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Antonio REGALES
(Universidad de Valladolid)
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falta la frontera clara entre el individuo y su entorno natural, lo mismo sucede entre la
naturaleza y la cultura.
La concepción del tiempo en la Edad Media se plasma expresivamente en las
portadas de las iglesias. Frente a nuestra concepción moderna, que ve en el tiempo una
sucesividad (concepciones como la del epicicloide no han calado fuera de la ciencia y la
filosofía), en la portada medieval se encuentran en un mismo plano nuestros primeros
padres, el Juicio Final, el Nacimiento de Jesús, la Pasión del Señor y probablemente
algún santo de otra época histórica. Más que la sucesividad histórica, lo que interesa al
hombre medieval es enseñar las grandes verdades de la religión, máxime en una época
en que la mayoría de los fieles eran analfabetos. Algo de esto sucede también, v.gr., con
la Crónica de los emperadores. Lo que interesa al autor no es la sucesividad histórica,
sino la distinción agustiniana entre emperadores y papas guote y ubele, “buenos” y
“malos”.
La conciencia arcaica es antihistórica, y la Edad Media conserva algo de ella. El
recuerdo de los acontecimientos se elabora a lo largo del tiempo como un mito. Los
acontecimientos se convierten en categorías y los individuos en arquetipos. Lo nuevo
carece de importancia, sólo se busca en ello lo que lleva al origen de los tiempos. Parece
vivirse fuera del tiempo. Apenas hay diferencia entre el presente y el pasado. El pasado
tiene mucho de eternidad. La vida se inserta en ese sentido de la eternidad y cobra así
un sentido nuevo y más elevado. Con el paso del paganismo al cristianismo estas
concepciones no desaparecieron, sino que quedaron remitidas al fondo de las
conciencias.
Los días no se dividían en horas de la misma duración, sino en horas diurnas y
nocturnas. En verano las horas diurnas eran más largas que las nocturnas y en invierno
sucedía al revés. La razón es que el día y la noche se fijaban por la salida y la puesta del
sol. Hasta los s. XIII y XIV los relojes eran un raro objeto de lujo. Imaginémonos por
un momento que sería de nuestro mundo si por ensalmo desaparecieran los relojes y
tuviéramos que utilizar velas para medir el tiempo o toques de campana a laudes y
matines. El día y la noche estaban marcados también por contenidos ético-religiosos. La
noche es el símbolo del mal y del pecado. El demonio suele utilizar la noche, con su
oscuridad, para sus más peligrosas andanzas. El día equivale a la vida y la noche a la
muerte. Algo similar sucede con el verano y el invierno.
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indiferencia respecto al tiempo. No es que el tiempo les fuera indiferente, sino que eran
poco receptivos para los cambios y el desarrollo. El hombre medieval se siente inmerso
en la tradición, en la estabilidad, en la repetibilidad y, sobre todo, en la eternidad.
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Referencias bibliográficas
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