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FUNDAMENTOS DE LA FE CRISTIANA

El objeto de este currículo, una vez estudiada la doctrina de Dios, es llevar al


estudiante a la Doctrina del Hombre y sus relaciones con Dios. Los aspectos
propiamente antropológicos, desde una perspectiva que combina ciencia y
teología, se verán en la materia de antropología en el plan de estudios de Facter.
Por eso en general nos limitaremos más bien a dar los rudimentos de la Doctrina
del Hombre en una perspectiva teológica integral.
1. Doctrina del hombre
Del relato bíblico se desprende que el hombre, término aquí no restringido
únicamente al varón, sino utilizado como designación del ser humano en
general sin distinción de género, es el punto culminante de la creación
de Dios. El pronunciamiento de Dios en cuanto al resultado de su obra de
creación se encuentra inserto en el relato del Génesis sobre los orígenes en
dos oportunidades el tercer día (Gén. 1:9, 12), una vez en el cuarto (Gén. 1:18),
una vez en el quinto (Gén. 1:21), y una vez en el sexto (Gén. 1:25), y es
siempre el mismo: “Y Dios consideró que esto era bueno”.
Pero únicamente al final del sexto día, cuando ha concluido su obra de creación
y ésta se encuentra ya completa, coronada magistralmente con la creación del
ser humano (Gén. 1:26-30), éste pronunciamiento se intensifica para indicar
que lo hecho, visto en su conjunto, no es solamente bueno, sino: “… muy
bueno” (Gén. 1:31). ¿Qué sucedió, entonces, para llegar a lo que vemos hoy y
a través de toda la historia humana, que no podría de ningún modo catalogarse
ni siquiera en el mejor de los casos como muy bueno? Para responder a ello la
tradición reformada distingue tres motivos que subyacen siempre en la
revelación bíblica y que moldean toda la teología cristiana. Estos tres
motivos son: Creación, Caída y Redención.
En relación con el ser humano estos tres motivos podrían traducirse,
siguiendo el comentario del Dr, Campbell Morgan al Génesis, con tres
palabras claves y equivalentes, en su orden: Generación, Degeneración y
Regeneración.
1.1. Generación
La creación o generación del ser humano es de tal singularidad en el
relato bíblico al contrastarla con la creación de los demás seres de la tierra
y del universo en general, que le confiere al hombre una superior y
especial dignidad al poseer características únicas o exclusivas no
compartidas de ningún modo por el resto de seres relacionados en el relato
de la creación. Esta dignidad especial procede del hecho de que el ser
humano es el único ser de quien se dice que fue creado a la “imagen y
semejanza” del mismo Dios (Gén. 1:26-27), y también el único de quien
se afirma que Dios “sopló en su nariz hálito de vida” (Gén. 2:7).
No entraremos aquí en la discusión del significado exacto de la expresión
“imagen y semejanza”, pues algunos comentaristas distinguen entre ambos
términos haciendo precisiones algo especulativas y forzadas sobre cuál
sería la imagen y cuál la semejanza de Dios en el ser humano. Los
católicos, con base en estas distinciones sostienen, por ejemplo, que
cuando el hombre pecó perdió la semejanza, que sería la justicia y
santidad original como reflejo de la justicia y santidad divinas, pero retuvo
la imagen, que consistiría entonces en las facultades humanas naturales
incluidas en la noción de “persona” con las que el ser humano nace y que lo
distinguen drásticamente de los demás seres vivos que no poseen
personalidad, a diferencia de Dios, del ser humano y de los ángeles (que
ameritan tratamiento aparte en la teología).
Otros comentaristas, a los cuales optamos por seguir, no hilan tan
delgado y prefieren ver la imagen y la semejanza como simples
términos intercambiables que reiteran la misma idea, a pesar de que,
con posterioridad a la caída, el término “imagen” parece preferirse en el
relato bíblico a su complemento “semejanza” (ver Gén. 9:6; 1 Cor. 11:7; St.
3:9, exceptuando únicamente Gén. 5:1), pero no parece que deba
interpretarse como si después de la caída la semejanza se hubiera perdido
mientras se conservaba la imagen, sino que debe verse como una simple
alusión sintética a la expresión “imagen y semejanza” revelada en el
Génesis, de donde la imagen incluiría también la semejanza, como es
evidente en Génesis 1:27.
Antes de enumerar y considerar grosso modo las facultades
exclusivas del ser humano, producto de la imagen y semejanza
divinas, que lo distinguen de los demás seres vivos, hay que decir que,
sin perjuicio de todo lo que el ser humano comparte con ellos, las
diferencias entre aquel y estos no son diferencias simplemente
cuantitativas o de grado, sino que son cualitativas, es decir de
diferente calidad, clase o categoría. En otras palabras, no es
simplemente que el ser humano es, por ejemplo, más inteligente que
cualquier otro ser vivo (diferencia de grado), sino que su inteligencia es de
tan singulares características que no admite ni siquiera comparación con la
inteligencia de los animales superiores (diferencia de clase), pues es una
inteligencia de un tipo eminentemente diferente y posee rasgos por
completo ausentes en los animales superiores.
Se consideran, pues, reflejos de la imagen y semejanza de Dios en el ser
humano las siguientes facultades humanas:
 Capacidad de razonar (la razón es algo exclusivo de la inteligencia
humana, ausente por completo de los animales superiores)
 Capacidad para expresar sus pensamientos y elaborar nuevos
pensamientos por medio del lenguaje articulado, hablado en primera
instancia, pero también escrito.
 Una conciencia clara y distinta de sí mismo, de su individualidad y de
su distinción del entorno en que se encuentra (conciencia del yo).
 Conciencia moral o capacidad innata para distinguir el bien del mal
 Libertad. Dentro de este concepto encontramos la capacidad de
deliberar, elegir, decidir y responder por sus actos, lo cual nos lleva a las
siguientes facultades humanas.
 Voluntad autodeterminada
 Capacidad de amar
 Responsabilidad
 Espiritualidad. Conocimiento intuitivo y anhelante por la inmortalidad, o
más exactamente, por la trascendencia; es decir, la posibilidad de
relacionarse con Dios en términos concientemente personales.
Dando ya por sentada la doctrina de la Trinidad que revela una pluralidad
de tres personas subsistentes en la indivisible unidad esencial de Dios
(tema tratado ya en la materia de Teología Básica), la teología también ha
visto tradicionalmente reflejada una pluralidad en unidad en la
constitución del ser humano, como parte de esa imagen y semejanza
divinas que en mayor o menor grado se proyecta en nosotros.
Históricamente han existido al respecto dos posturas:
1.1.1. Dicotomía
Esta postura distingue dos elementos constitutivos en el ser
humano: uno material: el cuerpo; y otro inmaterial al cual podría
llamársele indistintamente alma o espíritu. Si bien es cierto que en
numerosos pasajes bíblicos, −sobre todo del Antiguo Testamento en
donde las distinciones entre ambos términos hebreos son muy vagas
y ambiguas−, el término “alma” puede muy bien intercambiarse con
“espíritu” sin que implique una diferencia clara entre ellos, como lo
señalan acertadamente los creyentes dicótomos, no siempre es así,
pues hay pasajes en donde se da a entender una diferencia
sustantiva entre ellos que no se puede obviar y son estos pasajes los
que brindan apoyo a la postura tricótoma que veremos enseguida.
Por otra parte, las objeciones que los cristianos dicótomos
plantean a los cristianos tricótomos pueden ser resueltas sin
abandonar la tricotomía. Mientras que la dicotomía plantea
problemas de más fondo para la comprensión bíblica de la
condición humana en toda su dignidad. Es así como, con todo y
que la dicotomía reconoce una pluralidad dual (material e
inmaterial) en la unidad constitutiva del ser humano y está, por
tanto, muy lejos del materialismo unidimensional propio de la ciencia
y el pensamiento secular moderno; esta dualidad no es análoga o
equivalente a la pluralidad divina que se revela en la Trinidad. Y
si Dios plasmó en el ser humano su imagen y semejanza sería
lógico esperar que esta pluralidad en unidad propia del ser
humano sea análoga a la pluralidad en unidad propia de Dios.
Además, la postura dicótoma tiene dificultades para precisar
entonces en qué se diferencia el ser humano de los animales
desde el punto de vista constitutivo, pues éstos también poseen
un aspecto material: el cuerpo, y uno inmaterial, el principio vital
conocido como ánima o alma (de donde viene la palabra animal). Y
no explica entonces por qué se menciona de manera particular y
exclusiva a Dios soplando hálito de vida sobre el ser humano
únicamente, hecho que no tendría razón de ser o no significaría nada
cualitativamente diferente para el hombre si éste consistiera sólo en
cuerpo y alma, como los animales.
Paradójicamente, la postura dicótoma niega explícitamente espíritu a
los animales, pero al no distinguir claramente entre el espíritu, como
algo propio del ser humano y ausente en los animales, y el alma
como algo común a ambos; se ve ante la disyuntiva de o tener que
negarles también el alma a los animales para atribuirla al ser humano
con exclusividad, algo que no pueden hacer sin desvirtuar el uso de
este término en la Biblia y sin traicionar la misma etimología,
desarrollo, uso y significado actual de la palabra alma y de la palabra
animal1, o de asignarles un alma que no se diferenciaría
cualitativamente en nada del alma humana, de ser alma y espíritu
términos bíblicos que pueden ser sistemáticamente intercambiables.

1
Aunque hay que reconocer que la etimología castellana de la palabra “alma” hace referencia al
latín y no al hebreo que reserva el término hebreo nephesh (traducido como “alma”) no sólo al ser
humano, como se afirma también más adelante al abordar el alma en el marco de la tricotomía.
Es por eso que, a diferencia de los católico romanos oficialmente
dicótomos, los protestantes que suscriben la dicotomía material-
inmaterial en el ser humano diferencian a pesar de todo entre alma y
espíritu, aunque no afirman que esta diferencia sea sustantiva sino a
lo sumo meramente funcional. Es decir que a la parte inmaterial del
ser humano sería más adecuado llamarla espíritu cuando se
menciona en el contexto de la relación del ser humano con Dios,
mientras que se llamaría alma cuando se menciona en el contexto de
la relación del ser humano con el mundo en el que se encuentra.
Sea como fuere, todos los cristianos (dicótomos o tricótomos)
reconocen que el ser humano no es meramente materia o
cuerpo físico y que como quiera que se entienda, éste posee un
aspecto material (el cuerpo) y uno inmaterial (el alma y/o el
espíritu), independiente de que algunos de ellos (dicótomos
radicales) no distingan entra alma y espíritu, mientras que otros
hagan distinciones apenas funcionales o contextuales entre
ambos términos (dicótomos moderados), en contraste con los
tricótomos que hacemos distinciones claras y sustantivas entre
ambos términos.
Por último, los creyentes dicótomos están en mayor peligro que los
tricótomos de caer en un dualismo al estilo de la antigüedad griega
que veía una oposición irreconciliable entre materia y espíritu, siendo
la materia mala y el espíritu bueno, en contravía con la revelación
bíblica que considera que toda la creación material de Dios es buena,
según lo leíamos repetidamente en el Génesis, ratificado en el libro
de Eclesiastés (Ecl. 3:11; 7:29). De hecho, a los señalamientos que
los dicótomos dirigen a los tricótomos en el sentido de que la noción
de tricotomía es una idea griega introducida artificialmente en el
cristianismo por los Padres griegos, −idea si no equivocada, si por lo
menos inexacta y que debe ser matizada de una manera menos
simplista−, se puede anteponer igualmente la facilidad con la que
ideas procedentes del dualismo griego de los gnósticos pueden hallar
acogida en contextos dicótomos poco ilustrados.
Por eso, ya sea que se suscriba la dicotomía o la tricotomía,
siempre debemos recordar que el pensamiento bíblico enfatiza
ante todo la unidad del ser humano, de donde la dicotomía o
tricotomía pueden a lo sumo distinguir pero nunca separar al ser
humano en los elementos constitutivos identificados dentro de cada
una de estas posturas. Y en el propósito de expresar la unidad del
ser humano hay que decir que la palabra “alma” es la que tal vez
posee el sentido más amplio para hacer referencia a esta unidad con
mayor frecuencia, siendo así que en muchos casos la mención del
alma humana incluye no solo el alma en sí misma en su significado
teológico más restringido, sino en un sentido más existencial, abarca
también al cuerpo y al espíritu humanos convergiendo juntos en la
noción de vida, como puede observarse en multitud de pasajes
bíblicos en donde alma es sinónimo de vida humana.
1.1.2. Tricotomía
La postura tricótoma que suscribimos distingue tres elementos
constitutivos en la unidad del ser humano: uno material: el
cuerpo; y otros dos intangibles o inmateriales: el alma y el
espíritu. Se apoya para ello, entre otros, en pasajes como Hebreos
4:12: “Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más
cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más
profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y
juzga los pensamientos y las intenciones del corazón”, pero en
especial en 1 Tesalonicenses 5:23: “Que Dios mismo, el Dios de paz,
los santifique por completo, y conserve todo su ser espíritu, alma
y cuerpo irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo”.
Sin perjuicio del hecho de que en otros pasajes el alma y el espíritu
humano puedan ser términos intercambiables entre sí, es muy difícil
negar que en estos pasajes en particular el alma y el espíritu son
realidades distintas que, al decir del apóstol Pablo, convergen
ambas, junto con el cuerpo en la constitución unitaria e individual
del ser humano. Un principio fundamental de interpretación
bíblica es que si dos o más pasajes bíblicos hablan del mismo
asunto, pero uno de ellos añade algo adicional y detallado al
otro más genérico, vale la añadidura.
Por eso es que no se puede argumentar que por el hecho de que en
múltiples pasajes bíblicos tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamento el alma y el espíritu humanos no se distingan entre sí de
manera clara, entonces cuando esta distinción se hace explícita y
clara deban subordinarse los pasajes específicos y claros sobre el
tema a los pasajes más generales y ambiguos. La tricotomía es,
además, una expresión más fiel y concreta de la “imagen y
semejanza” divinas en el ser humano, pues así como Dios es
trino, el ser humano es tripartito de manera análoga.
Y justifica de paso el que Dios haya soplado sobre el ser humano
hálito de vida para otorgarle una vida cualitativamente diferente a la
de los demás seres vivos, una vida que no se limita a lo anímico, sino
que incluye la espiritualidad procedente del soplo divino traducido en
el espíritu humano que perdura más allá de la muerte para volver a
Dios en su momento (Ecl. 12:7). Veamos, pues, estos tres
componentes del ser humano a vuelo de pájaro:
1.1.2.1. Cuerpo. Llamado en griego soma (de donde vienen
palabras como somático) fue formado del polvo de la tierra
(Gén. 2:7). Es la parte propiamente material, visible y
palpable del ser humano. La extensión física de su ser
inmaterial, vehículo de todo lo que el hombre hace hacia
fuera en el mundo natural. Se expresa a través de los
sentidos.
1.1.2.2. Alma. En griego psiqué (de donde vienen palabras como
psicológico, psíquico, etc.). Con ella se alude a la vida
natural propiamente, es decir, aquella que es el objeto de
estudio de la biología y que abarca tanto al ser humano
como a los animales, ambos designados en la Biblia con el
término “alma”, como puede deducirse del uso que el
Antiguo Testamento hace de la palabra hebrea nephesh
(traducida también de manera habitual como “alma”),
referida indistintamente a seres humanos y animales. Y sin
perjuicio de las diferencias cualitativas entre el alma (vida)
humana y el alma de los animales, en cualquier caso es el
alma la fuente de donde surgen, y en donde residen y
se manifiestan las tres facultades conocidas como
mente, emociones y voluntad.
1.1.2.3. Espíritu. El soplo divino en el hombre, que se conoce en el
hebreo como ruash y en el griego como pneuma. En ambos
casos significa, según el contexto, espíritu o viento, soplo.
En el Nuevo Testamento es evidente que la comunión
consciente y personal con Dios sólo es posible a través del
espíritu, aunque a la postre y en virtud de su unidad,
todo el ser del hombre, espíritu, alma y cuerpo, pueda
participar de ella. Es el espíritu el que confiere al ser
humano sus facultades especiales exclusivas
superiores y cualitativamente diferentes a las de los
animales, debido a ello englobadas comúnmente con el
término “espiritualidad”.
Ahora bien, los dicótomos argumentan en contra de la tricotomía
planteando dos objeciones básicas a la misma. En primer lugar la
Biblia se refiere a aspectos humanos evidentemente inmateriales con
términos como “corazón”, “mente”, “voluntad” y “conciencia”, pero el
pasaje de Pablo en Tesalonicenses no los incluye, de donde, o el
pasaje no es realmente tan exhaustivo o incluyente como se
pretende cuando Pablo se refiere a “todo su ser”, o estos términos
son hasta cierto punto intercambiables con “alma” y “espíritu”, por lo
cual estos últimos también podrían ser igualmente intercambiables y
no reflejar una distinción sustantiva entre sí, sino únicamente
expresar diferentes matices o facultades de la misma y única realidad
inmaterial del ser humano.
En segundo lugar, la analogía entre la tricotomía humana y la
Trinidad divina en la cual el espíritu humano correspondería al Padre,
el alma al Hijo y el cuerpo al Espíritu Santo (en un evidente
contrasentido), trasladaría a Dios equivocadas relaciones jerárquicas
y de subordinación entre las tres personas de la divinidad al hacer al
Padre superior al Hijo por cuanto en la tricotomía popular el espíritu
sería superior al alma; a la vez que el Padre y el Hijo serían
superiores al Espíritu Santo, por cuanto en la tricotomía popular el
espíritu y el alma serían superiores al cuerpo.
Como respuesta a la primera objeción debe sostenerse que el
apóstol Pablo manifiesta expresamente que su descripción
tripartita del ser humano es exhaustiva y completa, pues al
mencionar el espíritu, el alma y el cuerpo, previamente ha dicho que
estos tres elementos constituyen todo nuestro ser. El pasaje no está
transmitiendo la idea de reiteración, a la manera del paralelismo
típico del pensamiento y la literatura judía en donde se enfatiza una
idea previa repitiéndola enseguida de formas diferentes; sino que
transmite la idea de descripción o relación de los elementos o
aspectos sustantivos que constituyen el ser del hombre.
Por lo tanto, el hecho de que “mente”, “corazón”, “voluntad” y
“conciencia” no se mencionen aquí no puede utilizarse como
argumento en contra del carácter exhaustivo y completamente
incluyente de esta descripción. Entre otras, porque los tricótomos
creemos que el alma consta a su vez de mente, emociones y
voluntad, así que estas tres facultades inmateriales del ser humano
están abarcadas por el término “alma”.
Pero el punto es que los dicótomos no pueden hacer inferencias
fundadas en presunciones tácitas e implícitas para negar lo que el
pasaje afirma de manera expresa y explícita. Por otra parte, es
igualmente factible que cuando encontramos pasajes bíblicos
que utilizan alma y espíritu como términos intercambiables, la
intención del autor sagrado no es hacer descripciones
exhaustivas del ser humano como la que hace Pablo, sino
reiterar y hacer alusión con indistintos términos afines a la
constitución inmaterial del ser humano.
Como respuesta a la segunda objeción basta decir que las
analogías pueden tener cierta utilidad gráfica para ilustrar,
ordenar y comprender algunas ideas difíciles, abstractas y
complejas; pero una analogía no hace nunca completa justicia a
la realidad que pretende explicar. Por tanto los tricótomos somos
conscientes de que no se pueden trasponer arbitrariamente
detalles de la analogía utilizada (el ser humano) a la realidad que
aquella pretende reflejar (Dios), más allá de la declarada
intención que persigue la analogía, que es simplemente señalar
en el hombre una característica de su ser que refleja y se
asemeja a un aspecto característico del ser de Dios como lo es
la Trinidad y no encontrar equivalentes precisos en los
elementos de la analogía entre Dios y el hombre.
Además, el hecho de concebir al ser humano como una tricotomía no
obliga a subordinar o a ver al cuerpo como inferior al alma y/o al
espíritu, a no ser que se identifique sistemáticamente al cuerpo con
lo que la Biblia llama la carne, identificación que no encuentra
sustento bíblico, pues la carne (llamada naturaleza pecaminosa en la
NVI) es una tendencia o inclinación al pecado con la que nace el ser
humano en su unidad integral (ver el pecado original en el siguiente
capítulo) y nada en la Biblia permite afirmar que la carne opere
exclusivamente en el cuerpo al punto de poderse identificar con él.
Por el contrario, la carne o naturaleza pecaminosa influye
negativamente en la totalidad del ser humano, es decir, tanto en
su cuerpo como en su alma, e incluso en su espíritu (con minúscula,
en alusión directa al espíritu humano individual); siempre en
oposición a la influencia positiva del Espíritu (con mayúscula, en
alusión directa al Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad.
Ver Gal. 6:7-8), y no está, por tanto, circunscrita a ninguno de
estos tres componentes del ser humano en particular.
Quien asocia la carne con el cuerpo exclusivamente está
evidentemente influido por el dualismo griego ya mencionado y
no entiende que el ser humano es una totalidad o un
microcosmos que por conflictivo, dividido y desgarrado
internamente que se encuentre (St. 4:1-3), siempre converge en
últimas en la unidad centrada del individuo que la Biblia llama
corazón2, que es el que tipifica el carácter personal del
individuo.
En otras palabras cuando un ser humano peca, peca todo él y no
sólo su cuerpo, su alma o su espíritu. Y cuando un hombre acierta en
la práctica de la virtud, acierta también todo él y no su espíritu
únicamente. Por eso útiles y comprensivas analogías como aquella
de Justino Mártir que dice: “Como el cuerpo es la casa del alma, así
el alma es la casa del espíritu”, deben, de cualquier modo, verse de
manera crítica y con beneficio de inventario una vez se han sometido
de manera metódica a la revelación bíblica. De igual modo hay que
hacerlo con ilustraciones antiguas como la que comparaba el cuerpo
a una carroza, el alma a los caballos que tiran de ella y al espíritu con
el conductor de la misma, pues si la carroza se desboca puede
deberse por igual tanto a su propio impulso, al ímpetu de los
caballos, y/o a la impericia o insensatez del conductor
indistintamente.
La postura tricótoma está recibiendo apoyo incluso de la
ciencia, pues la llamada “logoterapia” o “terapia existencial” del
psiquiatra judío Víctor Frankl, sobreviviente de los campos de
concentración nazis y considerado el padre de la tercera escuela de
psicoanálisis de Viena, después de Freud y Adler brinda sólido
soporte a la tricotomía, como se verá en su momento con más detalle
en la materia de psicología incluida dentro del programa de estudio.
1.2. Degeneración

2
La concepción del “corazón” propia del romanticismo moderno se ha terminado imponiendo
artificialmente a la Biblia, de donde muchos piensan que el corazón hace referencia en la Biblia,
en oposición a la razón, a la parte afectiva, emocional o pasional del ser humano,
tradicionalmente asociada de manera simbólica (y a veces nefastamente literal) al órgano del
corazón. Pero en la Biblia el corazón designa mucho más que los afectos, sentimientos o
emociones, incluyéndolos de cualquier modo. En la Biblia el corazón es lo que el psicoanálisis
llama el ego de la persona.
La caída en pecado de nuestros primeros padres, representantes
legítimos de todo el género humano en el Edén, trae como consecuencia
la degeneración de la imagen y semejanza de Dios plasmadas en el ser
humano. No entraremos aquí a detallar las consecuencias inmediatas de la
caída según se lee en el capítulo 3 del Génesis. Baste decir que todas las
relaciones del ser humano se vieron negativa y drásticamente afectadas: su
relación con Dios, su relación con su prójimo, su relación consigo mismo y
su relación con la naturaleza. El deterioro, el antagonismo, el conflicto, el
temor, la animosidad, el ansia desbordada de dominio y de poder y el
engaño comienzan a marcar y a manchar todas estas relaciones buenas en
principio. Sin hablar de la muerte y la condenación eterna a la que el
hombre se hace merecedor.
Sin embargo, la imagen y semejanza divinas en el hombre no se ha
perdido. Sigue presente en todo ser humano al margen de su
condición. Aunque esté encubierta, manchada, distorsionada, deformada,
malograda, degradada sigue de todos modos presente. El pecado puede,
y de hecho lo hace, desfigurar la imagen divina y empañar severamente
su brillo, pero no puede destruirla definitivamente. La imagen podrá
estropearse gravemente, pero nunca borrarse del todo. El ser humano
caído sigue, a pesar de ello, ostentando una dignidad especial. Toda
vida humana, aún la más envilecida, es por tanto valiosa y sagrada y
no se puede disponer de ella arbitrariamente (Gén. 9:6). No sólo por ser
un don divino, sino porque de algún modo ella es en sí misma un reflejo de
la vida divina. El valor de los seres humanos, aunque se encuentren caídos
en pecado, degenerados; sigue descansando en la gloria misma de Dios.
Por eso R. C. Sproul dice: “Si no hay gloria divina, no hay dignidad
humana”. Ya se ampliará este punto al abordar la doctrina del pecado.
1.3. Regeneración
Dios no desecha al pecador. Podría hacerlo y estaría obrando en plena
justicia y en pleno derecho, pero no lo hace así. No lo deja a su propia
suerte para que termine con mucha probabilidad envilecido por completo.
Por amor, considera que el ser humano no es un caso perdido y se
toma el trabajo de regenerar lo degenerado. De hecho “regeneración” es
el nombre de una doctrina central del cristianismo asociada a la salvación
llevada a cabo por el Señor Jesucristo. Por eso sólo señalamos aquí que
esa regeneración únicamente pudo llevarla a cabo Dios mismo, pues
ningún ser humano caído está en condiciones de sobreponerse por sí
mismo a la influencia perniciosa del pecado fomentado dentro de sí mismo
por la carne y exteriormente por Satanás, ni de revertir las consecuencias
nefastas que el pecado acarrea sobre el género humano y el universo en
general, ni de reparar la grave ofensa que el pecado representa para Dios y
su justicia. Sólo Dios pudo hacerlo en la persona de Jesucristo.
Por eso este tema será ampliado al abordar la doctrina de la redención
que, de manera inevitable y hasta necesaria, se superpone a la doctrina de
Cristo ya abordada de manera rápida en la materia Teología Básica y que
será ampliada en su momento con mayor detalle y profundidad en la
materia de Cristología incluida en el plan de estudios.
Cuestionario de repaso
1. Ser que representa el punto culminante de la creación de Dios
2. Motivos que subyacen a lo largo y ancho de la revelación bíblica y moldean
toda la teología cristiana
3. Facultades exclusivas del ser humano que lo distinguen cualitativamente de los
demás seres vivos
4. Diferentes posturas teológicas que han coexistido a través de la historia acerca
de los distintos elementos que constituyen al ser humano
5. Aquello en que están de acuerdo los cristianos dicótomos y tricótomos, sin
perjuicio de sus diferencias
6. ¿Cuáles son los términos griegos y/o hebreos para designar el cuerpo, el alma
y el espíritu?
7. Elementos que conforman el alma según la postura tricótoma
8. Útiles y comprensivas analogías o comparaciones utilizadas desde la
antigüedad cristiana para explicar cómo se relacionan el cuerpo, el alma y el
espíritu humanos en el marco de la postura tricótoma.
9. Corriente psicológica actual que brinda apoyo a la postura tricótoma desde el
campo de la ciencia.

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