42 REVISTA MODERNA.
UN VIAJE DE BODAS.
Yolaba el tren sobre su doble cinta de acero. La
niebla que habia opacado las primeras Iuces del al-
ba, se desvanecia bajo el sol vencedor cuyos aureos
dardos chocaban rompiéndose en viva policromia
en los cristales ¥ remates metilicos de nuestro enor
me carro, remoleado con furia 4 lo largo de Ja Ia
nura escueta y secamente melancélica. Orujia y 4
las veces silbaba la locomotora con plafiidero acen-
to de bestia castigada, que atin mas honda hacia la
solemnidad del desierto fronterizo. Ni un hombre,
ni una res, ni un arbol en Ja Inmensa extensién he-
vida por el monstruo vibrante, empenachado de ne-
gro humo que tirado al viento 4 lo largo de la li-
nea recorrida, en grandes volutas semiobseuras, to-
cadas 4 fuego por la luz, se deshacian en la transpa-
rencia del aire. Los conductores recorrian los ca~
yros del convoy revisando tickets. Los. pasajeros
contemplabamos por las abiertas ventanillas !a tris-
teza de aquellos terrenos'sin-aproveebamiento. De
pronto un grueso empleado yankee dijo, dirigién~
ose 4 una linda mujercita, graciosamente vestida
de viaje.
— Ticket?
La rubia de aterciopelados ojos, los tij6 bajo el
dosel blondo de su eabellera que se escapaba del
sombrerillo en rizos de oro hasta las cejas megtas,
y vepitis.
—TFieket?
— Yes, ticket, dijo el conductor.
Volvidle & mivar la joven y como dicho sélo para,
si misma, murmuré:
Si lo he perdido!
El obeso empleado seguia con la mano destendi
da hacia ella, diciendo:
(No tickel? gNo ticket?
Bu los ojos de Ja guapa mujercita querian como
saltarse Jas Iigrimas.
—=2No ticket?
Mas animada dijo con voz clara:
—Lo be perdido con mi saquito ae mano.
Mi no entiende, replicéle 61; y levanté Ia dies-
tra en ademan do Hamar para que el tren se detu
‘a, afiadiendo bruscamente:
“Si no tienes ticket, abaco; si no tienes ticket,
abace.
“Todos los pasajeros nos incorporamos en defen:
sade la joven, pero no tan rdpidamente como un
charro, moceton hasta de veinte aios, moreno, de
frabes ojos y fino bozo negro bajo la aguileia na-
riz de amplias fosas méviles como las de los corce-
les de pura raza.
—Tieket? dijo, ya junto y frente al conductor,
tenga Ud, insolente; y le alargé un Dillete de Ban-
co, euyo cambio devolvié el obeso empleado con el
ticket, exclamando:
AU right, alejdndose Iuex0 con st enorme ab-
domen que parecia un aventador de obstaculos 4
A Jnsus B. Lusan.
ja moda ferrocarrilera. La muchacha decia en
‘tanto:
“Gracias, gracias, con las manos en el semblan-
te, dejando correr sus ligrimas entre sus deditos
enguantados.
Senor, balbutié después levantando Ia frente:
ava Ud. 4 Chihuahua?
—No, sefiorita, contesté él
—;Pere cémo pagarle & Ud. entonces? gA dénde
puedo enviarle ese dinero cuando legue 4 mi casa?
—Sefiorita, replies él, sentindose 4 su lado, eso
no vale nada y es para mi una caricia de mi buena
suerte el haber tenido oportunidad de servir 4 Ud.
re su Manto,
ua rayito de sol rompiendo Ia Iluvia. Y siguicron
conversando cada vez en vox mis y mas baja.
Préximo 4 ellos pereibia yo algunas frases: Era
ella de Chihuahua, Habia venido 4 México con su
madre, enferma desde la muerte de su papa, Ia ha
bia perdido desgraciadamente 4 pesar de médicos
yemedicinas, y regresaba sola 4 su tierra, & donde
Yenian algunos intereses, porque... era sola, ente-
yamente sola. En el mismo tren, el primer dia de
Viaje, se le habia extraviado su saquito (me lo han
sobado, dijo) en que Nevaba su ticket—recaled 10
palabra—y su dinero. Luego, sacudiendo con deli-
cada gracia su cabeza de arcingel, ya secas las l-
grimas
—Mi no entiende, abaco, murmuré, dilatando
desmesuradamente Jas negras pupilas sobre la Ila-
nara interminable @¥ qué hubiera hecho yo,
sola, alli abaco? agregé estremeciéndose ante la
torva soledad que se extendia & sus ojos; y como
que se aproximé, refugidndose, 4 su interlocutor.
Mas y mas bajo. prosiguieron hablando, y no pu-
de percibir sino sus mutuas miradas cruzdndose
en rayos de luz con interferencias de sombra mis-
teriosa, mientras sonrefan sus labios encendidos,
deseubriendo el marfil purisimo de los dientes j
venes. Y seguiamos volando hacia el Norte 4 tra-
Vés de In Hanura y do los eseasos accidentes del ca-
imino monétono, envueltos en una no interrumpida
vitaga de polvo.
—Gémez Palacio, legé Ua., dijo, tendigadole la
mano con tristeza.
No, con!
escudero—
8a, sefiorita.
"Pero eso no puede ser.
—On! perfectamente.... Ficiet! y esti he
La rubia gonrié agradecida, voivid el tren 4 su
carrera y ellos i sus miradas, a sus sonrisas yf
sus frases imperceptibles.
—Chi-jia—jia, gritd el oxtranjero conductor. Ba-
javonse algunos viajeros.
Ellos no. gQué habia pasado?..
Chihuahua. Serd su
i eso cabe en ferrocarril--hasta su c:REVISTA MODERNA. 43
En Cindad Juarez descendieron del tren & Ja vex
que yo, y cogidos del brazo desfilaron por el andén,
serids ¥ callados, entre bullicioso grupo de pasaje
s locuaces.
Alinstalarme en el puléman del tren amexicano
que del Paso partia para New Orleans, miré a mi
arregante charro, disfrazado de catrin, con la bella
rubia de obscures ojos en uno de los singulos del
carro, ;Con qué confianza se trataban! jOh juven-
cud! ;Oh bell h amos! Vi levantarse en mime-
moria los hermosos dias en que el amor me protegio
también y sent, contemplindoles con los ojos entre
cerrados, manos que estrechaban mis manos, ejos
que se miraban en los mfos al mirarme yo en ellos,
roce de labios frescos en mis labios, dulce aliento
que perfumaba mi aliento, en medio del ensuesio
que tejia y destejia bajo na Iuvia de pétalos ro
sa con mis recuerdos jay! muy_Iejanos, pero mus
vivos en aquellos momentos. ¥ yano hablaban it
hurtadillas. gPara qué?_Alli no se conversaba sino
en Inglés. Ellos no sabian el inglés. ¢Por qué ha-
Dian de entender su castellano aquellos fgurones
de tapiceria que les rodeaban? Y yo seguin saho-
reando, casi escondido en la penumbra, las frases
de mie! de abeja de nuestra lengua en los deliquios
amorosos de dos almas virgenes,
panal inagotable del Amor, trav!
cuelo y fecundo como un
1Qué epaniforns Ins de aquella conversacion rit
mica! Todas Ias cliusulas comenzadas con la iais
ma frase magica, vuelta y devuelta como la velox
mariposa de un volante, de los unos labios i los
otros, velada apenas entre risas sofladoras. ‘To
amo!'Te amo! Oh Rey Sabio! Oh Villena! Oh Man
rique! Oh Garcilaso! Oh Lope! Oh eastellano! sacra
lengua inmortal dol amor y de la poesia!
De repente se enserié la damita rubia, Blondina,
le decia ¢
—eQué tienes? to pregunts.
—Tengo miedo, dijo, y se quedd mirindote in
tonsamente. El se puso serio también, y su mirada
de reflejos acerados se fundid por algunos instan-
tes en Ios reflejos negros punteados de oro de los
ojos de ella. Sus manos se busearon y se estrecha-
ron como ante una vision adversa; y de sibito, se
echaron 4 reir estrepitosamente. Tos tiesos yanlices
y las estiradas mésses volviévonse i miraries trios
pero sorprendidos de aquel parlotear y cantar ac
pajaros. Hilos no lo notaron. No vivian sino den-
tro de si mismos. Uua tejanita que tal vez chapu-
rraba en sti inglés un Jirén de espafiol de alin st
antepasado hispano, dijo maliciosamente i otra sit
coterranea:
—Son pichonas.
Oye, Joss, interroyaba ella, gpor qué habré yo
tenido miedo junto i U1? Te lo he dicho, estoy sola
en el mundo.
No, no, {interrumpi Gl, estabas sola antes de
encontrarme, ahora
Eso, eso, se apresuré & devir Blondina, estaba
hechas para el
mo wn chi-
sola, ya no. Pero Io que pasé hace poco, gsabes?.
tuve miedo por ti, no por mi, y te comuniqué mi
miedo; tit también tuviste miedo, gverdad?..... 2Qu
sera eso?.... Presagios? Mi padre no hizo feliz &
mi madre; mi madre, muerto él, no tuvo dia de sa-
Ind. Desde pegueria, no diré que he vivido triste,
sino entristecida. La tristeza no me brotaba deden-
tro, me venia de afaera, digo, del exterior se me
deslizaba al interior del alma. No s@, nunca he si-
do dichosa.... hasta que perdi el delet, y mis des-
pués que confiada teheseguido habiéndote desvia-
do de tu camino. Sin cl ficket ni nos hubiGramos ha-
hablado jamas.... ¢Crees en el destino, Jost?
—Blondina, ereo en ti. La verdad es que no soy
fatalista. Si hemos de creer en el destino ti y yo,
tenemos que juzgarle como el mejor amigo nues-
tro. Sin é1 no nos hubicramos conocido.
—Bueno, gy por qué tuviste miedo?
Yo, contests cl, yo. ... ey bi por qué lo tuviste?
Tit me lo sugestionaste & mi.
Yo! por ti, te he dicho, por ti, por Us y martilla,
ba Blondina repitiende, por tf
Explicate, dijole cl.
—Por ti. En medio de nuestras agradables pala-
bras, vicndome en tus ojos vi en el fondo de ellos
un puntito rojo que fue creciendo, ereciendo, has-
ta empaparte Ia mirada en sangre. No te he dicho
cine padre: asesinado. Pequeiiita yo,
eumndo Je Hovaron 4 casa, le vi eubierto de sangre
roja, roja como el puntita que vi on tus ojos y que
fas ereciende, creciendo hasta empaparte la mira-
da. Yo le tengo horror A Insangre, mucho horror.
—Blondina, no hablemos de estas cosas, Vuelves:
Aentristeeerte y eso me entristece a mi.
—Dices bien, hablemos de otra cosa, contests
Blondina, y volvieron i sus primeras frases de t61
tolas enamoradas, de pichonas, que deta la teja
ita
EI ten corria por Jas Hanuras del Sur de
tanto dinas Habia obseu
recitlo hacia tiempo y el porter comenzaba é pr
parar los camarotes para dormir.
plota habia tomado mi ex-charro, fué arregiada
desde Inego por el negro servicial & quien vi que
le deslizaba aquel algo en la mano: monedas sin
duda, A poco, indecisa, despidiése Blondina, reco:
giéndose en cl camarote de alvajo; vi el movimiento
de las cortinas corridas bajo las cuales se desnuda-
ba la joven. Quedése su companero alytin tiempo
sentado frente a su seceién, con los codos sobre las
rodillas, Ia cabeza entre Its manos, dexpuds se le.
vanté y desaparecio entre Ins cortinas que cubrie-
ron la foiletfe de noche de Blondina y
ensas que las nucstras,
jallecho m
Venus conduce a la beldad divin
Que mal esconde cl susto fatigoso.
Mirtilo, hablando quedo, 4 lla se inclina,
Y se oye un jay! mas el Pador euidoso,
Cierra del lecho In mupeial cortina
Dije con Latis G. Ortiz, » me fal A acostar de un
humar de todos tos diablos:
VALENZUEL