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eso
Había una vez un tiempo, cuando la gente creía en las estructuras y en el poder, en el
que fuimos fuertemente influenciados por el famoso artículo de Benjamin. La intensión,
en esos remotos tiempos, era escapar de la indiferencia que el marxismo y las teorías
críticas tenían hacia los objetos técnicos, pese a su muy alardeado materialismo. Hasta
entonces, estos objetos eran solo considerados como instrumentos neutrales puros, que
podían volverse buenos o malos según los intereses a los que sirvieran. Benjamin y
otros fráncfortianos vinieron y nos enseñaron lo contrario. La técnica hace poder. Miren
las artes, decían. Un simple cambio en los medios de reproducción ha producido una
asombrosa transformación en el contenido de las propias obras y en su audiencia. Jesús
cometió un error: la multiplicación de los panes ha transubstanciado también al
receptor. El mensaje fue fuerte y, de hecho, no pasó desapercibido.
Con el primer collage entre arte y religión llega lo que llamaremos sin rodeos el
primer error de Benjamín: el culto ritual, tal como es retratado en basa a la imagen
oculta de Dios, bien puede ser una definición de idolatría, pero seguramente no de
religión. No puedes usar a la religión para denunciar a la modernidad, y al mismo
tiempo, a la modernidad para denunciar a la religión. O bien, como buen racionalista
moderno, confundes el aura con la religión, pero pierdes el beneficio de denunciar la
desacralización del arte: ya los has examinado con las herramientas de la racionalidad
moderna, incapaces de ver la diferencia entre el fetichismo, contra el cual la religión
siempre ha luchado, y la religión en sí misma; y, recíprocamente, la "desacralización"
del arte que el modernismo debería provocar no tiene ningún significado sagrado:
mientras solo signifique la pérdida de su valor fetichista, lo que se supone que se perdió
es algo que nunca había sido sagrado –la religión siempre ha dicho que Dios no estaba
su imagen, sino más allá. O bien, pones algo real en el aura, denunciando el fetichismo
moderno que reemplaza a Dios por los ídolos, pero entonces, ¿por qué tienes que hablar
sobre películas, nuevas técnicas y masas modernas? Lo que describes no dice nada
nuevo sobre la modernidad. Al igual que los profetas de la antigüedad ¡Estas
simplemente repitiendo el llamado de la Biblia a destruir los ídolos y los fetiches de las
masas!
La historia del arte, que Benjamin resume enérgicamente en dos páginas para
apoyar su argumento, ofrece un excelente terreno para marcar puntos importantes, en
los cuales, uno después del otro, conducen a la hipótesis contraria de la de Benjamin. En
primer lugar, la técnica no es una reproducción mecánica. En segundo lugar, no hay tal
cosa como un original, que se puede copiar después. Y luego, no hay absolutamente
ninguna razón para sostener que la reproducción misma implica un empobrecimiento de
la obra, a menos que ya hayamos aceptado esta hipótesis como una evidencia empírica
sólida. Sigamos, por ejemplo, las observaciones de Francis Haskell y Nicholas Penny
sobre la formación del gusto moderno por las estatuas antiguas. Cuando sus
redescubridores italianos prestan atención a las estatuas antiguas, las toman como
evidencias de la Antigua perfección, y como herramientas para la reconstrucción de una
identidad italiana. No les importa mucho el valor estético de cada uno de ellos, no
prestan mucha atención a los escultores, ellos insisten en la continuidad entre el pasado
y el presente, y usan las estatuas como artistas activos para conectarse con la idea de la
belleza. Sin ningún respeto hacia una pretendida aura, las restauran, las mueven, las
copian. Según ellos, el arte es todo menos un culto a los originales puros: es un flujo de
acción. Haskell y Penny muestran muy cuidadosamente cómo, por el contrario, poco a
poco, las copias se van haciendo el original. Se necesitarán tres siglos para transformar
estos vívidos medios de relación con el pasado y con los otros en "originales" fijos e
intocables, y se necesitará otro siglo para relegar a estas estatuas románicas originales a
la sala de espera de un arte más originales que ellas, las estatuas griegas...
Si, por una parte, la reproducción es una recreación activa, y si la técnica es todo
menos mecánica, por otra parte, la multiplicación es todo menos una disolución pasiva
de la original autenticidad en el consumo reificado de fetiches. Por el contrario, la
originalidad y autenticidad suponen la existencia de una reproducción técnica intensa,
como condición sine qua non. El ejemplo de la música lo muestra muy claramente:
primero vienen repeticiones infinitas, estándares, esquemas, variaciones, luego vienen
las obras. No existe tal cosa como un compositor moderno de obras únicas antes de
nuestros tiempos modernos. Ya en 1750, cada vez que Rameau daba una nueva serie de
una de sus óperas, la reescribía para la ocasión: es solo a mediados del siglo 20 que la
cuestión de establecer y elegir una versión estable de Hipólito o Dárdano tiene algún
significado. Antes de eso, la música se escribía para ser tocada, los compositores
copiaban, transcribían, repetían, corregían, adaptaban, en una red continua de temas y
armonías. Ha sido necesario un trabajo muy largo realizado por muchos editores activos
para transformar las partituras de herramientas para aficionados que mezclan muchas
transcripciones con el fin de tocar música juntos, en copias "exactas" de una pieza
original escrita por un compositor en particular (ha necesitado de dos o tres
generaciones de musicólogos para producirse finalmente). Y luego, necesitó una
segunda transformación a largo plazo, llevada a cabo por la industria discográfica, para
producir un nuevo mercado de aficionados, capaz de reconocer a Bach y Schubert como
los creadores originales de sus trabajos. En el caso de las pinturas, Svetlana Alpers ha
mostrado todo el trabajo y la perspicacia estratégica que le tomó a Rembrandt, y a todos
los pintores que lo siguieron, transformarse en autores de sus pinturas.
Este punto sobre el "autor" se ha marcado muchas veces desde entonces, después
del famoso artículo de Michel Foucault (¿Qué es un autor?). Incluso si Benjamin no
podía conocer esta nueva historia del arte y esta nueva sociología de la autoría, es
bastante extraño, sin embargo, cómo Benjamin utiliza el caso de los libros para ilustrar
este tema. Pero no es tan sorprendente: si "los enormes cambios que la impresión... ha
producido en la literatura son una historia familiar" (p.218-9), la historia otra vez no se
trata en absoluto del agotamiento del aura, sino del nacimiento del autor y de la nueva
extensión de sus lectores. Más precisamente, el ejemplo de impresión nos muestra más
claramente la confusión de Benjamin entre la reproducción mecánica de un texto, como
soporte material, y la multiplicación de sus lectores: la primera, lejos de evitar la
singularidad y la variedad de la segunda, es precisamente lo que la permite. Si, de una
manera única, hic et nunc, puedo leer "Otelo", esta pieza en particular de este "original"
de Shakespiare, no lo es única a pesar de las millones de copias impresas en todo el
mundo, sino que lo es gracias de ellas.
Una verdadera historia materialista del arte tendría que devolverle su papel a la
técnica, no el de una perversión demoniaca moderna sino el de su productor activo.