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SERVIDORES DE LOS JÓVENES: EL PLANO OPERATIVO DE NUESTRA

CONSAGRACIÓN APOSTÓLICA

El objetivo de esta reflexión es profundizar a la luz del CG27 los aportes que
enriquecen nuestra consagración apostólica desde su plano operativo: ser servidores de los
jóvenes. Esto con el fin de generar conciencia entre nosotros de nuestra misión carismática
que está íntimamente ligada al hecho mismo de vivir en comunidad y profesar el voto de
obediencia, pobreza y castidad. En este sentido las preguntas que orientarán nuestra reflexión
son ¿Qué se entiende por servidores de los jóvenes? ¿Cómo el salesiano vive su ser servidor?
¿Qué quiere decir “plano operativo de nuestra consagración apostólica”? ¿Qué sentido tiene
la misión a la que somos enviados con relación a la vivencia de nuestro llamado del Señor?
Por tal motivo se puede afirmar que ser servidores de los jóvenes es la forma operativa
de nuestro quehacer educativo pastoral que se promueve en el ser mismo de la persona del
salesiano: el deseo inmenso de unirse a la acción salvadora de Dios. El salesiano es servidor
de los jóvenes toda vez que asume en su propia existencia la misma motivación profunda que
movió al Señor Jesús de entregar todo su ser en provecho de la humanidad. Entiéndase por
humanidad no al conglomerado abstracto de subjetividades que son y no son nada a la vez;
sino la humanidad misma de la persona. De ahí que la dimensión cristológica del servicio
trascienda el mero servicialismo, para ir al corazón de la persona, donde acontecen las
grandes decisiones del hombre, se revela Dios y su voluntad y lugar donde sucede el ser
divino del hombre en relación con el otro.

Para desarrollar lo anteriormente expuesto propongo el siguiente esquema


argumentativo: I. Servidores de los jóvenes a la luz del CG27. II. Servidores en la vivencia
del Sistema Preventivo. III. Del plano vocativo al plano aplicativo: servidores enviados de
los jóvenes.

I. SERVIDORES DE LOS JÓVENES A LA LUZ DEL CG27

El CG27 nos pone en tónica con algo fundamental de la consagración del salesiano
de Don Bosco: su misión pastoral-educativa en y con los jóvenes. Al respecto afirma el
Rector Mayor Don Ángel Artime que “con Don Bosco, seguimos al Señor Jesús que puso en
el centro a un niño cuando se le preguntó acerca de quién era el más importante para el Reino.
Nosotros, Salesianos de Don Bosco, gestamos en I Becchi como él y nacidos en Valdocco,
hemos ofrecido nuestra vida para ser consagrados por Él, a fin de vivir para los jóvenes”
(Discurso de clausura CG27, 177-178). De ahí que nuestra consagración no tiene sentido sin
los jóvenes. Debemos procurar en nuestro ser la gracia de unidad como un elemento
articulador que permite tener conciencia sobre lo que somos. Ser consiente de algo supera lo
meramente cognoscitivo y trasciende al mismo hecho de sentirse llamados por el Señor. Por
tal motivo no podemos dejar a un lado lo que somos por apariencias que desmienten nuestro
ser, nuestra esencia, la impronta que hemos recibido y que recibimos constantemente en el
llamado que el Señor nos hace.
Se es servidor de los jóvenes cuando vivimos en íntima unión con Dios. De lo
contrario seremos grandes hombres dedicados a la caridad, al servicio desinteresado pero sin
una motivación sólida que oriente nuestro quehacer pastoral-educativo. “Reconocemos que
la unión con Dios se vive entre los jóvenes” (CG27 53). No hay otro ámbito más especial
que vivir nuestro ser consagrado que en quienes somos enviados. No se trata simplemente de
una convicción conceptual sino vivencial, que toca nuestro ser, nuestra carne, nuestras
energías; es decir, toda nuestra integralidad. Somos llamados por el Señor para vivir entre
los jóvenes la dimensión aplicativa de nuestra vocación: el servicio, la entrega, el amor que
sólo procede Dios y que nosotros como sus instrumentos somos portadores de aquella grata
noticia (Cfr. Const. 2).
Por eso como salesianos:

Creemos que Dios ama a los jóvenes. Tal es la fe que está en el origen de nuestra
vocación y que motiva nuestra vida y todas nuestras actividades pastorales. Creemos
que Jesús quiere compartir su vida con, los jóvenes, que son la esperanza de un futuro
nuevo, y llevan dentro de sí, ocultas en sus anhelos, las semillas del Reino. Creemos
que el Espíritu se hace presente en los jóvenes y que por su medio quiere edificar una
comunidad humana y cristiana más auténtica. Él trabaja ya profética para que la
realicen en el mundo, que es también el mundo de todos nosotros. Creemos que Dios
nos está esperando en los jóvenes para ofrecemos la gracia del encuentro con él y
disponemos a servirle en ellos, reconociendo su dignidad y educándoles en la plenitud
de la vida. La tarea educativa resulta ser, así, el lugar privilegiado de nuestro
encuentro con él. (CG 23, 95)

De ahí que nuestro servicio a los jóvenes se entiende si y sólo si tenemos claro nuestro
llamado vocacional. Creer en los jóvenes es ver en ellos la misma presencia de Dios. Es tratar
de ver en lo visible al invisible que se revela en el rostro del joven. La dimensión pastoral de
nuestro quehacer educativo además de comprenderse en el plano operativo vocacional va
más allá e identifica el sentido profundo de su ser. Más que un plano operativo es ante todo
plano vocativo. El carácter vocativo del consagrado reside en la atención a las múltiples voces
de los designios de Dios que se revelan en la vida cotidiana. Lo cotidiano tiene carácter
temporal y está enmarcado en la relación con el otro (como si mismo, el prójimo, el Otro).
“Me encuentro cotidianamente en distintas esferas o secciones de la vida cotidiana: en mi
trabajo, en mi ocio, entendido como e1 tiempo que me queda libre después del trabajo, en mi
vida familiar” (Uscatescu 1). Lo cotidiano adquiere una connotación trascendental en tanto
que es el ámbito donde Dios se revela. Ahora bien, si nuestro vocación sólo tiene sentido en
relación a la misión, lo cotidiano es a la vez el plano donde acontece el rostro de Dios en el
joven: cada vez que establezco una relación de amista con un joven se convierte en la
posibilidad de entrar en su mundo y poderme convertir de esta forma en servidor. Uno de los
peligros que alarma el CG27 es que “ha disminuido progresivamente la visibilidad y la
credibilidad de nuestra vida consagrada” (CG27, 28). ¿Por qué? Esto surge cuando en nuestro
proceso de discernimiento vocacional cotidiano no nos atrevemos a ver a Dios en los jóvenes.
Vivimos un ateísmo práctico acompañado del confort y la seguridad. Nos falta ser hombres
de fe que al sentirse llamados por el Señor escudriñan el sentido mismo de su vocación y lo
comunican con alegría. ¡Queremos ser servidores a ejemplo tuyo! Un servicio que va a lo
profundo del hombre, que busca lo invisible en lo visible.

II. SERVIDORES EN LA VIVENCIA DEL SISTEMA PREVENTIVO

El cómo nos remite a un método, una forma, una metodología. Quizás hemos fundamentado
nuestro quehacer pastoral educativo de servidores de los jóvenes en un cómo y hemos
olvidado algo fundamental: el cómo va más allá de los métodos, es una forma de vida, una
espiritualidad, una forma de entender nuestra relación con Dios: la vivencia del Sistema
Preventivo (SP). De ahí que para vivir el SP es necesario entenderlo como experiencia
religiosa en la que Dios se revela como Padre y educador y descubrimos la metodología de
Dios: el amor. No se trata de fórmulas o esquemas mentales que sustentan nuestro quehacer
sino de motivaciones que trasciende lo inmanente y van al plano esencial de la existencia:
nuestro ser religioso. El fundamento ontológico de nuestro ser consagrados es en definitiva
el servicio a los jóvenes en los cuales vemos el rostro de DIOS. La unión con Dios nos lleva
a vivir en unión con el otro (Religión), estar con el joven nos obliga a formarnos, a desarrollar
en cada uno de nosotros las potencialidades que desde una visión holística están latentes en
nuestro ser (Razón), y vivir un servicio generoso nos obliga a convertirnos en personas que
son posibles de ser amadas, es decir, que reflejan en sus actitudes cotidianas una humanidad
tal que no es indiferente al otro que está enfrente de mí y me interpela (Amabilidad).
El SP se convierte en esta medida en la forma operativa de nuestro ser y quehacer como
consagrados. No se puede entender el ser desligado del quehacer y viceversa. Por tal motivo
ser servidores de los jóvenes es posible en la medida que hagamos experiencia de fe en el SP.
La fe debe motivar lo que somos y hacemos. El que nos llama nos lanza al encuentro con los
jóvenes. Es un lanzar hacia ellos para habitar el mundo en el cual acontecen sus
representaciones para poderles hacer ver un mundo distinto: un mundo hermenéuticamente
humanizado desde la divinización. Esto quiere decir que si el hombre se comprende
constantemente en el mundo supeditado a su representación misma de él y su comprensión
es una elaboración en la colisión de diversos mundos que acontecen en la vida cotidiana,
entonces ser servidores de los jóvenes es el resultado inmediato cuando el salesiano deja que
el mundo Dios entre en su corazón.
En definitiva la vivencia del SP es una experiencia de fe que motiva a cada salesiano a ser
servidor en su quehacer pastoral educativo.

III. DEL PLANO VOCATIVO AL PLANO APLICATIVO: SERVIDORES


ENVIADOS DE LOS JÓVENES
En llamado no se queda en una dimensión intimista con el Señor. Antes bien, una vez
encontrado el fundamento de su existencia se desborda en el otro que se comporta como la
presencia misma de Él. Jesús nos llama pero su llamado nos une directamente con el otro: el
joven. No nos podemos contentar con sentirnos llamados, y contemplar eternamente el don
de la vocación: somos llamados para ser entre los jóvenes servidores del evangelio como un
mensaje de esperanza para su existencia. De ahí que “crece cada vez entre los hermanos, la
sensibilidad con la cultura de los derechos humanos, en particular de los menores, con
algunas opciones proféticas en las nuevas fronteras y en las «periferias existenciales»”
(CG27, 22). Somos llamados para ser entre los jóvenes presencia viva del amor de Dios. Es
por tanto exigencia fundamental que una vez escuchada la llamada del Señor nos dirijamos
el encuentro con el otro. Vivir la caridad es experimentar a plenitud el sentido pleno de la
vocación. La caridad, en este sentido, va de Dios al otro. No se entiende la caridad sino está
motivada desde la fe. Asimismo si nuestra presencia servicial no está originada desde la fe
no tiene sentido toda vez que el sentido mismo de lo que somos lo encontramos en lo que
hacemos.
En definitiva hay pasar todos los días del plano vocativo al aplicativo, no al contrario. Porque
el que se siente llamado por el Señor está en la obligación de ir a donde él lo envía: ser entre
los jóvenes y con los jóvenes la presencia misma de Dios que se amor en ellos.

BIBLIOGRAFÍA

Salesianos de Don Bosco. Capítulo General XXVII: Testigos de la radicalidad evangélica.


2014
____________.Capítulo General XXIII: Educar a los jóvenes en la fe. 1990

Uscatescu, Jorge. La cotidianidad. Recuperado 12/03/2015

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