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• Sandra Lorenzano
No aportar silencio al silencio
• Ralph Buchenhorst
La memoria: un intercambio de reconstrucciones
• Antonio Navalón
La administración de la memoria
• Horacio González
La materia iconoclasta de la memoria
• Pilar Calveiro
Memoria, política y violencia
• Ricardo Forster
De batallas y olvidos: el retorno de los setenta
• Silvana Rabinovich
Memoria por venir (primeras reflexiones ético-literarias)
• Rosalba Campra
Usos de la memoria, usos de la palabra
• Horst Hoheisel
Algunas reflexiones acerca del arte de la memoria y la memoria del arte
• Memoria abierta
La representación de experiencias traumáticas a través de archivos de testimonios y de la
reconstrucción de espacios de represión.
• Fernando Reati
El monumento de papel: La construcción de una memoria colectiva en los recordatorios de
los desaparecidos
• Edna Aizenberg
Holocausto, memoria judía y memoriales del terror en el cono sur
• Julio Flores
Arte del museo: memoria ¿de qué?
• Grupo Escombros
Cuerpos replicantes: las pancartas del grupo Escombros y la memoria
• Enzo Traverso
Trauma, remoción, anamnesis: la memoria del Holocausto
• Márcio Seligmann-Silva
La catástrofe de lo cotidiano, la catástrofe apocalíptica y la catástrofe redentora: sobre
Walter Benjamin y la escritura de la memoria
• Pablo Yankelevich
México en los pliegues de la memoria exiliar
• Abril Trigo
Entre la globalización de la memoria y las memorias de la globalización (Apuntes)
• Sandra Lorenzano
Palabras e imágenes balbuceantes
No aportar silencio al silencio.
A modo de introducción.
Sandra Lorenzano
En una sociedad como la argentina, donde los torturadores caminan libremente por
las calles, donde la ausencia de 30 mil desaparecidos es una presencia que pesa y duele
cada día, donde los cuerpos de las víctimas del auto denominado "Proceso de
reorganización nacional" se confunden hoy, a inicios del siglo XXI, con las víctimas de un
neoliberalismo feroz que ha dejado a uno de cada cuatro argentinos viviendo bajo la línea
de pobreza, en una sociedad como ésta, la memoria es —tiene que ser— un ejercicio de
reflexión del presente. La memoria es algo activo que se sitúa en el hoy y a través del cual
el pasado es permanentemente resignificado. Estamos hablando de ligar pasado, presente y
futuro, no en un ejercicio de nostalgia sino en un trabajo en el que el dolor se convierte en
motor político.
Esto es lo que buscamos desde este mínimo espacio que es Políticas de la memoria.
Tensiones en la palabra y la imagen. Este libro, surgido a partir de dos Encuentros 3 entre
escritores, teóricos, filósofos, activistas de derechos humanos, historiadores, músicos y
artistas visuales, está formado por una multiplicidad de voces que desde diversos campos
del conocimiento, desde distintos modos de participación social y política, desde diferentes
disciplinas, se cuestionan, dialogan y discuten sobre la memoria, la historia y la (im)
posibilidad de que el arte y la literatura den cuenta del horror.
¿Qué puede decir el arte en un momento en que la historia nos presenta su rostro
más oscuro? ¿Realmente puede decir algo? ¿Son la violencia, la muerte, el espanto,
irrepresentables? ¿Cuál es el riego de la “estetización”? Pensamos que quizás el arte nos
proporcione el mejor modo de ir tejiendo la trama sutil que nos permita rodear lo
innombrable, que quizás el arte nos permita llevar a cabo la ceremonia de bautizo y entie-
rro, nacimiento y duelo, exigencia de justicia y reflexión comprometida que nuestros
muertos y nuestros vivos reclaman. Por los que están. Por los que no están.
un intercambio de reconstrucciones
RALPH BUCHENHORST
La historia que siguió destruyó también esa certeza. El genocidio de los armenios, la
Shoá, Hiroshima, Vietnam y Ruanda, y en Argentina el terrorismo de Estado, entre otros
acontecimientos, mostraron con contundencia la irracionalidad destructiva de los hombres
contra los hombres. Ante estos hechos históricos, el arte se ve obligado a enfrentar un
problema más agudo que el de plasmar la belleza ideal o expresar al individuo creador,
llevando a un extremo los límites de la representación. En obras como Guernica de Picasso,
Fuga de muerte de Paul Celan o Un sobreviviente de Varsovia de Arnold Schoenberg,
parece mostrarse a la altura de captar y representar el terror histórico. Pero resuenan con
fuerza los enunciados de Adorno acerca de la barbarie de escribir un poema después de
Auschwitz 1, y de Agamben “Es imposible dar testimonio sobre la Shoá” 2, que nos ponen
frente a los desajustes entre el arte moderno y sus modelos de representación y ciertos
objetos históricos. Entonces, el arte actual que pretende comprender y reflexionar sobre el
terror histórico, ya no puede referirse a conceptos de la estética tradicional: el placer, la
contemplación, la subjetividad, la mímesis. Este libro fundamentalmente busca abrir un
espacio de interrogación y debate acerca de las estrategias actuales dentro del arte y la
literatura para decir lo indecible, para construir un archivo de la memoria colectiva de las
catástrofes culturales del siglo xx.
En ambos encuentros los organizadores y los participantes procura ron generar una
instancia de intercambio y aprendizaje a través de la presentación de obras artísticas, su
génesis y realización, y de reflexiones historiográficas, hermenéuticas, estéticas y
sociológicas en torno a la posibilidad de representar el terror. Las discusiones se centraron
en cuatro temas: Las tensiones entre palabra e imagen, en especial la relación de la
escritura y el arte en el contexto de la interpretación de la historia del terrorismo de Estado;
La pregunta de si existe una ética para la representación del terror, abordando temas
claves más allá de la representación estética del terror, como la autoridad y la contingencia
del testimonio, la impunidad jurídica y el valor de la identificación de los cuerpos muertos
de desaparecidos; Las dudas acerca de la musealizacion de la memoria, agudizando la
contraposición entre la memoria institucionalizada y la memoria activa; Los distintos
elementos expresivos de lenguaje actual de la imagen, desarrollados en manifestaciones
corporales y simbólicas, objetos y acciones.
En muchos casos ese acuerdo no se puede lograr. Entonces, parece que las
sociedades modernas ya no se pueden identificar con una sola narración sobre el pasado, ya
sea de logros culturales o de destrucciones violentas. En el conocido caso de la discusión
prolongada acerca de la construcción de un monumento del Holocausto en Berlín, muchos
artistas y comentadores propusieron que el monumento fuera esa discusión, más que el
proyecto finalmente elegido 3. Entonces, la tarea no es lograr la reconstrucción
unívocamente consensuada de la memoria del terror, sino abrir un espacio de comunicación
no coactiva acerca de diferentes perspectivas sobre el tema.
Hay que tener en cuenta que el trabajo sobre la representación de la memoria del
terror siempre implicó también cuestionar las trivialidad es y evidencias del propio
discurso, sea teórico o estético. De esa manera, entendimos que las artes ya no necesitan
una “acomodadora” externa para explicar su función, su sentido y su verdad en la
reconstrucción y la expresión de la memoria. Investigar la representación de lo
impresentable implica automáticamente reflexionar sobre los límites del arte que el propio
arte produce como sistema autónomo.
ANTONIO NAVALÓN
La historia del mundo, es obvio, se construye sobre el eje de la memoria, pero a ésta la
administran los poderosos; por eso a veces tardamos siglos en comprender incluso hechos
evidentes. Por ejemplo, que África es un continente poblado por seres humanos; que no hay
lugar en América donde se maldiga y se sufra en el idioma de Cervantes que no sea hijo del
olor a carne quemada de la Inquisición; que en América como en España el Estado portaba
la cruz del Dios verdadero y todo tenía que ver con sus designios, que suelen coincidir con
los de quienes gobiernan.
Han pasado treinta años desde que se celebraran por primera vez elecciones
libres y democráticas. Treinta años desde que el odio y el hacha parecían formar parte
del pasado. Treinta años desde que España pasó de ser madrastra a ser ejemplo. No
fue la República, pero sí la nación, la democracia, la libertad. Sin ese carácter es
imposible siquiera proponerse entender crímenes como los de la ESMA o Pinochet, o
cómo se llegó a la conclusión de que se puede romper las manos a los enemigos, como
a Víctor Jara, y borrados de la faz de la Tierra, pues nunca debieron haber existido.
Eso se llama “razón absoluta”, y uno la tiene cuando Dios está de su lado.
¿Por qué los ejércitos, después de comulgar, sienten que pueden masacrar a sus
pueblos? Solemos centramos en el sufrimiento de las víctimas e indignamos en
abstracto contra los asesinos, pues la cara de un ejército es siempre difusa. Lloramos a
nuestros muertos y no sepultamos a quien los mató.
La memoria exige no solamente tratar de saber qué hicieron los de más, sino
qué hicimos nosotros. Cuando intentemos explicar a nuestros hijos qué hacíamos
cuando oíamos los alaridos de las víctimas al ser sacadas de sus casas, los pasos de los
verdugos resonando en los rellanos de las escaleras, mientras conteníamos la
respiración y mirábamos hacia otro lado, estaremos confesando nuestra cobardía y
probablemente nos sea útil recordar este poema del alemán Bertolt Brecht:
Primero cogieron a los comunistas,
y yo no dije nada porque yo no era un comunista.
Luego se llevaron a los judíos,
y no dije nada porque yo no era un judío.
Luego vinieron por los obreros,
y no dije nada porque no era ni obrero ni sindicalista.
Luego se metieron con los católicos,
y no dije nada porque yo era protestante.
y cuando finalmente vinieron por mí,
no quedaba nadie para protestar.
La memoria emerge siempre por encima de los sueños y aparece más poderosa.
Siempre nos hemos consolado pensando que hay que tener valores, y siempre ha
habido un mercado que les ha puesto precio. España, la democrática, la ejemplar, la
que inunda de quehacer democrático a Chile, a Argentina, a Perú, está desenterrando a
sus muertos y recuperando la memoria porque necesitan desgranar el rosario de su
verdad.
Siempre nos hemos consolado pensando que hay que tener valores, y siempre
ha habido un mercado de deseos que les ha puesto precio. Ahora, dónde irán las
teorías que sustentan que paro, inestabilidad económica y miseria producen el
nacimiento de regímenes no democráticos -que pueden ser de extrema derecha o
extrema izquierda; España, la democrática, la ejemplar, está desenterrando a sus
muertos y recuperando sus memorias.
En esta época en la que la suma de todos los medios hace que nuestras
barbaridades locales sean insignificantes en relación al horror global, es una buena
ocasión para abrir el armario de los muertos y sacar del clóset aquellas cosas que
supimos que cambiamos simplemente por miedo o porque a los muertos ya no los
podíamos recuperar, sin embargo, al dejar a los muertos dos veces muertos, en la vida
y en el recuerdo, abríamos el camino para los muertos que les seguiremos.
DATOS BIOGRÁFICOS
Antonio Navalón fue el principal promotor y organizador de la exposición:
"Ciudades, El corazón sobre el asfalto" de la pintora Mónica Roibal en el Antiguo
Colegio de San Ildefonso (2003). Presidente del Consejo Promotor del programa
cultural “Tijuana, La Tercera Nación”; la exposición y exhibición de arte al aire libre
más grande del mundo realizada sobre 2.2 kilómetros a lo largo del muro que divide a
Tijuana de San Diego, Estados Unidos, la canalización del río fue cubierta con
imágenes de diversos artistas que hacen una reflexión de integración e identidad
cultural (2004). Creador del concepto El arte contra los muros, Tijuana, La Tercera
Nación, reproducción de la exposición del muro de Tijuana en la Feria de Madrid
ARCO 2005. Estas dos últimas exposiciones colectivas son muestras de la realidad
socioeconómica y cultural de la frontera con Estados Unidos, y en ellas se abordan
principalmente temas relacionados con su cultura e identidad, movimientos sociales y
juveniles, así como de su sociología urbana.
HORACIO GONZÁLEZ
No decimos nada nuevo al afirmar que el debate sobre a fijación del recuerdo es
fundamental para el arte. Pero no es fundamental de cualquier manera. El arte es acaso
una extraña consecuencia de la desconfianza en la memoria. Si la memoria no fuera
frágil o dubitativa, no habría autonomía de los signos artísticos, lo que también ocurre
aun en los dominios del más extremo realismo. La relevancia del arte para el recuerdo
se puede sintetizar en el carácter incompleto de la memoria y en la tensión artística
hacia una totalidad siempre frustrada o inalcanzable. Este carácter escaso es
consubstancial a la memoria. Pero la escasez es la amenaza nunca conjurada por el
arte. Es esta suficiencia lo que realmente lo funda.
De ahí que una fijación sería lo contrario que el acto oscuro de recordar. El
verdadero recuerdo procedería por gestos de fidelidad a la cosa, sin mediaciones. Pero
tal anulación de la representación nunca ocurre. Tentación siempre permanente en el
arte, éste tiene infinitas formas pero un único problema verdadero. El de retroceder a
su mítico origen no representativo y el de declararse pura representación de un objeto
perdido. En ambos casos está en peligro. En el primer caso, su ser no sería necesario;
en el segundo caso, sería la búsqueda de un arquetipo que al fin podría reabsorberlo en
la nada.
Es por eso que toda memoración que recuerde una lesión esencial —al decidir
invocarla— debe ejercer a la vez una suerte de negación sobre lo que de
humanamente tenebroso hay en el sacrificio. Estamos ante un arduo y cruel problema.
El arte sería fruto de la incapacidad de la memoria para agotar las formas del mundo
por sí misma. Pero cuando se reclama memoria por el hecho de haber cesado ésta ante
la comprobación de que su sacrificio no era propio de sus lagunas constitutivas sino
de la dificultad para volver sobre actos horrendos, el arte adquiere otra condición
extraña. Además de contener el secreto imaginario de los límites de la memoria, se
superpone con un dominio que en principio le es ajeno pero siempre lo acosa: la
dimensión ética. Esta dimensión tiene siempre un inicio figurativo, pues hace partir su
materia del dolor concreto de los cuerpos. Pero cuando toma rumbos de abstracción
en el enunciado, aun proclamando que un hombre es todos los hombres, acaba de
realizar el mismo itinerario del arte. De ahí que el arte llega a equipararse con una
ética clandestina y a la vez la rechaza por temor a que queden en ruinas sus libertades
incondicionadas. Pero si muchos artistas comienzan su tarea sintiendo un llamado a
lo incondicionado, retornan en su madurez a un extraño descubrimiento. Sería lo que
se ofrece lleno de condiciones aquello que inspira realmente la dialéctica del arte
entre sus brumosos límites y los intentos de superarlos. Y la superación puede no ser
otra cosa que un desplazamiento de esos límites.
Por eso, el sacrificio tiene un doble signo. Por un lado, es una retirada
admitida de valores para posibilitar que el mundo sea compartido por una variedad de
acciones y de materiales. La memoria escasa, dijimos, es garantía del arte. Pero por
otro lado, el sacrificio es la prueba de afirmación de un pensamiento que exacerba lo
humano de un modo turbio. Es lo que crea la incertidumbre esencial de las culturas,
pues surge de lo humano pero lo define en un grado de intensidad luctuosa,
permitiendo avizorar la forma humana alcanzada por el plan recóndito de mortandad.
Nunca deja de ser la manifestación insondable de una desolación en el propio acceso
de lo humano, así como el tormento calificado —con más razón si traspasa los
umbrales de la mera violencia histórica o explícita— puede ser una de las
localizaciones en la que se muestra una forma persistente de lo humano.
Por eso nunca será solamente un deber cívico, un acto político necesario o un
dilema filosófico resuelto favorablemente por el buen humanista. Aunque todo eso
pueda ser, comienza su verdadera expresión desde un estrato anterior del significado.
Es el que encontramos cuando lo que nos lleva a recordar es la recusación de lo
ocurrido con la forma de un ultraje. Ahí su dilema es el imposible deseo de ser
portador de la totalidad de los dones retentivos que ninguna memoria puede poseer.
Para actuar ante el el escarnio y el horror debe ser como aquello que le dio vida pero
que le dio vida porque ella misma era exigua. Todos sabemos el tipo de fragilidad
lingüística que se nos ofrece cada vez que pronunciamos la expresión Es verdad que
no hay otro recurso en el habla para apartar los tiempos aciagos que crear una fuerte
expresión que identifique un deseo vivificador con una tajante detención del fluir
infausto del tiempo. La memoria actuaría aquí como un disuasor radiante a través de
una invocación voluntarista, comunitaria y política. Nunca más.
Pero un enunciado de esa índole, por más pujante que se presente, deja la misma
angustiosa carga que caracteriza a toda exhortación, en el sentido que la historia de los
hombres lo es precisamente porque muestra a cada paso la indocilidad para amoldarse a
unas admoniciones sobre un material que siempre excede el ánimo ejemplarizador. El arte
del “nunca más” tropieza justamente con el carácter no directivo y orientador del arte. Si
quiere serlo realmente, debe dejar de adiestrar o instruir; pero si anula de su voluntad el
carácter de guía y encauzador, puede fracasar doblemente. En su faena de hacer presente lo
extinguido y que estaría amenazado por la falta de memoria o la vacilación sobre cómo
rememorarlo. Y luego, fracasar también en su afán de contribuir a un desvío de los males
que amenazan con reiterarse. Fracasa pues en su doble corazón estético y político.
Parece normal aceptar que hay que dejar una marca conmemorativa del lugar donde
se produjo un daño mayor a las culturas. Pero esto entraña una contradicción que es la vida
misma del arte en el caso de los ejercicios más dañosos contra la configuración esencial de
lo humano.
Pero por otro lado, el problema se amplía hasta una dimensión insospechada, pues
es la esencia de todo arte lo que aquí se pondría en juego. En efecto: si el arte solo estuviera
destinado a representar incluso hasta el confín de lo irrepresentable y no encontrara
obstáculos para ello, deberíamos pensar que la historia del arte y su propia ontología —es
decir, el arte como existente interpretable e interpretante de las culturas— subyace a los
dilemas más violentos de su propia existencia. Estamos ante el problema de representar
aquello frente a lo cual lo humano mismo se hace irrepresentable —irrepresentable para la
mirada que le arroja una alteridad desapacible, calificándolo precisamente de inhumano. El
arte representativo debe entonces estar en condiciones de aparecer como la forma extraña
que asume todo arte que desea establecerse como tal. Como tal, es decir, debe ser arte y al
mismo tiempo mantener una forma moral, una asumida paideia, La aspiración a situarse
como existencia de arte adquiere la misma forma que tiene el problema de representar un
ente realmente sobrevenido bajo el auspicio de lo inhumano, que rechaza naturalmente una
mímesis que no juzgue de inmediato sobre su inhumanidad.
¿Cuáles serían los actos que afectan la representación como categoría ética?
Mantengamos la idea —a la manera de una intuición o de una hipótesis— de que los
acontecimientos que se sitúan como emanación de un sacrificio o un exterminio ven vacilar
su propósito representacional cuando se ponen en contacto con un orden moral. Las
situaciones en las que ocurre el dilema de vacuo o suspensión de la representación son
aquellas en que en primer lugar queda abolido o desplazado la fuerza designativa con la
que el lenguaje inviste a sus actividades. Voy a tomar una serie de referencias de un trabajo
de Karla Grierson, quien reflexiona sobre las narraciones de la deportación y que se
encuentra en el libro La memoria de las cenizas, compilado por Pablo Dreizik,
recientemente aparecido en Buenos Aires. Aquí notamos en primer lugar la idea de una
nueva afectación de las palabras, aun de las más comunes. Las palabras son empleadas en
un ambiente sentenciado, por lo tanto puede aparecer en lenguaje que impregne a sus
sentencias de una fuerza alusiva lastrada por una literalidad trágica. Todo un conjunto de
designaciones debe tomar la forma de una indicación de lo siniestro así como la conciencia
del horror puede asociarse a prácticas de la lengua fuertemente alegorizadas. Son las
condiciones para el surgimiento de un nuevo idioma sobre el bastidor del idioma civil y
común anterior.
Pero ese inundamiento indica en primer lugar que nunca hay palabras suficientes y
que las que perviven inertes pueden trasladarse hacia el cumplimiento de una función
siniestra. En cualquier caso, el lenguaje se revela siempre como una experiencia
representativa que nunca debe perderse pero que actúa siempre con distintos grados de
distanciamiento, olvido o reincorporación de sentidos. El material que mueve las distintas
posibilidades de relación entre la potencia representativa y el yacimiento de experiencias
del mundo, es la pregunta esencial sobre la mención que deben merecer los actos que
“nunca debieran haber ocurrido”: Esta expresión la tomo de un trabajo de Silvia
Schwarzbock en el libro antes mencionado, referida a una pregunta sobre las posibilidades
representativas del cine. Efectivamente, esta expresión, lo que nunca debiera haber
ocurrido, nos pone muy dramáticamente frente a la cuestión del nombre. Puesto que no
puede dejar de haber nombres, puesto que no podemos impedir que estos tengan más fijeza
que las significaciones que les permite su uso y puesto que el deseo de no ocurrencia
también tiene nombre, estamos ante una situación crucial que afecta a las formas del arte y
al pensamiento artístico.
Porque si tuviera sentido esta cuestión ética, como lo son todas las que parten de una
apetencia de conocer o explicar colocada por encima de los hechos realmente
verificados, toda representación artística tiene que surgir de la previa evidencia de esa
paradoja: está destinada a representar y a llamar muy probablemente ética de la
representación a sus labores, pero no puede impedir el sentimiento de cese de la
representación ante lo que el mundo ya tiene designado como la decisión ética de un
repudio. Ciertamente, hay arte que repudia, pero sería redundar sobre la materia
representativa (aunque sea de un modo apenas perceptible) que concentra a priori la
propia condena de los hechos de horror acontecidos. Dejemos en pie esta palabra,
horror, porque se trata de tener alguna y ésta particularmente connota de algún modo
su propia materia, por la sucesión de consonantes ásperas y vocales hondas. ¿El
horror puede ser representado? Si en él hay un cese de actividades de sentido, que
apenas permiten mantener un filamento lingüístico en la palabra que lo designa, sólo
es posible decir que la representación es necesaria bajo una única forma. La que
constantemente la lleva a preguntarse sobre su propia facultad de representar lo que
está en el linde de lo irrepresentable, pues altera las figuras de lo humano.
Por eso, el iconoclasta está más cerca de la idea de proteger una memoria
sagrada —o que su propio acto de protección declara sagrada— si imagina que es
posible impedir la creación de un eikón sobre un espacio público. Entiende que ese
eikón menoscabaría la propia memoria invocada. Para esto debe pasar por alto la
definición misma de la polis, que es un venero de signos memorísticos —cualquiera
sea la dificultad de la memoria para crear íconos de recordación— y declarar su
escepticismo contra todo impulso público de trazar señales representacionales sobre
una comarca.
Puede apreciarse entonces uno de los contornos del debate argentino. Los
muertos permaneciendo como una fuerte abstracción discursiva mantienen en el
lenguaje un remoto ideal anti-representacionista. ¿Puede sostener el lenguaje el cese
de la representación? Es difícil admitirlo si se acepta que sus figuras retóricas y sus
rituales harían las veces de monumentos de la memoria, de piedras construidas con el
cincel de un viejo arte. Por eso parecen mantenerse en pie todos los temas que el
iconoclasta desplaza como peligrosos para la vitalidad del recuerdo y la devoción.
Pero la presencia del iconoclasta, más allá de su papel político, es siempre
fundamental en el debate del arte, pues representa uno de los confines de la memoria
como catarsis de las pasiones. Esta paradoja, que no vacilo en creer que es fundadora
del arte, puede también tener una traducción teológica. Dice Perla Sneh, en un texto
escrito para el libro antes mencionado: Recuerda lo que hizo Amalek, ordena la Torá.
Amalek, el nombre bíblico e insuficiente que los judíos damos hoy al nazismo. Pero
—inevitable pregunta— ¿cómo recuerda?,¿acaso es posible olvidarlo? ¿no resulta
paradójico convocar la memoria de lo que resulta inolvidable? ¿cómo olvidar la
extraña, ajena orden siempre ahí para ser escuchada?”. En verdad, todos los nombres
son insuficientes, pues es eso lo que les permite nombrar. Nombran en realidad en el
mismo acto que pierden algo, que instituyen una cosa opaca que de inmediato se
nombra como arte en la intención de descifrarla.
Llama entonces a reconstruir una relación entre arte y moral, arte y política.
Son los términos de un debate posible, que nos animamos a resolver de otro modo,
porque con esta experiencia y estos materiales tenemos al fin un territorio
excepcional para reflexionar sobre tu relación entre textos e imagen en los dominios
de la memoria viva. Incluso hasta llegar al punto turbador de la propuesta de superar
la representación, en donde puede verse mucho menos un influjo del Heidegger del
Origen de la obra de arte, que el permanente acecho del corazón invisible de la
iconoclastia. Porque también podría pensarse al célebre frase de Heidegger “la obra
de arte nos hizo saber en verdad lo que es el zapatero” como una iconoclastia
invertida, por la cual el arte es un signo que lleva a la experiencia del ser sin
meditaciones.
Recordaremos, para terminar, algunos ejemplos de los pequeños textos que
acompañan las obras del libro Escultura y memoria. Alguien dice refiriéndose al Río
de la Plata que hay una confluencia entre ese río. Y el río anterior “el mío
esperanzado”. Otro autor indica que la Fuente que propone, en forma de espiral,
simboliza la vida. Otro alude a una geometría que “molesta al ojo como molestan a
nuestra memoria los hechos ocurridos”. Otro autor describe su obra diciendo que “a
la noche, la luz caerá sobre las gotas de vidrio y las hará brillar para recordar los
ideals de aquellos cuyas voces se quiso silenciar”.
Por su parte, otro de los ganadores dice, por ejemplo, “busqué en este trabajo
mantener me lo más cerca posible de tanta atrocidad y violencia” y la frase suena una
invitación al representacionismo subjetivo, validando la libre traducción entre
sentimientos morales y formas plásticas. La obra, sin embargo, descripta como un
intercambio entre el obstáculo y la transparencia, pues un edifico carcelario
contendría la visibilidad del vidrio pero sus salidas estarían taponadas por el luto del
granito, establecen una gran paradoja entre los sentimientos y las arquitectónicas del
terror. Esta paradoja logra proponer un tema sustancial que consigue ser muy feliz en
el acercamiento entre el texto y la obra descripta. Hay literatura fuertemente alego
rizada en la obra y en el texto hay supuestos representacionistas escritos de un
manera candorosa, que nada tiene de cuestionable —al contrario— pero que el
proyecto de la obra coloca en una dimensión con mayores exigencias conceptuales.
Son las exigencias del problema que nos ha ocupado, que nos permite ahora concluir
que no nos podemos pasar sin imágenes del mundo, pero cuando esas imágenes son
reclamadas por la condensación de un sufrir, vuelve el ancestral dilema del arte,
fantasma del pensamiento que lo persigue incansablemente. Es el pensamiento del
iconoclasta, que acaso desea mantener la virginidad de la memoria, para que el arte
deba sentir que su necesaria presencia entre los hombres aún no ha dado su
explicación última.
DATOS BIOGRÁFICOS
Horacio González nació en 1944, en Buenos Aires. Es licenciado en Sociología por
la Universidad de Buenos Aires (1970) y doctor en Ciencias Sociales por la
Universidad de San Pablo, Brasil (1992). Desde 1968, ejerce la docencia universitaria
en diversas instituciones del país y del exterior. Sus participaciones, como
conferencista o panelista, incluyen, “Televisión, filosofía y crítica cultura”; ciclo en
la Casa de las Américas (Madrid); “Arte y Memoria”, Universidad de Sao Paulo e
Instituto Goethe: “Seminario Borges y el Norte'; Universidad de Bergen, Noruega;
“El ámbito de las nuevas sensibilidades”; curso de Postgrado en Derecho de la
Facultad de Ciencias Humanas de Santa Catarina, Florianópolis, Brasil; “Literaturas
y filosofías de fin de siglo”; Universidad de Yale, New Haven, Estados Unidos.
PILAR CALVEIRO
La memoria de los héroes y la memoria de las víctimas, sin tener que ser
excluyentes, fueron sin embargo núcleos distintos y en pugna para la articulación del relato.
Un hecho semejante, aunque de signo contrario, ha ocurrido en las “batallas” por la
memoria en el caso argentino. La elaboración social de la experiencia concentracionaria de
los años setenta ha transitado de un relato construido en torno a la víctima inocente, donde
el recurso de la violencia se concebía como atributo exclusivo del Estado, a otro que
reivindica la acción política e incluso la militancia —general— mente armada- de los
“desaparecidos”.
En un inicio, durante la dictadura militar, el énfasis en la “inocencia” de los
desaparecidos tenía diferentes sentidos. Por un lado, desconocía la acusación de terroristas
y subversivos que sobre ellos hacía caer la dictadura militar para “justifica”" su exterminio.
A su vez, posibilitaba la acción de los organismos de derechos humanos como defensores
de la vida inocente, en un contexto político represivo que legitimaba la “excepcionalidad”
de la violencia estatal en el carácter armado de parte de los grupos insurgentes que
desafiaban el monopolio estatal de la violencia. Por último, el recurso a la inocencia de las
víctimas para denunciar el terrorismo de Estado también daba cuenta de una sociedad que
consideraba inaceptable la tortura y desaparición de un “inocente” pero que, de alguna
manera, justificaba el castigo de la “subversión”, más allá de la ley y el derecho. Todos
éstos eran factores directamente vinculados con la vigencia del terror desatado por el
Estado y el miedo prevaleciente en roda la sociedad, basado en el hecho real de que
cualquier asociación directa o indirecta con la llamada subversión se consideraba razón
suficiente para desatar el dispositivo concentracionario y “desaparecer” a la persona, como
ocurrió con los casos recientemente esclarecidos de Azucena Villaflor, Alice Domond y
Léonie Duquet. Así pues, la figura que articuló el primer discurso de los defensores de
derechos humanos fue la de la víctima inocente, tanto por las condiciones políticas que así
lo imponían, como por la percepción social predominante, en fuerte sintonía con la condena
de la llamada “subversión”.
Aun en el Juicio a las Juntas, celebrado dos años después de la caída de la dictadura
militar, las declaraciones de los testigos eludían las militancias, sobre todo armadas, como
una forma de poder testimoniar sin resultar incriminados por la realización de actos ilícito
s; en todo caso se reconocían militancias difusas en el contexto de movimientos políticos o
sociales legalizados. Sin embargo, esto fue también una forma de legitimar las denuncias y
las declaraciones de los sobrevivientes, en el contexto de una sociedad que no había pasado
por una guerra, con vencedores capaces de legitimarse sino por lo que llamaba una “guerra
sucia”, cuyas características tornaban la victoria en una derrota; una sociedad que bajo el
argumento de haberse visto sometida a dos violencias que presentaba como simétricas —la
estatal y la guerrillera— desconocía su responsabilidad específica tanto en una como en
otra.
La “veladura” que existía sobre la lucha armada se fue descorriendo para quedar
como un problema visible; ya en 2004 apareció una publicación periódica con ese título,
Lucha armada, que no desecha el fenómeno como algo solamente del pasado sino que lo
vuelve a someter a discusión y crítica, poniendo en el centro del debate la relación entre
política y violencia. En la editorial de su primer número afirmaba que “la experiencia” de la
lucha armada sigue esperando su reevaluación histórica desde una perspectiva crítica, en la
que se aborde sin prejuicios la riqueza política de la misma. Se destaca, en cambio, una
clara tendencia hacia la historia autolegitimante ... La falta de una perspectiva crítica
impuso una matriz en donde la justificación sustituyó al análisis de la circulación de ideas
(Lucha armada: 2). En efecto, en muchos de los discursos de las organizaciones sociales y
de derechos humanos ha habido un deslizamiento de la reivindicación de las “víctimas”, a
la de los “compañeros” revolucionarios caídos en la lucha, en suma, héroes de una batalla
perdida, pero héroes al fin. “Reivindicamos la lucha revolucionaria de nuestro padres y sus
compañeros”, es una de las consignas que, por ejemplo, cierra los comunicados de la
organización H.I.J.O.S., formada por hijos de desaparecidos.
El recurso a la figura de la víctima inocente fue parte del triunfo del proyecto
militar, un triunfo armado pero también político e ideológico, que logró no sólo la
eliminación de una alternativa política específica sino la “desaparición” de la política
misma, de su validez y sentido como práctica social colectiva. A su vez, al reivindicar al
“inocente”, al apolítico como verdadera víctima, la sociedad se identificaba con él, como
igualmente “inocente” y ajena al enfrentamiento, eludiendo así las diversas
responsabilidades que le cabían en relación con la política de desaparición de personas.
Si toda memoria se recupera desde una marca, una señal grabada en el cuerpo
social, y si la marca más evidente, en el caso argentino, son los 30 mil desaparecidos, esa
marca no fue hecha solamente por los militares. La guerrilla, la militancia de izquierda, los
partidos políticos, parte del aparato sindical intervinieron de distintas maneras y con
responsabilidades específicas en la violencia política que culminó con la desaparición de
personas. No hay una responsabilidad social sino responsabilidades diferentes, específicas,
plurales, que comprenden a distintos actores. Unas responsabilidades no diluyen a las otras.
De la misma manera, no es posible construir una memoria sino memorias, también plurales
que, si pretenden algún “pasaje” de lo vivido, no eludan la reflexión sobre lo actuado, por
más incómoda que pueda resultar.
En este sentido, como lo propone Vezzetti, para hacer un acto de memoria que
construye puentes entre el pasado y el presente, es necesario “problematizar ese pasado de
un modo que vuelva como una interrogación sobre las condiciones de las acciones y
omisiones de la propia sociedad” (Vezetti: 34) o, más precisamente, de los distintos grupos
y actores sociales.
Es cierto que lo que se llamó “guerra sucia” no puede concebirse como guerra sino,
más precisamente, como una masacre perpetrada por el terrorismo de Estado. Pero no es
menos cierto que, para 1976 los militares enarbolaban la bandera de la “guerra
antiterrorista”, mientras los grupos armados pretendían librar una “guerra popular y
revolucionaria”; como consta en sus múltiples publicaciones y manifiestos. Sin haber una
guerra, sin embargo el imaginario político se había trasladado al campo bélico. ¿Por qué?
¿Qué se disputaba? Ni más ni menos que el control del Estado.
Los grupos armados masacrados en los años setenta fueron la versión más radical de
esta lógica estadolátrica, que sin embargo los excedía: era previa a ellos y abarcaba a
muchos otros grupos sociales y políticos. Pero la guerrilla, en particular, desarrolló una
especie de lógica especular que proponía que, frente a un Estado capitalista se debía crear
otro socialista, frente a un ejército oligárquico y represor constituir otro popular y liberador,
frente a la violencia reaccionaria desplegar la violencia revolucionaria, frente a cualquier
acto de fuerza hacer demostración de una fuerza mayor. Todo ello terminó por atrapada en
el juego del poder y la lógica impositiva propia del Estado, no de las resistencias. El
desplazamiento de la dimensión política por el simple recurso de la fuerza obturó la
posibilidad de cuestionar la legitimidad del poder establecido, condición de posibilidad para
la fundación de cualquier nuevo orden.
Los resultados de tal práctica fueron tan graves, tan dolorosos, la violencia estatal
tan abrumadora y atroz y dejó una marca tan profunda que su sola contemplación evoca la
memoria del miedo e incluso del terror al que fue sometida la sociedad en su conjunto.
Así, tanto desde el relato de la víctima inocente como desde el del militante heroico
se cancela la discusión de un problema político central que esa experiencia no resolvió sino
que dejó planteado, en suspenso, y éste es la relación que existe —de hecho y de derecho—
entre política y violencia y cuáles son las formas de abordada desde una perspectiva
resistente, capaz de cuestionar el poder del Estado en lugar de convertirse en su “gemelo”
maldito.
¿No hay aquí una memoria social mucho más fuerte que la exaltación de una
heroicidad siempre dudosa? ¿No hay un pasaje de hecho de una experiencia política,
dolorosa pero habilitante, en la medida en que puede someterse a crítica y rectificación? La
memoria no es la “fijación” ni la exaltación del pasado; eso en todo caso puede formar
archivos útiles para diferentes intereses políticos. Lo que entiendo por memoria es la
portación de las experiencias del pasado que, por ser algo propio, se lleva con respeto pero
también con ligereza; no constituye un lastre sino que permite tomar y desechar a la medida
de las necesidades del presente. La revisión crítica de la experiencia política, el rechazo de
relatos mítico s en torno de la víctima inocente o del héroe combatiente pueden facilitar el
pasaje de una memoria responsable que sea, a la vez, fiel al pasado por la recuperación de
sus coordenadas de sentido, y ligera, amable con el presente para formar parte no sólo del
presente sino de lo que vendrá.
DATOS BIOGRÁFICOS
Da Silva Carel a, No habrá flores en la tumba del pasado, Buenos Aires, Ediciones Al
Margen, 2001.
RICARDO FORSTER
1.
Que la memoria elige sus propios caminos para insistir es algo que la sociedad argentina no
ha dejado de comprobar a lo largo de su compleja y dolorosa historia. Ni siquiera en las
épocas de impunidad consumista y de frivolidad mediática se desvanecieron las marcas del
pasado, esas marcas que más evanescentes o más evidentes no dejaron de perturbar el
núcleo de una sociedad que, de haber podido como muchas otras, hubiera optado por el
borrón y cuenta nueva, se hubiera dejado mecer por las mieles del olvido. Y sin embargo,
como repitiendo un cuento borgeano, el olvido no ha hecho otra cosa que abrir las sendas
que nos conducen hacia el recuerdo de los sufrimientos que han dejado sus marcas de un
modo indeleble en el cuerpo y el alma de los argentinos. También nos retrotrae, nos debe
retrotraer, hacia una época de la Argentina en la que se forjaron experiencias político-
ideológicas signadas por la apuesta revolucionaria y el ensoñamiento utópico; experiencias
que fueron devoradas por el fuego que arrasó a partir de marzo del 1976 al país y a una
generación deudora, todavía, de las discursividades nacidas en el imaginario moderno entre
las barricadas parisinas del siglo XIX, el asalto al Palacio de Invierno del 17 ruso y la
Revolución Cubana. Cualquier análisis que se quiera hacer de los años setenta no puede
eludir la complejidad de este cuadro, los múltiples hilos de una madeja que nos llevan hacia
diversos momentos y tradiciones políticas. Flaco favor le haríamos a la memoria de los
muertos si les negáramos esas pertenencias esenciales, esos núcleos ideológicos que
motivaron su pasaje a la acción y el sino trágico de su desenlace histórico. En la Argentina
contemporánea, más predispuesta a los maniqueísmos y al espectáculo mediático, inclinada
al facilismo interpretativo y al reduccionismo de la historia, lo primero que suele olvidarse,
aquello que es tachado impiadosamente, es el universo cultural, político, filosófico, que
instituyó el sentido de aquellas experiencias, que atravesó de lado a lado la urdimbre de un
país en llamas.
Este retorno de los setenta, esta posibilidad de hurgar nuevamente en la historia sin
caer en el mero reclamo judicial que acabó por reducir la trama de una época esencial de
nuestro país a expediente jurídico, constituye un dato insoslayable de un presente que ya no
sólo nos confronta con las leyes aparentemente inexorables del mercado que astutamente
desplegadas desde las usinas del poder redujeron toda expectativa política a nomenclatura
económica o que desde la construcción sistemática de una maquinaria de corrupción
también contribuyeron a reducir a polvo cualquier lenguaje público que quedó brutalmente
sospechado. Al abordar los setenta sólo y exclusivamente a partir de la lógica del
genocidio, al ocuparse hegemónicamente del aparato represivo, se perdió, más allá de la
legitimidad e imprescindibilidad de esas denuncias e investigaciones, las voces de un
tiempo atravesado por multiplicidad de lenguajes e intenciones, sacudido por los vientos de
la revolución y la violencia, de la utopía y la rebeldía generacional. Lo que intento señalar
es que el giro que ha ocurrido en lo público, más allá de su endeblez y precariedad
conociendo las histerias recurrentes de la sociedad argentina que no duda e pasar
vertiginosamente del blanco al negro y viceversa, ha abierto la oportunidad de otra
indagación del pasado reciente, ha iniciado la posibilidad de correr un grueso velo que nos
impedía pensar lo que fuimos, lo que soñamos, lo que enviciamos, lo que llevó a
muchísimos jóvenes al compromiso político hasta ser alcanzados por la brutalidad del
poder que terminó haciendo añicos ese impulso transformador. Pero también nos permite
pensar más libremente las opacidades, los errores, las alucinaciones, los equívocos, las
tragedias que se escondían en muchos de esos impulsos y en algunos de sus principales
exponentes. Sin complacencias es imprescindible reabrir las páginas de esa historia
nacional que siguen perturbando nuestro presente Tal vez por eso no deja de sorprendemos
el gesto de Kirchner que vuelve a colocar en el escenario político no sólo la historia
truncada de una generación, el momento de su destrucción, sino que reclama como
imprescindible el rescate de sus ideales, sabiendo, por supuesto, que entre el tiempo de los
setenta y esta época de principios de milenio algo esencial y profundo ha acontecido.
Kirchner no es un peronista montonero que sigue sosteniendo las banderas del socialismo;
en el mejor de los casos busca construir lo que ha sido un imposible argentino: un
capitalismo responsable, racional y con algún componente bienestarista. Y, sin embargo, no
puede sino sentir que los fantasmas de sus compañeros se interponen como espectros que
no descansan en paz, que perturban la marcha de una sociedad que allí donde quiso olvidar
no hizo otra cosa que dejarse conmover, una y otra vez, por aquellos muertos sin tumbas.
Perplejidad de la sociedad ante ese gesto de fidelidad a la memoria que resulta anómalo de
acuerdo a la lógica del poder y a las múltiples infidelidades de la política y los políticos
argentinos. Y lo interesante es que Kirchner, al reivindicar los ideales de esa generación
desaparecida, nos coloca ante la necesidad de discutir no sólo el terror dictatorial sino, más
complejo e imprescindible, a revisar críticamente el mapa de una época que sigue estando
allí para recordamos lo que hemos olvidado de nosotros mismos.3
2.
Para cualquiera que recorra las librerías resulta evidente que son muchos y diversos los
libros que nos retrotraen a las experiencias de los años sesenta-setenta, que nos instalan en
un tiempo de extraordinaria potencialidad y de múltiples alquimias políticas, sociales y
culturales. Libros que recorren biografías de personajes notables y otros que nos devuelven
algunas de las publicaciones esenciales de aquella época. Entre esa amplia gama hay dos
que ahora quisiera comentar y que, al leerlos, han generado en mí una suerte de encontradas
emociones entrelazadas con la imprescindible actitud reflexiva. Se trata de dos libros poco
comunes que transitan desde el ensayo de investigación histórica hasta la literatura
testimonial, dos libros que más allá de sus diferencias, de sus distintas inquietudes, tienen
en común que no eluden sumergirse en la trama más profunda de una generación que
atravesó trágicamente la historia argentina. Pero ambos también, aunque con estilos
propios, no dejan de ofrecemos cierta intencionalidad reparadora, se dejan llevar, sin
esconder sus impulsos, hacia una suerte de épica, el primero de ellos, o hacia una
manifestación de resentimiento entremezclada con devoción filial, el segundo. Estoy
hablando de Monte Chingolo de Gustavos Plis-Sterenberg y de El tren de la victoria de
Cristina Zuker.
Allí se encuentra, me parece, lo más interesante del libro, la oportunidad que nos
brinda de recuperar los ideales y las experiencias de una generación que creyó que era
posible tomar el cielo por asalto y que brindó con generosidad sus vidas en pos de ideales
que hoy parecen muy lejanos. Pero también nos permite reconstruir uno de los momentos
fundamentales de esa época clausurada por el golpe del 76, al ofrecemos de un modo
amplio y con fuerza dramática mucho más que el relato de una batalla. Sin poder eludir la
épica —con todos los riesgos que ello entraña de pérdida de perspectiva crítica—, Monte
Chingolo puede ser leído como un esfuerzo por contribuir a devolverles sus rostros
humanos a muchos de esos jóvenes que fueron cruelmente tragados por la historia y las
interpretaciones maniqueas. Tal vez también ayude a devolverles sus muertes devolviendo
un resto de sus vidas, de aquellos sueños portadores de una extraordinaria incitación
política que, en la escritura de Gustavo Plis- Sterenberg, no pueden presentarse por fuera de
las experiencias concretas, existenciales, de una generación profundamente comprometida
con la historia y sus reclamos.
Monte Chingolo y El tren de la victoria están allí para incitamos, con sus aciertos y
sus defectos, con sus intensidades y sus opacidades, en la tarea de repensar el pasado, de
eludir las tentaciones de una memoria simplificadora Yo sobre todo, el de abrimos la
posibilidad de rescatar las voces y los cuerpos de una generación doblemente clausurada:
por la represión aniquiladora y por las oscuras tretas del olvido. No es poco ofrecemos esa
oportunidad que es, también, encontramos con lo que fuimos sabiendo que la posibilidad de
recobrar formas legítimas de la política pasa por seguir trabajando en las sagas de la
memoria. Dos libros, que con modos distintos, empiezan a descorrer los velos del pasado,
que nos ayudan a salir del ensimismamiento del presente recordándonos que es tamos lejos,
muy lejos, de ser hoy mejores de lo que fuimos ayer.
3.
Decía que la dictadura logró reducir la compleja historia de las luchas sociales y de la
memoria política de los setenta a un páramo surcado por cadáveres. La potencia del horror,
su capacidad para absorber todo, constituye uno de los puntos ciegos de la relación con el
pasado. Incluso allí donde se lee la tragedia de la desaparición como un gigantesco núcleo
autodestructivo que atravesó de lado a lado la sociedad hasta contaminarla
indefectiblemente, se está operando desde la lógica de un poder que también buscaba ese
efecto de contaminación. Complicidad, idiotismo moral, prejuicio, cobardía, fueron marcas
indelebles en una época que no se caracterizó precisamente por la generosidad y la entrega
desinteresada a la ayuda del perseguido. Un oscuro veneno se esparció por gran parte de la
sociedad sin distinguir demasiado entre clases sociales (¿cómo olvidar las caravanas
populares que iban, en plena dictadura y aprovechando la plata dulce, hacia Uruguayana
para llenar los micros de cuanto electrodoméstico se vendía a bajo precio en Brasil y
Paraguay? ¿Cómo despojarnos de esa “fiesta de todos” que lanzó a millones de argentinos a
las calles para festejar mientras otros miles eran torturados y asesinados impunemente? y
finalmente ¿cómo no recordar esas imágenes de una Plaza de Mayo llena victoreando al
general borracho y su aventura malvinera?) Esos cuadros están allí, no los podemos negar,
constituyen momentos dolorosos de una historia oscura y trágica. Pero lo que no podemos
hacer es leer sólo y exclusivamente la década del setenta desde esas imágenes y ganados
por esa contaminación brutalizante. Que allí se produjo una inflexión de la historia nacional
es indudable. Hoy todavía estamos envueltos en sus consecuencias, somos su producto.
Lo que en todo caso intento decir es que se vuelve fundamental penetrar en aquellos
años anteriores al golpe del 76 con la doble perspectiva de la tragedia consumada y de lo
que del pasado habla con independencia de esa tragedia. Entiendo las dificultades que se
presentan, comprendo que el terror de Estado, que el nombre maldito de la ESMA,
constituyen un punto de no retorno, el anuncio de un infierno que ha dejado una marca
imborrable en la sociedad, marca que nos marca y de la que no podemos ni debemos
olvidamos; pero mi intención no es sólo la de urgar en esa marca, la de encallar
definitivamente en ese momento de muerte siniestra, busco otras sendas que me lleven
hacia una época que no podía verse a sí misma desde lo que después ocurrió. Eso no
significa, no puede significar, desconocer los contenidos de barbarie y terror que se
guardaban en esas prácticas anteriores y que de algún modo anunciaban lo que vendría. Lo
que Hebe de Bonafini no alcanza a ver es que cuando reivindica dogmática y
fervientemente las armas revolucionarias que empuñaron sus hijos está volviéndose
cómplice de errores político-ideológicos que apuraron el tiempo del desastre. Esas son
cuestiones ineludibles a la hora de regresar a los setenta, allí también están sus fantasmas.
4.
¿Cómo abordar ese tiempo mitíficado por las más diversas y hasta disímiles posiciones?
¿Cómo sustraerse a la visión beatifica de una época interpretada desde el paradigma de una
maravillosa utopía clausurada por un giro brutal de la historia? ¿Cómo sortear la tentación
de la crítica impiadosa, aquella que se sostiene en la negación ejemplificadora de un pasado
que sólo pareció ser portador de monolitismo ideológico y fundamentalismo vanguardista?
¿Cómo se deja hablar a los que enmudecieron sin forzarlos a que digan lo que nosotros
queremos escuchar? Muchas de las actitudes y concepciones actuales se aproximan
peligrosamente a algunas de estas perspectivas.
5.
Cuando intento pensar la gramática de la revolución, cuando busco comprender lo que
movió a una generación a la entrega y el sacrificio, surge ante mí la figura trágica de
Hiperión, ese héroe hölderliano que buscando desesperadamente la realización del ideal de
la libertad, llevando a sus hombres a los campos de batalla griegos para que hicieran
realidad los sueños redentores de un pueblo oprimido, terminó esparciendo sobre ese
mismo campo de batalla las semillas de la destrucción y la muerte. Lo que Hiperión
descubrió con el alma quebrada es que aquellos hombres que él había conducido hacia el
combate por la libertad no habían hecho otra cosa que sacrificada en su propio nombre
volviéndola hija de una violencia inaudita. El horror de esa mutación del ideal en
destrucción persiguió las noches de Hiperión que no había sabido escuchar las palabras de
Diotima, palabras que le habían anticipado proféticamente el destino que le esperaba al
ideal si se cruzaba con la violencia desatada por los hombres contra otros hombres. En el
nombre de la libertad, eso nos transmite vívidamente Hölderlin, se acaban por enterrar en
las tierras del mal los sueños de una humanidad hambrienta de un mundo mejor. 10
Desde el terror jacobino, pasando por el terror rojo bolchevique hasta el genocidio
perpetrado por Pol Pot y los suyos en Camboya, la violencia fue despojando al ideal
libertario de su consistencia para colocarlo como un espectro insignificante, apenas como
una frase vacía, el resto de una historia de resistencias contra la opresión que se clausuraba
en el interior de estos dispositivos de violencia represiva desarrollados en nombre de la
revolución. La generación del setenta apenas si se planteó esta terrible disyuntiva, apenas si
alcanzó a discutir en su interior el tremendo costo ético del uso de la violencia; no pudo
descubrir su condición trágica del mismo modo que no supo analizar los ejemplos de la
historia, esas tristes manifestaciones de procesos revolucionarios que acabaron por devorar
a sus propios hijos. La crítica del stalinismo, por dar un ejemplo, no fue más allá de la
matriz fijada por Trotsky, no se preguntó de verdad por la responsabilidad del modelo
bolchevique de toma del poder y de organización del partido como núcleo del reinado del
terror y de una dictadura que terminó por ser la dictadura de un solo hombre sobre el
conjunto de la sociedad devastando gran parte de la propia tradición revolucionaria rusa.
Voces aisladas como la de Víctor Serge apenas si merecieron alguna atención marginal. El
huevo de la serpiente estaba en la misma práctica de las izquierdas triunfantes, el caudal de
violencia que encerraban acabaría por irradiar sobre un sistema social fundado en el terror
policial. Los sesenta-setenta amenazaron con iniciar un genuino proceso de crítica, desde el
interior de la misma izquierda, de ese pasado demasiado próximo, pero ese gesto quedó
reducido a ciertas voces intelectuales que no alcanzaron a influir sobre las nuevas
experiencias revolucionarias que se estaban gestando. Las guerrillas en América Latina
sortearon esas interpretaciones demasiado arduas, eludieron por teoricistas las críticas del
leninismo y se preocuparon por volverse aún más dogmáticas en su afirmación. La crítica
de las armas reemplazo a la crítica de los libros.
Así como no puede clausurarse la década del setenta sólo y exclusivamente desde
la brutal obturación del golpe del 76, tampoco resulta válido reducir la complejidad de la
experiencia generacional a una determinada opción política atravesada por la violencia
guerrillera. 11 Hubo, en esos años, otras perspectivas que intentaron discutir lo político
desde lugares diferenciados, que se preocuparon por rescatar tradiciones libertarias
asociadas a la memoria popular y a los zigzagueantes movimientos de la historia. En la
noche donde todos los gatos son pardos las múltiples voces de una época que todavía no
alcanzamos a comprender del todo desaparecen en medio de esa operación ideológica.
Resulta imposible abordar la década del setenta sin poner en discusión algunas de las
matrices fundacionales de la propia idea moderna de revolución, de su irradiación hacia los
núcleos más poderosos y significativos de una subjetividad que se desplazó por la historia
sabiéndose portadora de una voluntad de transformación que no podía eludir la presencia
trágica de la violencia como paridora de lo nuevo. Es hasta pueril desconocer las
imbricaciones que a lo largo de la propia modernidad se dieron entre democracia y
violencia, su enraizamiento común, ese suelo del cual surgió el reclamo de libertad
vehiculizando diversas formas de violencia redentora. Que nuestro presente intente
invisibilizar ese pasado olvidando las intensidades del conflicto entre ley y revolución,
entre institución revolucionaria del derecho y conservación del derecho, que quiera
desdibujar la problemática central del estado de excepción, que también incluye a los
sistemas llamados democráticos, es, creo, renunciar a una intervención crítica, renunciar a
una genuina genealogía de los procesos políticos. 12 Pensar la dimensión prometeica de la
violencia, su significación cultural, su inevitable presencia en los asuntos humanos, no
quiere decir reivindicada como instrumento a utilizar de un modo acrítico y permanente ni
tampoco supone volverse adalid del paradigma revolucionario. Digo, libertad y violencia
han estado demasiado entrecruzadas como para desconocer su conflictividad y su
complejidad reduciéndola a una mera vocación destructiva que nada tiene que ver con el
reinado del estado de derecho y del consenso democrático. La brutalidad del mundo
contemporáneo (y no sólo la que proviene de los fundamentalismos) me exime de cualquier
otra justificación. Es en todo caso irritante comprobar cómo ciertos intelectuales travestidos
en fervientes demócratas se escandalizan por la matriz violenta de las experiencias políticas
de los setenta sin intentar comprender ni las circunstancias históricas ni los dispositivos
puestos en funcionamiento por las clases dominantes para sostener a rajatablas su propia
soberanía. Por supuesto que la excusa de la violencia opresora no debe funcionar como
exculpación de un uso muchas veces perverso e indiscriminado de la fuerza como
mecanismo de sustitución de la política, mecanismo que constituyó uno de los problemas
principales de la guerrilla setentista en nuestro país.
6.
Pensar la militancia política de los años setenta supone redescubrir formas de identidad hoy
perdidas u olvidadas; implica penetrar en otra sensibilidad que nos retrotrae a una trama
identitaria que ha sufrido la erosión de la historia. Capturar el imaginario que vertebraba la
militancia sin reconocer este cambio fundamental dejaría un hueco muy difícil de llenar. La
idea de ecclesia o comunidad impregnó esas experiencias, les dio una coloración muy
especial que contribuyó a la galvanización de miles de jóvenes que sintieron que entraban
en un mundo articulado alrededor de un orden y de una dimensión ideológica que cumplía
la función de amalgama. Desde los complejos dispositivos teóricos hasta las formas más
elementales de la cotidianidad fueron marcadas por la gramática de una militancia capaz de
entrelazar lo público y lo privado o, en muchos casos, capaz de doblegar lo privado en
función de la relevancia absoluta del espacio eclesial o comunitario. Una forma de vida que
involucraba las ideas y la existencia familiar, los estudios y el trabajo, la elección de pareja
y las amistades hasta consolidar una verdadera máquina de construcción de subjetividad, de
una subjetividad que se definía desde y a partir de la organización a la que se pertenecía.
DATOS BIOGRÁFICOS
Ricardo Forster es doctor en Filosofía, profesor e investigador de Historia de las Ideas en la
Universidad de Buenos Aires, Profesor titular de la UBA.
Director del Programa de Posgrado en Estudios Judíos de la Universidad Nacional de
Córdoba.
Miembro del Seminario Internacional “La filosofía después del Holocaust” ; con sede en el
Instituto de Filosofía del CSIC de España. Miembro del Consejo editor de “Pensamiento de
los confines”.
Ha sido profesor invitado de universidades de USA, España, México, República Checa,
Brasil, Chile, Uruguay, Israel.
Publicaciones: W. Benjamin y Th. Adorno. El ensayo como filosofía (1991); Itinerarios de
la modernidad (1995); El exilio de la palabra (1997); Walter Benjamin y el problema del
mal (2001); Crítica y sospecha. Los claroscuros de la cultura moderna (2003);
Mesianismo, nihilismo y redención (2005).
NOTAS
1
He fijado mi posición respecto al poder simbólico de las Madres en un ensayo que publiqué también en
Confines en ocasión del veinte aniversario del golpe (“Los usos de la memoria"): allí no dejé de señalar las
profundas ambigüedades y el signo cada vez más dogmático y monolítico que ha caracterizado especialmente
a la línea dirigida por Hebe de Bonafini, línea que se reivindica como la genuina heredera de los ideales
revolucionarios de sus hijos. Sigue siendo imprescindible reflexionar críticamente alrededor de las diversas
experiencias que han caracterizado al movimiento de derechos humanos. Fundamentalmente se vuelve
inevitable eludir la tentación de la efeméride y de la heroicidad que, en algunos, van unidas a la visión de la
historia y de sus actores como esencialmente ingenuos e inocentes. Flaco favor se hace a su memoria si se
extirpa el núcleo ideológico revolucionario que caracterizó a la generación del setenta pero también se le hace
un flaco favor a las generaciones actuales si, como Hebe de Bonafini, se asume acríticarnente el legado de los
hijos desaparecidos. Volveré sobre esto.
2
La grata sorpresa que ha sido la política de Kirchner en relación a los derechos humanos es inversamente
proporcional a la opacidad, por decirlo suavemente, con la que el peronismo ha tratado esta cuestión crucial
de la historia contemporánea. Desde Luder hasta el último congreso de Parque Norte, el peronismo se ha
mostrado casi siempre como portador de posiciones envilecidas y hasta cómplices. Su propio pasado cargado
de enfrentamientos y de violencias, de hegemonías lopezrreguisras y maccarthistas, está allí para señalar lo
ominoso. Incluso el “olvido” en el que incurrió Kirchner al no mencionar la histórica decisión del gobierno de
Alfonsín de enjuiciar a las juntas militares y de promover la Conadep marca cierro reflejo inconsciente, cierta
negación estructural en la sensibilidad del peronismo que suele reducir la totalidad de la historia a sus propias
acciones volviendo inexistentes rodas aquellas que no dependieron de él. También es necesario destacar que
el lenguaje montonero, sus prácticas político-militares, estuvieron muy lejos de sostener una genuina crítica
del terrorismo de estado capaz de salirse de la lógica de la guerra. De ahí la importancia decisiva que adquiere
el modo como se rescata la memoria de los muertos tratando, en ese rescate imprescindible, de sortear la
tentación de la heroicidad y la acriticidad para iniciar una revisión de la historia que sea capaz de eludir los
dogmatismos y los silenciamientos. La generación del setenta no fue sólo portadora de ideales altruistas,
también sostuvo a rajatablas una forma de la acción política contaminada de militarismo y violencia
antidemocrática. Lejos de cualquier alusión a la teoría de los dos demonios se vuelve fundamental no
escamotear una genuina construcción crítica del pasado que pueda hacerse cargo de sus oscuridades. La
mitificación es un peligro que no ha dejado de contaminar a muchos de los actores del movimiento de
derechos humanos.
3
No coincido en absoluto con la visión de Kirchner sustentada por Beatiz Sarlo en un artículo aparecido en
Página 12 como tampoco con su lapidaria rememoración de los setenta (“Nunca más el discurso único”;
28/3/04); inclusive creo que el título elegido es desafortunado entendiendo, como Sarlo lo sabe muy bien, que
la connotación del “nunca más” es demasiado grave y ominosa para utilizada en el análisis crítico de la figura
del Presidente y de lo que ella llama el “discurso único”. Quiero citar un párrafo que me resulta elocuente de
esta posición: “Parece increíble después de todo lo vivido, pero los presidentes se dan los gustos. Kirchner
quiso recorrer la ESMA como si fuera uno más de los que allí sufrieron, leer los poemas de una ex compañera
de militancia, bañarse en la prístina luz de los intocados como si en vez de un político audaz y decidido fuera
(milagro por un día) el familiar de un desaparecido o un viejo y oscuro militante. Llegar a la Presidencia, esto
lo sabemos los argentinos por una experiencia triste, no debe ser la ocasión para que el Jefe se dé los gustos
sino para que sea gobierno y represente, más allá de su subjetividad que debería permanecer decorosamente
en un segundo plano, los va lores por los que vale la pena gobernar”. Convertir el inusual gesto de Kirchner
de avalar la creación del museo de la memoria en la ESMA y de obligar a descolgar los cuadros de Videla y
Bignone de la Escuela Superior de Guerra, en un “gusto” no muy diferente al que se dieron otros presidentes
de la historia reciente, me resulta inverosímil, si a esa mirada no la acompañara un rechazo del “subjetivismo”
presidencial a tono con lo que nos tiene acostumbrados la descarnada crítica de la derecha vernácula que
precisamente le exige a Kirchner que gobierne para “todos los argentinos”; eludiendo la tentación de enrolarse
con una historia del pasado que leída sesgadamente sólo puede conducir al discurso único y antidemocrático.
Coincido con Sarlo cuando destaca que frente a los sesenta y setenta hay varias narraciones posibles y en
conflicto y que hay que cuidarse de los giros románticos o sentimentalistas. Sucede que entre la que ella
sostiene y la que a mí me interesa existe una gran distancia.
4
Que los setenta estén entre nosotros, que reaparezcan viejos prejuicios o que asistamos a discursos que
habíamos clausurado en nuestra memoria, no significa, no puede significar, que ese retorno desconozca todo
lo que aconteció en estos treinta años. No es posible abstraer, como si nada hubiera sucedido, la brutal caída
de los ideales socialistas junto al despliegue hegemónico, en los noventa, del neoliberalismo; como tampoco
podemos desconocer que la catástrofe de los ideales emancipatorios no fue el resultado del triunfo de la
reacción, del capitalismo, si no que en las prácticas mismas de esos ideales también hay que ir a buscar su
bancarrota histórica. La izquierda, lo que queda de ella, no ha sabido ni ha querido dar cuenta de sus
responsabilidades. Por eso discutir los setenta no significa, en mí, un mero gesto de melancolía retrospectiva
que intenta descongelar unos ideales puros que permanecieron incontaminados mientras la historia seguía un
curso ominoso. Nada de eso. Enfrentarnos al pasado, penetrar en sus aposentos sagrados, implica hacernos
cargo de sus opacidades, de sus claroscuros, de sus contaminaciones tratando de rescatar sus tramas
entrañables, sus momentos de entrega y de sacrificio en pos de una vida mejor. Tal vez por eso no acepto los
discursos de aquellos que sólo desean jugar al harakiri con la memoria de los setenta tratando de mostrar que
hoy somos infinitamente mejores de lo que fuimos ayer cuando estábamos infectados por los ideales de la
revolución. Me interesa no sólo adquirir una perspectiva desde la cual mirar mejor esa época, también intento
benjaminianamente contaminada con un presente que no puede pensarse a sí mismo si no es desde una
profunda y esencial revisión crítica de ese pasado que nos urge y que nos reclama. Sabiendo esto, que toda
relación con el ayer nace de una hermenéutica signada por el tiempo actual, intento no reducir ese pasado a
puro presente, busco comprender de qué modo un tiempo histórico se desplegó en una escena del mundo que
ya no es la nuestra. En otros ensayos (“Adversus tolerancia”, “Argentina: más allá del desencanto” y “El
laberinto de las voces argentinas”) he intentado, con enormes dificultades, acercarme a una interpretación
crítica de la democracia, de ese fenómeno de naturalización que ha sido cómplice de su vaciamiento y de sus
fracasos sin, por ello, fugarme de una forma política de representación que considero imprescindible. Tal vez
por eso me resultan chocantes las críticas totalizadoras de los setenta que suelen ampararse en el paradigma
democrático, volviéndolo un mito intocable e intocado. Regresaré sobre este punto.
5
Uno de los logros notables del libro de Gustavo Plis es haber encontrado el tono justo para relatar la
sensibilidad de esos jóvenes recién salidos de la adolescencia; una sensibilidad en la que se entremezclaban el
ferviente deseo de reparar la herida social de la desigualdad con la aventura heroica. Sentirse portadores de
los sueños redencionales del Che y émulos de Sandokan, alquimia de los ecos mitologizados de ese Cristo
moderno con el fervor apasionado de quienes sentían la emoción ante la grandeza de su hora histórica, de una
hora que los reclamaba a ellos. El deseo de “los fierros” como ritual iniciático constituyó un componente nada
despreciable en la poderosísima atracción que la guerrilla ejerció sobre toda una generación apurada por
resolver los enigmas de la historia de acuerdo a una visión simplificada en la que cada actor debía cumplir a
rajatablas un papel previamente asignado. En algunas páginas de Monte Chingolo el autor ha logrado captar
este sentimiento que nuestra época ya no puede entender del todo; logra transportamos a ese tiempo en el que
el sueño de la revolución parecía derramarse sobre la realidad como lava hirviente que todo lo va arrasando a
su paso. Lo que no podían ver esos jovencísimos aprendices de guerrilleros era que ellos serían los primeros
arrasados. Y tal vez lo que hoy nosotros no podemos ver ni entender es precisamente esa presencia de una
historia hirviente en la que los sujetos que la habitaban todavía estaban convencidos “voluntad” moderna por
hacerse cargo del curso de la historia, y nuestra propia realidad que ha escindido el ciego discurrir de las cosas
y los habitantes desolados y confundidos en los que nos hemos convertido.
6
Esta quizás sea una de las claves para iniciar la comprensión de los sesenta-setenta: la certeza que recorría a
esa generación juvenil de ser contemporáneos de un proceso histórico determinado por los vientos de la
revolución. Último estertor de las ilusiones nacidas en los tiempos aurorales de la modernidad, la visión del
mundo forjada en los años del rock, la contracultura y la invención del joven, se alimentó fundamentalmente
de esa lógica inherente a la aventura transformadora del sujeto moderno. Por un lado, teorías disponibles para
decodificar precisamente los secretos de la historia, para ofrecer los lenguajes “científicos” portadores de
certezas indispensables a la hora de lanzarse a la acción y, por otro lado pero integrado en el mismo espectro,
la potencialización de la voluntad como energía propulsora de una subjetividad dueña de sus propios actos.
Todavía, aunque nos cueste asimilarlo en este tiempo de descréditos y deconstrucciones, existía un puente
cruzable entre la teoría —que era la de Marx en sus múltiples decodificaciones bizantinas— y la acción. Ese
puente se había construido con los materiales aportados por la modernidad (leyes de la historia, clase social,
sujeto transformador, racionalidad, voluntad, revolución, violencia redentora, etc.): sus mitos fundacionales
estaban allí para fortalecer esa arremetida final contra un sistema que estaba históricamente condenado y que
se desplomaría más rápidamente si a esas leyes se le agregaba la acción de una voluntad revolucionaria. Lo
que aquella generación no pude ver es que su práctica venía a denunciar que se entraba en una época
crepuscular; en una época que destruiría, uno tras otro, esos paradigmas modernos hasta disolverlos en el aire.
Pero lo que no debemos hacer nosotros, hijos del desbarrancamiento, es reconstruir la trama de esos años pura
y exclusivamente desde la sensibilidad crepuscular, portadores, ahora sí, de una genuina y justa visión del
mundo depurada de esas enfermedades juveniles. Es valioso el libro de Anguita y Caparrós, La voluntad, ya
que logra devolvernos a través del recuerdo de algunos de los actores de esa experiencia histórica los ecos de
una generación, sus intensidades y sus núcleos imaginarios, sus modos de ver e! mundo y de actuar en él.
7
En una novela de Sergio Pollastri, Las violetas del paraíso. Una historia montanera, se retrata, aunque muy
lineal y simplistamente, a parte de esta generación, en especial a aquellos jóvenes que se enrolaron en las filas
del peronismo revolucionario. Su lectura permite capturar algo de ese clima de época, la facilidad con la que
se pasaba de la peña folklórica a formar parte de la guerrilla montonera.
8
Años atrás, en los ochenta, leí un libro cuya lectura me conmovió profundamente; me refiero a El populismo
ruso de Franco Venturi, un historiador italiano que en los años cincuenta, en pleno stalinismo, realizó un
extraordinario trabajo de reconstrucción histórica para devolvernos la experiencia y la tragedia de esos
jóvenes populistas que durante la segunda mitad del siglo XIX ruso se lanzaron al ruedo político en pos de
ideales igualitarios yen lucha a muerte con el zarismo. Venturi no escatima ninguna información, nos muestra
las oscuridades del movimiento de los narodnikis, sus fanatismos, su intolerancia, sus alucinaciones; pero
también se detiene a recobrar sus valores, su generosidad, la pasión que sacudió a ese mundo de estudiantes
que decidieron dejarlo todo para redimir a los campesinos, esos mismos campesinos que no dudarían en
hostigarlos y denunciarlos a las autoridades. Venturi nos devuelve la intensidad de una época, sus debates
ideológicos, la pureza e impureza de muchos de sus integrantes sabiendo que sobre ellos había caído el peso
de! olvido o del puro rescate dogmático; también logra capturar la tragedia moral que atenazó a esos jóvenes
revolucionarios que se enfrentaron a la disyuntiva de tener que elegir la violencia como un camino
indispensable al mismo tiempo que sentían en carne propia la oscura contaminación que ese giro implicaba en
sus vidas, en la pureza de sus ideales, una pureza que les exigía el sacrificio de su tranquilidad moral, que los
colocaba en el trance dramático de tener que ejercer sobre e! otro una violencia que también los alcanzaba a
ellos. Hay una tragedia profunda en el itinerario del populismo ruso, una tragedia que para Venturi constituye
uno de sus rasgos más sobresalientes y complejos. Probablemente todavía no se haya escrito un libro
equivalente que nos permita recorrer nuestros años setenta sin el peso del prejuicio o del juzgamiento
apresurado. También será oportuno preguntarse si esa dimensión trágica narrada por Venturi como sino de los
narodnikis persistió en la guerrilla argentina o si, por el contrario, hubo un pasaje a la violencia que careció de
esa terrible encrucijada ética propia de los valores en juego en el siglo XIX.
9
Me he detenido a discutir esta cuestión crucial de nuestro tiempo en el capítulo “Adversus tolerancia” de
Crítica y sospecha. Los claroscuros de la cultura moderna.
10
¿Es posible, sin embargo, enterrar las tradiciones de rebeliones que sacudieron desde el fondo de la historia
a los oprimidos por todos los poderes? ¿Fueron injustas, por violentas, las insurrecciones sin destino de
Espartaco y los esclavos o las de Thomas Müntzer y los campesinos feudalizados? ¿Debemos condenar sin
más, en nombre de una abstracción ahistórica, los legendarios alzamientos de Tupac Amarú y esos indios
condenados de una vez y para siempre en nombre de la civilización triunfante? "Debemos borrar de un
plumazo, siguiendo la actualidad políticamente correcta, las innumerabes luchas contra la opresión y la
injusticia que hicieron a las narrativas de los últimos siglos, desde la oscura Rusia de Pugachev a los
movimientos de liberación anticoloniales?¿Y las resistencias antifascistas con sus atentados y sus llamados a
la rebelión? Reducir la violencia a una gramática del mal, tacharla sin más en nombre de una actualidad más
civilizada constituye, en el mejor de los casos, una cruel ironía que, como ya lo destacó agudamente
Castoriadis, esconde una trágica realidad histórica: sin las luchas de los oprimidos, sin sus violencias y
derrotas, las formas de dominación serían aun infinitamente peores. Dicho esto, sigo perturbado por la
tragedia de Hiperión. No resisto la tentación de citar un extraordinario fragmento que Carlo Levi escribió en
Cristo.
se detuvo en Eboli que manifiesta con claridad e intensidad algo de lo que intenté decir más arriba: “Los
gobiernos, la teocracia y los ejércitos son, por supuesto, más fuertes que los campesinos desparramados. Por
eso los campesinos tienen que resignarse a ser dominados, pero no pueden sentir como si fueran suyos las
glorias y los emprendimientos de una civilización que es radicalmente su enemiga. Las únicas guerras que
tocan sus corazones son las que han peleado para defenderse ellos mismos contra esa civilización, contra la
Historia y el Gobierno, la Teocracia y el Ejército. Éstas son las guerras que pelearon, bajo sus propias
banderas negras, sin liderazgo ni entrenamiento militar y sin esperanzas, guerras destinadas a terminar mal,
que seguro perderían, peleadas con fiereza y desesperación, incomprensibles para los historiadores... Pero el
mito de los asaltantes sí que está cerca de su corazón y forma parte de sus vidas, es la única poesía en sus
existencias, su épica oscura, desesperada. Hasta la apariencia de los campesinos hoy evoca la de los bandidos:
son silenciosos, solitarios, ensimismados y con un gesto amargo en sus trajes y sombreros negros y en
invierno sobretodos negros, armados siempre, que salen a los campos con escopeta y hacha. Son de almas
amables y pacientes, siglos de resignación pesan sobre sus hombros, junto con un sentimiento de la vanidad
de todas las cosas y del poder superior del destino. Pero cuando, después de soportar casi sin fin, se sienten
sacudidos hasta lo más profundo de su ser y los mueve el instinto de autodefensa o justicia, su rebelión no
reconoce límites ni medida. Es una rebelión inhumana, cuyo punto de partida y fin son idénticos: la muerte.
La ferocidad con que pelean nace de la desesperación. Los asaltantes, sin razón y sin esperanza, se levantaron
por la vida y la libertad de los campesinos contra las trampas del Estado. Por mala suerte fueron elementos
inconscientes de la Historia, y la Historia, muy por fuera de su control, obraba contra ellos; estaban del lado
equivocado y terminaron en la destrucción. Pero a través de los bandidos los campesinos se defienden contra
la civilización hostil que nunca entienden pero los esclaviza siempre; instintivamente vieron a los bandidos
como héroes. Su mundo campesino no tiene ni gobierno ni ejército; sus guerras son esporádicos
levantamientos de rebelión, destinados a la represión. Todavía sobreviven, rindiendo los frutos de la tierra a
los conquistadores, pero imponiéndoles sus medidas, sus divinidades terrenales y su lenguaje. Citado por John
D. Crossan, El nacimiento del cristianismo, Emecé, Buenos Aires, 2002, p. 195.
11
Acuño implícitamente el término “violencia guerrillera” para no caer en la utilización del término tan de
moda y demónico, terrorismo, porque creo que existió una enorme diferencia entre esa primera opción, a la
que podemos y debemos criticar, y lo que significa, en el uso actual, la palabra terrorismo. Eso no implica que
se pueda hablar de una “violencia limpia” justificada por los ideales que motorizaba; simplemente supone un
resto de cordura histórica y de capacidad de diferenciación que nos debe permitir salimos de la conciencia
bienpensante que domina nuestra época y que reduce las arduas narrativas de la historia, con sus mil
vericuetos y complejidades, al simplismo brutal del lenguaje mediático.
12
Ha sido Giorgio Agamben quien, en nuestros días, ha regresado sobre la cuestión de la soberanía moderna
tratando de hacer una genealogía de la violencia aniquiladora que se esconde en su despliegue histórico. En el
primer tomo de Horno Sacer inaugura una polémica que considero fundamental a la hora de pensar cómo se
ha instituido el poder soberano y qué ha hecho con los cuerpos de los súbditos-ciudadanos no sólo allí donde
la dictadura o el totalitarismo se impusieron si no, más perturbador, en los propios dispositivos de los estados
democráticos. Me he detenido largamente a analizar el texto de Agamben en “La política como barbarie: una
lectura de Horno sacer de Giorgio Agamben”, Sociedad, Buenos Aires, núm. 17, febrero de 2002.
13
La multitudinaria manifestación de apoyo a la convocatoria realizada por Juan Carlos Blumberg el jueves 1
de abril, especialmente entre la clase media, puede ser leída desde esta autoconvicción de inocencia y de esta
necesidad imperiosa de lavarse en las aguas reparadoras de una moral prístina poniendo siempre fuera de sí la
responsabilidad por la decadencia nacional. Los monstruos siempre están en otro lado, son un accidente
incomprensible o una lacra que hay que eliminar para dejar que las buenas personas, honestas y trabajadoras,
vivan en paz. El reduccionismo discursivo de Blumberg, su rápida inclinación a las posiciones asumidas
tradicionalmente por la derecha en términos de seguridad y represión, casi no hacen ruido alguno en esas
buenas conciencias ciudadanas que se sienten regocijadas al ser partes de una causa intachable. Esto no
implica, por supuesto, que la brutal violencia que se está derramando sobre nosotros, violencia anémica que
compromete la cotidianidad de los ciudadanos, no exija que se comen medidas urgentes y que se eluda la
tentación de la mera retórica que suele contaminar la posición del progresismo ante estas cuestiones tan
arduas de resolver.
14
En la extraordinaria correspondencia que intercambiaron durante casi veinte años Walter Benjamin y
Gershom Scholern aparece este “anhelo por la comunidad” que, en ambos, implicaba una alta dosis de riesgo.
Para el primero se trataba de “la comunidad apocalíptica de la revolución” que se presentaba como una
solución, para Scholern falsa, al legítimo “horror de la soledad"; para el estudioso de la cábala el anhelo se
dirigía hacia la “comunidad judía” enhebrada por el sionismo cultural. Y sin embargo los dos acabaron por
permanecer en posiciones solitarias como habitando los márgenes de los campos que cada uno había elegido,
siendo testigos de las derrotas de sus propias ideas ante el triunfo de la Realpolitik en ambas perspectivas. Ese
“anhelo por la comunidad” tan fuertemente ligado en ambos pensadores al clima neorromántico de principios
de siglo veinte, puede, con cuidado y destacando las distancias, trasladarse a lo que venía diciendo de los
jóvenes militantes de los arios setenta y su intensa búsqueda de su propia comunidad de la revolución.
Memoria por venir (primeras reflexiones ético-literarias)
SILVANA RABINOVICH
1. “TIERRAS DE LA MEMORIA”
Solemos decir que un recuerdo “viene a la memoria”, como si ésta fuese un lugar de
acogida; sin embargo, la memoria ―esa argamasa de diversidad― se encuentra siempre
por venir, toda ella está hecha de porvenir. A pesar de nuestra ilusión de firmeza, las
“tierras de la memoria” (evocando a Felisberto Hernández) son, al igual que nuestros
continentes, itinerantes. Y si seguimos la tentación del significan te, si algo caracteriza a la
memoria es cierta “incontinencia”. Irrumpiendo en los momentos menos esperados, cuando
el pasado parece solidificarse, la memoria se cuela, sale a borbotones y chorrea hasta
anegar la inmaculada solidez. Incontinente por no poder detener el flujo de recuerdos, pero
incontinente también porque no puede darles cabida y rebalsa.
Si el lema de la escolástica medieval era “philosophia analia theologiae” podríamos
aventurar que en nuestro tiempo “memoria ancilla historiae” (pero, como en los tiempos
empresariales que corren, se trata de que la memoria se sienta protagonista de la historia, se
la evoca en eventos oficiales, muchas veces con fines de apropiación). Sin embargo, toda
relación ancilar (aun la de la “business administration”) acaba en cierta incontinencia (que
no es necesariamente insurrección). Pero no caeré en la tentación binaria. No se trata de una
historia oficial sojuzgando a una memoria que es su víctima: esta última es plural y
contradictoria, y cuando en tiempos políticos permeables a la justicia se trata de dar cabida
a la memoria en distintas expresiones, no faltan las disputas de los diversos actores por la
categoría de víctima que justifique ser legítimo acreedor de su tutela... como si la memoria
fuese menor de edad y no tuviese palabra. Nada más amenazador para esta “incontinente
polimorfa” que las disputas en torno a su “patria potestad”. El problema, una vez más, tiene
que ver con el abordaje plano ―por parte de los diversos actores― de la enmarañada
realidad (que excede la “complejidad”), y esta realidad, por más achatada que esté, no deja
de ser rnultidimensional.
Para ilustrar estas preocupaciones, elegí un amasijo candente de memorias e
injusticias que, a pesar del horror en el que se sume cada día, desde otra perspectiva no ha
dejado ―obstinadamente― de anidar esperanza y justicia. Se trata de un primer
acercamiento de otro modo, a la memoria judía hoy, desde una perspectiva del por-venir
(que no teme llevar cierto tinte “quijotesco”).
Vivimos “en estado de memoria”, 1 aun cuando no lo sabemos porque creemos tener una
idea clara del pasado (vuelvo a la metáfora geográfica: los continentes, a pesar de damos la
seguridad de pisar tierra firme, siempre están en movimiento). Si hacemos referencia al
sentido popular de encontrarse “en estado”, debemos sospechar un probable embarazo (en
este caso, de la memoria). En estado de gravidez, la -impura- incontinente a quien nos
referíamos hace un momento, anuncia cierto por-venir en gestación. Esto significa que al
hablar de la memoria “en estado”, estamos obligados a corregir la expresión y referimos, en
plural, a las memorias ―todas ellas legítimas―, reconociendo la imposibilidad de
contenerlas en un saber y exhortándonos a crear otras formas de aproximarse a ellas. Si esta
pluralidad inquietante se percibe en la esfera privada, en el ámbito público ―aun cuando
éste se manifieste como pura intemperie― la efervescencia de las memorias vivas aparece
embarazosamente potenciada. Cualquier tentativa estatal ―por abierta que sea― de
administrarlas, por causa de su unilateralidad, se revela impotente: las contradicciones son
su elemento vital. Es necesario entonces cambiar el modo de aproximación, no se trata de
administrar ni mucho menos de unificar, tampoco de jerarquizar: cualquiera de estos modos
basados en la identidad fracasa por causa de irreductibles diferencias. Lo que se juega en
ese ámbito político ―en la gravidez del porvenir― es precisamente la justicia (es decir, la
vida). Por la gravedad del tema, es preciso aguzar los sentidos al punto de la hiperestesia,
ejercitar la paciencia, sin apresurar las soluciones pretendidamente omni-abarcadoras,
atender a esa incontenible pluralidad y luego de la sensible escucha, en los encuentros,
intentar establecer lazos para un nuevo tejido, que revele los aspectos creativos de cada una
de las memorias (estos aspectos se encuentran soslayados en esa argamasa conflictiva a la
que aludimos antes).
Retornemos entonces, a ese “lugar del Levante”…
El término “retorno” significa fuertemente para ambas memorias. Es conocida la “Ley del
retorno” que desde la fundación del Estado, alienta la inmigración judía en Israel. Mientras
que para los judíos el significante “retorno” hoy indica una posibilidad entre otras,
(des)esperada durante y después de la Shoá; para los palestinos la misma palabra resume
hoy lo inalcanzable. 2 Mientras los primeros relacionan el “retorno” con la tierra prometida;
los segundos ―que, kafkianamente, viven el exilio dentro de esa misma tierra― lo
escuchan como interdicción, se trata de una tierra no permitida. Hay una confusión de los
tres estados de la memoria que se traduce en horror.
Tierras de la memoria, memorias de esa tierra: los mismos acontecimientos que en
hebreo se conocen como Miljemet hashijrur (“Guerra de liberación”) tienen por traducción
árabe Nakba, cuyo significado es cataclismo o destrucción (la palabra hebrea
correspondiente sería Shoá...). La traducción se vuelve un espejo siniestro, pero es a la vez
el único lazo (muy débil) capaz de reconstituir algo de dignidad en las memorias. Sí, la
traducción es un espejo que pone el acento en la alteridad. Por eso, al modo de Perseo, tal
vez sea la única capaz de terminar con la Gorgona (que en este caso se entiende como el
viejo nombre de la memoria del horror esa “incontinente polimorfa” de la que hablamos al
principio).
Esta idea de la traducción como posibilidad de redimir el pasado (y de este modo, el
presente y el porvenir) se trasluce en los escritos políticos de Martin Buber. Podemos
adelantar que el relato de Babel no ha cesado de acontecer.
El libro Eretz lishnei amim (Una tierra para dos pueblos), reúne los textos políticos
(cartas, conferencias, artículos) del filósofo Martin Buber desde 1917 hasta 1965, año de la
muerte del impulsor hasta el fin de sus días del estado bi-nacional en ese lugar del Levante
donde hoy se encuentra el Estado de Israel, que es también Palestina. Consciente desde los
albores del “retorno” (desde la declaración Balfour -2/11/17- que abría las puertas de
Palestina para un hogar nacional judío), el filósofo del pensamiento dialógico puso el
acento en el Otro que habitaba (y habita) esa tierra. Sin perder de vista que ese “hogar
nacional” en momentos cada vez más duros era a la vez que un lugar de salvación, una
concesión del imperio (a la sazón, británico), el filósofo advertía a los dirigentes del
movimiento sionista que estaban incurriendo en la ilusión de confundirse con el imperio
para el que no eran sino un instrumento de ocupación, 3 digamos, una especie de satrapía. El
filósofo, sin olvidar la pluri-dimensionalidad del presente (esto es, de las memorias vivas e
incontinentes que lo sostienen), proponía un esfuerzo creativo de esas memorias diversas en
Oriente Medio, que tuviera por resultado un Estado bi-nacional. Esta propuesta, a pesar de
que la realidad va cobrando vetas cada vez más horrorosas en el Levante (pero que a la vez
no deja de albergar espacios de esperanza), y que a primera vista parece una quimera, no es
dejada de lado hoy por quienes, de ambas partes, toman distancia, escuchando las voces del
pasado en aras del porvenir. Como la traducción es el lugar de encuentro de las diversas
cosmovisiones, se trata de la tarea traductora de los judíos árabes, únicos conocedores de la
lengua de los habitantes palestinos. Por causa de la diáspora milenaria, el judaísmo se
presenta como un prisma con numerosas caras, entre las que se encuentra en número
mayoritario (pero a la que se trata de “minoría”), la judeo-arabidad. En ese lugar debían
converger los nuevos y los viejos habitantes de esa tierra (cada uno desde la perspectiva de
sus memorias). La lengua árabe sería el lugar de una creación conjunta. Sin embargo, las
fuerzas que se impusieron en el movimiento sionista, fueron las judeo-alemanas, ignorantes
de la lengua árabe, ignorantes del valor de esa cultura diferente que traían los judíos
provenientes de países árabes. Si hubo una “guerra de lenguas” en la fundación de la
universidad de Jerusalén, ésta se jugaba entre el alemán y el hebreo, y nunca se vislumbró
la importancia del árabe. Esto llegaría más tarde, en el horizonte de la guerra, como lengua
del enemigo, olvidando que gran parte de la población judía había vivido (y seguía
viviendo) en esa lengua del otro (y no la experimentaba como amenaza de muerte). El
pueblo que vivió en carne propia y murió por causa de la negación de su alteridad
empezaba a reproducirla con sus otros.
Eso es fácil de ver hoy (aunque los responsables de turno en el gobierno no lo
puedan pensar), la enseñanza del filósofo es haberlo visto a tiempo y desde dentro, haber
alertado incansablemente a sus contemporáneos en aras de la justicia. El autor de Una tierra
para dos pueblos puso en acto la memoria de una conjunción que lentamente trataría de
borrarse y volverse antagonismo: la judeo-arabidad. El judío árabe (ese traductor con cierto
matiz redentor), 4 durante años ocupó en el Estado de Israel ―de fundación judeo-
alemana― el lugar del paria (y en algunos casos, el del parvenu). 5 Judíos provenientes de
Irak, Yemen, Marruecos, Argelia, Túnez, Egipto, Siria, Líbano, entre otros, fueron
inmigrados que llegaron bajo el estigma euro céntrico del atraso y la incultura. La derecha
israelí a finales de los años 70 supo capitalizar el resentimiento acumulado por décadas para
terminar de enterrar la memoria árabe de este enorme número de judíos. Así, esos judíos
provenientes de países árabes pasaron a ser “judíos orientales” o en algunos casos
“sefaradíes” (nombre inadecuado porque la mayor parte de ellos no tenía pasado judeo-
español ni hablaba ladino). El gentilicio “árabe” en general hoy se confunde con
“musulmán” y la segunda generación nacida en la tierra de Israel no se considera de
ascendencia árabe, aun cuando sus padres (y ellos) hablan esa lengua.
El concepto de identidad fue problemático para un pueblo que vivió la mayor parte
de su vida en la diáspora, y que teniendo la oportunidad de deconstruirlo, optó por su
reproducción, al negar la pluralidad que le es inherente. Apropiándose del modelo de aquél
que lo había oprimido, lo repitió con su gente y con la gente que habita esa tierra. La
memoria del horror es obstinada y rebelde, se inocula de manera sutil en el que la sufre y
muchas veces no ve que puede llevarla pegada en la piel. La lógica vengativa es
unidimensional y suele llegar por la vía del dolor. La memoria del horror es una versión
actual de la túnica de Neso. Sin embargo, gracias al polimorfismo de la memoria, una
aproximación diferente puede dar lugar a otras aproximaciones, a otras dimensiones del
porvenir.
5. EL RITMO DE LA MEMORIA, RITMO DEL POR-VENIR
Buber ve en el colectivismo propio del kibutz (creación que el mundo neoliberal orilló a la
decadencia) un componente elemental para ese acercamiento cooperativo con el otro. Lo
define como una contribución del Oriente Medio al resto del mundo. También en este
aspecto fue desoído el filósofo que ―al modo de los profetas― interpelaba a la política
desde la ética. Primero los dirigentes del Estado de Israel debían ver el mapa y recordar que
se encontraban en ese lugar del Levante y no en Europa Central. Tenían los ojos pegados en
la parte del planisferio que se da en llamar Occidente, la seducción neoliberal acabó con el
colectivismo y logró debilitar de manera radical diversas expresiones institucionales de
solidaridad.
La idea de lo colectivo inspiraba en los años veinte a varios pensadores. Luego de la
primera guerra mundial, surgieron en distintos lugares pensamientos creativos. Se trata de
pensamientos políticos que no provenían del campo de la política sino de disciplinas
distantes: Buber era filósofo, Mandelstam era poeta. En el seno de la lengua alemana el
filósofo vislumbraba un futuro político diferente para el Levante, bajo la forma del diálogo
cooperativo; por su parte, en ruso, el poeta imaginaba que la clave de la “historia futura”
sería el ritmo, en contraposición a la historia que hasta ese momento, en palabras de
Mandelstam, había sido "creada inconscientemente en la agonía de la coincidencia y la
lucha ciega”. 6
En 1920 Mandelstam ―ilusionado con la Revolución del 17― alertaba acerca de la
inexistencia de “lo colectivo”. El poeta escribía que “el colec- tivismo llegó antes que lo
colectivo”, y que de no trabajar en la educación social basada en el ritmo de lo colectivo,
acechaba el peligro ―rigurosamente cumplido― de un “colectivismo sin colectivo”.
“La nueva sociedad está sostenida conjuntamente por solidaridad y ritmo.
Solidaridad significa concordia de metas. La concordancia de acciones también es esencial.
La concordancia de acción en sí ya es ritmo. (...) Solidaridad y ritmo son la cantidad y
calidad de la energía social”. 7
Sin duda estas palabras del poeta ruso habrían sido acogidas por el filósofo alemán.
Desde la ética uno y desde la poética el otro, ambos proferían verdades que los políticos en
turno no quisieron ver. Advirtieron acerca de peligros vislumbrando justicia y no fueron
recibidos (Buber fue ignorado y quedó al margen del movimiento sionista; Mandelstam fue
encarcelado y desterrado).
Aquí me -detengo en estas primeras reflexiones. Las tierras de la memoria alojan
evidentemente al recuerdo del horror; pero en ellas anida también esa memoria por venir,
que anuncia el estado de memoria. Se trata de aguzar el oído y “poner el cuerpo” para
percibir ese ritmo que, soterradamente, nunca dejó de gestarse. Al poner el cuerpo en
consonancia, el ritmo de lo colectivo ―que es el de la diferencia―, irá in crescendo. En
ese lugar del Levante, el ritmo de la traducción (esa forma del contrapunto), podría hacer
repicar en las distintas lenguas las voces del retorno. Entonces, la justicia por venir asomará
como ritornello.
DATOS BIOGRÁFICOS
NOTAS
1
(Esta vez rindo homenaje a Tununa Mercado) Cf. T. Mercado, En estado de memoria, Córdoba, Alción
Editora, 1998.
2
Cf. A. Shammas, “Aurocartography: The Case of Palestine, Michigan”, en Palestine-Israel Journal of
Politics, Economics and Culture, Vol. 9, núm. 2, 2002.
3
A. Buber, “El hogar nacional y política nacional en la tierra de Israel” discurso pronunciado en octubre de
1929 en la sede del movimiento político “Brit Shalom” en Berlín. En Eretz lishnei amim (en hebreo), Tel
Aviv, Shoken Books, 1988, pp. 82-83.
4
En el sentido benjaminiano del término (cf. W. Benjamin, “Tesis de la filosofía de la historia”, en Angelus
Navas, Barcelona, Edhasa, 1971.
5
Los términos son de H. Arendt y están tomados del libro de Enzo Traverso Los judíos y Alemania. Ensayos
sobre la simbiosis judeo-alemana, Pre-textos.
6
O. Mandelstam, “Government and rhythm” (1920) en The complete critical prose and letters, Michigan,
Ardis, 1979 p. 110. “Harmonious, universal, rhythmical acts, animated by a common idea, are of infinite
significance for the creation of future history”.
7
Ibidem, p. 109.
“The new society is held together by solidarity and rhythm, Solidarity means concord of goals. Concord of
action is also essential. Concord of action in itself is already rhythm. (...) Solidarity and rhythm are the
quantity and quality of social energy”.
Usos de la memoria, usos de la palabra
ROSALBA CAMPRA
1.
Memoria. Una facultad antojadiza. El diccionario la acopla con los verbos siguientes: Fijar.
Grabar. Incrustar. Mantener en. E inmediatamente: Borrar de. 1 En ese movimiento de la
permanencia a la disolución se inscribe la posibilidad de un “yo”. Por eso nos obsesionan
las modalidades del ejercicio de la memoria: porque a través de él, afirmando la existencia
de un pasado de algún modo recuperable, damos consistencia a nuestra vida.
En mi caso, supongo que podrían considerarse testimonio de esa obsesión los títulos
de varios de mis trabajos. Mi primer libro de relatos se llama Formas de la memoria
(1989). Uno de mis textos en los que se combinan palabras e imágenes, Libro que trata de
la forma de la memoria (1988). Otro, En el libro de la memoria (2000). Un ensayo sobre el
exilio argentino en Europa, dedicado a D. Moyano, H. Tizón y M. Goloboff, “Formas del
viaje, formas de la memoria” (1989). Y muchos otros, más allá del título, a eso están
dedicados: al rastreo de una memoria.
2.
Aunque quizá fuera más exacto decir a las modificaciones que ciertos usos de la memoria
actúan. Porque, ¿qué pasa cuando la memoria se enfrenta con un objeto informulable, y por
lo tanto resistente al recuerdo?
Un modo de ir apuntando respuestas podría ser el de detenerse en el valor de las
preposiciones. En la escuela las enumerábamos alfabéticamente con un sonsonete que
ayudaba a recordarlas a todas ―a, ante, bajo, cabe, con, contra, de... Para el título de este
encuentro se ha elegido de. Esta preposición, particularmente, indica que la palabra que la
sigue constituye el contenido de la palabra que la rige: “Memorias del horror”.
Pueden proponerse sin duda otras opciones. Preguntamos, por ejemplo, ¿qué hace la
memoria ante el horror? O bajo el horror, o con él. ¿Y tras él? La memoria puede
acercársenos desde, disimularse entre, resistir hasta el horror... También puede ir contra el
horror: apostar a una victoria.
Desde esta perspectiva, querría mostrar uno de esos efectos de la memoria a partir
del relato “Respuestas”, que forma parte de uno de los libros citados más arriba. Leyéndolo
ahora lo veo en una especie de relación retrospectiva con el título de este encuentro, como
una de las reacciones a la pregunta implícita allí: ¿qué hacemos con la memoria del horror?
Pienso que la respuesta que esta ficción brevísima enuncia reside en el deslizamiento de la
palabra “espanto”, con que la voz narrante describe la situación en la primera secuencia, a
“nuestro”, con la que identifica esa misma situación en la frase final.
La voz parte con una presentación neutra de la realidad. Terrible sin duda, pero
situada en la categoría de lo conocido, de una serie de épocas “ni peores ni mejores que
éstas”. 2 El frío es como el de las glaciaciones ya superadas; los lobos hambrientos, como
las otras veces, bajan de las montañas. Pero esta vez hay algo peor que el hielo y que los
lobos:
[ ... ] este espanto de los ratones no se podía prever. No se sabe bien cómo empezó a
pasar, porque los alcaldes ordenaron tapar las ventanas con papel de diario, que protege
del frío, y salir lo menos posible.
Los diarios, por otra parte, después de un tiempo dejan de publicarse, porque total
“con este frío nunca pasa nada”; para no provocar a los ratones se aconseja a los que están
obligados a salir que anden con los ojos cerrados. Hay quienes “por razones de trabajo,
distracción o rebeldía” los mantienen abiertos, y cuentan a los demás que la voracidad de
los ratones sigue aumentando, “que se abalanzan hasta sobre los recién nacidos, que se han
comido los libros de todas las bibliotecas”. Algunos, entonces, deciden irse:
Desde afuera nos escriben cartas sobre el frío que hace aquí y sobre esa historia de los
ratones. Pero el frío es sano, mata los microbios, y los ratones mantienen la ciudad
limpia de gatos, de gente mal entrazada o curiosa. Ni es seguro que a toda esa gente se
la hayan comido, como dicen los que se fueron, tal vez esa gente nunca existió, o se fue
también, o está escondida en algún lugar por aquí preparando trampas contra nuestros
ratones.
3.
Es posible compartir la memoria porque existe la palabra para nombrar las cosas. A veces,
sin embargo, la palabra que se usa no es la que las cosas reclaman. Entre los
procedimientos con que se elude esa relación perturbante entre la palabra y la realidad, la
eufemización es uno de los más arteros.
En uno de mis regresos a Argentina, fui con mis hermanos a un hermoso paraje en
las sierras de Córdoba, un río donde el afloramiento de piedras enormes hace imaginar
animales antediluvianos. Ese lugar se llama Paso de las Tropas. Al día siguiente, en el
suplemento de un diario, encontré el porqué de ese nombre: en la época de la “Pacificación
del Interior”, explica el artículo, allí se detuvo el ejército. ¿Pacificador?
Usos traicioneros del diccionario. En los manuales de historia argentina aprendí que
el período que sigue a la Independencia es el de la “Organización nacional”. Cuando estuve
en condiciones, gracias a otras lecturas y a la edad, de traducir esas palabras, entendí que se
trataba del eufemismo con que negamos la existencia de nuestras guerras civiles... Son los
mismos manuales que llaman precisamente “Pacificación del Interior” a lo que fue una
guerra de Buenos Aires contra las provincias.
Otra escena ofrece la imagen especularmente opuesta de ese hecho histórico. Una
amiga argentina, una noche, en Nueva York, encontró tirados en la calle varios libros
antiguos. Me regaló uno de los que alcanzó a recoger, el Almanach du Gotha de 1868. Ahí,
en la sección del “Annuaire diplomatique”, en las páginas dedicadas a la República
Argentina, puede leerse de la victoria del ejército del general Mitre en Pavón, el 17 de
setiembre de 1861, sobre “las tropas argentinas”. 3 Tal vez desde afuera, desde otra voz,
resulta más fácil nombrar la realidad con palabras no tan titubeantes...
4.
Palabras que velan el espejo, distorsionando nuestra propia imagen como en un túnel del
Luna Park. O palabras que sirven de coartada. Que son una de las formas del silencio. Creo
que muchos ya hemos subrayado el uso de la palabra “desierto”, en los documentos y en la
literatura, para designar la pampa. 4 Ese nombre, con un solo movimiento de la pluma, borra
la existencia de los indios: “desierto”, explica el diccionario, significa Deshabitado,
despoblado o vacío. Se aplica al lugar donde no habita o no hay nadie 5. Así la Conquista
del Desierto es, para la memoria nacional, en vez de una guerra de despojamiento y
exterminio de pueblos americanos, la ocupación de un espacio sin dueño para entregarlo a
tareas civilizadoras.
¿Y qué eufemismo más siniestro que “desaparecidos”? ¿Y más hipócrita que la etiqueta de
“Proceso”, con que se auto denominó la dictadura instaurada en Argentina en 1976?
Que no se trata de disquisiciones teóricas lo demuestra el peso que puede tener
actualmente en un tribunal la definición de un acusado como “guerrillero” o como
“terrorista”. 6 Y todos, creo, podemos relevar cada día en los periódicos el uso de
expresiones tan distorsionadas y distorsionantes como “misiones de paz” y “guerra
preventiva”…
Desde este punto de vista, valdría la pena retornar a las reflexiones de Alejo
Carpentier sobre la necesidad de “nombrar” en América Latina. Pero no tanto con el valor
adánico e inaugural que él confiere a ese término (función que nos permitiría, según
Carpentier, hacer visible nuestra realidad para el resto del mundo) sino, sobre todo, con el
de deseufernizar nuestra propia palabra (es decir, para hacer visible nuestra realidad para
nosotros mismos). 7
Contentarse con deseufemizar, de todos modos, me parece igualmente peligroso.
Algo así como someterse a las ilusiones de lo “políticamente correcto”: la ilusión de que
una sustitución o un silencio en el plano del lenguaje baste para enderezar las distorsiones
de la realidad. Y si puede ser una obviedad subrayar que la realidad no se agota en las
palabras, tal vez no lo sea tanto recordar que para ser comunicada, y modificada, necesita
de ellas. Como necesita de las imágenes, los dos términos que estructura n nuestro coloquio
sobre la memoria.
5.
Los ejemplos del diccionario de María Moliner que he citado al principio (mantener en,
borrar de) sancionan la concepción de la memoria como un repositorio donde una instancia
más alta decide sobre el contenido. Ahora, en cambio, sabemos que la memoria no consiste
en un “lugar” donde están las cosas del pasado bajo forma de imágenes o de palabras, en un
almacén donde vamos a buscarlas, sino en una red cambiante que se activa según
mecanismos que ignoramos.
No soy una experta en cuestiones neurológicas para exponer aquí las teorías que se
han desarrollado en los últimos años sobre el carácter constantemente renovado y variable
de la actividad memorial. Lo que me importa señalar es el valor de fundación que estas
variaciones desempeñan, y eso ya lo ha expresado luminosamente Raúl Dorra en un estudio
dedicado a la literatura gauchesca:
La memoria escoge por razones que no conocemos y que sin embargo son las
razones de nuestra identidad. 8
Cada una de nuestras creaciones, en este plano, es una especie de materialización de
ese momento fugitivo en que memoria y olvido nos ofrecen las versiones a partir de las
cuales construimos un yo.
Decía al empezar estas reflexiones que muchos de mis trabajos llevan la palabra
memoria en el título. Pero llevan también la memoria ―una forma de la memoria― en el
modo en que están hechos, es decir, en su materialidad misma. Algunos los definen “libros
de artista”, o “libros-objeto”. Para mí, son simplemente libros en los que, parafraseando el
subtítulo de este coloquio, están presentes tensiones entre la palabra y la imagen.
Estos libros se inscriben en diferentes tipologías. Los que llamo “palirnpsestos”, o
“reescrituras” 9 utilizan como base libros antiguos y se presentan como un collage
tridimensional, dado que el espesor del volumen consiente inclusiones de todo tipo. Los
que llamo “fragmentos” utilizan también la técnica del collage, bidimensional en este caso,
ya que aparecen como páginas sueltas de un libro perdido, por definición incompleto. Los
“códices”, a su vez, están construidos según el plegado en fuelle de los códices
prehispánicos.
6.
Los tres tipos están presentes en esta exposición en la Universidad del Claustro de Sor
Juana: el palimpsesto Histórica, los fragmentos de En el libro de la memoria, y los cuatro
códices de la serie Los puntos cardinales, que da nombre a la exposición. En todos los
casos, se trata de técnicas que implican una puesta en obra de la memoria, en el sentido que
cada elemento está resignificado, pero sigue mostrándose como la entidad que era antes de
su manipulación en la obra presente.
Me atrevo a decir que de ese modo participo en una suerte de rescate. Se trata, a
menudo, de libros destinados al quemadero, porque ya nadie los lee: el olvido los ha
borrado de bibliografías y anaqueles, y no son suficientemente antiguos como para
despertar la avidez de los bibliófilos. Yo los uso, entonces, como el pergamino que un
monje medieval raspaba para poder escribir por encima un texto nuevo.
En el palimpsesto de aquel monje, sin embargo, lo borrado subsistía y de algún
modo terminaba por aflorar. Del mismo modo mi texto, el que yo escribo por encima de lo
escrito, establece un diálogo con el libro preexistente, un contrapunto, más o menos
elemental, más o menos complejo.
A veces, como en Constancia del secreto (1990), subrayando algunas de las
palabras impresas, corrigiendo otras, he armado un texto que el lector puede rastrear ―si
quiere― en el libro anterior a mi reescritura. Otras, como en Histórica (1997), la
manipulación actúa sobre elementos heterogéneos. Aquí me he valido como soporte de una
publicación académica checa, en la que agregar el acento a la o me bastó para darle un
sentido en español a su título. Del texto, elegí un artículo en inglés sobre la Independencia,
lo recorté y en la primera página del libro fui superponiendo sus fragmentos en un desorden
que lo hace incomprensible. Las páginas siguientes no se abren: las he pegado. Forman un
bloque sólido en el que he cavado un hueco, y ahí dentro, tras una placa de plexiglás, hay
unas cadenas. La única página que puede abrirse reproduce la declaración de
Independencia, en 1816, “en la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de
Tucumán”, pero también ella es ilegible, pues está borroneada por una serie de cifras: la
repetición de las fechas de los golpes de estado en Argentina. Entre los nombres de los
firmatarios, vacíos y tachaduras, con una etiqueta: “desaparecido”.
Creo que el uso de un material preexistente para construir el propio discurso
proporciona una serie de estratos, o de dobleces, donde se anidan significaciones que un
discurso lineal no podría ofrecer al espectador, y son una posibilidad de sorpresa para el
autor mismo. Y a veces ocurren cosas curiosas. En varias ocasiones me he servido de libros
sin saber cuál era su contenido, pues estaban escritos en idiomas que no conozco. Sin
embargo, como supe después por alguien que en cambio los conocía, mi texto resultaba un
eco de esos textos preexistentes: así, un volumen en ruso que yo había utilizado para
construir El sueño del hipertexto III, donde se habla de libros que sueñan otros libros,
estaba originariamente dedicado a “Problemas de poética y semántica artística”… Tal vez
la memoria sea tan inevitable como el olvido.
Nunca pude, de todos modos, manipular de esa forma libros de autores
hispanoamericanos: no era capaz de agujerearlos ni reescribirlos, y su destino final fue mi
biblioteca. Pertenecían a mi mundo, y vaciarlos ―aunque fuera para llenarlos con otros
contenidos― me parecía abrir agujeros en mi propia memoria…
7.
Porque memoria significa también disponer de un patrimonio común que podemos aportar
a nuestra creación, por lo que ésta, a cada lectura en grado de reconocerlo, manifiesta su
naturaleza de creación colectiva. Poesías. Canciones. Imágenes. Usarlas en el propio
discurso, integradas, o sea más allá de la cita ―eso que la teoría literaria llama
intertextualidad― representa una especie de convocación.
En el palimpsesto Mitologías del cielo austral (1996), por ejemplo, una columna de
texto retorna el repertorio que, en la Argentina, uno construye durante los años de la
escuela: himnos y canciones patrióticas que entonábamos al izar la bandera, al conmemorar
próceres y batallas. Para poner en duda su sentido, su frágil jactancia, he introducido una
variación mínima: tan sólo algunos signos de pregunta...
Alta en el cielo
un águila guerrera
en vuelo
¿triunfal?
Audaz se eleva.
¿Y la patria esclavizada?
¿Y las Provincias Unidas del Sud?
¿Y los libres del mundo?
8.
Los fragmentos de En el libro de la memoria proponen otra forma de recuperación del
pasado. Las seis páginas que componen la obra suponen una certidumbre: reconstruir la
historia de un yo individual es imposible si se prescinde del pasado colectivo.
Sobre papel artesanal se destacan documentos de deuda correspondientes a los años
1924-1927 del Juzgado Municipal de Momostenango, que me regaló el pintor guatemalteco
Moisés Barrios: “Para que hagas una de esas cosas que haces tú”. Un regalo que me valió la
recuperación de una memoria más vasta ―si se quiere, de una problemática
latinoamericana― y la conciencia de la necesidad de transmitirla: eso fue, si no lo que hice,
al menos lo que traté de hacer.
Esas páginas muestran, en transparencia sobre los documentos, un collage de
fotografías y otras imágenes, acompañados al pie por mi texto manuscrito. Para citarlo aquí
lo traduzco del italiano, lengua en que lo escribí, porque ese “libro de la memoria” es
también, como dice el prólogo (que en la galería donde se expuso estaba trazado en la
pared) 10 pregunta sobre la lengua del desarraigo:
Partió, y quiso contar el mundo que había dejado: el mundo suyo.
Volvió, y quiso contar las cosas que en esos años le habían sucedido.
Pero ésa era otra lengua.
Memoria III
No sabían ni leer ni escribir. Algún otro puso una firma en lugar suyo. La
vida suya, ¿quién la vivió? ¿Quién soñó sus sueños? ¿A quién podrán un día ser
devueltos?
Otras páginas remiten a la historia de la inmigración (en Memoria IV, la
figurita antigua de una niña pensativa que se superpone a un juego de la oca,
titulado “El viaje a América”): una historia que me concierne, como concierne a
muchos argentinos. Y como creo que a todos nos concierna la congoja de lo
irrecuperable, de la memoria para siempre perdida porque no se hicieron a tiempo
las preguntas:
Memoria V
Cercana a transformarse también ella en una antepasada, perseguía en
silencio los recuerdos que los otros, los de los retratos colgados en los corredores
cada vez más vastos de la casa de la infancia, nunca habían compartido.
9.
Pero por suerte también hay modos de esquivar el olvido. Nos los ofrece la escritura. Una
trampa, claro. Para la que hay que saber leer. Disponer la puntuación de modo que lleve las
palabras hacia donde las estamos llamando (no por nada Mnemosyne, la memoria, es la
madre no sólo de la Historia sino de todas las musas). Es lo que intenta hacer ese Libro que
trata de la forma de la memoria que citaba al principio, un palimpsesto en el que mi texto
emerge, por subrayados, recortes e integraciones, del libro originario:
dónde
buscar
dónde
donde algo es
Es la selva, es
el oscuro nido, etcétera.
un ruido
o una sombra
el río
ese río
Nuestras vidas
son
los ríos, etcétera.
y el sabor de
no,
no me acuerdo,
dijo
un número de teléfono
cosas
escondidas
el altillo,
un baúl
en
el altillo
la plaza
nevada
sólo
una vez
y
la rotonda
no,
no: me acuerdo,
dijo.
DATOS BIOGRÁFICOS
Rosalba Campra nació en Jesús María, en la provincia de Córdoba, Argentina. De allí pasó
a París, por razones de estudio, y luego, por otras razones, a Italia, donde actualmente
enseña literatura hispanoamericana en la Universidad de Roma La Sapienza.
Publicaciones: Los años del arcángel (1998), Formas de la memoria (1989), Herencias
(2002), y textos publicados en revistas y antologías en Europa, América Latina y Estados
Unidos de América. Entre sus ensayos se cuentan “Como con bronca y junando”… La
retórica del tango (1996); América Latina: la identidad y la máscara (1998); Territori della
finzione. Il fantastico (2000), Il genere dei sogni (coord., con F. Rodríguez Amaya, 2005).
De más difícil clasificación resultan sus libros-objeto y otras obras en las que se superponen
la escritura ficcional y la imagen, como en el caso del libro de artista Constancias (1997).
NOTAS
1
M. Moliner, Diccionario de uso del español, Madrid, Gredos, 1973.
2
Todas las citas están tomadas de R. Campra, “Respuestas”, en Formas de la memoria, Córdoba, Lerner,
1989, pp.10-11.
3
Almanachu du Gotha, Imprimerie de la Cour d'Engelhard-Reyher, 1868, p. 356.
4
Cfr. mi art. “Gauchos, inmigrantes, compadritos: argentinos”, en Revolución y cultura, vol. IV, núm. 6, La
Habana, noviembre-diciembre 1998.
5
M. Moliner, op. cit.
6
Desató muchas polémicas en Italia el caso de Mohamed Daki, marroquí acusado de terrorismo internacional
y absuelto en primera instancia (2005) en cuanto el juez consideró que se trataba no de un terrorista sino de un
guerrillero.
7
Cfr. A. Carpentier, “Problemática de la actual novela latinoamericana” en Tientos y diferencias, 1964, La
Habana, UNEAC, 1974, especialmente el apartado 6: "Del estilo”.
8
R. Dorra, “El payador y sus regiones”, en Entre la voz y la letra, Puebla, Plaza y Valdés-Universidad de
Puebla, 1997, p. 126.
9
Reescrituras fue el nombre de la exposición con que un grupo de estos ejemplares se presentó en la
Biblioteca del Instituto Cervantes, Roma, 1994.
10
Exposición Femminile Altrove, Roma, Salan Privé, 2000.
11
Lewis Carroll, Alicia a través del espejo (Through the Looking Glass and what Alice found there, 1871),
Madrid, Alianza, 1971, p. 97.
Algunas reflexiones acerca del arte de la memoria y la memoria del arte
HORST HOHEISEL
¡Todo lo que realizan los artistas para recordar los crímenes del pasado es equivocado, mi
obra incluida! Lo único que podemos lograr es realizarlo más o menos equivocado. Pero
nunca vamos a poder dibujar la imagen verdadera de la historia verdadera. ¿Qué es, en
realidad, la verdadera historia? ¿Es la historia que es escrita por los dominadores para
conservar su poder? ¿O, antes de nada, es la que sufren los dominados? El acontecimiento
más extremo de la historia de la humanidad hasta hoy en día es el Holocausto, y todos los
intentos sumados de encontrar una metáfora artística para ello dibujan nada más que una
sola gran metáfora: la de la imposibilidad de representar y recordar el Holocausto a través
del arte.
Todos los monumentos son trabajos comisionados por políticos o por grupos de la
vida pública con intereses propios. En la mayoría de los casos los monumentos son
transigencias de esos grupos políticos y sus diferentes intereses. Por eso raras veces son
buenas obras. Pues un arte bueno es un arte intransigente. Por eso los monumentos muchas
veces son arte mediocre, y ellos, que son construidos para recordar las víctimas del poder,
cuentan mucho más de las constelaciones del poder político, de nuestro presente, de nuestro
gusto artístico contemporáneo, de nuestras modas y de los estilos y de los caracteres de los
artistas realizadores, que de la historia verdadera y del sufrimiento de las víctimas. Muchas
veces suele perderse enteramente la memoria en el medio de una agitación conmemorativa
y al final se convierte en un negocio del establecimiento político y cultural. Sobre todo
cuando vienen los aniversarios, florece en todo el mundo el negocio conmemorativo,
muchas veces establecido conjuntamente por los políticos y los intelectuales.
There is no business like Shoá business era una frase muy crítica y cáustica en el
proceso de la discusión acerca del monumento del Holocausto en Berlín.
Sí, yo también participé en ese negocio con mis trabajos conmemorativos. Y
también esta misma contribución para este libro pertenece a ese negocio “monumental”
(por eso la aplacé tanto tiempo y la escribo con un mal sentimiento en la fecha “dead-line”
―¡qué palabra en el contexto de ese tema!). Sin embargo, cuanto más tiempo he trabajado
en ese business conmemorativo, tanto más consciente se me hizo el problema: ¡La memoria
desaparece en la conmemoración! Trato más y más de hallar medios para salir de ese apuro
del negocio conmemorativo. Realizo antimonumentos, monumentos negativos, y trato de
incentivar desde abajo procesos de monumentalización. No vienen desde arriba, de los
poderosos, de las instituciones, de los grupos conmemorativos organizados, de los
intelectuales y de los artistas. Como catalizador artístico intento más y más solamente
incentivar procesos de monumentalización. Si se logra, algunos de los participantes quizás
hiciesen una experiencia personal con la memoria, y como “monumento” quizás se quede
un pedacito de un pasaje recordativo colectado colectivamente: imágenes borrosas, difusas,
bajo la neblina del desvanecerse, del olvido, del pasado.
Tal proceso recordativo también lo incentivé en Buenos Aires. Pero solamente
como catalizador. Pues la dictadura militar no es mi historia, la historia en Alemania era
otra.
Algunos amigos argentinos tratan, a sugerencia mía, de colectar su propio
“monumento”, que al contrario no viene con un gesto jactancioso del poder desde arriba,
sino que se desarrolla desde abajo, como un “rumor”: de boca en boca. Algunos ya
comenzaron, otros lo escucharon, o participan, lo reexpiden. Más no quiero escribir al
respecto. Pues contradeciría a la idea del trabajo usar este mismo artículo en este libro (que
es parte del establecimiento recordativo oficial del 30 aniversario de la instalación de la
dictadura militar) como publicidad para este proyecto.
Está totalmente abierto el modo en que ese proceso recordativo desde abajo en
Buenos Aires va a desarrollarse. Sin embargo, una experiencia específica ya la hicimos.
Tan pronto como nuestro monumento desde abajo toca el arriba: los círculos de las
instituciones, de la administración y del poder, todo se hace difícil. Entonces se ve
arrastrado por los remolinos de los establecimientos y la memoria se ahoga.
El Río de La Plata es el monumento a los desaparecidos. Propuse simplemente
poner uno de los altos postes del alumbrado que iluminan y guardan las “muestras
recordativas de habilidad” del Parque de la Memoria ahí en el medio del río y en vez de
orientar toda la luz al arte y los monumentos orientarla al río. Pues el verdadero
monumento es el río.
Muchas veces y a toda hora (también en la noche) paseé por la orilla del río,
pasando los pescadores, cuyas cañas de pescar se inclinaron sobre el agua y esperaron los
peces. Y ahí vi la memoria fluyendo. Ella es el río y nosotros tratamos permanentemente de
pescar en ella por el pasado. Pero ningún pez de los que (cada uno según su gusto)
pescamos es la memoria. La memoria es el propio río con su movimiento permanente, cuya
parte somos todos nosotros.
(Traducción: Ralph Buchenhorst)
DATOS BIOGRÁFICOS
MEMORIA ABIERTA
1.
2.
EXPERIENCIA Y DOLOR
3.
DATOS BIOGRÁFICOS
1
Clarín, 14 de diciembre de 1979 y Noemí Ciollaro, Pájaros sin luz, Buenos Aires, Editorial
Planeta, 1999, p. 39; el mismo tramo es reproducido en la película “Cazadores de utopías”.
2
Cfr. Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Horno Sacer III.
Valencia, Pre-Textos, 2002.
3
El texto de este apartado y del que sigue fue presentado en una versión preliminar en el Congreso
Internacional de Historia Oral que tuvo lugar en Roma del 26 al 29 de junio de 2004. Cfr. también
Vera Carnovale, Federico Lorenz, y Roberro Pittaluga, “Memoria y política en la situación de
entrevista. En torno a la constitución de un archivo oral sobre el Terrorismo de Estado en la
Argentina”, en Vera Carnovale, Federico Lorenz, y Roberto Pittaluga, Historia, memoria y fuentes
orales, Buenos Aires, Cedinci-Memoria Abierta, en prensa.
4
CONADEP: Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas.
5
No estamos diciendo que estos testimonios no sean relevantes, ni que estos registros no son
adecuados: sólo marcamos la orientación de los mismos.
El monumento de papel: La construcción de una memoria colectiva en los
recordatorios de los desaparecidos
FERNANDO REATI
En Pasado y presente, su reciente libro sobre la memoria social del terrorismo de Estado,
Hugo Vezetti señala que a tres décadas del golpe militar de 1976 ya es claro que en
Argentina el conflicto no se dirime entre olvido y memoria sino entre diversas y a veces
contradictorias memorias (15). Según Vezzeti, ya no se trata de si se debe recordar, siÍ10 de
qué y cómo recordar. En efecto, después de la publicación del Nunca más en 1984, los
juicios por violaciones a los derechos humanos en 1985, las confesiones públicas de
algunos represores, la autocrítica (si bien tibia) del Ejército y la Iglesia, y la abundancia de
memorias, testimonios, relatos y recordatorios, existe cierta materialidad de la historia que
muy pocos pueden negar. Por eso, no existe el olvido como tal, aunque sí huecos o
silencios en la memoria colectiva causados tanto por las políticas oficiales de la
desmemoria como por los efectos sintomáticos del trauma.
En las dos décadas pasadas se han ido sumando libros, películas, testimonios,
ceremonias y hasta monumentos relacionados con el terror de Estado, todos los cuales
funcionan como artefactos que sirven de soporte material a la práctica social de la memoria
(Vezzetri 32-33). Entre esos soportes materiales están los recordatorio s sobre los
desaparecidos que se comenzaron a publicar en el periódico argentino Página/12 a partir
del 25 de agosto de 1988, cuando la hoy presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela
Carlorto, dio a conocer el primer recordatorio sobre su hija Laura Estela y el hijo de ésta
nacido en cautiverio y todavía hoy no encontrado. A partir de entonces, los recordatorios se
fueron sumando, primero unos pocos por mes, luego docenas, hasta convertirse literalmente
en miles a lo largo de los años. Así, se pasó de los 20 publicados en la última mitad de 1988
a 49 publicados en 1989, 68 en 1990, 140 en 1991, y así sucesivamente. No por
coincidencia, los años con mayor número de recordatorios publicados son los que coinciden
con aniversarios significativos: por ejemplo, 1996 (335 recordatorios) por cumplirse
entonces los 20 años del golpe militar de 1976. De este modo, en los 14 años que van de
agosto de 1988 a agosto de 2002 aparecen un total de 3,170 anuncios.
Los recordatorios siguen un formato más o menos fijo constituido por un texto
personal redactado por los familiares y/o amigos responsables del homenaje, una o más
consignas, una foto de la víctima, y los nombres de los firmantes. Alrededor de este
formato fijo se suceden infinitas variaciones que nacen del toque personal de los
homenajeantes, de sus particulares ideas políticas, de sus opciones estéticas en cuanto a la
elección de ésta o aquella fotografía, éste o aquel poema, ésta o aquella consigna. El
resultado es que si se leen los miles de recordatorios como un texto escrito y visual hecho
de infinitas piezas movibles y cambiantes, lo que se presenta ante los ojos es un objeto
material, un soporte físico de la memoria colectiva (o al menos una de las posibles
memorias colectivas) que funciona con las características de un monumento tradicional y a
la vez de un anti-monumento, Se trata de un monumento hecho no con el material
imperecedero de la piedra o el metal sino con el más efímero del simple papel de periódico,
un monumento sin un espacio físico concreto sino extendido en el tiempo, un monumento
no inmóvil sino vertiginosa- mente cambiante, no nacido desde el Estado sino desde un
grupo de sus ciudadanos: en suma, lo que doy en llamar un monumento de papel para aludir
a su condición intrínsecamente paradójica.
No sólo en Argentina sino en todo el mundo existe desde hace un par de décadas un
rico debate sobre la pertinencia de los monumentos en la preservación de la memoria
colectiva. Buena parte de las opiniones se vuelcan hacia la desconfianza por el temor a que
los monumentos fijen el recuerdo en una forma estática, osificada, falsamente heroica y
partícipe de una historia oficial e idealizada promovida desde el Estado. También existe
cierta desconfianza hacia lo que pareciera ser una ola memorialista —lo que Andreas
Huyssen en En busca del futuro perdido llama "musealización" o "epidemia de la
memoria”— por la posibilidad cierta pero no ineludible de que todo no sea sino una moda
mediática que bajo la apariencia del recuerdo convierte a la memoria en espectáculo
(Huyssen, 2002: 18, 22). De allí el nacimiento de un movimiento anti-monumento en
Alemania en particular, que se opone a los cada vez más ubicuos memoriales de
Holocausto porque podrían terminar por tranquilizar las conciencias y librar al ciudadano
de la responsabilidad de ejercer una memoria individual y activa (Jelin y Langland 10).
Sin embargo, ¿por qué no pensar al monumento más bien como uno de los tantos
sitios en que distintas memorias en permanente conflicto se disputan los significados del
pasado, y dónde por ende es posible producir resemantizaciones de ese espacio material? Es
verdad que monumentos y museos han servido tradicionalmente para legitimar las historias
oficiales hegemónicas, como escaparates en los que se exhiben los triunfos del Estado y se
asientan las narrativas nacionales; la osificación, reificación o transformación del pasado en
cosa muerta o espectáculo es ciertamente posible. Pero ésta no debe ser la única opción
disponible, y sería tan improductivo considerar a los monumentos y museos como
guardianes exclusivos de la memoria colectiva, como ver en ellos una amenaza que 'coopta,
reprime, esteriliza" la memoria (Huyssen, 2002: 74). Si bien el monumento puede ser el
sitio donde el Estado fija su versión de la historia nacional, también puede funcionar como
un espacio de disputa y coexistencia de distintas versiones, donde confluyen lo colectivo y
lo individual, lo heroico y lo íntimo. Huyssen señala la tensión que todo monumento debe
resolver "entre la aturdidora totalidad del Holocausto y las historias de las víctimas
individuales, de las familias y comunidades particulares" (2002: 162). En ese sentido, los
recordatorios del Página/12 precisamente unen lo social y lo personal, muestran el horror
colectivo a través de miles de individualidades, y su efectividad proviene de la repetición
—una foto, otra, otra... —que apunta a la totalidad y a la vez a la singularidad de cada caso
como un caso único.
Por otra parte, todo monumento no sólo es una forma de la memoria sino además
encierra una memoria de las memorias para decirlo en palabras de Vezzetti (2001: 12), vale
decir es un barómetro de las vacilaciones y contramarchas de la memoria social a lo largo
de los años. Esto se entiende en Argentina, donde existieron prácticas de indiferencia o
aprobación tácita de la dictadura por parte de amplios sectores de la sociedad, y donde por
ende la relación de la comunidad con ese pasado que se pretende memorializar todavía está
en disputa. Todo monumento revela una oposición entre memorias rivales, es un producto
de "memoria contra memoria" (Jelin, 2002: 6). Esto es particularmente notable en el
monumento de papel que construyen a lo largo de décadas los miles de individuos que
publican recordatorios, quienes modifican sus ideas con el paso del tiempo y modifican en
consecuencia los textos que publican a cada aniversario de la desaparición del ser querido.
Hay cierta calidad cambiante del recuerdo a la que aludía intuitivamente Borges cuando
afirmaba que nadie recuerda los hechos del pasado sino el recuerdo que de ellos ha ido
construyendo cada día que pasa: toda memoria es el re- cuerdo de un recuerdo de un
recuerdo, decía Borges. Elizabeth Jelin señala parecidamente en Los trabajos de la
memoria que toda memoria es “una reconstrucción más que un recuerdo” (21). Además,
hoy sabemos que ninguna memoria es totalmente individual y que por el contrario depende
para su existencia de lo que Maurice Halbwachs llamó marcos sociales de la memoria: la
memoria se resignifica subjetivamente a diario y no se recuerda aquello que se quiere sino
aquello que socialmente se puede.
Los recordatorios, sus textos y fotos, en cuanto las piezas o "ladrillos" individuales
que conforman el monumento de papel sugieren una serie de cuestiones que merecen una
discusión prolongada. Aquí apenas haré breve mención de algunas:
Ciertas consignas se repiten con asiduidad, y como es de esperar son que se popularizaron a
lo largo de los años en las manifestar luchas por los derechos humanos. Estas consignas
constituyen es algo así como una lingua franca común a todos los recordatorios: “Cárcel a
los genocidas”, “Ni olvido ni perdón”, “Juicio y castigo a los culpables”, "Exigimos la
verdad”, "Exigimos justicia”, "No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos”, se
cuentan entre las más comunes. Estas consignas tipo se repiten con leves variantes en la
inmensa mayoría de los anuncios, pero a veces se modifican levemente y se hacen más
personales sin dejar de lado su contenido esencial, en lo que constituye una de las maneras
en que el monumento de papel une lo individual con lo colectivo: "Tu madre y tu hijo que
no olvidan ni perdonan”, "Tu mamá te lleva siempre en el corazón y para mí no hay olvido
ni perdón”, "Con amor, quienes jamás perderemos la memoria”, "Te amamos. No
olvidamos. No perdonamos”. Al dejar de lado las consignas ya hechas, se personaliza el
llamado colectivo a la verdad y la justicia y se transita el camino entre el yo y el nosotros:
"Espero la justicia de Dios en la cual creo y confío”, "¡Queremos saber qué te pasó!': Esto
apunta a la construcción de un monumento a partir de subjetividades siempre cambiantes, a
diferencia de la imagen oficial y estática del pasado que podría sugerir un monumento
tradicional.
El LENGUAJE POÉTICO
La presencia de subjetividades cobra aún mayor notoriedad en la abundancia de poemas y
fragmentos de obras literarias que se citan en los recordatorios. Entre los primeros anuncios
de 1988 ya aparecen ejemplos de poemas sin firma o prosa poemática. Así por ejemplo, el 9
de septiembre de 1988 aparece uno que está constituido en parte por nueve líneas de
retórica claramente poética: "el inerte frío que buscaron tus asesinos / será brillante hoguera
en tus heridas…” En otro del 26 de octubre del mismo año aparece el primer ejemplo de
cita de un texto poético específico con indicación del autor, en este caso Octavio Paz:
"Quien ha visto la esperanza, no la olvida. La busca en todos los cielos y en todas las
gentes".
Neruda que pide castigo para los verdugos, usado en numerosos anuncios a lo largo
de los años, a veces con mención del autor chileno y a veces no.
¿Por qué la cita, y especialmente por qué el lenguaje poético? Es posible que el
lenguaje poético ayude a resolver el dilema de cómo referirse a aquello que escapa a los
límites de la comprensión habitual cuando se rompen las fronteras de lo representable por
medio de los instrumentos verbales y conceptuales habituales, como sería el caso de la
desaparición violenta de un ser querido. El lenguaje poético, por su naturaleza misma que
lo aproxima a lo sagrado, permite aludir a lo indecible. Además, existe una larga tradición
universal de poesía fúnebre elegíaca: los epitafios en las tumbas son a menudo
condensaciones poéticas del recuerdo de un ser querido, y no olvidemos que los
recordatorios argentinos cumplen la función de lápidas simbólicas ante la ausencia del
cuerpo del desaparecido. Todo esto se sintetiza en un recordatorio de septiembre de 1992
en el cual la madre de la víctima escribe: "Hijo, como no sé hacer poemas, los pido
prestados”.
Muchas veces los recordatorios nos permiten imaginar una historia de vida a través de los
nombres, fechas y datos que proveen, por lo general referidos a la época anterior a la
desaparición pero a veces incluso a hechos acaecidos después del secuestro de la víctima
(en qué campo clandestino se la vio con vida por última vez, qué se cree que pasó con su
cuerpo). Si se toman en conjunto los recordatorios que una misma familia publica año tras
año, se podrá ver los cambios que se suceden en el tex- to, los nuevos datos que se van
agregando al rompecabezas de la historia, e incluso las transformaciones psicológicas y
políticas de los familiares a lo largo del tiempo. Tomemos como ejemplo los sucesivos
recordatorios publicados por Estela Carlotto desde aquel primero de agosto de 1988, y
veremos que constituyen un verdadero texto móvil cuya lectura sólo se completa cuando se
los incluye a todos. En el anuncio de 1988 se menciona estar "buscando el hijito que te
robaron'; pero en el de 1996 se agrega que "Secuestrada embarazada, dio a luz en cautiverio
a un niño al que llamó Guido'; dato éste que faltaba en el primer recordatorio. Más tarde, en
1999, se incorpora al texto la última carta escrita por su hija en libertad. Y en 2000, más en
consonancia con el avance en la conciencia de los familiares, se abandona en parte el tono
individual para colocar a la hija en el marco colectivo de "tus 30.000 compañeros
desaparecidos': En otras palabras, los recordatorios le sirven al familiar no sólo para
homenajear al desaparecido y reclamar justicia, sino también para ir procediendo al
rearmado de una historia de vida con los nuevos datos que van surgiendo de las
investigaciones, y asimismo con los cambios interpretativos que se van produciendo en el
homenajeante a lo largo del tiempo.
LA REIVINDICACIÓN DE LA MILITANCIA
LAS FOTOS
La inmensa mayoría de los recordatorios incluyen fotos de las víctimas, pasando a formar
parte de un texto visual colectivo que Beatriz Sarlo llama "discurso iconográfico de la
ausencia" (44). ¿Por qué la insistencia en la reproducción de fotos de los ausentes? Entre
los posibles modos de representación simbólica de lo real, la fotografía es tal vez la más
mecánicamente perfecta: por su misma verosimilitud, ella nos obliga a preguntarnos sobre
el estatus de lo real y sobre los límites de la representación. En un estudio sobre el uso de
fotos de detenidos-desaparecidos que hace el artista visual chileno Carlos Altamirano,
Nelly Richard señala que si bien la foto está sujeta a las mismas reglas de subjetividad e
intencionalidad que tienen la pintura, la literatura, el cine o el testimonio, aquella "funciona
como una prueba de existencia en la recordación del pasado" (31). La foto, dice Richard,
crea "la paradoja visual de un efecto-de-presencia de lo vivo'; la "ambigüedad de algo
suspendido entre vida y muerte'; y comparte con el ámbito de lo fantasmal y espectral el
registro "de lo presente-ausente, de lo real-irreal, de lo aparecido-desaparecido" (31). Esto
sugiere a la vez permanencia y transitoriedad: ese joven que veo en mi retrato de hace
veinte años me habla de lo efímero de la vida, pero en él me reconozco. Cuando se trata de
los muertos, el tiempo parece detenerse en la foto, que en el caso particular de los
recordatorios nos ofrece testimonio de su desaparición pero a la vez paradójicamente nos
habla de su presencia ininterrumpida.
Las fotos de los recordatorios son dadoras de identidad, sostiene Elizabeth Martínez
de Aguirre, en contraste con un régimen que buscó no sólo eliminar físicamente a los
opositores sino además privarlos de identidad al hacer desaparecer sus cuerpos y negar
luego su existencia: "Esas fotos recuperan algunos aspectos de la identidad de los ausentes
que ahora adquieren un perfil propio, una fisonomía: la forma de una sonrisa, el sesgo de
una mirada, el hipotético color de cabello" (129). Además de restituimos una identidad
individual, agrega Martínez de Aguirre, la foto nos proporciona también una identidad
epocal, una especie de retrato colectivo de la juventud de los 70 a través del detalle de
ciertos cortes de cabello, ciertos estilos de bigotes o patillas, ciertas ropas y accesorios que
nos ayudan a reconstruir un determinado momento del pasado. Por lo demás, al igual que
ocurre con los textos, las consignas y las citas literarias que se incluyen en los
recordatorios, cabe preguntarse por las elecciones personales (emotivas o estéticas) que
llevaron a escoger esta o aquella foto del ausente para su publicación. Algunas son fotos
serias, otras muestran momentos familiares como un cumpleaños, una boda o una fiesta, e
incluso muchas son fotos de documentos públicos como el pasaporte o el DNI (Documento
Nacional de Identificación). Por eso, los rostros que contemplamos en los recordatorios
pueden delatar tanto la seriedad formal del documento público como la espontánea alegría
de algún momento en familia. Estela Carlotto, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo
que publicó el primer recordatorio y quedesde entonces incluye siempre la misma foto, nos
cuenta al respecto en una entrevista que le hicimos hace poco: "[Mi hija] está en muchas
fotos familiares, pero yo extraje una donde más me la representa. Y a partir de ahí es la foto
eterna. Cada una eligió desde el corazón la foto que más le recordaba a cómo era su hijo”.
DATOS BIOGRÁFICOS
DATOS BIOGRÁFICOS
BIBLIOGRAFÍA
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NOTAS
1
Eliahu Toker, Sus nombres y sus rostros, Buenos Aires, Milá, 1995, p. 6.
2
James Young, The Texture of Memory, New Haven, Yale University Press, 1993, p. 7.
3
Maurice Blanchot, The Space of Literature, Trad. Ann Smock. Lincoln, Universiry of Nebraska
Press, 1982. Marie Claire Ropars Wuilleumier, Écrire l’espace. Saint-Denis, PUU, 2002.
4
Jean François Lyotard, La Différence, Editions de Minuit, París, 1983. Saul Friedlander, Saul,
Probing the Limits of Representation: Nazism and the Final Solution, Cambridge, Harvard
University Press, 1992.
5
Jorge Luis Borges, Obras completas, Emecé, Buenos Aires, 1974, p. 435. Yi-Fu Tuan,
Landscapes of Fear, New York, Pantheon, 1979.
6
Edna Aizenberg, Borges, el tejedor del Aleph y otros ensayos, Madrid, Iberoamericana, 1997;
“Deutsches Requiem 2005”, Variaciones Borges, núm. 20, 2005, pp. 33-57; “Posrrnodern or Post-
Auschwitz: Borges and the Limits of Representation”, Variaciones Borges, núm. 3, 1997, pp. 141-
152.
7
Marcelo Brodsky, Nexo, Buenos Aires, Centro Cultural Recoleta, 2001, p. 88.
8
Proyecto Parque de la Memoria, Comisión Pro Monumento a las Víctimas del Terrorismo de
Estado, Buenos Aires, 2003.
9
Citado en Michael Popper, “Transforming Tragedies Into Memorable Memorials,” Forward, 16 de
enero 2004, http://www.forward.com/issues/2004/04.01.16/faces.html (5 de julio, 2005).
10
Andreas Huyssen, Present Pasts: Urban Palimpsests and the Politics of Memory, Stanford
University Press, Stanford, 2003, p. 98.
11
Daniel Libeskind, Breaking Ground, London, John Murray, 2004, p.12.
12
lbidem, p. 13.
13
Ibidem, p. 92.
14
Andreas Huyssen, “El Parque de la Memoria: Una glosa desde lejos”, Punto de Vista, año 23,
núm. 21, diciembre de 2000, p. 28.
15
Proyecto Parque de la Memoria, p. 8.
16
Walter Benjamin, Illuminations, Trad. Harry Zohn, New York, Schocken, 1969, p. 221.
17
AMIA: 18 de julio y después (CD-ROM) Buenos Aires, KehilaNet, 1999-2000.
18
Tununa Mercado, En estado de memoria, Buenos Aires, A. Korn, 1990, p. 184.
19
Fernando Fabiano, correo electrónico, 20 de noviembre, 2002.
Arte del museo: memoria ¿de qué?
Julio Flores
MUSEO
MEMORIA
IMÁGENES
Las imágenes son textos que forman parte de un contexto y son leídos por espectadores que
comparten un código. Las obras de arte renuevan los códigos cuando son tales y los
espectadores las leen de un modo abierto y polisémico. Cuando la imagen (visual, teatral,
literaria) le completa al espectador algo que le falta éste la toma para fijar una idea que
trasciende la palabra. Es la idea de la presencia de la ausencia de todos y de cada uno de
los desaparecidos con el Siluetazo del 21 y 22 de septiembre de 1983 en la Plaza de Mayo o
de explicar por medios no lingüísticos un concepto (por ejemplo económico o social). En
ese punto comunicacional confluyen los campos de la prensa y del arte. Las noticias están
insertas en un medio que se lo reconoce con una tendencia, ideología e intereses previos y
las obras de arte también.
Pero los circuitos de exposición y comercialización reconocidos (museos, salones,
galerías, espacios preestablecidos de exposición) son marcos que dan contexto a toda la
producción simbólica e impiden la sorpresa en espectadores que saben que todo lo que hay
en esos espacios debe ser considerado obra de arte por el solo hecho de estar allí contenido.
Ese marco impone una distancia y el gran conflicto del arte es trascender ese extrañamiento
con la realidad cotidiana. Abrirse más allá de los espectadores de los circuitos, del mismo
modo que las ideas de defensa de los derechos humanos debiera cruzar la línea de
separación que trazaron las dictaduras entre los que lucharon y los que fueron espectadores
del conflicto. Catherine David, curadora de la Documenta Kassel 1997, opina “que las
ciudades son el mejor lugar para pensar el hecho estético y la cultura contemporánea” y que
“suscitan las invenciones más significativas y por tanto, la producción simbólica de lo
visual”. La calle es el espacio común que pertenece a todos; el lugar donde se producen los
contactos “cara a cara”, no mediatizados; el lugar donde interactúan todos los componentes
del tejido social; el lugar de la expresión de las diferencias, del conocimiento y del respeto
por el otro y es el lugar que el poder no quiere que ocupemos, dice Carlos Filomía. La calle
es el espacio comunicacional por excelencia. Puede y debe ser nuestro canal de
comunicación y, para eso, contamos con un amplio arsenal de recursos, desde el graffiti,
impresos, intervenciones gráficas en la publicidad comercial o política, rituales de
ocupación de espacios que nos son negados o retaceados, cortes de calles con nuestra
presencia generador de juegos y de fiestas o marchando por ellas, hasta la toma de
estaciones de subterráneos o ferroviarias, etc.
Esta necesidad del artista de comunicar superando el subjetivismo individual y la
cosificación del circuito específico del arte se puede resolver saliendo a dialogar con las
imágenes en el espacio cotidiano de la vida en común. Desprenderse del aura del arte y
retornar al sencillo lugar de saber que lo que se produce son mensajes propios de los
lenguajes visuales, teatrales, musicales literarios. A nosotros también nos envían esos
mensajes en ese mismo sitio el poder actual y el histórico. Y esas imágenes esperan que las
miremos, y que las ad-miremos. Es decir que les dirijamos la vista, las observemos y
registremos y cuanto mucho que nos cause sorpresa verlas y las consideremos algo
extraordinario o inesperado, estimemos por sus cualidades juzgadas como extraordinarias o
sobresalientes. Lo que no pretenden los autores de los mensajes del espacio urbano es que
les contestemos. Entonces debiéramos socializar esa costumbre de responder.
Nuestra “bruta” y querida ciudad creció sin planificación como casi todos los
centros urbanos y se fue haciendo inhumana por falta de escala entre las necesidades de sus
habitantes y las enormes distancias que deben recorrer. Todos los niveles sociales conviven
en la calle y ése es el lugar donde se hacen visibles las diferencias. La polarización social se
transforma en polarización espacial. Fuera de los sitios privilegiados, crece la degradación
del espacio público, la contaminación visual por exceso de publicidad, el desorden que
producen las nuevas y crecientes actividades alternativas en búsqueda de una supervivencia
peleada a diario. Los vendedores ambulantes, las instalaciones precarias de puestos de
venta en las veredas, hacen que en el espacio de la ciudad se dé más la confrontación que el
encuentro. Esos son los mensajes que leemos e incorporamos obedientemente. Por eso
muchos creadores salen a responder ejerciendo la intervención urbana desde la década del
60, apropiándose de los discursos para responderlos.
Formo parte del grupo “Brutos Aires” (Celentano, Filomía, Flores, Hilal) y lo
conformamos para responder ampliando nuestra subjetividad hacia una visión más
totalizadora y ―como otros grupos― también tomamos los textos y la imagen del cartel
publicitario y la señal de tránsito en un desafío para invertir, contestar o sobreidentificar su
contenido respondiéndolo. Con sólo añadir una palabra en una viñeta, o acentuando otra, el
discurso se convierte o discute sus mensajes haciendo de la apropiación un modo de
acción plástica, una operación metafórica fuertemente ligada a las ideas de ocupación y
violación de la propiedad.
La apropiación es una operación artística donde se le cambia las cualidades al objeto
o sitio tomado, a diferencia de la cita, en que se usa las palabras o la idea de un autor para
respaldar los dichos o ideas del que cita.
La apropiación en arte está referida a saber qué es lo intrínseco del objeto a
incorporar, cuál es el sentido de
1. la función: el uso o servicio del objeto está marcado desde el origen de éste y es,
conscientemente, el principal motivo por el que se elige lo que se apropiará;
2. el atributo (aspectos significantes): el uso social de los objetos les incorpora a
estos un valor agregado reconociéndole a los objetos la propiedad de comunicar;
3. la cualidad (signo plástico): todo objeto tiene una forma, sea una obra efímera o
no, que tendrá una conformación plástica donde se integra lo formal, matérico, espacial y
cromático (concreto o virtual);
4. Y la identidad: lo que ven los que lo eligen por los mismos motivos con que
simbolizan o representan. La identidad es el carácter de la semejanza pero también de la
diferencia.
El nuestro es un grupo horizontal y abierto y emprende esta actividad integrándose
al Departamento de Cultura de la CTA (Central de Trabajadores Argentinos) como modo
de extender nuestra subjetividad de grupo al pensamiento y la acción de los que resisten.
La propuesta de “Brutos Aires” es aportar a la reconstrucción del tejido social a
través de la participación, el compromiso, la solidaridad, la dignidad que da el ser sujetos
sociales de poder. Por ese motivo trabajamos en el marco de la CTA y su Secretaría de
Cultura. Un ejemplo es la acción que contaremos y que fue pensada originalmente para la
Plaza de la República y que aquí presentamos con las modificaciones a este espacio.
A partir de un texto sobre Información estadística social básica donde se explicaba
el valor numérico de la Canasta Familiar, la Línea de Pobreza y la Línea de Indigencia.
La complejidad de los conceptos nos llevó a discutir el modo de visualizarlo. El
primer paso fue observar días previos la circulación por la plazoleta, elegir el lugar y
establecer la estrategia integrándonos al circuito de público. Decidimos realizar tres figuras
que estuvieran unidas por cintas cruzadas a diferentes alturas al paso del espectador y que
sin interrumpir permita a quien lo desee pasar bajo las cintas escritas. Desde un equipo de
sonido acompañamos con la invitación.
“Esto no es un juego aunque lo parezca. Hay que volver a repartir la torta. Si usted
gana $840 o más puede pasar erguido porque alcanza la canasta familiar, si sus ingresos
son de hasta $385 deberá agacharse para pasar bajo la línea de pobreza, pero si está por
debajo de ella y alcanza a los $ 250 desgraciadamente se deberá arrastrar para pasar por
debajo de la línea de indigencia”.
Los valores a los que aludimos se corresponden con los que informan los equipos
técnicos en cada momento. Cabe consignar que si la cinta de la canasta familiar estuviera a
la altura aproximada de la cabeza la línea de pobreza debiera estar tendida más abajo
―imaginan por dónde― y la de indigencia a la altura de las rodillas.
Las siluetas, las bases y las cintas fueron hechas con la participación de compañeros
militantes de diferentes agrupaciones y gremios. La volanteada en el lugar se la realizó con
la participación de las compañeras de AMMAR. Simultáneamente un grupo de bailarines y
performers recorría el lugar con alusiones escritas y algunos compañeros repartían torta a
los transeúntes. En medio del espacio ocupado repartíamos tortas aludiendo al nuevo
reparto de la economía que propugnábamos y todos los participantes teníamos remeras con
un diseño alusivo.
Creamos acciones que expresan los reclamos de agremiados, desocupados y de la
enorme cantidad de personas que viven con ingresos por debajo de los límites de la
pobreza. Consideramos que la única manera de producir cambios en la realidad desde las
prácticas culturales es adherir a organizaciones comprometidas con proyectos de alto
compromiso político-cultural, a las cuales aporta expresiones que abran caminos desde lo
cultural.
Proponemos una estética de la vida, del constante cambio, de la adecuación táctica
al espacio elegido que es el espacio común a todos: la calle. No aceptamos el autoritarismo
y ejercemos con libertad el derecho inalienable de disentir, de no obedecer, de dar
respuestas no solicitadas, de poner en evidencia las contradicciones de la vida cotidiana que
conforman nuestro imaginario colectivo.
Pero también es posible dialogar.
DATOS BIOGRÁFICOS
Julio Flores es uno de los tres autores del evento del Primer Siluetazo, el 21 Y 22 de
setiembre de 1983, en la Plaza de Mayo, en Buenos Aires. Ejerció la docencia en todos los
niveles de la enseñanza formal y no formal y es titular de la cátedra de Lenguaje Visual I/II,
V/VII. (DAVPP/IUNA). Desarrolló actividades de gestión en educación y cultura. Es autor
de artículos publicados en varios sitios web de cultura. Realizó diez muestras individuales,
obtuvo varios premios nacionales, regionales y privados y participó en 160 muestras y
salones en el país. Poseen sus obras varios museos del país y del exterior. Es miembro del
grupo “Brutos Aires” que desde el 2004 ha realizado varias campañas recurriendo al graffiti
y al stencil respondiendo a campañas oficiales y privadas o creando afiches participativos,
realizando talleres sobre comunicación e intervención urbana en comedores populares,
gremios y centros culturales. BRUTOS AIRES junto a la secretaría de cultura de la CTA
Capital y varios gremios y organizaciones, participa en señalizaciones y performances en
diferentes reclamos como el Código de Contravenciones (junto a AMMAR), los contratos
basura del Gobierno de la Ciudad (con la comisión de contratados de ATE), la “Línea de
pobreza” (CTA-ATE-AMMAR), la Malvenida al Sr. Bush y el recordatorio de los 30 años
del golpe militar de 1976, en Argentina.
Cuerpos replicantes: las Pancartas del Grupo Escombros y la memoria
GRUPO ESCOMBROS
La fotografía, como imagen precaria, encierra una paradoja desde su origen como
producción y práctica en el siglo XIX. Es el medio duplicador de imágenes por excelencia,
inaugura la era de la reproductibilidad mecánica. Una imagen puede reproducirse
exactamente; a partir de las perfecciones técnicas que se suceden en la segunda mitad del
siglo XIX, se puede establecer un nuevo estatuto, el de la imagen seriada. También, como
se ha repetido la fotografía incrementa la cultura visual a partir del siglo XIX y ayuda a
democratizar la experiencia visual, tanto en la producción como en la práctica del
observador. Y frente a esta imagen múltiple, que homogeniza el público, se establece su
otra propiedad, la singularidad, de la que deriva la distinción.
Capaz de proporcionar una información visual sobre el modelo representado con
mayor claridad y precisión de detalles que los procedimientos tradicionales del grabado, la
fotografía aparece como la consecuencia natural de éstos, como el espacio de consumación
de las premisas de verosimilitud y de información visual exactamente repetible y
transmisible de las imágenes impresas desde el siglo XVI. El uso informacional de la
imagen apoyada en su condición mimética construyó el mito de la imagen luz como puro
ícono, también símbolo a partir de su alto grado de convencionalismo técnico y genérico.
Pero pensando en la fotografía como un dispositivo no sólo técnico es necesario recordar su
condición de huella, de índice. El rasgo temporal de lo fotográfico considera tres principios:
singularidad, atestiguamiento y designación.
“Lo que la fotografía reproduce al infinito no tiene lugar más que una vez; ella
repite mecánicamente lo que jamás podrá repetirse existencialmente. En ella, el
acontecimiento nunca se supera hacia otra cosa: ella siempre devuelve el corpus que
necesita el cuerpo que veo; es el particular absoluto, la contingencia soberana, sorda y
como animal, el tal (tal foto y no la foto), en resumen, la tuche, la ocasión, el encuentro, en
su expresión infatigable”. 9
La categoría de singularidad indicial se basa en la unicidad del referente. Por
extensión implica la relación entre lo fotografiado y su objeto. Mientras que la condición de
múltiple recae sobre los signos o bien sobre la materialidad de la imagen, la unicidad opera
sobre la relación con el objeto denotado. El negativo es siempre necesariamente singular.
El principio de atestiguamiento: la foto como elemento de convicción reúne la
dimensión indicial con la icónica y es leída como tal desde su génesis; la sociedad
tempranamente descubre su papel de testimonio y lo utiliza en instancias de control social o
lo que luego conformará el fotoperiodismo. La designación se desprende de este noema: el
certificado de presencia. Señala, atraviesa o bien simplemente muestra con el dedo. Como
los deícticos o shifters (aquí, allí, éste, ése, ahora, antes) que son usados para subrayar,
mostrar o completar la enunciación frente a una situación determinada.
José Luis Brea brinda una reseña acerca de los usos artísticos de la fotografía en la
contemporaneidad, particularmente en el conceptualismo, donde se juega la tensión entre
objeto en sí y registro de suceso, y la fotografía funciona especialmente como designación:
“Y esto es lo que los artistas del conceptualismo encuentran en la fotografía: un
shifter que deshorfana un sistema ―el del arte― para volcarlo sobre otro ―el de lo real.
La fotografía es esa topología liminar en la que un universo de lenguaje clausurado sobre sí
mismo, sobre su propia autonomía, se rompe y desborda sobre el mundo, sobre lo que hay.
Así, que la fotografía se haga cómplice de una aventura radical ―la emprendida por las
segundas vanguardias― contra el encierro formalista que había atrincherado el arte en la
autonomía de su propio espacio, no es de extrañar. En efecto, encuentra en ella el
mecanismo necesario para saltar más allá de su clausura disciplinar, la pértiga a través de la
que consigue hermanarse con el mundo, iniciar su retorno a lo real. La fotografía está ahí
para volverlo a traer, como aventura liminar coronada en la culminación de un proceso
endógeno de autodesmantelamiento. Merced a ello ―digamos que gracias a su
contribución a la culminación del proceso de auto crítica de la vanguardia― la fotografía se
convierte en útil para el trabajo del arte ―y precisamente por la eficiencia de su oficio
contra-artístico, antitético. En ello adopta, por fin, la lógica enunciativa de su tiempo y las
prácticas simbólicas de éste. Por fin”. 10
A ello se pueden sumar las tensiones derivadas de la indicialidad, lo icónico y lo
simbólico. La fotografía en el grupo Escombros, es registro de un proceso, huella,
testimonio, señalamiento, pero en el caso de Pancartas I y II también es puesta en escena
de una serie de cuerpos que replican a partir de figuras construidas. Las fotografías de la
serie remiten a una modalidad en la historia de la fotografía. Este dispositivo nace con estas
condiciones subrayadas. Frente a la fuerza de la apariencia idéntica, mimética se acepta
como testimonio al igual que como signo de distinción burguesa. Junto al desarrollo de las
innovaciones técnicas comienzan los espacios de atribución: la fotografía como arte, como
información, como trasmisión de conocimiento. La fotografía se emparentó con la pintura y
así se desarrolla una vía pictórica frente a la mecanicista o frente al puro ojo, objetivo. Al
dominio de la técnica o el justo objetivo se superpone la búsqueda estética, de gran
desarrollo junto y al costado de las vanguardias históricas con su aspecto experimental. La
fotografía preparada deja de ser prioritaria del estudio o de lo que fueron algunas
experiencias surrealistas, por ejemplo, y cobra importancia en los años 80. En estos años
hay un retorno general a la imagen, a las narraciones, particulares y fragmentarias.
“La preparación de la escena fotográfica, ya practicada en el siglo XIX y utilizada
en el siglo XX por los artistas de las vanguardias, con su reaparición de forma tan
importante en los años 80, mientras otras imágenes tecnológicas más perfectas se sitúan al
lado de la fotografía, se puede leer como un modo a través del cual la fotografía se vuelve a
lanzar como un arte fuera y completo en sí mismo, quizás como el último arte de la fijeza.
Al abrazar todas las artes, del teatro a la pintura, a la escultura, a la instalación, incluso
imágenes de síntesis y la ficción publicitaria, se afirma a sí misma como primera línea del
arte. También la fotografía puesta en escena decreta la muerte del momento decisivo,
componiendo un tipo de obra que no nace y no decide en la relación operador / cámara/
realidad externa del movimiento: en la fotografía puesta en escena el objeto de atención no
es la realidad tal es, sino una realidad hecha totalmente de ficción, producida enteramente
por la creatividad del fotógrafo, que no reserva sorpresas”. 11
La fotografía puesta en escena parece la culminación de un posmoderno: simulacro,
escenificación, sobre ficción frente a una de real, alegorías. Desaparece relativamente el
modelo descriptivo y aparecen nuevas formas de narración, en las que la alegoría por
ejemplo funcionar simbólicamente las formas.
“La alegoría implica un lenguaje de imágenes de las que se apropia el artista: el
alegorista no inventa las imágenes sino que las confisca. Reivindica aquello que ya está
culturalmente determinado, se nombra a sí mismo como su intérprete o portavoz, por así
decirlo. En sus manos, la imagen se convierte en algo diferente; de hecho, la palabra griega
allos significa diferente y agoreuei hablar”. 12
La fotografía, puesta en escena contemporánea, es fundamentalmente alegórica
tanto en su dimensión formal como en sus motivos seleccionados. Las fotografías de
Pancartas se pueden asociar con esta marcha representacional de lo fotográfico. La
alegoría en Pancartas está dada por la apropiación, no de la historia del arte, como la
tendencia dominante (verificada en La piedad 2004) en los 80 y 90 de la posvanguardia,
sino de metáforas y figuras del cuerpo escenificado a partir de la danza, de la expresión
corporal, del cuerpo en acción de protesta, del cuerpo político, del trabajo, del sacrificio.
Los cuerpos replicantes de Pancartas son metáforas inmóviles que evocan la
memoria del cuerpo sacrificado de la década anterior, el silencio, la quietud, la violencia
contenida. Como el mismo grupo lo ha manifestado, formas en blanco y negro que
denuncian a partir de la evocación las diferentes manifestaciones de la violencia, las cuales
se plasman en el cuerpo. Éste se vuelve depositario, a partir de las imágenes ostentadas, de
significaciones históricas y sociales situadas en nuestra cultura, contra el olvido, el deber de
la memoria, la justicia, contra los abusos del Proceso de reorganización nacional.
Materia y apariencia se conjugan en este decurso de los cuerpos, individuación y
socialidad. La suma de los .elementos básicos, tal como lo señaló Juan Carlos Romero en el
catálogo de Pancartas I:
“El antiguo saber de los hombres dividía el conocimiento universal en cuatro
elementos: agua, aire, tierra y fuego. Combinándolos de distinta manera se podía crear,
mantener y quitar la vida. Después de leer el documento del grupo Escombros para su
primera exposición percibí que existía una analogía en cuanto a la presencia de cuatro
elementos. Y también, como lo pensaron nuestros antepasados, estos componentes básicos,
aun en forma contradictoria, darían vida a una conciencia creadora: indiferencia/
resignación / rotura/ violación/ a través de los sobrevivientes más la desobediencia y la
solidaridad, intercambiando las relaciones siempre quedará la necesidad de crear, aun a
partir del dolor o la pérdida. Siempre a partir de los escombros”. 13
El cuerpo como parte material del hombre y medio de conexión con el universo
mezcla en su sustancia los cuatro elementos esenciales.
Los cuerpos de Pancartas construyen esas diferentes asociaciones que venimos
mencionando:
En la foto Escombros se escenifica una montaña de los mismos y sobre ella cuatro
cuerpos yacientes, al igual que en Formas Caídas, en la que cambia el punto de vista y se
realiza una toma en picada de una serie de cuerpos-restos sobre una superficie vacía. Teoría
del Arte (más tarde llevada al mural pintado) muestra la acción congelada de cuatro
sobrevivientes que quieren derribar un muro, como en Gallos Ciegos o en La Noche. Cada
foto funciona en sí misma pero cobra expresividad y significado en la serie y en la acción
simultánea y posterior. Cada foto escenifica una danza que nos resulta imposible. Los
cuerpos están neutralizados en su vestimenta. Realizan movimientos congelados por la
cámara. Cada uno de esos evoca, por movimiento o reposo, los límites de la lucha y la
resignación. Los rostros cubiertos, algunos cubiertos de bolsas, la posición abatida. Si hay
una figura, como en las siluetas emblemáticas realizadas para las marchas por los
desaparecidos, que resume el recuerdo de la tortura, es el del cuerpo aprisionado, agachado,
cegado.
Cada foto escenifica esa tensión, individual y colectiva, de nuestra historia, entre la
pulsión de vida y la de muerte. El placer del movimiento ritmado por una danza y el terror
trente a la corporeidad de lo siniestro, cuerpo amenazado y amenazante. Estos cuerpos
replicantes hacen aparecer el dolor físico y existencial, lo cual retrotrae el discurso a la
naturaleza, los límites de lo humano, la dualidad vida-muerte. El horror y el dolor aparecen
en una danza silenciosa, se conectan afectivamente con nosotros, operan como marcas
presentes frente al sistemático deber de olvido. El trabajo de la memoria se recrea con estas
representaciones que permiten ir solventando la identidad. ¿Cómo reapropiarnos
lúcidamente del pasado y asumir su carga dramática? Las figuras de la memoria, como
Pancartas permiten expresar el dolor, recordar el horror, para exorcizar esos fantasmas del
pasado y lanzamos al abrazo del Ángel de la historia.
El grupo Escombros reconstruye un espacio, una figura del recuerdo, en la que
juega la ficción y la no ficción, el arte participativo y la memoria. Toma como materialidad
de su poética a la fotografía, la que luego, como ya dijimos, se inscribe en otros espacios de
circulación. Así como la memoria se puede manifestar con diversas representaciones, una
foto es siempre invisible: no es a ella a quien vemos. 14 Vemos vida, vemos historia, vemos
pasiones. El referente se adhiere, en el caso estudiado, en unos cuerpos que replican acerca
de dolor humano.
En la Estética de lo Roto, Primer Manifiesto del Grupo de 1989 se dice: “La tortura
rompe el cuerpo; la explotación irracional de la naturaleza rompe el equilibrio ecológico; la
desocupación, el hambre y la imposibilidad de progresar, rompen la voluntad de vivir; el
miedo a la libertad rompe la posibilidad del cambio; el escepticismo rompe la fe en el
futuro; la indiferencia de los poderosos rompe la dignidad de los que no son; el
individualismo salvaje rompe todo proyecto de unidad. En una sociedad despedazada nace
la estética de lo roto: Escombros”.
Como inconcluye Paul Ricoeur: “En la historia, la memoria y el olvido. En la
memoria y el olvido, la vida. Pero escribir la vida es otra historia”. 15
DATOS BIOGRÁFICOS
BIBLIOGRAFÍA
AAVV, Modos de hacer, Arte crítico, esfera pública y acción directa, edición de Paloma
Blanco, J. Carillo, Jordi Claramonte, Marcelo Expósito, E.U. Salamanca 2001 Lucy
Lippard, Mirando Alrededor: donde estamos y dónde podríamos estar.
Brea, José Luis, 2005, Los usos artísticos de la fotografía. Colección Telefónica, Madrid.
Barthes, R., 1994, La Cámara Lúcida, Paidós, Bs. As.
De Rueda, María, 2002 Escombros, Artistas de lo que queda, inédito.
Giudice, A., 2004, prólogo Pancartas, Festival de la luz, Centro Cultural de la Cooperación
Bs.As.
Ricoeur, P. La Memoria, La historia, el Olvido, Fondo de Cultura Económica, Bs, As.,
2004.
Picazo, G., Ribalta. J., Indiferencia y Singularidad, 2003, GG, Barcelona.
Thijsen, M., El propósito de la alegoría: entre la forma y el contenido, pp.83, en Papel
Alpha no 4 Universidad de Salamanca.
Valtorta, R., El reverso de las Imágenes. Azar y Control en la fotografía, pp.14, Papel
Alpha, cuadernos de fotografía, no 4 1999, ediciones Universidad de Salamanca.
Archivo Grupo Escombros.
NOTAS
1
Grupo Escombros, en Cultura y Espectáculos, “Escombros extiende la libertad”, Río Negro, 24/11/88, p. 25.
2
La mención de los participantes aparece en el catálogo Pancartas, Centro Cultural de la Cooperación,
Festival de la Luz, Bs. As., 4 de agosto de 2004.
3
Testimonio del Grupo citado en catálogo, ibidem.
4
Escombros, en Diario El Día, sección Vida moderna, 17/12/88.
5
Grupo Escombros, texto sobre Pancartas II, 17-12-88.
6
AAVV, Modos de hacer, Arte crítico, esfera pública y acción directa, edits. Paloma Blanco, J. Carillo, Jordi
Claramonte, Marcelo Expósito, Universidad de Salamanca, 2001, Lucy Lippard, Mirando Alrededor: dónde
estamos y dónde podríamos estar.
7
P. Ricoeur, La Memoria, la Historia, el Olvido, FCE, Bs.As., 2004, p. 120.
8 o
Extracto del 1 manifiesto citado en catálogo, op. cit.
9
R. Barthes, La cámara Lúcida, Bs. As., Paidós, 1994, p.15; P. Dubois, El acto Fotográfico, Bs. As., Paidós,
1994, p. 66.
10
José Luis Brea, Los usos artísticos de la fotografía, Madrid, Colección Telefónica, 2005.
11
R. Valtorta, “El reverso de las Imágenes. Azar y Control en la fotografía”, Papel Alpha, núm. 4, ediciones
Universidad de Salamanca, 1999, p. 14.
12
M. Thijsen, “El propósito de la alegoría: entre la forma y el contenido” en Papel Alpha, núm. 4, op. cit., p.
83.
13
Juan Carlos Romero, catálogo Pancartas I, op. cit.
14
R. Barthes, La cámara lúcida, op. cit.
15
P. Ricoeur, op. cit., final del libro.
Trauma, remoción, anamnesis: la memoria del Holocausto (Apuntes) *
ENZO TRAVERSO
*
Traducción de Facundo Ezequiel Burgos Becchio.
Ocupa una posición de primer plano en la conciencia histórica del mundo occidental y nada
deja suponer que se trate solamente de un fenómeno coyuntural, efímero.
En los años cuarenta era inimaginable poder comenzar una carrera universitaria
preparando una tesis sobre el exterminio de los judíos ―las memorias de Raul Hilberg son
elocuentes al respecto― 4 mientras hoy este tema se ha transformado en una verdadera
disciplina científica. Los Holocaust Studies poseen sus propios centros de documentación,
sus propias bibliotecas, sus propias cátedras, y emplean a miles de investigadores y
estudiantes en el mundo, produciendo una masa de publicaciones que crece de manera
exponencial año con año. Más allá de la investigación histórica, la memoria de la Shoá está
vinculada a una masa considerable de obras de literatura y testimonios, de películas que se
dirigen a un amplio público, recurrentemente premiadas en festivales internacionales, como
La lista de Schindler, de Steven Spielberg o La vida es bella, de Roberto Benigni, o de
piezas teatrales y transmisiones televisivas. 5 Todos los países tocados directa o
indirectamente por el genocidio de los judíos adoptan su política conmemorativa,
conservando los restos de los campos de tránsito, de concentración y de exterminio,
instituyendo jornadas de la memoria, creando monumentos y museos. La deportación racial
ocupa hoy en el seno de la memoria colectiva ―ésta es una de las tantas paradojas de las
que abundan en la historia― un lugar bastante más grande de aquel reservado a la
deportación política, exactamente lo opuesto de lo que ocurría en la posguerra cuando,
durante las conmemoraciones oficiales, la valorización de los héroes ―los combatientes
antifascistas― eclipsaba ampliamente la atención dirigida hacia las víctimas anónimas. Por
decenios, los sobrevivientes del Holocausto no fueron escuchados. Hoy, para retomar la
fórmula de Annette Wiewiorka, hemos entrado en la “era del testigo”, ya sobre un pedestal,
celebrado como portador de virtud y sabiduría, 6 y el testigo es identificado, cada vez más,
con la figura de la víctima. Antes ignorados, los sobrevivientes de los campos de
exterminio son ahora, muchas veces independientemente de su voluntad, iconos vivientes.
Han sido colocados en una posición que no han escogido y en la que no siempre se
encuentran a gusto, como observaba Primo Levi en sus reflexiones acerca del sobreviviente
como antihéroe, el “peor” de los testigos. 7 El recuerdo de la Shoá ha sido sacralizado hasta
transformarse, como agudamente ha observado el historiador norteamericano Peter Novick,
en una especie de religión civil de Occidente, con sus lugares de memoria (los campos), sus
dogmas (el “deber de la memoria”), sus iconos (los sobrevivientes, transformados en
“santos laicos”) y sus ritos (las conmemoraciones y los museos). 8 Algunos historiadores
como Geoffrey Hartman no titubean al mencionar una “fetichización” del Holocausto. 9
Otros, como Arno J. Mayer, denuncian un “culto del recuerdo” transformado en “exagerado
sectarismo”, gracias al cual la masacre de los judíos se ha separado de las circunstancias
históricas del todo profanas que lo han generado para ser aislado en el seno de una memoria
anestesiada, sacralizada, y en última instancia mítica, cuyo respeto se impone como un acto
de fe sobre el que no se tolera ninguna reflexión crítica. 10
¿Cómo explicar esta impresionante diferencia entre la indiferencia del mundo de
ayer respecto del exterminio de los judíos y nuestra sensibilidad actual? Para contestar esto
es necesario ubicar diversos elementos entre los cuales se encuentra, en primer lugar, la
persistencia del antisemitismo en el seno de las sociedades europeas. La visión de los judíos
como una minoría excluida era parte del habitus mental de numerosos países. El lenguaje,
las maneras de pensar y de sentir no cambian de hoy a mañana: la Shoá ha tenido la
consecuencia de delegitimar para siempre el antisemitismo en Europa, pero este efecto no
fue inmediato. Al final de la guerra, el antiguo prejuicio impregnaba todavía las
mentalidades: en un continente en ruinas, parecía casi normal que los judíos sufrieran más
que los demás. El Holocausto se había perpetrado en un contexto de catástrofe generalizada
cuya percepción de su singularidad resultaba inevitablemente atenuada. No era fácil
detectar las especificidades de la “solución final” al final de una guerra que había dejado 50
millones de muertos, la mitad de estos civiles, y destruido ciudades enteras. 11 En el
momento en que los prófugos se contaban por millones, centenares de millares de
deportados (prisioneros de guerra, trabajadores forzados, resistentes, judíos) regresaban a
su patria, la diferencia entre los campos de concentración y aquellos de exterminio no era
inmediatamente visible ni siquiera para los sobrevivientes. Algunos testimonios de fuerte
resonancia como L’univers concentrationnaire, de David Rousset alimentaban la confusión
al respecto, 12 no ciertamente por voluntad de ocultarlo sino porque el conocimiento de los
dispositivos de la violencia nazi permanecía de manera superficial y su comprensión era
aún embrional.
La cultura antifascista europea, inclinada a celebrar la Liberación como un nuevo
triunfo de las Luces, conmemoraba a sus mártires atribuyendo a la resistencia una
dimensión mítica. Las víctimas del Holocausto eran naturalmente enrolados en la causa
nacional que hacía de los niños gasificados en Auschwitz pequeños héroes muertos por la
patria. El mito nacional permitía de esta manera remover un interrogante doloroso que
florecería más tarde: ¿por qué la Resistencia, no obstante el valor, la generosidad, la
tenacidad, el espíritu de sacrificio y a menudo el heroísmo de sus combatientes no trató,
salvo excepciones, de impedir la deportación de los judíos hacia los campos de exterminio?
¿Por qué no se sabotearon los convoyes? Hay que remarcar que, en esas fechas, los mismos
judíos aceptaban de buena manera desarrollar un rol de comparsas en la celebración de la
patria reencontrada. Su necesidad de reintegrarse a las diversas comunidades nacionales en
cuanto ciudadanos, en un nivel de paridad, tras años de exclusión y persecuciones, no
dejaba espacio a un ethos particularizado. Reivindicar la singularidad del crimen sufrido
hubiera parecido como un modo de perpetuar una antigua discriminación. Hasta los más
críticos, como el resistente sionista Henri Hertz que en 1945 había lamentado la ausencia de
testimonios judíos en el juicio del general Pétain, durante el cual el antisemitismo había
pasado decididamente a un segundo plano, expresaba un año después su satisfacción en las
páginas del órgano del Centre de Documentación Juive Conternporaine, Le Monde juif, por
el desarrollo del juicio de Nuremberg. 13 Gran acto simbólico de ruptura con el pasado, este
juicio se consideraba como una reparación suficiente. Vittorio Foa supo advertir este estado
de ánimo, escribiendo en sus memorias que “también los sobrevivientes, a partir de Primo
Levi, estaban sobre todo empeñados en reconstruir una vida normal, en encontrar una
familia y un trabajo”. 14
Algunos años después de la guerra, la transformación del contexto internacional
arroja las bases para una remoción más profunda de la memoria de Auschwitz. El estallido
de la Guerra Fría sacude los equilibrios políticos y modifica, en las diferentes áreas
geopolíticas, las formas de la elaboración del pasado. En el seno del bloque occidental,
Alemania cesa de ser percibida como heredera del nazismo para transformarse en un anillo
esencial del dispositivo atlántico. Su estigmatización como nación culpable, destinada a
perder su soberanía por mucho tiempo, a ser ocupada militarmente y reeducada por
decenios, deja lugar, en 1949, a la creación de la República Federal como bastión del
“mundo libre” contrapuesto al totalitarismo soviético.
La teoría del totalitarismo, con su simetría entre comunismo y nazismo, oscurece el
paisaje y contribuyen a poner el Holocausto entre paréntesis. En la República Democrática
Alemana, al contrario, es rápidamente edificada una memoria oficial que hace del
proletariado y de su vanguardia, el Partido Comunista, los enemigos exclusivos del
nazismo, ocultando así, a través de otras vías, el genocidio de los judíos como objetivo
específico del régimen nazi. 15 La cortina de hierro parece congelar la memoria en el
espacio público y el fin de la depuración favorece la rehabilitación de los ex nazis, algunos
de los cuales se incorporarán al poder en los gobiernos de Adenauer.
Auschwitz permanece como un tabú hasta el surgimiento, en los años sesenta, de
una nueva generación para la cual ―según una fórmula que los estudiantes toman prestada
de Theodor W. Adorno― 16 el peligro mayor no es el regreso del fascismo sino su
sobrevivencia en el seno de las instituciones de la RFA.
La transición del contexto de los años cuarenta y cincuenta a la situación actual, en
otros términos, el paso de la invisibilidad de Auschwitz a su omnipresencia en el espacio
público, no ha sido un proceso lineal. Diferentes momentos de ruptura lo han acompañado.
La memoria se declina siempre en presente, lo que determina las modalidades: la selección
de los eventos para recordar (y de los testimonios para escuchar), sus interpretaciones, sus
“lecciones”. La memoria no es jamás estática, inmóvil, petrificada como un monumento; es
más bien algo vivo, en continua mutación, como un proceso que se desarrolla a través de
diferentes etapas. Frecuentemente, mas no siempre, sigue un esquema que Henry Rousso y
Paul Ricoeur describieron de la siguiente manera: antes que nada un evento fundador y
discriminador, generalmente con trauma colectivo; luego una larga fase de remoción,
seguida, tarde o temprano, por una inevitable “anamnesis” (comúnmente definida,
recurriendo al lenguaje del psicoanálisis, como “regreso de lo removido”) que puede
transformarse a veces en obsesión de la memoria. 17
No se trata de un esquema normativo, pero numerosos ejemplos podrían confirmar
la pertinencia. En el caso del Holocausto, la reactivación de la memoria ha sido marcada
por algunos giros simbólicos. El primero, y sin duda el más importante, ha sido el juicio a
Eichmann en Jerusalén, en 1961. 18 A diferencia de Nuremberg, donde el genocidio de los
judíos se había diluido entre los crímenes de guerra, ahora uno de sus mayores responsables
estaba en el banco de los acusados, bajo la mirada de la opinión pública internacional (bajo
la mirada en sentido literal, puesto que se trata de uno de los primeros grandes juicios
seguidos por la televisión). Fue un momento catártico de liberación de la palabra, en el que
los sobrevivientes de los campos nazis pueden finalmente testimoniar en un aula, en
presencia de la prensa y frente a las cámaras del mundo entero. Eichmann se redujo al puro
símbolo del régimen que había conseguido y puesto en marcha el exterminio de los judíos;
su condena a muerte equivalía a una condena del nazismo en su conjunto.
La guerra de los Seis Días, en 1967, acentúa la anamnesis comenzada por el juicio
Eichmann. Se produce entonces una singular secesión: los judíos de la diáspora perciben el
conflicto como la amenaza concreta de una nueva aniquilación, mientras la opinión pública
de izquierda, junto a aquélla del tercer mundo, considera a Israel como un fenómeno
neocolonial y como un instrumento del dominio geopolítico estadounidense. 19
Independientemente de sus causas y de sus consecuencias (la ocupación israelí de los
territorios palestinos), este conflicto contribuye a hacer de la memoria de la Shoá un
problema ligado a la actualidad, frecuentemente favoreciendo proyecciones abusivas del
pasado sobre el presente. Para algunos el rechazo árabe de Israel enciende la antigua
exclusión antisemita, para otros las conquistas israelitas perpetúan la opresión del
imperialismo. Desconocedores de la historia europea del Holocausto, los árabes no pueden
ver a los judíos como víctimas (mucho sobrevivientes de los campos nazis llegan a Israel en
1948, en el momento en el que son expulsados los palestinos), mientras que los judíos
tienden a leer el conflicto árabe-israelí a través del prisma de la Shoá. El resultado es que
esta última no puede ser ubicada como un evento del pasado. Pertenece a un tiempo
“comprimido” cuya carga de pasiones, sentimientos y recuerdos no ha sido desactivada. 20
En Europa y en los Estados Unidos, la etapa sucesiva de la reactivación de la
memoria es un evento del todo banal como la difusión, en 1979, de una serie de televisión
norteamericana titulada Holocaust. Una generación completa es sacudida por este folletón
que actúa en última instancia como vector de una memoria cuyas condiciones estaban ya
maduras. Contemporáneamente, la mediatización del negacionismo de Robert Faurisson y
de sus seguidores, sobre todo en Francia, ha dramáticamente recordado que la Shoá no
puede ser reducida a un simple debate historiográfico. 21
Estas son las grandes etapas de un proceso que se articula en diferentes formas en
cada país, entrecruzándose con el pasado nacional de cada uno de ellos. En el caso de la
Alemania nazi, el esquema de Rousso y Ricoeur se desarrolla más o menos así: la guerra y
la derrota, la amnistía-amnesia de la era Adenauer, el “regreso de lo removido” a partir de
los años sesenta (el movimiento estudiantil), por último una obsesión que tocó su ápice,
alrededor de la mitad de los años ochenta, con el Historikerstreit sobre el pasado alemán
“que no quiere pasar”. Primero el “luto imposible” como reza el título de un famoso libro
de los años sesenta, 22 luego una reactivación de la memoria sobre la estela de los llamados
juicios de Auschwitz, seguidos por eventos significativos como las piéces de Peter Weiss
(La instrucción, 1963) y Rolf Hochhut (El vicario, 1965), y finalmente el enfrentamiento
frecuentemente traumático entre la generación del 68 y la de sus padres, adultos durante la
guerra. El Holocausto se impone así de manera duradera en el debate cultural y político
alemán. El Historikerstreit señalado en el debate entre el filósofo Jurgen Habermas y el
historiador conservador Ernst Nolte, ha contribuido a hacer del Holocausto un elemento de
redefinición de la identidad nacional alemana. 23
Contrariamente a lo que muchos temían en el inicio de los años 90, la reunificación
alemana no ha cambiado la página del pasado nazi, el cual continúa ocupando una posición
central en el debate cultural y político. Las polémicas alrededor del libro de Daniel J.
Goldhagen sobre los “carniceros voluntarios de Hitler” 24 sobre la muestra del Institut für
Sozialforschung de Hamburgo dedicada a los crímenes de la Wehrmacht, 25 o el encendido
enfrentamiento entre el portavoz de las comunidades israelitas alemanas Ignaz Bubis y el
escritor Martín Walser a propósito de la utilidad de recordar Auschwitz, indican que este
juicio no ha concluido en lo absoluto. 26
En el caso francés, el esquema es el siguiente: la guerra y la Liberación (depuración
y cambio de régimen), la remoción de los años 50 y 60 (donde triunfa el mito de una
Francia resistente, gollista y comunista), la anamnesis de los años setenta (comenzada por
algunos historiadores extranjeros como Robert O. Paxton, quienes por primera vez han
estudiado el régimen de Vichy como producto de la historia francesa y no solamente como
un incidente debido a la derrota y a la ocupación alemana), 27 y finalmente la obsesión de
los últimos veinte años (señalada por algunos eventos legales como los juicios contra Klaus
Barbie, el representante de las SS de Lyon, y Paul Touvier y René Bousquet,
respectivamente jefe de la milicia y responsable de la policía de Vichy, y finalmente contra
Maurice Papón, secretario de la prefectura de Gironda en el período 1990-44).
En Italia, donde el consenso antifascista ha sido por decenios un pilar de las
instituciones republicanas, la relectura histórica del fascismo, iniciada hacia la mitad de los
años 70, ha precedido el “regreso de 10 removido” en el curso de los años 90, con el fin del
sistema político nacido en 1945, la denominada “primera república”, y la legitimación de
los herederos del fascismo como fuerza gobernante. La anamnesis tomó entonces una
forma paradójica: por una parte el fin del olvido de las víctimas de la Shoá y, por otra parte,
la rehabilitación de las “víctimas” fascistas de la guerra civil que ensangrentó al país entre
1943 y 1945. El fin de los partidos y de las instituciones que encarnaba la memoria
antifascista creó las condiciones para el surgimiento, en el espacio público, de otra
memoria, antes silenciosa. De esta manera el fascismo ha sido reivindicado como una pieza
legítima de la historia nacional italiana mientras que el antifascismo, tras haber sido
celebrado por decenios como un rescate nacional, fue sumariamente rechazado como una
posición ideológica “antinacional”. El 8 de septiembre de 1943, fecha de la firma del
armisticio y del inicio de la guerra civil, se ha transformado en el símbolo de la “muerte de
la patria”. 28 El fin del olvido del antisemitismo de Estado y del exterminio de los judíos
coincidió entonces, ésta es la paradoja, con la rehabilitación de sus perseguidores.
En los Estados Unidos la memoria de la Shoá ha recorrido un camino igualmente
tortuoso. Primero la indiferencia durante la Guerra, seguida por los años de la Guerra Fría,
cuando Julius y Ethel Rosenberg fueron de los pocos en hablar de Auschwitz durante el
juicio que los condenó a muerte. 29 Luego el despertar del interés en el seno de la
comunidad judía ―el inicio de una anamnesis colectiva― en ocasión del juicio Eichmann,
acentuado durante la guerra de los Seis Días, en 1967, cuando en Israel pareció por un
momento resurgir el espectro de un nuevo Holocausto. Finalmente la obsesión de la
memoria a partir de los años ochenta, cuando el recuerdo de la Shoá se “americanizó”, a
través de la multiplicación de las cátedras de Holocaust Studies en las universidades pero
sobre todo gracias a su apropiación por parte de la industria del espectáculo hollywoodiana,
hasta llegar, en los años 90, a la creación de un Museo Federal del Holocausto en
Washington. Dicha “americanización” del Holocausto inevitablemente suscitó un
encendido debate, en el cual otras minorías, en primer lugar los afroamericanos, han a su
vez reivindicado el reconocimiento de la opresión sufrida en el pasado, lamentando la
inexistencia de un museo federal dedicado a las páginas más oscuras de la historia
americana como la esclavitud o el genocidio de los indios. 30 En su ensayo Regarding the
Pain of Others, Susan Sontag señaló este uso fuertemente selectivo de la memoria. El
Holocausto, ella escribe, ha sido “nacionalizado” y transformado en el vehículo de una
política de la memoria singularmente olvidadiza de los crímenes en los cuales América no
ha desarrollado el rol del liberador, sino más bien el de perseguidor. “Instituir un museo
que recuente aquel gran crimen que fue la esclavitud africana en los Estados Unidos sería
como reconocer que el mal estaba aquí. Los americanos prefieren en cambio imaginar que
el mal estaba allá, cosa de lo cual los Estados Unidos ―una nación única, la única que en el
curso de su historia entera no ha tenido líderes de probada maldad― carecen totalmente. El
hecho de que este país, como cualquier otro, tenga un pasado trágico no concuerda con la fe
fundacional, y aún omnipotente, de la excepcionalidad americana.” 31
Como ha evidenciado Tom Segev en The Seven Million, Israel también ha conocido
una larga fase de remoción de la Shoá en su primer diseño de vida, cuando los
sobrevivientes de los campos nazis eran marginados en cuanto víctimas, en las antípodas de
la imagen del judío pionero y combatiente permeada por la propaganda del nuevo Estado
redentor. 32 Tras el juicio a Eichmann, en 1961, la Shoá comenzó a modelar la conciencia
nacional. La memoria de Auschwitz se transformó en un elemento constitutivo de la
identidad israelí y ha sido ampliamente instrumentalizada por el Estado con el fin de
legitimar su política. A la auto representación original yshuvista de Israel como tierra de
pioneros y de “padres fundadores” ―ha agudamente subrayado Dan Diner― se ha añadido
otra representación, shoahcéntrica, que hace de Israel una respuesta y una reparación
respecto del genocidio nazi. En otras palabras, Auschwitz se transformó en una metáfora
para designar la “inseguridad” de las fronteras israelíes. 33
Aunque ha sido erigida en “religión civil” del mundo occidental, la Shoá permanece
entonces como un nudo conflictual del presente, como momento de condensación de
diferentes procesos: desde las interpretaciones del pasado (apologéticas o culpabilizadoras)
a la construcción de las identidades (judía, alemana, europea, israelí, etc.), pasando a través
de la petición de reparaciones materiales y simbólicas. A veces, como ya constatamos, se
vuelve un prisma de lectura de la actualidad. Es el destino de todas las memorias vivas, no
embalsamadas.
La historiografía ha seguido grosso modo los recorridos de la memoria,
frecuentemente entrecruzándose con ella, como ha mostrado el Historikerstreit y como
indica el rol desarrollado por los historiadores en los juicios y en las comisiones creadas por
los gobiernos para proceder a la evaluación de los daños y de las reparaciones, incluyendo
las continuas solicitudes por parte de los medios. No sería difícil demostrar que la
producción histórica sobre el nazismo dio un paso hacia adelante en el momento de la
anamnesis y alcanzó su apogeo en aquella “obsesión”. Al mismo tiempo la historiografía es
deudora de la memoria, de donde toma impulsos y estímulos, y su “custodia” en la medida
en que contribuye a modelada, orientada y legitimada. Ciertamente esta correspondencia no
es siempre lineal ―a veces historia y memoria pueden entrar en colisión― pero no puede
tampoco ser ignorada. Los historiadores no viven en un cuarto refrigerado, al resguardo de
las pasiones del mundo. Tienen una memoria, una cultura, valores, una experiencia vivida
que generalmente orienta y condiciona sus elecciones. Esto no impide desarrollar
investigaciones rigurosas y objetivas, ni adoptar, si es necesario una postura crítica auto
reflexiva, pero es mejor que estén conscientes de esta interacción entre el saber del que son
productores y la memoria de la sociedad en la que viven. 34 De esta manera podrán evitar
tanto proyectar anacrónicamente sobre el pasado la alabanza de su tiempo, cuanto cultivar
la ilusión de alcanzar una verdad definitiva.
DATOS BIOGRÁFICOS
Enzo Traverso nació en Italia en 1957. Vive en París desde hace veinte años y actualmente
es docente de ciencias políticas en la Université de Picardie Jules Verne. Publicaciones: La
Historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales (Herder, 2000), La
violencia nazi. Una genealogía europea (Fondo de Cultura Económica, 2003), Cosmópolis.
Figuras del exilio judeo-alemán (UNAM, 2004) y Los Judíos y Alemania (Pre-Textos,
2005).
NOTAS
1
Cfr. Donald Bloxham, Genocide on Trial. War Crimes Trial and the Formation of Holocaust History and
Memory, New York, Oxford University Press, 2001. Ver también Annette Wieviorka, Le procès de
Nuremberg, Caen, Éditions Ouest-France Mémorial, 1995, pp. 126-127.
2
Henry Rousso, “Une justice impossible: l’épuration et la politique antijuive de Vichy”, Vichy. Lévénement,
la mémoire, l’histoire, París, Gallimard, 2001, pp. 633-677.
3
Alice Kaplan, The Collaborator, University of Chicago Press, 2000.
4
Raul Hilberg, Unerbetene Erinnerung. Der Weg eines Holocaust-Forschers, Fischer, Frankfurt a.M., 1994.
5
Para una visión de conjunto, que incluya televisión, cine, fotografía y arte gráficas, ver Barbie Zelizer,
Visual Culture and the Holocaust, Rutgers University Press, 2001.
6
Annette Wiewiorka, L’ère du témoin, París, Plon, 1998.
7
Primo Levi, I sommersi e i salvati, Torino, Einaudi, 1986, pp. 63-64.
8
Cfr. sobre todo Peter Novick, The Holocaust in the American Life, New York, Houghton Mifflin, 1999, pp.
11, 199. Sobre el concepto de “religión civil”, distinto de aquel de “religión política”, ver particularmente
Emilio Gentile, Le religioni della politica. Fra democrazie e totalitarismi, Bari-Roma, Laterza, 2001.
9
Geoffrey H. Harrman, The Longest Shadow. In the Aftermath of the Holocaust, Bloomington, Indiana
University Press, 1994, p. 1.
10
Arno J. Mayer, Why Did the Heavens not Darken? The Final Solution in History, New York, Pantheon
Books, 1988, p. 16.
11
Consultar, entre la vasta literatura especializada, W G. Sebald, Luftkrieg und Literatur, Frankfurt a. M.,
Fischer, 2001.
12
David Rousser, L' univers concentrationnaire, París, Éditions de Minuir, 1945.
13
Henri Hertz, “Le drame juif à Nuremberg”, Le Monde juif, núm. 3, 1946. Ver también H. Rousso, “Une
justice imposible…”, p. 677.
14
Virtorio Foa, Il cavallo e la torre. Riflessioni su una vita, Turín, Einaudi, 1991, pp. 69-70.
15
Derlev Claussen, Theodor W Adorno. Ein letztes Genie, Frankfurt a. M., Fischer, 2003, p. 396.
16
Cfr. Enzo Traverso, Il totalitarismo. Storia di un dibattito, Milán, Bruno Mondadori, 2002, p. 98. (Trad. es.
Bs. As., El totalitarismo, Eudeba, 2001).
17
Paul Ricceur, La mémoire, l’ histoire, l’oubli, París, Seuil, 2000, p. 582. Ricoeur retorma el modelo
propuesto por Henry Rousso, Le syndrome de Vichy de 1944 à nos jours, París, Seuil, 1990.
18
Cfr. Annerte Wiewiorka, Le procés Eichmann, Bruxelles, Cornplexe, 1989, también la introducción de
David Bidussa a Rony Brauman y Eyal Sivan, Elogio della disobbedienza. A proposito di «Uno specialista»:
Adolf Eichmann, Turín, Einaudi, 2003.
19
Un ejemplo elocuente de esta escisión es el debate que se dio en Italia alrededor de un libro como I cani del
Sinai de Franco Fortini, Turín, Einaudi, 1967.
20
Cfr. Dan Diner, “Gestaute Zeir. Massenvernichtung und jüdische Erzählstruktur” Kreisläufe, Berlín, Berlin
Verlag. 1995, pp. 123-140.
21
Ver entre la amplia literatura sobre el tema a Pierre Vidal- Naquet, Les assassins de la mémoire. “Un
Eichmann de papier" et autres essais sur le révisionnisme, la Découverte, París, 1981, reeditado en 1987.
22
Alexander e Margarete Mirscherlich, Die Unfähigkeit zu trauern, München, Piper, 1968.
23
Historikerstreit. Die Dokumentation der Kontroverse um die Einzigartigkeit der national-sozialistischen
Judenvernichtung, München, Piper, 1987.
24
Dabiel J. Goldhagen, Hitler’s Willing Executioners. Ordinary Germans and the Holocaust, London, Little,
Brown, 1996.
25
Hamburger Insritut für Sozialforschung (Hg.), Verbrechen der Wehrmacht. Dimension des
Vernichtungskrieges 1941-1944, Hamburg. Hamburger Edition, 2002. Sobre la tormentosa historia de esta
muestra, cfr. Omer Bartov, “The Wehrmacht Exibition Controversy: the Politics of Evidence”, en O. Bartov,
A. Grossmann, M. Nolan, edit., Crimes of War. Guilt and Denial in the xxth Century, New York, The New
Press, 2002, pp. 41-60.
26
Die Walser-Bubis Debatte. Eine Dokumentation, Frankfurt a. M. Suhrkamp, 1999.
27
Robert O. Paxton, Vichy France: Old Guard and New Order, 1940-1944, New York, Knopf 1972.
28
Ernesto Galli della Loggia, La morte della patria, Bari-Roma, Laterza, 1999.
29
P. Novick, The Holocaust in American Life, p. 94.
30
Ibidem, p. 15.
31
Susan Sontag, Regarding the Pain of Others, London, Penguin Books, 2003.
32
Tom Segev, The Seventh Million. The Israelis and the Holocaust, New York, Hill & Wang, 1993.
33
D. Diner, “Cumulative Contingency. Historicizing Legitimacy in Israeli Discourse”, Beyond the
Conceivable. Studies on Germany, Nazism, and the Holocaust, Berkeley, Universiry of California Press,
2000, pp. 201-217.
34
Sobre el tema ver a Dominick La Capra, Representing the Holocaust. History, Theory, Trauma, Ithaca,
N.Y., Cornell University Press, 1994, como también las contribuciones recogidas por Micheal Brenner, David
N. Myers (Hg.), Jüdische Geschichtsschreibung heute. Themen, Positionen, Kontroversen, München, C.H.
Beck, 2002.
La catástrofe de lo cotidiano, la catástrofe apocalíptica y la catástrofe redentora: sobre Walter
Benjamin y la escritura de la memoria
"Escribir" la historia, (re)contar los "hechos'; interpretar el mundo: son todas tareas muy conocidas
para los que transitan por las "ciencias humanas': ¿"Cómo" se dan esos tres pasos, en realidad
indisociables? ¿Cuál es la modalidad de dicha escritura del espacio y del tiempo? Como se sabe,
todo esto puede variar de innumerables maneras. En una presentación esquemática de la cuestión,
podríamos pensar, grosso modo, en un modelo mimético —en el sentido más restringido de este
término, como imitatio —de la escritura de la historia que se opondría a otro, marcado no por el
paradigma de la "representación'; sino por el de la "presentación" que, pensando en términos
kantianos, es el único adecuado para las ideas estéticas. y éticas.
Walter Benjamin fue uno de los pensadores que más y mejor reflexionó, sobre la Historia y
su escritura. Sin embargo, me pregunto si sería correcto afirmar que tenía una "Filosofía de la
Historia". Fue, sin duda, un pensador y filósofo del tiempo, pero denominar su teoría "Filosofía de
la Historia" implicaría vincularlo a la tradición (sobre todo alemana) de Geschichtsphilosophie,
Filosofía de la Historia, o sea, al pensamiento de Herder, Kant y Hegel —para mencionar tres de los
principales representantes de esa tradición. Pero Benjamin nunca fue "sólo" un "pensador y filósofo
del tiempo": también era un teórico de las imágenes —y de la dimensión espacial de las mismas.
Tiempo y espacio no constituían para él— kantianamente— sólo la matriz transcendental de nuestro
modo de pensar; así como la Historia no era el discurrir lineal del tiempo rumbo a la sociedad
"perfectamente racional': Antes que nada, Benjamín estaba preocupado por establecer, o, mejor
dicho, por revelar el• elemento espacial que envuelve y detiene el tiempo. Su reflexión sobre la
Historia valoriza su interrupción puntual —determinada en un aquí y ahora; privilegia la cisura en
el tiempo: el verso/vuelta, la danza en zigzag y no la prosa lineal. El tiempo para él no es vacío, sino
denso, poroso—material. En sus manos la teoría de la Historia, antes vinculada a la ciencia de la
Historia, pasa a ser una teoría de la Memoria y asume los contornos de un trabajo más cercano al
artesanal, en el cual el "historiador" deja sus huellas digitales. El tiempo deja su marca en el
espacio; es telúrico, pesado: como en las esculturas y cuadros de un Anselm Kiefer. En ese sentido
ya no podemos hablar de mimesis en su sentido de imitatio, sino de otra modalidad de mimesis, que
Benjamin supo valorar como pocos: el mundo de las afinidades y semejanzas, que para él constituía
tanto la "magia" del lenguaje como fundamentaba la relación de cada ahora con
La Historiografía —con esa concepción de tiempo— deja de ser la narración de una historia
llena de acontecimientos y se deshace en fragmentos y astillas—, es decir: en ruinas. —Ruinas
representan aquí justamente la síntesis paradigmática entre tiempo y espacio; la ruina es una
imagen—tiempo. La visión —barroca— de la historia como una acumulación de ruinas —descripta
tanto en el libro sobre el drama barroco alemán, como en las tesis "Sobre el Concepto de Historia"
— indica un primer sentido del concepto de catástrofe que impregna toda la reflexión histórica de
Benjamín. Propongo que nos detengamos aquí en esta concepción de la Historia —y de lo
cotidiano— como catástrofe que convive en la obra de ese filósofo con una ambigua concepción de
la misma como ruptura absoluta —que en su polo negativo implica la destrucción y el desmorona—
miento de la Historia y en el positivo lleva a su redención integral.
Para el hombre barroco, podríamos decir usando una expresión extre— ma, la vida se
resume en la producción del cadáver. No sólo el mundo de! teatro barroco está dominado por la
triste figura ambigua del soberano que "agarra en sus manos el acontecimiento histórico”.5 En
realidad, en e! siglo XVII el escenario también penetra la Historia y uno de los modos de percibir
ese fenómeno consiste en observar el nuevo concepto de soberanía de esa época. El poder que las
teorías políticas le atribuían en aquel entonces al príncipe era fruto directo del pensamiento de la
Contrarre forma. Al Príncipe se le habían dado poderes absolutos pues su singular figura era la
respuesta a la visión de la Historia como Ausnahmezustand (Estado de Excepción, 1 246)."Quien
reina ya está desde el principio destinado a ejercer poderes dictatoriales, en un estado de excepción,
cuando este es provocado por guerras, revueltas u otras catástrofes:' El hombre barroco "está
obcecado por la idea de catástrofe, como antítesis al ideal histórico de la Restauración. Es sobre esta
antítesis que se construye la teoría del estado de excepción. [ ... ] Si el hombre religioso del Barroco
adhiere tanto al mundo, es porque se siente arrastrado con éste hacia el torrente. El Barroco no
conoce ninguna escatología; lo que existe, de por sí, es una dinámica que junta y exalta todas las
cosas terrenas, antes de que sean entregadas a la consumación" (1 246). Esa dinámica es la que está
en la base de la alegoría barroca como ejercicio de resignifición infinita de un mundo/significante
desencantado de cualquier sentido de totalidad. El hombre que siente que pronto caerá en el abismo
se agarra a la tierra como un último gesto de salvación. Sus garras —Griffe— son los conceptos
Be—griffe.
La alegoría en el siglo XIX, o mejor dicho, la alegoría baudelaireana, al no ser esta forma
de ningún modo la predominante en el siglo, 6 nace del sentimiento de transitoriedad que se
radicaliza con el advenimiento de la ciudad moderna. La ley de la ciudad —la ley de Hausmann, el
in— tendente de París que quiso rediseñar la fisonomía de su ciudad— es la de la constante
destrucción y construcción. El fotógrafo Eugene Atget —cuyas fotografías de París, en las cuales la
ciudad surge deshabitada, encantaron no sólo a los surrealistas, sino también al propio Benjamin—
documenta y testimonia con su "fotografía pura" una ciudad que se trans— formó en la ruina de sí
misma: en los textos que acompañan la impresión de sus fotos anotaba "va disparaitre" 7 Para
Benjamin "el interés originario por la alegoría no es lengual [sprachlich] sino óptico: 'Les images,
ma grande, ma primitive passion'" (1 686), afirmaba Baudelaire. En el poema "Le gout du néant"
constató melancólicamente que "Le Printernps adorable a perdu son odeur" (1641). El culto
baudelaireano a las imágenes es justamente la respuesta a la constante pérdida irreparable: 'Aquello
que se sabe que pronto no se tendrá frente a sí, se vuelve imagen” 8, afirmó Benjamin en "La París
del segundo Imperio en Baudelaire" ("Das París des Second Empire bei Baudelaire") de 1938. Este
sentimiento de lo efímero del mundo genera la melancolía, el 'spleen, que Benjamin define como "el
sentimiento que corresponde a la catástrofe en permanencia" (V 437). Aún más, también afirma
que: "La experiencia de la alegoría, que la detiene en los escombros [Trümmern], es propiamente la
de lo efímero eterno" (V 439). En lugar del sentimiento de continuidad del tiempo, se tiene la
sensación de ahogo en la avalancha de segundos: "los minutos cubren al hombre como copos de
nieve'; afirma él. Y continúa: "Ese tiempo es sin historia" 9 Es como si el individuo moderno hubiese
perdido el tren de la Historia: se hubiese quedado en la estación, paralizado. "¿Para qué hablarle de
progreso —se pregunta Benjamin— a un mundo que se hunde en la rigidez cadavérica [ ... ] Hay
que fundar el concepto de progreso en la idea de la catástrofe. Que todo 'continúe así; eso es la
catástrofe. Esta no es lo siempre inminente, sino lo siempre dado" (V; 592; 1 682 s.). El
historiador/alegorista benjaminiano es aquel que se dirige hacia las ruinas de la historia/catástrofe
para recoger sus escombros. Frente a esa visión de la historia, ya no hay lugar para la historiografía
tradicional —representacionista — que presuponía tanto una "distancia" entre el historiador y su
"objeto'; como también la figura correlativa del historiador como alguien presente a sí mismo y que
aseguraba con firmeza y competencia las redes de su saber.
Benjamín tenía una concepción del tiempo histórico que no puede ser separada de su concepción de
la escritura de la historia. El momento de esa escritura está marcado por la catástrofe. Así, en sus
"Comentarios a los poemas de Brecht" (1939), al discutir el comentario como forma, afirma: "Lo
que puede animamos a semejante intento es una comprobación de la que también podemos sacar
hoy ánimo para desesperamos: que el día que está por venir traiga consigo destrucciones de tal
alcance que nos veamos separados como por siglos de las producciones y textos de ayer" (II 540).
Una catástrofe sin precedentes sería responsable por tal corte en la Historia. Entre nosotros y
Benjamin podemos localizar ahora claramente una aniquilación sin límites. 14 Si para nuestro autor,
el presente era siempre un "presente catastrófico" y —además— una catástrofe cuali— tativamente
muy diversa, mucho más intensa y devastadora, afectaría en breve el curso de la Historia, ese corte
se concretizó en la Segunda Guerra Mundial; más específicamente: en la Shoá. Si "el ideal de la
vivencia del shock es la catástrofe'; ese ideal fue alcanzado con tal acontecimiento de una manera
inimaginable. Si Benjamin como lector del Barroco y de la Modernidad ya no podía pensar la
historia como representación, ahora con más razón nos encontramos con una visión de la historia
como ruina y aniquilación: que exige y se resiste a su (re)escritura.
A esa lectura que se guía por el ritmo caótico de la memoria involuntaria corresponde una
historiografía fragmentada (que no es simple mimesis de la omnipresencia del shock y del trauma en
la Modernidad, pues el historiador dirige su conocimiento a una intervención política 20 en su
presente). Benjamin incorpora a esa historiografía —orientada por el principio de similitud que
comanda la memoria— el principio artístico central de las vanguardias, a saber: el montaje (V 574).
Lo que cede bajo la fuerza destructora del principio del montaje es una cierta modalidad de la
tradición: la de la Würdigung als Erbe, de la apología como herencia, que Benjamin denomina
como modalidad catastrófica de la tradición, en la medida en que encubre los momentos frágiles en
los que la continuidad puede ser quebrada (V 591s.; I 1246). En el montaje del Trabajo de los
Pasajes los fragmentos habría que pegarlos como los fotogramas que componen una película. Ese
método ya lo había ensayado de forma brillante —aunque no tan radical— en su libro sobre el
drama barroco alemán pero, dicha vez, no bajo la égida del montaje vanguardista sino del mosaico
medieval (I 210).
Una de las consecuencias más importantes de esa noción espacial y densa del tiempo como
lugar de pasaje, como oscilar entre diferentes puntos, es la visión de la historiografía como una
actividad tanto topográfica como arqueológica. Las obras de Benjamin tienen como objetivo,
frecuentemente, cartografiar espacios —históricos, sentimentales e incluso conceptuales: pues para
él la historiografía topográfica es una modalidad de la Filosofía—, que constituyen especies de
móviles, montajes o la exposición de los escombros de la historia recogidos y coleccionados a lo
largo de esas expediciones. 23 Como Aby Warburg, Benjamín también tiene como objetivo
"descubrir, analizando el pequeño momento singular, el cristal de todo lo acontecido" (V 575). En
Berliner Chronik, primer intento más amplio de exponer su infancia, es donde ese procedimiento se
encuentra no sólo presentado en la práctica sino también teorizado. Aquí nos refiere su plan de
ejecutar una cartografía mnémica —y, por lo tanto, sentimental— de su Berlín, que culmina en un
método de corte y monta— je de la vida privada y urbana. La Crónica Berlinense se extiende como
un campo arqueológico: la ciudad de Berlín es re—descubierta excavando la memoria. Puntos
aislados, insulares, fragmentados —unos más brillan— tes, otros más opacos— ven la luz. No hay
sucesión cronológica. Sólo el espacio de los estratos geológicos. Gershom Scholem determinó que
"El concepto de tiempo del judaísmo es el eterno presente": 24 seguramente no estamos lejos de ese
concepto en las obras "arqueológicas" de Benjamino Es en el presente que conviven las imágenes
que se entrecruzan, se reflejan y se apagan nuevamente. 25
La búsqueda del tiempo perdido —o, en las bellas palabras de Krista Greffrath, la búsqueda
del tiempo de la infancia "en el cual no había tiempo perdido"— 26 no se da en la cronología, en la
lógica del tiempo, sino en el plano espacial. Hay una implosión del modelo de la autobiografía. La
vida se metamorfosea bajo la mirada benjaminiana en un proto paisaje: excavar —graben— ese
paisaje corresponde al trabajo del historiador—alegorista.
Si los recuerdos surgen, según Benjamín, como rayos, iluminaciones despertadas por
nuestro espacio/presente inmediato (VI 490), ellos están, por regla, aislados, pues, en la modernidad
la omnipresencia del shock impide una continuidad narrativa. Por otro lado el shock también puede
servir para conservar esas imágenes, que de esta manera quedan como petrificadas (VI 512 s., 516,
518) (y en ese sentido Benjamin se aproxima nuevamente al modelo freudiano del trauma). La
"placa fotográfica del recuerdo" 27 (VI 516), en la expresión de Benjamin, guarda las imágenes
independientemente del tiempo de exposición a las impresiones: lo decisivo es la intensidad que
adviene de los shocks, de los quiebres y las rupturas en lo habitual. El salto (Sprung) fuera de la
'catástrofe continua" es lo que determina la cristalización de las imágenes. Estas son ruinas, marcas
tanto de la destrucción como también de la conservación. Para Benjamín "la destrucción fortalece"
la eternidad de los destrozos. 28 Las ruinas del recuerdo, en parte enterradas, guardan lo olvidado que
impacta a aquel que recuerda por el secreto que encerraba."Tal vez lo que [ ... ] haga [lo olvidado]
tan cargado y lleno" —afirmó en su libro Infancia en Berlín— "no sea otra cosa que el vestigio de
hábitos perdidos, en los cuales ya no podríamos encontramos. Tal vez sea la mezcla con el polvo de
nuestras moradas demolidas el secreto que lo hace sobrevivir" (IV 267).
Márcio Seligmann—Silva es doctor por la Universidad Libre de Berlín, post—doctor por Yale y
profesor de Teoría Literaria en la UNICAMP.
Publicaciones: Ler o Livro do Mundo. Walter Benjamin: romantismo e crítica poética Iluminuras,
1999), Adorno (PublíFolha, 2003) y O Local da Diferen~a (Editora 34, 2005); organizó los
volumen es Leituras de Walter Benjamin: (Annablume, 1999) y História, Memória, Literatura: o
Testemunho na Era das Catástrofes (UNICAMP, 2003) Y coorganizó Catástrofe e Representafáo
(Escuta, 2000). Tradujo obras de Walter Benjamin (O conceito de crítica de arte no romantismo
alemáo, Ilurninuras, 1993), G. E. Lessing (Laocoonte. Ou sobre as Fronteiras da Poesia e da
Pintura, Iluminuras, 1998), Philippe Lacoue—Labarrhe,jean—Luc Nancy,j. Haberrnas, entre otros.
»> NOTAS
1
Cf. los artículos donde he desarrollado esta cuestión: "Hisrória como Trauma" en Arrhur Nestrovski y
Márcio Seligmann—Silva, edir., Catástrofe e Representaráo, Sáo Paulo, Es— cura, 2000, pp. 3—98,
y'Apresenracáo da questáo" História, Memória, Literatura. O teltl' munbo na era das catástrofes, Campinas,
Editora da UNICAMP, 2003, pp. 45—58.
2
Cf. Gabriel Morzkin, "Mernory and Cultural Translarion', The trans/atabi/ity of Cu/turn, Stanford Budick,
Wolfgang [ser, edit., Stanford, Stanford U. Press, 1996, pp. 265—281. aquí, p. 277.
3
A pesar de reconocer la importancia de la obra de Maurice Halbwachs para la teoría deu memoria en el siglo
xx, concuerdo con la crítica que Carlo Ginszburg hace a su excesivo nacionalismo. Cf. Carlo Ginszburg,
"Shared Memories, Private Recollections', History & Memory. Passing into History: Nazism and tbe H%caust
beyond Memory, vol. 9, núm. 1/2, Fall, 1997, pp. 353—363.
4
Walter Benjamin, Gesammelte Schriften, Frankfurt a. M., Suhrkarnp, 1972. (Las referencias a las obras
completas de Benjamin se presentan entre paréntesis en el texto, indicándo— se tan sólo el número del
volumen en números romanos y el de la página en números arábigos.) Cf. en lo que atañe a l¡t cuestión de la
teoría de la historia de Benjamin en su relación con la teoría de las semejanzas, mi libro: Ler o Livro do
Mundo. Wa/ter Be'Uam,,: Romantismo e Crítica Poética, Sáo Paulo, Ilurrrinuras, 1999, pp. 146 Y sigo y 228
5
W. Benjamin, Origem do drama Barroco alemáo, trad. Sérgio Paulo Rouanet, Sáo Paulo, Brasiliense, 1984,
p. 88.
6
A visáo alegó rica que no século XVII era criadora de um estilo, já náo o era mais no século XIX.
Baudelaire estava isolado enquanto alegorista" I 690. ("La visión alegórica que en el siglo XVII era creadora
de un estilo, ya no lo era más en el siglo XIX. Baudelaire estaba aislado en tanto que alegorista" I 690.)
7
Cf. Francois Reynaud, "Píeces a conviction. Ce ne sont que des documents', Eugene Atget, París, Phoro
Poche, 1984. Benjamin, por su parte, denominó los Pasajes de París como siendo "Denkrnaler eines nicht
mehr seins" ("monumentos de un no ser más'; V 1001).
8
"Das, wovon man weiB, daB man es bald nichr mehr vor sich haben wird, das wird Bild', 1 590.
9
Walter Benjamín, Obras escolbidas, vol. 3, Sáo Paulo, Brasiliense, 1985—1989, pp. 136 Y sigo
10
Para una crítica de la lectura que Benjamín hace de este texto cf. principalmente Sérgio Rouanet, O :t.dipo e
o Anjo. Itinerários freudianos em Wa/ter Benjamin, Rio de Janeiro, Tempo Brasileiro, 1981, pp. 44—84. Para
una defensa (más convincente) de esta lectura cf. Cathy Caruth, Unclaimed Experience, Johns Hopkins,
Balrirnore/London, Un. Press, 1996. Benjamin no tiene en cuenta que para Freud las excitaciones capturadas
por el Reizschutz, o para—excitaciones, no tienen un carácter necesariamente traumático. (Cf. Rouanet,op.
cit., p. 73.) Por otro lado, el traumatizado para Freud no es alguien que "ha perdido la memoria" como
Benjamin da a entender, sino aquel que tiene memoria en exceso debido a una sobre—excitación que se ha
vuelto traumática al penetrar en las para—excitaciones. (El propio Benjamin observa esta fijación en la
escena traumática: "La investigación de Freud fue ocasionada por un sueño típico de los neuróticos
traumáticos, sueño este que reproduce la catástrofe que los alcanzó'; pero la limita a las manifestaciones
inconscientes. Obras escolhidas, op. cit., vol. IlI, p. 109.) Benjamin, mientras tanto, está en lo correcto en la
medida en que establece una "antropología cultural" en la cual detecta una polaridad entre la memoria y la
vigilia en la vida moderna. (Caruth, op.cit., pp. 114 y sig.)
11
Walter Benjamin, Obras escolhidas, op. cit., vol. lII, p. 108.
12
Idem.
13
Ibid., p. 107.
14
CE. Peter Rautmann, "Nach der andauernden Karastrophe" Passagen nach Walter Benja— min, Passages
[D'] aprés Walter Benjamin, Victor Malsy, Uwe Rasch, Perer Rautmann y Nicolas Schalz edir., Mainz,
Verlag Hermann Schmidt, 1993, pp. 110—119.
15
Paul Celan, "Ansprache anlasslich der Entgegennahme des Literaturpreises der Freien Hansestadr Brernen"
en Gesammelte Werke, vol. lII, Frankfurt a.M., Suhrkamp,1983, pp. 185 Y sigo
16
CE. también, en lo que atañe a esta noción de una catástrofe positiva, la octava tesis "Sobre o Conceito de
História": ''A tradicáo dos oprimidos nos ensina que o 'Estado de excecáo' (Ausnahmezustand) no qual nós
vivemos é a regra. Precisamos atingir um conceito de História que corresponda a isso. Enráo teremos diante
dos nossos olhos como o nosso problema (Aufgabe) a producáo de um autentico Estado de Excecáo, e assim a
nossa posicáo na luta contra o Fascismo irá rnelhorar," ("La tradición de los oprimidos nos enseña que el
'Estado de excepción' en el cual vivimos es la regla. Precisamos alcanzar un con— cepto de Historia que
corresponda a esto. Entonces tendremos delante de nuestros ojos, como un problema nuestro, la producción
de un auténtico Estado de Excepción; y, de esta manera, nuestra posición en la lucha contra el Fascismo
mejorará:') Esta concepción de una catástrofe positiva—redentora: "die Katasrrophalitar der Erlosung' ("la
catástrofe de la Redención"), fue analizada en diversas ocasiones por Gershom Scholem. Cf. p. ej.: "Zum
Versrandnis der messianischen Idee im judentum', Ober einige Grundbegriffe des Judentums, Frankfurt a. M.,
Suhrkamp, 1970, pp. 121—167; Y "Erliísung durch Sünde" Judaica 5. Erliisung durch Sünde, Frankfurt a. M.,
Suhrkamp, 1992, pp. 7—116.
17
Esta concepción une tanto la visión de Diderot —para quien el pensamiento funciona según un tableau, en
la copresencia de muchas ideas— como la de Bergson, que veía el pensa• miento embebido en la durée.
18
En lo que atañe a esta concepción de peligro cf. evidentemente las tesis "Sobre o conceirc de Hisrória" y e!
siguiente fragmento del Passagen— Werk: "Dehnicóes de conceitos funda— mentais da história: A catástrofe
—ter perdido a oportunidade: o momento crítico— o sra— tus quo amea~a conservar—se; o progresso —as
primeiras medidas revolucionárias'V 593. ("Definiciones de conceptos fundamentales de la historia: La
catástrofe —haber perdido la oportunidad; e! momento crítico— e! status qua que amenaza conservarse; e!
progreso —las primeras medidas revolucionarias" V 593.) Cf., todavía, V 595.
19
En cuanto a este desorden cf. e! fragmento de! "Zenrralpark": "A salvacáo liga—se ao peque• no salto
[Sprung) na catástrofe continua" I 683. ("La salvación se prende al pequeño salto en la catástrofe continua" I
683). Ese salto —Sprurlg— es e! salto de tigre en dirección al origen —Ursprung— del cual la décima cuarta
tesis "Sobre o conceito de História" habla, r 701.
20
Cf."La política conquista e! primado por delante de la historia. En verdad los 'hechos' hisró— ricos se
vuelven algo que ha acabado de surgir para nosotros: aprehenderlos es una cues— tión de rememoración. Y el
despertar es el caso ejemplar de la rememoración:' ("Politik erhalt den Primat über die Geschichre. Und zwar
werden die historischen 'Fakten' zu einem uns soeben Zugesto&nen: sie fesrzustellen, isr die Sache der
Erinnerung. Und Erwachen ist der exemplarische Fall des Erinnerns". V 1057.) Más adelante trataré e!
concepto de 'despertar"
21
Benjamin realiza una diferenciación, importante dentro del "diccionario" de su cartografía del tiempo, entre
el umbral y la frontera al definir el Pasaje: "Como soleira, náo como fronteira: deve—se diferenciar do modo
mais exato a soleira da fronteira. A soleira é urna regiáo. A saber, uma regiáo de passagem. Mudanca,
passagem, fuga (?) encontram—se na palavra soleira" V 1025. ("Como umbral, no como frontera: se debe
diferenciar del modo más exacto el umbral de la frontera. El umbral es una región. A saber, una región de pa•
saje. Cambio, pasaje, fuga (?) se encuentran en la palabra umbral V 1025.)
22
Cf. en lo que atañe al tema de! umbral en la obra de W. Benjamin: Winfried Menninghaus,
Schwellenkunde; Walter Benjamins Passage des Mythos, Frankfurt a.M., Suhrkamp, 1986.
23
La imagen de la hist~ria como una acumulación de escombros tiene uno de sus orígenes en la mística
Cabalista. Benjamin describió esta visión de la historia como catástrofe en su ensayo sobre la traducción e
indicó en qué medida esa actividad procura no una copia de lo "comunicado" en la lengua de partida sino una
salvación in tato de los escombros: "Assim como cacos de um vaso para serem reencaixados devem seguir
uns aos outros nos mínimos detalhes, mas náo devem ser iguais, assim a traducáo ao invés de se igualar ao
sentido do original, deve antes reconstruir com amor na própria língua o seu modo de intentar até os mínimos
detalhes para tornar, desse modo, ambas [línguas) reconhecíveis como cacos e ruÍnas de um vaso, como
ruinas de uma linguagem maior', IV 18. ("AsÍ como los escombros de una vasija deben, para ser re—
encajados, seguirse los unos a los otros en los mínimos detalles aunque sin deber ser iguales, así la traducción
en lugar de igualarse al sentido original, debe más bien reconstruir con amor en la propia lengua su modo de
intentar hasta los mínimos detalles para volverse, de este modo, ambas [lenguas) reconocibles como
escombros y ruinas de una vasija, como ruinas de un lenguaje mayor".IV 18.)
24
Gershom Scholem, "95 Thesen über Judentum und Zionismus', Gershorn Scholern. Zwisehen den
Disziplinen, Peter Schafer y Gary Smith, edit., Frankfurt a. M. Suhrkamp, 1995, pp. 289—295, aquí p. 294.
25
En el libro Rua de Máo Oniea leemos un fragmento bajo el título "Torso" que desdobla la imagética de la
Crónica Berlinensei "Sornente quem soubesse considerar o próprio passado como fruto da coacáo e da
necessidade seria capaz de faze—lo, em cada presente, valio— so ao máximo para si. Pois aquilo que alguém
viveu é, no melhor dos casos, comparável a bela figura a qual, em transportes, foram quebrados todos os
mernbros, e que agora nada mais oferece a náo ser o bloco precioso a partir do qual ele tern de esculpir a
imagem de seu futuro" Obras escolhidas, op.cit., vol. Ir, pp. 41 Y sigo ("Solamente quien supiese consi—
derar el propio pasado como fruto de la coacción y de la necesidad sería capaz de hacerlo, en cada presente,
valioso al máximo para sí. Pues aquello que alguien vivió es, en el mejor de los casos, comparable a la bella
figura a la cual, en transportes, le fueron quebrados todos los miembros, y que ahora no ofrece nada más a no
ser el bloque precioso a partir del cual él tiene que esculpir la imagen de su futuro': Obras eseolhidas,
op.cit.,vol. Ir, pp. 41 Y sig.) El pasado es una imagen mutilada, torso: un mixto indisociable de recuerdo y
trabajo del tiempo, olvido. El presente del arqueólogo/ coleccionador guía su mano en este trabajo (al parecer
casi psicoanalítico) "di levare" ("de quitar") —y no "di porre" (de colocar")— de las capas geológicas que
llevan a estos torsos.
26
Krista Greffrath,"Proust et Benjamín" en Heinz Wisrnann, edit., Walter Benjarnin et Paris, París, Les
Éditions du Cerf 1986, pp. 113—131, aquí p.113.
27
En relación a esta comparación entre la memoria y la fotografía cf. la frase de André Mon— glond que
Benjamin citó más de una vez: "Se quisermos conceber a Hisrória como um texto, entáo vale para ela o que
um novo autor fala sobre textos lirerários" I 1238. ("Si queremos concebir la Historia como un texto, entonces
vale para ella lo que un nuevo autor dice sobre los textos literarios': I 1238. ("'Le passé a laissé de Iui=mérne
dan s les rexres littéraires des images comparables a celles que la lurniere imprime sur une plaque sensible.
Seul J'avenir possede des révélateurs assez actifs pour fouiller parfaitement de tels clichés. Mainte page de
Marivaux ou de Rousseau enferme un sens mystérieux, que les premiers lecteurs ne pouvaient pleinement
déchiflrer'" V 603. Y Benjamin le agregó a este trecho: "O método histórico é um método filológico, no qual
o livro da vida está na base. 'Ler o que nunca foi escrito' é afirmado em Hofmannschal. O leitor no qual
deve—se pensar aqui é o verdadeiro historiador': I 1238. ("El método histórico es un método filo— lógico, en
el cual el libro de la vida está en la base. 'Leer lo que nunca fue escrito' se afirma en Hofmannsrhal. El lector
en el cual se debe pensar aquí es el verdadero historiador" (I 1238.) Vale la pena recordar que Freud, en su
continua búsqueda de un modelo para explicar/traducir nuestro aparato psíquico, lo comparó no sólo a un
microscopio, a un telescopio y al "bloque mágico'; sino también a un aparato fotográfico. (Cf. Die
Traumdeutung, en Studienausgabe, vol. II, Frankfurt a. M., Fischer, 1972, p. 512).
28
Walter Benjamín, Obras escolhida«, vol. II, op. cit., p. 47.
29
P. Celan, Gesammelte Werke, op. cit., vol. I, pp. 131 e 225. Traducción de "Shibbolerh" de José Ángel Val
ente, Lecturas de Pau/ Celan: Fragmentos, Barcelona, Ediciones de la Rosa Cúbica, 1995, p. 29. Traducción
de "Salmo" de J. Francisco, E. Hernandez y P. Celan, Madrid, Poemas, Visor, 1972, p. 61.
30
Celan, op. cit., vol. II, p. 338.
Tumbas de papel.
seguían pensando que los muertos necesitan atención ... Si no se los atendía, los
Sebald
Uno debería haber estado entre los moribundos, sentado aliado de los muertos en
un cuarto con las ventanas abiertas de par en par ... Y eso todavía no es suficiente
para tener memorias. Porque el recuerdo no es memoria hasta que no se haya vuelto
sangre dentro de nosotros, hasta que nos encuentre y nos llame, desconocido y, sin
Rilke
1.
En las primeras décadas del siglo xx, el proyecto de la modernidad privilegió el futuro y
propició tácticas radicales de ruptura con la tradición. En consecuencia, las artes visuales se
sintieron liberadas de sus ligas más profundas con el mundo. La autonomía del arte,
proclamada como un ideal desde el siglo XVIII, parecía aspirar no solamente a la
abstracción formal, si no, sobre todo, a un distanciamiento estetizado entre el objeto y su
representación. A partir de esa situación, las vanguardias del siglo xx pretendieron crear
para el arte un espacio incontaminado, donde no habría, prácticamente, lugar para
narrativas. Sin embargo, al final de los años 80, fue posible detectar, junto al agotamiento
de ese paradigma, uno de sus productos residuales: la incapacidad de varios segmentos del
arte contemporáneo para atender a las demandas de una sociedad que comenzó a exigir
estrategias para testimoniar los hechos catastróficos del pasado reciente.
Con el objetivo de interrogar a las imágenes y los objetos del arte a partir de esa
falla mnésica, la agenda del siglo XXI impone un retorno al pasado, un intento de
aproximarse nuevamente a lo real. Cuestionar esta fractura podrá permitimos discriminar
entre lo mediato y lo inmediato, entre la experiencia vivida y lo experimentado en términos
de lenguaje y recuperar, para el espacio del arte, los restos de una tradición reprimida.
Por otro lado es necesario destacar que durante los procesos dictatoriales latinoamericanos,
algunos artistas se empeñaron en crear un arte de resistencia que desvendase y denunciase,
a partir de la opresión vivida, las trampas del poder. En Chile, el grupo de artistas conocido
como Escena de avanzada -Carlos Altamirano, Catalina Parra, Eugenio Dittborn, el grupo
CADA, Juan Dávila y otros- reformularon, desde el final de los años 70, las prácticas
artísticas, al desplazar los soportes tradicionales del arte hacia el cuerpo del artista y hacia
la ciudad. 2 El cuerpo (y la ciudad, como cuerpo social), castigado físicamente por la
violencia, se constituyó como el espacio privilegiado de ritualización del dolor, un lugar de
trasgresión física y social. Podrían también leerse, a través de ese prisma crítico, las
prácticas de ciertos artistas brasileños de ese período —Hélio Oiticica, Lygia Clark,
Antonio Manuel, Arthur Barrio, Cildo Meireles, entre otros.
2.
Entre los emblemas que contribuyeron a construir la cultura moderna del nacionalismo,
Benedict Anderson destaca los monumentos —túmulos o cenotafios— al Soldado
Desconocido. Ellos serían los símbolos paradigmático s del nacionalismo, pues reforzarían
la profunda afinidad existente entre la iconografía nacionalista y la religiosa. Aunque estas
tumbas estén despojadas de restos mortales identificables o de almas inmortales, están
saturadas de imaginarios nacionales fantasmáticos ... 5
Pensar en la fuerza de esos imaginarios nacionales fantasmáticos conduce, muchas veces, a
confundir el monumentalismo con el fascismo. Sin duda, la identificación peyorativa de lo
monumental en la contemporaneidad tiene relación con los delirios arquitectónicos de los
totalitarismos de la primera mitad del siglo xx y, más tarde, de las dictaduras
latinoamericanas y de los gobiernos autoritarios del medio oriente. Las indagaciones que
esa identificación propone son, al mismo tiempo, éti- cas y estéticas, políticas y sociales, y
para responderlas es fundamental reflexionar sobre el monumento como categoría, sobre
sus presupuestos espaciales y sobre todo, temporales.
La llamada que ejercieron sobre la sociedad las formas de monumentalidad del siglo
XIX —diseminadas a lo largo de la primera mitad del siglo xx—, como consecuencia de las
exigencias de la cultura burguesa frente a la necesidad de fundación y afirmación de los
estados nacionales, parece haber perdido, para nosotros, todo su poder de seducción. Sin
embargo, la noción del monumento permanente y eterno retorna triunfante en las últimas
décadas. 8
...solo puede olvidarse, en el sentido corriente, lo que pudo inscribirse, porque podrá
borrarse. Pero lo que no está escrito ( ... ) eso no se puede olvidar, no se expone al olvido;
eso sigue presente -sólo- como un afecto que ni siquiera se consigue calificar, como un
estado de muerte en la vida del espíritu … 9
3.
César Vallejo
Las notas, separadas del cuerpo del diario por una línea negra que funciona como
marco, se publican hasta hoy, en la fecha de cada desaparición. En las páginas del diario, el
pequeño rectángulo, generalmente en el extremo inferior de la hoja, contiene una o varias
fotos, la fecha y el lugar de la desaparición, un breve texto y una dedicatoria.
Los textos generalmente son firmados por los familiares, amigos o compañeros de
lucha y ensayan hilvanar los pocos datos de una biografía inconclusa: estudios secundarios,
inicio o conclusión de los estudios universitarios, trabajo, casamiento, hijos: soldado
marplatense, obrero, médico, profesor, presidente del Centro de Estudiantes de Ingeniería,
empleado del Sindicato de Prensa de Córdoba, costurera, enfermera, profesora, obstetra,
embarazada de dos, de tres, de seis meses, faltaban diez días para tener su bebé, estudiante
de letras, de medicina, de periodismo, de ciencias económicas, de psicología, de derecho,
de sociología, Universidad de Buenos Aires, de La Plata, de Córdoba, de Tucumán, del
Comahue ...
Otras veces, las fotografías son acompañadas por versos anónimos de poetas que se
leían con fervor en aquella época —Antonio Machado, César Vallejo, Mario Benedetti—,
de fragmentos de alguna canción de protesta y hasta de letras de tango.
Las sociedades antiguas querían que la memoria, substituto de la vida, fuera eterna
y que por lo menos lo que hablase de la muerte fuera inmortal: era el Monumento. Sin
embargo, al hacer de la fotografía, mortal, el testigo general y natural "de lo que fue'; la
sociedad moderna renunció al monumento. 12
Al postular esa renuncia al monumento, Barthes nos propone el re- chazo de las
formas memoriales que pretendan resistir al tiempo y a sus revisiones. El rechazo al
monumento tradicional es también un rechazo a la arbitrariedad de cualquier historia oficial
e implicaría en un deseo de democratización o de individualización de la memoria, como si
a cada uno le correspondiese el deber y el derecho de imponer o de tornar memorables para
los otros sus propias memorias. 13
4.
El término memoria activa creado en la Argentina por la psicoanalista Eva Giberti, apunta
hacia una memoria que se coloca al servicio de la justicia para servirse del pasado bajo el
dominio de la vida.
Las pequeñas notas de Página/12, por el contrario, nacen como productos híbridos,
colocados casi anónimamente en las páginas de la prensa escrita. Esas modestas inclusiones
se aproximan, como operaciones contaminadas, a las prácticas de las pintadas y de los
escraches realizadas por grupos de militantes de derechos humanos, pero también a trabajos
de arte contemporáneo como las Inserciones en circuitos ideológicos de Cil- do Meireles, la
Exposición de O a 24 horas de Antonio Manuel, que consistía en un suplemento insertado
en el diario carioca El Dia o las obras del colectivo argentino Grupo de Arte Callejero
(GAC).
¿Pueden, todavía, las artes visuales aspirar a un poder simbólico ge- neralizado que les
permita cumplir con las demandas de memoria y de conmemoración, de sutura y de
restauración? ¿Será todavía posible lograr, a través de ellas, el conocimiento sensible de un
mundo donde acontecieron tales hechos y alcanzar la revelación de una belleza que capture
nuestros sentidos a punto de reconciliamos con la vida, más allá de los sufrimientos, tanto
de los propios cuanto de los ajenos? 17
¿Cómo un arte que no ambiciona lo conclusivo, lo total, un arte que se asume como
fragmentario y residual, puede preservar esos terribles recuerdos?
Allá afuera, en un monumento, en los bordes de la ciudad, en el mar- gen del río, en un
espacio distante que se aleja del fluir de la vida o en nuestras casas, todas las mañanas, en
las páginas de un diario donde podemos ver y recordar -nombre por nombre, rostro por
rostro, día tras día-, y de ese modo evitar el olvido oficial, la amnesia social que está
implícita en la idea de monumento.
Maria Angélica Melendi nació en Buenos Aires, Argentina, vive y trabaja en Brasil desde
1975. Es doctora en Literatura Comparada por la Facultad de Letras de la Universidad
Federal de Minas Gerais (1994-1999) con la tesis: "La imagen ciega: arte, texto y política
en América Latina', En ese trabajo, aborda la emergencia, en el con- tinente, de un arte
visual textual íntimamente ligado a situaciones políticas de lucha contra la-desigualdad
social y las dictaduras militares y examina sus desdoblamientos 'en el período de la
redemocratización.
1
Andréas Huyssen, En busca del futuro perdido, México, D.F., Fondo de Cultura Económica, 2002, p.15.
2
Cf. Nelly Richard, Intervenciones Críticas. Arte, Cultura, Género e Política. Belo Horizonte, UFMG, 2002,
p. 13.
3
Ibid., p. 23.
4
cr, Ibid., p. 13.
5
Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo,
México, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 26.
6
Andréas Huyssen, Seduzidos pela Memória, Rio de Janeiro, Aeroplano, 2000, p. 45.
7
A. Huyssen, 2000, p. 53.
8
A. Huyssen, 2000, p. 52.
9
Jean-Prancois Lyotard, "Los judíos" en Confines, Buenos Aires, La Marca/usx, 1995, año 1, núm. 1. p. 42.
10
Jean-Fran~ois Lyotard, 1995, p. 42. 1\ Cf. G. A. Bnuzzoxs, la obra de Boltanski ya realizada por Página/12,
en Ramo/la. Revista de Artes Visuales, núm. 19-20. Diciembre de 2001, p. 79. u Roland Barthes, A Cámara
Clara, Rio de Janeiro, Nova Fronteira, 1984, p. 139.
11
Cf. G. A. Bnuzzoxs, la obra de Boltanski ya realizada por Página/12, en Ramo/la. Revista
de Artes Visuales, núm. 19-20. Diciembre de 2001, p. 79.
12
Roland Barthes, A Cámara Clara, Rio de Janeiro, Nova Fronteira, 1984,
13
Cf. Lais Myhrra, (mimeo).
14
Eva Giberti, Memoria Activa, publicado en Página/ 12, diciembre de 1992, http:/ / spor.net. ar / evagiberti/
artículos.
15
Cf. Oscar Terán, Tiempos de Memória, en Punto de Vista, núm. 68, p. 12.
16
Cf. Hugo Vezzerti, "La memoria nos involucra", www.pagina12.com.ar.
17
José Emilio Burucúa,"Después del Holocausto <qué~: en Ramona, Revista de Artes Visuais, núm. 24.
Buenos Aires, Cooltour, 2002, www.cooltour.org/ramona. 307
México en los pliegues de la memoria exiliar
PABLO YANKELEVICH
El exiliado revela sin saber, y cuando sabe, mira y calla. Se calla, se refugia en el silencio
necesitando al fin refugiarse en algo, adentrarse en algo. Y es que anda fuera de sí al andar sin
patria ni casa. Al salir de ellas se quedó para siempre fuera, librado a la visión, proponiendo el ver
para verse, porque aquel que lo vea acaba viéndose, lo que tan imposible resulta en su casa, en su
propia casa, en su propia geografía e historia, verse en sus raíces sin haberse desprendido de ellas,
sin haber sido arrancado de ella. El exiliado regala a su paso, que por ello anda tan despacio, la
visión prometida al que se queda fuera, fuera y en vilo. El exiliado anda allí don- de no hay
camino, donde la amenaza de ser devorado por la tierra no se hace sentir tan siquiera, donde nadie
le pide ni le llama, extravagante como un ciego sin norte, un ciego que se ha quedado sin vista por
no tener adónde ir.
María Zambrano
>>> NOTAS
1
Véase GabrieIa Díaz Prieto, "Abrir la casa, México y los asilado s políticos chilenos" en P. YankeIevich,
coord., México, país refugio. La experiencia de los exilios en el siglo xx, México, INAH, Plaza y Valdés, 2002,
pp. 245-265.
2
Archivo de la Palabra del Exilio Latinoamericano en México, UNAM (APELM). Entrevista a Horacio Crespo
realizada por Bertha Cecilia Guerrero Astorga, México, enero de 1998, PEL/ A-38, p. 78.
3
APELM. Entrevista a Ana Buriano realizada por Berrha Cecilia Guerrero Astorga, México, agosto de 1997,
PEL/U-5, pp. 14 y ss.
4
Ibidem.
5
APELM-UNAM, entrevista con Enrique Zylberberg realizada por Gabriela Díaz, Ciudad de México, PEL/1/ A-
24, p. 56.
6
6 APELM-UNAM, entrevista con Nadia Dos Santos realizada por Concepción Hernández, 400 Río de Janeiro,
agosto de 1999, PEL/3/B-4, p.13.
7
APELM-UNAM, entrevista a Miriam Laurini realizada por Diana Urow, México, septiembre de 1997,
PEL/I/A-l2, pp. 12-13.
8
IAPELM-UNAM, entrevista con Lelia Driben, realizada por Renée Salas, México, 30 de septiembre de 1997,
PEL/l/ A-15, pp. 35-37.
9
APELM, entrevista a Ricardo Nudelman realizada por Bertha Cecilia Guerrero Astorga, México, octubre de
1997, PEL/ A-14, p. 44.
10
10 APELM, entrevista a Miriam Laurini, p. 17.
11
lbidem, p. 78.
12
APELM, entrevista a Carlos Palleiro realizada por Gabriela Diaz, México, febrero de 1998, PEL/J!u-28, p.45
13
APELM, entrevista a Guillermo Beato realizada por Berrha Cecilia Guerrero Asrorga, México, PEL/I/ A-21,
p. 77.
14
Tununa Mercado, En estado de memoria, México, UNAM, 1992, p. 27.
15
Paz, El laberinto de la soledad, México, FCE, 1987, p. 28.
16
APELM-UNAM, entrevista a Rogelio de la Fuente, realizada por René Salas, ciudad de México, octubre de
1997, PEL/l/CH-15, p. 63.
17
Juan Carlos Plá, "Soy otro en ambas patrias': en P. Yankelevich, coord., En México entre exilios, México,
sna=Plaza y Valdés, 1997, p. 147.
18
Gerardo de la Torre, "Trasterrados Latinoamericanos': en Memoria de Papel, núm. 12, diciembre de 1994,
p. 23.
19
APELM, Entrevista a No~a Zaga realizada por Pablo Yankelevich, Córdoba, Argentina, 22 de julio de 1999,
PEL/2-A-14, pp. 30-36.
20
Gerardo de la Torre, Op. Cit., p. 23.
21
APELM-UNAM, entrevista a MP realizada por Gabriela Díaz Prieto! ciudad de México, agosto de 1997,
PEL/1/A-7, p. 5I.
22
APELM, entrevista a Ricardo Nudelman, Gp. Cit., p. 124.
23
APELM, entrevista a Horacio Crespo, Op. Cit., p. 136.
24
Tzvetan Todorov, El hombre desplazado, Madrid, Taurus, 1998, p. 16 Y Juan Carlos Plá, "Soy otro en
ambas patrias" en P. Yankelevich, coord., En México entre exilios, Op. Cit., p. 156
Entre la globalización de la memoria y las memorias de la globalización (Apuntes)
ABRIL TRIGO
DE MEMORIAS
diferencia de la memoria instrumental moderna y racionalista —al ser vicio del estado y del
capital — la memoria cultural no trabaja en base a información ni en forma acumulativa,
pues se halla articulada a experiencias y acontecimientos, de modo que en lugar de
acumular, filtra y carga.
No es una memoria para usar, sino aquella de la que estamos hechos, que no tiene nada que
ver con la nostalgia, pues su función en la vida de la comunidad no es hablar del pasado,
sino dar continuidad al proceso de construcción permanente de la identidad compartida
[1987,200].
Por todo esto, la importancia económica del consumo, hoy, está intrínsecamente
vinculada a su función política y cultural, porque en la economía de la abundancia no se
consumen objetos, sino imágenes, mensajes, símbolos, memorias que nos dicen cuánto
valemos y quiénes somos. El consumo, y particularmente el cultural, opera a través de la
creación, incitación y manipulación de deseos, y del corrimiento de los umbrales del placer
siempre más allá de su posible realización, atizando el consumo y reforzando el
consumismo como estilo de vida.
Esto me trae al punto que me interesa destacar aquí. Estamos todos de acuerdo en
que la globalización arrasa con las culturas periféricas y las memorias locales, ya sea
apropiándoselas para luego procesarlas bajo la forma de mercancías, o desplazándolas y
sustituyéndolas por la memoria pop global. Pero, ¿por qué ocurre esto así? Esta es mi
hipótesis: debido a la centralidad que tiene e! consumo en la economía global y porque en
la mercancía, que regula e! consumo, no hay lugar para aquellas memorias que no le sean
instrumentales. ¿Por qué? Porque la mercancía requiere de un presente absoluto, aun
cuando esto implique su proyección imaginaria hacia la insaciable satisfacción de deseos en
e! futuro. Las mercancías no tienen memoria, o son, en todo caso, portadoras de una
memoria ersatz, flotante y vacía, tan vacía como e! signo. Es e! caso de la cárcel de Punta
Carretas, en Montevideo, convertida en opulento centro comercial y escaparate de!
cosmopolitismo global. En ese sentido, tanto las memorias culturales, como las locales o
las nacionales incluso, obstaculizan e! libre funcionamiento de! consumo y la libre
circulación de las imágenes, los deseos, los valores y las memorias engarzadas en e!
imaginario global, en cuanto relegan al individuo a una trama simbólica y afectiva que hace
irrelevante o subsidiario, al menos, e! consumo. El régimen global requiere de individuos
absorbidos por e! presente, obsesionados con la satisfacción inmediata de! deseo. El
consumidor ideal carece de pasado.
Si el consumo es e! sitio por donde pasa hoy la ciudadanía y más aún, donde se
configuran las identidades sociales y políticas, lo es porque en él se generan desde la forma
fetichizada de la mercancía-signo, hasta los deseos que mueven la economía libidinal y
establecen dónde se busca y se satisface e! placer. O mejor dicho, dónde el placer nunca
llega a ser satisfecho, porque en la sociedad de consumo de la abundancia —donde la
inmediata satisfacción de las necesidades está, en principio, teóricamente garantizada— la
satisfacción de los deseos es empujada siempre más allá por una maquinaria que crea
siempre nuevas necesidades, con lo cual e! deseo termina deseando e! deseo [Deleuze y
Guattari 1985,35; Bauman 1998, 82-3]. El sujeto, en tanto consumidor, inducido por la
tentación de deseos desconocidos, deviene en e! obsesivo buscador de un imposible objeto
de deseo y la realización sublimada de un valor de uso irrealizable, pues al proporcionar
una satisfacción siempre insuficiente, el consumismo conforma sujetos insatisfechos,
incompletos. Esto explica, por cierto, la profunda inestabilidad de las identidades sociales y
políticas así como la crisis de valores en una sociedad donde todo se vende y se compra,
donde la memoria es el compendio de marcas registradas, donde todo es simulacro y los
valores, convertidos en valor, adquieren una presencia ubicua y fantasmagórica.
¿Qué duda cabe que el horizonte último de toda utopía es una cultura
verdaderamente ecuménica? Quizás esto explique por qué persiste la tendencia a percibir
los fenómenos culturales como si ocurrieran al margen de los procesos económicos y
geopolíticos, mistificando así dos expresiones complementarias de la globalización cultural:
la cultura pop y consumista producida por las grandes corporaciones transnacionales para el
consumo mundial masivo y el sofisticado y desterritorializado cosmopolitismo high-tech
que se suele identificar con las élites transna- cionales. A pesar del indiscutible incremento
de la interconexión mundial, el mejor conocimiento de las culturas diversas y la mayor
tolerancia frente a la diferencia cultural, es irrefutable que tan solo una pequeñísima
fracción de los productos culturales originados fuera de la industria cultural
transnacionalizada, y sólo cuando ésta considera que aquéllos encajan en los estándares de
comercio mundial, deviene global. En rigor, la única cultura verdaderamente global -es
decir, consumida mundial- mente y articulada a los dispositivos de producción y
distribución eco- nómicos globales- es la cultura pop norteamericana, difundida en todo el
mundo por la ubicua capacidad de las redes me di áticas, que celebran el estilo de vida
consumista y la estética light de las mega-estrellas, globaIizadas por el poder omnívoro de
las corporaciones transnacionales y la interdependencia asimétrica de los flujos culturales
globales.
La notable asimetría en la producción y el consumo de cultura entre países y
regiones del mundo apenas permite vislumbrar el grado de monopolio y de acumulación de
capital simbólico (conocimientos, tecnologías, información, competencia) reunido en las
economías centrales. Sin embargo, la más profunda función ideológica de esta
globalización cultural que, movida primordialmente por la acumulación de capital, acorrala
a las formas no mercantiles de producción cultural, desplaza al estado como promotor de
cultura y confina el consumo cultural a la esfera de lo privado, restringiendo aún más el
espacio público y la praxis social,
Es así que rubricada la brutal distancia tecnológica entre las sociedades ricas y
pobres, la globalización cultural es mucho más dramática, y obviamente más traumática en
estas últimas. La globalización económica se basa, indudablemente, en la alta tecnología
garantizada y el acceso fácil y barato a la información, es decir, en buena medida, al grado
de globalización cultural. Pero ésta es una verdad a medias que mistifica el hecho de que, a
excepción de una minoría cosmopolita y pese al liderazgo global de Wall Street, la mayor
parte de la sociedad estadounidense continúa aferrándose con tenacidad a una suerte de
insularidad cultural que fácilmente se traduce, cuando lo exigen las circunstancias, en un
recrudecimiento de la xenofobia y el chovinismo, puesto que lo que para el resto el mundo
es global, para el norteamericano medio sigue siendo simplemente "American': En tal
sentido, la globalización cultural apareja- ría una aculturación, particularmente de los
jóvenes de todo el mundo, a la cultura pop norteamericana globalizada, con todas las
implicaciones que esto tiene en cuanto al "moldeado" de hábitos y deseos, valores socia- les
y modos de vida, concepción del tiempo y del espacio [Santiago 2001, 120; Mohan Rao
1998, 39J. Proceso que para muchos constituye una "americanización" lisa y llana o, en
términos más gráficos, una "McDonaldización" [George Ritzer 1993 ].
Engarzada a esta cultura pop global, diseminada por los medios de comunicación
transnacionales, se despliega e instala en forma progresiva una memoria amnésica -
hedonista, inmediatista, nihilista y cínica- que arrasa tanto con las memorias colectivas de
base comunitaria como con las memorias históricas al servicio de los estados nacionales,
predominantes hasta ahora, sustituyéndolas por un difuso sentimiento de nostalgia de orden
vicario. A través de la moda retro y del gusto por los oldies muchos jóvenes
norteamericanos se identifican con un pasado ahistórico y fuera de contexto que, al tratarse
de jóvenes latinoamericanos se convierte en un referente aún más abstracto, que pese a
haber sido protagonizado por otros sujetos, en otro tiempo y en otro lugar, han llegado a
adoptar como propio. Yo recuerdo, en mi infancia, jugar a los cowboys pero nunca a los
gauchos; los indios ~cheyennes, sioux, navajos- eran siempre mis enemigos y en mi
panteón personal no figuraba Juan Moreira, aunque sí Sandokán y el Llanero Solitario.
Luego, con los años, se irían incorporando Marilyn Monroe, Brigitte Bardot, Claudia
Cardinale y, claro, los Beatles. Esto, para Renato Ortiz formaría parte de una "memoria
colectiva internacional-popular" sobre la cual se conformaría un nuevo "imaginario
colectivo mundial" que configura identidades transnacionales por encima y a pesar de las
identidades nacionales y sus memorias históricas. Afianzada mediante el olvido selectivo
de memorias anteriores, y como toda. memoria, la pop global instrumentaliza un nuevo
orden social cuyo núcleo duro, irreducible, es la forma abstracta y vacía de la mercancía y
del signo.
Vinculada a lo anterior y promovida por la necesidad de mano de obra barata del nuevo
régimen de acumulación global, la emigración y la diáspora transnacionales
desterritorializan individuos que quedan así ex- puestos a una nueva borradura forzada de
las memorias locales y nacio- nales, sustituidas por la ya mencionada memoria pop global,
y obligados a reconstruir las memorias culturales desterritorializadas. En efecto, los
movimientos migratorios, no importa si individuales o masivos, están íntimamente
vinculados al desarrollo socio-económico desigual entre distintas regiones del mundo
inmersas en complejos regímenes de expulsión y de atracción, por lo cual las migraciones
obedecen siempre a múltiples causas de índole social, cultural, política o económica, cuya
combinación sobredetermina las diversas modalidades de exilio s, diásporas,
desplazamientos y migraciones históricamente registrables. Sin perder de vista las
diferencias notables entre un exiliado, un refugiado, un desplazado por, digamos, una
guerra civil, y un emigrante por causas económicas, toda migración implica un largo, lento
y doloroso proceso de transculturación de culminación incierta; una experiencia traumática
de alcance acumulativo cuyos efectos, no siempre visibles, promueven una "crisis radical
de la identidad" en la medida en que el emigrante, despojado del espejo que le devolvía su
imagen conocida y tranquilizante, debe enfrentarse, solo y desnudo, a miedos primordiales,
como dicen Maren y Marcelo Viñar, psicólogos uruguayos exiliado s por largos años
[1993, 60J. A lo cual agregan León y Rebeca Grinberg, psiquiatras de origen judeo-
argentino radicados en Europa, que la migración es un cambio de tal magnitud que no sólo
pone en evidencia, sino también en riesgo, la identidad misma, debido a la masiva pérdida
de objetos y puntos de referencia, incluyendo los más significativos y valorados: personas,
cosas, lugares, idioma, cultura, costumbres, clima, a veces profesión y medio social o
económico, a los cuales están ligados recuerdos y afectos. La migración implica una
conmoción que sacude toda la estructura psíquica [1984, 39-40].
El emigrante típicamente moderno que predomina hasta mediados del siglo xx, era
un sedentario que, para protegerse del dolor de la pérdida y la ansiedad por 10 desconocido,
procedía a una disociación, ya renegando del entonces-allá y ensalzando el aquí-ahora, o
demonizando a éste e idealizando a aquél. En el primer caso, adoptaba una estrategia
obsesiva, hipomaníaca que le permitía soslayar su ansiedad y su sentimiento de culpa,
abandonándose a un confortante sentimiento de bienestar psíquico y físico; en el segundo,
asumía una actitud paranoica y autista de rechazo del aquí-ahora que hacía menos dolorosa
una eventual retirada a un sublimado entonces-allá. Utopía y distopía: dos caras vacías de
un sig~ no a llenar, al punto que lo esencial, en tales casos, es mantener irresuelta la
disociación: "lo bueno" en un extremo y"lo malo" en el otro, no importa qué sea lo uno o lo
otro, porque en caso de fracasar la disociación se cae inexorablemente en la ansiedad, en la
confusión, en la angustia [Grinberg y Grinberg 1984, 20]. Tarde o temprano todo emigrante
debe pasar por un largo e intrincado proceso de duelo por los objetos perdidos y por su
resquebrajada identidad, de modo que pueda aceptar al fin la pérdida y reconstituir su yo.
Con el paso del tiempo, en tanto asimile la experiencia migratoria y los sentimientos
reprimidos, podrá sentir la pena; adquirirá entonces un conocimiento más intenso y
profundo de dichas experiencias, no simplemente intelectual, sino vital. La ansiedad
paranoica y depresiva que abruma al emigrante en los primeros tiempos va siendo así
progresivamente remplazada por la nostalgia y la pena hasta ser finalmente resuelta; luego
de un doloroso trabajo de duelo por la pérdida y el desprendimiento de una parte de sí
mismo, es cuando el emigrante acepta y se compenetra con su condición migratoria. Sólo
entonces será capaz de volver a gozar de la vida. El lograr hacer las paces con ambos
mundos permite al individuo "padecer su dolor" y asumir su condición de emigrante en una
suerte de decantación de experiencias y reconciliación afectiva. Además del indiscutible
enriquecimiento cultural y psicológico que toda migración involucra, el emigrante va
reconfigurándose en un proceso de transculturación difícil, tenso y siempre conflictivo, que
sólo se resuelve, y nunca en forma completa, cuando el emigrante no sólo se sabe, sino que
se siente emigrante, pues ser un emigrante implica asumir plena y profundamente la verdad
y la responsabilidad inherentes a esta condición. Cosa difícil de soportar, lo cual explica la
necesidad de recurrir a múltiples operaciones defensivas, para quedarse tan solo en el saber
y no en el ser [Grinberg y Grinberg 1984, 81-2].
Si las grandes migraciones, desde el siglo XVI hasta la Segunda Guerra Mundial,
constituyeron un dispositivo demográfico estrechamente ligado al desarrollo del
capitalismo y un componente estructural de los estados nacionales modernos, la emigración
y la diáspora transnacionales responden a la compleja onda expansiva de la globalización,
que reduce a los estados al mero rol de administradores del mercado. De acuerdo a esto,
resulta claro que los movimientos migratorios ejercen un papel primordial en la
constitución de los estados nacionales, pero también constituyen su lado oscuro, su coartada
ideológica. La emigración y la diáspora, sobredeterminadas por una dual economía social y
simbólica, operan como una válvula de seguridad que previene la disolución lisa y llana de
las naciones neocoloniales y poscolona- les globalizadas, al dispersar, de acuerdo a las
leyes del mercado demográfico y económico, su capital humano y cultural. Son un síntoma
geodemográfico de la nación, una negación de la nación que hace a ésta posible, por cuanto
la lógica del estado requiere el necesario y más estricto control de los flujos migratorio s,
así como la demarcación de rigurosas fronteras entre "el adentro" y "el afuera'; lo nativo y
lo extraño. 1 Como cualquier mecanismo de marginación y discriminación, ~ tiempo que
contradice valores fundamentales de la nación pone en funcionamiento dinámicas de
exclusión y expulsión imprescindibles para la reproducción de la identidad nacional. Al
igual que la marginación social, la segregación étnica y la discriminación política, la
emigración y la diáspora funcionan como dispositivo que previene la desintegración del
cuerpo social, no obstante desvelar las fallas y las miserias que hacen inevitable esas tribus
errantes que desbordan la mayestática monumentalidad de los imaginarios nacionales y
reinscriben, con sus cuerpos, las fronteras políticas y culturales de la nación ya no moderna
[Bhabha 1990, 315]. En consecuencia, la emigración y la diáspora operan respecto al
estado-nación la misma función estructural que el mercado informal y el desempleo
cumplen en el sistema capitalista: no obstante contradecirla en apariencia, son una
necesidad estructural de aquélla, un agujero negro donde la nación falla y hace visible el
envés de su textura fantasmal. Esto es así porque la emigración y la diáspora
transnacionales conforman una experiencia existencial que empuja la identidad nacional
hasta los bordes del abismo, exponiendo la naturaliza estrictamente imaginaria de la
identidad nacional.
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Wertsrein, Germán y José Pedro Díaz. Exilio - Inxilio. Dos erifoques. Montevideo:
Instituto
»> NOTAS
1
Retengo del concepto lacaniano de síntoma elaborado por Slavoj Zizek tan sólo algunos rasgos atinentes a
la esfera ideológica: todo síntoma es siempre síntoma de lo Real, esto es, una traumática y patológica
formación significante que resiste toda interpretación f retorna obsesivamente a hostigamos por la simple
razón de que nos proporciona placer [Zizek 1989, 69ss).
2
Quizá no haya más sugerente celebración del tropo cosmopolita de! exilio que el siguiena: pasaje del
Didascalicon de Hugo de Saint Vicror, monje del siglo XII que concluye SUS al' señanzas al estudiante de
filosofía recomendándole que emigre, pues "Todo el mundo es tierra extranjera para el hombre que filosofa
[y) el hombre que encuentra que su patria es dulce no es más que un tierno principiante; aquel para quien
cada suelo es como el suyo propio ya es fuerte, pero sólo es perfecto aquel para quien el mundo entero es
extranjero. Las almas simples han puesto su amor en un solo lugar de! mundo; el hombre fuerte ha
extendido su amor a todas partes; el hombre perfecto ha extinguido e! suyo por comple- to:' [Sr-Victor
1961, 101). El pasaje ha sido reiteradamente utilizado por Tzveran Todo- rov (búlgaro radicado en Francia),
quien lo tomó de Edward Said (palescino que vivió en Estados Unidos), quien lo leyó de Eric Auerbach
(alemán exiliado en Turquía).
Palabras e imágenes balbuceantes
SANDRA LORENZANO
Si viniera,
si viniera un hombre,
si viniera un hombre al mundo hoy, con
la barba de luz de
los patriarcas: debería,
si hablara de este
tiempo,
debería, sólo balbucir y balbucir,
siempre, siempre,
así, así.
Paul Celan
Palabras balbuceantes. Palabras en duelo. Palabras lastimadas que atraviesan los muros, las
alambradas, los ríos. Palabras que son a la vez su propio enmudecimiento. Palabras para
nombrar el dolor y las ausencias. Palabras como desgarradura s, como huellas olvidadas,
como conjuro. Palabras en cualquier idioma. Palabras en ninguna lengua. Palabras
tartamudas. Palabras para ahuyentar a los lobos en noches de luna llena. Palabras para
nombrarte. Palabras para ganade al tiempo. Palabras porque sí. Palabras para llegar al
desierto. Palabras para alcanzar el silencio. Palabras con espinas. Palabras de furia. Palabras
de perdón. Palabras susurradas. Palabras sutiles. Palabras para acariciar. Palabras para herir.
Palabras derrotadas. Palabras a pesar de todo. Palabras de sobrevivencia. Palabras de
ceniza. Palabras para salvarnos del naufragio. Palabras porque no quedan caminos. Palabras
para el imposible regreso. Palabras para bautizar a nuestros hijos. Palabras porque no hay
certezas.
Pero hay algo, siempre hay algo. Algo que lastima, que perturba. Una mosca muriendo
durante una eternidad, como contaba Marguerite Duras. 1 Algo que perturba. Un tren que
parte, unos brazos que se extienden. ¿El escenario? Una estación en alguna ciudad ocupada.
Una mujer cualquiera ve cómo empujan a la gente. Todos llevan una estrella cosida a la
ropa, o no, lo mismo da. Empujándolos los suben a los vagones. Ella es testigo de esta
escena. Siempre la recordará en blanco y negro. Noche y niebla. Ve una pareja joven que
carga un bebé. No lo duda. Extiende los brazos suplicando, ofreciéndolos, ofreciéndose,
ofreciéndole cobijo a quien se volverá quizás, a partir de ese momento, también su propia
hija.
Una historia posible. Una historia cualquiera. Esa niña podría tener hoy la cara ajada y un
pañuelo blanco en la cabeza. Los jueves tal vez dé vueltas en alguna plaza, al sur de todos
los sures.
Palabras para nombrados a todos. Yo quería nombrados a todos, escribió Ana Ajmátova.
Palabras en duelo. "Réquiem': Nombrados a todos por el hijo que no regresó. El kaddish es
plegaria, voz antigua. Palabras para fundar una memoria.
¿Qué hacer con esa memoria grabada en el cuerpo? ¿Qué hacer con las cicatrices que la
historia ha dejado sobre nuestra piel? ¿Qué hacer con nuestros desaparecidos, con nuestros
muertos? ¿Qué hacer sino intentar encontrar sonidos en el quiebre de la lengua, en la fuga
de todos los sentidos? ¿Qué hacer sino buscamos, desesperadamente, en las imágenes del
horror, en los nombres de todos, en los rostros ausentes?
IMAGEN 1
El puente Mirabeau. Abajo el río es el recuerdo permanente del mes de abril de 1970.
"¿Cómo escribir, Madre, en la lengua de tus asesinos?" Veinticinco años después del
asesinato de sus padres y de su propio paso por un campo de concentración, Pau1 Celan se
tiró al Sena desde el puente Mirabeau. ¿En qué lengua? ¿Ahogado en qué sonidos? Desde
el puente Mirabeau, la historia es memoria desgarrada.
Paul Celan mira el Sena desde el puente Mirabeau. "¿Cómo escribir, Madre, en la lengua de
tus asesinos?"
Mi abuela no hablaba alemán, hablaba yiddish y cantaba tangos. Había llegado por otro río
que es también hoy una tumba de agua para nuestros muertos.
IMAGEN 2
Sola, cada semana, con la cabeza cubierta por un pañuelo blanco, una mujer da vueltas a la
plaza de uno de los pueblos con mayor índice de mortalidad infantil del país.
Sola, cada semana, con la foto de su marido colgada al cuello. Sola, cada semana, durante
años.
IMAGEN 3
También el silencio es imagen del horror. El silencio del desierto sin dioses. El silencio del
bosque de Buchenwald del que han huido todos los pájaros. El silencio de las tumbas de
humo y aire. El silencio del que sabe que no hay testimonio posible. "Si el silencio hubiera
de retornar a una civilización destruida, ̶escribe George Steiner̶ sería un silencio doble,
clamoroso y desesperado por el recuerdo de la Palabra.” 4
IMAGEN 4
Desde una puerta del antiguo barrio judío, la imagen del viejo nos mira desde hace siglos.
¿Cómo recordamos? ¿Qué recordamos? ¡Zajor! Por- que el mundo entero calló.
Ten presente cada nombre, cada rostro. Treinta mil desaparecidos y la mirada del viejo en
una calle de Berlín. Cada nombre. Cada rostro.
Las ciudades guardan memorias. El trabajo de Simón Attie devela sus marcas y cicatrices.
Cada muro es palimpsesto que muestra la historia toda.
Esas ausencias que pesan también sobre la fotos que tomó Reman Vishniac entre 1933 y
1939, consciente quizás de que el suyo sería el último testimonio visual de un mundo que
estaba desapareciendo violentamente.
Entre el trabajo de ambos, entre Arríe y Vishniac, el horror ha transformado la mirada. La
fotografía como memento mori porque conocemos el destino de los retratados, porque la
fotografía es siempre recuerdo de la muerte.
Desde un cuarto de Berlín, el viejo lee una y otra vez las 22 letras para que el mundo siga
siendo un tributo a su creador.
Y el mundo entero calló. Ten presente cada nombre, cada rostro. Treinta mil desaparecidos
y la mirada del viejo en una calle de Berlín. Ruega, Señor.
IMAGEN 5
¿De qué álbum oscuro salen las imágenes? ¿De qué pozo de la memoria? Mis imágenes y
las de los otros. Las que elijo, las que repaso para no olvidar, las que he decidido hacer
mías, cada nombre, cada rostro. Los ojos de las Madres, los gestos de mi infancia, un niño
que sale con las manos en alto en el gueto de Varsovia, un ángel en blanco y negro sobre el
cielo de Berlín y una voz que le susurra: Cuando el niño era niño, era el tiempo de las
preguntas. ¿Por qué soy yo y no soy tú? ¿Por qué estoy aquí y no allá? ¿Cuándo empezó el
tiempo y dónde acaba el espacio? ¿Es la vida bajo el sol tan solo un sueño?..., 6 Primo Levi
hablando y ha- blando aunque nadie quiera escuchar, una mujer que da vueltas sola a una
plaza en el norte argentino, otras mujeres con las fotos de sus hijas desaparecidas,
asesinadas, que dan vueltas a otra plaza en el norte de México, un río que fuera entrañable,
un río en el que -como escribió Néstor Perlongher- "hay cadáveres”.
IMAGEN 6
Un tren que parte. Unos brazos que se extienden. Una historia cualquiera. Podría haber sido
la mía.
IMAGEN 7
En algún lugar dice Kafka que si el mundo gira hacia la derecha, él irá hacia la izquierda
para reencontrarse con el pasado. Como el ángel de la historia, ese que "Tiene los ojos
desencajados, la boca abierta y las alas tendidas". El ángel que "ve una catástrofe única que
acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies”. 7
Por eso el álbum de familia sale a las plazas para gritar las ausencias. Cada nombre. Cada
rostro. O nos reapropiamos del macabro registro del Estado para decir que aquí estuvieron,
que aquí están: nuestros hijos, nuestros padres, nuestros nietos.
IMAGEN 8
Como fondo hay una foto de los niños de Izieu (en la Maison d'Izieu fueron capturados, por
KIaus Barbie, 44 niños judíos y 7 de sus maestros que se habían refugiado allí de la
Gestapo ). 8 La obra "Past lives" 9 de Lorie Novak fue realizada el mismo año del proceso a
KIaus Barbie,
1987. En el siguiente nivel de la fotografía encontramos dos imágenes: una del rostro de
Ethel Rosenberg, y la otra, una fotografía de una mu- jer sonriente que carga a una niña. La
niña es la propia Lorie Novak, en brazos de su madre, a mediados de los 50. La única niña
que parece triste es ésta, la propia Lorie, los otros están sonriendo, mirando con confianza
hacia un futuro que nunca tendrán. Los niños que fueron asesinados sobrepuestos a la niña
que vive; la madre que fue ejecutada a la madre que vive.
IMAGEN 9
Porque solamente desde el quiebre se puede decir el horror. Cada nombre. Cada rostro. Un
tren que parte. Unos brazos que se extienden. Una historia cualquiera. Podría ser la nuestra.
DATOS BIOGRÁFICOS
1
Marguerite Duras, Escribir, segunda edición, México, Tusquets, 1996, p. 43.
2
Paul Celan, "Fuga de muerte" versión de José María Pérez Gay, "Paul Celan: una cicatriz que no
se cierra" en Nexos virtual, www.nexos.com.mx.
3
Homenaje a Oiga Aredes, la Madre de Ledesma
4
George Sreiner, Lenguaje y silencio. Ensayos sobre la literatura, el enguaje y lo inhumano, México, Gedisa,
1990, p. 18.
5
Paul Celan, "Tenebrae" versión de José María Pérez Gay, "Paul Celan: una cicatriz que no se cierra" en
Nexos virtual, www.nexos.corn.mx.
6
Wim Wenders, "Las alas del deseo” 1987.
7
Walter Benjamin, "Tesis IX de filosoRa de la historia', cit. en Wim Wenders,"Las alas del deseo':
8
La casa se ha convertido en un centro de educación e información sobre el Holocausto. Ver la página web:
www.izieu.alma.fr.
9
Remito al excelente análisis que Marianne Hirsch hace del trabajo de Novak en su artículo "Projected
Memory, Holocaust Photographs in Personal and Public Fantasy" publicado en Acts of Memory: Cultural
Recall in the Present, Hanover, Dartmouth College, 1999.