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El constitucionalismo como límite al poder arbitrario

A primera vista, pareciera que el constitucionalismo es para el derecho y la


democracia un factor de limitación para el ejercicio del poder soberano; en otras
palabras, pareciera que el constitucionalismo se identifica con el ejercicio del poder
sobre la sociedad y la limitación de sus facultades de autogobernarse en términos
de lo que establece la teoría de la democracia, pero esto no es necesariamente así.

El artículo de Roberto Gargarella plantea una posibilidad interesante acerca de las


instancias en las que encuentran puntos de coincidencia entre el constitucionalismo
y la democracia, pero también hace una clara crítica al constitucionalismo acerca
de las limitantes subyugantes a la democracia y al autogobierno de la sociedad; en
cierta medida, sus críticas parecieran certeras, pues hace una descripción de todas
las cuestiones que esgrimen los constitucionalistas hacia el ejercicio del mismo en
las sociedades, así como también las críticas de la democracia por sobre el anterior.

Dicho esto, Gargarella hace una clara referencia del porqué el constitucionalismo
no es el camino correcto a seguir en el marco del gobierno que una sociedad debe
perseguir. Es cierto que los fines que persiguen ambas teorías son opuestos, en
diversos puntos se contradicen enérgicamente (principalmente en el ejercicio del
poder), tal y como lo declara el mismo Gargarella, pero su estudio parece limitar los
puntos del constitucionalismo al mero acuerdo de voluntades de la propia sociedad
a someterse a un texto supremo que debe observarse indistintamente.

Sin embargo, en cuanto a la democracia, la única referencia evidente en su texto


acerca de los peligros que puede representar el ejercicio democrático, se limita a
decir que los ejercicios populares pueden ser un factor de legitimación de regímenes
autoritarios, mediante la voluntad popular inequívoca; incluso pone de relieve dicha
problemática al hacer referencia a gobiernos como el de Pinochet, o el mismo Hitler.

Y ello es el punto de partida de nuestro ensayo, porque poco importaría hacer un


estudio más detallado del constitucionalismo cuando el autor, Roberto Gargarella,
hace una descripción más o menos detallada de lo que representa dicho postulado,
y aunque hace falta profundizar más, es de suma importancia dejar en claro cuáles
son los peligros que subyacen en la democracia y la voluntad popular, si es que se
toma esta como el camino ideal en el ejercicio del poder soberano.

En primer término, es importante establecer que, a nuestro punto de vista, el autor


del artículo tiene una ligera pero visible inclinación hacia el ejercicio democrático del
poder, y el rechazo al constitucionalismo por considerar que las constituciones son
producidas por determinados personajes en atención a las necesidades que le son
inherentes a las épocas en las que se producen, por lo que critica abiertamente el
ejercicio del constitucionalismo.

Ahora bien, ¿por qué el constitucionalismo? Esta pregunta se pretende responder


a través de un estudio deductivo a través de la crítica a la democracia, es decir,
establecer por qué la democracia no necesariamente representa la vía más idónea,
quedando reducido al constitucionalismo como fuente del ejercicio del poder.
Principalmente, vale decirse que el constitucionalismo es una filosofía jurídica más
actual que la propia democracia, por lo que en términos del principio de lex posterior
derogat anterior, el constitucionalismo suele tener mejores bases que la
democracia.

La democracia es concebida como la residencia del poder soberano en la sociedad


y el autogobierno, por lo que tiende siempre a ser una filosofía altamente mutante y
dinámica, y aunque esto puede tener cierta validez en el campo de las ciencias
sociales, no siempre suele ser el camino correcto. Padece principalmente la
democracia de ser una herramienta que puede degenerar en regímenes
dictatoriales, tal y como lo establecía Polibio en los tiempos de la Grecia antigua, la
democracia puede generar en lo que se conoce como oclocracia o, mejor dicho,
en el gobierno de la demagogia.

La democracia, como herramienta de gobierno donde el poder reside inicialmente


en la población, sin embargo, mucho se ha criticado la falta de preparación o del
necesario conocimiento de las características de la misma sociedad, de sus
necesidades y particularidades atendiendo a la época en que se estudie, y ello es
siempre un factor latente de degeneración de la democracia. Múltiples autores,
como Platón, Roseau, Adam Smith, entre otros, han sido críticos acerca de los
peligros que acompañan a la democracia en el ejercicio del poder soberano,
siempre atendiendo a lo que se mencionó anteriormente: la degeneración del
régimen democrático.

Sin embargo, ello no es el único problema del que padece el régimen democrático,
pues también, y tal como lo estableció Gargarella, suele utilizarse en no pocas
ocasiones el ejercicio democrático como una herramienta de legitimación de
gobiernos autoritarios y dictatoriales; no es necesario analizar con mucha
profundidad como diversos personajes de la historia humana, han utilizado la
democracia como una herramienta para legitimar las acciones a las que someten
su régimen, aún y cuando estas sean claramente injustas: Pinochet en Chile, Hitler
en Alemania, Stallin en la URSS, incluso regímenes modernos como Castro en
Cuba, Kim Jong-Un en Corea del Norte, entre muchos otros.

La historia nos ha dejado en claro que la democracia no siempre suele ser utilizada
en la mejor manera y que, en la mayoría de las ocasiones, degenera en regímenes
demagógicos que tenderán, inevitablemente, a convertirse en gobiernos
autoritarios. Sin embargo, ante los excesos de la democracia degenerativa, el
constitucionalismo cobra sentido, pues es precisamente dicha herramienta jurídica
que limita las acciones supuestamente democráticas de personas que utilizan dicho
término para justificar ciertas acciones.

El constitucionalismo limita el ejercicio del poder a través de un texto supremo al


que deben, independientemente de su posición, sujetarse todas las personas que
residen en determinado espacio geográfico y en determinado momento histórico.
Sin embargo, ello no significa que el constitucionalismo sea de facto, la herramienta
perfecta para el ejercicio soberano, pues es cierto que las constituciones son
producidas en condiciones distintas a las que se esgrimen como texto legal
supremo.

Quizá uno de los cambios que debería sufrir, sí o sí, el constitucionalismo, es su


rigidez en el texto, optando por la dinámica social, y la adaptación de sus términos
y disposiciones a las condiciones y necesidades que exige la sociedad en un
momento histórico distinto al que fueron producidas en principio.

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