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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BUCARAMANGA

Grupo de investigación “Violencia, Lenguaje y Estudios Culturales”


Semillero de investigación Sujeto y Psicoanálisis
Relatoría de Psicoanálisis y autoridad, capítulo cuarto del texto Violencia escolar y autoridad: el
bullying desde la perspectiva psicoanalítica de Héctor Gallo.
Por Iris Aleida Pinzón Arteaga.

“Eso de cada quien que se resiste a ser simbolizado, que en cierta medida empuja al descontrol, a
no inscribirse en un deber ser, es lo que hace necesaria la invención de un sujeto, invención que si
bien implica tomar distancia de lo escrito como normatividad, no por ello supone una transgresión,
sino más bien una subversión creativa contando con lo establecido”

En Psicoanálisis y autoridad, capítulo cuarto del libro Violencia escolar y autoridad: el


bullying desde la perspectiva psicoanalítica, Héctor Gallo destaca la relación entre la instalación
contemporánea de un régimen de descreencia en el Otro y el reforzamiento de la violencia en niños
y adolescentes, problemática que asocia a las diferentes modalidades desde las que se asume la
autoridad. Así, a manera de ejemplo, menciona que un educador identificado con la función de
poder que le es atribuida o con un ideal que sus alumnos deberían seguir, fácilmente se conduce a
la ilusión tiránica de querer reglamentarlo todo, aislando, excluyendo o sancionando a todo aquel
que desafíe el sistema establecido; sin embargo, ese algo que siempre se escapa, ese resto que no
deja de hacer objeción y que Lacan nominó como objeto a, revela rápidamente la impostura, la
imposibilidad de sostener la posición rígida que se ostenta.

A la luz de lo anterior, el autor se pregunta por aquello que constituiría una autoridad
“deseable y posible”, destacando que esta deberá partir por hacer de la impotencia frente a lo
imposible de controlar una posibilidad de invención para cada caso. En consecuencia, más que
comportar una inflexibilidad o el ejercicio de la intransigencia, se trataría de ser firme, de estar
implicado desde el punto de vista de los principios; lo que, a su vez, obliga al otro a tomar posición,
haciendo posible la inscripción de su propio deseo, el paso de ser deseado a ser deseante.

Seguidamente, Gallo profundiza en lo que la práctica analítica puede aportar al abordaje del
acoso escolar, partiendo por precisar que, tanto acosador como acosado, están capturados por un
goce que se resiste al desciframiento, que no deviene sintomático en tanto no resulta incómodo, no
interroga ni concierne. Del lado del niño acosador, ha caído la relación con el ideal del yo y, junto
con esta, los límites simbólicos que encuadraban sus relaciones con pares y superiores; a estos
últimos no les supone ningún saber, por consiguiente, en lugar de la identificación con ideales
inscritos en el orden simbólico, advienen significantes-amos de goce que empujan a dañar al otro.
Respecto a quien se encuentra en la posición de acosado, esta encarna “el desecho que es aislado
como objeto real de la pulsión que ahí se deleita”, absteniéndose de responder o denunciar, pues
hay “pasión en juego”, goza sin percatarse de su condición. En este contexto, ¿qué práctica clínica
es posible? El autor resalta que el analista opera sobre lo real y lo hace a partir de lo simbólico;
entonces, su labor no es denunciar el goce para que este sea castigado o acudir a las medidas
epidemiológicas como si fuese una enfermedad o un virus, se trataría de alojarle para intentar
interferirlo por la vía del significante, estando advertido de la imposibilidad que supone el real en
juego. Sin embargo, lo que el psicoanálisis rescata no es la desazón a la que expone aquello que no
cesa de no escribirse en el acoso escolar, que se repite insistentemente en las maneras de hacer
vínculo del acosador y el acosado, sino la posibilidad que se abre de inventar “nuevos modelos que
ayuden a la juventud a atravesar la adolescencia”, de hacerse a recursos simbólicos que permitan
tratar el goce.

Con el fin de ilustrar lo anterior, se establece un contrapunto entre dos viñetas clínicas: la
primera de ellas corresponde a la de un adolescente que es traído por su madre al consultorio al
haber sido expulsado del colegio, quien le dice al analista, “no veo para qué me han traído aquí,
pues seguramente usted me dirá lo que yo ya sé”. Así pues, para este joven, el Otro que pudiera
servir de apoyo simbólico está caído, es un ser que “no sabe lo que dice y cuando habla es para decir
tonterías, cosas vacías”; destitución de la autoridad que fue labrada por el modo en que los padres
se dirigieron al joven, creyendo que era indispensable “hablarle mucho al hijo” desde una posición
de saber respecto de aquello que le convenía para “ir bien por la vida”; pretensión que les dejó fuera
de lugar, restando peso a su palabra, haciendo de esta una palabra vacía y empujando al hijo, más
bien, a anclarse en una posición de suficiencia, a “conducirse como si tuviera el objeto a”. En lo que
respecta a la segunda viñeta, corresponde a la de un joven adicto a las drogas que dice confiar en el
analista, en calidad de tercero entre él y su madre, a quien acusa de convencer a los terapeutas de
que las cosas son como ella dice, pues, ha sido él quien ha escogido por primera vez a quien acudir;
consecuentemente, ese “fui yo quien lo eligió a usted”, permite que la palabra del analista tenga un
peso simbólico, que se le suponga un saber y que esta suposición haga posible la constitución de un
dispositivo para regular el goce. Se concluye, entonces, la importancia de que padres y educadores
logren asumir la responsabilidad de merecer la legitimidad y el reconocimiento de su autoridad, no
desde la posición de imponer un deber ser, de hablar para moralizar, sino desde la transmisión de
un deseo.

Posteriormente, Gallo introduce una de las preguntas que conduce su investigación: ¿Qué
autoridad es la que puede limitar el abandono de los niños y adolescentes a la violencia que hay en
ellos?, interrogante a partir del que puntualiza la importancia de que padres y educadores no
olviden que, pretender ejercer una autoridad caprichosa o gobernar a partir de un manual de
convivencia cuyo contenido se presenta como incuestionable, constituyen modalidades del goce en
el abuso de la posición de poder y llaman al goce presente en la resistencia, en el desafío a dicha
autoridad, del que el acoso escolar constituye una manifestación. En consecuencia, más que valerse
de soluciones totalizantes que operan desde el para todos, se debe responder con una autoridad
sensible al cambio, “una autoridad dispuesta a cambiar lo que ya no marcha y ser creativa”, pues la
singularidad en el plano de la satisfacción así lo exige.

Para concluir, el autor aclara que el fracaso de la autoridad en su función de hacer mantener
juntos, en un niño, lo simbólico, lo real e imaginario, a partir de significantes que constituyan
elementos ordenadores, reguladores del goce, lo deja expuesto al exceso, a la salida de control y a
la violencia que le habita; problemática que se relaciona con la dificultad de inventarse la autoridad
que le proporcione “la regla a la que está dispuesto a obedecer o de la que consiente el rechazo de
su goce”. Problemática que cobra vigencia en la actualidad, considerando que la autoridad se ha
trasladado al exterior de la familia, la paternidad ha sido relegada al ejercicio del orden público,
ordenada por un conjunto de normas a negociar que fallan en la transmisión del deseo,

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