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ESTRUCTURA Y ACCIÓN: ELEMENTOS PARA UN MODELO DE ANÁLISIS...

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ESTRUCTURA Y ACCIÓN:
ELEMENTOS PARA UN MODELO DE
ANÁLISIS MICROPOLÍTICO DEL
CLIENTELISMO

RAMÓN MAÍZ
Universidad de Santiago de Compostela

RESUMEN. En este articulo, su autor compara la conceptualización tradicional riel


clientelismo, de.raíz antropológica, con la más moderna construida desde la ciencia política.
En ese tránsito, el análisis del clientelismo se ha desplazado desde el nivel “micro" al “macro",
si bien la dimensión micropolítica se ha visto notablemente enriquecida. El autor analiza, en
primer lugar, la dimensión m kropolttica del clientelismo desde el punto de vista de la
integración social poniendo el énfasis en la relación entre los actores y en los juegos estratégicos
que establecen entre ellos. En segundo lugar, analiza las relaciones cliente lares desde una
perspectiva macrosistémica, articulando el clientelismo con los mecanismos pluralistas rje
representaciótu fundamentalmente con la Administración pública y el Parlamento a través de
los partidos políticos.

«To have friends, is pow er for they are strength united»


HOBBES Leviathan Cap. X, 1651

«Help, you understand; none of your law and justice but help»
Martin Lomasny broker de Boston
(citenM E R T O N 1949)

CONCEPTO Y DIMENSIONES DEL CLIENTELISM O POLÍTICO.

La conceptualización del clientelismo se ha centrado tradicionalmente en


la relación diádica entre patrón y cliente, nexo de índole particularista/
__personalizada, basado en el intercambio de bienes y servicios (favores por

Revista Internacional de Sociología


Tercera Epoca - n.e 8 y 9 - Mayo-Diciembre 1994
Páginas 189-215
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votos, por ejemplo) Hn« partee, p^w -flor;^ deum desigual status,
poder y riqueza (Wolf, 1966; Gellner and Waterbury, 1977; Duncan Powell,
1970; Scott, 1972; Medard, 1976).
Ahora bien, la apropiación del fenómeno del dientelismo por parte de la
Ciencia Política que, como ha señalado Almond, tendría su punto álgido en
los años setenta (Almond, 1990; 57), ha rearticulado el concepto del mismo,
heredado de la antropología social, incrementando su intención y fijando
dimensiones adicionales. De este modo, se ha elaborado un concepto mucho
menos descontextualizado y universalista que, perdiendo extensión y genera­
lidad, cobra sin embargo mayor capacidad heurística y, en términos de morfo­
logía de la explicación, proporciona una mayor inteligibilidad, centrándose en
los mecanismos que conforman y originan la institución a explicar. Una de las
más importantes consecuencias de la superación del horizonte antropológico
tradicional desde el que se estudiaba el fenómeno, reside, sin duda, en el
progresivo desplazamiento de la atención desde el nivel «micro» del problema
hacia el «macro», en el sentido que luego se_explicitará. Sin embargo, la
propia1dimensión micro política del dientelismo ha resultado asimismo nota­
blemente enriquecida, y a dar cuenta de una tal ampliación del modelo origi­
nario de análisis dedicaremos las páginas que siguen.
En efecto, podemos sintetizar brevemente las características «clásicas» del
concepto como sigue
1 - El dientelismo constituye una relación de intercambio social, recípro­
co y mutuamente beneficioso (Legg and Lemarchand 1972) de favores entre
dos personas. Intercambio que incorpora un momento de obligación de con­
seguí/bienes y favores por parte del patrón y de lealtad, voto y apoyo político
en general por parte del cliente.
2. - Se trata, además, de una relación vertical, jerárquica, de dependencia
basada en la desigualdad y diferencia de poder y control de recursos (Lande,,
1973). Así, determinados individuos, «incorporan» políticamente bajo su con­
trol a un número determinado de seguidores, por cuanto pueden dispensar el
acceso a recursos en virtud de su posición y estrategia, ora actuando como
patronos titulares de recursos propios, ora a través de su influencia como
intermediarios sobre aquéllos que controlan los bienes o servicios públicos
(Gribaldi, 1980), o bien a través de una combinación de ambos roles actuando
como patrón-brokers (Allum, 1973).
3. - Las relaciones patrón-cliente son particularizadas y difusas, esto-es, los
bienes o servicios se intercambian en razón de las características de los
actores sociales implicados y no en cuanto miembros de categorías sociales
determinadas, o en términos de roles formal-institucionales. En definitiva, se
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trata de favores personales que se conceden discrecionalmente y no de dere­


chos asbtractos exigibles (Wolf, 1966; Scott, 1972; Medard, 1976).
A las mencionadas características, empero, ban venido a añadirse, por
parte de los análisis más recientes, una serie de nuevas dimensiones.
1. - Las relaciones clientelares son selectivas y competitivas. En efecto,
toda vez que muchos individuos resultan excluidos o marginalizados de las
redes de clientela, o incorporados de modo indirecto o intermitente a las
mismas, esto provoca resentimiento y antagonismo social, y por lo tanto
relativa precariedad y dinamismo a la relación, limitando el unilateral efecto
consensuál que el pluralismo clásico (Dahl, Polsby, etc) le atribuía al
dientelismo político (Roniger, 1990). Además, el d ientelismo es una relación
estratégica de vinculación, que funciona a través del favor y que requiere
dedicación porgarte del patrón para hacerse con el control de la clientela,
disputada por organizaciones alternativas de grupos categoriales (Maíz, 1993,
1995), de otros patronos, o de excluidos de la red.
2. - La relación clientelar se caracteriza generalmente por el simultáneo y
mutuamente imbricado intercambio de dos diferentes tipos de recursos y
servicios que deben sustantivarse analíticamente a saber, a) instrumentales,
económicos y políticos (Chubb, 1982), y b) expresivos, lealtad y confianza
(Gambetta. 1987) los cuales, generalmente, resulta imposible de intercambiar
por separado.
3. - L a relación clientelar suele generar en el decurso del tiempo un marca­
do carácter de incondicionatidad.jie tal suerte que, no sólo en apariencia, se
muestra como tendencialmente duradera a largo plazo. De este modo, se basa
más en e( crédito que en la recompensa inmediata, en la amistad instrumental,
como peculiar lopsided friendship (Pitt Rivers, 1971); en definitiva, en la
confianza. No es necesario, pues, una inagotable fuente de recursos para el
mantenimiento a medio plazo de la institución, que . por ende, se basa ante
todo en las expectativas generadas al hilo de la manipulación estratégica de la
escasez (Chubb, 1982).
4. - Las relaciones clientelares se organizan jerárquica y bilateralmente
entre individuos de diverso estatus que intercambian apoyo por favores que
no generan expectativa de grupo en la clientela, diluyendo el potencial del
identitv set (Dunleavy, 1991: 54), conformador de una matriz de preferencias
comunes a defender con acciones colectivas. De este modo se excluye la
posibilidad de contactos horizontales en el seno de la clientela, de tal suerte
que se inhibe la movilización colectiva, ideológicamente y socialmente (inte­
reses comunes) motivada, de los miembros de aquélla.
5. - Las relaciones clientelares constituyen un vínculo político informal.
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ajenas a la legalidad vigente y poseedoras de su propio código ético de asigna­


ción particularizada y personalista de recursos, de intercambio y fidelidad,
asimismo elástico, sujeto a variaciones e interpretaciones. La corrupción polí­
tica deviene, así, como ha subrayado el political economy approach, en el
catalizador fundamental del intercambio oculto (Della Porta, 1992) y en factor
clave de su eficacia y «competividad» mediante el abaratamiento de costos en
el abanico de alternativas que se le presentan al cálculo maximizador, sea de
los funcionarios, sea de los actores subalternos en determinados contextos
sociales (Rose Ackerman 1978, Benson & Badén 1985).
6 - El clientelismo posee una inescindible dimensión simbólica que no
puede obviarse con la sola reciprocidad material del intercambio: el elemento
de confianza, de amistad o compadrazgo, etc, genera un largo plazo, una
expectativa de lealtades recíprocas que se prolonga en «mito» de incondicio-
nalidad (Silverman 1977), elemento decisivo a la hora de dar cuenta de la
institución, no sólo en su permanencia, sino en su eficacia reproductora de una
cultura política insolidaria, fatalista (Wildawsky, 1990), neopatrimonial (Roth,
1987) y personalizada (Pye, 1987).
Ahora bien, en las características anteriormente mencionadas, la distin­
ción y vinculación de niveles microlmacro se imbrica, complejizándola, con
una ulterior distinción analítica. A saber: ora una perspectiva atenta a los
actores y sus estrategias (social integration), que obvia, a los solos efectos
analíticos, la dimensión estructural; ora una perspectiva que pone entre parén­
tesis a los actores, para atender al sistema de dominación, a las estructuras de
poder y sus dispositivos (system integration) (Lockwood, 1992).
Es de señalar que un error que suele cometerse en el estudio del clientelismo
consiste, precisamente, en la confusión explícita o, en la mayor parte de las
ocasiones, implícita, de la perspectiva micro, con una óptica necesariamente
referida a los actores,_y de_la perspectiva macro, como centrada en el sistema
y las estructuras (Scott, 1972; Lande, 1973). Sin embargo, aquí considerare­
mos, con Lockwodd (1992) y Mouzelis (1991), que el carácter micro o macro
de una práctica (acción) o una estructura (sistema) ha de referirse estrictamen­
te a su extensión espacio-temporal relativa. De este modo, se desbloquea la
posibilidad de considerar la acción a nivel macro (de un grupo político, por
ejemplo), cuanto de atender a una decisiva dimensión microsistémica (la célu­
la diádica básica de la'red clientelar).
El clientelismo, de este modo, se presenta como una lógica de relaciones
sociales personalista que inevitablemente reproduce unas pautas de compor­
tamiento muy similares en diferentes contextos y que se presenta como una
opción eficaz para los individuos, a efectos de obtener recursos en contextos
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sociales dados. Lógica que se deriva de una estructura, entendida como un


conjunto de reglas, dispositivos y condiciones sociales que inducen el men­
cionado comportamiento.
En definitiva, en esta perspectiva, el clientelismo constituye un concepto
empírico de medio rango (Clapham 1982), que puede ser de utilidad a la hora
de analizar segmentos de la práctica política informal, de especial interés para
small-N analysis en Ciencia Política.

LA DIMENSIÓN M ICROPOLÍTICA DEL CLIENTELISM O DESDE


EL PUNTO DE VISTA DE LOS ACTORES.

Desde la perspectiva micropolítica de la integración social, la atencióndel


análisis del clientelismo ha de dirigirse a la relación entre los actores y los
jye^os estratégicos que establecen entre ellos, considerados en su dimensión
más elemental. Ello no debe conducir, sin embargo, a equívoco alguno: una
tal perspectiva no excluye la consideración de las normas y regla$
(institucionales y culturales) que estructuran y regulan la conducta de los
actores, sino que las considera como|Ttelón de fondo sobre el que los agentes
toman sus decisiones; en suma, como condiciones en que aquéllos realizan su
elección* las reglas del juego en las que, de un modo u otro, se ven obligados
a participar (Grafstein, 1992).
Pues bien, el aspecto micropólítico básico de la relación clientelar, al que
prestaron atención los estudiosos desde un comienzo, fue la interacción diádica
patrón-cliente. En sendos artículos, ya clásicos, en la American Política! Science
Review, Scott (1972) y Landé (1973) elaboraron conceptualmente launoción-
de clientelismo en tomo a la naturaleza bilateral y al «cara a cara» de la
relación interpersonal.
Así, Scott definiría la relación clientelar como «un caso específico de
re[ación bipersonal (dyadic) caracterizada por una amistad instrumental en la
cual un individuo con status socioeconómico más alto (patrón) utiliza su
influencia y recursos para otorgar protección y/o beneficios a una persona de
inferior status (cliente) quien, por su parte, oftece en reciprocidad apoyo y
asistencia al patrón, incluidas prestaciones personales» (Scott, 1972: 125). Al
margen de que la conceptualización de Scott, centrada exclusivamente en el
nivel micro, impida la consideración de la relación clientelar en el seno del
sistema político — lo que resulta clave, en tanto que disminuyendo la exten­
sión del concepto, la hace más idónea y precisa para su análisis en las demo­
cracias pluralistas en vías de consolidación democrática— , el elemento.
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empero, que nos interesa destacar, a efectos de la argumentación de'estas


páginas, es la inclusión del clientelismo en el seno del género diádico, acu­
diendo para ello a la conceptualización de Landé.
Este autor distingue, en efecto, entre grupo categoríal («trait group») y
asociación diádico-clientelar («personal following»). Mientras la primera ca­
tegoría responde a la «group theory of politics», esto es, grupos caracterizados
por un común rasgo o interés, acción colectiva y redacción del espectro de
objetivos individuales (single issue), la segunda se caracterizaría por un
liderazgo común, intercambio o ayuda recíproca y diversidad de objetivos
individuales.
El clientelismo integra la subvariedad más notoria de personalfollowing, el
vertical web: «una red vertical diádica, articulada por la presencia de un líder
común» (Landé, 1973:77). Así, las relaciones clientelares suelen ser creacio­
nes de sus líderes, quienes inician la lógica del intercambio mediante el
mecanismo, bien conocido en antropología social, del «obsequio» que genera
gratitud y dependencia. Estas relaciones tienden a aparecer cuando se presen­
tan oportunidades de intercambios, mutuamente beneficiosos, entre los líderes
y sus seguidores, con escaso coste para cada parte, manteniéndose mediante
periódicos trueques de favores entre los primeros y los segundos; suelen po­
seer, por lo general, una talla reducida, tanto por mor del carácter cara a cara,
cuanto de los recursos disponibles por el líder; y tienden, en fin, a ser relativa­
mente inestables en razón de las amenazas que pesan sobre el líder por parte
de otros líderes, del agotamiento de los recursos, etc.
En definitiva, y según Landé, la asociación diádica no posee una base
preconstituida en la estructura social, sino que nace como una coalición a
iniciativa de un líder, con fines particularísticos, a diferencia de los grupos
categoriales, sobre la base de la progresiva aglutinación de relaciones bilatera­
les. Sin embargo, y por más que se trate de una contraposición entre tipos
ideales, cuyas categorías, como el propio autor reconocería, pueden ubicarse
en los extremos opuestos de un mismo continuo, difícilmente se puede consi­
derar que una tal clasificación alumbre dos tipos de grupos mutuamente
excluyentes. Característica esta última que, como es sabido, resulta impres­
cindible a efectos de la validez de una clasificación plausible (Sartori, 1984).
Ya en su día Graziano criticaría esta tajante contraposición de Landé para
conceptualizar el fenómeno del clientelismo, toda vez que, de un lado, las
asociaciones clientelares devienen asimismo categoriales y, de otro, el carác­
ter categoríal de un grupo no excluye un particularismo corporativo,
cualitativamente semejante al particularismo individualista de la diada.
El modelo de Landé reenvía así doblemente, tanto a las insuficiencias
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analíticas de la clásica group rheory o f politics pluralista, cuanto a la imposi­


bilidad de abordar el fenómeno del clientelismo político desde una perspecti­
va exclusivamente de relación interpersonal. En este último caso, se revela la
inadecuación última de una construcción analítica sobre material empírico y-
técnicas únicamente antropológicas, como las investigaciones de Scott sobre ¿
el sudeste asiático (Scott, 1972, 1973) o las de Lemarchand sobre el Africa
' Tropical (Lemarchand, 1972). El modelo de Landé, sin embargo, producto de
sus análisis del clientelismo en Filipinas (Landé, 1973,1977), si bien impide
pensar la red clientelar como grupo político, apunta a un elemento clave de la
relación interpersonal diádica; a saber: su carácter vertical (patrón-cliente),'
excluyeme de contactos y relaciones sustantivas horizontales entre los clientes,
pese a que éstos posean una misma condición sociopolítica, potencialmente
generadora de intereses comunes. La discusión de este extremo, sin embargo,
nos sitúa en la transición misma de los niveles micro al macro y habremos de
volver sobre ella más adelante.
Ahora bien, frente al modelo Scott-Landé, Graziano procedería a reformular
el aspecto micro de la relación clientelar desde la teoría del intercambio social
(Homans, 1958,1961;Blau, 1964), con la finalidad de que, a costa de «ascender
en la escalera de la abstracción», en términos de Sartori, se introduce, sin
embargo, un elemento que articula más adecuadamente las dimensiones micro/
macro, estructura/acción del fenómeno clientelar. El objetivo explícito no es
otro que dar cuenta de las similitudes y diferencias entre el clientelismo
tradicional y el moderno clientelismo de partido (Graziano. 1974).
En efecto, tanto el clientelismo tradicional, como relación interpersonal de
dimensión territorial reducida y nucleado en tomo a un «patrono» dotado de
recursos materiales propios; cuanto el clientelismo político de partido, de más
amplia dimensión territorial y en el que «intermediarios» desempeñan un
lugar central, poseen en común la característica de fundamentarse en el Ínter-
y cambio directo de favores.
Pues bien, el modelo del social exchange (Ekeh, 1974) postula la compren­
sión de la interacción de un individuo con otros en términos de valores (esto
es, estímulos positivos que inducen a los actores a persistir en la relación de
intercambio) y costes (estímulos negativos). Como es conocido,Ja inicial
finalidad analítica de Homans consistía en enunciar proposiciones que vincu­
laran los cálculos de valores y costes de cada actor, con la distribución de la
frecuencia del comportamiento de éstos entre diversas posibilidades alternati­
vas. De este modo, se podría precisar la incidencia que la variación de benefi­
cios y costes de una acción posee sobre el comportamiento .efectivo, más que
normativamente reglado, de un individuo.
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Similar objetivo perseguiría Blau en su obra clásica Exchange and Power


in Social Life (1964), al tratar de establecer los microfundamentos de los
procesos sociales que regulan las estructuras complejas de la sociedad, anali­
z a rlo éstas desde las relaciones interpersonales cotidianas entre los indivi­
duos. Tres postulados de Blau resultan de especial interés a los efectos que
aquí nos ocupan; a saber:
1 —El intercambio social genera diferenciación de status y poder entre los
individuos
2. -_Las reacciones a las d ife re n c ia s d e status y p o d e r varían al variar las
expectativas de recompensa sociaUque se cristalizan en evaluaciones colecti­
vas de la compensación
3. - Las expectativas compartidas posibilitan la legitimación del poder o la
oposición organizada a su ejercicio como procesos colectivos.
Mas adelante, en sede microsistémica, volveremos sobre la relación poder/
intercambio, centrándonos ahora en un hecho decisivo de la relación
inteipersonal. Esto es, que al intercambio directo, propio de las relaciones
personales diádicas, las organizaciones más complejas superponen un inter­
cambio indirecto, mediado por valores: «habida cuenta de que no existe
interacción social directa entre la mayoría de los miembros de una comunidad
extensa, algún otro mecanismo debe mediar la estructura de las relaciones
sociales entre ellos, pues bien, el consenso de valores provee tal mecanismo»
(Blau, 1964: 253). El intercambio clientelar en cuanto intercambio directo, se
manifiesta, así, en su elemental reciprocidad particularista, como netamente
diferenciado del universalismo tendencial propio del intercambio de las socie­
dades modernas.
Blau introduce una distinción ulterior, de gran interés, entre beneficios
intrínsecos y extrínsecos, dependiendo de que no se puedan separar de la
asociación que los proporciona o bien pueda darse esto último («detachable
from the source that supplies them»), limitándose, precisamente, el intercam­
bio social a este último caso: la diferencia básica a este respecto seesiahlecej
entre las asociaciones que son consideradas como fines en sí mismas por los
participantes en ellas y aquellas otras que éstos consideran como medios para
ulteriores finalidades. De este modo, el social exchange incluye la relación
clientelar, en cuanto zweckrational. instrumental en el sentido de Weber, '
construida a partir de juicios de hecho sobre los beneficios directos individua­
les reportados por la organización o asociación de que se trate.
En definitiva, se configura así, un tipo de política pragmática, instrumen­
tal, atenta al intercambio particularizado, ajena a la acción wertrational, y
contrapuesta, tanto al intercambio mediado por valores, como a la ideología.
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por cuanto proporcionadora debeneficios intrínsecos o expresivos. Una polí­


tica que, por carecer de valores universales, se ve privada tanto de la dimen­
sión deferencial (en el sentido de Almond y Verba, 1963), que fundamenta el
consenso mínimo imprescindible sobre las instituciones formales, cuanto de
la dimensión participativa (asimismo en el sentido de Almond y Verba, 1963),
esto es, la competencia derivada del pluralismo ideológico y de intereses. Una
política, en fin, que reemplaza la autoridad democráticamente legitimada a
partir de la articulación de consenso y conflicto, por el poder estructurado
como influencia.
De este modo, el intercambio social se manifiesta ajeno, tanto a las relacio­
nes basadas sobre beneficios intrínsecos o expresivos de una asociación, como
a las relaciones puramente coercitivas, toda vez que implica una suerte de
reciprocidad que, a diferencia del intercambio económico-contractual carac­
terístico del mercado, posee las siguientes peculiaridades.
- Derivado de su no mediación por valores cuantificables universalmente,
/ no comporta contraprestaciones específicas sino indefinidas: «el intercambio
social implica que si una persona otorga un favor a otra, si bien existe-una
expectativa genérica de reciprocidad futura, su naturaleza exacta no resulta en
modo alguno estipulada de antemano» (Blau, 1964: 93).
- El aseguramiento de la contraprestación se realiza a través de mecanis­
mos estrictamente personales: crédito, confianza, amistad instrumental; en
ausencia o al margen de la coerción jurídica de una normatividad general y
cierta, positiva. Esta ambigüedad del mecanismo de Utopsided'friendship,
que articul^confianza y lealtad, de un lado, con supeditación, del otro, cons­
tituye una de las claves básicas de la relación clientelar, toda vez que el
intercambio social característico del clientelismo tiende a producir los dos
efectos simultáneamente: «el flujo de intercambios en el seno de la misma
institución sirve en ocasiones para generar relaciones de paridad y en otras
producir diferenciación de status, por muy contradictorio que puedan parecer
ambas consecuencias» (Blau 1964: 89).
- La asimetría de la relación clientelar, dada su naturaleza político-perso­
nal, se traduce más en un modo de dominación que en un modo de explota­
ción. Punto importante este último, toda vez que la equiparación de intercam­
bio entre partes desiguales (patrón-cliente) a intercambio desigual o explota­
ción (Scott, 1973; Graziano, 1974) genera numerosos problemas para com­
prender la naturaleza política profunda, extraeconómica, del vínculo clientelar.
En efecto, éste ha de entenderse más como un dispositivo de dominación que
genera unilateralmente, por parte del patrón (mediante un favor, consecución
de una obra pública para una pequeña comunidad etc), un vínculo de depen-
198 RAMÓN MAfZ

dencia para el cliente. De hecho, la fuente del podoy-como m a g » más


adelante, radica en que al cliente le es imposible devolver una contraprestación
equivalente quedando de este modo obligado con su interesado benefactor.
En este orden de cosas, tres elementos deben ser subrayados en cuanto
merecedores de un más detallado análisis.
1 - La concesión-inicial de favores, Overwhelming Benefactions (Blau),
por parte de un patrón o un broker, genera una obligación, una norm o f
reáproáty, por emplear la expresión de Gouldner (1960), que desempeña un
papel muy semejante al analizado en su día por Mauss como esprit de la chose
donnée, para las sociedades primitivas, en su clásico Essai sur le don (Vlauss
1923). Es decir, auspicia, dado que nunca se puede compensar debidamente
por parte de los clientes el favor del patrón, una dependencia y obligación
personal y, en definitiva, una subordinación del séquito de clientes así
generado.
2. - De este modo, el patrón o broker incrementa su crédito personal, al
tiempo que su influeñcia,yé~ndefinitivaconsolida su status de superioridad
acumulando recursos de primer orden, o materiales; y de segundo orden, o
relaciones interpersonales de supra y subordinación, en cuyo intersticio se
forja una posición clave de centralidad (Boissevain, 1974). Ello nos reenvía a
la consideración del intercambio social como un medio de acumulación de
poder a través de la red de dominación clientelar, dimensión que analizaremos
en clave sistémica.
3. - La «amistad instrumental» (Wolf, 1966) o «amistad descompensada»
(Pin Rivers, 1971) que se genera en las relaciones clientelares, deviene en
dispositivo proveedor de un recurso especialmente escaso -la confianza- en
sociedades desarticuladas y con una cultura política de desconfianza generali­
zada, donde como el clásico análisis de Almond Y Verba señalara respecto a
Italia los individuos asumen generalizadamente como actitud u orientación
de la acción no confiar en los demás (Almond y Verba 1963). Dimensión ésta
que excede a la lógica del intercambio social, y cualifica de modo muy
importante la relación patrón-cliente, proporcionándole una estabilidad
adicional ante la eventual crisis de la asignación de recursos (Schnéider, 1972;
Anderson, 1969).
El clientelismo político se configura, de este modo, como una específica
lógica de intercambio social y reciprocidad en la cual, simultáneamente, el
control de recursos materiales y humanos y la presencia/ausencia de confianza
desempeñan un papel crucial. En este sentido, las investigaciones más recien­
tes (Eisenstadt and Roniger. 1984: Gambetta. 1988: Roniger. 1990) sobre el
clientelismo político y la mafia, han puesto crecientemente de relieve la
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centralidad del elemento de la confianza en la relación clientela!. La confian­


za (trust), en efecto, constituye una asunción selectiva de recíproca seguridad
que permite a los individuos participaren el intercambio social en condiciones
de incertidumbre, riesgo y vulnerabilidad que caracterizan a determinados
contextos sociales; esto es; «un particular nivel de probabilidad subjetiva en el
que un agente cuenta con que otro agente o grupo de agentes emprenderán
determinada acción, antes de que él pueda controlarla y, simultáneamente, en
un contexto tal que ello afecte a su propia acción» (Gambetta, 1988; 217).
Del antedicho concepto de confianza se derivan determinadas consecuen­
cias que devienen decisivas a los efectos que aquí interesan. A saber:
1. - La confianza constituye un punto de umbral, localizado en una distri­
bución probabilística de que se llevará acabo una acción, la cual será benefi­
ciosa, o al menos no perniciosa, para los propios intereses. Tal probabilidad
suele designarse como reputación.
2. - El incremento de certidumbre en la probabilidad mencionada propor­
ciona una suerte de incondicionalidad, que permite la continuidad del depósi­
to de confianza en el tiempo, incluso por encima de eventuales evidencias
contrarias. Tal duradero mantenimiento global de la confianza suele denomi­
narse lealtad.
3 - La confianza deviene especialmente relevante en condiciones de igno­
rancia o incertidumbre con respecto a las acciones desconocidas de los otros.
Luhman distingue a estos efectos entre seguridad («confidence») y confianza
(«trust»), caracterizando a la última la posibilidad de otras alternativas; «a
device for coping with the freedom of others» (Luhmann, 1979).
De este modo, se conecta con aquellas investigaciones para las cuales la
confianza ha sido considerada clásicamente como un requisito precontractual
para el éxito del intercambio social (Mauss, 1925; Blau, 1964; Rotter, 1980),
toda vez que implica, un «practical accomplishment» en terminología de Schutz
(1967), una incondicional creencia en la «integridad» del otro, anclada en una
«asunción de adhesión compartida» al orden constitutivo de los acontecimientos
de la vida cotidiana (Goffman, 1963).
Como quiera que el intercambio social, a diferencia del mercado, implica
una elasticidad temporal que se traduce en un adicional incremento del riesgo,
la confianza, «un salto al futuro» en términos de Luhman (1979), deviene en
dispositivo imprescindible a la hora de las opciones estratégicas de los actores.
En situación de carencia de recursos, desagregación social y desconfianza
generalizada, los actores poseen en ocasiones una fuerte necesidad de depositar
su confianza (Coleman. 1990), necesidad que puede ser explotada por quien
se encuentra en condición ora de suministrar recursos de primer orden (patrón).
200 RAMÓN MAÍZ

o de facilitar aquéllos a través de relaciones e intermediación, esto es de la


manipulación de recursos de segundo orden (bxotei). De este modo, la
concesión de confianza facilita una acción de intercambio que no se produciría
de otro modo, pero al mismo tiempo, se genera un vínculo que, dilatado en el
tiempo, reformula el trueque de modo más simbólico que material e inmediato.
Colemqn ha subrayado la mayor facilidad para el establecimiento de vínculos
de confianza en comunidades cerradas y pequeñas, con un alto grado de
continuidad, donde el aseguramiento del futuro juega como una variable
decisiva en las opciones que toman los actores (Coleman, 1990). De hecho,
poder depositar confianza en alguien deviene requisito fundamenta] a efectos
de eliminar la incertidumbre y precariedad de la vida social de los individuos
con escasos recursos, de poder predecir con un mínimo de riesgo los futuros
desarrollos, expectativas y conductas de los otros, allí donde reina la
desconfianza generalizada. Como quiera que la precariedad demanda la
institucionalización de la confianza personal, ello confiere a las relaciones
sociales una dimensión simbólica acerca de la confiabilidad que trasciende la
mera reciprocidad material inmediata de las personas. Precisamente por todo
lo antedicho, el establecimiento de lazos clientelares, en contextos de descon­
fianza generalizada y precariedad de recursos, puede constituir un eficaz dis­
positivo de extensión y consolidación de confianza.
Roniger, en concreto, designa como trust focalization el mecanismo de
extensión de la confianza mediante su depósito en personas concretas (Roniger,
1990), en ausencia de confianza institucional o generalizada, de deferencia
(Almond y Verba) y consenso (Blau). Dicho de otro modo, allí donde la con­
fianza no constituye un bien público, cuyo consumo por parte de algunos no
excluye su consumo por parte de los demás, sino que se gestiona de modo
personalizado como un bien escaso y selectivo.
Ahora bien, en las mencionadas condiciones, que Banfield denominaría
gráficamente de «familialismo amoral» (Banfield, 1976), lo usual es una
incapacidad de acción colectiva, de movilización en pro de los intereses de la
comunidad, de total ausencia de altruismo. La teoría clásica de la acción
colectiva ha proporcionado útiles, si bien asimismo limitadas, explicaciones
de por qué no aparece la cooperación entre los individuos, incluso cuando
éstos se verían claramente beneficiados por la movilización colectiva en pro
de sus intereses. En este sentido, se ha señalado que «constituye un error
capital dar por sentado que porque una determinada conducta cooperativa
beneficie a todos los individuos de un grupo, los individuos racionales adop­
tarán, sin más, la mencionada conducta» (Binmore y Dasgupta, 1986: 24).
Consideremos, por ejemplo, el conocido caso del Dilema del Prisionero.
ESTRUCTURA Y ACCIÓN. ELEMENTOS PARA UN MODELO DE ANÁLISIS... 201

^plicado a la movilización política. La simple expectativa de que el segundo


jugador podría no cooperar, puede conducir al primer jugador a hacer lo
jnismo. Una tal expectativa puede obedecer a causas varias, pero una frecuen­
te en comunidades de desconfianza generalizada, en las cuales suelen apare­
cer las relaciones clientelares, es precisamente que el primer jugador suele
desconfiar del segundo, o incluso no confiar por temer que el segundo no
. confíe a su vez en él para cooperar. La conducta insolidaria, no cooperativa, se
i deriva, pues, de esta ausencia de «confianza en la confianza» (Velez Ibáñez,
j 1983). Como ha señalado Williams, la solución alcanzada a resultas de ello, es
la de un equilibrio subóptimo, incluso aun cuando ambos jugadores pudieran
estar coñdicionalmente predispuestos a cooperar por tener una matriz de
intereses semejante (Williams, 1988). El problema es esencialmente, aun
cuando no únicamente, un problema de comunicación; los actores necesitan
no solamente tener motivos suficientes para movilizarse políticamente, sino
además conocer los motivos de los otros y confiar en ellos. Resulta necesario,
pues, no sólo confiar en los demás a efectos de actuar colectivamente sino,
además, confiar en que los demás confiarán en uno mismo (Pagden, 1988;
Gambetta, 1988).
La inhibición de la acción colectiva puede deberse, por lo tanto, no ya a la
ausencia de motivos e intereses de los actores para hacerlo, sino a la falta de
predisposición a la confianza mutua, riesgo e incertidumbre que eleva los
costes de movilización de modo decisivo. Es evidente que cuando el «juego»
no posee historia, un primer movimiento cooperativo resulta esencial para la
obtención de un resultado final cooperativo. Las creencias y asunciones de los
actores, por lo tanto, una de las cuales y de las más decisivas es la confianza/
desconfianza, se sitúan en primer plano a la hora de solucionar los problemas
de la movilización política.
El límite de la teoría clásica fie la acción colectiva, sin embargo, es que,
atenta a los motivos y preferencias reveladas de los actores, descuida la pro­
ducción social y política de la confianza en la confianza. Esta última constitu­
ye, sin embargo, uno de los mecanismos, ora de cooperación horizontal, ora
de alternativas jerárquicas a la cooperación, como el intercambio social direc­
to que se ubica en la base de la relación clientelar. Como Boissevain, Clapham,
Eisenstadt, Roniger y otros han señalado al respecto, la producción social de
la confianza, a través de amistad instrumental o lazos clientelares se presenta
como racional alternativa estratégica para muchos actores (Boissevain, 1974;
Clapham, 1982; Eisenstadt y Roniger, 1984). quienes la emplean como
estrategia en respuesta a unas condiciones sociales dadas. Las negativas con­
secuencias políticas no deseadas, a nivel macro. desde el punto de vista de la
202 RAMÓN MAÍZ

acción como del sistema, que se derivan de la estrategia de consecuención de


la confianza mediante el clientelismo —entre ellas, la reproducción ampliada
de la desconfianza institucional generalizada— , no puede obstaculizar, fruto
desde el punto de vista de la explicación, dar cuenta de la racionalidad indivi­
dual que causa su aparición y persistencia. Resulta capital, en este sentido, sin
embargo, la superación del sólito horizonte estructural-funcional que ha presi­
dido los análisis clásicos del clientelismo con una mayor atención a la
monitorización estratégica de los actores, de la mano del enfoque de la elec­
ción racional.
En un contexto política y socialmente carente de confianza, esto es, tanto
en las instituciones representativas como en los otros actores (pues para com­
petir es necesario, asimismo, un mutuo acuerdo en el respeto a las reglas del
juego); donde le pouvoir de lafaveur prevalece sobre los criterios objetivos
del mérito, la justicia etc; donde sólo las relaciones personales cuentan para la
movilidad social, o así al menos es percibido por los actores... procurar el
favor de los influyentes, establecer relaciones personales, de amistad instru­
mental, deviene estrategia eficaz y adecuada desde el punto de vista de la
relación coste/beneficio a corto plazo (Pezzino, 1985).
De este modo, frente a lo aducido por Gambetta (1988,1993), las diferencias
entre clientelismo y mafia, desde este punto de vista, resultan más de grado
que de calidad. En efecto, no sólo ambas modalidades de política informal
explotan de la mano de la industria de la protección (Gambetta, 1993) la
desconfianza generalizada existente en una sociedad desarticulada, sino que,
asimismo, ambas reproducen activamente —en el caso de la mafia, con la
mayor eficacia, derivada del ejercicio de la violencia privada como medio de
generar un monopolio en la oferta de confianza (Arlachi, 1986)— las condi­
ciones que promueven que los actores las perciban como alternativas de algún
modo razonables, cuando no fatalmente irremediables. Ello nos conduce, sin
embargo, a una dimensión que, poniendo entre paréntesis el comportamiento
de los actores individuales, atienda precisamente al marco estructural que fija
las reglas del juego.

EL CLIENTELISMO, DESDE UNA PERSPECTIVA MICROSISTÉMICA

La principal aportación de la Ciencia Política al estudio de las relaciones


clientelares ha consistido en su análisis macrosistémico. esto es. su articula­
ción con los mecanismos pluralistas de representación y fundamentalmente
con la Administración y el parlamento, a través de los partidos políticos
ESTRUCTURA Y ACCIÓN: ELEMENTOS PARA UN MODELO DE ANÁLISIS... 203

(Graziano, 1974; Caciagli, 1977; Zuckerman, 1979; Chubb, 1982; Schmitter,


1992). Ahora bien, habida cuenta que el clientelismo desempeña algunas de
las tareas que realizan el mercado o la burocracia, a modo de equivalente
funcional de los mismos (difusión de información, distribución de recursos
escasos, generación de integración social, producción de confianza etc.), puede
ser considerado como una institución informal o mecanismo de integración y
distribución. De este modo, puede ser situado conjuntamente, y a la vez en
conflicto, con los mecanismos de institutional decison making del pluralismo
clásico; organización, mercado, democracia y negociación (Dahl y Lindblom,
1953), toda vez que su naturaleza radica, precisamente, en «spare the chore of
decisión-making», evitando la toma de decisiones y el riesgo, promoviendo
una política cuyo objetivo es el mantenimiento del orden establecido (Pye,
1985). Ahora bien, en cuanto tal dispositivo de elisión de decisiones, requiere
un nivel micro de análisis, que dé cuenta de sus formas elementales desde el
punto de vista estructural, y ello es, justamente, lo que nos ocupará en la
presente sección.
En este orden de cosas, el clientelismo implica una específica estructura de
red social (social network) que interrelaciona a los actores por medio de
vínculos personales. La relación clientelar, así, constituye una específica es­
tructura política reticular, razón por la cual la teoría de redes sociales deviene
de gran interés para dar cuenta de estas modalidades de organización informal
(Knoke, 1990). Ello, a su vez, permite poner en contacto la dimensión estraté­
gica del intercambio, en cuanto transacción bilateral directa ya analizada, con
la estructura y pautas de relación entre los actores implicados en los distintos
niveles del intercambio social (Boissevain, 1974).
De hecho, Scott (1972), Singelmann (1975) y otros describieron en su día
las relaciones clientelares como una específica estructura de redes sociales,
según el modelo representado en el cuadro adjunto. En él se sustancia, como
puede verse, tanto la procedencia de los recursos, como la ubicación del líder
en el circuito del flujo de asignación de los mismos. Se distingue, de este
modo, cuando el líder del grupo clientelar controla directamente recursos
materiales propios {patrón), de los casos en los que controla el acceso a las
personas que poseen tales recursos, disponibilidad en definitiva de recursos de
segundo orden {broker), o de los casos frecuentes en los que se simultanean
ambas funciones {patrón-broker) (Scott. 1972; Boissevain, 1974; Tarrow,
1972). De hecho esta denominación última resulta la más adecuada toda vez
que; «Las relaciones diádicas de poder entre patrones y clientes se ramifican
capilarmente en el seno de redes políticas más amplias, de tal suerte que los
patrones mismos devienen clientes de patrones aún más poderosos» (Knoke,
204 RAMÓN MAÍZ

1990: 126).
Así, el brokerage as network mediation ha sido puesto de relieve,
crecientemente, como la figura clave de las redes clientelares, especialmente
del clientelismo de partido, en cuanto compensa la fluctuación de los recursos
de primer orden personales (económicos) con la capacidad de acumulación y
gestión de recursos de segundo orden (conexiones y relaciones personales),
que se convierten en canal obligado para garantizar la obtención individualizada
de favores y beneficios (Marsden, 1982; Gould y Fernández, 1989).
De este modo, la perspectiva microsistémica permite, complementando la
dimensión micro centrada en los actores, dar cuenta de otro elemento decisi­
vo; a saber: que la estructura de las redes sociales opera como constreñi­
miento y reducción de las alternativas que los actores tienen a su disposición.
En efecto, como quiera que los individuos actúan no solamente en función de
sus deseos o necesidades, sino en razón de las oportunidades de acción o de lo
que ellos mismos perciben como cursos de acción posibles, y esto depende de
su posición en las estructuras sociales (las cuales tienden a mantenerse en el
tiempo y a ser duraderas), la consideración antedicha se muestra en toda su
relevancia analítica. De esta suerte, la estructura de la situación de elección
individual resulta decisiva a la hora de explicar el comportamiento de los
individuos, toda vez que es el conjunto de incentivos que afrontan los actores
el que les induce o «sugiere» (que no determina) estructuralmente determina­
dos tipos de conducta y no otros. Resulta, pues, necesario, frente al rational
choice más clásico, analizar y tomar en consideración no solamente las sólitas
asunciones genéricas acerca de cómo los actores toman decisiones, sino dar
cuenta asimismo de los incentivos que les presentan las estructuras en las que
se insertan. Esto es, inscribir el modelo de la elección racional en el seno de
una perspectiva realista-institucional (Grafstein, 1992).
Las dimensiones estructurales de las redes aportan elementos decisivos
para entender la conducta de sus integrantes. Así, por ejemplo, Boissevain
señalaba como factores fundamentales tanto la dimensión, o número de con­
tactos de la red desde el punto de vista de cada miembro, cuanto la densidad
o grado de contacto, de especial relieve para los que ocupan un lugar de
destacada centralidad, como núcleo de intermediación en el seno de la red
(brokers) (Boissevain 1974).
Los análisis comparados de clientelismo en sus diferentes variantes
(Eisenstadt y Roniger, 1990; Pye, 1985; Roniger, 1990) muestran que, pese a
las en ocasiones importantes diferencias de contexto, carácter organizativo,
modos de instalación, contenidos de los intercambios, grado de estabilidad,
etc., la estructura básica de las redes clientelares impone para los diversos
ESTRUCTURA Y ACCIÓN: ELEMENTOS PARA UN MODELO DE ANÁLISIS... 205

contextos muy similares restricciones a las alternativas de los actores que


integran esas redes y, en general, a su entomo social inmediato. De ahí que los
efectos resulten asimismo similares, pese a la diversidad de contextos: pro­
ducción vertical de la confianza, integración social despotenciadora del con­
flicto, inhibición de la acción colectiva ideológicamente motivada, etc.
La antedicha restricción de alternativas o cursos de acción disponibles
presenta una capitalísima manifestación en la dotación de recursos con que los
diferentes lugares o posiciones que se ocupan en las redes de intercambio
proveen a los actores. Ahora bien, los recursos con que las estructuras de las
redes dota a los integrantes son, ante todo, recursos de segundo orden, esto es,
la accesibilidad a las relaciones sociales de que disponen cada uno de ellos. A
resultas de todo lo antevisto, las redes sociales pueden ser consideradas romo
un específico recurso social que suele denominarse capital social (Loury,
1977,1987; Coleman, 1990; Flap, 1987,1988, 1990).
En efecto, el «capital social» es usado por los actores como recurso para
obtener sus fines económicos, como por ejemplo la utilización de las relacio­
nes personales para encontrar empleo o a efectos de movilización social
(Granoveter, 1985; Lin, 1988; Flap y De Graaf, 1986), o bien fines sociales o
políticos: conseguir un cargo público, una contrata etc. (Flap, 1990). Coleman
presenta estos «social structural-resources», como definidos por su productiva
función de facilitar determinadas acciones a los individuos integrados en esas
estructuras y, por consiguiente, como una propiedad de la estructura social en
cuanto tal: «embodied in the relations among persons» (Coleman, 1990:304).
El valor del concepto de capital social, a los efectos que aquí importan,
reside precisamente en el hecho de identificar determinados aspectos de la
estructura social por su función de recursos que pueden ser utilizados por los
actores para la realización de sus intereses: «el capital social, en cuanto atribu­
to de la estructura social en la cual se encuentra inscrita una persona, no puede
ser considerado como propiedad particular de ninguna de las personas que se
benefician de él» (Coleman, 1990: 315)
Así, el capital social consiste en el conjunto de los beneficios futuros
esperados que se derivan, no del propio trabajo o capital humano o económico
(recursos de primer orden), sino de las conexiones con otras personas (recur­
sos de segundo orden). El capital social designa, pues, el valor esperado del
apoyo futuro, esto es, implica que los actores invierten sus recursos en otros,
no sólo a efectos de la eficacia del momento presente, sino para garantizar y
asegurar un comportamiento posterior, más o menos lejano, por parte de otros
actores, ensanchando así lo que plásticamente se ha denominado «the shadow
of the future» (Axelrod, 1984). En este orden de cosas, cuanto menos capital
206 RAMÓN MAÍZ

se acumule, menor será el apoyo futuro esperado, lo que Taylor denomina


«the discount rate» (Taylor, 1976), y a la inversa, cuanto más se acumule
mayor capacidad de previsible apoyo se garantiza. Como señalaba Mauss en
Essai sur le don: «On thesaurise, mais pour dépenser, pour obliger, pour avoir
hommes lignes» (Mauss, 1923).
El clientelismo, desde esta perspectiva, consiste en una forma especial­
mente fructífera de capital social, o más exactamente, a efectos de subrayar la
vertiente activa y productiva de la institución, de capital político: el patrón,
concediendo favores, que apenas pueden ser compensados con algo de tan
escaso valor como el voto, genera obligaciones de fidelidad entre una clientela
de seguidores. Un broker, por ejemplo, presentándose como influyente me­
diador, ante su clientela, de recursos procedentes del Estado, genera una ex­
pectativa de agradecimiento por sus «buenos oficios», fácilmente derivable,
mediante la aplicación de los debidos incentivos, en relación asimétrica de
intercambio y fidelidad.
Ahora bien, desde el punto de vista de los recursos, y más ampliamente
desde la perspectiva de la estructura de opciones a disposición de los actores,
es necesario distinguir analíticamente dos momentos diferenciados.
La inicial distribución del control de recursos entre los actores.
A estos efectos, la bibliografía sobre el clientelismo comparado señala una
serie de características de la estructura social y política en el contexto social
que propician la emergencia del clientelismo. Entre ellas, destacan las si­
guientes:
a. Tratarse de un área económica atrasada, no industrializada, en proceso
de incipiente urbanización y desarrollo, y tributaría de una cultura económica
de la subvención.
b. Existencia de una vasta red de intereses especulativos, de economía
sumergida, de empresas deficitarias, dependientes de favores y ayudas, políti­
camente instrumentalizables
c. Cultura política fatalista y neopatrimonialista, de desconfianza generali­
zada, articulada sobre los intercambios directos, las relaciones personales y el
valor de la influencia y los favores, que Gramsci definiera, en La Questione
Mendónale, como de «grande disgregazione sociale» (Gramsci, 1966: 212).
d. Dificultad estructural política de soluciones alternativas: ora de conse­
cución con menor coste (i.e.: coacción), por parte de los patronos, del apoyo y
subordinación de los clientes; ora de obtención asimismo con menor coste,
por parte de éstos, de los bienes públicos facilitados por los brokers (i.e.:
favorable estructura de oportunidad política para la movilización horizontal
de recursos organizativos).
ESTRUCTURA Y ACCIÓN: ELEMENTOS PARA UN MODELO DE ANÁLISIS 207

e. Tradición histórica de prácticas clientelares, pues como se ha subraya­


do: «muchas de las condiciones que originan la necesidad de protección y por
ello de patronazgo son, a su vez, el resultado del éxito previo del propio
sistema de patronazgo» (Boissevain, 1966: 135).
Esta última característica nos reenvía, empero, a la dimensión dinámica y
más propiamente política de la institución, dimensión que analizaremos a
continuación.
2 - La manipulación del capital social por parte del patrón/broker.
Esto es, una desigualdad social y política derivada, generada en la relación
individualizada y vertical mantenida y reproducida ampliamente por el broker
y su control de recursos de segundo orden. En efecto, el capital social clientelar
posee como rasgo central la conformación de redes sociales sin cierre hori­
zontal: esto es, contiene lazos excluyentemente verticales Patrón-Broker-Clien­
tes, bloqueándose la posibilidad misma, dada la índole del nexo clientelar, de
un contacto horizontal entre los clientes sobre la base de una matriz de
intereses comunes compartidos. Ahcra bien, como han señalado Coleman y
otros, el cierre horizontal de las redes deviene elemento clave para la existen­
cia de acción colectiva de los grupos de interés y la emergencia de normas
(Coleman, 1990). Así, en las dos figuras adjuntas puede comprobarse gráfica­
mente cómo, mientras en la red social cerrada (acción colectiva) B y C pueden
establecer una sanción horizontal conjunta frente a A, esa posibilidad resulta
imposibilitada o altamente inhibida en la red social vertical y abierta (clientelar).
Ahora bien, la asimetría y verticalidad del vínculo clientelar nos reenvía a
una dimensión clave del clientelismo que ha aparecido hasta el momento
como en negativo: el poder. Sin embargo, a resultas de todo lo anteriormente
argüido, resulta necesario conceptualizar el poder del broker en dos sentidos
diferenciados. Ante todo, su poder como actor en el seno del sistema en un
momento dado, pues el poder de influencia consiste, ante todo, en el respecti­
vo control de recursos (de 1®y 2® orden) con que se cuenta ante cada movi­
miento estratégico, esto es, sincrónicamente, con carácter previo a la acción
(por más que pueda ser derivado de acciones anteriores, si se observa en una
perspectiva histórica). El poder, en este sentido, como Puteóme power, es un
concepto sistémico o, por decirlo con Coleman: «a property of actor in the
system» (Coleman, 1990: 133), Y consiguientemente el valor de un recurso
depende del interés que un actor o varios posean en el mismo, esto es, consti­
tuye una propiedad del recurso en el seno del sistema considerado como un
todo. De esta suerte, el valor de un recurso determinado reside en lo que puede
obtener un actor que lo controla mediante su intercambio: «el poder y el valor
caracterizan a los actores y a los recursos en relación al sistema en su conjun-
208 RAMÓN MAÍZ

to» (Coleman, 1990: 314).


Ahora bien, como Dowding ha señalado, existe una ulterior dimensión del
poder que no debe ser en modo alguno asimilada a la anteriormente descrita en
los términos de Coleman, esto es, no el poder de consecución (outcome power)
como resultado de la ubicación en el sistema, sino como resultado de la propia
acción, el social power (Dowding, 1991): la capacidad de alterar el entomo
estratégico incidiendo en las acciones de los otros. De este modo, la
comprensión diacrónica del proceso clientelar nos reenvía, más allá de lo que
se ha denominado dualidad de estructura (Bashkar, 1978; Giddens, 1984), a
la conexión de la integración social con la sistémica, al estricto dualismo del
actor sobre estructura (Mouzelis, 1991). Esto es, no sólo a la reproducción
ampliada por parte de los actores de las características fundamentales de la
estructura inicial, sino a la transformación, en este caso a favor del patrón, de
la situación estructural heredada. El poder social es producto de la acción del
actor, en nuestro caso el broker, y consiste en la habilidad de qlterar delibera­
damente en su favor la estructura de incentivos de otros actores, los clientes,
esto es, de elevar la relación coste/beneficio de las opciones alternativas de
aquéllos frente a la que ofrece el benefactor. Ya hemos mencionado que el
grado extremo de tal estrategia es la disuasión violenta de la mafia de cual­
quier competidor en su mercado. Menos aparatosa, sin embargo, la iniciativa
del broker— acompañada eventualmente de un cierto poder disuasorio que no
excluye presiones o violencia ocasional— de conceder favores sin respeto a
las formas, procedimientos y controles de la legalidad vigente genera depen­
dencia, confianza, vínculos afectivos para la clientela, pues dispara al alza,
comparativamente, el coste correspondiente a la otra alternativa disponible:
movilización colectiva ideológica, la cual puede muy difícilmente competir
en términos coste/beneficio. Tal es el lugar y eficacia, ya apuntados, de la
corrupción política como dispositivo de abaratamiento de la prestación de
favores y eficacísimo incentivo de incorporación a la red clientelar, actuando
como una suerte de espectacular «multiplicador de la inversión» del capital
social, toda vez que a la ineficacia, lentitud y controles varios de la administra­
ción «leeal-racional». opone una diligencia, prontitud y ausencia de formali­
dades, una competenza d'illegalitá (Pizzomo, 1992), sumamente beneficiosa
en el corto plazo para los actores perentoriamente precisados de recursos.
Las consecuencias de lo antedicho para el análisis empírico del clientelismo,
se presentan ahora con meridiana claridad:
a .- Debe analizarse, ante todo, la situación (social, institucional y cultu­
ral) de elección de los actores: la inicial distribución de recursos y las posibi­
lidades abiertas a su acción, o así percibidas al menos por los sujetos.
ESTRUCTURA Y ACCIÓN: ELEMENTOS PARA UN MODELO DE ANÁLISIS... 209

b.- Debe analizarse, en segundo lugar, la evolución de la situación de


elección incidida por la actuación de los sujetos: así, un actor (broker) puede
proporcionar un determinado número de incentivos positivos y negativos que
afecten los cálculos de otros actores (clientes) sobre los costes de oportunidad
de su comportamiento, alterándose la estructura de incentivos de estos últi­
mos. Lo mismo puede decirse de la tradición de incorporación política clientelar:
una «masa crítica» de clientes en el entomo facilita el ingreso snow-balling
de los late comees, los cuales disponen de la experiencia institucionalizada y
probada eficacia conseguida por los early rísers (Tarrow, 1991).
De este modo, bien puede observarse cómo la ausencia de movilización
colectiva ideológica horizontal, esto es, de las clientelas contra los patronos,
sustituida por una competitividad entre redes clientelares, y por lo tanto el
bloqueo de la posibilidad de making oportunidades (Tarrow, 1989), de
automodificación de la estructura de oportunidad política,puede deberse tanto
a la disparidad inicial de recursos y el poder sistémico resultante del mismo en
un contexto de desconfianza generalizada, cuanto del poder social ejercido
por parte del actor principal modificando a su favor, elevando costes de orga­
nización y movilización y desincentivando la acción colectiva categorial de
los subordinados. El caso del clientelismo presenta ambas irreductibles di­
mensiones que deben ser atendidas en el desarrollo histórico del vínculo
clientelar en cada caso concreto.
Puede verse así, en qué modo el análisis de la elección racional y la teoría
de juegos, especialmente si la articulamos con una ontología realista o
institucional-realista, que permita dar cuenta de) momento estructural
(Dowding, 1991; Grafstein, 1992), contribuye a superar las limitaciones del
modelo pluralista sólito en los community power studies (Wolfinger, 1960;
Dahl, 1961; Polsby, 1980). En efecto, los métodos behavioralistas empleados
en las mencionadas investigaciones ignoran el hecho de que los intereses de
ios actores constituyen tan sólo parte de sus razones conducentes a una parti­
cular acción, toda vez que el agente debe considerar asimismo las posibilida­
des abiertas a él por la estructura en lá que se inserta. Y en este sentido, la
inicial distribución de recursos, esto es, el poder sistémico de los actores, y el
poder social, esto es, la modificación de la estructura de incentivos en el
curso del tiempo por parte del líder, devienen decisivos. El clientelismo cons­
tituye una estructura que reproduce ampliamente, mediante la socializzacione
alia connivenza (Pizzomo, 1992), la incapacidad de movilización colectiva
¡deológico-categorial de la clientela, reforzando los incentivos negativos para
la cooperación, que ya se hayan previamente presentes en determinados con­
textos sociales.
210 RAMÓN MAÍZ

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SUMMARY. In chis arricie its author compares the traditional and modern notions of
clientelism. This social phenomenon has moved from anthropology to political Science
emphasizing the macro level of sociological analyse and renewing the micro approach. Firstly,
the author analyses the micropolilical side of clientelism from social integration point of view
focusing the strategic games between actors. Secondly. he analyses the macropolitical side of
clientelism focusing its articulation with the political System and in particular with the State
institutions and the parliament.
ESTRUCTURA Y ACCIÓN: ELEMENTOS PARA UN MODELO DE ANÁLISIS . 213
214 RAMÓN MÁIZ
ESTRUCTURA Y ACCIÓN: ELEMENTOS PARA UN MODELO DE ANÁLISIS . 215

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