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788411
RELIGIÓN Dios
lo quiere
Esperanzas y temores
de las creencias religiosas
Amelia Valcárcel · Félix Ovejero Lucas
Juan Antonio Herrero Brasas · Antonio Piñero
1
de Razón Práctica
7 TESTIMONIOS
EDITORIAL 50 Dios en el encuentro
Fernando Savater Mikel Azurmendi
12 E N S AY O
20 70 La sociedad ensimismada
Juan Arnau
La venganza de Dios
Félix Ovejero Lucas 82 La raíz del mal
Aleksandar Ivanov Spirdonov
28
Dios y el más allá 94 ¿El opio del pueblo?
Francisco Martínez Hoyos
en el pensamiento
contemporáneo POlítica
Juan Antonio Herrero Brasas 98 Algunas causas
42 del comportamiento
electoral brasileño
En el cristianismo H. C. F. Mansilla
primitivo casi nada
es como parece
Antonio Piñero
2
N Ú M E R O 2 6 4 · M AYO / J U N I O 2 0 1 9
3
de Razón Práctica
“Todos los derechos reservados. En virtud de lo dispuesto en los artículos 8 y 32.1, párrafo segundo, de la Ley de Propiedad Intelectual,
quedan expresamente prohibidas la reproducción, la distribución y la comunicación pública, incluida su modalidad de puesta a
disposición, de la totalidad o parte de los contenidos de esta publicación, con fines comerciales, en cualquier soporte y por cualquier
medio técnico, sin la autorización de la empresa editora de la publicación, Factoría Prisa Noticias”.
5
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A CORUÑA Calle San Antonio, 4 Asoc. Mercado Social Boutique de la Prensa SEVILLA
A CORUÑA Librería La Palma Calle Gutiérrez de Calle de García de
los Ríos, 10 Paredes, 34 Caótica
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de Papel BADAJOZ GRANADA MÁLAGA
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BARCELONA Falces, 4 PAMPLONA Librería La Capona
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SANTIAGO DE Librería Picasso
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La Central Hurtado, 5. Llibreria Adserà
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Zuloa Irudia Kalea, 6 Librería Santos Quevedo, 22
Ochoa VALENCIA
Correría Kalea, 21
BURGOS Calle Doctores PONTEVEDRA GANDÍA
ALBACETE Librería del Espolón Castroviejo, 19 PONTEVEDRA Ambra LLibres
ALBACETE Paseo del Espolón, 30 Castroviejo Librero Librería Metáfora Av. Alacant 12
Librería Herso Librería Música y C/ Portales, 43 C/ Bastida nº 5
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Guardiola, 18 Paseo del Espolón,16 LUGO VIGO Librería Gaia
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ALICANTE Pza. Santo Domingo, 3 Balaciart, 4
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CARTAGENA ALCALÁ DE HENARES Letras Corsarias
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Libros 28 Alcaraz Comics Librería Diógenes
Calle Manuel Wssell de C/Ramón y Cajal, 1 Librería Víctor Jara Per(r)ucho Llibres
Calle VillaFranza, Calle de Meléndez 21
16, bajo Guimbarda, 19 FUENLABRADA de paper
ELCHE La Montaña Magica Cmm Campus Libros Carrer del Moro Zeid, 2
SAN SEBASTIÁN
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Librería Ali i Truc Librería Lagún
Passeig de les Eres de Universidad Rey Juan Carrer Major, 36
CÁDIZ Carlos Urdaneta
Santa Llucia, 5-7 JEREZ DE LA Kalea, 3
FRONTERA MADRID VALLADOLID
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CIUDAD REAL Librería Miraguano Cultura Crítica de las Letras
de Almería Calle de Hermosilla, 104
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MANZANARES LA GRANJA DE
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CÓRDOBA Calle del Tutor, 57 SEGOVIA Librerías Cálamo
OVIEDO Librería Nueva Luque Librería Muga Librería Silver Plaza San
Papelería San Antonio Calle Jesús María, 6 Av. de Pablo Neruda, 89 Plaza Becquer, 8 Francisco, 4
6
EDITORIAL
RELIGIONES
7
En mi opinión, nada especializada, mientras sigamos siendo
mortales (lo cual supone algo más que el hecho de morirnos) y soñe-
mos por las noches una vida que permanece inalcanzable para los
otros, el porvenir de la ilusión religiosa –como la llamó Freud– está
sólidamente garantizado. Las religiones, gestionadas por las iglesias
o yendo por libre, siguen vertebrando la vida social y los valores en
muchos países, y no todos del mundo subdesarrollado. Incluso a título
individual, menos explícito y rutinario, siguen cumpliendo a veces
una función ligada al misterio de la esperanza. Por decirlo con pala-
bras del inconfundible Lev Shestov, “para lo posible contamos con la
ayuda de los semejantes, pero para lo imposible cabe apelar a Dios”.
El retorno periódico a los temas religiosos, mientras no se haga de
forma obnubilada, es una experiencia intelectual de la que rara vez
se vuelve de vacío. Así lo planteamos en este número, acompañados
por un grupo de exploradores sociales y espirituales de primer nivel.
Seguro que muchos de nuestros lectores se unen voluntariamente a
esta caravana a través de un desierto muy invocado y poco conocido...
8 Fernando Savater
todo un influencer (creo que ahora se dice así) de incomparable pre-
dicamento en la cultura popular de nuestro tiempo: H. P. Lovecraft.
Casi ignorado en su vida salvo por un pequeño círculo de amigos,
hoy es imprescindible para entender el imaginario literario, musical,
pictórico, cinematográfico, televisivo, etc... en que nos movemos:
¿justicia poética o venganza póstuma?
FERNANDO SAVATER
Director
9
E N P O R TA D A
RELIGIONES
Pasan los siglos y las religiones
siguen presentes en nuestro devenir.
Sus catálogos de creencias son libros
de instrucciones para alcanzar un
bienestar espiritual que también venden
las farmaceúticas. ¿Podemos vivir sin
el sentido de lo sagrado? ¿Lo hemos
sustituido por las políticas de identidad?
Estas y otras cuestiones planteamos
sobre un tema que trasciende el tiempo
y las formas de organización social.
E N P O R TA D A
CATEDRALES
INCENDIADAS
Si la religión fuera solamente
una práctica social, aunque
poderosísima, las huestes coaligadas
de la increencia podrían buscarle
las costuras. Pero es también
una predisposición grabada,
y con sitio acotado, en nuestros
circuitos neurales.
A M E L I A VA LC Á RC E L
12
S
i hace cuarenta años alguien hubiera profetizado que
los asuntos religiosos serían centrales en los inicios del
tercer milenio, hablo de los círculos intelectuales, la
carcajada se habría oído lejos porque su autor habría
sido tachado de estar perfectamente fuera de lo que es
del caso. Hace esos años las aguas religiosas no pare-
cían capaces de mover ningún molino: no, desde luego, la estructura
social, tampoco la económica, pero ni siquiera la simbólica. Para algún
sector importante la religión era el opio del pueblo. Y para el resto
simplemente una especie de herencia que se arrastraba como la tarea
del escarabajo pelotero.
Ahora sabemos lo desenfocado de aquella apreciación. Pero en
pleno 68 los modos de vida occidentales parecían imparables. Acabo
de citar una cuestión de geopolítica y lo he hecho sin avisar de su
entrada. Las religiones están radicadas en territorios. En vastísimos
territorios, deberíamos acotar. Huntington fue uno de los que se deja-
ron seducir por la impresión de victoria en toda la línea. Las sociedades
en proceso de cambio sufrirían desórdenes, sin duda, pero no dudaba
de que había en marcha una tercera ola de democratización impa-
rable. En los años setenta comenzó en Harvard sus estudios acerca
del progreso planetario de la democracia como forma de gobierno.
En los ochenta los publicó, pero en los noventa decidió corregir el
tiro: no se había contado con la religión.
13
grandes civilizaciones: la europea occidental –que incluye América del
Norte y Australia–; la cristiana ortodoxa, la chino japonesa, la islámica,
la hindú y quedan en el límite la africana, la latinoamericana y quizá
la budista. Las religiones son cultura y la cultura es sobre todo “saber
lo que no eres”. Y lo que –no creo que sea excesivo atribuírselo–, no
tienes pensado de ningún modo llegar a ser. Eso es lo que tu religión
te ayuda a tener siempre claro y presente.
Las religiones son las marcas fuertes civilizatorias, y establecen
las fronteras entre quienes poblamos la tierra. Las religiones ponen
las afinidades culturales. Hasta aquí Huntington. Lo cierto es que,
con anterioridad, el pensamiento sobre las religiones nunca había
adquirido un perfil político tan claro. Por su mayor parte, quienes las
estudiaban, o estaban directamente concernidos o las situaban en el
mundo de las ideas y creencias. Y así lo siguen haciendo la filosofía
de la religión e incluso ahora la neurología de la religión. Pero aun-
que se acabe de citar el creer y el no creer, hay que dar por sentado a
estas alturas que las religiones no son, no al menos primariamente,
asunto de creencias. Dicho con brevedad, las religiones son conjuntos
prácticos. Lo más parecido a un libro de instrucciones, y, en menor
medida, repertorios de creencias. Las religiones realmente existentes
son todas “conjuntos prácticos”.
Para entender bien alguna de ellas siempre conviene atender a
lo que sus fieles dicen creer, pero es poco asunto. Conviene mucho
más saber lo que hacen o lo que están dispuestos a hacer o bien a
aprobar que otros hagan. Por lo que toca a las llamadas “creencias”
también debe saberse que han de ser casi necesariamente abstrusas.
Es difícil que cualquier religión constituya un credo que pueda fácil-
mente asumirse desde el sentido común. Los dioses, al menos en eso,
son exigentes. No nacen como la gente ni pasan por sus avatares,
sino que todo lo llevan de modo extraordinario. Sus vidas y periplos
están llenos de experiencias únicas, maravillosas e incomprensibles.
La última razón para ello no es nuestra atracción por lo maravilloso,
sino que el conjunto de creencias sirve porque asegura la lealtad al
grupo. Si no es suficientemente abstruso no es exigente, no pasa la
14 Amelia Valcárcel
prueba. Lo que “hay que creer” es también una frontera, en este caso
cognitiva. Necesita esfuerzo y derribar las barreras que han de man-
tenerse para el hacer corriente y cotidiano. La fe es renuncia. Por lo
mismo, un creyente de fe bien probada no la pierde por sucesivas
intromisiones, ya sean de otros credos ya sean racionalistas: sim-
plemente sabe no atenderlas. Los ataques externos reafirman su fe.
Son pruebas que ha aprendido a arrostrar y superar.
Otro asunto a tener en cuenta es que las religiones han sido el dis-
curso válido para interpretar el mundo o bien han apoyado al discurso
que lo intentara. Las religiones previas y contemporáneas a las tres
del Libro validaban explicaciones de tipo étnico y práctico. Las tres
citadas han tenido mucha mayor ambición. De su misma naturaleza,
ambiciosa, han existido otras, pero ahora extintas o casi extintas. Las
Tres Religiones del Libro devienen de un sólo núcleo con algunas
incorporaciones. El conjunto mítico-explicativo que las caracteriza
es una fuerte cosmogonía cuyo origen está en el Creciente Fértil. De
ahí nos vienen la formación de la tierra habitable, el jardín original
y la expulsión del mismo, el gran diluvio y otros relatos de enorme
capacidad pregnante. Luego cada una de ellas ha escogido su camino.
Como unas derivan de otras, siendo el judaísmo la más antigua, el
cristianismo una herejía imperial de ella y el islamismo una reacción
iconoclasta, tienen grandes tramos en común. Su parte práctica es
notable: Sobre, de nuevo, un núcleo normativo común en normas y
castigos que no distingue derecho y moral, compuesto por las pro-
hibiciones del asesinato, el robo, el falso testimonio, el adulterio y la
envidia, difieren sobre las normas de pureza, el rito de entrada y la
monogamia. El judaísmo es no inclusiva, mientras que las otras dos
son decididamente proselitistas.
Las tres son igualmente asombrosas a los ojos de Oriente, que no
comparte ni los mitemas básicos ni el igualitarismo que las caracteriza.
Oriente está marcado por los suyos propios. El subcontinente indio
ha sido igualmente fértil en genealogías religiosas con evidentes aires
de familia. Hinduismo, budismo, jainismo... son, a su vez, ramas del
mismo tronco. El caso aislado es sin duda el parsi, heredero de la
Catedrales incendiadas 15
antigua religión irania, que en la actualidad es muy escaso de feligre-
sía, si bien su impronta se dejó sentir en dos de las del Libro a través
del maniqueísmo. Hacer un mapa detallado de las formas religiosas
es útil y, de hecho, existen varios bastante solventes que pueden ser
consultados en la red. Muestran también que las grandes religiones
han ido ganando territorios y adeptos en los últimos siglos, de tal
modo que la diversidad religiosa es cada vez menor.
16 Amelia Valcárcel
siguen activos, es restarles dignidad y audiencia. Hay que fustigarlas en
condiciones cuando se tiene una buena ocasión y mostrar a la luz de
la razón y el buen sentido todas sus partes impresentables y ridículas.
Un par de arúspices no pueden mirarse uno a otro sin reírse.
Eso dice Cicerón y, para no meterse en líos, se lo atribuye a Catón el
Viejo. Es bien cierto que los visajes y bailes necesarios en las ceremo-
nias de adivinación romanas, sacados de contexto, podrían incitar a
la risa. Pero el dardo de Cicerón es más profundo: ni los que ofician
se creen la ceremonia; eso parece que insinúa. Pues esa receta, por
mano y escritura de alguna de sus mejores figuras, la llevó adelante
con garbo la Ilustración. Voltaire en esto fue un maestro admirable.
Quien no se haya desternillado con sus ironías es que no tiene sangre
en las venas. Hume, más templado, tampoco lo hizo mal. La Enciclo-
pedia también ayudó lo suyo. Diderot no fue manco. Y esa estela duró
todo el siglo xix, que declaró abierta la veda contra las excentricida-
des religiosas. Tuvo episodios de una enorme firmeza, como Renan.
Y otros que siguieron prefiriendo la ironía. Sus estribaciones llegan en
España hasta Clarín y Baroja. La consecuencia de ello fue que, sobre
todo la religión cristiana, es la que se ha visto más obligada a medirse
con las críticas. Algunas de sus observancias las han encajado mejor
que otras. Pero ninguna se ha librado. El cristianismo cuenta con ser
una religión nacida en un momento de crisol imperial, expansiva,
universalista, a la que las luces han afinado que quiera que no. De los
otros dos monoteísmos no puede decirse tanto.
Crítica y ofensa
Aunque a alguna gente pueda parecerle raro, la religión cristiana no es
ni con mucho la única. Lo recuerdo porque desde dos frentes inconci-
liables esta creencia se mantiene. Desde la orilla de quienes creen en ella
sin fisuras y la de quienes no creen en ella, pero no ven otra. El mundo es
mayor –hay que disgustarles sin remedio–, y está bastante repleto. Pero
es y ha sido la más vapuleada. Eso ha contribuido bastante a su buena
forma, además de sus fortalezas de nacimiento. Su capacidad es además
geográfica: cuanto más al norte, más capaz de tolerar las críticas. Bien
Catedrales incendiadas 17
es cierto que por el sur siempre lo han dudado. Han preferido desde
antiguo la extensión a la intensión y han juzgado que parte de su atrac-
tivo reside en asuntos como el celibato de los clérigos, la clausura de los
monjes, los latines, el incienso y las campanillas tocadas a tiempo. Pero
en época de revelación de secretos eso no es muy de confiar. No tiene
ninguna gracia ser protagonista de abusos a niños y niñas. No paga el
tiro. Siempre será preferible un Kierkegaard a un cura de mesa y olla...
por no citar a un cardenal con currículum indefendible.
Sí: por lo general, las críticas vienen bien y dan versatilidad, cin-
tura y lustre a una religión de tan sólidos cimientos como la cristiana.
Su misma dispersión también la enriquece. Pero lo que sobre todo ello
se debe decir es que el liberalismo ha sido su principal donante. A día
de hoy, excepto en casos que resultan pintorescos, ningún cristiano
observante defendería, por ejemplo, que la blasfemia fuera un delito
con carga penal. Y, sin embargo, hace escasos siglos la gente corría
peligro por una preposición de más o de menos. Porque ese es uno
de los puntos maravillosos: Que de esta religión ha de decirse lo que
Berlioz dejó escrito en su autobiografía, que es el más dulce y suave
de los credos, sobre todo desde que no queman a la gente. El resto de
los monoteísmos no tiene una disposición tan muelle. El judaísmo,
cuya dispersión es también notable, se escora hacia las posiciones
literalistas con facilidad. Y el islamismo, fuera durante mucho tiempo
del conjunto de usos civiles que las democracias cultivan, se revuelve
contra cualquier crítica. Ambos, con la excepción del judaísmo euro-
peo ilustrado, convivieron largamente con autocracias y ese es un
lastre del que no se liberan fácilmente.
Pero Oriente tampoco puede alardear demasiado. El hinduismo es
difícil. E incluso el budismo, allí donde, como en Birmania, es credo
único, también se las arregla para empotrar mentes y desavenencias.
Los credos son complicados. En el caso de los más arcaizantes porque
además poseen normas de pureza que fijan perfectamente sus fronteras.
La comensalidad, los alimentos prohibidos, “dar agua” y una noción
de pecado vinculada a la pureza ritual son fronteras por lo general
muy sólidas.
18 Amelia Valcárcel
El choque de civilizaciones quizá no tenga lugar
En enero de 1795 en carta a Schelling, Hegel le escribe: “Aceptan a
ojos cerrados lo que les ofrecen y pueda conservarles en su rutina
erigida en sistema. Sería interesante incordiar su trabajo de hormigas
teólogas, que andan acarreando materiales críticos para sostener su
templo gótico, acumulando dificultades ante ellos, sacarlos a latigazos
de todos los rincones donde buscan refugio hasta que no encontraran
ninguno y se vieran en la obligación de mostrar su desnudez a la luz
del día. Entre los materiales que quitan a la hoguera kantiana a fin de
impedir el incendio de la dogmática, siempre se llevan algún carbón
encendido a su casa”.
Esa ha sido la esperanza repetida. Pero la catedral no arde y quizá
no arderá nunca. Si la religión fuera solamente una práctica social,
aunque poderosísima, las huestes coaligadas de la increencia podrían
buscarle las costuras. Pero es también una predisposición grabada, y
con sitio acotado, en nuestros circuitos neurales. De hecho las socieda-
des abiertas ya son decididamente no religiosas en todos los registros
pertinentes: la gente prefiere la cirugía, los antibióticos y las varias
técnicas médicas a las oraciones al santo pertinente. Tampoco damos
explicaciones de ningún suceso relevante en clave religiosa. Pero... no
podemos evitar, ni menos prohibir, ese recurso.
La pregunta es entonces si todas las religiones pasarán a la relativa
mansedumbre del cristianismo. Y la respuesta es: dependerá de las
mujeres. Dos cosas, dije, sabía y bien Huntington: historia y demo-
grafía. En ninguna de sus páginas admitió que la variable “feminismo”
pudiera turbar sus análisis. Pero las libertades de las mujeres son un
asunto que bulle planetariamente y está cambiando a todas las socieda-
des. Puesto que esas libertades chocan con el orden previo, las mujeres
son, aún devotas, una fuerza antirreligiosa descomunal. Los dados
casi acaban de echarse; habrá que esperar.
Catedrales incendiadas 19
E N P O R TA D A
LA VENGANZA
DE DIOS
Cuando parecía que habíamos
expulsado por la puerta a unas
religiones de dudosa compatibilidad
con la buena democracia, se nos han
colado por la ventana unas políticas
de la identidad que reproducen
sus estrategias argumentales.
FÉ L I X OV E JE RO LUC A S
20
C
uando se estrenó La vida de Brian se armó la de Dios
es Cristo. En Irlanda y Noruega se prohibió su pro-
yección, en Estados Unidos rabinos, curas y monjas
se manifestaron ante las salas, en muchos países la
película fue mutilada por la censura, la sobrevalo-
rada BBC se negó a emitirla para no ofender a los
cristianos y no faltaron las amenazas creíbles para sus protagonistas. La
izquierda salió en su defensa. No toda. Muchos se echaron atrás cuando
el proyecto comenzaba a caminar y solo porque George Harrison, el
Beatle, se empeñó –en sentido literal–, la película se pudo realizar. Otros
prefirieron no complicarse la vida. No solo no se atrevían a defender las
ideas de la película, es que ni siquiera se atrevían a defender su condición
de posibilidad: la libertad de expresión.
Si hoy, cuarenta años después, la película se volviera a estrenar
me temo que no encontraría más facilidades. Es más, el progreso
técnico, en sus diversas variantes, propiciaría intervenciones más
desaforadas. Y al otro lado, defendiéndola, quedarían muy pocos.
Los curas, seguramente, estarían entre los detractores, pero no solo
ellos. Incluso, conjeturo, ocuparían los últimos lugares de la lista en
la hora de las protestas. A la cabeza encontraríamos a muchos de los
que en otro tiempo hubieran defendido la película. Sus argumentos
serían parecidos a los de los curas: la ofensa y el sentimiento; vamos, la
ausencia de argumentos. Recuerden algunas de las míticas secuencias
y anticipen los posibles agraviados: “qué han hecho los romanos por
nosotros” y las culturas tradicionales; Pijus Magnificus y las minorías;
el derecho a parir de Loreta y la teoría del género. Con todo, eso,
la descalificación de la película, me temo, solo sería el primer paso.
Lo más deprimente sería el siguiente, no menos previsible: impedir la
proyección. La peor reacción: la combinación de la estrategia “argu-
mental”, la apelación a los sentimientos, con la estrategia política, la
reclamación de prohibición, de vetar el debate.
Y es que en estos tiempos en los que las religiones –algunas, por ser
más precisos– andan a la defensiva y en retirada, parecen imponerse
los estilos intelectuales de la religión, en particular, su desprecio al
21
debate racional. De grado o de fuerza, con convicción o resignación,
cuando habíamos expulsado por la puerta a unas religiones de dudosa
compatibilidad con la buena democracia, se nos han colado por la
ventana unas políticas de la identidad que reproducen sus estrategias
argumentales. Y en las peores condiciones: lo que salió por la puerta
como reaccionario se ha reintroducido por la ventana revestido como
progresista1. La venganza de Dios que, definitivamente, parece escribir
derecho con reglones torcidos.
En las líneas que siguen trataré de mostrar los problemas de com-
patibilidad entre una idea fuerte de religión y la buena democracia.
En muchos aspectos, son los problemas de las políticas de la identidad.
1 Tenemos mucha resistencia a prescindir de Dios. Incluso entre ateos se muestra reticencia psicoló-
gica a aceptar avances científicos y tecnológicos en los territorios tradicionalmente asignados a la
jurisdicción divina, cf. A. Waytz, L. Young, “Aversion to playing God and moral condemnation of
technology and science” Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences, 2019.
2 J. Assman, La distinción mosaica, Akal, Madrid, 2006, p. 10. Con “distinción mosaica” Assman se
refiere al paso de las religiones primarias a secundarias: sustitución del politeísmo por el mono-
teísmo; de la primacía de lo cultural ritual por el texto revelado; de un ámbito cultural particular a
una vocación universal. “No me parece a mí que la distinción más decisiva sea la distinción entre
el dios único y los muchos dioses, sino la distinción entre verdadero y falso en la religión, entre
el dios verdadero y los dioses falsos”, p. 9. Para muchos autores este hábito de “empaquetar” bajo
la etiqueta de monoteísmo a las “tres” religiones ignora importantes matices: la forma en qué
reconocen al Dios único; el acceso a Dios; la idea de la revelación divina; el papel de la figura de
Abraham; la forma de referirse al Libro, cf. R. Brague, Para acabar de una vez con los “tres mono-
teísmos”, Communio, 2007, 29.
La venganza de Dios 23
b) Una estrategia no política de fundamentación. Un texto doctrina-
rio oficia como apelación última, como aval de tesis políticas. Existe
una divinidad inspiradora de unos textos sagrados que operan como
criterios últimos de verdad. No hay propiamente una discusión moral,
filosófica o política; si acaso filológica: determinar lo que Dios “real-
mente” quiso decir. Por sí misma, la voluntad de Dios es la causa, razón
o fundamento de los valores. Las creencias religiosas (la verdades
reveladas por Dios) constituyen el punto de partida para asegurar
(la verdad de) las tesis morales. En ese sentido, la dificultad polí-
tica no radica en que los creyentes tengan ideas acerca de cómo vivir
todos, sino en que no están dispuestos a sostenerlas con argumentos
atendibles por todos. Y es aquí donde comienza la ruptura con la
democracia, al menos con la mejor idea de democracia (deliberativa),
que relaciona, con todas las cautelas que se quieran, el debate demo-
crático con algún imperativo de racionalidad y, por ende, de justicia:
vencen los mejores argumentos tasados por principios normativos,
de imparcialidad, universalidad, etcétera.
3 Un proceder que contamina la política hasta la locura y que la aleja de cualquier afán de verdad.
Así el ayuntamiento de Santa Coloma de Gramanet “ha recuperado la figura del sereno para
frenar la inseguridad” (El Periódico 16/01/2019). En el cuerpo de la noticia se precisa que se está
combatiendo una sensación, no una realidad: “A pesar de que, según explica la alcaldesa socia-
lista, los índices de delincuencia no han subido este último año en Santa Coloma; si lo ha hecho
la percepción de inseguridad, magnificada a través de las redes sociales –continúa– cosa que nos
preocupa porque se genera una desconfianza que rompe lazos entre vecinos”.
La venganza de Dios 25
cimiento, han acabado por debilitar su compromiso con una o varias
de las anteriores dimensiones. Así, no es infrecuente que algunos
cristianos defiendan su religión como un “asunto privado”, íntimo,
que rige su vida y solo la suya. Los practicantes se verían a sí mismos
como los trekkies, esos fans de Star Trek que se reúnen periódicamente,
ataviados con los uniformes de los protagonistas de la famosa serie,
comparten algunos rituales y hasta disponen de una lengua propia,
pero que ni aspiran a que los demás nos comportemos como ellos
ni son trekkies a tiempo completo. En el caso del Islam la versión
idealizada resulta bastante poco idealizada.
5 Basta con ver el manifiesto del pasado 8 de marzo: repleto de tesis (de discutible solvencia) sobre
los más variados aspectos de la vida colectiva.
La venganza de Dios 27
E N P O R TA D A
DIOS
Y EL MÁS ALLÁ
EN EL
PENSAMIENTO
CONTEMPORÁNEO
El debate en torno a la existencia
de Dios y el más allá mantiene
en nuestro tiempo no solo una
gran relevancia, sino también
un notable poder argumental.
J UA N A . H E R R E R O B R A S A S
28
E
n la segunda mitad del siglo xix, el surgimiento del
evolucionismo darwinista provocó en Gran Bretaña un
renovado interés en las argumentaciones en torno a la
existencia de Dios. En el siglo xx, intelectuales como
C. S. Lewis han mantenido vivo el interés en este asunto
y, en años más recientes, figuras de la talla de Richard
Dawkins, Stephen Hawking y Antony Flew han logrado exportar el
debate a otros países, incluido España.
En este artículo me centraré en un concepto amplio del denominado
argumento cosmológico, en el que incluiré tres cuestiones centrales: el ori-
gen de la existencia, las leyes de la física y la complejidad de la naturaleza
(lo que habitualmente se engloba en el denominado argumento teleoló-
gico). La razón para analizar estas cuestiones como partes de un mismo
argumento, es que, a mi modo de ver, subyace a las tres el mismo enigma.
De la nada a la existencia
“¿Por qué hay algo en vez de no haber nada?” Esta pregunta, que Daw-
kins, en su característico tono malhumorado, califica de “mantra,” da
paso al argumento central en torno a la existencia de Dios. Interesa,
por tanto, entender la auténtica profundidad y poder argumental de
dicha cuestión.
Hasta mediados del siglo xx, aún pululaba en los medios intelec-
tuales europeos la aristotélica idea de que el universo era eterno, que
no había tenido principio ni tendría fin. No es que esa idea resolviera
en modo alguno la cuestión que nos ocupa en este apartado, pero en
cierto modo contribuía a neutralizarla. Desde mediados del siglo xx,
sin embargo, con el descubrimiento del Big Bang, inicialmente por
George LeMaître, sacerdote católico, y después refrendado por Einstein
y la comunidad científica, sabemos que el universo tuvo un principio
que se sitúa hace unos 13.800 millones de años. Antes de ese principio
el universo no existía. No obstante, afirmar que antes de la existencia
del universo lo que había era la no-existencia, es decir, la nada, nos
obliga a enfrentarnos a una paradoja aparentemente irresoluble, puesto
que la nada, es decir, la no-existencia, por definición no existe ni ha
29
existido nunca, ni puede existir. Afirmar que la nada ha existido, existe
o pueda existir es una contradicción in terminis.
La nada no es un oscuro vacío esperando a ser llenado. La nada es la
ausencia radical del espacio y el tiempo. Sin embargo, decir que la nada
nunca ha existido equivale a afirmar que siempre ha existido “algo”, es
decir, el universo en una u otra forma, lo cual sabemos que tampoco
es el caso. Al mismo tiempo, esa nada de la que necesariamente afirma-
mos que no existe ni ha existido nunca, es incomprensiblemente real.
El Big Bang, con la consiguiente expansión del universo, así lo confirma.
El universo se sigue expandiendo, y se ha expandido desde su principio
mismo, a base de imponer su existencia sobre un espacio y un tiempo
inexistentes, es decir, sobre la nada.
Si acaso existía una partícula primordial de cuyo estallido surgió
todo lo que existe –teoría esta muy extendida– no es más que pura
especulación que, en cualquier caso, tampoco resuelve la cuestión de
la continua expansión del universo sobre la nada, como tampoco lo
resuelve la ciencia-ficción de los múltiples universos (multiverso), teoría
que propone la existencia de otros universos paralelos, o la idea de
que ha habido una secuencia infinita de estallidos y contracciones del
universo. Stephen Hawking, por su parte, apuesta por una fluctuación
cuántica en la nada como origen del Big Bang.
Pero la especulación de Hawking, que despreciaba la filosofía, no
tiene fundamento posible. La nada, por definición, no contiene ni
puede producir nada. Una analogía nos puede ayudar a entender esto.
El rey de España –por poner una referencia bien conocida para todos–
tiene, como sabemos, dos hijas. Podría haber tenido, o podría aún tener
en el futuro, otro hijo al que podría poner o haber puesto de nombre,
por ejemplo, Luis. ¿Quién es ese Luis, que podría haber existido, o que
podría existir en el futuro, pero que no existe? Nos inclinamos a decir de
inmediato que no es nada. ¿Qué puede hacer por nosotros, qué puede
producir, esa persona que pudo o podría existir pero que no existe?
La respuesta es claramente Nada. Y sin embargo esa persona que pudo
o podría existir es mucho más que la nada, que esa nada que precedió
y que rodea al universo. La potencialidad es una forma de existencia
Dios y Darwin
Podría parecer que la tercera parte que he incluido en el argumento cos-
mológico –la complejidad del mundo natural– es de más fácil respuesta.
La teoría de la evolución parece darnos la clave, especialmente a quienes
buscan encontrar una explicación no religiosa a la vida en la tierra.
1 Esa misma idea, frecuente en el mundo intelectual de finales del XIX, la encontramos, por
ejemplo, en Marx y Freud, que predecían respectivamente que para finales del siglo XX la religión
habría muerto de muerte natural y sería objeto de museo.
¿Milagros?
Si es que existe una dimensión más allá del mundo físico, más allá de lo
perceptible y medible, los milagros y ciertos fenómenos genuinamente
paranormales podrían considerarse manifestaciones de dicha dimen-
sión transcendental. Es necesario, sin embargo, hacer la salvedad de que
esta proposición no es universalmente aceptada, y a ello aludiré más
adelante. Para adentrarnos en la fascinante cuestión de los milagros es
necesario comenzar por definir dichos fenómenos. Aquí, por conve-
niencia y necesidad de abreviar, me atendré a la clásica definición de
David Hume en su conocido ensayo Sobre los milagros: “Un milagro
es una violación de las leyes de la naturaleza.” Para Hume, que no creía
en los milagros, si algo ocurre en el curso normal de la naturaleza no
se puede considerar milagroso.
El regular e implacable funcionamiento de las leyes de la natura-
leza es, para Hume, el mayor argumento contra la existencia de los
milagros. Lo creíble, afirma, Hume, es siempre aquello que en el curso
de la naturaleza es más probable, es decir, que se ajusta más al regular
funcionamiento de las leyes naturales. Por tanto –he aquí el famoso test
La negación de Dios
Si el argumento cosmológico y la existencia de los milagros pueden
llevarnos a concluir que existe un Ser de inteligencia y poder supremos
que ha dado lugar al universo y que lo rige en todos sus movimientos y
evoluciones, hay otro tipo de evidencia que lleva a muchos a rechazar
EN EL
CRISTIANISMO
PRIMITIVO
CASI NADA ES
COMO PARECE
El Nuevo Testamento que leemos hoy
no es el testimonio del cristianismo
primitivo, sino que es solo el
testimonio de la forma triunfadora
de cristianismo, la paulina.
A N TONIO PI ÑE RO
42
H
asta hace pocos decenios, digamos hasta la mitad
del siglo xx, la inmensa mayoría de las gentes que
se proclamaban creyentes creía casi a pies juntillas
lo que la Biblia cuenta de los orígenes del mundo
y la historia sagrada del judaísmo. Y respecto a la
segunda parte de ese corpus de escritos, el Nuevo
Testamento, ocurría lo mismo: el marco conceptual en el que se
situaba Jesús de Nazaret, con sus historias y su interpretación, junto
con los esquemas de la vida cristiana, su moral y cosmovisión forma-
das en torno a la figura de aquel, se correspondía bastante bien con lo
que una lectura rápida del Nuevo Testamento ofrecía a primera vista.
Hasta mediados del siglo xx lo que sobre Jesús y la Iglesia creía
un cristiano medianamente instruido en su fe no se diferenciaba
apenas de las creencias de un mismo cristiano de los siglos iii y iv.
La Biblia era en Occidente, entre las masas, un obligado referente
literario-histórico, un marco mental ordinario, tomado por la mayo-
ría casi al pie de la letra.
Pero hoy el panorama ha cambiado bastante. Hoy el marco mental
bíblico casi ha muerto y ha sido sustituido por un esquema cultural,
al menos en apariencia, derivado de las ciencias de la naturaleza,
sobre todo la física, la química y la astronomía. Y, por otra, parte
de la mirada crítica sobre los orígenes del cristianismo y la visión
respecto al Nuevo Testamento se ha mudado hacia una tesitura espe-
cialmente crítica.
La crítica histórica, el análisis detenido y despiadado del Nuevo
Testamento –comenzado en serio ya en la Edad Media entre estu-
diosos judíos, continuado por los investigadores de la época de la
Ilustración– se ha convertido hoy en moneda común. El panorama
general del origen del cristianismo y la interpretación de sus figuras
señeras a través del estudio de los textos neotestamentarios se ha
transformado radicalmente gracias al empleo masivo de los métodos
histórico-críticos y de otras disciplinas adyacentes como la arqueo-
logía, la sociología, la antropología y la historia comparada de las
religiones. El fruto de esta labor es que la duda y el escepticismo se ha
43
apoderado del ámbito de los resultados acerca del Nuevo Testamento
en sí, de su formación e interpretación, y de la intelección correcta
del significado de sus figuras señeras, como Jesús de Nazaret, Pablo
de Tarso o el apóstol Pedro.
Pongamos algunos ejemplos importantes. Puede decirse sin
reparo que el Nuevo Testamento que leemos hoy no es el testimonio
del cristianismo primitivo, sino que –dada la pluralidad constatable
de cristianismos en los dos primeros siglos– es solo el testimonio de la
forma triunfadora de cristianismo, la paulina. Los demás, derrotados,
no dejaron canon alguno de escrituras.
No poseemos ningún testigo directo de los textos originales del
Nuevo Testamento, sino que lo que leemos son copias de copias.
Las más antiguas proceden de inicios del siglo iii, en torno al 200.
Y como la primera obra datable del Nuevo Testamento, la Primera
carta a los tesalonicenses de Pablo, fue escrita hacia el 51 d. C., no hay
manera de llenar totalmente ese hueco de testimonios escritos de
obras neotestamentarias de unos 150 años, entre el texto autógrafo
y la primera copia.
El número de variantes entre los más o menos cinco mil manus-
critos del Nuevo Testamento es de unas 500.000. Más de la mitad
son variaciones ortográficas, pero existen miles de ellas que afectan
al sentido. Y de las variantes serias puede haber unas 200 o más.
Las iglesias jamás han determinado cuál es el texto auténtico del
Nuevo Testamento, inspirado por el Espíritu Santo, sencillamente
porque es imposible. El texto actual, reconstruido a través del estudio
computarizado de todos los manuscritos divididos en familias, no
corresponde a ningún manuscrito en concreto, sino que es el resul-
tado de una mezcla ecléctica de las variantes de los mejores testigos.
Hay pruebas filológicas irrebatibles de que ninguno de los evan-
gelios fue escrito en arameo, sino directamente en griego, y en fecha
tardía tras la muerte de Jesús (probablemente en abril del año 30),
entre cuarenta y setenta años después. Eso quiere decir que la trans-
misión de dichos de Jesús se hizo a base de traducciones. Y respecto
a los hechos, la imagen del Jesús del Cuarto evangelio es en muchos
44 Antonio Piñero
casos incompatible con la ofrecida por sus tres predecesores, los deno-
minados convencionalmente Marcos, Mateo y Lucas.
No conocemos en realidad quiénes fueron los evangelistas.
Sus obras son todas anónimas. Desde luego esos autores no fueron
testigos oculares, sino que utilizaron la tradición oral (con todos
los inconvenientes de las deformaciones de la memoria) y fuentes
escritas previas. Los nombres otorgados a esos presuntos autores
fueron inventados, hacia la primera mitad del siglo ii, con la buena
intención de unir de algún modo su testimonio con el de los apóstoles
y otros primeros seguidores de Jesús. El análisis comparativo entre
ellos, y el contraste con lo que conocemos de la época, hace evidente
que sus relatos son a veces inverosímiles. A menudo ni siquiera se
compaginan con los propios datos internos de los evangelios mis-
mos, o con lo que sabemos por fuentes exteriores. Tenemos pruebas
filológicas e históricas de que el relato de la Pasión en concreto fue
compuesto para que lo presuntamente sucedido se acomodara a lo
que previamente se creía que debía ser el mesías cristiano; no para
relatar qué ocurrió en realidad.
Nada sabemos prácticamente de la denominada vida oculta de
Jesús, ni cuándo, ni dónde nació, apenas más que el posible nombre
de sus padres, José y María, que fue quizás un carpintero, que tuvo
hermanos y hermanas carnales. No sabemos cuánto duró su vida
pública, si entre seis meses y un año (los meses alrededor de una
fiesta de Pascua: evangelios de Marcos, Mateo y Lucas) o si se alargó
entre dos años y medio y tres años (el tiempo en torno a tres pascuas:
Evangelio de Juan).
Cuando se leen críticamente los Evangelios, la imagen que se
obtiene de Jesús es la de un trabajador manual, a la vez maestro
autodidacta de las Escrituras sagradas judías, la de un profeta apoca-
líptico, que jamás se creyó hijo físico y real de Dios, sino metafórico,
que predijo la inmediata venida del reino de Dios sobre la tierra de
Israel, siguiendo las imágenes que habían proclamado los profetas
clásicos. Ignoramos en la mayoría de los casos en qué sentido empleó
la enigmática frase del “hijo de/del hombre”. Obtenemos también
46 Antonio Piñero
del mismo Apóstol (1 Tesalonicenses 4) Las iglesias
se acabaría el mundo, y todos los fieles jamás han
al mesías, tras un juicio rápido de todas determinado
las gentes, irían al cielo para estar con cuál es el texto
él y con Dios Padre por siempre jamás. auténtico
El reino de Dios terrenal que había pre- del Nuevo
dicado el Jesús terreno quedaba así trans- Testamento,
mutado en un reino puramente celestial. inspirado por el
Una buena parte de estas novedosas Espíritu Santo,
ideas del maestro Pablo fueron conser- sencillamente
vadas por el cristianismo inmediato, y porque es
el que siguió hasta hoy. Pero este punto imposible
de vista poco tiene que ver con la men-
talidad del Jesús de la historia. No hay una relación de continuidad
entre Pablo y el Jesús histórico, como se pretende.
Pablo tampoco pretendió fundar religión nueva alguna, sino
interpretar el judaísmo a la luz de la venida del mesías, tal como él
la entendía, y su repercusión en la salvación de algunos paganos.
Estos completarían el número de los elegidos para salvarse, que eran
ante todo judíos. Los gentiles no eran más que un injerto de oleastro
en el cuerpo del Israel auténtico, el olivo verdadero.
Nada sabemos de cierto de algo tan importante como fue la cons-
titución de un canon, o lista, de libros sagrados del cristianismo
primitivo, aunque este fue el primer y definitivo paso para la consti-
tución del nuevo movimiento –en principio una rama del judaísmo
pluriforme del siglo i d. C.– en una religión diferente. Por muy
extraño que parezca, la Iglesia no ha dejado documento alguno que
nos explique este proceso.
Tampoco sabemos cuáles fueron los criterios que impulsaron
o ayudaron a la formación de tal canon, ni qué personaje, o iglesia
importante, inició el proceso ni cómo fue su desarrollo. Lo que sí es
cierto es que no fue precisamente la inspiración divina de un escrito
lo que motivó su canonización (ya que en el cristianismo primi-
tivo abundaban los profetas y, por tanto, sus posibles obras estaban
48 Antonio Piñero
3. No tenemos más pruebas estrictas sobre un intento de unifica-
ción e institucionalización que el que parte de las iglesias paulinas,
en especial las Cartas comunitarias, paulinas, que dan toda la impre-
sión de haber fagocitado los restos de cualquier otra subdivisión del
primer cristianismo.
4. La gran iglesia comienza a formarse de verdad con las ideas
mostradas con claridad por el autor de los Hechos de apóstoles –obra
compuesta bastante más tarde que el evangelio de Lucas, quizás entre
el 110-120, y quizás por un discípulo muy cercano al tercer evan-
gelista– acerca de la necesaria unión de la primitiva iglesia. Ahora
bien, los Hechos son, a pesar de que omita conscientemente evocar
la correspondencia de Pablo, una obra netamente paulina.
Lo dicho no son más que botones de muestra, aunque cierta-
mente los más importantes. No es, pues, exagerado afirmar, desde
el punto de vista de hoy, que “en el cristianismo primitivo casi nada
es como parece”.
DIOS EN EL
ENCUENTRO
Me di de bruces con gente cuya
vida era de un estilo existencial: un
ethos de entrega personal y gratuita
al otro. Poseían una concepción de
orden general según la cual la vida es
para entregarla, no para ahorrarla.
M I K E L A ZU R M E NDI
50
uienquiera haya visto la película Green Book habrá
51
le volvieran a acoger en casa. Reemprendió sus estudios, se hizo un
hombre, sargento bombero de San Sebastián y gran alpinista. Murió
volviendo de una expedición a los Andes. Tras el asesinato de Gre-
gorio Ordóñez, en 1995, me comprometí en una militancia pública
con las víctimas del terrorismo por admiración a una de ellas, Cristina
Cuesta, que salía con un puñado de gentes a protestar en silencio
desafiando el odio y las amenazas de las huestes abertzales. Si Savater
no hubiese existido desde tiempo atrás en mi vida, no veo qué otra
presencia de vida apasionada hubiese impulsado desde finales de los
90 mi compromiso con la libertad y contra el nacionalismo obliga-
torio. Ciertamente que no una idea, ni tan siquiera esa de libertad.
Porque las ideas no le conmueven a uno y nuestra vida únicamente
se mueve por con-moción ante determinadas experiencias causadas
por alguna persona o junto a ella. El que G. Rizzolati, descubridor
de las neuronas-espejo a finales de los 90, señalase que “las neuronas
espejo son el ladrillo sobre el que se construye la cultura” significa que
sin emociones sociales (simpatía, vergüenza, culpa, orgullo, envidia,
gratitud, admiración, indignación, rechazo, etcétera) jamás el homí-
nido se hubiese convertido en ser humano. O sea, que a la vista del
otro nuestro mapa corporal situado en el cortex prefontal del cere-
bro puede reaccionar con-moviendo nuestras entrañas para producir
determinadas emociones. Y éstas se vuelven sentimiento a poco que
se produzcan ciertas representaciones cerebrales. Vamos, que el otro
es un bien. Nuestro gran bien, que posibilitó que echásemos a hablar
y significar el mundo. La racionalidad estuvo y está generada por la
necesidad de significar conmociones impostergables.
Así es como llego, por fin, al meollo de la cuestión “Dios”. La de
cómo me acerco a Dios y qué es Dios para mí.
Profesor universitario de ética en tanto que disciplina académica
de filosofía y, luego, de historia comparada de las religiones en antro-
pología, he tenido como presunción académica evidente la intuición
geertziana de que Dios era una invención nuestra, un mero producto
de las limitaciones de nuestra capacidad analítica, de nuestra fuerza
de resistencia y de nuestra visión moral. Vamos, que nos inquietaban
52 Mikel Azurmendi
casi metafísicamente la búsqueda ansiosa de claridad ante los fenóme-
nos de la experiencia, la búsqueda de un significado del sufrimiento,
la enfermedad y el duelo, y también el desconcierto ante la para-
doja moral de que los malos prosperan mucho más que los buenos.
Esa precariedad existencial habría generado en el humano la religión.
O sea, una concepción holista de la realidad entera que capacita para
comprender el mundo y dar una dirección adecuada a los sentimientos
y significación a las emociones. Como diría Wittgenstein en una con-
ferencia memorable, esas vivencias tomaron la forma de Dios-creador,
Dios-baluarte de nuestra seguridad y Dios-desaprobador de nuestra
conducta. Esas eran mis presunciones, y mi agnosticismo las hacía
funcionar prácticamente como a cualquier ateo.
Nada más ajeno a Dios que un profesor universitario. En su petu-
lancia intelectual cree él sabérselas todas. Yo era uno de ellos. Pero, a
diferencia de muchos de ellos, yo me preguntaba cuál era el motivo de
que la sociedad no explotara de indignación en medio de la tremenda
crisis económica y de corrupción. Por qué los abuelos sostenían a sus
familiares. A santo de qué los padres abrían la puerta de casa a sus hijos
divorciados y hasta se ocupaban de los hijos de éstos. Me sorprendía
que de centenares de aprovechados de las tarjetas black, solamente
tres personas no las hubiesen utilizado. Me alarmaba que periodistas
o sociólogos no se ocuparan de mirar hacia los valores residuales que
mantenían en pie una sociedad desfallecida y líquida, cómo es que no
se había erosionado del todo el sentido de pertenencia ni el de conti-
nuidad histórica. Frente al “disfrutad” y en medio del sin-sentido del
dolor y del culto al deseo ¿qué hacía esforzarse a determinada gente
y huir de la realización inmediata del deseo? Así de sobrecogido me
encontraba ante la realidad, en una huida sin paliativos de las res-
puestas ideológicas y la diatriba bélico-argumental de los políticos,
así como de la estupidez de los medios de comunicación.
En éstas me di de bruces con gente cuya vida era de un estilo exis-
tencial: un ethos de entrega personal y gratuita al otro, cuya calidad de
vida era estética y no moral. Poseían una concepción de orden general
según la cual la vida es para entregarla, no para ahorrarla (“si uno no
Dios en el encuentro 53
da su vida, la perderá”) y que el otro es una parte de mi yo (“nada de
lo que uno tiene le pertenece solamente a uno”).
Quedé paralizado de lo que unos y otros me decían pero determiné
estudiarlos de cerca para entender eso que hacían, muy intrigado por
dar con la clave de un carácter personal que se traslucía en gestos y
posturas que los volvían inconfundibles en la sociedad en la que vivi-
mos. Hoy calificaría de pobreza de corazón ese estado anímico, pero
entonces se me aparecía como la mismísima mansedumbre de una
gran alegría vital como yo nunca había visto. Seres felices.
Me acerqué a patear las aulas de los colegios donde educan, me
presenté en los márgenes de la sociedad a la que acuden semanalmente
con alimentos para estar con yonquis y drogatas. Me involucré en
unas colonias de verano para sus hijos por verlos funcionar lejos de
sus padres, también frecuenté familias que acogen a discapacitados y
a niños vulnerables, familias que aun con seis o cinco hijos adoptan a
otros dos, y resultan tan “propios” como el resto. Hablé con hombres
y mujeres profesionales, de alta y baja formación para palpar su con-
vicción, pero también escuché a una africana de la fraternidad narrar
cómo ha salvado a cientos de mujeres violadas, con sida y perseguidas,
y cómo entre todas han construido un hospital que hoy atiende a
más de mil enfermos en Kampala. Conviví entre hombres que han
dedicado a Dios toda su persona pero enseñan en escuelas o trabajan
de ingeniero, enfermero, juez, notario o arquitecto. Hasta me personé
durante una semana en una colonia de vacaciones veraniegas de sete-
cientas personas. Yo, que he sido un hombre al que le han horrorizado
las muchedumbres y ha odiado la aleccionadora conseja –causa por la
que jamás me he asomado ni militado en partido político alguno–,
yo, agnóstico de mí, queriendo conocer de primera mano cómo eran
y por qué hacían lo que hacían.
Pues lo hacían y prosiguen haciéndolo porque Jesús-Dios es ese
necesitado de tu socorro, de tu amor, de tu acogida, de tu escucha, de
tu saber perder tiempo para estar con él. Jesús es su modelo de vida,
el de la gratuidad de darse al otro amorosamente en la seguridad de
que el otro es Dios. Te dicen que Jesús sucedió hace dos mil años pero
54 Mikel Azurmendi
que sucede cada vez que en la persona de un necesitado te acercas a
Él con amor (un él siempre enfático en su boca).
Dios no es una idea para ellos. Dios es amor. Una inmensa bomba
atómica de amor que por amor creó el mundo y al humano, y hasta se
hizo hombre a causa de que la humanidad se hallaba muy despistada de
rumbo. Hoy no lo está menos, ¿verdad que no?, pues podemos hacer
estallar el mundo y desaparecer como especie. Pero ¿existe ese Dios de
estos cristianos que sucede en cada acto y gesto de vida-junto al-otro?
El observador que no crea en Dios pero admire o hasta ame la
manera de vivir la vida de esta gente y deseara convivir con gente de
esta pasta como vecindario antes que con otra gente cualquiera, se
hará la pregunta clave: ¿por qué perdura en el mundo esta manera
de existir-sin-ideología que salva al mundo y lo sostiene? ¿Qué hace
verdadera la manera de existir de éstos que voy conociendo y de otros
que no conocí pero debieron de ser semejantes a ellos y ofrecieron
por la misma causa su vida? 1 ¿Podría haberse mantenido durante
veinte siglos esta cadena de ejemplar existencia cristiana, si no fuese
Dios su sostén?
Como observador que durante dos años de trabajo de campo he
ido abandonando algunos supuestos culturales –generalmente de
dominancia ideológica– a fin de tratar de entender a estos cristianos,
debo postular que no: sin un sostén transcendente no es posible hacer
perdurar este estilo humano de vida. Luego es verdad que aquel Jesús
histórico que enseñó a vivir de esta manera amorosa era Dios. Y que
creer en él genera la posibilidad de tatuárselo uno para hacerlo visi-
ble en su relación con el mundo, empezando por los más próximos.
Y que Dios atiende y sostiene la vida de estos cristianos. De ahí que
el corolario de este estilo de vida, el más humano, entendido como el
1 Pienso en Frère Luc, uno de los siete monjes asesinados en 1996 por los yihadistas del GIA en Tibhi-
rine (Argelia), el cual ya en 1943 se canjeó voluntariamente por un padre de familia que el Régimen
de Vichy iba a deportar a Alemania a un campo de trabajo. O pienso en Maximilian Kolbe que pidió
ser canjeado en Auschwitz por un padre de familia polaco que iba a ser llevado al crematorio en
represalias, y fue aceptado y asesinado en su lugar. O pienso en Arnaud Beltrame, el policía francés
que se canjeó voluntariamente por una persona raptada por los yihadistas en Paris, y fue asesinado.
Pienso en los 43.000 cristianos asesinados en el mundo en 2018 por ser cristianos.
Dios en el encuentro 55
que sale al encuentro del otro, sea que sólo la religación experimental
con Jesús-Dios, presente en cada humano de tu derredor, hará de tu
vida un experimento bello y hermoso de humanidad.
O sea, que el otro fija mi yo en la humanidad. Que en ese otro va
fundido siempre Jesús. Que Dios es el punto de soldadura entre los
humanos. Que Dios sucede en mi a-proxim-ación a los demás asen-
tándome en la realidad social e histórica. Entonces resulta que mi yo
no es una noción psicológica sino relacional, que Dios nos inter-divi-
dualiza. Que cada encuentro con cualquiera puede convertirse en un
encuentro con el Jesús histórico. Que mi libertad no es un fin sino el
medio de generar buenos vínculos con los demás.
El film de Peter Farrely no bucea en estas honduras pero sí dibuja
la transformación en humanidad de dos personas, de modo singular
en su libertad y en cómo entender la vida en tanto que espacio de
encuentro. Si alguien que haya osado leer estas líneas desea mi filma-
ción a esa gente hecha de otra pasta, podría leer El abrazo. Para una
cultura del encuentro (2018, ed. Almuzara) donde desarrollo algu-
nos pormenores del estilo de vida de esta fraternidad católica que se
denomina Comunión y Liberación. “Comunión” porque sin tender al
comunitarismo sí extienden en el mundo la fraternidad, la filiación, el
encuentro, la unión en común. Con lo cual, sacándola de su ámbito
intelectual, proporcionan a la actualísima discusión sobre comuni-
tarismo/liberalismo un terreno práctico y vivencial. Y “Liberación”
porque, si tratas de acercarte a su hontanar de vida, te liberarás de
prejuiciosos ídolos fuertemente anclados en nuestra sociedad (como
el del individualismo) y harás nacer el mundo creativo del encuentro,
donde los otros respiran en tanto que otros.
56 Mikel Azurmendi
E N S AY O
HUGO BALL
Y CARL SCHMITT:
ANATOMÍA
DE UNA ‘AMISTAD’
El desacuerdo afecta a los extremos más
profundos del pensamiento de Carl Schmitt
y Hugo Ball. En el primero está presente la
enemistad general, mientras que en el segundo
subyace el amor universal.
J U L I Á N S AUQ U I L L O
58
Y el arte de Ball consistía en un dadaísmo anárquico pero intelectual-
mente muy disciplinado. Ball se había interesado por los derechos de
las dos grandes revoluciones y por el derecho de resistencia especial-
mente. También le habían fascinado los estudios jurídicos de un aca-
démico como Schmitt, que llevaba su materia de estudio a los límites.
El Schmitt profesor en Bon era para Alemania –en palabras de Ball–
más que toda la región del Reno, incluidas las minas de carbón. Su
filosofía del derecho era un triunfo de la lengua alemana y del derecho,
celebraba el dadaísta. Uno era un pensador político eclesial, “riguroso
como un gran inquisidor español”, admirador de Juan Donoso Cor-
tés. Otro era un católico desorientado de las cuestiones de gobierno,
apartado de la política y reivindicador del legado trágico de Miguel de
Unamuno y del Quijote. Había identidades generacionales, divergen-
cias existenciales y, sobre todo, un campo magnético tan fuerte como
inestable entre ambos. Ball vio en Schmitt al ideólogo por antonomasia,
diverso del político: “la realización de su idea en carne propia y en su
propia vida.” (Berna, 23/II/19). Y esto le parecía admirable por encima
de su dirección política. Ball fue amigo de Herman Hesse y camarada
de unos dadaístas de los que pronto se apartó. Es harto dudoso que
Ball encontrara en Schmitt una “suerte de hermano” promisor como
se ufanaba éste. Hubo encuentro y ruptura entre ambos. La relación
acabaría finalizando de la parte de Ball. Necesitaba ya leer de nuevo a
Baudelaire, arguyó, y dejar el empacho jurídico.
El intercambio epistolar y las declaraciones schmittianas dejan
rastros iluminadores sobre el pensamiento de Ball. Y la colaboración
entre ambos fue notable. Carl Schmitt había defendido la publicación
del católico Cristianismo bizantino (1923) de Ball en una editorial ger-
mano-protestante –Duncker & Humblot–, donde Schmitt ya había
editado repetidas veces. Schmitt se ofreció a defenderle de eventuales
ataques a esta edición y Ball dio a conocer decididamente al autor de
Teología política (1922), La Dictadura (1921) y Romanticismo político
(1919), fundamentalmente, con el “ensayo, grandioso, brillante” –
publicado en Hochland, para el análisis de la política cultural cató-
lica, en junio de 1924–. A fe de Schmitt, “difícilmente había modo
59
de recibir (semejante comentario) una segunda vez en toda su vida”.
Del reconocimiento de Schmitt da buena cuenta que discutieran la
Crítica de la inteligencia alemana (1919) de Ball, durante catorce días,
por tratarse de un libro fuera de la norma en su forma y contenido.
Es fácil convenir con Schmitt en muchos aspectos sobre el “enigma
Ball”. De la parte más visible de sus actos, cabe subrayar: su posible
volubilidad con la primera gran guerra, entre el entusiasmo de 1914
y su rechazo pacifista en 1919 (si Alemania era la gran momia del
mundo, Francia y, sobre todo, Bélgica tenían, en cambio, un merecido
derecho de defensa bélica); y también su falta de oportunismo por
no beneficiarse de la crítica al luteranismo realizada en la Crítica… al
estar ya en el gobierno el partido católico alemán cuando se publicó.
Se trata de un demoledor libro post festum al imperio luterano, exento
de críticas a la política efectiva del catolicismo y sin agradecimiento
o premio católicos algunos.
Schmitt se opuso a la edición de Las consecuencias de la
Reforma (1924) de Ball por razones escabrosas. Schmitt hace coin-
cidir su posición contraria también con la de la mujer de Ball.
Pero cabe pensar que las razones del profesor fueran contrarias a
cualquier crítica a un Estado autoritario, regido por un naciona-
lismo necesario en la lucha internacional, mientras que la poeta
y cantante debió temer la suerte de calvarios sociales en que su
marido se viese envuelto por su empecinamiento autoflagelante.
Schmitt ya estaba advertido del fondo crítico de Las consecuencias de
la Reforma (1924) por la explosiva edición anterior de la Crítica de
la inteligencia alemana (1919). Una era, en consecuencia, la segunda
edición de la otra. Este admirador de Voltaire había sido acusado de
traidor a Alemania con su inoportuno afrancesamiento. Algo más de
diplomacia se da en la repetición. Las heridas ya abiertas obligaban a
ser más prudente. Pero las coincidencias son extremas en la crítica de
las tradiciones alemanas escrutadas. Sólo salvaba cierto romanticismo
y, claro está, la tradición católica.
Ambas obras no difieren, como quiere Schmitt, en que Las conse-
cuencias de la Reforma omita las críticas al Papa y a la Iglesia romana
60 Julián Sauquillo
que se daban en la Crítica… En realidad, a Carl Schmitt le resultaba
intolerable este nuevo recuerdo de las responsabilidades de Alema-
nia en la primera guerra mundial para los herederos del Estado pru-
siano-germánico del Tercer Reich. La correspondencia de Ball con
Schmitt refleja la sorpresa del primero por los ataques orquestados desde
el entorno del “Querido señor Profesor” que pasa a ser “Muy estimado
señor Prof. Schmitt”: “Usted sabía entonces (por la editorial o por
alguien más) que estaba preparando Las consecuencias de la Reforma.
A pesar de que no podía conocer nada del contenido del libro, aparte
de que se trataba de una revisión de mi libro Crítica de la inteligencia
alemana que ha quedado tan ignorado, me desaconsejó de la manera
más vehemente su publicación. Llegó usted tan lejos como para exi-
girme que yo debería ocultar esa obra, cuyas correcciones acababan
de terminarse. Por la compensación al editor y la devolución de los
honorarios, que acababa de recibir, no debería de preocuparme, por-
que usted estaba dispuesto a asumirlos. Rechacé dicha exigencia, a la
que consideré como muestra de fanatismo de la amistad, después de
considerarlo detenidamente. Ahora ha salido el libro hace poco y en un
periódico de orientación católica aparece (como primera reseña, tanta
prisa tenían) una recensión del Dr. Gurian que no solo para mi libro,
sino también para mí, es destructiva. El Dr. Gurian es una persona joven
e insignificante, eso lo veo por frases que ha escrito en otras ocasiones.
Pero el Dr. Gurian es, como usted mismo me refirió en cierta ocasión,
alumno de su seminario y, debo por tanto asumir, su alumno favorito.
¿Dígame usted, estimado profesor, qué debo pensar de todo esto? ¿Por
qué no es cierto que está usted desde hace meses teniendo conmigo una
correspondencia confidencial?”(Roma, 11/2/1925).
62 Julián Sauquillo
Nos quedaremos sin conocer qué relación guardaba Hugo Ball
con cada uno de los tres santos a los que, finalmente, dedicó Cris-
tianismo bizantino: Juan Climaco, Dinisio Areopagita y Simeón el
Estilita. Quien hace elogio del hermetismo no puede ser leído al pie
de la letra. Deja un terreno abierto a las conjeturas. Así Ball descubre
a Egidio de Asís en fragmentos de la obra de Hesse cuando no se
habla de él. Al “que no se menciona, está mucho más presente”, “lo
que se menciona sirve sólo para ocultar y silenciar la plenitud que hay
detrás” –dice con ocasión de este descubrimiento–. A pesar de esta
voluntad veladora en la escritura de Ball, Schmitt le lee al pie de la
letra e ignora su hermetismo habitual. Ball no desea sino “Ocultarse
detrás de los objetos. Desaparecer” (Zurich, 6/x/1916). Se asombraba
de que ya no hubiera quien deseara publicar libros si no estaba su
nombre en la portada. Le resultaba extraño el desgaste de una mística
medieval que creaba de forma anónima (Zurich, 14/v/17). Aunque
Ball señala, en sus diarios, “todo arte vivo será irracional, primitivo
y complejo, manejará un lenguaje secreto y no dejará como legado
documentos edificantes, sino paradójicos”, Schmitt prefiere ignorar
la doblez de su “amigo”. Mejor creerle que sentirse burlado. Schmitt
asume que Hugo Ball toma partido por aquel santo que suscribe la
jerarquía católica. A tenor del espacio mayor dedicado a Dionisio
Areopagita en Cristianismo bizantino, a su declarada admiración por
él, que le hace manifestar, incluso, el origen de “Dadá” en la repetición
de las iniciales de este santo, no cabe duda. Hugo Ball habría tomado
partido por la jerarquía católica como Dionisio Areopagita. Ningún
carisma personal, señala Ball, puede sustituir la dignidad sacerdotal.
Schmitt señala que Ball se pone del lado del sacerdote con una energía
monstruosa, suicida. Hugo Ball habría elegido la peor opción para
su existencia: lacerarse como teólogo laico en favor del sacerdocio
jerárquico. ¿Qué aparente explicación da Ball? No puede conformarse
con la teología laica. El filósofo es un “encantador”, un “filósofo de lo
maravilloso” que no puede exigir a un igual que crea en la veracidad
de lo que afirma. Como creyente, necesita la infalibilidad de la Iglesia
con que cuenta el sacerdote (Berna, 25/xi/19).
64 Julián Sauquillo
siempre estuve preparado para un encuentro con él. Nunca lo perdí de
vista –señala Schmitt–. En mi “Concepto de lo político”, cada frase está
dirigida a él. Cuando llegó la noticia de su muerte, pensé en enviar una
carta a la que quería adjuntar el artículo.”
En 1927, la carta de Schmitt a Carl Muth subraya que nunca ha
escrito nada mejor que El concepto de lo político (1927, 1932, 1933), un
trabajo necesariamente repetitivo que “no es conciliador ni siquiera
en su contenido”. Este trabajo, brillante, y Catolicismo romano y forma
política (1923) –justamente, sucesivo a las tres obras de las que Hugo
Ball se ocupó– suponen dos “puntos de fuga” respecto al trabajo de
ambos. Dos líneas paralelas en el catolicismo chocan, en vez de coincidir,
a la vista de esta última obra. Ball era consciente de que Schmitt no se
manejaba con el idealismo de De Maistre, Bonald o Donoso sino con
el realismo de alguien que clama la intervención del Estado cuando
la autoridad religiosa ha sido destruida, nada menos que por algunos
de los motivos más queridos de Ball: Prohudon, Bakunin y el dandi o
rebelde demoniaco. En Teología política de Carl Schmitt (Hochland,
junio, 1924), Ball realizaba la alabanza mayúscula de Schmitt contra sí
mismo. Los elogios eran soberbios: el catedrático en su sentido pleno, el
gran ideólogo, el gran teórico de la fisonomía católica universal y un pla-
netario que oscila libremente sin atadura a ideas. Jacob Taubes se sumó
a los elogios de Ball al gran terapeuta de las situaciones de crisis jurídica.
Ball levantaba el engranaje de argumentos que Schmitt empleaba para
ensalzar el papel de la Iglesia y del Papa como fundamento de la política:
localizaba el necesario auge de la Iglesia como solución política en el
fracaso del romanticismo para dar una forma ordenada –jurídica, moral
y política– a la sociedad, por su fondo, fabulador, huidizo, irracional y
confuso. La indecisión romántica de la burguesía alemana, irresoluta
por discutidora, tuvo que ser sustituida por la infalible decisión de la
autoridad católica, según el argumento del Profesor. Si Schmitt había
apreciado, sobre todo, la capacidad simbólica de Ball (sería más un poeta
o un literato que un teórico), por encima de cualquier preocupación
conceptual, la Teología política de Carl Schmitt penetra en sus presu-
puestos conceptuales sin ornato alguno. Para Schmitt, Hegel habría
66 Julián Sauquillo
revelación divina sin atender al mandato de obediencia al Papa. Muy al
contrario, el catolicismo laico de Ball hace acopio de la Iglesia invisible
de los monjes unidos al pueblo ya en la Crítica de la inteligencia alemana.
Pero, finalmente, ¿en qué sentido Ball pudo aparecer en todas y cada
una de las líneas de El concepto de lo político? La afirmación de Schmitt
parece capciosa y enjundiosa. Capciosa porque no supone una alabanza
de Ball. Enjundiosa porque tampoco remarca una supuesta amistad
reforzante. Si acaso, subraya una posición negativa fundamental sobre
la que Schmitt construyó su teoría. Ciertamente el pensamiento de
Schmitt se configura frente a adversarios de peso: Jünger, Heidegger
o el propio Ball. Elabora su pensamiento cuando analiza al enemigo.
Si Ball está presente en cada una de las líneas de El concepto de lo
político sin ser si quiera nombrado es porque Ball es el adversario de
rigor de Schmitt. Lo es de una forma más desangrada que el ateísmo de
Heidegger o el naturalismo pagano de Jünger. Ball representa el peor
enemigo: es el intruso dentro del catolicismo político. Es mucho peor
enemigo que el protestante o, incluso, que el judío. Dentro de la con-
cepción monolítica del catolicismo político de Schmitt, la capacidad
de corrosión de la mística balliana –aun revestida de aclamaciones a la
jerarquía sacerdotal– es mayúscula. En la misma lógica de la relación
amigo-enemigo, el plenipotenciario catedrático simuló amistad con un
“expresionista”, soportó sus devaneos rebeldes y antiautoritarios, hasta
que la fortaleza teórica de Ball pudo cuestionar los dogmas católicos
de obediencia al Papa como pastor de toda política resolutiva. Había
que eliminarlo del campo teórico y no cabía diálogo alguno con su
“vida de santos”. Era un enemigo del Estado policial prusiano y un
auspiciador del desorden. Heinrich Meier subraya, en este sentido,
como hilo conductor de los escritos de Schmitt, “la lucha por el ver-
dadero endurecimiento católico” frente a “neutralizadores”, “estéticos
de vida disipada”, “abortadores del temor”, “incineradores de cadáve-
res”, “pacifistas” –según expresiones del Glossarium, impresiones de los
años 1947-1951(1991)–. Todos son calificativos muy apropiados a Ball.
Schmitt señaló en este diario íntimo que tal endurecimiento católico
le apartó del propio Ball a su pesar.
68 Julián Sauquillo
que el gobierno sólo puede constituirse, es decir, los hombres sólo
pueden ponerse de acuerdo si se unen contra: contra otros hombres.
Toda asociación de hombres es necesariamente una exclusión de otros
hombres. (Berlín, 13/3/1932).
Frente a Schmitt y cercano a Hesse, Hugo Ball parece, más bien,
un “quietista”, dentro de las concepciones políticas y religiosas hete-
rodoxas que se dieron en Francia en el siglo xvii. Como doctrina
religiosa, retuvo el aspecto pasivo de la teología negativa. La pasividad
y el abandono, de un niño inocente e ingenuo, son propias de este
éxtasis místico. No importan las obras del protestantismo sino el puro
amor desinteresado. Todo puede hacerse con el amor a Dios y nada
requiere rigurosamente del Dios del catolicismo. Postulaban el amor
universal católico. Este quietismo pudo salvar la catalogación de here-
jía acercándose a la piedad franciscana plena de abandono ingenuo a
Dios. Cuando Francisco y sus compañeros, mientras permanecían en
grupo, quisieron despedirse y saber hacia donde cada uno dirigiría
su misión –si atendemos a San Francisco, juglar de Dios (1950) de
Roberto Rossellini–, el santo les propone que comiencen, todos a
una, a girar como peonzas hasta caer al suelo y que cada uno parta
en la dirección que apunte su cuerpo. No cabe imagen más infantil y
bella de la universalidad del ingenuo apostolado franciscano.
¿Pero el amor universal de Ball y Hesse pudo sobreponerse, final-
mente, a los fríos espolones de Schmitt? Creo que no. Ball dejó dicho:
“Quien liquida su yo, no puede ser sensible a la alabanza o a la crítica,
a una buena o mala fama, así como a cualquier cuestión de poder. Hará
bien en llevar una máscara que se ajuste en cada caso a las ambiciones
y opiniones del entorno. Se ahorrará muchas contrariedades.” (Berna,
17/ii/19). Así que nos quedaremos sin saberlo del todo.
L A SO CIEDAD
ENSIMISMADA
Calasso es despiadado con el secularismo y, al
mismo tiempo, secular. Gloso aquí su diagnóstico.
La felicidad del Homo secularis no descansa en lo
trascendente, sino en una entidad, más o menos
abstracta, llamada humanidad.
J UA N A R NAU
C
omo las túnicas de los antiguos monjes budistas, hay
libros hechos de retales. La Enciclopedia de Novalis,
las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein o los
Escolios de Gómez Dávila, son algunos de ellos, tam-
bién el último libro de Roberto Calasso, La actualidad
innombrable (Editorial Anagrama, Barcelona, 2018).
En los casos mencionados, cada uno de esos retales procede de paños
de gran calidad y la urdimbre de sus hilos daría, en muchos casos, para
un libro entero. Calasso aborda dos grandes temas, ambos insondables:
el hombre secular (cuyo origen remonta al Neolítico) y la natura-
leza continua o discreta de lo real. El resto del volumen son notas a
70
pie de página, comentarios o ilustraciones, que giran alrededor de
estos dos centros de gravedad. El autor los recorre como si fuera
Sócrates o Nāgārjuna, con ese grado de sabiduría en el que uno ha
renunciado a sus propias creencias y se limita a observar; aunque
en sus observaciones haya siempre un tono, a veces irónico, otras
mayéutico, que orienta al lector.
Calasso ya adelantaba algunas de sus ideas en un extenso volu-
men dedicado al pensamiento védico (El ardor, 2016). Allí sostenía
(siguiendo a Durkheim) que la religión de nuestro tiempo es la
“religión de la sociedad”. Las sociedades seculares modernas úni-
camente rinden culto a sí mismas. Sociedades ensimismadas que
no ven más allá de su propio ordenamiento y no encuentran sus
modelos, como las antiguas, en el cosmos o la fisiología. Un giro
que se hace explícito en 1912, cuando Durkheim publica Las formas
elementales de la vida religiosa.
En ese libro se dice que toda representación colectiva tiene algo de
delirio. Delirante fue el culto de la sociedad védica al sacrificio, delirante
la Alemania del Tercer Reich, y delirante es el capitalismo tardío que
vivimos, que pone la economía real en manos de la economía financiera.
Cada día comprobamos cómo la especulación financiera devora pedazos
de la economía real, del bienestar de familias y sociedades. ¿Acaso no es
éste el ápice de los delirios? El dios financiero es hoy expresión figurada y
ciega de la sociedad global, el último de los ídolos, más implacable y agre-
sivo que el peor Yahveh. La eficacia, antes atribuida a la fórmula ritual,
se deposita ahora en el algoritmo. Tras el fiasco de la decodificación del
genoma, el algoritmo se ha convertido en el tema de nuestro tiempo,
la herramienta esencial para abrirse camino ante la avalancha de infor-
mación (Big data). Ya sin la vieja equivalencia del oro, las democracias
modernas sólo coinciden en aceptar una única verdad global, la de los
cuadernos donde se anotan los haberes y titulares de divisas, fondos y
activos financieros.1 Ese parece ser el único libro de validez universal,
1 No es la única herida abierta de las democracias modernas, que implica no sólo reconocer esas anota-
ciones, sino la obediencia a los resultados electorales, aunque, como recuerda Calasso, Occidente pro-
mueva la anulación de elecciones (Egipto, Argelia) cuando el resultado amenaza la propia democracia.
71
desconocido únicamente por los parias del mundo. Una riqueza, la
financiera, que paradójicamente no produce riqueza, que no tiende a
la distribución sino a la acumulación. Un dios que codicia otro tipo
de holocaustos: la miseria de aquellos que no se consagren a ella.
El culto a sí misma de la economía es lo que hoy se llama economía
financiera. Ya no se trata de generar riqueza (el dinero pierde su
poder trascendente) sino de que el dinero se acumule y que, por sí
mismo, produzca más dinero.
A partir de ese estado de cosas, se enuncia la gran paradoja:
“La sociedad completamente secularizada es la menos seculari-
zada de todas, porque lo profano, en el momento que se expande
sobre el todo, asume en sí aquellas características alucinato-
rias, fantasmagóricas y delirantes que Durkheim asociaba con
el fenómeno religioso”. El delirio crónico de la humanidad no
sólo está lejos de desaparecer, sino que parece acrecentarse. Sin
embargo, para Durkheim, fundador de la sociología moderna
junto a Weber y Marx, el ritual no suponía un delirio, sino un
modo de orientar y canalizar el sentido. Su hallazgo fue descu-
brir que el culto recrea un ser del que dependemos tanto como
él depende de nosotros. Ese ser no es una quimera de la fantasía
humana (necesitada de consuelo y protección), sino que existe
realmente, y no es otro que la sociedad misma.2 Marcel Mauss,
más libre y sagaz, lo dirá de otro modo: las cosas sagradas son
cosas sociales, entendiendo por sagrado todo lo que cualifica a
la sociedad: “Si los dioses, cada uno a su hora, salen del templo
y se hacen profanos, vemos que lo relativo a la propia sociedad
humana –la patria, la propiedad, el trabajo, el individuo– entra
en el templo progresivamente”.3
2 Ejemplos clásicos de sociedades que se desarrollan en el culto a sí mismas serían Francia y EEUU,
que santifican los días patrios, asociados a la Declaración de independencia o la Revolución. En ello
coinciden Marx y Rousseau, Hitler y Lenin. España, a este respecto, no llegaría siquiera a aprendiz.
3 Marcel Mauss, sobrino y sucesor de Durkheim, no creía en la existencia de sociedades no civi-
lizadas, aunque ocupaba una cátedra que llevaba ese nombre. Para algunos anticipó el método
estructural (Claude Levi-Strauss lo consideró su maestro), pero de la estructura a la analogía hay
todavía mucha distancia.
72 Juan Arnau
Mauss fue en cierto sentido un pensador antiguo. Se movía con
naturalidad en el ámbito de las correspondencias, estableciendo
relaciones entre diferentes órdenes de realidad (cósmico, orgánico o
social). Para ello necesitaba presuponer dichos órdenes y trazar luego
vínculos entre uno y otro. Esas asociaciones pueden dibujar una estruc-
tura o no hacerlo. Hay lazos aéreos, intangibles, y hay también lazos
con lo invisible. Para reforzar esos lazos las sociedades antiguas rituali-
zaron el sacrificio: “un medio para que el profano pueda comunicarse
con lo sagrado a través de una víctima” (la definición es de Mauss).4
¿Por qué pensar ahora el sacrificio? ¿Por qué es tan importante para
Calasso? Sin duda es un tema incómodo, que provoca de entrada
el rechazo del ciudadano liberal. El sacrificio se considera arcaico
y primitivo, una rareza de la etnografía, un asunto de aborígenes.
De hecho, en muchos casos se evita la palabra y se sustituye por ritual.
Sin embargo, el siglo xx europeo estuvo marcado por el control social
y los grandes holocaustos; los grandes experimentadores sociales fue-
ron Hitler y Stalin, ingenieros de almas, feroces en la lobotomía,
siempre en nombre de la ciencia. La industria alimentaria de hoy
sacrifica millones de animales cada día, de un modo invisible para la
mayoría. “El solo acto de percibirlo provocaría, desde ya, un cambio
radical”. Calasso sitúa el inicio del horror moderno al sacrificio en
la renuncia de Lutero a entender la misa como un sacrificio. Para el
agustino constituía un abuso impío, una maldita idolatría creadora
de “monstruos de impiedad”. En cierto sentido reproducía el gesto
de los primeros budistas, que renegaron del sacrificio védico (y en
este sentido no es de extrañar que el proyecto actual del Dalai Lama
se centre en la Ética secular). Dos acontecimientos más marcan el
inicio de la modernidad, el descubrimiento de América (con el que
Montaigne se convierte en el primer antropólogo de salón) y la com-
posición del Quijote. Con ellos se abre la vía hacia la secularización. La
sociedad secular inunda la escena del mundo y el sacrificio se convierte
en una institución insensata que conviene arrinconar en el trastero
4 Una actividad bendecida por Platón: “la cosa más bella, mejor y más segura para la vida feliz”
(Leyes 716d).
La sociedad ensimismada 73
de la historia (psicoanálisis) o perpetrarlo de un modo más o menos
secreto (matadero y laboratorio). El sacrificio, tan arcaico y bárbaro,
cambia de nombre y hoy se llama “experimento”.
Desde entonces el mundo está hecho trizas. Las ciencias dibujan
un mundo fragmentado e inauguran la era de la ansiedad. Predomina
la inconsistencia y, gracias al megáfono de las redes y la industria de
la distracción, prolifera la insignificancia. El hombre moderno es el
perfecto turista, deambula de un lado a otro y sólo encuentra con-
suelo en la compra y el entretenimiento. Pero no todo es sinsentido.
Hay focos con alta densidad de sentido: precisamente en el odio a
lo secular. La maquinaria del sacrificio, concebida para hacer posible
la circulación entre lo visible y lo invisible, adquiere tintes siniestros.
Sólo la matanza ofrece garantía de significado. El terrorismo islámico
es sacrificial en su forma perfecta, la víctima es el terrorista, hay víc-
timas colaterales (en discotecas, playas, o centros comerciales) pero
sólo son el resto, la “parte de Rudra”.
Homo secularis
En lo inicios de la modernidad, el descubrimiento de otros modos
del sacrificio fascina a Montaigne. El sacrificio no ha sido todavía
reducido a su “función social”, no ha empezado la decadencia de
la antropología, reducida al funcionalismo. El sacrificio ajeno es,
simplemente, una barbaridad, pero ayuda a interrogarse por el pro-
pio. Una serie de actos que acompañan siempre la vida del hombre.
La lista de Calasso es deliberadamente elemental: respirar, tragar,
copular, cortar, matar, evacuar, hablar, quemar, verter, pensar,
soñar, mirar… Las culturas se erigen como los diferentes modos y
técnicas de realizar dichas actividades en el seno de una comuni-
dad. Gestos intraducibles que los antropólogos clasifican y exhi-
ben en museos y bibliotecas con científico rigor. Y dado que todas
estas “técnicas” se encuentran (o deberían encontrarse) en plano
de igualdad, ¿cómo evaluar la mejor o más justa? ¿cómo distinguir
la más civilizada y eficaz? Si prescindimos de la respuesta trivial
(la más civilizada es la nuestra / la eficacia depende de nuestros
74 Juan Arnau
intereses) y entendemos el término “civilización” como lo hacía
Platón (el triunfo de la seducción frente a la fuerza), entonces la
más civilizada será la más eficaz en evitar la violencia. Hoy los
libros de contabilidad financiera son los garantes del orden mun-
dial, los ejércitos son sus subordinados y ni siquiera las naciones
pueden garantizar ese orden. El mundo se ha convertido en un
gran casino, donde los inversores pueden “apostar” contra grandes
empresas y hacer colapsar una nación, ante la mirada estupefacta
de la ciudadanía. He ahí la sublime paradoja, los mismos cuader-
nos que amenazan la economía real que sustenta al ciudadano,
son los garantes de la paz mundial.
Ante ese panorama desolador se erige el Homo secularis. Calasso
es despiadado con el secularismo y, al mismo tiempo, secular. Revive
en cierto sentido el diálogo entre Setembrini y Naphta en el sana-
torio Berghof. Gloso aquí su diagnóstico. La felicidad del Homo
secularis no descansa en lo trascendente, sino en una entidad, más
o menos abstracta, llamada humanidad. John Locke fue el primer
gentleman que asumió el papel de Homo secularis, un papel que se
define por la vía negativa, mediante el vaciamiento progresivo de
pesadas herencias (los dioses, lo divino, lo sagrado, el único dios).
El secularista habla con la contrición del eclesiástico, mientras los
curas desearían ser sociólogos. El Homo secularis no debe nada
a nadie, existe para sí y solo tiene detrás aquello que ha hecho.
Es incapaz de situar lo divino y vive en la aflicción permanente,
aunque es reacio a hablar de ello. No vive de la observancia de los
preceptos, le basta con abstenerse de violar los artículos de ciertos
códigos. No está obligado a cumplir con ningún gesto. Puede lle-
var una vida poco participativa, aceptando una serie de reglas que
inducen a no molestar y no ser molestado. “La secularización es
ante todo el debilitamiento de los vínculos, de todos los vínculos.
En determinados casos, la anulación completa de los vínculos”. Su
única atadura es el pago de los impuestos. Esa situación le hace
pasar por estados alternativos de perplejidad, confusión, entu-
siasmo pasajero o depresión profunda. Los secularistas no son
La sociedad ensimismada 75
felices y, pese a no tener vínculos, se sienten abrumados de cargas.
La sociedad secular multiplica los procedimientos y con ello
favorece el automatismo. Cuando desaparece la linfa reli-
giosa, el pensamiento resulta insuficiente e inadecuado para
los hechos elementales de la vida. Aunque detesten oírlo, los
secularistas son gente pía. No pueden renunciar a la nece-
sidad de sentirse buenos y con el tiempo generan un resen-
timiento violento hacia el propio secularismo. Viven en el
miedo a lo confesional, salvo si esa confesión se llama ciencia.
Las democracias modernas se basan en el libre albedrío y la fe en
la ciencia, pero la ciencia no da señales de creer en el libre albedrío
y, como una divinidad desdeñosa, considera al ciudadano como
un autómata. “El secularismo envuelve el planeta, no porque haya
vencido a las religiones, sino porque, entre todas las religiones, es
la primera que no se dirige a entidades externas sino a sí misma”.
La sociedad, lo engloba todo, no hay nada fuera de lo social. Una
manía expansionista, endémica y característica de las disciplinas
científicas (la ironía filosófica tiene aquí un amplio trabajo que
desarrollar). Lo hemos oído muchas veces: no hay nada fuera del
lenguaje, no hay nada fuera de las matemáticas… Cada corral se
cree universo.
Continuo o discreto
Más ambicioso que Durkheim, Mauss no se conforma con la expli-
cación funcionalista, quiere saber con qué parte del cosmos, o de la
psique, conecta el sacrificio. Podemos vivir sin iglesias, pero ¿podemos
vivir sin religión? ¿sin estar de algún modo vinculados, religados, al
paisaje? La mayoría lo hacemos, vivimos sin dioses, sin el sentido de
lo sagrado. ¿Lo hemos eliminado o simplemente lo hemos trasferido
a lo social? Simone Weil sabe suficiente antropología como para no
dejarse hechizar por el nuevo culto, lo social-sobrenatural. Calasso
se hace la misma pregunta: “¿Cómo puede un sujeto de la sociedad
secular, educado en la ignorancia de lo invisible, volver a reconocerlo?”
No es fácil salir del laberinto, pues no hay puntos de referencia para
76 Juan Arnau
quien no profesa ninguna confesión particular pero se niega a adhe-
rirse a la “religión de la sociedad”.5
El secularista está dispuesto a seguir toda suerte de teorías siempre
y cuando encuentren su fundamento en la ciencia. Pero la ciencia es
incapaz de conferir sentido por un motivo, digamos, congénito o
estructural. La ciencia carece de estilo propio no por falta de talento
o de formación artística, sino porque las ciencias son muchas y no
entonan entre sí. En conjunto, son como una melodía a varias voces
sin una clave común. No es de extrañar pues que suenen desafinadas
o trasmitan significados divergentes. El paisaje que ofrecen es el de
un mundo quebrado, discontinuo, en el que solo cabe abrirse paso
mediante el algoritmo.
Los físicos teóricos llevan décadas planteándose si la realidad física
es continua o discreta (números reales o bits de información). Es la
última versión de la querella entre lo uno y lo múltiple, aristotélicos
y platónicos, empiristas y racionalistas ( James dejó dicho que nadie
podía vivir ni una sola hora sin ser las dos cosas). La querella entre
lo continuo y lo discreto es crucial pues el nuevo dataísmo pretende
hacernos creer que los organismos están hechos de algoritmos (nada
nuevo, por cierto, Timeo creía que estaban hechos de diminutos
triángulos) y que el río del devenir es un flujo informático. La inteli-
gencia no debería dejarse seducir por abstracciones incapaces de dar
cuenta de lo vivo. Hay preguntas que nunca encontrarán respuesta y
nuestra condición humana exige precisamente asumir esta limitación,
no negarla. Buda lo aconsejaba, Gödel y Heisenberg lo ratificaron.
Lo más valioso del alma, o de la memoria, si se prefiere; lo más valioso
de la intuición, la imaginación y los afectos, queda fuera del alcance
del algoritmo. La sensibilidad es poco abstracta y no debería caer
en la religión del dataísmo. No nos engañemos, el universo no está
constituido únicamente por información. Hay un orden, eso sí, pero
5 Weil advirtió que el control social fue una obsesión recurrente del pasado siglo: FBI, KGB, SS,
etc… Ahora lo es del comercio y los mercados financieros: trading de alta frecuencia (HFT), big
data, rr.ss. Desvinculadas de observancias devocionales, las sociedades modernas se identifican
con el Estado-nación (nacionalismos), el globalismo (imposición del modelo único y triunfante),
o revivir viejos modelos “mal implementados”.
La sociedad ensimismada 77
también hay conciencia, sensibilidad, valores. Huertos de valores, que
decía Whitehead. Permítanme esbozar una propuesta.
6 Un enfrentamiento irresuelto no por la mala voluntad de los investigadores, sino por ser un
enfrentamiento epistémico. Modos y prismas diferentes de ver el mundo. Paisajes irreductibles,
irreconciliables. En términos del filósofo de la ciencia Henryk Skolimowski, ambos se encuentran
en “espirales de conocimiento” diferentes, con sólo algunos puntos de contacto.
78 Juan Arnau
tirá ironizarlo. Y entonces el que desea es capaz de verse a sí mismo,
desde fuera, deseando. Reconoce su condición deseante y ello le hace
sonreír, le libera. Todo ello da pie a una tercera condición, el olvido
de los modelos mecanicistas (útiles, pero insuficientes). ¿Por qué?
Porque ello facilita reconocer ese trasfondo de libertad y creatividad.
Dos principios inalienables, irreductibles el uno al otro, presentes a
la observación y accesibles a la mente. Cualquier nueva propuesta,
ideológica, filosófica, social, que cancele uno de estos dos miembros
de la ecuación, o que reduzca uno a otro, nos devolverá de nuevo
al laberinto. En este sentido Bergson, William James, Whitehead
y Merleau Ponty anticiparon vías de escape. Esos dos principios no
son uno cárcel del otro, no son antagónicos, sino todo lo contrario.
Cierto magnetismo los hace orbitar entre sí, recrearse uno en el otro.
Maturana lo llamaba autopoiesis. El recreo es esencial para la vida, no
sólo en las escuelas. Recrearse, revivirse en cada momento, esa es la
combustión esencial de lo vivo. Esa es la insurgencia fundacional de
la vida frente al determinismo termodinámico. Combustión interna,
recreación. El pensamiento védico lo llamó tapas: energía creativa
del cosmos.7 Por ella existe y en ella se consume, se quema. Un cos-
mos que, como el de Heráclito, del fuego surgió y al fuego regresará.
De esos dos principios, uno es invisible, el otro visible. Esa es la magia
creativa del mundo. Uno piensa, ve y contempla, el otro parece que
lo hace, pero es sólo una ilusión fecunda.8
Hay un sentimiento apátrida, vocacional, vinculado a ciertos
individuos. Una tendencia al anonimato, a no atarse a la propia per-
sonalidad (Borges escribió un precioso ensayo sobre el asunto), a no
asumir roles definidos (neti, neti). Una intuición de la libertad que
sobrevuela el mundo natural. Algo que habita entre las grietas, alguien
7 Según el mito védico, con esa energía interna Prajāpati unció el mundo.
8 La distinción entre conciencia (ātman/purusa) y yo (aham) es la esencia del pensamiento védico.
Calasso roza la propuesta del sāmkhya: “Intentar, con cautela, comprobar si el sujeto que mira
es nuestro huésped o somos nosotros los huéspedes”. La atención (la percepción atenta) como
“plegaria natural del alma” (Malebranche). La oración como otro de los nombres de la atención.
“Quien piensa fuera del recinto lógico-matemático” sabe que las categorías teológicas están siem-
pre vivas y operativas… En vano es pensar si no se piensa el sacrificio”.
La sociedad ensimismada 79
que observa a través nuestro. No es el viejo dios policial, que vigila
y castiga, sino una mirada cómplice, que nos atraviesa, que hacemos
nuestra instintivamente pero que no lo es. Alguien que no está atado
como nosotros, que traspira libertad. Es inaccesible al lenguaje o al
pensamiento, pero se puede intuir su presencia. Ese alguien es un
enigma y, como buen enigma, carece de solución (o la solución sería
otro enigma, acaso inferior).
Esta propuesta considera que hay dos hechos incontrovertibles:
la libertad y el orden natural. Conjugarlos es posible. Es posible una
cultura mental basada en ambos, sin aceptar ningún modelo que
reduzca uno al otro (no importa la dirección), sin aceptar tampoco
ningún tipo de “paralelismo” psicofísico (que aboca a un razona-
miento circular). El primer principio encuentra su justificación en la
práctica científica (sin él no sería posible el conocimiento experimen-
tal), el segundo encuentra su prueba en la intuición misma del ser
consciente, en el seno mismo de la vida, en el instinto consciente. Es
posible restablecer la continuidad mediante esa sensibilidad, ligarse,
atarse al paisaje. Esa mirada nos atraviesa y, digamos, contempla el
árbol. Lo hace gracias a nosotros. Whitehead lo intuyó y definió este
fenómeno de un modo negativo, mediante la “falacia de la localización
simple”. La mirada no está ni en el sujeto ni en el objeto, ni en ambos
a la vez, ni entre ambos (en lo que Kant llamaba ámbito “trascenden-
tal”). La mirada, por el contrario, es lo que sostiene a ambos (un pasaje
de las upanishad sostiene algo parecido), la mirada (la sensibilidad) es
el fundamento de ambos. Esta propuesta tiene poco de metafísica o
de mística, ni apuesta por algún tipo de éxtasis. Crece y se desarrolla,
entretejida, en la vida mental de cada día, en nuestro modo de estar
y percibir el mundo.
80 Juan Arnau
E N S AY O
82
primer hito en el ámbito que nos concierne. En efecto, el intelectua-
lismo moral, propugnado por Sócrates, argüirá que la naturaleza del
hombre es tal, que a éste le es imposible inclinarse por el mal deliberada
y conscientemente. La aureola del saber, según Sócrates, es la cosa que
ilumina nuestra labor moral: es decir, basta con que el hombre conozca
qué es lo bueno, porque así –inevitablemente– acabará practicándolo.
En este sentido, la ignorancia constituirá el vicio principal, ya que nos
impide practicar el bien, mientras que la autognosis (“Conócete a ti
mismo”) y el cultivo de las capacidades racionales acarrean el buen
obrar. Es evidente, pues, la deriva determinista-intelectualista que
asume el pensador clásico, pero también es cierto que éste dejará su
impronta en todo el decurso ulterior de la filosofía clásica.
83
nuevamente a la contemplación de las ideas. A pesar de ello, la reali-
dad material sigue siendo vista de reojo: el filósofo “descuida las cosas
de esta tierra” (Fedro: 249d), mientras que el moralmente corrom-
pido está “entregado al placer (…), y no siente miedo ni vergüenza
de perseguir un placer contrario a la naturaleza” (Fedro: 250e-251a).
De ahí que, huelga decirlo, “este sepulcro que ahora llamamos cuerpo”
(Fedro: 250c) sea la raíz última de la maldad.
Platón explicitará adicionalmente su teoría acerca del mal en el
Timeo. Ahí dejará ver, siguiendo a su maestro, que “la creencia de
que los malos lo son intencionalmente, es incorrecta; pues nadie es
malo voluntariamente, sino que el malo hace tal por un mal estado
del cuerpo o por una educación inadecuada.” (86d-e).
Seguidamente, el diseño cosmológico de Platón postula una crea-
ción demiúrgica a partir de una materia preexistente. El demiurgo
se vio obligado a amalgamar el alma mortal y el inmortal, situando
aquélla en el abdomen y ésta en la cabeza, a fin de que el alma racio-
nal no fuese ensuciada por la depravación de la otra. Con este plan-
teamiento, está claro que el conocimiento racional queda bautizado
como la única fuente de conocimiento de lo bueno, capaz de superar
las cadenas obscenas del cuerpo.
Aristóteles y la virtud
Acto seguido, el discípulo platónico Aristóteles mantendrá una pos-
tura todavía vinculada al intelectualismo, mas añadiendo unos com-
ponentes que pretenden descartar su carácter determinista.
Para empezar, es conveniente aludir al diseño teleológico aristo-
télico, según el cual todas las cosas aspiran por naturaleza a un telos
(Física: 198b-199a). En efecto, la única finalidad buscada por sí misma
es la felicidad (eudaimonia) y todas las demás están supeditadas a
ésta (Ética a Nicómaco: 1097a-b). Por ende, no hay posibilidad de
que el hombre se incline voluntariamente hacia la maldad: “nadie
desea lo que cree que es malo” (Ética Eudemia: 1223b). El Estagirita
teoriza un conjunto de elementos éticos que conforman su doctrina
con referencia al problema del mal: son las nociones de virtud y de
¿EL OPIO
DEL PUEBLO?
Al transformar la religión en ciencia,
tenemos mala religión y mala ciencia.
Marx, al desacreditar la religión, la interpretó
de la misma forma que los fundamentalistas de
distinto signo: como un conjunto de postulados
que había que creer en su estricta literalidad.
F R A N C I S C O M A RT Í N E Z H OYO S
94
militante, muy propio de su época: demostrar que se podía ser marxista
y cristiano. Era la época de “Cristianos por el Socialismo” y el futuro
parecía pasar por introducir la lucha de clases dentro de la Iglesia.
La obra se reedita precedida de un nuevo estudio introductorio,
a cargo de Reyes Mate y José A. Zamora, en el que dan cuenta de los
cambios habidos entre 1973 y la actualidad. Lo que entonces era una
gran esperanza histórica, hoy se ha revelado como un inmenso fracaso.
El fiasco de la Unión Soviética fue tan inmenso que del optimista
“socialismo o barbarie” se ha pasado a un desencantado “socialismo y
barbarie”. La teoría, como es natural, no podía dejar de verse afectada
por la praxis. Si el marxismo no debe ser solo evaluado por su cohe-
rencia lógica, sino también en función de sus realizaciones históricas,
¿significa eso que ya nada queda del autor del El Capital? ¿Hay que
lanzarlo al basurero de la historia?
No es esto lo que piensan Reyes y Zamora, ni muchos otros
autores, a juzgar por el revival editorial que ha vivido Marx en los
últimos años. La crisis del capitalismo ha suscitado la necesidad
de buscar en su obra los referentes ideológicos que nos permitan
comprender el presente. Terry Eagleton, por ejemplo, publicó Por
qué Marx tenía razón (Península, 2011), una inteligente defensa de
su pensamiento, en la que manifestaba que no es necesario estar de
acuerdo con todas y cada una de sus ideas para mantener que su
obra sigue vigente en lo fundamental.
Más recientemente, Gareth Stedman Jones, en su monumental
Karl Marx. Ilusión y grandeza (Taurus, 2018), propone una suges-
tiva relectura biográfica, en la que recupera al hombre del siglo
xix, anterior a toda la literatura hagiográfica que póstumamente
distorsionaría su figura. Surge así una imagen sorprendente, no un
personaje monolítico sino alguien capaz de evolucionar en función
de las circunstancias. A partir de 1860, pensaría ya más en términos
de reforma que de revolución, más cercano a la socialdemocracia
del siglo xx que al comunismo. No obstante, es muy posible que
Stedman Jones exagere. En su crítica al programa del partido obrero
alemán, Marx aseguraba que el Estado, en el periodo de transición
95
entre el capitalismo y el comunismo, no podía ser sino una dictadura
revolucionaria del proletariado.
En el caso de sus textos sobre la religión, Mate y Zamora se pre-
guntan si continúan vigentes o han quedado ya desactualizados.
A su juicio, se trata de una aportación válida, pese a sus desenfoques.
Es esta una posición optimista, que no queda en absoluto demostrada.
Ellos mismos reconocen que un punto débil de la teoría de Marx
es su hipótesis de que las ideas han de ser el reflejo de una realidad
material, cuando lo cierto es que disfrutan de autonomía y no siempre
se corresponden con lo rigurosamente fáctico.
En términos de la historiadora de las religiones Karen Armstrong,
podríamos decir que nuestro autor confunde el logos con el mythos.
El primero alude a las explicaciones racionales, propias de la ciencia.
El segundo, a la búsqueda de verdades profundas sobre la naturaleza
del ser humano y el sentido de la vida, sin que importe la historici-
dad de los hechos. Cada una de estas esferas de conocimiento tiene
su propio ámbito. Si convertimos el mythos en logos, el resultado es
por fuerza desastroso: al transformar la religión en ciencia, tenemos
mala religión y mala ciencia. Marx, al desacreditar la religión, la
interpretó de la misma forma que los fundamentalistas de distinto
signo: como un conjunto de postulados que había que creer en su
estricta literalidad.
Sí; no hay que confundir lo marxista con lo marxiano. Pero no
está tan claro que el pensador alemán hubiera desaprobado las perse-
cuciones religiosas de la Unión Soviética. Ni que hubiera simpatizado
con el chocante intento de casar sus ideas con el cristianismo cuando
es obvia su incompatibilidad. En su crítica al programa del partido
obrero alemán, tilda de burgués el párrafo dedicado a la libertad de
conciencia. No se trata de tolerar las manifestaciones de los distintos
credos, sino de liberar las conciencias “de todo fantasma religioso”.
No en vano, estaba convencido de que la religión era un ensueño para-
disiaco con el que distraer a los fieles de la miseria real en este mundo.
A su juicio, los principios sociales del cristianismo predicaban
la cobardía y la sumisión. Podemos suponer, como se ha hecho a
ALGUNA S
CAUSA S DEL
COMP ORTAMIENTO
ELECTOR AL
BR A SILEÑO
Brasil ha vivido un movimiento contra la
corrupción desenfrenada del PT, contra
la dilución de los valores éticos y contra la
división polarizadora y excluyente que
había creado la propaganda gubernamental.
H . C . F. M A N S I L L A
C
omprender no es perdonar y menos justificar. Tratar
de entender las causas muy complejas del comporta-
miento electoral brasileño en 2018 no significa, de
ninguna manera, legitimar los resultados. Uno de
los motivos de la derrota de las fuerzas izquierdistas
debe ser visto en el hastío moral, en el rechazo de
las ideologías progresistas y en el desprestigio de la llamada corrección
política, que los intelectuales izquierdistas se dedicaron, durante déca-
98
das, a fundamentar y consolidar. El votante habitual no comprende
estos asuntos teóricos, pero se da cuenta de la distancia, mejor dicho,
del abismo que existe entre las pretensiones éticas y políticas de los
intelectuales, por un lado, y su vida cotidiana por otro. Por medio
de una anécdota personal quiero mostrar en qué consistían estas
incongruencias en la vida universitaria del Brasil.
En agosto de 2010 volé de La Paz (Bolivia) a Porto Alegre para dictar
un curso como profesor invitado en UNISINOS (Universidade do Vale
do Rio dos Sinos), una institución privada de los jesuitas en la ciudad
de Sâo Leopoldo (en el Estado de Rio Grande do Sul). Esta universi-
dad es famosa por la alta calidad de la enseñanza y por la reputación
de sus catedráticos. El campus era algo realmente hermoso: un pedazo
de selva virgen, muy bien conservada, con los edificios diseminados en
una superficie bastante grande y en cierta armonía con la naturaleza.
El día mismo de la llegada experimenté el primer indicio de este
asunto. Un notable catedrático de sociología, especialista en la historia
de la Iglesia, me invitó a una exquisita cena de bienvenida junto con
colegas de sociología y ciencias políticas. Debo reconocer que los man-
jares y los vinos fueron inmejorables. No exagero ni un ápice. La sala y
el comedor de su casa estaban exornados por retratos de San Agustín,
Tomás de Aquino, varios santos medievales que no pude identificar,
Fidel Castro, Che Guevara y unos mártires brasileños actuales que
no conocía. Nuestro anfitrión tenía una especial inclinación por el
pensamiento teológico revolucionario, que entonces era muy popular
y poderoso. Se levantó con actitud solemne e improvisó el brindis
principal, muy largo y emotivo, en el que aludió a los profundos y
tradicionales lazos de amistad entre Brasil y Bolivia, sobre todo en
el terreno en las luchas contra el imperialismo, y al paralelismo entre
los presidentes Lula da Silva y Evo Morales. El profesor expresó la
convicción de que mi curso contribuiría a que los estudiantes bra-
sileños aprendieran de las experiencias revolucionarias de Bolivia y
Ecuador y conocieran las novedades teóricas derivadas del indianismo
y de ideologías similares. Hacia el final de su alocución el docente
trazó una línea de progreso intelectual-filosófico, un “arco celestial”,
99
como se expresó, que empezaba con los Evangelios, continuaba con
San Agustín, Hegel y Marx y concluía triunfalmente con Guevara,
Castro, Lula y Evo Morales. A la cena asistían algunas estudiantes
invitadas: unas chicas hermosas, sensuales y con caras inteligentes.
Las menciono porque estas palabras del profesor humedecieron sus
ojos de emoción y solidaridad. Los otros catedráticos, que segura-
mente ya conocían estos ejercicios de retórica, escucharon respetuo-
samente, pero con caras de aburrimiento.
Porque soy muy ingenuo en la vida práctica y para evitar un mal-
entendido que podía crecer posteriormente de manera irracional, me
animé a una aclaración que generó inmediatamente una distancia y
hasta un rechazo a mi persona de parte de varios catedráticos y de las
estudiantes. En lugar de callarme, que hubiera sido lo razonable, declaré,
muy cuidadosamente y carraspeando un poco, que la invitación era para
dictar un curso crítico sobre el populismo en América Latina, con espe-
cial referencia al mundo andino y a la cultura política del autoritarismo.
Pronuncié esta palabra maldita y casi prohibida en esos lugares. Traté
de suavizarla mencionando lo que siempre cae bien en esos ambientes:
el anhelo de objetividad, el pluralismo de ideas y la exposición de datos
históricos desconocidos fuera del país de origen. Pero fue inútil: los
asistentes se dieron cuenta de que yo no tenía ninguna simpatía por los
regímenes populistas y las ideologías indianistas. Se hizo un frío glacial.
En medio de los santos medievales y contemporáneos terminamos rápi-
damente la cena. Nadie quiso tomar un café o un licor de despedida.
Las chicas guapas fueron las primeras que se fueron.
En el Brasil detecté una actitud, bastante generalizada dentro del
estamento intelectual, que se aferra a aquella “verdad” tan evidente
que no necesita de ninguna prueba empírica: la acción maligna y
permanente del imperialismo, también vigente en el plano ecológico.
Después de un tiempo y con mucha amabilidad los colegas profesores
me preguntaron: ¿Cómo puedo hablar de autoritarismo en Bolivia, si
a partir de 2006 el pueblo ha tomado el poder con sus propias manos?
Por primera vez en la historia del país la mayoría indígena participa en
el gobierno y ejerce sus derechos soberanos, y yo hablo en cambio de
100 H. C. F. Mansilla
cosas muy abstractas, como la pervivencia de tradiciones autoritarias
o la continuación de prácticas corruptas. Y continuaban: ¿Cómo se
puede afirmar que en Cuba no hay una democracia moderna, cuando
hasta el turista más desprevenido puede comprobar fehacientemente
que el pueblo ha depositado toda su confianza en Fidel y se siente
representado a cabalidad por el máximo líder? Yo soy el que tengo una
resistencia estructural a comprender y apreciar los cambios porque
estoy obstinado en mi mentalidad conservadora y antirrevolucionaria,
y por eso no puedo entender todo lo nuevo, bueno y promisorio que
está naciendo y floreciendo en América Latina.
Fue fácil darse cuenta de que el Partido de los Trabajadores (PT)
del Presidente Lula era el preferido de docentes y estudiantes, quienes
en lo referente al exterior se orientaban por el Foro de Sâo Paulo.
Este último es una institución creada por el PT brasileño en 1990 e
inspirada por el gobierno cubano, antes financiada por el régimen
venezolano, que pretendía ser la vanguardia intelectual y cultural
del socialismo del siglo xxi. Hablo en pretérito porque la institu-
ción está algo deteriorada. Ser simpatizante del PT y del Foro de
Sâo Paulo permitía ser progresista sin gran esfuerzo y sin ningún
riesgo. Esta inclinación abarcaba otras ventajas: se podía estar con
la última moda teórica sin leer pesados libros de filosofía y tediosos
informes de economía y sociología. Se podía viajar a las playas cuba-
nas sin sentir el menor temor a una expropiación de bienes y ahorros.
Se podía enlazar una buena fortuna personal con una ideología revo-
lucionaria. La única condición era evitar los temas feos, incómodos y
antibrasileños: la corrupción, la inseguridad ciudadana, el caudillismo
del presidente Lula, el gigantismo de las aglomeraciones urbanas, la
destrucción de la selva amazónica, el crecimiento desmesurado de
la población. Esta línea de “pensamiento” no debería extrañarnos:
era lo que pedía la corrección política del momento, propagada en
Europa por la socialdemocracia de izquierda y por el romanticismo
de turno en las universidades del Viejo Mundo. La izquierda caviar
de UNISINOS (y de todo Brasil) no quería saber nada de los temas
feos, incómodos y antibrasileños que he mencionado.
102 H. C. F. Mansilla
normal de Sâo Leopoldo, que no podía darse el lujo de enviar a sus
hijos a esa universidad. En el campus habían cinco restaurantes, tres
cafés de tertulia, cuatro gimnasios, ocho tiendas de ropa y accesorios,
dos agencias de viajes, dos filiales de bancos, una oficina postal, una
farmacia, varias tiendas de aparatos electrónicos, dos tabaquerías y
una sola librería, la que, como es lo usual en América Latina, ofrecía
ante todo material de escritorio, libros de auto-ayuda y hermosos
volúmenes ilustrados sobre los paisajes brasileños. No menciono los
salones de peluquería, las perfumerías y otros establecimientos, que
tenían la función de mantener contentos a los clientes, perdón, a los
estudiantes que pagaban las elevadas pensiones de esa universidad
privada. La comida de los restaurantes era de alta calidad. Los cafés
eran espléndidos. Sobre todo el situado en el edificio administrativo
central, el preferido por los docentes, merecía sólo elogios. Quedaba
al lado de la librería, permitía una hermosa vista al lago de la univer-
sidad y ofrecía los mejores pasteles que he probado en toda mi vida.
A menudo me reunía con profesores que charlaban muy animada-
mente. Hablaban muy mal del capitalismo y vivían muy bien en él.
A los catedráticos les encantaba hablar de las cinco ex-colonias
portuguesas en África, que constituían todavía sistemas nominal-
mente socialistas, es decir progresistas y bendecidos por la historia.
Noté en más de una ocasión que les gustaba comentar los aspectos
culturales del modelo socialista en Angola, pero no de su dimensión
política. En 2010 ya era un hecho público que el presidente José
Eduardo dos Santos, quien ejerció el poder de 1979 hasta 2017 –
simultáneamente era el máximo líder del Movimiento Popular para
la Liberación de Angola (MPLA)–, se había convertido en uno de los
hombres más ricos del mundo y controlaba la producción de petróleo
y el terreno de las telecomunicaciones, con importantes participa-
ciones en muchas empresas fuera de Angola. Con toda inocencia
pregunté cómo se había realizado esa hazaña, pues efectivamente
constituye un caso digno de estudio. Una de las mayores fortunas
privadas del planeta había salido de una de las naciones más pobres,
desorganizadas y corruptas del mundo. Sería interesante, decía yo,
104 H. C. F. Mansilla
POLÍTICA
KAKISTOCRACIA
EN ESPAÑA. LA
RUPTURA DEL CICLO
Una valoración de la kakistocracia, o el ‘gobierno
de los peores’, como el fin de ciclo de la anaciclosis
clásica descrita por Polibio, y su plasmación,
operatividad y riesgos en la España de hoy.
J AV I E R M U Ñ O Z
E
n el siglo ii a.C. la historia de la humanidad ya había
corrido lo suficiente en esta parte del mundo que es
Europa, como para que existieran no solo recuentos
históricos y geográficos, sino que ya daba para teori-
zar de manera sistemática sobre los movimientos de la
propia historia desde la experiencia y el estudio.
Un precursor en esta Teoría de la Historia fue el acadio Polibio,
quien en su obra Historias pretendía relatar a lo largo de sus cuarenta
libros cómo Roma sólo necesitó cincuenta y dos años para hacerse
con la hegemonía mundial. O al menos del mundo que les importaba.
Al margen del recuento de datos, Polibio consideraba de vital
importancia, en sus volúmenes de Historias, el reconocimiento de
las causas para explicar el devenir posterior de los hechos. Lo que
106
él llamaría historia pragmática y que, como tal, tenía una vocación
y valor de utilidad. Es decir, la historia es una lección y no solo un
inventario de hechos y fechas.
Así, basándose en Artistóteles, Polibio sumaba hasta seis formas de
gobierno. Tres “buenas”, cualificadas porque en su más íntima razón
de ser se encuentra el bien general, y tres “malas”, que actúan única y
exclusivamente en beneficio particular de elementos concretos aún a
pesar de la colectividad. No es que solo lo hagan en beneficio propio,
sino que lo hacen incluso en detrimento del resto de la sociedad.
El esquema monarquía-tiranía-aristocracia-oligarquía-democra-
cia-oclocracia, se configura como un ciclo en el que las formas buenas
(monarquía, aristocracia, democracia), degeneraban irremediable-
mente y por su propia esencia en las formas malas (tiranía, oligarquía,
oclocracia). Y vuelta a empezar.
Para Polibio –y hasta hace muy poco tiempo– parecía una suce-
sión constante de picos y valles en forma de círculo vicioso de la que
jamás se salía porque no eran factores externos los que propiciaban la
degeneración de las formas buenas, sino su propia esencia la que las
hacía derivar en formas corruptas que no servían a la sociedad, sino
que se servían de ella para el lucro o el interés particular.
Para Aristóteles, Maquiavelo, Kant o el propio Polibio, la salida
a ese ciclo continuo, dominado por dinámicas de acción-reacción y,
especialmente, error-corrección, era una síntesis preclara de sistemas
“buenos” en la que unos y otros hicieran respectivamente de check
and balance para evitar la degeneración irremisible de cada una de
las formas puras en soledad.
Para Polibio, (recordemos que esto lo escribió en el siglo ii a.C.)
el ejemplo de ello era Roma, en cuyo seno se concitaban los tres sis-
temas no degenerados en perfecta armonía. La realeza, a través del
Consulado, convivía con la aristocracia (Senado) y la democracia
(los comicios), de tal forma que, a diferencia de otras potencias que
perdieron su poder vía degeneración de sus sistemas políticos, Roma
lo podía mantener por haber sabido hacer convivir las mejores formas
de gobierno para regir su vida política.
107
Lo que ni Aristóteles, ni Polibio, ni Maquiavelo, ni siquiera Kant,
supieron o pudieron prever, es que también existe una salida al ciclo.
Y no es positiva.
La kakistocracia
“Así pues necesitamos no tener ningún escrúpulo en predicar en con-
tra de ello: en contra de esos incendiarios mojigatos, que habiendo
ido al cielo a por fuego para incendiar su país, han pretendido que
sobre la religión se alce y mantenga la más perversa de las rebeliones.
Contra esos Nerones, que han destripado el vientre de la madre que
los sostiene, y herido los pechos que les han dado de mamar. Contra
esos caníbales que se alimentan de la carne y se emborrachan con
la sangre de sus propios hermanos. Contra esos Catilinas que solo
buscan sus fines privados en medio de la perturbación pública, y han
puesto al reino en llamas para asar sus propios huevos. Contra esas
tempestades del Estado, eso espíritus incansables que no pueden vivir
más y que se quedan adheridos y medrando. Que se remueven con
un perpetuo picor de cambio e innovación para transformar nuestra
antigua jerarquía en un nuevo presbiterio y este, a su vez, en una nueva
independencia. Y nuestra bien temperada monarquía, en un tipo de
alocada kakistocracia. ¡Alabado sea el Señor!” 1
Este extracto del sermón de Paul Gosnold, es una de las referencias
escritas más antiguas del término kakistocracia. El gobierno de los peores.
En la anaciclosis clásica, por llamarla de alguna manera, vemos una
tendencia expansiva en cuanto a las personas que acceden al poder
político tanto en las formas buenas como en sus propias degeneraciones.
Así, de un poder original, la monarquía, en el que el grupo reco-
noce la encarnación de los valores que le son propios en una sola
persona que los aglutina o representa en un mayor o mejor grado que
el resto de sus conciudadanos, acaba el proceso cíclico en el “gobierno
de la muchedumbre”, en la oclocracia, en la que no el pueblo, sino
1 A sermon Preached at the Publique Fast the ninth day of Aug. 1644 at St. Maries, Oxford, Before the
Honorable Members of the Two Houses of Parliament There Assembled by Paul Gosnold…; And Published
by Authority, 1644.
Kakistocracia en España
Ejemplos de lo anterior los vemos con claridad en la España de hoy.
Así, uno de los valores propios de España a lo largo de la historia,
tanto como nación como Estado-nación, es la unidad, entendida
desde un punto de vista tanto territorial como social. Así lo refiere
nuestro propio texto constitucional en el mismo título preliminar:
Artículo 2.- La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad
de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles,
y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades
y regiones que la integran y la solidaridad en todas ellas.
Es decir, que el texto que da sentido y coherencia a todo el cor-
pus legislativo nacional, aquel que ha dado a España los tiempos de
prosperidad y paz más distinguidos de los últimos tiempos, se basa
en algo previo (“se fundamenta”), no lo crea. La unidad es, por tanto,
un valor más o menos aceptado dentro de la sociedad española.
La unidad, en principio, es un término neutro. Se puede estar
unido para bien o para mal; para hacer el bien o para hacer el mal.
Sin embargo, en la experiencia histórica, para la sociedad que ha vivido
en un determinado territorio sobre el que ha desplegado toda su poten-
cialidad como comunidad, parece que es algo bueno. Tanto desde un
punto de vista positivo, a través de la potencia creadora, como desde
uno negativo, en el que se ve que la división causa enfrentamientos y
hasta guerras, la unidad se percibe como algo deseable. Como un valor.
Y he aquí que el kakistócrata nacional pone en marcha el meca-
nismo maligno del juego con la extensión y la intensión para conse-
LO JUSTO
Y LO INJUSTO
(REFLEXIÓN SOBRE ETA)
Lo justo y lo injusto, cuando son presentados
como sentimientos de justicia o injusticia,
paralizan el juicio del investigador en ciencias
sociales, porque podría herir sensibilidades.
Pero estos dos conceptos también son políticos.
B A R B A R A L OY E R
E
l 28 de septiembre de 2013, ETA emitió un comuni-
cado calificando su lucha de “justa” y “legítima” por-
que “ayudó a la supervivencia del País Vasco y man-
tuvo abierta la puerta de la libertad”1. El diccionario
Larousse español define la justicia como un “principio
moral que exige respeto por la ley y la equidad” y una
“cualidad moral que nos invita a respetar los derechos de los demás”.
La injusticia comienza cuando el derecho de uno es sobrepasado
116
por el de los demás. Pero el concepto confunde cuando “uno” y “los
demás” se refieren a grupos sociales abstractos (la nación, el pueblo)
en vez de a individuos. En nombre de la justicia para el grupo, la
injusticia contra el individuo llega entonces a ser “justa”.
Los conceptos justo e injusto, definen tanto una relación social como
un estado de ánimo. El estado de ánimo (el sentimiento de injusticia) no
puede clasificarse como fenómeno social. Sentirse víctima es una verdad
íntima que hace incierto el terreno sobre el cual avanza el académico.
Hablaré aquí, primeramente, de lo justo e injusto en su dimen-
sión política, y del uso de estos términos dentro de estrategias de
poder o de contrapoder. En segundo lugar, me detendré en el uso de
la represión franquista para crear un sentido de injusticia colectiva.
La figura abstracta y global de la víctima de la injusticia franquista que
es el “pueblo vasco” abrió la posibilidad de que ETA pisoteara derechos
humanos básicos, ejecutando sin juicio a los llamados representantes
de dicha opresión. En tercer lugar, abordaré la cuestión del perdón
individual o colectivo.
117
Se utiliza el concepto de injusticia para exigir la pronta liberación
de los presos o, al menos, su traslado a las cárceles cercanas al País
Vasco, como una especie de intercambio “justo” para conseguir el fin
de la “lucha armada”. Además, la izquierda abertzale aúna sistemáti-
camente los presos y sus familias y extiende así mecánicamente esta
reciprocidad a un grupo más amplio, reflejando supuestamente la
sociedad. Es necesario que los presos y sus familias aparezcan como
víctimas de la misma manera que las personas asesinadas por ETA.
Por eso, la red de apoyo a los llamados “prisioneros, exiliados y depor-
tados” defiende también los derechos de “sus descendientes”, los hijos
menores de los condenados. El vocabulario utilizado es el eco del
que pesa sobre ETA: la política penitenciaria se califica como “cri-
minal”. Los hijos de los presos son las víctimas inocentes: “Nos han
robado la infancia –dicen los jóvenes invitados a hablar en la prensa–,
la condena impuesta a nuestros padres y madres, pese a que somos
inocentes, también nos ha sido impuesta a nosotros”. Un joven, cuyo
padre murió en prisión, protesta: “¿Cómo es posible que la oportu-
nidad y esperanza de estar con mi padre se acabe de golpe tras sufrir
esa injusticia durante 19 años?” “¿de dónde viene la palabra justicia,
si desde mi nacimiento mi vida ha sido injusta?”. 2
Cuando estos sentimientos están transmitidos por un movimiento
político, pueden interpretarse como parte de una estrategia de poder
o de contrapoder.
2 Deia, 9 de agosto de 2017, Imanol Fradua: “Sare demanda zanjar la vulneración de derechos de
113 hijos de presos de ETA”, http://www.deia.com/2017/08/09/politica/euskadi/sare-demanda-
zanjar-la-vulneración-de-derechos-de-113-hijos-de-presos-de-eta.
6 José María Herzog, citado por Luis R. Aizpeolea, “Rentería, el ejemplo de la otra cara de Alsasua”,
El País, 17 de julio de 2017.
https://politica.elpais.com/politica/2017/07/16/actualidad/1500225848_319714.html
7 Vídeo del discurso en: Jorge Bustos, “Luz en Rentería” (El Mundo, sección Opinión).
http://www.elmundo.es/opinion/2017/06/30/59553fc4ca474195728b45ee.html
Conclusión
Lo justo y lo injusto, cuando son presentados como sentimientos
de justica o injusticia, paralizan el juicio del investigador en ciencias
sociales, porque podría herir sensibilidades. Pero estos dos conceptos
también son políticos al ser utilizados como elementos de estrategia
discursiva en la cual el sujeto de la justicia es un colectivo irresponsable.
El asesinato político en una sociedad que permite la expresión de ideas
opuestas no debe ser relativizado por la expresión del sentimiento de
injusticia de los asesinos y sus partidarios.
“Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un
hombre”.9 Las representaciones de lo justo y de lo injusto no deberían
debilitar este axioma.
9 Sebastián Castellio (1515-1563) sobre el asesinato de Michel Servet, citado por Raúl López Romo
en Informe Foronda, los contextos históricos del terrorismo en el País Vasco y la consideración social
de sus víctimas 1968-2010, pág. 10. (http://www.pensamientocritico.org/raulop0415.pdf ).
MEGAPROYECTOS:
EMBLEMAS DEL
CAPITALISMO GLOBAL
Los megaproyectos urbanos han proliferado
en las últimas tres décadas. Son proyectos que
representan intentos de adaptación de la urbes a
los procesos de neoliberalismo y globalización.
G E R A R D O D E L C E R R O S A N TA M A R Í A
L
Los megaproyectos –esquemas de regeneración urbana,
infraestructuras de transporte y energía, corredores indus-
triales, clusters de ciudades, nuevas ciudades (new towns),
distritos de innovación, parques científicos y tecnológicos,
infraestructura deportiva– son espacios reconfigurados y
reterritorializados en los que el papel de las élites locales,
regionales y nacionales, así como el papel del capital nacional y transna-
cional, es habitualmente prominente. Podemos conceptualizar los mega-
proyectos como proyectos de desarrollo urbano a gran escala que a veces
tienen un componente de diseño icónico, que generalmente apuntan a
transformar o tienen el potencial de transformar una ciudad o partes de la
124
imagen de una ciudad, y son promovidos y percibidos por la élite urbana
como catalizadores cruciales para el crecimiento e incluso como vínculos
con la economía global.1
En una era marcada por el cambio en la gobernanza urbana del geren-
cialismo al emprendimiento2, y en la que las ciudades son consideradas
nodos en una red global de relaciones, la élite urbana a menudo percibe
los vínculos con la economía global como fundamentales para garantizar
un desarrollo económico local sostenido. En este contexto, la consecución
o recuperación de visibilidad global es una estrategia prioritaria.3
El diseño y la construcción de megaproyectos a menudo se enfrenta
a la necesidad de armonizar varias escalas de poder, no solo porque el
aumento de la competitividad urbana y la visibilidad global se perciben
como resultados esenciales en el desarrollo de estos proyectos, sino tam-
bién porque, en contextos sociopolíticos diversos, la configuración del
poder político exhibe relaciones diferenciadas entre los dominios local,
regional, nacional y global de la acción social.
Es importante señalar que, en un contexto de urbanización planeta-
ria4, prácticamente todos los megaproyectos son de naturaleza y ubica-
ción urbanas o están construidos para tener un efecto directo sobre las
ciudades y el proceso de urbanización, particularmente su desarrollo y su
competitividad, porque la construcción de megaproyectos ha sido una
respuesta importante de adaptación al neoliberalismo y la globalización
en el ámbito urbano, como veremos más adelante. De hecho, los mega-
proyectos contribuyen activamente a una situación de mayor urbaniza-
ción planetaria. Hirschman (1967a: vii, xi) llama a los megaproyectos
“partículas privilegiadas del proceso de desarrollo” y señala que a menudo
se trata de procesos “trait-making”, es decir, están diseñados para cambiar
1 Del Cerro Santamaría, G. (2017) Megaprojects in Global Context. Revisiting Bilbao, in Flyvbjerg, B.
(ed.) The Oxford Handbook of Megaproject Management, London: Oxford University Press.
2 Harvey, David (1989) “From Managerialism to Entrepreneurialism: The Transformation in Urban
Governance in Late Capitalism”, Geografiska Annaler: Series B, Human Geography, 71(1): 3-17.
3 Grubbauer, M. (2013) Global Architecture and Its Contradictory Signifiers: Lessons from Ham-
burg and Vienna Megaprojects, in del Cerro Santamaría, G. Ed. Urban Megaprojects. A Worldwide
View, Bingley: Emerald.
4 Brenner, N. and C. Schmid (2011) Planetary urbanization. In M. Gandy (ed.), Urban Constella-
tions, Jovis, Berlin.
125
ambiciosamente la estructura de la sociedad, a diferencia de los proyectos
convencionales más pequeños que son “trait-taking”, es decir, que encajan
en estructuras preexistentes y no intentan modificarlas.5
Megaproyectos y globalización
Los megaproyectos han surgido a partir de un complejo conjunto de
procesos de reestructuración geográfica, económica y, sobre todo, política,
que se producen en todo el mundo desde finales de los años setenta y
principios de los ochenta del pasado siglo. Este período ha visto el ascenso
generalizado de la globalización, el neoliberalismo, y como una manifes-
tación urbana de estos procesos, los megaproyectos. La globalización y el
neoliberalismo se han manifestado en cuatro procesos globales que han
influido en la multiplicación de los megaproyectos: (1) la competitividad
urbana internacional; (2) la movilidad y el crecimiento de las economías
del conocimiento; (3) la redirección de la inversión global del capital
físico al capital humano; y (4) el dominio de la ideología y la política de
las reglas del mercado.6
Al generarse bajo el neoliberalismo una compleja reorganización de
las relaciones entre el Estado y la economía, el Estado habilita y pro-
mueve activamente acuerdos regulatorios basados en el mercado que
favorecen al sector privado (a menudo bajo la forma de “asociaciones
público-privadas”), y así la urbanización depende de esta peculiar y per-
vertida movilización del poder estatal en un grado mayor que en etapas
precedentes7. En cierto modo, estamos ante una versión claramente neo-
liberal (el “Estado emprendedor”) del antiguo “Estado desarrollista”, cuyo
ejemplo paradigmático en el mundo es hoy el gobierno chino, controlado
por el todopoderoso Partido Comunista de la República Popular China.
Dentro de este contexto global de cambios socio-económicos profun-
dos y acelerados, la legitimación de los megaproyectos urbanos se basa en
5 Hirschman, A.O. (1967a) Development Projects Observed, Washington, DC: Brookings Institution;
Hirschman, A.O (1967b) “The Principle of the Hiding Hand,” The Public Interest, Winter, pp. 10-23.
6 Harris, M. (2017) Competitive Precinct Projects. The Five Consistent Criticisms of “Global”
Mixed-use Megaprojects, Project Management Journal 48(6), pp. 76-92.
7 Brenner, N., & Theodore, N. (2005) Neoliberalism and the urban condition. City,
9 (1), 101–107. Retrieved from https://doi.org/10.1080/13604810500092106.
8 Del Cerro Santamaría, G., ed. (2013) Urban Megaprojects. A Worldwide View, Bingley, UK: Eme-
rald Group Publishing Limited.
9 Marcuse, P. (1997) Glossy globalization. In P. Droege (Ed.), Intelligent environments: Spatial as-
pects of the information revolution (pp. 29–47). Amsterdam, Netherlands; New York, NY: Elsevier.
10 Flyvbjerg, B., Bruzelius, N., Rothengatter, W., 2003, Megaprojects and Risk: An Anatomy of Ambi-
tion, London: Cambridge University Press.
11 Bodnar, J. and J. Veres (2013) The Petty Politics of an Urban Megaproject in Budapest, in Del
Cerro Santamaría, G., ed. (2013) Urban Megaprojects. A Worldwide View, Bingley, UK: Emerald
Group Publishing Limited.
12 Miller, A. (2013) The Afghan Ring Road Megaproject, in Del Cerro Santamaría, G. Ed., Urban
Megapeojects. A Worldwide View, Bingley, UK: Emerald Group Publishing Limited.
13 Davis, D. and O. Flores (2013) “How to Defeat an Urban Megaproject. Lessons from the Mexico City Air-
port Controversy, in Del Cerro Santamaría, G. Ed. Urban Megaprojects. A Worldwide View, Bingley: Emerald.
14 Flyvbjerg, B. 2014) What you should know about megaprojects and why. An overview. Project
Management Journal, 45(2), 6–19. Retrieved from https://doi.org/10.1002/pmj.
Megaproyectos y megarregiones
A medida que los procesos de urbanización se desarrollan implacable-
mente en todo el mundo y las ciudades-regiones globales se convierten
en unidades económicas de desarrollo y competitividad en sí mismas, el
papel de los megaproyectos (particularmente de transporte y energía, dis-
tritos de innovación, corredores industriales, clusters de ciudades, nuevas
ciudades) en el suministro de la infraestructura del desarrollo se expande.
Los megaproyectos, y las megarregiones donde se construyen, obe-
decen una lógica de dispersión-concentración simultánea de la actividad
económica. La acción combinada de la tecnología y el comercio favorecen
la dispersión global de la actividad económica. A su vez, los beneficios de
la proximidad mutua de las actividades de innovación y de los centros de
toma de decisiones promueven la concentración económica en grandes
19 OMEGA Center (2012) “Mega-Projects: Lessons for Decision-Makers. An Anlysis of Selected Internatio-
nal Large-scale Transport Infrastructure Projects,” Bartlett School of Planning, University College London.
20 Winch, (2017) Megaproject Stakeholder Management, in Flyvbjerg, B. ed. The Oxford Handbook
of Megaproject Management, London: Oxford University Press, Chapter 15.
21 Richard Florida, “Megaregions. The Importance of Place”, Harvard Business Review, March 2008,
citando una investigación de Tim Goulden.
22 Megaregions: Globalization´s New Urban Form? Edited by John Harrison and Michael Hoyler,
Cheltenham, Glos., U.K.: Edward Elgar, 2015.
23 Katz, B. (2018) The New Localism. How Cities Can Thrive in an Age of Populism, Washington, DC:
Brookings Press.
24 G. del Cerro Santamaría (2019) “Megaproyectos, competitividad y desarrollo” TELOS no. 110, Abril.
EL TRIUNFO
DE L A ACELER ACIÓN
La modernidad, con su proyecto de extensión-
dominación-crecimiento, crea aceleración en
el saber, en la esfera política, en las relaciones
personales. Para combatirla, y como oposición
a la alienación, Harmut Rosa plantea la resonancia.
H E L E NA B É JA R
H
armut Rosa (Lörrach, Alemania, 1965) es catedrático de
sociología de la Universidad Friedrich Schiller de Jena y
director del Max Weber Kolleg de Erfurt, en Alemania.
Hace unos años escribió un libro importante, Accéle-
ration. Une critique sociale du temps1, a caballo entre la
filosofía y la sociología, traducido a varios idiomas2, y del que voy a
exponer las ideas más sugerentes para entender mejor su nueva obra,
1 Accélération. (Une critique sociale du temps). París: La Découverte, 2010, 475 páginas.
2 En español sólo se ha publicado un libro breve y no muy claro para quien no haya leído Accélération.
Se trata de Aceleración y alienación. (Hacia una teoría crítica de la temporalidad en la modernidad tardía).
Madrid, Buenos Aires: Katz, 2016.
134
Résonance. Accélération es una obra ambiciosa que une la filosofía y la
sociología del tiempo por parte de un autor discípulo de Alex Honneth
y que pretende renovar la Teoría Crítica.
La tesis principal es que la modernidad tiene como experiencia central
la aceleración, la “multiplicación de episodios de acción y/o de experien-
cias vividas por unidad de tiempo en relación a la escasez de los recursos
temporales” (pág. 153). A la aceleración técnica se une la del cambio social,
que afecta a los ritmos de transformación de la práctica y las orientaciones
de acción: desde la política (así, los partidos, que cambian sus programas
cada vez más rápidamente) pasando por las formas y los contenidos de
los vínculos sociales, hasta la concepción de la propia identidad.
El aumento del ritmo de la vida social se traduce, en su dimensión
objetiva, entre otros fenómenos, en la progresiva reducción de las pau-
sas y los “tiempos muertos”, del tiempo dedicado al sueño y la comida;
y en su dimensión subjetiva, en sentimientos cada vez más extendidos
de urgencia y de estrés, por “no poder seguir el ritmo” que la aceleración
exige. Algo que a menudo desemboca en depresión. Enfermedad de la
modernidad tardía, la depresión anida en una sociedad que ha sustituido
los vínculos fuertes por los lazos débiles, que no exigen compromisos
intensos ni de larga duración. La aceleración del cambio social crea la
impresión de que nos movemos por cuestas resbaladizas mientras la con-
tingencia se instala en el ámbito del trabajo, de la familia, la amistad y el
amor. Ya lo vieron Boltanski y Bauman, entre otros críticos del capitalismo
flexible y de la individualización.
Rosa se pregunta por qué no hay resistencia cultural a una aceleración
en la vida cotidiana que tiene costes tan elevados. Ha de haber una suerte
de imperativo ético que los contemporáneos aceptan y que transforma
aquélla, de un proceso vivido como nocivo, en un marco portador de
promesas. Y responde: la cultura de la aceleración proclama la necesidad
de dejar las opciones siempre abiertas (de trabajo, de lugar de residencia,
de pareja, etcétera.) para el cual es preciso ser flexibles y adaptables para
no perdernos nada. Es la promesa de una vida llena de posibilidades si
nos adecuamos a la aceleración, que se presenta como un proyecto que
consiste en aprovechar todas las opciones y probar diversos estilos de
135
vida, como si dicho horizonte fuera real. Con ello dicha cultura oculta
las angustias de sujetos que viven una continua incertidumbre sobre su
futuro en todos los ámbitos e identifica el “tiempo lleno” (de ocupación,
de actividades, de círculos sociales, de “contactos”) con el tiempo pleno.
Aceptando dicha promesa hemos cargado nuestro tiempo de deberes:
tenemos que estar siempre en forma, atender todo tipo de eventos sociales,
adaptar nuestros conocimientos a posibles cambios en el trabajo entre
otras exigencias. Mientras resbalamos por esas “cuestas deslizantes”,
peligrosas para nuestra identidad y nuestra seguridad, dejamos de hacer
“lo que verdaderamente importa”: dedicar tiempo para leer literatura
exigente, que requiere un habitus que se forja con el tiempo, escuchar
buena música, atender las relaciones importantes que necesitan cuidado
y tiempo, escribir, reflexionar, descansar.
Así, los modernos aceptan la aceleración porque creen que la Vida
Buena es una vida llena, que la existencia “realizada” es la que agota las
“potencialidades” internas y externas. Rosa apunta a una idea interesante
pero poco desarrollada: la aceleración deviene un sustituto de la eternidad.
Puesto que la Vida Buena es la plena de experiencias, el ritmo frenético de
la vida social actual oculta la conciencia de la finitud y de la muerte. (Ya lo
vió Tocqueville: la persecución incesante y obsesiva del bienestar material
de los modernos conjuraba el temor a la muerte). Cuanto más llenemos
el tiempo –con el trabajo, las redes sociales, el fitness o el mindfulness–
menos pensamos en el telos de tanta actividad, en su sentido y en su final.
Pero esta pérdida de sentido, que a menudo no logra ocultarse, lleva
a la depresión, mal de una aceleración que induce a la inseguridad sobre
las propias capacidades, al estrés y al llamado burn out en la esfera del
trabajo, a la contingencia y la incertidumbre en la de las relaciones pri-
vadas. El “aumento de la vida nerviosa” en las metrópolis modernas que
teorizó Simmel –el clásico favorito de Rosa– aboca al tiempo congelado
de la depresión, manifestación de la erosión del sentido propio de la
racionalización: “En la medida en que las instituciones que garantizan la
estabilidad tienden a desaparecer (…) y que las identidades y los proyectos
políticos devienen situacionales, los horizontes de elección tienden a
taponarse (…). En razón de la incertidumbre de las condiciones futuras
***
Y contra ésta Rosa propone la resonancia en un libro más esperanzado
que Accélération y todavía más ambicioso, aunque menos logrado, por
abarcar demasiados temas. Con él quiere contribuir a una sociología de la
Vida Buena, concepto alejado de aquélla. La Vida Buena ha sido tratada
por un lado por la filosofía sustituida por la psicología por el interés en
la felicidad o en un mensurable en “bienestar subjetivo” y privatizada –
según Rosa–, lo que desprovee a la Vida Buena del contenido que tenía
en la filosofía moral y política. Es decir, para los contemporáneos la Vida
Buena es una elección individual, algo que Rosa critica. Porque la elección,
concepto fetiche para el imaginario cultural de la modernidad tardía,
ha de incluirse en lo que Charles Taylor, autor de referencia para Rosa,
llama una evaluación fuerte o un “marco” (Dios, la razón, la naturaleza,
la clase) para tener pleno sentido, afirma el Rosa filósofo. El sociólogo,
que aquí me interesa resaltar, subraya que la Vida Buena no se logra por
una mera elección individual entre estilos de vida sino que es el resultado
de la relación con el mundo social, hecho de instituciones y de cultura.
Desde un concepto poco específico de resonancia, entendido como
lo opuesto a la alienación, Rosa parte de que hay una disposición humana
hacia la resonancia para crear una vida cumplida, que implica una expe-
riencia “receptiva” del mundo y una apropiación “activa” en la que prima
el deseo sobre el miedo, la intención de “hacer vibrar la cuerda entre
nosotros y el mundo” (pág. 15) por encima de los encuentros con los
otros. Miedo y deseo serían las formas elementales de la relación con
PENSAMIENTO Y
VIDA DE UN P OETA
La obra de Malpartida sobre Antonio Machado
pone el foco en el cuerpo filosófico de la poesía
y la prosa machadianas y profundiza en sus ideas
e inquietudes más que en sus textos.
J O S É L A S AG A
E
s verdad que Juan Malpartida no llega a ser tan sucinto
como Ortega y Gasset cuando resumió, en una confe-
rencia sobre Luis Vives, la vida del humanista en tres
palabras: nació, escribió, murió; pero también lo es
que sólo dedica un cuarto de su libro a la biografía
convencional del sujeto histórico que fue Antonio
Machado, es decir, a los hechos y fechas, relaciones humanas, con-
textos históricos que normalmente forjan el tejido de esa forma
literaria que llamamos biografía. Ese trabajo, indica el autor, ya está
142
hecho. Menciona varios libros, algunos de ellos muy voluminosos,
sobre la vida de este poeta tan estudiado, admirado, leído y cantado.
El lector que se adentre en esta magnífica introducción al pensa-
miento del poeta –creo que esta es la vocación del ensayo que nos
ocupa– no quedará defraudado y no echará en falta más información
sobre las andanzas del poeta, por otra parte casi irrelevantes, para
la comprensión de su obra.
Había que tener cierto valor o cierta necesidad interior, la necesi-
dad de que existiera un libro como este, para decidirse a escribir sobre
Machado un libro de fisonomía tan austera. De ahí que esté escrito
al margen de la vasta bibliografía que, por otro lado, Malpartida no
desconoce. Por eso es este un libro personal, no académico. Después de
haber dedicado muchas horas de lectura y meditación al poeta, se trata
de poner las cuentas en claro… para dejarlo ir... O para dejarse ir uno a
otras lecturas y menesteres. La originalidad del presente ensayo reside
en que Malpartida ha preferido ocuparse directamente del cuerpo
filosófico de la poesía y la prosa machadianas sin demorarse apenas
en análisis literarios o descripciones contextuales.
Estructurado en cinco capítulos, el primero se dedica a contar la
vida del poeta, por demás, escasa de acontecimientos, sobre todo si no
se detallan los años finales de la Segunda República y la guerra civil.
El segundo, a la dimensión metafísica del amor; el tercero al “pro-
blema de la lírica” machadiana, problema en el que se demora por la
resistencia que advierte Malpartida en las preferencias poéticas de
Machado, que criticó tanto el simbolismo tardorromántico como
el surrealismo y sus exploraciones del sueño y del inconsciente. Era
de esperar “puesto que Machado y sus heterónimos postulaban el
despertar”. Los dos capítulos finales están dedicados a profundi-
zar en las ideas del poeta, como si el tiempo transcurrido hubiera
mantenido vivaz y en forma las prosas del poeta, mucho más que
su poesía (con algunas excepciones).
Exagerando un poco, diría que Malpartida se propone ordenar
la obra de Machado en torno a ciertas preguntas que la metafísica
occidental no ha dejado de fatigar. El argumento que justifica este
143
enfoque consiste en que, a su juicio, lo actual de Machado está en
su prosa, o, para ser más exactos, en la prosa de sus apócrifos más
conspicuos, Abel Martín y su discípulo, Juan de Mairena, a los que
describe Malpartida como “personajes poéticos estrictamente inteli-
gentes”. En consecuencia con este enfoque, se presta mucha atención
a la escritura de estos alter egos de Machado e incluso se aventura
una interpretación de la recurrencia de Machado a sus apócrifos,
solo superada en la literatura del siglo xx por la de Fernando Pessoa.
Habla nuestro autor de cierta “voluntad figurativa” relacionada con
la posibilidad de que una y misma persona sea al mismo tiempo,
otro. Y no es casualidad entonces que sea la alteridad, la existencia y
mediación comunicativa del otro, su presencia-ausencia permanente,
uno de los grandes motivos de reflexión de la obra de Machado,
que Malpartida describe como la otredad metafísica del ser, cuyo
grado absoluto sería Dios, y la otredad biográfica, que afecta a la
constitución del mundo, porque para Machado lo real o substancia
no está conformado por relaciones cuantitativas sino cualitativas,
no abstractas sino concretas. Por otro lado, para el poeta y pensa-
dor sevillano, la mujer y la poesía nos revelan de manera integral la
heterogeneidad constitutiva del ser.
El centro de la búsqueda filosófica de Machado (de sus apócrifos)
está en el misterio de lo humano, en su juego del yo/otro, alteri-
dad que le conduce directamente a sentir como necesidad aquello
que el amor le revela, la manquedad del propio ser indigente, y le
empuja hacia ese ingente misterio que es Eros y sus objetos, que
para Machado son Dios, a quien percibe cada vez más ausente; el
mundo, en cuya temporalidad focaliza el fracaso de la metafísica
tradicional, incapaz de reconocer que el ser precisa de la nada para
ser y, como hemos adelantado, la mujer.
Formado, por un lado, en la lectura atenta de Leibniz y Kant y,
por otro, en las erosiones al racionalismo de Bergson, pero sobre
todo de Nietzsche, Machado advierte, casi al mismo tiempo que
Ortega, Scheler o Heidegger, que la filosofía no puede seguir siendo
ni una metafísica pagada de sí misma, en la confianza de que puede
L A TEO CR ACIA
DELIR ANTE
Reck, que tiene la certidumbre de ver la barbarie
en estado puro, recrea en esta obra, con simpática
malignidad, los violentos enfrentamientos
religiosos ocurridos en Münster en el siglo xvi.
C É S A R P É R E Z G R AC I A
M
ünster, como toda Alemania hacia 1530, y casi
toda Europa, era un hervidero de herejías. Lutero
y Calvino habían roto con Roma. Friedrich Reck
(1884-1944) nos cuenta la barbarie de Münster,
Historia de una demencia colectiva, propiciada
por predicadores holandeses, episodio de psico-
sis dogmática que se prolongó durante año y medio. Reck se refugió
en este episodio para soportar la Alemania de Hitler. Pero al lector
curioso, quizá le vengan a la memoria los predicadores circenses de
148
Hollywood, con Burt Lancaster a la cabeza. Para no irnos tan lejos,
en el tiempo y en el espacio, la rebelión teocrática de Münster, tiene
algún parangón con la Segovia comunera. Pocos saben que la catedral
románica segoviana fue arrasada por un incendio comunero en 1520
y que el obispo Acuña sufrió garrote vil en Simancas en 1525. Los
hechos de Münster suceden un decenio después. Con la salvedad
de que en Alemania todo eran herejías protestantes, y en España fue
una guerra dinástica, la reina Juana y el infante Fernando, frente al
emperador Carlos V y la rapacidad de sus cortesanos.
Reck se regodea con simpática malignidad en las analogías revo-
lucionarias del Terror jacobino y el Terror soviético, y a veces nos
preguntamos si nos las vemos con un Erasmo reaccionario, pero
nosotros no hemos sufrido el Terror nazi. Reck tiene la certidumbre
de ver la barbarie en estado puro, sin los disparates de la poligamia
de Münster, pero sí con el aparato represivo de toda disidencia polí-
tica. Su historia tiene el tono carnavalesco de un Brueghel naif, pero
teñida aquí y allá de pasajes dignos del infierno dantesco. Un libro
de apasionante lectura, que sin querer nos hace valorar mucho más
el tedio democrático de la Europa actual.
Reck nos deja los ojos como platos, cuando suelta perlas de
este tenor “la mujer del consejero Menken metió en salmuera a sus
tres hijos mellizos y se los comió”. Creo que en “Ricardo iii” hay
escenas de infanticidios de similar barbarie. El profeta holandés
era un cínico como una catedral; cuando un inquisidor le inte-
rroga sobre sus numerosas mujeres, replica con abyecta dialéctica
de garañón bíblico: “no he tenido mujeres, sino muchachas a las
que convertí en mujeres”.
149
LIBROS
EN BUSCA DE
‘UN PEDIG RÍ ’
Con este relato autobiográfico, el premio Nobel
Patrick Modiano se asoma, con un estilo frío y
documental, pero con voluntad de comprender,
a una vida de orfandad, desarraigo y desamparo.
SEBASTI ÁN GÁMEZ MILL ÁN
A
ntes de que se pierda en la noche fría del olvido”,
como decía la canción de Jacques Prévert y Joseph
Kosma en Les feuille mortes, cantada, entre otros,
por Boris Vian e Yves Montand, el novelista
Patrick Modiano (1945) escribió este relato auto-
biográfico, esta investigación detectivesca, esta
indagación acerca de sus padres y, por consiguiente, acerca de sí
mismo, de su origen.
150
¿Cómo podemos saber quiénes somos si desconocemos el pasado
del que provenimos? La pregunta “¿quién soy yo?” no se puede respon-
der si no desvelamos y reconstruimos con andamios nuestro pasado.
No hay identidad sin despliegue de la memoria, dos temas decisivos
en la obra de este novelista, de la literatura y, especialmente, del pen-
samiento francés del siglo xx, desde Bergson y Proust a Marguerite
Duras y Paul Ricoeur. Patrick Modiano, que recibió en 2014 el Premio
Nobel de Literatura, forma parte de una espléndida generación de
escritores franceses que han llevado una vida independiente y reti-
rada, dedicada profundamente a su trabajo: Pascal Quignard, Pierre
Michon o Le Clezio.
Ahora bien, asomarse al pasado de uno, desenterrarlo, es un ejer-
cicio que entraña riesgos comprometedores. ¿Es mejor conocerlo o
no? La mayoría quizá no nos atrevamos y prefiramos vivir con ciertas
dosis de olvido, imprescindible para la supervivencia. Pues uno puede
descubrir que carece de pedigrí, o cosas aún peores, como que no es
fruto del amor entre dos personas, sino más bien hijo del azar de una
época turbulenta; o descubrir quizá la dificultad de reconciliase con
unos padres de dudosa integridad que lo abandonaron repetidas veces.
El novelista reconstruye el pasado de sus padres y el suyo a partir
de diversos métodos (cartas, documentos, archivos, entrevistas…)
sin complacencias ni sentimentalismo, con honestidad: en busca en
todo tiempo de la verdad, por dolorosa y terrible que sea. Con una
hermosa metáfora, capacidad para la que según él no está dotado,
describe a sus padres y la tierra de la que procede: “Dos mariposas
extraviadas e inconscientes en una ciudad sin mirada. Die Stadt ohne
Blick. Pero qué le voy a hacer, ése es el terruño –o el estiércol– de
donde vengo” (pág. 20).
Con ello logra una sensación de realismo y verosimilitud inusual.
Estas son algunas de las principales virtudes literarias y morales de
este relato autobiográfico. Otra virtud que resaltaría es la frialdad
de su estilo, de la que el autor es consciente y lo hace con deliberada
intención, como si se tratara de un registro: “Escribo estas páginas
como se levanta acta o como se redacta un currículum vitae, a título
151
documental y, seguramente, para liquidar de una vez una vida que
no era la mía” (pág. 45).
Modiano posee esa cualidad particularmente francesa, la ligereza
en el estilo, con destellos líricos y evocadores.
Como las calles de París, a las que tan bien conoce, y que son un
homenaje al pasado y a la historia, Modiano consigue mediante su
investigación que desfilen ante nosotros una galería de fantasmas reco-
brados, de los que acaso no queda sino sus nombres, y por momentos
interpela al lector, saliendo del relato hacia la vida, como esos pintores
que se pintan a sí mismos o a personajes que miran directamente hacia
el espectador: “Que el lector me disculpe por todos estos nombres
y los que vendrán a continuación. Soy un perro que hace como que
tiene pedigrí. Mi padre y mi madre no pertenecen a ningún ambiente
en concreto. Tan llevados de acá para allá, tan inciertos que no queda
más remedio que esforzarme por encontrar unas cuantas huellas y
unas cuantas balizas en las arenas movedizas” (págs. 11 y 12).
Elige acertadamente los tiempos de la narración, sobre los que pre-
domina el presente, como si la acción estuviera sucediendo mientras
la escribe, pero a su vez como si la acción no hubiera terminado de
suceder mientras se lee: es el presente del pasado el que actúa sobre
nosotros, ya sea en la vida histórica y social, ya sea en la vida privada.
Y es que el pasado no acaba de irse. Quizá por eso escribe, para pro-
curar hacerse con él y a la vez desprenderse, poseerse y liberarse.
Si bien el relato se remonta a 1912, fecha de nacimiento de su padre
en París, y a 1918, fecha del nacimiento de su madre en Amberes, la
narración abarca en poco más de 120 páginas desde 1945 hasta 1967,
fecha en la que el autor ha superado la mayoría de edad. Justo un año
antes de que publique su primera novela, El lugar de la estrella, que
junto con La ronda nocturna y Los paseos de circunvalación, com-
pondrá la llamada Trilogía de la Ocupación, con la que obtendrá el
reconocimiento de la crítica. Es decir, de ser nadie, de no saber qué
quería ser, a ser alguien, un reconocido escritor.
El sentimiento que tiñe todo el relato es el de orfandad, desa-
rraigo y desamparo por los numerosos abandonos de sus padres en
JAIME G IL
DE BIEDM A :
VER S O Y ENVÉ S
La obra de Gil de Biedma concluye,
a mi juicio, por un problema de gramática.
Llegó un momento en el que la primera
persona sucumbió al verbo, y desapareció.
I S R A E L F O RT E Z A
L
a magnífica introducción de Andreu Jaume a los Dia-
rios (1956-1985), de Jaime Gil de Biedma (Lumen, 2016),
pone el estribo en la siguiente idea: “Gil de Biedma
habría empezado a escribir su diario precisamente para
precisar relaciones muy concretas de sujetos particulares
[Carlos Barral dixit], tratando de encontrar un len-
guaje para la intimidad y para las gradaciones morales de la experien-
cia”. Este objetivo lo habría alcanzado el poeta barcelonés mediante
la consecución de tres empresas literarias, a saber: la generación de
un código referencial, basado en las relaciones públicas y privadas
de la época; la superación de la poética simbolista, de estirpe fran-
cesa; y el revestimiento de la propia experiencia pública y privada.
Al poco se vería que las tres vetas confluían en un mismo patrón:
la domesticación de la gramática. El modo en que debían ligar las
155
personas del verbo dentro del texto. Las dimensiones del teatro en las
que el poeta y el lector debían envejecer y morir. Creemos que la de
Biedma es una poética radicalmente transitiva, adherida a los predicados
de una época, que no tenían por qué ser necesariamente los predicados
del individuo Jaime Gil de Biedma. Tanto fue así que la persona grama-
tical de Biedma terminó por verse expulsada del texto. Los siguientes
epígrafes, que se interrogan sobre su renuncia poética, tratan de respon-
derse, al modo socrático, mediante un análisis de estilo de los Diarios.
Nadie sabe por qué Gil de Biedma abandonó la escritura, pro sí
sabemos por qué muchos literatos siguen escribiendo a pesar de sí mis-
mos. En una carta del año 1954, sin haber cumplido él los veinticinco,
Jaime Gil le escribe esto a Jorge Guillén: “A veces tengo miedo y me
pregunto si no habré sido yo un poeta de ramalazo, que al llegar a la
edad adulta se seca; la cosa sería grave”. Pocos años después, él mismo se
compadece de la deriva con que el propio Guillén trata de mantenerse a
flote. Y aun, en 1963, sentencia a su maestro con esta línea inmisericorde,
dirigida a María Zambrano:
Toda la carga del retrato de Helen reposa “junto a” ese samovar inma-
terial. Biedma resuelve con yuxtaposición su renuncia a adentrarse en
los pliegues subordinados de Helena, cuya alma probablemente ha sido
borrada, pero respira, tras esa imagen fantasmal. Véase, por lo demás,
el corrimiento de letras y guijarros, desde Elena su criada hasta Helena,
Helen, “Helena de Troya o Helena Trubova”. De la realidad al mito
mediante una sola hache.
En definitiva, la prosa de Gil de Biedma opera sobre una nivelación
semántica, generadora de espacios, donde el tiempo se encauza sobre
categorías flotantes –aquel correr por las habitaciones– y renuncia a
mostrar su vértigo sintáctico –poner visillos blancos y tomar criada–,
so pena de ahogarse en el espejo.
***
Respecto a los motivos de su renuncia, de 1982 data el más trasegado
de cuantos conocemos:
Yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema.
Y en parte, en mala parte, lo he conseguido; como cualquier poema
medianamente bien hecho, ahora carezco de libertad interior (y) soy
todo necesidad y sumisión interna.
***
El distanciamiento de Biedma respecto a su obra responde a la dis-
tancia simétrica en que se encuentra el lector. Ambos están fuera del
HARRY MARTINSON,
P OETA PROLETARIO
Y NÓM ADA
Viajero incansable, el autor sueco, premio Nobel en
1974, hizo de su triste infancia, del mar, de la tierra
y del espacio los temas centrales de una literatura tan
rica en experiencias como en sentimientos.
JOSÉ MARÍA PUIG DE LA BELLACASA BRUGADA
R
ecién cumplidos 40 años de la muerte del escritor
sueco Harry Martinson (6 de mayo 1904-2 de febrero
1978) –premio Nobel en 1974, que compartió con
Eyvind Johnson, con cierta incomodidad por parte
de la Academia porque ambos eran de la propia ins-
titución y se consideró una decisión “provinciana”
aunque en el extranjero les llevó al primer plano de la escena literaria–,
resulta iluminador y sugerente trazar un retrato de este poeta, tal vez
el más original, del grupo llamado de “escritores proletarios” suecos,
165
relativamente desconocidos fuera de Suecia, que se dieron a conocer
en la primera mitad del siglo xx.
Harry Martinson, un gran renovador de la poesía sueca en el siglo
xx, usó construcciones inusuales y acuñó neologismos. Recibió el
Nobel por sus versos que “capturaban gotas de rocío y reflejaban el
cosmos”… Amaba la naturaleza sueca y, siendo muy amante de su país,
fue un viajero impenitente y un contemplador de las estrellas. Su obra
abraza la naturaleza, la cultura, la ciencia y el arte. Sus escritos hacen
diana en las grandes cuestiones del siglo xx, las injusticias sociales,
las dictaduras, la guerra y la paz, la potencia nuclear, las armas y la
destrucción del medio ambiente. Sus temas son la infancia, el mar, la
tierra y el espacio, el átomo del que todo está formado, que siempre
le cautivó y que fue una de sus fuentes de inspiración. Le fascinaba
profundamente y en la revista Illustra encontró fuente de inspiración.
Amó lo pequeño y lo grande, los pétalos de las flores y las galaxias.
Como dijo Malaparte, “hay algo irreal en la naturaleza sueca”. El pai-
saje no es un espacio simple, los suecos poseen una palabra, stämning,
que cabría decir que designa un lugar a la vez interior y exterior al ser
humano, una atmósfera, un estado de ánimo…
Martinson nació en 1904 en Jämshög, en la provincia sueca
meridional de Blekinge. Tras la muerte del padre fue abandonado
por su madre, cuya ausencia le causó heridas íntimas, difíciles de
sanar. Se enroló como grumete y fogonero y en tierra desempeñó
varios oficios: ferroviario, pinche de cocina, repartidor de periódicos,
vendedor… Durante varias décadas fue marinero en una veintena
de barcos y navegó por todos los mares y océanos del mundo, de
América del Sur al océano Índico entre 1920 y 1927. El mar era su
vida y escribe “los poemas del carbón”, que aún entonces movía los
barcos, pero contrajo la tuberculosis y se vio obligado a desembar-
car. Harry escribió Resor utan mål (Viajes sin destino) sobre esta
experiencia oceánica, así como la novela Vagabundo sobre su vida
nómada y errante, hombre sin techo en ocasiones. Así lo contó
también en sus primeras poesías, Spökskepp (El barco fantasma) en
1929. Martin, compañero de debut literario de Artur Lundkvist,
En 1929 se casó con Moa Swartz, catorce años mayor que él (con el
nombre de Moa Martinson como novelista), que escribía en publica-
ciones del movimiento obrero y a la que conoció en el periódico anar-
quista Brand). Tras empezar a escribir varios cuentos y poemas sobre
su vida sin rumbo, en 1948 publicaría Vägen till Klokrike, (Camino a
Klokrike), en tono de reflexión sobre la experiencia de su vagabundeo
en el campo, que representa una verdadera renovación de la poesía
sueca. Es el recuerdo de su partida, de su errancia a la que da vida Bolle,
el protagonista. Martinson escapó de las granjas donde le pegaban y
trataban mal: se escapó de cinco de ellas.
Nässlorna Blommar (Las ortigas florecen), de 1935, es un libro sobre
sí mismo y sobre el descubrimiento del mundo, sobre su infancia
JESÚS FERRERO
172
U
na tarde de otoño me cité con Paul en el Corner
Bistro, a esa hora en la que los taxis llevan a los
amantes a sus citas galantes y los motores tiemblan
como corazones desbocados, a esa hora pelirroja en
que todos quisiéramos ser artistas de Broadway y
habitar en una mansión más grande que la del gran
Gatsby. A esa hora en que soñar es tan fácil, y tan fácil amargarse, y
tan fácil agarrar el teléfono con desesperación y hacer una llamada
equivocada: a una vieja novia, a un enemigo feroz, a un individuo que
te insultó en una tasca inmunda de la calle 42 para retarle a un duelo
con pistolas en el parque Prospect Park de Brooklyn, donde Henry
Miller fornicaba con una novia de Malasia que se llamaba Yonyón
cuando estaba concibiendo vagamente en su cabeza los primeros
capítulos de Moloch.
173
–Eso me ha parecido a mí también. En el programa de la televisión
francesa La grande Librairie, tienen un apartado dedicado a los recuer-
dos. Al final del programa se le pide a uno de los escritores invitados
que recuerde algunos momentos de su vida siguiendo las melodías de
un tipo que toca el piano. El apartado es un homenaje a Perec y a su Je
me souviens, como proclama el presentador en todos los programas. De
modo que como tú dices, el ya célebre procedimiento “I Remember” se
lo debemos a Perec, según nuestros vecinos, a pesar de que en su libro
Perec deja bien claro que la fórmula la inventó Joe Brainard. Da igual,
no sirve de nada. Se trata del típico narcisismo francés. Combatirlo es
causa perdida. El narcisismo de los galos es más sólido que el titanio,
y les acompañará hasta el final de los tiempos. Es un hecho probado.
–Ya te he dicho alguna vez que sí, en este mismo bar. Llevaba el
pelo muy descuidado, gafas de carey, pantalones vaqueros y mocasines
rojos. Hacía cinco años que había publicado I Remember y lo feli-
cité muy sinceramente, pero era un hombre al margen de los elogios,
melancólico, desdichado y de una humildad ejemplar.
[El año pasado la editorial Eterna Cadencia publicó las obras casi completas
de Joe Brainard bajo el título Me acuerdo y otros autorretratos, con un prólogo
de Paul Auster].
H. P. LOVECRAFT,
FILÓSOFO
DEL HORROR
CÓSMICO
Rescatado por los filósofos
del realismo especulativo, por
Houellebecq y por amantes de lo
fantástico como Thomas Ligotti,
Lovecraft es ahora todo un profeta
del siglo xxi.
JE SÚ S PA L AC IO S
178
A
unque es dudoso que H. P. Lovecraft (1890-1937)
hubiera frecuentado una casa de citas, siendo
como era un anticuado caballero de las colonias,
es ahora inevitable que lo haga, pues tras ser igno-
rado, cuando no abiertamente despreciado durante
años como mediocre escritor de terror, cautivo de
los pulps más tirados, quizá con buenas ideas pero víctima de un estilo
literario mediocre, hoy se ha convertido no sólo en clásico, sino en un
pensador moderno, de originalidad y penetración cósmicas.
[Todas las citas provienen de los dos volúmenes de Narrativa com-
pleta de H. P. Lovecraft publicados por Valdemar en edición de Juan
Antonio Molina Foix, con traducciones de Juan Antonio Molina Foix,
Francisco Torres Oliver y José María Nebreda. Madrid, 2ª ed., 2017]
***
◆ Con frecuencia me he preguntado si el común de los mortales
se habrá parado alguna vez a considerar la enorme importancia
de ciertos sueños, así como a pensar acerca del oscuro mundo al
que pertenecen. Aunque la mayoría de nuestras visiones noctur-
nas resultan quizás poco más que débiles y fantásticos reflejos
de nuestras experiencias de vigilia –a pesar de Freud y su pueril
simbolismo–, existen no obstante algunos sueños cuyo carácter
etéreo y no mundano no permite una interpretación ordinaria, y
cuyos efectos vagamente excitantes e inquietantes sugieren posi-
bles ojeadas fugaces a una esfera de existencia mental no menos
importante que la vida física, aunque separada de esta por una
barrera infranqueable. Mi experiencia no me permite dudar que el
hombre, al perder su conciencia terrena, se ve de hecho albergado
en otra vida incorpórea, de naturaleza distinta y alejada a la exis-
tencia que conocemos, y de la que sólo los recuerdos más leves y
difusos se conservan tras el despertar. De estas memorias turbias y
fragmentarias es mucho lo que podemos deducir, aun cuando pro-
bar bien poco. Podemos suponer que en la vida onírica, la materia
y la vida, tal como se conocen tales cosas en la tierra, no resultan
179
necesariamente constantes, y que el tiempo y el espacio no existen
tal como lo entienden nuestros cuerpos de vigilia. A veces creo que
esta vida menos material es nuestra existencia real, y que nuestra
vana estancia sobre el globo terráqueo resulta en sí misma un fenó-
meno secundario o meramente virtual.
Al otro lado de la barrera del sueño (Beyond the Wall of the Sleep, 1919)
◆ ¿Qué sabemos nosotros (...) del mundo y del universo que nos
rodea? Nuestros medios para captar información resultan absur-
damente escasos, y nuestra noción de los objetos que nos circun-
dan infinitamente estrecha. Sólo vemos las cosas de acuerdo a los
órganos con que las percibimos, y nos resulta imposible formarnos
una idea de su naturaleza absoluta. Pretendemos abarcar el cosmos
complejo e infinito por medio de cinco débiles sentidos, cuando
otras existencias dotadas de una serie de sentidos más amplios,
poderosos o diferentes, no sólo podrían ver cosas totalmente dis-
tintas de las que nosotros percibimos, sino que también serían
capaces de estudiar y descubrir mundos enteros llenos de materia,
energía y vida que se hallan en contacto con nosotros, aunque
resultan inaccesibles a los sentidos de que actualmente disponemos.
Del más allá (From Beyond, 1920)
◆ No era fruto de los mundos ni de los soles que iluminan los telesco-
pios y las placas fotográficas de nuestros observatorios. No era ningún
soplo de los cielos, cuyos movimientos y dimensiones miden nuestros
astrónomos o consideran demasiado vastos para medirlos. No era más
que un color procedente del espacio exterior... un horrible mensajero
de unos informes reinos de extensión ilimitada situados más allá de la
◆ Era una llave –una guía– a ciertas puertas y tránsitos con los que
han soñado los místicos y de los que han hablado en voz baja desde
que la raza era joven, y que conducían a libertades y descubrimien-
tos más allá de las tres dimensiones y a ámbitos de vida y de materia
que no nos son conocidos. Durante siglos ningún hombre se había
acordado de su esencia vital ni sabía dónde encontrarla (...)
EMBAR R AD OS
Las elecciones europeas de mayo
pueden aportar un peso decisivo
a un puñado de fuerzas
que reniegan de la Unión.
El charco español.
p or
188
Morir de éxito. Hace ya tiempo que el historiador británico
Tony Judt insistió en la excepcionalidad del proyecto de la Unión
Europea. No era algo dado, que por su propia inercia fuera a durar
siempre, mejorando cada vez más, ampliando su repertorio de dere-
chos, reforzando los elementos del Estado de bienestar que han sido
su marca de fábrica. Sanidad y educación para todos, facilidad para
circular entre distintos países, democracia, mercados abiertos, aten-
ción a la ciencia y al avance de las nuevas tecnologías, sensibilidad
por la cultura, laicismo, respeto a las minorías, cuidado a los más
frágiles: Europa ha sido en el imaginario de las últimas décadas sinó-
nimo de lugar de progreso, de seguridad individual y jurídica, de
modernidad. Pero ahora, tras la crisis económica que irrumpió en
2008 y mostró cuán grandes eran las diferencias entre el Norte y el
Sur y cuán profundas las debilidades de los recién llegados del Este,
el mito de Europa se ha roto, quedando arrumbado en los márgenes,
íntimamente cuestionado. Hubo otro elemento más que, en ese con-
texto, contribuyó poco después a ensombrecer aún más el proyecto.
La masiva entrada de refugiados procedentes de la guerra en Siria,
sobre todo, y de otros conflictos de Oriente Próximo e incluso de más
lejos. Y también la llegada de los que simplemente huyen del hambre
y buscan un mundo mejor. La Europa de los valores inclusivos les
dio con la puerta en las narices. Sólo aceptó a unos pocos, y procuró
recolocarlos entre todos los países, y aquello fue un fracaso rotundo.
Donde pudieron instalarse, como en Alemania, pronto se encendió
la llama de la xenofobia. Y no hay que olvidar el terrorismo islamista,
que ha golpeado en los últimos años de manera traumática en algunas
de las grandes capitales europeas.
El Brexit es la expresión política más clara de una impotencia
profunda, la de deshacer un entramado de leyes y normas y costum-
bres y experiencias cotidianas que vinculan a la isla británica con el
continente. No se trata solo de que el Reino Unido haya votado a
favor del divorcio con una pareja mal avenida, y que lo que toca es
repartirse las cosas que se han tenido en común y marcar a partir de
ahora las distancias. El problema es que los lazos no son los de un
189
matrimonio: es más bien como si se hubieran fundido las aguas de dos
ríos que fluían hasta entonces separadas: ¿cómo devolver entonces la
parte de la corriente actual que pertenece a unos y la que pertenece a
los otros? ¿Y cómo se administran los logros que el caudal conjunto
permitió construir? Las gotas están demasiado mezcladas, o los hilos
de la madeja, y hay tantos que se consideran de un lado y del otro, y
hay millares de empresas que fundieron sus recursos y se proyectaron
juntas. ¿Cómo se aplica el bisturí para separar y devolver cada cosa a
su sitio? Una tarea tan complicada sigue pendiente de un hilo. A estas
alturas se sigue hablando de un Brexit suave, de un Brexit duro, de
posponer las cosas un tiempo más, de volver a revisar lo conseguido
hasta ahora, incluso de convocar un segundo referéndum.
Embarrados 191
y el sentimiento”, escribe. El futuro de Europa se juega en mayo en
las urnas. Los ciudadanos tienen la palabra. Y la gran cuestión es si
se producirá un significativo avance de los populismos nacionalistas
que termine imponiendo el miedo y se limiten significativamente los
valores que han dado forma a la Europa de nuestros días: la libertad
y la democracia, la justicia, la tolerancia, el bienestar.
Madrid, 8 de abril
192
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