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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

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VIOLENCIA POLÍTICA
CONTRA LOS
PUEBLOS INDÍGENAS
EN COLOMBIA
1974-2004

William Villa
Juan Houghton

Equipo de TTrabajo:
rabajo:
Hernán Molina Echeverri – Documentación
Omar Mesa – Bases de Datos

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

303.6
V712 Villa, William
Violencia política contra los pueblos indígenas en Colombia. 1974-2004 /
William Villa. Juan Houghton; fotografías Carlos Gómez Ariza; Geo-ferenciación
Ivar Rojas ilustraciones Luis Alfonso Orozco. — Santafé de Bogotá :
CECOIN. OIA. IWGIA, 2004.
460 p. : il.color. ; 24 cm.
ISBN 958-95143-1-6

1. Violencia Política-Indígenas 2. Violencia Étnica en Colombia 3. Etnocidio


en Colombia 4. Conflicto Armado en Colombia I. Orozco, Luis Alfonso, il.
II. Houghton, Juan III. Tít.
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS
INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

William Villa
Juan Houghton

ISBN:
958-95143-1-6

Equipo de Trabajo:
Documentación: Hernán Molina Echeverri
Bases de Datos: Omar Mesa
Centro de Cooperación al Indígena CECOIN
Organización Indígena de Antioquia OIA
Carrera 10 No. 24-76
Bogotá, D.C., Colombia
www.cecoin.org

Sistema de Información Geográfica de Pueblos Indígenas de CECOIN:


Hernán Molina Echeverry - Omar Mesa.

Concepto Gráfico, Diagramación y Artes:


Luis Alfonso Orozco

Fotografías:
Carlos Gómez Ariza

Geo-referenciación:
Ivar Rojas

Impresión:
Alto Vuelo Comunicaciones

Derechos Reservados para esta Edición

Primera edición
Febrero de 2005

Impreso en Colombia
Printed in Colombia

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ÍNDICE GENERAL
AGRADECIMIENTOS ........................................................................ 7
SIGLAS .............................................................................................. 11
INTRODUCCIÓN .............................................................................. 13
EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA
CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS ............................................ 19
Período de formación de la territorialidad indígena (1953-1970) ..................................... 27
Período de la violencia gamonal (1970-1991) .................................................................... 29
La Constitución Política de 1991 y el nuevo orden territorial. 1992-1996 ...................... 33
La visión territorial de la insurgencia y el para-Estado ................................................... 37
La inclusión de los pueblos indígenas en la guerra. 1997-2004 ...................................... 41
Dos mapas y una dinámica de la guerra ............................................................................ 49
GEOGRAFÍA ÉTNICA DEL CONFLICTO ....................................... 57
Regiones y pueblos indígenas en los que se concentra la violencia ............... 58
Pueblos indígenas: demografía y etnocidio ...................................................................... 63
El desplazamiento forzado colectivo e individual ............................................................ 68
Presencia armada en territorios indígenas ........................................................................ 78
INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE: CONSTRUCCIÓN
DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO
DE LA VIOLENCIA ........................................................................... 83
La violencia factor permanente en la lucha por el territorio y la atonomía .................... 87
Las respuestas de los indígenas del Cauca al conflicto armado ..................................... 96
La minga como alternativa de resistencia ....................................................................... 107
Los indígenas del Cauca como sujetos políticos ........................................................... 115
Violencia política, poder y construcción cultural ........................................................... 118
LAS GUERRAS DE LA REGIÓN DEL PACÍFICO
COLOMBIANO ............................................................................... 123
El Pacífico: espacio de frontera y de economías extractivas ..................... 124
La desterritorialización de los pueblos indígenas: las rutas de la colonización .......... 126
El Alto Andágueda: la guerra del oro y el inicio de una nueva era en el Pacífico ....... 129
La territorialidad en la guerra y los territorios étnicos .................................................. 136
La nueva territorialidad: el drama de los desterrados .................................................... 144
La guerra y el ordenamiento territorial del pacífico en el nuevo milenio ..................... 146
EL ETNOCIDIO KANKUAMO: LOS PARAMILITARES Y EL
ESTADO CONTRA UN PUEBLO EN RECONSTRUCCIÓN .......... 153
Itinerario del etnocidio Kankuamo ......................................................... 155
La construcción del universo étnico y de la comunidad política Kankuama
en medio de la guerra ........................................................................................................ 166
El pueblo Kankuamo: campesinos e indígenas sujetos de la guerra ........... 174

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

EL PUTUMAYO: UNA HISTORIA DE GUERRA


CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS ............................................. 179
Territorio y violencia ........................................................................... 182
Desplazamiento, violencia y construcción de territorialidad indígena en la guerra .... 185
Desplazamiento forzado y poblamiento .......................................................................... 190
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA
POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS .......................... 197
Consolidación del sistema de guerra y replanteamientos de los actores ...... 198
Los pueblos indígenas: el ordenamiento jurídico y la guerra ...................... 199
Tres modelos territoriales enfrentados ........................................................................... 202
Una guerra por lealtades políticas territoriales .............................................................. 205
¿Disputa por rentas de guerra o guerra por los recursos? ........................................... 207
Guerra política, impactos étnicos .................................................................................... 215
La afectación a cada pueblo indígena como sujeto colectivo: ..................................... 215
Los impactos territoriales de la violencia política .......................................................... 219
Los impactos del desplazamiento forzado ...................................................................... 222
La difícil respuesta indígena al conflicto ........................................................................ 226
1. Criterios para la búsqueda de la paz y de respuesta al conflicto ............................. 244
2. Posición compartida sobre la paz y los derechos humanos ..................................... 245
3. Alianzas con otros sectores sociales populares ....................................................... 246
4. Compromisos humanitarios por parte de los grupos armados, que incluyan
particularmente el respeto a los territorios y a los pueblos indígenas ................... 247
5. Autonomía y control social ........................................................................................ 247
6. Planes de resistencia, que deben acoplarse a los Planes de Vida de los pueblos
y comunidades............................................................................................................. 248
7. Desarrollar iniciativas de respuesta y atención de comunidades víctimas
de la violencia .......................................................................................................... 249
8. Conformación de un Sistema de Información en Derechos Humanos de los
Pueblos Indígenas .................................................................................................... 251
9. Conformar una Escuela en Derechos Humanos y Derechos Indígenas ................ 251
10. Realizar acciones globales ....................................................................................... 252
11. Sobre mecanismos de coordinación ........................................................................ 252
Advertencia sobre las cifras ................................................................. 292
BIBLIOGRAFÍA...................................................................................233
ANEXO 1 - RESPUESTAS Y PROPUESTAS INDÍGENAS AL
CONFLICTO ARMADO EN COLOMBIA.............................................243
ANEXO 2 - MAPAS DE VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA INDÍGENAS
1974-2004 ............................................................................................255
ANEXO 3 - REGISTRO HISTÓRICO DE HECHOS DE VIOLENCIA
POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA.....291
ANEXO 4 - VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA PUEBLOS INDÍGENAS
1974-2004 VÍCTIMAS DE VIOLACIONES A LOS DERECHOS
HUMANOS E INFRACCIONES AL DIH...............................................299
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AGRADECIMIENTOS

Especiales agradecimientos a la Organización Nacional Indígena de Colombia


ONIC y sus organizaciones regionales, en particular OIA, CRIC, OIK, OZIP,
por habernos facilitado su privilegiada información sobre los hechos de violencia
política contra indígenas en Colombia; al Banco de Datos sobre Derechos
Humanos del Cinep – Justicia & Paz, a Codhes y a la Pastoral Social de la
Conferencia Episcopal, por permitirnos acceder a sus bancos de datos.

A IWGIA

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

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A Kimi Pernía Domicó

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

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SIGLAS

ACIN: Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca


ACIT: Asociación de Cabildos Indígenas del Tolima
ACNUR: Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados
ALDHU: Asociación Latinoamericana de Derechos Humanos
ANUC: Asociación Nacional de Usuarios Campesinos
CIDH: Comisión Interamericana de Derechos Humanos
CINEP: Centro de Investigación y Educación Popular
CODHES: Consultoría para los Derechos Humanos
CRIC: Consejo Regional Indígena del Cauca
CRIT: Consejo Regional Indígena del Tolima
CRIVA: Consejo Regional Indígena del Valle
DANE: Departamento Administrativo Nacional de Estadística
DNP: Departamento Nacional de Planeación
INCODER: Instituto Colombiano de Desarrollo Rural
OACNUDH: Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Derechos Humanos
OEA: Organización de Estados Americanos
OIA: Organización Indígena de Antioquia
OIK: Organización Indígena Kankuama
OIM: Organización Internacional para las Migraciones
OIT: Organización Internacional del Trabajo
OMS/OPS: Organización Mundial y Panamericana de la Salud
ONIC: Organización Nacional Indígena de Colombia
ONU: Organización de las Naciones Unidas
OREWA: Organización Regional Emberá Waunáan del Chocó
OZIP: Organización Indígena del Putumayo
PNUD: Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
UNESCO: Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la
Cultura
WWF: Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza
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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

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INTRODUCCIÓN

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

En los últimos treinta años los pueblos indígenas en Colombia se constituyen en


sujetos importantes en el desarrollo político del país, afirmación que adquiere
sentido al analizar el ordenamiento territorial y al explorar en la Constitución
Política el lugar que se le asigna a pueblos y culturas en la estructura estatal. En
este período grandes cambios se han producido en el reconocimiento territorial
a los pueblos indígenas, los cuales en la actualidad disponen de áreas
resguardadas en un área cercana al 27% del territorio nacional, en las que se
ejerce relativa autonomía en el ejercicio del gobierno indígena. De esta primera
aproximación a la realidad indígena pudiera deducirse que los pueblos indígenas
gozan en Colombia de condiciones ideales que garantizan la reproducción de
sus culturas, pero la realidad enseña de manera dramática todo lo contrario y el
presente trabajo explora el universo de conflicto y guerra en el que los pueblos
indígenas hoy se debaten.

La investigación sobre Violencia política contra pueblos indígenas en


Colombia, define como período desde 1974 hasta el presente año por dos
razones: una es la disponibilidad de fuentes que permitan la reconstrucción de
los hechos y la segunda porque es en esta fase cuando el indígena emerge como
sujeto del movimiento social e interroga al Estado respecto a sus derechos.

En la presente investigación se entiende “por violencia política, aquella ejercida


como medio de lucha político social con el fin de mantener, modificar, substituir
o destruir un modelo de Estado o de sociedad, o también, para destruir o reprimir
a un grupo humano por su afinidad social, política, gremial, racial, ideológico o
cultural, esté o no organizado. Esta violencia se expresa entonces, en una
sociedad como la colombiana, a través de violaciones a los derechos humanos,
infracciones graves al derecho internacional humanitario, acciones bélicas y
violencia político – social”. (Noche y Niebla No. 28, 2004).

Con relación a las fuentes es importante señalar que la investigación se propuso


indagar sobre la forma como se ha ejercido violencia contra la población
indígena, de tal modo que se pudiera describir caso por caso, el sitio donde
ocurre y el actor que es responsable de la acción. Así, la base documental que
sustenta el análisis de la presente obra, está constituida por 4.649 registros,
los cuales se anexan al final de los capítulos de análisis y tienen el valor de
enseñar la forma como se ha venido afectando a diversos pueblos. Esta
información siempre será incompleta, pues muchos de los casos algunas
comunidades no los reportan como forma de protegerse, mientras otros, hacia
el pasado no eran identificados como eventos relacionados con pueblos
14
INTRODUCCIÓN

indígenas, ya fuese porque los sistemas de información no integraban esta variable


o porque la misma población no se organizaba desde una visión étnica, como
sucedía con algunas comunidades que más bien se asumían como campesinas,
especialmente en la década de los setenta.

La investigación igualmente tiene como escenario la irrupción de la moderna


organización indígena. Es a partir de los años setenta cuando las poblaciones
indígenas, en el marco de las luchas campesinas que reivindican el derecho a la
tierra o se movilizan entorno a los partidos revolucionarios, el momento en el
que inician un proceso de ascenso que les llevará a formar sus propias
organizaciones, a afirmar la etnicidad como elemento de diferenciación, y al
cabo de los años, construir su discurso político entorno a lo territorial y al ejercicio
de la autonomía. Este movimiento social indígena que tiene su referente
paradigmático en las luchas del Cauca, nace y crece en un contexto de guerra;
ella es marca que le determina y es factor dinámico que explica las estrategias
de resistencia asumidas en el último período.

En la historia de la formación nacional la guerra o el conflicto se constituye en el


vehículo que propicia la integración de territorios y poblaciones, es en esa lógica
como en los últimos cincuenta años se sucede la ampliación de la frontera agrícola
y se estructuran nuevas regiones en el orden económico y cultural. Este fenómeno
descrito por distintos investigadores como colonización armada ha decantado
modelos institucionales alternos, formas de control social permeadas o mediadas
por el poder armado, al mismo tiempo que se configuran espacios marginales a
la acción estatal. De estos procesos han participado la mayoría de los pueblos
indígenas, los cuales han experimentado la guerra como su propia cotidianidad,
en la medida que la intensificación del conflicto, trasforma sus territorios en el
espacio donde diferentes actores pulsan por ejercer control.

La guerra en la que los pueblos indígenas se han visto involucrados, en su


manifestación geográfica, no difiere de las tendencias generales en las que de
igual modo se integran poblaciones campesinas, líderes de base sindical o
gremial, organizaciones de derechos humanos, pobladores de centros urbanos.
Esto significa que una comprensión adecuada de la guerra vivida por los indígenas
en sus territorios, tiene como punto de partida el entender el modo como
evoluciona el conflicto, los intereses que se ponen en juego, los ordenamientos
del territorio que determinan la acción de los actores armados y, en general,
entender la guerra más allá de las articulaciones que ésta propicia con un territorio
o un complejo cultural indígena.
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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Se puede entonces deducir de la presente investigación que, en la medida que


los pueblos indígenas en Colombia consolidan una visión territorial y disponen
de territorio donde de forma relativa ejercen gobierno, a la vez y ante la
intensificación del conflicto, se experimentan en medio de los ejércitos que
avanzan en procura de ejercer control sobre áreas definidas como estratégicas
desde visiones antagónicas. Es así como, a partir de 1997, el desarrollo de la
guerra desde una construcción de control territorial sobre amplios corredores
de la geografía nacional, lleva indefectiblemente a que la población indígena se
convierta en obstáculo al proyecto de cualquiera de los ejércitos, dinámica que
tiene su manifestación en los hechos de violencia de los que son objeto.

Los impactos de la guerra para los pueblos indígenas son variables, no es posible
decir que la afectación se expresa del mismo modo y dependerá de factores
demográficos, capacidad político organizativa, fortaleza de la institucionalidad
tradicional y capacidad para generar consensos orientados a la negociación
con las fuerzas en conflicto. Pero independiente de los contextos culturales y
demográficos, el impacto de la guerra sobre las poblaciones indígenas es
dramático cuando se observan los homicidios políticos, los cuales en el período
2000-2004 llegan a una tasa que es tres veces la nacional, que ya de por sí es
una de las más altas del mundo. Igualmente de los 92 pueblos que se distribuyen
en la geografía nacional, los reportes señalan que 37 de ellos son afectados por
el homicidio político y 21 de ellos presentan una tasa superior a la nacional.

El análisis de la violencia política contra los pueblos indígenas permite concluir


que ésta es un elemento estructural, pero que también ha sido estructurante de
la relación con la sociedad mayoritaria y dominante. La memoria de estos pueblos
está llena de hechos violentos y de resistencia a los mismos, que abarcan los
cinco siglos que corren desde la colonización y conquista con el consecuente
despojo territorial, la imposición política y la integración cultural. El etnocidio
como marca histórica, tiene la otra cara que habla de la resistencia, en algunos
casos oculta, en otros abierta, al final la síntesis del camino recorrido se descubre
en 92 pueblos indígenas que hoy sobreviven, unos en procesos de transformación
cultural no voluntaria, casi la mitad en situaciones de riesgo de desaparición
física o étnica y la gran mayoría refugiados en zonas de baja capacidad agro-
productiva.

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

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EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA
POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Contra las violencias estructurales que han debido enfrentar los pueblos indígenas
en Colombia, se desarrolla y crece el movimiento indígena a partir de la década
de los setenta del siglo pasado. Movimiento social que funda su política y se
moviliza en torno a la recuperación de sus territorios expropiados, al derecho a
gobernarse y a aplicar su propia justicia, a la adopción de modelos económicos
autónomos, a la definición de planes de control del cambio cultural y a la
afirmación de su identidad o a la recuperación de ella, como fue la motivación
de algunos pueblos. Este despertar indígena culmina su primera fase en 1982
con la fundación de la Organización Nacional Indígena de Colombia ONIC. A
partir de entonces, se evidencia la presencia política diferenciada, legítima y
reconocida del movimiento indígena en el contexto nacional. Una segunda fase
que se desarrolla hasta 1991, caracterizada por la continuidad de las acciones
de recuperación de tierras, lo mismo que la búsqueda de reconocimiento legal
de sus territorios y gobiernos propios, culmina con la participación indígena en
la Asamblea Nacional Constituyente realizada en 1991.

Entre 1992 y 1996 tiene lugar una tercera fase, los pueblos indígenas y sus
organizaciones viven un período de expectativa y optimismo ante los derechos
constitucionales conquistados y una creciente ampliación de su incidencia social
en el dominio nacional. En el marco de las campañas conmemorativas del Quinto
Centenario la mayoría de organizaciones indígenas se involucran en la formulación
de propuestas de ordenamiento territorial, regímenes jurisdiccionales internos,
construcción de espacios de interlocución con el Estado; esta fase es también
de inserción de organizaciones y líderes en el dominio de la participación
electoral, un grueso número de dirigentes indígenas se ven integrados en esa
nueva dinámica. Desde 1997 hasta el 2004 se configura una cuarta fase, llamada
por algunas organizaciones de “resistencia a la guerra”, que corresponde a la
incorporación de los pueblos indígenas en el sistema de guerra interna, que de
manera evidente determina sus comportamientos políticos y organizativos.

La información disponible permite identificar que la violencia política contra los


pueblos indígenas está directamente relacionada con las diferentes etapas del
despertar indígena. El Sistema de Información sobre Pueblos Indígenas de
CECOIN muestra que entre 1974 y 2004 se registran, en todos los años,
violaciones individuales a los derechos humanos e infracciones al Derecho
Internacional Humanitario. Las 6.726 violaciones registradas en el período, de
las cuales 1.869 corresponden a asesinatos políticos contra dirigentes y
autoridades, indican que la guerra ha afectado de forma sistemática a los pueblos
indígenas en los últimos 30 años y es una constante en su proceso de
conformación política. (Tablas 1 y 2)

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EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

Se trata, no obstante, de una violencia política que va cambiando su sentido,


intencionalidad y contexto. Es claro que en las dos primeras fases, la de ascenso
del movimiento indígena entre 1979 y 1982, y su consolidación que abarca
1982-1991, la violencia que se ejerce es de corte gamonal. Son los terratenientes,
lo mismo que algunos narcoterratenientes que ya empezaban su ascenso
económico, quienes se movilizan y actúan contra los indígenas, por identificar
en ellos a quienes compiten y ponen en cuestión su poder político y de control
territorial. Contribuye a esta situación el hecho de que el movimiento indígena
era marginal dentro de la política nacional y sus enemigos eran el poder político
local como una extensión de los terratenientes.

La irrupción de los indígenas en la escena nacional con el proceso constituyente


dio un respiro a las luchas indígenas. De 1992 a 1996 se crea un contexto de
legitimidad y de prelación de sus derechos sobre los intereses de los gamonales.
Sin embargo, trajo aparejada una visibilidad ineludible frente a los actores
armados que ya estaban en plena consolidación, quienes empezaron a verlos
como actores políticos a los cuales ganar, subordinar o destruir en una fase en
la cual el conflicto armado pasó a niveles definitorios. Así, en el período actual
de la violencia política contra los pueblos indígenas, de 1997 a 2004, por
efecto de la dinámica de la guerra las poblaciones indígenas aparecen de alguna
manera integradas en ella, siendo manifiesto que pesar de su resistencia se ven
obligadas a responder a los imperativos de una guerra que trasciende sus
territorios e intereses locales.

La evolución del conflicto armado interno en Colombia como en los territorios


indígenas enseña que la correlación entre violencia política y conflicto armado,
no solo se expresa en la perspectiva de violación a los derechos humanos e
infracciones al DIH, sino en el papel estructurante que la violencia política ha
tenido en la conformación del Estado y de la sociedad civil colombianos, en la
definición de la territorialidad y la economía, y su carácter articulador de los
modelos societales rural y urbano, situaciones en las cuales la realidad indígena
ha estado articulada.

El conflicto armado interno colombiano se configura en una relación crítica entre


condiciones materiales y elecciones políticas de los actores. Por un lado, en el
campo han persistido estructuras sociales, políticas y económicas esencialmente
polarizadas: discriminación social, régimen político excluyente, inequidad
económica extrema; situaciones que facilitaron y siguen facilitando la acción
política antisistémica, escogida voluntariamente por actores armados como una
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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

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EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

propuesta de construcción de Estado; por el otro lado, estos actores anti-


sistémicos deciden acudir a la acción militar luego de una interpretación política
en que se concluye la ausencia de canales institucionales para tramitar los
conflictos, mientras los sectores dominantes adoptan una respuesta legal e ilegal
a este desafío insurgente, y ambas dinámicas modifican así mismo las estructuras
sociales, políticas y económicas del país, constituyendo de hecho al Estado.
Ésta es en su mayor parte la tesis central del libro de González, Bolívar y Vásquez,
que apunta a una interpretación compleja del conflicto, y a su carácter
estructurante de la estatalidad colombiana (González et al, 2002). Lo importante
de este enfoque es que no niega el papel facilitador, aunque no directamente
causal, de las condiciones sociales, económicas y políticas en la generación del
conflicto, ni reduce los actores sociales a simples epifenómenos de esas
condiciones. En esta óptica, ni la guerra es inevitable ni es caprichosa;
profundizando dicha tesis, la expansión territorial de los actores armados no
obedece ni a simples disponibilidades económicas de los territorios ni a
veleidades militaristas.

Sin embargo el reconocimiento del conflicto interno como político y no


determinado solo por intereses económicos inmediatos de los actores armados,
que está a la base del presente estudio, no es suficiente para responder a la
relación que existe entre una guerra esencialmente política y una realidad
esencialmente degradada de violencia contra las comunidades indígenas. En
eso radican gran parte de las prevenciones existentes en las comunidades y
líderes indígenas ante una interpretación de la guerra desde la óptica exclusiva
de las estrategias de construcción de Estado por parte de los actores armados.

Se requiere resolver cómo es que una guerra política se ha transformado en una


guerra donde la disputa de recursos económicos acapara gran parte de las
acciones militares y en la cual la violencia contra las comunidades pareciera
negar el carácter político de la misma. Dos componentes son relevantes al
respecto: la existencia prolongada del conflicto en forma larvada y la rápida
transformación y escalada del mismo en los últimos ocho años.

El carácter marginal del conflicto armado en Colombia durante muchos años


produjo una tendencia a la coexistencia entre los aparatos armados y a acciones
de guerra de baja intensidad (hostigamiento y neutralización), en tanto la guerrilla
no fue considerada por los militares ni por el gobierno de los Estados Unidos
como un desafío al establecimiento. Es así como la vieja estrategia de acumu-
lación para la insurrección urbana adoptada por la guerrilla agraria de las FARC
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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

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EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

no llega a constituirse en desafío al poder desde el aparato militar, igual que la


estrategia de Guerra Popular Prolongada del EPL no logró cubrir en su momento
el territorio nacional, y la estrategia combinada de guerra de liberación e
insurrección popular del ELN y M19 fue derrotada militarmente1 . Por efecto
de la prolongación de la guerra, y en tanto sus actores principales estuvieron
durante décadas en un impasse cómodo que les permitió reproducirse y crecer
sin ponerse en riesgo los unos con los otros, de tal forma que la insurgencia
ejercía control en las zonas de colonización, los militares dominaban los espacios
de latifundio, el Estado lograba reproducir su relativo control y la actividad
económica se desarrollaba sin grandes traumatismos. Estas condiciones
terminaron creando un “sistema de guerra” que adoptó una lógica más allá de
las intenciones y los intereses de los actores. El término “sistemas de guerra”
asumido por Nazih Richani, se refiere a:
a) el fracaso de las instituciones, de los canales y de los mecanismos políticos
prevalecientes para mediar, arbitrar, o tramitar conflictos entre grupos sociales
y políticos antagónicos; b) el nivel de éxito de los antagonistas para adaptarse al
conflicto mediante el establecimiento de una ‘economía política positiva’, a través
de la acumulación de activos políticos y económicos que hacen que la guerra
sea la mejor opción disponible, dados el equilibrio de poder y los altos costos de
la paz; y c) un equilibrio de fuerzas entre los grupos o actores en conflicto que
resulta en un cómodo impasse. (Richani, Nazih, Sistemas de Guerra, 2003).

Ésta es la situación creada a partir de una guerra de baja intensidad, diseñada


por los ideólogos de la seguridad nacional para controlar países en paz, aplicada
a una insurgencia que mayoritariamente actuaba subordinada a una estrategia
insurreccional urbana que no avizoraba su realización.

La incorporación del narcotráfico y los paramilitares en este sistema en la década


de los ochenta facilitó una escalada del conflicto. En el nuevo contexto la lógica
que mueve a los actores implica un cambio en el significado de los recursos

1
Desde la década de los sesenta las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FARC,
grupo guerrillero que encarna la tradición de guerra campesina, se constituye en el principal
actor armado y su acción se proyecta hasta el período actual. El Ejército Popular de Liberación
EPL de origen maoísta tiene importancia hasta mediados de los noventa, momento en el que
asume la negociación como alternativa frente a la derrota militar. El Movimiento 19 de Abril M19
cobra vida hacia los setenta y el proceso de negociación los lleva a convertirse en actores
políticos de primer orden en la Asamblea Nacional Constituyente de 1991. El Ejército de
Liberación Nacional ELN, como las FARC, son los grupos que en la actualidad asumen la
guerra en diferentes puntos del país.

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

para la guerra: nada, ni recursos, ni personas, deben quedar exentos de ser un


medio para ésta. La nueva etapa del conflicto implica que tendencialmente quedan
subordinadas las lógicas económicas y políticas a la lógica del conflicto; mientras
en un principio la guerra se hace para defender intereses económicos, ahora los
intereses y necesidades de ésta tienden a subordinar la economía y los intereses
estratégicos de los actores. Los fines se mantienen, la defensa o el ataque de un
modelo de economía y poder, pero las dinámicas ya no corresponden a esos
fines, incluso, se desarrollan estrategias que contradicen o ponen en riesgo los
modelos de economía y poder que se defienden.

En el caso de los pueblos indígenas, el ataque a sus gobiernos y territorios,


adquiere significado por ser obstáculo al logro de los intereses propios del sistema
de guerra: como el reclutamiento de jóvenes indígenas, el paso por los territorios,
la disponibilidad alimentaria, las rentas de protección. Todos los actores armados
hacen una lectura militar de las posiciones políticas indígenas siendo secundario
para los grupos armados proteger a las comunidades de apoyo y prioritario
neutralizar y destruir las posibles bases de los enemigos.

En tal contexto las consideraciones políticas se subordinan a las militares: “la


única forma de lograr los objetivos sociales y políticos, es ganarlos en lo militar”
(Richani, 2002). Una orientación político-militar centrada en el control territorial
y de poblaciones, típico de la constitución o defensa de los Estados,
necesariamente choca con el proyecto indígena. En desarrollo de un interés
estrictamente militar y sus exigencias operativas inmediatas, los actores armados
fundan su estrategia en el reclutamiento constreñido de hombres-arma, el control
y neutralización del acceso a las fuerzas enemigas, el suministro de material de
guerra, el control de corredores para la movilidad para la acción y el repliegue,
y el debilitamiento de las fuentes de recursos del adversario. Se acude a
prácticas de imposición, reclutamiento, asesinatos, intervención en ámbitos de
los gobiernos y la ley indígena. En consecuencia, es consustancial a la degradación
del conflicto, el desprecio por los derechos humanos y el Derecho Internacional
Humanitario.

En este escenario las organizaciones indígenas se ven inducidas a interpretar la


incursión de las guerrillas, los paramilitares o el ejército en los territorios indígenas,
lo mismo que el ataque a sus líderes y autoridades, como parte de un plan de
esos actores por «tomar nuestros territorios y recursos naturales» o «liquidar
nuestras autoridades». No obstante, esta lectura “victimista” no capta
debidamente que se presenta una inclusión plena de los indígenas en la lógica
de la guerra y la imposibilidad de excluirse de ella.
26
EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

Estos dos enfoques generales del análisis se pueden corroborar con una
descripción de las diversas etapas de la violencia política contra los pueblos
indígenas.

Período de formación de la territorialidad


indígena (1953-1970)

Varios autores coinciden en que “la manera como se pobló el país y se organizó
la estructura económica y social, desde los tiempos de la Colonia española,
creó las bases de un problema agrario que hasta el día de hoy permanece sin
solución” (González et al, 2003). Este problema entendido como “agrario” desde
la mirada del sujeto campesino excluido, es al mismo tiempo el problema
“territorial” del sujeto indígena despojado y desterritorializado, y luego expulsado
y desplazado. Lo que se pone en evidencia con la revisión histórica, es que el
surgimiento y la expansión del conflicto armado ha evolucionado a la par como
se ha ido construyendo la territorialidad indígena en las tres últimas décadas.

Esta correlación está asociada a tres dinámicas territoriales y de poblamiento


que se dieron en el país desde el siglo diecinueve hasta el presente. La primera
corresponde a los procesos de expropiación y desterritorialización de los pueblos
indígenas iniciada con la expedición de la Ley 11 de 1821 que consideró a los
indígenas libres e iguales a los demás colombianos y ordenó la repartición de
los Resguardos2 , empujando a varios de los indígenas a las áreas montañosas y
boscosas, y expulsándolos de las tierras productivas o convirtiéndolos en
jornaleros, aparceros y otras variantes de la economía campesina (Triana, 1979).
Esta dinámica configuró casi en su totalidad la territorialidad de los pueblos
indígenas de la zona Andina, hizo converger parcialmente los intereses indígenas
y campesinos en esta región y les hizo compartir la condición de pobreza
económica.

2
En desarrollo de estas disposiciones de corte liberal en 1832 se repartieron (en parcelas
familiares de 30 hectáreas) los resguardos de Coyaima y Natagaima que en corto tiempo
terminaron enajenados a favor de un campesinado ejidatario que reclamaba derechos; similar
situación ocurrió con los resguardos de Cañamomo, San Andrés de Sotavento, Güicán y
Cocuy. (ONIC, 2002c).

27
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

La segunda dinámica es la ampliación de la frontera agrícola y la colonización


campesina que tiene lugar desde mediados del siglo pasado y que nuevamente
presiona los territorios indígenas. Esta vez son los campesinos desplazados por
la violencia política experimentada en la década de los cincuenta, quienes en los
territorios indígenas de refugio en la zona Andina, como en las fronteras de
selva y tierras bajas, comparten con los pueblos indígenas una realidad conflictiva
por el acceso a la tierra y a los recursos.

La tercera dinámica de poblamiento corresponde a la crisis agraria que se vive


en la década de los setenta, la cual desencadena la colonización de cultivos
ilegales, proceso que tiene como espacio los territorios no integrados y zonas
altas de montaña, muchos de los cuales son contiguos a territorios indígenas o
eran áreas tradicionales de algunos pueblos (Fajardo, 2004).

Los procesos de colonización campesina de mediados del siglo pasado se


desarrollaron en respuesta a fenómenos de exclusión y mantuvieron por tanto
expectativas sociales de inclusión a mediano plazo. Pero la historia de esta
colonización muestra que su forma fundamental fue el establecimiento de
economías locales y regionales de pequeña escala, escasamente integradas a
los circuitos nacionales, fenómeno que algunos han llamado de inserción precaria,
y que se caracteriza por participar de estructuras políticas también fuertemente
localizadas de corte gamonal. El resultado ideológico de este proceso fue una
dislocación de los referentes nacionales, como lo denomina Pecault (1988). La
lógica territorial campesina fue perfectamente compatible con la de los anfitriones
cuando se presentó en territorios indígenas, que hicieron parte de las redes de
complementariedad. Ciertamente era un proceso de doble faz, porque implicaba
también el traslado de modelos económicos, mentalidades, figuras políticas,
sistemas culturales, de origen no indígena; pero en la mayoría de los casos se
trató de procesos de mutua asimilación cultural.

Este proceso estaba determinado por lógicas expansivas de los terratenientes y


de modernización del Estado que, cruzaban tras las trochas abiertas por los
colonos y que rechazaban sus modelos autárquicos y pretendían los mismos
territorios (Molano, 1987: 452). En una situación política de esta característica,
la izquierda revolucionaria de la época “propone una estrategia”: la defensa de
las economías campesinas mediante grupos armados milicianos en perspectiva
de resistencia a la inclusión subordinada; como respuesta el establecimiento
por su parte se manifiesta enemigo de toda autonomía territorial en el marco del
28
EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

Estado3 . De esta forma, los territorios indígenas fueron incluidos tanto en la


estrategia de la insurgencia como en la del Estado. La lógica sistémica llevó a
que la colonización armada de la izquierda abriera espacio a la ampliación de la
frontera terrateniente.

Así es como en el nacimiento las FARC, en los años sesenta en el sur del Tolima,
participaron varios grupos de guerrillas liberales conformadas por indígenas de
la región. Esta guerrilla que se expandió a las zonas de colonización del
piedemonte amazónico, en su dinámica de formación es acompañada por familias
Pijaos y Nasa que fueron a vivir en departamentos como Meta, Vichada,
Caquetá. Igualmente el EPL tuvo su proceso de formación en el Alto Sinú y en
las sabanas de Córdoba y Sucre, y en el marco de sus acciones bélicas se
dieron las luchas indígenas por la recuperación de los territorios del Gran
Resguardo Senú. Procesos similares de simbiosis en la configuración territorial
indígena se dieron en el Cauca y Nariño, y más tarde en Vichada. En esa medida,
también los indígenas aprovecharon el ascenso de la lucha campesina y guerrillera
para mantener dinámicas de expansión y recuperación territorial. No es extraño
que los grupos armados en la actualidad estén en territorios de pueblos indígenas,
es claro que tal territorialidad en algunos casos llega a constituirse en el marco
mismo de las acciones armadas. Un reto de posteriores investigaciones es el
profundizar en este aspecto, que por razones políticas ha sido dejado de lado.

Período de la violencia gamonal (1970-1991)

Las luchas que los pueblos indígenas emprenden a partir de los años setenta, se
articulan y contextualizan en el escenario de debate y confrontación que las
organizaciones campesinas asumen para la época respecto al derecho a la tierra.
La movilización campesina, que a lo largo de una década asume la recuperación
de la tierra como una alternativa política, es en ciertas regiones un proceso en el
que se integran pueblos indígenas, en algunos casos en pro de recuperar sus
antiguos resguardos, mientras en otros en procura de satisfacer sus necesidades
de tierra.

3
En 1964 Álvaro Gómez Hurtado, líder de la derecha colombiana, denuncia en el Senado la
existencia de Repúblicas Independientes, dando paso a la operación LASO (Latin American
Solidarity Operations) que atacó los colonos de Marquetalia, uno de los gérmenes de las
actuales FARC.

29
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Es éste el escenario en el que se constituyen las modernas organizaciones


indígenas, que en oposición al poder terrateniente y al control político ejercido
por el gamonalismo, afirman un proyecto de corte autonómico y de
reconstrucción territorial.

En la primera etapa de ascenso del actual movimiento indígena colombiano, la


violencia que se ejerce contra la población indígena proviene del poder gamonal
aliado con la fuerza pública, que actúa fundamentalmente en defensa de intereses
territoriales directos. Los datos disponibles en el Sistema de Información sobre
Pueblos Indígenas de CECOIN4 sobre hechos ocurridos en la última parte de
esta fase inicial, señalan a terratenientes, colonos y grupos armados al servicio
de éstos como los directos responsables de la mayoría de los asesinatos políticos,
al tiempo que las amenazas y detenciones arbitrarias corresponden a la fuerza
pública. Esta situación es consistente con el propio desarrollo del conflicto
armado colombiano, en el cual el poder terrateniente se comportaba
esencialmente como poder político local.

Casi la totalidad de las violaciones en 1974 corresponden a indígenas Nasa del


Cauca, víctimas de represalias cometidas por la policía en unión con fuerzas
privadas de los terratenientes o “pájaros”. El año de 1975 es especialmente
crítico, ocurre una matanza de Emberá Katíos en Chocó por parte de
terratenientes que pretenden ejercer control de la producción de oro propiedad
de los indígenas; ese mismo año, los Coconuco de Puracé son víctimas de fuertes
agresiones de la fuerza pública y los pájaros de los terratenientes, dichas
agresiones son la respuesta a las recuperaciones realizadas por los indígenas de
predios. Los dos años siguientes, Nasas y Coconucos, siguen siendo víctimas
de las agresiones de terratenientes y policía, que reprimen la acción de
recuperación de tierras en distintos puntos del departamento del Cauca (Ver
Mapas 1974 y Período 1974-1981).

De 1978 a 1982 son años especialmente graves para los pueblos indígenas del
Cauca, Tolima, Caldas y Chocó, como resultado de la aplicación del Estatuto de
Seguridad impuesto por el gobierno de Turbay Ayala; las detenciones arbitrarias y

4
Para una revisión de los hechos de formación del movimiento indígena y los primeros años de
la violencia política contra indígenas, ver Unidad Indígena 1975-1986; Unidad Álvaro Ulcué
1986-1992.

30
EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

las torturas cubren la mayoría de los casos. Entre 1985 y 1986 se amplía a varios
pueblos y departamentos la violencia política registrada; los Dujos, Emberá, Emberá
Katío, Pijaos y Nasa, son los afectados. 1987 y 1988 representan un salto relevante
en la intensidad de la violencia, aunque se mantienen los mismos pueblos y
departamentos, aparece por primera vez el Amazonas donde los Tikunas fueron
víctimas de una masacre por parte de la policía asociada a intereses del narcotráfico.

En estos años en mayor grado debieron vivir la violencia los pueblos indígenas de
Chocó y Cauca, especialmente como resultado de la intervención del Ejército y de
otros actores violentos (terratenientes y narcotraficantes). Esta etapa parece detenerse
hacia 1989 y 1990, con un último coletazo en 1991, cuando las matanzas de indígenas
Nasa por paramilitares y las detenciones y asesinatos de Pijaos por las fuerzas del
Estado, disparan los registros.

La constante es el uso por parte de los grandes terratenientes, de narcotraficantes y


en algunos casos por parte de colonos medianos, de grupos armados que se
constituyen en precursores de los paramilitares de los años noventa o directamente
de la policía para resolver los conflictos de tierras (Gráfica 1). Este tipo de eventos
se concentra especialmente entre los pueblos Senú, Pijao, Nasa y Emberá; se
destacan las masacres del Alto Andágueda en mayo de 1987 bajo responsabilidad
de un grupo llamado los Montoyas entrenado por el Ejército, evento en el que
pierden la vida más de 70 Emberá y otros 18 fueron desaparecidos en disputa por
el control del enclave minero; también hacia el Cauca en diciembre de 1991 se
sucede la masacre del Nilo, cuando un grupo armado al servicio de un narcotraficante
y con la permisividad del Ejército y la policía asesinó a 20 indígenas Nasa, dentro
de las modalidades de expansión territorial narcolatifundista.

En el gobierno de Turbay Ayala hacia finales de los setentas, se da tratamiento


contrainsurgente a las luchas indígenas por parte del Estado, especialmente con las
masivas detenciones de líderes del CRIC. Este tratamiento estatal corresponde
más a un discurso de legitimación de la represión que a una interpretación del conflicto
y de los actores, pues se trata de defender claramente la propiedad territorial y
reprimir a los llamados “invasores”.

Los casos de asesinatos y amenazas directas por parte del Ejército, la Armada
y la Policía Nacional, para este período se inscriben en el marco de la estrategia
contrainsurgente y no se presenta asociación alguna con acciones realizadas
por grupos paramilitares. El paramilitarismo todavía se entiende como
gamonalismo armado y no se le vincula a una estrategia estatal. Es en este período
cuando la población indígena del Cauca estructura su propio grupo armado, el
31
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

32
EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

Comando Quintín Lame, en el que identifica una opción de autodefensa frente a


la presión terrateniente, pero también para enfrentar el Ejército y ocasionalmente
a las FARC.

La geografía de la violencia política durante este período enseña que las luchas
indígenas ocurren alrededor de la recuperación de la tierra y se concentra tal
acción en departamentos como Cauca, Tolima, Córdoba y Nariño. Sin que
exista una correlación estrecha entre los centros de movilización indígena y los
lugares en que se concentra la acción armada; la violencia insurgente estaba
más en función de la lucha por la tierra de indígenas y campesinos que como un
factor determinante de la acción colectiva indígena. Por su parte, las
“motivaciones” de las acciones que en principio se podrían considerar como
violencia racista ocurridas en este período (“atacados por ser indios”) son
descritas como atenuantes de las acciones violentas más que como motivos
directos o inmediatos.

La causalidad de la violencia política en el campo, en toda esta época, ha sido


explicada en función de la lucha por la tierra y es en esa perspectiva como la
entienden, tanto las organizaciones indígenas como los analistas de las luchas
agrarias de los setenta y ochenta (Zamosc, 1984: 36 y ss). Aunque existen
casos de violencia política ligados al control sobre recursos, especialmente
mineros y madereros en el Pacífico, y coca y madera en la Amazonia, la mayoría
corresponden a la categoría de lucha por la tierra. No se vislumbra ni en los
discursos indígenas ni en las luchas concretas, una idea de territorialidad indígena
nacional, pues tal idea será elemento clave a lo largo de la década de los noventa
e irrumpirá con la noción de pueblo y de otros valores derivados del concepto
de autonomía.

La Constitución Política de 1991 y el nuevo


orden territorial. 1992-1996.

La Convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente en el año 19905 da


paso a un proceso de relegitimación del Estado, cuestión que se deriva de las
expectativas generadas alrededor de la nueva Constitución Política promulgada

5
Los pueblos indígenas de Colombia, en el momento en el que se expide la nueva Constitución
Política en 1991, disponen ya de cerca de 25 millones de hectáreas, que estaban amparadas en
246 resguardos. Esta área representaba el 22.2% del total del territorio nacional (Roldán, 1993).

33
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

34
EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

en 1991 y que cambia igualmente las perspectivas de acción de las organizaciones


indígenas. En los años siguientes los indígenas disminuyeron los actos de
recuperación de tierras y pasan a desplegar su proyecto de ordenamiento
territorial con base en el Artículo 286 de la nueva Constitución Política6 , se
repliegan los diferentes grupos paramilitares existentes a una intensa
contrarreforma agraria al tiempo que configuran su proyecto nacional, mientras
la insurgencia profundiza su replanteamiento estratégico expansivo y se concentra
en repeler la Guerra Integral decretada por el gobierno de César Gaviria en
1990. Esta nueva situación se expresa en una disminución ostensible de las
infracciones al Derecho Internacional Humanitario.

Durante este período los casos de violencia contra indígenas disminuyen


significativamente, 50 casos por año en promedio, cifra relativamente baja
respecto a años como 1988 y 1991. El puente de este período con el siguiente,
de inclusión plena en el conflicto armado, se presenta en 1996 con situaciones
como las vividas por el pueblo Senú que sufrió uno de sus años más dramáticos
como resultado de los asesinatos causados por los paramilitares y la insurgencia
en lo que fuera la primera gran batalla por el control de los pueblos indígenas, y
en el caso de los paramilitares, por pasar de sus acciones punitivas contra los
invasores de tierras, a formas de control territorial en el departamento de
Córdoba (Gráfica 2; Mapa Período 1992-1996).

Más importante que los hechos de violencia política directa, lo que resulta
trascendental para los pueblos indígenas en este período son los cambios
silenciosos que iban sufriendo la insurgencia y los paramilitares, sus
replanteamientos estratégicos y la modificación en la composición de clase de
la guerra7.

6
Artículo 286 de la Constitución Política colombiana: “Son entidades territoriales los
departamentos, los distritos, los municipios y los territorios indígenas”. Subrayados nuestros.

7
Fernán González et al (2003) sostienen que entre 1990 y 1994 la muerte de Rodríguez Gacha en
1989 y la disputa interna entre narcoparamilitares, significaron una reducción de acciones
paramilitares y su estancamiento. A lo cual se agrega el proceso de contrarreforma agraria que
los narcotraficantes aliados con los militares venían desarrollando desde finales de los ochenta
principalmente en el Magdalena Medio, el cual modificará el papel mismo del paramilitarismo
que estaba a su servicio; mientras en los ochenta su comportamiento es totalmente funcional
a la contrarreforma agraria de hecho, realizada con una típica lógica gamonal, en los noventa
pasan a funcionar como ejércitos mercenarios que defienden el nuevo orden territorial de la
lumpen-burguesía emergente . (Reyes Posada, 1998).

35
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

36
EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

El lapso que va de 1990 hasta 1994 caracterizado por una disminución de las
acciones de los grupos paramilitares y en general de la insurgencia y el Ejército,
es una fase de transición hacia la construcción de una nueva visión, donde lo
territorial aparece como núcleo y como determinante de la conducta futura de
los actores armados.

El fracaso de las negociaciones entre el gobierno de Betancur y las FARC,


sellado con la muerte de más de 3.000 militantes de la UP en la década de los
ochenta, significó una ruptura de su estrategia insurreccional y el cambio paulatino
hacia una estrategia de guerra prolongada de tipo maoísta8 ; este proceso, que
venía desde la VII Conferencia de 1982 que declaró su transformación en Ejército
del Pueblo, se formalizó en su VIII Conferencia en abril de 1993 cuando se
define la conformación del Movimiento Bolivariano, se rompe claramente el
vínculo con el Partido Comunista, se evalúan positivamente los planes de
copamiento de la Cordillera Oriental y se definen planes de expansión que
modifican el carácter larvado de la guerra y la plantean como estrategia clara y
viable de poder9. Tal transformación fue posible por las rentas de protección
derivadas del control de los territorios cocaleros, y significó principalmente el
salto de menos de 40 frentes a más de 100 en todo el país.

La visión territorial de la insurgencia


y el para-Estado

Interesa para el análisis el cambio en la estrategia insurgente, ésta se basa en


caracterizar la nueva fase como de “equilibrio estratégico”, que implica
prepararse para dar golpes a las fuerzas armadas, bloquear el conjunto de la
economía y sitiar los centros neurálgicos del poder. La definición del plan de

8
En sus orígenes las FARC (pero sobre todo las ligas campesinas armadas) fueron de hecho
una organización de corte maoísta como lo era la mayoría de las organizaciones de izquierda del
tercer mundo con crisis agrarias profundas. La ruptura sino-soviética a mediados de los sesenta
les planteó un dilema que se resolvió a favor de la tesis insurreccional, en la cual la autodefensa
o milicia campesina se subordinaba a la estrategia obrera urbana. La caída de la URSS y derrota
de clase obrera en el continente a fines de los ochenta marca el nuevo proceso.

9
Para una historia de las negociaciones de las FARC y el Estado en la década de los noventa,
la posterior guerra sucia y los replanteamientos estratégicos, ver: Arenas, Jacobo (1985; 1988;
1990a; 1990b); Buenaventura (1985); Rangel (1998).

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

38
EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

expansión guerrillera no solo es un desafío a la hegemonía del Estado, sino la


puesta en marcha de un ordenamiento territorial contraestatal. Es también la
transformación de las prioridades de la actividad política; teniendo en cuenta
que se presume el equilibrio estratégico, en esta fase la insurgencia ya no busca
“ganarse” la población políticamente, sino que su mayor preocupación viene
siendo “controlar la población como parte del dominio territorial”; esto se
evidencia en la modificación de los planes de inserción, que ya no se guiarán
por la existencia de regiones con conflictos campesinos donde se tiene incidencia
política (por ejemplo la región del Sumapaz), sino por regiones que tienen
importancia para el despliegue estratégico de las fuerzas militares, especialmente
Bogotá, Cali y Medellín. Alfredo Rangel describe este proceso como parte de
la estrategia de guerra irregular.

Las FARC-EP ha aplicado este principio de la guerra irregular de manera


muy hábil mediante una doble estrategia de expansión territorial. Una estrategia
centrífuga, que busca extender la confrontación hasta los lugares más
apartados del país y cuyo propósito es dispersar la acción de las fuerzas
militares, y otra estrategia centrípeta, que concentra su actividad en zonas de
muy alto potencial desde el punto de vista económico y de mucho valor e
importancia desde una óptica política y estratégico-militar. Aún cuando estas
tendencias sean aparentemente contradictorias, son en realidad muy
complementarias y estimarlas así ayuda a explicar lo que una mirada
desprevenida podría apreciar como una expansión caótica y azarosa de la
guerrilla por todo el territorio nacional”. (Rangel, Alfredo, 1997. Las FARC-
EP: Una mirada actual, p. 6).

Esta dinámica fue respondida por los paramilitares, que de defender intereses
locales o a lo sumo regionales pasan a conformar un único mando ligado a la
estrategia nacional contrainsurgente de las cúpulas militares, el cual subordina
los comportamientos “privados” que le dieron origen y al mismo tiempo definen
un plan de expansión nacional. Tal transformación tiene lugar con la conformación
de las Autodefensas Unidas de Colombia AUC en abril de 1994, el traspaso de
un grupo importante de oficiales del Ejército de alto rango y soldados a las filas
paramilitares, y la definición de planes de re-conquista territorial basados en la
destrucción del tejido social en las zonas donde se asienta la guerrilla.

La actuación paramilitar sufre cambios sustanciales: el paramilitarismo gamonal


y mercenario, con el cual se alió y el cual utilizó el Ejército en los ochenta,
evoluciona a un paramilitarismo más claramente dirigido por una estrategia
39
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

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EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

nacional y un proyecto territorial regional. Este cambio se hace evidente al


comparar una guerra gamonal como la del Magdalena Medio para sacar del
escenario a la Unión Patriótica que disputaba su hegemonía en los ochenta, con
la guerra por el Urabá en los noventa donde la liquidación de la UP da paso a
un liderazgo político directamente ligado con el Ejército.

La inclusión de los pueblos indígenas


en la guerra. 1997-2004.

La breve tregua post-constitucional termina en 1997, cuando se inicia un fuerte


incremento de la violencia política que se sostiene hasta el presente. A partir de
entonces los territorios indígenas que son afectados por hechos de violencia
coinciden con las del conflicto general, a diferencia del primer período cuando
tienen una geografía y dinámica específicas.

Mientras en 1996 solo 14 municipios de 9 departamentos registran hechos de


violencia política contra indígenas, en 1997 el número de municipios se dispara
a 44, en 16 departamentos (Ver Mapas 1996 y 1997). El fenómeno más relevante
es Antioquia, donde son afectados Mutatá, Frontino, Dabeiba, Apartadó, Turbo,
Yondó, Chigorodó, El Bagre y Urrao, la mayoría ubicados en la zona de disputa
de los paramilitares y el Ejército con las FARC, y que afectó principalmente al
pueblo Emberá Katío. Chocó en esa época ingresa a la geografía del conflicto
como resultado del desplazamiento territorial de las AUC para controlar la salida
al Pacífico y contrarrestar los planes de expansión de la guerrilla definidos por
ésta en la VIII Conferencia; es así como se integran a esa dinámica, los municipios
de Bojayá, Quibdó, Riosucio, Carmen de Atrato, Medio Atrato, Unguía y Tadó,
municipios en los que se registran cifras elevadas de violencia contra poblaciones
indígenas. En el departamento de Córdoba, especialmente en San Andrés de
Sotavento, se afirma la arremetida paramilitar contra los Senú dirigida a controlar
los Cabildos menores y el Cabildo Mayor, a los que acusan de estar dirigidos
por grupos insurgentes activos o desmovilizados. Son los departamentos
contiguos al Urabá, Antioquia, Córdoba y Chocó, en los que se registran la
mayoría de los casos de desplazamiento masivo o colectivo forzado, afectando
especialmente a los Emberá Dobidá y los Emberá Katío.

Las cifras señalan la mayor responsabilidad de paramilitares y “otros actores


violentos” en los hechos de 1997, especialmente en el caso Senú; pero muchos
fueron propiciados por los primeros que en ese momento actuaban sin reivindicar
41
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

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EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

sus acciones o no podían ser plenamente identificados por las víctimas debido
al incipiente proceso de unificación de mando que se venía dando. En Antioquia
la responsabilidad de los hechos es compartida con la insurgencia y los
paramilitares, mientras en Chocó la gran mayoría son atribuidos al Ejército y
los paramilitares, lo que muestra que en la primera región se trataba de una
disputa por ganar las bases de apoyo, mientras en Chocó la mayoría de las
incursiones orientadas a castigar y generar terror, las realizaron los paramilitares
con el objeto de desestructurar la hegemonía territorial de la insurgencia (Gráfica
3). La responsabilidad por los desplazamientos en su mayoría es atribuida a la
fuerza pública.

La misma región del Gran Urabá es la más afectada en 1998. Los departamentos
de Chocó, especialmente del municipio de Carmen de Atrato; Antioquia, en
mayor medida los municipios Mutatá, Murindó y Frontino; y Córdoba, centrado
en Tierralta, son los que reciben la mayor cantidad de violaciones. Ése es un
año crítico para el pueblo Emberá Katío; 110 de sus miembros fueron víctimas
de alguna violación a sus derechos, especialmente por parte de los paramilitares.
Los desplazamientos masivos seguían concentrándose en estos departamentos.
Por otra parte, los Emberá Chamí, en Caldas y Risaralda; los Kankuamos en la
Sierra Nevada; y los Nasa, en Valle, en Cauca, en Putumayo y en Meta; junto
con los pueblos indígenas del Tolima, de La Guajira, de Nariño y de Caquetá
son afectados en menor medida.

No son grandes los cambios en la dinámica de la violencia política el año 1999.


En Córdoba, especialmente en Tierralta, se concentra la mayor parte de las
violaciones bajo responsabilidad de los paramilitares; se trata de hechos cuyos
responsables son indígenas involucrados con grupos paramilitares, afectados
por la decisión de los Cabildos Mayores de los ríos Sinú y Verde de suspender
el corte de madera en el resguardo y aliados a la Empresa Urrá, de propiedad
estatal, constructora de la hidroeléctrica en la zona. En Antioquia la violencia se
mantiene en Chigorodó en su gran mayoría en manos de la insurgencia: en Mutatá
con responsabilidades compartidas de los diferentes actores armados; en
Frontino, Urrao y Turbo, donde los paramilitares fueron casi los únicos
responsables de los hechos.

En el departamento del Chocó, en los municipios de Bojayá, Riosucio y Acandí


se siguen registrando elevadas cifras de violencia política durante este período.
Es para este año de 1999 cuando empieza a crecer la agresión contra los
Kankuamos en el Cesar, en hechos atribuidos a los paramilitares y la insurgencia.
43
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

44
EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

Entre tanto, los Nasa aportan víctimas a este registro regularmente y sufren una
de las más grandes migraciones forzadas en Jambaló como resultado de
bombardeos indiscriminados del ejército. También ocurren hechos violentos
contra indígenas en Caquetá, Magdalena, Tolima, Caldas, Guainía, Putumayo y
Vichada.

Dos situaciones resultan relevantes en estos años. En primer lugar, la


concentración de los hechos de violencia política en la región del Gran Urabá,
en el marco de la llamada “recuperación” de Urabá, adelantada por el Ejército
y los paramilitares en los años en que gobernaba el departamento de Antioquia
Álvaro Uribe, hoy presidente de la República, mediante un procedimiento que
combinó las Cooperativas de Autodefensa Convivir, el copamiento político de
las alcaldías de la zona por personas directamente ligadas al paramilitarismo y
la continuidad de la “guerra sucia” contra los sindicatos dirigidos por la
izquierda10 . El segundo hecho, la extensión de la violencia a nuevas regiones
del país.

Estos dos fenómenos no son específicamente indígenas; González et al (2003)


muestran cómo en todo el país la violencia fue ampliándose hasta formar varios
corredores bélicos. En estos primeros años del escalamiento de la guerra, el
primero de estos corredores se formó como anillo de contención de la Costa
Atlántica, siendo las zonas más críticas justamente la Sierra Nevada de Santa
Marta y el Gran Urabá.

Esta dinámica continúa en los años siguientes para dar forma más clara al corredor
bélico del Pacífico, corredor que se proyecta desde el piedemonte amazónico
en las áreas de incidencia histórica de las FARC, razón por la cual los indígenas
del Valle y del Cauca empiezan a sufrir la más fuerte agresión. En 2000, cuando
la intensidad del conflicto adquiere las dimensiones actuales, los Nasa son las
principales víctimas de violencia política; los municipios de Popayán, Santander
de Quilichao, Buenos Aires, Caloto, Toribío, Jambaló, Páez, Piendamó y Silvia,
en el Cauca, y Pradera, en el Valle, son los afectados; salvo en Santander de
Quilichao, donde los paramilitares están en proceso de consolidación, en los
demás municipios los principales responsables son los grupos insurgentes, que
despliegan una intensa campaña para asegurar las lealtades políticas en territorios
que empiezan a ser objeto de las incursiones paramilitares y militares.

10
Para profundizar en este proceso, ver Secretariado Nacional de Pastoral Social (2001).

45
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Aunque Antioquia, Córdoba y Chocó disminuyen su participación en los casos


de violencia en el 2000, esto no ocurre igualmente en términos absolutos y
sigue siendo intensa, sobre todo en Córdoba, donde el secuestro de los miembros
de los Cabildos Mayores y el desplazamiento masivo causado por las AUC
afectaron a los Emberá Katío. Este mismo año los Kankuamos tendrán uno de
los más graves en materia de violación de derechos humanos, principalmente a
manos de la insurgencia y por los desplazamientos masivos provocados por la
acción de la fuerza pública. Entre tanto, el proceso de expansión de la violencia
continúa, los departamentos donde en mayor intensidad se experimenta el
conflicto son los de Norte de Santander, La Guajira, Risaralda, Putumayo,
Tolima, Boyacá, Caquetá, Guainía, Guaviare, Nariño, Magdalena y Vaupés.

El año 2001 es similar al anterior. De manera más clara se evidencian las zonas
de disputa territorial de los actores armados: el Cauca, la Sierra Nevada de
Santa Marta y Putumayo; este último, se incorpora en la dinámica de violencia
contra los indígenas al tiempo que se implementa el Plan Colombia. Las víctimas
son en su mayoría Nasa, especialmente por la masacre del Naya y por los
desplazamientos masivos que son responsabilidad de los paramilitares. Así como
a otros crímenes generados por la oposición indígena al intento de los
paramilitares de copar sus territorios altos en la Cordillera central y la acción
de la insurgencia contra líderes indígenas del CRIC; en 13 municipios indígenas
se registran en ese año hechos de violencia en el Cauca. En el Cesar los
Kankuamos son víctimas de la acción paramilitar, mientras los Wiwa son
agredidos por la fuerza pública.

Para este período en el Chocó se intensifica el desplazamiento forzado indígena,


fenómeno que tiene como contexto la dinámica sostenida de desplazamientos
masivos que desde 1996 se proyectaba sobre campesinos y afrodescendientes,
la cual ya involucraba a indígenas y que se mantendrá hasta el presente, asociada
a la conquista por los paramilitares del Atrato, la frontera con Panamá y el Alto
Baudó, y la reacción consiguiente de las FARC. Como resultado de este proceso,
la territorialidad privada de corte paraestatal y contraestatal (insurgente) se ha
venido sobreponiendo a las territorialidades étnicas que venían en procesos
emergentes como resultado del proceso constituyente del 91, marcadas en este
caso por los intereses de la coca y el control de rutas militares. Esta dinámica,
donde el sujeto activo son los paramilitares, busca completar el cordón de
protección del norte del país, como fue definido en los planes de expansión
paramilitar de los años noventa.

46
EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

Es el año 2002 el más intenso en asesinatos y heridos en toda la historia reciente


de los pueblos indígenas: 298. Estos hechos recaerán de forma dramática en el
Putumayo, el departamento más afectado como resultado de las acciones
militares y paramilitares en el marco del Plan Colombia; 11 municipios de los
12 donde hay población indígena registran hechos contra miembros de los
pueblos Nasa, Awá, Inga, Kofán, Siona, Uitoto, Emberá Katío, Yanacona y
Kamentzá, y en 7 de ellos ocurren eventos de desplazamiento forzado masivo.
El pueblo Nasa es el que experimenta la mayor violencia, 56 de sus miembros
son asesinados en ese año, en una población que para el Putumayo apenas
llega a 2.800 personas.

En este año 2002 igualmente el departamento del Valle, especialmente los


municipios de Florida, Pradera y Jamundí, concentran los principales hechos
violentos de los paramilitares y el Ejército contra los Nasa en una agresiva
acción para conquistar el sur del departamento produciendo desplazamientos
masivos, asesinatos, heridos y un número elevado de amenazas; al mismo tiempo
se desarrolla una fuerte campaña de la insurgencia en el norte del departamento
del Cauca para preservar el control político regional mediante el sabotaje a las
elecciones municipales, afectando gravemente a las organizaciones políticas de
base indígena (ASI y AICO), de manera que muchos de los casos corresponden
a secuestros, atentados y asesinatos de candidatos indígenas y los subsecuentes
desplazamientos; esta política de las FARC es respondida por el Ejército, que
mediante bombardeos y ametrallamientos indiscriminados produce
desplazamientos masivos en La Vega, Páez y Silvia.

En la Sierra Nevada de Santa Marta los Wiwa y los Kankuamos se ven afectados
especialmente por los paramilitares y actores no identificados, por las acciones
orientadas a ejercer control de la parte suroriental de la Sierra en los momentos
en que se presenta la “unificación hostil” de las Autodefensas de Giraldo con
las AUC. Al igual que los años anteriores, el conflicto sigue involucrando a
varios departamentos con presencia indígena; a los ya señalados, se suman
Caldas, Chocó, Antioquia, Córdoba, Tolima, Norte de Santander, Nariño,
Risaralda, Arauca, Guainía, Magdalena y Sucre.

Mirando la tendencia del período, 2002 aparece como un año especialmente


crítico en materia de asesinatos políticos; situación que no es reductible al
universo indígena y que igualmente se observa para el resto de población del
país. Esta escalada de violencia política está claramente relacionada con la
ruptura de las negociaciones del gobierno de Pastrana con las FARC, la política
47
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

posterior de castigos de las AUC contra la población civil y el sentimiento de


victoria manifestado públicamente por los voceros paramilitares que reivindicaron
controlar el 35% de los congresistas colombianos tras las elecciones de marzo
de ese año.

Aunque el año 2003 representa una disminución del 40% en el número de


asesinatos políticos respecto al año anterior, de 298 se pasa a 181, los hechos
de violencia política contra indígenas siguen creciendo especialmente en el
Cauca, que concentra la mayoría de los del país, de los cuales es responsable
principalmente el Ejército.

En la Sierra Nevada de Santa Marta, se presenta el asesinato de 55 Kankuamos


bajo responsabilidad de los paramilitares, y varios eventos de asesinatos y
desplazamiento masivo de Wiwas, Arhuacos y Koggis causados por miembros
de la fuerza pública. Hacia el Chocó, se registra más de 40 casos de secuestros
y desapariciones de Emberá y Emberá Katío en su mayoría ejecutadas por la
fuerza pública y los paramilitares. En tanto los municipios de Coyaima, Natagaima
y Ortega, en Tolima, son fuertemente afectados por acciones militares y
paramilitares contra el pueblo Pijao. Arauca es un caso dramático, pues casi la
totalidad de los indígenas Betoyes fueron desplazados luego de la tortura,
violación y asesinato de varias mujeres, incluida una joven embarazada, acciones
ejecutadas por el Ejército que actuaba como grupo paramilitar. En este panorama
también están Putumayo, Vaupés, Risaralda, Antioquia, Caldas, Córdoba,
Magdalena, Amazonas, Caquetá, Meta, Santander y Sucre11 .

El hecho más relevante de este año es la aparición de las fuerzas militares y los
paramilitares como responsables de más del 83% de los desplazamientos
masivos, el 55% bajo responsabilidad de los primeros y 27% por parte de los
segundos; mientras que el 76% de los hechos violentos individuales son
responsabilidad de los mismos actores, con un 39% a cargo de los primeros y
36% como responsabilidad de los segundos. Estas cifras expresan el ascenso a
Álvaro Uribe Vélez a la presidencia en el 2002 y el respaldo que este le dio a
las fuerzas militares desde su primer semestre en el gobierno para actuar contra
el movimiento social en el marco de su estrategia de “seguridad democrática”.

11
Ver también Fundación Hemera (2003); ONIC (2003).

48
EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

El respaldo a las acciones emprendidas por los paramilitares se complementa


con una postura política oficial que no distingue entre combatientes y no
combatientes, al tiempo que promueve la participación de la población civil en
la guerra. (Ver Gráfica 4).

Claramente durante el gobierno de Uribe Vélez la situación humanitaria de los


indígenas se ha agravado por causa de acciones de las fuerzas armadas del
Estado y los paramilitares, con quienes el Estado supuestamente está en tregua.
Han sido asesinados 496 indígenas; es decir, más de la cuarta parte de todas
las víctimas de los últimos 30 años; y han sido desaparecidos otros 65. El año
más crítico en esta materia fue 2002, con 298 víctimas fatales, la mayoría de los
cuales ocurrieron en el segundo semestre, luego de la posesión del presidente;
en el mismo período, 345 indígenas han sido detenidos arbitrariamente. Y según
responsables, se registran 495 violaciones causadas por los paramilitares (40%),
413 por el Estado (33%), 196 por la insurgencia (16%) y 129 (10%) por Otros
actores violentos. Comparando los dos últimos años de gobierno de Pastrana y
los dos primeros de Uribe Vélez, los casos de violaciones de derechos humanos
e infracciones al DIH contra indígenas, por casos individuales, es decir, asesinatos,
heridos, torturas, violaciones, desapariciones, secuestros y detenciones
arbitrarias, crecieron en un 66%.

Dos mapas y una dinámica de la guerra

Hay varios elementos comunes en el período 1997-2004. Se advierte el mayor


peso que tienen los asesinatos políticos dentro del número de eventos de violencia
política, el cual es notoriamente mayor al de amenazas individuales, heridos
intencionales y otros (Ver Tabla 1). Se trata de una ilusión propia del sub-
registro en este último tipo de violaciones, y al hecho de que no incluye todos
los desplazamientos individuales; sólo en este último caso, el Sistema de
información sobre población desplazada por la violencia en Colombia RUT
de la Pastoral Social, registra entre 1997 y octubre de 2003 la cifra de 4.144
indígenas desplazados en 188 municipios del país, de los 314 donde hay
población indígena12, lo que aún así expresa una mínima parte de los afectados13.

12
Combinando los registros de Incoder (que incluye población de resguardos indígenas y
solicitudes de titulación) y ONIC (que incluye poblaciones urbanas), en 296 municipios del
país se registra población indígena.

13
De acuerdo con Suárez (2001), el registro del RUT solo correspondió al 1% de los desplazados
atendidos por el CICR en el año 2000.

49
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

50
EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

Las amenazas individuales tienen un peso notorio desde 1997; más allá de la
ausencia de denuncias y de registro de etapas anteriores, esto obedece en primer
lugar a la mayor utilización de este mecanismo por los actores armados para
garantizar el control territorial y poblacional; las amenazas están asociadas a la
transformación del conflicto, en el que el objetivo pasa a ser el control de
territorios, donde las amenazas garantizan la subordinación de los líderes y
autoridades indígenas. Por otra parte, es notorio que las torturas y violencia
sexual mantienen su cuota permanente, pero no alcanzan los niveles de 1978 en
épocas del Estatuto de Seguridad. Igualmente es significativo el crecimiento de
los asesinatos y ejecuciones por parte de los paramilitares, hecho que permite
al Estado reducir estadísticamente su responsabilidad en la violación de derechos
humanos manteniendo la misma presión sobre las comunidades.

Se advierte así mismo una ampliación de la geografía del conflicto con relación
a los pueblos indígenas. En 1990, cuando estaba limitado territorialmente, las
acciones de violencia política y acciones bélicas de todo el país se concentraban
en 6 regiones bien delimitadas, todas las cuales salvo el Magdalena Medio son
territorios indígenas. En Urabá 5 de los seis municipios involucrados más
fuertemente en la violencia política (Apartadó, Arboletes, Turbo, Tierralta,
Unguía) tienen importante población de los Emberá Katío, Emberá y Tule; en la
Costa Caribe el municipio más afectado (Ciénaga) y los dos de la región del
Ariari (Castillo y Mesetas) son igualmente territorios con presencia indígena;
así mismo, en Arauca se concentraba el accionar bélico en Saravena (territorio
de Uwas y Sikuanis desplazados por la explotación petrolera) y en los municipios
del Norte del Cauca y sur del Valle (territorio Nasa).

Entre 1995 y 1997, la intensificación del conflicto en el nivel nacional incluyó


municipios como Carepa, Chigorodó, Mutatá y Necoclí en Urabá, la Sierra
Nevada de Santa Marta, el Catatumbo, la Serranía del Perijá, el sur de la Guajira
y el Bajo Cauca; por su parte, en la Amazonia se disparan los registros con las
violaciones en San José del Guaviare y San Vicente del Caguán (González et
al, 2003). Como puede observarse, todas estas regiones y municipios tienen
población indígena.

En los últimos 4 años las nuevas áreas con población indígena que ingresaron
agresivamente en el mapa de la violencia política fueron el Medio Atrato y norte
del Chocó (Riosucio, Juradó, Nuquí), Putumayo, sur del Tolima (Natagaima,
Chaparral, Rioblanco, Planadas, Coyaima), y la Costa Pacífica.
51
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

52
EVOLUCIÓN GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

Contrastando la geografía de la violencia política indígena con la violencia política


nacional, resulta una coincidencia evidente (Ver Mapa de violencia política
general 1997-2004 y Mapa de violencia contra indígenas en el Período
1997-2004).

En efecto, en los últimos años se ha venido configurando un mapa de tres


corredores estratégicos del conflicto: uno ligado a la hegemonía paramilitar en
el norte, que conecta el Gran Urabá, el sur de Bolívar y Cesar, el cual termina
en el Catatumbo, teniendo el área de la Sierra Nevada como una región de
disputa; un segundo corredor suroriental, ligado a la colonización campesina y
la expansión de los cultivos ilegales, en la cual ejercen hegemonía las FARC,
teniendo como región de disputa el piedemonte del Putumayo; y un tercer
corredor en formación, que busca la salida al Pacífico desde el piedemonte
amazónico, pasando por el sur del Tolima, norte del Cauca, sur del Valle y el
Macizo colombiano (González et al, 2003: 116).

TABLA 3

VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA PUEBLOS INDÍGENAS 1974-2004


TOTAL VIOLACIONES POR PRESUNTOS RESPONSABLES

Tipo de Actor Asesinato % Desapar Secuest.Violencia Heridos Amenaz Detenci. Total % del
Políticos asesinat forzada Sexual / Individu. arbitrari. general total
políticos Tortura Retenci.
Actores Estatales
Armada Nacional 5 5
Autoridad civil 2 6 6 79 93
Ejército 103 33 400 93 78 866 1573
FAC 1 5 6
Guardia Venezolana 5 5
Organismos Seguridad 4 1 21 2 12 79 119
Policía 59 12 327 93 36 1232 1759
Total Actores Estatales 174 9.21 46 759 193 132 2256 3560 52.78
Otros Actores Violentos
Sin identificar/Otros actores 510 49 7 20 32 1 618
Terrateniente/Narcotraficante 101 1 110 263 475
Total Otros Actores Violentos 611 32.35 49 8 130 295 1 1094 16.219
Paramilitares
ACCU 12 5 1 50 11 79
AUC 416 94 1 83 39 76 184 881
Paramilitares N.I. 260 34 30 27 58 21 429
Total Paramilitares 688 36.42 133 1 113 67 184 216 1402 20.79
Grupo insurgente
ELN 27 8 1 1 5 42
EPL 9 10 19
ERG 5 5
FARC 357 99 6 48 69 21 596
Guerrilla N.I. 7 1 8
M-19 4 4 8
Quintín Lame 7 7
Total Grupo insurgente 416 22.02 0 121 7 49 75 21 689 10.21
Total general 1889 100.00 228 130 1010 604 392 2493 6745 100.00

Fuente: Sistema de Información Geográfica de Pueblos Indígenas de CECOIN

53
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Las cuatro quintas partes de las violaciones de los derechos humanos e


infracciones al DIH contra los pueblos indígenas ocurren justamente en esas
zonas del país, donde se presenta así mismo la mayoría de hechos de violencia
política y acciones bélicas del conjunto nacional. (Tabla 4)

Esto obliga a una interpretación del conflicto ligada con la primacía de las
dinámicas nacionales sobre las particularidades territoriales, más que en
especificidades indígenas; con lo que se refuerza la tesis de que los indígenas
están inmersos en la lógica del conflicto armado y no constituyen un caso
excepcional, salvo por la intensidad de los impactos que reciben debido a sus
particularidades demográficas y culturales, y los tipos de respuesta que han
logrado desarrollar.

54
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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

56
GEOGRAFÍA ÉTNICA DEL CONFLICTO

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Una lectura sobre la geografía de la violencia ejercida contra los pueblos


indígenas que se ilustra con los Mapas anexos, en el marco de los análisis de
los distintos períodos que se pueden identificar, permite deducir que no todas
las regiones y pueblos han sido afectados con la misma intensidad. Las Tablas
1 y 2, que referencian la sumatoria de víctimas de asesinato, privación de la
libertad, heridos o torturados, y amenazados individuales, muestran los
departamentos y pueblos indígenas que han experimentado un mayor impacto
en los años de la reseña y en el último período.

Regiones y pueblos indígenas en los que se


concentra la violencia

La Tabla 4 muestra que entre 1974 y 2004, en sólo 8 departamentos, como


son Cauca, Tolima, Chocó, Antioquia, Córdoba, Cesar, La Guajira y Putumayo,
tuvieron lugar el 85,7% de todos los hechos de violencia política, mientras en
otros 20 departamentos ocurrió el 14% restante.

Regionalmente, el norte del Cauca y sur del Valle del Cauca, una evidente unidad
socio-política y geográfica, registran la ocurrencia del 38,37% de los hechos,
que han afectado especialmente al pueblo Nasa; el Gran Urabá conformado
por los departamentos de Córdoba, Antioquia y Chocó, en conexidad con el
Eje Cafetero, es la segunda región más crítica en violaciones de derechos
humanos de pueblos indígenas, 22,28%, escenario que constituye el territorio
de los pueblos Emberá; el departamento del Tolima poblado mayoritariamente
por Pijaos representa por sí solo el 17,4%, sin incluir los desplazamientos
individuales, que en esta región representan el más elevado de los registrados
por la Pastoral Social para todo el país indígena; la Sierra Nevada de Santa
Marta, en la que convergen Cesar, el sur de La Guajira y Magdalena, constituye
la cuarta área crítica, con el 9,84% en el total del estudio. Con menor
participación está la región del Putumayo, Caquetá y Meta, con el 4,99% en
todos los años del estudio. Se configura una quinta región, conformada por los
departamentos de Arauca, Boyacá (región del Sarare) y Norte de Santander,
zona de frontera y de paso del principal oleoducto del país; aunque su
participación es apenas del 2,11% en el total de estos hechos, sin embargo al
incluir los eventos de desplazamiento forzado tal cifra cambia.

El período 1997-2004, ya señalado por ser el momento de mayor intensidad e


inclusión del mundo indígena en la guerra (Ver Mapa Período 1997-2004)
presenta un cuadro en el cual los departamentos de Cauca, Chocó, Cesar,

58
GEOGRAFÍA ÉTNICA DEL CONFLICTO

Antioquia, La Guajira, Córdoba, Putumayo y Valle del Cauca, son los lugares
donde suceden el 81,44% del total de las acciones violentas registradas contra
indígenas. Es palpable que el Gran Urabá con 30,1%, Cauca y Valle con el
29,26%, la Sierra Nevada con 18,33% y Putumayo con el 8,66%, constituyen
las regiones críticas de esta violencia, todas las cuales se inscriben en las zonas
donde se concentra el conflicto armado en el nivel nacional.

59
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

60
GEOGRAFÍA ÉTNICA DEL CONFLICTO

61
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Lo que hace particular la geografía de la violencia política contra los indígenas,


es que las áreas señaladas corresponden también a complejos étnicos bien
diferenciados. Lo que se ha denominado el Gran Urabá es justamente el territorio
de los Emberá y Emberá Katío, quienes fueron víctimas del 14,5% de las
agresiones entre 1974 y 2004; si sumamos las agresiones contra los Emberá
Chamí en el sur de Antioquia y el Eje Cafetero, con territorios contiguos al
Chocó biogeográfico, se trata del 17,8% del total.

El corredor de salida al Pacífico es, a su vez, el territorio tradicional de los


Nasa, quienes fueron víctimas del 35,8% de los casos reseñados; se trata también
de un pueblo con tradiciones de expansión territorial, habitan en 8 departamentos
y es el pueblo más numeroso del país. Los Pijaos han sido víctimas del 17,2%
de las agresiones, la mayoría concentradas en las primeras etapas de la lucha
indígena y en los últimos 3 años como resultado de la presencia creciente de
grupos paramilitares en el sur del departamento del Tolima.
62
GEOGRAFÍA ÉTNICA DEL CONFLICTO

Los Kankuamos fueron víctimas del 4,6% de las agresiones, concentrando la


inmensa mayoría de las ocurridas en la Sierra Nevada de Santa Marta, en un
proceso que incluso las autoridades estatales han calificado como etnocidio; se
trata de un pueblo en proceso de reconstrucción étnica que durante un tiempo
ellos la han llamado “reindianización”, la cual ha tenido como principal logro la
constitución del Resguardo en el año 2003. Los otros núcleos poblacionales
que participan de forma relevante en el mapa de la violencia política, son los
Senúes con el 3,8%, los Wayúu y los Coconuco, 2,6% cada uno, y el complejo
multiétnico del Putumayo, 3,8%.

Esta participación se ha modificado para los últimos 5 años de intensificación


del conflicto; entre 2000 y 2004 los Nasa fueron víctimas del 44,2% de las
violaciones; los Emberá Katío, Chamí y Dobidá del 23,0%; los Kankuamos
subieron al 11,5%; los Wiwa al 3,9%; los Wayúus registraron el 6,1%; los
U´wa 4,5%; los Pijaos el 4,1%; y el complejo multiétnico del Putumayo ascendió
al 10,4%. Seis pueblos indígenas (que podrían ser 4 al considerar a los Emberá
como un complejo cultural único) son las principales víctimas de las violaciones
de los derechos humanos y de las infracciones al Derecho Internacional
Humanitario (Tabla 4).

Pueblos indígenas: demografía y etnocidio

Las afectaciones a los pueblos indígenas deben ser vistas también en clave de
los impactos que tienen como unidades socio-demográficas. En Colombia 39
pueblos indígenas tienen menos de 1.000 miembros, algunos menos de 100; 19
pueblos los constituyen poblaciones entre mil y cinco mil, otro conjunto de 19
tienen posiciones entre 5.000 y 50.000 (Sánchez et al, 2004); mientras sólo
cuatro superan los 50.000; esto obliga a mirar el problema en unidades
comparables. La Tabla 5 hace referencia a los hechos presentados en términos
de tasas por 100.000 habitantes entre los años 2000 y 2004, que ilustra mejor
la dimensión de los impactos de la violencia política contra los pueblos indígenas.
La tasa anual de muertes violentas por 100.000 habitantes alcanza en Colombia
la cifra de 63,7, una de las más altas del mundo; de esos homicidios, por lo
menos una quinta parte representa asesinatos políticos o presumiblemente
políticos. En los últimos 5 años, consolidando los datos de Noche y Niebla, ha
ocurrido en Colombia unos 17.897 asesinatos políticos y unas 39.864 violaciones
e infracciones individuales de los derechos humanos y el DIH; la cifra nacional
consolidada para víctimas individuales de violencia política registra en
consecuencia una tasa de 90,6 por cada 100.000.
63
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

64
GEOGRAFÍA ÉTNICA DEL CONFLICTO

Lo primero que se observa, y que constituye un verdadero drama, es que la


tasa global indígena para los años 2000-2004 es 3 veces más alta que la tasa
nacional. Dicho en otras palabras, los 277,2 hechos de violencia política por
cada 100.000 habitantes muestran que los pueblos indígenas viven una violencia
casi exactamente el triple de intensa que el resto del país. De los 37 pueblos
que el reporte enseña como afectados por violencia política, 21 de ellos presentan
una tasa superior a la nacional.

De lejos, los pueblos Wiwa y Kankuamo son los más afectados en su integridad
social por la violencia política. La tasa de 3.642 violaciones por 100.000
habitantes para los primeros, y de 3.585 para los segundos, es escalofriante,
pues multiplica ¡40 y 39 veces! la del país, que es catalogado como uno de los
más violentos del mundo. Estas cifras expresan los ataques de que ha sido
víctima la población Wiwa por parte del ejército y los paramilitares que
incursionaron repetidamente en la zona guajira de la Sierra Nevada de Santa
Marta, y de los ametrallamientos y bombardeos indiscriminados realizados en
el 2002 y el 2003; así como la paralela arremetida de los paramilitares en el
territorio de los Kankuamos, en las áreas aledañas a Valledupar, en zona de
control total por parte del Batallón La Popa del Ejército colombiano. Eso ya
ilustra el tamaño del drama vivido en la Sierra. Si se agregamos que la mayoría
de estos asesinatos, homicidios fuera de combate, secuestros y desapariciones
tuvieron como víctimas a médicos tradicionales, maestros y líderes, es claro
que se está ante un hecho de etnocidio sistemático, que tiene lugar ante los ojos
cómplices del Estado colombiano.

Los recientes acontecimientos ocurridos en el territorio de los Betoyes, también


conocidos como Jirarre, cuando tropas del Ejército violaron y asesinaron a una
joven indígena embarazada, violaron a otras niñas, asesinaron varios habitantes,
hirieron a un número indeterminado y desplazaron a la mitad de sus miembros,
colocan a este pueblo como uno de los más gravemente amenazados por el
conflicto. La tasa de 2.500 por 100.000, que expresa 27 veces la nacional,
incluyendo sólo hechos de dos años, prefigura la tendencia de lo que ocurrirá
con este pueblo, ubicado en plena línea de disputa territorial de las FARC y el
Ejército, en Tame, en medio de la zona petrolera más grande del país.

En el Putumayo los Siona registran una tasa de 1.634,9 violaciones por 100.000,
más de 18 veces la nacional. Mientras el pueblo Kofán, uno de los que no
supera los mil miembros, asentado en San Miguel Putumayo, y en Ipiales Nariño,
en la frontera con Ecuador, es otro donde los impactos de la guerra se siente
65
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

con mayor intensidad; allí la tasa es de 456,1 violaciones por 100.000, unas 5
veces superior a la acumulada nacional para los años analizados. La situación
demográfica de estos pueblos es precaria, pues junto con los asesinatos y
desapariciones presentan uno de las tasas más elevadas de desplazamientos sin
retorno, como ocurre con todas las demás poblaciones del Putumayo; este
territorio constituye uno de los corredores más frágiles ante la intervención
armada, al encontrarse en zonas de frontera con Ecuador, sobre afluentes del
río Putumayo y en áreas especialmente críticas de disputa territorial entre los
paramilitares y las FARC.

Los Nasa son el segundo pueblo indígena más numeroso del país, con 190.000
miembros. Su peso demográfico debería matizar el 37,4% del total de los casos
de violencia política en que fueron víctimas; aún así, la cifra de 582,7 violaciones
por cada 100.000 muestra cómo es uno de los más afectados no sólo en número
sino en intensidad, más de 6 veces la tasa nacional. Igualmente grave es la
situación del pueblo Chimila, en el Magdalena; son 900 personas virtualmente
encerradas en 379 hectáreas que constituyen su resguardo. La tasa de 666,7
violaciones por 100.000, siete y media veces la tasa nacional, no es suficiente
para describir la situación de “sitio” en que han vivido los últimos 3 años por
parte de las fuerzas paramilitares, el terror diario y las amenazas que han recibido.

El pueblo Emberá Chamí, especialmente en Caldas y Risaralda, en los últimos


cuatro años ha sufrido de nuevo una arremetida de grupos paramilitares,
especialmente en materia de amenazas, desplazamientos y asesinatos, luego
que a principios de los noventa hubiera sido víctima de decenas de asesinatos y
desapariciones como retaliación por la muerte de un empresario cafetero. La
tasa de 341,8 por 100.000 que se desprende de los registros de CECOIN, es
de todos modos menor a lo acontecido; las organizaciones indígenas de la región
insisten en un genocidio continuado y no reportado por temores a las represalias.

Los Emberá Katío, con 477,2 por 100.000, y los Tule, 812,3 por 100.000 14 ,
ambos en la región de Urabá, multiplican varias veces la tasa nacional. Los
Emberá Katío comparten con los Kankuamos la característica de ser afectados
masivamente respecto del total nacional indígena y al mismo tiempo en la

14
La mayoría de la población Tule (Kuna) habita en Panamá. En Colombia no pasan de 1.000
personas.

66
GEOGRAFÍA ÉTNICA DEL CONFLICTO

intensidad y proporción de las violaciones respecto de su población;


comparativamente son los pueblos indígenas más fuertemente atacados. Esta
característica puede extenderse a los tres pueblos Emberá del gran Urabá en su
conjunto: Dobidá, Chamí, Katío, que tienen una tasa varias veces superior de la
nacional.

La intensidad del conflicto contra los pueblos Pijao, Awá, Yanacona, Inga,
Arhuaco (Ijka), Wounaan, U’wa, Barí, Wayúu, Miraña, Uitoto y Piapoco,
también queda resaltada en esta revisión; todos ellos han sufrido acciones bélicas
en proporciones superiores al resto del país. Especialmente crítica ha resultado
la situación para los Pijaos en la inserción violenta por parte de los paramilitares
en Natagaima, Ortega y Coyaima, que han producido uno de los fenómenos de
desplazamiento indígena individual más fuertes en el país, junto a asesinatos
reiterados de líderes y autoridades. En particular han sido víctimas miembros
de la Asociación de Cabildos Indígenas del Tolima ACIT, la segunda organización
en importancia luego del Consejo Regional Indígena del Tolima CRIT.

Otro tanto debe decirse del pueblo Awá, cuya tasa de 390,5 por 100.000,
cuatro y media veces la nacional, expresa los procesos de violencia asociados
a la implementación del Plan Colombia en Putumayo y Nariño. En ambos
departamentos los Awá han enfrentado las fumigaciones de cultivos de coca,
los desplazamientos de éstos de la región amazónica a la Pacífica y la disputa
por el control de las rentas derivadas de su tráfico.

También por encima de la tasa nacional se encuentra el pueblo Korebajú (que a


pesar de no haber sido afectado en los últimos 4 años, registra una tasa de
2.305 violaciones por 100.000 en todo el período de 1974-2004): la enorme
mayoría de los casos de violencia contra ellos han sido adjudicados a las FARC;
en 1997, en el marco de disputas violentas entre miembros de la comunidad y
narcotraficantes, este grupo armado intervino con la pretensión de “aplicar
justicia” y produjo una de las masacres más graves de que se tenga memoria en
los pueblos indígenas. Los registros analizados solo incluyen 13 de los 47
homicidios que fueron denunciados por la ONIC en ese año; los nombres, el
lugar y la modalidad de los demás asesinatos están todavía en proceso de
esclarecimiento. Con esos hechos la tasa doblaría la nacional, y mostraría de
manera más adecuada lo ocurrido con ese pueblo que habita sobre el río
Orteguaza, en Caquetá.
67
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

El desplazamiento forzado colectivo e individual

Los datos anteriores revelan ya la amplitud de la violencia política contra los


pueblos indígenas en todas las tres décadas; pero las afectaciones no se reducen
a los impactos por acciones físicas directas contra individuos. El total registrado
de acciones bélicas lícitas e ilícitas, que incluyen emboscadas, ataques a objetivos
militares, combates, ataque a bienes civiles, pillaje, ametrallamientos, amenazas
colectivas, indica que por lo menos 231 resguardos o comunidades fueron
agredidas en una o varias oportunidades. Estos hechos afectaron a no menos de
140 mil indígenas, en 117 municipios donde éstas tuvieron lugar (Gráfica 4).

Con relación al desplazamiento forzado entre poblaciones indígenas, disponer de


información confiable presenta ciertas dificultades, sobre todo cuando se trata de
dar cuenta del desplazamiento de tipo individual y familiar como en el caso de los
pueblos Pijao, Kankuamo, Nasa, Senú, y los pueblos del Putumayo. En el cálculo
realizado a partir de la reconstrucción parcial de información, sin incluir los bloqueos
a comunidades, los 180 casos de desplazamientos masivos han afectado a más de
46 mil indígenas en 80 municipios (Gráfica 5). Comparando las Gráficas 4 y 5 se
puede notar que gran mayoría de los eventos de desplazamiento, así como las
amenazas colectivas y las acciones bélicas que afectan a las comunidades, han tenido
lugar desde 1997.

Antes del año 1997 se tiene noticia de 18 desplazamientos masivos, tres de los
cuales en 1988, causados por colonos y narcotraficantes; pero luego hay un
vacío en la información hasta el año en que los reportes se regularizan. Desde
1997 empieza un ascenso en los casos de desplazamiento por año y en el número
de indígenas desplazados; estos fenómenos coinciden en general con la tendencia
de agudización del conflicto observada en los datos de violencia política en
general, siendo el año de 1997 cuando se presenta un salto hacia situaciones de
crisis humanitaria, y 2001-2002 los años especialmente críticos por las
elecciones, la ruptura de las conversaciones del gobierno con las FARC y el
primer semestre de un gobierno de claros tintes autoritarios que desconoce la
existencia de los no-combatientes dentro del conflicto y por tanto autoriza la
agresión a la población civil.

Al igual que las cifras de violencia política, resulta más indicativo ver las tasas
de desplazamiento por cada 100.000 habitantes. Los análisis de Codhes sobre
desplazamiento forzado en Colombia calculan la tasa nacional anual en 586
68
GEOGRAFÍA ÉTNICA DEL CONFLICTO

69
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

personas desplazadas por cada 100.000 habitantes en uno de los años más
críticos como es el 2002, cifra que proyectada a los últimos cinco años de
información disponible permite llegar a una tasa de 2.930 por 100.000.

Desde esta perspectiva la Tabla 6 muestra que, al igual que en los casos de
violaciones individuales, el del pueblo Wiwa es el más grave. La tasa de
desplazamiento de 126 mil por cada 100.000, 43,2 veces la tasa nacional,
ilustra un caso dramático en el que estadísticamente toda la población ha tenido
que desplazarse más de una vez en los últimos años; la realidad histórica es aun
peor, pues los 2.430 indígenas desplazados corresponden solamente a las
comunidades de la parte oriental de la Sierra Nevada de Santa Marta, en el
departamento de la Guajira, que han debido desplazarse en 3 ocasiones como
resultado de las incursiones y bombardeos de la Fuerza Aérea, el Ejército y los
paramilitares.

Otros dos casos se destacan: el de los pueblos Betoye y Tule. En el primer caso
la población se ha visto en situación de desplazamiento en dos ocasiones, en
una el 50% de los pobladores salen de sus terrritorios y en otra el 60% de las
poblaciones de Julieros, Velasqueros, Roqueros, Genareros, todas ellas en el
municipio de Tame, en el mes de mayo y junio de 2003; este hecho –producido
por la agresión del Ejército Nacional— llevó a que los Betoye estuvieron fuera
de sus comunidades durante 3 meses, al cabo de los cuales debieron regresar
en medio de la incertidumbre y la ausencia de garantías para su seguridad. El
caso de los Tule puede ser entendido de dos maneras, pues se trata
principalmente del desplazamiento masivo producido por los asesinatos de varios
de los líderes y autoridades en Paya, frontera de Colombia y Panamá, por
parte de los paramilitares; mirado en la perspectiva de todo el pueblo Tule
(cuya población de 60 mil personas vive principalmente en la Provincia Kuna
Yala en el vecino país) sin duda la tasa resulta distorsionada, pero mirado en
perspectiva de los Tule que viven en Colombia, en Necoclí y Arquía, el
desplazamiento de la mayoría de la población representa un severo golpe a la
cohesión interna.

En materia de capacidad desestructurante de la violencia y el terror, resulta


relevante el número de veces en que un pueblo o comunidad debe desplazarse.
Visto en esta lógica, uno los pueblos más afectados por el desplazamiento forzado
fueron los Emberá Katío, con el 20% de los casos de desplazamiento masivo,
el 13,4% de los desplazados y una tasa de 12.252 por 100.000, cuatro veces
70
GEOGRAFÍA ÉTNICA DEL CONFLICTO

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

la nacional; sin embargo, al aplicar esta tasa a cada una de las unidades
territoriales de ese pueblo resalta por su gravedad lo que viene ocurriendo con
los Emberá Katío del Alto Sinú, cuya población es de 2.600 personas y la
cantidad de desplazados forzados fue 2.163, el 83% del total; y con los Emberá
Katío del Alto San Jorge, el 100% de los cuales estuvo en situación de
desplazamiento por varios años. Similar situación han vivido los Emberá Dobidá,
con el 16% de los casos, el 13% de la población desplazada y una tasa que
triplica la nacional. Igualmente, a pesar de haber sufrido “apenas” 9 hechos de
desplazamiento, los Emberá Chamí representan el 6,9% de los indígenas que
fueron forzados a salir de sus territorios, con una tasa casi 3 veces más alta que
la nacional. A la vez los Nasa, que proyectan dos veces la tasa nacional, fueron
víctimas del mayor número de casos, el 22,6%, y tienen el mayor número de
desplazados, el 23,4% del total.

Los datos sobre desplazamiento forzado masivo revelan los municipios donde
el fenómeno es más agudo: Mutatá con 2.880 desplazados, Tierralta con 2.289
y Puerto Libertador con 1.696, sobre el Nudo de Paramillo, ilustran la fuerte
arremetida sufrida contra los Emberá Katío como efecto de la disputa territorial
ocurrida en esa región entre las FARC y el Ejército en asocio con los
paramilitares. En el Chocó este fenómeno ha sido intenso en Juradó, Bojayá,
Riosucio, Alto Baudó y Carmen de Atrato, en cada uno de los cuales más de
mil indígenas han sido obligados a salir de sus tierras, en una crisis humanitaria
relacionada con la irrupción de los paramilitares.

Valledupar con 2.322 desplazados y San Juan del Cesar con 2.300, en la Sierra
Nevada de Santa Marta, son claramente correspondientes con la crisis
humanitaria vivida en esa región del país. En los límites de Cauca y Valle,
municipios como Jambaló, donde se registran 2.923 desplazados, junto con
Corinto, Buenos Aires, Florida, Pradera y Toribío, han sido los más
frecuentemente agredidos. En Pueblo Rico, departamento de Risaralda, en la
zona de entrada al Cañón del río San Juan que da salida al Océano Pacífico, se
reportan 1.607 desplazados. (Tabla 7). Todas estas áreas corresponden a zonas
de disputa territorial entre los actores armados, dentro de sus estrategias de
copamiento de centros políticos claves.

Los eventos de desplazamiento forzado han sido causados en su mayoría por la


intervención armada de uno solo de los actores armados, lo que indica el carácter
compulsivo del mismo; aquellos en que el fenómeno se ha dado como resultado
de enfrentamientos armados o como medida preventiva, son una mínima parte.
72
GEOGRAFÍA ÉTNICA DEL CONFLICTO

73
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Con relación a la autoría de los eventos de desplazamiento forzado se presenta que,


65 de los casos registrados son responsabilidad directa de las AUC y paramilitares;
24 fueron producidos individualmente por la insurgencia; 23 por el Ejército, la Fuerza
Aérea o la Policía; 11 en acciones conjuntas de Ejército y paramilitares; en 19
casos no se tiene información y 3 fueron responsabilidad de narcotraficantes o
terratenientes. Los 34 casos restantes han sido resultado de enfrentamientos de la
insurgencia con el Ejército y/o los paramilitares. Es decir, corresponde al Ejército y
los paramilitares casi el 50% de las autorías del desplazamiento masivo compulsivo
y el 13% a la insurgencia; mientras que el desplazamiento preventivo o detonado
por métodos ilícitos de guerra, es decir por enfrentamientos en zonas cercanas a las
comunidades o por creciente presencia militar, es la décima parte de los hechos
reportados.

Los municipios expulsores de población indígena en términos individuales, por


lo menos son los 188 reportados por el Secretariado Nacional de la Pastoral
Social de la Conferencia Episcopal (2003); se destacan por su peso numérico
en ese informe San José del Guaviare, cuya población indígena vive en las afueras
de la ciudad, en un complejo multiétnico mayormente de origen vaupesino;
Natagaima, de población Pijao, y Buenaventura, que tiene una población
mayoritariamente Wounáan pero recepciona desplazados de toda la cuenca del
río San Juan y otras poblaciones costeras. (Tabla 8). Los datos de San José
corresponden a eventos de desplazamiento masivo ocurridos en las comunidades
de Caño Jabón y Mocuare, en Puerto Alvira, que fueron atendidos por la Iglesia
católica, los cuales no aparecen en el SIG de CECOIN; son también cifras de
desplazamiento forzado las que corresponden a Tame (Arauca).

Estos registros de la Pastoral Social, que corresponden a personas atendidas


por alguna de las Parroquias católicas15 , permiten identificar la extensión del
fenómeno aunque no su profundidad debido a lo parcial de su registro. Aún así
es importante presentar esta información, pues la disponible sobre desplazamiento
masivo oculta este fenómeno permanente y se concentra sólo en algunas

15
El Sistema de Información sobre la población desplazada por la violencia (RUT) captura
información por medio de los equipos de Pastoral Social y personas voluntarias de las Diócesis,
Arquidiócesis, Vicarías, parroquias, comunidades religiosas, programas institucionales y algunas
ONG cercanas a la Iglesia Católica. Cuenta con 67 puntos permanentes de recolección, y
potencialmente con las 3.000 parroquias del país.

74
GEOGRAFÍA ÉTNICA DEL CONFLICTO

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

localidades. Los hechos en que las 4.144 personas atendidas por la Pastoral
Social entre 1997 y el 2003 fueron desplazadas, están obviamente asociados a
violaciones individuales o colectivas de los derechos humanos o infracciones al
DIH, sin embargo solo 81 de estos municipios aparecen en la base de información
de CECOIN como lugares donde ocurrieron hechos de violencia política. Lo
cual indica que 107 municipios donde ocurrieron violaciones de los derechos
humanos en los últimos 7 años -por lo menos desplazamiento forzado individual-
no están incluidos en los sistemas de información consultados. Varios municipios
indígenas de Antioquia, Tolima y Cesar, la mitad de los de Risaralda y Sucre, la
mayoría de Casanare y Meta, siguen esperando un trabajo de seguimiento y
reconstrucción de los hechos de violencia política.

Por otra parte, la existencia de 84 municipios no indígenas donde sin embargo


se registran familias indígenas desplazadas indica otra expresión del fenómeno,
como es que los desplazados individuales están siguiendo algunas pautas de
movilidad similares a las campesinas, que buscan refugio en zonas de frontera
interna con economías similares a las suyas, volviendo a caer en la misma
dinámica expulsora de sus regiones de origen; el caso más relevante es Bolívar,
un departamento sin asentamientos indígenas, donde 13 municipios registran
esta situación; otro tanto ocurre en Sucre, donde 7 municipios no indígenas
registran expulsión presumiblemente de Senúes.

De todos modos, el desplazamiento individual y familiar, llamado también gota


a gota, sigue siendo una incógnita. Salvo la OZIP y la OIK, y más recientemente
el CRIT, la ACIT y la Mesa de Desplazados Indígenas de Bogotá, ninguna otra
de las organizaciones indígenas se ha dado a la tarea de dimensionar el fenómeno.
Por la información disponible, parece ser que las regiones más afectadas con
esta modalidad son el Tolima, Putumayo, la Sierra Nevada de Santa Marta,
Meta, Córdoba y Sucre. La ACIT (2003) reportó un total de 800 familias
Pijao desplazadas en los últimos años, dato que no es exagerado, teniendo en
cuenta que solo la Pastoral registra un total de 729 personas atendidas en alguna
de sus parroquias; la OZIP (2003) reportó 266 familias en su acumulado, entre
ellas 104 Nasas, 98 Awás y 20 Muruis; la OIK (2002; 2004) reportó cifras
que oscilaron entre 61 y 300 familias Kankuamas desplazadas; no hay
información sobre las otras 3 regiones, pero el hecho de que la mayoría de los
municipios de esos departamentos (indígenas y no indígenas) reporten por lo
menos un caso de desplazamiento indígena, señala que un fenómeno muy intenso
viene aconteciendo sin que sea debidamente detectado.

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GEOGRAFÍA ÉTNICA DEL CONFLICTO

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Hay que advertir que los datos suministrados por las organizaciones indígenas
tienen las mismas limitaciones de los suministrados por el RUT, pues se basan
en registros por oferta o demanda de atención, en este caso organizativa, antes
que responder a un interés investigativo o de seguimiento. Al mismo tiempo, es
el fenómeno cuyos impactos es de mayor duración y capacidad destructiva de
la integridad cultural, porque su tasa de retorno es muy baja. Las investigaciones
sobre esta materia están por hacerse, especialmente en lo relacionado con la
conformación de redes de solidaridad y trayectorias de desplazamiento.

Presencia armada en territorios indígenas

Aunque algunas regiones indígenas aparecieron recientemente en el mapa de la


violencia política, no son nuevos en el mapa de la guerra. De hecho la presencia
de la insurgencia en regiones aparentemente recién llegadas a esta estadística
de la violencia como son la Amazonia y Orinoquia y el Pacífico colombiano,
tienen más de tres décadas asociadas a la consolidación de zonas de retaguardia
y a corredores estratégicos, a procesos de colonización campesina y coquera
en las décadas de los setenta y ochenta.
78
GEOGRAFÍA ÉTNICA DEL CONFLICTO

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

De acuerdo con los datos del Observatorio de Derechos Humanos de


Vicepresidencia de la República (2002: 31), en Colombia en la época actual 36
de los 40 municipios donde las FARC operan más intensamente y 15 de los 40
donde actúa el ELN con mayor vigor, tienen población indígena. En términos
de presencia, los grupos paramilitares se encuentran en 131 de los municipios
indígenas y la insurgencia en 178. Globalmente, los 136 municipios donde se
vive más intensamente el conflicto armado en todo el país (González et al,
2003) representan menos del 15% del total nacional, en tanto que los municipios
donde se presentaron hechos de violencia contra los indígenas fueron 18616 , es
decir, el 59% de todos los municipios en los cuales vive población indígena.
(Ver Mapa de Municipios indígenas y Municipios indígenas afectados por
la violencia).

Resulta relevante para el análisis observar que la presencia armada no necesariamente


implica violencia política directa, así como la ausencia de hechos de violencia política
no es suficiente para negar los procesos de violencia política estructural basados
principalmente en la presencia armada y el establecimiento del temor generalizado
en una región. Esta es la situación corriente en regiones indígenas como la de los
Senú en Córdoba, los Uitoto y Korebajú en Caquetá, los Sáliva en Casanare,
donde la ausencia de hechos de violencia política contra los indígenas es el resultado
de situaciones de subordinación casi total de las comunidades al poder de los actores
armados regionales, mientras que situaciones donde la violencia tiene índices
dramáticos como en el gran Urabá y Cauca tiene que ver justamente con la
incapacidad de los actores armados para derrotar las dinámicas autonómicas de los
indígenas.

16
Los municipios con población indígena donde se registran casos de violencia política no son
necesariamente aquellos donde los actores armados hacen presencia; la cifra es coincidente.

80
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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

82
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y
SUR DEL VALLE:

CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y
AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO
DE LA VIOLENCIA

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

El movimiento indígena del departamento del Cauca en Colombia ha sido desde los
años setenta el motor político e ideológico de los pueblos indígenas en el país,
y por lo menos en su etapa inicial, de los movimientos indígenas del continente.
El auge de las luchas agrarias en Colombia estimuladas por la reforma agraria
del gobierno de Lleras Restrepo (1968), unido a la historia particular de los
Nasa y demás pueblos indígenas de esa región, herederos del levantamiento
dirigido por Quintín Lame en la primera mitad del siglo XX, fueron un contexto
favorable para la irrupción de un movimiento indígena radical que en pocos
años se ubicó como actor social y político ineludible en el país.

Representa la población indígena del Cauca cerca del 20% del total nacional,
con una cifra de 190.000 pobladores (Arango y Sánchez, 2004). Situación
demográfica que aunada a sus métodos de acción directa, a la fortaleza de su
programa de recuperación de tierras a su coherencia organizativa, conlleva a
que esta expresión del movimiento indígena se llegue a constituir en líder político,
en referente simbólico para otros pueblos indígenas y una especie de modelo
organizativo para las luchas indígenas. No pocas dificultades se crearon por
este protagonismo, entre ellas el temprano distanciamiento con la Asociación
Nacional de Usuarios Campesinos ANUC -la organización campesina dentro
de la cual se formó el Consejo Regional Indígena del Cauca CRIC-, lo mismo
que la respuesta violenta de las élites agrarias del departamento e incluso la
desconfianza política de otras organizaciones indígenas.

Las grandes acciones del movimiento indígena colombiano, en las últimas tres
décadas, han tenido siempre en el Cauca el principal motor: sea para la
movilización, las acciones directas como bloqueos de vías, igual que la
construcción de iniciativas políticas. Dos de los tres indígenas miembros de la
Asamblea Nacional Constituyente son originarios de ese departamento, así como
tres de los senadores que han sido elegidos; el único movimiento armado de
base indígena ha surgido de las comunidades de ese departamento y las iniciativas
en materias como educación, salud y ordenamiento territorial indígena, han tenido
como cuna principal las comunidades del Cauca.

En este contexto organizativo, los indígenas del Cauca especialmente los Nasa,
pero igualmente los Coconucos, Guambianos, Totoróes, Yanaconas, han sido
objeto de una severa persecución violenta por parte del Estado, los
terratenientes, los paramilitares, los narcotraficantes y, en un grado no pequeño,
por la insurgencia. De los 1.869 asesinatos políticos contra indígenas registrados
entre 1974 y 2004 en todo el país, a los pueblos del Cauca y sur del Valle les
84
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

corresponde el 28,2%; el 60% de las 2.493 detenciones arbitrarias, el 27%


de los secuestros y el 20% de las desapariciones forzadas. Una quinta parte
de los hechos de violencia sexual, tortura y tratos degradantes, fueron contra
indígenas de Cauca y Valle, y más de una cuarta parte de las amenazas
individuales que corresponden al 31,4% se le hicieron a indígenas de este
departamento (Tabla 1).

De la misma manera, los hechos de migración forzada colocan a estos pueblos


indígenas, luego de los Emberá, como los más afectados. Los 8.500 desplazados
constituyen casi la cuarta parte de todos los desplazados indígenas reportados
en los últimos 10 años en el Sistema de Información de CECOIN. La mayoría
de estos hechos están asociados a amenazas directas y violaciones de los
derechos humanos, pero corresponden a formas de desplazamiento muy
organizadas que han permitido en la mayoría de los casos el retorno completo
de las comunidades luego de los bombardeos, combates y situaciones críticas
en materia humanitaria.

La reseña y análisis que se presenta en este capítulo no abarca los años más
dinámicos de la lucha indígena por la tierra en el departamento del Cauca, llevada
a cabo entre 1969 y 1974, cuando ocurrieron el mayor número de
recuperaciones y ocupaciones, y por tanto de enfrentamientos con las fuerzas
armadas privadas al servicio del poder terrateniente (los pájaros) y la fuerza
pública en ese departamento (Zamosc, 1984: 234; Unidad Indígena 1, 1975).
Un número importante de las víctimas de la violencia política de esos años no
han sido incluidas en el Sistema de Información de CECOIN, que ha recuperado
información desde 1975; de cualquier modo, las detenciones arbitrarias, torturas
y malos tratos y los asesinatos cometidos en esa primera etapa tuvieron una
intensidad incluso mayor que la que se describe aquí referente a los años
posteriores.

85
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

86
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

La violencia factor permanente en la lucha


por el territorio y la autonomía

Como aparece en la descripción general de este trabajo, la violencia política


ejercida contra los pueblos indígenas del Cauca17 y sur del Valle del Cauca es
la más relevante del país indígena. La Gráfica 6 muestra cómo no hubo uno
solo de los últimos 30 años en que ésta no haya afectado a las comunidades en
cualquiera de sus modalidades de violaciones individuales, que suman 2.591
víctimas para la región.

Entre 1975 y 1982 la violencia estuvo enmarcada en las diversas recuperaciones


realizadas de tierras, resguardos y sobre todo en aquellos procesos donde era
necesario retomar una y otra vez los predios tras los violentos desalojos de que
eran víctimas las comunidades. El Pacto de Chicoral suscrito en 1971 por el
gobierno de Pastrana Borrero con los terratenientes, que protocolizó la
contrarreforma agraria de la época, le dio impulso y gran legitimidad a la violencia
contra los llamados “invasores” por parte de los propios terratenientes y las
bandas de asesinos a sueldo, a la vez tuvo impactos profundos sobre la forma
de la acción política en el campo (Mondragón, 1987).

En 1975 se realizan en Toez, región de Tierradentro, dos eventos que marcan el


conflicto en este primer período: El V Congreso del CRIC en agosto y la
Asamblea de Terratenientes en septiembre presidida por el Ministro de Gobierno
Cornelio Reyes, en la cual se declaró la guerra a los indígenas del Cauca. No
obstante, el impulso dado por la reforma agraria de Lleras Restrepo que había
abierto una puerta de legitimidad a las acciones de reforma agraria de hecho
que emprendió el movimiento campesino, del cual se valieron los indígenas,
todo este período está lleno de historias de violencia que involucraron a la gran
mayoría de los indígenas, especialmente del norte del Cauca y la zona de
Tierradentro. Los municipios de Puracé, Inzá, Caldono, Popayán, Toribío,

17
No aparecen en este capítulo las referencias a las comunidades de los pueblos Eperara
Siapidara e Inga del departamento del Cauca, que entraron a formar parte del mismo complejo
político organizativo de forma tardía, y que en materia de violencia política están vinculados al
Pacífico, los primeros, y al Putumayo, los segundos. Tampoco los Nasa de los departamentos
de Meta, Caquetá, Nariño y Putumayo, quienes a pesar de haber migrado a esas regiones por
causas del conflicto pueden ser incluidos en las dinámicas de la guerra de esas regiones. En
cambio se incluyen los casos ocurridos en el Tolima y Huila relacionados con los pueblos Nasa
y Guambiano, en tanto sí corresponden directamente a las mismas dinámicas políticas,
organizativas y culturales.

87
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Santander de Quilichao, Buenos Aires, Jambaló, Corinto y Caloto, en ese


orden, registran la mayoría de acciones de violencia política de la época.
Los folletos de historia del movimiento indígena del Cauca están llenos de
referencias sobre las confrontaciones con los “pájaros” y la fuerza pública.
“Los de Coconuco por ejemplo, en su lucha por Cobaló, fueron a la cárcel
23 veces antes de triunfar, y en una ocasión había más de 200 detenidos al
mismo tiempo” (CRIC, 1990: 11).

Esta modalidad de violencia política se mantiene como expresión principal hasta


1979, cuando en el marco de la represión contra el M19, a raíz de la
recuperación de las armas del Cantón Norte en Bogotá el 31 de diciembre de
1978, Turbay Ayala expide el Estatuto de Seguridad mediante el cual, además
de constituirse en un conjunto de medidas autoritarias, identificó a todas las
luchas agrarias como acciones de corte subversivo y dependiente de los
programas guerrilleros. A partir de entonces las gigantescas detenciones masivas
y los asesinatos por causa de las recuperaciones aparecen en los comunicados
oficiales como resultado de la supuesta colaboración indígena con los grupos
insurgentes; de esta forma los terratenientes encontraron una nueva y mejor
justificación para continuar reprimiendo al movimiento, en tanto aparecían
cobijados por un interés general.

La escalada de violencia estatal desatada por Turbay Ayala envolvió de forma severa
a las comunidades del pueblo Nasa y a su organización; el presidente y otros
miembros del Comité Ejecutivo del CRIC, varios asesores y más de un centenar de
líderes comunitarios, fueron detenidos y torturados por el Ejército acusados
principalmente de hacer parte del M19 o de ser su base de apoyo. Entre 1979 y
1982 todos los actos de violencia política son registrados en esta doble lógica de la
guerra por la tierra y guerra contrainsurgente. Los hechos afectan principalmente
a Caldono, Caloto, Popayán, Buenos Aires y Toribío, mientras que en la región de
Tierradentro se reduce la intensidad de la violencia política.

Es notorio cómo hasta el año 1981 no se registran hechos imputables a la insurgencia


a pesar de su larga presencia en la zona, lo que obedece tanto al tipo de relación
que ésta mantuvo con las comunidades y las organizaciones, como a la propia
valoración que éstas tuvieron hasta entrada la década de los ochenta acerca de la
acción y papel de la insurgencia en su lucha particular. (Gráfica 7).

A partir de entonces el cuadro se hace más complejo con la creciente intervención


de la insurgencia en actos de violación de los derechos indígenas, que coincide
con los procesos de transformación de la insurgencia que deja de actuar como
88
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

89
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

una autodefensa y se reconoce como un proyecto nacional de poder. Los


asesinatos de 7 comuneros en 1981 y de otros dos en 1982, inician una época
de confrontaciones del movimiento indígena con las FARC. Esta época coincide
con las negociaciones del gobierno de Betancur con las FARC y el M19, y
posteriormente con el desarrollo de la más grande campaña militar del M19
con base en los territorios del norte del Cauca y Sur del Valle en 1986. Como
resultado de la militarización del departamento que adopta el Estado en respuesta
a esta campaña militar, se incrementan sustancialmente los casos de violencia
política en 1987 y 1988, en el marco de la llamada “guerra sucia” que emprendió
el Estado luego de las elecciones de 1986 cuando la Unión Patriótica alcanzó el
4% de los votos y una relativamente importante representación parlamentaria.

Corinto, Toribío e Inzá, en el Cauca, y Florida, en el Valle, concentran entonces


la violencia política del período. Esta situación grave de violaciones a los
derechos humanos convierte al movimiento indígena en un factor de presión en
contra de las opciones armadas y precipita los procesos de negociación que
condujeron a la desmovilización del M19, PRT, EPL y el Quintín Lame en 1991,
de fuerte presencia en la región18.

Es en el año 1988 cuando aparecen las primeras referencias a la actuación


criminal de grupos paramilitares propiamente conformados en el departamento.
El hecho de que no se reconociera su autoría en casos de años anteriores tiene
varias razones: en primer lugar, a lo largo de la década de los ochenta era más
notoria la dualidad de estos escuadrones de la muerte como pájaros de los
terratenientes y agentes estatales contrainsurgentes; en segundo lugar la violencia
terrateniente había sido hegemónica en la región y fue más difícil para el Estado
subordinarla; en tercer lugar, las víctimas y las denuncias insistieron hasta estos
años en clasificar todas estas acciones en la categoría de violencia terrateniente.
Esta dificultad en caracterizar el fenómeno se presenta también por las propias
transformaciones que venía teniendo la propiedad terrateniente en la región,
especialmente en el norte del Cauca y sur del Valle, cada vez más copadas por
los narcotraficantes o por la transformación de los hacendados en
narcotraficantes.

18
Para el proceso de desmovilización del Movimiento Quintín Lame, ver: Comisión para la
superación de la violencia (1992).

90
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

Los nuevos dueños de las tierras en disputa con los indígenas empezaron a
acudir a sus procedimientos de tierra arrasada con la connivencia de organismos
del Estado. La masacre de la hacienda El Nilo, municipio de Caloto, en diciembre
de 1991, representa un último coletazo de la venganza hacendista, el primero
de la nueva forma de expresión de la propiedad agraria en la región y el bautizo
de la alianza narco-paramilitar-terrateniente. En este caso particular la
reconstrucción de los hechos realizada en el proceso legal, ilustra la combinación
de la acción de un grupo paramilitar protegido por la III Brigada y la Policía, los
intereses territoriales de nuevos terratenientes y el vínculo directo con el
narcotráfico.

Esta transformación del poder territorial hace que en adelante ya no pueda


seguir utilizándose la categoría de paramilitar sin hacer referencia al mismo
tiempo a la estrategia contrainsurgente, la propiedad agraria y el narcotráfico.

La avanzada narco-paramilitar afecta entonces a los municipios del norte del


Cauca como son Puracé, Santander de Quilichao, Caloto y Jambaló, límite de
las áreas de influencia de la insurgencia y del Ejército.

Como para el resto del país, entre 1992 y 1996 la intensidad de la violencia
política contra indígenas disminuye sensiblemente en el Cauca, concentrándose
en los municipios de Morales, Jambaló, Piendamó y Popayán. Esta situación se
explica por los procesos que ocurren entorno a la evidente relegitimación del
Estado que produjo el proceso constituyente, igual que la visibilidad política
nacional y prestigio internacional que adquirió el movimiento indígena colombiano,
pero también por el replanteamiento táctico adoptados por las FARC en su
VIII Conferencia y por los paramilitares en su proceso de conversión en
Autodefensas Unidas de Colombia.

Durante este período hay un elemento que cambiará el mapa político de la


región: la maduración desde el movimiento indígena de dos movimientos políticos:
la Alianza Social Indígena ASI principalmente, pero igualmente Autoridades
Indígenas de Colombia AICO que actúa como fuerza política y como
organización de autoridades comunitarias, las cuales irán conquistando las
alcaldías de los municipios de mayoría indígena hasta convertirse en la segunda
fuerza política regional, lo que significará la reducción del poder político a los
viejos terratenientes, la mayor articulación del movimiento indígena en el
andamiaje institucional y su conversión en muchos lugares en jefes de policía y
91
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

encargados de orden público; esta situación tendría importantes repercusiones


en el marco del conflicto armado, pues la insurgencia empezará a asumirlos
como parte del establecimiento y, por tanto, como adversarios militares.

Justamente la tregua post-constituyente termina en 1997, cuando la insurgencia


adopta su plan de saboteo intensivo a las elecciones locales que se realizan en
octubre de ese año; la ASI decide defender sus acumulados políticos y desafía
la amenaza insurgente, lo que se traducirá en varios asesinatos y decenas de
amenazas individuales a candidatos. Las AUC adelantan a su vez una campaña
inversa, amenazando de muerte a los candidatos que acepten la presión de la
insurgencia. A partir de entonces los indígenas entran en una nueva etapa del
conflicto armado nacional, en el cual los elementos determinantes son los planes
de expansión de las fuerzas militares, que tienen como clave los intereses
representados en la III Brigada y los paramilitares ligados al narcotráfico.

Un hecho ilustrativo de esta nueva lógica de la violencia política es la masacre


del Naya, en el municipio de Buenos Aires, ocurrida en el segundo trimestre de
2001, en la cual un centenar de indígenas Nasa son asesinados por los
paramilitares, otros tantos son secuestrados y un millar son obligados a
desplazarse a Timba, Buenos Aires, Suárez y Santander de Quilichao. Se trató
de una acción criminal dirigida a castigar a la población en una región clave de
tránsito del ELN, pero igualmente era un medidor de los paramilitares para
calibrar la respuesta indígena a su posible expansión en el norte del Cauca
sobre territorios indígenas; todo este período concentra la violencia en Buenos
Aires, Santander de Quilichao, Jamundí, Florida y Pradera. La masiva respuesta,
de 40.000 indígenas en una movilización desde Santander de Quilichao hasta
Cali mostró que las condiciones de cohesión indígena no lo iban a permitir
(Caballero, 2004). No obstante, en años siguientes fueron repetidas las
incursiones paramilitares contra indígenas en los municipios del norte del Cauca
y sur del Valle en “rondas de la muerte” dirigidas a ablandar a la población por
su supuesta colaboración con la insurgencia, lo cual se ha acompañado de las
masivas detenciones de líderes indígenas.

Un elemento que enmarca este período es el triunfo electoral de una coalición


política de base indígena: el Bloque Social Alternativo, en cual participaba la
ASI y AICO, que llevó al indígena guambiano Floro Tunubalá a la gobernación
del departamento. La respuesta contra el BSA no se hizo esperar; durante todo
el gobierno de Tunubalá en el departamento del Cauca se incrementaron todos

92
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

los índices de violencia política: secuestros, torturas, desapariciones, asesinatos,


la mayoría imputables a los paramilitares (Observatorio de Derechos Humanos
de la Vicepresidencia de la República, 2004). Para muchos analistas la masacre
del Naya hizo parte de un plan dirigido a desestabilizar un gobierno popular
comprometido con un proyecto de paz regional junto con los entonces
gobernadores de los departamentos de Nariño y Tolima; esto vendría a
confirmarse con las recurrentes amenazas contra el gobernador y los miembros
del gabinete presidido por el Secretario de Gobierno, un antiguo desmovilizado
del Comando Quintín Lame.

La adopción del Plan Colombia, diseñado en el gobierno de Pastrana y puesto


en marcha por Uribe Vélez en 2002, marcó una etapa cuyo carácter respecto a
la anterior no cambió la incorporación plena en el sistema de guerra, pero sí la
intensidad de los hechos. Los municipios Nasa del Valle como son Pradera y
Florida, junto a los municipios del norte del Cauca localizados sobre la vía
Panamericana, es decir, en el área de injerencia de las AUC, han sido los más
afectados, aunque la violencia cubre todo el departamento; la percepción de
los líderes indígenas consultados es que se trata esencialmente de violencia
indiscriminada para producir terror, antes que acciones selectivas. El
Observatorio de DH de la Vicepresidencia de la República registra en estos
años que las tasas de asesinatos se disparan en más del 100% en estos
municipios19 .

El interés del gobierno por involucrar a la población civil de manera forzada en el


conflicto caracteriza este último período de violencia, que ha sido respondido con
acciones análogas de la insurgencia para impedir que su base social de apoyo sea
cooptada. Las denuncias dan cuenta de allanamientos oficiales de supuestos
colaboradores de la guerrilla que se responden con amenazas de las FARC a amigos,
amantes y familias de miembros de la fuerza pública; las redes de informantes, las
recompensas y el programa de soldados campesinos puestos en marcha por el

19
“Al observar las tasa de homicidios por cada cien mil habitantes en el año 2000 en las
poblaciones de esta parte del departamento se observa un aumento notable: Buenos Aires
pasó de una tasa de 28 en 1999 a 72 en 2000, Caloto pasó de una tasa de 15 a una de 50,
Santander de Quilichao pasó de 64 a 115, Suárez pasó de 16 a 28, Morales de 15 a 28, Caldono
de 19 a 25 y Cajibío de 40 a 67. Es de notar que desde 2000 el eje de la incursión paramilitar ha
sido la Vía Panamericana, que de manera notable coincide con los municipios que tienen las
tasas de homicidio más altas del departamento” (Observatorio DH de Vicepresidencia, 2004).

93
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Ejército, son emulados con ofrecimientos de la insurgencia a desertar y con pago de


recompensas por soldado o policía muerto; las presiones a las alcaldías para que se
sumen a la estrategia de guerra total del Estado, son emuladas con mayores presiones
de las FARC sobre las administraciones municipales (CRIC, 2003).

Esta situación resulta altamente problemática para los municipios donde los
gobernantes son indígenas que se subordinan a las políticas del CRIC y de sus
comunidades. Recientemente, en septiembre de 2004, fue secuestrado el Alcalde
Indígena de Jambaló por parte de las FARC, hay un número cercano a 100
indígenas detenidos acusados de hacer parte de las guerrillas -en redadas masivas
realizadas por el Ejército en Toribío, Jambaló, Silvia-, y son recurrentes y
generalizadas las amenazas a las comunidades por parte de la fuerza pública.
Una segunda característica en este último período son los bombardeos y
ametrallamientos indiscriminados, que han producido constantes desplazamientos
masivos en la zona, particularmente en Jambaló, en zonas aledañas a los
municipios vecinos, y Pradera. La agudización del conflicto, y sobre todo el
intento sostenido de los contendores armados por cooptar a los indígenas, han
sido enfrentados por los indígenas del Cauca y Valle con la profundización de
sus ejercicios de autonomía, dentro de los cuales el más relevante ha sido la
conformación de la Guardia Indígena permanente, un organismo desarmado
bajo órdenes de los cabildos.

Toda esta historia de luchas indígenas y la consecuente respuesta del Estado y


los poderes locales se expresa en la más amplia , intensa, persistente y sistemática
violencia política contra los indígenas del Cauca. Una intensidad tal es explicable
sin duda por el papel protagónico que el movimiento indígena del Cauca ha
tenido en las luchas recientes por la recuperación de los territorios y la
reconstrucción de los gobiernos propios, pero adicionalmente por su particular
manera de enfrentar y neutralizar los grupos armados legales e ilegales y por su
ubicación. Es el Cauca zona de comunicación entre la Amazonia y el Pacífico,
con el Ecuador, con el Valle del Cauca que es una de las regiones más ricas del
país, pero igualmente su topografía quebrada la hace estratégica para desarrollar
una guerra de larga duración como la que existe en el país.

En la historia regional, como en la representación que se hace la población


indígena de su propia historia, la guerra se asume como elemento constitutivo.
Así lo registran los propios indígenas del Cauca, cuando refieren que:

94
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

[...] en los años cincuentas [..] casi la única forma de organización que sobrevive
es la organización armada. Las guerrillas ofrecen la manera más visible de
resistencia en esa época [...] Algunos sectores indígenas, entre ellos de
Tierradentro, pero también del norte del Cauca, tuvieron que buscar apoyo en
las guerrillas. (ACIN, La recuperación de las tierras del resguardo de
Miranda y de la Zona Norte, 2001, p. 9).

El Cauca y el sur del Valle ha sido escenario de la configuración del conflicto armado
en el país. En el año 1964 fue sede de la Conferencia de Riochiquito que dio lugar
a las FARC; en 1965 vivió la primera toma guerrillera sobre Inzá y la posterior
arremetida militar del Ejército; en la década de los setenta creció en sus montañas el
M19 y se consolidó el Comando Quintín Lame, al tiempo que retornaron varios
frentes de las FARC; en lo largo de la década de los ochenta sus montañas albergaron
a las fuerzas de la Coordinadora Nacional Guerrillera y recibieron los embates del
paramilitarismo narcotraficante; mientras en los noventa tuvo lugar la reconquista
territorial del ELN y FARC de los espacios abandonados por el M19 y el Quintín
Lame, al tiempo que el Comando Bateman Cayón siguió operando en el norte y los
paramilitares se transformaron de forma más directa en agentes de la estrategia
contrainsurgente del Estado; en la presente década varias de las acciones más
criminales de las AUC y de las acciones del Plan Colombia, incluidas las fumigaciones,
se han realizado en el departamento (Observatorio de Derechos Humanos de la
Vicepresidencia de la República, 2004; González et al, 2003).

En la última etapa el Cauca tiene presencia de todos los grupos armados legales e
ilegales. El Mapa Presencia armada en el departamento del Cauca, a partir de
un folleto de Observatorio de Derechos Humanos y DIH de la Gobernación de ese
departamento, muestra la correspondencia de la presencia armada con territorios
indígenas. (Gobernación del Cauca, 2003).

El Cauca y sur del Valle como región no puede ser representada en lo político o en
lo cultural sin tener a la vista la presencia de actores armados los últimos 50 años.
La respuesta indígena al poder intimidante de los agresores no ha sido el acatamiento
ni el silencio, sino la movilización y la afirmación de la autonomía. Sin embargo el
poder armado como poder real en la región es un componente esencial del sistema
político; la creación de un sistema de autoridad paralelo al formal al cual “deben
subordinarse” o por lo menos con el cual deben relacionarse, lo mismo que la
aceptación de un lenguaje hegemónico en la región que a lo largo de la historia es el
de los ejércitos, los cuales determinan las prácticas e imaginarios organizativos y
comunitarios (Caballero, 2004).
95
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Mapa Presencia de organizaciones armadas


en el departamento del Cauca 2003

FARC
ELN
FUERZAS MILITARES
PARAMILITARES
OBSERVATORIO DE DDHH Y DIH
GOBERNACIÓN DEL CAUCA
SECRETARIA DE GOBIERNO CAUC

Fuente: Observatorio de Derechos Humanos de


la Gobernación del Cauca

Las respuestas de los indígenas del


Cauca al conflicto armado

La lucha de masas a la que llamó el CRIC desde sus comienzos en los años
setenta del siglo pasado era una versión regional de los programas de lucha
campesina liderados por la ANUC e influidos por las interpretaciones maoístas
encarnados en el Movimiento Obrero Independiente Revolucionario MOIR y
el Partido Comunista Colombiano Marxista Leninista PC-ml, que en ese
momento eran hegemónicas respecto de la lucha agraria. El grupo dirigente
indígena y no indígena del CRIC rápidamente se distanció de esas organizaciones
políticas pero mantuvo durante toda la etapa el lenguaje y la concepción básicos
del marxismo agrario. Esta adecuación no implicó de ninguna manera una renuncia
a las acciones de hecho, la violencia comunitaria y diversas formas de
96
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

autodefensa. Por el contrario son reiteradas las referencias hechas por los
historiadores indígenas acerca de cómo fue necesario adoptar estos mecanismos
y los pronunciamientos de la época legitiman las acciones de fuerza realizadas
por las comunidades para proteger las recuperaciones de tierras (ACIN, 2001
a; 2001 b).

Los enfrentamientos con la policía y los llamados pájaros fueron consustanciales


de la lucha indígena y en repetidas ocasiones el periódico del CRIC reporta las
victorias de las comunidades frente a las fuerzas combinadas del Estado y los
terratenientes, victorias que además de políticas, lo eran en las batallas campales
donde las comunidades respondían con machetes y garrotes. El resultado fueron
miles de indígenas Nasa, Coconucos, Yanaconas, Totoroes y Guambianos
asesinados, detenidos, heridos y torturados en este período.

Las valoraciones existentes frente a la lucha armada no son negativas en todo


este período inicial entre 1970 y 1982. Por el contrario son compatibles con el
llamamiento a la lucha que cruza todo el lenguaje del CRIC y los cabildos; lucha
que se considera totalmente justa. A lo cual se suma la certeza de comunidades
y organización de que la fuerza pública no era tal, sino directos agentes de los
terratenientes.

Relata Plinio Ñuscué: La policía siempre hacía parte de los terratenientes.


Ellos los utilizaban mucho. Donde estaban los indígenas recuperando, ahí estaba
el patrón y la policía. Ellos a la comunidad siempre le venían dando duro.
Nosotros como recuperadores ya no podíamos entrar al pueblo tranquilamente
como antes. Veían a un recuperador, le intentaban echar mano y llevarlo a la
cárcel. (ACIN. La recuperación de las tierras del resguardo de San
Francisco. 2001, p. 7).

La insurgencia en esos años ya tenía una larga presencia en el Cauca, como


quiera que en 1965 Inzá fue el primer municipio “tomado” por las FARC al
mando de Manuel Marulanda Vélez, quien había sido inspector de carreteras
en la zona y acampó en el resguardo de Guanacas desde donde preparó el
ataque, emulando a Quintín Lame, quien a principios del siglo XX se atrincheró
con su ejército indio en este lugar.

También el M19 tenía en la década de los ochenta una notoria actividad en la


zona. Pero aún así la forma como es entendida la acción insurgente no es como
podrían esperarlo los propios grupos de izquierda armada, en el sentido de
compartir el proyecto contra el Estado y el capitalismo; ésta es reconocida y
97
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

valorada en tanto “respaldaba al pobre”, o se trataba de “gente que ayuda”, es


decir, en tanto colaboraba en esta lucha directa por la recuperación de la tierra.
Lo que se evidencia es que a pesar del carácter altamente ideológico del discurso
del CRIC en los primeros años del renacer indígena, las referencias comunitarias
a la insurgencia armada no se relacionan con su proyecto antiestatal. Los
testimonios recogidos por la ACIN en sus textos de la Cátedra Nasa-Unesco,
así lo constatan. Recuerda Tiberio Musicué:

Verdad, los ricos les pagaban a los pájaros para que nos persiguieran. Por eso
habían muertos. Entonces los indígenas sin culpa tuvieron que meterse con la
guerrilla, por ejemplo el M19. También operaban las FARC. No había cómo
defenderse. Por una parte nos ayudaron bastante. [Por su parte, James Güejia]
Entonces se escuchó que había un movimiento que respaldaba al pobre. Viendo
la circunstancia y que nos iban a matar a todos, la alternativa era defenderme.
De nervios me anexé a un grupo guerrillero. Había sido el movimiento M19.
Me metí buscando una defensa. [Según Miguel Ñuscué] En esas aparecieron
como unos extraños con armas, conociendo a la gente (...) y atropellaron al
patrón y ahí fue que le asesinaron a la compañera (...) comenzamos a
prepararnos con jóvenes porque ni los abuelos dijeron ‘luchen así’. Un
compañero fue quien nos orientó y cogimos fuerza. Empezamos con diez,
luego treinta, cuarenta personas en Natalá (ACIN. La recuperación de las
tierras del resguardo de San Francisco. 2001, p. 5, 21, 34).

Por otra parte, los grupos armados adoptaban también funciones de justicia
por solicitud de las mismas comunidades, que en todo este período adolecían
de un precario sistema de justicia, el cual sólo fue consolidándose en la segunda
mitad de la década de los setenta cuando los procesos de recomposición de los
cabildos se terminó. (CRIC, 1990: 8).

La propia idea de muchas de las comunidades acerca del Comando Quintín


Lame, la organización armada de base indígena formada a finales de los años
setenta y que empezó a actuar como guerrilla en 1983, es similar; tanto el
planteamiento hecho en su época por los dirigentes locales, como las posteriores
reseñas sobre su forma de actuación. El proyecto alrededor del Comando Quintín
Lame se inscribe como organización típica de autodefensa popular cuyo
programa no se diferencia del planteado por las comunidades y cuya acción
bélica se concentra en proteger al movimiento de las agresiones del Ejército,
los terratenientes y eventualmente de la insurgencia armada, y realizar acciones
punitivas contra los “pájaros” y grandes hacendados. Los delegados de la
Zona Centro al Congreso del CRIC del año 1988, relatan que:
98
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

En cuanto a los grupos político-militares de izquierda, apareció un grupo a


mediados de 1984 en la zona, con propuestas políticas, militares, ayudar a la
organización y solucionar algunos problemas difíciles prometiendo respetar
la autonomía de los cabildos y de las comunidades. Algunos de estas
propuestas fueron aceptadas por los Cabildos (CRIC, Memorias del VIII
Congreso. Popayán, 1988).

Los vínculos políticos entre el CRIC y el Comando Quintín Lame no eran


casuales, sino que respondían a la existencia de núcleos dirigentes similares,
acciones evidentemente concertadas y unos enemigos idénticos: lo que no evitó
que fuera visto por muchas comunidades como agentes externos. Las versiones
acerca de la relación entre estas organizaciones son contradictorias, como
resultado del cuidado que unos y otros tienen en hacer públicos dichos nexos
en la situación política colombiana actual, en la cual los guerrilleros desmovilizados
hace 15 años siguen siendo considerados enemigos potenciales, cuando no
reales, por la fuerza pública y los paramilitares. Aun así, la diferencia entre la
percepción de las comunidades y el programa mismo de los grupos dirigentes
era evidente; mientras las comunidades siguieron viendo al Quintín Lame como
aliado en sus luchas inmediatas y locales o regionales, el Quintín Lame
necesariamente se articuló a las dinámicas nacionales de la insurgencia, pues
debió entrar a negociar territorios con los otros grupos armados, incluirse en
los mercados de armas, enfrentar una lógica estatal nacional contrainsurgente.
El resultado es que el Comando Quintín Lame hubo de articularse con la
Coordinadora Nacional Guerrillera, colocando de paso la problemática indígena
en el escenario nacional y obligando a los indígenas a asumir posiciones en este
nuevo contexto.

Por otra parte, los gobiernos de López Michelsen y Turbay Ayala, al desatar
una represión generalizada de contenido oligárquico presionaron importantes
acercamientos del movimiento indígena del Cauca con la izquierda, incluida la
insurgencia, que en esta etapa se encontraba en un claro proceso de
“acumulación de fuerzas”, en la que lo fundamental era la inserción en las
comunidades mediante la aproximación a los intereses locales: tanto para las
FARC como para el M19 se trataba de “ganarse” a la población en sus
actividades e intereses cotidianos e inmediatos. Esto permitió que en el nivel
comunitario no se percibieran las posibles contradicciones entre los
planteamientos y necesidades de la “guerra popular”, y en general de la acción
armada desarrollada por “actores nacionales”, con los intereses indígenas que
iban configurándose en dirección a consolidar el “poder popular” (CRIC, 1983).

99
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Fue la respuesta del Estatuto de Seguridad la que terminó involucrando en la


dinámica nacional la lucha indígena, especialmente en el contexto de la guerra,
pues señalaba directamente al CRIC y a los cabildos de hacer parte de las
bases insurgentes, especialmente del M19. Contrario a lo esperado por el Estado,
este señalamiento no deslegitimó a los líderes frente a las comunidades sino que
consolidó la integración entre el M19 y éstas y sentó las bases para la posterior
conformación del Comando Quintín Lame.

Pero esta situación sí modificó la actuación de la fuerza pública, pues la represión


al movimiento indígena abandona paulatinamente la ideología terrateniente que
lo acompañaba hasta entonces y se transformó claramente en una estrategia
contrainsurgente. Las detenciones, heridos, torturas y asesinatos ya no se
entienden como la respuesta estatal en el plano local ante los llamados ladrones
e invasores de tierra, sino como la estrategia estatal nacional frente al desafío
guerrillero. La violencia política terrateniente en el Cauca no desaparecería aún,
de hecho se transformaría en violencia política narco-terrateniente, pero adquiere
ahora un claro carácter subordinado a la estrategia de seguridad nacional.

La posición favorable a la insurgencia cambia sensiblemente desde el asesinato


en febrero de 1981 de 7 comuneros por parte de las FARC en el Resguardo de
Munchique, entre ellos el reconocido líder José María Ulcué. A partir de
entonces las relaciones con el VI Frente de esa organización se agravan y
empiezan a ser recurrentes los pronunciamientos indígenas exigiendo a la
insurgencia una postura de respeto a la autonomía. Un año más tarde, en octubre
de 1982, se presenta un nuevo asesinato múltiple, esta vez de Ramón Júlicue y
su hijo Benito; el CRIC manifiesta que ha querido resolver esta situación mediante
mecanismos reservados, pero la falta de respuesta de las FARC los obligan a
realizar este pronunciamiento público (Unidad Indígena 54, 1982). Los
pronunciamientos de la contraparte no se hacen esperar: se señala al CRIC de
ser enemigo del movimiento campesino y tener una posición conciliadora con la
burguesía, en particular por el acuerdo firmado con Fedegán en 1984 para
crear un marco de resolución de los conflictos territoriales.

La contrarréplica es similar: se señala a las FARC de actuar a favor de algunos


terratenientes y de recibir dinero de éstos. El CRIC considera que los grupos
revolucionarios armados amenazaban las luchas indígenas, pues querían que el
movimiento fuera dirigido por ellos, se pusiera al servicio de una estrategia

100
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

revolucionaria inmediata y conformara un frente de la guerra popular en el Cauca,


los cuales ante la respuesta negativa de la organización emprendieron una intensa
campaña de desprestigio. (CRIC, 1990: 13).

Esta situación es un detonante de la transformación del Comando Quintín Lame en


una guerrilla permanente. La percepción de que no es posible dialogar con la guerrilla
sino desde posiciones de fuerza, en este caso militar, favorece la idea de desplegar
acciones de control territorial armado.

A mediados de los ochenta es mucho más claro que la insurgencia no se considera


ni actúa como una autodefensa, sino que se reconoce como un proyecto nacional
de poder. Esto es evidente en los planteamientos y acciones militares del M19 quien
con la conformación del Batallón América y desarrollo de la gran marcha armada
hacia Bogotá que tiene como centro precisamente las montañas del Cauca y del
Valle del Cauca; política que igual se expresa en la estrategia de las FARC de
proyectar su acción en el plano nacional, luego de darse los Acuerdos de La Uribe
firmados con el gobierno de Belisario Betancur.

La valoración sobre estas acciones militares de gran envergadura es negativa por


parte de los líderes indígenas. Luego de la ofensiva del M19 de finales de 1985 y
principios de 1986, la región parecía ser el foco insurreccional más dinámico del
país; el CRIC consideró en su momento que la imagen de una zona de guerra
explosiva era artificial, “pues la ofensiva mencionada no tuvo casi apoyo de la
población” (CRIC, 1990: 36). El cambio en la valoración sobre la insurgencia
también estuvo marcado de forma notoria por la masacre cometida por el Grupo
Ricardo Franco en el resguardo de Tacueyó, municipio de Toribío, donde más
de un centenar de combatientes fueron asesinados acusados de ser infiltrados
del Ejército.

El cambio en la propia percepción que tiene la insurgencia sobre su papel, su


transformación en un actor cada vez más proyectado en el ámbito nacional,
aunado con las recurrentes contradicciones con los indígenas, con campesinos
pobres y medianos que eran una base social más prometedora para la guerrilla,
fueron creando un clima de distanciamiento creciente en lo político. En 1985 se
expide la que sería la más contundente declaración de los indígenas frente al
conflicto armado colombiano, la Declaración de Vitoncó, que fue suscrita por
los cabildos del Cauca. En esta declaración se vislumbra ya lo que será la
101
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

estrategia de construcción de una política autónoma de los indígenas del Cauca


en medio del conflicto. Los 45 cabildos allí presentes consideran que existe una
delicada situación en las zonas indígenas del Cauca:

[...] debido a la presencia militar, tanto del ejército y policía como de los
grupos armados ajenos a nuestras comunidades, presencia militar que no
tiene que ver mucho con nuestros problemas y que tiende a agudizarse en
la medida en que puede desencadenar una guerra entre las partes en conflicto,
guerra en la cual nuestras comunidades sufrirían las más graves
consecuencias. [Y por tanto resuelven] Recalcar y hacer valer por todos los
medios que estén al alcance de los Resguardos el DERECHO A LA
AUTONOMÍA, es decir, el derecho que los Cabildos y las comunidades
tienen de controlar, vigilar y organizar su vida social y política al interior de
los Resguardos y de rechazar las políticas impuestas venidas de afuera. [Para
afirmar luego] Nosotros, como representantes de los Cabildos, no aceptamos
imposiciones. Es nuestro sentir seguir recuperando las tierras de nuestros
Resguardos de acuerdo al primer punto de nuestro Programa de Lucha y
amparados en la Ley 89 de 1890 y otras disposiciones legales del Gobierno
de Colombia. No aceptamos, entonces, que algún grupo armado venga a
decirnos a quiénes debemos recuperar las tierras y a quiénes no, y a quiénes
debemos segregar las tierras y a quiénes no. Esto lo deciden las mismas
comunidades, de acuerdo a sus necesidades. Este es, entonces, y aquí lo
reiteramos nuevamente en esta Junta Directiva, un asunto interno que compete
únicamente a las comunidades y a sus Cabildos. Igualmente lo referente a
castigos por actos delictivos. Esto le concierne a los Cabildos, que tienen por
ley la facultad de castigar a sus comuneros de acuerdo a las costumbres que
tenga la comunidad. (ONIC, CRIC: Declaración de Vitoncó. 2002, p. 7).

La Declaración considera la exterioridad de los actores armados frente a las


luchas indígenas, lo que resultaba inusual en la época por parte de un movimiento
popular y poco realista teniendo en cuenta la existencia del Comando Quintín
Lame. Este es el punto central que marca toda la etapa en materia de relaciones
con la insurgencia, puesto que las valoraciones frente al Estado no implican
modificación frente a la posición histórica que se había tenido y el rechazo a sus
imposiciones. Según este documento, la guerrilla empieza a ser considerada
externa a la comunidad en tanto ya no ayuda ni colabora con las recuperaciones
de tierra, sino que se guía por intereses particulares: rentas de guerra, o alianzas
regionales, o programa nacional de toma del poder.

102
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

Sin embargo no es una ruptura ni la manifestación de que existan intereses


enfrentados e irreconciliables entre el movimiento armado de izquierda y el
movimiento indígena. En el mismo documento queda abierta la puerta para el
diálogo y la búsqueda de acuerdos. A las organizaciones políticas “sean éstas
armadas o no” se les exige pedir permiso con tiempo suficiente para realizar
reuniones, las cuales deberán ser consultadas con las comunidades y totalmente
voluntarias. A pesar del tono perentorio de la exigencia, los indígenas siguen
considerando estos diálogos una necesidad. Al mismo tiempo sugieren la que a
su juicio sería la postura correcta de un grupo armado revolucionario, al destacar
que el Comando Quintín Lame, presente en la Junta Directiva donde se expidió
la Declaración, se pronunció a favor de esta posición, mientras el VI Frente de
las FARC igualmente presente no lo hizo. La esperanza de que los otros grupos
siguieran el camino del Quintín Lame indica que la unidad popular revolucionaria
sigue en la base del proyecto indígena del Cauca.

Un año después, en 1985, los cabildos del CRIC emiten la Declaración de


Ambaló, específicamente dirigida a las organizaciones guerrilleras. La relación
entre conflicto armado y autonomía como respuesta es mucho más perfilada:

Frente a las organizaciones guerrilleras, como lo hemos hecho en varias


ocasiones anteriormente, hacemos un llamado para que se nos oiga en
el sentido de que no trasladen la guerra que ellos están librando a
territorios de nuestras comunidades. Reiteramos que haremos valer sin
excepciones nuestro derecho a la autonomía, exigiendo de todas las
organizaciones y fuerzas ajenas a nuestras comunidades, el respeto a nuestro
territorio, a nuestras autoridades, a nuestra forma de organización política,
económica, social y judicial, a nuestros procesos de toma de decisiones y
forma de ejecución de las mismas. Hemos sido y seguiremos siendo los
gestores y voceros de nuestras propias luchas y no requerimos de fuerzas
extrañas a nuestras comunidades, sin descartar que son necesarias las
alianzas con organizaciones populares, siempre que estas se den en
términos de respeto e igualdad. (ONIC, CRIC: Declaración de Ambaló,
2002, p. 55)

La idea de autonomía defendida por el movimiento indígena en este momento


es mucho más clara con referencia a los ámbitos que le corresponden y lo
específico de estas instituciones y procedimientos. Mientras en la Declaración
de Vitoncó se reivindica el derecho a decidir según las necesidades concretas
de las comunidades, ahora éste derecho surge de la existencia de autoridades
103
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

formas de organización política y procedimientos propios. Este clima de


distanciamiento se mantiene por varios años, y se acrecienta en 1987-1988
cuando arrecia la guerra sucia del Estado, en especial se consolida la más grande
operación de copamiento militar en el departamento del Cauca, y la guerrilla
aumenta sus acciones “preventivas” y “punitivas” sobre presuntos informantes
del Ejército.

La tensión permanente entre las comunidades y organización indígenas de la


región con la insurgencia, especialmente el M19 y el Quintín Lame con quienes
las conversaciones eran más corrientes, producida por la asfixia de los operativos
militares del Ejército sobre la población, conduce a que a principios de 1987
los grupos guerrilleros de la región ofrecieran retirarse de los territorios indígenas
si el Ejército hacía lo propio. El movimiento indígena aprovecha esta circunstancia
para transformarse en un actor protagónico con un nuevo discurso, el de la paz
negociada; lanza entonces su Propuesta de Paz de tres puntos: el acuerdo con
todas las fuerzas sociales, la adopción de un proyecto de desarrollo regional
con participación indígena y campesina, y la desmilitarización de las comunidades
indígenas y campesinas por parte de ejército y guerrilla (CRIC, 1990: 37). Un
año después el M19 lanzaría la propuesta de Diálogo Nacional que conduciría
a su desmovilización, junto con el PRT, EPL y el Quintín Lame, la cual el
movimiento indígena respaldaría con la iniciativa de Caucanos por la Paz.

Lo más significativo de este período es que “la búsqueda de la paz” se convierte


en la consigna central de la política colombiana, tanto para la izquierda como
para el Estado. El movimiento indígena del Cauca, involucrado indirectamente
en la negociación a través del Comando Quintín Lame, adopta fervientemente
este discurso, que empieza a llenar todas las declaraciones indígenas de la época.
El CRIC en una carta abierta del año 2001 refiriéndose a ese proceso plantea
que:

Pasada la mitad de la década de los ochenta, los pueblos indígenas compartimos


con otros sectores la necesidad de ampliar la participación política por fuera
de los partidos tradicionales y acompañamos procesos de unidad y búsqueda
de salidas efectivas al conflicto social y armado vigente; para lo cual se
propusieron salidas dialogadas como mecanismo para encontrar la paz en
Colombia, tomando forma la iniciativa de una Asamblea Nacional Constituyente,
proceso donde los cabildos fueron determinantes para hacer que el grupo
armado Quintín Lame entrara en las negociaciones de paz que concluyeron
con la convocatoria a la Constituyente. (ONIC, Carta abierta del CRIC: la
Resistencia indígena ante la actual crisis nacional. Bogotá, 2002, p. 75).
104
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

Lo que interesa resaltar es que el movimiento indígena del Cauca se convirtió


en uno de los principales impulsadores de la solución negociada al conflicto
armado y su nueva estrategia frente a la violencia política fue a partir de entonces
la “búsqueda de la paz”. La participación del movimiento indígena del Cauca en
la campaña del Mandato por la Paz en octubre de 1997 fue notoria y
comprometida, especialmente a través de la ASI. Esta estrategia mostró
aparentemente ser exitosa, tanto por los reconocimientos políticos, económicos
y territoriales logrados en la Constituyente, como por la reducción evidente de
la violencia política contra los indígenas en el departamento del Cauca y sur del
Valle en los años posteriores.

Pero este éxito no duró más que un lustro. Para 1997 el conflicto armado cubre
a todo el país y el departamento del Cauca no escapa a dicha lógica; el Congreso
del CRIC realizado ese año considera que:

Se está realizando una neocolonización con los grupos armados, militares,


guerrilla, paramilitares (Convivir), delincuencia común, y narcos, al interior
de nuestras comunidades indígenas. [...] Por ellos hay debilidad, confusión y
desunión al interior de las comunidades indígenas lo cual es aprovechado por
los grupos armados e instituciones que no respetan nuestro proyecto de vida.
[...] Algunos cabildos han debilitado su autonomía, lo que es aprovechado por
los grupos armados (es decir que no se tienen claros los principios de
autonomía). [...] El narcotráfico nos invadió y nos está volviendo locos con el
poder del dinero debilitando nuestra armonía y equilibrio (CRIC, Conclusiones
X Congreso Regional Indígena del Cauca, Popayán. 1997, p. 42).

En este momento se entiende el conflicto armado principalmente como un desafío


a la autonomía y a los procesos de cohesión comunitaria, más que en sus impactos
directos en materia humanitaria; en tanto la amenaza es frente a la autonomía,
se unifica a “los actores armados” como una sola categoría política, pues todos
conspiran contra el autogobierno, la justicia y la territorialidad indígenas; de
paso se abandona la anterior clasificación que diferenciaba los actores insurgentes
de los actores estatales y paraestatales. Aunque no se llega a la
autocaracterización de “víctimas” que en general adoptó el movimiento indígena
colombiano para este período, sí se plantea principalmente un camino basado
en los procesos internos. La estrategia adoptada se centra desde entonces en el
fortalecimiento de la autoridad de los Cabildos y de la organización frente a
dichos actores, y se afianza el discurso de la identidad étnica.

105
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Por otra parte, el gobierno nacional inicia en enero de 1999 las conversaciones
con las FARC al tiempo que promueve la aprobación del Plan Colombia en el
Congreso de los Estados Unidos. Las negociaciones se convierten en una
contradicción permanente para las comunidades que no ven disminuir la violencia
en sus territorios a pesar de la retórica de la paz. La posición del movimiento no
renuncia a la “búsqueda de la paz”, pero cambia el enfoque hacia la construcción
directa de condiciones de paz. La mirada histórica del movimiento indígena
permitió, antes que en otros sectores, ver la debilidad del proceso de negociación
que se llevaba a cabo. En una Junta Directiva del CRIC en marzo de 1999, se
emite la llamada Declaración de Jambaló, donde se corrobora esta perspectiva.
Dicen los Cabildos:

Aunque nuestra lucha es pacífica estamos dispuestos a defender nuestras


culturas, desde el convencimiento que ni el Gobierno, ni los grupos
armados, ni los hombres eminentes van a cambiar nuestras condiciones
actuales; sino que seremos nosotros mismos, utilizando la educación que
nuestra madre tierra nos ofrece, unidos y organizados como pueblos indígenas,
quienes construiremos un nuevo proyecto de vida, bajo el principio de
reciprocidad y dispuestos a recibir y aportar a otros pueblos y culturas para
enriquecer los proceso de construcción de una Colombia verdaderamente
democrática. Continuar ejerciendo nuestro derecho a la autonomía territorial
de acuerdo a los principios históricos, constitucionales, derechos
internacionales y normas en relación con la madre naturaleza. [...] Ejercer
el control territorial a través de nuestras autoridades indígenas, de
acuerdo con las leyes de la naturaleza y las normas constitucionales y la
comunidad. Ningún grupo armado podrá solucionar problemas dentro de la
comunidad indígena. Cuando se sepa que un comunero solicita intervención
de estos grupos será juzgado e invalidado cualquier tipo de acuerdo o arreglo
que se hiciere. (ONIC, CRIC: Declaración de Jambaló, 2002, p. 10).
Subrayados nuestros.

La acción directa, el ejercicio de la autonomía, la concepción de que la


insurgencia adelanta una guerra totalmente externa a los indígenas y sin conexión
posible, el retorno a una idea del Estado como adversario y la desconfianza
respecto a los logros del proceso de paz, serán los componentes de esta posición.
De donde se desprenderán tres tipos fundamentales de acción, que son las que
se mantienen hasta mediados de la década actual: las Asambleas y mingas
masivas frente a situaciones de riesgo, el fortalecimiento de una Guardia Indígena
permanente y la apertura de un territorio de paz ofrecido a la sociedad civil.
Estos elementos se enmarcan en una concepción rescatada del lenguaje indígena
de principios de los años noventa: la resistencia.
106
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

La minga como alternativa de resistencia

Las Asambleas y Mingas masivas son actos en los cuales las comunidades se
movilizan para impedir acciones de los grupos armados que afecten o puedan
afectar a la población civil. Aunque en sus objetivos se busca neutralizar a todos
los actores, lo cierto es que han tenido alguna eficacia frente a la insurgencia y
el Estado, pero no se han ensayado aún frente a los paramilitares; la percepción
de las comunidades es que por su carácter esencialmente criminal no responderán
políticamente a tal demanda comunitaria. Varias experiencias se han convertido
en hitos de esta nueva etapa de movilización. En diciembre de 2001 los
pobladores de Puracé, del pueblo Coconuco, salieron en masa con música de
altavoces y de grupos musicales a detener los combates que sostenían el ELN
y la policía, suspendiendo totalmente el operativo; ese mismo mes las
comunidades Nasa de Caldono lograron un acuerdo con la Columna Jacobo
Arenas de las FARC para que suspendieran un ataque al puesto de Policía,
luego de realizar movilizaciones masivas en la plaza central; una asamblea de
más de 2.000 comuneros en Jambaló definió un ultimátum a los narcotraficantes
de la región para desalojar la zona y desmontar los laboratorios. Similares
acciones se han realizado ante ametrallamientos indiscriminados y combates.

Las comunidades se ven obligadas a desplazamientos masivos forzados pero


adoptaron mecanismos de Asambleas permanentes para transformar y politizar
una situación de crisis (ONIC, 2003). En el año 2004 tres comisiones de
búsqueda importantes se han realizado: en mayo fue liberado un líder indígena
detenido por la Fiscalía en Santander de Quilichao; en septiembre una comisión
se dirigió al municipio de San Vicente del Caguán para exigir la liberación del
alcalde de Jambaló secuestrado por las FARC; y también en septiembre se
desplazó una delegación hasta Bogotá a exigir la libertad de un líder indígena
detenido por la Fiscalía (Actualidad Étnica, 2004); en todos estos casos exitosos
la comunidad acude a la legalidad de sus actos y a la fuerza de su movilización
masiva.

Detrás de estas acciones de masas, que se pueden realizar por el peso


demográfico de los pueblos del Cauca, se encuentra la Guardia Indígena. Es
una heredera de las tradicionales y ya centenarias Guardias Cívicas indígenas
que tuvieron un papel relevante en la protección de las recuperaciones de tierras
en los años setenta y luego fueron figuras temporales de control interno en

107
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

eventos especiales 20 . A partir del Congreso Extraordinario de Caloto en 2000


la guardia indígena es conformada oficial y legalmente, con varios cambios: se
instutuyeron como organismos permanentes, pasaron a cumplir funciones de
control y vigilancia territorial más que de las actividades comunitarias, asumieron
funciones de capacitación y formación para responder a las situaciones críticas
producidas por el conflicto armado. Se trata de una estructura voluntaria
compuesta en su mayoría por jóvenes, aunque no de manera exclusiva,
organizada en forma celular y ostentosamente desarmada con bastones de
chonta que simbolizan autoridad, subordinada a los Cabildos y sin capacidad
para representar o establecer relaciones a nombre de las comunidades. Es
sostenida por la comunidad mediante alimentos y aporte de medios de
subsistencia, encargada de guiar la respuesta masiva de las comunidades frente
a situaciones de violencia, y sobre todo con capacidad de respuesta inmediata
tanto a las orientaciones de sus autoridades como a las situaciones críticas. En
la actualidad es fuerte en la zona norte y nororiental del Cauca, en
correspondencia con procesos organizativos más consolidados y una experiencia
de violencia más intensa en los últimos 10 años. La Guardia ha sido protagónica
en las acciones masivas referidas anteriormente, por su cohesión y unidad interna
para actuar, su preparación específica en asuntos de seguridad, su facilidad
para activar alertas tempranas comunitarias (Camayo, 2004; Caballero, 2004;
Ríos, 2004).

El Estado y los paramilitares han querido e intentado articularla a su estrategia


contrainsurgente, al punto que el Ejército ofreció apoyo en capacitación; la
insurgencia por su parte ha presionado en sentido análogo y se ha ofrecido para
hacer control conjunto de los territorios. Estas pretensiones han sido rechazadas
públicamente por las autoridades locales indígenas y por los miembros de la
Guardia, que defienden la autonomía de ésta por obvias razones políticas; así
mismo, saben que la Guardia es un mecanismo eficaz para confrontar las ofertas
de reclutamiento que hacen los actores armados, pues se ha convertido en un
elemento de cohesión de los jóvenes, que encuentran en ella elementos de
prestigio y mecanismos de formación política y académica.

20
Varios líderes indígenas consultados sobre la relación entre la Guardia Indígena y el Comando
Quintín Lame respondieron que aunque existan similitudes (sobre todo en su función de
guardar y proteger a las comunidades) no existe ninguna continuidad ni parecido esencial,
pues la Guardia es decididamente desarmada y subordinada a la autoridad indígena. (Ríos,
2004; Camayo, 2004).

108
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

Tanto las Mingas y Asambleas masivas, como las intervenciones de la Guardia


Indígena, son acciones afirmativas de poder. En ese sentido el significado de la
“resistencia indígena” va mucho más allá de una postura reactiva a la violencia
política y en general al conflicto armado interno. La ilegitimación de la guerra y
de los actores armados legales e ilegales, que promueve el CRIC, es de hecho
una legitimación de sí mismo, y la autodefinición como un tercer actor político
que entra al conflicto, en una “batalla desarmada” por defender sus intereses,
que son negados de hecho o de derecho por los bandos en pugna.

La última gran movilización realizada en septiembre de 2004, cuando 65.000


indígenas y campesinos del Cauca marcharon hasta la ciudad de Cali durante 5
días, terminando en un Congreso Indígena y Popular, tuvo un discurso enfático
en ese sentido; se trataba de un acto contra la guerra y principalmente contra el
tratado de libre comercio que ataca los territorios indígenas, contra el desmonte
de los derechos fundamentales de la Constitución que reconocen y protegen la
autonomía y la jurisdicción especial indígena, como son la acción de tutela y la
Corte Constitucional, contra la política de seguridad democrática de Uribe Vélez
que subvierte todo el sistema de autoridades indígenas locales (CRIC, 2004b).
Es decir, la resistencia indígena, nacida en el contexto de la guerra, se desarrolla
como estrategia de transformación del régimen político y de afirmación del poder
indígena.

La percepción actual del conflicto armado por parte de los líderes indígenas del
CRIC, en general mantiene los elementos formulados en las ya tradicionales
Declaraciones de Vitoncó y Jambaló, pero a ello el grupo dirigente indígena
agrega el análisis sobre el papel de los paramilitares en la estrategia
contrainsurgente del Estado, asociados a los intereses transnacionales y de los
nuevos propietarios de la tierra, los narcotraficantes. La insurgencia en cambio
no tiene un estatus totalmente definido: la memoria frente a las agresiones de
las FARC, especialmente del VI Frente contra comunidades y dirigentes
destacados como Cristóbal Secue, recorre el imaginario de la mayoría de los
líderes indígenas, que exigen de esta organización “consecuencia” con sus
postulados políticos. En el nivel comunitario esta última valoración se comparte,
aunque está determinada más por las prácticas directas de la insurgencia, como
son la colaboración logística forzada, poca comprensión del proyecto autonómico
indígena, primacía de los intereses “inmediatistas”, factores que los indígenas
ubican como “un estorbo con el que hay que convivir” 21.

21
Tamayo, Jorge, 2004. Comunicación personal.

109
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

De cualquier manera estas caracterizaciones no modifican el proyecto de


afirmación de autonomía frente a todos los actores armados. Por el contrario,
el señalamiento de que la guerra “no es entre ejércitos por el poder del Estado,
sino de los ejércitos contra población civil, en especial contra aquella población
establecida en territorios que tienen importancia estratégica, bien sea de orden
económico o militar” (CRIC, 2003), facilita aún más las acciones de
afianzamiento y legitimación del gobierno propio, consolidación del territorio y
aplicación de justicia.

Este recorrido sobre la respuesta del movimiento indígena del Cauca a la


violencia política se sintetiza en varios elementos generales que la distinguen.
Un fuerte sentido de legitimidad de las autoridades indígenas logrado en años
de movilización, que permiten una fácil articulación entre las orientaciones
políticas generales y su puesta en práctica comunitaria. Un sólido pensamiento
colectivista que considera naturales los cambios de táctica en la medida que
son adoptados en espacios de consenso masivos. Por otra parte, una disposición
a “probar los caminos”, a “catiar” 22 (catear), a encontrar herramientas en la
experiencia y la memoria colectiva, antes que a seguir una estrategia o un curso
apegado a alguna doctrina. Igualmente una larga experiencia en las
recuperaciones territoriales y lucha por los derechos convertida en discurso
hegemónico. Todos estos elementos se deben entender en un escenario en el
que las estructuras político - organizativas están claramente articuladas a formas
tradicionales, adecuadas a una práctica de confrontación y a la decantación de
una mentalidad guerrera utilizada por los sectores dirigentes como consigna
movilizadora. Estos elementos, en un complejo étnico de cerca a 200.000
habitantes, configuran un tipo de respuesta que se podría denominar como
inmediata, masiva y de confrontación.

El carácter estructurante de la violencia

El primer apartado de este capítulo describió cómo los Nasa y otros pueblos
del Cauca han vivido en medio de la violencia política más intensa que ha
experimentado cualquiera de los pueblos indígenas de Colombia; los impactos
negativos en vidas humanas, líderes, cohesión interna, capacidad productiva,
lazos familiares, han sido reseñados por los propios cabildos y organizaciones.
Rappaport sostiene que la época de la violencia:

22
El “cateo” es un principio del conocimiento y el aprendizaje Nasa y de los otros pueblos
del Cauca que venimos reseñando.

110
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

… fue un duro golpe para la formación de una unidad nasa independiente,


cuyos inicios se habían llevado a cabo bajo la dirección de Manuel Quintín
Lame y que había sido reinterpretado por las Ligas Campesinas. La guerra
civil detuvo el proceso político durante dos décadas y perpetuó la fragmentación
política que había dado por resultado la legislación de pequeños resguardos
aislados durante la Regeneración. La Violencia hizo que la falta de autoridad
de los resguardos se hiciera todavía más patente y que su hegemonía fuera
puesta en duda por distintas organizaciones políticas que habían construido
jerarquías paralelas a ellos, en lugar de dentro de ellos (Rappaport, Joan. La
política de la memoria. Reinterpretación indígena de la historia de los
Andes colombianos. Popayán, 2000, p. 173).

Estos procesos violentos deben verse también como formadores de sociedad y


cultura, y en efecto esto es lo que ocurrió en los años posteriores. En razón y en
medio de esa violencia, el movimiento indígena del Cauca ha podido y debido
conformarse como bloque regional de poder, como sujetos políticos y como
pueblos indígenas.

La existencia del conflicto armado en el territorio del Cauca se articula a una


historia recurrente de ausencia del Estado en sentido pleno (Rappaport, 2004:
108); la delegación del poder estatal legítimo en actores como la Iglesia y los
terratenientes fue durante mucho tiempo la base de la reproducción social y
económica de la región, en tanto una y otros cumplían roles de autoridad civil y
militar, adoptando la política y el poder regionales un carácter semi-privado. La
persistencia de este modelo de poder obedecía a la eficacia de los mecanismos
de adhesión clientelista, la fuerte presencia armada privada, los “pájaros” y la
acción ideológica de la Iglesia católica, todos asentados en el sistema del terraje.
Justamente contra estos componentes del modelo de dominación se desarrollan
los primeros años del renacer indígena en la década de los setenta del siglo XX
(Unidad Indígena 1, 1975: 2). La fragilidad del Estado está correlacionada
con la ausencia de una sociedad civil moderna, lo que implica que el bloque de
poder regional adolece de precarias formas de legitimidad y hegemonía política
(Houghton 1992: 181).

De esta situación se desprende que la lucha indígena por la tierra de la década


de los setenta sea llevada a cabo como una lucha contra actores privados. Las
denuncias realizadas por el naciente Consejo Regional Indígena del Cauca CRIC
y los cabildos de las comunidades son recurrentes en señalar que la actuación
del ejército, la policía y otros organismos de seguridad estaba dirigida por los
terratenientes y obedecía fundamentalmente a la lógica de preservar la propiedad

111
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

de las grandes haciendas que eran la fuente de autoridad, prestigio y poder


político. No se trata del papel secular del Estado en la protección de los
poderosos como clase, sino de un papel directamente subordinado -y pagado-
a los mayordomos y pájaros de los terratenientes. El mayor Nicolás Tálaga
recuerda:

En el año 1984 llegaron ellos, los grandes terratenientes, y acordaron en pagarle


un millón de pesos al Batallón Pichincha para que les cuidaran las fincas y les
mandaran un puesto militar. En ese año estuvieron cuidando las tierras de los
ricos. Cuando se les acabó la plata al Batallón, retiraron el personal (ACIN,
La recuperación de tierras del Resguardo de Tacueyó. 2001c, p. 7).

La otra cara de la moneda es que los organismos del Estado del ámbito regional
encargados de garantizar su carácter arbitral y el “interés público”, de entrada y
por definición estaban deslegitimados en toda la sociedad caucana, y
especialmente entre las comunidades indígenas. Ninguna de las funciones de
legitimación del Estado eran cumplidas por estos organismos. Por otra parte,
durante un buen tiempo la insurgencia no es entendida como un actor con un
proyecto estatal sino como un “colaborador” en las luchas comunales.

En ese contexto de precariedad institucional se gesta y desarrollo posteriormente


el conflicto armado interno contemporáneo, que no hace más que profundizar
esta situación. El enfrentamiento de los modelos de poder territorial en relación
con los pueblos indígenas, coloca inicialmente en disputa a dos proyectos de
constitución estatal 23. En este campo de fuerzas se desenvolvió la última etapa
del movimiento indígena del país, y de manera más profunda en el Cauca: un
sistema de guerra caracterizado por un impasse cómodo, en el cual la burguesía
colombiana y la insurgencia aprovecharon la precariedad institucional y la crisis
de legitimidad del régimen político para avanzar en consolidar sus respectivas
posiciones de poder.

23
Rappaport amplía los modelos de estado a tres y restringe el objetivo a la legitimación de la
autoridad. Sostiene que “Lo que está en juego es la legitimidad de la autoridad indígena frente
a otros sistemas que usurpan su lugar... La construcción de una autoridad legítima en un
mundo en el que el estado colombiano y los proyectos de estado de las guerrillas y los
paramilitares están en disputa, empleando el territorio indígena como su campo de batalla”
(Rappaport 2004: 126)

112
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

El Estado en el Cauca, luego de la promulgación de la Constitución Política de


1991, siguió adoleciendo de su precaria legitimidad y el gran poder terrateniente
quedó replegado, pero el movimiento indígena por el contrario emergió en los
años noventa como el actor más representativo del departamento. Las FARC
adquirieron en estos años un papel relativamente marginal en términos políticos
e incluso su presencia con relación a la violencia política se reduce. No obstante
la disminución de hechos de violencia política en este período no reduce la
percepción de riesgo por parte de la organización (CRIC 1995: 2), que sigue
siendo víctima de violencia por parte del Estado, los paramilitares y Otros
actores violentos, y sobre todo es testigo de la recomposición territorial de la
guerrilla (ELN y FARC) copando los territorios dejados por el M19 y el
Movimiento Armado Quintín Lame tras su desmovilización.

Estas condiciones propiciaron fuertes procesos de afirmación en términos de


autogobierno, jurisdicción indígena y control territorial, los componentes del
proyecto de soberanía popular impulsado por el CRIC y en gran medida
adoptado por los Nasa del sur del Valle del Cauca agrupados en la Organización
Regional Indígena del Valle del Cauca ORIVAC.

Para los indígenas del Cauca y Nasa del Valle el conflicto se recrudece a partir
de junio de 1996 con la muerte de Marden Betancur, quien había sido elegido
alcalde de Jambaló y a quien el ELN acusa de colaborar con los paramilitares y
por tanto lo ajusticia. Estos hechos involucran a miembros de la comunidad,
incluido un antiguo presidente del CRIC con quien la dirigencia había tenido
reiterados conflictos políticos y organizativos. Es entonces cuando el CRIC da
un paso adelante en su proyecto de soberanía y convoca un juicio para juzgar
este crimen político. En el escenario de las jurisdicciones enfrentadas del Estado
y la insurgencia, el movimiento indígena del Cauca descubre una oportunidad
política en la posibilidad de aplicar la justicia en un proceso que excede la
tradicional justicia comunitaria, en tanto incluye no solo el delito de homicidio,
sino también el de participación con actores armados, que el lenguaje del Estado
se nominaría como rebelión.

Cinco años más tarde, en junio de 2001, es asesinado Cristóbal Secue, ex


presidente del CRIC, responsable de la escuela de justicia indígena y líder
reconocido en el proceso de impulso y desarrollo de la justicia Nasa. La
Asociación de Cabildos del Norte del Cauca, una de las zonales del CRIC, lo
mismo que el propio CRIC, asumen de pleno el derecho al juzgamiento de los
113
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

indígenas milicianos de las FARC acusados del asesinato. En un Congreso


extraordinario realizado en Toez, en el cual participan aproximadamente 5.000
autoridades y delegados de las comunidades, se presentan los resultados de la
investigación y se responsabiliza a las FARC de los hechos. Como en el caso
de la muerte de Marden Betancur por parte del ELN, los involucrados presentan
esta muerte como ejercicio de justicia insurgente. Es así como la organización
indígena apela a la puesta en escena de la justicia propia y para ello encuentra
justificación en la propia Constitución Política de 1991, el Convenio 169 de la
OIT y su propia legitimidad política.

Dos hechos adicionales corroboran esta tesis, e indican cuál es la perspectiva


que guía a los indígenas caucanos en la actualidad. El juicio realizado en febrero
de 2004 en Bodega Alta en el municipio de Caloto contra el Ejército, cuando
fue convocado el Tribunal Indígena del Norte del Cauca para encausar a soldados
y oficiales del Batallón Héroes de Pichincha de Cali por los hechos en que
perdió la vida el comunero indígena Olmedo Ul Secue y fue herido el comunero
Edinson Conda. Los indígenas reclamaron estar ejerciendo funciones
consagradas en el artículo 246 de la Constitución, una ley estatutaria de la justicia
y los usos y costumbres del Pueblo Nasa.

Un año antes, los cabildos de Caldono se habían declarado en rebeldía ante el


Alcalde no-indígena, y demandaron del gobierno nacional el reconocimiento
inmediato de un solo gobierno en el municipio, el de los cabildos; la respuesta
tanto del gobierno nacional como del gobernador indígena del departamento no
fue positiva y las propias comunidades no profundizaron su exigencia. Sin
embargo, cuando se posesionaron los nuevos alcaldes en enero de 2004, varios
de estos no cumplieron el requisito legal de hacerlo ante los Concejos
Municipales, sino que lo hicieron ante los Cabildos indígenas.

De esta manera se inaugura una etapa nueva, en la cual los Nasa, y por extensión
los otros pueblos del Cauca, afirman su propia jurisdicción al tiempo que alegan
la ilegitimidad tanto de la justicia ordinaria como la de la insurgencia. Rechazan
la institucionalidad municipal, y desafían la departamental y nacional,
cuestionando la escasa subordinación de los alcaldes al poder indígena y
declaran la incompatibilidad de los actores armados con sus autoridades y la
guardia indígena dentro de sus territorios. Sin desconocer el ejercicio real de
restablecimiento de la armonía que presume la justicia Nasa, estos actos se
enmarcan más en una apuesta por diferenciar el sistema de justicia propia que
por aplicarlo.
114
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

Pero este desafío al Estado fue posible justamente porque el conflicto armado
ha mantenido las condiciones de precariedad institucional y creciente ilegitimidad
a todo el régimen político formal, al punto que ha convertido al propio conflicto
armado en el régimen político. A lo cual se sumaron las medidas neoliberales de
desmonte del papel mediador del Estado durante toda la década pasada, a la
vez que se transfiere a la sociedad civil la construcción del proyecto de
nacionalidad, de la sistematización y codificación de la normatividad jurídica, la
concreción legal y simbólica de los postulados éticos, el uso de la fuerza como
ejercicio y como potencia, y la función de depositario y garante del pacto social
(Houghton 1992: 177). Este retorno de las funciones de dominación a la
sociedad civil decidido por los sectores dominantes supone para éstas su
capacidad de ganar el pulso a las clases y sectores subalternos sin la ilusión del
Estado mediador, pero implica de forma inmediata el incremento de la violencia
militar y paramilitar. Lo ocurrido en el Cauca fue la derrota de la burguesía
agraria frente al proyecto indígena que resultó ser más consistente, pues había
desarrollado más lazos y alianzas con la sociedad civil caucana que el propio
establecimiento hacendista anclado en formas políticas pre-modernas.

La desregulación y la privatización de las relaciones políticas, económicas y


sociales, junto con la permanencia de los niveles de ilegitimidad política de los
actores armados y civiles del conflicto por causa del conflicto mismo, obligaron
y permitieron entonces a los indígenas Nasa y demás pueblos del Cauca
desarrollar su proyecto de poder.

Los indígenas del Cauca como sujetos políticos

La afirmación del gobierno y la justicia indígena bajo los preceptos de


construcción de soberanía, autonomía y poder, son elementos que adquieren
sentido en la medida que se entiende al movimiento indígena caucano en tanto
sujeto político regional, que a la vez se construye como respuesta y resultante
de la violencia política. Esta conciencia de ser un actor político definido por el
conflicto es temprana, e indica la valoración de que la violencia era impotente
contra las comunidades organizadas, así como el enfrentamiento exitoso a la
violencia política privada y estatal de los años setenta estaba produciendo un
sujeto político estable e inamovible (Unidad Indígena 26, 1977: 2). Como es
de esperar, el grupo dirigente del CRIC por su posición político-ideológica
cercana al marxismo apostó por convertir el incipiente movimiento en un sujeto
político revolucionario; pero es esencialmente en la tensión con la violencia
115
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

política que tiene lugar su realización, más que como resultado de una creciente
conciencia doctrinaria fruto del trabajo pedagógico y de agitación de los cuadros
políticos o por el renacimiento de una coherente identidad indígena que se
mantenía como rescoldo bajo décadas de terraje, iglesia y clientelismo. Entre
otras cosas porque el discurso pan-étnico del CRIC en ese momento era adjetivo
al lado del llamamiento a las comunidades para hacer parte de un bloque político
con los campesinos pobres.

Hay dos hechos tempranos que muestran cómo el movimiento se articulaba


más en torno de esta problemática, agresión armada y resistencia, que en torno
de dinámicas culturales o de la ideología. El primero es el acuerdo suscrito a
mediados de 1984 con la Federación Nacional de Ganaderos FEDEGAN, que
aunque en efecto se trata de un acuerdo que crea un marco para la resolución
de conflictos territoriales es considerado por el grupo dirigente indígena como
un “acuerdo de no agresión” (CRIC, 2004; ONIC, 2002). Un par de años
después, el CRIC y la ONIC emprenden un acercamiento con las FARC,
especialmente con Jacobo Arenas el responsable político de ese movimiento,
con una similar pretensión: no agresión, respeto mutuo y reconocimiento político.
En ambos casos el movimiento indígena del Cauca se erige como “representante”
de las comunidades, un papel que no abandonará más. En ambos casos la
violencia política es el punto de toque que permite ese reconocimiento, pues los
dos acuerdos son facilitados –cuando no presionados- por la irrupción en la
escena regional del Comando Quintín Lame, que otorgaron al movimiento
indígena un perfil de contendor significativo ineludible para los ganaderos, los
terratenientes y la insurgencia.

La participación indígena en los acuerdos de paz a través del Comando Quintín


Lame y la posterior participación en la Constituyente a través de Alfonso Peña
Chepe, constituyente designado por el Quintín en el marco de los acuerdos de
desmovilización pero que en todo momento fue considerado el delegado del
CRIC, se enmarca en esta misma lógica.

Por otra parte, la conformación como sujeto político implica reconocerse y


actuar como un sector diferenciado y, principalmente no-representable por otros
actores. El CRIC es enfático en este punto, y de paso, ha arrastrado a otras
organizaciones a adoptar esta misma caracterización. En el marco de las
negociaciones de paz del gobierno de Andrés Pastrana con las FARC, sostiene
que:

116
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

En la mesa de negociación tuvieron representación solamente el gobierno y la


guerrilla de las FARC, marginando a la sociedad civil en este proceso. Ante
esto, los indígenas del Cauca organizados alrededor del CRIC, aprovechando
nuestro poder de convocatoria, ofrecimos el espacio de La María a las demás
organizaciones sociales y a la sociedad civil para concertar acciones y políticas
en perspectiva de la paz, pues estamos convencidos que es la negociación el
mecanismo de solución al conflicto armado (CRIC, La María, Piendamó:
Territorio de convivencia, diálogo y negociación. 2002, p. 8).

La creación del Territorio de convivencia, diálogo y negociación de La María,


cuya inauguración se da el 12 de octubre de 1999, es claramente un paso en el
proceso de conversión de sujeto político regional en el marco del conflicto
armado. La caracterización hecha insiste que el ofrecimiento de un territorio
propio para el conjunto de la sociedad civil colombiana coloca al movimiento
indígena en una “posición de convocantes”, en el cual se reclama el
reconocimiento político.

En el momento del proceso de paz se presentaban dos espacios donde se


reclamaba el mismo tipo de reconocimiento: el político. En San Vicente del
Caguán la guerrilla, al ser aceptada como interlocutor (de hecho, mas no en
derecho), congelaba su estatus de insurgente para adquirir el estatus político.
Los indígenas del Cauca en la María hacíamos valer nuestro estatus político
arduamente adquirido en nuestras luchas por sobrevivir (CRIC, La María,
Piendamó: Territorio de convivencia, diálogo y negociación. 2002, p.
16) Resaltado nuestro.

De la misma manera que la violencia política impidió la consolidación de la


hegemonía del Estado en la región y el avance en el mismo sentido de la
insurgencia, dando espacio para que el proyecto de soberanía indígena se
consolidara, es esa misma violencia política o el conflicto armado interno que,
entendido por los indígenas como la continuidad de la guerra de agresión colonial,
la que ha creado condiciones para la conversión de los indígenas en sujeto
político en un ejercicio de constante diferenciación y de negación de la
“representación” que en determinados momentos pretenden asumir los diferentes
poderes armados.

117
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Violencia política, poder y construcción cultural

El caso del pueblo Nasa es un ejemplo ilustrativo de cómo la identidad étnica


deviene estrategia de poder en escenarios de conflicto, más allá de ser el sustrato
de la movilización como lo predica la retórica propia y ajena. Las llamadas
políticas de la identidad o de la etnicidad no son propiamente políticas para la
reivindicación de la diferencia y la alteridad. Por el contrario, la afirmación
identitaria, étnica y local son vehículos de afirmación del poder por colectividades
que han sido llamadas a engrosar la modernidad negándoseles al mismo tiempo
su carácter de sujetos políticos plenos (Houghton y Bell, 2004: 10). La
afirmación identitaria pretende estructurar y representar la cultura, y lo hace en
gran manera, pero no la agota. Aún así, en colectivos crecientemente organizados
y auto referenciados, y sobre todo articulados en torno de intereses compartidos,
estas identidades vienen a constituir los proyectos éticos de referencia. La
importancia de estos referentes es mayúscula en sociedades que se encuentran
movilizadas, en lucha, en resistencia, en oposición, pues constituyen los elementos
movilizadores. El estado de conflicto otorga a los sectores dirigentes la facultad
de “expresar/representar” la cultura y los intereses de los pueblos, y un estado
de conflicto permanente facilita que estas identidades terminen por cubrir y
hegemonizar las diversas representaciones existentes.

Esto es lo que permite dar relevancia a las formas como la dirigencia indígena
caucana se ha representado frente a la guerra, ha analizado sus desarrollos y ha
diseñado respuestas, al punto que el estado de conflicto permanente ha devenido
un estructurador ya no sólo del proyecto político Nasa sino de la cultura misma.
En efecto, los últimos 30 años de historia del pueblo Nasa registran estados de
movilización permanente, desde la resistencia armada hasta las grandes
movilizaciones pacíficas de 2002 y 2004, pasando por los largos años de
enfrentamiento/ocultamiento ante el Estatuto de Seguridad de Turbay a finales
de los setenta y principios de los ochenta del siglo pasado. Incluso, la etapa
menos intensa de esta movilización política entre 1992 y 1996, en el período
post constituyente, es así misma aquélla donde la consolidación de la paz adopta
el carácter de consigna movilizadora y existen fuertes dinámicas de afirmación
endocultural donde otras representaciones indígenas diferentes a la “oficial”
emergen y complejizan las dinámicas sociales y políticas del pueblo Nasa.

La lucha de los Nasa, y en general los pueblos indígenas del Cauca empieza
como una lucha por la recuperación de la tierra en clave de “comunidad indígena”
cuyo contenido étnico era secundario -aunque no marginal. Contra la violencia
118
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

política de terratenientes y policías a su servicio, en réplica a la dispersión y


dependencia de los aparceros, el movimiento reivindica la comunidad. La
afirmación étnica estaba subordinada a la afirmación del poder, popular en esa
época, y en ese sentido no era el objeto de la movilización creciente. El énfasis
de la movilización fue la consolidación del bloque de poder alternativo. La
identificación pan-étnica, la categoría indígenas del Cauca, está basada en la
relación cuasi-colonial compartida por todas las comunidades. En esos momentos
la reivindicación de nacionalidades hecha por sectores dirigentes del pueblo
Guambiano fue considerada un exceso que marginalizaba a los indígenas en la
lucha por la unidad popular, única garantía de triunfo político, y de hecho fue
uno de los detonantes de la histórica ruptura del CRIC con AISO -luego AICO.

Esta situación inicial es modificada paulatinamente por la persistencia de la


violencia política, la cual fortaleció dos imaginarios claves que devinieron en
estructurantes de identidades étnicas. El primero de ellos es que hay continuidad
entre la guerra de la Conquista europea, el conflicto de los años setenta y
ochenta, y el conflicto armado interno contemporáneo. El carácter subordinado
de las comunidades indígenas frente al régimen colonial y a su heredero el régimen
hacendista, frente a la república precaria del siglo XIX y a la democracia
autoritaria del siglo XX, permitió formar esa idea de continuidad en tanto víctimas
recurrentes de violencias estructurales cuyo carácter unificador ha sido la
expropiación y el despojo.

Esta versión de la historia, que de ninguna manera es falsa mirada en perspectiva


de los indígenas, es uno de los elementos en el que se basa su imaginario sobre
la guerra, la resistencia y las alternativas de solución; la inclusión del conflicto
actual en una historia de despojo hace que explicaciones como la de la “guerra
contra los civiles” o la “guerra de pillaje” hayan sido naturalmente adoptadas en
los discursos de líderes y comunidades. En la actualidad el imaginario indígena
sigue marcado por la certeza de que una vez triunfe cualquiera de los proyectos
armados en pugna se profundizará la campaña de despojo que ahora todos
adelantan.

Este imaginario obligó a postular otra continuidad histórica: la de unos pueblos


que persistieron cultural y políticamente a pesar de la violencia. Si la
violencia era la misma y contra los mismos pueblos, ¿cuáles eran estos pueblos
y cómo eran? Evidentemente, los que habían resistido a la violencia, los
guerreros. Existen declaraciones enfáticas de varios líderes indígenas e incluso
119
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

analistas (Rappaport, 2000) en el sentido de diferenciar los pueblos en


resistencia de los pueblos en guerra; pero este sentido de alerta corresponde
más a una posición política de precaución que a una verdadera realidad histórica,
por lo menos en el caso de los Nasa. Las propias descripciones de Rappaport
no permiten diferenciar bien estas dos categorías en los discursos de Manuel
Quintín Lame y otros historiadores indígenas, y como se evidencia en el análisis
de las últimas posiciones del movimiento indígena frente a la guerra, las categorías
son intercambiables.

El conflicto permanente puso a los indígenas en pie de lucha, en palabras del


periódico Unidad Indígena. Resultaba natural para los líderes, autoridades y
comunidades, que los referentes identitarios fueran menos los Te’walas (médicos
tradicionales) y más los líderes militares indígenas. Desde el principio de las
acciones del CRIC, esto es evidente. En uno de esos primeros periódicos, se
dice:

Los compañeros Paeces saben que han tenido dirigentes y luchadores como
la Gaitana, como el cacique Juan Tama, como el propio Quintín Lame, quienes
han librado grandes batallas por la supervivencia de las comunidades indígenas
y cuyo ejemplo sigue siendo el mejor estímulo para la continuación y
reforzamiento de la lucha. (Unidad Indígena 4, 1975, p. 5).

Resulta diciente que se incluya a Juan Tama en esta enumeración de líderes


guerreros a pesar de no tener ese perfil, y a la Gaitana, sobre la cual existen
dudas respecto a su adscripción étnica. Pero poco importa que la realidad
histórica no coincida con esta representación; lo que importa es que lo indígena
ya no será más “lo humilde” o lo “arrodillado”, sino “lo guerrero”. El conflicto
obligaba, pero igualmente favorecía esta disputa por la identidad. Los registros
de Unidad Indígena muestran que la principal pelea ideológica era desde esa
identidad contra dos tipos de indígenas: los traidores y los protegidos de los
terratenientes, casi siempre los mayordomos o peones de confianza. Al mismo
tiempo que se configuraba claramente un adversario externo, los terratenientes
y los “pájaros”, cuyos intereses eran presentados como absolutamente contrarios
a los de la comunidad, todas las categorías de indígenas vinculados al sistema
de hacienda y terraje empezaban también a ser señaladas negativamente y ya
no solo los directamente involucrados con los actos de violencia.

En este sentido, la violencia política de los terratenientes fue utilizada por el


CRIC para construir un imaginario sobre toda la estructura de la sociedad rural
caucana hasta el punto de hacerla ver inaceptable dentro de las comunidades, y
120
LOS INDÍGENAS DEL CAUCA Y SUR DEL VALLE:
CONTRUCCIÓN DE AUTONOMÍA Y AFIRMACIÓN ÉTNICA EN MEDIO DE LA VIOLENCIA

luego, en todo el país. Los términos opuestos eran, por un lado los indígenas,
paeces en ese momento, identificados con la actitud guerrera, por el otro los
servidores de la hacienda-pájaros. Esta afirmación ha sido una constante en la
historia de los Nasa y particularmente del CRIC. Y la conformación del
Movimiento Armado Quintín Lame se basó casi exclusivamente en la
reivindicación de una historia guerrera.

La continuidad de esta visión de “guerreros” es clara. Incluso luego de la


Constituyente, cuando se establece una especie de pacto y se reconoce como
sujeto de derecho a los pueblos indígenas y éstos, particularmente los Nasa,
reconocen que hay una dejación de las armas y empiezan a considerar que la
acción armada ya no tiene vigencia. Líderes y autoridades, junto con miembros
de las comunidades, siguen reivindicándose “guerreros”. Jesús Piñacué, senador
Nasa, lo planteó en el entierro del líder Kankuamo Fredy Arias Arias en agosto
de 2004, cuando se presentó como “hijo de un pueblo guerrero que no está en
guerra”. Esto se confirma con la autodefinición del coordinador de la Guardia
Indígena, quien constantemente desafía a las fuerzas armadas agresoras a dar la
cara, “frentiar”, proponiendo escenarios pensados como campos de batalla no
bélica. Lo que evidencia que la Guardia Indígena resulta ser la forma de
organización para defender desarmadamente el gobierno y el territorio indígena…
en tiempos de guerra. Nuevamente la violencia política imperante sirve como
factor estructurante del proyecto cultural de los sectores dirigentes del pueblo
Nasa.

Lo cierto es que esta identidad no ha desaparecido ni tiene visos de hacerlo. La


intensificación de la guerra luego de 1997 y el número creciente de asesinatos
entre los Nasa en los últimos años, no da espacio para otras identidades sustitutas
a pesar del esfuerzo de los profesores, Te’walas y autoridades tradicionales
para pensar el proyecto político en clave de “hijos de Juan Tama” como lo
promueve el Proyecto Nasa, una iniciativa de corte cultural que tiene fuertes
rasgos de específica afirmación cultural, pero que a la vez se piensa como una
“iniciativa de paz” en medio del conflicto.

Los dos motores del imaginario Nasa se mueven, pues, entre la afirmación del
ser guerreros y la de ser hombres de paz y armonía. La propia afirmación étnica
ha ido combinando ambos elementos. Las acciones pacíficas de rescate de
indígenas retenidos por el Ejército o la insurgencia, son diseñadas como acciones
militares de copamiento. Lo cual no es extraño, si entendemos que la identidad
formada en el conflicto armado se ha transformado ahora en la de “guerreros
en paz”.
121
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

122
LAS GUERRAS DE LA REGIÓN DEL PACÍFICO
COLOMBIANO

123
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

La región occidental de Colombia, en la franja de territorio que abarca las


estribaciones de la cordillera occidental y la planicie de tierras bajas que bordea
la zona costera, es espacio donde históricamente se han asentado pueblos
indígenas de diversos orígenes y los descendientes de las poblaciones africanas
que fueron esclavizados y usados como mano de obra en la minería colonial
(West, 1957). El Pacífico colombiano, en oposición a otras regiones del país,
no sólo se diferencia por el carácter de las culturas que allí habitan, sino también
por haber permanecido al margen del conjunto de guerras civiles que se
constituyen en elemento de identidad en el proceso de construcción del Estado
nacional y de articulación de zonas periféricas a los centros de poder andinos.

Sólo hasta las dos últimas décadas del siglo XX se inicia la articulación de la
región a las dinámicas que son determinantes en la vida social, cultural y
económica del resto del país. Tal ruptura se debe entender, en estricto sentido,
como dinámica de inserción en la lógica de la guerra y de la expansión del
proyecto político militar hacia una región que había permanecido como frontera,
como espacio abierto para la reproducción de las culturas ancestrales a ese
entorno geográfico e integrado marginalmente por los empresarios de la
economía extractiva, ya fuese la minera o la asociada a la extracción forestal o
a la de explotación de los recursos marinos.

Si bien en el plano económico, el Pacífico adquiere identidad por la extracción


de oro desde los días en el que el poder hispano afincó su dominio en esas
tierras, herencia que, como rasgo distintivo, pervive hasta el presente y se sigue
proyectando como fórmula económica para explotar el sinnúmero de recursos
allí disponibles, sin embargo, es importante constatar que allí, durante varios
siglos, fue posible la decantación de un proceso cultural y la reconstitución
territorial tanto de los pueblos indígenas como de las poblaciones de
descendencia africana. Esto significa que la historia de la región ha estado signada
por la tensión entre los flujos extractivos y el orden territorial de las poblaciones
de origen, entre las empresas que transitoriamente ejercen control sobre extensas
áreas y los pequeños asentamientos que las constituyen en oportunidad.

El Pacífico: espacio de frontera y de


economías extractivas

Para entender el fenómeno de la guerra en el Pacífico colombiano es importante


referirse a los ordenamientos previos, es decir al modo como el territorio se
inscribe desde la visión geopolítica elaborada desde los centros de poder y la

124
LAS GUERRAS DE LA REGIÓN DEL PACÍFICO COLOMBIANO

construcción territorial propia a las culturas integradas en la región. El Pacífico


a pesar de la extensa zona costera que le circunda permanece, a lo largo del
período colonial integrada a los centros de poder andino, sin una infraestructura
portuaria que la articule al mercado internacional y sin que se configuren núcleos
urbanos que se constituyan en epicentros de un proyecto de naturaleza regional.

Esta condición es más clara en la parte norte, hacia el Urabá y el río Atrato,
donde hasta 1778 se prohibió la circulación de todo tipo de embarcación, de
tal forma que el control de la región era sólo de tipo militar, sin que se promoviera
la formación de asentamientos en la zona adyacente al golfo y el control hispano
era precario frente a corsarios y ejércitos de otros países. Es así como, las
tierras del golfo por su importancia geopolítica, por se sitio donde desde
temprano se había identificado la posibilidad de construir un canal para transitar
entre el Atlántico y el Pacífico, fue siempre lugar de confrontación, territorio en
disputa y zona donde los ejércitos europeos mantuvieron su interés en ejercer
control, y por períodos, unos y otros se alternaban un dominio precario (Vargas
et al. 1999).

La región permanece como frontera en la que la economía hispana se proyecta


en la minería del oro, donde las cuadrillas de esclavizados se caracterizan por
su movilidad, sin que se formen grandes asentamientos y determinada por el
continúo desplazamiento en busca de placeres donde sea rentable la extracción.
Esta situación conlleva a que paulatinamente el extenso territorio, cercano a
140.000 kmts cuadrados, sea el escenario donde las poblaciones indígenas
sobrevivientes de la hecatombe demográfica generada al contacto con el hispano,
lo mismo que los descendientes de las cuadrillas de esclavizados africanos, se
proyecten colonizando el territorio, ejerciendo dominio sobre la extensa red
hidrográfica y configurando un modelo de adaptación a ese entorno ambiental.

Desde los centros mineros, sitios que por su riqueza en mineral concentran la
población tanto indígena como negra, ya desde el siglo XVII comienza a
dispersarse la población para hacer su vida en libertad, lejos del control hispano
y resguardados en ríos alejados donde es posible reconstituir la cultura y ejercer
dominio territorial sin interferencias. Así, el Pacífico como región se constituye
en inmenso espacio de refugio, en territorio donde por las condiciones
ambientales y geográficas, los pueblos indígenas tienen la oportunidad de situarse
en la periferia de los centros de poder hispano, en tanto la población negra va
poblando el curso de los ríos principales para rehacer su cultura.
125
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Elemento característico a esta región hasta finales del siglo XIX fue la ausencia
de centros urbanos desde donde se ejerciera control político o económico, una
baja presión demográfica y un predominio cultural de sociedades indígenas y
negras. Con relación a las sociedades indígenas, al amparo de la política hispana
que, sólo desarrolla un proyecto de explotación de los recursos mineros del
área, éstas dispondrán de amplios territorios, de zonas de refugio y de espacios
donde recrean sus culturas alejadas del control político y la dominación hispana
(Villa, 1999).

El poblamiento que emerge del mundo colonial presenta una contracción


territorial del pueblo Cuna y un proceso dinámico de expansión de los Emberá.
El pueblo Emberá, que al momento de la llegada de los hispanos en el siglo XVI
se localizaba hacia la parte alta de los ríos Atrato y San Juan, en el lapso de tres
siglos habrá ocupado territorios de pueblos indígenas que desaparecen al
contacto y en la guerra con los hispanos o por efecto de la presión realizada
por los mismos Emberá (Vargas,1993). Es así como hacia finales del período
de dominación hispana el curso del río Atrato desde su parte alta, tanto en su
vertiente oriental como occidental, estará poblado por el pueblo Emberá, lo
mismo que las cabeceras del río San Juan y el Baudó. Los Cunas que hacia el
pasado ejercían dominio hacia las tierras de la región interior al río Atrato, que
extendían su territorio hacia la costa del Pacífico y que controlaban el golfo,
luego de varios siglos de confrontación se concentran en las tierras que bordean
el golfo y en su gran mayoría se establecen en San Blas. Los Waunáan,
pobladores tradicionales del río San Juan en su curso medio y bajo, siguen
haciendo sus vidas en esos sitios sin mayores conflictos entorno a su territorio.
Al sur de la región, hacia las tierras bajas las poblaciones indígenas han sufrido
un colapso demográfico de significativas proporciones y sólo se presentan
pequeños asentamientos de Eperara que han migrado hacia algunos ríos, lo
mismo que el tradicional pueblo Awá, gentes de montaña, que se localizan en
las estribaciones de la cordillera en la frontera con Ecuador.

La desterritorialización de los pueblos indígenas:


las rutas de la colonización

Para comprender el cómo se llega a las diversas formas de territorialidad se


requiere dar cuenta del significado de las tierras adyacentes al golfo de Urabá,
la historia de la colonización de ese territorio y el tipo de economía que allí
cobra vida. Abigarrado es el espectro cultural y social que hacia los años setenta
126
LAS GUERRAS DE LA REGIÓN DEL PACÍFICO COLOMBIANO

se expresa en la región noroccidental. Confluyen hacia allí los pobladores


provenientes de las culturas de raigambre indígena que habían poblado las llanuras
formadas en el abanico de los ríos Cauca, San Jorge y Sinú; los grupos que
habían poblado el alto Chocó y que como descendientes de las familias africanas
esclavizadas en la minería colonial, avanzan en la colonización de las tierras
bajas; también llegan desde el interior del país, y especialmente del área del
complejo cultural antioqueño, los campesinos desplazados por efecto de la guerra
que se inaugura en los cincuenta. Verdadero laboratorio pluricultural es el que
en ese territorio se inaugura, sin que la búsqueda sea encontrar el camino de la
convivencia, al contrario es la guerra la que anima el nuevo poblamiento, puesto
que en el trasfondo está la insurgencia con su proyecto liberador y los intereses
propios al latifundio ganadero y la agroindustria del banano (Uribe, 1992).

Así como la agroindustria encuentra tierras propicias para la plantación bananera,


igual es momento en el que florece la explotación forestal. Los aserríos penetran
la red hidrográfica y en la orilla de los ríos instauran la moderna esclavitud. Las
cuadrillas de corteros que generalmente son de ascendencia chocoana, agotan
sus vidas derribando y transportando los grandes árboles en dirección al aserrío,
para pagar la eterna deuda contraída con los comisariatos o tiendas, que para
tal fin disponen las empresas madereras y que funcionan entregando víveres,
productos básicos y baratijas en adelanto.

En los años setenta se ha consumado la desterritorialización de los pueblos


indígenas y mientras los Cunas se repliegan hacia San Blas en Panamá, los
Emberá se sitúan en la periferia de la frontera que avanza expandiendo la
agricultura comercial o la ganadería. Luego de medio siglo de colonización
donde varias generaciones de campesinos colonos desbrozan las selvas y
establecen los pastizales, al inicio del siglo XXI el poder del latifundio se expresa
en el control de cerca de 350.000 hectáreas dedicadas a la ganadería y la
agroindustria bananera se establece en un área de 30.000 hectáreas.

A la ganadería, a la plantación bananera, al control territorial ejercido por la


industria maderera, se agrega la constitución de los Parques Naturales como
son el de los Katíos, el de las Orquídeas y el del Paramillo. Es así como la
expulsión de las poblaciones ancestrales a la región, los indígenas y
afrocolombianos, no sólo se sucede por la ampliación de la frontera agrícola,
sino también por la política de áreas protegidas, que entre los años de 1974 y
1977 limita el acceso de los pobladores en un área de 262.560 hectáreas que
se localizan en la región noroccidental.
127
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Los impactos de la colonización que tiene su epicentro en el Urabá son claros,


los Cunas que al inicio del siglo se extendían desde el río Tolo en la frontera con
Panamá y ejercían dominio en Tanela, en Cuti, en Arquía y en Caimán, luego
de experimentar el enclave bananero de inicio de siglo en Acandí y la colonización
ganadera de mediados de siglo, hacia los setenta quedan reducidos a 200
pobladores en Arquía y a 380 en Caimán Nuevo. Para los Emberá Katío la
realidad no es diferente, ya desde el siglo XIX la construcción cultural y territorial
de la burguesía comercial antioqueña, la necesidad de una salida al mar y
construcción del camino en dirección a occidente son los elementos dinámicos
en la expansión de la frontera agrícola y el poblamiento de antiguos territorios
indígenas (Parsons, 1979) . Al amparo de la Ley que permite la disolución de
los resguardos indígenas se fragmentan las tierras colectivas en Cañasgordas y
al paso del camino al mar, las tierras de los pueblos indígenas se integran a los
municipios de Urrao, Frontino y Dabeiba.

Si en el Urabá, en la región noroccidental, por efecto de la colonización campesina


y el posterior establecimiento de la ganadería, las poblaciones indígenas deben
refugiarse en las regiones de difícil acceso, en las tierras con mayores limitaciones
para la agricultura y en las áreas boscosas. Hacia el sur, la realidad no es menos
conflictiva, las empresas madereras convierten los territorios indígenas en
frontera abierta, en tierra baldía, en espacio donde la extracción tiene legitimidad
por efecto de la Ley segunda de 1959 que constituye toda la región en reserva
forestal.

En el plano aluvial formado por el río Mira la plantación de palma africana se


convierte en opción agroindustrial y la colonización, como en el Urabá, configura
una extensa área de tierras asociadas a la ganadería las cuales se extienden en
las zonas que bordean el carreteable que desde Pasto se comunica con Tumaco.
La construcción de vías para unir las zonas andinas con la faja costera, como
son las que comunican a Cali con Buenaventura, a Medellín con Quibdó o con
Turbo y a Pasto con Tumaco, que se realizan entre los años treinta y los cincuenta,
se constituyen en ruta de colonización, en actividad que propicia el
establecimiento de la ganadería y en fórmula de presión sobre los tradicionales
territorios indígenas.

128
LAS GUERRAS DE LA REGIÓN DEL PACÍFICO COLOMBIANO

El Alto Andágueda: la guerra del oro y


el inicio de una nueva era en el Pacífico

En el municipio de Bagadó, en el alto Andágueda, en la región donde el Chocó


limita con Risaralda, se inicia la nueva historia para los pueblos indígenas del
Pacífico y en general para el conjunto de la población de la región. Allí, como
verdadera tragedia, se expresan todos los actores de la guerra que desde los
años ochenta comienzan a determinar la vida en la región y además se hacen
claras las motivaciones que determinan su disposición para el ejercicio de tal
práctica.

La guerra experimentada por los Emberá Tahamí, en el río Andágueda en su


parte alta en jurisdicción del municipio de Bagadó, se constituye en verdadero
hito en el tránsito hacia un nuevo orden por parte de los pueblos indígenas del
Pacífico. Los elementos estructurantes de la nueva situación, variables según
los diferentes contextos, serán el ascenso de los pueblos indígenas en procura
de la afirmación de su autonomía en un territorio, los conflictos con diversos
actores sociales no indígenas por el acceso a los recursos del subsuelo, la
presencia de diferentes actores armados que pulsan por ejercer dominio en los
territorios indígenas y ejercer gobierno sobre la población. Escenario en el que
aparece o nace la organización indígena, que bajo modelos de comunicación
modernizantes, se articulan en la gestión estatal y adoptan fórmulas renovadas
de ejercicio de la identidad, con la inserción o articulación en prácticas
institucionales no inscritas en la tradición y caminos nuevos para el ejercicio de
la socialización .

El análisis histórico de las muertes de indígenas asociadas a la guerra en el


Pacífico, durante la década de los ochenta, muestra que es en el municipio de
Bagadó donde se presenta el mayor número, siendo el año de 1987 el momento
de mayor intensidad, año en el que la cifra de muertes llega a 57 y momento en
el que se expresa en grado extremo el conflicto que desde una década atrás se
venía forjando en ese lugar. En el año de 1975 el indígena Aníbal Murillo había
descubierto una mina de oro en la cuenca del río Azul, descubrimiento que
denuncia ante la alcaldía de Bagadó y que en adelante será verdadera maldición
para los indígenas por el conflicto a que llegan: en principio con el hacendado
Ricardo Escobar quien asume que él es el dueño legítimo de la mina, pero también
por la confrontación que se desata con la presencia de múltiples actores armados
que se involucran, lo mismo que por la descomposición interna que
129
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

suscita la riqueza generada en los momentos en los que los indígenas explotan
su mina e igualmente por el desplazamiento forzado que durante períodos llevó
a la población hacia diferentes centros urbanos (Gráfica 8).

Es el año de 1980 el momento en el que los Emberá acceden al reconocimiento


de su resguardo, al mismo tiempo que adoptan el Cabildo como modalidad de
gobierno y aparentemente el Estado les protege en sus derechos respecto a su
territorio ancestral. Pero es en ese mismo año cuando por orden judicial sus
tierras son tomadas por asalto, 200 policías penetran hasta el río Colorado,
destruyen las viviendas de los indígenas, muere el gobernador de la comunidad
Luis Enrique Arce, lo mismo que otros dos miembros de la comunidad y tres
niños se ahogan en el río en el momento de la huida (Villa, 1980).

Con sangre y fuego se inaugura el nuevo orden territorial indígena, es el tiempo


del nacimiento del resguardo, lo mismo que de la OREWA: la Organización
Regional Emberá Waunáan. La masacre perpetrada por la policía es el anuncio
del nuevo escenario de vida para las poblaciones del Pacífico y, la confrontación
por el oro, es el telón de fondo para el conjunto de conflictos que cobrarán vida
en las dos últimas décadas del siglo.

A partir de la década de los ochenta el Pacífico ya se ha integrado definitivamente


en la dinámica de la guerra nacional, pronto el resguardo del Alto Andágueda se
convierte en sitio de confluencia de los distintos ejércitos de la insurgencia,
hacia 1981 llega el M19 proveniente de Bahía Solano en frustrado desembarco,
luego el ELN se asienta en esta zona y posteriormente el EPL. Los indígenas,
guerreros de tradición, se integran en esa lógica, en la que participan fuerzas
insurgentes, el ejército regular y grupos paramilitares. Los resultados en 1987
son de 57 indígenas muertos en un solo año, en una población que para la
época, llegaba a una cifra cercana 1.500 habitantes en el resguardo.

Si bien, la guerra desatada entre indígenas articulados a diversos bandos, es


contenida a través de acuerdos de paz y el compromiso del gobierno de generar
acciones orientadas a crear alternativas económicas y de fortalecimiento de la
capacidad de los gobiernos locales, sin embargo las secuelas de esa historia
hoy se pueden ver en las calles de los grandes centros urbanos del interior del
país, lugares a donde confluyen periódicamente grupos de familias Emberá
provenientes del alto Andágueda para pedir limosna, cuestión que se ha tornado
en la nueva estrategia de supervivencia de este pueblo.

130
LAS GUERRAS DE LA REGIÓN DEL PACÍFICO COLOMBIANO

131
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Si para las comunidades de Andágueda la muerte y el desplazamiento forzado


se torna en la cotidianidad de sus vidas, igual sucede hacia el río Murindó, en
territorio contiguo a Urabá, sitio donde en la década de los ochenta los ejércitos
de la insurgencia, el EPL y las FARC, luchan por el dominio territorial de la
zona. En el año de 1986, las FARC en proceso de expansión encuentran en los
indígenas Emberá del río Murindó el obstáculo a su proyecto, y desde su lógica
de administrar justicia, penetran a la comunidad indígena y masacran al
Gobernador y a otros miembros de la comunidad. Serán las comunidades de la
región media del Atrato las que reciben la población que desde Murindó huye y
las monjas de la Congregación de las Lauritas quienes acompañan a las familias
desplazadas.

Las muertes de Murindó expresan el conflicto que los pueblos indígenas encaran
en la medida que asumen su proyecto territorial y de autonomía, conflicto que
no sólo aparece en la interacción con los grupos armados, puesto que igualmente
se hace explícito con las autoridades locales, los políticos que tradicionalmente
ejercen dominio en esas zonas, con otros grupos étnicos, con las empresas
asociadas a la extracción de los recursos del bosque, e incluso, con los misioneros
con quienes han mantenido una relación histórica.

La década de los ochenta es momento de ascenso de las poblaciones indígenas


del Pacífico, comienza a dinamizarse la titulación de resguardos, se realiza el
aprendizaje de la institucionalidad del Cabildo como forma de gobierno y con
la conformación de las organizaciones regionales se despliega el discurso sobre
la autonomía. La nueva y modernizante representación sobre el indígena y la
consecuente visión de territorialidad que de allí se deriva choca con el universo
local, entra en verdadera confrontación con la visión propia a la insurgencia de
raigambre campesina y que en su práctica se inscribe en las lógicas de la
colonización y de la integración de territorios que son pensados como baldíos.

Así, en el momento que el pueblo indígena se asume como sujeto de derechos


colectivos, en ese instante, se convierte en un actor más del conflicto. Igualmente
al delimitar un territorio, al constituirlo en resguardo, del mismo modo se
constituye en amenaza para otros actores con interés en los recursos allí existentes
o simplemente por la importancia geopolítica de ese espacio. Esa tensión,
variable según los contextos y los actores locales, como marca de origen se
mantiene viva tras décadas de guerra, pero no sólo es elemento que se expresa
en la guerra, ella igualmente es fuente de conflicto con diversos actores no
armados.
132
LAS GUERRAS DE LA REGIÓN DEL PACÍFICO COLOMBIANO

La masacre de Murindó convoca al movimiento social indígena para definir con


las FARC un estatuto que permita el reconocimiento del territorio y la autoridad
indígena. En la Uribe, con el secretariado de las FARC se reúnen líderes
indígenas, allí se trata de ganar un reconocimiento por parte de la insurgencia
respecto a la autonomía indígena. Los líderes de distintas organizaciones regionales
y de la Organización Nacional Indígena de Colombia ONIC, asumen como
necesario, que la insurgencia reconozca el derecho de los pueblos indígenas en
sus territorios a ejercer gobierno, a no convertirlos en áreas de refugio o espacios
para la guerra, lo mismo que renunciar a constituir a los jóvenes indígenas en
sujetos del reclutamiento. El acuerdo de los indígenas en la Uribe tendrá vida
mientras la guerra no alcance los niveles extremos de confrontación a los que se
llega en los noventa, momento en que tal acuerdo es apenas documento para la
historia.

Si en el año de 1980 las muertes de Andágueda son el preámbulo al nacimiento


de la OREWA, de la misma manera los asesinatos de Murindó son los actos
que preceden a la fundación de la OIA. Las organizaciones regionales se
constituyen pronto en mecanismo para enfrentar la verdadera guerra del Pacífico,
la que en principio se ordena en función de la extracción de los recursos y que
en el medio Atrato, en la comunidad de Chajeradó vecina de Murindó, se puede
conocer en su alcance y dimensión.

El nacimiento de las Organizaciones indígenas en la región del Pacífico, si bien


tienen como referente las de otros pueblos en el nivel nacional, sin embargo se
ordenan en función de la confrontación por el acceso a los recursos, ya sean
los forestales, o ya sean los del subsuelo. Durante los años ochenta la movilización
de las poblaciones indígenas, y posteriormente de las afrocolombianas, tendrá
como elemento que alimenta la movilización “la defensa del territorio tradicional
del Pacífico”, es decir el confrontar los programas de desarrollo e identificar los
megaproyectos que se erigen en amenaza.

En Andágueda es el oro y en Chajeradó son los bosques ricos en maderas.


Desde el año 1987 hasta 1991, la empresa Madarién explota un área cercana a
las 7.200 hectáreas del tradicional territorio de la comunidad Emberá,
explotación que se realiza al amparo de la Corporación de Desarrollo del Chocó,
organismo que ejerce como autoridad ambiental en la región y regula el manejo
de los bosques (Duque et al, 1998; Ríos, 1997). Sí la región era asumida como
un inmenso baldío, con la paulatina titulación de los resguardos, tal cambio,
implicará el que aflore el conflicto por el acceso a los recursos especialmente
133
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

134
LAS GUERRAS DE LA REGIÓN DEL PACÍFICO COLOMBIANO

del bosque. Aspecto que a lo largo de la década de los ochenta se tornará en


crucial para las organizaciones indígenas y que se constituirá en campo de trabajo
por la fuerte presión que sobre los territorios titulados ejercen empresarios,
colonos y la insurgencia que tiende a asociarse con los primeros.

Al sur, en el municipio de Olaya Herrera, en los ríos Satinga y Sanquianga, se


puede conocer sobre la naturaleza del conflicto en los años ochenta. La extensa
área de bosques inundables, conocida como guandales, es en la historia de la
extracción maderera del Pacífico uno de los principales núcleos, a tal punto
que a inicios de los noventa se concentraba allí un total de 43 aserríos y era uno
de los sitios del país de mayor intensidad en el aprovechamiento forestal
(Restrepo et al, 2002). En este contexto, la iniciativa de los Eperara Siapidara
de delimitar su territorio se torna en fuente de conflicto y desata la violencia con
las poblaciones negras.

En 1988 hubo una fiesta donde un negro que vivía vecino en la comunidad de
San José de los Robles, para celebrar la fiesta de María, los indígenas fueron
invitados como era costumbre; el 8 de septiembre desde las 2 de la tarde ya
estaba casi toda la gente borracha, tanto indígenas como negros y cada uno
se fue yendo, pero como a eso de las cuatro subieron unos negros y mataron
3 indígenas antes de las seis de la tarde; el papá del indígena Anselmo Garabato
subía al otro día y lo mataron llegando ya a la comunidad. Después de esta
matanza la comunidad de San José de los Robles se trasladó para Boca de
Víbora, aunque seguían subiendo a los trabajaderos en la parte alta del río
Satinga; los indígenas compraron la tierra de Boca de Víbora.

Debido a esta situación los Eperara Siapidara pidieron solidaridad a la ONIC,


al mes llegó a la zona una comisión de la ONIC y algunas instituciones, esta
comisión subió al río Satinga para hacer el estudio socio-económico que
permitiera otorgar el título de resguardo, en 1989 el INCORA volvió a mandar
otra comisión y posteriormente salió la resolución de constitución del resguardo
indígena. (ACIESNA, 1997)

En distintos puntos del Pacífico emergen conflictos por el acceso a los recursos
del bosque o del subsuelo, las tradicionales relaciones entre indígenas y negros
que eran mediadas por la institución del compadrazgo se llenan de tensión y el
conflicto entre las etnias amenaza desencadenar violencia. El bosque
representado como baldío para los empresarios, cambia en el ordenamiento
jurídico y es delimitado como territorio de resguardo, y al paso del nuevo
135
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

ordenamiento territorial la frontera se cierra, la colonización campesina encuentra


su límite y la insurgencia se enfrenta al nacimiento de un discurso indígena que
les pone en cuestión y relativiza su proyecto donde la diversidad no tiene
posibilidad de desplegarse.

Son los años en los que a lo largo de la región del Pacífico comienza a forjarse
un discurso entorno a la territorialidad étnica, las organizaciones indígenas se
movilizan por la defensa del territorio tradicional del Pacífico, proceso en el que
pronto se integran las nacientes organizaciones de comunidades negras y que
dará nacimiento a un espacio de conflicto entre los poderes económicos y
políticos asociados a la extracción de recursos y las comunidades indígenas y
negras que se movilizan por el reconocimiento de sus derechos territoriales.

La territorialidad en la guerra y los territorios étnicos

Para los pueblos indígenas la historia de guerra que inaugura el contacto con el
hispano y que tiene como escenario el Urabá, es relato que de forma circular
retorna una y otra vez, se despliega como texto en los días de Balboa con la
fundación de Santa María la Antigua del Darién, se reinventa cuando la Frutera
Sevilla se traslada de Santa Marta y abre el capítulo de la colonización bananera
a mediados de los años cincuenta, y finalmente, en los años noventa se convierte
en drama de muerte que recorre los pueblos del Urabá, cuando el proyecto
paramilitar avanza desde el Paramillo hacia la planicie en procura de controlar
la franja costera y las tierras bajas.

Es a partir de mediados de los años noventa cuando definitivamente los pueblos


indígenas son integrados en la lógica de la guerra, vale decir inscritos en la
propuesta de desarrollo que, el capitalismo salvaje asociado al paramilitarismo,
constituye en modelo a imponer al conjunto de la población. Expresión de ello
es la forma como el asesinato político de líderes y pobladores indígenas se
convierte en hecho social y político, frente al cual la población indígena y sus
organizaciones se ven impelidas a desarrollar estrategias de resistencia frente a
las diferentes forma de violencia que deben encarar.

La década de los noventa se constituye en escenario para el ejercicio de


encuentro en la diversidad, la Constitución Política de 1991 abre el camino
para la afirmación de la etnias como sujetos en la construcción de la nación y la
interculturalidad se presenta como el espacio probable para generar
participación o como mediación en la historia especialmente conflictiva de la
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LAS GUERRAS DE LA REGIÓN DEL PACÍFICO COLOMBIANO

nación (Villa, 2002). El Pacífico colombiano se convierte en el laboratorio étnico


por excelencia, el reconocimiento de derechos territoriales a las comunidades
afrocolombianas y el tránsito que el resguardo indígena hace hacia el Ente
Territorial Indígena ETI, son hitos que prefiguran un ordenamiento adecuado a
las condiciones culturales y sociales de la población.

Ya a mediados de los noventa, tras los ordenamientos jurídicos que se expresan


en la Ley 70 de 1993 y que permiten avanzar hacia la titulación de los territorios
colectivos de comunidades negras, la institucionalidad estatal convoca a las
organizaciones de los pueblos indígenas y a las de comunidades negras para
definir mecanismos que permitan avanzar en la titulación de territorios colectivos
de comunidades negras, la formación de nuevos resguardos, su ampliación y
saneamiento. Claramente la región del Pacífico se constituía en extensa área en
la que se alimentaba una noción de territorialidad nueva en la historia de la
nación, verdadera invención en la que el gobierno local adquiría protagonismo
en la administración del territorio y a tal ejercicio se le asignaba significado
desde la propia visión cultural de los pobladores.

El nuevo ordenamiento del territorio del Pacífico lleva a que las áreas
tradicionalmente asumidas como baldías pasen a ser propiedad colectiva, de
tal forma que en la actualidad los territorios colectivos de comunidades negras
lleguen a una cifra cercana a 4.900.000 hectáreas, mientras las áreas de
resguardos indígenas se acercan a 1.900.000 hectáreas. Si se observa este
fenómeno, con independencia de otras dinámicas sociales, se llegaría a creer
que allí se ha generado un cambio significativo en cuanto los pueblos y culturas
son ahora sujetos de desarrollo.

Pero si en los años ochenta, como lo enseña el conflicto alrededor de lo indígena,


tenía como núcleo la confrontación por el acceso a los recursos naturales, tal
tendencia se mantendrá y se acrecentará a lo largo de la década de los noventa,
pero igualmente aparecen otras dinámicas conflictivas en las que lo territorial se
constituye en eje de la confrontación y de movilización de diversos actores. La
confrontación a la vez que convoca a nuevos actores armados, del mismo modo
expresa una intencionalidad diferente. A manera de tesis se puede enunciar que
a la construcción de una territorialidad colectiva y de tipo étnico, tanto de origen
indígena como afrocolombiano, que se venía fraguando a lo largo del Pacífico,
se opone la territorialidad de corte privado que se sustenta en la militarización
con base en fuerzas paraestatales o en su defecto la territorialidad construida
como expresión contraestatal, de tipo insurgente, pero que igualmente evoluciona
137
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

en función de ejercer control de territorios asociados a la comercialización de


la coca o de corredores para el abastecimiento militar, o de áreas estratégicas
en el proyecto de dominio territorial del que participan los diferentes actores.

La nueva dimensión de la guerra que fundamentalmente comienza a vivirse hacia


mediado de los años noventa puede decirse que tiene su inicio en el Urabá. Al
respecto señala William Ramírez Tobón:

La territorialidad privada en Urabá se define como un progresivo fenómeno de


redistribución geográfica, a expensas de la soberanía del Estado, entre poderes
particulares que van desvertebrando el ya débil proceso histórico de
conformación de sociedad civil. Son dos sus principales manifestaciones: a) la
de territorios Contraestatales, conformada por los grupos guerrilleros y de
milicianos urbanos; b) la de territorios Paraestatales, conformada por los grupos
de autodefensa campesina y de paramilitares en sentido estricto. (Ramírez,
W. Uraba: los inciertos confines de una crisis. 1997)

El nuevo escenario de la guerra en la zona norte del Pacífico está determinado


por el proyecto de control territorial que se origina en las sabanas de Córdoba
y Sucre, zona que guarda continuidad con el Urabá respecto a la gran propiedad
ganadera y que en la dinámica de formación y consolidación del paramilitarismo
se constituye en espacio estratégico en la confrontación con los grupos
guerrilleros. La historia del Urabá, desde los años sesenta, se asocia con las
diversas expresiones de la guerrilla de corte socialista, y el papel que ésta asume,
en la formación social y en la construcción de la institucionalidad en un área de
frontera, es la de árbitro entre los poderes latifundistas y la masa de población
que llega a colonizar tierras. Los desplazados de otras regiones del país, sin
protección estatal respecto a sus derechos, encuentran en la insurgencia el
instrumento para el ejercicio de justicia.

La guerra emprendida por los paramilitares que en la segunda mitad de los


ochenta avanza desde el Paramillo controlando las planicies que forman los ríos
Cauca, San Jorge y Sinú. Hacia mediados de los noventa ya consolida el control
territorial del eje bananero y se proyecta al sur hacia la zona baja del Atrato,
hacia las estribaciones de la cordillera occidental en Dabeiba, Frontino, Murindó
y a lo largo de la carretera que comunica a Urabá con Medellín. La guerra del
final del siglo, la confrontación entre el paramilitarismo y la guerrilla, se convierte
en el límite real a la construcción de la territorialidad étnica, es decir al proyecto
de decantación de un modelo de Estado donde la civilidad se funda en hacer

138
LAS GUERRAS DE LA REGIÓN DEL PACÍFICO COLOMBIANO

139
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

visible la cultura, en constituir en sujeto a la institucionalidad tradicional a los


afrocolombianos e indígenas y en asegurar la convivencia con base en la
aceptación de la diferencia étnica y cultural.

La nueva territorialidad de corte privado supone la desterritorialización de los


grupos étnicos, aspecto que se relaciona con la expulsión de la población o el
desplazamiento forzado, pero que igualmente tiene otras expresiones como son
el limitar la capacidad de ejercicio de gobierno, imponer formas de justicia
extrañas al pueblo indígena, determinar el tipo de movilidad de la población, y
en general, controlar los flujos e intercambios de bienes, como igualmente el
acceso a servicios.

La construcción de territorialidad que se dinamiza a partir de la segunda mitad


de los noventas que tienen su núcleo en la zona norte, paulatinamente se
intensificará hacia el sur, este desplazamiento del conflicto estará determinado
por diversos factores, entre los que se puede destacar el avance del Plan
Colombia. Es así como en la zona sur, la presión estatal y paramilitar de regiones
como el Putumayo, llevará a que se consolide el proyecto de crear corredores
desde la zona amazónica en dirección al Pacífico, de tal modo que el proceso
consolidado en el Urabá hacia finales siglo, sea la realidad de inicios del nuevo
siglo en los departamentos de Nariño y Cauca en sus áreas costeras.

El análisis del período en el cual se intensifica la guerra, los años de 1997 a


2004, presenta que del total de los 630 casos de algún tipo de violencia ejercida
sobre la población indígena, el 50.5% de los casos provienen de las fuerzas
para estatales, mientras que los que se identifican con actores insurgentes llegan
a 23.1%, siendo el 4.1% actores no identificados (Gráfica 10). Esta dinámica
de violencia, que igual se manifiesta en otras regiones del país, enmascara en el
paramilitarismo la responsabilidad estatal, siendo evidente la complementaridad
en la acción entre el ejército y las fuerzas paramilitares; pero también, la
insurgencia se convierte en grupo que afecta a la población de manera
significativa, fenómeno que se explica en un escenario de confrontación por el
dominio territorial sin importar los pobladores.

El asesinato político entre pueblos indígenas como indicador de la intensidad


del conflicto en la región del Pacífico no difiere en cuanto a la tendencia en el
resto del país, pero es claro que tal manifestación no está aislada de los diferentes
eventos de guerra que igualmente afectan al conjunto de la población. En el

140
LAS GUERRAS DE LA REGIÓN DEL PACÍFICO COLOMBIANO

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

período que va de 1996 hasta el 2004, momento dramático por la intensidad de


las violaciones contra los pueblos indígenas, de igual forma es experimentado por
la población campesina y los asentamientos urbanos. (Gráfica 9. Tabla 10).

Los municipios con población indígena localizados en la zona norte en el Urabá


antioqueño, alrededor de la zona bananera, como son Apartadó, Chigorodó,
Mutatá, Turbo, lo mismo que Frontino y Dabeiba que se asocian a la vía que
comunica esta zona con Medellín, presentan para el período que se inicia en
1995 el 40,3% de los asesinatos que ocurren en toda la región. En tanto en los
municipios contiguos, hacia el Urabá chocoano, como son Acandí, Riosucio y
Juradó, se presenta un 10.3% de los asesinatos. Mientras en la región que
guarda continuidad geográfica con la serranía de Abibe hacia el Paramillo, en
los municipios de Tierralta y Puerto Libertador, se presenta otro 10.3% de los
asesinatos. En síntesis, en la región norte se concentra el 60.9% del total de
indígenas asesinados en el período.

Los antecedentes de la escalada del conflicto con respecto a las poblaciones


indígenas se encuentran en Necoclí, allí entre los pobladores de ascendencia
Senú, que desde los años setenta habían migrado desde San Andrés de
Sotavento y a mediados de los ochenta adscribían al Cabildo como expresión
indígena, pronto, la guerra les coloca en el borde del abismo. Las Autodefensas
Unidas de Córdoba en su lucha con el Ejército Popular de Liberación EPL,
encuentra en los municipios de la zona norte de Urabá los últimos focos de
resistencia y son los años donde se consuma la derrota de tal organización
guerrillera. El primer indígena Senú asesinado fue el fiscal del cabildo del Volao
Narciso Manuel Volao, quien es acusado por las AUC por mantener nexos con
la guerrilla y que cae en Octubre de 1993. Luego será el Gobernador de
Varasanta Juan Castillos, quien es asesinado en Febrero de 1994, por parte del
EPL que lo acusa de gobiernista. Los asesinatos continúan y Enero de 1995
Jairo Flórez es muerto a manos de las AUC. El punto final lo pondrá la muerte
de José Elías Suárez por parte del EPL, en Marzo de 1995, quien encarnaba el
proceso de reconstrucción cultural y territorial de los Senúes en el Urabá y
como líder fundador de la Organización Indígena de Antioquia.

Con ello se inicia una nueva historia para la población indígena, sus territorios
se tornan en espacio de amenaza, de asesinatos, bombardeos, violencia sexual,
desplazamiento forzado individual y colectivo, en síntesis, en escenario donde
las culturas encuentran precarias condiciones para su reproducción. En Necoclí,
a la muerte de José Elías, le sucede el desplazamiento de la población indígena
142
LAS GUERRAS DE LA REGIÓN DEL PACÍFICO COLOMBIANO

del Volao, pero no son sólo los indígenas, igual las poblaciones campesinas se
ven abocadas a asumir el mismo camino. La diferencia del fenómeno, en la
estrategia y modo de ser asumido por las poblaciones indígenas, guarda
diferencia con otros grupo poblacionales, en cuanto para los primeros su
cohesión social y formas de organización les permite afrontar los hechos sin que
el grupo se atomice y elaborando estrategias de resistencia colectiva que les
permite mantenerse integrados como pueblo.

TABLA 10

VIOLENCIA CONTRA PUEBLOS INDÍGENAS DEL PACÍFICO


TOTAL ASESINATOS POLÍTICOS POR MUNICIPIOS 1980-2004

Municipio 1980-1991 1992-1996 1997-2004 Total genera

BAGADO 72 0 3 75
MUTATA 3 0 30 33
DABEIBA 10 5 7 22
TIERRALTA 0 0 19 19
PUERTO LIBERTADOR 0 1 13 14
QUIBDO 3 0 11 14
JURADO 0 0 13 13
APARTADO 0 3 9 12
CHIGORODO 1 0 9 10
FRONTINO 0 1 9 10
EL CARMEN DE ATRATO 0 3 7 10
MURINDO 6 0 1 7
UNGUIA 1 0 6 7
TADO 0 0 5 5
RIOSUCIO-CHOCO 1 1 3 5
TURBO 0 2 2 4
NECOCLI 0 4 0 4
JARDIN 3 0 0 3
LLORO 0 0 2 2
LITORAL DE SAN JUAN 0 0 1 1
VIGIA DEL FUERTE 0 1 0 1
MEDIO ATRATO 0 0 1 1
BAJO BAUDO (PIZARRO) 0 1 0 1
ACANDI 0 0 1 1
Total general 100 22 152 274

Fuente: Sistema de Información Geográfica de Pueblos Indígenas de CECOIN

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

La intensificación de la guerra llevará a que el conjunto de la población de la


región se vea inscrita en la misma lógica de asesinatos de los líderes de
organizaciones sociales de tipo campesino, las de comunidades negras y las
indígenas, igual que el liderazgo sindical, el de tipo partidista y las organizaciones
cívicas. Al asesinato selectivo de la población le es complementario el
desplazamiento forzado El control territorial que de manera definitiva el
paramilitarismo ejerce en los municipios del eje bananero y en las tierras del
bajo Atrato a partir de 1995 lleva a que las comunidades indígenas abandonen
sus resguardos, las poblaciones afrocolombianas se refugien en los centros
urbanos y el campesinado emprenda la huida hacia el centro del país. Así, la
guerra y sus impactos no es específica a unos territorios o a un sector de la
población, ella se generaliza y se proyecta del mismo modo en toda la región.

La nueva territorialidad: el drama de los desterrados

El desplazamiento forzado es el drama compartido por poblaciones de diferentes


orígenes. Este nuevo fenómeno social, sin antecedentes significativos en la región,
estará marcado en su primera época por el campo de refugiados que cobra
vida en Pavarandó, el cual se constituye en referente nacional e internacional
por la capacidad de expresar la lógica de la guerra al negar a comunidades
enteras el derecho a vivir en sus propios territorios y darse sus propias formas
de organización. Esta realidad se hace manifiesta en Febrero de 1997, momento
en el que seis comunidades negras del Municipio de Riosucio accedían a los
títulos colectivos sobre sus tierras, los primeros que se entregaban en el Pacífico
en el marco de la Ley 70 de 1993, pero a la vez la totalidad de la población se
había visto obligada a abandonar su territorio ante la presión del paramilitarismo
y los bombardeos de la zona por parte del ejercito.

En 1996 las comunidades negras del bajo Atrato buscaban refugio en los centros
urbanos y 12.744 pobladores huían hacia Turbo, Pavarandó, Quibdó y Medellín
(Giraldo, 1997). Drama que del mismo modo era experimentado por los pueblos
indígenas y que les obligaba a construir política en torno al derecho a vivir en su
territorio.

En el período que abarca 1995 hasta el 2003 se presentan en la zona norte del
Pacífico 42 eventos de desplazamiento forzado de la población indígena (tabla
11), cifra que representa el 58.3% del total de situaciones de este tipo que se
presentan en la región, aspecto que habla de la intensidad con la que se
144
LAS GUERRAS DE LA REGIÓN DEL PACÍFICO COLOMBIANO

145
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

manifiesta el conflicto, pero que no dice nada respecto a las características del
fenómeno. Mientras en la zona central, hacia el alto San Juan, el río Baudó y el
alto y medio Atrato, se presentan 26 eventos que representan el 31.6% del
total. Sólo recientemente, al sur en Tumaco y Ricaute se viene presentando
dicho fenómeno y llega a 6.4%.

La Tabla 11 muestra claramente que el desplazamiento formado sobre


poblaciones indígenas se intensifica a partir del año 1997, momento en el que
se despliega el proyecto territorial de corte paramilitar con epicentro en Paramillo
y que se extiende desde Córdoba y Sucre en dirección de las tierras del Urabá
y la región costera del Pacífico. La intensidad del desplazamiento forzado en
las diferentes regiones geográficas pone de manifiesto la estrategia de controlar
ciertos corredores asociados a vías de comunicación como carreteables, a
espacios que intercomunican regiones geográficas, regiones con importancia
para la comercialización de coca y zonas de expansión de cultivos ilícitos.

La guerra y el ordenamiento territorial


del pacífico en el nuevo milenio

Al sur, en el departamento de Nariño, la guerra en toda se magnitud comienza a


presentarse hacia finales de los noventa. La importancia de la zona comienza a
hacerse manifiesta a partir de diferentes eventos como son el establecimiento
del área de distensión en el Caguán entre gobierno y FARC, la guerra desatada
en el Putumayo en el marco del Plan Colombia y la fumigación sistemática de
los campos de cultivo en tal departamento, igual que la migración de cultivos de
coca como respuesta a la estrategia de combate a dicha actividad.

146
LAS GUERRAS DE LA REGIÓN DEL PACÍFICO COLOMBIANO

Para el año 2003 las áreas sembradas en coca en Nariño se constituyen en el


22% del total de los cultivos del país y la guerra en el Pacífico adquiere
connotaciones diferentes a las que, a lo largo de la década anterior, habían
determinado la lógica de la guerra en la zona norte. Mientras en el Urabá la
confrontación se desarrolla entre poderes que se habían establecido desde
mediados del siglo, al sur, en las estribaciones de la cordillera y en las tierras
bajas del Pacífico , la movilización de los ejércitos, paramilitares y guerrilleros,
se desarrolla en procura de ejercer control territorial sobre áreas de cultivo de
coca, de sitios estratégicos para la comercialización y abastecimiento de insumos
para el procesamiento, de corredores para el abasto de pertrechos necesario a
la guerra y de lugares para la exportación del producto.

La guerra iniciada en el sur inaugura una nueva fase de colonización, sin


precedentes en la historia y con impacto negativo en todos los órdenes de la
vida social y cultural de indígenas y afrocolombianas. Desde el año 2000 Nariño
se convierte en foco de atracción de pobladores de diferentes regiones del país
y especialmente de la población desplazada del Putumayo al decrecer allí el
área de coca sembrada.

En Nariño desde 1997 se han titulado 720.565 hectáreas en territorios colectivos


de comunidades negras, mientras las comunidades indígenas disponen de
269.000 hectáreas de tierras de resguardo. Es claro que la colonización que en
la actualidad ocurre pone en cuestión la apropiación colectiva de tales territorios,
limita el ejercicio de la autoridad local y genera procesos de deculturación
acelerados por la adopción de nuevos valores en el plano ambiental y cultural.

La guerra en el sur debe igualmente comprenderse en el marco global de la


lucha contra el narcotráfico y en el contexto de las estrategias seguidas por el
Plan Colombia. Un indicador de ello, es el relacionado con la aspersión de
glifosato, en el año 2003 se fumigaron 36.000 hectáreas en Nariño. Dinámica
de impacto significativo en el plano ambiental, pero fundamental a tener en cuenta
para el análisis sobre la movilidad de la población, la migración de los cultivos,
las inserción de nuevas áreas en este proyecto de colonización y la
universalización de esta modalidad de guerra en toda la región .

La colonización de la coca avanza desde el sur, penetra en el Cauca en los ríos


Guapi, Saija y López de Micay, al norte penetra al Naya, en el Chocó en la
actualidad se extiende por el San Juan, el Sipí y el Cajón y a lo largo del Baudó
147
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

se torna en empresa. Los resguardos no son ajenos a tal práctica, ya sea porque
en sus territorios se cultive o porque en áreas contiguas colonos o
afrocolombianos las asuman.

El nuevo mapa del Pacífico enseña, más allá de la riqueza en biodiversidad con
la cual se identifica a la región, una rápida articulación de la inmensa red de ríos
a nuevos centros de poder y la inserción en redes de mercado recién
conformadas. Si desde el Paramillo, como ya se ha descrito, la confrontación
avanzó en procura de establecer control territorial sobre la zona norte; igual en
la región media desde el valle del cauca y Cauca, la guerra se extiende hacia el
Naya y la violencia cobra vida en municipios como Buenaventura, López y
Timbiquí; del mismo modo desde el Putumayo y a lo largo de la frontera con
Ecuador se extienden los cultivos de coca y la confrontación, además de la
disputa de una zona geoestratégica, adquiere sentido por las rentas que produce
esa actividad económica.

El orden territorial que propicia la guerra en el Pacífico, no sólo debe entenderse


en función de los intereses inmediatos de los actores, más importante es
comprender el trasfondo de una política modernizante que se ha venido
construyendo desde hace por lo menos dos décadas. Política que involucra la
ampliación de infraestructura de vías y portuaria, lo mismo que la explotación
de los recursos allí disponibles. Es precisamente en el contexto de la enunciación
de tal política, como irrumpe el movimiento social indígena y afrocolombiano en
la década de los ochenta del siglo pasado y asciende en la defensa de su
territorio. Pero es evidente que al integrarse la región en la guerra se van creando
condiciones para desarrollar el proyecto de modernización o de desarrollo
regional.

La expansión de los cultivos ilícitos de palma africana, que hoy se presentan


como alternativa en las regiones de Colombia controladas por paramilitarismo,
son igualmente presentadas como opción para el Pacífico. La historia de la
palma africana en el Pacífico remite al río Mira, en zona adyacente a Tumaco
lugar donde extensas áreas se poblaron de tal cultivo hace más de tres décadas
y hoy cubre un área cercana a las 40.000 hectáreas, en tierras que hacia el
pasado estaban pobladas por indígenas Awá y familias afrocolombianas.

Desde el norte, en los ríos Jiguamiandó y Curbaradó, avanza el proyecto de


colonización con palma africana. Allí, a pesar de ser territorios titulados de
forma colectiva a comunidades negras, en la actualidad se vienen estableciendo
148
LAS GUERRAS DE LA REGIÓN DEL PACÍFICO COLOMBIANO

cultivos de palma, actividad en la que participan claramente los ejércitos


paramilitares 24 , asociados a los poderes locales y en articulación con empresarios
regionales (Mingorance et al, 2004).

Del escenario de conflicto emerge el verdadero ordenamiento económico. La


palma africana se convierte en alternativa para colonizar las áreas de bosques,
como de la misma manera la explotación forestal se reinventa y se presenta
como opción de desarrollo.

En el año 2004, por iniciativa parlamentaria y gubernamental, se aprueba en


primer debate el Proyecto de Ley General Forestal, el cual tiene como objetivo
flexibilizar las normas de acceso al aprovechamiento de las áreas de bosque.
Esto significa simplemente desarrollar ordenamientos tendientes a explotar los
bosques que actualmente, tanto en la región del Pacífico Colombiano como en
otras zonas del país son áreas de resguardo indígena o territorio colectivo de
comunidades negras. Se complementa tal estrategia jurídica con un programa
de desarrollo, que planteado por USAID y agenciado por la ONG Chemonics
proyecta desarrollar aprovechamiento forestal de distintos puntos del Pacífico,
bajo un modelo asociativo entre comunidades y empresarios. La expropiación
de los bosques de los pueblos indígenas ya se inicia, como nuevo modelo de
desterritorialización, en los resguardos del Urabá en el departamento de
Antioquia 25.

La expansión de los cultivos de palma africana, igual que la extracción forestal


que se quiere presentar como alternativa económica frente a los cultivos de
coca, procesos que asociados a la intensificación de la guerra, enseñan sobre

24
En la región del Atrato, actualmente se adelanta un proyecto de la empresa Urapalma S.A (…)
El objeto del proyecto es la siembra de 20.000 hectáreas de palma (variedades Ekona y Ekona
x Lame) en los departamentos de Chocó y Antioquia. El primer bloque es de 9.000 has
distribuida así: 6.500 de la citada compañía y 2.000 de Asopalma –empresa promovida por la
anterior-, en la que están asociados campesinos de la región a los que se les asignó un lote de
5 hectáreas. Citado por Mingorance et al (2004: 130).

25
La economía extractiva en el Pacífico ha tenido múltiples ciclos, el aprovechamiento de los
bosques conoce en la historia diversas modalidades, desde las tempranas recolecciones de
caucho al final del siglo XIX, pasando por la extracción de corteza de mangle en la mitad del
siglo XX y por la explotación forestal que domina el final del siglo pasado. El proyecto
Colombia Forestal debe verse como reinvención neoliberal que en su esencia no difiere de las
modalidades extractivas ya conocidas en la historia.

149
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

los nuevos ordenamientos que se erigen en la verdadera política de desarrollo


para el Pacífico. En la actualidad se habla de la construcción de la carretera
panamericana, que en la zona norte une al Urabá con Panamá, lo mismo que el
carreteable que desde Caldas integra la región media de la costa en Nuquí, a la
vez que se proyecta la construcción de gasoducto desde Venezuela para exportar
éste producto por la vía del Pacífico. Sinnúmero de proyectos se presentan
como fórmula para integrar a la región con la economía nacional y regional, en
tanto la guerra avanza desplazando de modo forzado a los pueblos que
históricamente han habitado en la región.

Los megaproyectos que en la década de los ochenta se presentaban como


alternativa de desarrollo regional, que a la vez se convirtieron en motivo de
reflexión de las nacientes organizaciones indígenas y afrocolombianas, en la
actualidad y al haber hecho tránsito la guerra como modelo de integración,
emergen de nuevo y se instauran de hecho como en el caso de los cultivos de
palma africana. Así, una interpretación de los impactos de la guerra en el Pacífico
lleva a deducir que la territorialidad étnica, como modelo de ordenamiento que
se instaura en la década de los noventa, hoy se pone en cuestión sin ninguna
mediación jurídica y la desterritorialización avanza de forma violenta. El modelo
económico se impone a sangre y fuego, las fuerzas paraestatales se constituyen
en los garantes del nuevo orden.

150
151
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

152
EL ETNOCIDIO KANKUAMO:

LOS PARAMILITARES Y EL ESTADO CONTRA


UN PUEBLO EN RECONSTRUCCIÓN

153
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

El pueblo indígena Kankuamo en menos de cuatro años pasó a ser uno de


los más referenciados en los reportes oficiales y de las instituciones nacionales
e internacionales que ejercen control y analizan la evolución del conflicto y del
comportamiento de los derechos humanos en el país. El protagonismo del pueblo
Kankuamo es el resultado del sistemático asesinato de los miembros de esta
comunidad. Son 228 las muertes de Kankuamos, la mayoría en los últimos
cinco años, en una población de apenas 5.900 personas* . Una tasa de asesinatos
políticos 45 veces la colombiana, que ya es de las más altas del mundo. A este
drama se agrega que casi el 50% de sus miembros experimentan el
desplazamiento forzado, que su territorio ha sido invadido por todas las fuerzas
armadas existentes en el país, detenidos arbitrariamente varios miembros de la
autoridad indígena y obligada la cabeza de su gobierno a actuar en el exilio.

Además de la historia de muerte que identifica los últimos años del pueblo
Kankuamo, de igual modo se les conoce por haber ingresado esos mismos
años al mapa etno-político del país. Hasta hace quince años solo eran
reconocidos como campesinos descendientes de los indígenas Kankuamos y
eran llamados comúnmente atanqueros* *. Gracias a un exitoso proceso de
reivindicación étnica iniciado en 1993 hoy son interlocutores de los pueblos
indígenas y del Estado, cuentan con un territorio legalizado e internamente la
autoidentidad kankuama es cada vez más compartida.

La Organización Nacional Indígena de Colombia ONIC, la Defensoría del


Pueblo y la Oficina en Colombia del Alto Comisionado de Naciones Unidas
para los Refugiados ACNUR emitieron en 2002 un llamado de urgencia a las
organizaciones internacionales y al Estado colombiano denunciando el etnocidio
que se estaba configurando por acción y omisión de los actores armados ilegales
y estatales (ONIC, 2004); preocupación ratificada por el Relator de la ONU
para pueblos indígenas Rodolfo Stavenhagen en su reciente reporte sobre
Colombia publicado en diciembre de 2004 (Naciones Unidas, 2004). A pesar
de haberse reducido en el 2004 el número de asesinatos contra los Kankuamos,
la crisis humanitaria continúa siendo dramática por los impactos acumulados, la

*
Un reciente censo realizado por la Organización Indígena Kankuama registra cerca de 13.000
kankuamos; se utiliza esta cifra por ser la utilizada en el reciente proceso de titulación del
resguardo.

**
Etnónimo por la comunidad de Atánquez, su centro político y poblacional.

154
EL ETNOCIDIO KANKUAMO:
LOS PARAMILITARES Y EL ESTADO CONTRA UN PUEBLO EN RECONSTRUCCIÓN

persistencia de la población en situación de desplazamiento y la consolidación


de los dispositivos de terror adoptados por los paramilitares en la parte baja de
la Sierra Nevada de Santa Marta 26 .

El territorio Kankuamo se encuentra localizado en el municipio de Valledupar,


departamento del Cesar, en la vertiente suroriental de la Sierra Nevada de Santa
Marta. Es uno de los cuatro pueblos indígenas de la Sierra, junto con los Ijka,
los Wiwa y los Koggi; comparten su pertenencia lingüística Chibcha con éstos -
aunque su propia lengua permanece en desuso y virtual desaparición-, así mismo
guardan identidad respecto al ordenamiento cosmológico y los conceptos
básicos respecto a las fuerzas que se ponen en juego en el equilibrio del universo.

En este capítulo, además de ilustrar la magnitud del etnocidio, se abordan


esencialmente los problemas relacionados con la conformación del pueblo
Kankuamo como comunidad política en medio del conflicto armado y la creciente
agresión contra sus miembros. Al contrario de los indígenas Nasa -que pudieron
conformarse como sujetos políticos regionales a través de la guerra y en medio
de ella, este caso muestra la dificultad de otros pueblos para fortalecer sus
estructuras de gobierno y justicia debido a la adopción tardía de formas modernas
de organización política y de autoridad territorial.

La violencia contra los Kankuamos resulta ser un caso paradigmático por su


intensidad, por la desigual respuesta dada desde las comunidades y la
Organización Indígena Kankuama OIK, y por los impactos en la configuración
de su sistema político contemporáneo. Adicional y especialmente porque este
proceso socio-político ha tenido lugar en medio de una compleja reconstitución
étnica que ha debido darse en momentos de la escalada bélica de la última
década.

Itinerario del etnocidio Kankuamo

Las tempranas titulaciones del llamado Gran Resguardo Arhuaco en los municipios
de Santa Marta y Valledupar en 1973 y del resguardo Kogui-Wiwa-Arhuaco
en Santa Marta y Riohacha en 1980, le dieron una relativa estabilidad territorial
a los pueblos indígenas de la zona, de tal manera que la violencia política contra

26
Para un recuento histórico de este proceso, ver HENAO, Diego, 2003. “Ahí van los
atanqueros… con otro indio p’al cementerio”. CODHES.

155
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

tales pueblos no tuvo las formas ni expresiones conflictivas que, durante las
décadas de los setenta y ochenta, determinaron las relaciones entre terratenientes
e indígenas en otros departamentos como el Cauca y Córdoba. A pesar del
avance de la colonización agrícola en la región, ésta afectó esencialmente la
frontera territorial indígena pero no logró crear espacios consolidados al interior
del territorio mismo, permitiendo un ejercicio continuado de gobierno y control
indígena.

Sin embargo, eso mismo no ocurrió en el territorio del pueblo Kankuamo,


adyacente y superpuesto con dichos resguardos. El territorio Kankuamo, desde
la primera mitad del siglo XX había sido integrado a la frontera agrícola
especialmente en la zona baja cercana a Valledupar, sus tierras se consideraban
baldías o articuladas como economía campesina. En las áreas consideradas
baldías, pero tradicionalmente Kankuamas, se tituló parte del resguardo Arhuaco.

En el territorio tradicionalmente Kankuamo, pero articulado a la economía


campesina, es en donde en la década de los setenta se incian los procesos de
colonización por cultivadores ilegales de marihuana. La abogada kankuama Ana
Manuela Ochoa reporta que:

Durante los años setenta los territorios indígenas de la Sierra Nevada de Santa
Marta se vieron invadidos por un sinnúmero de personas provenientes de las
partes planas y que llegaban hasta allí para sembrar y comercializar la
marihuana. Fue la época de la bonanza marimbera* , que en una danza macabra
de dinero fácil, violencia y muerte desestructuró social y culturalmente a muchas
comunidades (wiwa), fundamentalmente de las que habitaban jurisdicción del
departamento de La Guajira. (Ochoa, La voz de los guardianes de la
montaña sagrada. Sf, p. 3).

Otras fuentes kankuamas también hacen referencia a este fenómeno de cultivos


ilegales como el inicio de la violencia política en la región. No obstante, las
cifras disponibles sobre hechos de violencia en la Sierra, tanto para indígenas
como para campesinos, no permiten corroborar esta afirmación recurrente; la
baja tasa de violencia expresa que en gran medida la relación de los indígenas
de la Sierra con las mafias de la marimba fue marginal y de distanciamiento, a
diferencia de la establecido por los indígenas Wayúus, que se articularon

*
Marimba: Nombre popular para referirse a la marihuana.

156
EL ETNOCIDIO KANKUAMO:
LOS PARAMILITARES Y EL ESTADO CONTRA UN PUEBLO EN RECONSTRUCCIÓN

directamente con los grupos de contrabandistas; por otra parte, la violencia


marimbera fue expresión de mayor ocurrencia en las ciudades, especialmente
del departamento de La Guajira.

La confrontación propia de la época se caracteriza por la disputa entre


narcotraficantes por el control de áreas de cultivo y caminos, pero no por la
propiedad de la tierra. La violencia política en la Sierra entre 1974 y 1984 tiene
como responsables a traficantes de marihuana que querían imponer sus órdenes
económicos y territoriales, bien directamente, bien a través de colonos y
cultivadores a su servicio, sin que ello implicara procesos de apropiación
territorial legal o permanente.

La violencia política se inicia propiamente en la Sierra Nevada con la llegada y


establecimiento de la insurgencia, a mediados de la década de los ochenta (OIK,
2004; ONIC, 2004; Defensoría del Pueblo, 2003, 2004). Específicamente
Ochoa apunta que:

A finales de 1988 llegó a la Sierra la guerrilla; para esta época ese grupo
armado [FARC] contaba en nuestro territorio con la presencia de un solo
frente militar conformado por 50 hombres armados y cuatro años después
tenían tres frentes cada uno con 100 hombres, mientras que el ELN y la
disidencia del EPL tenía cada uno su propio frente. (Ochoa, La voz de los
guardianes de la montaña sagrada. s.f, p. 7)

Al principio el Frente 19 de las FARC-EP se ubica en la parte norte del


Magdalena, luego se desdobla en el Frente 41 que opera desde la Serranía del
Perijá y ya para finales de esa década esa organización tenía presencia en casi
todas las cuencas de la Sierra Nevada. El Frente Norte del EPL opera en esos
años desde el sur de La Guajira y el Frente 6 de Diciembre del ELN desde la
Serranía de Perijá y el norte de Cesar. En 1990 el EPL entró en diálogo con el
Estado, instaló un campamento de paz en San Juan del Cesar departamento de
La Guajira y se desmovilizó, lo cual permitió en parte el fortalecimiento de las
FARC, que conformaron el Frente 51 en la zona desalojada. (Defensoría del
Pueblo, 2003; Observatorio de los Derechos Humanos de la Vicepresidencia,
2002). En territorio Kankuamo, para finales de la década de los ochenta las
FARC operaban sobre las cuencas del Río Seco, el Guatapurí y el Badillo; y el
ELN por su parte lo hacía en la parte media-alta del Guatapurí, con
desplazamientos regulares hacia Pueblo Bello (Ver Mapa regional).
157
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

El proceso de inserción de la insurgencia se fortaleció por la ausencia estatal al


punto que en muchas zonas operó de hecho como dispensador de justicia y
organizador de las actividades comunitarias (Ochoa, s.f.); este fenómeno tuvo
lugar en las regiones campesinas y en el territorio Kankuamo que, en ese período
no era gobernado por las autoridades indígenas sino por débiles figuras de la
administración municipal, que regularmente se subordinaban a los ordenamientos
militares de la insurgencia. La década de los ochenta corresponde de este modo
a la conformación de un orden alternativo de hecho en comunidades campesinas
e indígenas de la región; fenómeno que se convertirá paradójicamente, 10 años
más tarde, en uno de los argumentos utilizados por el Ejército y los paramilitares
para señalar a las comunidades de ser colaboradoras o base social de la
insurgencia.

Los datos disponibles sobre hechos de violencia política en este período son
incompletos, pues fuera de los reportados por la Organización Indígena
Kankuama OIK resulta casi imposible identificarlos, teniendo en cuenta que el
inicio de su proceso de reivindicación étnica tuvo lugar en 1992 y es desde
entonces que el etnónimo Kankuamo vuelve a ser utilizado de forma
generalizada, de manera que para los años inmediatamente anteriores es
inexistente cualquier referencia a este pueblo en los registros tanto del Estado
como de organizaciones civiles. De todos modos los hechos no parecen haber
sido muy numerosos; así se concluye de los datos de la revista Noche y Niebla
y de Vicepresidencia de la República, que registran marginalmente casos de
violencia política para los municipios de Valledupar y Pueblo Bello. Los datos
confirman que hasta 1993 se presenta solamente un hecho de violencia política
por año, e incluso Valledupar no reporta casos atribuidos a los paramilitares,
que concentraban sus acciones en la vertiente norte de la Sierra - zona del
Mamey - y en el sur del departamento.

Hasta 1990 la OIK y la ONIC apenas reportan 10 asesinatos políticos de


Kankuamos, de 15 indígenas asesinados en todo el departamento del Cesar y
23 en la Sierra Nevada; la gran mayoría de estos hechos son atribuidos a las
FARC a pesar de no ser por entonces la fuerza política y militar más prominente
en la región. Estos asesinatos se deben entender como la forma típica de inserción
de la insurgencia en una comunidad, como ejercicio de control ante actividades
delictivas o como control a la insubordinación de las víctimas frente a las
regulaciones que impone la guerrilla.

158
EL ETNOCIDIO KANKUAMO:
LOS PARAMILITARES Y EL ESTADO CONTRA UN PUEBLO EN RECONSTRUCCIÓN

Son los años de 1991 y 1992 cuando se registran los primeros casos de asesinatos
de Kankuamos atribuidos a grupos paramilitares no identificados, que aparecen
por primera vez como responsables de hechos de violencia política en la región.
Para estos años la modalidad de violencia política que se ejerce sobre cada poblado
o territorio indígena, tiene como característica, que la agresión es responsabilidad
directa del actor el actor armado que controlaba ese territorio o poblado. Esto
significa que las disputas territoriales entre estos grupos no tenían lugar todavía, y en
cambio sí procesos de inserción violenta en las comunidades.

Entre 1993 y 1994, al inicio del proceso de reindianización kankuama, momento


en el que se celebra el Primer Congreso como pueblo, empiezan a crecer los hechos
de violencia política en su contra; la mayoría de los hechos son causados por la
guerrilla, pero la existencia de casos propiciados por el Ejército y “Otros actores”
indica que la disputa por las hegemonías territoriales había empezado en la Sierra
Nevada. A partir de entonces será una constante ver que los responsables de
agresiones en cada comunidad son varios actores y no solo uno, como se evidenciaba
en el período anterior.

En 1994 y 1995 la insurgencia de las FARC desarrolla una fuerte arremetida sobre
las comunidades en busca de afianzar su control territorial y fortalecer las lealtades
políticas ante el desafío paramilitar, que en la zona baja de la Sierra Nevada hacia
Patillal, “La Ye de corazones” y Pueblo Bello empieza a consolidar sus estructuras
bélicas, al tiempo que establece su centro de operaciones en Valledupar. Esta disputa
se evidencia en el número de agresiones contra indígenas Kankuamos realizadas en
su mayoría por las FARC. En 1994 los asesinatos ocurren en las comunidades de la
parte alta hacia donde las FARC se habían replegado estratégicamente, en
Chemesquemena y Guatapurí. En 1995 las agresiones se amplían a las comunidades
de las áreas de acceso en la parte baja en Río Seco, Murillo, La Mina y Atánquez,
lugares donde las incursiones paramilitares eran recurrentes y su control sobre el
territorio más estable. Entre tanto los casos ocurridos en el casco urbano de
Valledupar seguían en aumento y teniendo como responsables a los paramilitares.

El cambio significativo de la violencia política contra los Kankuamos ocurre en


1996: los paramilitares son a partir de entonces los principales responsables de
las agresiones, siendo el casco urbano de Valledupar y las comunidades de la
parte baja en La Mina y Río Seco son las más afectadas. El establecimiento
abierto de grupos paramilitares en esta ciudad así como en el corregimiento de
159
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Patillal, en plena zona de control del Batallón La Popa del Ejército, les permite
incursionar en la carretera que va hacia Atánquez e iniciar las acciones de control
sobre las vías de acceso a la Sierra Nevada.

Esta dinámica es registrada por la ONIC como una respuesta de las élites
regionales a la acción de la guerrilla:

[...] En la década de los noventa, un grupo de ganaderos y terratenientes del


Cesar y del Magdalena conformaron grupos de autodefensas (en adelante
AUC), con el propósito de hacer frente y neutralizar el avance de la guerrilla.
Es así como estos grupos comienzan a realizar incursiones en las zonas
campesinas e indígenas bajo el control de la guerrilla, ejecutando una serie
de asesinatos y masacres que generan terror en la población civil. En la zona
Kankuama incursionan por primera vez en 1996 a Río Seco, luego a La
Mina, Atánquez y Murillo. A partir de 1999 se intensifica la presión de las
autodefensas haciendo presencia permanente con la implementación de una
base de operaciones en la región de los Corazones y Badillo. Desde entonces,
han ejecutado de manera selectiva asesinatos de personas a quienes acusan
de colaboradores de la guerrilla, en retenes móviles que instalan en un sitio
entre la «Ye» de los Corazones y Patillal. De otro lado, se han perpetrado
masacres en La Mina, Atánquez, Río Seco y Murillo, principalmente. Las
víctimas son oriundas de todas las comunidades Kankuamas. A lo anterior,
se suma el bloqueo al paso de alimentos y medicamentos, como también el
control de entrada y salida de personas, situaciones que crean
desabastecimiento de los elementos esenciales para la supervivencia física
y cultural de las comunidades Kankuamas. (ONIC, El desplazamiento
Indígena en Colombia. Bogotá, 2003, p. 175).

Pero una explicación estrictamente local del desarrollo de los grupos paramilitares
y su relación con el incremento de la violencia contra el pueblo Kankuamo es
parcial. En efecto, hacia el final de la década de los noventa en la región operan
varios grupos paramilitares provenientes del narcotráfico y del gamonalismo
político, los cuales pocas veces chocaban con las FARC y el ELN y al parecer
establecían con éstos acuerdos tácitos de no agresión (Observatorio de la
Vicepresidencia, 2002); hasta ese momento su comportamiento no obedecía a
una estrategia única, y las denuncias de la OIK muestran que corresponden a
situaciones de diversa causalidad. Los casos anteriores a 1998 en los que
directamente se sindica a las AUC son pocos al lado de aquellos en que
paramilitares no identificados u otros actores armados son señalados como
responsables. Una actuación masiva de las Autodefensas Unidas de Colombia
160
EL ETNOCIDIO KANKUAMO:
LOS PARAMILITARES Y EL ESTADO CONTRA UN PUEBLO EN RECONSTRUCCIÓN

GRÁFICA 11

VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA EL PUEBLO KANKUAMO

VIOLACIONES INDIVIDUALES POR AUTOR 1985-2004

45

40

35

30
25
20
15
10
5
0
1985

1987

1989

1991

1993

1995

1997

1999

2001

2003

Fuente: Sistema de Información


Geográfica de Pueblos Indígenas de
CECOIN

1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004
Paramilitares 1 1 4 8 12 8 13 15 16 33 42 6
Grupo insurgente 1 4 1 1 2 1 2 4 13 2 4 7 23 5 6 15 4
Otros Actores Violentos 1 1 2 3 1 9 6 5
Actores Estatales 1 2 1 3 18

161
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

-AUC- en el área se presenta desde el año 1998, justo en el inicio de la escalada


de la violencia contra los Kankuamos, tanto en casos de asesinatos como en
hechos de violencia política en general; a partir de entonces se presenta más del
77% de los asesinatos y el 80% de los hechos de violencia contra Kankuamos.

Es evidente que la escalada de la violencia contra los Kankuamos está asociada


a la irrupción de las AUC en el área. La estrategia de las AUC en toda la Costa
Caribe en estos años, dirigido a copar las grandes ciudades y subordinar a
grupos paramilitares independientes, se tradujo en la incorporación total de
éstos últimos en la lógica estatal contrainsurgente, superando la lógica de castigo
y protección meramente regional. A partir de entonces, es claro que las acciones
de los paramilitares se inscriben como actuaciones de las AUC, todos los diversos
grupos ligados al gamonalismo armado que operan desde la década de los
ochenta y las mafias de narcotraficantes actuarán en el marco de la estrategia
contrainsurgente de las AUC, salvo el grupo de Hernán Giraldo en la vertiente
norte de la Sierra, que no tiene incidencia en territorio Kankuamo y que solo
vino a ser controlado por las AUC en el año 2001.

A partir de 1997 Valledupar ingresa en los municipios donde los asesinatos


cometidos por los paramilitares tienen una “alta intensidad”, categoría que hace
referencia a situaciones extremadamente graves (Observatorio de Derechos
Humanos de la Vicepresidencia, 2002: 51). En concordancia, las violaciones
contra Kankuamos en 1997 y 1998 serán realizadas en su gran mayoría por los
paramilitares, la fuerza pública y “otros actores”, que en este caso corresponden
a acciones paramilitares no esclarecidas totalmente; salvo una acción marginal
en Guatapurí -parte alta- las incursiones ocurren en todas las comunidades de
la parte baja y en Atánquez. En 1998 los hechos indican una más profunda
estrategia de control territorial por parte de los grupos paramilitares, que se
concentran en la parte plana en forma de cordón sobre las vías de acceso a la
Sierra. En 1999 los asesinatos políticos de Kankuamos se duplican, así como
los hechos individuales de violencia en su conjunto, en una escalada claramente
relacionada con el incremento de acciones de las AUC en toda la región, que
entre 1998 y 2000 se multiplican por tres (Observatorio de Derechos Humanos
de la Vicepresidencia, 2002).

El 10 de mayo del 2000 por efecto de incursiones paramilitares en Atánquez y


La Mina, 1.500 Kankuamos se desplazan forzadamente y ocupan la plaza
Alfonso López de Valledupar; la mayoría de ellos no retornaron debido a la
persistencia de hechos de terror en la zona (OIK, 2004). Desde entonces 300
162
EL ETNOCIDIO KANKUAMO:
LOS PARAMILITARES Y EL ESTADO CONTRA UN PUEBLO EN RECONSTRUCCIÓN

familias kankuamas viven en barrios populares de esta ciudad y han sido objeto
de posteriores agresiones. La consolidación de las AUC como única fuerza
paramilitar tiene lugar este año, cuando en la vertiente norte de la Sierra es
sometido militarmente el grupo de Hernán Giraldo y se conforma el frente
Mártires del Valle de Upar de esa organización, en cabeza de “Jorge 40”, jefe
de un antiguo grupo paramilitar al servicio de los gamonales políticos de la
región y miembro de una familia aristocrática agraria cuya influencia en esa
época se encontraba en franca decadencia.

A comienzos de agosto del año 2001 fue secuestrada por las FARC la exministra
de Cultura Consuelo Araújo, quien fue asesinada en plena Sierra Nevada el 29
de agosto del mismo año, en hechos confusos dentro de un intenso operativo
militar que ordenó el gobierno nacional para su rescate. Este último hecho generó
la militarización de gran parte de la Sierra Nevada, incluida la región Kankuama,
por parte del Ejército; simultáneamente las AUC instalaron un retén a la altura
de la «Ye» de La Vega, donde arreciaron el decomiso de mercancías y alimentos
que transportaban los vehículos que hacen los recorridos Valledupar–Atánquez
y anunciaron su determinación de regular el funcionamiento de las tiendas y el
transporte; al respecto, la ONIC reporta:

El 8 de noviembre de 2001, en el periódico “Vanguardia Liberal”, las AUC en


comunicado enviado a los medios de comunicación de Valledupar, anunciaron
la conformación de un frente denominado “Mártires del Valle de Upar”, el
cual entra a formar parte del Bloque Norte de esta organización, con el
propósito de “actuar política y militarmente en las zonas urbanas y rurales del
norte del Cesar y sur de la Guajira, contra las guerrillas de las FARC, ELN y
EPL, incluyendo sus redes de apoyo, sus manifestaciones y a todos los corruptos
que las patrocinan”. Reiteran que no actuarán contra las fuerzas armadas del
Estado, ni contra las instituciones legítimamente constituida. (ONIC, El
desplazamiento Indígena en Colombia. Bogotá, 2003, p. 176).

Desde entonces se disparan los hechos violentos, especialmente los asesinatos,


contra los Kankuamos, fenómeno que no ha cesado. Las denuncias de los
asesinatos, atentados, torturas y violaciones en la etapa siguiente y hasta la
actualidad, describen reiteradamente la presencia de hombres encapuchados,
búsquedas puerta a puerta de las víctimas y otras modalidades que indican la
adopción de planes diseñados para ejercer dominio y control sobre las
comunidades y territorios por parte de los paramilitares. Entre 2000 y 2004 se
163
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

presentaron el 64% de los asesinatos políticos y 67% de violaciones de derechos


humanos contra indígenas Kankuamos, en su mayoría bajo responsabilidad de
fuerzas estatales y paramilitares (74%). Esta masiva agresión contra los
Kankuamos tendrá su peor momento en el año 2003 cuando son asesinados 55
Kankuamos y se presentan otras 11 violaciones individuales.

Un elemento adicional para contextualizar esta descripción es la relación entre


la implementación del Plan Colombia y el aumento de los asesinatos y demás
violaciones individuales contra Kankuamos, que se hace patente específicamente
los últimos 4 años. En 2000, segundo año del gobierno de Pastrana Arango, se
inicia la llamada recuperación territorial del país, entre las cuales se identifica
como área clave la Sierra Nevada. En los gobiernos de Pastrana y Uribe Vélez
se presenta el 80% de los casos de violencia política sufridos en toda su historia
por los Kankuamos. En un informe de 2004 presentado al presidente Uribe
Vélez, la OIK sostiene:

Se observa que las ejecuciones extrajudiciales, los asesinatos selectivos,


las masacres, las incursiones armadas a las poblaciones Kankuamas,
las restricciones de alimentos y medicamentos se intensifican cuando en
la zona hacen presencia los mal llamados grupos paramilitares. Quienes
realizan retenes a solo 5 y 10 minutos de la ciudad de Valledupar; donde
sacaban a sus víctimas y al rato o al día siguiente aparecían torturados y
asesinados con tiros de gracia a la orilla de la carretera. Toda esta situación
convirtió a la zona baja del resguardo Kankuamo en un cementerio de terror
y barbarie; entre tanto en las partes altas se movilizaban las guerrillas FARC
y ELN, extorsionando y vacunando a los miembros de la comunidad, reclutando
jóvenes y el que desistiera de enfilarse debía desterrarse so pena de ser
asesinado (OIK, Situación de derechos humanos del pueblo indígena
Kankuamo. Valledupar, 2004b).

En este documento la OIK entiende la violencia contra los Kankuamos como


una disputa por territorios por parte de los grupos armados, teniendo en cuenta
la responsabilidad compartida por la insurgencia y los paramilitares en los hechos
de violencia. Sin embargo, esta posición “políticamente correcta” y explicable
teniendo en cuenta la especial situación de vulnerabilidad de los Kankuamos,
es inexacta a la luz de las mismas cifras, pues la violencia tiene un origen estatal
y paraestatal inocultable.

164
EL ETNOCIDIO KANKUAMO:
LOS PARAMILITARES Y EL ESTADO CONTRA UN PUEBLO EN RECONSTRUCCIÓN

Sumadas la responsabilidad entre militares, paramilitares y otros actores violentos


para las dos décadas analizadas, les corresponde el 69% de todos los casos de
violencia y el 74% de los asesinatos políticos, mientras la insurgencia lo es del
31% y el 26% respectivamente. Desde 1995, cuando llegan los grupos
paramilitares a la zona, la insurgencia es responsable del 27% de los hechos y
el 21% de los asesinatos, mientras los paramilitares, otros autores violentos y
los estatales suman el 72% y 78%. Y en solo los cuatro años del Plan Colombia
-2000-2004-, cuando se presentan más del 55% de todos los casos de
asesinatos políticos y violaciones individuales de toda la historia de este pueblo
indígena, el 83% de los asesinatos políticos y el 82% del total de violaciones
individuales son atribuidas a los paramilitares, agentes estatales y otros actores,
mientras que la insurgencia es responsable del 16% restante. Estas cifras son
dicientes, y muestran que en el caso particular del pueblo Kankuamo el genocidio
denunciado corresponde principalmente a la acción criminal de fuerzas estatales
y paraestatales27 . (Tabla 13).

27
Se incluye a otros actores en la misma categoría con paramilitares y militares por razones de
incidencia territorial, pues la mayoría de los casos en que “otros actores” aparecen como
responsables se refiere a los ocurridos en Valledupar, ciudad de evidente control paramilitar
donde han ocurrido once casos así atribuibles, Atánquez que en la última época es zona de
control del Ejército con cinco casos, y La Mina localizada en la parte baja, donde hacen
incursiones recurrentes los paramilitares asentados en Patillal , tres casos.

165
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

La construcción del universo étnico y de la comunidad


política Kankuama en medio de la guerra

La peculiaridad de la violencia política contra el pueblo indígena Kankuamo


deviene de acontecer en medio de una compleja reconstitución étnica. El grupo
líder adopta en los inicios de la década de los noventa una estrategia de crítica
a las formas occidentales de regulación social, especialmente al régimen de
propiedad de la tierra, a las figuras de gobierno y organización como los
corregidores28 y juntas de acción comunal29 , al proyecto ideológico de las
iglesias evangélicas y al proyecto de integracionismo cultural. Pero la escalada
de violencia política a mediados de la década se presenta sin que estén sólidas
aún las figuras y redes étnicas imaginadas en su proyecto, en tanto la cohesión
del grupo era débil en torno a las redes que el nuevo liderazgo proponía respecto
al ejercicio de la política, la cultura y la economía. Así, la comunidad se enfrenta
en un escenario donde su invención étnica es todavía precaria y la violencia
amenaza con no hacerla viable.

En tal encrucijada político-cultural, los Kankuamos no respondieron a la


violencia ni desde formas campesinas como las ligas o juntas de acción comunal,
que se habían ido disolviendo en el inicio del proceso; ni mediante movilizaciones
religiosas que para el momento no articulaban a las comunidades y por el
contrario eran parte de la conflictividad interna; ni con formas de gobierno e
identidad indígenas que apenas emergían; sino que optaron por soluciones
individuales y familiares que hicieron más vulnerables todas las instituciones y
tejidos culturales en reconstrucción, como se evidencia en los regulares llamados
de la autoridad indígena para que estas prácticas sean abandonadas y en su
lugar se adopten acciones comunitarias y como pueblo. Esa es también la
encrucijada en que se ha debatido la Organización Indígena Kankuama -OIK-
en busca de incorporar en su proyecto de reetnización a esas diversas formas
de ser Kankuamo, en un intento por hallar o recomponer una matriz propia que
no solo sea fuerte para responder a los proyectos políticos de los actores
armados, sino que sea el camino mismo de la reestructuración étnica.

28
Delegados de los Alcaldes municipales en zonas rurales.

29
Asociaciones civiles adoptadas por comunidades urbanas y rurales, principalmente orientadas
a la defensa de derechos socio-económicos. Recientemente han pasado a formular propuestas
de gobiernos locales.

166
EL ETNOCIDIO KANKUAMO:
LOS PARAMILITARES Y EL ESTADO CONTRA UN PUEBLO EN RECONSTRUCCIÓN

Dicha reconstitución étnica kankuama ha sido la respuesta a un proceso previo


de desestructuración cultural. La comunidad política Kankuama se había
disuelto en los cincuenta años anteriores como resultado de la inserción de las
comunidades locales en dinámicas económicas campesinas y ante una creciente
pérdida territorial por cambios en las formas de tenencia y en el origen étnico
de los propietarios, como también por la incorporación de la población en
procesos identitarios macro-regionales, la sustitución de las formas de gobierno
propias por figuras como los corregidores y las juntas de acción comunal, y la
agresiva labor evangelizadora de los sacerdotes capuchinos (Pumarejo y
Morales, 1996).

La contribución de los pueblos indígenas de la Sierra Nevada a la cultura regional


fue pagada con la inclusión de los Kankuamos en procesos identitarios igualmente
macro-regionales en los cuales no fueron sus dinámicas internas las determinantes,
y por el contrario ha significado la adhesión indígena a proyectos ideológicos
externos, sobre todo en materia política partidista, y a formas de pertenencia
multiétnica, específicamente la llamada cultura vallenata, que en situaciones
de agresión militar se convierten a su vez en obstáculos para definir un proyecto
unificado de resistencia a la guerra. Para el Kankuamo, “indio come-iguana”
como llamaban los no índígenas a los atanqueros, en el contexto donde emerge
afirmando su etnicidad está marcado por cierta fuerza dramática determinada
por el no reconocimiento que los otros pueblos indígenas de la Sierra hacían de
ellos, pero también por la degradación histórica de su propia institucionalidad
que llevaba a que los mismos miembros de la comunidad no estuviesen
convencidos.

Por otra parte, la suplantación sufrida por los miembros del gobierno comunitario
se evidencia hoy en la relativa debilidad de éste para cohesionar el proyecto
político Kankuamo y neutralizar los rezagos de las figuras de autoridad heredadas
de la municipalización, así como en la subordinación a los órdenes alternativos
de hecho impuestos por la insurgencia y los paramilitares en las últimas décadas,
y por el ejército y la policía luego de la toma de su territorio en el año 2004. La
irrupción de fuerzas que imponen justicia sumaria en las comunidades tiene como
escenario una colectividad que en gran medida fue despojada del sentido de la
autorregulación, de tal modo que tales prácticas encuentran sustento en la
disposición de los comuneros para que la regulación venga desde afuera: desde
la alcaldía, el corregidor y eventualmente de las mismas fuerzas armadas legales
o ilegales. Estas dinámicas tradicionales a la cultura no son aislados, y constituyen
uno de los flancos débiles en la estrategia organizativa de la OIK (Houghton, 2004).
167
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

A su vez, la desterritorialización es resultado de los procesos de campesinización


forzada a que fueron conducidos por sistemáticas invasiones por parte de los
curas capuchinos desde principios del siglo pasado y por oleadas de colonos
en la década de los sesenta. La transformación interna de los Kankuamos en
campesinos acentuó este proceso al punto de perder el sentido de la territorialidad
(OIK, 1993). Los cambios en la economía, que se expresan esencialmente en
la destrucción de todas las formas de economía comunitaria y su conversión en
economías campesinas, proceso que se observa en la tendencia a asumirse como
“finqueros” y en la individualización de sus representaciones. Este conjunto de
cambios en la cultura, el gobierno y la economía, tiene implicaciones respecto
al modo como se sucede la inserción de las familias en los planes territoriales de
la OIK lo mismo que en una débil apropiación del territorio por parte de las
comunidades y una preocupación marginal frente a la presencia de los ejércitos
invasores (Houghton, 2004).

El salto de calidad en el proceso de reetnización Kankuama se presenta entre


los años 1992 y 1996, justo luego de la Asamblea Nacional Constituyente,
cuando la visibilización de “lo indígena” en momento en el que se presentan
condiciones ideales por el prestigio de las culturas indígenas en la sociedad
nacional y el valor positivo que se le asigna a la diversidad. Tal auge sirvió de
contexto favorable al grupo dirigente Kankuamo que venía de tiempo atrás
reivindicando su pertenencia étnica y la urgencia de adelantar un proceso de
reconstrucción cultural. Desde diciembre del año 1993, cuando se realiza el I
Congreso, la OIK inició la reconfiguración de la comunidad política kankuama
y emprendió el reto de gestar un proceso de reconstrucción cultural, afianzar
ciertos valores colectivos en torno a la comunidad, recrear algunos símbolos
que fortalecieran el arraigo cultural y el sentido de pertenencia de sus miembros
(OIK, 1993).

El grupo líder se inscribió desde un principio en recomponer esta comunidad


política en términos similares que los propuestos por Zambrano30 , en el sentido
de producir fenómenos políticos, simbólicos, estéticos, organizativos, dirigidos
a recuperar las condiciones para decidir la vida comunitaria y el cambio cultural.

30
En términos de Zambrano, este proceso tiene lugar “cuando un número importante de
miembros, hombres y mujeres, consideran que forman parte de un mismo grupo e imaginan una
semejanza de origen y un destino común, y que basándose en el predominio directo o imaginado
de lazos afectivos, costumbres y parentesco, buscan dominar entre ellos mismos las actividades

168
EL ETNOCIDIO KANKUAMO:
LOS PARAMILITARES Y EL ESTADO CONTRA UN PUEBLO EN RECONSTRUCCIÓN

Los primeros años de la reetnización -reindianización en palabras de los


Kankuamos- se dan en condiciones positivas, pues como fue descrito en la
periodización general de este estudio, en ese momento la violencia política
nacional y la específicamente desarrollada contra los indígenas disminuyeron
sensiblemente. El contexto favorable en términos de prestigio nacional de lo
étnico y de menor agresión por parte de los “enemigos naturales” de los pueblos
indígenas -terratenientes y gamonales-, junto a la neutralización de los poderes
políticos regionales por efecto del proceso constituyente, permitieron un avance
rápido de la OIK, que se vio apuntalado por una actitud favorable de la
insurgencia y permitido por la presencia marginal de los paramilitares ese
momento en la región.

Por otra parte, se dieron dos circunstancias locales que movilizaron a las
comunidades:

De una parte el conflicto territorial que se suscitó con algunos Ijkas, debido a
que fuimos considerados como colonos e invasores por algunas instituciones
del Estado (Incora) y nuestro territorio se pensó entregar a los hermanos
indígenas, desconociendo nuestros derechos de ocupación y posesión; y de
otra parte la presencia de la Organización Nacional Indígena de Colombia,
ONIC, quien adelantaba un trabajo organizativo en el pueblo Wiwa (Ochoa,
La voz de los guardianes de la montaña sagrada. sf., p. 9).

El inicio del proceso contó con un grupo reducido de líderes jóvenes,


especialmente profesores, y mayores que se convocaron en abierto desafío a la
mentalidad dominante en las comunidades la cual apostaba a un proceso de
mayor inserción en la sociedad mayoritaria a través de la “civilización” y renuncia

que tienen por objeto el control de las decisiones grupales. (…) [La] construcción o redefinición
de comunidad política (sería) la producción compleja y dinámica de fenómenos que contribuyen
a la toma social de decisiones para el funcionamiento y afianzamiento simbólico y psicológico
de un grupo y que resignifica lo público y lo privado, las relaciones de la vida cotidiana, las
tradiciones y el pasado y vislumbra formas diferenciales de institucionalización. (…) defino la
reindigenización como un proceso particularmente complejo, de transformación de la comunidad
política de un pueblo indígena (en el sentido de nacionalidad incipiente), basado en la articulación
reflexiva en la arena política local, regional y nacional, de reivindicaciones de lengua, tradiciones,
costumbres, aboriginalidad, etc., y/o demandas de derechos legales de los pueblos indígenas”.
(2000: 195 y ss)

169
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

a la identidad indígena. La tarea central consistió en volver a ser un pueblo


indígena a partir de comunidades campesinas atanqueras descendientes de
indígenas, pero no indígenas. El proceso de reetnización de los Kankuamos ha
consistido principalmente en la reconstrucción de dicha mentalidad colectiva de
pueblo. La mentalidad compartida no estaba marcada propiamente por el
desconocimiento de los orígenes indígenas, que la mayoría de los miembros de
las comunidades reconocía, sino por la idea de una no-actualidad del ser indígena;
el trabajo de los líderes y mayores que se dieron a la tarea de la reivindicación
étnica fue esencialmente la presentación de las prácticas contemporáneas como
prácticas indígenas sin más. Los Kankuamos en su I Congreso lo plantearon
como un desafío: “No somos descendientes de los Kankuamos. Somos
Kankuamos” (ONIC, 1993: 10).

Se trataba de pasar de una unidad mediada por el pasado, como era la de ser
descendientes de Kankuamos, a una unidad mediada por el presente, ser
indígenas Kankuamos. Este desafío se asumió de dos maneras: por una parte,
mostrando que ese pasado sigue presente y es actualidad, y más recientemente,
mostrando que la invención de la tradición es el camino de la actualización
étnica.

Es precisamente esta característica de los procesos de reetnización la que


conduce a una crisis del proceso Kankuamo en medio del conflicto armado.
Toda reetnización está marcada por un fuerte componente de voluntarismo y
cohesión organizativa, expresada en la permanente puesta en escena del proyecto
cultural imaginado y, por ende, en una reducción del protagonismo de las
dinámicas culturales inconscientes. La necesidad de visibilizar la cultura-proyecto
para la consecución de los objetivos, se traduce en un mayor protagonismo de
los actores políticos -en este caso el grupo dirigente de la OIK- que de la
cultura misma; fenómeno que se acentúa cuando se requiere inventar los tejidos,
contenidos, significados, que han de cubrir aquellas lagunas dejadas por la
desestructuración cultural.

Este inevitable voluntarismo étnico del grupo dirigente Kankuamo fue interpretado
casi de inmediato por los otros pueblos indígenas de la Sierra Nevada,
especialmente por quienes impulsaban el proyecto llamado tradicional, como
una forma artificial de reconstrucción étnica, interpretación en la que coincidieron
con voceros locales, regionales y nacionales del Estado, que con intereses
totalmente opuestos negaron también el carácter indígena de los Kankuamos.
La fortaleza organizativa del proceso se convirtió de este modo en su pecado
170
EL ETNOCIDIO KANKUAMO:
LOS PARAMILITARES Y EL ESTADO CONTRA UN PUEBLO EN RECONSTRUCCIÓN

cultural. El discurso cultural de la OIK se fundaba en la recuperación de la


ancestralidad, de tal modo que se reconocía el principio de autoridad ejercida
por los Mamos Koggis, Arhuacos y Wiwas, a quienes se les identificaba como
guías (OIK, 1993), pero a la vez los kankuamos se enfrentaban al
desconocimiento que durante varios años las mismas autoridades indígenas
tradicionales de la Sierra, abiertamente habían hecho del carácter indígena del
proceso Kankuamo.

La fuerte crítica indígena, junto a la presión del Estado, tuvo impactos en la


formulación del proyecto de reetnización. Se hizo aún más urgente la
reivindicación del pasado como signo de identidad, antes que del presente como
originalmente fue planteado; la precariedad de la comunidad política indígena
en situaciones de fuerte desafío obligó a buscar otro elemento de cohesión y
permanencia étnica. A partir de entonces la reconstrucción de formas ancestrales
de gobierno y organización, y la confianza en las cualidades cohesionantes de
figuras tradicionales como los Mamos y los pagamentos, se pusieron al frente
de los llamados y declaraciones de la OIK; un discurso y unas prácticas más
abiertamente tradicionalista por parte del grupo dirigente respondían
adecuadamente a la presión de los pueblos indígenas vecinos e incluso de agentes
estatales, pero abría brechas con los Kankuamos que aún eran reacios a adoptar
tales prácticas y concepciones.

Desde el II Congreso en 1995 fue claro que esta nueva estrategia en el proceso
de reetnización, pero muchos de los miembros de las comunidades no estuvieron
de acuerdo en reivindicarse Kankuamos, tampoco en renunciar a la propiedad
privada de sus fincas y sumarlas al territorio y mucho menos en reconocerles
autoridad a los líderes (OIK, 1995). La intensa reivindicación de los valores
culturales ancestrales estuvo marcada por la fragmentación de las estructuras
sociales y políticas de la comunidad, por el desacatamiento de las directrices
de las autoridades y el debilitamiento del gobierno propio, que llevó a que se
distanciaran ciertos sectores sociales como las iglesias evangélicas, los
comerciantes, los corregidores, las juntas de acción comunal, los políticos
profesionales, y en general los que defendían un proyecto cultural
occidentalizante; cada uno de estos sectores se mantuvo en su rol particular sin
atender los lineamientos establecidos por la OIK.

Estos sectores vieron el proyecto Kankuamo menos atractivo y hallaron razones


para marginarse o mostraron desinterés. Esto conllevó a un ostensible
debilitamiento del control social con la consiguiente deslegitimación de las
171
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

autoridades tradicionales y del respeto por lo colectivo. Luego de una gran


crisis organizativa interna y lograrse la titulación del Resguardo que dio un respiro
al proceso de reetnización, pudo darse el salto en el que sectores que no
adscriben al modelo tradicional fueran considerados miembros plenos del
proceso, reconocidos como una de las formas del ser Kankuamo y promovidos
a diversas instancias de gobierno indígena.

Por otra parte, en cuanto a la tenencia de la tierra no se producen grandes


cambios respecto a las estructuras anteriores, persistiendo la finca familiar como
el esquema de apropiación dominante y sin que se presente alguna forma de
subordinación territorial ejercida por el gobierno indígena. Para la conformación
del resguardo se presentó una agresiva búsqueda de predios que pudieran
sumarse al territorio, campaña que fue una causa de tensiones internas en la
primera etapa de la reetnización, que se resolvió dejando entre paréntesis el
problema y aceptando que el resguardo por constituirse no iba a modificar
estas figuras jurídicas campesinas. Incluso en la actualidad, a pesar de la
constitución del Resguardo Kankuamo en el año 2003, la transferencia de la
posesión sobre la tierra se hace según los cánones de la herencia occidental y
no está mediado por la autoridad indígena. Las tierras que son consideradas
colectivas y se tienen por tales son las que la OIK ha comprado, incluso a
algunos Kankuamos. Esta situación sin resolver es la causa para que no se haya
consolidado un sistema económico territorial que competa a todos los
Kankuamos, siendo más bien lo dominante el que persistan como modelo las
dinámicas propias a una economía campesina. La persistencia de formas
económicas intocables para la autoridad indígena restó a ésta la capacidad de
crear intereses colectivos superiores a los familiares.

Los Kankuamos niegan que las tensiones territoriales se reflejen posteriormente


en el conflicto armado (Arias, 2004; Arlantt, 2004). No obstante, existe una
alta correlación entre las familias que no se sumaron rápidamente al proceso de
reetnización y defendieron fuertemente sus derechos territoriales privados, y
las familias víctimas de la violencia política; la comunidad de Atánquez -centro
poblacional, cultural y político de los Kankuamos-, con un fuerte proceso de
urbanización rural, es al mismo tiempo donde se presenta el mayor número de
víctimas -38%- y donde más debilidades presenta el proceso de reetnización,
tanto por la persistencia de figuras de autoridad no indígenas cuanto por la
renuencia de familias a ceder derechos de propiedad al Resguardo. Aunque el
número de indígenas Kankuamos asesinados como forma de castigo directo

172
EL ETNOCIDIO KANKUAMO:
LOS PARAMILITARES Y EL ESTADO CONTRA UN PUEBLO EN RECONSTRUCCIÓN

por sus actividades organizativas es grande, la gran mayoría corresponde a


situaciones de participación forzada o voluntaria con alguno de los actores del
conflicto, particularmente de jóvenes habitantes de estos cascos suburbanos.

El otro componente de la reetnización fue el re-establecimiento de figuras de


autoridad indígena, en materia de gobierno y de justicia. Al igual que en el caso
de tierras, las emergentes formas de gobierno adoptaron el mecanismo
transaccional con las viejas instituciones municipales como el corregidor, el
promotor de salud, la justicia ordinaria; con ella quedan intactas las funciones y
prestigio de esas figuras, sin que se llegue a consolidar el nuevo liderazgo. El
resultado de la tensión entre las autoridades municipales e indígenas se expresa
en el poco desarrollo de las segundas. El establecimiento y consolidación de
autoridades locales indígenas como los Cabildos Menores y los Consejos de
Mayores enfrentan la competencia con las autoridades municipales, las cuales
derivan su fortaleza en el respaldo estatal y en el sistemático desconocimiento
de las instancias indígenas. Menos obstáculos ha experimentado el Cabildo
Mayor Kankuamo cuyo escenario de mayor protagonismo son las relaciones
con las autoridades municipales, departamentales y nacionales, donde la
normatividad favorable ha abierto el camino del reconocimiento político y la
interlocución.

La paradoja de esta situación reside en que la autoridad indígena profundizó la


búsqueda del reconocimiento político en las normas y autoridades externas,
más que en su propia legitimidad y representatividad internas, para poder ampliar
sus ámbitos de influencia comunitaria. Los resultados son disímiles: la necesidad
de legitimación en momentos en que los actores armados promueven la
ilegitimidad de las autoridades indígenas, conduce a éstas a buscarla en el
gobierno nacional, cayendo en la trampa de legitimar a uno de los actores
armados. Pero también se presenta la situación donde se busca el reconocimiento
por parte de los propios actores armados, sin que haya suficiente y consistente
búsqueda entre las propias comunidades. En suma, estas demandas por el
reconocimiento externo regularmente se traducen en un aplazamiento de las
tareas de articulación de la autoridad indígena con las mismas comunidades.
Tras el reconocimiento del Resguardo Kankuamo en el año 2003, esta tensión
interna tiende a revertirse, especialmente porque el poder de las figuras no
indígenas ha perdido el respaldo legal de los años anteriores. En la actualidad,
es corriente en los diferentes espacios comunitarios que las autoridades y líderes
indígenas acudan a la reciente existencia jurídica del Resguardo como fuente de
173
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

autoridad política, de legitimidad y de eficacia legal de sus actuaciones, con


relativo éxito. De este modo, las autoridades indígenas abandonan rápidamente
su práctica y auto-reconocimiento como líderes y gestores organizativos, para
actuar como gobernantes: con todas las implicaciones en materia de burocracia,
prestigio e interlocución. Como efecto lógico de la transformación de esos líderes
y autoridades, se pretende que la propia OIK tienda a disolverse en el pueblo
Kankuamo y a desaparecer, para dar paso al mayor protagonismo del Cabildo
Mayor Kankuamo.

Pero el fenómeno que más ha contribuido a revertir la situación de crisis de


legitimidad del gobierno indígena ha sido el papel desempeñado por la OIK y el
Cabildo Mayor en el enfrentamiento a la guerra; estas dos instancias han
demostrado ante las comunidades ser las figuras más capacitadas y más
consecuentes para responder, al posicionar la problemática en escenarios
nacionales e internacionales, obligar al gobierno nacional a pronunciarse y adoptar
medidas, buscar la interlocución con los actores políticos regionales, y alentar a
diversas organizaciones civiles para hacer un acompañamiento permanente. Más
allá de la eficacia para detener la violencia política, el elemento que las
comunidades valoran es la decisión del Cabildo y la OIK para asumir la
responsabilidad, en momentos cuando las viejas formas de representación política
de los Kankuamos, como los políticos profesionales, han sido totalmente ajenos
a la problemática, mediados como están por intereses corporativos y
clientelistas.

El pueblo Kankuamo: campesinos e indígenas


sujetos de la guerra

La configuración de la comunidad política Kankuama, a pesar de las dificultades


anotadas, tuvo un éxito sin precedentes. En menos de una década los Kankuamos
ya habían posicionado un etnónimo, un proyecto cultural, una perspectiva
territorial frente a los demás pueblos indígenas de la Sierra Nevada como frente
a los Kankuamos propietarios de los predios que servirían para constituir el
Resguardo.

Pero a la vez que el proyecto étnico se fortalece, al igual la población se involucra


de manera forzada o voluntaria con los grupos armados que operaban en la
región, asumiendo las lógicas de las comunidades campesinas en crisis social y
económica. Por un lado, y en primer término, se le otorga legitimidad a la
174
EL ETNOCIDIO KANKUAMO:
LOS PARAMILITARES Y EL ESTADO CONTRA UN PUEBLO EN RECONSTRUCCIÓN

existencia histórica de un orden de hecho construido por la insurgencia desde


su llegada en 1988 y hasta 1996, donde diversos conflictos comunitarios son
tramitados con su presencia y facilitación, forma institucional que mantuvo su
inercia en materia normativa y económica, forjando una fuerte complementariedad
social y vínculos de compadrazgo, posteriormente aprovechados en el
reclutamiento voluntario o forzado. En segundo lugar, el prestigio de la opción
militar como un mecanismo de ascenso social en dichas comunidades, que se
expresa en afirmar ciertos valores en torno a la guerra, que al final facilitan la
inserción de los jóvenes en los diferentes ejércitos. En tercer lugar, la crisis
experimentada por el grupo de los jóvenes, que en un contexto de urbanización
rural no encuentran alternativas económicas y descubren en la guerra la única
opción.

La intensificación de la guerra en el territorio Kankuamo se dio al mismo tiempo


que en el de los demás pueblos de la Sierra. Éstos respondieron con una
estrategia que dieron en llamar “tradicional”, basada en el reforzamiento de los
rituales de protección, el cumplimiento más riguroso de los pagamentos y la
renuencia a adoptar prácticas de denuncia pública, a las cuales consideraban
“occidentales”. La efectividad de todas estas medidas presuponía la existencia
de una comunidad política actuante, de modo que la existencia de miembros no
articulados a ella no ponía en riesgo la permanencia como pueblo.

La respuesta de los otros pueblos indígenas de la Sierra, como del mismo Estado,
fue de reserva frente a la reivindicación Kankuama, ante un proceso que no
dudaron en calificar de “oportunista” por aprovechar el entorno post-
constituyente y al cual se referían como un caso de voluntarismo etnicista. Ante
la resistencia a sus reivindicaciones el liderazgo Kankuamo opta por retomar
los elementos tradicionales a la cultura y no hacer visibles los componentes
propiamente político-organizativos que le dieron inicio al proceso.

Pero la guerra llegó al territorio Kankuamo cuando el proceso de reetnización


no se había consolidado. Los Kankuamos, en particular la OIK, presionados
por la valoración externa de su precaria etnicidad, no dudaron en acercarse al
modelo tradicionalista de respuesta al conflicto; y aunque no compartían la
caracterización del conflicto que realizaban los otros pueblos de la Sierra, quienes
señalaban que la guerra afectaba más gravemente a los Kankuamos por su
distancia cultural de la Ley de Origen, tampoco rechazaron abiertamente tal
análisis, y aplazaron de forma reiterada la adopción de una respuesta contundente
y consistente con las condiciones étnicas y sociales propias (ONIC, 2002).
175
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Para el liderazgo Kankuamo el hecho de que la situación política, ritual y cultural


de los otros pueblos fuera visiblemente diferente a la propia no se asumió como
el tema relevante, puesto que para ellos parecía claro que en sus propias
comunidades la expresión tradicional tenía vigencia y tales métodos debían tener
la eficacia de la que participaban los otros pueblos de la Sierra. La OIK
subordinó sus propias urgencias políticas frente al conflicto armado a la estrategia
tradicional conjunta de los otros pueblos de la Sierra y aceptó en gran medida
el ritmo y las formas de respuesta definidas en el Consejo Territorio Indígena
de la Sierra Nevada. Esencialmente esto demoró la respuesta Kankuama a la
crisis humanitaria vivida. Sólo hasta el año 2000 hay propiamente una decisión
de actuar sin esperar las decisiones de los otros pueblos y se acude a la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, cuando el número de asesinatos
superaba los cien indígenas.

Desde otro ángulo, la respuesta interna a la guerra por parte de la OIK fue
impulsar políticas como pueblo sin tener en cuenta que las comunidades no
habían asumido plenamente la identidad Kankuama y sobre todo no reconocían
la existencia de una comunidad política Kankuama. La debilidad de las formas
de gobierno local y territorial indígena, condujo a que los Kankuamos
experimentaran el conflicto, a diferencia de otros pueblos indígenas, sin disponer
de los instrumentos adecuados para la mediación con los diversos actores
armados.

En Atánquez y La Mina, las dos comunidades más numerosas, las más


urbanizadas y donde la reetnización ha presentado menos solidez, son los sitios
donde se puede observar la menor capacidad para la interacción con los actores
armados con la perspectiva de imponer ciertos controles desde la visión étnica.
Es en estos poblados donde los jóvenes se involucran en mayor grado con los
ejércitos, a la vez que es allí donde la acción criminal de los actores armados es
mayor; en esos dos poblados se concentra el 50% de los asesinatos. El llamado
“tradicional” y étnico a unas comunidades donde este discurso es menos
reconocido y prestigioso, para controlar este tipo de acciones, fue ineficaz y no
logró detenerlas.

A pesar de la difusión de la problemática experimentada por el pueblo


Kankuamo, tanto en el dominio nacional como internacional, los actores armados
mantienen desde hace una década sus prácticas de castigo e intimidación
comunitaria en función del control territorial y de dominio sobre la población.
La respuesta de los Kankuamo, ante la ausencia de un modelo de respuesta
176
EL ETNOCIDIO KANKUAMO:
LOS PARAMILITARES Y EL ESTADO CONTRA UN PUEBLO EN RECONSTRUCCIÓN

comunitaria o colectiva que les resultara creíble y confiable, intensificó las


prácticas de protección familiar aislada, en tanto la unidad de referencia seguía
siendo ésta.

Los vínculos forzados de miembros de las comunidades con alguno de los grupos
fueron interpretados por las comunidades mismas como un asunto de estricta
responsabilidad individual, sin detenerse en análisis de las condiciones de crisis política
y cultural que lo propiciaba. El clima de señalamientos y desconfianza internos se
disparó entonces a niveles que no han descendido desde hace 10 años, y sigue
marcando gran parte del contexto de los crímenes cometidos, especialmente por
los grupos paramilitares. La presencia de las fuerzas militares y policiales del Estado
dentro de las actividades comunitarias cotidianas, desde el año 2003, ha profundizado
esta crisis, pues el modelo utilizado ha sido involucrar de modo forzado a la población
y obligarla a tomar partido en defensa del gobierno nacional, lo que acarrea fenómenos
de suplantación, presión y negación de las autoridades civiles, en este caso indígenas,
e intensifica la desestructuración de los lazos comunitarios.

177
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

178
EL PUTUMAYO:

UNA HISTORIA DE GUERRA CONTRA


LOS PUEBLOS INDÍGENAS

179
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

El sur, en la zona limítrofe con el Ecuador, en el departamento del Putumayo,


la guerra se constituye en elemento que le confiere identidad a la región. En la
historia reciente como en el pasado, son los hechos de guerra los que explican
las formas de ocupación de los territorios, el tipo de pobladores que hacia allí
concurren, el modo como se sucede el poblamiento y se expresa la integración
de la región a la economía y la política nacional.

Acto fundacional de la moderna historia a la que concurren los pueblos indígenas


es el genocidio que se sucede con la explotación del caucho, fenómeno que
conlleva la deculturación y extinción de pueblos, pero que igualmente moldea
una manera de representarse estos territorios como espacios abiertos a la
colonización, escenarios en los que diversos actores pulsan por ejercer dominio
y control sobre los recursos naturales. La historia de la explotación del caucho
enseña la disminución de la población indígena, la desterritorialización
experimentada por algunos pueblos y una clara forma de representarse las tierras
amazónicas como espacio vacío, como frontera abierta y como universo
disponible para la colonización.

Sir Roger Casement (1913), autor de un informe sobre la situación del Putumayo
en esta época, afirma que cada tonelada de látex del Putumayo había costado
siete vidas humanas, en un período en el que este caucho selvático de alta
calidad había sobrepasado el valor de 700 libras esterlinas la tonelada. En 12
años, 4000 toneladas de los cargamentos de Arana habían producido casi 1500
libras esterlinas en el mercado inglés, pero también 30.000 indígenas habían
muerto para hacer esto posible. (Ariza et al, 1998: 24).

La crisis demográfica experimentada, tras el período de establecimiento de las


caucherías, se expresa de distintos modos, es así como para algunos pueblos
indígenas se sucede el desplazamiento definitivo de sus tradicionales territorios,
otros ven rotos los circuitos de intercambio decantados a lo largo de siglos de
interacción entre gentes de diversos orígenes y en general la mayoría de los
indígenas se enfrentan al ejercicio de reconstrucción de sus culturas una vez
concluye el auge extractivo del caucho.

Al paso del siglo XX y al darse una mayor articulación del Putumayo con el
país, los sucesos derivados de la economía cauchera, como espectro del pasado
seguirán marcando la vida de los pobladores. En la década del treinta será la
guerra de Colombia con Perú la que generará la integración de la región por
carreteable hacia el interior del país y con ello la apertura a la colonización
180
EL PUTUMAYO:
UNA HISTORIA DE GUERRA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

campesina. Fenómeno que se acrecentará hacia mediados del siglo y se


profundizará a partir de la década del sesenta, momento en el que hacia el valle
del Guamuéz y el río San Miguel en la frontera con Ecuador se da inicio a la
explotación petrolera.

La explotación petrolera constituye de manera definitiva al Putumayo en frontera


hacia donde se expande el flujo de colonización campesina que, hacia mediados
de siglo, por efecto de la guerra que se experimentaba en los valles inter-andinos,
es expulsada hacia las tierras bajas, zonas boscosas y lugares que
tradicionalmente eran apropiados por pueblos indígenas. Entre las familias
desplazadas de las regiones andinas y que encuentran en el Putumayo una
alternativa, no sólo están los campesinos, de igual manera llegan familias
indígenas de diferentes orígenes étnicos y que ante el conflicto en sus
tradicionales territorios se desplazan en busca de nuevas oportunidades. El
Putumayo, en sus distintas fases susceptibles de identificar en el largo proceso
de colonización, está marcado por la impronta de la violencia y por la
confrontación por el dominio y control del territorio. (Ramírez, 2001: 32-44).

Los pueblos indígenas que en la actualidad habitan en el Putumayo en una parte


significativa de su población son, como la mayoría de las familias campesinas
que allí habitan, el resultado la colonización ocurrida a lo largo del siglo XX. Es
así como los Pastos o Quillancingas llegan en la década del cuarenta, luego de
ser expulsados de sus resguardos coloniales de la zona Andina del departamento
de Nariño, los cuales habían sido disueltos al amparo de la normatividad que
propiciaba ese tipo de ordenamiento y que llevó a la fragmentación en pequeños
predios o a la integración a la gran propiedad. De igual manera llegan después
de los cincuenta, los Emberá procedentes del Valle y Antioquia, los Nasa que
ante la violencia y guerra experimentada en sus territorios del Cauca se ven
expulsados en busca de tierras por colonizar, los Awá que proceden de la
frontera con Ecuador y Nariño, los Yanaconas que bajan desde el Macizo y los
Quichuas que también provienen del Ecuador.

El mosaico cultural que integra el departamento del Putumayo, lleva a que la


segunda mitad del siglo XX convierta a la región en verdadero laboratorio,
donde diversos actores, pulsan por apropiar territorios y generar ordenamientos
en función de intereses económicos, políticos y culturales. Allí, son diversas las
dinámicas sociales y económicas que caracterizan la segunda mitad del siglo
XX: al lado de la explotación petrolera se intensifica el domino de la insurgencia,
mientras al amparo de la colonización realizada por las familias campesinas se
181
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

integran los mercados asociados a la explotación de los bosques, y paralelo a la


formación de la pequeña y gran propiedad, los pueblos indígenas buscan
reconstituir su territorialidad.

Territorio y violencia

La explotación petrolera y la colonización que ésta desencadena, la afluencia


de pobladores desplazados de otras regiones del país hacia el Putumayo y el
dominio ejercido por la insurgencia se constituyen en el marco que sintetiza la
experiencia de ampliación de la frontera agrícola en diversas regiones del país,
en las que el soporte ha sido el dominio que se ejerce por la vía de las armas.
La colonización armada como fenómeno sociológico (Molano, 1994. Ramírez,
1981), que a la vez es drama histórico experimentado en la construcción de
Estado, tendrá sus impactos en las culturas indígenas, pero de igual modo en
los limitantes para la decantación de una institucionalidad fundada en la civilidad.
El Putumayo es espacio donde la colonización avanza, y a la vez que se apropian
espacios para la economía, de igual modo las FARC se convierten en la instancia
que regula la interacción social.

El pueblo Kofán es el grupo que encarna el ejemplo de la moderna


desterritorialización. Es en sus territorios en los que la actividad petrolera
concentra su acción, establece la infraestructura y desde donde parte el
oleoducto hacia el Pacífico. Al cabo de una década de explotación petrolera
los Kofanes habían perdido el 70% de su territorio (Alianza del clima. 1999 ),
en sus tierras, al margen de la red vial construida por la empresa Texas Petroleum
Company se asentaban las familias de colonos y el soporte ambiental que le
daba vida a su cultura se degradaba por el avance de la explotación de los
bosques y el establecimiento de la ganadería. Pero igual le sucedía a Ingas,
pueblo que ante las transformaciones aceleradas que ocurrían en la región media
del Putumayo se reducían en los territorios de Yunguillo, Descanse, Condagua
y Puerto Limón, zonas adyacentes al río Caquetá. El pueblo Siona, otro de los
grupos ancestrales a la región, se dispersaba en distintos puntos del medio y
bajo Putumayo.

La colonización y el conflicto que encarna el modelo de ocupación del Putumayo


tendrá su punto de máxima expresión hacia finales del siglo XX, en la década
de los noventa, momento en el que el cultivo ilícito de coca se proyecta
regionalmente, como síntesis de la problemática experimentada nacionalmente.
182
EL PUTUMAYO:
UNA HISTORIA DE GUERRA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

183
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Es así como el Putumayo se constituye en el lugar donde la economía de la coca


permea toda la vida social e integra a conjunto de la población en la misma
dinámica. Entre los años 1999 y 2001 en el Putumayo se registra la mayor área
cultivada en coca en el dominio nacional, alcanzando en el 2000 su máximo
pico, con 66.022 hectáreas sembradas que representaron el 40.5 % del total
nacional (Tabla 14). El Putumayo se convierte así en lugar donde cobran vida
fenómenos de diverso tipo con significado en términos geo-políticos, culturales,
económicos, todos ellos en función de la guerra.

En el 2001 la cobertura de coca en los resguardos y en las tierras de las familias


indígenas sin legalizar bajo la modalidad de resguardo, según el censo de la
OZIP, PNDA y ONG que trabajaban con el Programa de sustitución de ilícitos
con las comunidades indígenas era de 4.622 has, área que representaba el
9.8% de la cobertura del total de coca sembrada en el Putumayo.

El desplazamiento de los cultivos de coca hacia el Putumayo, fenómeno que se


venía acrecentando desde 1997, conlleva igualmente la confrontación entre los
diversos ejércitos por ejercer dominio territorial, en una zona históricamente
estratégica por ser espacio de frontera con Ecuador, por la continuidad con el
área de distensión establecida como espacio de negociación entre las FARC y
184
EL PUTUMAYO:
UNA HISTORIA DE GUERRA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

el gobierno de Pastrana y por ser espacio sobre el cual las FARC a lo largo de
varias décadas venía ejerciendo dominio y gobierno. Además de esos factores,
la zona adquiere significado especial en la marco de la política norteamericana
en la lucha contra las drogas ilícitas y en el Plan Colombia que comienza a
implementarse hacia finales del gobierno de Pastrana.

Como se observa, todos los elementos que configuran la guerra en el plano


nacional, se ponen en escena en una región, de tal modo que al final de siglo el
Putumayo experimenta el conflicto en toda su intensidad. Las poblaciones
indígenas, que como el conjunto de la población del Putumayo, se integran y
participan de la guerra han de experimentar todas las formas de violencia y sus
culturas se ven sometidas a cambios acelerados para poder asegurar su
supervivencia.

Desplazamiento, violencia y construcción de


territorialidad indígena en la guerra

El Putumayo indígena comienza a aparecer en el mapa nacional de las diversas


violaciones a los derechos humanos y asesinatos a partir del año de 1997,
momento en el que también en otras regiones se intensifica el conflicto tanto
para indígenas como par el resto de la población, pero a diferencia del resto del
país la violencia contra poblaciones indígenas del Putumayo no había sido
significativa en las dos décadas anteriores. Se explica esta situación porque
sólo a partir de la nueva Constitución Política muchos de los pobladores indígenas
que, en las sucesivas olas de colonización, habían llegado a la región comienzan
a asumir su etnicidad como alternativa política. Con anterioridad se integraban
al universo campesino, apropiaban la tierra en el espacio de la finca y adscribían
a las Juntas de Acción Comunal como alternativa de integración local o de
instancia política para el ejercicio del control social y la interacción con otros
actores estatales o no.

Como lo muestra la Gráfica 12 las violaciones contra la población indígena se


incrementan de manera significativa a partir del año 2002, momento en el que el
Plan Colombia constituye al Putumayo en uno de los focos principales de acción
y el paramilitarismo avanza generando un corredor alrededor de la antigua zona
de distensión establecida durante el gobierno de Pastrana. Al observar cifra de
asesinatos políticos como indicador de la magnitud del conflicto, es el año 2002,
en el que los pueblos indígenas son afectados en mayor grado. La cifra de
185
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

186
EL PUTUMAYO:
UNA HISTORIA DE GUERRA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

asesinatos políticos en ese año llega a 104, mientras en el total del período es
de 167, siendo el pueblo Nasa el más afectado pues 56 de sus miembros mueren
en ese año sobre una población de 2.884 que son quienes habitan en la región.

Se explica la magnitud del conflicto para este período por las acciones
desplegadas en el marco del Plan Colombia que lleva a que se consolide el
poder paramilitar en la región media del Putumayo, que es a la vez la zona
donde se concentra la mayor área de cultivos de coca y en donde se instaura el
poder del ejército y los grupos paramilitares. La Resolución Defensorial No
026 de octubre de 2002, enseña que los homicidios por violencia, para el
conjunto de la población, llegan a una cifra de 1779 para el período 1999-
2002 y que éstos se concentran en los municipios de Puerto Asís, Valle de
Guamuez, Puerto Caicedo, Orito, Villa Garzón, Mocoa, Puerto Guzmán, San
Miguel y Puerto Leguízamo. Siendo la zona central, en el triángulo formado
entre Mocoa, Puerto Asís y el Valle de Guamuéz, el área donde se concentra
más del 60% de los homicidios, zona que coincide con la mayor extensión de
hectáreas sembradas en coca y donde igualmente se presenta el mayor número
de homicidios violentos contra población indígena.

Es significativo que del total de violaciones ocurridas contra indígenas en el


período el 48.5% sean responsabilidad de los grupos paramilitares, el 13.5%
son asumidos por autoridades estatales, el 23.5% corresponde a la insurgencia
y el 13.8% es responsabilidad de otros actores.

Los tipos de violaciones que se ejercen contra la población tienen en las fuerzas
militares estatales y paraestatales al sujeto responsable de la acción, manifestación
de una estrategia que se profundiza en la medida que se despliega el Plan
Colombia.

En contraste con la violencia que afecta a la población indígena del Putumayo


para estos años, de igual forma se puede advertir una dinámica de reconstrucción
territorial, de afirmación de lo étnico y de constitución de la población indígena
como sujeto político en el contexto regional. La población indígena integrada
en su gran mayoría en la producción de coca, luego de las marchas cocaleras
que se realizan en el año de 1996, como resultado de las negociaciones en ese
escenario, logran acordar con los organismos estatales un programa de
erradicación manual del cultivo en oposición a la fumigación como estrategia.
Este programa que se nomina Raíz por Raíz inicia su implementación en el año
187
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

2001, con resultados positivos en cuanto al proceso de erradicación manual, la


sustitución de las áreas cultivadas por otras actividades productivas, y lo
fundamental, la formulación y avance en la consolidación de una política
territorial indígena.

Hacia el año 2000 la mayoría de la población indígena del Putumayo se dispersa


en pequeñas fincas, para ese momento los indígenas disponían de territorios
legalizados en calidad de resguardo un área de 142.117 hectáreas, en 34 unidades
territoriales y una población de 7.670. Es importante analizar que de esta área
un solo resguardo ocupa el 48% del total de área legalizada y el 32% lo
constituyen los resguardos de Puerto Leguízamo. De tal modo que el 20% del
área restante corresponde a 22 resguardos, situación que lleva a mostrar que la
distribución de la propiedad se realiza en pequeñas propiedades que no exceden
las tres hectáreas, que para el contexto ambiental se constituyen en verdaderos
microfundios. Con relación a la población localizada por fuera de los resguardos,
ésta se distribuye en fincas, siguiendo la misma dinámica del campesinado de la
región.

Para el año de 2003 la situación territorial comienza a cambiar. Luego de formular


una política territorial para la región media del Putumayo, la cual es agenciada
por el programa Raíz por Raíz y acordada con la Organización Zonal Indígena
del Putumayo OZIP, se logra avanzar en la legalización de 33 resguardos en un
área de 140.343 hectáreas. Este cambio tiene implicaciones con relación a las
opciones económicas que se abren para las familias, pero adquiere relevancia
en cuanto constituye a los pueblos indígenas como actor territorial y político de
importancia regional.

Es de anotar que en los resguardos constituidos en el 2003 y 2004 el 59% de


las comunidades indígenas poseen territorios que superan las 1000 hectáreas y
el 39% de estas comunidades tienen un promedio de 100 hectáreas por familia.
Como tendencia el promedio de área constituida por familia es de 50 a 70
hectáreas, a diferencia de los resguardos anteriormente constituidos que en su
mayoría presentan un promedio por familia de 3 a 5 hectáreas.

Es claro que los pueblos indígenas se convierten en actor territorial de primer


orden en el contexto regional, pero a la vez se debe advertir sobre las condiciones
reales en las que se sucede ese hecho, la capacidad de gobierno indígena y los
limitantes para el ejercicio de la autonomía. En el caso del Putumayo

188
EL PUTUMAYO:
UNA HISTORIA DE GUERRA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

TABLA 15

VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS


INDÍGENAS DEL PUTUMAYO
TOTAL VIOLACIONES INDIVIDUALES POR AUTORES 1974-2004

Etnia Autor Total


NASA (PAEZ) Paramilitares 48
Grupo insurgente 33
Otros Actores Violentos 11
Actores Estatales 1
Total NASA (PAEZ) 93
INGA Paramilitares 26
Otros Actores Violentos 13
Grupo insurgente 7
Actores Estatales 5
Total INGA 51
AWA (CUAIKER) Paramilitares 34
Grupo insurgente 8
Otros Actores Violentos 5
Total AWA (CUAIKER) 47
YANACONA Actores Estatales 30
Otros Actores Violentos 2
Paramilitares 1
Total YANACONA 33
SIONA Paramilitares 7
Otros Actores Violentos 5
Grupo insurgente 1
Total SIONA 13
KOFAN Paramilitares 12
Otros Actores Violentos 1
Total KOFAN 13
PASTO (QUILLACINGA) Grupo insurgente 8
Paramilitares 3
Otros Actores Violentos 1
Total PASTO (QUILLACINGA) 12
UITOTO Grupo insurgente 5
Total UITOTO 5
KAMENTZA Otros Actores Violentos 2
Actores Estatales 1
Grupo insurgente 1
Total KAMENTZA 4

189
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Total KAMENTZA 4
EMBERA KATIO Paramilitares 1
Otros Actores Violentos 1
Grupo insurgente 1
Total EMBERA KATIO 3
EMBERA Paramilitares 1
Total EMBERA 1
NO-INDÍGENA COLABORADOR Paramilitares 2
Total NO-INDÍGENA COLABORADOR 2
Total general 277

Fuente: Sistema de Información Geográfica de Pueblos Indígenas de CECOIN

el reverso de esa construcción de territorialidad o el proceso antagónico que


enseña sobre su alcance, es el que presenta la dinámica de poblamiento indígena
actual y que es resultado de sucesivos desplazamientos forzados y de las diversas
formas de presión que en la guerra se ejerce sobre la población.

Desplazamiento forzado y poblamiento

Si se analiza el poblamiento indígena actual se encuentran diversos tipos de


asentamientos o de tendencias respecto al modo como las familias se dispersan en
la región. Uno de los elementos dinámicos es la creciente urbanización de la
población, esto significa que en muchos casos se presenta cierto ausentismo del
resguardo y la familia no vive realmente en el territorio. Para la región media del
Putumayo el 28% de la población habita en centros urbanos, presentándose casos
extremos como en Puero Asís y Mocoa donde en el primero el 50.8% de la población
es urbana, en tanto en el segundo la cifra llega al 40%.

Este cambio que se viene experimentando en la pauta de poblamiento, con la


urbanización de la población, también conlleva transformaciones en la estructura
de las familias. El asesinato sistemático de miembros de las comunidades recae
en el grupo de los hombres, con impactos respecto al papel de las mujeres que
pasan a asumir la jefatura en el hogar (gráfica 13) o la responsabilidad
económica del grupo familiar. La formación de asentamientos urbanos lleva a
rupturas respecto a sistemas y redes de intercambio y parentesco, lo mismo
que a estructurarse escenarios multiétnicos.

190
EL PUTUMAYO:
UNA HISTORIA DE GUERRA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

GRÁFICA 13

VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS DE COLOMBIA

COMPOSICIÓN FAMILIAR - DISTRIBUCIÓN POR SEXOS


MUNICIPIOS DE VILLA GARZÓN Y MOCOA - PUTUMAYO

80

60

40

20

0
Villa Mocoa
Garzon

jefes de hogar fem.


jefes de hogar masc.

Fuente: García, Laura. Estudio socioeconómico


Comunidades indígenas de Mocoa, Villa Garzón
y Puerto Guzmán. Cecoin. 2002.

191
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

El tránsito hacia zonas urbanas y los cambios que se experimentan van a tener
implicaciones en el modo como se asume la territorialidad y, a pesar de la
ampliación de las áreas de resguardo, sin embargo, muchas familias indígenas
asumen como escenario de vida el casco urbano y al territorio se integran
siguiendo la pauta del ausentismo, con implicaciones respecto a su real control
y ejercicio de gobierno.

En Puerto Asís – Gráfica 14- la población indígena se inscribe en nuevas lógicas


reproductivas, se integra en el dominio de la marginalidad al universo económico
y cultural urbano, y como sucede al conjunto de población desplazada desde el
mundo rural, se le estigmatiza y se le niega la oportunidad de afirmar y expresar
su cultura. En el orden sociológico, su universo o su cultura, es reducida a la
condición de sub-cultura y representada por valores asociados a la violencia en
tanto provienen del mundo rural, de un espacio definido por la guerra y de
sectores de la población a las que se les identifica con un actor violento. La
condición de indígena, elemento positivo en su entorno territorial de origen, se
torna en el espacio urbano en marca negativa, se le representa como desplazado,
como violento, como sujeto conflictivo. Este fenómeno no es específico al
indígena e igual es dinámica de la que participa el conjunto de la población
desplazada hacia centros urbanos.

Los cambios en el poblamiento indígena del Putumayo, donde grupos de familias


se integran al espacio urbano y proyectan en ese escenario formas institucionales
propias, es fenómeno que enseña sobre el tránsito hacia nuevas formas de asumir
la cultura y la interacción con otros pueblos y el conjunto de la sociedad nacional.
En los centros urbanos del Putumayo el cabildo indígena aparece como instancia
institucional que regula la interacción con el Estado y otros actores, algunos de
estos cabildos son multiétnicos por la fuerza de los hechos, pero la importancia
de este hecho es el elemento de innovación cultural y el modo como se construye
identidad en el escenario de la guerra.

Estas transformaciones, que en el entorno de guerra se suceden de manera


forzada, son también expresión de la movilidad social que ocurre en estas
sociedades y la integración al modelo institucional y económico característico
al país. Es así como cada vez en mayor grado poblaciones indígenas se
reproducen en centros urbanos, en algunos casos se asocian a espacios
multiétnicos, en otros se agrupan alrededor de sus culturas de origen, pero de
igual forma se dispersan y atomizan en dramática dinámica de deculturación.

192
EL PUTUMAYO:
UNA HISTORIA DE GUERRA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

193
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Esta realidad, de hecho transforma la representación que del indígena ha


decantado la sociedad nacional. El imaginario de indígena rural y asociado a un
territorio, se fragmenta y emerge, en muchos centros urbanos, articulado a un
cabildo que demanda servicios, planes de vivienda, participación, programas
de empleo y reconocimiento como sujeto diferente. El indígena urbano que es
susceptible de ver en los pequeños poblados del Putumayo, no es reductible a
esa región, igual irrumpe en Bogotá como Kankuamo desplazado que afirma
su identidad, como cabildo Senú en los pueblos del Bajo Cauca y como cabildo
multiétnico en Medellín. El nuevo orden confronta la representación que el
Estado hace del indígena y el territorio urbano instaura una frontera fluida:
todavía por definir y a la espera del ordenamiento jurídico que le determine su
ámbito.

194
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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

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CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA
POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Consolidación del sistema de guerra y


replanteamientos de los actores

Las décadas de los setenta y ochenta del siglo XX pueden definirse como
de consolidación del sistema de guerra en el campo colombiano, en este período
se crearon relaciones de aceptación o inserción muda por parte de las
comunidades campesinas e indígenas a los “órdenes alternativos de hecho”
imperantes en sus territorios, y de “aprobación” de dichos “órdenes
establecidos”31 . La resistencia institucional a reconocer derechos indígenas
hasta el año 1991 y su postura totalmente refractaria a los intereses indígenas
se tradujo dentro del movimiento en un total escepticismo frente al Estado -al
que incluyó fácilmente en la categoría de enemigo- y en su disposición a encontrar
en la insurgencia un amigo de sus aspiraciones.

Dos elementos transformarían este sistema a finales de la década de los ochenta:


el narcotráfico y el exterminio de la Unión Patriótica32. La crisis agraria de los
setenta había facilitado la incorporación de los cultivos de coca en muchas
regiones de colonización campesina controladas por las FARC, las cuales ante
la necesidad de preservar sus bases sociales tradicionales fueron permisivas y
prefirieron adoptar el papel de proto-Estado protegiendo los intereses de los
cultivadores frente a los narcotraficantes pero ofreciendo a éstos igualmente
posibilidades de enriquecimiento. Esta decisión estuvo asociada a las necesidades
del sistema de guerra: en primer lugar, eliminar o neutralizar a sus rivales dentro
de sus territorios, los cuales podían ingresar por medio de la colonización coquera
a menos que ellos la controlaran; por otra parte, proteger a su base social
eliminando o neutralizando a los enemigos de ésta, es decir a la fuerza pública
que perseguía los cultivos ilícitos. Finalmente, extraer los medios para realizar
las otras actividades, lo cual resolvió mediante un efectivo sistema de rentas de
protección, vulgarmente llamadas “vacunas” y gramaje en el caso de la coca.

31
María Teresa Uribe (2001), quien acuña la expresión, describe los patrones de consolidación
territorial de la insurgencia como la creación de un orden semiestatal predecible en las regiones
de su influencia, basado en la combinación de mecanismos de coacción autoritaria y de
legitimidad simbólica a partir de su carácter de fundadores de la territorialidad. ONIC et al
(2001) hace un análisis análogo sobre el cambio de la estrategia de la insurgencia, que priorizó
desde los años ochenta acciones de control territorial sobre las acciones de hostigamiento a la
fuerza pública.

32
Para el surgimiento del paraestado, ver: Uprimmy y Vargas (1989); Sánchez y Peñaranda
(1991).

198
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

De esta manera y contrario a lo que algunos afirman del narcotráfico como


perpetuador del conflicto, Nazhih Richani (2003) sostiene que a la larga éste
contribuyó a desestabilizar el sistema de guerra. Los narcotraficantes, en buena
medida “protegidos” en sus negocios ilegales por la insurgencia, terminaron por
recomponerse como la clase de nuevos terratenientes, los enemigos históricos
de las FARC, solo que más violentos y menos integrados en la legalidad. Este
proceso se dio al mismo tiempo que los militares habían desarrollado un montaje
institucional relativamente cómodo, sin escrutinio público, en el contexto del
conflicto de baja intensidad: poco riesgo en la estrategia, 70% del presupuesto
en salarios y muchos de ellos se trasforman en propietarios de tierras.

La alianza de los nuevos terratenientes, de origen narco y militar, en defensa de


sus intereses de clase, fue el camino expedito a su conversión en paramilitares
(Reyes Posada, 1997: 288 y ss). La etapa inicial en la cual engrosaron el sector
de los terratenientes y dieron forma inicial al paramilitarismo, se expresa en la
violencia gamonal en las zonas de latifundio que impactó a pueblos indígenas,
como son los casos de la masacre del Nilo reseñada anteriormente y los demás
asesinatos en el norte del Cauca. En esta etapa larvaria, se presenta una simbiosis
entre la violencia gamonal (paramilitarismo de los pájaros) y el paramilitarismo
mercenario, dedicado a proteger intereses inmediatos de la nueva clase
emergente.

Así, desde mediados de la década de los ochenta el Ejército colombiano adopta


una estrategia basada en la “guerra sucia” contra las supuestas bases de apoyo
de la insurgencia a través de la utilización de escuadrones de la muerte
financiados por los narcotraficantes, que inician su conversión en nuevos
terratenientes especialmente en el Magdalena Medio. No obstante, los pueblos
indígenas vivieron este proceso de cambio de la guerra de forma marginal, siendo
agredidos principalmente por la modalidad de los pájaros; la información
disponible solo registra casos contra indígenas atribuibles a paramilitares
desde 1987.

Los pueblos indígenas: el ordenamiento jurídico


y la guerra

La promulgación de la nueva Constitución Política representa para los pueblos


una profunda transformación en su agenda política. Un número importante de
sus reivindicaciones históricas fue incluida formalmente en el ordenamiento
199
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

jurídico, lo que produjo una situación paradójica en el movimiento indígena: por


una parte se abrió un contexto favorable en materia legal para el desarrollo de
sus acciones de recuperación territorial y de construcción de autonomías, por
otra el pacto político que significaba la Constitución constriñó las formas
históricas de la lucha indígena; se produjo entonces una fase de expectativa e
ilusión post-constitucional, que pudo madurar entre otras cosas por la sensible
disminución de las agresiones de que fue objeto el movimiento indígena.

Los pueblos indígenas vivieron la etapa post-constituyente relativamente pacífica;


situación asociada a tres elementos: La disminución general de la violencia política
en todo el país de la cual se beneficiaron (González et al, 2003); el auge en el
prestigio indígena que neutralizó a sus enemigos tradicionales e hizo más costosa
las agresiones por parte de terratenientes y narcoterratenientes, quienes
representaban el mayor peso de las violaciones en el período anterior, así como
de la fuerza pública; y la casi extinción de las acciones de recuperación de
tierras por parte de los indígenas que redujeron las respuestas armadas de los
terratenientes.

El clima político favorable para los indígenas y la convicción en que se había


inaugurado una nueva etapa histórica en la relación con el Estado Nacional, se
transformaron en una intensa política de “desarrollo constitucional y legislativo”,
centrada especialmente en el perfeccionamiento del proyecto territorial indígena
y el fortalecimiento de los gobiernos y jurisdicciones indígenas. En materia
territorial todas las organizaciones se volcaron a procesos de levantamientos
cartográficos, consultas internas para definir los modelos territoriales y
formulación de propuestas normativas33 ; aunque la posición del Estado fue
claramente contraria, al punto que el proyecto de Ley de Ordenamiento
Territorial fue archivado en el Congreso de la República en 3 ocasiones, lo
cierto es que este proceso sirvió para perfeccionar el proyecto político de
autonomía territorial indígena. Por otra parte, el reconocimiento constitucional
de los territorios indígenas como entidades territoriales de la República, junto
con el derecho a autoridades propias y a la jurisdicción especial indígena, dieron
cobertura jurídica a procesos de afirmación comunitaria, sobre todo frente a
los agentes estatales y civiles no armados.

33
El proceso anotado se dio especialmente en desarrollo del Proyecto de Ordenamiento territorial
ejecutado por la ONIC y AICO, con el apoyo de la Unión Europea, que dio como resultado más
relevante la propuesta indígena de Ley de Ordenamiento.

200
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

No obstante, esta afirmación fue principalmente de tipo discursivo. Se presentó


un proceso paralelo entre un proyecto político difundido y creído por las
organizaciones indígenas que se centró en reivindicar territorio, gobierno y justicia
propios, y una realidad comunitaria en la cual los territorios seguían controlados
por los actores armados, sus gobiernos presionados o subordinados a éstos, y
la justicia dependiente de la voluntad de la insurgencia, paramilitares y ejército.
El convencimiento de las organizaciones indígenas de defender un proyecto
legítimo, más la cobertura legal, se tradujo en un abierto desafío indígena a los
proyectos territoriales de insurgencia, Estado y paramilitares. A partir de entonces
se configura el campo de tensiones, enfrentamientos y señalamientos con los
modelos territoriales: paramilitar y contraestatal. Pero este conflicto también es
con el modelo territorial del Estado.

El replanteamiento estratégico del capital

La década de los noventa es también la de consolidación plena del modelo


neoliberal en el país, tanto en términos de ajuste estructural como de adecuación
institucional, lo que implica una modificación de las relaciones del Estado y el
capital con los territorios y autoridades indígenas. En el ámbito económico el
capital financiero subordina el sector real de las economías; los territorios y
recursos son controlados a través de concesiones estatales y de alianzas
empresariales (redes y cadenas productivas); y las transnacionales relanzan los
procesos de valorización mediante la titularización de los territorios (bonos,
acciones) o su incorporación en redes empresariales (Giraldo, 2001).

En este modelo, el control de territorios, cadenas y redes productivas resulta


más relevante que la propiedad o posesión de los mismos, que incluso son
reconocidos a las comunidades locales para incluirlas en el nivel más bajo,
riesgoso y poco rentable de los nuevos negocios. Es lo que ha pasado con los
yacimientos en territorio U’wa donde sin explotar un barril de petróleo se han
realizado transacciones por miles de millones de dólares, o con empresas
farmacéuticas que con la simple concesión de derechos de prospección en
Parques Naturales mantienen sus procesos de valorización, o las cadenas
productivas (maderera, aceitera) que incorporan “libremente” los territorios
indígenas como suministradores de recursos sin necesidad de promover
expropiaciones abiertas.
201
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Al mismo tiempo, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional


impulsaron la emergencia de una tecnocracia abanderada del discurso anti-
corrupción, produciendo una crisis del clientelismo y el gamonalismo tradicional.
Se induce un proceso de descentralización funcional al modelo, al facilitar que
la interlocución de las grandes corporaciones transnacionales pueda darse sin
mediación estatal con comunidades y gobiernos locales.

El fortalecimiento de las autoridades indígenas ocurre en ese contexto dual: por


un lado de emergencia de un auténtico poder indígena fruto de su historia de
lucha y por otro de fortalecimiento local inducido para beneficio de las
negociaciones directas con el gran capital. La aparente contradicción entre la
política nacional de reconocimiento de las Entidades Territoriales Indígenas y la
política transnacional de no tener territorios vedados al mercado, se torna clara
al observar las modalidades de intervención de organismos como el BID y el
Banco Mundial, que en esa década y en la presente, reestructuran sus políticas
operativas y privilegian una fuerte interlocución con comunidades locales
indígenas, ofreciendo beneficios económicos directos para éstas, los que antes
se quedaban en los entramados burocráticos del Estado nacional.

Tres modelos territoriales enfrentados

Los replanteamientos estratégicos de los actores armados, de los pueblos


indígenas y del capital, son los elementos que configuran el tipo de conflicto
desarrollado en los territorios indígenas. En todos los casos se trata de cambios
en las proyecciones territoriales.

Por lo anterior el conflicto armado interno actual en perspectiva de los pueblos


indígenas, e incluso de afrodescendientes y campesinos, debe ser entendido
como un conflicto de modelos territoriales enfrentados. La particularidad
indígena está referida a la situación compleja que emergió de la década anterior:
por un lado un modelo territorial indígena que formalmente desafía al tipo de
ordenamiento que promueve la insurgencia y el Estado en complementariedad
con los paramilitares, por otra parte las formas de gobierno indígena aprovechan
el aval de la Constitución Política y la crisis institucional para fortalecerse como
sujetos políticos, de forma que chocan con el Estado nacional que presume de
su legitimidad y con las formaciones proto-estatales de la insurgencia; al tiempo,
se ven envueltos en la oferta de interlocución económica directa con el capital
transnacional que aprovecha la guerra para promover sus intereses.
202
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

En este contexto de consolidación del “sistema de guerra” y de inclusión de los


pueblos indígenas en los órdenes alternativos de hecho propiciados por los
actores armados, es susceptible de observar como las organizaciones de los
pueblos indígenas se mantienen en la afirmación de su proyecto territorial, la
política de paz, la reconciliación y la inserción en el Estado, minimizando el
escalamiento y las transformaciones territoriales del conflicto armado. Afirmación
de un proyecto que se sucede a pesar de los ordenamientos que la guerra de
hecho proyecta en áreas resguardadas y territorios tradicionales

Las zonas indígenas cercanas a los centros vitales de la política y economía, o


yuxtapuestas en las zonas estratégicas «militares», se van convirtiendo en objeto
de la ampliación territorial guerrillera y de las acciones de neutralización de los
paramilitares. En el mismo momento, la aceptación por uno y otro actor de
algunos márgenes de autonomía para los pueblos indígenas, expresada
públicamente en épocas anteriores, fue abandonada de forma cada vez más
abierta. Ante esta situación, el análisis de las organizaciones respecto al conflicto
se realizaba desde la lectura que hablaba de su resolución, o que éste se hacía
marginal cada vez en mayor grado, conclusiones que resultaron equivocadas.

En la fase posterior a la promulgación de la Constitución Política, corresponde


la adhesión especialmente del Consejo Regional Indígena del Cauca CRIC, a
las grandes iniciativas de paz que se conformaron en el país, adoptando la
estrategia de presión frente e los actores armados y de diferenciarse respecto a
éstos, a los cuales se empieza a llamar unívocamente “violentos”. También
corresponde a este período la adopción de la política de “neutralidad activa”
por parte de la Organización Indígena de Antioquia OIA en 1994, consistente
en declararse ajena a los actores armados y sancionar la participación de cualquier
miembro de la comunidad; en ese momento la OIA también apostó abiertamente
por la nueva institucionalidad post-constituyente basándose en los beneficios
que traía en materia de reconocimiento social, inclusión política y apoyo para
planes territoriales y a través de la Consejería Indígena de la Gobernación de
ese departamento empezó a tener un vínculo directo con su estructura en 1996.

En el caso de la OIA, esta perspectiva minimizó que la “nueva institucionalidad”


estaba representada por el Ejército y por el propio gobernador Álvaro Uribe,
ligados directamente a una política militarista en el departamento, sobre todo
en Urabá donde vive la mayoría de los indígenas; de este modo, la declaratoria
203
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

de “neutralidad activa” frente al conflicto armado significó en la gramática de la


guerra –a pesar de las reiteradas aclaraciones de la organización indígena- el
alinderamiento político con uno de los actores34.

Es importante tener en cuenta que cuando la insurgencia modifica su estrategia


bajo el principio de exclusividad territorial, encuentra pueblos en proceso de
construcción de gobierno y territorialidad que desafían sus planes militares y
que se distancian cada vez más de su oferta política, acercándose a la oferta de
inserción institucional prevista en la Constitución. La dirigencia indígena espera
que esta contradicción se resuelva según el compromiso adquirido por Jacobo
Arenas, comandante de las FARC, de “respetar las autoridades indígenas, no
reclutar jóvenes ni milicianos, no exigir cuotas económicas, no suplantar la justicia
indígena ni ajusticiar, no presionar la adhesión política”35 . Sin embargo no tuvo
en cuenta que el “sistema de guerra” de baja intensidad empezaba a profundizarse
y que en el marco de un sistema inestable y en escalada tales compromisos no
iban a ser respetados por la insurgencia. Una situación parecida se presentó
con el Estado, que constantemente adelantó procesos de reclutamiento violando
su propia disposición legal, y reivindicó que no hay lugares vedados para sus
fuerzas armadas.

Frente a este escenario, los esquemas de protección adoptados regularmente


por las organizaciones y comunidades indígenas, como eran negociación con
actores, acuerdos tácitos o explícitos de no agresión, basados en preservar y
en cierta medida dejar al margen del conflicto a las comunidades, a algunos
territorios o personas, se tornaron ineficaces y fueron entendidos por los actores
armados como acciones de guerra. La insistencia indígena en defender este
modelo de intervención en el conflicto, basada en su legítima protección como
víctimas, resultó performativa, pues regularmente los actores las consideran parte
de la estrategia de su(s) enemigo(s), incrementando su vulnerabilidad.

34
Para otras referencias sobre este tema, ver: Hernández y Salazar, (1999).

35
Esos eran los términos de un documento suscrito por Jacobo Arenas en el marco de la tregua
con el Estado, en Casa Verde.

204
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

Una guerra por lealtades políticas territoriales

En el nuevo escenario de guerra los pueblos indígenas se ven enfrentados a


situaciones en las que la política que asumen frente a actores armados es
interpretada como acción de guerra, es decir como confrontación contra alguno
de los actores: dos situaciones son recurrentes y manifiestas en diversas regiones
cuando se analizan los hechos de violencia política.

En primer lugar, la supuesta o real participación de las víctimas en calidad de


milicianos, combatientes, colaboradores voluntarios o forzados, con alguno de
los grupos armados que operan en las regiones. En la mayoría de los casos
para cualquiera de los actores de la guerra, la participación es interpretada no
sólo como individual sino también como familiar y comunitario, quienes en razón
de la evidente fortaleza de las relaciones parentales dentro de las comunidades
concluyen que las implicaciones meramente individuales de indígenas con los
grupos armados no existen.

En segundo lugar, son los desafíos, desobediencias u oposiciones de las


comunidades, autoridades y líderes a los planes, declaraciones y acciones de
los actores armados; estos desafíos se concretan en declaraciones de neutralidad,
autonomía o denuncia, en modificaciones en las políticas que orientan las
relaciones con los actores armados: pasar de la colaboración a la no-
colaboración, de la consulta a la no-consulta para desarrollar ciertas acciones,
rehusarse a firmar o cumplir “acuerdos”, o asumir la confrontación física y
territorial, como en el rescate de retenidos, el bloqueo y la neutralización de
acciones armadas, las movilizaciones o asambleas permanentes.

Aunque los datos disponibles no lo confirman plenamente, declaraciones de


líderes indígenas entrevistados ilustran que la respuesta y acción armada frente
a comunidades que los desafían puede adquirir una connotación étnica, pues el
actor interpreta la posición político-organizativa como una postura étnica, y
convierte el conjunto de la etnia en su adversario, de tal modo que la
representación y la tensión se informan de cierta perversión racista y
discriminatoria.

Son diversas las respuestas que los pueblos indígenas y sus organizaciones han
asumido frente al escenario en el que sus territorios son integrados definitivamente
en la guerra. Ante el crecimiento en hombres-arma por parte de los diferentes
ejércitos, la mayoría de las organizaciones indígenas ha respondido con
205
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

campañas contra el reclutamiento forzado o “voluntario”; ante la dinámica


de control de sus territorios para resguardar o crear corredores, retaguardias
y zonas de repliegue, el movimiento indígena lo ha rechazado públicamente con
acciones directas ante las exigencias de evacuación de los resguardos y denuncia
sistemática de las incursiones de los grupos armados; contra las acciones de
inserción comunitaria en busca de incidencia política, las comunidades la enfrentan
con el rechazo a la justicia sumaria de los grupos armados y a otras formas de
control social.

Algunos análisis, especialmente los realizados por funcionarios públicos


encargados de los asuntos étnicos o de derechos humanos, insisten en la co-
responsabilidad de las comunidades o de indígenas en los hechos de violencia
política, pues en muchos casos las acciones directamente violentas son
ejecutados por éstos o con su colaboración. Más allá de que se trate de
interpretaciones interesadas para eludir las responsabilidades jurídicas, existe
una confusión entre la causalidad y responsabilidad penal, por un lado, y la
comprensión sociológica y política, por el otro. Mientras que la guerra, o una
acción bélica, es la elección estratégica de un actor tomada en un contexto de
condicionalidad que favorece o dificulta dicha elección, la participación individual
es una “elección forzada” en un contexto donde el régimen político es
directamente violento o es el conflicto mismo; éste no consiste en una elección
política sino en una elección en términos de sobrevivencia, aunque se trate de la
suma de muchos casos individuales.

Es importante diferenciar la participación como decisión colectiva, que sí


corresponde a acuerdos asumidos por sectores de la comunidad; aunque debe
advertirse que no son muchos los casos ocurridos. Uno de ellos puede ser la
conformación del Comando Quintín Lame donde algunas comunidades Nasa
sostuvieron su dinámica armada, igual puede identificarse las relaciones de
cercanía consentida sostenidas por el pueblo Korebajú con el M19 o la
articulación del movimiento indígena Senú con las diferentes fuerzas guerrilleras
durante las décadas de los setenta y ochenta.

Para la etapa actual, en la que el conflicto subordina todas las formas de violencia
política, estos casos no se presentan. En cambio los desafíos al poder militar de
los actores regionales en todos los casos corresponden a definiciones estratégicas
tomadas por actores comunitarios colectivos, donde existe una valoración previa
de riesgos y consecuencias de las determinaciones tomadas. Es el caso de las
decisiones en torno de la “neutralidad activa”, autonomía territorial, resistencia
206
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

a la guerra o afianzamiento de autoridad jurisdiccional, tomadas por diferentes


organizaciones y autoridades indígenas. En todas estas formas de respuesta lo
que se muestra es la confrontación por la hegemonía de modelos políticos
diferentes.

Al respecto hay que anotar que existe una clara diferencia en los modelos de
influencia e inserción de la guerrilla, que busca la subordinación ideológica y
política de las comunidades y las redes sociales a su proyecto hegemónico, y el
de los paramilitares, que promueven directamente la disolución de las
organizaciones y la ruptura de los lazos que constituyen la sociedad civil.

La creciente paramilitarización del modelo de dominación burguesa en Colombia


y la tendencia a constituir un Estado corporativo, hacen converger estos dos
modelos de hegemonía en uno que la concibe como subordinación forzada y
autoritaria de la sociedad y que minimiza al máximo la necesidad de consensos
y de legitimidad. La inserción y actuación de los paramilitares en las comunidades
rurales corresponde a un modelo híbrido. Su configuración de clase los coloca
en el marco del modelo político estatal, como parte de la estrategia
contrainsurgente y anti-popular, al tiempo que -gracias su carácter mercenario-
saca provecho de la fragilidad institucional para ampliar su poder emergente de
narcotraficantes y militares convertidos en terratenientes (Giraldo, 2001; Richani,
2003). Esta dualidad objetiva de sus intereses y comportamientos ha favorecido
el oscurecimiento de una explicación sobre los móviles de sus acciones políticas
y sobre la dinámica de expansión territorial, a la vez que se fortalece la tesis de
que sus móviles y dinámica están prioritariamente asociados a lógicas de pillaje.

¿Disputa por rentas de guerra


o guerra por los recursos?

En el fondo lo que acontece es que un conflicto de esta naturaleza conduce a


que ataca intereses indígenas sin que éstos sean propiamente los objetivos o
intereses centrales de los actores armados. La necesidad de preservar aparatos
armados cada vez más grandes, unido a una estrategia nacional de conquista o
defensa del poder, en cada caso, ha conducido a un cambio en las prioridades
de la guerra. Una vez configurado el sistema, incluso cuando tiende a romperse
el equilibrio, sigue requiriendo de todos los recursos políticos, económicos y
militares para sostenerse. Esto obliga a los actores a escaladas en procura de
obtener recursos y a la protección del aparato militar en desmedro de sus intereses
207
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

estratégicos; así se explica que el Estado siga apostando a la estrategia paramilitar


aun a costa de profundizar su crisis de hegemonía, o que la insurgencia abandone
las comunidades a su suerte cuando incursionan los paramilitares a pesar de
que son su base social.

Las acciones que buscan metas económicas y territoriales inmediatas


corresponden a las necesidades del sistema de guerra que tiende a convertirse
en el “régimen político mismo” en tanto su gramática da sentido a las diferentes
acciones políticas de los actores armados y desarmados, políticos y económicos,
estatales o privados; por ello, en la actual etapa el comportamiento de los actores
aprovecha y alimenta la dinámica de la guerra para sus intereses aunque no los
determina; por ejemplo, en la ejecución de grandes proyectos de inversión o
infraestructura, en la resolución de conflictos inter e intra-étnicos, o en el
posicionamiento político de algún actor local. Este elemento se ve agravado en
el caso colombiano por la transformación y simbiosis de los narcotraficantes
en/con los paramilitares y militares, es decir, por la existencia de un lumpen-
ejército reclutado en las capas descompuestas de la sociedad que a pesar de
estar dentro de la estrategia contrainsurgente del Estado mantienen y defienden
sus intereses típicamente delincuenciales.

Precisamente el segundo nivel de causalidad de la violencia política contra


indígenas se refiere a los hechos donde los móviles son la apropiación de recursos,
hechos que son experimentados como expropiación por parte de las víctimas,
pero que en la lógica de la economía de la guerra se refiere al control de recursos
y rentas o el compartirlos de manera obligada que significa la restricción en el
uso y disfrute por parte de las comunidades, especialmente en casos de regalías,
recursos extractivos y coca.

Los hechos en los cuales este tipo de interés o motivación aparece o podría
estar subyacente son el pillaje y el robo directo, el control total de territorios
para acceder sin competencia a los recursos, la subordinación violenta de las
comunidades para convertirlas en tributarias de los actores armados, los
asesinatos, amenazas y atentados en procura someter a las comunidades y
obtener la aceptación de proyectos económicos o modelos productivos de los
cuales se pueden derivar rentas mineras, forestales, de infraestructura, hídricas,
industriales, energéticas o coqueras. Existen casos relevantes donde las
amenazas, presiones directas, atentados y asesinatos contra líderes y
comunidades tienen un interés económico directo y públicamente expresado.
208
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

Estos procedimientos han sido utilizados para facilitar la apertura de proyectos


madereros como en Caldas, en el resguardo de La Montaña, donde los
paramilitares abiertamente presionaron a las comunidades para permitir que
Smurfit-Cartón de Colombia continuara su explotación; para mantener
explotaciones mineras sobre todo ilegales en especial en Caquetá y Guainía
donde las FARC presionan para que las autoridades indígenas acepten estas
empresas de las cuales extraen rentas; para aceptar la construcción de
megaproyectos de infraestructura, caso en que se destacan las declaraciones
de Carlos Castaño, jefe de los escuadrones de la muerte de las AUC, aceptando
que Kimy Pernía había sido desaparecido por su posición contra el proyecto
hidroeléctrico Urrá; para controlar rentas del contrabando como ocurrió en los
recientes asesinatos, desaparición y desplazamiento de miles de Wayúus por el
control de las rutas y puertos del norte del país; para proteger la producción
agrícola y pecuaria según las expectativas y necesidades de los aparatos
armados.

La ONIC identificó, por ejemplo, que el desplazamiento forzado de poblaciones


indígenas está asociado a la resolución inconclusa de demandas territoriales; su
estudio cita varios casos como Alto Naya, Altos río Verde y río Sinú, Puerto
Asís, el territorio Kankuamo en la Sierra Nevada de Santa Marta, Porroso en
Mutatá y el Bajo Atrato, donde la ausencia de resolución a los problemas
territoriales es recurrente, y se expresa en el aplazamiento de la constitución, el
saneamiento y la ampliación de resguardos. Detrás de estas situaciones la ONIC
plantea:
[Que] existen diversos impedimentos de carácter económico para ampliar las
fronteras de los resguardos indígenas sobre los territorios tradicionales; los
intereses asociados a la construcción de vías de comunicación (como la vía
Puerto Asís- Mocoa), el control del agua (como en el caso de Urabá y Valle del
Cauca), la explotación de maderas de manera legal e ilegal (como en el caso de
Maderas del Darién en Chocó), la ampliación de la frontera ganadera y
agroindustrial (caso del eje Mutatá - Belén de Bajirá), la constitución de Parques
Nacionales (como en los casos de Munchique y Farallones de Cali en medio del
alto Naya, el Parque Tayrona en la Sierra Nevada, que se superpone con los
resguardos Katíos en el Bajo Atrato, Orquídeas en los territorios Emberá de
Murrí), y la definición de zonas urbanas en los Planes de Ordenamiento Territorial
que inhiben la ampliación de los resguardos en cercanía a ciudades (como el
territorio Kankuamo en cercanías de Valledupar) […] Se trata de fenómenos
objetivos que, a su vez, están asociados a la presencia de actores armados en
dichos territorios indígenas [que] responden a intereses políticos y económicos
que lideran justamente dichos proyectos e iniciativas económicas”. (ONIC. El
desplazamiento Indígena en Colombia, Bogotá, 2003, p. 26)
209
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Se advierte que los intereses económicos aquí descritos tienen expresión política
evidente en el Estado y los paramilitares, y muy marginalmente en la insurgencia,
salvo el caso de la coca, en el cual todos los actores legales o ilegales tienen
vínculos. Sin embargo, es casi imposible identificar esta relación de manera
directa en la mayoría de los informes y las denuncias disponibles referidas a
este período, y de hecho los casos en los cuales los responsables reivindican
estos intereses económicos no son corrientes; la identificación de este tipo de
causalidad es resultado de una interpretación a posteriori a partir de corroborar
la recurrente asociación entre recursos naturales potenciales o en explotación/
operación, y la violencia política.

Este debate tiene tres ángulos relevantes de análisis. Uno empírico, entre la
correlación de hechos de violencia política y la existencia de proyectos o recursos
estratégicos potenciales o disponibles; otro de caracterización del conflicto
armado interno, entre lógicas de guerra política y lógicas de pillaje; y uno tercero,
más relacional entre modelos de poder y rentas de guerra.

Resulta complejo correlacionar, con la información disponible, la violencia


política con la existencia o proyección de megaproyectos, obras de
infraestructura y otras grandes inversiones. En primer lugar, se requiere unificar
el tipo, escala y dimensión de los proyectos que podemos incluir en tal categoría
—así como la dimensión de su impacto—, para evitar incluir en ella cualquier
emprendimiento económico. Por otro lado, el establecimiento de una relación
de causalidad exige diferenciar las etapas de dichos proyectos, pues sin duda el
posicionamiento de los actores armados no es igual ante obras o inversiones
que se encuentran en etapas de pre-construcción, construcción u operación. Se
requiere también diferenciar lo que son potencialidades económicas regionales,
que se pueden hallar en cualquier lugar, con la existencia misma de un proyecto.
Y con esas previsiones se requiere, obviamente, establecer una correlación
positiva con la violencia política.

La idea más corriente entre las organizaciones indígenas es que la asociación


entre recursos económicos y violencia política debe explicarse como una relación
de causalidad directa, dándose una continuidad entre la violencia política del
primer período de violencia directa de los gamonales en defensa de la propiedad
de la tierra, con la actual, que sería una “guerra por nuestros recursos y
nuestros territorios”. No obstante, resulta problemático identificar vis á vis
la existencia de múltiples y graves impactos sobre el territorio y los recursos
indígenas con la existencia de proyectos armados cuyo móvil estratégico es
210
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

controlar y apropiar directamente esos recursos. En muchos de los casos


analizados resulta más plausible una explicación que entienda las dinámicas de
los actores armados como resultado de la disputa por controlar los territorios
en función de sus objetivos estratégicos y necesidades tácticas; o, a la inversa,
que identifique la utilización oportunista del conflicto por parte de sectores,
empresas o actores diversos del nivel regional, nacional o trans-nacional, para
afianzar sus intereses económicos, en una especie de aprovechamiento de las
externalidades positivas de la guerra en el cual participan muchos, si no todos,
los actores sociales.

La utilización reiterada de esta correlación –con un legítimo interés político- por


parte de las organizaciones indígenas ha conducido en muchos casos al abuso de la
misma. Aunque es razonable que las organizaciones hayan alertado sobre la
potencialidad económica de sus territorios y su eventual vulnerabilidad en el marco
del conflicto armado interno, en estricto sentido todos los territorios tienen tal
potencialidad económica y no por ese motivo el conflicto se extiende con igual
intensidad a todo el país ni la violencia política se desarrolla con igual intensidad.

Esta interpretación también choca con la realidad en un doble sentido: un número


importante de zonas indígenas de escasa oferta económica tienen presencia armada
elevada (como los municipios del Yarí o sur del Tolima), y a la inversa, existen
regiones ricas donde la presencia armada es residual (como el Quindío o el Sarare).
Para subsanar esta debilidad del análisis, ha sido corriente sobre-dimensionar el
carácter estratégico de algunas regiones como función de otras (corredores para el
comercio, vías de acceso, etc.), o dar el carácter inminente a proyectos económicos
que se encuentran en simple estudio de prefactibilidad.

En este mismo tipo de análisis, se extrapola el incremento de la violencia política


como resultado de la amplicación de los cultivos ilegales de coca y amapola. No
obstante, los datos disponibles obligan a tener precaución. Existe una correlación
no concluyente entre presencia de cultivos ilegales y violencia política en territorios
indígenas, así como con la contrarreforma agraria llevada a cabo por los para-
narco-terratenientes en zonas indígenas, especialmente mirando el proceso de
titulación de resguardos indígenas.

Los pueblos indígenas de áreas de colonización, que compartían los altibajos de la


economía campesina, se incorporaron tempranamente en la dinámica coquera; estos
son los territorios indígenas de Vichada, Amazonas, Guaviare, Guainía, Caquetá, y
posteriormente Putumayo. Pero no resulta concluyente la correlación directa de los
211
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

cultivos con los fenómenos de violencia política que se han descrito; de hecho,
salvo el Putumayo y en menor medida Caquetá, los demás departamentos
cocaleros no registran un número grande de casos de violación directa de
derechos humanos de los pueblos indígenas. Sumando todas las regiones con
cultivos ilegales en cualquier momento de los últimos 20 años, sólo se encuentran
66 municipios indígenas que al mismo tiempo fueron lugar de hechos de violencia
política y de presencia de coca o amapola, frente a 122 donde se registran
cultivos.

La correlación histórica entre cultivos de coca y violencia política sugiere un


proceso inverso al que se postula, pues la exigencia de rentas de guerra resulta
siendo un motor de la ampliación de los cultivos ilegales, antes que ser éstos los
que son la fuente causal del conflicto. Las regiones de Chocó y Bajo Pacífico
son un ejemplo de este tipo de relación.

Otro proceso asociado fue el enorme lavado de activos realizado por los
narcotraficantes, que invirtieron sus excedentes en finca raíz en otras regiones
no coqueras, muchas de gran influencia guerrillera como el Magdalena Medio o
sur del Valle y norte del Cauca. El peso que tiene este proceso en cercanías de
los territorios indígenas es importante, pero tampoco permite establecer una
correlación concluyente con la violencia política. Hasta 1995, sólo en 59 de los
municipios indígenas afectados por violencia política o vecinos hubo compras
por parte de los narcotraficantes, es decir en un 32%. El hecho de que las
compras por narcotraficantes se realizaron en 160 de los municipios indígenas,
casi 3 veces más, sin que ocurriera una proporción similar de violaciones de
derechos humanos, puede estar asociado a los relativos niveles de estabilidad
legal que tienen los territorios indígenas36 , que los excluyó de las expectativas
de los narcoterratenientes, como sugiere Alejandro Reyes Posada (1997).

A favor de la explicación de la dinámica militar por causa de la “disposición de


recursos”, está la primacía del capital financiero en el mundo actual, que ha
transformado los territorios en bienes financieros que se transan en los mercados
especulativos, cuyo control real o potencial es suficiente para jugar y obtener
ganancias en los mercados; el control de territorios, incluso sin una explotación
directa, es fuente de plusvalías especulativas, como ocurre con yacimientos

36
La Constitución Política de Colombia en su Artículo 63 establece que los territorios comunales
indígenas son imprescriptibles, inembargables e inenajenables.

212
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

energéticos, fuentes hídricas, biodiversidad y posibles corredores viales o


portuarios. Este tipo de posibilidades de rentabilidad no se da a todos los actores
del conflicto en similares condiciones; mientras Estado, transnacionales y
capitalistas locales pueden jugar propiamente en estos escenarios, los actores
armados ilegales sólo pueden hacerlo en calidad de socios menores que
comparten la renta especulativa de aquéllos o como simples mercenarios de
aquéllos.

Debe tenerse en cuenta que mientras la lógica del capital se guía por la velocidad
de circulación, la de los actores armados lo hace por la inmediatez de apropiación
de los recursos, de forma que las elecciones de los actores se guían por la
rentabilidad económica o política ciertas, y no solo por la posibilidad; en este
sentido es importante diferenciar los imperativos económicos de los actores,
pues mientras es posible y rentable para el Estado, los empresarios y el capital
transnacional involucrarse en inversiones de largo y mediano plazo, tales como
hidroeléctricas, palma africana, vías, explotación petrolera, que entran en el
mercado especulativo, para paramilitares e insurgencia éstas resultan
impracticables por su condición de ilegalidad, razón por la cual se relacionan
con estas inversiones o proyectos de una manera extorsiva inmediata o
mercenaria, lo que requiere en la mayoría de los casos proyectos en etapas de
construcción u operación. En tal caso el interés de los actores armados por la
existencia de los megaproyectos o grandes inversiones resulta secundario, siendo
lo primario la existencia de cualquier fuente económica que se transforme en
una renta para la guerra de manera inmediata.

La permanencia de los actores armados en zonas donde la rentabilidad es sólo


potencial o de muy largo plazo, obliga a una explicación que insiste en la ausencia
de intereses propios de los grupos armados y su plena subordinación a intereses
económicos ajenos. Esta interpretación resulta pertinente al ejército, cuya misión
institucional es la defensa de un orden basado en la propiedad y en algunos
casos actúa como vigilante privado de intereses transnacionales, como en el
caso del petróleo, aunque a nadie escapa que existe una diferencia sustancial
entre defender un modelo político-económico que expresa la propiedad privada,
y defender intereses directos de capitalistas privados.

También es útil para explicar algunos comportamientos de los grupos


paramilitares, que sufrieron una transformación a principios de la década de los
noventa cuando sus incursiones mercenarias al servicio de intereses regionales,
gamonales, corporativos o militares, dieron paso a una plena actuación
213
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

subordinada a la estrategia contrainsurgente del Estado, sobre todo en sus planes


de recuperación territorial; aunque sus acciones acontecen en el marco de una
estrategia contrainsurgente nacional, sin duda mantienen sus lógicas mercenarias.
Pero resulta poco creíble caracterizar a la insurgencia como instrumento de
intereses distintos a sí mismos, a pesar de los casos denunciados de colaboración
con corporaciones o intereses gamonales.

En otro plano de análisis, la existencia de una relación directa entre la violencia


política y el interés de los actores armados por controlar fuentes, recursos y
rentas, no es suficiente para hacer una caracterización del conflicto como una
guerra de pillaje, o para plantear que la disputa “es por los recursos naturales”.
Todo lo anterior no niega la importancia que tienen los recursos económicos
disponibles en una estrategia de expansión y sobre todo de inserción territorial
de los grupos armados, ni reduce la presencia de lógicas de pillaje en todos los
grupos armados, principalmente en los paramilitares, pero limita la capacidad
explicativa de la oferta económica y obliga a una interpretación matizada de la
relación entre economías de guerra y guerra de pillaje.

La ONIC, en su estudio de caracterización del desplazamiento, señala que la


expansión del conflicto armado en territorios indígenas tiene que ver con las
ventajas estratégicas de los territorios indígenas para los grupos ilegales, la
inversión de grandes capitales en zonas cercanas a territorios indígenas o
directamente en ellos, la expansión de los cultivos de uso ilícito y la expansión
del narco-latifundismo hacia zonas con alto potencial de valorización de tierras.
(ONIC, 2003: 50). Se observa que no obstante la incorporación de otras
variables, sigue sin incluirse a este nivel más preciso la incidencia de los planes
políticos de expansión de cada uno de los actores, en el marco de una estrategia
por el control del poder político. Una interpretación que le dé más visibilidad a
los proyectos políticos de los actores, permitiría ubicar de forma más precisa lo
que constituyen estas disputas por recursos.

Las dinámicas locales de la violencia contra los indígenas permiten afirmar que
las acciones asociadas con intereses bélicos en estricto sentido, se sobreponen
a las acciones ligadas con la disputa de rentas, sobre todo las rentas de guerra,
y ambas a las que hemos denominado violencia étnica o racista. Existen por
tanto dinámicas bélicas por recursos e incluso otras abiertamente racistas, pero
el campo de fuerzas donde se desarrollan es el del conflicto entre modelos de
régimen político.
214
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

Guerra política, impactos étnicos

En el orden sociológico es clara la relación entre violencia política y procesos


de expansión militar territorial. Cuestión que para las sociedades indígenas no
se explica de igual modo; los impactos de la guerra son representados en clave
étnica y por lo tanto son explicados en esa misma dirección.

Todas las dinámicas violentas descritas, sumadas a los procesos de


desplazamiento, el asesinato de médicos tradicionales o de líderes espirituales y
políticos, constituyen dramáticas situaciones que ponen a muchos de estos
pueblos en riesgo de etnocidio. Riesgo que se concreta al impedir que la tradición
se preserve y la historia propia siga siendo la guía y el escenario de identidad, al
negar a los pueblos su derecho a reconocerse como tales y a gobernarse de
acuerdo con su libre decisión, al asesinar a los portadores de la tradición y a los
defensores de la identidad, al romper las estructuras sociales propias mediante
el desplazamiento y el desarraigo. Estas acciones, en todos los casos, impiden
que un pueblo sobreviva; lo conducen a una diáspora irreparable; obligan a sus
miembros a ocultarse en identidades que lo enajenan y a integrarse en las
sociedades que lo dominan (ONIC, 2001).

En la mayoría de los pueblos indígenas afectados por la violencia política se


asiste a este tipo de circunstancia, pues la acción de los grupos políticos estatales
o paraestatales, o los grupos armados disidentes, cada uno por su lado o todos
al tiempo, vienen impidiendo a los pueblos su permanencia espiritual y política,
su integridad cultural, y su reproducción social y económica. La ONIC (2003),
en su caracterización del desplazamiento describió prólijamente los impactos
referidos a cuatro zonas de análisis (que son también las que se profundizan en
esta reseña), muchos de los cuales se corroboran en las otras áreas que se han
presentado en este capítulo. Son dos grandes grupos de impactos que se
evidencian:

La afectación a cada pueblo indígena como sujeto colectivo:

La percepción y la experiencia interna de la violencia política y del desplazamiento


están determinadas por la realidad demográfica de los pueblos, por la estructura
social y por su condición de subordinación política ante la cultura mayoritaria.
Como muestran las tasas de violencia política y desplazamiento por cada 100.000
habitantes, hechos aparentemente marginales en el panorama nacional
215
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

de violencia representan para los indígenas impactos severos, algunos de ellos


irreparables, como el desplazamiento de la totalidad de los Emberá Katío en el
Alto San Jorge durante más de un lustro, el asesinato de la mayor parte de los
líderes y gobernantes Korebajú, o la destrucción de 6 poblados Wiwa en la
Sierra Nevada de Santa Marta, un hecho que sólo sería comparable con el
arrasamiento total de las 5 ciudades más grandes del país.

La mayoría de los pueblos indígenas de Colombia mantienen el parentesco como


sustrato profundo que soporta las alianzas e instituciones comunitarias, de manera
que la familia, parentela o linaje a menudo es al mismo tiempo la comunidad;
no existe por tanto ningún hecho de violencia que sea entendido o experimentado
como un asunto privado, por lo cual fenómenos como el reclutamiento, los
asesinatos o los desplazamientos afectan de inmediato a la totalidad de las
estructuras socio-políticas. La subordinación política de los pueblos indígenas
adopta formas muy específicas de conflictos jurídicos, económicos y territoriales
con el Estado, de manera que cada acto de violencia política ahonda esas
problemáticas y la subordinación en su conjunto.

Por otra parte, la información del Sistema de Información Geográfica de Pueblos


Indígenas de CECOIN indica que la enorme mayoría de los hechos de violencia
individual, como son los asesinatos, desapariciones, amenazas, desplazamientos
forzados, heridas o torturas, están dirigidos a dirigentes, líderes, médicos
tradicionales y gobernantes; es una violencia que afecta a personas que
representan y a veces concretan la unidad como pueblos; solo para citar algunos
casos, en ese sentido se deben entender las desapariciones y los asesinatos de
Kimi Pernía y Lucindo Domicó en el Alto Sinú, de Mario Domicó en Mutatá,
de Cristóbal Secue, Aldemar Pinzón, Benjamín Dindicué y el padre Álvaro Ulcué
en el Cauca, de Bernabé Piranga entre los Korebajú, de Gabriel Cartagena en
Caldas, de Salomón Arias y su hijo Freddy entre los Kankuamo, de José
Napoleón Torres entre los Ijka, así como las detenciones arbitrarias prolongadas
de líderes como Marcos, Jesús y Edgar Avirama en el Cauca, o de Luis Ángel
Perdomo en el Valle.

En este campo de problemas, el más severo impacto es el retardo o bloqueo a


los procesos de unificación como pueblos, proceso experimentado por algunos
pueblos en la época de la Violencia en la década de los cincuenta del siglo
pasado (Rappaport, 2000: 173), en tanto la violencia política generalizada altera
la continuidad del trabajo organizativo, de reconstrucción étnica y defensa
216
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

territorial, pues existe un clima de terror generalizado que obliga en muchos


casos a pasar a la clandestinidad o cesar las tareas políticas para atender las
demandas de la crisis humanitaria, tal como ha ocurrido con el pueblo Kankuamo.

Es claro que los médicos tradicionales y otras figuras espirituales, incluidas las
nuevas figuras de mediación como los promotores de salud y los maestros,
cumplen funciones de equilibrio y restablecimiento de la armonía, o papeles de
formación y atención social, y en esa medida son vehículos de la espiritualidad
general de la comunidad y expresan el espíritu, y sobre todo el proyecto político
y social colectivo; la ausencia de los gobernantes, que por definición representan
dicha unidad política, tiene una implicación totalmente desestructurante de la
totalidad del tejido social, pues son al mismo tiempo el gobernante y la
institución, integrados en una persona. Otros fenómenos como el
desplazamiento de una comunidad, que casi siempre corresponde con un linaje,
plantean enormes dificultades para garantizar el equilibrio espiritual y de las
relaciones de reciprocidad comunitarias (ONIC, 2003).

Tanto la estrategia miliciana de las FARC, como el reclutamiento mercenario de


los paramilitares y ahora los soldados campesinos y redes de informantes del
Estado implementados por el Plan Colombia, han tocado los pueblos indígenas.
Esta circunstancia, en sociedades donde los lazos parentales son aún fuertes y
en algunos casos determinantes, especialmente entre los Emberá y los pueblos
de la Amazonia, implica que toda la familia de un combatiente se vincula
afectivamente en el conflicto, de manera que los conflictos y lealtades políticas
surgidas de la militancia se resuelven y expresan en las vindictas tradicionales,
las crisis de gobernabilidad interna y las formas internas de resolución de
conflictos.

El impacto más reiterado en este campo, evidente en los estudios de caso, es la


suplantación de la autoridad y la justicia indígenas por parte de los actores
armados; un desarrollo de las estrategias territoriales de Estado e insurgencia
es copar paulatinamente los escenarios de mediación política, la destrucción y
subversión de otras legalidades y autoridades, al punto que las propias
comunidades –por temor o por necesidad— acuden a los grupos armados legales
e ilegales para que resuelvan problemas de convivencia que en condiciones
normales deberían asumir las autoridades indígenas; el resultado es de nuevo
que un proceso de extrañamiento de la comunidad frente a su autoridad.

217
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Por otra parte el estudio de la ONIC (2003: 31) con referencia específica a los
impactos desplazamiento, pone en evidencia que éste altera relaciones más allá
del propio pueblo indígena, como la pérdida de vecinos y relaciones
intercomunales y establece una fractura interna entre los desplazados y
quienes permanecen en el territorio, rompiendo los lazos de solidaridad y
acentuando procesos de individualización, lo que profundiza la disolución de la
unidad. Por otra parte, los pueblos son afectados con la separación y
desintegración familiar y parental, y en general de las redes primarias de
complementariedad, que tiene unas consecuencias mucho mayores para la
supervivencia socio-cultural de la comunidad local y del pueblo indígena en
general, debido a que los contextos en que son sumergidos no son producto de
una continuidad cultural e histórica compartida, es decir la ruptura violenta de
la unidad familiar provoca cambios radicales en la forma de su organización
política, que puede conducirla a su desestructuración social y fragmentación
territorial. Estos elementos agravan severamente los procesos de constitución/
unificación como pueblos, procesos que requirieron (y requieren) el
establecimiento de mitologías unitarias y una fuerte ritualidad compartida.

El análisis de algunas situaciones de violencia política permite ver que ésta


también tiene un carácter estructurante, sobre todo allí donde las condiciones
demográficas (peso poblacional y patrones de poblamiento) lo han permitido.
Para el caso del Pacífico, el estudio constata como el proceso de consolidación
territorial de los pueblos indígenas está íntimamente relacionado con la ampliación
de la violencia política, en la medida que la articulación del Pacífico al proyecto
de construcción nacional o a la integración en las lógicas de desarrollo, tiene
como escenario está determinado por dinámicas violentas y en particular del
conflicto armado interno. En el Cauca la configuración del movimiento indígena
como actor político regional y el desarrollo del proyecto de poder indígena, se
ha dado gracias a la crisis de legitimidad que el conflicto armado y la violencia
le planteó a la burguesía agraria regional y a los actores armados legales e
ilegales.

Los pueblos indígenas como sujetos colectivos se han ido re-construyendo en


interlocución –no siempre auténtica— con el Estado; los pueblos que habían
perdido capacidad de representación por el colonialismo debieron adoptar
nuevos sistemas y adaptar los ancestrales, para relacionarse con instituciones,
funcionarios, programas y proyectos, agentes de la modernización, en una
relación de mutua configuración que ha tenido como telón de fondo la persistencia
de la violencia política; las formas de gobierno y representación indígenas se
218
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

han adecuado a la oferta y proyecto estatal, y al mismo tiempo se han producido


en esta relación (Gros, 2002). El carácter dual de este proceso problemático
ha permitido el resultado afirmativo del mismo: la emergencia y creciente
consolidación de autoridades indígenas en todos los pueblos, las cuales tienen
como proyecto su reconocimiento, fortalecimiento, legitimidad y eficacia política.

La estructuración de las culturas por la violencia no necesariamente tiene que


tener signo positivo. La mentalidad de guerra crónica refuerza el descreimiento
en la solidaridad con otros sectores populares, los valores autoritarios, los
imaginarios de venganza y desquite, las prácticas ilegales, la desconfianza en
los órganos de mediación de los conflictos (sean instituciones internas o externas),
el ventajismo étnico corporativo, el oportunismo personal y político. También la
idolatría hacia a las armas como objetos de prestigio. La resistencia de los
pueblos indígenas a la guerra y a la violencia en general, incluye por tanto, la
adopción de y el enfrentamiento a las prácticas, instituciones, formas de acción
y solución de conflictos, que la guerra introduce al interior de familias y
comunidades; resistencia que no siempre es exitosa.

Los impactos territoriales de la violencia política

Dos enfoques deben utilizarse para analiza los impactos territoriales de la


violencia política. Aquellos que tienen un fuerte potencial desterritorializador
y los que han sido vehículos para la conformación territorial. Es importante
señalar que la guerra como oportunidad para la conformación territorial de
algunos pueblos no puede opacar el horror que ella implica: ella está la asociada
al desplazamiento forzado y a la superposición de poderes armados sobre los
territorios. Pues en la medida que el proyecto político de autonomía territorial
es el proyecto fundamental del movimiento indígena y el común denominador
de las movilizaciones y los derechos ganados por los pueblos indígenas en
Colombia en los últimos 30 años, las afectaciones de la violencia política no
sólo ponen en riesgo a cada uno de los pueblos indígenas sino al proyecto
étnico en su conjunto.

El desplazamiento forzado y fenómenos como el bloqueo de alimentos,


medicamentos, movilidad de la población, implican para las autoridades indígenas
y otros agentes internos una sustancial reducción de su poder de control social
y territorial ganado, y en muchas ocasiones la suplantación o desconocimiento
de autoridad indígena de forma absoluta. Mientras el desplazamiento y el
219
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

confinamiento impiden obviamente desarrollar todo el proyecto político territorial


del desplazado, sea individual o comunitario, el copamiento y presencia
permanente y asfixiante de los actores armados en los territorio conlleva la
imposibilidad de desplegar el proyecto cultural de un pueblo.

La ONIC (2003: 27) considera que el principal problema derivado del


desplazamiento forzado indígena es que se trata propiamente de una
desterritorialización, vale decir, salir de “su territorio” a un “territorio ajeno”
en términos jurídicos y sobre todo políticos, y avanza a considerar que la
situación real de los indígenas es de “refugiados internos” en tanto su condición
socio-cultural y su estatus político-jurídico es similar al de los nacionales que
deben salir a países vecinos. En ese contexto, considera que los impactos más
relevantes son la mayor división territorial, simbólica y socio-política interna en
las organizaciones regionales, especialmente en su expresión local, coincidentes
con los escenarios de disputa por el control militar de los territorios y poblaciones
por parte de los actores armados; la postergación o cancelación de los procesos
de constitución o consolidación jurídica de los resguardos y la jurisdicción
indígena; la introducción de formas ajenas a la economía propia, que marcan
una dependencia en casi todos los ámbitos (alimentaria, tecnológica, médica,
etc.) y una erosión de la capacidad productiva. En gran medida los fenómenos
de bloqueo o confinamiento tienen impactos similares.

Este impacto debe ampliarse a los otros hechos de violencia política que no
implican desplazamiento, pues la incapacidad de las autoridades y organizaciones
indígenas para gobernar sus territorios y controlar los hechos sociales se presenta
aunque se mantengan físicamente en el territorio. Los fenómenos de copamiento
militar de los actores armados legales e ilegales se traducen en todos los casos
en una disminución o negación del control territorial; las operaciones militares
acontecen como un ordenamiento territorial de hecho y significan imponer
criterios respecto a la potencialidad en el uso de los territorios, determinación
de ciertas áreas en el campo de la producción agrícola y pecuaria, imposición
de normas, definición de asentamientos; ordenamientos que se realizan para
favorecer las dinámicas propias a la guerra.

En la medida que los territorios indígenas son al mismo tiempo territorios mirados
en claves estratégicas por los actores armados, quedan incorporados en los
mapas de cada uno de ellos y son objeto de definiciones políticas totalmente
ajenas. La desterritorialización se expresa en este caso al convertirse en medios
para la guerra. No resulta extraño que reivindicaciones territoriales y de
220
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

protección humanitaria planteados por las organizaciones indígenas,


repentinamente se traduzcan en planes operativos de fuerzas militares; tal es el
caso de la presencia de ejército y policía en territorio Kankuamo, como
“respuesta” a la demanda de la Corte Interamericana de Derechos Humanos de
protección eficaz a ese pueblo, que son perfectamente compatibles con los
planes de bloqueo militar a la insurgencia en la Sierra Nevada de Santa Marta.

En igual sentido la reivindicación territorial Emberá Katío en el Alto Sinú que se


erige en obstáculo para los planes militares de Ejército, paramilitares e
insurgencia, a la vez que bloquea los planes de expansión de la coca y se atraviesa
a la construcción de la Hidroeléctrica Urrá II. Todos estos eventos son entendidos
por los actores armados dentro de sus planes territoriales.

El proyecto de autonomía territorial es así mismo un proyecto cultural, en tanto


los territorios no solo aparecen en una relación de objeto de los pueblos, sino
que constituyen el sustrato de toda posibilidad étnica. De manera que la
desterritorialización se vive como un evento de crisis cultural. Tanto los hechos
de violencia política individual como los colectivos (especialmente el
desplazamiento) en la medida que inscriben a los pueblos indígenas en otras
territorialidades, significan un extrañamiento cultural frente a territorios ajenos
que no han sido nombrados, sembrados, rezados, caminados y ordenados
según patrones bélicos. Al respecto, la ONIC señala:

Salir del territorio no es solamente una pérdida de la propiedad o un cambio de


domicilio brusco o violento, sino la pérdida de todos los referentes que permiten
la reproducción de las culturas. Para estos pueblos simplemente la cultura no
puede reproducirse en otra región del país porque la existencia tiene una relación
directa y sustancial con sus territorios; de hecho, la definición del ser indígena
o del pertenecer a uno de los linajes, está determinada por el lugar de nacimiento
y residencia. […] Los territorios en que las culturas indígenas se han construido
son reducidos en términos físicos, pero tienen como correlato una fuerte carga
simbólica; los pueblos indígenas han marcado espiritual y políticamente sus
territorios, éstos se encuentran incorporados en sus cosmovisiones y en la
mayoría de las culturas tienen el carácter de “sujetos espirituales (ONIC. El
desplazamiento Indígena en Colombia, Bogotá, 2003).

Los “ordenamientos territoriales de hecho” impuestos por los actores armados,


cuando implican la subversión de los órdenes sagrados como el irrespeto de
sitios de pagamento, jaidé, lagunas, amenazan en su totalidad el ordenamiento
cosmológico de muchos pueblos y no sólo el territorio físico.
221
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Por último, en este acápite debe reseñarse que al igual que en la constitución de
los pueblos indígenas como sujetos colectivos, la violencia política está asociada
a la conformación territorial indígena en varias regiones. Se trata de un impacto
contradictorio, pues el hecho de que los pueblos indígenas hayan resuelto muchas
de sus aspiraciones territoriales aprovechando un contexto de debilidad
institucional creado por la guerra los coloca en la mira de los actores armados.

El pueblo Senú se articuló a las luchas campesinas por la tierra en la década de


los setenta, muchas de las cuales estaban relacionadas con el proyecto de
expansión de la insurgencia agraria, especialmente de ideología maoísta; como
ocurrió con todas las luchas agrarias de la época, la insurgencia estuvo en función
de éstas y es en ese espacio en el que los Senúes pudieron apuntalar su proyecto
territorial particular.

En una circunstancia diferente en el nivel regional, en Antioquia como en el


Putumayo, es el contexto de confrontación del que se deriva una creciente
acción estatal en procura de satisfacer aspiraciones territoriales de los pueblos
indígenas y proteger sus territorios bajo la modalidad de resguardo. Esta
situación también es la creada en la reciente titulación del Resguardo Kankuamo
al que se vio obligado el Estado colombiano a través del INCODER, debido a
la continua denuncia interna e internacional de que los obstáculos a su trámite
obedecían a presiones armadas asociadas a megaproyectos como la construcción
de la Represa de Besotes sobre el río Guatapurí, intereses terratenientes
regionales y presencia paramilitar.

Los impactos del desplazamiento forzado

El fenómeno del desplazamiento forzado y la pérdida de territorios es recurrente


en la historia indígena, la mayoría de los pueblos indígenas tienen asentamientos
que son resultado de desplazamientos forzados dirigidos por políticas públicas
y privadas; los Uitotos (Murui, Nipode, Mika, Minika) sufrieron severos procesos
de desplazamiento en los tiempos de la explotación cauchera, por vía de
esclavitud, deportaciones, secuestro, de modo que sus asentamiento actuales
corresponden a procesos de apropiación territorial relativamente recientes; los
Ingas son una población Quechua que migró a zonas amazónicas dentro de las
estrategias del Tawántinsuyu; los Yanaconas son herederos de poblaciones
deportadas masivamente por los Incas en su estrategia de conquista del norte
222
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

de su Estado; los Tule han ido desplazándose hacia el noroccidente del país en
dirección a Panamá ante la presión territorial de los Emberá y como resultado
de la configuración territorial colombo-panameña a principios del siglo XX; la
época de la Violencia significó profundos cambios para pueblos como los Pijaos,
involucrados directamente en las acciones principalmente como parte de las
guerrillas liberales, muchos de los cuales se desplazaron hacia los Llanos
orientales; los Senúes fueron arrinconados desde principios del siglo XX en una
décima parte de sus territorios, que fueron usurpados por los ganaderos, en un
proceso que no termina. Los primeros indígenas que llegan al Alto Naya, en
1952, eran Nasas desplazados de los municipios caucanos de Corinto y Caloto
por la violencia generada a partir de 1948.

En materia de desplazamiento forzado indígena Codhes, la Red de Solidaridad


Social y la ONIC coinciden en general en las tipologías. El estudio de ONIC
indica que:

el desplazarse o no en pueblos indígenas está relacionado con la fortaleza


de elementos estructurales, asociados en primer lugar a la suficiencia y
disponibilidad de tierras, una situación que permite optar además por el
desplazamiento intra-comunitario o intra-territorial, que sin duda significa
un impacto menor sobre las comunidades. El segundo elemento estructural
son los niveles de apropiación del territorio en lo legal, económico, cultural
y político, que dicho de otra manera es la autonomía territorial, lo cual está
relacionado de forma directa con el proceso de saneamiento de tierras, uso
de los recursos, control sobre el territorio, etc. Y por supuesto, el
fortalecimiento de gobierno propio, que depende íntimamente de los procesos
de afectación cultural causados por el colonialismo, el reconocimiento y
respeto reales hechos por parte del Estado, y la capacidad interna de gobernar
y representar los intereses colectivos por parte de los sectores gobernantes
(en ocasiones familias, clanes o linajes específicos). (ONIC. El
desplazamiento Indígena en Colombia. Bogotá, 2003: 33).

La comprensión del desplazamiento forzado de la población indígena debe darse


no sólo con respecto al modo como se experimenta la guerra actualmente, pues
es fenómeno de larga duración e incluso ha moldeado el poblamiento y la
configuración de los pueblos que se observa en la actualidad. Son diversos los
procesos culturales que muestran tal afirmación.
223
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

La estructura social segmentaria de los Emberá (Katío, Dobidá, Chamí,


Siapidara) incluye una gran capacidad adaptativa y de reproducción socio-
cultural a partir de núcleos familiares, e implica estrategias expansivas de
poblamiento que requieren a su vez una expansión territorial creciente; esta
estructura ha permitido que grupos Emberá se hayan asentado con éxito en
áreas distantes de los centros de difusión demográfica, como Putumayo, Caquetá,
Meta y Santander, luego que hechos históricos diversos y las tensiones internas
propiciaron la dispersión; así mismo, ha sido determinante para la apropiación
de nuevas áreas, incluso en desmedro de otros pueblos, como el poblamiento
realizado por los Emberá Katío del Alto Sinú y Alto San Jorge, en Córdoba,
por grupos oriundos de la región de el Murrí que luego de establecer contacto
con los Katíos y Senúes se asentaron en esas zonas, o en las áreas de frontera
con Panamá anteriormente pobladas mayoritariamente por los Tule.

Otros pueblos indígenas con estructuras segmentarias similares, principalmente


habitantes de la Amazonia y Orinoquia, tienen una fuerte movilidad intrarregional;
tales son los casos de los Sikuani, Kuivas, Tsiripu, Tukano, Puinave, Korebajú.
Del mismo modo, las prácticas itinerantes o estacionales que están asociadas a
los sistemas productivos, establecen no sólo una noción de territorio más
extendida sino la existencia de redes de intercambio extra-comunitario.

Los Emberá Chamí, habitantes de zonas cafeteras, desde la década de los


cincuenta hicieron parte de los contingentes de recolectores de café; los Pijaos,
junto con la pérdida de sus territorios desde el siglo XIX, se hicieron recolectores
de algodón y arroz en el Tolima, y luego hicieron parte de los grupos de
cosecheros que se desplazaron al Cesar y Bolívar en la década de los setenta.

Tanto las experiencias de desplazamiento forzado recientes, como las prácticas


productivas y los patrones de poblamiento, implican que la mayoría de los
pueblos indígenas tienen una memoria y un aprendizaje del desplazamiento, que
se expresa en el diseño de prácticas de resistencia, permanencia de redes de
intercambio, el conocimiento de regiones de refugio, trayectos de escape y
redes de apoyo que se actualizan en eventos posteriores de desplazamiento; así
mismo, esta memoria es traumática, lo que implica respuestas explosivas a
situaciones de riesgo o umbrales de terror más altos, de acuerdo con las
experiencias vividas.

Las continuidades territoriales indígenas están a la base de las opciones y


alternativas adoptadas por las comunidades desplazadas; del mismo modo, las
redes de intercambio anteriores al desplazamiento o que exceden las

224
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

localizaciones inmediatas. Un número importante de los eventos registrados se


han dado al interior de los territorios ancestrales que no solo existen en la memoria
sino que funcionan en la realidad como escenarios de la vida de estos pueblos37 .
Esta característica del desplazamiento indígena es lo que permite que los eventos
extra-territoriales sean menos desestructurantes; un caso particular son los
desplazamientos de población inga cuyas redes de intercambio intra-étnico
exceden las fronteras nacionales, o las de los Emberá Katío en todo el país.

Lo que permite observar la información disponible, que es a todas luces es


parcial e incompleta, es que una tipología del desplazamiento forzado indígena
tiene mucho más que ver con esta memoria del desplazamiento y con las
instituciones comunitarias. Las condiciones de organización, memoria histórica
y patrones poblacionales, en las que se insertan las comunidades a la hora de
decidir el desplazamiento resultan ser determinantes para la caracterización.

A lo largo de la historia, pero también recientemente se han ido configurando


ciertos espacios de circulación e interacción entre comunidades objeto de
desplazamiento. Las redes que de manera general se pueden identificar son las
siguientes:

a) La creada entre los municipios indígenas del sur Tolima con destinos
preferentes en Ibagué, donde hay barrios de indígenas desplazados, y Bogotá,
la cual tiene bajas tasas de retorno, y opera desde las grandes migraciones de
indígenas tolimenses en la época de La Violencia.
b) Un sistema que tiene como sitio de expulsión la Sierra Nevada de Santa
Marta, y se conecta en el caso de los Kankuamos con Valledupar como opción
privilegiada, y luego Barranquilla, Bogotá y Venezuela, con tasas de retorno
precarias.
c) Otro que se ha ido formando por los Wiwa, también en la Sierra, que tiene
como referencia San Juan del Cesar, pero tiene alta tasa de retorno.

37
Estos desplazamientos a menudo son incluidos en categorías definidas por la situación
jurídica de los territorios. Codhes referencia por ejemplo, los desplazamientos intra-étnicos
fuera del propio territorio en referencia a los ocurridos entre resguardos (Henao y Suárez,
2002); la ONIC (2003) resalta más el refugio de Awás, Tules, Emberá, Sionas y Kofanes, que el
hecho de tratarse de territorios ancestrales; la Red de Solidaridad Social (2002) hace lo propio
en su categoría de migración trans-fronteriza.

225
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

d) El área Emberá Katío del Urabá, que funciona sobre la Serranía de Abibe
en flujos y reflujos entre Córdoba y Antioquia de acuerdo con las condiciones
políticas y en una evidente estrategia de complementariedad de larga duración
adoptada por las distintas comunidades emparentadas.
e) La zona Emberá del Medio Atrato que tiene como referencia Quibdó, con
tasas de retorno altas, desplazamientos en promedio de 3 a 4 meses, y fuerte
contenido político.
f) Juradó-Panamá, entendida como una continuidad territorial, similar a la
anterior.
g) El sistema de refugio interno del Cauca.
h) La zona que tiene como centro de referencia Mocoa, y conecta
posteriormente con Huila y Nariño.
i) La que tiene como núcleo Nariño y utiliza al Ecuador principalmente como
corredor de salida, con temporales momentos de refugio.

El desplazamiento forzado de los pueblos indígenas, como fenómeno histórico,


se expresa hoy en la dispersión y construcción de territorialidad lograda en
diversos contextos de la geografía nacional. El identificar esta situación no
significa que los hechos característicos del último período de guerra puedan
pensarse o mirarse desde esa dinámica vivida después de varios siglos, puesto
que igual el poblamiento del país ha venido cambiando y hoy el desplazamiento
forzado, especialmente el individual y familiar, expulsa a la población hacia centros
urbanos, a escenarios donde la deculturación y marginalidad se erigen en modelo
de integración. En la actualidad se habría cerrado el ciclo en el que el
desplazamiento permite construir territorialidad en nuevos entornos.

La difícil respuesta indígena al conflicto

No existe una respuesta unificada por parte de los pueblos indígenas a los desafíos
de la guerra. No solamente por la evidente diversidad cultural y organizativa,
sino por las propias debilidades políticas de sus organizaciones. Los
comportamientos indígenas frente a la degradación del conflicto no obedecen
aún a una estrategia unificada y ni siquiera a varias estrategias que estén en
juego. Lo que es común a todas las formas de respuesta adoptadas es su elevado
particularismo. Distintos momentos de interlocución con los actores armados
226
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

tuvieron en común el reclamo de éstos por posturas, declaraciones y


comportamientos contradictorios tenidos por comunidades indígenas en lugares
del país distantes y sin relación. En el fondo de estos comportamientos se
encuentran las interpretaciones que las organizaciones y líderes indígenas han
dado al conflicto.

Hacia finales de la década de los noventa, justo en el inicio de la última fase de


la violencia política contra los pueblos indígenas, resultaba necesario explicar
las transformaciones que se venían operando, especialmente el aumento en los
ataques a comunidades y civiles, las presiones para el suministro de alimentos y
otros insumos, el reclutamiento forzado. Las organizaciones indígenas en general
se alinearon con un tipo de explicación teórica y política: el conflicto se había
transformado en una “guerra contra la población civil” (ONIC, 2002).

Mediante la producción de Declaraciones, Resoluciones o Manifiestos de las


autoridades, organizaciones, comunidades y pueblos indígenas, caracterizan la
guerra y precisan los contenidos de la posición indígena frente a ella. La ONIC
y el Consejo Indígena de Paz publicaron en julio de 2002 una compilación de
estos materiales en el libro “Los Indígenas y la Paz”. La lectura de estas
declaraciones muestra, no obstante, que existían diferencias de criterio. La
revisión de las acciones y campañas emprendidas por las diferentes
organizaciones indica que coexistía una política unificada, y algunas de ellas
eran contradictorias.

La explicación sobre la naturaleza de la guerra, que como tendencia fue asumida


por las organizaciones indígenas, hace énfasis en los atropellos cometidos por
los actores armados y el modo como los actores bélicos los afectaban
negativamente, llevó a que no se elaborara en estricto sentido un interpretación
sobre la guerra en el que se parte por definir al indígena como población civil
victimizada análisis que no permitía reconocer el sentido en el que se iba
trasformando el conflicto y las alternativas a asumir en el largo plazo por parte
de los pueblos indígenas.

Tal perspectiva condujo a muchos líderes indígenas a sostener que todos los
actores armados son “iguales” porque son igualmente responsables de agresiones
y crímenes contra los pueblos indígenas, lo que es relativamente inconsistente
con las cifras presentadas. La similitud de los métodos terminó siendo entendida
como identidad de los fines. Como ocurre con los análisis que incluyen en la
227
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

misma clasificación a todos los actores armados, no se vio el juego de fuerzas


nacional e internacional y se terminó por legitimar el status quo, pues si bien el
Estado no cooptó a los pueblos indígenas resultó beneficiado al neutralizarlos
políticamente; por otra parte, condujo a una práctica política del “sálvese quien
pueda y como pueda”, que mostraron unos pueblos indígenas insolidarios con
otros sectores sociales y a los cuales no importa quién gane la guerra con tal de
no perder lo suyo.

Resultaba lógico que las organizaciones indígenas tendieran a desconocer la


legitimidad y viabilidad de los proyectos político-militares y como población
civil a exigir “no hacer parte de las acciones bélicas”. Sin embargo, al afirmar
que no se hacía parte del conflicto se renunció al carácter de sujetos políticos
inmersos en un conflicto que los envuelve y compromete sus intereses estratégicos,
y en alguna medida no se actuó en el escenario de la política real para garantizar
que sus intereses prevalecieran en un desenlace cualquiera.

La pregunta fundamental que no fue resuelta por esta interpretación “victimista”


fue cuál modelo de Estado defienden los pueblos indígenas en medio de la
guerra, pues de hecho se negó que esta disputa hiciera parte del conflicto armado
colombiano; este interrogante sigue vigente, y tiene en su base la resolución de
un tema de principio: si el proyecto de autonomía territorial es incompatible o
compatible con un proyecto de Estado moderno, cuya respuesta positiva obliga
a los pueblos indígenas a ubicarse en un escenario de la “disputa y/o negociación”
de su proyecto autonómico frente al Estado o el proto-Estado que promueve la
insurgencia.

La implicación inmediata de la perspectiva descrita y que fue compartida por la


mayoría den las organizaciones indígenas a finales de la década de los noventa,
fue una interpretación de la dinámica de la guerra basada en los intereses
puramente privados y egoístas de los actores políticos armados. Según esta
visión, la ampliación de la presencia guerrillera y paramilitar en los territorios
indígenas debía mirarse en clave puramente económica y de disponibilidad de
recursos, en tanto se trataba en lo esencial de una guerra de pillaje, cuyas causa
era la voluntad criminal de sus integrantes, su método el terror y su finalidad el
enriquecimiento.

Frente a estas interpretaciones, aunque se presentaron matices, sin embargo no


fue mayoritaria una lectura que diera a los grupos armados el carácter pleno de
actores políticos. Paradójicamente esta teoría resultó ser la más determinista
228
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

de todas, pues terminó dando a la presencia y disponibilidad de recursos


económicos la capacidad explicativa del conflicto, principalmente a la ampliación
de la presencia armada ilegal.

Del 2001 en adelante vuelven a aparecer en las organizaciones indígenas lecturas


más complejas del conflicto, generadas por la existencia de las negociaciones
del gobierno nacional con las FARC. Esta coyuntura obligó a pensar en términos
políticos, pues la eventualidad de una solución negociada ponía sobre el escenario
las formas de gobierno posibles, los regímenes de justicia y los modelos
económicos; se despertó en las organizaciones un espíritu similar al que generó
el proceso constituyente en 1990. Varias de las organizaciones indígenas más
importantes asistieron o enviaron documentos a las Audiencias Públicas del
Caguán; aunque persiste en estas intervenciones las perspectivas “victimistas”
señaladas, son evidentes los esfuerzos por presentar los posibles perfiles de
una nueva relación política entre los pueblos indígenas y un Estado renovado.

Dos momentos son claves es este proceso. La presentación en Rionegro, en julio


del 2001, en el marco de la Plenaria de la Asamblea de la Sociedad Civil por la Paz,
de un documento conjunto de la ONIC, la OIA, la Orewa, el Consejo Regional
Indígena de Risaralda y el CRIC (ONIC, 2002b). Este documento incluye como
variable central la disputa entre varios modelos territoriales (en sentido geopolítico),
defendidos por el Estado y los paramilitares el primero, la insurgencia sobre todo
de las FARC el segundo, y el modelo de autonomía territorial indígena. El conflicto
se configura, de acuerdo con este análisis, en la colisión de tres modelos de
construcción de Estado y de entender la autonomía indígena: el Estado defiende
cabalmente la idea de un territorio-mercado y por tanto conspira contra la autonomía;
la insurgencia consolida su estrategia de poder territorial de corte maoísta y niega
cualquier otro poder que le dispute la hegemonía; y los pueblos indígenas aprovechan
el desmonte de las funciones socio-económicas del Estado nacional para profundizar
su modelo de autonomía territorial plena: gobierno, justicia y control territorial.

Un segundo momento es la realización del Congreso de los Pueblos Indígenas de


Colombia, en noviembre de 2001. En las relatorías de la Comisión de Conflicto
armado de ese Congreso, varias de las conclusiones y propuestas revelan las
preocupaciones y la problemática misma de los pueblos frente al conflicto. El énfasis
en que las autoridades indígenas ejerzan la autonomía y el control social,
entendido como aplicar de hecho la justicia indígena, mostraba la preocupación
ante una tendencia a subordinarse a los actores armados especialmente por
parte de estas mismas autoridades indígenas; el llamado a adoptar un solo
229
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

lenguaje y una sola posición en las comunidades y a tener más espacios de


encuentro para definir posiciones, es un evidente reconocimiento de que los
indígenas no tenían una posición común; las reiteradas advertencias de que las
interlocuciones con los actores armados no debían implicar la adquisición de
compromisos con ellos, renunciar a los derechos o cesar los reclamos por las
violaciones a los derechos humanos, son un reconocimiento de que las estrategias
de interlocución se venían haciendo de forma desordenada y sin preparación.

La solución adoptada frente a esta situación, es la declaración de una política


de resistencia a la guerra, la convocatoria a una iniciativa de paz de origen
popular a la que llamaron Alianza para la Paz y la conformación de una Mesa
de Paz. Los indígenas definieron en ese evento:

La posición de autonomía que defendemos los pueblos indígenas no significa


que nos aislemos del resto del país; y mucho menos frente al conflicto armado.
El conflicto se da en nuestros territorios, se presiona a nuestros jóvenes y en
general a toda la comunidad, se disputan nuestros recursos; es imposible que
no tomemos una posición de defensa de nuestros intereses, de nuestra vida,
de nuestro territorio y de nuestra cultura. Nadie puede señalarnos como
miembros de cualquiera de los grupos en conflicto por ejercer esta autonomía,
y no vamos a renunciar a hacerlo . (ONIC. Vida y dignidad para los pueblos
indígenas y para los colombianos también, Memorias del Congreso de
los Pueblos Indígenas Colombia, Bogotá, 2002).

La tesis central de la declaración final fue la participación como sujeto político


en la búsqueda de la paz, lo que significa el reconocimiento pleno del carácter
político de la guerra, la adopción de una estrategia de interlocución a alto nivel
con los actores, y la no renuncia al cumplimiento de los derechos humanos y el
Derecho Internacional Humanitario. Las definiciones en materia de nuevo Estado
y régimen territorial indígena salidas de ese evento muestran igualmente que la
élite indígena ha pasado de la etapa de la denuncia a otra, de propuesta y
liderazgo político.

Posteriormente se realizó la I Mesa Nacional de Paz Indígena (2002) previa a


la realización del Congreso de Paz y País. A partir de estos hechos, el intento
por unificar una política y unas estrategias ha sido más intenso por parte de las
organizaciones indígenas.
230
CONFLICTO ARMADO INTERNO Y VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS

Los resultados de esa iniciativa son todavía poco visibles, salvo la presencia
más fuerte del Consejo de Paz indígena en las regiones críticas de violencia
política. Pero eso no reduce la importancia de las decisiones tomadas, en
particular la referente a cómo se pensaban frente al conflicto.

La elaboración de interpretaciones multi-causales, menos deterministas, ha


permitido a las organizaciones indígenas un papel más relevante en el contexto
nacional, a pesar de la ruptura de las negociaciones con las FARC, y proseguir
con su estrategia en el marco de la intensificación del conflicto. De hecho, el
reciente juicio realizado en febrero de 2004 por las autoridades indígenas del
norte del Cauca agrupados en la ACIN, a varios miembros de las Fuerzas
Militares, indica que el modelo de profundización de la autonomía territorial
como estrategia de construcción de paz se ha mantenido.

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

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Entrevistas

Arias, J. Entrevista personal. Noviembre 2004.

Arlantt, B. Entrevista personal. Noviembre 2004

241
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Caballero, J. Entrevista personal. Junio 2004

Camayo, M. 2004. Entrevista personal. Junio 2004.

Ríos, A. Entrevista personal. Junio 2004.

Prensa Escrita Consultada:

Diario El Tiempo

Agencia Colombiana de Noticias Colprensa

El Meridiano

Diario El Colombiano

Diario La Patria

Semanario El Espectador

242
ANEXO 1

RESPUESTAS Y PROPUESTAS INDÍGENAS AL


CONFLICTO ARMADO EN COLOMBIA

243
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

La siguiente es una síntesis de las iniciativas, propuestas, planes, acciones


puntuales, definidos por las organizaciones indígenas colombianas, en el Congreso
de los Pueblos Indígenas de Colombia realizado en Cota en 2001 y en la I
Mesa de Paz y Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas realizada en 2002.
Estos componentes de la estrategia fueron ratificados en la II Mesa de Paz y
Derechos Humanos celebrada en julio de 2004.

1. Criterios para la búsqueda de la paz


y de respuesta al conflicto

• La violencia no es un problema generado sólo por la confrontación armada,


sino que es producto de políticas económicas e incumplimientos del Estado
frente a los derechos indígenas, a los acuerdos hechos con nuestros pueblos y
con las demás organizaciones sociales y en general con el incumplimiento a una
vida digna para el resto de la sociedad colombiana. El Estado ha sido causante
y cómplice con la guerra.

• Los pueblos indígenas venimos trabajando en la consolidación de nuestras


autoridades y en la defensa territorial, por ello frente a la situación de conflicto
nuestras estrategias principales son el fortalecimiento de los gobiernos indígenas
y el control territorial.

• La posición de autonomía que defendemos los pueblos indígenas no significa


que nos aislemos del resto del país; y mucho menos frente al conflicto armado.
El conflicto se da en nuestros territorios, se presiona a nuestros jóvenes y en
general a toda la comunidad, se disputan nuestros recursos; es imposible que
no tomemos una posición de defensa de nuestros intereses, vidas, territorios y
culturas.

• La paz es necesario construirla con la participación de todos. Estamos por


una solución negociada al conflicto. Pero, la paz no puede entenderse como
silencio de las armas, sino como garantía de los derechos colectivos de los
pueblos y en general de todos los colombianos. Una política de paz es para
nosotros el respeto de nuestros planes de vida o permanencia cultural.

• Fortalecer la identidad cultural y el pensamiento propio de los pueblos como


la principal fortaleza hacia la unidad, la defensa de nuestros derechos y el
planteamiento de propuestas de paz para el país y para las comunidades. En
244
RESPUESTAS Y PROPUESTAS INDÍGENAS AL CONFLICTO ARMADO EN COLOMBIA

ese sentido, acudir a los mayores, a los viejos, a los médicos y autoridades
tradicionales, taitas, chamanes, sabios, jaibanás, para su consejo en la atención
a los problemas generados por la guerra.

• En todo momento -en circunstancias de negociación o interlocución, o en


ausencia de ellas-, al Estado, a los paramilitares y a la insurgencia debe seguir
exigiéndosele el respeto a los derechos civiles, políticos, sociales, económicos
y culturales (en cabeza del Estado), así como el acatamiento pleno del Derecho
Internacional Humanitario DIH; se seguirá exigiendo la salida de nuestros
territorios y no convertirlos en zonas de guerra, la devolución vivos de los
dirigentes y líderes secuestrados, así como el no reclutamiento (forzado o
“voluntario”). Especialmente al Estado se le exige cumplir el Convenio 169 de
la OIT y asumir la investigación y esclarecimiento de los hechos violatorios de
los Derechos Humanos y Colectivos de los pueblos indígenas y castigo a los
responsables.

• Siendo víctimas de todos los grupos armados, los indígenas hemos optado
por oponer resistencia ante todos ellos, pero no por medio de las armas sino
ejerciendo pacíficamente el control comunitario y la autonomía en nuestros
territorios. El haber resistido muchas guerras durante quinientos años, el arraigo
territorial, el contar con autoridades propias, con tradiciones ancestrales de
afirmación y protección étnica, con organizaciones sociales consolidadas, y con
la solidaridad de otros sectores a nivel nacional e internacional, son algunos de
los fundamentos de la resistencia comunitaria de nuestros pueblos ante el actual
conflicto armado.

2. Posición compartida sobre la paz y


los derechos humanos

• El Congreso de Cota es un primer paso para la construcción de una plataforma


común de paz.

• Sistematización de las conclusiones de los Congresos Nacionales, Juntas


Directivas, Congresos Regionales, Foro Ideológico Nacional.

• Mantener y ampliar los espacios de encuentro, articulación y de intercambio


de experiencias entre pueblos y comunidades.

245
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

• Encuentros de las organizaciones regionales de cada una de las Áreas de


atención humanitaria especial y las Áreas de prevención, de seguimiento a la
problemática de derechos humanos.

• En materia de paz y derechos humanos, privilegiar las acciones conjuntas


(movilizaciones, declaraciones, demandas) de todos los pueblos.

• Trabajar para que los dirigentes indígenas que ocupan cargos en corporaciones
e instituciones públicas se articulen con las autoridades y organizaciones.

3. Alianzas con otros sectores sociales populares

• Impulsar junto al conjunto del movimiento popular una Alianza para la


Paz -a partir de la definición de criterios e intereses comunes- que defienda una
propuesta alternativa de paz, abierta, de cara al país, donde tengamos el derecho
de decirle a los grupos armados y al Estado lo que pensamos y queremos en
relación con la paz, y el derecho de decidir sobre el tipo de sociedad al cual
aspiramos.

• Impulsar eventos de convergencia donde participen los campesinos, negros,


trabajadores, mujeres, amigos de otros países, ONG, para mantener viva la
propuesta de paz.

• Los indígenas, aunque estén muy unificados, no pueden afrontar solos este
problema. Se requiere hacer alianzas con otros sectores sociales interesados
en una solución política al conflicto armado, especialmente con personas,
organizaciones y entidades nacionales e internacionales que han sido solidarias
con el movimiento indígena.

• Establecer de alianzas y coordinación institucionales con organismos


defensores de derechos humanos.

• Trabajar en la política de hermanamiento entre movimientos sociales con


identidad y principios para superar procesos coyunturales, garantizar una
estrategia partir de la unidad frente a la diversidad.

• Realizar un análisis de las problemáticas que nos afectan y las diferencias en


el ámbito local y regional, como una forma de acercarse a la convivencia y
afianzar las alianzas.

246
RESPUESTAS Y PROPUESTAS INDÍGENAS AL CONFLICTO ARMADO EN COLOMBIA

• Mantener un contacto permanente entre las organizaciones y los pueblos


indígenas de Colombia y del exterior.

4. Compromisos humanitarios por parte de los grupos


armados, que incluyan particularmente el respeto a los
territorios y a los pueblos indígenas

• Mantener mecanismos de interlocución con todos los actores armados que


están dentro de los territorios indígenas (guerrilla, paramilitares, ejército, etc.),
para exigir el respeto a los derechos de nuestros pueblos, bajo los principios de
Autonomía, Identidad y Territorio. Deben hacerse con pleno conocimiento de
la sociedad nacional, los organismos internacionales y el Estado, con el fin de
disminuir riesgos y señalamientos; preferiblemente deben ser acompañados por
organismos humanitarios y adelantarse con veeduría internacional. Los
acercamientos solo deben tener el carácter humanitario; no se negociarán nuestros
derechos legítimos.

• Realización de Misiones Humanitarias y/o Encuentros de distensión entre los


actores del conflicto, para la búsqueda de soluciones de corto plazo frente a las
agresiones contra las comunidades, por parte de los actores armados
(paramilitares, ejército, y subversión).

5. Autonomía y control social

• El gobierno indígena debe ser la autoridad que oriente a las comunidades.


Respeto a las formas de gobierno propio y difusión de las medidas tomadas por
las autoridades indígenas.

• Aplicación plena del derecho indígena, el control social y el ejercicio real de


la justicia indígena. Conocimiento, reflexión y apropiación de la jurisdicción
indígena, y ratificar la no negociación o renuncia de los derechos adquiridos
ante ninguno de los actores armados.

• Fortalecer la convivencia y los mecanismos de resolución pacífica de los


conflictos internos.

• Fortalecer y ampliar donde sea necesario y posible las diferentes experiencias


de la guardia indígena (o alguaciles).
247
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

• Aplicar el control social principalmente a los líderes indígenas, para que el


ejemplo permita educar a los jóvenes, que son los más vulnerables. Igualmente
fortalecer el control a algunas autoridades y líderes que delegan las funciones
de justicia y control a los grupos armados y al Estado.

• Impulsar la aprobación reglamentos indígenas donde se reconocen principios,


criterios, que nos diferencian claramente de la filosofía de los grupos armados,
los partidos políticos y el actual Estado colombiano.

• Impulsar acciones directas de las autoridades indígenas para la búsqueda y


rescate de miembros de las comunidades retenidos por los grupos armados.

6. Planes de resistencia, que deben acoplarse a los


Planes de Vida de los pueblos y comunidades

• Espacios de discusión en temas de resistencia cultural y estrategias desde lo


organizativo; intercambio de experiencias en temas de control social interno y
relaciones interétnicas; opciones a la población juvenil (grupo etáreo más
vulnerable); apoyo a los planes de vida indígenas para la adopción de estrategias
de sensibilización y orientación a la juventud indígena en relación con los actores
armados; mantenimiento e instalación de redes radio-telefónicas o telefónicas.

• Consolidar la base económica y alimentaria, pues ante situaciones de


bloqueo alimentario permite a las comunidades contar con un elemento
estratégico en la resistencia, de manera que puedan subsistir en sus territorios
aunque los actores armados les impidan la salida a comprar alimentos o medicinas.
Los proyectos económicos y de producción alimentaria deben priorizarse a la
entrega de alimentos.

• Los planes de Resistencia deben tener en cuenta, además de los elementos


propios de cada cultura, el fomento a proyectos de reconstrucción de identidad
cultural, el apoyo a las prácticas de la medicina tradicional y etno-botánica, la
recuperación y protección de sitios sagrados, los rituales de agradecimiento y
pagamento a la naturaleza, la medicina tradicional. Priorizar en los proyectos
educativos la formación para dirigir los problemas asociados al conflicto armado,
el estudio y divulgación de los derechos constitucionales y legales que protegen
a los pueblos indígenas, la situación de los pueblos indígenas en relación con la
guerra, caracterización del desplazamiento indígena, así como de las experiencias
de resistencia. Conformación y el fortalecimiento de las escuelas de formación
de líderes indígenas.
248
RESPUESTAS Y PROPUESTAS INDÍGENAS AL CONFLICTO ARMADO EN COLOMBIA

• Mejoramiento de las relaciones inter-étnicas. Es fundamental mantener


condiciones de acercamiento, diálogo y construcción de iniciativas que
empoderen a las comunidades y les permita ir construyendo de manera autónoma
respuestas contra la guerra, en la perspectiva de mantener la cohesión social y
la permanencia en los territorios.

7. Desarrollar iniciativas de respuesta y atención


de comunidades víctimas de la violencia

• Constitución de áreas de protección y prevención humanitaria especial.

• Promover la elaboración colectiva de Planes de Emergencia para evitar


situaciones sorpresivas, lo que implica definir acciones a emprender en caso
de situaciones críticas, responsabilidades, medidas propias de seguridad,
activación de alarmas y contactos, solicitud de acompañamiento, actualización
de directorios de instituciones, amigos, organismos internacionales, instituciones
gubernamentales y no gubernamentales.

• Preparar y definir Planes de retorno de los desplazados. Se debe exigir


voluntariedad, dignidad, protección y no repetición; la solución a las demandas
de legalidad de la tierra como condición indispensable en el retorno a las mismas
o la compra, titulación y adjudicación de otras a la comunidad en caso de
reubicación. Exigir del Estado condiciones de protección humanitaria para el
retorno y, por parte de las organizaciones, cabildos y autoridades indígenas
tomar las precauciones del caso para garantizar dicha protección.

• Conformación de redes de comunicación y apoyo a partir de los recursos de


las organizaciones, que incluyan el acompañamiento y refugio a los compañeros
en situación de riesgo, intercambio entre resguardos, visitas y acompañamiento
de organizaciones sociales y ONG humanitarias, sistema de alerta interno en las
comunidades. Constitución del Fondo Especial Indígena de
Protección en DH. Acompañamiento directo por parte del Programa de DH de
la ONIC a líderes, dirigentes y asesores, en las situaciones de desplazamiento
forzado por amenazas y situaciones de riesgo inminente, de sus sitios de trabajo/
vivienda a refugios temporales.

• Puesta en marcha de una diplomacia internacional indígena para fortalecer la


cooperación internacional en Derechos Humanos. Para la protección de los
indígenas juega un papel muy importante la solidaridad internacional en términos
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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

de ayuda material, acompañamiento humanitario, denuncias y diplomacia ya


que la presión internacional es algo que preocupa al Estado y a los grupos
armados, especialmente por las posibles consecuencias de condenas por la
Corte Penal Internacional. Desarrollar acciones y hacer presencia en instancias
de la Unión Europea, las Naciones Unidas, la OEA, los Estados Unidos. Invitar
al Relator de las Naciones Unidas para Pueblos Indígenas. Acudir a la Comisión
de Derechos Humanos de la ONU.

• Ampliación del acompañamiento humanitario, con organismos civiles y


personalidades (iglesias, misiones internacionales, etc.).

• Implementar un sistema en las comunidades para detectar la presencia de


grupos armados, y alertar a las comunidades para que puedan proteger sus
vidas y bienes. Establecimiento de un Sistema de Alerta Temprana en territorios
indígenas.

• Presencia permanente de Equipos de Campo, con distintivos especiales y


reconocimiento de las autoridades, en cada una de las áreas de protección
humanitaria especial. Alertar a las regiones en dónde aún no se ha agudizado el
conflicto.

• Impulsar que por cada indígena violentado se haga un pronunciamiento a


nivel nacional e internacional. Llevar una memoria escrita de las denuncias ante
el Estado.

• Convocatoria a Asambleas Permanentes, cabildos abiertos, como forma de


responder a la toma de los pueblos, los retenes de los actores armados y
acciones militares diversas.

• Mantener la utilización de los mecanismos nacionales de protección (y los


espacios inter-institucionales de seguimiento). Participación en la Comisión
Nacional de Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas (creada por Decreto
1396/96). Convocatoria a la constitución de una Comisión Mixta de Seguimiento
de la problemática de derechos humanos de los pueblos indígenas.

250
RESPUESTAS Y PROPUESTAS INDÍGENAS AL CONFLICTO ARMADO EN COLOMBIA

8. Conformación de un Sistema de Información en


Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas.

• Diseño y montaje de Base de datos geo-referenciada.

• Establecimiento de Observatorios regionales de la problemática en DH, donde


confluyan las organizaciones indígenas regionales, organizaciones sociales y
organismos de derechos humanos.

• Realizar acciones jurídicas de seguimiento.

• Gestionar la utilización de los espacios masivos de comunicación como son la


radio, la prensa y, la televisión.

9. Conformar una Escuela en Derechos Humanos y


Derechos Indígenas

• Diseño de un Programa Curricular en Derechos Indígenas y Derechos


Humanos, en los cuales se incluirán prioritariamente las siguientes temáticas:
derechos indígenas territoriales, a la jurisdicción y al gobierno, y a la integridad
étnica; derecho internacional humanitario y derechos humanos; historia del
conflicto que vive el país y el estado actual del mismo; y la resolución de conflictos.

• Formulación, dinamizada por el Programa de DH de la ONIC y a partir de


los escenarios de seguimiento comunitario regional, de una propuesta conceptual
propia sobre los derechos políticos y civiles, económicos, sociales y culturales
de los pueblos indígenas.

• Mantener un proceso permanente de capacitación, interlocución y de apoyo


a las comunidades y organizaciones indígenas: constituir escuelas de formación
para líderes; análisis de los conflictos internos de las comunidades indígenas y
con el Estado; contar con materiales de apoyo, equipos, documentos; sistematizar
toda la información sobre pueblos indígenas y por regiones y las denuncias que
existan al respecto de la violación a los Derechos Humanos y al D.I.H.

251
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

10. Realizar acciones globales

• Preparar una gran movilización nacional por la paz y derechos que afecte los
sectores de la economía nacional. La lucha indígena es pacífica, pero así mismo
no es posible seguir pasivos mientras nos siguen matando. Si no nos respetan
los derechos, debemos pensar en hacer un gran levantamiento indígena y
social; un levantamiento de nuestros pensamientos y de nuestras acciones.

• Campaña Nacional e Internacional por la Vida y la Autonomía de los


Pueblos Indígenas.

• Campañas regionales por los pueblos en riesgo. Realizar acciones de apoyo


especial y de solidaridad con los pueblos en situación de grave riesgo.

• Juicio político al Estado –desde la justicia indígena— por los atropellos


históricos, la discriminación y el exterminio sistemático de pueblos indígenas.
Sin renunciar a nuestro derecho para llegar a los tribunales internacionales para
judicializar los crímenes contra nuestras poblaciones y bienes.

11. Sobre mecanismos de coordinación

• Conformar una Mesa de Trabajo Indígena para la Paz, que lidere la búsqueda
y movilización por la paz en Colombia, y que adelante procesos de interlocución
con los actores armados y con el Estado en defensa de los derechos de los
pueblos indígenas.

• Crear Consejos Regionales Indígenas de Paz. Organizar Mesas de Paz y


otros espacios de paz en el ámbito regional.

• Conformar el Consejo Nacional de Paz. Esta es una instancia organizativa


nombrada por la Mesa Nacional de Paz con el fin de desarrollar los acuerdos y
conclusiones de la Mesa nacional de Paz. Este Consejo Indígena de Paz se
conformó con cinco representantes de las principales zonas indígenas del país,
teniendo en cuenta a las organizaciones representativas de esas zonas: ONIC,
AICO y OPIAC. Aunque la Mesa Nacional Indígena de Paz decidió que fueran
cinco personas debido a su funcionalidad, dejó a criterio de las organizaciones
indígenas si querían enviar más representantes a este Consejo Indígena de Paz.

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

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ANEXO 2

MAPAS DE VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA


INDÍGENAS 1974-2004

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

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ANEXO 3

REGISTRO HISTÓRICO DE HECHOS DE


VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS
INDÍGENAS EN COLOMBIA

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

Advertencia sobre las cifras

El registro que se presenta, base del Sistema de Información Geográfica de


Pueblos Indígenas de CECOIN, esencialmente es resultado de una revisión
sobre violencia política y desplazamiento en pueblos indígenas. Como quiera
que es una información dispersa y fragmentaria que debe ser consolidada, se
trata de una aproximación parcial, que permite observar los vacíos en la propia
información disponible y algunos rasgos centrales del fenómeno a escala nacional.

Para su elaboración se ha acudido a las fuentes disponibles sobre violencia


política contra pueblos indígenas, todas las cuales registran información basada
en parámetros diferentes. Salvo la información suministrada por las
organizaciones regionales indígenas y la Organización Nacional Indígena de
Colombia ONIC, no existe otra fuente en la cual al mismo tiempo haya registros
de los últimos 20 años, se individualicen las violaciones y las víctimas, y se
refieran específicamente a pueblos indígenas. La revista Noche y Niebla del
Banco de Datos de Derechos Humanos del CINEP y Justicia y Paz -que lleva
reportes desde 1996, y es continuadora de los reportes que Justicia y Paz elaboró
desde 1988- no registra en todos los casos la pertenencia étnica de las víctimas;
por su parte, la información que publica la Fundación Hemera desde 1999 en el
periódico electrónico Actualidad Étnica no individualiza las víctimas.

En materia de desplazamiento la situación es similar: la Red de Solidaridad


Social no suministra información sobre pertenencia étnica de los desplazados y
solo hasta el 2003 adoptó una política para incluir la variable genérica “indígena”,
en el marco de un acuerdo con CODHES y la Pastoral Social de la Iglesia
Católica, en el cual participó la ONIC; la Consejería para el Desplazamiento y
los Derechos Humanos CODHES recientemente ha incorporado la variable
indígena para capturar información y viene trabajando con la ONIC para
profundizar sobre este tema; y la Pastoral Social no suministra información
discriminada por años o que indique pertenencia étnica, salvo el genérico
“indígena”.

Como resultado de este hecho, las bases de datos disponibles por definición
adolecen de un sesgo étnico negativo, que obliga a reconstruirlas incluyendo
variables como pueblo indígena, resguardo, rol comunitario de las víctimas; en
materia de desplazamiento es inexistente una información sobre trayectorias,
retornos y reubicaciones tanto para los grupos y comunidades desplazados,
como para los casos individuales. Y para ambos casos no se cuenta con un
registro cronológico que cubra por lo menos la última década.
292
REGISTRO HISTÓRICO DE HECHOS DE VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA

Pero las fuentes primarias indígenas presentan varias dificultades adicionales:


utilizan descriptores de los eventos poco elaborados y dependientes de las
necesidades políticas de la denuncia, identifican de manera difusa los autores
responsables como mecanismo de protección, y tienen un evidente subregistro
típicamente comunitario. En efecto, los casos diferentes al homicidio, la
desaparición, el secuestro y los notorios desplazamientos masivos, tales como
las amenazas, los heridos, los bloqueos y los reclutamientos constreñidos, que
constituyen problemáticas generalizadas y crecientes (y que están a la base de
muchos eventos de desplazamiento forzado), no son reportadas de forma regular
fundamentalmente por razones de “sobrevivencia” o como mecanismo de
protección comunitaria, y en algunos casos por acuerdos políticos con los actores
armados38 ; con mayor razón, las autoridades y organizaciones indígenas no
reportan (y muchas veces no consideran hechos relevantes) la propia presencia
de actores armados en sus territorios y la ocurrencia de combates y otros actos
bélicos lícitos que igualmente impactan sobre las comunidades.

A ésto hay que agregar una pobre “cultura de la información” en la mayoría de


las organizaciones indígenas, que han considerado el registro concienzudo y
sistemático como una actividad promovida por diversas instancias (estatales,
privadas e indígenas) para eludir sus responsabilidades de prevención. Esta
mentalidad tiene excepciones notables en las organizaciones con mayor desarrollo
organizativo y político, que al mismo tiempo producen un sesgo en la información.
El registro regular sobre los casos ocurridos en la región de Urabá (Antioquia,
Chocó, Alto Sinú), contrasta con el pobre registro existente sobre la Sierra
Nevada de Santa Marta, donde el genocidio contra los Kankuamos parece
ocultar totalmente la problemática que viven los otros pueblos y de la cual se
tiene noticia; contrasta igualmente con el registro disperso de la problemática
del Putumayo. Una poderosa razón para que esto ocurra es que mientras en el
Urabá la situación viene siendo monitoreada por la OIA, la OREWA y los
Cabildos Mayores Emberá Katío de Río Verde y Río Sinú que consideran el
registro y la denuncia como parte de sus actividades regulares, las autoridades
indígenas de la Sierra argumentan que se trata de una estrategia occidental poco

38
En el marco de la consolidación del Sistema de Información DH/DIH de la ONIC, los
coordinadores encontraron esta respuesta en la mayoría de las regionales. (Tulio Montaño,
2004. Comunicación personal).

293
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

relevante para sus estrategias políticas tradicionales, y la Organización Zonal


del Putumayo OZIP se ha mantenido en una larga crisis interna que ha hecho
difícil el esfuerzo realizado sobre la materia los últimos años39.

Por su parte, la debilidad organizativa de los pueblos de la Orinoquia y Amazonia


tiene también su impacto en los registros existentes, donde no aparecen los
cientos de indígenas reclutados por las organizaciones armadas, ni los
desplazamientos ocurridos en los años ochenta en el marco de la bonanza
coquera en el Amazonas y Guaviare; la Asociación Latinoamericana para los
Derechos Humanos ALDHU publicó recientemente un informe en esa dirección,
pero advierten así mismo que el registro logrado es claramente parcial. Resulta
particularmente débil el registro llevado por el Consejo Regional Indígena del
Tolima CRIT, que a pesar de su peso organizativo no cuentan con información
consolidada.

Estas dificultades en la calidad y cobertura de la información sobre la violencia


política y el desplazamiento forzado contra pueblos indígenas, tiene a su vez
todos los problemas de la información sobre violencia política en general. Hárvey
Suárez, en un ensayo comparativo de los sistemas de información sobre
desplazamiento existentes, refiere:

Las principales dificultades metodológicas (para el registro) están relacionados


con la alta movilidad de la población en situación de desplazamiento, que de
alguna manera se expresan en la dispersión e inestabilidad de los patrones
de residencia de la población desplazada, y a las estrategias de autoprotección
puestas en marcha por ésta. Dichas estrategias incluyen ‘el anonimato’, ‘el
silencio’ y la pérdida de historia personal y colectiva que por razones de
seguridad es preferible guardar, callar frente a la estigmatización a la que
con frecuencia es sometida la población desplazada como otra forma más
de victimización. Estos dos factores en la práctica traen como consecuencia
que muchas personas desplazadas no aporten información alguna a los
diversos sistemas de recolección de información existentes. Estas situaciones
generan un considerable sub-registro del total de personas que realmente se
encuentran desplazadas. (Suárez, 2001).

39
La OZIP desde 2001 viene trabajando en la sistematización sobre desplazamiento indígena en
el marco de un convenio con la ACNUR y ONIC, y otro similar con Aldhu, que publicó un
trabajo al respecto. (ALDHU, 2004).

294
REGISTRO HISTÓRICO DE HECHOS DE VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA

A lo cual debe agregarse las diferentes estrategias de captura de información de


cada una de las instituciones encargadas, y que genera distorsiones: El Comité
Internacional de la Cruz Roja y la Pastoral Social llevan un registro de población
“efectivamente atendida”, lo que implica que no pretenden hacer un cubrimiento
de todos los eventos de desplazamiento; la Red de Solidaridad Social cuenta
con un sistema de fuentes contrastadas principalmente oficiales, recogidas por
35 de sus centros en el país, que tiene limitaciones de cobertura y sufre del
subregistro producido por la falta de confianza que tiene entre las víctimas; y
CODHES y el Banco de Datos de Cinep y Justicia & Paz trabajan principalmente
con fuentes secundarias, principalmente periódicos nacionales y regionales,
debiendo correr con todos los riesgos del tratamiento periodístico a la violencia
política.

Teniendo en cuenta todos estos elementos, para consolidar una base de


información única indígena se utilizan las categorías de violencia política
desarrolladas por el Banco de Datos de Derechos Humanos del CINEP y Justicia
y Paz en su última etapa, así como a las específicamente elaboradas por
CODHES y ONIC para hacer seguimiento al desplazamiento y confinamiento
forzados. La información que ha servido para alimentar y ajustar una base común,
tiene como fuente principal la reconstruida por la ONIC en años recientes en el
proyecto de Caracterización del Desplazamiento indígena y que abarca desde
el año 1985; así mismo, los reportes elaborados por la Asociación de Cabildos
Indígenas del Norte del Cauca ACIN, la Organización Indígena de Antioquia
OIA, la Organización Indígena Kankuama OIK, la Organización Regional
Emberá Wounáan OREWA, la Organización Regional Indígena del Valle del
Cauca ORIVAC y los Cabildos Emberá Katío del Alto Sinú, que cubre períodos
diversos desde mediados de los años noventa.

Adicionalmente, se sistematizó la información disponible en los periódicos Unidad


Indígena publicado por el CRIC hasta 1986 y posteriormente por la ONIC, y
el periódico Álvaro Ulcué, editado igualmente por el CRIC entre 1985 y 1992.
Para complementar y depurar esta información se ha cruzado con la suministrada
por el Banco de Datos de Derechos Humanos del CINEP y Justicia & Paz en
su revista Noche y Niebla, que cubre entre 1997 y 2003, cuyo elemento
articulador con la información de las organizaciones indígenas es el carácter
individualizado de las víctimas y de las violaciones de los derechos humanos;
también los boletines editados por Justicia & Paz entre 1988 y 1996. Así mismo,
a pesar de que no suministra nombres de las víctimas, se incluyó la información
publicada por la Fundación Hemera desde el año 1999 para contrastar una
295
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

cronología de los hechos, y su información más discriminada publicada los dos


últimos años. Otras fuentes que han alimentado la base han sido informes del
Ministerio de Defensa, la Red de Solidaridad Social y el SISDES de CODHES
(especialmente para eventos de desplazamiento), El Tiempo y Colprensa. No
se cuenta con información de la Defensoría del Pueblo, salvo la que aparece en
sus boletines y documentos públicos.

La información sobre eventos de desplazamiento forzado es aún menos


sistemática. Se basa en datos suministrados por la ONIC (2003) en asocio con
CODHES, dentro del proyecto de caracterización del desplazamiento forzado
indígena realizado en 2001, que recoge información producida por la OIA en el
proyecto Diagnóstico y prevención del desplazamiento indígena en Antioquia
2001 (OIA-ACNUR), por la OIK y la OREWA. Sin embargo, el perfil de la
investigación (comunitaria, dirigida a diseñar planes de Emergencia y Resistencia)
produjo información centrada en las descripciones y análisis cualitativos del
desplazamiento masivo, sin poder contar todavía con un mapa de la extensión y
profundidad del fenómeno, ni la magnitud del desplazamiento individual o grupal-
familiar. Lo que se pone de manifiesto con ese trabajo es que, salvo la OIA y en
menor medida la OREWA, que venían haciendo un seguimiento al fenómeno
desde hacía algunos años, la totalidad de las organizaciones indígenas no llevaban
un reporte de los eventos de desplazamiento ni lo consideraban una problemática
urgente.

El problema más serio que tiene una investigación cuantitativa sobre las
tendencias del desplazamiento indígena es la debilidad misma de las cifras. Ni
la Red de Solidaridad Social, ni la Pastoral Social, ni Codhes, entidades que
tienen como misión institucional hacer seguimiento al desplazamiento, han logrado
reconstruir la historia del fenómeno; no obstante, sigue siendo una necesidad
para las organizaciones indígenas conocer en perspectiva en qué ha consistido,
cuáles intereses están detrás de cada uno de los eventos, cómo se relaciona
con otros fenómenos migratorios típicos de los pueblos indígenas, etc. El trabajo
pionero de ONIC, y los estudios de CODHES realizados en Chocó, Antioquia,
Bogotá y la frontera colombo-ecuatoriana, seguramente irán dando más pistas
sobre la materia. Por supuesto, la mayoría de esos interrogantes exceden los
propósitos de este registro inicial. Con la información disponible se puede
presentar, no obstante, una geografía del fenómeno en términos del
desplazamiento masivo y del desplazamiento individual.

296
REGISTRO HISTÓRICO DE HECHOS DE VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA

Esta información se ha cruzado con la producida por CODHES, Red de


Solidaridad Social, Noche y Niebla y El Tiempo. Similar a la información general
sobre violencia política, se contrastó la cronología con la suministrada por la
Fundación Hemera. Para efectos de una mirada general del desplazamiento, se
incluyeron datos sobre desplazamiento indígena de la Pastoral Social entre 1997-
2003, que no individualiza ni señala pertenencia étnica; así mismo, como
referencia la base tiene el Registro Nacional de Población desplazada por la
Violencia que elabora la Red de Solidaridad Social, aunque no incluye datos
discriminados por poblaciones indígenas.

A pesar de todo lo anterior, CECOIN es consciente de que sigue existiendo un


enorme vacío en el registro sobre violencia política contra los pueblos indígenas
en Colombia. Este Anexo es un panorama provisional que deberá ser ajustado
y depurado en el curso de permanentes procesos de reconstrucción de la
información. Una de las tareas que competen a las organizaciones indígenas y a
las organizaciones civiles que las acompañan en sus luchas, es justamente
contribuir a completar este esfuerzo.

297
VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

298
ANEXO 4

VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA PUEBLOS


INDÍGENAS 1974-2004 VÍCTIMAS DE
VIOLACIONES A LOS DERECHOS
HUMANOS E INFRACCIONES AL DIH

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 1

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CUADRO 2

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 3

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CUADRO 4

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CUADRO 5

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CUADRO 6

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 7

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CUADRO 8

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CUADRO 9

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CUADRO 10

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CUADRO 11

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CUADRO 12

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CUADRO 13

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CUADRO 15

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CUADRO 17

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CUADRO 19

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CUADRO 21

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CUADRO 23

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CUADRO 25

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CUADRO 27

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CUADRO 33

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CUADRO 71

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CUADRO 73

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CUADRO 75

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CUADRO 77

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CUADRO 79

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CUADRO 81

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 83

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 85

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CUADRO 87

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CUADRO 89

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CUADRO 90

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 91

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CUADRO 92

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 93

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CUADRO 94

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 95

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CUADRO 96

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 97

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CUADRO 99

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CUADRO 100

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 101

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CUADRO 102

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CUADRO 103

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CUADRO 105

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 107

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CUADRO 108

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 109

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CUADRO 110

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 111

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CUADRO 112

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 113

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 115

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 1117

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

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CUADRO 121

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 127

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 129

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CUADRO 131

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 133

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CUADRO 135

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 137

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CUADRO 139

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CUADRO 145

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CUADRO 147

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CUADRO 149

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CUADRO 151

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CUADRO 152

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

CUADRO 153

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CUADRO 155

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VIOLENCIA POLÍTICA CONTRA LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 1974-2004

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CUADRO 158

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