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Mucho se ha escrito sobre la figura del autor, cómo se lo puede definir, qué lo hace
diferente a los demás, cuál es su rol (si es que tiene uno asignado) y las respuestas suelen
encontrarse entre dos extremos: Por un lado, la imagen romántica de un escritor/autor que
se distingue del resto por una especie de capacidad innata y extraordinaria, una suerte de
iluminado que considera que ha nacido con el don de la escritura; por lo tanto, la defensa
de LA INSPIRACION es su bandera. Por otra parte, encontramos una imagen más
“políticamente correcta” en la cual el autor, embebido en un contexto que le es propio y
lo envuelve por completo, necesariamente escoge hablar de ello, posicionarse
políticamente, primordialmente a través de la denuncia de las injusticias. En este caso, la
inspiración ya no es tan defendida pues los tópicos, personas e incluso el estilo del
lenguaje esta presentes en el mundo mismo y solo hay que saber escuchar a ese mundo y
transformarlo en arte.
Este despliegue inicial me permite vincular algunas cuestiones teóricas con respecto
a la figura del autor y, puntualmente, al autor territorial. El concepto es usado para
diferenciarse de literatura y autor regional misionero, pues considera aspectos puntuales
que las demás conceptualizaciones no precisan. En este sentido, Carmen Santander sienta
una posición muy definida al respecto:
“El escritor/autor territorial es aquel que más allá de haber nacido en este u
otro lugar fue un agente de transformación de la trama cultural de un lugar,
como promotor de grupos, instituciones, revistas, talleres; dicho de otro
modo, un activo militante del campo e instalado como interpretante de un
universo cultural en su devenir sociohistórico.” (2013, p.4)
También los aportes de Walter Benjamin pueden alumbrar el camino para pensar a
este autor cuya tarea es mostrar el movimiento, el cambio y nunca lo estático, porque así
es la vida misma. Benjamin nos habla de un autor activo quien más que un mero ideólogo
es un PRODUCTOR. En primer lugar, el autor como productor evalúa los medios
disponibles en un momento dado para realizar su tarea y los trasforma, “refuncionaliza”
la técnica literaria (aquí se toma un concepto de B. Brecht) con objeto de que mejor sirva
a lo que él quiere comunicar. Y una vez hecho esto, lo comparte con otros productores.
Benjamin insiste en que el autor pensado como productor debe relacionarse, porque el
mundo es social y social es la práctica artística. Se da por el suelo, de nuevo, la
consideración de un autor romántico encerrado en su propio universo egoísta. Sostiene:
“el autor como productor experimenta al mismo tiempo y de manera inmediata su
solidaridad con otros productores que anteriormente tenían poco que ver con él.” (1975,
p. 10), y ésto solo es posible superando los ámbitos de competencia de la producción
artística. Un autor que plantea su producción con un valor más allá del consumo comercial
puede llamarse intelectual y, en este espacio y según las consideraciones de Santander,
también autor territorial. En el sentido en que lo plantea Benjamin, el autor como
productor es quien se pregunta ¿cuál es su posición dentro de las relaciones sociales y de
producción que le rodean? Y se ubica para hablar y traducir las contradicciones desde allí
(de nuevo, el conocimiento situado).
Edward Said agregará a estas definiciones una serie de cualidades que para él deben
tener los intelectuales, entre ellos, los autores literarios. Por supuesto, estas
consideraciones también guiadas por su propia trayectoria y experiencia de vida en
situaciones sumamente difíciles. Para Said, hay principios universales que deben guiar
siempre la practica intelectual: la libertad y la justicia por parte de los poderes o naciones
del mundo y las violaciones deliberadas o inadvertidas de tales pautas, las cuales deben
ser denunciadas y combatidas con valentía. Esto último es crucial para Said pues al
representar y encarnar un mensaje a favor de un público, además de tener la obligación
de plantear temas embarazosos y que se mantienen en secreto, el intelectual no existe en
tanto personalidad privada. Es una persona publica cuyo deber es nunca comprometerse
ni económica ni políticamente con ningún poder pues la independencia es necesaria
cuando se trata de denuncias y discursos públicos que imputan la violación de algún
derecho humano.
A continuación, y en línea con las definiciones de autor como militante activo del
campo cultural y como traductor de la multiplicidad de voces que conforman este espacio
desde el que nos ubicamos, quisiera centrar la atención en Sebastián Borkoski. Este joven
escritor misionero publicó su primera novela en 2011 (Editorial Beeme). Se trata de El
puñal escondido cuyo escenario principal es su tierra natal. La historia refleja
problemáticas sociales universales contextualizadas en el nordeste argentino. Fue
ganadora en el año 2012 del premio Vencejo de Plata de la ciudad de Puerto Iguazú. La
revista Ñ la calificó como novela "Negra y de Frontera".
Cetrero Nocturno (Editorial Beeme, 2012) es una recopilación de relatos en los que se
respiran colores regionales pero también escenarios universales. Hay en estos cuentos una
primera exploración del mundo fantástico. La violencia es retratada en varios de los
cuentos como eje de una problemática social. Hacia fines del 2013, Borkoski lanzó su
segunda novela, titulada Trampa Furtiva (Editorial Beeme, 2013) en la cual se relata la
vida de diferentes grupos de cazadores furtivos en el ámbito del Parque Nacional Iguazú
y sus enfrentamientos con los guardaparques.
El libro de cuentos Los diablos blancos (Editorial Beeme, 2016), es su más reciente
publicación. Me interesa realizar una breve aproximación a tres cuentos de esta obra para
ilustrar aquello que llamamos autor territorial.
Los hombres bajos son personas de baja estatura que rondan la ciudad en busca de
pequeños trabajos que le permitan subsistir. El protagonista, sin proponérselo, los deja
sin trabajo ya que pone en marcha un plan para que los beneficiarios de planes sociales
trabajen, aunque sea mínimamente, así sus beneficios son justificados. Los hombres bajos
comienzan a perseguirlo limpiando la ciudad de alimañas que dejan en su patio y luego
esta acción se extiende a la caza de gatos y perros. El protagonista sabe que es una
amenaza que podría extenderse a las personas. Combate a uno de ellos y le da muerte. Va
a prisión e intenta desde allí alertar a la población antes de que acaben con él los hombres
bajos que aún quedan vivos.
Lo primero que observamos es que se trata de una historia urgente contada por el
personaje en primera persona; necesita que le crean, por su bien y el de las personas1. El
protagonista se convierte así en el portavoz de una verdad que exhorta a la población a
tomar recaudos. Su relato retoma el pasado en el cual vemos a un personaje en proceso
de trasformación guiado por un miedo creciente hacia estos pequeños hombres que lo
rondan con un machete en mano. Su mundo, único y peculiar, no se aísla de los
acontecimientos que podemos situar en la gran crisis de inicios de siglo en nuestro país,
donde los planes sociales se ubicaron como medio único de subsistencia de muchas
familias y en el cual los prejuicios de clase salieron a flote manteniéndose hasta la
actualidad.
Los hombres bajos seguían dando vuelta, alimentándose de lo que podían, sin molestar, sin
que nadie más que yo los notara. No sabía de dónde venían o hacia dónde iban, no conocía
su origen. No podía dejar de pensar que yo los estaba destruyendo y ellos lo sabían. Yo
continuaba recorriendo la ciudad a pie porque mi tarea así lo requería. Debía pensar otra cosa,
1
Estamos en presencia de un cuadro muy similar presentado en Dormir al Sol, de Bioy Casares. Borkoski,
en una entrevista, se reconoce como seguidor de este autor.
elaborar un nuevo esquema que favoreciera a los hombres bajos, o que los retornara a su
estado inicial. (2016, P. 16)
Este relato está construido en forma de periplo: un joven adolescente agobiado por
sentimientos y contradicciones propias de la edad se encuentra con un adulto y éste le
regala una frase muy sencilla que reprogramará toda su vida: “Piense por usted mismo,
joven”. A partir de allí, toda la narración del protagonista es un viaje que recorre su vida
hasta llegar al mismo instante del encuentro, esta vez como el adulto que obsequia la frase
a un adolescente. Presentado de esta manera, podemos vislumbrar el viaje del
protagonista (y por qué no, del propio autor) hacia el reencuentro consigo mismo, con el
niño que fue. Si reflexionamos, en varias etapas de nuestra propia vida y en más de una
ocasión, hemos viajado hacia el pasado a recriminarnos cosas, a autoconsolarnos, a
perdonar errores pasados para poder continuar en este caminar. Pero ese volver hacia
nosotros mismos, para que sea fecundo, es mejor hacerlo con una mochila cargada de
nuevas experiencias vitales (con el aditamento del dolor superado). En ese sentido,
podemos decir que estamos frente a un cuento existencialista. Este relato gira en torno a
esa posibilidad y también pone sobre la mesa ese mensaje tan necesario para la juventud
a la que el autor dedica sus relatos. Borkoski, una vez más dice “piense por usted, joven”.
Durante años vague en sueños siendo ambos soldados, sufriendo dolores de quien pelea sin
razón. No me detuve jamás a buscar los fundamentos de un pasado oscuro. Comencé a
desplazarme cronológicamente; las batallas se trasformaron en disputas, luego en
discusiones. Las balas y fusiles se transformaron en billetes y documentos, mientras los
muertos se trasformaban en pobres desposeídos. (p.46)
Entiendo que Lágrimas del héroe puntualiza en el hecho de que estamos hechos de
voces, historias, derrotas y victorias, propias y ajenas; no hay nada más solidario y fuera
de toda individualidad que esta manera de representar al mundo.
Pero el protagonista también va a los archivos, a ver qué nos cuenta esa otra historia
más documentada y quizá apenas un tanto más objetiva que el testimonio de Pro y otros
pescadores. Allí se encuentra con la historia del mensú y sus penurias en los yerbales2.
Es en esta vinculación que hace el protagonista entre testimonio e historia documentada,
donde el entramado cultural se hace visible: aquello que enriquece la aprensión de la
realidad son las distintas miradas sobre un mismo fenómeno, porque se trata de una red
más amplia donde conviven y se retroalimentan mito y ciencia histórica. El propio
personaje principal lo reconoce:
Los diablos blancos existen. Existen porque Pro los ha visto y porque yo puedo justificar su
presencia (…) Es posible que parte del relato fantástico de Pro se haya impreso en alguna
parte de mi corazón y todo lo escrito anteriormente constituya un desmoralizado intento de
no caer víctima de una angustiosa creencia que me lleve a pensar en seres veloces e intrépidos
que controlan nuestro paso por este mundo, ocultos en la niebla del Paraná. (P. 80)
Conclusión
2
Al leer a Borkoski, es imposible no recordar las escenas tan bien relatadas por Augusto Roa Basto en Hijo
de hombre, donde narra la fuga del mensú junto a su compañera e hijo, a través del monte y perseguido por
capataces y perros.
aprehensión muy particular del mundo. Analizar algunos matices del trabajo de Sebastian
Borkoski ha tenido como objetivo poder demostrarlo.
Bibliografía
Textos Teóricos
Texto Literario
BORKOSKI, Sebastián (2016): Los diablos blancos. Buenos Aires, Beeme.
Otros
Entrevista a Sebastián Borkoski, disponible en:
http://laventanaarteycultura.blogspot.com/2012/04/entrevista-sebastian-borkoski-
libros.html
Biografía oficial de Sebastián Borkoski, disponible en:
https://www.sebastianborkoski.com.ar/p/sobre-sebastian-borkoski.html