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Criterios puestos en juego respecto a la elaboración de legislación sobre el aborto en Arg.

Prof. Hugo Seleme. FB, 14 de marzo de 2018. ABORTO: DESPENALIZACIÓN Y


LEGALIZACIÓN. Hay pocos temas que generen más controversia que el de la interrupción voluntaria
del embarazo. La razón del desacuerdo entre personas de buena fe y razonables, es que se trata de un
asunto de suma complejidad que nos enfrenta a la pregunta por el comienzo de la vida humana y por el
valor que ésta posee. No es raro que preguntas complejas generen respuestas divergentes, todas ellas
razonables. Esto, por supuesto, no significa que todas sean igualmente verdaderas. Respuestas
contradictorias – por ejemplo, que hay vida humana desde la concepción, desde la anidación, desde el
desarrollo del sistema nervioso central, o desde la viabilidad – no pueden ser verdaderas al mismo tiempo.
Sin embargo, dado que lo explica la divergencia no es la ignorancia o la mala fe, sino la complejidad del
tema, todas ellas merecen respeto por parte de una comunidad política que aspira a tratar a sus miembros
con igual respeto y consideración.
Personalmente creo que existe vida humana desde la concepción y que abortar es una acción
profundamente inmoral, que no sólo hace daño a su víctima directa sino también a quien la realiza. Sin
embargo, también pienso que algunos de quienes sostienen lo contrario no lo hacen por algún déficit
moral o epistémico, sino simplemente porque el asunto es complejo. Por este motivo, imponerles mi
convicción a través de una sanción penal me parece igualmente inmoral ya que implica no tratarlos como
ciudadanos dotados de dignidad cuyas ideas, aunque equivocadas, merecen ser respetadas y no
sancionadas por el uso de la coacción estatal. Creer que basta sostener que el aborto es inmoral para
concluir que su penalización está moralmente justificada es un error argumentativo. Esto porque en
ambos supuestos la pregunta moral se refiere a acciones diferentes. En el primer caso, la pregunta es
sobre la acción de terminar voluntariamente el embarazo. En el segundo, la pregunta gira en torno a la
acción de encarcelar a quien decide interrumpir su embarazo. Es posible, por lo tanto, sostener a la vez
que el aborto es inmoral y que también es inmoral encarcelar a quien aborta porque cree que no existe
vida humana.
Ahora bien, las mismas razones que hacen que penalizar el aborto sea inmoral concurren para volver
moralmente problemática su legalización, esto es la posibilidad de que se practique en instituciones
públicas. Las instituciones públicas – incluidas las sanitarias – actúan en nombre de todos los ciudadanos
que contribuyen a su sostenimiento. Que éstas lleven adelante una práctica que para una porción de la
población es altamente inmoral implica imponerles de manera coercitiva las convicciones ajenas. La
penalización del aborto tiene por objetivo imponer un curso de acción sobre las mujeres que creen de
manera razonable que lo que llevan en su seno no es una vida humana. La legalización del aborto impone
un curso de acción – contribuir a la realización de un aborto – sobre todos aquellos que creen de manera
razonable que lo que la madre lleva en su seno es una vida humana.
La propuesta de legalizar el aborto – contenida en el proyecto de ley – sin dudas es bien intencionada.
Intenta paliar el obstáculo que la injusticia económica y social pone a aquellas mujeres que desean
interrumpir su embarazo. Sin embargo, es necesario advertir que se trata de un problema diferente al del
aborto. La solución al problema de la injusticia económica y social debe hacerse implementando políticas
laborales y de distribución del ingreso y la renta. Sin dudas que una herramienta generalmente utilizada
con estos fines es la prestación de servicios subsidiados – el caso paradigmático es el transporte o el de
las tarifas -. Sin embargo, para que la distribución del ingreso y la renta pueda hacerse a través del
subsidio de servicios es necesario que estos servicios sean moralmente neutrales lo que, por supuesto, no
se da en el caso del aborto.
Un ejemplo puede ser de utilidad para comprender el problema. Piense en la libertad religiosa. Es posible
que la injusticia económica pueda ser un obstáculo para tener la oportunidad de practicar el culto al que
uno adhiere. Por ejemplo, puede ser que en el barrio en el que uno habita no pueda transportarse un
sacerdote a celebrar misa y que sea muy costoso pagarle el trasporte. Si el Estado intentase paliar los
efectos de la injusticia social sobre la libertad religiosa subsidiando la celebración de misas por
sacerdotes, a quienes les paga con los impuestos que coercitivamente cobra a creyentes y no creyentes,
pocos diríamos que la solución es moralmente adecuada. La razón de este rechazo es la misma que
subyace al rechazo de la legalización del aborto: la celebración de misas no es un servicio moralmente
neutral y, por lo tanto, no es uno que pueda ser subsidiado o prestado por un cuerpo de funcionarios
estatales.
La injusticia distributiva es un obstáculo monumental para el goce de los derechos. No sólo el de
interrumpir el embarazo, sino también el de continuarlo. Sólo si la injusticia distributiva es eliminada, la
coacción que sufren las mujeres pobres, que a unas les impide practicarse un aborto y a otras les impide
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continuar un embarazo y traer al mundo a un niño que no podrán alimentar, habrá desaparecido. Intentar
paliar los efectos de la injusticia distributiva distribuyendo servicios abortivos gratuitos, en lugar de
recursos y bienes, deja en pie la coacción que sufren las mujeres que se ven forzadas a abortar
presionadas por la pobreza y obliga a contribuir en la realización de una práctica que consideran
altamente inmoral a aquellos que creen que hay vida humana desde la concepción.
Prof. Hugo Seleme, FB 15 de marzo de 2018. ABORTO: DESPENALIZACIÓN Y
LEGALIZACIÓN (II). Dada la cantidad de comentarios, argumentos y opiniones suscitados por el post
sobre el aborto he decidido intentar clarificar algunos puntos de manera conjunta en lugar de responder
individualmente las intervenciones. He leído cada una de las intervenciones y sinceramente las agradezco.
Me hubiese gustado poder responder a cada una en particular, pero creo que hacerlo de manera genérica
contribuirá a la claridad que deben tener los debates públicos.
Por el tenor de algunas intervenciones creo que no he sido lo suficientemente claro explicando los
diferentes asuntos morales que se encuentran en juego en la discusión sobre el aborto. Una primera
pregunta se refiere a si existen razones morales para no abortar, esto es si el aborto está prohibido
moralmente. Una segunda cuestión es si existen razones morales para que el Estado castigue a través del
sistema penal a quienes abortan o contribuyen a hacerlo. Una tercera pregunta se refiere a si existen
razones morales para regular legalmente de manera diferenciada los diferentes supuestos de aborto. Por
último, una cuarta pregunta se refiere a si existen razones morales para que el Estado preste él mismo a
través de instituciones públicas servicios abortivos gratuitos.
La posición que he defendido, y creo que es la correcta, responde de manera diferenciada a cada una de
estas preguntas. Esto no es de extrañar una vez que se percibe que son problemas morales diferentes.
Quienes no perciben los diferentes problemas involucrados responden la pregunta que le interesa y luego
alinean las restantes con la respuesta ya obtenida. Así, por ejemplo, quienes creen que sólo está en
discusión la moralidad del aborto piensan que basta responder a esta pregunta en un sentido – afirmativo
o negativo – para dar idéntica respuestas a los problemas restantes. Si el aborto es inmoral, el castigo
penal es moralmente requerido, no hay razones morales para regular legalmente de manera diferenciada
los diferentes tipos de aborto y, por supuesto, el Estado no debe prestar servicios abortivos gratuitos. Por
el contrario, algunos de quienes creen que el aborto es moralmente permisible – por ejemplo, porque la
mujer tiene derecho a disponer de su cuerpo – creen que esto basta para sostener que su penalización es
moralmente incorrecta, que todo caso de aborto es igualmente permisible y que no hay razones para
regularlos legalmente de manera diferenciada, y que el Estado debería prestar estos servicios abortivos de
manera gratuita.
Por supuesto, estas dos posiciones son extremas y en el medio caben todos los matices. Sin embargo, lo
que se advierte en el debate público es una incapacidad para diferenciar los cuatro problemas en torno al
aborto recién presentados. En mayor o menor medida los involucrados en el debate tienden a responder
algunas de estas preguntas de modo indiferenciado, como se si se tratase del mismo problema y como si
las razones que sirven para solucionar uno, de manera automática sirviesen también para dar respuesta a
alguno de los otros. Creo que el único camino para dar una respuesta adecuada a un asunto que involucra
diferentes problemas es, primero, distinguirlos. Luego, es necesario ofrecer razones relevantes para cada
problema en particular sin creer que las razones que son relevantes para un problema, también lo son para
los restantes.
Con estos cuatro problemas identificados tal vez pueda percibirse de mejor manera lo señalado en el
primer post. En relación con el primer problema – referido a la calificación moral del aborto – creo que
existen razones para no abortar. Que exista vida humana desde la concepción, tal como creo que es el
caso, es una razón para no interrumpir de manera voluntaria el embarazo. Esta razón, sin embargo, no es
relevante para responder al segundo problema vinculado con la penalización del aborto. Existen razones
morales – vinculadas con el respeto por la dignidad y autonomía – en contra de utilizar el aparato
coercitivo del Estado para imponer el curso de acción que es acorde con mis convicciones. Estas razones,
determinan que penalizar el aborto sea también un acto inmoral. El tercer problema, referido a la
regulación diferenciada de los distintos casos de aborto, exige razones adicionales. Una de ellas, por
ejemplo, es la disminución del desacuerdo razonable acerca de si existe o no vida humana según el grado
de avance que tenga el embarazo, el riesgo que la práctica abortiva implica para la madre, entre otras.
Estas razones confluyen para justificar una regulación diferenciada de los distintos supuestos abortivos
así como establecer protocolos para brindar información a la embarazada que pretende practicarse un
aborto. El cuarto problema, vinculado con la distribución de servicios abortivos gratuitos por parte del
Estado, es diferente de los anteriores y deben buscarse razones específicas para resolverlo en un sentido u
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otro. He ofrecido una razón en contra de que el Estado practique abortos en hospitales públicos. La
misma tiene que ver con el carácter moralmente no-neutral del servicio ofrecido. Si una porción de la
ciudadanía considera que el aborto es altamente inmoral – porque implica matar a un ser humano – y si
esta creencia no es irrazonable, es inmoral utilizar el aparato coercitivo del Estado para obligarlos a
contribuir con la realización de abortos en instituciones públicas que también les pertenecen.
La posición que defiendo sostiene, por tanto, 1) que el aborto es inmoral, 2) que su penalización es
inmoral y debería ser quitada, 3) que los diferentes supuestos de aborto deberían ser regulados de manera
diferente, 4) que no debería practicarse en instituciones públicas. Esto último no implica privatizar la
salud pública, permitiendo que el Estado se desentienda del problema. De lo único que se trata es de que
el Estado enfrente el problema que tienen tanto las mujeres que queriendo abortar no pueden hacerlo por
falta de recursos económicos, como el de las mujeres que deseando continuar adelante con su embarazo
tampoco pueden hacerlo por falta de dinero. Hay una forma relativamente sencilla de resolver el
problema que plantea la injusticia social: repartir dinero en lugar de servicios abortivos en hospitales
públicos, y hacerlo por igual en todas las mujeres embarazadas permitiendo que estas usen esos recursos
para comprar los servicios de alguien que quiera ayudarlas a interrumpir el embarazo, o para afrontar los
gastos de continuar con el embarazo.
Una propuesta semejante sería la siguiente. El Estado entrega una suma fija de dinero – suficiente para
costear un aborto - a cada mujer embarazada en situación de riesgo social (por ejemplo, 17.469$
equivalente a 9 AUH). Cada mujer puede decidir utilizar ese dinero en contratar los servicios de un
abortista o en dedicarlo a preparar la llegada de su hijo. Creo que de este modo es atendida tanto la
situación de las mujeres a las que la falta de recursos les impide abortar como la de aquellas a las que las
fuerza a hacerlo. Los servicios abortivos no son prestados por instituciones públicas, y los ciudadanos que
se oponen al aborto no han sido obligados a contribuir con la realización de ninguno. Simplemente han
sido obligados a paliar la situación de pobreza de las mujeres embarazadas, recayendo sólo sobre ellas la
responsabilidad de cómo y para qué emplean ese dinero.
Romina Frontalini Rekers16 de marzo de 2018. ¿Por qué el aborto debería no sólo despenalizarse
sino también legalizarse? Respuestas ideales vs. los derechos de las mujeres pobres
Aún si creemos que es inmoral abortar podemos sostener que es inmoral que el estado castigue
penalmente a las mujeres que abortan o quienes las asisten. La razón para sostener que es inmoral castigar
el aborto es que existen desacuerdos razonables sobre esta práctica vinculados a cuestiones sobre el
comienzo de la vida y lo que el derecho a la vida requiere. Al castigar el aborto el estado estaría
imponiendo las creencias de un grupo (los que creen que abortar es inmoral) sobre otro grupo (los que
creen que abortar no es inmoral). En consecuencia, el estado debería despenalizar el aborto si quiere dejar
de imponer las creencias del primer grupo sobre el segundo. Al despenalizar el estado dejaría de
desalentar una conducta sobre cuya moralidad existen desacuerdos razonables. Además, dejaría de utilizar
los recursos que obtiene coactivamente (incluso de quienes creen que abortar no es inmoral) a través del
cobro de impuestos para sostener un sistema penal que castiga el aborto.
¿Pero qué pasa con la legalización? Es decir, con la demanda de que el estado garantice abortos gratuitos
en instituciones públicas. Hay quienes sostienen que aceptar la legalización supondría aceptar el mismo
mal que queremos evitar con la despenalización. Legalizar el aborto supondría que el estado a través del
cobro coactivo de impuestos destinados a financiar los abortos gratuitos en hospitales públicos tome
partida a favor de las creencias de un grupo. Pero en este caso se favorecerían las creencias de los
abortistas sobre los de los antiabortistas. Para evitar este nuevo mal no debería legalizarse el aborto.
Pero la no legalización plantea un problema para el caso de las mujeres pobres que no cuentan con
recursos suficientes para hacerse un aborto seguro. De acuerdo, con este punto de vista este es un
problema de justicia distributiva y como tal debe ser resuelto a través de una política redistributiva que
coloque a las mujeres en posición de poder practicarse un aborto recurriendo a servicios privados. Por lo
tanto, sería un error responder a este problema legalizando el aborto.
Creo que este argumento es incorrecto por varias razones.
Primero la legalización del aborto no sólo tiene que ver con que el estado garantice su gratuidad y
realización en hospitales públicos. La legalización es un asunto también relativa a la responsabilidad civil
de las mujeres que abortan. Que una acción sea despenalizada no excluye la responsabilidad civil. Y por
lo tanto la despenalización no es suficiente para garantizar la neutralidad del estado frente a los
desacuerdos razonables sobre el comienzo de la vida y el derecho a la vida.
Pero si entendemos por legalización sólo la cuestión relativa a su financiamiento y realización en
hospitales públicos el argumento sigue siendo incorrecto por dos razones. En primer lugar, porque
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sostiene que mientras el objetivo de la penalización del aborto es desalentar los abortos, el objetivo de
legalizar el aborto es facilitarlos. Es cierto que el objetivo de penalizar una acción es desalentar la acción
penalizada y es justamente lo que se busca a través de la penalización del aborto. Sin embargo, el objetivo
de la legalización del aborto no es facilitar el aborto. El objetivo de la legalización es evitar que las
mujeres pobres mueran en abortos clandestinos. Aunque de hecho la legalización tendría como efecto
facilitar los abortos esto es un efecto secundario de una política que tiene por objetivo evitar muertes u
otras secuelas producidas en abortos clandestinos.
En segundo lugar, de acuerdo con quienes se oponen a la legalización del aborto que algunas mujeres no
tengan recursos suficientes para practicarse un aborto en un problema de justicia distributiva. Estos
sostienen que el mejor modo de eliminar este problema es a través de políticas redistributivas antes que la
legalización del aborto. Este es el mejor modo de solucionar el problema porque garantiza que todas las
mujeres tengan acceso a los recursos necesarios para practicarse un aborto sin necesidad de que el estado
facilite esta práctica a través de los impuestos coactivos que también deben pagar aquellos que la
desaprueban. Si esta opción gana, y dejamos de lado el tema de la responsabilidad civil, se podría
alcanzar una situación ideal. Por un lado, el estado se mantendría neutral y, por otro lado, cada mujer
tendría recursos suficientes para llevar adelante aquella opción que cree correcta.
Quienes defienden la despenalización y no legalización como el curso de acción correcto también
reconocen que hasta ahora el estado nunca ha sido neutral en cuestiones reproductivas y ha encarcelado a
las mujeres por abortar. También reconocen que el estado a través de acciones y omisiones ha permitido
que la injusticia distributiva afecte principalmente a las mujeres. En consecuencia, deben reconocer que
hasta ahora las mujeres han sufrido y sufren una injusticia histórica que tiene dos facetas, la de la no
neutralidad estatal en cuestiones reproductivas, dada la penalización del aborto, y la injusta en la
distribución de recursos que conlleva que algunas mujeres no puedan acceder a un aborto seguro. El
primer aspecto de esta injusticia histórica, la no neutralidad del estado frente al aborto por su
penalización, también se ha distribuido de modo desigual. Ello porque quienes sufrieron las peores
consecuencias de la clandestinidad han sido las mujeres pobres y quienes sufrieron las consecuencias de
la penalización también han sido las mujeres pobres (la mayoría de las condenadas por abortos llegan a
esta situación luego de acudieron a un hospital por un aborto casero o mal realizado).
En consecuencia, ambas facetas de esta injusticia histórica perjudican a las mujeres pobres. La
penalización afectó y afecta principalmente a las mujeres pobres y la no legalización también afectó y
afecta principalmente a las mujeres pobres. El debate sobre la legalización del aborto es un debate cuya
respuesta afecta casi exclusivamente el destino de las mujeres pobres. En este debate debería ponderarse
la injusticia histórica que este grupo ha sufrido casi desde la conformación de nuestra comunidad política.
Esto es algo que no hacen quienes se oponen a la legalización.
Una injusticia histórica da lugar a un reclamo legítimo de reparación. El colectivo de mujeres pobres
debería recibir una reparación por dos razones 1) por las consecuencias de la no neutralidad estatal en el
caso de la penalización del aborto (estas consecuencias comprenden la amenaza de pena, la pena, los
riesgos y daño asociados al cumplimento de la pena, los costos psicológicos y físicos de la clandestinidad
del aborto) 2) por las consecuencias de la injusta distribución de recursos (una de estas consecuencias es
no poder abortar o no poder llevar el embarazo y la maternidad en condiciones adecuadas). No cualquier
medio es moralmente admisible para reparar una injusticia histórica. No podría demandarse como
reparación de esta injusticia histórica que el estado tome partido a favor de las creencias de quienes están
a favor del aborto obligándolos a financiar un sistema público destinado a facilitar abortos. Pero dada la
resistencia y los tiempos que conlleva la implementación de políticas redistributivas parece que la
respuesta correcta (despenalización+ no legalización+ distribución) es poco probable en el corto plazo.
Queda entonces elegir entre respuestas no ideales. Entre la legalización que conlleva el mismo mal que la
penalización, pero que afecta a otro grupo y evita los daños asociados a abortos no seguros o la no
legalización que evita que el estado tome partido, pero no reduce los abortos no seguros. Creo que para
elegir entre estas dos opciones no ideales es relevante decidir quiénes van cargar con los costos de una
respuesta no ideal. La injusticia histórica que sufrieron y sufren las mujeres debería ser una razón
suficiente para elegir la respuesta no ideal en la que ellas no tengan que seguir cargando con los costos.

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