Sunteți pe pagina 1din 26

jr

\ fl>
/

^‘$ara Sefchovich
¿SON MEJORES LAS MUJERES?
La violencia

El término violencia se refiere a un am plio rango de situa­


ciones. Hay muchos grados y niveles de ella, y se puede
considerar violencia desde las críticas y la desaprobación
hasta los castigos, desde los insultos verbales hasta los
maltratos físicos, desde el no dar afecto y en cam bio dar
rechazo y abandono hasta la violencia sexual, desde ofen­
der y coaccionar hasta perjudicar, desde h acer presiones
emocionales y exigencias eco n óm icas h asta por supuesto
el asesinato. Escribe Freud en E l malestar de la cultura: “L a
pulsión agresiva se satisface explotan d o las capacidades de
trabajo del prójimo, aprovech án d olo se x u alm e n te sin su
consentimiento, hum illándolo, o c a sio n án d o le su frim ien ­
to, martirizándolo y m atán d o lo ”.45 S e g ú n el Diccionario
UNESCO de Ciencias Sociales, se c o n sid e ra v io le n c ia “ a un
comportamiento caracterizado p o r el e je rc ic io de la fuerza
para ocasionar un daño o lesión a o tra p e r s o n a ” .46
“La violencia en la familia", pon en cia en Tercer C o n g re so N a c io n a l de
Terapia Familiar, Asociación M exican a de T erapia Fam iliar, o ct. 1990.
184

Según R egina Bayo, los orígenes de la violencia doméstica


se pueden h allar en las costum bres sociales, en razones
psicológicas y h asta en causas genéticas — o como dice
la autora “en causas con stitucion ales, hereditarias o cul­
turales”— ,47 y según H aydée Birgin, existe “porque a las
mujeres se les niega su carácter de sujetos de derecho”.48
Es decir, la v iolen cia no es un problem a de cada indivi­
duo, ni cada persona lo puede resolver por sí sola. Es un
problem a de tipo social, con m últiples causas, y como tal
hay que atenderlo.
“Situación actual de los derechos de las mujeres en M éxico” , conferencia
en Foro Internacional Derechos Humanos de las Mujeres y Filantropía,
17-19 de mayo de 2003.

A principios de 2007, se hizo pública con bom bos y plati­


llos la Ley G en eral de A cce so de las M ujeres a una Vida
Libre de V iolencia. U n a s sem an as después de su entrada
en vigor, se acercó a m í u n a m ujer a la que el marido gol­
peaba sin piedad una y otra vez. L a m andé a la delegación
correspondiente a su dom icilio del Instituto de la Mujer
del D istrito Federal, d on de la aten dieron , y con su inter­
m ediación se llegó al acuerdo de que el hom bre debería
aban donar el h ogar conyugal. A u n q u e lo hizo, de todos
m odos siguió persiguién dola y acosán d o la, esperándola a
la salida del trabajo o a la en trad a de la escuela de los
hijos. H asta que u n a m adrugada se m etió por la fuerza al
cuartucho que le servía de v iv ie n d a y se le fue encim a a
golpes y p atad as. L a m ujer salió corrien d o a pedir ayuda y
en con tró u n a p atru lla a la que le relató la situación. “Uy,
n o señora, n osotro s n o p o d em o s h a ce r n ad a. T ien e usted
que ir a tal y tal lugar a le v a n ta r u n a c ta ” , fue la respuesta.
Por supuesto, era im p osible a esa h o ra trasladarse al sitio
in d icad o y so lo la in te rv e n ció n o p o rtu n a de los vecinos
la salv ó a e lla y a sus h ijo s de alg o peor.
¡A y sa n ta A g n e s H eller, sa n N o rb e rto Bobbio, san
P ietro B arce llo n a! ¿N o n os h a b ía n d ich o ustedes que la ley
ex iste p ara p o n erles u n d iq u e a los d eseo s ilim itados de los
185

individuos y poder vivir en sociedad? ¿Y que es obligatoria


y vinculante para todos? ¿No nos habían asegurado que las
instituciones son la “instancia decisoria del ordenamiento
social” y que ellas están allí “para dirimir los conflictos” ?49
Y sin embargo, a esa mujer no le sirvieron de nada las
magníficas leyes e instituciones que en México protegen
a las mujeres de la violencia de sus maridos.
Que hablen los datos:
Según la Procuraduría General de la República y la
Comisión Nacional de los Derechos Humanos, en una de
cada tres familias hay violencia física contra la mujer y
hay una mujer agredida cada 15 segundos.50 El Centro de
Atención a la Violencia Intrafamiliar reportó que 93%
de las personas que solicitan sus servicios son mujeres,
y del 7% restante, la mayoría son niños menores de 12
años o ancianos.51
La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las R e­
laciones en los Hogares afirma que 67% de las mujeres
en México ha sido objeto de algún tipo de violencia,
y que dos de cada diez mujeres señalaron haber sufrido
agresiones físicas que les provocaron daños permanentes
o temporales.52
Es decir que, con todo y la Ley General de Acceso
bla bla y con todo y la puesta en marcha del Sistema N a ­
cional de Prevención, Atención, Sanción y Erradicación
de la Violencia contra las Mujeres, que existe para vigilar
la puesta en práctica de esa ley y en general de políticas
públicas sobre la materia, los datos dejan ver que la vio­
lencia aumentó casi un punto porcentual.
En un estudio hecho por el Consejo Nacional para
Prevenir la Discriminación se hace evidente la gravedad
de esta situación, pues cuando se les preguntó a las mujeres
cuál era su mayor sufrimiento, la mayoría respondió que
la violencia familiar, poniéndola por encima de la pobreza
y la falta de trabajo.53
“Las grandes mentiras nacionales: la violencia contra las mujeres”, Ibero,
Universidad Iberoamericana, abril de 2011, p. 12.
186

La Com isión Económ ica de N acion es U nidas para América


Latina elaboró en 2009 un inform e que resume bien el
principal problem a que enfrentan en el siglo XXI las muje­
res del continente: si bien en los últim os diez años se han
experim entado avances que reconocen los derechos de las
mujeres y conden an la v io len cia m achista, en la práctica
esas norm as no se aplican, y el m altrato, abuso y discrimi­
nación no h an dism inuido de m anera significativa. Según
el diario español El país: “L a im punidad de los agresores
sigue siendo la peor pesadilla de las mujeres” .54 Nuestro
continente es una de las zonas m ás peligrosas del mundo
para las m ujeres, tan to por el m altrato com o por el alto
porcentaje de abusos sexuales en el entorno familiar.
“El maltrato a las mujeres”, El universal, en preparación.

Pues sí, estuve varios días h ospitalizada, por golpes y


contusiones.
Desde el principio el tipo estuvo agresivo, pero nunca
me imaginé la golpiza. Durísim a. Y porque sí, nada más
porque le dio su regalada gana. M e pegó todo el tiempo
que quiso y si no me m ató es porque no se le antojó. Yo
no me podía defender, estaba h ech a una bola de adolorida.
N i siquiera pude gritar. S o lo lloraba y me tapaba la cara y
luego perdí la noción. D esperté en el piso de la cocina, él
se había ido, me dio gusto estar viva. Todavía se me notan
algunos m oretones y una cicatriz en el labio.
Capítulo 28, Demasiado amor, México, Alfaguara, 2010, pp. 112-113.

El feminicidio es un asunto cada vez más grave. En lo que


va del año h an aparecido m uertas 97 mujeres jóvenes
que fueron violadas, torturadas, m utiladas y asesinadas
sin que h asta hoy el G o b iern o h aya m ovido un dedo por
resolver el caso. ¿C uántas m ujeres m uertas se necesitan
para que las autoridades h ag an algo?
Monitor, Radio Red, 12 de diciembre de 1997.
187

entidades del país. Esos datos son del O bservatorio


Ciudadano N acional del Fem inicidio, según el cual los
crímenes de género se recrudecen día con día a pesar
de la promulgación de la ley a favor de una vida sin
violencia.55
Entrevista para televisión, 25 de abril de 2010.

Mientras celebramos este evento por el Día Internacional


de la Mujer, el Observatorio Ciudadano N acional del
Feminicidio nos recuerda que entre 2009 y 2010 hubo
en solo 11 estados de la república casi 900 asesinatos de
mujeres en el país.56
Entrevista para radio, 8 de marzo de 2011.

El señor Serrano Limón57 se autonombra defensor de los


derechos humanos y la dignidad de las mujeres. Pero
su concepto de dignidad se reduce a un único asunto:
oponerse al aborto. La estrechez de miras de gente como
él hace que permanezcan callados frente a las injusticias
y que solo alcen su voz para llevar agua a su molino. Se
quedan mudos frente a las verdaderas violaciones a los
derechos humanos y a la dignidad de las mujeres que
suceden cotidianamente en el país. No hemos oído a este
señor decir esta boca es mía por lo que está sucediendo
en Ciudad Juárez, donde han aparecido muertas mujeres
jóvenes que fueron violadas, torturadas, mutiladas y asesñ
nadas. Una de ellas fue una niña de diez años que volvía
de la escuela a su casa, y cuando se le exigió justicia al
gobernador Francisco Barrio, respondió: “Bueno, hay que
reconocer que estaba descuidadita, tenía caries”. Este
mismo gobernador, cuando se le pregunta por las mujeres
asesinadas, responde que no se trata de nada excepcional,
que la situación es normal. ¡Vaya concepto de normalL
dad! Tampoco hemos escuchado a los autoproclamados
guardianes de la dignidad de las mujeres protestar por el
caso de una joven de 16 años que fue violada por tres
sujetos, quienes fueron plenamente reconocidos e incluso
se los detuvo; a pesar de ello, el Ministerio Público los
188

dejó Ubres, con lo cual pudieron dedicarse a amenazar


a toda la fam ilia de la víctim a, que ya había sido sufi-
cientem ente m altratada por los jueces y policías como si
ellos fueran los delincuentes. La tragedia terminó con el
suicidio de la joven.
Desde los asesinos hasta los violadores y desde los
golpeadores hasta los que insultan, todos ellos se saben
de algún modo protegidos, porque saben que atacar a una
mujer no se considera delito. Es como si toda la sociedad
los apoyara en sus fechorías. Por eso todos somos culpables
de estas muertes.
“Francisco Barrio”, El universal, 11 de diciembre de 1997.

C laudia Rodríguez m ató al hombre que pretendía violarla.


M ató en legítim a defensa, pues una mujer tiene derecho
a defenderse de las agresiones. H ace dos días, en una po­
pulosa esquina de la ciudad, un hombre disparó contra un
asaltante que lo quiso robar. A las dos horas estaba libre
porque se consideró justo y correcto que se defendiera. En
cambio C laudia Rodríguez, madre de cinco hijos, esposa
y trabajadora, lleva más de diez meses en la cárcel porque
no se dejó violar.
“Claudia y las causas justas”, El universal, 19 de diciembre de 1996.

Cuando llegué a esa ciudad, después de muchas horas de


carretera, pregunté por el jardín, cam iné hasta allá y me
senté en una banca, debajo de los árboles frondosos. Junto
a mí se sentó un joven de aspecto agradable que vestía
cam isa de franela y pantalón de mezclilla. Empezamos a
hablar. Me contó que era artista y que participaba en una
reunión de becarios del Gobierno que debían presentar los
resultados de su trabajo. Yo a mi vez le platiqué que había
huido de mi casa, que no conocía a nadie en la ciudad y que
tenía hambre. Entonces dijo: Vente conmigo, te compro
café con leche y pan dulce en los portales.
Después de comer, mi nuevo amigo me invitó a su hotel
189

tres pisos por unas escaleras oscuras y nos detuvimos frente


a una puerta de madera, que cedió apenas la tocamos. ¡Cuál
no sería mi sorpresa cuando me encontré con un montón
de muchachos que bebían, fumaban y escuchaban música
a gran volumen! Apenas me vieron, empezaron a aplaudir a
gritar a rugir a aullar: ¡que baile!, se oyó una voz; ¡que baile!,
¡que baile!, empezaron a corear los demás. U n a mano me
empujó al centro del cuarto donde me quedé parada sin
saber qué hacer. Nunca había visto a tantos hombres juntos
y yo allí sólita en medio de todos y sin saber bailar.
Del puro miedo, o tal vez de la pura vergüenza, empecé
a temblar. N o te bagas dijo uno, si a las viejas esto les en­
canta. Y mientras lo decía se me acercaba con su fuerte olor
a sudor y tabaco que basta me hizo voltear la cara. Alguien
me dio un bofetón que me aturdió y alguien me arrancó la
ropa. Luego me tiraron al piso y se me fueron encima. Por
acá este mordía, por allá aquel apretaba, uno jalaba, el otro
rasguñaba. Sentí que me abrieron las piernas y me metieron
algo que me causó dolor. Traté de gritar pero de mi garganta
no salió ni un sonido. Alguien por allí dijo que no fueran
mandados, ¿no ven que la están lastimando? A ti qué te
importa, le contestó un gordo con camisa de cuadros, ni
que fuera tu hermana para tantas consideraciones.
Lo último que recuerdo es que del techo colgaba una
lámpara de cartón grueso en color verde claro.
Cuando abrí los ojos no sabía dónde estaba ni qué
había pasado. En el piso y en la cama dormían hombres
a medio vestir. Yo estaba desnuda y no sentía mi cuerpo.
Pero si trataba de moverme me dolía todo, basta respirar.
Estaba llena de moretones y heridas, de mordidas y ras­
guños, de sangre seca. Las tetas me ardían y el vientre
me quemaba.
“De lo relativo a empezar a vivir” , Vivir la vida, México, Alfaguara, 2010,
pp. 34-35.

Según Patricia Olamendi, las víctimas de violación “no


perciben su situación de la misma manera que quienes son
agredidas por otros delitos, pues las personas que han visto
afectada su sexualidad sufren una fuerte carga emocional y
por lo tanto requieren tratamiento distinto, de funcionarios
sensibles que com prendan que las personas pueden sentirse
agredidas en su pudor y su vergüenza al denunciar y que
se sientan seguras en los casos que tengan que identificar
a sus agresores y en las demás diligencias que implica el
proceso” .58 C om o respuesta a dicha demanda, en 1990 más
de sesenta diputadas de distintas fracciones parlamentarias
entregaron una iniciativa de reforma de ley que planteaba
la necesidad de que se hicieran cambios en la atención a las
víctimas de delitos sexuales. Y desde 1989 se empezaron a
establecer las A gencias Especializadas en Delitos Sexuales
dependientes de la Procuraduría General de Justicia del
Distrito Federal, que se encuentran en varias delegaciones.
C on el tiempo, otras entidades federativas han establecido
agencias similares. Se trata de instalaciones especiales que
atienden estos casos y que operan con personal femenino
tanto de tipo adm inistrativo como médico y psicológico.
Dado lo anterior, resulta inexplicable que la juez titu­
lar del juzgado 47 penal con sede en el Reclusorio Norte
obligara a unas jovencitas, menores de edad, que fueron
víctimas de abuso sexual y privación de la libertad por par­
te de 15 elem entos de la policía m ontada de la delegación
T láhuac, a carearse con sus agresores; además, permitió la
entrada al juzgado de parientes y amigos de los acusados,
quienes insultaban y amenazaban a las víctimas mientras
se llevaba a cabo la larguísima diligencia.
“Contra una juez”, El universal, 25 de febrero de 1999.

E l aborto

Las paredes verdes me ponen nerviosa. El techo verde me


pone nerviosa. L a cam a rechina. L a cobija es muy delga­
da. A sí debe de sentirse en una prisión, en un cuarto de
tortura. L a cam a está dem asiado alta, me cuesta trabajo
191

subir, no me quiero subir. Estoy temblando, tengo frío, ojalá


tuviera otra manta, ojalá fuera un día más vieja, ojalá ya
todo hubiera pasado, nunca hubiera pasado, que no me
duela, tengo miedo, tengo mucho miedo.
¿Cuántas horas llevo aquí. ¿Por qué tanto silencio?
El piso está sucio y helado. ¿Por qué no puedo abrir la
puerta? La cobija huele a polvo, los calcetines están muy
delgados, todo me molesta, todo me deprime.
¿Qué hacer? Ya me enredé en esto, ya pagué los 4 000
pesos, ya no me puedo echar para atrás, ni me quiero
echar para atrás, pero tengo miedo, hace frío. Nadie viene.
¿Por qué nadie viene? ¿Por qué no vienen de una vez y
acaban conmigo? Que no acaben conmigo, estoy sola a
pesar de tu presencia y la de todas las otras compañías allí
afuera. Pero soy yo, en sus manos, manos de hombre, de
salvador, de comerciante, de médico, de amigo-enemigo.
Manos desconocidas, que me abren, me penetran con sus
instrumentos duros y fríos. Manos que me van a devolver
a lo que era antes.
Han pasado horas aquí, siento que han sido horas, no
tengo noción del tiempo, me quitaron todo cuando llegué,
solo estoy en esta bata descolorida y sin botones, con esta
gran soledad que me acompaña.
¿Quién abre esa puerta? ¿Quién viene con una bata
verde y la boca tapada? ¿Quién me lleva, a dónde me
lleva? No quiero que me lleve.
El techo está alto, la inyección preparada. ¿Por qué
me amarran las piernas? ¿Por qué me jalan el brazo? Me
hundo, me estoy yendo, no sé a dónde, no sé qué hacen
conmigo, tengo frío, siento mucho sueño.
“Dos tangos y una samba” , revista fem.} vol. I, núm. 2, enero-marzo de
1977, pp. 18-19.

En julio de 1999, una niña de 13 años llamada Paulina fue


violada. Un delincuente de 25 años se metió a su casa en
la noche y frente a su hermana a la que amordazó y a sus
pequeños sobrinos de uno y cinco años de edad, la atacó
192

con lujo de violencia. Apoyada por su familia, la muchacha


visitó a una ginecóloga que le informó que había quedado
embarazada. C om o el aborto es legal en casos de violación
en las 32 entidades federativas, y como Paulina y su madre
querían interrumpir el embarazo, se solicitó el legrado. Las
órdenes salieron del Ministerio Público al Hospital General
de M exicali, pero allí se detuvieron. Durante los siguientes
siete días en que la niña estuvo internada, las enfermeras
le pasaron videos de fetos despedazados y el director del
hospital le contó historias de riesgos de esterilidad y de
muerte. Luego el mismísimo procurador de Justicia del
estado la llevó en su auto particular a ver a un sacerdote
que la trató de convencer de que cambiara de idea y, como
no lo logró, la amenazó de excomunión. Y al final, los
médicos decidieron por sus pistolas no practicar el aborto,
según el gobernador, por “razones de conciencia”.
La pregunta es: ¿cuál vida protegieron esos señores?
La respuesta es una: la de ese pequeño no, por la manera
como fue gestado y por la manera como llega al mundo y
por lo que en él le espera. La de la muchacha tampoco.
N i la de la familia completa que está desesperada por su
pobreza y por la humillación. ¿Cuál vida defendieron estos
buenos y piadosos señores?
“¿A favor de la vida?” , El universal, 13 de abril de 2000.

En días pasados se hizo pública una noticia estremecedora:


la excomunión, por parte del arzobispo de Olinda y Recife
en Brasil, de la madre de una niña a la que se le practicó
un aborto, así como del equipo médico que llevó a cabo el
procedimiento. La historia es la siguiente: en Pemambuco,
el padrastro de la menor violó en varias ocasiones a la
pequeña desde que tenía seis años de edad, así como a su
hermana de 13. A los nueve, la niña quedó embarazada
de gemelos y con riesgo de muerte (mide 1.36 m y pesa
36 kilos). La ley en Brasil establece que el aborto debe
practicarse a las mujeres víctimas de violación o cuando
la gestante corre peligro de muerte, dos situaciones que
■— 193

se cumplían en este caso, a pesar de lo cual, en opinión


del eclesiástico, “la ley de Dios está por encima de las
leyes humanas”.59
En cambio, al padrastro violador no lo separó de la
Iglesia, porque, en su opinión, cometió un pecado grave
pero que no amerita la excomunión, mientras que el abor-
to sí. Así lo afirmó el eclesiástico: “El estupro (violación
de una mujer virgen que no pasa de cierta edad fijada
legalmente) es menos grave que el aborto”. La regional
nordeste de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil
apoyó la decisión: “Para nosotros siempre prevalece el
mandato del Señor: N o matarás”. También el Vaticano
lo apoyó: el jefe del Pontificio Consejo para la Familia
afirmó que la Iglesia nunca puede traicionar su posición,
y el prefecto de la Congregación para los Obispos declaró
que los gemelos abortados “tenían derecho a vivir” y que
“la excomunión era justa”.
El asunto despertó indignación. Algunos obispos pre­
tendieron explicar y matizar la decisión, y el presidente
Lula da Silva declaró: “Como cristiano y como católico
lamento profundamente que un obispo de la Iglesia cató­
lica tenga un pensamiento conservador como ese”.60
En México, la organización no gubernamental C a­
tólicas por el Derecho a Decidir publicó un desplegado
preguntándose: “¿Cómo puede erigirse en estandarte de
moral una institución que antepone la protección de cri­
minales, violadores y pederastas a la vida y la dignidad de
las niñas y las mujeres? ¿Dónde quedó en esta institución
el ejemplo y la vida de Jesús que predicaba la misericordia
y la justicia para las personas más desprotegidas?”61
Esa misma ONG recordó otros casos de lo que llama
oscurantismo de la jerarquía conservadora de la Iglesia,
como fueron los de Paulina en México, Rosita en N i­
caragua y Ana María en Argentina, en todos los cuales
“puso su moral fundamentalista por encima de la vida de
las niñas que sufren estos abusos y de las leyes civiles que
protegen los derechos humanos de las mujeres”.
194

En efecto, el tema es precisamente este: ¿por qué sigue


existiendo y defendiéndose una concepción de la “justicia”
en la que lo menos importante es la vida de las mujeres
y de los niños?
Algo pasa que eso parece importar poco. Los casos de
curas pederastas son sistemáticamente silenciados e incluso
un obispo, el de Tenerife en España, declaró hace año y
medio que “hay menores que desean e incluso provocan
los abusos sexuales”.62
“El concepto de justicia” , El universal, 22 de marzo de 2009.

Hay quienes creen que defienden la vida al oponerse al


aborto. Pero es exactam ente al revés: defender la vida es
permitir que un niño nazca solamente cuando es deseado
y cuando será bien recibido. Defender la vida es hacer que
las madres puedan elegir cuándo y cómo tener un hijo, para
poder hacerlo en las mejores condiciones para ambos.
“Aborto en M éxico” , El universal, 30 de septiembre de 2004-

La siguiente es una carta publicada en un periódico de la


capital: “Me permito expresar lo que habría hecho de
quedar preñada tras la violación sufrida en mi casa: habría
ab ortado ... U n embarazo significaba algo indigno para un
ser que sin tener culpa muy probablemente traería consigo
una carga genética com o la del hombre que me atacó...
y sería víctim a tam bién de mi propio rechazo... ¿Quién
le habría quitado el dolor de descubrirse y asumirse como
hijo de un delincuente y de una madre que no pudo con
su m aternidad por ser producto del asco, la violencia, la
hum illación y la im punidad?”63
“Tema inagotable” , El universal, 31 de agosto de 2000.

U n debate que ha cim brado a la sociedad mexicana es


el que tiene que ver con la despenalización del aborto,
propuesto por el secretario de Salud del Gobierno federal,64
quien se pronunció por que se iniciara una discusión seria y
responsable a escala nacion al, para conocer lo que opinan
los ciudadanos respecto a un tem a tan delicado.
195

Inmediatamente salieron a la luz tres posiciones: los


que estaban a favor de que se abriera el debate, los que
estaban en contra de que se tocara siquiera el tema, y
los oportunistas que aprovecharon para llevar agua a su
molino político.
Quienes están a favor argumentan que se trata de un
asunto de salud pública, pues los embarazos no deseados
llevan a las mujeres a realizar abortos en condiciones de
ilegalidad y, por tanto, de riesgo, que pueden terminar con
graves complicaciones de salud y hasta con la muerte. Pero
argumentan también que se trata de un asunto de justicia
social, porque solamente las mujeres ricas pueden hacerlo
sin riesgo para su vida.
Lo interesante es el argumento de que el aborto no
es un método de anticoncepción sino solo un último
recurso y que la manera de evitarlo es dando educación
sexual adecuada a las personas, así como acceso a métodos
de anticoncepción que permitan decidir la cantidad y el
espaciamiento de los hijos. La responsabilidad en materia
reproductiva es necesaria para prevenir futuros abortos.
Por su parte, los que se oponen se niegan a que se
abra el debate, afirmando que la sociedad mexicana no
está preparada para tomar una decisión como esta y porque
consideran al aborto una práctica sucia y hasta un crimen
que, según ellos, atenta contra la dignidad de la mujer.
Por último, los oportunistas son quienes un día dicen
una cosa y al otro la contraria, según convenga a sus in­
tereses electoreros muy concretos.
En el debate participaron importantes personalidades
que representaban a las posiciones antagónicas. En desple­
gados en la prensa, declaraciones, entrevistas y programas
especiales de radio y televisión, se hizo consciente a la so­
ciedad mexicana sobre este muy importante tema. Esto ya
de por sí nos habla de una madurez cultural significativa en
la sociedad mexicana que permitió, como diría con lucidez
Carlos Monsiváis, la despenalización cultural del aborto.
“El tema del aborto” , El universal, 8 de octubre de 1998.
196

E l condón

Las instrucciones más recientes que nos quieren dar a


los mexicanos es que no usemos condón. Nos dicen que
porque no es 100% seguro. ¿Acaso sería más seguro ni
siquiera usarlo?
Los más prestigiados organismos internacionales han
hecho estudios serios y han llegado a la conclusión de que
el preservativo es la manera más segura de evitar los em­
barazos no deseados, así como las enfermedades de trans­
misión sexual, desde infecciones leves hasta el sida. Tiene
más de 90% de infalibilidad, sin efectos colaterales dañinos
a la salud y, por si fuera poco, es barato y accesible.
La Iglesia tiene la costumbre de hacer esas cosas: cuan­
do salió la vacuna para combatir la viruela, epidemia que
arrasaba con la población, dijeron que era cosa del diablo
y que no se debía usar. Se han opuesto sistemáticamente a
todas las innovaciones en medicina, ciencia y pensamiento.
¿Por qué insisten en mantener a la gente en la ignorancia?
Ojalá leyeran la Biblia, aquel proverbio que dice que hay
que dejar la ignorancia y avanzar por el camino de la pru­
dencia, o siquiera escucharan la homilía más reciente del
arzobispo primado de México: “El bien moral de un acto
debe determinarse con criterios objetivos”.65
Monitor, Radio Red, 23 junio de 1997.

La carencia de control de la mujer sobre la reproducción


forma parte de las relaciones sociales que determinan su
opresión y la lucha por obtener ese control ha sido una
parte importante de las muchas luchas por los derechos y
la liberación de la mujer.
Eisenstein, Zillah R., (comp.), Patriarcado capitalista... op. cit., p. 99.

E l em poderam iento

De lo que se trata es de que las mujeres sean agentes activos


para transformar las relaciones de poder (incluidas las que
197

tk'iK'n lugar dentro do la familia) y para cambiar la natura-


cea v dirxwion de las hierras que marginan a los sectores en
vksvenraja. A esto las feministas le llaman empodenrmiento y
k' cwiskieran la alternativa a las propuestas y acciones que
van vk' arriba hacia abajo (es decir, desde el poder hasta los
que no lo tienen) y desde lo puramente individual hacia lo
colectivo. Por eso dice Magdalena León que “los procesos de
emjvvaramiento desafian la ideología patriarcal y pretenden
superar la desigualdad de genero”.1*
U «*k.xa iv.' representa la cau$a Je las m ujeresr. Veinte pregun­
tas .t íi Hu&kf mus «xsiNf .k Li /\ire/u presidencial a>n todo y sus
‘vsptarsius acóten em itim os. México. Océano. 2C04. p. 71 y nota 154.

Lo importante de esto del empoderamiento es que las


personas fortalecen su confianza en sí mismas y se atreven
a hablar, a participar y, sobre tevi o, a insistir en que se les
debe incluir.
Curso Teorías Contem poráneas del Cam bio Social, posgrado de la
RTrS-UNAM. segunda' semestre de 2eW

La participación

En América Latina, la lucha de las mujeres se da en varios


planos: están las mujeres que se mueven en el interior de
Lis instituciones oficiales, de los gobiernos y de las agencias
internacionales, que han emprendido reformas que van
desde las cuotas hasta la creación de instrumentos jurídicos,
leves v oficinas encargadas de asuntos de la mujer. También
están las mujeres que hacen obras de caridad y obras sociales
v Je apoyos monetarios a otras mujeres. Y están los sectores
femeniles de los partidos y sindicatos que emprenden ac­
ciones concretas para su beneficio. Y los grupos de amas de
casa y colonas que se organizan en pro de reivindicaciones
que abarcan un amplio espectro en lo más concreto de su
realidad cotidiana. Y están también las feministas.
En este continente, la de las fem inistas es una lucha
diferente a las de las mujeres en los países desarrollados,
198

pues si bien es cierto que tam bién aquí la mujer cumple


un papel fundam ental com o reproductora de la fuerza de
trabajo y de la ideología, su problem ática de opresión se
integra a toda la condición de explotación. En este sentido,
la lucha no puede ser ni individual ni contra los hombres,
sino que se trata de algo más amplio pero que además tiene
que enfocarse sim ultáneam ente en la condición específica
de la mujer dentro del sistema capitalista y patriarcal. Y
por supuesto, la lucha tiene que considerar que cada país
tiene condiciones propias dentro de las cuales se debe
buscar la mejor alternativa.
Así pues, en nuestros países el feminismo y las luchas
de las mujeres tienen una orientación propia y diferente.
Aquí no solo se trata de luchar por la maternidad voluntaria,
entendida como acceso a la anticoncepción y el aborto, sino
contra la esterilización forzada y los proyectos de control de
la natalidad a que han accedido muchos gobiernos. Aquí
no solo se trata de luchar por servicios colectivos como
guarderías, cocinas, lavanderías, sino por servicios comuni­
tarios básicos como agua, luz, vivienda, servicios médicos y
sanitarios en general. A quí no solo se trata del derecho al
trabajo y el derecho al salario por trabajo doméstico sino
del derecho a no trabajar. Aquí no solo se trata de luchar
contra el consumismo sino, por el contrario, de la posibilidad
de acceder al consumo.
“Introducción” , América Latina, la mujer en lucha, Sara Sefchovich (coord.),
fem., vol. III, núm. 12, enero-febrero de 1980, p. 11.

Una tarde en que mi suegra no estaba en casa fui a un mitin.


Amenacé al chofer con el cuchillo de la cocina, obligándolo
a que me llevara a mí y a los niños. Y fue tal mi energía a la
hora de blandir el arma que los demás sirvientes, asustados,
prefirieron acompañamos. ¡Y cómo nos divertimos! Una
parte del trayecto la hicimos en el auto, con montones de
jóvenes subidos en el techo y el cofre y otra parte a pie, cada
uno de mis hijos de la mano de su nana, mientras Arcadio
nos seguía con el refrigerador portátil por si se nos ofrecía
~ ~ 199

un refresco frío. Fuimos brincando con la multitud al ritmo


del “Pío Pío, ningún partido com o el mío, quítense gallinas,
ya vienen los pollos, no les armen lío” .
Por supuesto mi suegra se puso furiosa cuando se
enteró. Dijo: “ ¿que no entiendes que ellos defienden la
sexualidad libre y que proponen repartir condones a todo
mundo y abrir clínicas para atender a los que tienen el sida
que son puros depravados? ¿Que no has oído que están a
favor del aborto?” Y dijo: “espero que tengas conciencia
cristiana y no se te ocurra ni en brom a darles tu apoyo” .
Luego volteó hacia mi m arido y dijo: “José A ntonio, hazla
que entre en razón por amor de D ios” , a lo que él respon­
dió: “N o te preocupes mamá, en este país esos rufianes no
tienen ni la menor oportunidad” .
Por supuesto, cuando llegó el día y fuimos a votar, en
todas las boletas crucé al Partido de la Izquierda Organizada
dándole mi voto a sus candidatos. Y por supuesto, luego
se lo dije a todo mundo: a los vecinos que nos saludaban,
a los parientes con los que fuimos a comer, a las visitas
que pasaron a tomar el té con pastitas a media tarde, a
los sirvientes, a mis hijos y a sus amiguitos. ¡H asta se lo
decía a los que llam aban por teléfono, aunque fueran las
amigas de mi suegra, aunque fueran los colegas de mi
marido, aunque fueran personas que hubieran marcado el
número equivocado! N o señor, aquí no vive ese don Emilio
Mancera al que usted busca, pero permítame aprovechar
para sugerirle que vote por el Pío porque son los únicos
que ofrecen un verdadero cambio. A veces me escuchaban,
otras se ponían ellos tam bién a hablar y las más de las
ocasiones simplemente colgaban. U n día, al empleado de
la nueva com pañía de teléfonos que apenas había entra­
do al país y que llam ó a casa para proponem os que nos
cambiáramos con ellos, le dije que los candidatos de la
Izquierda Organizada nos habían advertido en contra de
la globalización que les quitaba empleos a los mexicanos
y que él debía ser más patriota y dejar de trabajar para
esas transnacionales.
_______ ___ _____ ___________________
------------------ 200

Hasta que vinieron por mí. Fue un lunes, a la hora


del desayuno. José Antonio se había quedado en casa más
tarde que de costumbre pero, aunque me sorprendió, no
hice preguntas.
Entraron por la puerta de la cocina y Mary los condujo
derechito al comedor: dos gigantes vestidos de blanco que
me detuvieron de cada brazo y una mujer que me inyectó.
N o supe más de mí hasta que abrí los ojos en un lugar des-
conocido. Estaba am anada a los banotes metálicos de una
cam a y una luz intensa me lastimaba los ojos. Un hombre
de edad mediana, enfundado también en una bata blanca
se me acercó. Su voz se oía muy lejana aunque estuviera
parado junto a mí. Dijo: “M i querida señora, su familia
está preocupada por usted, por sus ideas extravagantes. Por
eso su distinguida suegra, que es una de nuestras benefac-
toras más ilustres, la ha enviado aquí para que le demos
la atención debida mientras entra usted en razón”.
“De lo que se refiere a ya estar viviendo”, Vivir la vida, op. rit., pp. 84-86.

Leonardo Curzio habla con horror de “los elevados índices


de despolitización de la sociedad” ,67 pues de acuerdo con
datos recientes, 80% de los ciudadanos no se interesan por
la política, es decir, que ocho de cada diez personas “care­
cen de un interés inmediato por el debate público” .68
¿Cuáles son las razones de tal apatía, que se manifiesta
incluso en los altos índices de abstención a la hora de las
elecciones? A mi juicio, principalmente son dos: una, que
nuestros representantes se dedican a pelear entre sí y a solo
llegar a acuerdos cuando se trata de repartirse el pastel de
los recursos y que nuestras autoridades no cumplen con
sus obligaciones y mandatos, de modo que no hay ningún
interés en lo que ellos hacen (al contrario, estamos hartos)
y tampoco ninguna confianza en que sirva de algo participar,
porque jam ás toman en consideración a los ciudadanos.
Dos: estamos demasiado ocupados en resolver nuestra vida
cotidiana, llena de problemas y dificultades, lo que nos
obliga a dejar de lado lo que no tiene que ver directamente
201

con eso. Los ciudadanos estamos en una lucha constante,


dura y difícil contra un montón de adversidades, que lo
son más porque no hay a quie'n recurrir para que escuche,
atienda, resuelva.
Claro que si tuviéramos una participación real en las
cuestiones públicas ello redundaría en una mejoría de nues­
tra vida cotidiana, pero no es fácil percatarse de ello cuando
no hay agua o recolección de basura o no se tiene empleo
y entonces es prioritario resolverlo antes que otra cosa.
De modo, pues, que tiene razón Curzio cuando dice
que la mexicana es una sociedad débil, sin ciudadanía,
entendida — según Maxine Molyneux— como una manera
de problematizar la política y de pensar en las cuestiones
amplias de la pertenencia social, es decir, interés y compromi­
so.69 Y es obvio que esto no puede existir entre nosotros
mientras lo que se necesita es tan básico y elemental que
impide pasar a lo siguiente.
“Sociedad despolitizada” , El universal, 7 de enero de 2008.

Hay mujeres que se integran a las luchas sociales y a los


procesos políticos e incluso a las luchas armadas, no como
feministas sino como parte de grupos que van por otras
reivindicaciones. Es interesante que la mujer participe en
el cambio social aliándose a quienes están en ese combate,
pero si al mismo tiempo no lucha por sus reivindicaciones
específicas, no se va a producir el cambio.
Relatoría de la mesa “ Ideología” , Primer Simposio México-Centroame-
ricano... op. cit.

El voto
Hace cincuenta años que las mujeres mexicanas tenemos
derechos políticos, es decir, podemos votar y ser elegidas.
¿Qué es lo que impulsó a las mujeres a emprender la
lucha por el sufragio?
La respuesta está en la historia de Occidente: el Siglo
de las Luces desem bocó en la Revolución francesa y ella
202

dio lugar a una ideología que conocemos con el nombre


de liberalismo, la cual se planteó no solo la igualdad y la
libertad, sino los derechos del individuo, de todos y cada
uno de los individuos, incluyendo a las mujeres. La lucha
por la ciudadanía se enmarca en esos afanes, aunados a
la posibilidad de mejorar las condiciones de vida de la
gente, que primero se dio gracias a los descubrimientos
científicos y después a la tecnología, que liberó de muchas
tareas físicas a las personas.
Para el último cuarto del siglo X I X , las mujeres ya se
podían dar el lujo de convertir la lucha por el sufragio en
su causa principal. Y quien de ustedes haya visto la pelí­
cula M ary Poppins, recordará que mientras Julie Andrews
cantaba y bailaba con los nifios en el parque, la señora de
la casa salía a las calles a manifestarse a favor del voto.
Nueva Zelanda fue el primer país que permitió, en
1893, votar a las mujeres, aunque no les permitió ser ele­
gidas; esto no sería hasta 1919. En cambio, los Países Bajos
primero les permitieron ser elegidas y solo dos artos después
les dieron el derecho a votar. Australia fue concediendo
el sufragio poco a poco por regiones geográficas, mismo
método que seguiría unos años después Canadá. En 1906,
Finlandia fue el primer país que le dio derechos políticos
completos a las mujeres, sin restricciones como las que
aplicó Suecia de solo votar en cierto tipo de elecciones,
o bien otros países que les exigían estar alfabetizadas o
casadas o tener cierta edad. De allí siguieron Noruega y
Dinamarca, Alemania, Austria, Bélgica, Estados Unidos
en 1920, Inglaterra en 1928. Es curioso que en Inglaterra,
país de la democracia y el liberalismo y las sufragistas, este
derecho se concediera tan tarde, después o casi al mismo
tiempo que países no solo menos adelantados simule pla­
no atrasados, como Purina, que lo tuvo en 1922, Mongnlln
y Tajíkistán en 1924, c incluso un país mayoritarlamenie
musulmán como Turquía, donde se consagró ese derecho
en 1930.1 ioy en día nos resulta difícil de creer que se les
hayan dado derechos políticos a las mujeres en Esparta al
203

mismo tiempo que en Sri Lanka y antes que en C h ile o


en Brasil, o que El Salvador los diera antes que C anadá,
y República Dom inicana antes que Francia e Italia, y
Tanzania antes que San M arino, ese islote situado en el
corazón de Europa. Es difícil de creer que Suiza apenas
los haya dado en la década de 1970 y que solo hasta los
noventa todas las mujeres sudafricanas pudieron votar y
no solo las blancas, y es más difícil de creer que aún haya
sitios donde todavía las mujeres no pueden votar, com o
Kuwait o Arabia Saudita.
Ahora bien, si en lugar de la pregunta anterior nos
plateáramos cómo es que se consiguió este derecho, ten-
dríamos también la respuesta en la historia. C ada país
tuvo su lucha particular, pero todas ellas se enm arcan
dentro de una lucha general, característica del siglo XX,
por la democracia y la igualdad. En el caso de M éxico,
hay quien afirma que ello se consiguió gracias a la lucha
de las mujeres y hay quien sostiene que fue una decisión
gubernamental para quedar bien ante los ojos del mundo
como país civilizado y moderno.
Hubo sin duda la lucha de las mujeres. Pero hubo
también la realidad de lo que sucedía en el mundo.
Para fines de los veinte, este asunto del voto desvelaba
a muchos, desde la Iglesia hasta el recién fundado PNR,
desde los grupos de mujeres hasta el partido de Vascon-
celos.
Para los cuarenta, el mundo entero se vio obligado a
tomar una posición al respecto. Y México quería formar parte
activa del concierto de las naciones. ¿Cómo no hacerlo? ¿Cómo
no incluir a las mujeres en este proceso? ¿Qué pensarían de
nosotros en el ámbito internacional si seguíamos quedán­
donos atrás de lo que ya para entonces era un derecho
establecido en casi todos los países?
En 1946, la ONU le llamó la atención a las naciones
en cuyas constituciones no estaba todavía establecido este
derecho. Entonces el presidente Alem án se dio a la tarea de
promover una iniciativa en ese sentido, aunque las modifica-
204

ciones al artículo 115 constitucional se limitaron a que los


derechos políticos fueran solamente a escala municipal.
El miedo para concederle derechos políticos a las mu­
jeres iba en dos sentidos: por un lado se temía que salieran
de casa a contender por puestos políticos y participar en la
vida pública, abandonando a las familias y quitándoles el
lugar a los hombres por el otro, se temía que votaran por
posiciones conservadoras y obedeciendo a los curas.
Durante su campaña como candidato a la presidencia
de la república, Adolfo Ruiz Cortines fue abordado por
una mujer, quien le pidió que si ganaba las elecciones, se
comprometiera a ayudar a conseguir el sufragio para las
mujeres.70 “Si juntas medio millón de firmas le entro”, le
respondió el candidato, y ella las juntó. Y cuando ganó las
elecciones, cumplió: apenas tomó posesión de la presiden­
cia, envió la propuesta de ley al Congreso. Era el año de
1952. Un año después se les otorgaron derechos políticos
plenos “a las esforzadas mujeres mexicanas”, como decía
un diario de la época.
Pero la mentalidad no era fácil de cambiar. Esto re­
sultó obvio cuando una vez estipulado el derecho al voto,
inmediatamente se les dijo a las beneficiarlas cómo debían
usarlo: “Aunque sean ciudadanas — dijo el presidente— no
deben olvidar que su papel es alentar al hombre, tener
virtudes morales y ser abnegadas”. Según Ruiz Cortines:
“Las mujeres mexicanas entendían la trascendencia y al­
cance de su intervención en la vida pública nacional, el
valioso significado de su categoría ciudadana, pero deben
disfrutar de ello dentro de las normas de moral y decencia
que las distinguen en todos los terrenos” porque ellas, “con
su tradicional sentido del deber, con su ejemplo de abne­
gación y trabajo, con su carácter de fieles guardianes de la
familia y el hogar, proseguirán siendo el bastión principal
de su hogar como madres, como esposas, como hijas”. Y
concluía: “Que no las confundan prédicas engañosas, que
bien saben cuáles son sus obligaciones para con su dignidad
de mujeres y de ciudadanas”.71
204

dones al artículo 115 constitucional se limitaron a que los


derechos políticos fueran solamente a escala municipal.
El miedo para concederle derechos políticos a las mu-
jeres iba en dos sentidos: por un lado se temía que salieran
de casa a contender por puestos políticos y participar en la
vida pública, abandonando a las familias y quitándoles el
lugar a los hombres por el otro, se temía que votaran por
posiciones conservadoras y obedeciendo a los curas.
Durante su campaña como candidato a la presidencia
de la república, Adolfo Ruiz Cortines fue abordado por
una mujer, quien le pidió que si ganaba las elecciones, se
comprometiera a ayudar a conseguir el sufragio para las
mujeres.70 “Si juntas medio millón de firmas le entro”, le
respondió el candidato, y ella las juntó. Y cuando ganó las
elecciones, cumplió: apenas tomó posesión de la presiden­
cia, envió la propuesta de ley al Congreso. Era el año de
1952. Un año después se les otorgaron derechos políticos
plenos “a las esforzadas mujeres mexicanas”, como decía
un diario de la época.
Pero la mentalidad no era fácil de cambiar. Esto re­
sultó obvio cuando una vez estipulado el derecho al voto,
inmediatamente se les dijo a las beneficiarias cómo debían
usarlo: “Aunque sean ciudadanas —dijo el presidente— no
deben olvidar que su papel es alentar al hombre, tener
virtudes morales y ser abnegadas”. Según Ruiz Cortines:
“Las mujeres mexicanas entendían la trascendencia y al­
cance de su intervención en la vida pública nacional, el
valioso significado de su categoría ciudadana, pero deben
disfrutar de ello dentro de las normas de moral y decencia
que las distinguen en todos los terrenos” porque ellas, “con
su tradicional sentido del deber, con su ejemplo de abne­
gación y trabajo, con su carácter de fieles guardianes de la
familia y el hogar, proseguirán siendo el bastión principal
de su hogar como madres, como esposas, como hijas”. Y
concluía: “Que no las confundan prédicas engañosas, que
bien saben cuáles son sus obligaciones para con su dignidad
de mujeres y de ciudadanas”.71
205

vQue tenían que ver la decencia v ia moral y la ab­


negación con el voto' ¿Por qué a los hombres no se íes
tedia
& lo mismo?
4Las numeres v e. derecbc al vyxc*. cocíerenc^ en X acrrcnanc it.
\wXó ie b Mujer er. M eneo. IV Le£sLrr.r~ ie l E sa i: ie V ¿k : . To
loca» vxrjcre ie 2X3.

En 1955. en el recmto legislativo del recién creado estado


de Baja California, ocupó su lugar la primera diputada
federal, la señora abogada de trem ía años de edad y madre
ie dos pequeños. Adela Jime'ne: de Palacios. Tres años
nías tarde, en 1955. muchas mujeres acudieron a votar
por pnmera ver por presidente de la república. Y desde
entonces, cada tres años, cada seis años, las mujeres han
podido — aunque no siempre lo han hecho— acudir a las
urnas y votar, y han sido elegidas.
Sin embargo, todavía hasta hov. como dice Marcela
Lagarde. seguimos teniendo que negociar el grado de ex­
clusión.: Es asi porque la participación de la mujer no es
integral a la estructura social, política, cultural y mental de
k sociedad mexicana. Por eso, en una población en la que
más de la mitad son mujeres, hay pocas en el ámbito de la
vida pública — las cifras van de 5 a 25%, dependiendo en
qué ámbito y región del país— y definitivamente ha sido
lento su proceso de incorporación.
La pnmera gobernadora apenas se consiguió en 1979,
y k pnmera secretana de Estado, en 1980. En 1990 había
14 estados de la república sm representación femenina, y
de las 3CC cumies para diputado solo 21 tenían candidatas
mujeres.
En los pnmeros años del siglo XXI. aunque ya tenemos
legisladoras, jueras, presidentas municipales, secretanas
de Estado, presidentas de partido, líderes de sindicatos y de
cámaras y hasta hemos tenido cuatro gobernadoras, la
idea de una mujer presidenta sigue siendo tan escanda­
losa hoy como lo tue en 1951, cuando Adela Formoso de
Obregón Santacilia se atrevió a preguntar en un artículo
206

publicado en el periódico E xcélsior: “¿Y por qué no una


Señora Presidenta?”
“Las mujeres y el voto”, El universal, 23 de octubre de 2003.

La democracia

Se me invitó a este honorable Congreso de la Unión


para hablar de cuáles creo y pienso que deberían ser las
reformas necesarias para que nuestra democracia funcione
mejor. Sin duda es una pregunta de primera importancia
y agradezco haberme considerado para participar propo­
niendo una respuesta.
Solo que desde mi particular punto de vista, esa
respuesta no parte de, ni apunta a cuestiones de tipo
estrictamente político o rigurosamente jurídico; aunque
importantes, dejan de lado lo principal, lo básico: antes
que otra cosa, hay que hacer que los políticos, las autori­
dades, los funcionarios cumplan con su deber principal,
que consiste en atender a lo que queremos y necesitamos
los ciudadanos. Este debería ser el punto de partida y el
punto de llegada de cualquier reforma.
¿Qué quiero decir con esto?
Quiero decir que, por culpa de la política, vivir en
México es muy difícil. Los ciudadanos vemos que lo único
que les importa a los políticos es estar bajo el reflector,
salir en la foto, cuidar sus aspiraciones personales, hacer
reformas de forma, mientras nosotros estamos totalmente
abandonados y no recibimos atención.
Por ejemplo, no hay nadie que se haga responsable
de intereses y derechos que se oponen entre sí, y que sea
responsable de conciliar. Nadie. Este país parece no tener
gobierno ni gobernantes, autoridad ni autoridades. Por lo
visto a todos les parece mejor hacerse de la vista gorda y
dejar que las cosas se resuelvan solas que arriesgarse a un
enfrentamiento o, peor todavía, que tener que dedicar
largas horas a negociar; eso resulta tedioso y luce poco en

S-ar putea să vă placă și