
-Aprende de mí, ni siquiera recuerdo la última vez que lloré. En esta vida hay que ser fuerte,
ocultar los sentimientos es una gran estrategia.- Declaró muy orgullosa.
-¿Estrategia? Si no estás planeando una batalla, hay cosas que duelen y por mucho que te
aguantes no puedes disimularlo. Como el otro día que Zaian me presentó a su novia; me sentí
tan extraña, creo que no estaba preparada para la noticia. No me había dado cuenta de que
mi niño es ya un joven hombre.-
-Pues tendrás que estar muy atenta con esa damisela y vigilarlos de cerca.- Espetó Lilán.
-Ella tiene razón, a los hijos no se les puede dejar sin supervisión; ya ves tu hermano, tan viejo
y todavía necesita que yo le diga cómo manejar el reino que le heredé.-
Lamsay sintió que un fuego le quemaba por dentro. Sin poder contenerse, lanzó una osada
pregunta:
-Y ¿sabías que por eso bebe en exceso?-
-¿Qué estás diciendo? Si yo le prohibí muchas veces que bebiera.-
-El otro día fue Kristen a verme y me estuvo contando algunas actitudes que yo desconocía de
mi hermano, pero tú deberías conocerlo más pues como acabas de decir, nunca lo has dejado
en paz.-
-¿Cómo te atreves a decirme eso? Si ustedes son lo que son gracias a mí.- Respondió Carlota
con los ojos encendidos.
-Perdona que te contradiga madre pero fue mi padre quien siempre nos apoyó a mi hermano y
a mí, tú estuviste muy distante de nuestras aflicciones.-
-¡Claro! Si yo hubiera sido como él, otra sería la historia. Si Rafí bebe de más ha de ser
porque su mujer no lo trata como debiera, ya ves que ni siquiera ha podido darle un hijo.-
-No puedo creer lo que estoy oyendo ¡Lo dices como si fuera su intención!-
-Si se hubiera casado con Casandra como yo le decía ya tendría una gran descendencia.-
Sentenció duramente.
-¡Es suficiente madre! Tú no sabes lo que ambos sufren por no poder tener hijos.-
-No más de lo que he sufrido yo, saber que Rafí no tiene herederos me tiene muy disgustada.-
-Yo te entiendo Carlota cuando los hombres de la familia son unos inútiles, siempre existe el
deseo de que llegue el heredero correcto.- Intervino Lilán aumentando el malestar de Lamsay.
-Mira será mejor que tú no opines, el pobre de Fonzo está enfermo de soportar tu agrio
carácter y tus hijos te tienen miedo.-
-Por lo menos a mí me respetan, no que a ti te hacen como quieren, ya ves Zaian aprovechó
que Ulco no estaba para meter a la “doncellita” al palacio.- Contestó Lilán con acidez.
-¡Es suficiente! Ni siquiera sé cómo se me ocurrió venir a platicar con ustedes, fue un error
creer que podrían comprenderme.- Exclamó ya con un nudo en la garganta.
Tomando su abrigo y su bolso, salió apresuradamente hacia su carruaje.
-No le hagas caso ya sabes que siempre ha sido una berrinchuda.-
-Tienes razón Carlota, después de este disgusto mejor te enseñaré los nuevos tapetes que me
han enviado del Oriente. No sé bien dónde ponerlos. ¿Me acompañas?-
-¡Claro querida! Te daré buenas ideas.-
De regreso a su reino, no dejó de llorar. Sintió más su aflicción al recordar que Ulco no estaría
ahí para consolarla. Sintiéndose tan vulnerable, un pensamiento llegó a su ya confundida
cabeza.
-¿Y si no volviera? ¿Qué sería de mí y de mis hijos?- Se preguntó horrorizada.
Los días siguientes se sintió muy triste, una sensación de “pérdida” la invadía a ratos. Aquella
noche sintió un dolor en el vientre bajo y una leve fiebre la obligó a recluirse en su habitación.
-Con esta compresa caliente, se sentirá mejor.- Aseguró Doré.
-¿Qué es lo que tendré?-
-Es el cuerpo el que enferma cuando el alma no llora.- Dijo la sabia mujer.
-¿Y por qué tendría que llorar si tengo una buena vida? Estaré mejor cuando Ulco regrese.-
-Colocar nuestro bienestar en otras personas, nos hace frágiles. Cada quien debiera ser el
centro de su propia vida.-
-Doré, ¡han sido tantos años los que he vivido protegida por el rey! Es natural que me sienta
triste por su ausencia.-
-Es tiempo de soltar.- Aseguró la mujer en voz baja.
Era la misma frase que estaba escrita en la misteriosa carta que había recibido hacía unos
días, pero la reina se sentía demasiado débil para preguntarle a la mujer qué había querido
decir con sus palabras.
-Creo que mejor dormiré un poco.-
-Está bien majestad, trate de descansar.-
Un relámpago interrumpió su sueño, había comenzado a llover. Se levantó de la cama y se
asomó por la ventana. A lo lejos le pareció ver una luz aunque no podía ver con claridad.
-¡Ulco! ¡Ulco ha regresado!- Gritó con alegría.
Se puso unos zapatos cómodos, se enredó el cabello con un cordón, tomó un chal y salió de
su habitación casi corriendo, fue a la puerta trasera del castillo pero no vio a nadie.
“Estoy segura que vi una luz”.
Tomó un quinqué y decidió ir a las caballerizas. Algunos caballos se inquietaron al escucharla
pero no había rastro de Ulco. Otro relámpago alumbró la torre y entonces se dirigió para allá.
Finalmente, Lamsay llegó a la reja semicircular que rodeaba la parte de enfrente de la entrada,
giró el pasador y dio tres pasos más para abrir. Temblorosa y mojada se detuvo para sacudir
un poco su cabello, sus dientes chasqueaban y su chal estaba empapado, un escalofrío
recorría todo su cuerpo. Se sentó en el piso y abrazó sus rodillas sintiéndose profundamente
vulnerable. Deseaba con todo su corazón que el rey estuviera con ella, pero la realidad era
que el hombre estaba muy lejos, comandando la legión de las Aguas del Norte.
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-Hace frío aquí.- Dijo Rafí a Ulco.
Abriéndose paso entre la niebla, un soldado llegó apresuradamente y le dio un aviso al rey.
-Tendremos que separarnos. Tú esperarás aquí y yo iré a checar la última frontera.- Indicó el
monarca tratando de protegerlo.
Ulco cabalgó a toda velocidad seguido de un regimiento. Rafí no pensó que el asunto fuera
grave, por lo que decidió buscar un lugar para acampar. Cuando todos descansaban, se alejó
un poco y se quedó mirando una vieja estatua que parecía no haber visto nunca. Una ráfaga
de aire levantó la brisa del mar del Norte y aquella figura oxidada comenzó a moverse.
-¿Quién eres tú?- Preguntó desenvainando su espada.
-Soy el Guardián de los Sueños, aquel que vela por el simbolismo oculto en ellos.- Dijo
sacudiendo su vestimenta.
Aquel hombre de sombrero estaba cubierto por una capa de la que colgaban todo tipo de
objetos en forma de prendedores. Parecía más un hombre de trucos que un guardián, sin
embargo, su voz profunda y pausada inspiraba confianza.
-La sabiduría interior se revela a través de los sueños.- Mencionó tomando una libélula de
bronce de su capa.
Entonces escondió la libélula entre sus manos roídas y haciendo lo que parecía un truco de
magia, sopló hasta que el pequeño insecto cobró vida y se posó en el hombro de Rafí. Sin dar
tiempo a que el rey hablara, el guardián continuó diciendo:
-Los sueños son un lenguaje encriptado pero aquel que logra descifrarlos, puede si así lo
desea, enriquecer su vida de una manera especial. Los sueños vienen de lo profundo del
Reino de lo profundo. Habitan debajo de la tierra donde se entrelazan con las imágenes más
antiguas de la humanidad, se alimentan de la imaginación y salen como humo escurridizo
cargados de símbolos; después se depositan en la mente del soñador no sólo para darle a
conocer una parte de su mundo interno sino también para ofrecerle soluciones, sin embargo,
los sueños son un regalo poco apreciado.-
Rafí recordó entonces su sueño recurrente y viendo una maravillosa oportunidad para
comprenderlo preguntó al hombre de la capa:
-¿Podrías ayudarme a entender un sueño que me atormenta?-
-Veamos qué puedo hacer por ti.-
Así, relató la parte del sueño que recordaba:
-...Entonces saco mi espada y lucho con el feroz dragón que me persigue pero no logro
derrotarlo, la espada se dobla y al bajar la mirada veo mis pies mojados y atados a una larga
cadena...-
El hombre onírico buscó entre su capa una figurilla de dragón, una de espada y otra con forma
de cadena. Rafí retrocedió un paso.
-El dragón puede ser muy amenazante, ¿no te parece?- Preguntó al tiempo que lo ponía en la
palma de su mano y con una sonrisa grotesca agregó:
-Existen muchos tipos de dragones, de diferentes formas, tamaños y colores. Algunos
aparentan ser más feroces de lo que realmente son, otros son de papel y se pueden combatir
más fácilmente, pero los más implacables son sin duda los que provienen del Reino Materno.-
Sin comprender las palabras del guardián, algo en su pecho se agitó con fuerza. Lo primero
que vino a su mente fue la imagen de su madre Carlota. El hombre de los mil prendedores
continuó su explicación:
-El Reino Materno es un lugar tan cómodo y acogedor que se desea no salir nunca. Ahí las
cosas son otorgadas fácilmente, sin esfuerzo, todo está al alcance de la mano: La Taberna de
las Copas Parlanchinas, el Salón de las Apuestas, las Cien Puertas Falsas. ¡Deberías ver el
espejo distorsionado y las estatuas de silicona! Es fácil toparte con los embaucadores y los
charlatanes que ofrecen dinero fácil o con los farsantes de las máscaras y ¡qué decir de los
amantes fugaces que no desean compromisos! Y por si fuera poco puedes refugiarte en el
Gran Faldón Materno que está a la entrada como una enorme cortina.-
Rafí escuchaba con suma atención la descripción de aquel lugar mientras varias imágenes se
agolpaban en su cabeza.
-Es un lugar magnético pero con un movimiento regresivo que busca la comodidad de la
infancia.-
-Cuando niños nos sentimos seguros y protegidos por nuestras madres.- Aseguró Rafí.
-Así es, pero no se puede permanecer para siempre bajo el cobijo materno. La vida requiere
de valientes caballeros que se batan a duelo en las batallas del esfuerzo.-
-Pero un valiente caballero también necesita descansar y recuperar la fuerza.-
-Estás en lo correcto pero eso no lo da el Reino Materno, eso lo encuentras en el Reino de los
Velos.-
-¿El Reino de los Velos?-
-Singular lugar.- Respondió el Guardián de los Sueños dando un gran suspiro.
Rafí prefirió no indagar más sobre el lugar recién mencionado pues su cabeza daba vueltas
tratando de entender el Reino Materno. Después de un largo silencio, se atrevió a preguntar:
-¿Estás diciendo que el dragón de mis sueños representa a mi madre?-
-Sólo en parte, el Reino Materno abarca más allá del territorio materno individual, sin embargo,
en algunos casos la figura materna es tan pesada como una carga que se lleva a cuestas.-
En ese momento no pudo negarse a sí mismo que la autoritaria figura de Carlota realmente
pesaba sobre sus hombros.
-La espada representa la fuerza, la decisión y la valentía...- Dijo el guardián enseñando la
espada que portaba el rey.
-Pero en mi sueño ¡la espada se dobla!-
-... Y la cadena simboliza tus ataduras.-
Aunque Rafí alcanzaba a comprender su sueño no se atrevió a decir nada más pues se sintió
avergonzado. Como adivinando su pensamiento, el guardián le dijo:
-Estar atrapado por este tipo de dragones es mucho más común de lo que crees. Se necesita
un verdadero guerrero para vencer al dragón y rescatar el cofre.-
-¿De qué cofre hablas?-
-El cofre que guarda el heroísmo que alguna vez le fue arrancado a su dueño.-
-¿Heroísmo arrancado?- Preguntó con ansiedad mientras una gran nube se acercaba.
Intempestivamente una tormenta se desató, los relámpagos retumbaban al ritmo de la
Sincronicidad. Un fuerte rayo alcanzó al Guardián de los Sueños convirtiéndolo de nuevo en
una vieja estatua al tiempo que un tercer relámpago alumbraba el suelo para que Lamsay
pudiera ver algo que no había visto antes: Una marca en el suelo con forma de la serpiente
uróboros. “Pero ¿qué es esto?” Se preguntó mientras sacudía el polvo para observar mejor.
Una especie de herraje quedó al descubierto, la reina jaló de él y la tapa se levantó, dejando
ver unas escaleras que parecían llevar al sótano. Tomando de nuevo el quinqué la reina bajó
sigilosamente. Las paredes estaban agrietadas y el agua se escurría haciendo resbalosos los
escalones. Lamsay se sujetó del apolillado barandal pero este se rompió y resbaló sin poder
detenerse. Un remolino comenzó a formarse a su alrededor y lentamente fue succionada
hacia abajo. La reina sintió un fuerte mareo pues la fuerza de aquel cono de viento la hacía
casi volar. A punto de desmayarse y desorientada, la mujer cayó en el suelo firme para
después reconocer el lugar donde estaba.
EL PERGAMINO MÁGICO.
Capítulo XV
Capítulo XVI
"Bálsamos"
La Señora de las Coincidencias había estado muy ocupada entretejiendo los hilos invisibles
que hicieron que Ulco resultara herido, que Rafí quedara a cargo de la batalla y que Lamsay
tuviera que entrar al laberinto.
La reina se levantó y caminó sin prisa pero sin pausa con la mirada clavada en la tierra que
tenía diversos tonos, inmersa en los colores no se percató de que alguien estaba cerca de
ella; vio un par de pies descalzos y sucios y al levantar la mirada volvió a encontrarse con el
loco vagabundo que como le había prometido la estaba esperando.
-¿Qué tal te fue?- Le preguntó con una irónica sonrisa.
-Creo que enfrenté al minotauro.-
-Ahora las puertas doradas están abiertas para ti.-
-¿Las puertas doradas?-
-Sí, las puertas que te permiten entrar y salir del Valle Desolado cuando tu alma lo necesite.-
-¡Sígueme y te las mostraré! Están del otro lado del Reino de lo Profundo.-
Lamsay comprendió que aunque había salido del Valle Desolado todavía se encontraba en
alguna parte del inframundo que al parecer no había visto la primera vez. Avanzaron un poco
hasta llegar a una barranca no muy honda pero imposible de pasar caminando. Cientos de
cuerdas colgaban, algunas eran largas, otras cortas; unas cuantas eran ligeras y suaves, otras
eran ásperas.
A juzgar por el panorama, el camino terminaba ahí, parecía que sólo tomando esas cuerdas
se podría, o bien descender o cruzar del otro lado. La reina se asomó y vio cómo una persona
colgaba de una de las lianas y a sus pies, otra persona más se aferraba con desesperación
provocando que quien estaba arriba, sangrara sus manos; también observó a un hombre
agarrado de unas monedas moviéndose como un péndulo y a una mujer asida a un látigo sin
movimiento.
-¿Qué es lo que están haciendo?-
-Colgándose de algo o de alguien para cruzar del otro lado.-
-¿No sería más fácil que cada uno se balanceara por sí mismo? Así tendrían la libertad de
moverse por donde quisieran dada la obviedad de que no hay otra manera de cruzar esta
barranca.- Mencionó la monarca mientras una mariposa se posaba en el hombro del Loco.
-Espera, ella quiere decir algo.- Dijo el vagabundo inclinando su cabeza para acercar su oreja
al insecto multicolor.
-Tristemente algunas personas van así por la vida: “colgadas” de la necesidad de poder,
dinero, control o reconocimiento o bien ponen en su pareja o sus hijos la satisfacción de sus
necesidades; otras más eligen colgarse de lo más doloroso como el desprecio a sí mismos o
la indiferencia hasta la enfermedad. Hay lianas revestidas de miedo, duda o incertidumbre;
deberías de ver todo lo que las personas se inventan antes de tomar la responsabilidad de sus
vidas.- Repitió el Loco simulando la voz de la mariposa.
Lamsay sonrió ante la ocurrencia del hombre para después quedarse pensando en aquellas
palabras tan ciertas. El peregrino del amor tomó una liana, la sujetó firmemente, se balanceó y
dijo:
-Yo siempre que cruzo por aquí, empujo a alguien, te espero del otro lado.-
Luego se aventó al aire como un verdadero primate y en su bamboleo dio un ligero empujón a
la mujer que se sostenía del látigo. Cuando llegó al otro lado, solamente gritó:
-¡Es tu turno!-
Inspirada nuevamente por la locura de aquel hombre, agarró la que le pareció la liana más
grande y tomando vuelo se sujetó con todas sus fuerzas, su larga cabellera era despeinada
por el aire mientras se sentía verdaderamente libre, al acercarse al otro lado dio un gran salto.
-No fue tan difícil.-
Efectivamente, dos portones dorados se veían al fondo, eran tan brillosos que a pesar de la
distancia se distinguían perfectamente unas letras:
LAMSAY
-¡Es mi nombre!- Gritó con alegría.
-Claro que es tu nombre preciosa, son tus puertas, detrás de ellas te están esperando...-
Dicho esto el Loco se tapó la boca. Parecía que había hablado de más.
-¿Quién? ¿Quién me está esperando?-
-No puedo decírtelo, lo que sí puedo es bailar contigo.- Expresó a manera de invitación
tarareando una melodía.
-¿Bailar? ¿Estás loco?- Preguntó de nuevo con insensatez.
-Sí estoy loco de amor.- Y diciendo esto la tomó de la cintura y le dio varias vueltas.
Nuevamente el vagabundo le arrancaba una carcajada a la reina.
-Fue un placer conocerte.- Le dijo un poco mareada por el improvisado baile.
-¡Volveremos a vernos cuando la quinta luna bese el mar!- Declaró el hilarante hombre de
ropas roídas y se fue dando giros.
La reina caminó hacia las enormes puertas doradas, se detuvo para contemplar las letras de
su nombre, parecían grabadas en oro, eran verdaderamente hermosas. Con sus delicadas
manos las tocó y un polvo dorado la cubrió dándole un brillo especial; bastó con que empujara
un poco para que las puertas se abrieran de par en par.
Un nuevo paisaje se vislumbraba ante ella: un campo lleno de flores y una alfombra de hierba
silvestre parecían darle la bienvenida.
Algunas mariposas también revoloteaban por ahí. A lo lejos se veía un pequeño estanque por
lo que la monarca decidió acercarse en esa dirección. De pronto, encontró un letrero con
flechas en diferentes direcciones que decía:
Tres en Uno
Efectivamente tres caminos se abrían delante de ella.
-¿Cuál tomaré?- Preguntó en voz alta.
-Toma el que te dicte tu corazón.- Repuso una pequeña rana que andaba por ahí y que
desapareció rápidamente.
Si algo estaba aprendiendo Lamsay en el Reino de lo Profundo era a confiar, por lo que
cerrando sus ojos y respirando hondo, eligió el camino de la derecha. Justo cuando dirigía sus
pasos hacia allá escuchó una bella melodía que la hizo voltear en dirección contraria.
Sorpresivamente vio una ventana flotante sostenida por unos listones de colores; sin poder
contener su curiosidad, se asomó a través de ella y grande fue su asombro al ver a Lavi y
Ángela intercambiando lo que parecían unos regalos.
-¡Son las amigas de Abuca!- Exclamó sin entender qué estaban haciendo ahí.
Sigilosamente, se quedó observando la escena. Ángela se ponía los lentes de papiro que
acaba de recibir de su amiga y Lavi a su vez sostenía en sus manos un extraño artefacto
dorado que en una de sus caras tenía inscrita una mariposa y en la otra la imagen de una
dama.
Las dos mujeres reían y lloraban al mismo tiempo mientras escuchaban aquella melodía casi
angelical y aunque Lamsay no alcanzaba a escuchar la conversación sí oyó cuando Lavi
mencionó: “El Sendero de la Iniciación”. Tras darse un fuerte abrazo las dos amigas entraron
por una puerta que decía:
El Prisma de la Sanación
Lamsay suspiró pues seguía sin comprender a las dos místicas mujeres.
Acto seguido regresó al camino de la derecha y comenzó a transitarlo. Un hermoso bosque se
abría a su paso. Olivos, robles, sauces, olmos, entre otros árboles más, parecían escoltarla.
La reina disfrutaba del aroma que emanaban aquellos viejos guardianes cuando descubrió a lo
lejos una vieja cabaña de madera que al parecer estaba habitada por alguien. Al acercarse un
poco más descubrió una fogata con una gran olla en la que hervía algún tipo de brebaje, sin
embargo, nadie apareció a su encuentro, fue hasta que caminó un poco más que alcanzó a
ver a una mujer de cabello rojizo recolectando flores.
-¿Qué tal corazón? Te estaba esperando.-
-¿Me esperabas? ¿A mí?-
-Claro, las puertas que se abrieron llevaban inscrito tu nombre: Lamsay.-
-No sé a dónde me dirijo, acabo de salir del laberinto y me siento un poco confundida.-
-No te preocupes, todo es perfecto.- Añadió la mujer haciendo un ramo con las flores que
acababa de cortar.
Aunque nunca la había visto en su vida, algo en ella le inspiraba confianza, por lo que la reina
comenzó a platicarle sobre los últimos acontecimientos en su vida. La mujer de alta
complexión, no perdía detalle en el relato de la reina mientras hacía extraños movimientos con
sus manos y acercándose a la gran olla, le sirvió una taza de aquella pócima. Charlaron
durante un largo rato sentadas sobre la tierra. Lamsay necesitaba que alguien escuchara todo
lo que le había sucedido pues aunque había salido del Valle Desolado, se sentía aún
vulnerable.
-Puedes contarte tu historia una o mil veces hasta que aprendas a observarla sin juicios.- Dijo
la Mujer de las Flores.
-¿Qué quieres decir?-
-Sólo observa todo lo que te ha sucedido, elévate cada vez un poco más para que puedas
contemplarlo sin drama; nada es bueno ni malo simplemente es.-
Lamsay sintió cómo su cuerpo comenzaba a relajarse, tal vez el brebaje empezaba a hacer
efecto.
-Cierra tus ojos y siente tu respiración.-
La reina obedeció y comenzó a sentir una gran calma.
-Como es adentro es afuera, como es arriba es abajo, ya no hay división, todo está unificado.
Todo es perfecto... Abraza lo que has sido, sin juicio, con amor...-
Mientras la Mujer de las Flores hablaba, algo en el interior de la reina se liberaba, el llanto
empezó a brotar nuevamente por sus verdes ojos, pero esta vez, las lágrimas derramadas la
purificaban de una manera especial y única. Oscureció y ambas mujeres se quedaron en
silencio bajo el cobijo de la luna llena que como una madre amorosa las envolvía.
-Escucha el deseo de tu corazón, éste te llevará sin duda al lugar donde el Maestro te
necesita.- Le dijo al despedirse, no sin antes darle un pequeño frasco con otra de las pócimas
que preparaba con tanta devoción.
-Gracias.- Contestó Lamsay y siguió el camino hasta que éste terminó.
Cuando se dio cuenta, estaba de nuevo frente al letrero de los tres caminos. Esta vez, decidió
irse por la izquierda. A diferencia del sendero anterior, éste no tenía un solo árbol, sólo unos
arbustos medio secos crecían por ahí. Conforme avanzaba, el suelo se hacía más arenoso.
De pronto una ráfaga de aire la empujó con fuerza, obligándola a cubrirse los ojos. Cuando se
descubrió el rostro parecía que estaba en un árido desierto. Por unos instantes volvió a sentir
el miedo y la tristeza que había experimentado en el Valle Desolado, pero algo en el fondo de
su ser le decía que ahora era diferente.
Con un poco más de confianza siguió caminando cuando de pronto vio a aquella negra
lechuza de plumaje corto y encopetado que le diera el primer consejo en el valle. El ave
volaba bajo, como si quisiera decirle algo, sin dudarlo la siguió apresurando el paso, después
de una larga caminata la mujer se detuvo presa del agotamiento.
Jadeante y sedienta, buscaba un lugar donde descansar un poco cuando súbitamente
apareció ante ella un bello oasis.
Retomando un poco de fuerza, corrió hacia el agua cristalina y bebió hasta saciarse.
Una tortuga gigante apareció caminando lentamente hasta detenerse frente a la reina quien la
miró con curiosidad.
-¿Sabes dónde estoy?-
-En el Oasis de la Responsabilidad.-
Lamsay se quedó callada, esperando que la tortuga dijera más.
-Todo lo que toca tu vida es tu responsabilidad.-
Acostumbrada a usar el disfraz de víctima, la reina replicó casi con indignación:
-¡Cómo voy a ser responsable de lo que otros me han hecho!-
Pero en seguida recordó que la Tristeza ya le había mencionado algo parecido, por lo que
puso mucha atención.
-Lo que ves en otros, también existe en ti.-
La reina de ojos de jade recordó entonces el Bosque de las Sombras, la Caverna de las
Proyecciones y la frase que le había dicho Sabiarba en aquella ocasión:
“Proyectar es ver afuera lo que no podemos ver
dentro de nosotros mismos”.
-¿Alcanzas a ver hasta dónde puede llegar tu responsabilidad?- Preguntó la tortuga dándole
tiempo de asimilar lo que acababa de escuchar.
Lamsay recordó las muchas veces que su madre Carlota le había parecido un juez
implacable.
-¿Seré acaso yo mi propio juez?-
-Algunas veces, unos minutos de honestidad profunda son suficientes para darnos cuenta de
las cosas.- Dijo el viejo reptil.
La monarca se quedó mirando fijamente el horizonte, algunos espejismos aparecieron frente a
ella. En el primero vio cómo culpar a alguien más era una solución aparente; en el segundo
observó cómo las personas gastan tanta energía tratando de controlar a otros; en el tercero
miró a todas esas mujeres que esperan que sus parejas cambien para ser felices; en el cuarto
vio a las madres que creen que sus hijos les pertenecen; en el quinto notó que lanzar juicios
habla más de quien los dice que de quien los recibe.
-Estos espejismos nos ayudan a ver cómo nos engañamos. En realidad lo que vemos en otros
es sólo un reflejo de nosotros mismos.-
-Ahora todo es más claro, aunque no creo que sea fácil que todos tengamos esta visión de la
responsabilidad.-
-Cambia tú y entonces el mundo también lo hará. Cuando sanes en ti, eso que ves en el otro,
ya no tendrás que proyectarlo y así el otro ya tendrá que representártelo, entonces una nueva
gama de posibilidades se abrirá ante tus ojos.-
Lamsay suspiró profundamente. Aunque la propuesta de la tortuga era realmente hermosa, le
parecía estar muy lejos de conseguir algo así.
-Al menos lo intentaré, te lo prometo.-
-Cuando tomas la parte de responsabilidad que te corresponde en alguna situación o conflicto
todo se reduce tomando su justa dimensión y entonces puedes perdonar y acomodar las
emociones que se han generado. Todo tiene un lugar, aún lo más oscuro.-
-¡Lo mismo me dijo la Tristeza!-
Un fuerte viento empezó a soplar obligando a la reina a cubrirse la cara.
-Se acerca una tormenta de arena.- Advirtió el reptil escondiéndose en su caparazón.
Cuando la tormenta acabó, Lamsay se encontraba de nuevo frente al letrero de:
Tres en Uno
"Únicamente me falta el camino de en medio."
-No es el momento para que transite ese camino.- Dijo el Tiempo.
-Tengo todo arreglado, se topará con las que vienen de regreso.- Repuso la Dama de las
Coincidencias.
-No sé qué haría sin ti.-
Cuando la reina se dirigía al camino de en medio, vio a tres mujeres que venían de regreso.
La primera traía puestos unos extraños lentes cuyos cristales eran como caleidoscopios que
no dejaban de girar.
-Disculpe, ¿qué encontraré en este camino?- Preguntó la reina tratando conseguir algo de
información.
La mujer quien venía muy atenta observando lo que los lentes le proyectaban, ni siquiera se
percató de su presencia. La segunda dama venía dando alegres saltos acompañada de una
pequeña niña por lo que Lamsay no quiso interrumpirlas. La tercera parecía tener más edad y
portaba en sus manos una copa de oro con incrustaciones de rubí. Un halo de luz parecía
rodearla por lo que la reina decidió seguirla alejándose así del camino de en medio. La
misteriosa dama llegó hasta lo que parecía un altar y depositó cuidadosamente en una mesa
de piedra el objeto que traía.
-¿Quién eres tú?-
La mujer volteó la mirada y amorosamente contestó:
-Soy una sacerdotisa.-
Lamsay se quedó callada ante su presencia que emanaba paz.
-Al anochecer tendremos una reunión, ¿te gustaría quedarte?- Invitó la mujer de túnica
pesada.
-Sí, ¿por qué no?-
-Pero hay una pequeña condición.-
-¿Cuál es?-
-Que sólo observes en silencio, en esta ocasión no se te permitirá hablar.-
“¿Qué clase de invitación es esta?-“ Se preguntó. Tras unos minutos de pensarlo, finalmente
accedió.
-Está bien, acepto. Guardaré silencio.-
La sacerdotisa sonrió complacida y le pidió que esperara un rato pues todavía no era la hora
de comenzar. La luna llena era el escenario perfecto para enmarcar lo que esa noche
sucedería. Cuando Lamsay se percató de su presencia, sintió el deseo de hablar con ella
como en tantas otras ocasiones había hecho, sin embargo, la misma luna parecía pedirle que
guardara silencio.
Poco a poco fueron llegando diversas personas, en su mayoría mujeres, aunque también
había un par de caballeros. Todos se sentaron en la tierra, alrededor de una fogata hecha con
ramas de abedul. Se podía observar claramente como ese grupo de personas formaban un
círculo. La sacerdotisa tomó a Lamsay de la mano y la condujo para que tomara su lugar
discretamente. Como saludo, recibió un par de sonrisas; a pesar de no conocer a nadie, se
sintió acogida por aquellos extraños.
Un sonido comenzó a escucharse, una de las asistentes tocaba un cuenco con una baqueta
que emitía un agudo y largo sonido, a cada golpe las notas parecían encimarse formando una
extraña melodía. Todos guardaron silencio y la sacerdotisa tomó la palabra:
-Es un gozo poder estar de nuevo reunidos. Les pido que se pongan cómodos y que si gustan
cierren los ojos, así es más fácil escuchar el latido del corazón; ponernos en contacto con esa
energía vital que pulsa dentro de nosotros y que es la misma fuerza que da vida a toda la
creación. Tun-tun; tun-tun; tun-tun.-
Lamsay trataba de seguir sus palabras, sin embargo, le costaba trabajo no distraerse pues
diversos pensamientos irrumpían en su mente.
-Tun-tun; tun-tun; es tiempo de volver al centro, vuelve a tu centro, a ese espacio sagrado
donde nada ni nadie puede perturbarte porque ahí habita la Paz. La Paz del Maestro con su
amor inconmensurable. Si algo o alguien te ha desviado de tu centro, es porque tú lo has
permitido, porque le has dado entrada a la duda, al miedo, a la incertidumbre, porque por un
momento has olvidado que todo es perfecto, que todo en el cosmos se rige por un plan
divino.-
Poco a poco la reina de ojos de jade, comenzó a relajarse y se dejó llevar por aquellas
palabras que eran como un bálsamo para su alma.
Después de todo lo que había pasado en el Valle Desolado, lo único que quería era
precisamente la Paz de la que hablaba la misteriosa dama. A ratos se sentía conmovida por
algunas frases, parecía que aquella mística mujer sabía escoger perfectamente las palabras
que podían curar el corazón de la reina. Algunas lágrimas rodaron por su rostro pero en esta
ocasión sentía un gran alivio al derramarlas.
-Sin juicio, abraza lo que has sido.-
Lamsay recordó todas esas conversaciones con la luna, el Mago, la Tristeza y el Loco; pudo
verse a sí misma transitando ese largo camino que la había hecho conocer a tantos mágicos
personajes. A pesar del dolor experimentado en el Valle Desolado, algo en su corazón le
decía que había valido la pena.
-Siempre vale la pena.- Acertó a decir la dirigente del círculo, como adivinando su
pensamiento.
“Creo que empiezo a entender el sentido”.
-El poder de transformar se llama rendición.- Dijo finalmente la sacerdotisa antes de guiar un
canto que las demás personas comenzaron a seguir.
La reina prefirió no cantar, solamente escuchaba el coro de aquellas voces que al unificarse
hacían que su corazón vibrara.
-Gracias por esta noche mágica, donde una vez más el Amor se ha manifestado entre
nosotros. Los amo a todos, gracias.- Dijo la sacerdotisa dando un fuerte aplauso y dando por
terminada la reunión.
Los participantes se despedían unos de otros por lo que la reina aprovechó para agradecer a
la mujer de túnica pesada.
-Vuelve cuando quieras, te estaremos esperando.-
-Sin duda volveré.-
Aunque no sabía exactamente por donde salir, caminó intuitivamente hacia el Norte y
entonces recordó a Ulco. No teniendo idea del tiempo que había pasado en el inframundo,
vino a su mente una idea.
-Debo volver a casa.-
La reina apresuraba el paso cuando sorpresivamente alguien la saludó alegremente.
-¿Qué tal tu recorrido por el Valle Desolado Lamsay?-
Cuando levantó la vista vio ante ella un hermoso unicornio blanco y a Sabiarba montada en
él.
-¡Sabiarba! ¡Te busqué todo este tiempo para que me ayudaras a cruzar el valle! ¿Dónde
habías estado?- Preguntó en un tono quejumbroso.
-Tenías que aprender que nadie puede rescatarte más que tú misma. Son tus propios
recursos interiores los que te sacan a flote en las peores circunstancias. Gran lección ¿no te
parece?- Recalcó la mujer regordeta soltando una carcajada.
-Tuve mucho miedo.-
-Lo sé, pero en realidad nunca estuviste sola, todos los que cruzaron antes estaban contigo,
estuviste protegida en todo momento.-
Por un momento, Lamsay guardó silencio y después comprendió la sabiduría que había detrás
de aquellas palabras.
-Tienes razón, ha sido una gran lección.-
El unicornio se acercó un poco más haciendo una reverencia.
-¡Qué hermoso eres!- Le dijo acariciando su cuerno.
-Lumbus te llevará hasta tu castillo. Es tiempo de regresar.-
-¿Me llevarás a palacio?- Le preguntó al tiempo que la criatura
mágica doblaba sus patas delanteras para que ella subiera.
-¡Oh! ¡Qué amable!- Dijo la reina sujetándose de su cuerno.
-¿Volveré a verte Sabiarba?-
-Sin duda alguna.-
El unicornio levantaba el vuelo para llevar a tan distinguido pasajero de vuelta a casa.
Complacidos la Sincronicidad y el Tiempo observaban la escena.
-¡El paso por el Valle Desolado la ha transformado!- Exclamó ella conmovida.
-Te recuerdo que la sanación se gesta en la oscuridad. El laberinto siempre ofrece la
posibilidad de integrar las sombras más oscuras aunque el primer encuentro suele ser
doloroso.- Dijo el viejo de las barbas con sabiduría.
*****************************************************************
Un mensajero ya había sido enviado a los castillos de sendos monarcas para explicar su
tardanza. El corazón de la reina se agitó al enterarse de las nuevas noticias, sin embargo,
confiaba en que estarían a salvo. Dio instrucciones para recibir al rey, su regreso era
inminente. El castillo de Rafí era el más cercano por lo que ambos hombres se despidieron a
la entrada del gran portón.
-Iré a verte pronto.-
-Entra ya, tu mujer debe estar desesperada.-
Efectivamente, Kristen ansiosa ya esperaba a su esposo.
-Condesa, el gran Rafí ha regresado.- Avisó un sirviente.
Ella salió a su encuentro y al verlo sano y salvo se lanzó a sus brazos sin poder contener el
llanto.
-¡Amor mío! Gracias al cielo que estás con vida. He estado muy angustiada pensando en que
podrías haber muerto.- Decía la mujer entre sollozos.
-Fue una gran batalla pero todo salió bien.-
-Entra por favor, ya he mandado llamar al doctor para que te revise y te he preparado la tina.-
Al anochecer, Rafí descansaba en su alcoba mientras se sentía satisfecho no sólo de la gran
batalla sobre las tierras fronterizas sino de su victoria personal. Además estaba agradecido
por estar de nuevo en su palacio.
-Ven, acércate.- Le pidió a su esposa quien le servía una infusión.
Kristen más hermosa que nunca obedeció sin decir palabra.
-En los peores momentos, imaginaba tu linda cara y mi promesa fue mantenerme a salvo para
poder verla de nuevo.-
-¡Amor mío!-
-Te amo mi bella dama.- Le dijo besando sus labios.
Kristen jaló la cinta que amarraba su bata y dejó al descubierto su bello torso. Rafí acercó sus
manos, tocando sus senos y después comenzó a desnudarla lentamente. Si algo necesitaba
aquel caballero era sanarse en el cuerpo de su mujer. Ella comenzó a sentir cómo se agitaba
su respiración y poco a poco se fue entregando a su rey de una manera especial como
adivinando a cada instante lo que el hombre necesitaba.
Así pasaron las horas mientras la luna menguante se escondía tímidamente entre las nubes.
Aquella noche no sólo se fundían los cuerpos de los amantes sino también sus almas,
fecundando así su más deseado anhelo.
EL PERGAMINO MÁGICO.
Capítulo XVII
"Enfrentando dragones".
Al amanecer Ulco llegaba a su castillo. Lamsay y sus tres hijos salieron a recibirlo. Aquel
hombre quien representaba la autoridad y la fuerza de ese reino, ahora regresaba herido y
vulnerable. Sería el turno de la reina de cuidar de él, después de todo el paso por el Valle
Desolado la había transformado de tal manera que ya era capaz de hacer eso y mucho más.
Casi al mismo tiempo, Carlota llegaba al palacio de Rafí, pidiendo que la anunciaran. El
mayordomo personal tocó la puerta de la alcoba donde el rey ya estaba de pie sospechando lo
que vendría.
-Dile a mi madre que tendrá que esperar; que se ponga cómoda porque la veré hasta el
mediodía en la biblioteca.-
Dando un par más de instrucciones, le indicó que se fuera. El mayordomo estaba un tanto
extrañado con la respuesta, pues usualmente el rey bajaba en cuanto era anunciada su
madre.
-Así lo haré su majestad.- Susurró el lacayo sintiendo una extraña complicidad.
Kristen estaba por salir de la cama para arreglarse y alcanzar a Rafí en el comedor junto con
Carlota, pero para su sorpresa su esposo seguía en la alcoba.
-No salgas de la cama amor mío.- Pidió acomodándose entre los brazos de su amada.
-Pero tu madre ha llegado.-
-Lo sé, ya le he mandado decir en qué momento la atenderé, por ahora tengo cosas más
importantes que hacer.- Decía mientras la abrazaba de nuevo.
Kristen por demás sorprendida miraba a su consorte detenidamente; en sus ojos encontraba
algo que nunca antes había visto. Sus manos recorrían el rostro de su amado como
reconociendo algo nuevo. Sus brazos parecían más fuertes, su pecho se engrandecía al ritmo
de su respiración y la condesa se sentía tan atraída, complacida y excitada que en silencio
deseaba que no transcurriera el tiempo. Rafí podía sentir la admiración de su mujer en su
mirada, en cada caricia, en los suspiros profundos de su agitado corazón.
-Te amo Kristen y desde ahora todo será muy diferente.- Aseguró el rey quedándose
pensativo.
Aunque la condesa no sabía a qué se refería, por el momento eso no le importaba y no
necesitaba hacer preguntas tan sólo estaba decidida a disfrutar esos momentos de profunda
intimidad con su rey y pensar que Carlota esperaba abajo seguramente furiosa, le hacía sentir
una especie de victoria.
-Tocan a la puerta querido, espero que no sea tu madre.- Dijo ella casi sin querer.
-Descuida, es el desayuno que he pedido que trajeran para contarte con calma y detalle la
travesía en las Tierras del Norte si así le parece a mi princesa.-
-Hace mucho que no me llamabas “tu princesa”.- Expresó Kristen al tiempo que lo abrazaba
fuertemente y entre suspiros rodaban unas lágrimas por sus mejillas.
-Te amo en verdad te amo.-
Así pasaron la mañana en la cama disfrutando de un buen desayuno y de una charla
exquisita. Él contaba los detalles de la gran hazaña ocurrida; de cómo lo habían llamado el
Gran Rafí como a su padre en su juventud; de lo orgulloso que eso lo hizo sentir; de la fuerza
al ver a su cuñado en peligro y sacar la casta del gran Rafá y defender mucho más que las
propiedades del Norte. Luego de tomar un baño, ambos se dirigieron a la biblioteca. Al entrar
el rey cerró la puerta a pesar de ver de reojo que su madre venía dando una nueva instrucción
al mayordomo.
-Con permiso.- Dijo Carlota tratando de pasar por encima de Humberto, el fiel servidor.
-Disculpe reina madre, pero su hijo el rey ha dado la orden de no ser interrumpido.- Contestó
el mayordomo anteponiendo su cuerpo.
-Pero yo soy su madre.- Replicó casi gritando Carlota.
-Seguro reina madre, pero el rey ha dicho que sólo la condesa podía interrumpirlo, discúlpeme
yo sólo he de seguir las órdenes de mi rey.-
Furiosa Carlota se dirigió hasta el comedor, ordenando café con muy malos modales. Rafí y
Kristen se acercaron a dónde ella esperaba evidentemente desencajada por la espera.
-¡Vaya! Al fin te dignas atenderme, me has tenido esperando horas. Te mandé avisar que ya
estaba aquí pero el imbécil de Humberto no me dejó pasar a la biblioteca. ¿Qué es lo que
pasa contigo? Jamás me habías hecho tal grosería. Me tienes muy angustiada y ni siquiera
me mandaste avisar que ya habías regresado me tuve que enterar por el mensajero de tu
hermana.- Casi ladraba la mujer de cabello encopetado al tiempo que manoteaba.
Rafí observaba a su madre y ahora podía ver muchas cosas. Parecería que aquella batalla
lejos, le había dado una visión muy diferente. Mientras ésta vociferaba él recordaba las
palabras del guardián y su magia.
-¡Basta! Ni tú misma puedes escuchar lo que dices con tanto escándalo. No te olvides que
aquí yo soy el rey y las órdenes las doy yo. Si digo que te veré a mediodía eso es lo que haré,
si digo que nadie entra a la biblioteca nadie entra, ¿está claro madre?-
Ante aquel tono desafiante, Carlota abrió los ojos mirándolo con total desaprobación mientras
Kristen decía en tono suave:
-Me voy amor.- Dándole un beso en la boca, lo cual jamás habría hecho antes delante de su
suegra.
-Ya el carruaje me espera. Hasta luego Carlota la veré después.-
Así salió del comedor con rapidez y a paso firme. Su rostro dibujaba una gran sonrisa, debía ir
al pueblo y cumplir unos encargos un tanto extraños de Rafí. Mientras tanto Carlota estaba
furiosa en contra de su hijo y lo miraba con ojos de fuego.
-No te permito que me hables así delante de nadie y menos de tu mujer. ¿Qué te has creído?-
-Calma madre. Estoy apenas regresando de una gran batalla y lo que menos quiero es un
escándalo en mi palacio. Fueron días pesados y quiero descansar con mi mujer. No necesito
que vengas a gritonear tan temprano.-
Carlota lo observaba sin saber exactamente lo que estaba pasando aunque aquel tono le
parecía conocido fruncía el ceño y movía la cabeza en señal de desaprobación.
-Si no te sientes cómoda con nuestra conversación, podrías esperar a que regrese. Estaré
ausente un mes, me voy con mi mujer a disfrutar la victoria.- Dijo el monarca poniéndose de
pie.
-Pero ¿qué es lo que pasa contigo? ¿Por qué tantas groserías hacia mí?- Preguntaba con un
tono un tanto lastimoso que no encajaba con su recia personalidad.
-Yo que siempre he estado a tu lado en todo momento.-
-Agradezco que hallas estado conmigo siempre madre pero ahora te libero de tal
compromiso.- Expuso el hombre dándose cuenta del chantaje de su madre.
-Desde ahora las cosas serán muy diferentes, te lo aseguro. Por lo pronto te aviso que estaré
fuera algún tiempo. Mi princesa y yo nos iremos en unos días, apenas deje unas instrucciones
aquí en el reino. Yo te mandaré decir con un mensajero el momento en que regresemos, para
que si lo deseas puedas venir de visita.- Explicó tomando la mano de su madre para besarla.
-¿Necesitas algo más? querida madre, de no ser así que mi carruaje te lleve de vuelta a tu
castillo.-
-¡Yo no necesito que mandes a tu gente a servirme, tengo mi propia servidumbre!- Vociferó la
reina indignada.
Carlota casi sin habla se levantó de la mesa para retirarse. Rafí entró a la biblioteca y en el
momento de cerrar la puerta, sintió por un segundo que las piernas le temblaban y su primer
impulso fue tomar la coñaquera y servirse una copa. “¿Cómo me he atrevido?” Se preguntaba
una y otra vez. “He vencido al dragón”. “Y fue tan sencillo”. “¡No lo puedo creer!” Se repetía
emocionado recordando las palabras de la estatuilla, cuando fue sacado de sus
pensamientos.
-Su majestad, ya están aquí todas las personas que mandó llamar. ¿Las hago pasar?-
Preguntó Humberto.
-Sí, por favor, que pasen. En cuanto llegue mi mujer me avisas.-
Mientras tanto en el otro reino, también sucedían cosas diferentes. Lamsay había ido a la
corte a arreglar algunos asuntos mientras Ulco convalecía leyendo en la sala principal del
palacio.
-Majestad, su amigo, el rey Fonzo ha venido a visitarlo.- Interrumpió Doré.
-¿Fonzo? Hazlo pasar de inmediato.-
El visitante se quitó el abrigo que lo cubría y saludó con un efusivo abrazo a su buen amigo.
-Supe lo sucedido y he venido a ver cómo estás. ¿Cómo va esa pierna?- Preguntó tosiendo un
poco.
-Ya mejor, la herida está sanando. La mejor medicina es el amor de mi familia.-
-¡Qué gusto me da escuchar eso! - Dijo tosiendo de nuevo.
-¿Qué pasa amigo? Te conozco bien y sé que algo anda mal.- Preguntó el rey de ojos de
avellana intuyendo algo.
-A ti no puedo engañarte, me siento enfermo de nuevo. Esta tos cada día es peor y mis
problemas en el palacio no cesan.-
-¿Y qué dicen los médicos?-
-Pues lo mismo de siempre, que mis pulmones están débiles y que debo descansar más pero
dime ¿cómo puede un rey con tantas obligaciones descansar?-
-Pues ¡mírame!- Le dijo Ulco soltando una carcajada.
-¡Ay amigo! Lamsay ha cuidado bien de ti, en cambio yo ya no aguanto a Lilán, su carácter
cada día es más agrio.-
-¡Ay hermano! Siempre te lo he dicho, ella ha mermado tu voluntad. Desde hace mucho
tiempo debiste ponerle un límite y decirle que no a sus caprichos.-
-Lo sé, pero siempre he sido débil ante ella.-
-Aunque también debo decir que no toda la culpa es suya, en un matrimonio la
responsabilidad siempre es compartida.-
Suponiendo que la conversación se tornaría larga, el rey pidió unos bocadillos y una botella de
vino para Fonzo.
-Qué nadie nos interrumpa.- Indicó a Doré.
-¡Sírveme esa copa bien llena, compañero!- Pidió Fonzo.
-Sabemos bien que una mujer tiene el gran poder de inspirarnos o de hundirnos.-
-Tú has sido afortunado amigo. Lamsay es una gran mujer.-
-Lo sé pero no me refería a ella precisamente.-
Fonzo lo miró desconcertadamente y sin ninguna pena le preguntó:
-¿Es que hay alguien más? ¡Cuéntame!-
-No amigo. La reina tiene un lugar muy especial en mi corazón y reconozco que ha estado
cerca de mí en los buenos y en los malos momentos. Se trata de un pasaje muy viejo de mi
vida que a nadie le he contado pues es demasiado extraño y nadie me hubiera creído, pero a
estas alturas de mi vida, ya no importa su veracidad. Sucedió después de que mi hermano
Kaled desapareciera.-
-¿Me lo contarás ahora?-
-Sí, amigo. En aquel tiempo me sentí devastado como si una fuerza totalmente ajena a mí me
hubiera hecho pedazos. Pasaba mucho tiempo encerrado, sintiéndome enfermo,
chantajeando a quien pudiera y dramatizando todo lo que me ocurría. Me comportaba como
una verdadera víctima. Recuerdo que empecé a beber, me robaba el vino de la cava de mi
padre y tomaba cuando nadie me veía.- Narraba Ulco.
Fonzo escuchaba atentamente el relato de su amigo a quien por instantes se le quebraba la
voz.
-Tenía ganas de salir huyendo, de buscar a mi hermano y no volver jamás. Llegué inclusive a
desear la muerte. No recuerdo siquiera cuanto tiempo pase sintiéndome miserable, estaba
convencido de que era un usurpador, tomando un papel que no me correspondía; era indigno
ocupar el trono que le pertenecía a Kaled... Hasta que un día cabalgando a todo galope
cuesta abajo, llegué a un extraño lugar donde se percibía un olor a azufre, creo que estaba
debajo de un peñasco; ni siquiera recuerdo el camino pues ya había bebido demasiado pero lo
que nunca voy a olvidar es lo que me hizo detenerme.-
Entonces bajó la mirada hacia su pecho, después suspiró y siguió su relato.
-Fue una mujer la que detuvo mi carrera.-
Fonzo inmediatamente imaginó que Ulco había tenido un encuentro fortuito con una bella
damisela.
-Jamás voy a olvidarla... Andrajosa, sucia, tambaleante. Parecía extraviada, caminaba dando
tumbos, su mirada perdida fue lo que más llamó mi atención... Entonces me bajé del caballo y
me acerqué a ella. Le brindé mi mano con la intención de ayudarla pero para mi sorpresa me
retó a duelo sacando una daga de sus ropas rotas. Era bravucona, de toscos modales y poco
femenina, casi parecía un hombrecillo. De pronto me atacó, brincó encima de mí, su olor era
repulsivo pero me dejé llevar por mis instintos y no recuerdo más.-
-¿Quién era? ¿Qué más pasó?-
-No supe su nombre hasta después. Me desperté desnudo, con manchas de sangre y un
terrible dolor de cabeza. Después la busqué pero había desaparecido sin dejar rastro. Por más
que traté de recordar que había pasado no lo conseguí pero me sentí muy avergonzado.-
-Caray, Ulco nunca creí que te la hubieras pasado tan mal.-
-Me quedé en aquel lugar algunos días pensando qué haría de mi vida. Lucía como un
auténtico vagabundo cuando me encontré con una vieja mujer que tenía toda la facha de una
bruja. Le conté de lo miserable que me sentía por los últimos acontecimientos y cómo mi vida
estaba sin rumbo.-
Fonzo se sirvió más vino para seguir escuchando la insólita historia de su amigo. Mientras
tanto Ulco cerró los ojos para recordar el diálogo con la anciana del sombrero azul:
- “Sé lo mal que te la estás pasando, joven heredero. Veo que conociste a Lánima. Es una
mujerzuela muy herida. Habita en este bosque encantado desde hace mucho tiempo al igual
que otros personajes misteriosos. Por su arrebatado comportamiento muchos le temen; es
desconfiada, mentirosa, tramposa, un tanto salvaje y aguerrida. Es capaz de hacer cosas
infames porque dejó de creer, ya no confía pues fue abandonada en vez de ser protegida y
vive presa de sus arremolinadas emociones. En ocasiones, es controladora, chantajista y
embaucadora, otras veces puede ser muy violenta y primitiva”.-
Ulco abrió los ojos y agregó:
-Nunca en mi vida sentí más repulsión que aquel día cuando descubrí la identidad de esa
mujer, si se le puede llamar así; pero mi corazón se estremeció aún más con lo que me dijo
después.-
- “Es mi deber advertirte que si no tomas el lugar de rey que te corresponde, Lánima se
apoderará de tu voluntad y tus valores masculinos se verán disminuidos. Como hombre tienes
una misión heroica que cumplir y si la rechazas vivirás poseído por la energía oscura de
Lánima. En cambio si asumes tu masculinidad, ella misma te mostrará su otro rostro... es algo
misterioso pero en su momento podrás entenderlo”.-
Las palabras de Ulco resonaron en la cabeza de Fonzo como un eco que le recorrió todo el
cuerpo pues se daba cuenta de que muchas veces en su vida no se había comportado como
un verdadero hombre.
-Créeme que después de aquel encuentro con Lánima y con la vieja sabia, decidí prepararme
para convertirme en el rey heredero. Por primera vez en mucho tiempo me sentí capaz de salir
adelante a pesar de la tragedia de haber perdido a mi hermano. Regresé entonces al palacio
de mis padres y le pedí a Jalel que me entrenara como lo había entrenado a él. Mi madre
estaba muy deprimida por la ausencia de mi hermano y casi no salía de su habitación. Mi
padre estaba muy ocupado arreglando los asuntos del reino. Así que recogí los pedazos de mi
alma destrozada y estuve dispuesto a reconstruir mi vida. No fue nada fácil, hermano, pero
toda esa experiencia me ayudó a convertirme en el hombre que soy ahora.-
-Es muy extraño lo que me has contado.- Declaró Fonzo viendo de reojo su copa, insinuando
que había bebido de más. Ambos rieron por un momento.
-Es muy extraño, lo sé pero te lo cuento porque creo que tu vida cambiará el día que te
decidas a recuperar tu decisión, tu voluntad, tu coraje y perdón que te lo diga, pero tu honor.-
Fonzo comenzó a toser de nuevo y aclarando su garganta preguntó:
-¿Tan mal me veo amigo?-
Ulco asintió con la cabeza.
-Hemos sido amigos por años y he visto cómo has venido decayendo física y moralmente.-
-¡Pero no sé qué hacer!- Expresó en un tono lastimoso.
-¡Asume tu papel de rey y encuentra inspiración en una dama! -
-Lilán ha sido mi...-
Fonzo se quedó callado al darse cuenta de que su mujer tenía algunas de las características
de Lánima y recordó que en varias ocasiones furioso le había gritado que parecía más un
hombre que una fina dama. Los pleitos con ella habían sido durante mucho tiempo por los
mismos motivos.
-¿Mi dama?- Se preguntó dudando.
Para después confesar:
-Siempre he querido tener a mi lado a una mujer más dulce y menos regañona. Alguien que
me reciba con ternura a llegar a palacio, que me atienda y que me dé lo que necesite en ese
momento sin estarme criticando. He intentado todo porque Lilán cambie pero no lo he
conseguido.-
-Ese ha sido tu error. Eres tú el que debe cambiar, cuando asumas el papel que te
corresponde, todo será diferente. Sólo entonces encontrarás el otro rostro de Lánima.-
-¿De qué estás hablando?-
-¿Recuerdas a la mujer con la que bailé la noche de los disfraces?
-Sí, la mujer del vestido amarillo. ¡Cómo olvidarla!-
-Pues era Lánima desde la luz de su potencial.-
-¡Eso es imposible!- Refutó el monarca.
-No, amigo. Es la misma fuerza la que nos hace héroes o cobardes.Lánima tiene dos rostros:
Uno oscuro y el otro luminoso.-
-Explícame por Dios que no te entiendo nada.- Pidió ya exaltado.
-En el lado oscuro es capaz de arrancarnos nuestra esencia masculina. Nos arrebata todo: la
fuerza, la objetividad, la estructura, la voluntad hasta la capacidad de conquista y lucha, nos
hace guiñapos.-
-¿Te refieres a Lánima cuando la conociste en el bosque?-
-Así es, primero conocí esa parte oscura y terrible pero tiempo después ella me mostró su otro
rostro, es decir su lado luminoso.-
Al narrar esto los ojos de Ulco se llenaron de luz.
-¿Cómo ocurrió eso?-
-Pasó el tiempo y me fui haciendo hombre. Una tarde encontré a una bella dama mirándose
en el reflejo del lago. Me acerqué a ella y me dijo que platicaríamos sólo si yo no le
preguntaba su nombre. Yo acepté y tuvimos varios encuentros. Yo volvía cada tarde al lago
para verla; en su presencia me sentía completo. Sus ojos eran como un espejo donde yo
podía ver todos mis sentimientos sin sentirme amenazado. Muchas veces reímos, otras tantas
lloramos. Le conté de mi tragedia y de cómo poco a poco me fui levantando. Ella se convirtió
en mi inspiración, me fortaleció el corazón para volver a amar pues al poco tiempo conocí a
Lamsay.-
-Pero ¿cómo supiste que era Lánima?-
-Una tarde fui a buscarla y no la encontré pero en su lugar apareció la vieja bruja y entonces
me lo dijo.-
Ulco trató de arremedar a la anciana sabia:
-“Veo que Lánima te ha mostrado su bello rostro. Te felicito caballero, no todos lo consiguen”.-
-En ese momento supe que era ella y quedé tan sorprendido como tú lo estás ahora.-
-Es por demás increíble lo que me estás contado.- Mencionaba Fonzo sin salir de su asombro
y bebiendo un poco más.
-Eso no es todo. La bruja sacó de su capa una concha de mar con un pequeño espejo dentro
de ella y me dijo que cada vez que quisiera verla podría hacerlo a través de él. Tomé aquel
objeto luminoso y lo miré fijamente, efectivamente pude ver a mi bella dama una vez más.
Después la bruja me lo quitó y lo puso cerca de mi corazón, sopló unos polvos mágicos sobre
él y vi cómo el espejo desaparecía poco a poco como hundiéndose dentro de mi pecho. Desde
ese día la llevo cerca de mi corazón.-
Ulco levantó su copa vacía pues debido a su convalecencia no bebía vino en aquella ocasión,
sin embargo, simuló un brindis. -¡Brindo por la bella Lánima!-
-¿Y el baile?- Cuestionó Fonzo sin terminar de comprender.
-Al despedirse la bruja me dijo: “En una lejana noche de luna menguante ella bailará contigo.
Por unos instantes ambos se fundirán en uno y entonces sabrás que tu bella dama nunca te
ha dejado solo”. Esa noche la reconocí en cuanto entró, se veía más hermosa que nunca. No
había necesidad de hablar, con la mirada nos dijimos todo. Con ese baile bastó para que yo
me sintiera de nuevo inspirado a amar la vida.-
-Creo que bebí demasiado, viejo amigo. Debo marcharme antes de que Lilán se ponga
furiosa.- Expresó Fonzo tambaleante.
Ulco lo acompañó a paso lento hasta la entrada principal; esperó un poco a que el carruaje
avanzara y regresó a la gran sala.
“¿Habré hecho mal en contarle la historia de Lánima a Fonzo?” Se preguntó el rey mientras se
asomaba por el gran ventanal.
Fonzo iba en su carruaje pensando en el inverosímil relato de su amigo cuando de repente los
caballos tiraron con fuerza. El hombre se golpeó fuertemente la cabeza y sintió cómo corrían
desbocados cuesta abajo. Su corazón se aceleró y empezó a toser fuertemente, casi no podía
respirar.
El carruaje dio varias vueltas hasta detenerse. Fonzo salió torpemente y se arrastró como
pudo hacia una gran piedra. Estaba aturdido, cuando se recuperó percibió un olor a azufre. Su
corazón latió con fuerza, escuchó ruidos, no quería ni siquiera levantar la mirada que tenía
clavada en la tierra, pero el encuentro era ya inevitable.
-No temas, yo te protegeré.- Dijo una voz ronca.
Miró hacia arriba y ahí estaba ella... Una mujerzuela un tanto salvaje con el pelo enmarañado
y una daga en la mano. Se sentó cerca de él y sacó de entre sus ropas sucias un poco de
hierba que empezó a fumar.
-¿Quieres un poco?- Le ofreció en un tono grotesco.
El hombre no podía creer lo que veían sus ojos, sentía que estaba dentro un sueño, sus
movimientos eran torpes y lentos.
-¿Qué no me oíste? - Preguntó la mujer un tanto molesta.
-No, no quiero.-
-Estás acostumbrado a agachar la cabeza ¿no es cierto? En tu reino tú no eres el que manda,
te menosprecias a ti mismo ante cualquier insignificancia y sientes que todo está en tu contra.
Tienes tiempo sintiéndote rechazado y miserable. Ante los retos de la vida siempre te has
acobardado y has corrido a refugiarte tras las faldas de las mujeres. Además te encanta
hacerte la víctima de las circunstancias.-
-Veo que me conoces.- Respondió sintiendo una gran vergüenza por la descripción que
acababa de dar Lánima de su persona.
-Ése eres el que has sido y también sé que sientes un gran vacío en tu interior que has tratado
de llenar pero no lo has conseguido. Tengo algo que proponerte: Si te quedas conmigo yo te
protegeré y ya no tendrás que temer, te ofrezco mi reino para que vivas en él. Desde aquí es
fácil mentir y embaucar a la gente, podemos tramar grandes fraudes o robar; podrás inclusive
obtener lo que siempre has envidiado de los demás, no tendrás que esforzarte y lo obtendrás
todo cómodamente, sólo tendrás que obedecerme en todo. ¿Qué dices?-
Fonzo sintió un calor que le recorría el cuerpo, un ardor que le quemaba por dentro y con una
voz determinante respondió:
-¡No! Yo no puedo aceptar lo que dices, es indigno de un rey.-
La mujerzuela soltó una carcajada burlona y le espetó:
-¿De verdad te consideras un rey? Pero si eres un guiñapo...-
-¡Ya basta!-
-Entonces lárgate ya, a ver si puedes siquiera salir de este lugar. Regresaré luego, tal vez
hayas cambiado de opinión.- Sentenció la oscura Lánima perdiéndose entre la espesura del
bosque encantado.
Cuando Fonzo despertó estaba en la cama de su alcoba.
-¿Está usted bien majestad?- Preguntó uno de sus sirvientes.
-¿Dónde estoy?-
-En el palacio, su carruaje sufrió un accidente pero afortunadamente lo encontramos cerca del
río. El lacayo resultó herido pero vino a avisarnos del percance y la reina mandó un regimiento
a buscarlo.-
-¿Lilán? ¿Dónde está Lilán? Quiero verla.-
-La reina salió.-
-¿Salió? ¿A dónde ha ido?-
-Parece que fue a ver al joyero.- Respondió el sirviente tímidamente.
Fonzo sintió cómo un calor recorría su cuerpo, hizo el intento por levantarse pero se sentía
adolorido por los golpes, por lo que decidió descansar un poco más mientras su esposa volvía.
Lilán regresó luciendo unas hermosas pulseras de oro. Entró a la habitación y al ver a su
esposo le dijo:
-Veo que ya te sientes mejor. Eso te pasa por beber de más.-
-Para ti hubiera sido mejor que me muriera ¿verdad?-
En ese momento se dio cuenta de su actitud lastimosa y cambiando el tono de voz le ordenó:
-¡Siéntate Lilán! Debemos hablar.-
Ésta obedeció y acercó una silla cerca de la cama.
-No podemos seguir así. Las cosas entre nosotros no están bien.-
-¿Eso fue lo que te dijo Ulco ahora que está sin hacer nada?- Preguntó la reina de manera
irónica.
-No, esto no tiene nada que ver con él sino con nosotros y lo sabes bien.-
Lilán hizo una mueca de fastidio y se distrajo viendo las pulseras que acaba de adquirir.
-Acabo de tener un accidente y en vez de estar a mi lado, te has ido a comprar joyas. ¿Qué te
pasa?-
-¡Ay, no exageres! No fue grave lo que te ocurrió, además ya tenía la cita desde hace tiempo
para la entrega de mis pulseras. Están divinas, ¿no te parece?-
-Tu frivolidad me deja helado pero de todos modos te tengo que contar lo que creo que me
sucedió pues a estas alturas no sé si fue real o fue sólo un sueño.-
Fonzo narró el encuentro que tuvo con Lánima en el bosque encantado.
-Por supuesto que fue un sueño, ¡es tan ridículo!-
-¿Qué no escuchas mujer? No lo sé, ¡parecía tan real!-
-Los bosques encantados no existen, además ¿cómo va a sobrevivir una andrajosa ahí?-
-Es que también se le apareció a Ulco.- Confesó Fonzo.
-Bueno ¿qué fue lo que se bebieron? Le pediré a Ulco que me regale una de esas botellas.-
Exclamó la reina en tono burlón.
-Contigo no se puede hablar, déjame descansar que me duele todo el cuerpo.-
-Está bien, como quieras.-
Lilán salió de la habitación dejando al rey con toda una gama de sentimientos. “¿Habrá sido
real o fue sólo un sueño?” Se preguntaba una y otra vez.
En ese momento entró Nuli a la alcoba real.
-¡Papito! Qué bueno que ya te sientas mejor, me asusté mucho al verte desmayado -¡Hijita!
Dame un abrazo.-
La pequeña abrazó a su padre con todo el amor que una hija puede sentir por su progenitor.
-¡No quiero perderte papito! Eres mi héroe.-
-¿Tu héroe?-
-Sí, siempre lo has sido.- Le confesó susurrándole al oído.
-Gracias pequeña, eres muy dulce.-
-Debo irme a mis clases, te veré más tarde.- Declaró dando un beso a su padre.
-Te estaré esperando princesa.-
Nuli ya había cerrado la puerta cuando se regresó a decirle a su padre:
-Por cierto, ¡que bueno que ya no hueles a azufre!-
Fonzo se quedó pasmado. Empezó a toser de nuevo, sin embargo, en ese momento decidió
que tenía que cambiar, ya no quería ser más un guiñapo. Ahora estaba dispuesto a asumir su
condición de rey.
EL PERGAMINO MÁGICO.
Capítulo XVIII
Tras haber platicado con Ulco y haberse encontrado con la oscura Lánima, Fonzo decidió
encarar su situación con entereza y aplomo.
-Dígame la verdad.- Pidió al médico que lo atendía.
El galeno guardó silencio pero ante la insistencia del rey habló:
-Está bien majestad, sus pulmones están muy mal, le queda poco tiempo de vida... quizás
unos meses.-
-Le recompensaré su honestidad, ahora déjeme solo.-
Decidió no decirle nada a su familia sobre su precaria salud, sin embargo, dio algunas órdenes
específicas.
-Organiza una cena de gala en palacio.- Dijo a Lilán.
-¿En honor de quién?-
-Será para la gente del pueblo, el palacio estará abierto para quien quiera conocerlo.-
Respondió.
-¿Estás loco? ¿Qué te pasa?-
-¿Lo haces tú o mando a la servidumbre a que organice el evento? Se hará para este fin de
semana.-
-Pero es muy poco tiempo, ¡Fonzo!- Gruñía Lilán.
Con gran temple el rey contestó:
-Ordenaré a la servidumbre que tengan todo dispuesto para este fin de semana.-
Lilán no tuvo más remedio que obedecer las órdenes del rey.
Fonzo aprovechó para estar el mayor tiempo posible con sus hijos. Pasaban las tardes
conversando amenamente mientras la reina se iba con las damas de la corte a jugar canasta.
-En el pueblo no se deja de hablar de la fiesta que dieron Fonzo y tú, querida.- Comentó una
de las mujeres reunidas.
-Fue una locura del hombre pero ¿qué podía yo hacer?-
-Lo que has hecho siempre, ¡ignorarlo!- Repuso otra de las doncellas.
-Lo intenté pero había algo raro en él y para no discutir más pues acepté, además ya saben
que para eso me pinto sola.-
“Si supieran que Fonzo me amenazó con que alguien más organizaría la fiesta si yo no lo
hacía, no lo creerían”. Pensó Lilán.
-Todo me quedó maravilloso, lástima de los invitados ¿verdad?- Añadió la mujer para evadir
sus propios pensamientos.
-Pues sí querida, los plebeyos disfrutaron de un manjar digno de reyes pero en fin, si eso fue
lo que ordenó el rey, tenía que acatarse.-
-No sé qué le ocurre, está actuando de una manera diferente. Figúrense que me dijo que
mañana partirá a visitar unas lejanas tierras que tenemos al sur y que regresando se reunirá
con todos los ministros.-
-¡Asuntos de hombres!-
-Por lo menos estaré sola y feliz algunos días.- Expresó Lilán soltando una risa falsa.
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Los siguientes cuatro días, el gran Rafí dio instrucciones precisas de lo que se haría durante
su ausencia. Todo estaba dispuesto esa mañana para partir a un viaje inolvidable.
-Mi princesa ¿te parece bien si pasamos a ver a Lamsay y a Ulco? Quisiera cerciorarme de
que todo está bien antes de partir.-
-¡Claro querido! De hecho te lo iba a proponer. No sabemos cómo sigue de su pierna.-
-¡Rafí! ¡Rafí!- Gritaba Lamsay emocionada desde la entrada de su castillo al ver a su hermano
acercarse.
-¿Cómo estás? Estuve tan angustiada por ti.- Decía al tiempo que lo abrazaba sin soltarlo.
-Estoy mejor que nunca hermanita linda; pero dime ¿cómo está Ulco? ¿Se siente mejor?-
-Sí, pero pasen. Le avisaré que están aquí. ¡Le dará mucho gusto!- Exclamaba Lamsay
abrazando ahora a su cuñada.
-¡Qué sorpresa! Me alegro mucho de verlos por aquí. Yo, como podrán ver camino mucho
mejor.- Mostrándoles que ya no se sostenía tanto del bastón.
- “El roble no cae”.- Dijeron a coro.
-Pasemos a la sala mientras los cocineros preparan la cena, porque supongo que se quedarán
esta noche ¿verdad?- Preguntó Lamsay.
-Sí, gracias. Es la primera parada de un largo viaje que haremos tu hermano y yo.- Contestó
Kristen.
-Pues esto hay que celebrarlo.-
Así todos comenzaron a platicar de lo que había pasado en Tierras del Norte. Ulco no dejaba
de halagar a su cuñado lo que hacía sentir bien a ambas mujeres, quienes notaron que Rafí
sólo había bebido dos copas de vino durante toda la tarde. Con miradas de complicidad se lo
hacían saber una a la otra, disfrutando así más del momento.
-Quiero que sepas que mi madre estuvo aquí quejándose terriblemente de ti. Estaba furiosa y
si he de ser sincera en verdad lo disfruté.- Confesó haciendo un ademán con las manos y
emitiendo un extraño ruido, a lo que todos respondieron con una franca carcajada.
-Por demás está que les diga lo que pasó ya que mi madre habrá exagerado la situación o al
menos eso espero. De ahora en adelante las cosas serán muy diferentes.- Contestó Rafí.
-Eso fue exactamente lo mismo que dijo mi madre al irse hace dos días, cuando le expliqué
que no la podía atender cómo se merecía ya que mi vida estaría puesta en Ulco. Por cierto me
dijo que “cómo aquí no le hace falta a nadie” pronto se iría unos meses a visitar a su hermano
Ciros.-
-¿Al tío Ciros? ¡Vaya! Ahora mi madre irá a dar lata a las Tierras de Fuego.- Exclamó Rafí
burlándose un poco.
-Ya dejen en paz a la pobre Carlota.- Pidió el buen Ulco.
-Está bien, vamos a la biblioteca porque viéndote así de bien, te dejaré encargadas algunas
cosas.- Propuso Rafí.
Las mujeres pasaron a la salita del ventanal de los alcatraces, donde Kristen contaba
emocionada lo que había acontecido desde la llegada de Rafí. Platicaba entusiasmada cada
detalle hasta de su intimidad. Lamsay no sabía de dónde venía tan visible transformación en
su hermano pero estaba muy complacida. Más tarde se reunieron todos para cenar.
-¡Qué linda estás tía! Te ves extraordinaria. ¿Has visto cómo brillan tu cabello y tu cara? Hay
algo nuevo en tu mirada.- Decía Merién un tanto intrigada.
-Es la dicha de tener a Rafí a mi lado supongo, pero con tanto halago conseguirás que me
ruborice.- Aseguró Kristen poniéndose debajo del hombro de su rey.
-Brindo por mi tío ¡el Gran Rafí!- Exclamó Driú, levantando su limonada.
-Ya todos hablan de tus grandes hazañas tío, cuéntanos cómo acabaste con los rebeldes,
¿qué espada utilizaste para vencer al mayor opositor?-
Interrumpiendo las emotivas palabras de su hermano, Zaian se puso de pie para añadir:
-Tío, ya mi padre nos ha contado de tu valentía y te agradezco profundamente, gracias a eso
mi padre está bien y con nosotros.-
Rafí previniendo un poco hacia donde se tornarían las cosas, cambió el tono de la plática.
-Si ustedes supieran ¡cuántas veces salvó tu padre mi pellejo! Recuerdo cuando robé un
caballo de mi padre; si no hubiera estado allí Ulco no sé qué hubiera pasado.- Decía el
monarca viendo a su hermana de reojo, sabiendo que ésta continuaría la historia pues era una
de sus favoritas.
En efecto, Lamsay comenzó a platicar un sinnúmero de aventuras de los tres cuando eran
jóvenes.
-Ha sido una excelente velada pero, si me lo permiten quisiera irme a dormir ya que mañana
continuaremos el viaje.- Solicitó Kristen.
-Vamos mi princesa, descansemos.- Acordó Rafí poniéndose de pie.
-Mañana partiremos temprano así que los veremos a nuestro regreso. Cuiden bien a su
padre.-
Nuevamente las miradas de complicidad de las mujeres se hicieron presentes, pues en otras
ocasiones, los reyes se quedaban hasta muy tarde platicando y bebiendo un buen coñac.
Después de un suculento desayuno el Gran Rafí y su princesa partieron a tierras tropicales.
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Mientras tanto Fonzo regresaba de un breve viaje. Para
despejar un poco su mente, el rey decidió dar una caminata por el bosque; iba concentrado en
el crujir de las hojas cuando a lo lejos vio una fogata. “¿Quién puede andar por aquí?”- Se
preguntó intrigado dirigiéndose hacia el fuego.
Una mujer vestida de capa color púrpura y gran sombrero parecía cocinar algo en el cazo.
-¿Quién eres tú?-
-Soy la vieja bruja que habita en este bosque desde tiempo inmemorial, no tema majestad, soy
una buena consejera.- Aseguró la anciana de cabello blanco mientras servía un poco del
brebaje en un tarro.
Por un instante Fonzo pensó en el inverosímil relato de Ulco y se preguntaba si se trataría de
la misma bruja, tratando de indagar un poco más le cuestionó:
-¿Por qué no te había visto antes?-
-Simplemente porque no había querido hacerlo.- Contestó la mujer mientras ofrecía el tarro.
Aunque Fonzo no comprendió la respuesta de la bruja, algo en ella le inspiraba confianza.
-Sé que está muy enfermo, majestad.-
-Sí lo estoy.-
Después de un rato en silencio, se atrevió a decir:
-Aunque estoy tratando de dejar todo en orden no es fácil aceptar la muerte.-
-No es fácil para nadie; pero conozco un poco de sus misterios y le puedo decir majestad que
todos tenemos un tiempo específico en que moriremos, nadie escapa a él. El día y la hora de
la muerte están ya inscritos en el Gran Libro del Destino Mayor. Así que no debe preocuparse
por el tiempo.-
-¿El tiempo? Pienso en él todos los días y siento que se me escapa ¡como agua entre las
manos! Muchas veces he querido olvidarme de él.-
-Ese tiempo del que usted habla majestad, es “Cronos”, es el tiempo que se cuenta, el que
sentimos que nunca es suficiente, el que corre; sin embargo, existe otro tiempo... “Kairós”, el
tiempo sagrado.-
El rey de cabello rubio puso mucha atención a las palabras de la bruja pues jamás había
escuchado semejante cosa.
-De ahora en adelante lo invito a vivir en “Kairós”, donde los instantes se congelan porque se
viven con intensidad, plenitud y amor. Disfrute de lo simple y cotidiano; del sol y de la luna, de
una noche estrellada, de un paseo con sus pies descalzos, del abrazo de sus hijos...-
-¡Mis hijos! Me preocupan tanto, debo protegerlos de su castrante madre.- Interrumpió el rey
con un gesto de angustia.
La bruja lo miró con compasión pues sabía perfectamente a lo que se refería el hombre.
-Creo estar haciendo lo correcto, ya dejé las instrucciones por escrito y he nombrado a Ulco
para que vigile que se cumpla mi última voluntad; pero por favor explícame qué es eso del
tiempo “Kairós”.- Pidió el rey mientras observaba a lo lejos unas luces onduladas en el
firmamento.
-Debemos esperar a que oscurezca. Hoy es una noche mágica su majestad, es la noche de
los rituales cósmicos.- Aclaró la mujer de la capa refiriéndose a las extrañas luces.
-Está bien, pero mientras sírveme más de esa deliciosa infusión.- Pidió soltando una
carcajada.
-Es de sándalo y gardenia y es una de mis favoritas.-
Fonzo ya se sentía muy relajado cuando se hizo de noche, la
bruja le pidió que la siguiera hasta un círculo que estaba trazado en la tierra.
-Espere aquí, su majestad, no tardo.- Pidió la bruja amablemente, haciendo un ademán que
invitaba al rey a colocarse dentro del círculo.
El monarca obedeció al extraño personaje por quien había sentido una gran simpatía. A lo
lejos se escuchó el sonido de unos tambores, que le recordaron el latido de su propio corazón,
aún tan vivo. La bruja volvió con unas tijeras y un carrete de listón dorado y se paró frente a él.
Levantó sus manos hacia el cielo en dirección Oeste pues de allá provenían las luces
ondulantes, hizo algunos movimientos circulares, atrayendo la energía hacia ellos. Una estela
de luz empezó a serpentear y llegó hasta el círculo. Ambos fueron revestidos de un brillo
especial. La bruja entonces le explicó:
-Ésta es la energía sanadora que nos envía el Gran Mago Cósmico. Él nos regala el
pensamiento mágico, se encarga de transformar las realidades; con su varita mágica nos abre
las puertas de nuevas posibilidades. Tiene el poder de obrar milagros, es capaz de revelar la
oculta fuente de vida que hay en nosotros y nos conecta con la Gran Unidad. Él vive en donde
no existe división de tiempo-espacio, de cuerpo-alma, de materia y espíritu. ¡Lleva por
sombrero al infinito!-
La chamana tomó el carrete de listón dorado y tomó la punta, le pidió al rey que lo jalara y que
se detuviera en donde él quisiera y luego lo cortara.
-Majestad, este listón representa el tiempo “Kairós”, donde el pasado, el presente y el futuro
están en una misma línea. Recuerde que éste es un tiempo sagrado. Es el tiempo del
Maestro. Eso es lo que el Mago quiere que recuerde. Este listón es un regalo para usted.-
De repente, la luz giró y recorrió de nuevo el camino hacia el
Oeste, para fundirse con las otras luces y después desaparecer.
La bruja y Fonzo salieron del círculo. El monarca se sentó un momento en un tronco húmedo
de un viejo sauce roído por el tiempo y contempló el listón dorado. Aunque no comprendía con
la razón lo que había pasado, su corazón le decía que algo había cambiado en su interior.
Todavía confundido se atrevió a decir:
-Es tiempo de irme. Gracias a ti y al Mago.-
Al regresar a su castillo, Fonzo ordenó que todos se sentaran a la mesa a cenar. El brebaje de
la bruja todavía hacía efecto en el rey quien le dijo a Lilán:
-Esta noche luces hermosa.-
-Gracias... Fonzo.- Contestó la mujer sorprendida por el comentario de su esposo.
Nuli y Eddy se voltearon a ver intercambiando una risita burlona.
Aquella noche la familia pasaba una velada inusualmente agradable. Parecía que la magia del
Mago había comenzado a manifestarse en aquel reino.
Aquella fría y nublada mañana hicieron que los pulmones del buen hombre se debilitarán aún
más.
-Quiero hablar contigo mujer.- Pidió a Lilán con la voz entrecortada.
Extrañada por los cambios de conducta de su esposo en los últimos meses y notando algo en
su voz, la mujer de maquillaje recargado contestó:
-Sí dime, te escucho.-
El rey confesó su delicado estado de salud y por primera vez en mucho tiempo éste abrió su
corazón.
-¿Recuerdas cuando nos conocimos? Lucías tan bella domando ese salvaje caballo. Cuando
te vi me cautivó tu fuerte personalidad, siempre tuviste un gran carácter aunque con los años
se te agrió un poco.- Se atrevió a decir el rey esbozando una sonrisa.
Para su sorpresa, Lilán no contestó nada, sólo asintió con la cabeza levemente, permitiendo
que el monarca siguiera hablando.
-¡Cuánto trabajo me costó conquistarte! ¿Te acuerdas cuántas veces me dijiste que sólo me
querías para divertirte?-
-Sí lo recuerdo bien, de tanto que te lo dije perdí la cuenta, pero nunca te diste por vencido...
Tú también cambiaste, perdiste tu perseverancia.- Declaró la mujer suavizando su tono de
voz.
-Sí, tengo que aceptar que dejé de esforzarme.-
Así pasaron un largo rato conversando como dos buenos amigos, pudieron reconocer sus
fallas sin gritos ni ofensas. La coraza que llevaba puesta Lilán se resquebrajó un poco. Más
tarde, ordenó que se sirviera la cena en el comedor predilecto de Fonzo. Un comedor con
grandes ventanales y vista al Poniente del bosque, desde donde se podían admirar los
ahuehuetes más grandes de la región por los que el monarca sentía un orgullo especial.
Nuly y Eddy, no preguntaron mucho puesto que su padre había hecho cosas un tanto extrañas
en los últimos días. Más bien su asombro era ¡cómo su madre había permitido cenar en ese
comedor que aún siendo el más bonito del castillo a ella no le gustaba!
Fonzo lejos de mostrar su grave condición, esbozaba una gran sonrisa. Aunque no lo dijo
abiertamente, sí comentó con sus hijos lo que esperaba de ellos en el futuro “en caso de que
él ya no estuviera”.
El hombre lanzaba de vez en cuando un cumplido a su esposa.
-Deberías considerar la posibilidad de cocinar de nuevo mujer. ¡Nadie como tú para hacer ese
estofado de cordero!-
-¡Ay no es para tanto!-
Al ver la reacción de su madre Nuly y Eddy se miraban cada vez más extrañados. Lilán no
ordenó que se retiraran a su habitación como era su costumbre y Fonzo pidió a su mujer un
coñac de la reserva especial. Acto seguido, bebió dos copas, lo cual redujo significativamente
su tos, pudiendo platicar un poco más.
Así pasaron, sin sospecharlo siquiera, las últimas horas de vida de un gran hombre. Todos
juntos en armonía y platicando sobre el pasado, el presente y el futuro.
Al sonar las doce campanadas del reloj de la sala se percataron
de la hora y fue Fonzo quien dijo a sus hijos que fueran ya a descansar.
-Buenas noches papito. Te amo.- Dijo Nuly.
-Yo también te amo, hija mía.- Contestó el monarca tosiendo de nuevo pero con un gozo en el
corazón.
-Buenas noches padre, qué descanses.- Dijo Eddy.
Mientras Fonzo se aseaba en el baño para disponerse a dormir, Lilán quitaba su recargado
maquillaje y cepillaba su cabello lo cual no era común en ella. Normalmente esperaba a que
su consorte estuviera ya en la cama para iniciar este ritual, pues decía que no le gustaba que
nadie la viera sin maquillaje y en fachas y aunque en varias ocasiones él le había pedido verla
así, pues él realmente admiraba la belleza de su mujer sin máscaras, ella pocas veces había
accedido a tan sublime petición.
-Mujer, luces hermosa.- Comentó tomando a Lilán por la cintura.
-Gracias Fonzo, en verdad has sido un hombre excepcional.- Decía Lilán con una voz un tanto
melancólica.
-Te he amado tanto desde que aceptaste ser mi reina, que cada día por la mañana verte en la
cama dormida, tranquila, quieta me ha hecho amarte cada día un poco más.- Declaraba
llevándola hasta la cama, mientras quitaba con ternura la bata de seda que cubría el cuerpo
de su mujer.
-Gracias Fonzo, por amarme a pesar de ser quién soy.- Dijo con lágrimas en los ojos.
Luego de hacer el amor como hacía mucho tiempo no lo hacían, Lilán se recostó en el pecho
de Fonzo, para al fin quedarse dormida.
Por la mañana ya un poco más tarde de lo acostumbrado ella se levantó dándose cuenta de
que Fonzo aún estaba en la cama lo cual le pareció un tanto extraño.
-Fonzo, Fonzo ya es muy tarde despierta.- Decía Lilán moviendo un poco a su esposo.
Al no ver ninguna reacción por parte del rey y sintiendo su cuerpo un tanto rígido, la mujer se
dio cuenta de que su consorte había muerto durante la madrugada.
¡El Rey ha muerto! ¡Viva el Rey!
EL PERGAMINO MÁGICO.
Capítulo XIX
"Hornos y laberintos".
Durante el funeral del rey Fonzo ocurrían sincronicidades un tanto extrañas. Por un lado, los
árboles parecían llorar al soltar todas sus hojas y los rosales que usualmente estaban secos
ahora florecían. Algunos amigos reían recordando hazañas del monarca; otros en cambio
lloraban desconsolados; los sirvientes más fieles se lamentaban. Una intensa bruma envolvía
el castillo y sus alrededores.
El sonido de la gaita no cesó en toda la noche a pesar de que Lilán la había mandado callar
varias veces. Así en los jardines, como dentro de palacio, o a lo largo de los pasillos y en el
salón central de palacio, la gente estaba en movimiento. Cientos de amigos asistieron al
funeral. Los hijos del rey estaban en un rincón como apartados del ruido que causaba todo
ese gentío. El primogénito de vez en cuando se acercaba a su madre pero ésta respondía
bruscamente a su ternura.
Lamsay y Ulco estaban sentados al lado de Lilán, quien no dejaba de dar órdenes. Merién
tomaba de la mano a Nuly; cada vez que ésta lloraba recibía un abrazo de su mejor amiga.
Los príncipes también caminaban de un lado a otro tratando de acompañar a su amigo Eddy.
Zaian se veía muy preocupado, pensativo y poco atento a lo que se escuchaba.
Ya de mañana después de atravesar el bosque “El Verde Olivo”, la familia real regresaba a
palacio. Ulco pidió a todos que descansaran un rato para después reunirse a la hora de la
comida; a las dos de la tarde en punto ya que debían platicar algunos detalles. El rey se
acercó a Zaian para darle una instrucción al oído.
Era la una de la tarde con treinta minutos, el padre ya estaba sentado en el comedor, unos
minutos después llego su primogénito.
-Siéntate, mi querido hijo, debemos hablar antes de que llegue el resto de la familia.- Invitó el
monarca abriendo la silla contigua.
-¿Qué pasa padre?-
-Quiero que me cuentes. ¿Qué es lo que te pasa? Durante el velorio has actuado de un modo
extraño. Te estuve observando detenidamente y sé que hay algo que te preocupa.-
Zaian suspiró profundamente para luego soltar un pequeño lamento.
-¿Qué va a ser de Eddy? ¿Qué va a ser de él sin su padre? ¿Cómo podrá soportar a su
madre? ¿Cómo podrá arreglárselas para llevar un reino siendo tan joven?-
Parecía que el listado de preguntas no acabaría, así que Ulco interrumpió.
-Mi buen amigo, era un hombre cabal, una buena persona y un gran rey. Es comprensible que
sientas empatía por tus primos, pero no tienes nada de qué preocuparte, Fonzo ha dejado
algunas instrucciones para que todo marche como debe ser.-
-Padre, ni por un momento me gustaría estar en el lugar de Eddy.- Confesó Zaian con un nudo
en la garganta.
-Los eventos que nos suceden en la vida son como respuestas, lo importante es hacernos las
preguntas correctas.-
En ese momento entraron Merién y Driú de manera que la charla había acabado por el
momento. Los tres se pusieron de pie para que se sentara la princesa. Acomodados en la
mesa, la comida fue servida. La pequeña preguntó por su madre y el monarca explicó que
todavía estaba un poco cansada, que seguramente para la hora de la merienda bajaría para
estar con ellos. Ulco invitó a Doré a compartir el postre con ellos. El tema de conversación en
la sobremesa, fue por supuesto, la muerte.
-¿Qué pasa cuando alguien muere papá?-
-Eso es un gran misterio hija mía, sin embargo, en un acto de fe creemos que hay algo más.-
-¿Por qué duele tanto cuando alguien se muere?-
-Lo que duele de la muerte es que es irreversible, no hay marcha atrás y eso nos obliga a
confrontarnos con muchas cosas que pueden no estar acomodadas.- Contestó el rey
poniendo su mano sobre la de su hija.
-¿Qué va a ser de Nuli y de Eddy?-
-Posiblemente estarán muy tristes un tiempo, pero después tendrán que seguir adelante pues
la vida para todos nosotros continúa.- Dijo el rey suspirando como recordando algo.
-¿Tú qué opinas nana?- Preguntó Zaian a Doré quien bebía lentamente su café.
-Vida y muerte son inseparables, gracias a la muerte, la vida tiene tanto valor y respecto al
dolor, siempre tendrá algo que enseñarnos.-
Después de un par de horas de estar platicando acerca de la muerte y de todo lo que ésta
representa, los príncipes parecían estar más tranquilos. Ulco sabía utilizar bien las palabras;
unas eran de consuelo y otras de aprendizaje, así hasta que Merién quien parecía la más
afectada, se retiró de la mesa tarareando discretamente la música de la gaita.
Lamsay estaba recostada en su cama, sus pensamientos la agobiaban. Trataba de alguna
manera de ponerlos en orden, pero para cuando lograba acomodar unos cuantos, la imagen
de Lilán venía a su mente para estropear todos sus razonamientos.
-Por favor, amor mío abrázame.- Pedía la reina llorando.
Era evidente que no podía contener sus sentimientos, sus ojos llenos de lágrimas se tornaban
de un verde muy profundo.
De inmediato el rey se sentó a su lado abrazándola fuertemente.
-¿Qué te pasa amada mía, cómo te ayudo?- Le preguntaba el rey con el corazón, pues si
había algo que le conmovía era ver a su reina tan triste.
-Es horrible lo que ha pasado ¿has visto la actitud de Lilán? Me parece indignante, ¿cómo es
que no le duele la muerte de Fonzo? Su dureza y frivolidad me lastiman mucho, no sé qué
pensar. Yo no podría vivir sin ti, sólo de pensarlo me atormenta.- Decía al tiempo que
estrujaba a Ulco.
-Necesitas descansar querida, aquí estaré para ti, descansa.-
El rey acomodó a su mujer dentro de la cama y se posó junto a ella hasta que ésta se quedó
dormida.
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Mientras tanto, en el reino de Fonzo, las cosas para Lilán no marchaban muy bien. Más de la
mitad de la servidumbre, había partido hacia otros reinos. La lealtad era hacia el rey y como él
ya no estaba muchos creyeron que ya no tenían nada que hacer ahí.
Por otro lado, faltaban sólo tres días para que el testamento fuera leído y aunque a ella eso no
le importaba, no se imaginaba, que las órdenes finales de su consorte cambiarían su vida por
completo. Ulco ya bastante mejorado de su pierna, regresó al reino de su amigo para cumplir
con su última voluntad.
Era el tiempo indicado para leer el testamento del rey Fonzo por lo que Ború, hermano del
difunto y ministro de guerra de Kotincú
también llegó a la importante cita. Conocido como “El invencible”, era un hombre viudo,
atractivo y de un fuerte carácter; con un sólo hijo quien desde temprana edad, se había
convertido en general del ejército. Ború, estaba complacido en ganar la última batalla de
Fonzo y aunque tenía características muy diferentes a las de su hermano ambos coincidieron
en planear algunas estrategias. Lilán no recibió de muy buena gana a su cuñado pues sabía
muy bien lo rudo que ese hombre era. En varias ocasiones lo escuchó dándole consejos a su
esposo de “cómo debía domar a la fiera que tenía en casa”, refiriéndose a ella. De tal suerte
que la visita aparte de incomodarla, la intrigaba.
Así, Lilán, Ulco, Eddy y el ministro de guerra de Fonzo llamado Coll, fueron llamados a la
biblioteca. Estaban todos tomando sus lugares cuando Lilán dijo a su hijo:
-Eddy, sal de la biblioteca yo te mandaré llamar cuando lo considere prudente.-
Inmediatamente el tío Ború volteó a ver a Eddy a quien dio la orden de permanecer sentado
solamente con la mirada; el joven heredero obedeció sin decir una palabra y sin dejar de ver a
su tío.
-Tengo instrucciones precisas de su majestad el rey Fonzo y todos los aquí presentes deberán
acatar su voluntad. Así pues daré comienzo a la lectura.- Dijo con un tono solemne.
Comenzó así a leer cada uno de los puntos que el rey había dejado como su última voluntad.
Parecía que todos se sentían complacidos excepto Lilán, quien hacía una serie de gestos
cada vez que un punto era explicado. Su cuñado que de reojo la observaba, sentía cada vez
más el deseo de permanecer en ese reino. Lo que su hermano le había propuesto
representaba más que ganar una batalla y el reto de lograrlo lo mantenía cada día más
interesado.
Entre sus órdenes, resaltaba el hecho de que Ború se quedara al menos dos años para
preparar a Eddy para ser el sucesor. Mientras tanto Coll, el ministro de guerra y hombre de
confianza de Fonzo, gobernaría temporalmente mientras el príncipe ocupaba su lugar.
Otra de las encomiendas fue que Lilán tenía que ausentarse para hacerse cargo de dos
propiedades que estaban prácticamente abandonadas. Fonzo sabía que eso la mantendría
por lo menos un año lejos, tiempo suficiente para que Eddy aprendiera a quitar del camino a
su madre y así poder llegar a ser un gran rey.
Ború había puesto esto como condición para entrenar a Eddy y poder convertirlo en Edward.
Debía saber que el primer dragón a vencer se encontraba dentro del castillo, como muchos
otros que pertenecían al mismo príncipe, sin embargo, antes de combatir a los dragones de
afuera, Eddy debería conocer y vencer sus dragones internos.
La princesa Nuly tenía la orden de ir a la Academia de Matemáticas y pasar ahí también un
año; a pesar de que muchas veces había suplicado a su madre le diera permiso de ir al menos
un verano, ésta jamás accedió argumentando “que sería una gran pérdida de tiempo”. Ahora
que Fonzo lo dejaba como mandato, Lilán no podía hacer nada y la princesa podría realizar su
sueño.
Al término de la lectura de dicho documento perfectamente estructurado, con elementos de
estrategia como quien planea vencer en una gran batalla y con los detalles perfectamente
contemplados, todos los caballeros se acomodaron en los sillones. Ulco se sentía tranquilo
sabiendo que todo estaría en orden bajo su supervisión como último deseo de su gran amigo.
Ború sirvió vino y levantando su copa dijo:
-¡El rey ha muerto! ¡Viva el rey!-
Todos brindaban y platicaban de lo que se haría en los próximos meses. Ború mantenía a su
derecha a Eddy diciéndole que permaneciera junto a él. Por otro lado, Lilán, al ser totalmente
ignorada salió enfurecida del lugar. Subió a su habitación renegando los mandatos de su
consorte.
-¿Por qué me has hecho esto Fonzo? Hasta en tu muerte tenías que fastidiarme. ¿No podías
haberme dicho lo que tramabas? ¡Claro! Tu venganza fue la vergüenza que pasé frente a
todos. ¡Lo que habrán pensado de mí! ¡Lo que se habrán reído a mis espaldas! Puedo
imaginar el cuadro, tú suplicándole a tu mugroso hermano que me pusiera en mi lugar y al
imbécil disfrutando desde entonces lo que cree que es su victoria, pero ya veremos quién
vence al final.-
Así, pasado algún tiempo, la amargura de Lilán y su mal carácter se hacían presentes a cada
momento. Furiosa trataba de hacer la guerra a su cuñado sin saber que ya la tenía más que
perdida.
Mientras más se esforzaba por contrariar a Ború, éste, conocía más las debilidades de quien
imaginaba era su enemiga.
-Lilán, tienes solamente tres días para partir. Un regimiento te acompañará hasta llegar a las
tierras de Marel donde permanecerás cuatro meses dejando esa propiedad como nueva.
Hasta entonces iré para asegurarme de que todo esté en orden. - Dijo Ború sin quitar la
mirada sobre su cuñada.
-Pero creo que eso es muy pronto.- Comenzó a decir Lilán, cuando fue abruptamente
interrumpida.
-No me interesa lo que pienses, es una orden y de no cumplirla acatarás lo que yo decida
hacer.- Sentenció con voz tirana.
Harta de tener que soportar a su cuñado, ella apresuró el viaje y pretendió salir un día antes
de lo previsto. Por la mañana anunció a Ború que en un par de horas partiría, éste al verla
sintió ganas de que se fuera ya que nadie la quería tener en palacio, sin embargo, la hizo
rabiar una vez más.
-A ver si lo entiendes Lilán. He dicho que partirás el jueves y el jueves partirás, ni un día antes
ni un día después. ¿Quieres acaso que te lo explique otra vez?- Preguntó burlándose y
dándose la vuelta e ignorando los gritos de su cuñada.
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En el bosque del “Verde Olivo”, Lamsay estaba un poco más tranquila, el dolor de la pérdida la
invadía a ratos; no salía de palacio y estaba un tanto aprehensiva con la familia. No sentía la
certeza de que todo fuera a estar bien. La muerte de su amigo la había hecho reflexionar
sobre muchos temas de su propia vida.
Debe haber algo más profundo. Pensaba mientras trataba de pintar un poco.
Entonces, recordó el letrero del laberinto:
Lo que no has querido ver
-Debo regresar.- Se dijo convencida, sabiendo que ahí encontraría la respuesta.
No sólo Lamsay tenía que enfrentarse de nuevo a su oscuridad, Lilán también tendría que
pasar una gran prueba.
Furiosa, la reina de maquillaje recargado, salió del castillo dirigiéndose al Norte por el jardín de
espinos. La molestia que sentía era tan grande que caminó varios kilómetros sin sentir ni un
poco de cansancio. Maldecía a su recién fallecido consorte, sus mandatos y a su cuñado.
-Pero si con ese hombre no se puede ni hablar, quiere que todo mundo haga su estúpida
voluntad, como si los demás no contáramos. Seguramente por eso su mujer está muerta.
¿Quién podría aguantar a un viejo así?-
De pronto se percató de lo lejos que estaba pues ya no reconocía el lugar. Se detuvo por un
momento y soltó un llanto más que de lamentación, de coraje e impotencia.
-¡Maldito!- Decía una y otra vez.
De pronto escuchó una risa burlona seguida de una voz temible y escalofriante que decía:
-Lilaaan, Lilaaan esta vez no te podrás escapar.-
La mujer de maquillaje recargado sintió que la sangre se le helaba pues sabía que estaba sola
y perdida en aquel lugar.
-¡Sal! quienquiera que seas; no creas que tengo miedo.- Gritó fingiendo una fuerza que por el
momento no tenía.
-De acuerdo.- Contestó la voz.
Unos segundos después apareció un ser espantoso, una especie de hombre con facciones de
mujer, fornido y de uñas largas; con el cabello revuelto y un tanto pintarrajeado de la cara. Al
verlo Lilán se aterrorizó; su corazón se aceleró lo que le permitió correr para tratar de perder al
monstruo.
-Es inútil que trates de escapar. Conozco tus estrategias, pretextos y tus manipulaciones. Sé
de sobra tus pensamientos y lo que tienes planeado hacer.-
Así la bestia fue enumerando cada una de las acciones cotidianas que la reina acostumbraba
hacer. Se posó delante de ella y con ojos de fuego comenzó a violentarla.
-No puedes escapar. ¿No lo entiendes? Soy parte de ti, puedo hacer lo que quiera contigo.-
Decía al tiempo que arrancaba su vestido.
Aunque la reina era una mujer fuerte no tenía la capacidad de luchar contra aquel monstruo.
-¡Suéltame por favor! Yo no te conozco, déjame ir.- Repetía una y otra vez la aterrada mujer.
Parecía que cada vez que hablaba, la fiera se enfurecía más, la tenía tirada en la tierra con la
cara contra el piso, obligándola a comer gusanos.
-Por todas las veces que escupiste gusanos en contra de los demás; ahora lo vivirás en carne
propia, para que sepas de lo que se trataba.- Decía mientras restregaba su cara en el lodo.
Lilán suplicaba que alguien la ayudara, pero al parecer nadie escuchaba sus gritos.
-Como pisoteabas los derechos de los demás.- Decía la criatura al tiempo que le caminaba
por encima de todo el cuerpo.
-Y como disfrutabas burlándote de la gente.- Gritaba el monstruo tomándola de los cabellos
para obligarla a mantenerse en pie.
-Ahora es mi turno; eres una pobre desgraciada, fea y miserable sin valor alguno.- Se oían
como eco las palabras de aquel malvado ser.
Tirándola al suelo otra vez le arrancó por completo lo poco que quedaba de la tela que cubría
su cuerpo y dejándola completamente desnuda con una voz abominable le preguntó:
-¿Cuántas veces violaste los derechos de los otros? Porque ahora lo vas a sentir en carne
propia.-
-¡Detente Kánimus!- Ordenó el Mago al tiempo que agitaba una rama de árbol, petrificando la
acción del ser.
-No te metas en mis asuntos, esta mujer es mía. Ella me ha dado cabida todos estos años y
su feminidad me pertenece.- Vociferaba amenazando a la mujer.
Lilán se encontraba tirada entre los espinos, aterrada y evidentemente lastimada. Se levantó
como pudo tratando de cubrir su cuerpo con los hilachos que alcanzó a recoger y corrió hacia
el hombre de larga barba refugiándose entre sus brazos.
-No puedes rescatar a todas las damiselas en peligro.-
-Es suficiente Kánimus.- Expresó el Mago con una firme voz.
El Mago llevó a Lilán al castillo flotante para curarla.
-¿Por qué me ha pasado esto? ¿Quién era esa horrible criatura? ¿Por qué a mí? ¡Quiero a
Fonzo a mi lado! -
Aunque el Mago tenía las respuestas a las preguntas de la reina, sabía que no era prudente
responderle, ella misma tenía que indagarlas en el silencio de su alma. Ella tendría que
descender al Reino de lo Profundo y pasearse por su laberinto personal. Mientras lavaba el
paño ensangrentado el hombre vio los lentes mágicos en la mesa de madera.
¡Qué ganas de entregárselos! Pensó.
Sin embargo, sabía que no era el momento adecuado.
-Cuando acalles tu ruido, en el silencio te será revelada tu verdad.-
-¿Cuál ruido? ¿De qué verdad hablas?-
-Lo siento, no puedo decirte más. Te ayudaré a volver a casa.-
-Espera, no me has dicho quién eres.-
-Soy el Mago que ha vivido en este castillo desde tiempo inmemorial.-
-¿El mago? ¿El mago? ¿Cuál mago?-
-Soy uno de tantos personajes mágicos que pueden acompañarte mientras transitas el
Camino de la Unidad. Yo puedo ayudarte a transformar tu visión de todas las cosas.-
-¿Y para qué querría yo hacer eso?-
El hombre de larga barba la miró con compasión.
-Para volver al Origen.-
Por más que Lilán se esforzaba no comprendía las palabras de aquel místico caballero.
-Debemos irnos.- Indicó el hechicero ayudándola a subir al caballo.
Lilán se sentía tan débil que obedeció con sumisión. Se sujetó con sus brazos al torso de
aquel hombre y dejó que galopara por ella.
Por primera vez en mucho tiempo sentía el gozo de ser cuidada por un hombre.
-Gracias.- Dijo la reina con humildad al llegar.
La servidumbre fue pronto con el ministro para avisarle lo que sucedía, éste dio instrucciones
precisas y en menos de tres horas Lilán ya descansaba limpia en su habitación y el médico
entraba junto con Ború. Luego de revisar a la reina, el doctor habló unas palabras con el
ministro, el cual hizo un par de preguntas para luego dar la orden de dejarlos solos.
-Me alegra saber que te pondrás bien Lilán, no sé bien que es lo que te ha pasado pero el
médico me aseguró que puedes partir mañana.- Dijo dudando un poco del ataque a la reina.
-Por favor cuñado permíteme quedarme unos días, ni yo sé que me ha pasado, pero tengo
mucho miedo.-
El hombre sabía perfectamente cuando el enemigo estaba derrotado y pudo ver en su cuñada
la rendición.
-Está bien; si te parece el sábado por la mañana partirás.-
Lilán pensaba que dos días no serían suficientes para asimilar lo que le había pasado pero
sabía que él había sido complaciente con ella de modo que no podía pedir más.
Esa tarde la mujer estaba tratando de aclarar que había pasado pero aún los recuerdos eran
perturbadores. El sábado por la mañana tuvo que partir, con un regimiento un poco más
grande y un acompañante dentro del carruaje como señal de buena voluntad de su cuñado;
después de todo debía proteger a la mujer de su hermano.
-¿Te veré pronto Ború?- Preguntó con un gran deseo de ser protegida.
-Me verás en el tiempo acordado. En unos meses estaré en Marel esperando ser sorprendido
por tus habilidades.- Respondió el Ministro dando la indicación para que la comitiva partiera.
Así la reina de maquillaje recargado partió a tierras lejanas, teniendo suficiente tiempo para
recordar lo que había pasado. Se sentía tan vulnerable sin la protección de un hombre y el
temor de encontrarse con Kánimus hizo que su camino pareciera interminable.
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Lamsay bajó al sótano de la torre, levantó el herraje de la tapa, descendió por las escaleras y
cuando esperaba el cono de viento que la llevaría al Valle Desolado aparecieron cientos de
libélulas que la envolvieron y la llevaron sutilmente hasta allá. Ahora la reina conocía el
camino y se dirigió directamente al laberinto aunque deseaba encontrarse a su amigo el
vagabundo para que éste le infundiera un poco de valor, sin embargo, el hombre no apareció.
Cuando estuvo frente al minotauro de bronce desgastado inhaló profundamente y avanzó con
paso firme. El interior parecía diferente a la vez anterior pero una vez más, la reina siguió su
intuición. Su sorpresa fue grande al ver una fila de seres caminando hacia el centro del
laberinto, no alcanzaba a distinguir de quien se trataba; cuando miró para el otro lado vio otra
hilera de lo que parecían animales. No quería distraerse por lo que siguió en dirección hacia
donde recordaba que estaba el letrero. De pronto encontró la flecha retorcida que apuntaba
hacia abajo.
Lo que no has querido ver
-¡Lo encontré!- Exclamó.
-¿Qué será lo que no he querido ver? ¿En qué me he estado engañando?- Se preguntaba la
reina al tiempo que su corazón latía más de prisa.
Como la vez anterior, un rechinido la obligó a bajar la mirada y la pequeña puerta se abrió.
Esta vez, estaba dispuesta a descender pero en vez de escalones encontró una gruesa
cadena. Cada eslabón le serviría de peldaño por lo que la mujer comenzó a bajar lentamente.
Las paredes estaban chorreadas, olía a humedad; la reina alcanzó a escuchar lo que parecían
unos horribles lamentos. Al llegar al último eslabón, se dio cuenta de que todavía faltaba un
tramo para tocar suelo firme; trepar de regreso parecía imposible, por lo que no le quedó más
remedio que dar un gran salto. Al apoyar sus manos para levantarse se dio cuenta de que
había unas letras inscritas en el suelo, sacudió el polvo que las cubría y leyó:
La Herida
Algo en su pecho se agitó, al voltear aparecieron frente a ella dos puertas chuecas. Una decía:
El Camino Conocido y la otra decía: El Horno de la Alquimia.
Lamsay decidió irse por el Camino Conocido. Empujó la puerta y pudo ver unas enormes
burbujas rebotando. Dentro de cada una alcanzó a verse a sí misma actuando en diferentes
etapas de su vida.
En una vio cómo le era tan fácil echarle la culpa a los demás; en otra vio cómo se aferraba a
querer cambiar el pasado; en otra más miró cómo trataba de tener un poco de control sobre
otras personas a través de absurdos chantajes. Ya la cabeza comenzaba a dolerle a la reina
de ojos de jade, sin embargo, las burbujas no dejaban de multiplicarse y de rebotar delante de
ella.
Pudo verse llena de miedo y angustia por situaciones que en realidad no eran tan terribles
como ella había creído; también observó con qué facilidad era capaz de hacer un drama de
algo insignificante y cómo se aferraba a creencias caducas; pero la escena que quizás más le
impactó fue la de ver su vida escurrirse por el reloj de la lamentación. Sintió un leve mareo por
lo que cerró momentáneamente los ojos y cuando los abrió se vio en ese preciso momento
juzgándose por todo lo que estaba mirando.
-Este camino lo conoces bien, ¿no es cierto?- Dijo una dulce voz al tiempo que se veía un
pequeña luz intermitente.
La reina no veía quién le hablaba.
-Soy yo.- Dijo una pequeña luciérnaga iluminándose delante de ella.
-¡Pero si eres tan pequeña!- Exclamó Lamsay extendiendo su mano para que el insecto se
posara.
-¡Tus heridas te han conducido por este camino tantas veces! ¿No estás cansada de tener
que pasar por aquí tan frecuentemente?-
Cuestionó la luciérnaga con inocencia.
-¡Sí! Estoy muy cansada de repetir lo mismo una y otra vez, pero todavía no encuentro otro
camino.-
El insecto luminoso la condujo a la otra puerta.
-Aquí encontrarás algo diferente. ¡Entra ya!-
-El Horno de la Alquimia.- Leyó la reina.
A la entrada estaba una especie de corona formada por espinas, la cual estorbaba el paso,
Lamsay quien estaba decidida a entrar tomó con mucho cuidado el objeto para moverlo, sin
embargo, al momento de tocarlo; una espina atravesó algo más que su dedo y pudo sentir la
gota de sangre en el pulgar. Una vez que la gota cayó en la tierra, ésta comenzó a
estremecerse dejando una especie de entrada por demás estrecha.
La reina de ojos de jade pasó a través del hueco caminando en espiral hacia abajo hasta
encontrar una serie de obstáculos. Aquel hurón de pelo enlazado que la observara la otra vez,
saltó de la piedra que impedía el paso a su majestad como dándole una señal; la mujer tomó
con las dos manos la roca y en ese momento comenzó a sentir una gran culpa. No sabía
exactamente de qué pero se le vinieron a la mente algunas imágenes.
-Tal vez no le dije a mi padre cuánto lo amaba, o quizás no fui la hija que mi madre esperaba o
tal vez no he sido la mejor madre para mis hijos; o no he comprendido a mi hermano; ni
siquiera pude darme cuenta de que mi amigo Fonzo estaba muriendo.-
En un instante, cientos de pensamientos invadieron su ser llenando su corazón de culpas.
Luego de un suspiro dejó la piedra en donde la había recogido y quiso dar un paso hacia el
frente creyendo que ésa era en sí la lección pero para su sorpresa sus pies permanecieron
inmóviles. El hurón hizo un ademán indicando a la reina que debía tomar la roca para poder
avanzar.
Unos pasos más adelante un metal retorcido era lo que impedía su paso, lo tomó con
precaución pero en ese momento la vergüenza se apoderó de ella. ¡Cuántas veces había
hecho cosas de las que no se sentía nada orgullosa, de las cuales en verdad se arrepentía
como hablar pestes de su madre; haber mentido para salvarse de alguna situación; haber
manipulado a sus hijos de algún modo; haber ofendido a alguien con su furia o haberse dejado
llevar por sus instintos. Pasaron, así algunos minutos hasta que se decidió a dar el siguiente
paso. El obstáculo contiguo era un fierro oxidado que al levantarlo la llevó a experimentar un
gran miedo, seguido de otra piedra bastante filosa que la llenó de duda e incertidumbre.
Conforme avanzaba, la carga era más pesada, para el quinto elemento que parecía un trozo
de barro, el vestido de la reina se desgarró y entonces tuvo que hacer una especie de saco
con la tela, lo que le recordó al loco vagabundo y le arrancó una sonrisa. El hurón que la
miraba sin haber intervenido hasta ese momento, señaló con su patita el principio del
laberinto. A lo lejos se veía una especie de piedra encendida con un agujero en el centro,
Lamsay volvió a sonreír diciendo.
-¡Claro! Debí haber visto esa piedra antes de avanzar ¿cierto?-
Entonces dejó caer toda su carga y tomó solamente la primera piedra para regresar al
principio y ponerla en la luz. Ya no se sintió tan sorprendida al ver que no podía avanzar; supo
entonces que tenía que regresar con todo el cargamento de nuevo al principio. Al tomar todos
los elementos y ponerlos dentro de su “costal” sintió otra vez el peso de éste: la culpa, la
vergüenza, la duda, el juicio, la soberbia, el dolor y envolviéndolos a todos, el miedo.
-Tengo que seguir, pero ¿qué sentido tiene haber cargado con esto de ida y vuelta?- Se
preguntaba al tiempo que caminaba hasta el primer punto.
Ahora el camino parecía mucho más largo que de ida y ¡cómo no si traía cargando sus propias
limitaciones!
Una vez que llegó al primer horno puso la piedra con cuidado; ésta embonó a la perfección y
una especie de ranura de color verde se formó en la parte posterior. La reina no supo qué
hacer, así que le pregunto al hurón.
-¿Y ahora qué?-
El hurón bajó del recoveco de la pared y tomando la mano de la reina puso su dedo en el
borde y con su patita apretó un poco el pulgar haciendo que sangrara de nuevo.
-¡Ay! Eso dolió.- Exclamó la reina para luego ver que el horno se encendía.
Lamsay se quedó ahí parada observando todo aquello; así sus pensamientos comenzaron a
cambiar. Empezó a hacerse las preguntas correctas con respecto a su primer tropiezo: las
culpas que no la habían dejado avanzar en su Camino a la Unidad. Como por arte de magia
su visión sobre los mismos hechos comenzó a transformarse y se dio cuenta de que todo
aquello de lo que se había lamentado tanto, era lo que tenía que haber sido. Unos segundos
después el horno se abrió y de la piedra solamente quedó un polvo plateado.
Lamsay volteó a ver al hurón pues no estaba segura si debía o no tomarlo. El animalito corrió
hasta donde estaba un saquito de terciopelo rojo y lo agarró con el hocico para luego
entregárselo. Ahí ella vertió el polvo plateado. Después tomó el metal retorcido y trató de
meterlo en el mismo horno pero no pasaba nada. Luego de intentarlo varias veces notó que el
hurón se reía mirando un horno más pequeño que estaba cerca.
-Parece que tiene las proporciones del metal.- Analizó la mujer.
Así metió el segundo obstáculo y el horno se alumbró aunque sabía que para echarlo a andar
tendría que poner nuevamente el pulgar.
-Creo que vale la pena el dolor si a través de él voy a transformar mis tropiezos.-
Así la reina fue poniendo uno a uno los elementos en cada uno de los diferentes hornos
activándolos con su sangre y recogiendo el polvo de la transformación de cada uno de ellos;
únicamente le faltaba el séptimo obstáculo. El último horno estaba un poco más alejado que
los demás en la parte más oscura del laberinto aunque por un pequeño orificio entraba un halo
de luz.
-¡Pesa demasiado!- Exclamó Lamsay cargando con mucha dificultad la piedra.
Tuvo que ponerla de nuevo en el suelo y al observarla con detenimiento, se dio cuenta de que
tenía forma de corazón con una flecha y una inscripción labrada en él. La tomó de nuevo entre
sus manos.
-Mi herida más profunda.- Leyó la mujer.
Al decir esto, el corazón comenzó a latir. Sus manos se mancharon de sangre y un putrefacto
olor penetró por su nariz.
-Pero ¿qué es esto?-
La herida en el corazón estaba podrida y despedía un olor pestilente. Lamsay sintió el deseo
de salir corriendo, pero sabía que tenía que hacerse cargo del corazón. Tomó la flecha con
sus temblorosas manos y en ese momento apareció la imagen del día en que ese corazón fue
herido de esa manera.
Había pasado demasiado tiempo, casi era un recuerdo borroso sin embargo, la herida seguía
abierta. La monarca sintió punzadas en su cabeza y en su pecho un terrible dolor que la obligó
a arquearse, después un llanto contenido brotó de sus ojos.
Cuando recuperó un poco de fuerza, se armó de valor y sacó la flecha de un solo movimiento.
La herida quedó expuesta, sangraba a borbotones, pero sus lágrimas fueron lavándola y con
un pañuelo de seda que traía en la bolsa de su vestido, comenzó a limpiarla. Cada vez que lo
hacía, su pecho punzaba pero eso no la detuvo.
Al quedar limpio, notó que el corazón pesaba menos y cargarlo fue mucho más fácil para
poder colocarlo en el horno.
-Es increíble cuánto dolor puede soportar un corazón.- Dijo suspirando mientras esperaba la
séptima transformación.
Finalmente la tapa se abrió y el polvo estuvo listo.
El tiempo que pasó la reina en los hornos del laberinto fue mucho más largo de lo que pareció
ser.
Parecía el final del recorrido, no había más objetos por quemar ni más hornos. La mujer volteó
a ver al hurón, quizás el animalito que parecía el guardián del lugar, le diría cómo salir de ahí.
Visiblemente cansada, la reina se recargó en un muro y entonces apareció una escalera
flotante con siete peldaños hacia arriba, cada uno de ellos más grande que el anterior. Para
subir el penúltimo escalón tuvo que escalarlo. Mientras recobraba el aliento, vio una mano
áspera acercarse a la suya, con la intención de ayudarla a salir.
Una tenue luz iluminaba el nuevo espacio donde se encontraban. Aquel hombre a quien
Lamsay no pudo mirarle el rostro, tomó de su mano izquierda un clavo y con él sacó la espina
que llevaba dentro de ella. El Maestro tomó la espina y la metió al saquito rojo y sopló dentro
de él. Acto seguido lo abrió y sacó el diamante más hermoso que jamás había visto la reina.
La joya emitía una luz propia, reflejando los colores de los polvos. Cada rayo era una
promesa. El hombre puso el diamante en su mano y lo acercó al pecho de Lamsay; después
sopló su aliento y éste se introdujo en el corazón de la reina.
La sensación fue indescriptible, un gozo inundó todo su cuerpo y toda su alma y sin decir una
sola palabra la reina comprendió que ya nada sería igual. Ese diamante representaba lo más
puro e inmaculado de su ser; su espacio sagrado donde podría reunirse con el Hombre de los
Clavos; un lugar donde la Paz habita y el Silencio habla; el refugio más seguro.
Caminó unos pasos más y ya se encontraba fuera del laberinto, pero ésta vez no sentía la
urgencia de salir corriendo, por el contrario, volvió, se arrodilló en la tierra y oró:
-Honro cada una de mis lágrimas y lo que aquí ha pasado. Agradezco todos y cada uno de los
eventos que me han sucedido en mi vida porque hoy sé que nada ni nadie puede arrebatarme
lo que ÉL me ha regalado.-
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Cuando Lilán llegó a aquella propiedad casi en ruinas, ya no pudo contener el llanto. Corrió
entre los arbustos para que nadie la viera llorar. Sus lágrimas brotaban a raudales. Sin que
ella lo notara la tierra empezó a humedecerse y súbitamente fue succionada hacia abajo. En
su caída dio varios giros golpeándose con las estrechas paredes, por un momento sintió que
iba a morir hasta que se detuvo de un fuerte porrazo. Cuando pudo levantarse, sacudió su
desgarrado vestido y miró a su alrededor.
-¿En dónde me encuentro?- Preguntó asustada.
Pero la única respuesta fue un gran silencio. No le quedó más remedio que observar el paisaje
a su alrededor. Se encontraba en un Valle Desolado en forma de espiral donde lo único que
podía sentir era un inconmensurable vacío.
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Lamsay caminaba sin prisa pero sin pausa cuando se topó con el letrero que decía:
Tres en Uno
Esta vez se dirigió al camino de en medio hasta llegar al fango donde jugaban todos los niños
heridos. De pronto una chiquilla llamó su atención, con sólo mirar sus verdes ojos, se
reconoció a sí misma.
-¿Quieres venir conmigo?- Le preguntó la mujer a la pequeña extendiéndole la mano.
-Me tengo que ir.- Dijo la niña a sus amigos a manera de despedida.
Después de mojarse en el Río de la Aceptación, ambas se reían a carcajadas.
-Tengo tanto que aprender de ti.- Expresó la reina.
-¿Nunca dejarás de quererme?- Cuestionó la pequeña con inocencia.
-No, eso no sucederá jamás. Te amo y siempre voy a cuidar de ti.-
Se abrazaron y después se regresaron brincando por el mismo camino.
La Sincronicidad lloraba frente a todo lo que acababa de ver; si algo le conmovía era la
transformación que sufrían las personas al cruzar el laberinto.
-Vamos mujer, todavía tenemos mucho trabajo que hacer.- Dijo el Tiempo acariciándole su
dorado cabello.
-Sí, ya voy. Dame un momento.-
-Gracias por tu llanto, las lágrimas siempre fecundan nuevas semillas.- Expresó el Padre
Tiempo con amor.
-Ahora Lilán tendrá que cruzar el Valle Desolado y sin saberlo estará protegida por todos los
que la antecedieron.- Dijo la Señora de las Coincidencias mientras seguía tejiendo sus hilos
invisibles.
EL PERGAMINO MÁGICO.
Capítulo XX
"Tesoros escondidos".
Capítulo XXI
"Encuentro celestial".
La luna menguante hacía de nuevo su aparición para que se llevara a cabo el Baile de las Mil
Máscaras. La tierra estaba húmeda debido a las recientes lluvias, sin embargo, ese olor
envolvía el ambiente. Los árboles que rodeaban la propiedad fueron decorados con grandes
lienzos de telas de colores; tapetes hechos con todo tipo de semillas decoraban el lugar y
coloridos cántaros de agua flanqueaban el camino a los invitados. El rey y la condesa habían
preparado un gran festín; ésa sin duda sería una gran noche.
Kristen apareció con un hermoso vestido verde luciendo su abultado vientre; su cabello largo y
rizado era sujetado por una cinta dorada. No necesitaba más, era la encarnación misma de la
vida. Con su sonrisa radiante le daba la bienvenida a cada uno de los invitados.
Rafí llevaba puesta la capa que le diera el Guardián de los Sueños con todos esos
prendedores.
Ulco sorprendió a todos al llegar ataviado de ave fénix. Miles de plumas de llamativos colores
cubrían su corpulento cuerpo y un hermoso penacho de plumas llameantes honraban al ave
que renace de sus cenizas. Lamsay, en cambio llevaba una sencilla túnica morada con una
cinta plateada rodeando su cintura; en la frente llevaba la guirnalda que había tomado en la
misteriosa tienda, haciendo que sus ojos brillaran más que nunca.
Si bien el disfraz de mariposa de Lilán llamó la atención de todos, los murmullos no se hicieron
esperar al verla llegar acompañada de Ború quien portaba un disfraz de heraldo del rey.
La música comenzó a sonar. Rafí tenía que abrir el baile con alguna dama que no fuera su
esposa, por lo que eligió a una misteriosa mujer con antifaz de luna. Kristen los observaba
desde el lugar dispuesto para ella, su corazón se llenó de orgullo al ver a su rey bailando con
garbo y elegancia. Acto seguido los demás invitados se unieron al baile. Lamsay estaba atenta
tratando de encontrar al Mago pues quería conversar con él cuando un caballero portador de
una máscara con incrustaciones preciosas la invitó a bailar. El hombre la tomó de la cintura y
la jaló hacia él. La reina se quedó mirando fijamente al extraño hombre como queriendo
reconocerlo sin conseguirlo.
La música acrecentó su ritmo y el hombre hacía girar a la reina.
-Vamos Lamsay, déjate llevar.-
Al salir del primer giro, Lamsay vio a un valiente caballero con armadura; al segundo se topó
con un verdugo; al tercero con un guerrero; al cuarto con un juez; al quinto con un ser
demoniaco; al sexto con un viejo ermitaño, al séptimo con un hechicero. De la luna menguante
salió un gran destello iluminando el rostro del aquel misterioso personaje, por unos instantes
Lamsay se reconoció en él.
-¿Kánimus? ¿Eres tú?-
-Sí mi reina y siempre estaré contigo mostrándote el rostro que tú elijas ver en mí.-
Dicho esto, la música paró de súbito, el hombre hizo una reverencia agradeciendo el baile y
luego desapareció. A lo lejos el mago de túnica gastada observaba la escena con un gozo
secreto en el corazón. Muy cerca de ahí Ulco y Aimé tenían una conversación.
-Madre, desde que llegué no has dejado de mirarme, ¿te ocurre algo?-
Sabiendo que en esa noche ritual los límites se trasgredían sutilmente, Aimé abrió el tema de
su pasado.
-Hijo mío, tu disfraz me recuerda al padre de Kaled.-
Conociendo de antemano el simbolismo de su disfraz, Ulco guardó silencio.
-Esta noche estoy recordando de manera especial a aquel caballero herido que resurgió de
sus cenizas y al fruto de aquel furtivo encuentro.- Dijo refiriéndose a su primogénito.
Aimé no habló más pues sus ojos se humedecieron. Sin hacer juicios sobre aquella historia,
Ulco agregó:
-Resurgió gracias a lo que tú le entregaste.-
Después el rey buscó algo entre sus ropajes: El papel arrugado que contenía la lata oxidada.
El Mago ya se acercaba a ellos.
Era tiempo de intervenir.
-¿Reconoces esto madre?-
-¡Oh! ¿De dónde has sacado esto?-
Sin decir nada el hechicero ofreció los lentes mágicos a Aimé y entre líneas leyó:
“Siendo mi madre una diosa del amor y mi padre un ave fénix, mi reino tenía que ser de otro
orden”.
-Tienes que leer esto.- Dijo Aimé pasándole los lentes a Ulco.
“Si no has podido verme es porque tu cordura te lo impide”.
Ambos voltearon a ver al Mago como pidiéndole una explicación, a lo que el hombre con su
voz profunda respondió:
-En esta noche ritual todo puede suceder.-
Mientras tanto, Lamsay platicaba con Kristen.
-Me da gusto que mi madre haya asistido a la fiesta y ¡qué decir de su atuendo!-
-Llegó muy temprano para pedirme mi disfraz del año pasado. Luce hermosa vestida de
amazona.-
-Mi padre estaría feliz de verla.-
-Sin duda alguna querida. Y ¿qué me dices de Lilán? Se ve tan diferente.-
Sabiendo que una gran pérdida conduce al Valle Desolado, expresó:
-A su ritmo se está transformando.-
Una ráfaga de aire fresco sopló y Lamsay fue por algo para cubrirse. Tomó una copa de lo que
parecía vino y se alejó un poco de la multitud para caminar por los jardines que estaban llenos
de rosales. En ese breve retiro la reina de ojos de jade hizo un recuento de lo que había sido
su vida en el último año y se dio cuenta de cuánto había aprendido acompañada de tantos
personajes mágicos.
Se sentía más ligera y comenzaba a tener certeza. De pronto una hermosa paloma blanca se
posó sobre una rosa, la reina sonrió al recordar a Abuca; el ave parecía querer decirle algo.
-¿Qué pasa pequeña?- Le preguntó sintiéndose un poco aturdida por lo que acababa de
beber.
La paloma voló bajo por lo que entendió que debía seguirla.
Llegaron hasta un hermoso árbol cargado de granadas, el tronco parecía estar hecho de tela,
por lo que la reina lo tocó para darse cuenta de que ese árbol era la entrada a un estrecho
lugar.
Paso a paso avanzó hasta llegar a un valle verde. Bajando una pequeña ladera, encontró un
círculo formado por arbustos donde había una pequeña abertura para entrar. Caminó
despacio como atraída por algo y entonces la vio. Era una mujer rodeada por un halo de luz
brillante. Su rostro era apacible, su mirada compasiva y su sonrisa gozosa. Estaba vestida con
una túnica blanca y sobre sus hombros colgaba una capa de color azul claro con estrellas
plateadas. Sus pies descalzos estaban tocando la tierra.
-¡Has llegado! Bienvenida seas.- Dijo la Mujer Celestial, ofreciendo sus manos juntas con las
palmas hacia arriba como formando un receptáculo.
Lamsay la miraba sin poder articular palabra.
-Sé que te costó mucho trabajo llegar hasta aquí. Sé todo lo que tuviste que pasar, conozco
de tu dolor y de tus lágrimas; de tu fragilidad y de tus miedos; de tus heridas y tus cicatrices.-
Algunas lágrimas rodaron por el rostro de la mujer de ojos de jade.
-También tengo conocimiento de que algunas veces te perdiste en el camino; otras más te
desviaste con la intención de descansar un poco y hubo momentos en los que creíste
desfallecer. Un par de veces retrocediste y muchas más tropezaste pero siempre tuviste la
fuerza para seguir adelante.-
-En los peores momentos me sentí cobijada por algo, contenida por algo invisible; es difícil de
explicar.- Murmuró la reina.
La mujer luminosa se quitó su capa y extendiéndola como un manto la sobrepuso en los
hombros de Lamsay, quien sintió aquella sensación de cobijo y contención. En ese instante se
dio cuenta de que era aquel manto el que la había resguardado tantas veces.
-¡Eras tú!-
-Sí era yo, cuidando de ti.-
-¿Por qué tendrías que hacer algo así, con tanta devoción y entrega?-
-Me honraste cada vez que fuiste una madre incondicional; una amante entregada; una
amazona valiente y una chamana compasiva. Cada vez que danzaste al ritmo de tu feminidad
sagrada, ofreciste tu luz que disipó las tinieblas de otros; con cada lágrima fecundaste nuevas
semillas y la Tierra se regocijó por ser fértil; cada vez que aceptaste el dolor en vez de
negarlo, aminoraste el peso de la cruz del mundo; cada vez que creíste que todo era posible,
escuchaste la sabiduría de todos aquellos que fueron enviados para guiarte; dejaste que el
deseo de tu corazón te guiara al Camino de la Unidad y es ahí, sólo ahí, donde puedes
descubrir el diamante de las mil luces que llevas dentro.- Respondió la mujer del manto.
Lamsay se conectó con aquella mirada misericordiosa y entonces reconoció el amor maternal
que habitaba en aquel ser lleno de luz y que era un reflejo del amor solícito que ella misma
llevaba dentro; profundamente conmovida, cayó sobre sus rodillas y levantando la cabeza,
buscó nuevamente sus ojos para confesarle:
-Hay cosas que todavía me cuestan trabajo.-
La mujer acercó su delicada mano al corazón de la reina. El diamante que llevaba dentro
comenzó a brillar con destellos de diversos colores.
-El diamante de las mil luces… Cada rayo es una promesa. El rayo azul te dará fe; el amarillo,
certeza; el morado, aceptación; el verde, compasión; el naranja, gozo; el rojo, perdón y el
blanco, paz. Los colores cambiarán y se combinarán sin cesar ofreciéndote diferentes dones.
Cada vez que la duda te abrume, pregúntale a tu corazón, éste siempre te dará una respuesta
amorosa y por lo tanto correcta.- Aseveró la Mujer Celestial al tiempo que caminaba hacia
atrás antes de desaparecer.
Sintiendo sólo su respiración, la reina regresó en silencio por el camino estrecho. Al salir del
árbol fue grande su sorpresa al encontrarse con el Mago.
-¿Cómo estás Lamsay?-
-Bien, gracias aunque un poco mareada. Te estuve buscando.-
-El licor de lagarto que bebiste es muy fuerte pero pronto te sentirás mejor.-
-¿Licor de lagarto?-
-Sí, bajo sus efectos, puedes moverte entre dos mundos, pero bueno, yo te estaba esperando
para entregarte esto.- Dijo el hombre dándole un sobre.
Lamsay abrió la carta que decía:
Convocatoria al próximo Aquelarre
Al cobijo de la luna llena en el Bosque de los Cedros.
Cuando la monarca levantó la mirada, el Mago ya no estaba; por lo que regresó a la fiesta sólo
para despedirse y darse cuenta de que le había alcanzado para abrazarlos a todos.
Tras haber vuelto a su reino después del baile, Lamsay había estado pintando en la torre
retocando aquel viejo cuadro de su familia.
-No sé por qué no terminé este cuadro.- Pensaba mientras daba suaves pinceladas.
Curiosamente para que el cuadro estuviera completo faltaba el retrato de sí misma. La reina
recordó cómo había sacado del fango a la pequeña Lamsay y comenzó a pintarla con cuidado
y esmero.
Algo en su corazón se avivaba al trazo de sus verdes ojos y de su largo cabello. Un gozo la
llenó de súbito al colorear sus mejillas y sus labios. Después de varias horas de trabajo dio el
toque final al cuadro matizándolo con algunas sombras, entonces la reina sonrió recordando el
encuentro con su sombra en el laberinto. “Dejaré que seque un poco”. Se dijo mientras bajaba
de la torre a buscar algo de beber.
Merién se encontraba en la mesa de la cocina muy entretenida.
-¿Qué haces hija?-
-Coloreo. Doré me regaló este cuadernillo.-
-A ver, déjame ver, pero ¡qué hermosas figuras!- Exclamó al ver unos círculos.
-Me encanta ver cómo se van formando las siluetas. Me imagino que quieren decirme algo, es
como irme a otro mundo lleno de sorpresas.-
-A mí me pasa lo mismo cuando pinto mis óleos.- Dijo Lamsay sentándose al lado de Merién.
Ambas se quedaron conversando amenamente; más que como madre e hija como dos amigas
que tenían en común el don de la creatividad. La reina se dio cuenta de que Merién ya
danzaba en el ciclo de la feminidad sagrada y con un gozo en el corazón regresó a la torre.
EL PERGAMINO MÁGICO.
Capítulo XXII
Algunas semanas pasaron. Era tiempo de asistir al aquelarre. Sin sospecharlo siquiera
Lamsay había sido convocada junto con otras mujeres para recibir un importante mensaje.
En aquella mágica noche, la luna llena brillaba más que nunca y bajo su cobijo se llevaba a
cabo la Apertura del Gran Sello.
Una fogata hecha de ramas de abedul ya ardía al centro del círculo que formaba los tótems y
sobre el fuego un caldero contenía un humeante brebaje con olor a canela. Todo estaba
dispuesto. Los tambores pulsaban a un solo ritmo; el de la Creación.
Mujeres de diversos lugares acudieron al llamado, algunas llegaron puntuales, otras tantas
retrasadas.
Aunque Lamsay no sabía bien qué hacer, se sentó en silencio sobre la tierra húmeda a
observar aquella escena que la hipnotizaba.
De pronto apareció una vieja mujer escoltada por otras más jóvenes.
-La cuenta regresiva ha iniciado, ya no hay retorno. ¡El tiempo ha llegado!- Dijo la chamana
alzando sus brazos al cielo.
Las percusiones subieron de tono; el fuego se avivó con una ráfaga de aire; la tierra se
reblandeció con el agua que llegaba de la fuente. Cuatro elementos estaban presentes.
-¡Es tiempo de despertar! ¡Despierten! ¡Es tiempo de trabajar, sanadoras de almas!
Recuerden que fueron dotadas de un don especial desde tiempo inmemorial, ha llegado la
hora de utilizarlo, de ponerlo al servicio de los demás. -
-Honren a la chamana, a la amazona, a la madre y a la hechicera que las han precedido;
contacten su ciclo de feminidad sagrada ahora, son guardianas de lo eterno femenino.-
El corazón de Lamsay latía con fuerza como avivado por el fuego y en su pensamiento
aparecía una sola palabra: ¡Sí!
-Quien no quiera empoderarse de su don, puede retirarse ahora pero recuerden que lo llevan
inscrito en la base del alma, en el útero y el pecho.-
Algunas mujeres se alejaron, aún portadoras del misterio, no se sintieron preparadas. La luna
se eclipsó.
-Lo único que pueden hacer ahora es creer que pueden hacerlo.-
A lo lejos, los lobos aullaban, siendo testigos del rito nocturno y extrañamente Lamsay se
sintió llena de paz.
-De ahora en adelante cada una se convertirá en una sacerdotisa, hija de la luna.-
Un brebaje con sabor a canela, pasó de boca en boca en un recipiente de madera.
Acto seguido las mujeres se pararon a danzar descalzas sobre la tierra recordando sus raíces
conectadas a lo profundo del Reino de lo Profundo y más allá.
-Tienen la responsabilidad de ser un puente entre lo visible y lo invisible.-
Algunas lloraron, otras rieron, otras más entraron en éxtasis.
-Están revestidas de un poder que viene de lo Alto.- Decía la gran sacerdotisa al tiempo que
imponía sus manos para permitir que la energía sanadora se depositara en las hijas de la
luna.
-Vayan a devolverle la esperanza a millones de almas perdidas. Ayuden a otros a encontrar su
diamante.-
-El sello ha sido abierto. Inlak´ech.- Dijo finalmente la vieja sabia para terminar el ritual.
Un súbito movimiento se sintió en la tierra.
-¡Ésa es la señal! ¡Han abierto el sello!- Exclamó el Mago en su castillo flotante.
Todos los convocados gritaron llenos de júbilo. En ese momento sagrado sin saberlo las hijas
de la luna hacían resurgir la esperanza que guiaría a todos a una Nueva Tierra.
El aquelarre ya había terminado. Lamsay fue de las últimas en retirarse; regresó a su reino
llena de gozo pues ahora tenía la certeza de ser una Iniciada que podría colaborar en el plan
cósmico del Maestro.
A la mañana siguiente un rayo de sol, la despertó muy temprano. Subió rápidamente a la torre
a buscar el cofre de cedro donde guardara el libro que le dejara Abuca. “Es tiempo de leerte”.
Se dijo llevando consigo el libro.
Dispuso de una mesa y una silla cómoda bajo la sombra del gran ahuehuete. También había
llevado en una jarra de porcelana, el té de flores que tanto le gustaba y un pedazo de tarta de
manzana y arándanos que ella misma había preparado. Se acomodó en la silla y
abrió el libro.
INTRODUCCIÓN
Durante el eclipse total de sol, el más grande en muchas décadas, en cada uno de los reinos
apareció un manuscrito. En el “Castillo de los Laberintos” fue un minotauro quien entrego a
Ángela un sobre color plata con un listón índigo.
-Lo han mandado desde muy lejos.- Dijo la criatura partiendo en seguida.
En el “Castillo de las Mil Hojas”, ocurría algo parecido. Fue entregado el mismo sobre color
plata con el listón índigo en manos de Lavi por un centauro, quien partió de igual modo sin dar
ninguna explicación. Cada una de las amigas siguió las instrucciones que venían dentro de tan
singular sobre. Debían acudir al bosque a las seis, con atuendo de algodón en color blanco
para que les fuera permitida la entrada, también debían llegar por el Poniente siguiendo el río
gris y en el momento en que éste cambiara de color debían atravesarlo.
Era la única manera en que los seres que ahí habitan permitirían la entrada a su “Bosque
Prohibido”.
Intuyendo que de algo trascendental se trataba, se dispusieron a seguir las instrucciones. Lavi
tomó un hermoso vestido blanco bordado con hilos de seda, se calzó cómodamente y partió.
Ángela por su parte refunfuñaba un poco. “¿De dónde sacaría un vestido blanco de algodón?”
Tomó un peto completo, una especie de pijama; era lo único que tenía a la mano con las
características descritas en el sobre. Así salió apresurada del laberinto.
Al llegar a la hora estipulada, por el Poniente se encontraron las dos amigas. Sorprendidas se
vieron fijamente y cuando iban a comenzar la charla apareció el principio del río, acompañado
de un ruido muy fuerte y una oleada de viento que prácticamente las empujó al camino.
Separadas por el río iban una con la otra como queriendo escoltarse en aquel trayecto
iluminado solamente por la luna llena. Sabían que no venían solas, no sólo se acompañaba la
una de la otra, una jauría de lobos venía tras ellas. Mientras no perdieran el contacto visual
todo parecía marchar bien pero en los momentos en que ni la luna podía alumbrar donde
pisaban, sus corazones se estremecían y trataban de llamarse con voz más alta la una a la
otra.
-¿Me escuchas?- Preguntó Lavi un tanto temerosa.
-Perfectamente. No te preocupes, nadie se tomaría la molestia de traernos hasta acá para
vernos morir y los lobos que vienen detrás no han aullado todo estará bien.- Contestó Ángela.
Lavi sintió un poco de calma. Siguieron el camino hasta que el río se tiñó de un verde muy
profundo, éste se abrió como invitándolas a entrar en él. La mirada de complicidad de aquellas
amigas las hizo entrar al mismo tiempo. Recorrieron durante unos minutos el nuevo camino,
se alcanzaba a ver a lo lejos una especie de criatura sentada en un trono. Al llegar donde la
criatura, la cual dejaba ver sus grandes ojos rojos como si fueran de fuego, nada amenazantes
pero sí imponentes; las amigas se quedaron quietas y calladas esperando a ver qué
sucedería.
-Acérquense.- Pidió aquel ser con una voz melódica.
-Es importante que pongan toda su atención aquí y ahora.-
Lavi y Ángela dieron un paso al frente tratando en verdad de concentrarse en lo que seguía.
-Tienen una misión importante que solamente haciéndola juntas trascenderá. Con pergaminos
y papeles inexistentes, tintas de diferentes tonos, plumas de todas las aves, caligrafía de dos
tipos y mensajeros distintos tendrán que empezar.-
Ángela volteó a ver a Lavi, con sus profundos ojos negros tratando de ver en ella las
respuestas que tenía; como pidiéndole una señal de que entendía lo que estaba sucediendo.
Lavi a través de su mirada calmó a su amiga, haciéndole saber que entendía de lo que se
trataba.
Afinando la voz para atraer la atención de las mujeres continuó la criatura:
-Es necesario que recorran juntas de regreso el bosque donde encontrarán muchas criaturas
de diferentes clases; así probarán que pueden incluso desde lo más oscuro trabajar. Y si no
nos hemos equivocado llegarán al otro lado entendiendo cuál es la misión.-
Ahora los ojos grises de Lavi voltearon hacia su amiga para encontrar el mismo consuelo, ella
debía saber a qué se refería ahora la criatura, ya que ella no había entendido de qué
demonios hablaba.
La mirada de Ángela y una señal que hizo con las manos provocó que soltaran una especie de
risa, incluso el ser enseñó un poco su dentadura, tal vez porque también sonrió. Se abrió una
especie de camino. Ellas podían ahora platicar, estaban a la mitad del “Bosque Prohibido” y
hablaban de cómo habían recibido el mismo sobre y de qué nueva aventura era esa. Mientras
caminaban Lavi explicó a Ángela que la criatura del trono quería que escribieran tal vez juntas,
por eso hablaba de tintas y pergaminos; también explicó a su amiga que eso no sería cosa
fácil pues caminar en aquel bosque no sería sencillo. Ella había leído cosas terribles que les
pasaban a quienes osadamente se habían atrevido a cruzarlo.
-¡Quedan locos!- Exclamó.
-¿Estás segura de que se trata de escribir?- Preguntó Ángela un tanto atormentada.
-Sí eso creo, aunque no sé la clase de escritura, si hay que atravesar el “Bosque Prohibido”.-
Contestó Lavi un poco asustada.
-Andando.- Dijo la mujer del peto.
Caminaron un poco en lo que las ideas comenzaban a surgir y casi sin darse cuenta se habían
puesto ya de acuerdo en lo que querían escribir. Así planearon con entusiasmo un nuevo libro,
cuando de pronto apareció un hombre elegante bien parecido, quien se paró enfrente de ellas
y les dijo:
-¿Y de quién será el logro? ¿Quién obtendrá el reconocimiento de este gran proyecto? ¿Quién
de las dos decidirá la historia y cómo se irá desarrollando?-
Y con una risa exagerada y burlándose de ellas siguió por su camino disfrutando de las caras
de ambas mujeres. Surgió un silencio incómodo, largo y frío hasta que una de las amigas
expresó con sabiduría:
-No será tarea fácil pero, si en verdad queremos cumplir la misión encomendada tendremos
que ceder y abrir el corazón a las ideas de la otra.-
Se dieron un gran abrazo como sellando un pacto. Siguieron el sendero que en algunas partes
se hacía muy estrecho y peligroso; pasaron algunos puentes colgantes y aunque tropezaban
de repente se tenían la una a la otra para ayudarse. Habían formado una gran hermandad.
Se encontraron con los tramposos quienes hablaron con cada una de ellas con la intención de
sembrar más que dudas, pues sabían que ese era terreno fértil para implantar en cada una de
ellas diferentes semillas venenosas y esperar para ver si crecían alimentadas por sus
divisiones o morían al no recibir ningún tipo de atención. Tropezaron con burlones, incrédulos,
falsos amigos, dementotes y ¡hasta dragones! Eso era ya suficiente ¿cómo se supone que
debían vencerlos? ¡Si eso era cosa de caballeros! Lo que vendría estaba totalmente
manipulado por malhechores quienes mostraban atajos muy distintos para las dos
pretendiendo también una división.
Finalmente alcanzaron a ver a lo lejos un trono, grandioso deslumbrante y con la silueta de
alguna de ellas.
-¿Quién es? No alcanzo a ver.- Se preguntaba una a la otra ya cansadas y exhaustas.
-De verdad no alcanzó a ver.-
La luna llena que las seguía sigilosa finalmente al verlas agotadas de tantas pruebas que
habían logrado superar, decidió alumbrar aquel trono quitando toda clase de visiones y
dejando al descubierto a quién pertenecía esa silla real. Ambas se miraron con gran alivio,
sonrieron y festejaron con una especie de danza. Lavi sabía que de esa manera sellaban
también un gran pacto. Y aunque a Ángela no le gustaban tanto esas cuestiones del baile y
menos vestida con tal atuendo, se dejó llevar por Lavi quien también había hecho un gran
esfuerzo durante el recorrido, por caminar entre las tinieblas confiando absolutamente en su
gran amiga.
Sabían que el logro de ambas sería coronado por la feminidad sagrada. El trono pues
pertenecía a cada persona que lograra entender que sólo equilibrando los principios femenino
y masculino el mundo tendría esperanza.
Salieron del negro bosque y cada una partió a su castillo para comenzar el gran proyecto.
Cada una llevaba consigo un trozo de madera que habían arrancado del gran trono para
recordar en momentos difíciles que trabajaban para llenar aquel trono sin saber todo lo que
esto implicaba.
CAPÍTULO I
En un punto indefinido del inmenso universo, el Tiempo y la Sincronicidad charlaban
amenamente mientras esperaban la señal del Maestro. De pronto con polvo de estrellas se
formó un ramillete de luz dorada.
-Es momento de actuar.- Dijo el Tiempo.
-Elegiremos aquel reino.- Señaló la Sincronicidad en el espejo cósmico.
-Es el reino de Anacrón.-
-Según la señal, allá debemos dirigirnos donde la magia y el misticismo tienen libertad
absoluta.-
-Excelente elección. En aquel reino podré conjugar las líneas y divertirme un poco.- Aseguró el
Tiempo mientras rascaba su larga barba.
Y así llegaron de manera invisible... Escogieron vivir debajo del gran ahuehuete que
delimitaba la propiedad y así poder sin ser vistos, observar la historia de la reina Lamsay, una
mujer de mediana edad cuyo palacio estaba detrás del segundo bosque llamado “El Verde
Olivo”.
-¡Es el libro de mi vida!- Exclamó Lamsay interrumpiendo la lectura.
De pronto comprendió las miradas llenas de complicidad de Ángela y Lavi. Una vez más, la
Sincronicidad tejía sus hilos invisibles para que las historias se entrelazaran. Lo que Lamsay
no sabía en ese momento era que el mismo camino mágico que había emprendido aquella
tarde que salió corriendo después de haber discutido con el rey; también lo habían recorrido
las escribanas pues el misticismo que las caracterizaba despertó al escribir el libro de su vida,
por tal motivo decidieron titular a su manuscrito: El Pergamino Mágico.