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UIII
Hay ciertos puntos en común entre el desarrollo que Kant llevó a cabo en relación al
juicio de gusto vinculado al sentimiento de lo bello, y el desarrollo que emprende en
cuanto al juicio estético vinculado al sentimiento de lo sublime. En primer lugar, y
como ya lo vimos antes, se presenta lo que Lyotard denomina “la desrealización del
objeto”, es decir, Kant evade el objetivismo y piensa tanto lo bello como lo sublime en
tanto un sentimiento y no como mera sensación ni como concepto. El desinterés
respecto de la existencia del objeto sigue siendo la condición que hace posible la
universalidad del juicio estético también en el caso de lo sublime, del mismo modo que
ocurría en relación a lo bello. Se trata de juicios reflexionantes tanto en lo atinente a lo
bello como a lo sublime.
Sin embargo, a partir de estos puntos comunes comienzan a detectarse con claridad
diferencias fundamentales entre lo bello y lo sublime. En primer lugar, la cuestión de la
forma y de lo informe. Cuando Kant pensaba lo bello, entendía que la forma era
fundamental puesto que establecía una especie de contorno o de límite. Es decir, el
sentimiento de lo bello tiene que ver con un placer que acompaña a una
representación de un objeto con una forma limitada. Lo sublime, en cambio, está
vinculado a lo informe, a la ausencia de forma. El objeto de la representación está
relacionado aquí con lo ilimitado, aunque entendido además como totalidad, dice
Kant. Si no hay forma, entonces en el sentimiento de lo sublime no hallaremos nunca
una representación sensible que sea perfectamente pertinente o absolutamente
apropiada. Lo sublime, entonces, se vincula a lo que carece de medida mientras que lo
bello siempre se relaciona con la medida y lo finito.
Lo sublime es, en ese sentido, mucho más ambiguo que lo bello, puesto que se debate
entre el placer y el displacer, entre la fascinación y la repulsión, entre lo que seduce o
atrae y lo que repele. Por ello, si hay un placer en lo sublime, debe ser calificado según
Kant como un “agrado negativo”, es decir, un tipo de emoción que no puede
identificarse con el juego (como en lo bello) sino con lo serio, y con el desbordamiento
de las energías vitales. Ahora bien, si lo sublime traspasa cualquier límite y forma,
entonces no puede ser contenido en una forma sensible, con lo cual, estrictamente
hablando, no afecta según Kant a conceptos del entendimiento sino a las Ideas de la
razón, que son aquellas que, precisamente se despiertan en el espíritu a partir de una
inadecuación de lo sensible.
Por otra parte, la belleza, nos dice Kant, revela algo así como una “técnica de la
naturaleza”, en el sentido de que los fenómenos de la misma ya no se nos ofrecen
como elementos sometidos al mismo sistema de leyes que encontramos en nuestro
entendimiento, y aunque esa experiencia de la naturaleza (la del sentimiento de lo
bello) no nos ofrece un conocimiento de tales fenómenos naturales, sí permite
“ensanchar nuestro concepto de naturaleza”, puesto que podemos perfectamente
concebir a la misma en analogía con el arte, en lugar de considerarla como mera
máquina o mecanismo fundado en la causa y el efecto. En cambio, lo sublime se
suscita por lo general ante la naturaleza contemplada en su desorden, en el caos, en su
poder destructivo y salvaje. Lo sublime, como veremos, no ensancha nuestro concepto
de la naturaleza ni nos permite ver en ella un fin superior o más alto, pero sí permite,
en cambio, advertir ese fin superior en nosotros mismos, un finalismo independiente
de la naturaleza.
B. Sublime matemático
Kant realizó una clara distinción entre lo sublime matemático y lo sublime dinámico,
no obstante, diversos autores han entendido que no se trata de dos modos de lo
sublime sino de dos maneras de acercarnos a lo sublime natural, uno a partir de la
noción de magnitud y otro a través de la noción de fuerza. De todos modos, cuando
dice “matemática” no quiere decir que sea una medida científica, sino que se trata de
una estimación estética y por lo tanto subjetiva que se enfrenta con lo infinito, o al
menos con lo “inmenso”, esto es, aquello que excede toda medida. Por eso Kant
Apuntes de Clases. UIII
piensa en una emoción que no puede reducirse a una magnitud numérica, una
emoción, en sentido riguroso, “desmesurada”.
¿Por qué Kant señala que lo que se despierta es el sentimiento de una facultad
suprasensible? Porque cuando afirmamos “esto es sublime”, nos dice, lo que
experimentamos no es la infinitud de la naturaleza sino la infinitud como idea de la
Apuntes de Clases. UIII
C. Sublime dinámico
aunque carece de un poder directo sobre nosotros, muestra una potencia que le
permite superar obstáculos y resistencias. En función de ello, desde este punto de vista
la naturaleza es percibida como temible, aun cuando no se le tema en una situación
concreta en la que nos encontramos a resguardo (y es esta distancia y esta ausencia de
temor inmediato la que, para Kant, permiten precisamente generar el sentimiento de
sublimidad y no el de terror).
Kant considera que la idea de lo sublime que nuestra razón nos brinda, permite que la
naturaleza no sea juzgada simplemente como terrorífica sino como inspiradora de una
cierta fuerza moral. Como señala Adorno, en lo sublime dinámico “se cruzan de una
manera intrínseca la idea de infinitud, la de disputa con la naturaleza y la de
subjetividad” (Adorno, Estética. (1958-1959), Bs. As., Las cuarenta, 2013, p. 112). En
ese sentido ¿cómo se produce esa encrucijada entre lo infinito, el enfrentamiento con
la naturaleza y el sujeto? Kant lo concentra todo en la noción de resistencia. Lo
extraordinario para pensar, desde la mirada de Kant, es que el sujeto, que desde el
punto de vista natural es la entidad más endeble, la menos preparada diríamos para
resistir el embate de la naturaleza, pueda, sin embargo, ofrecer una resistencia diversa
cuando se encuentra a resguardo y puede contemplar de cierta forma esa infinitud
natural, sea el océano impetuoso, la erupción de un volcán o el avance de una terrible
tormenta. La resistencia que puede ofrecer el hombre radica en su espíritu. Hay una
infinitud del espíritu que el hombre ofrece como respuesta a la infinitud natural. Es en
virtud de nuestro espíritu que podemos vernos a nosotros mismos siendo más fuertes
aún que lo simplemente natural. Si no fuese acaso por el espíritu, no habría más
remedio que la sumisión a la fuerza temible de lo natural. Bien sostiene Adorno, la
conexión que puede establecerse aquí con la cuestión de la utopía
Se abre, de este modo, un nuevo espacio para pensar el modo en que, dentro del
horizonte de la Crítica del juicio, hay una problemática vinculación entre lo estético y lo
político, como dimensiones que refieren en cierto modo a lo utópico, a una suspensión
de la idea de la mera existencia, de lo dado, como definitivo. Hay un movimiento de la
conciencia en lo sublime que implica un estremecimiento pero también un pasaje de la
impotencia y el sometimiento (pues es necesario recordar que Kant planteaba la
necesidad de permanecer a resguardo frente al peligro de la fuerza natural ya que de
otro modo la contemplación resulta imposible), hacia un sentimiento de libertad y de
autoconciencia. La experiencia estética, entonces, es más compleja de lo que se podría
pensar al comienzo, porque implica una cierta tensión dialéctica entre lo fuerte y lo
débil.
D. Lo sublime y el cine
Cuando percibimos algo, entonces, sintetizamos cada una de las partes de una
sucesión elementos a través de esa operación que, como vimos, Kant denomina
aprehensión. Pero luego hay una síntesis que realiza la imaginación y que tiene que ver
con la reproducción, esto es, la síntesis de cada momento con el anterior, que ya no
percibimos, pero que tenemos que conservar para poder percibir realmente algo.
Ahora bien, para completar la percepción yo debo sintetizar aquello que está
determinado en tiempo y espacio con una forma, la forma de un objeto x en general (y
no los meros datos sensibles que tenía hasta ahora). Esta tercera síntesis es un acto del
entendimiento, que aporta los conceptos, es decir, los predicados de un objeto
cualquiera. Esta tercera síntesis es el reconocimiento.
Ahora bien, cada cosa que percibo presupone una unidad de medida (que es variable,
claro está) pero que me permite comparar siempre lo que percibo con otra cosa.
Precisamente, la unidad de medida misma siempre está supuesta y no la aprehendo
como aquello que sí percibo. Solamente puedo tener una comprensión estética de esa
magnitud misma. Y sin embargo ¿qué ocurre cuando pierdo mi unidad de medida?
¿Qué ocurre cuando estoy frente a aquello que tiene una magnitud incomparable? En
primer lugar, ya no puedo realizar mi síntesis de aprehensión. Lo que surge, entonces,
es como un vértigo, pues pierdo el suelo mismo de mi percepción.
“intensivo”. Pero el efecto es pensado del mismo modo, es decir, lo sublime impide el
reconocimiento y por lo tanto, se vincula a lo informe, a lo infinito. Sobreviene el caos.
Lo particular de Deleuze es que intenta pensar este estallido mismo de la síntesis de la
percepción que implica lo sublime kantiano en el terreno de aquel aparato artístico y
cultural que ha cambiado la percepción de todos nosotros: el cine.
Hay una especie de oscura vida que se esconde en todas las cosas, una vida terrible
que ignora todo límite y que se encuentra oculta en toda la Naturaleza. Esa vida que
no nos pertenece y que se desata con toda su intensidad desbordando cualquier
contorno orgánico es la que manifiesta la naturaleza como fuerza, como potencia,
pero también, en cierto sentido, como Mal. De allí que, frente a ella, sea posible
descubrir en nosotros mismos una resistencia moral en aquello suprasensible que nos
hace, según Kant, superiores a ella, en la libertad, en la autonomía, en la racionalidad.
En un breve texto que se publica algunos años después de la Crítica del Juicio, y cuyo
extenso título es Reiteración de la pregunta de si el género humano se halla en
constante progreso hacia lo mejor, Kant reflexiona sobre la Revolución Francesa de
1789, no tanto en relación a sus protagonistas, sino en cuanto al “deseo de
participación, rayano en el entusiasmo, y cuya manifestación, a pesar de los peligros
que comportar no puede obedecer a otra causa que no sea la de una disposición moral
del género humano” (Kant, Filosofía de la historia. Qué es la Ilustración, Bs. As.,
Terramar, 2004, p. 157). Tomar el punto de vista del espectador, de quien contempla
el acontecimiento histórico-político, es ya una decisión filosófica y metodológica clave
que resulta análoga a la que lleva a cabo en el campo estético, en el cual nunca elabora
la perspectiva del artista sino que siempre se mantiene en la posición de quien percibe
la obra.
Ahora bien, vayamos a la cuestión puntual del entusiasmo. Este es, para Kant, una
modalidad del sentimiento sublime que los espectadores sienten. No un objeto
sublime, sino un sentimiento sublime, una tonalidad afectiva del sujeto espectador. Es
un sentimiento que se experimenta no por el objeto, sino por “la idea de la humanidad
que está en nosotros”. ¿Por qué la Revolución francesa pudo suscitar ese entusiasmo,
esa forma de lo sublime ya no vinculado a la naturaleza, sino al acontecer histórico-
político de la humanidad? Pues porque ella es la presentación, la aparición de algo
inconmensurable, de lo infinito mismo que no puede ser objetivado en función de
ninguna categoría o concepto puro del entendimiento (ningún juicio determinante), ni
puede tampoco ser experimentada bajo la forma de lo bello, para lo cual debería
revestir una forma de la que carece.
Apuntes de Clases. UIII
Dice Lyotard:
Hay una analogía que permite, entonces, pensar el entusiasmo inspirado por el
acontecimiento histórico-político determinante que significa la Revolución, y lo
sublime que surge frente a lo natural puesto que estamos frente a lo informe, a una
inconmensurabilidad que no puede ser nunca reducida a un mero dato de la
sensibilidad. Y como ocurría con la reflexión sobre lo sublime que ya hemos expuesto,
el entusiasmo en tanto modo particular de esa sublimidad, también conduce a un
ideal, hacia un punto puramente moral. Por ello, la pregunta acerca de si el género
humano progresa hacia lo mejor, puede ser respondida afirmando que el entusiasmo
está allí para demostrar que hay en los sujetos esa posibilidad de encaminarse hacia el
ideal, hacia el bien moral. Los espectadores entusiasmados, que con total desinterés,
corren los riesgos evidentes manifestando en la esfera pública su propio juicio en
relación a la Revolución, dan testimonio de ese camino hacia la pura moralidad. Y
agrega Lyotard: Del entusiasmo de los espectadores hay que decir que es un análogo
estético de un fervor republicano puro, así como lo sublime es un símbolo del bien. (p.
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