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Ilustraciones:
Enid Balám
Del autor:
manuelgcamino@hotmail.com
Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa o indirecta, del contenido de la presente
obra, incluyendo el diseño de la cubierta e ilustraciones, sin contar previamente con la autori-
zación expresa y por escrito del autor, en términos de la Ley Federal de Derecho de Autor y, en
su caso, de tratados internacionales aplicables.
La persona que infrinja esta disposición se hará acreedora a las sanciones legales correspon-
dientes. El contenido de este libro es responsabilidad exclusiva del autor.
Primera edición: Diciembre de 2018.
ISBN: 978-607-29-1419-3
Producido y hecho en México
Produced and made in Mexico
El reencuentro
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Mi nombre es Nancy
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Bajo tierra
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N
os conocimos como vecinas hace casi 18 años. Yo tengo 33
y ella la misma edad.
En aquel entonces, cuando todavía éramos jóvenes, entre
los 15 y 16 años de edad, siempre nos gustaba estudiar y leer mucho
juntas, caminar por los parques y platicar debajo de la sombra de algún
árbol cuando en aquellos días de verano el sol arreciaba. También asis-
tíamos a festivales de música folclórica, visitábamos museos, íbamos al
cine, a fiestas de amigos, a las librerías de viejo a conseguir algún libro
interesante, a bibliotecas, en fin…, a distintos lugares.
Recuerdo con mucho cariño a un muchacho mayor que nosotras,
cuyo nombre completo nunca supimos, pero todos le decían Sebastián,
que cuando coincidíamos en alguna fiesta o reunión, casi siempre nos
ponía música de rock que nos encantaba muchísimo y la cual no nos
cansábamos de bailar. Eran tiempos de sana libertad.
Ella y yo siempre fuimos confidentes y platicábamos todas nues-
tras aventuras, pues éramos hijas únicas; nunca nos escondimos algo.
Incluso, las dos comenzamos a explorar y a entender muchas cosas
como mujeres que estaban escondidas en nuestros cuerpos, pero que las
madres de ambas jamás nos dijeron por su moral conservadora.
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“Todos los que estamos aquí, amamos la vida. La muerte se nos pre-
senta como una cosa negativa, como el final de nuestro camino en este
mundo, un alejamiento de todo lo que nos rodea, una imposibilidad de
seguir realizando nuestros proyectos de futuro... Pero debemos enten-
der que nosotros somos criaturas de Dios. No podemos estar al margen
de esta dependencia. Y a pesar de que muchos de nosotros tengamos
temor de pensarlo, la realidad es que dependemos en todo de Dios y
que nuestra vida es como un acto de culto a Dios. Por suerte, hay mu-
chas personas que viven esta realidad de una manera consciente. Cada
día, cada hora, cada minuto, ofrecen a Dios todo lo que hacen. Como
el escritor que escribe y revisa cada día una hoja y, al llegar la noche,
corrige todo aquello que no le gusta. Así hacemos nosotros, acumulan-
do cada día de nuestra vida todo lo bueno que hemos podido hacer. Y
al llegar la hora de la muerte, esta página, escrita cada día, se junta
a las otras: son las obras completas. La muerte es el ofrecimiento de
toda la vida entera a Dios. Mientras vivíamos, la ofrecíamos minuto a
minuto. A la hora de nuestra muerte, la ofrecemos toda entera. Desde
esta óptica, sí son semejantes la vida y la muerte. Si vivimos, vivimos
para Dios; si morimos, morimos para Dios. En la vida y en la muerte
somos hijos de Dios…”.
Después de la muerte de papá, la vida para mí dio otro giro. Ya
sólo tenía mi trabajo y mis pacientes a los que me entregaba de mane-
ra total. Sin embargo, lo que nunca he borrado de mi memoria fue lo
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Debo decir para terminar, que hoy día no llevo ningún estigma de
conciencia ni me siento marcada por el delito del que se me acusó
injustamente, porque ahora la única marca que puedo llevar en mi
vida es la del tiempo. Ese es mi destino predeterminado, como decía
mamá antes de morir…
N
ancy (de apellidos conocidos), chica de 17 años de edad, hija
única, tiene su domicilio en una zona habitacional de estrato
social medio alto al norponiente de la Ciudad de México, en
un departamento propio de buena plusvalía, en la colonia, calle y nú-
mero (conocidos).
Su familia fue una de las tantas disfuncionales, de padres psico-
lógicamente inmaduros que no respondieron ni respetaron un compro-
miso real; su unión sólo fue eventual y producto de un apasionamiento
pasajero.
Nancy comparte el mismo espacio con su padre, Antonio (de ape-
llidos conocidos), un pianista alcohólico de 49 años de edad, quien sol-
venta su vicio con los ingresos que todavía recibe de las regalías como
compositor de música romántica. Algunos de sus temas, en su momen-
to, fueron grabados con gran éxito por destacados intérpretes nacio-
nales, pero desde hacía varios años ya no le pedían ni compraban sus
composiciones porque eran de mala calidad, debido a los daños en su
creatividad que le había ocasionado su adicción al alcohol.
Nancy sobrelleva la situación cotidiana al lado de su padre, pues
su madre los abandonó doce años atrás al huir con otro hombre. Pero
el infortunio alcanzó años después a la madre, quien murió por atro-
pellamiento cuando un tráiler le pasó por encima y la desmembró. Al
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EL PREÁMBULO
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TESTIGOS
Según datos recogidos por los agentes de policía que acudieron al lu-
gar en que se suscitaron los hechos, el cuerpo de la suicida quedó boca
abajo en uno de los carriles de alta velocidad, con tal suerte que ningún
auto le causó alguna otra lesión, porque de inmediato, tras el grito de
horror de la joven, varias personas voltearon y alcanzaron a ver la trá-
gica escena cuando caía, y se acercaron para tratar de prestarle auxilio
y desviaron el tránsito.
Y fue hasta que llegaron los oficiales de policía cuando con sus
patrullas abanderaron el perímetro para evitar otro percance.
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–U
no, dos, tres, probando, probando... –expresó Martín–.
Pasados unos segundos, lo reprodujo y se escu-
chó: Uno, dos, tres, probando, probando...
–Correcto…, mi grabadora funciona bien y las baterías están en
buen estado, todo listo para que mañana miércoles desde temprano
cuando vaya a reportear y visite a los ocho clientes que tengo programa-
dos, grabe las especificaciones de sus productos y más tarde redacte sus
anuncios –aseveró Martín con voz tenue al tiempo que giraba la llave
para correr el cerrojo y asegurar la puerta de la oficina de “Publicidad
Soto”, donde trabajaba.
Generalmente, como él era el último empleado en salir de la ofi-
cina por lo peculiar del trabajo que realizaba, el joven Hernández intro-
ducía su tarjeta de empleado en el reloj checador a las diez de la noche,
hora en que por lo regular terminaba de hacer su trabajo, ya que desde
la mañana hasta en la tarde visitaba clientes y casi entrada la noche co-
menzaba a escribir los anuncios, porque además de su exiguo salario,
le pagaban ocho horas extras a la semana a partir de las seis de la tarde
y un modesto porcentaje por cada anuncio contratado. “Ya el dinero,
hoy día, sino trabajas como burro, no alcanza para satisfacer tus ne-
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PLAY: LA REVELACIÓN…
–…Cof, cof, cof… No sé cuánto tiempo haya transcurrido después de
este percance tan horrendo, porque estuve desmayado. Tampoco tengo
manera de corroborarlo, ya que no uso reloj; y aunque así fuera, menos
lo sabría en estos momentos en que no puedo ver absolutamente nada.
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“
…No te preocupes, mamá, siempre estaré contigo.
“Recuerda, mamá, que la última vez, no sé hace cuánto
tiempo, me dijiste Evangelino, me llamo Evaristo…
“Pero hoy ya no te esfuerces en recordar y hablar, mamá, porque
el médico dijo que tu garganta debía sanar de todas esas úlceras que no
dejan de reproducirse.
“Déjame ponerte un par de gotas en tus ojos, mamá, y acercarte
a la ventana para que veas más claros los rayos del sol matutino y tam-
bién sientas su calor. Te darás cuenta cómo en pocos minutos el calor
circulará por todo tu cuerpo y el dolor por el frío que atormenta todas
las noches tus rodillas y articulaciones, disminuirá al menos por unas
horas; ya verás que te sentirás mejor…
“Hoy, precisamente, mamá, recordaba los momentos hermosos
cuando tomado de tu mano, caminábamos y caminábamos por ese gran
mercado de La Villa, donde comprabas todo el mandado para la comi-
da; era enorme... ¿Lo recuerdas, mamá? Apenas eran siete años los que
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