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Dicho esto, Gargarella hace una clara referencia del porqué el constitucionalismo
no es el camino correcto a seguir en el marco del gobierno que una sociedad debe
perseguir. Es cierto que los fines que persiguen ambas teorías son opuestos, en
diversos puntos se contradicen enérgicamente (principalmente en el ejercicio del
poder), tal y como lo declara el mismo Gargarella, pero su estudio parece limitar los
puntos del constitucionalismo al mero acuerdo de voluntades de la propia sociedad
a someterse a un texto supremo que debe observarse indistintamente.
Sin embargo, ello no es el único problema del que padece el régimen democrático,
pues también, y tal como lo estableció Gargarella, suele utilizarse en no pocas
ocasiones el ejercicio democrático como una herramienta de legitimación de
gobiernos autoritarios y dictatoriales; no es necesario analizar con mucha
profundidad como diversos personajes de la historia humana, han utilizado la
democracia como una herramienta para legitimar las acciones a las que someten
su régimen, aún y cuando estas sean claramente injustas: Pinochet en Chile, Hitler
en Alemania, Stallin en la URSS, incluso regímenes modernos como Castro en
Cuba, Kim Jong-Un en Corea del Norte, entre muchos otros.
La historia nos ha dejado en claro que la democracia no siempre suele ser utilizada
en la mejor manera y que, en la mayoría de las ocasiones, degenera en regímenes
demagógicos que tenderán, inevitablemente, a convertirse en gobiernos
autoritarios. Sin embargo, ante los excesos de la democracia degenerativa, el
constitucionalismo cobra sentido, pues es precisamente dicha herramienta jurídica
que limita las acciones supuestamente democráticas de personas que utilizan dicho
término para justificar ciertas acciones.