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ENTRE ROMA Y EL MUNDO GRIEGO.

MEMORIA, AUTORREPRESENTACIÓN Y DIDÁCTICA


DEL PODER EN LAS HISTORIAS DE POLIBIO
Moreno Leoni, Álvaro M.
Entre Roma y el mundo griego : memoria, autorrepresentación y
didáctica del poder en las Historias de Polibio / Álvaro M. Moreno
Leoni. - 1a ed. - Córdoba : Brujas, 2017.
323 p. ; 24 x 17 cm. - (Ordia Prima. Studia / Gustavo Veneciano, ; 8)

ISBN 978-987-591-817-7

1. Historia Antigua. I. Título.


CDD 930
ÁLVARO M. MORENO LEONI

ENTRE ROMA Y EL MUNDO GRIEGO.


MEMORIA, AUTORREPRESENTACIÓN Y DIDÁCTICA
DEL PODER EN LAS HISTORIAS DE POLIBIO
ORDIA PRIMA
Studia 8

Editores de la colección:
Guillermo De Santis
Fabián Mié
Gustavo Veneciano

© 2017, Álvaro M. Moreno Leoni

De esta edición:
Copyright © 2017, Editorial Brujas.
Pasaje España 1485 - C.P. 5000 Córdoba - República Argentina.

Impreso en la Argentina
Queda hecho el depósito que prevé la ley 11.723
I.S.B.N.: 978-987-591-817-7
A mi madre, Gloria Leoni, por siempre confiar en mí...
SUMARIO

INTRODUCCIÓN....................................................................................................15

I. EL MARCO CULTURAL GRIEGO DE LAS HISTORIAS.......................................37

1. IMPERIO ROMANO Y FRONTERA CULTURAL...........................................39

2. CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE Y ROMANIDAD................................57

II. MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS................................................91

III. LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA............................................131

IV. LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD


Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE............................................................183

V. DOS MODELOS DE HEGEMONÍA: ROMA EN LA CONQUISTA


DE ITALIA, CARTAGO EN LA REBELIÓN LÍBICA........................................227

1. ROMA, LA DEFENSA CONTRA LOS CELTAS Y


LA CONSTRUCCIÓN DE UNA HEGEMONÍA.................................................229

2. ἘΜΦUΛΙΟΣ ΠOΛΕΜΟΣ EN ÁFRICA: MERCENARIOS,


BARBARIE Y LAS VENTAJAS DE UNA HEGEMONÍA MODERADA................249

CONCLUSIÓN......................................................................................................267

BIBLIOGRAFÍA GENERAL....................................................................................273
INDEX NOMINUM................................................................................................301
INDEX LOCORUM................................................................................................309
AGRADECIMIENTOS

Este libro es la plasmación de un proceso de investigación de varios años.


Comenzó en el 2008 como una tesis doctoral, que fue defendida en la
Universidad Nacional de Córdoba a comienzos del 2013, y siguió en los
años sucesivos con un arduo trabajo de reestructuración para profundizar
los argumentos originalmente expuestos y llevar adelante una actualiza-
ción bibliográfica que permitiera incluir en el texto de forma orgánica las
principales discusiones planteadas en los trabajos sobre Polibio publica-
dos hasta el 2015.
Durante todo este tiempo he incurrido en deudas de diverso tipo con
numerosas personas e instituciones. Quiero expresar mi gratitud, en parti-
cular, a Cecilia Ames y Julián Gallego por su orientación durante la etapa
de formación doctoral, en la que quedaron delineadas las ideas centrales
de este estudio. La desinteresada colaboración de numerosos colegas, y
amigos, que tuvieron la gentileza de leer y comentar diferentes secciones,
fue también indispensable para arribar a este resultado. Son muchos más
de los que puedo mencionar en estas breves líneas. Agradezco de forma
especial a Agustín Moreno, por su lectura siempre profunda y por sus
oportunas críticas, así como también a Ricardo Martínez Lacy, y a los
miembros de su Seminario de Historia Antigua de la Universidad Nacio-
nal Autónoma de México, con quienes tuve el privilegio de discutir algu-
nas ideas aquí expuestas en el periodo 2013-2014. Estoy en deuda tam-
bién con John Thornton, Arthur Eckstein y Donald Baronowski, que de-
dicaron generosamente parte de su tiempo a la lectura de dos de los capí-
tulos, sobre los que hicieron valiosas observaciones, y también al difunto
John Moles por incisivas apreciaciones sobre el cuarto capítulo. A Cle-
mens Koehn y Sabine Panzram, por su parte, por su invitación a exponer
en Hamburgo algunas de mis conclusiones preliminares, así como tam-
bién mi más sincero reconocimiento para Marie-Rose Guelfucci, quien
me invitó a discutir mis ideas en un magnífico coloquio que organizó en
Besanzón en el que compartió generosamente sus opiniones conmigo. A
Elbia Difabio, que fue una lectora atenta y sagaz crítica, le debo el haber
evitado varios errores. Con Graciela Gómez Aso, Lorena Esteller y Juan
Pablo Alfaro, excelentes colegas y amigos, estoy muy agradecido por sus
generosas invitaciones a presentar y discutir en el marco de su Proyecto
de Estudios Históricos Grecorromanos algunos avances de mi investiga-
ción. A Marcos Carmignani, finalmente, le agradezco la invitación a in-
cluir el libro en la prestigiosa colección Ordia Prima Studia.
Ninguna investigación puede, sin embargo, llegar a buen puerto solo
con el esfuerzo intelectual individual o grupal. En ese sentido, muchas
instituciones colaboraron con sus recursos en las distintas etapas de reali-
zación de este estudio. La ex-Agencia Córdoba Ciencia, del Gobierno de
la Provincia de Córdoba, me otorgó una beca que facilitó enormemente
mi introducción al estudio de Polibio y su época entre 2006-2007. Los
Institutos de Filología Clásica y de Historia Antigua y Medieval de la Uni-
versidad de Buenos Aires, la Universidad de Erfurt, el Max Weber Kolleg,
y los Institutos de Investigaciones Filológicas de la UNAM y de Ciencias y
Técnicas de la Antigüedad de la Universidad del Franco Condado me
abrieron generosamente sus puertas para consultar bibliografía específica,
que no siempre es fácil de reunir en estas latitudes.
Una mención especial merece la Fundación Gerda Henkel. Su beca
Jacobi me permitió realizar una fructífera estancia de investigación en la
Comisión de Historia Antigua y Epigrafía del Instituto Arqueológico
Alemán (DAI, Múnich), con acceso a la mejor biblioteca y al mejor am-
biente de trabajo. Durante estos años también fui beneficiario de una ex-
celente política del Estado argentino, que reconoció que la inversión en la
investigación y en la mejora de la calidad de la educación superior eran
pilares centrales del desarrollo científico y cultural del país. En conse-
cuencia, el CONICET, en una nueva época dorada, me otorgó generosas
becas entre 2008-2013 y 2014-2016 sin las cuales la investigación, de la
que este libro es resultado, no hubiera sido posible. Agradezco también a
esta institución por el financiamiento para la publicación del presente
volumen, a través del proyecto dirigido por Daniel Torres, del que formo
parte como investigador.1 Mi reconocimiento también a la Universidad
Nacional de Córdoba, no solo por el excelente marco de desarrollo inte-
lectual durante los años de mi formación como estudiante, sino también
por los generosos periodos de licencia concedidos como docente, que me
permitieron realizar estancias de investigación y participar de reuniones
académicas en el exterior.
Por el apoyo incondicional, estoy profundamente agradecido además
con mis amigos, mi familia y, en particular, con mi madre, Gloria Leoni,
que siempre me apoyó en mi decisión de dedicarme a la historia, alentán-
dome a hacerlo y a no pensar que era algo tan desatinado. Por eso, y por
siempre haber dado todo de sí, nadie merece más que ella la dedicatoria
de este libro. Pero nada de esto hubiera sido posible, desde luego, sin el
apoyo, la compañía y el amor de María José, quien siempre me acompaña
en todo y me motiva constantemente a seguir adelante con nuevos sueños
y expectativas en la vida.

1
Proyecto de Investigación Plurianual “Estrategias de la memoria en Grecia y
en Roma. La recuperación y el olvido del pasado como prácticas discursivas en di-
versos géneros literarios”, PIP 2013-2015, código: 112-201201-00145 CO.
INTRODUCCIÓN

“El verdadero narrador es un ‘intérprete’ y no un fotógrafo de la humanidad:


nunca pinta ‘individuos’, sino especies o géneros de hombres”.1

El “juicio” de Polibio sobre la expansión romana ha formado parte de las


preocupaciones de los especialistas del mundo antiguo desde el origen de
la disciplina académica. Este libro no es ajeno a la importancia de este
problema, pero el foco está puesto más bien en la exploración que el histo-
riador aqueo hizo del tema específico de la autonomía y la hegemonía en
distintos contextos narrativos de su obra a propósito de las interacciones
entre diferentes pueblos. Me interesa estudiar en particular la dimensión
didáctica de esta aproximación, atendiendo a la construcción de modelos
concretos de comportamiento moral y eficiente para ser estudiados e imi-
tados por su público en un contexto histórico que estaba marcado, por un
lado, por el fenómeno de la hegemonía romana y, por el otro, por el de las
resistencias autonomistas griegas. Estos modelos, inspirados en su expe-
riencia como político, son centrales para la comprensión de la obra por-
que están en la base de su sentido político y ético, dado que, como mues-
tra su crítica a Timeo de Tauromenio, a propósito de la invención de dis-
cursos sin sustento histórico, “si se transfieren a nuestros tiempos circuns-
tancias similares (ἐκ γὰρ τῶν ὁμοίων ἐπὶ τοὺς οἰκείους μεταφερομένων
καιροὺς)”, esto capacita para, “imitando el pasado, enfrentar con mayor
confianza lo que nos aguarda (ποτὲ δὲ μιμούμενον τὰ προγεγονὸτο
θαρραλεώτερον ἐγχειρεῖν τοῖς ἐπιφερομένοις)” (12.25b.3).2

1
Marechal (2008: 113).
2
Los pasajes de las Historias de Polibio citados no llevarán indicación de autor.
Se sigue el texto griego estándar de la edición Teubner de Büttner-Wobst (1893-
16 INTRODUCCIÓN

No sería fácil establecer una frontera entre historiografía y política en


el mundo griego antiguo, pero establecer un límite demasiado taxativo
tampoco sería productivo. Se advierte, en ese sentido, cierto desajuste en
la historiografía contemporánea entre las interpretaciones de Polibio co-
mo primer teórico del imperio y aquellas que, por el contrario, acentúan
sus dificultades para comprender los fundamentos últimos de la expan-
sión romana republicana. Su supuesta familiaridad con el fenómeno del
imperialismo romano necesita ser repensada a la luz de una cabal com-
prensión de su contexto político-cultural helenístico. Las Historias estaban
pensadas, es cierto, para que pudieran ser leídas tanto por un público grie-
go como por uno romano, pero la mayor parte de sus enseñanzas estaban
destinadas a los líderes griegos, que eran quienes necesitaban reaccionar
adecuadamente en el marco de una tensa relación entre hegemonía y au-
tonomía en el siglo II a.C. Si atendemos a esto, podemos evitar borrar a
Polibio como productor de un discurso histórico, y entender que, lejos de
poder explicar su obra como el resultado de su “romanización”, o de su
adhesión plena al orden romano, la misma estaba relacionada con una
difícil tarea de mediación entre el mundo griego y Roma.
Cada vez ganan más terreno los partidarios de atender a su formación
y experiencia práctica previa en un Estado de mediano tamaño, la Confe-
deración Aquea, con una larga tradición de interacción y acomodamiento
con poderes hegemónicos. Forzado a trasladarse a Roma, con más de
treinta años, no solo no se volvió romano, sino que sus instrumentos inte-
lectuales lo inclinaron a estudiar siempre la expansión romana en térmi-
nos griegos, apelando a un lenguaje inteligible para su público helenístico.
En su condición de detenido político, su perspectiva no coincidió con la
de los conquistadores, sino que como griego pensó su obra como un
puente, un medio político (e incluso diplomático), para el diálogo de
Roma con los líderes griegos que intentaban, con mayor o menor éxito,
preservar los márgenes de autonomía de sus respectivos Estados dentro
de una profunda reestructuración del sistema interestatal helenístico.
No es mi intención aquí insistir sobre el problema de su reflexión sis-
temática sobre el imperio, sobre su “juicio”, o sobre su evaluación de con-
junto sobre los romanos. Me inclino por una lectura no del todo pragmá-

1905), en tanto que, para las traducciones al español, me he inspirado para los libros
1-4 en Díaz Tejera (1972-1995), para los 5-6 en Sancho Royo (2008) y para los
restantes en Balasch Recort (1981-1983), aunque con modificaciones propias im-
portantes en todos los casos.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 17

tica de la obra, aunque sí en sus líneas principales, coincidiendo con


Thornton en que no es tan importante reconstruir su supuesto “juicio”
sobre la expansión romana como, en cambio, atender a los objetivos per-
seguidos a través de la obra.1 Junto a los motivos pragmáticos de forma-
ción política de las élites griegas y romanas, existen también indicios me-
nores de una perspectiva idealista de solución dialogada de la tensión.
Atender a esto permite superar una lectura que cree advertir un creciente
pesimismo en los últimos libros, pero que no alcanza a explicar convin-
centemente por qué, pese al desastre de la Guerra Aquea (146 a.C.), si-
guió teniendo esperanzas de formar a los líderes griegos y romanos para
adecuarlos a la difícil tarea de colaborar en el mantenimiento de una he-
gemonía moderada.
La historiografía moderna interpreta a menudo el desenlace de Pidna
(168 a.C.) como una divisoria de aguas en la historia del mundo medite-
rráneo antiguo, siguiendo para ello, de forma lineal, los planteos del pro-
pio Polibio, quien escribía sobre la caída de Macedonia habiendo experi-
mentado en carne propia las consecuencias de la victoria romana, que
parecían reconocerse en otros sucesos. Antíoco IV había sido humillado
por C. Popilio Lenas en Egipto, los rodios y Eumenes II fueron castigados
duramente debido a su duplicidad y, en particular, la élite dirigente de
varios Estados griegos había sido aleccionada (29.27.1-13; 30.1.6-3.8, 4.5,
6.5-8). Pero la realidad mediterránea expuesta en los libros 31-40, de “su-
premacía incontestada” romana (ἀδήριτος ἐξουσία), era tributaria de una
interpretación esquemática concebida por Polibio a posteriori, tras pre-
senciar lo ocurrido en 146 a.C.2
Los cambios no habrían sido tan abruptos y, en verdad, una nueva ac-
titud de Roma hacia el mundo griego, mucho más agresiva, e intrusiva,
puede detectarse desde la década del 180 a.C.3 Pero Polibio tenía buenos
motivos para señalar el 168 a.C. como divisoria de aguas. Además de los
hechos mencionados arriba, él mismo había sido trasladado al año si-
guiente de Pidna a Roma como detenido político (30.7.5-8, 13.6-11, 32.1-
12; 32.3.14-17, 5.6; 33.1.3-8, 3.1-2, 14.1; Liv. 45.31.9; Paus. 7.10.6-11).
Mucho énfasis se ha puesto, al respecto, sobre la importancia de ese mo-
mento decisivo en su transformación de exitoso político en el historiador

1
Thornton (2013b: 213).
2
Morgan (1990).
3
Un cambio de estrategia imperial en Grecia en torno a la década del 180 a.C.:
Derow (1989: 301-303).
18 INTRODUCCIÓN

ejemplar, pasándose por alto el hecho de que, a pesar de gozar de ciertos


privilegios, como poder permanecer en Roma y utilizar la biblioteca que
había pertenecido a Perseo, esto significó una severa restricción de la li-
bertad para el orgulloso aristócrata griego.1
Aunque las fechas de su nacimiento y muerte son inciertas, una noticia
tardía refiere que su final habría llegado a los 82 años al caer de su caballo
cuando regresaba a su finca (Ps. Luc., Macr. 22), lo que, junto con otras
informaciones provistas por el propio historiador, permite datar su vida
con cierta verosimilitud entre los años 200-118 a.C.2 Con poco más de
treinta años, sus primeros pasos en la política deparaban el éxito a este
joven nacido en Megalópolis en el seno de una de las familias aqueas más
poderosas. En 181 a.C., cuando aún no tenía la edad legal para ello, había
sido, en efecto, designado como parte de una fallida embajada ante Pto-
lomeo V (24.6.3-7). Poco después, en medio de la Tercera Guerra Mace-
dónica, fue elegido hiparca federal, la segunda magistratura en importan-
cia, para el periodo 170/169 a.C. con la edad legal mínima (28.6.9. Cf.
28.7, 12.1-6, 13). El prestigio de su familia también colaboraba. Su padre,
Licortas, había sido hiparca y estratega federal. Su hermano, Teáridas, es
mencionado en varias embajadas. Es posible además que Polibio hubiera
sido discípulo del gran estadista federal Filopemén.3 Su traslado a Roma, y
los casi diecisiete años de espera por un juicio que jamás llegaría, fueron
para el ambicioso aristócrata una verdadera muerte política.
Su permanencia en Roma bloqueó su carrera de adquisición de hono-
res, lo que verdaderamente le importaba como miembro de la élite mega-
lopolitana. Durante la sesión del senado en la que finalmente se permitió
el regreso a Grecia de los trescientos detenidos sobrevivientes, Polibio
habría abordado a M. Porcio Catón para tantearlo sobre la posibilidad de
obtener además la devolución de los honores previos (Plu., Cat. Ma. 9).
Creía tan necesaria esa restitución, pues, como para atreverse a importu-

1
Erskine (2012: 17-18).
2
HCP I: 1-2; Eckstein (1992).
3
Padre (20.3.6), hiparca federal (Liv. 35.29.1-2), embajador ante Roma (Liv.
38.32.4-10), embajador en Alejandría (22.3.5-6), estratega federal (Liv. 39.35.5-6;
36.5; Plu., Phil. 21), Licortas como estratega suffectus (Liv. 39.50.7-8; 24.6.4-5). Cf.
Errington (1969: 262-263; 300-301). La tesis de su relación con Filopemén se basa
en que el joven Polibio fue encargado por su padre de trasladar las cenizas del héroe
en su procesión fúnebre (Plu., Phil. 21.3), pero, además, en otra noticia tardía que lo
hace discípulo (Plu., Mor. 790E-791A), además de por el encomio que escribió de
Filopemén (10.21.5-8).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 19

nar al influyente romano con este pedido. No resulta extraño, por lo tanto,
su cuidado por registrar los honores recibidos en el Peloponeso por su
mediación tras la victoria romana (39.4.4). Una inscripción honorífica
hallada por Pausanias (8.30.8) en Megalópolis no mencionaba, por ejem-
plo, su actividad historiográfica, sino solo su condición de viajero y de
aliado de los romanos.
Sería necesario, por lo tanto, considerar a Polibio primero como un
político, y solo, en segundo lugar, como un historiador, sin infravalorar la
centralidad que tenía la escritura de la historia como un espacio para se-
guir haciendo política en una obra de cuarenta libros que narraba los he-
chos entre 265-145 a.C. Deben hacerse al respecto, sin embargo, dos sal-
vedades. La primera es que la obra estrictamente dicha, la Πραγματεία, o
“hechos”, abarcaba desde el 220 hasta el 145 a.C.,1 mientras que los años
previos quedaban incluidos en una introducción sumaria en dos libros,
denominada Προκατασκευή, o “preparación”. Ambas secciones tienen
indudables diferencias en su estilo narrativo, en el tipo de fuentes utiliza-
das y en el trabajo con las mismas, pero que los dos primeros libros sean
más sintéticos no implica que no se desarrollaran allí también los temas
políticos transversales a la obra.2 La segunda salvedad es que su plan ori-
ginal, como se desprende del primer prólogo, era abordar la expansión
romana hasta el 168 a.C. con el logro de la supremacía incontestada. Sin
embargo, en 3.4.1-13, el llamado segundo prólogo, consideró necesario
conocer no solo cómo y por qué los romanos habían llegado a alcanzar la
supremacía mediterránea, sino también las reacciones de los sometidos
entre 167-145 a.C. para decidir si esta supremacía debía ser evitada o
bienvenida (φευκτὴν ἢ αἰρετήν). Esto lo llevó a extender el plan original e
incluir diez libros del 31 al 40, cuya fragmentaria transmisión constituye
un obstáculo grande para poder reconstruir las principales líneas de inter-
pretación de este último objetivo. Solo los primeros cinco libros se han
conservado completos, el 17 y el 40 se han perdido totalmente, mientras
que los otros treinta y tres han sido transmitidos en un grado variable de
fragmentación, mucho mayor en el caso de los últimos diez.3
Desde su reaparición en Florencia en el siglo XV, el profundo conoci-
miento político y militar de Polibio llamó la atención de los eruditos eu-

1
Petzold (1969: 3); cf. Pédech (1964: 436, n. 32).
2
Miltsios (2013: 6-56).
3
Moore (1965), Sacks (1981: 11-20).
20 INTRODUCCIÓN

ropeos.1 El interés se prolongó en el mundo anglosajón hasta fines del


siglo XVIII, en particular, debido a la importancia atribuida a sus ideas
sobre el federalismo y la constitución mixta.2 El Romanticismo significó,
sin embargo, su salida del debate intelectual contemporáneo y su conver-
sión en fuente para los estudios de historia antigua clásica: “no tenía nin-
guna de las cualidades que podían ganarle el afecto de la época byroniana:
no le gustaban los rebeldes, no sentía nostalgia por sociedades más senci-
llas, entendía la religión casi exclusivamente como un medio de dominar a
las clases bajas, y escribía casi tan mal como los profesores que lo estudia-
ban”.3
Como fuente histórica para la expansión romana fue inmediatamente
valorado. Aunque en el siglo XIX se había advertido la importancia de
estudiar las características de las Historias y los objetivos intelectuales de
su autor, la sistemática reflexión historiográfica comenzará recién tras la
segunda posguerra mundial cuando fueron publicados los grandes ins-
trumentos especializados, como el comentario histórico de Walbank y el
léxico de Mauersberger, pero también las principales monografías de
Mioni, Pédech, Roveri, Petzold, Walbank, Meister, Musti y Sacks. Un
adecuado recorrido historiográfico es provisto en diversos estudios ante-
riores, lo que hace innecesario repetir aquí las líneas argumentales especí-
ficas.4 Basta con mencionar solo que los tópicos tradicionales del abordaje
han sido la posición frente a la expansión romana,5 sus reflexiones del li-
bro 6, con su idea de la constitución mixta y su lectura de la política inter-
na romana republicana.6 Por el contrario, los estudios culturales asociados

1
Momigliano (1984; 1993).
2
Gabba (1996); cf. Rahe (1992: 352, 602), Lehmann (2015).
3
Momigliano (1993: 71).
4
Schick (1950), Ziegler (1952), Musti (1965; 1972), Verdin (1975), Holzberg
(1982), Marincola (2001: 111-149), Walbank (2003: 1-27), Thornton (2004;
2004a) y Moreno Leoni (2012).
5
Ferrary (1988: 265-348; 2005), Walbank (2003: 13-21), Thornton (2004;
2004a) y Baronowski (2011: 5-13).
6
Walbank (2003: 16-17), von Fritz (1954), Alonso-Núñez (1999), Martínez
Lacy (2005), Nicolet (1974). La imagen de la política romana en el libro 6 ha sido
discutida durante tres décadas. Relativizando los presupuestos de Gelzer (1912)
sobre la concentración del poder romano en manos de las familias de la nobleza,
Millar (1984; 1998) postuló la necesidad de tomar a la plebe romana como un actor
político significativo apelando al testimonio de Polibio sobre el poder del dêmos. Su
tesis fue inmediatamente sometida a una feroz crítica por Hölkeskamp (2000). Ver
ÁLVARO M. MORENO LEONI 21

a estos problemas políticos recién empezaron a atraer la atención de los


especialistas a fines del siglo pasado y, sobre ello, me detendré particular-
mente, en especial, sobre el problema de la supuesta identidad entre Poli-
bio y Roma.
Al respecto, Fustel de Coulanges marcó su impronta sobre un siglo de
trabajos académicos cuando defendió, en una de sus tesis doctorales, que
Polibio había renunciado a la libertad y, sin ser un traidor a la causa griega,
había abrazado el orden que los romanos habían traído con su conquista.1
La gran mayoría de los estudiosos optó, en sintonía con este planteo clási-
co, por construir una imagen de Polibio como un sujeto que había llegado
no solo a apoyar incondicionalmente la causa romana,2 sino también a
hacer propia su perspectiva imperial.3 Para algunos, incluso, no habría
sido más que un traidor, un hombre de acción que había capitulado inte-
lectualmente frente a Roma.4
Este debate sobre la postura filorromana del historiador condujo a in-
tentos, en mi opinión, infructuosos de individualizar las distintas etapas en
la evolución del pensamiento del autor, que coincidirían supuestamente
con sucesivas fases de redacción y publicación de la obra.5 Walbank supo-
nía que este procedimiento podía permitir identificar un momento especí-
fico de conversión del historiador aqueo a partir del 146 a.C. en que Poli-
bio se habría identificado absolutamente con el punto de vista romano,
replicando así prácticamente el núcleo de la tesis de Fustel.6 Como ha
señalado Ferrary, quien se inclina por una única publicación, las Historias
tienen que reflejar, en cambio, una posición en el momento en que dio
forma final a su trabajo luego del 145 a.C. porque habría sido difícil pensar
en más de una edición.7 En la actualidad, en sintonía con este planteo, se
privilegia una interpretación de conjunto, del pensamiento y la práctica,
sin buscar establecer rupturas arbitrarias.8

interesantes planteos al respecto, así como también una buena síntesis de las posi-
ciones en: Moreno (2012).
1
Fustel de Coulanges (1858).
2
Walbank (1974; 1990), Martínez Lacy (1995: 38) y Zahrnt (2002).
3
Walbank (1965: 12, 1977: 162), Gigante (1951) y Dubuisson (1985, 1990).
4
Green (1990: 279-283) y De Sanctis (1964: 128).
5
Walbank (1974; 1990: 157-183).
6
Walbank (1990: 30).
7
Ferrary (1988: 276-291; 2005: 21).
8
Eckstein (1995: 194-236), Champion (2004: 9-12), Weil (1988), Baronowski
(2011: 87-113).
22 INTRODUCCIÓN

En el otro extremo del arco interpretativo, también se había creído ad-


vertir una postura antagónica, de velada hostilidad frente a Roma.1 Millar,
por ejemplo, sugirió un progresivo distanciamiento del historiador, ape-
lando también a etapas de redacción que pondrían en evidencia una cre-
ciente desaprobación de los métodos imperiales romanos desde el 168
a.C.2 Se ha llegado incluso a sugerir su creación de un nuevo género de
escritura, la historia capta, con claves ocultas para guiar a su público griego
en una secreta –y segura– lectura antirromana de la historia.3 Los hidden
transcripts de Scott han permitido a Champion, por su parte, pensar las
estrategias narrativas que habrían permitido a Polibio acomodarse a la
dominación, sin renunciar a un espacio en el modo indirecto de la histo-
riografía para expresar resistencia.4
En la última década, sin embargo, se ha reconocido la conveniencia de
buscar el lugar político de Polibio más bien en una posición intermedia,
de acuerdo con los planteos de Musti, que expuso la importancia de no
perder de vista una cierta reserva mental en el historiador aqueo, que su-
ponía una constante adhesión al ideal de la autonomía frente a la domina-
ción romana.5 No es extraño, entonces, que la discusión comenzara a
orientarse hacia la exploración del problema de la identidad griega en el
autor. Como Momigliano había diagnosticado, existía cierta circularidad
en los estudios políticos sobre la obra y el imperialismo romano.6 La histo-
riografía solo empezó erráticamente a partir de los 70’ a advertir la necesi-
dad de comprender el universo práctico, e intelectual, del historiador.
Nuevos enfoques han intentado redefinir el problema, en consecuencia,
desde un punto de vista cultural, para superar primero el sesgo exclusiva-

1
Brandstäter (1844: 199-297; 1843).
2
Millar (2006: 90-105). Petzold (1969: 34-100) postulaba también un desen-
cantamiento de Polibio, que volvía su interpretación cada vez más moral y crítica
con el imperio romano.
3
Golan (1995). Cf. Shimron (1979/80: 99, 115) y Nistor (1985: 48).
4
Champion (2004: 2, 15-29), Scott (1990).
5
Thornton (2004: 121), Thornton (2014: 159-163). Ver: Musti (1972: 1114;
1965: 399-400; 1978: 11, 69, 80, 82, 109, 132).
6
Momigliano (1993: 67); “desde Holleaux al menos, las afirmaciones de Poli-
bio, con todas sus contradicciones, constituyen en sí mismas uno de los elementos
esenciales del debate”: Dubuisson (1990: 242).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 23

mente político que Gabba atribuía a la explicación polibiana del ascenso


romano.1
La difícil posición de Polibio entre el mundo griego y Roma, así como
la inercia de su perspectiva helenística en la comprensión del nuevo fe-
nómeno imperial, son dos de las discusiones actuales más relevantes. Po-
libio no reflexionaba sobre las estructuras que habían desencadenado el
imperialismo romano, sino que se centraba en la comprensión del meca-
nismo de la conquista y de las formas adoptadas por su dominación, con-
cordando así con el razonamiento estándar griego que interpretaba el
imperio dentro de la dialéctica hegemonía-autonomía.2 Nunca se interesó,
entonces, por la dinámica de integración de comunidades por la república
romana, lo que resultaba, en realidad, prácticamente inasible para la teoría
política griega.3 Lógicamente, tampoco buscó brindar una reflexión siste-
mática, que fuera satisfactoria para los historiadores actuales, sobre el im-
perialismo, puesto que no parecía estar particularmente interesado en
comprender su dinámica interna.4 Para él, la voluntad expansionista de
Roma era una suerte de “teoría interpretativa” a priori basada en la tradi-
ción tucididea de la voluntad implícita de todo Estado dinámico a buscar
la expansión.5
Su aproximación al problema estudiado en términos de hegemonía y
autonomía era tradicionalmente griega y no suponía, por lo tanto, una
valoración moral de la hegemonía, sino un enfoque resultado de su senti-
do común práctico.6 Los intelectuales griegos no cuestionaban la conquis-
ta y la expansión y, al respecto, Polibio no era la excepción.7 Sus tres mar-
cos de referencia estatales eran, en ese sentido, la Confederación Aquea,
las monarquías helenísticas y Roma, pero sin duda la primera constituía el
lugar intelectual desde el cual se reflexionaba, como griego y como aqueo,

1
Erskine (2000; 2013), Champion (1997; 2000; 2004) y Thornton (2010). Cf.
Gabba (1992: 200).
2
Musti (1978: 41). Erskine (1990: 183) pensaba que “su obra refleja ideas pre-
sentes, tanto griegas como romanas, sobre el tema del imperio de Roma”.
3
De Romilly (1977: 81).
4
Musti (1978: 13, 41-42) y Gruen (1986: 343-344).
5
Gabba (1977: 63).
6
Baronowski (2011: 15-60). Agatárquidas y su condena del imperialismo: Ba-
ronowski (2011: 22-23).
7
De Romilly (1947: 73), Austin y Vidal-Naquet (1986: 124-126; 6.48.6-8),
Thornton (2004: 114-115), Momigliano (1984: 239), Musti (1978: 41), Harris
(1985: 111-114) y Gruen (1986: 329-330).
24 INTRODUCCIÓN

sobre los intentos de dominación que emprendían los poderes hegemóni-


cos de turno.1 Se entiende de ese modo que, aunque Polibio se hubiera
desplazado materialmente a Roma, el mundo helenístico había ido con él,
incorporado genéticamente dentro de sus esquemas para pensar y actuar,
en su perspectiva, en su habitus.
En pleno siglo XXI se advierte, entonces, que el principal inconvenien-
te de atribuir al historiador una identidad con la perspectiva imperial ro-
mana radica en desconocer su distancia cultural. Dubuisson había soste-
nido, en ese sentido, que Polibio había experimentado un proceso de acul-
turación, de “romanización”, durante su permanencia en aquella ciudad,
como consecuencia directa de un previo fenómeno de latinización de su
lengua como sujeto bilingüe.2 Momigliano había remarcado también, por
su parte, la incapacidad de Polibio para abordar Roma usando las herra-
mientas de la etnografía griega porque no podía distanciarse de los aristó-
cratas romanos con los que sentía cierta familiaridad e identificación so-
cial.3 Algunos estudios más recientes han mostrado, sin embargo, que su
dependencia de los modelos etnográficos era bastante clara y que, en ese
sentido, su aproximación cultural a Roma como objeto es notable.4
La postura de una “romanización” del pensamiento de Polibio fue so-
metida tempranamente a crítica.5 Dubuisson tenía ciertamente una evi-
dencia fuerte a su favor: el uso del sintagma ἥ καθ’ ἧμας θάλαττα, que po-
día ser leído, como de hecho lo fue, como una traducción del giro latino
mare nostrum.6 ¿Polibio se colocaba, entonces, en el lugar de los romanos,
asociándose a su éxito e identificándose con su política imperial?7 Sin em-
bargo, parece claro actualmente que no estaríamos necesariamente ante
una interferencia referencial latina, puesto que el sintagma en cuestión no
es del todo ajeno a la tradición griega, y aparece frecuentemente en la geo-
grafía para denotar perspectiva (Thphr., HP 1.4.2; 4.6.1; cf. Pl., Phdr.
113a8; Arist., Meteor. 356a).8 La advertencia de Hartog, de no confundir

1
Virgilio (2008).
2
Dubuisson (1985; 1990).
3
Momigliano (1999: 75).
4
Martínez Lacy (1991: 92), Erskine (2000), Champion (2004) y Moreno
Leoni (2012a).
5
Ferrary (1988: 289, n.83), Clarke (1999: 98).
6
1.3.9; 3.37.6-10, 39.4; 4.42.3; 16.29.6, 29.9; 34.8.6. También se usa el τῆς καθ’
ἡμᾶς οἰκουμένης (3.37.1; 4.38.1). Cf. Champion (2000a: 429).
7
Dubuisson (1985: 172).
8
Rood (2004: 57).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 25

“ver desde” con “ver como” Roma, puede ser útil, sobre todo, cuando no-
tamos, por ejemplo, que un estudio comparativo de los prólogos de los
historiadores griegos de época romana ha demostrado que en el de Poli-
bio existe un mayor grado de alienación cultural que en los demás.1
Los planteos de Champion, sobre la importancia del modo indirecto
de la historiografía, y de la narrativa como un espacio para desarrollar te-
mas, evidencian uno de los desarrollos más importantes en la compren-
sión de Polibio, que había sido tradicionalmente considerado un historia-
dor intrusivo, subjetivo, cuyas lecciones didácticas se expresaban siempre
en estilo directo.2 Parecía que al público nunca se le permitía olvidar que
la atención estaba puesta sobre él, lo que hacía que las técnicas narrativas
parecieran menos importantes que las lecciones, que, por el contrario, el
historiador encuadraba cuidadosamente para beneficio del público.3
Ibendorff vio esto como la marca de un “temperamento de maestro de
escuela” y, al respecto, Longley ha mostrado recientemente, por su parte,
que las intervenciones del “yo”, o del “nosotros”, como expresión de la
persona histórica, como narrador extra-diegético, respondían al objetivo
didáctico autoconsciente de conducir al público durante los primeros
cinco libros a comprender la naturaleza de su historia universal.4 Esta
constante intervención sobre cuestiones metodológicas también contri-
buyó sustancialmente a fundar su imagen como historiador “moderno”,
por su aparente precisión y confiabilidad.5 Su estilo literario sobrio, sin
ornamentos, generaba, además, cierta ilusión de acceso no mediado a la
realidad narrada. La necesidad de reconocer las mediaciones historiográ-
ficas a través de la narración, que contribuían a reforzar los mecanismos
de control e imposición de sentido, por lo tanto, fue uno de los objetivos
de Davidson, quien recaló en la práctica del historiador de no introducir
los hechos personalmente, sino a través de la mirada de sus personajes. De

1
Hartog (1999: 227), Weißenberger (2002: 262-281, 279). “Para el siglo II
a.C., la época de Polibio, hablar de cultura grecorromana sería prematuro”: Thorn-
ton (2010: 45).
2
Champion (2004). Sobre el historiador subjetivo y el historiador indirecto:
Sacks (1981: 4-8).
3
Guelfucci (2010a: 338). Esta autora ha realizado también un magnífico
estudio sobre el lector íntimo de las Historias que, según la expresión de Rousset, es
“el destinatario encerrado en las mallas de un relato”, con una finalidad moral: Guel-
fucci (1994).
4
Ibendorff (1930: 24), Longley (2013).
5
Dubuisson (1990: 236).
26 INTRODUCCIÓN

este modo, el historiador podía mostrarse más objetivo, filtrando la in-


formación proporcionada por medio de la narrativa. Un enfoque similar
ha permitido mostrar también la graduación de las diferentes escalas de
observación de la “realidad” histórica, que permitían al historiador admi-
nistrar lo que su público podía o no ver.1
La perspectiva “histórica” tradicional “estaba preocupada sobre todo
por sus fuentes, precisión y fidelidad a los Realien antiguos”.2 El estudio de
Marincola sobre la dimensión discursiva de la construcción de autoridad
en la historiografía grecorromana ha sido, al respecto, particularmente
importante para comprender a Polibio como narrador.3 Clarke también se
nutrió de las herramientas de la narratología cuando puso el acento sobre
los múltiples efectos creados por los espacios observados y, de ese modo,
impuestos y experimentados desde distintas posiciones por personajes,
narrador y público.4 Actualmente, por ejemplo, McGing demostró cómo
Polibio era capaz de tematizar un problema didáctico, y político, y presen-
tarlo a su público, a su vez, haciendo uso exclusivamente de la propia na-
rrativa.5 Por su parte, Miltsios ha aplicado recientemente de forma siste-
mática los aportes narratológicos de Genette y Bal con bastante éxito.6
La expansión romana en las Historias no fue solo un hecho político,
sino también un proceso complejo de interacción cultural y, al respecto,
comprender que la narrativa fue un espacio propicio para la imposición de
sentidos tiene mucha relevancia, en particular, para entender la lógica de
las representaciones colectivas y étnicas en la obra. Champion propuso,
en ese sentido, adoptar un enfoque “historiográfico” para abordar la re-
presentación de los etolios, entendiendo que la representación étnica era
un recurso discursivo funcional inserto en un contexto narrativo específi-
co.7 El problema de la alteridad étnica había sido poco explorado en el
pasado. Tras el estudio pionero Schmitt, aún muy útil, y algunas disquisi-
ciones sobre pueblos particulares en obras generales, se llegaba a los estu-
dios de Berger sobre el celta, quien, influido por la tesis de la aculturación
de Dubuisson, creía que la perspectiva etnográfica de Polibio era el lugar

1
Davidson (1991), Zangara (2007).
2
Marincola (2001: iii).
3
Marincola (2004).
4
Clarke (1999).
5
McGing (2010: 95-128).
6
Miltsios (2009; 2013).
7
Champion (2007: 359-362).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 27

de confluencia de la ideología griega de la barbarie y del etnocentrismo


romano de los Wertbegriffe.1 Estos estudios, sin embargo, solían centrarse
en la representación de un pueblo aislado, sin intentar reconstruir los sen-
tidos generales implicados en el complejo proceso cultural de pensar al
“otro”.2
En el presente estudio me propongo vincular las representaciones ét-
nicas a los imperativos didácticos, en particular, entenderlas como un ca-
nal adecuado para proveer al público modelos de comportamiento, que
era un objetivo muy importante para la historiografía en época helenística.
Como género literario, la historiografía tenía horizontes de expectativa
para el público, y modelos de escritura para los autores.3 En el pasado, se
había visto a Polibio como el heredero intelectual de Tucídides, supuesto
representante de una historia exclusivamente político-institucional, sin
embargo, la historiografía en el mundo antiguo, como género, tenía un
estatus indefinido. Se ha dicho que era una verdadera “federación” de gé-
neros, por lo que es difícil, e improductivo, encasillar al historiador aqueo
en un género político porque esto puede conducirnos a desconocer la
centralidad de la dimensión político-cultural en un texto muy complejo.4
Como explica Fornara, el término historía constituye para nosotros un
concepto abstracto, pero para los antiguos era una noción concreta que
implicaba indagación general en un momento, presente o pasado, sobre
los hechos memorables de los hombres.5 Aristóteles en la Retórica
(1360a.35) lo entendía así cuando escribía “los escritos históricos de
aquellos que escriben sobre las acciones de los hombres”.6 A partir del
siglo IV a.C. la historiografía asumió también una dimensión ejemplar,
para contribuir a la formación política de la élite, y a su mejora ética, de
modo que no era extraño que Ps. Dionisio (Rh. 11.2) escribiera que la
historia era una filosofía por medio de paradigmas, o ejemplos, o que Po-
libio, a propósito de la aristeía de Filopemén, aludiera a su utilidad para el

1
Schmitt (1957/8), van Effenterre (1948), Antonetti (1990) y Berger (1992;
1995).
2
Berger (1992; 1995), Foulon (2000; 2001), García Moreno (2005), Pelegrín
Campo (2005), Sacks (1975), Mendels (1984/6), Pelegrín Campo (2004), Gon-
zález Rodríguez (2005) y Remy (2015).
3
Todorov (1976: 163).
4
Ver: Cizek (1985: 16), Nicolai (1992: 18).
5
Fornara (1988: 92).
6
Cf. Arist., Poet. 1451b, 1459a.
28 INTRODUCCIÓN

público, que podía “imitar y emular (ζηλῶσαι καὶ μιμήσασθαι)” el compor-


tamiento de este líder (10.21.3-4).
Finalmente, en los últimos años se ha repensado el alcance para Poli-
bio de la escritura de la historia como un segundo lugar de la política. No
parece desatinado, en ese sentido, pensar en una relación entre la práctica
política previa, como líder de la Confederación Aquea, la escritura de la
historia y su vuelta a la política de la mano de los romanos. Hasta hace
unos años, poco se conocía sobre Polibio luego de la Guerra Aquea, que
había dejado en tinieblas incluso la situación del Peloponeso tras la victo-
ria romana.1 Thornton había observado, en aquella oportunidad, el es-
fuerzo de Polibio de autorrepresentación como un “mediador” entre ro-
manos y griegos tras este conflicto.2 Pero también se ha advertido que los
numerosos decretos de póleis peloponesias en su honor habrían sido el
resultado no solo de una estrategia individual, de Polibio y sus allegados,
sino de complejos procesos de interacción y de transacciones políticas al
interior de cada una de estas comunidades cívicas, que se mostraron capa-
ces de exhibir su agradecimiento a un benefactor bien vinculado con el
poder romano, pero también de reafirmar los valores cívicos aqueos en el
nuevo contexto de la segunda mitad del siglo II a.C.3 El diálogo entre el
mundo griego y Roma, en el cual Polibio estaba inserto, era, por lo tanto,
mucho más enredado de lo que la tesis de la conversión suponía, y se in-
tentará aquí explorar algunas de estas cuestiones, sobre todo, a propósito
de la dimensión autobiográfica y la autorrepresentación en la obra.
Para entender esto, propongo explorar las Historias a la vez como un
objeto cultural y, sobre todo, como un instrumento político de acuerdo
con las advertencias de Thornton.4 Como señalaba enfáticamente Musti,
Polibio “es sobre todo un hombre político, fuertemente comprometido
con la realidad concreta de su tiempo”.5 Desde esa perspectiva, en este
estudio abordo específicamente la obra de un político que, en circunstan-
cias ajenas a su voluntad, comenzó a escribir la historia. Me interesan no
solo las estrategias de autorrepresentación (self-fashioning), que revelan
las marcas de su propia identidad como político aqueo, sino también su
obra como un instrumento didáctico para brindar enseñanzas prácticas a

1
Kallet-Marx (1995: 76-97).
2
Thornton (1999: 630-634).
3
Ma (2013: 279-284).
4
Thornton (2013a).
5
Musti (1967: 155).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 29

su público griego y romano. Necesariamente me planteo interrogantes


vinculados al abordaje de este tema general, como la identidad cultural de
la obra, entre el helenismo y la barbarie, y su aproximación etnográfica, así
como también sobre las consecuencias de este abordaje ante un público
potencialmente variado, pero siempre atendiendo a sus implicancias para
el problema político de enseñar cómo sostener una hegemonía moderada.
El objetivo de las enseñanzas, de su dimensión didáctica, es también
una cuestión objeto de debate, puesto que se creyó reconocer un despla-
zamiento en los últimos libros hacia lo moral, producto de un creciente
pesimismo del historiador sobre la utilidad de su esfuerzo.1 Otros, por su
parte, vieron en su obra la defensa a ultranza de una visión pragmática del
mundo, mal llamada “maquiavélica”, que identificaba moralidad con éxito
y juzgaba, en consecuencia, a los personajes históricos de acuerdo con
esta vara.2 Esta visión extrema ha sido convenientemente desestimada,
puesto que se ha reconocido que la moral del éthos aristocrático permea-
ba desde el comienzo la obra de Polibio, y que esta lo llevaba a valorar las
acciones nobles aunque no tuvieran un buen resultado.3 Recientemente,
se ha llamado, por su parte, la atención sobre cierta dimensión paradójica
de la didáctica polibiana, puesto que, por un lado, el historiador buscaba
ciertas regularidades en la historia con potencial didáctico (que Maier
señala con el neologismo “katalogía”), pero, por el otro, sabía que la histo-
ria no respondía del todo a causas racionales y que su tarea era hasta cierto
punto infructuosa (“paralogía”, otro neologismo).4
Al resituar a Polibio dentro de la perspectiva político-cultural helenís-
tica, y reconocer la centralidad de su crítica moral hacia actitudes pasivas,
serviles y conformistas, su propuesta puede ser interpretada como un
ejercicio político activo a través de la escritura de la historia, en la que ni
acepta pasivamente la pérdida de la autonomía, ni hay oposición irracio-
nal a la hegemonía. Su reflexión política recurre, entonces, a herramientas
conceptuales tradicionales para buscar enseñar tanto a griegos como a
romanos la mejor manera de mantener su relación dentro de los canales
moderados. En la Retórica a Alejandro (8.12), en efecto, se aconsejaba a
los oradores que buscaran convencer a su auditorio recurrir a ejemplos de
poderosos que hubieran tratado a sus aliados “equitativa y solidariamente

1
Mioni (1949: 25-26), Petzold (1969: 43-45, 49, n.1, 53-64).
2
Walbank (1990: 178-181), Romero (2012: 115).
3
Eckstein (1995), Meissner (1986: 331-333; 337-338).
4
Maier (2012).
30 INTRODUCCIÓN

(ἴσως καὶ κοινῶς)”, conservando así su alianza por mucho tiempo, y que se
aludiera a ejemplos contrarios también, en los que “algunos por tratar
codiciosamente (πλεονεκτικῶς)” a sus aliados hubieran perdido su amis-
tad a fin de mostrar lo contrario. Como político helenístico, Polibio estaba
convencido del valor exhortativo de estos paradigmas.1 Su narración, por
lo tanto, no era un recipiente neutral y aséptico en el que se contaban los
hechos tal cual habían acontecido, sino que se buscaba convencer de
adoptar una determinada visión (y línea de acción) mediante el recurso al
pasado.
Por ello, me propongo como un objetivo central explorar el tratamien-
to en la obra de las acciones de distintos pueblos y sus líderes y su uso
como ejemplos concretos de actuación razonable y noble. Algunos pasajes
son, al respecto, particularmente ricos. Se aborda primero la actuación de
Filipo V de Macedonia entre la Guerra Social y la Segunda Guerra Mace-
dónica. Luego, se estudia a los cartagineses y sus relaciones con los súbdi-
tos y aliados líbicos e íberos, prestando particular atención al episodio de
la rebelión en África en el libro 1 y a la desintegración de la hegemonía
púnica en Iberia en el 10. Finalmente, se aborda el caso romano y sus rela-
ciones con los aliados itálicos durante las Guerras Celtas, que emerge co-
mo un modelo de hegemonía exitosa sobre Italia. Como la principal preo-
cupación eran las actitudes posibles de la élite política griega, se han selec-
cionado también los ejemplos de dos pueblos griegos en sus relaciones
con los reyes de Macedonia y con Roma: Los aqueos y los etolios.
Sin embargo, esto es solo una cara de la moneda. Las Historias no
constituían un acto didáctico completamente altruista, sino que la escritu-
ra de la historia era también un canal para seguir haciendo política por
otros medios. En esta historia estaba expuesta la propia vida del autor, lo
que abre el interrogante sobre las cuestiones de memoria, autorrepresen-
tación e identidad. El historiador construyó hábilmente una narrativa ca-
paz de ligarlo como personaje de manera eficiente con la historia pasada
aquea, pero también con los romanos. El modelo de líder propuesto, en
buena medida, descansa en una asociación de su autorrepresentación con
la imagen construida en la narración de algunos grandes héroes aqueos
del pasado como Arato, Licortas y, fundamentalmente, Filopemén. Para
ello, Polibio se comprometió también en un proyecto de construcción de

1
Thornton (2013: 40-41).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 31

una memoria histórica de la Confederación Aquea, en el cual su propia


participación hallaba un lugar privilegiado.
Algunos aportes teóricos han sido importantes para este estudio. Al
romper con la idea de una identificación cultural con Roma, fue necesario
tener en cuenta los procesos de diferenciación cultural, es decir, de estable-
cimiento textual de una frontera.1 La noción de frontera, como una cons-
trucción social, ha permitido pensar el texto como un producto cultural
complejo acorde con las experiencias concretas de los griegos del siglo II
a.C. con los “otros”, entre los que se incluían, de un modo bastante lábil, los
romanos. Como señaló Hartog, autores como Polibio, uno de los “hombres
griegos frontera”, se trasladaron a Roma y entraron en contacto con esta
alteridad, pero reforzaron allí también algunos rasgos de sus propias pers-
pectivas griegas.2
Algunos aspectos de la denominada “retórica de la alteridad” de Hartog
se presentan como una perspectiva con valor heurístico para abordar las
operaciones discursivas que persiguen en la obra trasladar el mundo narra-
do de los romanos al mundo donde se narra de los griegos.3 Además, en
este estudio se acentúa el juego entre alteridad y narrativa, atendiendo a los
diferentes puntos de vista de griegos y romanos en la misma. Sobre esta
cuestión, los aportes de la narratología, en especial de Genette, brindan
buenas claves de lectura, sobre todo, para describir situaciones de conflicto
o frontera cultural construidas narrativamente.4 De acuerdo con Geertz,
podemos pensar la narrativa como un espacio donde pueden delimitarse
diferentes estructuras de interpretación, permitiendo al narrador construir
los limitados puntos de vista de romanos y griegos y oponerlos así a su vi-
sión completa de los hechos en focalización cero.5
En el caso de algunos pueblos seleccionados para estudiar aquí, como
celtas, cartagineses o etolios, se ponían en juego también estereotipos étni-
cos que, en la literatura grecorromana, adoptaban frecuentemente la moda-
lidad de tópoi literarios. Su utilización en la literatura clásica creaba condi-
ciones de credibilidad, en tanto elementos conocidos y compartidos con el
público, pero sobre ellos el autor podía introducir nuevos sentidos.6 La atri-

1
Barth (1976), Moreno Leoni (2010).
2
Hartog (1999: 224-234).
3
Hartog (2003: 207).
4
Genette (1972).
5
Geertz (1990: 24), Genette (1972: 221-222).
6
Günnewig (1998), Pickering (2001).
32 INTRODUCCIÓN

bución a los diferentes pueblos de un determinado comportamiento, sin


supeditarse estrictamente a un estereotipo tradicional, permite rescatar la
agencia de Polibio como constructor de sentido para sus propios objetivos
didáctico-políticos.1
La idea de estrategia didáctica parte también de algunos presupuestos
teóricos sobre la historia, el tiempo y la experiencia entre los antiguos. La
historiografía anterior a fines del siglo XVIII no conoció una conciencia
histórica idéntica a la del historicismo, es decir, que partiera de la convic-
ción de que cada hecho histórico era único e irrepetible.2 Los grandes he-
chos se pensaban más bien como ejemplos que podían emularse, en el mar-
co de una lógica mimética del aprendizaje, que implicaba procesos de imi-
tación y fijación por los cuales los miembros de la élite política aprendían
exempla y los integraban en sus propios juicios éticos, normas y modelos de
acción.3 Nuestro estudio propone, en ese sentido, un abordaje del problema
de la hegemonía y la autonomía en las Historias atendiendo a su finalidad
didáctica específica, en un historiador como Polibio, que es reconocido
como el primer historiador antiguo que “buscó inculcar patriotismo y ense-
ñar el oficio de ser estadista a través del ejemplo”.4
La perspectiva histórica, y los ejemplos propuestos, partían de su propia
percepción del sistema interestatal helenístico, producto de su experiencia y
formación en la Confederación Aquea. Bourdieu entendía sujeto y objeto
como realidades esencialmente ligadas, es decir, proponía un retorno refle-
xivo sobre la experiencia subjetiva del mundo social en tanto objetivación
de las condiciones de toda experiencia. Polibio había hecho cuerpo durante
su trayectoria algunos esquemas de percepción y acción, o habitus.5 Esta
perspectiva se relaciona con las conclusiones de algunos historiadores sobre
la necesidad de pensarlo como un político de un Estado griego mediano,
con una larga tradición de acomodamiento con las grandes potencias.6
Aunque el avance de Roma hacia la hegemonía absoluta era un fenómeno
excepcional, en la práctica, quizá los actores contemporáneos lo interpreta-
ran como la repetición de una situación frecuente. Polibio no disponía ne-
cesariamente de todas las herramientas adecuadas para explicarlo y, de ha-

1
Bohak (2005: 207-208).
2
Koselleck (2004: 21-42).
3
Nicolai (2007: 14-19).
4
Fornara (1988: 114).
5
Bourdieu (2010: 29).
6
Schmitt (1974), Walbank (1967: 158), Eckstein (1989: 14-15).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 33

berlas tenido, estas podrían no haber sido asequibles para su público. El


habitus es operativo para pensar esta tendencia a la inercia, pero también
para hacer entendible la comunión de perspectivas con su público griego,
como doxa o adhesión “razonable” a los presupuestos del campo.1
El mundo mediterráneo en el que habían sido socializados era violento,
con algunos signos de una anarquía multipolar con poca o nula regulación
legal interestatal.2 Estados medianos, como la Confederación Aquea, Etolia,
Pérgamo o Rodas tenían algunos márgenes para la acción mientras el mun-
do helenístico oriental no había asistido aún al establecimiento de un orde-
namiento político jerárquico. Ptolomeos, Seléucidas y Antigónidas compe-
tían en un sistema interestatal inestable, y cambiante, en el que ninguna de
las tres dinastías era capaz de imponer por sí misma una hegemonía.3 Inclu-
so los Estados medianos y las póleis más pequeñas tenían margen para la
agencia en ese sistema, pero la victoria de Roma implicó, en cambio, una
transformación cualitativa y el avance hacia una jerarquía unipolar.4
El momento de la escritura, por su parte, no coincidía con el de la ac-
ción y “acordarse es no solo acoger, recibir una imagen del pasado; es tam-
bién buscarla, ‘hacer’ algo”.5 Los episodios de la historia de la Confedera-
ción Aquea insertos desde el libro 2 pueden pensarse como un ejercicio de
rememoración de un relato aqueo de la historia, con fuerte valor identitario,
bajo la guía de determinados líderes a cuya memoria el historiador buscó
activamente asociarse. La escritura de la historia se vuelve, de ese modo,
una operación de memoria que expresa una identidad relacionada con el
modo de percibirse colectivamente. En ese sentido, se advierte una auto-
rrepresentación que, por un lado, es el producto del esfuerzo subjetivo por
construir una identidad autorial y proyectar una persona al público, y, por
el otro, es el producto ideológico de las relaciones de poder cristalizadas
en una sociedad particular con sus códigos específicos e históricos.6 En
esta autorrepresentación residen, en buena medida, las claves de cons-
trucción del modelo propuesto a los líderes griegos y, en mi opinión, el
hecho de que Polibio decidiera seguir adelante con su obra, y con su empre-
sa didáctica, incluso luego de la destrucción de la Confederación Aquea.

1
Bourdieu (2010: 107).
2
Eckstein (2006: 4; 2008).
3
Ma (2000), Koehn (2007).
4
Eckstein (2008).
5
Ricoeur (2004: 81).
6
Greenblatt (2005: 256).
34 INTRODUCCIÓN

En definitiva, el presente estudio busca ser un aporte a la comprensión


de la obra de un historiador que, en los últimos años, ha despertado nue-
vamente el interés de los estudiosos, que han advertido la complejidad
política y cultural de sus objetivos. Polibio ha vuelto a ocupar el centro de
la escena, lo que no ocurría desde los ’70, con coloquios específicos en
España, Inglaterra, Alemania, Francia y Grecia, algunos de los cuales han
dado lugar a publicaciones colectivas.1 Han aparecido además varias mo-
nografías, y se han defendido tesis doctorales en diversas universidades,
en las que se ha buscado resituar culturalmente al historiador.2 En los úl-
timos tiempos, el interés se ha extendido incluso a Latinoamérica, donde
durante mucho tiempo Martínez Lacy, en México, había emprendido una
solitaria e inspiradora tarea.3 Por mi parte, tengo el orgullo aquí de propo-
ner al público la primera monografía específica publicada en español so-
bre Polibio, lo que en sí vuelve significativo el estudio, más aún haciendo
este aporte desde Argentina, donde la tradición en estudios sobre histo-
riografía antigua tuvo un gran precedente en la obra del historiador argen-
tino José Luis Romero.
Aquí se apunta específicamente a profundizar algunos de los aspectos
culturales y narrativos que han sido objeto de atención en los últimos
años, pero integrándolos dentro de un estudio en el que las complejas
relaciones del historiador con su identidad, memoria y, sobre todo, con
sus objetivos políticos puedan ser adecuadamente vinculadas con su ca-
rácter de político aqueo. En ese sentido, quiero comprender el lugar de
Polibio casi en los términos de lo señalado por Marechal a propósito del
autor como “intérprete” adecuado, en este caso, de su momento histórico,

1
Santos Yanguas-Torregaray Pagola (2005), Smith-Yarrow (2012), Gibson-
Harrison (2013), Grieb-Koehn (2013).
2
Golan (1995), Eckstein (1995), Nottmeyer (1995), Thornton (2001), Cham-
pion (2004), Herschenroeder (2010), Dreyer (2011), Baronowski (2011), Maier
(2012), Miltsios (2013) y Nicholson (2015).
3
Ya había dedicado su tesis de grado a las Historias en 1975. En México, Vega
Rodríguez (2011) ha proporcionado un interesante estudio sobre la causalidad
histórica. En Chile, se puede mencionar el estudio de Prieto Iommi (2014), mien-
tras que, en el caso de Argentina, han aparecido estudios como los de Turco (2011),
Sánchez Vendramini (2014) y, en especial, por su interés para la problemática de la
identidad cultural del historiador, el de Lizárraga (2015). Por su parte, merecen una
mención especial los estudios realizados en Brasil por Sebastiani (2007; 2015) a
propósito del lugar de Odiseo, y la Odisea, en la propuesta historiográfica (y políti-
ca) de Polibio en su obra.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 35

de su καιρός específico que condicionaba “todas las empresas humanas”


(9.15.1) y, sobre todo, las opciones políticas practicables en un mundo
mediterráneo que cambiaba a pasos agigantados con la imposición de la
hegemonía romana. En ese marco, puede advertirse en su obra quizá no
un retrato exacto de los personajes históricos, pero sí uno de las “especies”
o “géneros” de políticos imitables, o no, por su público, y en ello radica su
apuesta didáctica.
I

EL MARCO CULTURAL GRIEGO DE LAS HISTORIAS

En el siguiente capítulo propongo algunos argumentos para devolver a


Polibio a su ambiente cultural griego helenístico. En ese sentido, primero,
discuto la tesis de la “conversión” cultural, de su supuesta romanización,
intentando, por un lado, reconocer las estrategias narrativas para su cons-
trucción de Roma y de los romanos como un objeto etnográfico, que,
como tal, necesitaba ser explicado a su público. En sintonía con la idea
expuesta por Hartog, intentaré demostrar que, a la hora de escribir sus
Historias, Polibio se enfrentó eminentemente con un problema de traduc-
ción, es decir, con el desafío de trasladar el mundo narrado al mundo
donde se narraba. Sin duda, esto no sería coherente con la idea de un his-
toriador situado en Roma, y que habría adoptado la perspectiva de los
vencedores, una interpretación con la que polemizo explícitamente por-
que sirve de punto de partida para sostener la tesis de una reserva mental
político-cultural frente al poder romano.
Luego, en segundo lugar, exploro la cuestión de las representaciones
colectivas de pueblos, “étnicas”, en las Historias, prestando particular
atención, entre estas, al éthos atribuido a los romanos. Para ello, se plantea
un breve recorrido por las distintas teorías sobre el carácter colectivo de
los pueblos en la tradición intelectual griega (naturaleza, clima-geografía y
cultura), reconociendo su incidencia en la perspectiva de Polibio, sobre
todo, en el contexto de las ideas en boga en el mundo helenístico. Se dis-
cute finalmente el tópico de la barbarie, o no, de los romanos en la obra,
proponiendo su comprensión en términos políticos y sugiriendo la impor-
tancia de entender la alteridad romana en los contextos narrativos puntua-
les como una herramienta central de la propuesta didáctica de formación
de las élites griegas y romanas.
1. IMPERIO ROMANO Y FRONTERA CULTURAL∗

“La energía del mundo helénico sobrevivió a la llegada de Roma”.1

Durante casi diecisiete años Polibio estuvo detenido en Roma, lo que le


permitió alcanzar un buen grado de familiaridad con la cultura latina, sin
embargo, la naturalidad de su aproximación, nacida de una supuesta iden-
tidad entre los valores aristocráticos griegos y romanos, no debería ser
exagerada.2 Hace falta estar atentos, por el contrario, a los pequeños indi-
cios que apuntan a una pervivencia del carácter externo de su visión, por
lo que se intenta en este capítulo identificar algunas operaciones discursi-
vas que le permitieron construir el mundo romano como un objeto para el
público griego, atendiendo específicamente a las operaciones de produc-
ción, percepción e interpretación de significados.3 Polemizo explícitamen-
te, en ese sentido, con la visión de Momigliano, para quien Polibio, Posi-
donio y otros intelectuales griegos de los siglos II-I a.C. habían puesto su
saber etnográfico a disposición del imperialismo romano para conocer a
los bárbaros de occidente, sin que el mismo influyera en nada en sus mi-
radas sobre Roma.4
En los últimos años, se ha comenzado a reconocer la distancia cultural
entre el historiador y su objeto de estudio. El saqueo de las obras de arte
de Siracusa (9.10.7-10), el doble discurso de los senadores (31.2.5-8), o
bien las opiniones en Grecia sobre la nueva política exterior romana
(36.9), permiten advertir que: “Roma, en efecto, constituye ciertamente


Agradezco los valiosos comentarios sobre este capítulo de Ricardo Martínez
Lacy y John Thornton. Todos los errores son por supuesto propios.
1
Gruen (1986: 10).
2
Cf. Momigliano (1999: 75).
3
Geertz (1990: 22).
4
Momigliano (1999: 55).
40 IMPERIO ROMANO Y FRONTERA CULTURAL

en su obra un objeto de estudio magnífico que sabe admirar como tal”.1 La


advertencia de Hartog de no confundir “ver desde Roma” con “ver como
Roma” debe leerse como una reacción profunda contra la tesis de una
aculturación, que sostenía que la “romanización de la visión del mundo
fue posible y reforzada por una latinización paralela de la lengua”.2 Si bien
Dubuisson, con su polémica tesis, ha aportado a la comprensión de los
fenómenos lingüísticos de interferencia y préstamo presentes en un sujeto
bilingüe, el correlato de aquella, es decir, la adopción del punto de vista
del conquistador no ha convencido a los especialistas.3 Las consecuencias
históricas de situar culturalmente al historiador griego “en Roma” no son
menores y, como sugirió Musti, devolver a Polibio al mundo griego puede
ayudarnos a relacionar mejor su perspectiva con sus raíces intelectuales
propiamente helenísticas.4
Esto conduce inevitablemente a la necesidad de complejizar una hipó-
tesis dominante entre los académicos de un doble público griego y ro-
mano como lector modelo de la obra, lo que ha sido objeto de diversos
abordajes. Sihler y Mioni creían que las Historias estaban pensadas fun-
damentalmente para los griegos.5 Dubuisson, por su parte, que no descar-
taba un público griego, aventuró la idea de una primacía del público ro-
mano, mientras que Pédech se mostró, a su vez, como el defensor más
acérrimo de un progresivo desplazamiento del foco de interés desde el
público griego hacia el romano.6 Algunas evidencias discursivas pueden
permitir repensar la compleja relación entre el historiador y su público.
En particular, es necesario evaluar algunas estrategias narrativas pen-
sadas para aclarar específicamente prácticas romanas, lo que nos brinda
puertas de entrada valiosas para conocer las posibles expectativas del his-
toriador frente a su público, así como también para vislumbrar las posibles
reacciones de los romanos ante un producto escrito en clave cultural grie-
ga. Esto nos puede permitir reconocer la dimensión de interpretación
cultural, etnográfica, del enfoque, que es una cuestión que tiene más im-
1
Guelfucci (2010a: 330-331), cf. Clarke (2005: 85).
2
Hartog (1999: 227), Dubuisson (1985: 288). Cf. Dubuisson (1990: 239).
3
Langslow (2002: 44-45); cf. Ferrary (1988: 289, n. 83).
4
Musti (1972; 1978).
5
Sihler (1927: 64-65), Mioni (1949: 32). Cf. Walbank (1990: 3-6, 84), Musti
(1972: 1128), Mohm (1977: 121-229), Edlund (1977), Eckstein (1995: 7, 20) y
Erdkamp (2008: 141).
6
Dubuisson (1985: 266-267; 1990: 240), Pédech (1964: 566). Cf. Hammond
(1988: 60), que se inclina por un público romano.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 41

portancia para su explicación histórica de lo que tradicionalmente se había


supuesto.1 Pequeños indicios lingüísticos, como la transposición, la trans-
cripción, la traducción o la equivalencia, o los literarios, como las alusio-
nes, las analogías, las polaridades, pero también cuestiones como el mane-
jo del tiempo, así como también la percepción del espacio constituyen
huellas culturales significativas. Su descripción del saqueo de Cartago
Nova por P. Cornelio Escipión, por ejemplo, sería difícilmente entendible
sin apelar a una dimensión etnográfico-cultural:

“envió, según su costumbre (κατὰ τὸ παρ’ αὐτοῖς ἔθος), a la mayoría contra


los de la ciudad, con la orden de matar a todo el mundo que encontraran, sin
perdonar a nadie; no podían lanzarse a recoger botín hasta oír la señal co-
rrespondiente. Creo que la finalidad de esto es sembrar el pánico. En las ciu-
dades conquistadas por los romanos se pueden ver con frecuencia no solo
personas descuartizadas, sino perros y otras bestias”. (10.15.4-6)

El historiador explica fríamente una práctica que podría horrorizar a


su público griego,2 marcando al mismo tiempo su distancia cultural.3 Su
distanciamiento era oportuno, pues, lo narrado allí se parecía bastante a
un crudo comportamiento bárbaro, como el de los tracios en Micaleso
(Thuc. 7.29).4 Este tipo de pasajes invitan, por lo tanto, a preguntarse por
el grado de su supuesta identificación cultural, sobre todo, teniendo en
cuenta que los sintagmas κατὰ τὸ παρ’ αὐτοῖς ἔθος o κατὰ τὸν ἐθισμόν, es
decir, “de acuerdo con su costumbre”, se refieren siempre específicamente
a los romanos.5 Ni positivos ni negativos, los mismos revelan, creo, una
mirada desde afuera a las prácticas culturales romanas, sin subsumirse en
su identidad y mucho menos “romanizarse”.

1
Martínez Lacy (1991: 92). Cf. “La explicación polibiana de la superioridad
romana, y por lo tanto de la conquista de la hegemonía, es puramente técnica: de-
mográfica, militar, institucional. No cultural. La cultura estaba del otro lado, de
aquel de los perdedores y vencidos”: Gabba (1992: 200).
2
Cf. 2.57-58.
3
Este saqueo es un tipo ideal que no resiste la evidencia empírica, pero es im-
portante su preocupación por brindar claves interpretativas para el público griego:
Ziolkowski (2002).
4
Erskine (2000: 181-182). Cf. Paus. 1.23.3.
5
Dubuisson (1985: 276-277).
42 IMPERIO ROMANO Y FRONTERA CULTURAL

LA TRANSPOSICIÓN DE LO ROMANO

La historiografía griega incorporaba siempre una dimensión cultural


en su causalidad, en especial, con la información expuesta en digresiones
de tipo etnográfico-geográficas.1 Observar, describir y explicar las cos-
tumbres de otros pueblos eran objetivos presentes desde el nacimiento
del género y, para poder llevar a cabo esto, la barrera lingüística era el pri-
mer inconveniente. En el caso de Polibio, esto se advierte en su recurso
regular a las transcripciones, traducciones, transposiciones, equivalencias
o explicaciones de términos latinos específicos. Son frecuentes, entonces,
sus explicaciones del tipo de que unos celtas son llamados Τρανσαλπῖνοί
por la situación geográfica (2.15.9), o que el cognomen Μάξιμοι, de la gens
Fabia, significa “los muy grandes” (μέγιστοι) (3.87.6; cf. D.H. 15.1.4;
16.3.1; 4.1.3, 67.4; 5.19.5; 12.4.5), o que los liberti, transliterados al griego
como λιβέρτοι, son los que “acaban de recibir la libertad” (ἠλευθερωμένοι)
(30.18.2-4).
Pese a esta sensibilidad por los matices lingüísticos, su actitud frente al
latín generalmente es negativa porque prefiere transponer a transcribir,
excepto en el caso de los términos técnicos militares, para los que echa
mano de vocablos latinos.2 A veces, se permitía explicar términos simples
y usuales –geografía, gens, estatus jurídico– a un lector que ignoraba el
latín y corría el riesgo de perder el sentido. Aunque era esperable que el
griego fuera comprendido por su público romano, la élite griega en aque-

1
Clarke (1999: 1-2).
2
Dubuisson (1985: 113-114; 1977: 131-132). Nos encontramos con un pro-
blema de Quellenforschung. Dubuisson (1985: 145, 265, 269) reconoce que estas
transcripciones de términos militares pudieron estar presentes como “interferen-
cias” en Fabio Pictor, al que Polibio utilizó como fuente convirtiéndolos en “prés-
tamos” definitivos a la lengua griega. Pelegrín Campo descubre en un pasaje sobre la
campaña de los celtíberos en África (14.8.5) la mención de la formación romana en
ἅστατοι, πρίγκιπες y τριάριοι (hastati, principes y triarii). Este pasaje se suma así a
otros que desde hace tiempo se han interpretado como inspirados en el historiador
romano (1.26-28; 2.33.4; 6.21ss; 15.9.6-9). Cf. HCP I: 83, 85-86, 27, 184ss, 702;
HCP II: 454. Esto le hace pensar que fue Fabio el que adaptó primero los términos:
Pelegrín Campo (2004a: 182-188). El calco opera una adaptación lexemática de
vocablos griegos a los latinos: De Foucault (1972: 57-62). Confrontar la actitud
negativa frente a términos no militares como pontifex maximus – ἀρχιερεύς: 6.11a.2;
22.3.2; 32.6.5.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 43

lla época mantenía una actitud negativa frente al latín.1 No es un dato me-
nor, al respecto, que la alusión más temprana a la obra de Polibio se en-
cuentre en un historiador latino, Sempronio Aselio.2
Una operación de traducción permitía decir el mundo romano en
términos griegos. Basta leer al respecto su reacción, por ejemplo, ante
instituciones sociales extrañas, como el estatus jurídico de los libertos en
Roma (30.18.2-4). En Grecia parece haber existido una “categoría social”
que englobaba al conjunto de los manumitidos, distinta de la de los escla-
vos, y también de la de los hombres libres, pero no una homogénea distin-
ción jurídica.3 Sabemos que un griego podía realmente tener problemas
para entender qué era exactamente un liberto en Roma, como por fortuna
podemos advertir gracias a una carta de Filipo V a la ciudad tesalia de La-
risa (c. 217-215 a.C.) (Syll.3 543, ll.33-36). Una traducción, sin embargo,
no necesariamente pretendía captar el sentido exacto del referente, sino
solo salvar la distancia entre ambos lenguajes. Así, los libertos podían ser
definidos por Polibio mínimamente como los que acababan de recibir la
libertad sin necesidad de detallar los pormenores de su nueva condición
jurídica.
Costumbres e instituciones constituyen una arena privilegiada para es-
te tipo de operaciones. La inclinación a explicar con más frecuencia las
instituciones políticas romanas ha sido advertida hace tiempo, sin duda,
como una consecuencia de su objetivo general.4 El caso de la figura del
dictator es al respecto paradigmático, puesto que primero lo transcribe y,
luego, opera una transposición, “es un estratega con plenos poderes”
(ἔστιν αὐτοκράτωρ στρατηγός), lo que establece una identidad entre dos

1
D.H. 19.5.1; Cic., Tusc. 4.4; Brut. 79; de Or. 2.2; Plu., Marc. 1.2; Cat. Ma. 2.4;
Flam. 5.5; V. Max. 8.7.6; Quint., Inst. 11.2.50 (aunque se alude a la capacidad de
Temístocles para hablar el persa), Liv. 45.8.6-8; 29.3-4. La educación griega en Ro-
ma en el último siglo de la república: Cic., Arch. 5. Cf. 27.15.4 (el caso de Cárope de
Epiro enviado a Roma para aprender latín).
2
Se conservan 14/15 fragmentos de este historiador latino del s. II-I a.C. cuya
obra cubría el período entre 150-90 a.C.: Chassignet (1999: 84-89), Peter (1914:
179-184) (14 fr.), Beck-Walter (2004: 87-99) (15 fr.). El HRR F1 tiene un eco de
11.19a, mientras que F2 de 3.20.5: Marincola (2004: 236, 247). Sempronio Aselio
no sería el último exponente de la tradición analística política sino un innovador
influido por Polibio: Walbank (1985: 95-96), Krebs (2015). Cf. Gelzer (1933;
1934).
3
Zellnick-Abramovitz (2005: 6).
4
HCP III: 410-411. Excepciones como los polemarcos en Cineta: 4.18.2.
44 IMPERIO ROMANO Y FRONTERA CULTURAL

instituciones distintas fundada en un supuesto parecido funcional.1 Su


desinterés por esclarecer las instituciones griegas, en cambio, sorprende a
primera vista. Al respecto, afirma Aymard que es notable su ambigüedad
terminológica cuando menciona, por ejemplo, las instituciones aqueas, lo
que podría deberse a que daba por descontado que su público iba a en-
tender lo que estaba diciendo sin explicaciones adicionales.2 En cambio,
Polibio no es para nada impreciso en su uso de σύγκλητος, que es un tér-
mino demasiado específico para denominar al senado romano.3
Otro tipo de indicios son las estrategias discursivas para volver com-
prensibles las costumbres extrañas o bárbaras, para las que Polibio suele
maniobrar intelectualmente dentro de una retórica de la alteridad.4 Cuan-
do narra el cruce de los Alpes, unos bárbaros se aproximan a Aníbal con
ramos de olivos y coronas, que, explica Polibio, son los signos de paz para
los bárbaros y equivalen al caduceo para los griegos (3.52.3; cf. 24.12.1;
4.52.3; Xen., An. 5.7.30). Se ponía en juego, por lo tanto, una analogía por
la que al “lector se le invita a apoyarse en lo conocido para imaginar lo
desconocido”.5 Tiene una fascinación similar por las costumbres exóticas
romanas, como la laudatio funebris y la pompa imaginum (6.53-54), aun-
que su mayor interés radica previsiblemente en las prácticas político-
militares como la deditio (20.9.11-12).
Al respecto, el libro 6 es profuso en este tipo de operaciones, tanto que
Champion lo ha considerado en su conjunto como un gran ejercicio de
polaridad y analogía: Salarios legionarios pagados en moneda griega (óbo-
los, dracmas), raciones expresadas en medimnos áticos (6.39.12-14; cf.
6.23.15; 19.2, etc.), y costumbres parangonadas con las griegas.6 Por
ejemplo, las mujeres romanas bebían un vino πάσσος similar al vino dulce
de Egóstenes y Creta (6.11a.4, apud Plin., Nat. 14.89), los romanos se-
guían un criterio opuesto al de los griegos al acampar (6.42.1-4), pero su
armamento de caballería era muy similar (6.24.3). El historiador manio-
bra, por lo tanto, como el mediador cultural entre dos mundos. ¿Por qué
las mujeres consumían un vino llamado πάσσος? Solo la analogía con dos

1
3.87.8-9. Cf. D.H. 5.73.1-74.4 ; Plu., Fab. 9.1 ; Marc. 24.7. La aclaración no es
banal, pues aparece con el sentido griego de αὐτοκράτωρ στρατηγός en 5.45.6, 46.6.
2
Aymard (1938: 11-13).
3
Musti (1972: 1153), Moreno Leoni (2012a: 70-71).
4
Hartog (2003: 207-245).
5
Jacob (2008: 85).
6
Champion (2004: 67).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 45

tipos de vinos conocidos por los griegos termina de brindar las condicio-
nes de decodificación porque, en verdad, no existe una explicación de las
características del vino, no es necesaria, pues la asimilación a formas co-
nocidas permite suponer buena parte de la información faltante.
Como se ha advertido ya, el uso de términos latinos transcriptos es ra-
ro, excepto en el caso de algunos hapax legomena como δεκουρίονες,
ἐκτραορδινάριοι y κεντυρίονες con su respectiva equivalencia griega,
ἰλάρχες, ἐπίλεκτοι1 y ταξίαρχοι.2 Otros términos transcriptos como βυκάνη,
γαίσος, σάγος, y otros muy específicos como ἅστατοι, πρίνκιπες y τριάριοι
aparecen esporádicamente. Otros como δικτάτωρ son más utilizados, aun
cuando se lo transpone como στρατηγὸς αὐτοκράτωρ. De todos modos,
hay ambigüedad en algunos términos muy utilizados como στρατηγός,
que puede ser tanto cónsul como pretor, o στρατόπεδον por “legión”,
“ejército consular” o, inclusive, “ejército”.3

UNA HISTORIA MEDITERRÁNEA A LA GRIEGA

El lenguaje, las medidas, la moneda son marcas culturales griegas que


revelan el intento por hacer entendible el mundo narrado en el mundo
donde se narra. La historia griega actúa de un modo similar, en particular,
la del siglo IV a.C., tal como puede advertirse en cuatro aspectos principa-
les.4
Primero, la familiaridad del historiador con la historiografía del perio-
do. Un procedimiento habitual por el cual los historiadores antiguos cons-
truían su autoridad era la crítica a los predecesores para presentarse de
forma eficaz ante su público,5 de lo que el libro 12 es un buen ejemplo.6 Se
advierte en las Historias una falta de referencias a autores latinos que hu-
bieran escrito sus obras en latín, aunque su familiaridad con la lengua le
hubiera permitido hacerlo.7 Polibio se limita, en cambio, a discutir a los

1
Ἐπίλεκτοι son también tropas jóvenes de élite atenienses, beocias y aqueas:
Chaniotis (2005: 344, n. 48).
2
Los ἐπίλεκτοι al servicio de Demetrio Poliorcetes en Atenas aparecen coman-
dados por un ταξίαρχος tribal (ISE I, n° 7): Bugh (2007: 271).
3
Dubuisson (1985: 113).
4
Walbank (2003: 189), Lehmann (1989/90).
5
Marincola (2004: 225-236).
6
Walbank (1962), Vercruysse (1990) y Moreno Leoni (2008).
7
Walbank (1990: 80-81), Dubuisson (1985: 258-259). Cf. Gelzer (1964: 203).
46 IMPERIO ROMANO Y FRONTERA CULTURAL

que habían escrito en griego, como Q. Fabio Pictor y A. Postumio Albino.


Desconoce, por lo tanto, a L. Casio Hemina, Cn. Nevio y Q. Ennio. Las
citas a M. Porcio Catón, que parecen una excepción, derivan, por su parte,
de conversaciones personales (19.1.1; 31.25.5a; 36.8.7, 14.4; 39.1.5).1 Es
decir, existe diálogo solamente con la historiografía griega y, parcialmente,
con la historiografía latina en tanto escrita en lengua griega.2
Segundo. Se advierte una preferencia por ejemplos históricos extraí-
dos de la historia griega.3 Cuando ilustra los errores de los generales oca-
sionados por desconocimiento, recurre casi exclusivamente a griegos:
Arato, Cleómenes III, Filipo V y Nicias (9.18.1-19.4). Lo mismo ocurre
en su discusión sobre la influencia de los malos consejos (9.23.1-8).4 Es
posible, sin embargo, encontrar alguno romano, como cuando censura a
M. Claudio Marcelo por caer en una escaramuza y aclara que lo mismo le
había ocurrido por torpeza a Arquidamo, Pelópidas y a C. Cornelio Esci-
pión Asina (8.36.3-10). Incluso en sus encomios a romanos recurre a figu-
ras griegas, como en el caso de L. Emilio Paulo (31.22.5-8), comparado
ventajosamente con Arístides y Epaminondas, máximas figuras de hones-
tidad entre los griegos (31.22.5).5 Por lo tanto, aunque los romanos son
los actores principales de la trama histórica, su comportamiento se juzga
de acuerdo con criterios éticos griegos, recurriendo para ello a ejemplos
de la historia griega.
Tercero. La mayoría de los ejemplos provenían del siglo IV a.C., en el
que las póleis habían dejado de ser los principales actores políticos y ha-
bían comenzado a lidiar con el poder macedonio para defender sus már-
genes de autonomía. A la luz de la historia del siglo II a.C. con una cre-
ciente injerencia romana en el área egea, no era solo una opción his-

1
Ver discusión posterior a Musti (1974: 141-142).
2
No habría que desestimar la idea de un Polibio instalado historiográficamente
en Roma, y criticando a la historiografía helenística, principalmente a Timeo: Can-
dau Morón (2005), sobre todo, si se acepta la hipótesis (imposible de probar) de
Fabio Pictor escribiendo para romanos: Gruen (1986: 253-254).
3
Millar (2006: 102-105).
4
Otros pasajes con ejemplos de historia griega: 1.63.7-9; 4.27.3-8; 31.4-8; 9.8.1-
13. Cf. D.H. 4.56.1-3. Dionisio establece el paralelo entre la estrategia propuesta por
L. Tarquinio el Soberbio a su hijo Sexto y el consejo que Periandro había recibido
de Trasibulo de Mileto. Livio (1.54.5-8) no alude al ejemplo griego: Hdt. 5.92;
Arist., Pol. 1284a, 1311a; E., Supp. 447.
5
La virtud de Epaminondas: Cic., de Or. 3.139; D.S. 10.11.2; Plu., Arist. 19.2.
Cf. Plu., Arist. 1.1-5. Arístides: Cic., Sest. 67.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 47

toriográfica, sino también política.1 Incluso, se ha advertido un tono de-


mosténico en los discursos de personajes griegos insertos en su obra,
apropiados para el paralelo imaginado historiográficamente entre los
momentos históricos, que permite equiparar el siglo IV al II a.C.2
Cuarto. Los sincronismos revelan que la historia griega es propuesta
como el principal marco de referencia para construir la temporalidad.
Polibio consultó varias fuentes escritas, cada una de las cuales apelaba a
una forma distinta de medir el tiempo porque en el mundo antiguo no
existía nada equivalente a la era cristiana del nuestro. Existía una cronolo-
gía fragmentada, y localista, que, pese a intentos superadores como el sis-
tema por Olimpíadas, continuaba anclada en las listas de magistrados
epónimos de cada ciudad. A esto se sumaba el problema particular de la
συμπλοκή, y de la necesidad de construir una historia mediterránea, que
obligaba al historiador a establecer clavijas temporales conocidas por el
público más allá del esquema olímpico estandarizado.3 Ello ocurría, por
ejemplo, en el caso de la datación del Decenvirato, que se tramaba con la
historia griega: “A partir de esta fecha, treinta años después de la invasión
de Grecia por Jerjes” (3.22.1-2; 6.11.1).4 No es un ejemplo aislado, tam-
bién lo hace en el caso de la toma de Roma por los celtas (1.6.1-2).5 De
ese modo, se podía tramar los hechos de la historia romana en la red glo-
bal de la historia griega, diluyendo así, paradójicamente, la centralidad
política del acto de la conquista romana y su papel en la συμπλοκή medite-
rránea. La crítica a Teopompo añade peso a esta lectura del etnocentris-
mo griego del historiador. En efecto:

1
Lehmann (1989/90).
2
Wooten (1974: 248-251). Cf. Thornton (2013: 42).
3
Quizá adoptado de Timeo. La elección de un año olímpico permite narrar las
campañas hasta la retirada a cuarteles de invierno, una clara ventaja para el público
griego, pues siempre este hecho coincide con el fin de las magistraturas etolias
anuales y, casi siempre, con el término del año de los magistrados aqueos: Walbank
(1990: 101-102).
4
Sincronismo entre acontecimientos romanos e invasión de Jerjes: D.H. 9.1.1;
D.S. 11.1, que se convirtió en un mojón central para el sistema cronológico griego:
Clarke (2008: 68-79), Millar (2006: 96).
5
La expedición de los celtas a Delfos y la de Pirro a Italia (1.6.5), la toma de Re-
gio por Dionisio y Roma por los galos también en D.S. 14.113.1-3: Williams (2001:
107-108). Otros sincronismos: 1.6.5; 2.20.6-7; 3.22.2. La toma de Roma parece ha-
ber despertado cierta curiosidad anticuaria en el siglo IV a.C.: Gruen (1986: 317).
Cf. Pédech (1974: 52-53).
48 IMPERIO ROMANO Y FRONTERA CULTURAL

“Pretende enlazar su historia de Grecia allí donde la dejó Tucídides, pero


una vez que ha llegado a los hechos de Leuctra, gestas las más famosas entre
los griegos, entonces rompe con su intento inicial, modifica sus planes y se
pone a narrar las gestas de Filipo. Lo más justo y honrado habría sido incluir
las hazañas de Filipo en la historia de Grecia y no acomodar estas a aquellas.
Nadie que se proponga historiar una monarquía dejará de enlazarla al nom-
bre y a la historia de Grecia, si encuentra oportunidad de hacerlo”. (8.11.3-
5)

Se advierte el desacuerdo, entonces, con un historiador que había re-


conocido la importancia histórica de un individuo como Filipo II, pero
también el disgusto de un megalopolitano por una opción historiográfica
que había significado la exclusión del relato de la fundación de su propia
patria (370 a.C.), τὰ ἐπιφανέστατα τῶν Ἑλληνικῶν ἔργων.1 Esta actitud
frente a la centralidad de Grecia se advierte ya en el prólogo, cuando en la
enumeración de los grandes imperios incluye solo a aquellos que estaban
relacionados con la historia griega: Persia, Lacedemonia y Macedonia
(1.2.2-6).
Tenemos indicios, sin embargo, de que la respuesta del público ro-
mano a esta historia escrita en clave griega no fue pasiva, sino que sus
reacciones se produjeron en consonancia con un profundo proceso de
autodefinición cultural que la élite romana estaba experimentando por
aquella época.2 En el siglo II a.C. Sempronio Aselio habría adoptado los
principios metodológicos sobre la causalidad histórica expuestos por Po-
libio cuando con su id fabulas pueris est narrare, non historias scribere,3 ha-
bría replicado el οὐ γὰρ ἱστορίας, ἀλλὰ κουρεακῆς καὶ πανδήμου λαλιᾶς
ἔμοιγε δοκοῦσι τάξιν ἔχειν καὶ δύναμιν (3.20.5). Sin embargo, Aselio no
habría gozado de gran reconocimiento en la tradición latina posterior; de
hecho, al parecer no fue citado por ningún historiador. Solo Cicerón (Leg.
1.6) lo colocó junto a Cn. Gelio y Q. Claudio Quadrigario, pero luego el
recuerdo de su obra se conservó solo en las citas de los gramáticos. Ahora
bien, aunque algunas de sus observaciones parecen traducciones literales,
no parece haber sido un mero copista, al menos por la impronta cultural
romana de sus fragmentos, por ejemplo, en el caso de su exhortación mo-

1
HCP II: 86-87, Walbank (1962: 2).
2
Gruen (1992).
3
Asel., hist., HRR F2; Leo 1913: 335.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 49

ral a actuar al servicio de la república.1


A mediados del siglo I a.C., Cicerón también reconoció la autoridad
de Polibio como historiador y pensador político. Algunos autores en el
pasado imaginaron incluso la factibilidad de reconstruir la perdida ar-
queología romana del libro 6 a partir del De re publica.2 Pero la actitud de
Cicerón era totalmente ajena a la de un copista, porque hábilmente, y sin
confrontar directamente, consiguió resignificar una serie de tópicos trata-
dos en el libro 6, como la inevitabilidad de la anaciclosis. Mientras Polibio
situaba el auge de la politeía romana en 216 a.C., con la subsiguiente deca-
dencia, para Cicerón, en cambio, Roma mantenía su excelencia constitu-
cional y tenía la oportunidad intacta de revertir el proceso.3 No solo Ase-
lio, o Cicerón, sino la historiografía latina en su conjunto parece haber
mostrado bastante independencia frente a Polibio, por ejemplo, como ha
mostrado Zecchini, a propósito de las periodizaciones.4 Por lo tanto, lec-
tura sí, pero siempre una acompañada de una apropiación crítica.
Tito Livio es al respecto el ejemplo más claro porque utilizó extensi-
vamente las Historias, sobre todo, para obtener información fiable sobre la
expansión romana hacia el Mediterráneo oriental, pero al hacerlo creó
nuevos sentidos. Su narración del recorrido por Grecia de L. Emilio Paulo
es un buen ejemplo de ello (Liv. 45.27.5-28.6). El relato tiene un origen
polibiano, pero la imagen espacial y temporal construida es propia y pre-
senta una Grecia tanto en su gloria pasada como en su decadencia presen-
te.5 El sacrificio ante el Zeus de Olimpia marca el momento final del reco-
rrido con una notable diferencia con el relato de Polibio porque, según
este, Emilio Paulo había quedado asombrado por la estatua y había pro-
nunciado una frase proverbial sobre la imitación de la grandeza del Zeus

1
Asel., hist., HRR F2, Oakley (2004: 74). Cicerón (Rep. 6.13) cita su
exhortación a estar listos para defender la república.
2
Junto con Diodoro y Dionisio: Taeger (1922), von Fritz (1954: 123-154).
Más cauteloso: Walbank (1998).
3
Beek (2011). Agradezco a Aaron Beek la gentileza de enviarme una copia de su
trabajo no publicado.
4
Zecchini (2005). Es relevante sin duda el hecho de que en el “canon” de
historiadores griegos expuesto por Cicerón en de Or. 2.58 no figurara Polibio y sí, en
cambio, Timeo. Sin embargo, es necesario tener en cuenta la dificultad de hablar de
un canon como lista fija de modelos en la historiografía antigua porque impide asir
la realidad fluida de esta práctica en la antigüedad: Nicolai (1992: 328-339, esp.
331-332).
5
Cf. 30.10, HCP III: 432-433.
50 IMPERIO ROMANO Y FRONTERA CULTURAL

de Homero por Fidias (30.10.6).1 Una verdadera conversión de la mirada


del conquistador romano.2 Por su parte, Livio también señaló el asombro
del cónsul ante la estatua de Júpiter, pero no mencionó ni a Fidias ni a
Homero, e insertó, en cambio, una referencia a la colina Capitolina calcu-
lada para realzar ante los lectores la nueva centralidad política y cultural
de Roma.3
Podemos intuir, con justicia, que el propio Polibio quizá previó este
tipo de actitudes, puesto que las únicas dos menciones explícitas a un hi-
potético público latino lo imaginan teniendo una respuesta activa, ac-
tuando como un árbitro preparado y dispuesto a refutar sus informaciones
(6.11.3-8; 31.22.8). En ambos pasajes, se incorpora además un criterio de
asombro (θαυμασία), ante lo extraño, lo culturalmente “otro”, típico de la
historiografía griega, lo que da al público romano nuevamente el lugar de
árbitro.4 Aunque el público griego se asombraría, el romano podría validar
lo expuesto y controlar su veracidad.
Lo que Livio omitió en el caso del sacrificio de Emilio Paulo en Olim-
pia, la mención de Homero, no es tampoco superficial. Según Wunderer,
la cita de autores clásicos no era el resultado de la frívola erudición de Po-
libio, sino de la pretensión de generar una impresión psicológica en su
público.5 En época helenística, los cuatro pilares de la educación clásica
eran Homero, Demóstenes, Eurípides y Menandro, como ha señalado
Marrou, y dos de los cuales son mencionados en la obra con fines didácti-
co-morales.6 Eliminar a Homero en ese contexto pudo, entonces, no ha-
ber sido una respuesta inocente.
Las alusiones también son recursos prolíficamente utilizados para
1
Πολυθρύλητον: Plu., Aem. 28.2.
2
Russell (2012: 165).
3
He seguido la interpretación de Jaeger 2000: 1-4. Agradezco a Agustín Moreno
la referencia.
4
Así, en 6.11.4 Polibio dice que los que han nacido y se han criado en la politeía
romana “no se admirarán de lo que se diga (οὐ τὸ λεγόμενον θαυμάσουσιν)”. Del
mismo modo, en su exposición de las virtudes de L. Emilio Paulo, “¿cómo no será
más asombroso? (πόσῳ θαυμαστότερόν ἐστιν)”: 31.22.7. También: ἐξ ὦν εἴποι τις ἂν
καταλελύσθαι τὴν δόξαν τῶν θαυμαζομένων παρὰ τοῖς Ἕλλησι περὶ τοῦτο τὸ μέρος
ἀνδρῶν (31.22.5); τούτων ἀπέχεσθαι θαυμαστόν ἐστιν (31.22.6). Se trata, por lo tan-
to, de un pasaje para sorprender al público con las virtudes morales de un héroe
romano.
5
Wunderer (1905: 29).
6
Marrou (1965: 200). Las citas a Ilíada y, sobre todo, Odisea refuerzan ense-
ñanzas: 4.45.5-6; 5.38.9-10; 9.21.1; 15.12.9; 15.16.3; 18.29.5-7. Eurípides: 1.35.4.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 51

provocar en el público una visión (ἐνάργεια), y convertirlo así en especta-


dor, lo que vuelve importante tenerlas en cuenta como marcas culturales.1
El deporte, y la cultura del gimnasio, constituían una de las canteras más
importantes para estos recursos alusivos. Así, el combate entre Amílcar y
los romanos en el monte Erice se presenta como la lucha entre dos púgiles
(πύκται) que, conforme se va volviendo ciega y a muerte, se convierte en
una riña de gallos (1.57.1-58.9).2 El lugar del símil no es arbitrario pues se
intenta allí poner ante los ojos del público el momento de tensión final de
la Primera Guerra Púnica, siendo además el uso de la riña de gallos muy
plástico para expresar “el deseo de la victoria en estado puro” de los con-
tendientes.3
Las escasas referencias a estas riñas en la literatura latina, por otra par-
te, revelan que los romanos no solo no las apreciaban, sino que las consi-
deraban propias de niños, de Graeculi, y que, cuando aparecían, requerían
el uso de analogías con combates de gladiadores para hacerlas cultural-
mente comprensibles.4 La victoria en las Guerras Celtas vuelve a los ro-
manos incluso ἀθληταὶ τέλειοι γεγονότες, atletas consumados (1.20.9),5
por lo que una equiparación de la guerra en Sicilia con el boxeo, o de la
conquista de Italia con el entrenamiento de los efebos, hace que el relato
de Polibio difiera culturalmente de la perspectiva latina, porque, por
ejemplo, cuando Cicerón deseaba mostrar cómo debía ser el comienzo de
un discurso aludía al gladiatorium certamen (Cic., de Or. 2.317; cf. Xen.,
Hell. 4.7.5), lo que era coherente con el comentario burlón de que para un
griego vencer en los Juegos Olímpicos era más grande y glorioso que
triunfar en Roma (Cic., Flac. 13).
En las Historias abundan también las equiparaciones entre acciones
bélicas y diversas modalidades de prácticas deportivas.6 Por ejemplo, la

1
Aunque infravalora la visualidad de las Historias, sobre ἔκφρασις, ἐνάργεια y re-
tórica es útil la discusión en: Nicolai (1992: 139-155). Ver ahora, sobre el vínculo
entre causalidad, visualidad, verdad y utilidad: Wiater (2017).
2
No convence un origen de la alusión en Fabio Pictor, pues, Polibio vuelve a
utilizarla en 27.9.13-10.5.
3
Loraux (2008: 34).
4
Morgan (1975).
5
Cf. 1.6.6, 59.12, donde al ser entrenados los marineros romanos se convierten
en ἀθληταὶ. Símiles deportivos: 16.28.9; 29.17.4.
6
Wunderer (1909: 55), De Foucault (1972: 233). Múltiples comparaciones
con ἀγών ο ἅμιλλα. El término ἔφεδρος hace referencia al tercer competidor, expec-
tante para intervenir en la lucha, un símil plástico de Agelao para la situación de
52 IMPERIO ROMANO Y FRONTERA CULTURAL

arenga de Demetrio de Faros a Filipo V en el Itome, para que se adueñara


de la plaza, recurría a exponer que si el rey dominaba ambos cuernos –
Acrocorinto e Itome– tendría a su merced al toro (el Peloponeso), lo que
constituye una alusión a la ταυροθέρα tesalia (7.12.2-3).1 Se trataba de una
práctica muy conocida en Grecia helenística, pero que solo se populariza-
ría en Italia en el Alto Imperio. Sería llamativo además que la alusión estu-
viera dirigida al público romano, dada la conocida hostilidad, desde Catón
hasta Plinio el Joven, por estos Graeculi y sus gimnasios.2 Polibio no ad-
vierte, sin embargo, un problema en el uso de los símiles deportivos, sino
que, incluso, los utiliza como recursos para construir un relato vívido para
ayudar a su público a imaginar la tensión en algunos momentos decisivos,
tal como puede observarse cuando intenta volver comprensible la favora-
ble reacción de los griegos ante la derrota romana de Calicino (171 a.C.)
mediante una equiparación con la psicología de los espectadores del pugi-
lato (27.9.1-6).

UN IMPERIO ROMANO, UN ESPACIO GRIEGO

La παρέκβασις o digresión geográfica era un recurso frecuentemente


utilizado por el historiador porque ayudaba al público a imaginar los espa-
cios del Mediterráneo, al cual a partir del libro 5 quedaba asociada defini-
tivamente su obra y la historia universal en general. Por lo tanto, su uso
también permite reconocer las marcas culturales que permitían construir
un mapa mental, cuestión sobre la que Polibio estaba bastante atento,
como expone en 3.36-38:

“Y para que no resulte que, a consecuencia de la ignorancia de los lugares, se


haga oscura, a cada paso, nuestra narración (ἀσαφῆ γίνεσθαι συμβαίνε τὴν
διέγησιν)... Expondremos no simplemente los nombres de los lugares, de los
ríos y de las ciudades... Mi opinión es que, respecto a los lugares conocidos,
la presentación de sus nombres tiene el efecto de contribuir a la evocación.

Filipo V como observador de la lucha entre Roma y Cartago (5.104): Davidson


(1991: 15).
1
Picard (2006).
2
Isaac (2006: 398). V.g. : Plu., Cat. Ma. 3.5 ; Plin., Ep. 10.40.2. Señala García
Romero (2004: 107-108) que los autores latinos insisten fundamentalmente en dos
aspectos negativos del deporte griego: 1) la inutilidad del entrenamiento atlético co-
mo preparación militar; 2) el deporte griego como “escuela de vicios”.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 53

Por el contrario, respecto a los desconocidos, la enumeración de los nom-


bres ofrece, en realidad, la misma virtualidad que los sonidos vacíos... En
consecuencia, será necesario ofrecer un método mediante el que los que ha-
blan de cuestiones no conocidas sean capaces de conducir, en lo posible, a
sus lectores hacia nociones verdaderas e inteligibles (εἰς ἀληθινὰς καὶ
γνωρίμους ἐννοίας ἄγειν τοὺς ἀκούοντας)”. (3.36.1-5; HCP I: 367)

El recurso a paralelos entre lugares desconocidos y familiares, subra-


yando la necesidad de mencionar puertos, mares, islas, templos, monta-
ñas, regiones o topónimos y, fundamentalmente, los puntos cardinales,
“para diferentes cuadrantes del cielo (ταῖς ἐκ τοῦ περιέχοντος διαφοραῖς)”,
es central para asegurar la comprensión. Pero esta clase de referencias
permite imaginar el mundo, sin embargo, solo desde un punto fijo ideal
(3.36.6-37.8), como advirtió ya Estrabón (2.7), quien criticó el uso de
normas y medidas variables para representar lo invariable, puesto que una
dirección dependía de un observador situado. El espacio de la οἰκουμένη
construido por Polibio seguía, en efecto, “direcciones” desde el punto de
vista de un “espectador ideal” ubicado en Grecia.1 Su uso de un mapa an-
tiguo helenocéntrico, que proyectaba hasta el horizonte ideal de la
οἰκουμένη los puntos de solsticio y equinoccio para ser fijados y visibiliza-
dos por un espectador en el Egeo condicionó, y regionalizó, en buena
medida su visión geográfica.2
Al respecto, la digresión sobre la ubicación de Sicilia (1.41.7-42) tam-
bién ha llamado la atención de los especialistas.3 Para Polibio, su posición
con respecto a Italia equivalía a la del Peloponeso frente a Grecia, solo que
una era isla y la otra península. Para Pédech, el lugar de la digresión es
poco apropiado y su explicación de la forma triangular de Sicilia a los grie-
gos es por lo menos superflua, lo que inclina al estudioso francés a consi-
derar el pasaje como una adición tardía similar a la de Laconia, con la que
comparte la misma fórmula introductoria (1.41.7; 5.21.4).4 Pero no está
claro que el público ateniense tuviera un conocimiento exacto de la forma
de la isla, como sugiere Pédech, mucho menos sobre la base del testimo-
nio anacrónico de Plutarco (Nic. 12.1; Alc. 17.3-4).5 No parece prudente

1
HCP I: 369.
2
Prontera (2005: 109-111).
3
HCP I: 104-105.
4
Pédech (1964: 565-566).
5
Jacob (2008: 112-119).
54 IMPERIO ROMANO Y FRONTERA CULTURAL

tampoco desestimar al propio Polibio, quien aclara que los libros 1-2 ha-
bían sido incorporados específicamente para informar al público griego
(1.3.7-10, 63.9). El pasaje permite reconocer además, en efecto, la centra-
lidad del recurso de la analogía, que posibilitaba establecer una identidad
entre dos pares relacionados con un razonamiento del tipo “a” es a “b”, lo
que “c” es a “d”. Peloponeso-Grecia, como binomio conocido, permitía
delinear una imagen mental de la posición de Sicilia-Italia, operando al
mismo tiempo una polaridad, Peloponeso/península y Sicilia/isla, que
colaboraba en la creación de un mapa mental para el público.
La mención de la forma triangular de la isla, por otra parte, responde a
un procedimiento común, ya que Italia y Galia Cisalpina se presentan
como triangulares (2.14.4; 8), Esparta como un círculo (5.22.1) y el cam-
pamento romano como un cuadrado (5.31.10). Uno de los grandes cam-
bios en la representación cartográfica alejandrina de Eratóstenes había
sido la incorporación de σφραγίδες, o figuras geométricas (Str. 2.1.22),1
que permitían “reducir la complejidad del espacio real a un conjunto de
formas elementales, bien visibles y memorizables”.2 La forma triangular de
Sicilia respondía, por lo tanto, a un tipo similar de racionalización geomé-
trica, pero distinta en su concepción porque no tenía vinculación con los
fenómenos astronómicos.3 Finalmente, esta digresión geográfica sobre
Sicilia contribuía a la narración histórica porque revela al público la im-
portancia estratégica de Lilibeo (1.42.6). No parece haber motivos, por lo
tanto, para considerarla una adición tardía, ni tampoco superflua.
Otra digresión geográfica sugerente es aquella sobre Esparta y Laconia
(5.21.4-22), que llama la atención por su simpleza y esquematismo: circu-
laridad de la pólis, su emplazamiento en una llanura surcada por algunas
colinas y la existencia de un río caudaloso llamado Eurotas. Su carácter
conciso condujo a Pédech a sospechar su inclusión para beneficio del pú-
blico romano, pero esto quizá exagera el conocimiento de la geografía
lacónica por el público griego, que puede perfectamente ponerse en duda
1
Polibio e Hiparco: Clarke (2005: 69-87, 80). Cf. Str. 2.1.29.
2
Jacob (2008: 149-150).
3
Pédech (1976: 104-107), Prontera (2005: 103-111, 108). Este último distin-
gue las σφραγίδες de Eratóstenes de las figuras geométricas de Polibio, que no están
sujetas a la coerción de las coordenadas geográficas, los κλίματα ni a los paralelos y
meridianos alejandrinos. Cf. Pédech (1974: 57-59), López Ramos (2008: 304). En
última instancia, es un tipo de razonamiento propio del pensamiento geométrico
jónico aplicado al campo de la geografía, como la descripción de Heródoto
(4.101.1) del cuadrilátero escita: Asheri-Lloyd-Corcella (2007: 650).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 55

a propósito de la crítica a Zenón de Rodas en 16.16 por su ἄγνοια geográ-


fica al respecto:

“De todo ello no sé ni qué decir; estas afirmaciones presentan un orden tal
que, en una palabra, en nada difieren de quien asevera que salió de Corinto,
cruzó el Istmo y, tras tocar las rocas Escirónicas, de repente atacó Contopo-
ria y, bordeando Micenas, prosiguió su avance hacia Argos”. (16.16.4) (HCP
II: 521)1

Recurrir a una reducción al absurdo, suministrando un periplo desati-


nado, era contar con que el público pudiera decodificar el mensaje, aun-
que para hacerlo necesitara cierto conocimiento básico de la geografía
peloponesia. Como en el caso de la moneda, las medidas o el vino de
Egóstenes, los lugares del Peloponeso eran parte del marco cultural com-
partido con el público. Además, los elementos señalados en la digresión
sobre Esparta, llanura, montañas, Eurotas y Meneleo, son importantes
como orientación, pero también para fijar lugares que serán mencionados
nuevamente durante el relato de la campaña de Filipo V contra Licurgo
(5.22.5-9).
Otras digresiones geográficas también evidencian el marco cultural
griego. Algunas son más extensas, como la de Galia Cisalpina (2.14.3-
17.12), otras más breves, como el recorrido de Aníbal (3.36.1; cf. 1.41.6).
El propio Polibio se encarga de justificar la observación personal de estos
lugares: “En atención a ello, sobre todo, hemos soportado los peligros y
fatigas que nos acaecieron en un viaje por Libia, Iberia y también, por la
Galia y el mar que circunda estos países por el lado exterior. Y todo con el
propósito de rectificar la ignorancia de nuestros predecesores en estas
cuestiones y, asimismo, dar a conocer a los griegos (ἐν τούτοις γνώριμα
ποιήσωμεν τοῖς Ἑλλησι) estas partes del mundo habitado” (3.59.7-8). No
es extraño, entonces, su interés por la geografía itálica, tal como Estrabón
nos lo ha transmitido en un interesante pasaje:

“Este mismo Polibio trata de las dimensiones y de la altura de los Alpes, y


compara con ellos los montes mayores de Grecia: el Taigeto, el Liceo, el
Parnaso, el Olimpo, el Pelio, el Osa… De estos dice que un buen andarín los
sube en un día o algo menos y que en un día se los rodea; los Alpes, en cam-
bio, no se subirían ni en cinco días…”. (34.10.15-17, apud Str. 4.6.12)

1
Pédech (1964: 566).
56 IMPERIO ROMANO Y FRONTERA CULTURAL

Dar a conocer, rectificar ignorancia, enfrentar peligros, sufrir fatigas,


observar, medir y comparar con un único destinatario explícito, el público
griego, lo que ayuda incluso a entender el uso del sintagma ἡ καθ’ ἧμας
θάλαττα (1.3.9; 3.37.6-10, 39.4; 4.42.3; 16.29.6-9; 34.8.6),1 que ha sido
interpretado como una traducción del mare nostrum y como una interfe-
rencia referencial, de “romanización”, e identificación cultural con la polí-
tica imperial.2 Este sintagma se volvió común en autores griegos posterio-
res como Estrabón, Diodoro y Arriano (D.S. 4.18.5, 56.3; Str. 1.2.32,
3.13; 2.5.18; Plu., Pomp. 25.1; Arr., An. 7.1.2), pero, como señala Rood,
no es propiamente una invención polibiana.3 Pseudo Escílax lo había utili-
zado para referirse al golfo Sarónico desde una perspectiva ateniense.
También se había usado un mar παρ’ ἧμιν/περι ἧμας como oposición al
mar Rojo o al Océano (Thphr., HP 1.4.2; 4.6.1; cf. Pl., Phd. 113a8; Arist.,
Meteor. 356a). En las Historias, el Mediterráneo se construía discursiva-
mente como una realidad colectiva, que incluía a una “comunidad pan-
mediterránea”,4 pero se domesticaba narrativamente recurriendo a nocio-
nes culturales griegas.

1
También se usa el καθ’ἡμᾶς οἰκουμένης (3.37.1; 4.38.1). Cf. Champion
(2000a: 429).
2
Dubuisson (1985: 172).
3
Rood (2004: 157).
4
Crawley Quinn (2013: 345).
2. CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE
Y ROMANIDAD

El individuo es el actor central en su interpretación histórica, lo que es una


consecuencia directa de la confianza que Polibio manifiesta en la natura-
leza humana como una fuerza capaz de dictar el curso de la historia.1 Pero
hace tiempo que Martínez Lacy dio un giro a la comprensión de este tema
cuando advirtió que las ἤθη καὶ νόμιμα, “leyes y costumbres”, revelaban
que también el historiador exploraba la incidencia de los comportamien-
tos colectivos en la causalidad histórica.2 Ello condujo con el tiempo a
reconocer que los pueblos y sus características colectivas constituían un
objeto de estudio importante.3 En el caso de mi abordaje, esto es muy
relevante para explorar las relaciones entre hegemonía y autonomía tema-
tizadas en la obra, las cuales involucran no solo a griegos, sino también a
romanos, cartagineses, macedonios, celtas e íberos, que se veían forzados
a interactuar a raíz de la συμπλοκή mediterránea.
El contacto étnico-cultural, y el interés por historiarlo, no eran nuevos,
basta simplemente con recurrir al proemio de Heródoto para hallar ex-
puesta la idea de un mundo escindido entre griegos y bárbaros, en la que
se reproduce una polaridad político-cultural conformada en el siglo V a.C.
Aunque existen cuatro testimonios del término βάρβαρος en Homero (Il.,
2.867), Anacreonte (frag. 423 Page), Heráclito (frag. 107 Diels-Kranz) y
Hecateo (FGrH 1 F119), su representatividad ha sido cuestionada.4 Aún
no había cristalizado el concepto de ἡ Ἑλλὰς γλῶσσα, “la lengua griega”
(Hdt. 2.154.2), y del verbo ἑλληνίζειν, “hablar griego”/“actuar como grie-
go” (Xen., An. 7.3.25; cf. Pl., Mx. 82b), lo que hace difícil que hubiera ocu-

1
Longley (2012: 74-84), Pédech (1964: 205-253).
2
Martínez Lacy (1991).
3
Champion (2004: 5-6, 30-63).
4
Hall (2005: 111-117).
58 CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE Y ROMANIDAD

rrido una alienación lingüística en época arcaica, como ocurrirá luego,


cuando la barbarie llegue a quedar ligada a una incapacidad de hablar una
lengua inteligible y, por ende, de pensar el mundo de una manera racional.
Por ello, Diodoro Sículo (13.58.2), escribirá, por ejemplo, que los bárba-
ros cartagineses tenían un discurso incomprensible y un comportamiento
animal (ἀσύνετον μὲν τὴν φωνήν, θεριώδη δὲ τὸν τρόπον ἔχοντας).
Hasta las Guerras Médicas la identidad griega se había construido a
partir de una lógica “agregativa”, expansiva,1 pero el término βάρβαρος
llegó luego a englobar todo lo no-griego cuando con la creación de la Liga
de Delos (477 a.C.) el despotismo persa se definió política y culturalmen-
te como la negación de los valores democráticos e igualitarios griegos
(atenienses).2 La barbarie tenía, por lo tanto, un uso político contra los
poderes que amenazaban la autonomía de las póleis griegas. Persia y Ma-
cedonia fueron entre los siglos V-III a.C. los imperios “no griegos” con los
cuales las póleis de Grecia continental tuvieron que interactuar, sin contar
a cartagineses y etruscos en el caso de los griegos de occidente, y frente a
los cuales hubo una actitud etnocéntrica casi monolítica, con un marcado
desinterés por conocer sus culturas, lo que cambió con Polibio y su visión
de Roma. Para él, estudiar a los romanos para saber cómo interactuar me-
jor con su hegemonía era no solo útil, sino necesario para los políticos
griegos contemporáneos.
Hacia el siglo II a.C. Grecia continental y Roma no tenían por detrás
una larga tradición de contactos directos. En lo literario, por un lado, an-
tes de la Primera Guerra Macedónica solo circulaban algunas noticias
anticuarias de escritores griegos de los siglos IV-III a.C.3 Según Momigli-
ano, Timeo habría tenido el honor de haber descubierto a Roma en el
siglo III a.C., pero este, sin embargo, solo habría escrito algunos excursos
dentro de una obra monográfica cuyo protagonista no eran los romanos,
sino Pirro de Epiro.4 Roma era todavía para la mayor parte de los griegos,
por lo tanto, un gran enigma.

1
Malkin (1998: 55-61). Gruen (2011) ha intentado extender el carácter agrega-
tivo de la identidad cultural griega más allá del siglo V a.C., por la que los griegos se
veían a sí mismos como parte de una herencia cultural más amplia construida sobre
la base del intenso préstamo o apropiación de las memorias históricas de otros pue-
blos. Cf. Moreno Leoni (2012b).
2
Hall (1991: 3-4).
3
Gruen (1986: 316-356).
4
Momigliano (1993: 38-62), Baron (2013: 43-57).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 59

Por otro lado, los contactos diplomáticos históricos habrían comenza-


do en 228 a.C. con el envío de una embajada romana a Etolia, Acaya, Co-
rinto y Atenas (2.12.4-8; cf. Iust. 28.1.5), aunque sin contraer acuerdos
duraderos en el área.1 Algunos testimonios datados en el cambio del siglo
III al II a.C. muestran que la relativa distancia había redundado en un
franco desconocimiento. En una de sus cartas a Larisa, por ejemplo, Filipo
V proponía una comparación con el sistema romano de colonias y de con-
cesión de la ciudadanía plena a los libertos (Syll.3 543, ll. 33-36). Ambas
prácticas no tenían nada que ver entre sí, pero es mayor incluso su confu-
sión sobre el alcance de la ciudadanía romana de los libertos. Otro ejem-
plo, aún más llamativo, es el proveniente de una inscripción rodia, en la
que se alude a las relaciones diplomáticas con Roma hacia el 200 a.C.2 Allí,
se mencionan unos πρεσβευταὶ αὐτοκράτορες o “embajadores con plenos
poderes” romanos, lo que si bien es un título helenístico frecuente, es
completamente ajeno al uso romano.3 El malentendido de los etolios so-
bre la deditio in fidem (191 a.C.), que se estudiará en detalle luego, perte-
nece a la misma secuencia de eventos, sorprendentes, sin duda, porque
ocurren dentro de los cuarenta años posteriores al inicio de las actividades
romanas en el Adriático.4 Podría todavía sumarse la pintoresca inscripción
de Teos, en honor de unos embajadores enviados a Roma en 166 a.C.
para buscar apoyo en una disputa territorial con el rey Cotis que, entre
otras cosas, elogia el esfuerzo de estos hombres por ganar el apoyo de los
senadores mediante visitas a sus hogares y la realización diaria de la pros-
kýnesis ante estos (Syll.3 656, l. 22). En verdad, el texto debe referir a las
salutationes, típicas de las relaciones de patronazgo romanas, pero es difícil
calibrar qué efecto podía tener semejante traducción al griego en la ciuda-
danía.

1
Holleaux (1969: 113ss.).
2
Kontorini (1983).
3
Kontorini (1983: 29).
4
Dejando de lado la historia sobre la embajada acarnania a Roma (c. 239 a.C.),
recogida por Justino (28.1.5), existían otras tradiciones de supuestos contactos
diplomáticos entre romanos y griegos, v.g., de Alejandro Magno y Demetrio Polior-
cetes (Str. 5.3.5). Según otra tradición, Alejandro habría aconsejado a los romanos
sobre cómo establecer sus relaciones con los aliados itálicos (Memnon, FGrH 434
F18.2), o aquellos a Babilonia (Plin., Nat. 3.57). Cf. Gruen (1986: 318). También
había una tradición de un viaje de aquellos a Grecia para recolectar materiales para
la Ley de las Doce Tablas (Liv. 3.31.8; D.H. 10.52.4, 54.3), HCP I: 166.
60 CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE Y ROMANIDAD

Tras vivir entre los romanos durante casi diecisiete años, y haber ad-
quirido un conocimiento específico, Polibio fue capaz no solo de añadir
breves digresiones etnográficas, sino también de incorporar su famoso
libro 6 en el que utilizó el aoristo de hábito para referirse a las prácticas
romanas, lo que ligaba su empresa a la del único historiador griego, Heró-
doto, que había utilizado ese tiempo y aspecto verbal en sus descripciones
etnográficas.1 Esta alteridad, que daba por supuesta a su público griego,
era una cuestión delicada debido al nuevo papel hegemónico que los ro-
manos ejercían, similar al de Macedonia en el siglo IV a.C. En ese sentido,
su barbarie o civilización no puede, en mi opinión, calibrarse exclusiva-
mente como materia de una reflexión cultural independiente, antropoló-
gica, sino que tiene que vincularse al conjunto de complejas actitudes de
los griegos del siglo II a.C. frente al nuevo poder.
Así, la famosa proclama de T. Quincio Flaminino en Corinto (196
a.C.), por la que las póleis griegas habían quedado libres de guarnición y
tributo, había generado cierto entusiasmo. Sin embargo, a la luz de la his-
toria previa, los romanos solo habían reutilizando en aquella oportunidad
un clásico motivo propagandístico.2 En época helenística, en especial tras
la proclama de Tiro de Antígono el Cíclope del 315 a.C. (D.S. 19.61-
62.2), los reyes lo utilizaron reiteradamente para apelar a la opinión públi-
ca griega, pero en el contexto posterior a Pidna, y tras la eliminación de los
Antigónidas, era claro que tal libertad podía ser revocada unilateralmente.
Por aquella época, se levantaron algunas aisladas opiniones contrarias
a Roma. Agatárquidas de Cnido, por ejemplo, celebró la felicidad de los
habitantes de Saba porque los romanos no podían estirar sus brazos hasta
donde ellos habitaban.3 Otras tradiciones son menos conocidas, como las
historias compiladas por Flegón de Trales (FGrH 257 F36.3), que in-
cluían cuentos y profecías atribuidos a un filósofo peripatético del siglo I
a.C. llamado Antístenes, pero que debían haberse originado en Etolia y
Asia en los momentos previos a la Guerra de Antíoco para denostar la
soberbia romana y prometer la llegada de una pronta venganza asiática.4

1
Langslow (2012: 92).
2
Dmitriev (2011: 15-141).
3
GGM I.111-195. Sobre el Mar Eritreo fue publicada poco después del 145 a.C. y
se conservan dos fragmentos sobre Saba (D.S. 3.47.8; Phot., Bibl., Codex 250.102,
459a-b): Baronowski (2011: 53-54).
4
Baronowski (2011: 32-33).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 61

Como político experimentado, Polibio conocía la dividida posición


política frente a Roma que existía en Grecia y es posible que percibiera
también la presión de los detenidos políticos en Italia.1 Varios de sus dis-
cursos de personajes griegos, como los de Agelao, Licisco y Trasícrates,
permiten percibir su esfuerzo por dar voz a una perspectiva más hostil,
pero ello no significa que la compartiera. Las propias ambigüedades del
momento histórico se reproducían en su texto, en el que se advierte un
cuidadoso esfuerzo por proporcionar los respectivos puntos de vista de
griegos y romanos, a menudo en medio de un contacto cultural violento
en torno a una frontera imaginada en la narrativa como una arena de
aprendizaje para el público. Esta frontera cultural textual era flexible,
permeable, cambiante, tal como lo eran también las relaciones entre grie-
gos y romanos en aquella época. No era un fenómeno natural, sino cultu-
ral y, en última instancia, político, por lo que la alteridad romana podía ser
interpretada, y domesticada intelectualmente, mediante el uso de catego-
rías de la reflexión política griega para situar su hegemonía en el mismo
lugar intelectual antaño ostentado por reyes o por grandes póleis.

BARBARIE Y ETNOGRAFÍA EN EL MUNDO GRIEGO

La acusación de barbarie es un instrumento frecuente de degradación


del enemigo, pero, ¿era útil insistir en esto en las nuevas condiciones polí-
ticas? M. Acilio Glabrión había dejado en claro la ineficacia de tal actitud
cuando, como única respuesta al argumento etolio de haberles exigido
con la deditio algo “ni justo, ni griego”, había mandado a traer las cadenas
(20.10.6-9). Los romanos no hablaban el griego como lengua nativa, que,
incluso, como muestra un papiro de la colección de Zenón, seguía siendo
una marca distintiva de grecidad (c. 256-255 a.C.) (P. Col. Zen. 2.66).2
Pero el modo de entender las relaciones entre griegos y no-griegos en
época helenística ha variado sensiblemente en la historiografía moderna
desde el siglo XIX. Del paradigma de la fusión cultural, y de la “heleniza-
ción”, que primó en la historiografía colonial hasta mediados del siglo XX,
se pasó al de la “aculturación”, incluyendo la idea de la “impermeabilidad”
cultural (o étanchéité en palabras de Préaux), hasta llegar a las últimas dé-
cadas del siglo XX con la idea de diálogo, transferencia e hibridación cul-
1
Champion (2004: 63).
2
Bagnall-Derow (2004: N° 137).
62 CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE Y ROMANIDAD

tural.1 Aunque en un plano imaginario la barbarie siguiera articulando las


relaciones entre griegos y no-griegos, es claro que en la práctica los con-
tactos entre los distintos grupos étnicos en el Mediterráneo oriental fue-
ron muy intensos.
Aristóteles había supuestamente aconsejado a su discípulo, Alejandro
Magno, que actuara como un líder para los griegos y como un amo para
los bárbaros (Plu. Mor., 329B; cf. Str. 1.4.9). Los historiadores europeos
de la entreguerra, imbuidos de una buena conciencia colonial, elogiaron al
rey por desestimar a su maestro en esto. Tarn, por ejemplo, idealizó los
valores humanos del mismo hasta el punto de ver en él al creador de la
idea de “unidad de la humanidad”: “Alejandro emerge como un producto
de una escuela pública Arnold en su modo de conducta, una mezcla de
Cecil Rhodes y el general Gordon en sus acciones e ideales… La asimila-
ción de la corte y el temperamento de la Macedonia del siglo IV al reino
de la reina Victoria es un tour de force que solo un genio como Tarn podría
haber alguna vez concebido, o impuesto sobre el mundo de habla ingle-
sa”.2 Pero la política de Alejandro y los diádocos lejos estuvo de tener co-
mo primer objetivo político la “helenización”. Los colonos griegos, y no
griegos, se instalaron en distintos tipos de asentamientos, póleis, phrouría
y katoikíai principalmente para controlar y articular los territorios impe-
riales.3 Además, no solo se instalaron en ellas griegos y macedonios. Entre
los clerucos ptolemaicos, por ejemplo, hubo también gálatas y tracios
(5.65.10), y, entre los katoíkoi de los seléucidas, judíos, según Flavio Jose-
fo (Ant. 12.147-153).4 Aunque el poder quedó mayormente en manos de
una élite grecomacedonia, el cuadro de la instalación de una “raza” gober-
nante es, en el mejor de los casos, una exageración moderna.
En el marco de contactos muy fluidos, los griegos exhibieron un cre-
ciente interés por las costumbres de otros pueblos, que, como los persas,
escitas y egipcios, ya se habían convertido junto con los griegos en los
actores de la primera gran prosa histórica, la Historia de Heródoto. Por
aquella época, habían aparecido las primeras teorías explicativa sobre la
diversidad etnográfica, que consideraban los caracteres étnicos como el

1
Cf. Grandjean et al. (2012: 285-305).
2
Badian (1971: 45). Cf. Tarn (1933).
3
Kosmin (2014: 183-221), Billows (1995: 172-178).
4
Fischer-Bovet (2014: 139).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 63

resultado de una multiplicidad de influencias ambientales –climáticas y


geográficas–, culturales, o naturales (de la φύσις).1
La explicación por influencias geográficas y climáticas tiene una larga
historia. Desde el siglo VI a.C. la etnografía era deudora de la geografía
jónica, que conjugaba dos grandes tradiciones. Primero, la del trazado de
mapas simétricos que suponían una polaridad climática entre el norte
(frío) y el sur (calor). Segundo, la creación de las nociones de Europa y
Asia utilizando ríos como límites. Paralelamente, la irrupción de un tercer
continente, Libia, contribuyó a mitigar el antagonismo Asia/Europa.
Geografía y áreas climáticas jugaban un rol preeminente en la etnografía,
incluso en autores reconocidos por su relativismo cultural, como Heródo-
to. En su diálogo entre Ciro y los nobles persas, tras la victoria sobre los
medos, se expone la conveniencia de no abandonar sus pobres montañas
y equipara riqueza del suelo y debilidad de sus hombres (Hdt. 9.122.3).
En el lógos egipcio aparece uno de los más completos ejemplos de la técni-
ca de la “inversión”, a través de la cual Heródoto nos coloca frente a la
imagen de un comportamiento extraño, inverso, al revés del de todos los
demás hombres (griegos). La “inversión” no dominaba por completo el
texto del lógos, pero se encontraba inserta dentro de un esquema con una
racionalidad particular, ya que el comportamiento extraño egipcio era el
resultado de vivir bajo un cielo diferente, con vientos distintos, Bóreas y
Notos, y junto a un río que se comportaba de forma anómala.2
La incidencia del clima y el ambiente es más marcada en el tratado hi-
pocrático Sobre aires, aguas y lugares. Como señala Isaac, allí están esboza-
das dos de las ideas claves del determinismo ambiental antiguo: 1) la in-
fluencia del ambiente físico en las características grupales; 2) las caracte-
rísticas adquiridas desde el medio se transmiten a la siguiente generación.
El tercer rasgo, la importancia del linaje puro, aparece solo en la Atenas
clásica.3 En este tratado de la segunda mitad del siglo V a.C. se presenta a
Europa y Asia como dos realidades geográficas diferenciadas: “Asia es
muy distinta de Europa en la naturaleza de todos los productos de la tierra
y, también, en la de sus hombres” (Hp., Aër. 12), pero no se limita al fac-
tor climático porque en el capítulo 16 la “indolencia” y “cobardía” de los
asiáticos es atribuida a su clima templado, pero también a sus institucio-
nes políticas por estar gobernados por reyes. Algunos asiáticos podían te-
1
Champion (2004: 75).
2
Asheri-Lloyd-Corcella (2007: 235), Romm (2010: 220).
3
Isaac (2006: 55-56). La pureza del linaje: Detienne (2005: 20-54).
64 CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE Y ROMANIDAD

ner uno de los factores trabajando a su favor, una organización política no


monárquica, pero los griegos tenían ambos, lo que fundaba su superiori-
dad.1
En relación con Europa, el autor del tratado se centraba en los escitas,
que eran los opuestos geográficos ideales de los egipcios (Hp., Aër. 18).
Esta imagen de oposición simétrica podía, de hecho, estar en la base de la
intención herodotea de componer un lógos egipcio y otro escita como
espacios enfrentados en los márgenes.2 En el tratado hipocrático, el resto
de Europa, con su clima cambiante, con calores violentos, inviernos rigu-
rosos, muchas lluvias, sequías largas y fuertes vientos, daba lugar a hom-
bres feroces, con actitud viril “a causa de sus instituciones, porque no es-
tán gobernados por un rey, como los asiáticos” (Hp., Aër. 23). En el capí-
tulo 24 aparecía también el determinismo geográfico porque se decía que
aquellos que habitaban un país montañoso, escabroso, elevado y rico en
agua, donde había fuertes cambios estacionales, eran hombres de elevada
altura y de constitución corporal adecuada para las fatigas y la valentía,
con cierto grado de salvajismo y fiereza. La misma lógica, por lo tanto, de
los países ricos y llanos como origen de hombres adecuados para ser man-
dados.
La incidencia del clima sobre el comportamiento se replica en autores
posteriores. Walbank trae a colación algunos ejemplos.3 Así, el autor del
tratado pseudo-aristotélico Problemas se preguntaba por qué en regiones
extremadamente cálidas o frías los habitantes eran bestiales en sus hábitos
y en su apariencia (Arist., Pr. 14.1). Los etíopes y los egipcios, que el autor
consideraba arqueados y de cabello lanudo, tenían ese aspecto porque el
calor los había arqueado como si fueran tablas, pero tenían también men-
tes arqueadas y lanudas también (Arist., Pr. 14.4). Significativamente, el
tratado Fisiognomía del siglo III a.C. sostenía que los pueblos de piel oscu-
ra y cabello enrulado eran cobardes, igual que los excesivamente pálidos,
mientras que los de la zona intermedia tenían tendencia a la valentía (Ps.
Arist., Physiog. 6.812a-b). Un etnógrafo helenístico, Megástenes (FGrH
715 F4), creía también que la inteligencia de los indios era una conse-
cuencia del ambiente despejado y del agua pura que bebían.
Aunque un reconocido partidario de las costumbres y la organización
socio-política como causa de las características étnicas, Polibio acusa tam-
1
Jouanna (1999: 221-222).
2
Asheri-Lloyd-Corcella (2007: 548).
3
Walbank (2003: 49-51).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 65

bién estas influencias,1 como ocurre en el caso de su digresión sobre Arca-


dia y sus habitantes (4.20-21).2 Arcadio, de Megalópolis, se insertaba con
este texto, a modo de autoetnografía, en una tradición de reflexión sobre
las posibilidades y los peligros de la civilización en estos parajes agrestes.
Arcadia era para los griegos una tierra antigua, auténtica, montañosa y
desolada, habitada por hombres autóctonos como los atenienses, pero
que, a diferencia de estos, no conseguían progresar y permanecían como
detenidos en el tiempo amenazados de forma constante con la regresión al
salvajismo.3 Pero la digresión de Polibio se inserta específicamente en la
narración de los sucesos ocurridos en Cineta, al norte de Arcadia, escena-
rio de una violenta stásis, la que intenta atajar limitándola al norte de Ar-
cadia, y aleja su explicación del tema mítico de Licaón mediante una ex-
plicación racional sobre el desajuste entre nómos-physis en la región:

“Pero los cinetenses, porque menospreciaron del todo estos usos, cuando en
especial más necesitaban de este tipo de ayuda, dado que tienen el clima y el
terreno, con mucho el más desapacible de Arcadia, y porque se entregaron
exclusivamente a mutuas discusiones y rivalidades, al fin se tornaron tan sal-
vajes que en ninguna otra ciudad de Grecia se cometieron impiedades ma-
yores ni más frecuentes”. (4.21.5-6)4

Esta stásis implicó episodios de violencia cívica entre c. 241/0 y


235/229 a.C., pero los mismos y la regresión a la animalidad
(ἀπεθηριώθησαν) de sus habitantes se atribuyen al medio geográfico y su
influencia sobre el éthos de sus habitantes (4.21.1-4).5 Sin embargo, la
influencia del medio no es total porque el condicionante físico y climático
podía ser atajado por lo social e institucional mediante la conformación de
asambleas comunes, sacrificios y coros. Por todas estas razones institucio-
nales, culturales, los arcadios habían logrado alcanzar una reputación con-
traria entre los griegos, de virtud, no solo por su hospitalidad y humanidad
sino también por su respeto por lo divino (4.21.1). Varias tradiciones et-
nográficas operaban en esta digresión de forma complementaria. El sus-
trato helenístico relativista se advierte cuando Polibio explica el porqué de

1
Champion (2004: 82).
2
Walbank (2003: 179-180).
3
Hartog (1999: 183-192).
4
Loraux (1995), Hartog (1999: 192).
5
La datación es difícil (HCP I: 469).
66 CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE Y ROMANIDAD

las diferencias entre los hombres, que se distinguen por las características
étnicas y las distancias geográficas, por las costumbres, complexión, color
y hábitos (4.21.2), lo que tiene varios puntos en común con Agatárquidas
(GGM I, 157).
Pero el reconocimiento neutral de las diferencias culturales no siem-
pre primaba, sino que, en algunos casos, daba paso a reflexiones pseudo-
científicas que pretendían legitimar el dominio.1 En el siglo IV a.C.,
Aristóteles comparaba, por ejemplo, la naturaleza servil de algunos
pueblos como los asiáticos con la naturaleza de mando de otros como los
griegos, incorporando para ello nociones geográfico-climáticas (Arist.,
Pol. 1327b). En Platón, en cambio, se encuentra este eje norte-sur como
coordenada para pensar la alteridad cultural, aunque no como un
instrumento legitimador de la superioridad griega para dominar. El globo
estaba dividido para él en tres zonas culturales que generaban en sus
habitantes características éticas distintivas (Pl., R., 435e). Como señala
Romm, Platón tenía en mente el mapa jonio, en el que los griegos eran un
término medio entre los polos etnográficos tradicionales de Escitia y
Egipto, lo que redundaba en el vínculo entre geografía y éthos.2
En el siglo I a.C., Posidonio había dividido “al globo en zonas climáti-
cas y biológicas, las cuales servirían, desde su perspectiva, para determinar
directamente la naturaleza de la vegetación, del suelo, así como el aspecto
físico y el carácter de la población”.3 Claudio Ptolomeo, probablemente
trabajando sobre Posidonio, iba a extender, por su parte, las áreas templa-
das como impulsoras de la civilización a otras áreas antes excluidas, como
Egipto y Babilonia, que eran núcleos helenísticos culturales de importan-
cia (Ptol., Tetr. 2.2.55-58). Pero la crítica de Estrabón permite advertir los
límites de este tipo de planteos:

“Estas distribuciones no son premeditadas, como tampoco las diferencias


entre las razas, ni las lenguas, sino debidas al acaso y al azar; también las ar-
tes, capacidades y disposiciones, a partir de unos principios, se imponen la
mayoría de las veces en cualquier clíma y, a veces, incluso contra el clíma, de
forma que las características locales unas son por naturaleza y otras por cos-
tumbres y entrenamiento. No por naturaleza, en efecto los atenienses son es-
tudiosos de la lengua y no los espartanos ni los tebanos, que están todavía

1
Isaac (2006: 170-194).
2
Romm (2010: 224).
3
Jacob (2008: 203).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 67

más cerca, sino por causa de la costumbre; como tampoco por naturaleza
son filósofos los babilonios y los egipcios sino por entrenamiento y costum-
bre; y las cualidades de los caballos y de los bueyes y de otros animales las
producen no solo los lugares sino también los entrenamientos; Posidonio
confunde esto”. (Str. 2.3.7)

Estrabón se hacía eco de la corriente más común en el pensamiento


helenístico, que sostenía que el carácter de los pueblos no estaba determi-
nado por el clíma o por el lugar, sino por la costumbre. En el caso de Arca-
dia, Polibio mostraba, por su parte, la complejidad de la phýsis, de la natu-
raleza, como producto del clima y del ambiente y modificable, por lo tan-
to, por medio de la cultura, especialmente por la música.1 Se puede hallar
en las Historias, de todos modos, un pasaje que acentúa la naturaleza ro-
mana: “Por su propia naturaleza todos los itálicos aventajan a los fenicios
y a los africanos tanto en fuerza corporal como en intrepidez de espíritu,
pero también la constitución romana coadyuva enormemente a esta va-
lentía de los jóvenes” (6.52.10). En el libro 6 se abordaba la politeía roma-
na en la tradición teórica griega de exposición de las mejores formas cons-
titucionales, aunque sin limitarse a los engranajes formales e instituciona-
les, sino que se analizaba también el ejército, la técnica del campamento e
incluso ciertos aspectos de la religión y la cultura, en sintonía con el inte-
rés de Polibio por las ἔθη καὶ νόμιμα como causa de la hegemonía romana.
En ese sentido, la naturaleza superior de los itálicos se insertaba, por
su parte, dentro de una discusión particular sobre las causas del triunfo
sobre Cartago, siguiendo esta progresión argumentativa: 1) comparación
entre poder terrestre y poder naval (6.52.1-3); 2) oposición entre ejérci-
tos ciudadanos y mercenarios (6.52.4-5); 3) ἀρετή militar romana. Allí, se
afirmaba la superioridad natural de los itálicos, pero solo para reforzar
inmediatamente la idea de supremacía por las ἔθη καὶ νόμιμα inculcadas
por la constitución (6.52.6-11). La superioridad física natural de los itáli-
cos (φύσει... τῇ τε σωματικῇ ῥώμῃ καὶ ταῖς ψυχαῖς τόλμαις) era solo el pun-
to de partida,2 puesto que el verdadero motivo de su ἀρετή era la forma-
ción recibida: “potencian el estímulo de los jóvenes por medio de ciertos
hábitos (μεγάλην δὲ καὶ διὰ τῶν ἐθισμῶν πρὸς τοῦτο τὸ μέρος ποιοῦνται τῶν

1
La influencia de la música en las costumbres había sido estudiada por el estoico
Diógenes de Babilonia, como se observa en algunos fragmentos del περὶ μουσικῆς de
Filodemo (Arnim, SVF. III: 221-235): Pédech (1964: 307, n.17).
2
Eckstein (1997: 187-188).
68 CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE Y ROMANIDAD

νέων παρόρμησιν)” (6.52.10). La naturaleza debía, por lo tanto, ser mol-


deada por la cultura, exactamente como en el caso de los arcadios.
Al público desatento podía escapársele el hecho de que, al explicar
apenas unos capítulos antes, el origen de las primeras organizaciones polí-
ticas se había utilizado los mismos términos para entender los motivos de
la elección de los primeros monarcas. En efecto, se elegía a aquel que se
había mostrado más apto para gobernar “por su vigor corporal o por la
audacia de su espíritu (τὸν τῇ σωματικῇ ῥώμῃ καὶ τῇ ψυχικῇ τόλμῃ)”, tal
como ocurría entre los animales (6.5.7-8). Por lo tanto, la incidencia de la
politeía en volver una superioridad física una característica aprovechable
para la comunidad política era el dato más importante en la argumenta-
ción sobre las ventajas romanas.
En ese sentido, el consejo de Creso a Ciro en Heródoto (1.155) sobre
hacer cambiar a los lidios su modo de vestir, enseñarles a tocar la lira, a
bailar, volverlos comerciantes y, en última instancia, semejantes a mujeres
para poder dominarlos parte de un razonamiento similar. Además, tanto
Heródoto como Polibio parecen sensibles a las vicisitudes del poder y, en
especial, a los peligros que rodeaban a las costumbres de un pueblo ven-
cedor cuando resolvía adoptar aquellas de los vencidos (Hdt. 1.135). La
adopción por los aristócratas romanos de los usos y costumbres de los
vencidos, principalmente aquellos menos deseables de los griegos, podía
tener efectos negativos para el valor marcial (31.25; 18.35). Por lo tanto,
la cultura tiene una centralidad en la explicación del éthos romano, y el
argumento polibiano reconoce, y subvierte en el fondo, el ideal de la
παιδεία como forma de acceso privilegiada a la grecidad en época helenís-
tica al mostrar sus riesgos para los aristócratas romanos. En última instan-
cia, la explicación extiende sus raíces al carácter convencional sofista de
“lo griego” a partir del siglo IV a.C.
La sociedad helenística, nacida de la conquista del Mediterráneo
oriental, siguió estando marcada por profundas diferencias no solo socia-
les, políticas y económicas, sino también culturales. Los griegos, ubicados
en alguna de las póleis fundadas ex novo, no tendieron a encapsularse por-
que los nuevos centros urbanos fueron solo hasta cierto punto bastiones
de la grecidad. Como ha señalado Veyne, las élites urbanas hablaban grie-
go, llevaban un tren de vida griego, pero solo para mostrar públicamente
que “pertenecían a la alta sociedad internacional, en todas partes heleni-
ÁLVARO M. MORENO LEONI 69

zada”.1 En este nuevo contexto, tomó fuerza esta concepción cultural de la


grecidad como algo alcanzable, pero también perdible. Dionisio de Hali-
carnaso sostendría en el siglo I a.C. que ser griego era “hablar la lengua
griega”, “tener un estilo de vida griego”, “aceptar los mismos dioses” y
“tener razonables leyes” (D.H. 1.89.4). Su lista de marcadores identitarios
era bastante similar a la que habían dado los atenienses a los espartanos,
según Heródoto, pero, significativamente, esta vez se hallaba ausente el
criterio de la “sangre común” (Hdt. 8.144.2).2 Dionisio también advertía
sobre el ejemplo de los aqueos del Ponto, los cuales habían olvidado la
lengua griega y se habían vuelto los más salvajes de todos. El “peligro”
para aquellos griegos rodeados de otras culturas era perder su identidad,
social y culturalmente compleja, que no excluía ser griego y otra cosa al
mismo tiempo.3
Instituciones como la efebía y el gimnasio se convirtieron, paralela-
mente, en instrumentos centrales de una nueva identidad griega más
agregativa, capaz de reproducirse más allá de la inmigración mediante la
incorporación de las élites nativas.4 Pero esta integración del “otro”, sin
embargo, será realizada siempre desde una agencia etnocéntrica, que
permitía reafirmar imaginariamente la superioridad de la cultura griega.
Para poder acceder a los cuadros más altos dentro de las burocracias hele-
nísticas, las élites nativas debían aprender el griego e, incluso, en muchos
casos, adoptar además nombres griegos, junto con la lengua y las prácti-
cas, lo que llegó a ser un fenómeno cada vez más común a medida que el
flujo migratorio decaía y las alianzas matrimoniales vinculaban estrecha-
mente a las élites “griegas” y nativas.5
En el caso de los intelectuales griegos, que escribían para un público
que valoraba el helenismo como símbolo de distinción social, su razona-
miento se ajustaba al de Dionisio. Por ejemplo, Polibio cuando escribe
sobre la población de Alejandría menciona tres tipos de habitantes. Pri-
mero, los egipcios, raza aguda y civilizada. Segundo, los mercenarios ex-
1
Veyne (2009: 281).
2
Hall (2005: 224-225).
3
Sartre (2002).
4
Albanidis-García Romero-Pavlogiannis (2006).
5
Leriche (2003: 84-85). El estudio prosopográfico de los oficiales seléucidas de-
muestra, v.g., que los nativos no tenían acceso a las principales posiciones dentro del
ejército real: Habicht (1958). Sherwin White-Kuhrt (1993: 121-125) han criticado
la metodología, centrada en la onomástica, sosteniendo que los individuos podían
cambiar sus nombres, v.g., a través de alianzas matrimoniales.
70 CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE Y ROMANIDAD

tranjeros, pendencieros e ignorantes y, tercero, los alejandrinos, quienes


“aunque en aquel entonces eran ya gentes mestizas (καὶ γὰρ εἰ μιγάδες),
sin embargo, radicalmente, se conservaban griegas y se acordaban de los
usos corrientes entre los griegos (Ἕλληνες ὅμως ἀνέκαθεν ἦσαν καὶ
ἐμέμνητο τοῦ κοινοῦ τῶν Ἑλλήνων ἔθους)” (34.14.4). El mismo temor ante
la barbarización exhibe Eutidemo cuando, en medio de las negociaciones
para concluir la guerra con Antíoco III, señala que había una horda de
nómadas devastando el país y que, si se toleraba su presencia “el país se
convertiría en bárbaro (ἐκβαρβαρωθήσεσθαι δὲ τὴν χώραν)” (11.34.5). En
otro pasaje, que versa sobre la Media, Polibio justamente señala que esta
región “está rodeada de ciudades griegas por la precaución de Alejandro:
así se ve defendida contra los bárbaros que la circundan (φυλακῆς ἕνεκεν
τῶν συγκυρούντων αὐτῇ βαρβάρων)” (10.27.3). Aunque en la práctica no
hubo una formación de guetos en oriente, no deja de ser llamativa la re-
presentación de la civilización griega como amenazada por una barbarie
destructora situada en sus márgenes.
Pero la misma noción de barbarie experimentó una flexibilización,
como hemos señalado. Agatárquidas (GGM I: 118), hablando de los etío-
pes y del temor que los griegos les tenían, observaba que en la guerra y en
las disputas no importaba el aspecto ni el color de la piel, sino la audacia y
la prudencia militar.1 No hay entre los hombres una diferencia, pues, de
naturaleza. Su opinión, por lo demás, se apoyaba en Aristóteles, para el
cual no existía una diferencia de especie entre blancos y negros (Arist.,
Metaph. 1058a-b). En un contexto intelectual de integración y de apertu-
ra, los estereotipos seguían ordenando la forma de ver el mundo desde un
centro axial griego/civilizado hacia los márgenes, como muestra un frag-
mento helenístico, atribuido a Menandro, en el que se afirma que cual-
quier persona, aunque fuera un etíope o un escita, si estaba inclinado na-
turalmente al bien, debía ser considerado como noble (ἐστὶν εὐγενής).2
En este contexto intelectual se haría pensable, entrado el siglo III a.C.,
la afirmación de Eratóstenes de que había que juzgar a los hombres solo
por su virtud o por su maldad (βέλτιον εἶναί φησιν ἀρετῇ καὶ κακὶα
διαιρεῖν), puesto que muchos griegos eran malvados, mientras que, por su
parte, muchos bárbaros eran educados, como los indios y los arianos, pero
también los romanos y los cartagineses, que se gobernaban admirable-

1
Cf. Gruen (2011: 205).
2
Körte, fr. 612 Aunque Estobeo (fr. 86, 493) lo atribuye a Epicarmo.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 71

mente (Str. 1.4.9).1 Aunque Estrabón cite a Eratóstenes, no debe pasarse


por alto, sin embargo, que lo hacía para mostrar su desacuerdo con su
criterio de división del género humano.2 Además, con respecto al proble-
ma particular del lugar de los romanos dentro de esta división de las cultu-
ras, es muy probable que este testimonio del geógrafo cirenaico solo indi-
que que los romanos eran refinados pero bárbaros al fin o, incluso, que su
mención solo vale como un ejemplo aleatorio de un pueblo exótico,3 co-
mo los escitas y etíopes en el fragmento de Menandro. Tampoco sirve
para testimoniar su conocimiento de las instituciones romanas, puesto
que, pese a su “tan admirablemente se gobiernan (οὕτω θαυμαστῶς
πολιτευομένους)”, Eratóstenes tenía un defectuoso conocimiento, por
ejemplo, sobre la fundación de Roma (FGrH 241 F45).
En el mundo helenístico, por lo tanto, se operó una parcial flexibiliza-
ción de la frontera entre barbarie y grecidad, pero se mantuvo la misma
como una bisagra del etnocentrismo griego. No había una idea de una
cultura universal, sino de posibilidad universal de acceso a la cultura supe-
rior, al helenismo, como forma de distinción para las élites mediterráneas.
Así, en época más bien tardía, Dionisio seguía, por ejemplo, considerando
como universalmente reconocida la inferioridad de los bárbaros frente a
los griegos (D.H. 1.4.5). En este contexto se dio la entrada de Roma en la
escena mundial desde una posición de poder incuestionable, siendo prác-
ticamente desconocida para la inmensa mayoría de los griegos, por lo que
se volvía necesario saber en qué lugar cultural situarla. Antes, se abordará
el problema del comportamiento “étnico” en las Historias.

ALTERIDAD, BARBARIE Y CARACTERIZACIÓN COLECTIVA

Solo en los últimos años las representaciones étnicas en las Historias


han conseguido captar la atención de los especialistas.4 Los trabajos pio-
neros se centraron en la reconstrucción del estereotipo de algún pueblo
particular estigmatizado en la literatura griega, como los cretenses o los
etolios.5 Estos estudios partían de la convicción de que los estereotipos

1
Pelegrín Campo (2004: 62).
2
Dueck (2000: 57-58, 82-83).
3
Gruen (1986: 312).
4
Una notable excepción es Schmitt (1957/8).
5
van Effenterre (1948: 283-312), Antonetti (1990: 133-139).
72 CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE Y ROMANIDAD

étnicos debían tener una base real, construida y/o distorsionada, que era
necesario cotejar con otro tipo de fuentes para desmentir. No comparto
esa posición. La dinámica del uso de estereotipos es clave para la relación
entre el comportamiento atribuido a líderes y pueblos y, en ese sentido, su
uso es ejemplar para tematizar las relaciones entre hegemonía y autono-
mía en la obra. Aunque los estereotipos, que actúan como esquemas que
organizan el proceso cognitivo y expresan también lo más íntimo del ima-
ginario social, presentan ciertos inconvenientes para captar las innovacio-
nes, pueden adoptar un sentido contextual.1 Es decir, pueden ser significa-
tivos en un contexto político y narrativo específico, como se intentará
mostrar en los capítulos III, IV y V.
En el caso particular de Polibio, los estereotipos étnicos son aplicados
a la comprensión del comportamiento de individuos, que actúan acorde
con los mismos. Así, el cretense Bolis miente, engaña y es codicioso sim-
plemente “porque es un cretense (ἅτε Κρὴς ὑπάρχων)” (8.16.4-5).2 Antí-
fates, por su parte, pronuncia un discurso “en términos más graves y serios
de lo que es habitual en un cretense (λόγοις βαρυτέροις ἢ κατὰ Κρῆτα καὶ
σπουδαιοτέροις)”, de tal modo que “no era en nada cretense (οὐδαμῶς
Κρητικός)” porque “había escapado a la falta de disciplina típica de los
cretenses (πεφευγὼς τὴν Κρητικὴν ἀναγωγίαν)” (33.16.4-5).3 El goberna-
dor de Chipre, Ptolomeo, “no era en nada como un egipcio, bien al revés,
era juicioso y práctico (οὐδαμῶς Αἰγυπτιακὸς γέγονεν, ἀλλὰ νουνεχὴς καὶ
πρακτικός)” (27.13.1). Ptolomeo VI Filométor a menudo desfallecía en
sus empresas y, entonces, “una indolencia y un desenfreno típicamente
egipcio se apoderaban de él (καὶ τις οἷον ἀσωτία καὶ ῥᾳθυμία περὶ αὐτὸν
Αἰγυπτιακὴ συνέβαινεν)” (39.7.7). Por lo tanto, las representaciones étni-
cas polibianas respondían, en buena medida, a estereotipos, que aparecían
recurrentemente en la obra.4 Los mismos servían, en principio, para pro-

1
Amossy-Herschberg Pierrot (2010: 31-34).
2
Champion (2004: 5, 78).
3
Cf. 6.47.5, Perlman (1999: 137-139).
4
El tracio Cotis, que “por el espíritu no parecía ser tracio, pues era sobrio y tenía
la firmeza de carácter propia de un hombre noble (κατὰ τὴν ψυχὴν πάντα μᾶλλον ἢ
Θρᾷξ)” (27.12, apud Suda); el etolio Teodoto, que “intentó un golpe audaz, al
modo etolio, no desprovisto de coraje (Θεόδοτος Αἰτωλικῇ μέν, οὐκ ἀνάνδρῳ)”
(5.81.1); Dorímaco “joven lleno de ímpetu y ambición, como buen etolio (νέος δ’
ὢν καὶ πλήρης Αἰτωλικῆς ὁρμῆς καὶ πλεονεξίας)” (4.3.5); los generales cartagineses
“acuciados por la codicia y el afán de dominio, verdaderamente innatos en los
ÁLVARO M. MORENO LEONI 73

porcionar información al público mediante el uso de un lenguaje cultural


común.
Ahora bien, aunque la atribución de un determinado comportamiento
colectivo deriva en muchos casos de estereotipos, los mismos se explican
como el resultado de la influencia de las ἤθη καὶ νόμιμα de cada pueblo (cf.
6.47.2-5), así como de la internalización de las mismas por sus ciudada-
nos. El cretense Antífates no parecía un cretense, en efecto, porque había
logrado escapar a la educación cretense. Durante la rebelión líbica, el go-
bierno cartaginés se enfrentó “a los caracteres confusos y bárbaros de los
mercenarios, los cuales no se habían moldeado en la educación, en las
leyes y en las costumbres ciudadanas (ἤθη σύμμικτα καὶ βάρβαρα τῶν ἐν
παιδείαις καὶ νόμοις καὶ πολιτικοῖς ἔθεσιν ἐκτεθραμμένων)” (1.65.7). En su
elogio sobre las dotes de mando de Aníbal, finalmente, Polibio admiraba
especialmente su capacidad de mantener la disciplina entre hombres que
no tenían en común ni leyes ni costumbres ni idioma, sino solo la natura-
leza humana (11.19.4).
Desde esta perspectiva, puede entenderse por qué, en la obra, los indi-
viduos encarnan frecuentemente un éthos “étnico”, más bien “político”,
de las instituciones cívicas, como ocurre en el caso de los acarnanios, los
habitantes de Gaza o los romanos (4.30.2-5; 16.22a; 6.58).1 Sin embargo,
de acuerdo con los presupuestos didácticos de la historia, su objetivo era
brindar ejemplos a imitar por sus lectores para alcanzar la corrección, o
διόρθωσις, moral y práctica, y la lógica mimética requería la presentación
de acciones individuales elogiables o repudiables, lo que requiere cierta
explicación sobre por qué estudiar el éthos colectivo.
Los líderes ejemplares de la obra son individuos activos, que decidían
y guiaban a sus respectivas comunidades políticas y, lo que es más signifi-
cativo, que actuaban incluso contra las características de la propia politeía,
como ocurría con Antífates o con Cotis. Pero podía también producirse
un desbalance entre el carácter del pueblo y el del líder, como sucedía con
Cárope (30.12.1-3). La principal responsabilidad de los líderes era poner
orden en el comportamiento caótico de las masas,2 pues “las costumbres
de las ciudades cambian según las tendencias de sus gobernantes (ὥστε
καὶ τὰ τῶν πόλεων ἔθη ταῖς τῶν προεστώτων διαφοραῖς συμμεταπίπτειν)

cartagineses (ἀεὶ παρατριβόμενοι διὰ τὴν ἔμφυτον Φοίνιξι πλεονεξίαν καὶ φιλαρχίαν)”
(9.11.2); etc.
1
Eckstein (1995: 56-70).
2
Eckstein (1995: 129-140).
74 CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE Y ROMANIDAD

(9.23.5-8). Negociar noblemente con los romanos, pero también mostrar


firmeza en el disciplinamiento del pueblo eran dos tareas prioritarias, cuya
centralidad se advierte en varios pasajes. El éxito tebano en el siglo IV a.C.
se había debido no a la politeía sino a la virtud de dos líderes (ἡ τῶν
προεστώτων ἀνδρῶν ἀρετή), Pelópidas y Epaminondas (6.43.4-7). La
muerte del etolio Licisco, líder vicioso, había, por su parte, vuelto juicio-
sos y concordes a sus conciudadanos:

“el poder de las naturalezas de los hombres (δύναμις ἐν ταῖς τῶν ἀνθρώπων
φύσεσιν) es tan grande que la virtud o maldad de uno solo hace que no úni-
camente los ejércitos y las ciudades, sino también las confederaciones y, de
hecho, los diferentes pueblos que componen el universo conozcan por expe-
riencia los máximos bienes y los máximos males”. (32.4.2)1

No es extraño que el ateniense León, embajador enviado a Roma para


interceder en favor de los etolios, usara un argumento y un símil apropia-
do para aplacar al senado (21.31.7-16). El ateniense recurrió al símil del
mar y las multitudes, aclarando que el senado no debía enojarse con el
pueblo, puesto que Toante, Dicearco, Menestas y Damócrito eran los
responsables de haberlo agitado como vientos violentos. Finalmente, co-
mo aqueo, Polibio reconocía que la Confederación debía su éxito a su
politeía, pero también a sus líderes (2.40.1-2). Por ello, la provisión de
modelos individuales era tan importante para la propuesta didáctica poli-
biana, justamente porque podían intervenir para manejar, potenciar, o
atajar hasta cierto punto, el éthos colectivo de sus pueblos.
Otro aspecto que nos permite discernir el tema de las representacio-
nes colectivas es el del etnocentrismo cultural de Polibio. Por ejemplo,
entre los mercenarios griegos que habían llegado a Alejandría reclutados
por Sosibio, estaban Andrómaco de Aspendo y Polícrates de Argos, que
“estaban del todo habituados al impulso e ingeniosidad griegos en cada
empresa (συνήθεις δ’ἀκμὴν ὄντες ταῖς Ἑλληνικαῖς ὁρμαῖς καὶ ταῖς ἑκάστων
ἐπινοίαις)” (5.64.5). La idea de un mundo escindido entre griegos y bár-
baros, como hemos visto, seguía presente, así como también la idea de la
superioridad cultural griega, aunque ahora la frontera era más permeable.
¿En qué lugar ubicaba el historiador a los romanos dentro de esta polari-
dad? Algunos han creído reconocer en romanos y cartagineses una espe-
cie de tertium genus, que se habían convertido a su vez en puntos de refe-
1
Cf. 32.5.1-5.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 75

rencia para barbarizar a otros pueblos.1 Asdrúbal Barca, en efecto, según


Polibio, evaluaba que, en caso de ser derrotado por Escipión, tomaría to-
das las tropas que pudiera llevar consigo y marcharía a Italia reclutando en
el camino el mayor número posible de “bárbaros” (10.35.5). Polibio pare-
cía focalizar aquí, en efecto, en las operaciones mentales del general carta-
ginés, mostrando que, para un cartaginés, los celtas podían perfectamente
ser considerados bárbaros.
Pelegrín Campo buscó, al respecto, ofrecer una explicación para su-
perar el enfoque descriptivo tradicional, que, como en el caso de Foulon,
parecía anclarse en una obsesión cuantitativa por las apariciones del tér-
mino βάρβαρος asociado a los celtas.2 Sin embargo, ambos estudios son
deficitarios en su comprensión de la lógica narrativa dentro de la cual los
términos, o prácticas típicamente bárbaras, se mencionan. En las últimas
dos décadas, por el contrario, se ha comenzado a estudiar la relación con
las estrategias narrativas,3 lo que, por ejemplo, ha permitido advertir que
aunque Polibio jamás denominaba bárbaros a los romanos en estilo direc-
to,4 hay algunos pasajes en los que sospechosamente lo daba a entender.
Primero, en el libro 12, en la crítica a Timeo por pensar que la cere-
monia romana del sacrificio del caballo de octubre era un recuerdo del
odio contra el caballo de Troya (12.4b.1-4c.1), señalaba que se trataba de
una práctica muy común entre los demás bárbaros, incluyendo implícita-
mente en este colectivo a los romanos.5 Segundo, en un pasaje en el que
los mamertinos enviaban mensajeros a Roma para solicitar ayuda recu-
rriendo al motivo de su parentesco (ὁμόφυλοι) (1.10.2). En los capítulos
previos y posteriores, cuando el relato estaba enfocado en la perspectiva
de Hierón de Siracusa, los mamertinos son denominados βάρβαροι. Mu-
cho se discutió sobre si allí Polibio había cambiado de fuente escrita y, por
lo tanto, si la variación terminológica era o no un reflejo de esto.6 Pero
como Erskine ha argumentado, esta variación no puede entenderse sin
relacionarla con los objetivos expositivos y narrativos.7 Los distintos per-

1
Pelegrín Campo (2004: 49-50).
2
Foulon (2000; 2001).
3
Erskine (2000), Champion (2000; 2004), Baronowski (2011: 149-151).
4
Notado por Schmitt (1957/8: 4), quien se preguntaba “¿se había identificado
Polibio con estas observaciones? ¿Para él, eran los romanos bárbaros?”.
5
Champion (2000).
6
Laqueur (1913: 178-179), De Sanctis (1967: 223-224), HCP I: 53-54.
7
Erskine (2000: 173).
76 CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE Y ROMANIDAD

sonajes son testigos parciales de los acontecimientos, con perspectivas


limitadas frente a la visión omnisciente que monopoliza el propio histo-
riador, que es el único capaz de racionalizar esas visiones caóticas y parcia-
les de los hechos mediante sus intervenciones didácticas. Tercero, en un
fragmento de Polibio (23.13.2), conservado en un breve resumen de la
Suda, se elogia a Aníbal porque “recorrió numerosos pueblos bárbaros
(πλεῖστά τ’ἔθνη καὶ βάρβαρα διεξελθὼν)”, implicando quizá su recorrido
por Italia.
Han llamado también la atención desde Brandstäter en el siglo XIX los
discursos de tres griegos, Agelao de Naupacto (5.104.1-11), Licisco de
Acarnania (9.32.3-39.7), Trasícrates de Rodas (11.4.1-6.8), junto con la
exhortación de los mensajeros de Filipo V en Cinoscéfalas (18.22.8), to-
dos los cuales apelaban hostilmente a la retórica de la barbarie. Podría
tratarse, en efecto, de una estrategia oculta para canalizar la propia oposi-
ción de Polibio en contra de los romanos.1 Pero existen en la obra otros
discursos que, por el contario, hablan positivamente de estos. ¿Por qué
considerarlos, entonces, a priori como la expresión auténtica de la posi-
ción de Polibio, en perjuicio de los otros? Siguiendo a Champion, estos
discursos podrían ser entendidos mejor como un canal para la expresión
de distintos puntos de vista, como un verdadero esfuerzo por recrear el
estado de ánimo general en Grecia en el momento de la primera interven-
ción militar romana.2 Los discursos tienen que haber sido verosímiles y,
como ha señalado Baronowski: “Tales referencias no son invenciones
gratuitas del historiador antiguo. Pero él no dudó en incluirlas en su
obra”.3 La posición de Licisco y Trasícrates, por ejemplo, estaba diseñada
para debilitar la postura etolia en favor de la alianza con los romanos y,
dentro de esa estrategia, el recurso al lenguaje de la barbarie era válido.
Me inclino, entonces, por una flexibilización en la obra del criterio de
barbarie, que parece supeditarse al hecho de que las costumbres fueran o
no producto de un orden político cívico. En un pasaje destacable, en la
guerra de Cartago contra los mercenarios y sus aliados líbicos, Polibio
distinguía entre los caracteres “confusos y bárbaros” y “los que se han
moldeado en la educación, en las leyes y en las costumbres ciudadanas”
(1.65.7). En este caso concreto, los “civilizados” eran los cartagineses. En
la aristeía de Aníbal, Polibio elogiaba su capacidad como comandante, en
1
Brandstäter (1844: 250); cf. Mioni (1949: 115, n. 4).
2
Champion (2000a).
3
Baronowski (2011: 151).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 77

especial, por haber mantenido durante muchos años la lealtad y la disci-


plina de un gran ejército compuesto por hombres “que nada tenían en
común a excepción de la naturaleza humana, ni las leyes, ni las costum-
bres, ni el idioma (οἷς οὐ νόμος οὐκ ἔθος, οὐ λόγος, οὐχ ἕτερον οὐδὲν ἦν
κοινὸν ἐκ φύσεως πρὸς ἀλλήλλους)” (11.19.4).
No había diferencias de naturaleza entre los pueblos, sino exclusiva-
mente en las normas y prácticas culturales. El relativismo cultural, combi-
nado paradójicamente con una alta dosis de etnocentrismo, permitía te-
matizar problemas políticos tan típicos de la práctica y la experiencia grie-
ga como la dinámica de la relación entre autonomía y hegemonía dentro
de realidades geográfica y culturalmente muy diferentes. Lo griego seguía
siendo el estándar más elevado de civilización, pero había otros pueblos
que tenían ordenamientos políticos que impedían considerarlos strictu
sensu como bárbaros. Así, griegos y romanos, o incluso cartagineses, po-
dían aparecer en distintos contextos narrativos como exponentes del or-
den civilizado frente a las amenazas de una barbarie irracional. La situa-
ción era bastante diferente, sin embargo, en el momento en que los roma-
nos entraban en contacto violento con los griegos. Ambos pueblos no se
conocían aún profundamente, estaban en guerra, sus líderes tenían puntos
de vista limitados y se volvía inevitable un conflicto entre las prácticas
culturales romanas y griegas, como veremos a continuación.

UNA FRONTERA CULTURAL: LA TOMA DE EGINA

Desde las Guerras Ilíricas hasta el conflicto con los etolios y Antíoco
III fue grande la incertidumbre de los griegos sobre las consecuencias de
este violento contacto con una potencia poco conocida.1 En la obra, esta
situación daba pie a la construcción de una frontera cultural en la narrativa
que permitía presentar a los romanos, por primera vez en las Historias,
como un pueblo abiertamente “no griego”. En esos contextos narrativos,
las diferencias de interpretación, y los distintos puntos de vista atribuidos
a los personajes romanos y griegos, brindaban al público, que leía la obra
en la segunda mitad del siglo II a.C. un relato situado de la expansión ro-
mana hacia el mundo griego. En términos de Geertz, la narrativa contri-

1
Explícitamente aludo a la experiencia de incertidumbre, descripta por Gruen
(1986: 325-334), sentida por los griegos durante el siglo II a.C. frente a la renuencia
de Roma a ejercer un dominio directo.
78 CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE Y ROMANIDAD

buía a reproducir diferentes estructuras de interpretación, y a acentuar, en


ese sentido, el malentendido cultural que obligaba a los distintos actores a
involucrarse en situaciones que no eran las habituales.1
Probablemente uno de los episodios más impactantes al respecto es el
del intento de rendición de los macedonios en Cinoscéfalas, que termina
en una “involuntaria” masacre (18.26.9-12). Flaminino, persiguiendo a los
fugitivos de la batalla, había llegado hasta la cima de un collado donde se
encontraban unos soldados macedonios con sus sárisas en alto. Cuando el
procónsul finalmente entendió el sentido de este gesto, intentó infructuo-
samente frenar la matanza motivada por la ignorancia romana de esta
forma de rendición típica de los macedonios (ὅπερ ἔθος ἐστὶ ποιεῖν τοῖς
Μακεδόσιν). Polibio deja entrever que, quizá en forma optimista, en caso
de haber conocido el significado, Flaminino habría podido evitar la situa-
ción. Pero quizá fueran solo justificaciones para la brutalidad romana.2
Tito Livio suaviza a menudo la información, tal como hacía también en
este caso,3 lo que muestra que este tipo de escenas podían inquietar al
público latino y que eran incorporadas no por su valor dramático sino
porque proporcionaban información útil sobre la diferencia entre prácti-
cas macedonias y romanas, tal como se había expuesto a propósito de las
formas de acampar (18.18.2).
El desarrollo de una respuesta cultural activa ante la nueva presencia
de un “otro” conquistador es notable porque pone en jaque la idea asumi-
da por la historiografía de que los griegos nunca se interesaron por enten-
der al “otro”, rechazando sistemáticamente aprender, por ejemplo, otra
lengua.4 En los reinos helenísticos, los grecomacedonios exhibieron, sin
embargo, un fino interés por aspectos político-culturales de los pueblos
con los que interactuaban cotidianamente, lo que se tradujo en produc-
ciones literarias (y políticas), en las cuales los códigos culturales mixtos,
las “co-presencias”, creaban nuevos sentidos políticos compartidos.5 En el
plano militar, se ha afirmado también que los reinos helenísticos, Ptolo-
meos y Seléucidas en particular, estuvieron atentos a las técnicas militares

1
Geertz (1990: 24, 38).
2
Hammond (2001: 349, n.43).
3
Pianezzola (1969: 68-73).
4
Momigliano (1999: 21-22). En el siglo I a.C. algunos escritores griegos se
enorgullecían de haber aprendido latín para sus investigaciones en Roma: D.H.
1.3.2-3; D.S. 1.4.2-5; Woolf (2015: 147-151). Ver: Rochette (1997).
5
Stephens (2003), Kosmin (2014a).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 79

romanas y que, incluso, intentaron adoptarlas para enfrentarse a ellas con


más éxito.1 Es decir, no hay nada más alejado de la verdad que el mito de
los griegos encapsulados en su superioridad imaginaria, sin preocuparse
por lo que ocurría en su entorno.
Es cierto que la obra de Polibio es particular debido a su objetivo de-
clarado de narrar las conquistas romanas, pero no deja de ser significativo
que la gran mayoría de los pasajes referidos a un contexto de alteridad,
introducidos por un “de acuerdo con las costumbres de”, corresponda
generalmente a prácticas romanas.2 Las marcas de alienación cultural son,
en efecto, notables en pasajes correspondientes a la Primera y la Segunda
Guerra Macedónica.3 La idea de alienación cultural aquí expuesta, sin
embargo, difiere de la de Champion, en la medida en que implica una
mitigación de esta opción política en favor de un énfasis didáctico.4 Estas
situaciones que aparecen en la narrativa del contacto de Grecia con Roma,
aunque posiblemente reflejen cierta hostilidad de parte de algunos círcu-
los griegos, actuaban también como justificación ante el público de las
enseñanzas que sobre Roma se ofrecían más allá del libro 6.
Se ha observado que en algunos pasajes entre los libros 18-20 hay al-
gunas indicaciones casi “técnicas” sobre las diferencias entre las prácticas
romanas y griegas, pero la alteridad también se advierte en la perspectiva
de algunos de los rivales de Roma. Por lo tanto, existe un verdadero es-
fuerzo de centrar la focalización en las distintas perspectivas de los perso-
najes afectados de diferente modo por el contacto. Así, por ejemplo, ocu-
rre con los mensajeros de Filipo, que instan al rey a entablar combate del
siguiente modo: “Los bárbaros no nos resisten (οὐ μένουσιν ἡμᾶς οἱ
βάρβαροι)” (18.22.9; cf. Plu., Flam. 5.5). En ese contexto narrativo el uso
de la barbarie concuerda posiblemente con la perspectiva del personaje
implicado, Filipo, quien pudo haber explotado en los años anteriores el

1
Sekunda (1994; 1995).
2
Dubuisson (1985: 276-277).
3
Muchos de estos pasajes, y su interpretación general como estrategia discursi-
va de alienación cultural frente a Roma, fueron individualizados por Champion
(2000a: 435).
4
En particular, el peso que Champion (2000a: 437) pone en los discursos de
personajes griegos (Agelao, Licisco y Trasícrates) que presentaban a los romanos
como bárbaros. Rechazo de los discursos insertos en las Historias como modo de
acceder a la opinión de Polibio, y atenuación de la importancia de la noción de
barbarie en favor de etnicidad y ética civilizadas de los romanos: Schmitt
(1957/1958: 4-8), HCP II: 176, Musti (1974: 131).
80 CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE Y ROMANIDAD

motivo de la defensa de Grecia contra una horda bárbara, en este caso, la


romana (Liv. 31.29.15-16). Licisco, o incluso Agelao, habían intentado
mostrar lo mismo: un rey macedonio a la cabeza de los griegos y defen-
diéndolos contra la amenaza bárbara. Pero la acusación de barbarie en ese
tipo de contextos era un arma arrojadiza en ambas direcciones: los emba-
jadores atenienses, presentes en la misma asamblea etolia, replicaron que
era más bien Filipo el que se comportaba como un bárbaro (Liv. 31.30.4).
Polibio reconocía la plausibilidad de estas acusaciones para su público,
que podía caer en la tentación de utilizar este recurso contra los romanos,
como pudo haber ocurrido durante la Guerra Aquea.1 En época imperial,
Plutarco reparaba justamente en lo peligroso que era para los griegos el
recuerdo de sus gestas contra los bárbaros de Maratón, Eurimedonte y
Platea (Plu., Mor. 814 A-C).2 Pero también es posible que Polibio estuvie-
ra sorprendido además por algunos de los comportamientos romanos
brutales. Por ejemplo, durante la campaña previa del cónsul P. Sulpicio
Galba, que narra Tito Livio sobre material polibiano,3 los soldados mace-
donios se aterrorizaron al observar los cuerpos desmembrados y los tajos
producidos por el gladius Hispaniensis en sus compañeros caídos en el
combate (Liv. 31.34.4). Según Harris, que liga esta presentación con la
explicación de las prácticas de saqueo en Cartago Nova (10.15-16), el
pasaje debió ser aún más impactante en el texto de Polibio.4
Esta brutal costumbre romana (τὸ παρ’ αὐτοῖς ἔθος) revelaba su alteri-
dad con respecto a los asaltos griegos (10.15.4; 16.1), destacando de to-
dos modos su orden, lógica y disciplina, que eran impropias de bárbaros.5
Erskine ha ligado de manera razonable esta descripción con la interven-
ción de Trasícrates ante la asamblea etolia, que había puesto el acento, al
parecer, en el salvajismo y en la barbarie romana durante el saqueo de

1
Thornton (2010: 69-71; 1999: 619-620, n.157).
2
Desideri (1986: 373, 379).
3
Briscoe (1973: 140).
4
Harris (1985: 52, n. 5). Cf. Toynbee (1965: 438). No se trata solo de un énfa-
sis en el armamento, sino que el quosque viros mostraría el espanto macedonio ante
hombres capaces de cometer esos actos. Cf. Eckstein (2006: 200-205).
5
Erskine (2000: 181-182) en el saqueo de Cartago Nova (10.15.5), y en su
paralelo con la explicación de la deisidaimonía romana (6.56.9), nota que, tanto en la
guerra como en la religión, la barbarie romana es racionalizada. Por su parte, para
Eckstein (1987: 179, 185), Polibio no pretendía tematizar la brutalidad excepcional
de los romanos, sino su sorprendente disciplina.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 81

ciudades griegas (11.5.6).1 En el contexto de las primeras intervenciones


romanas en territorio griego, lo dicho por el rodio podía resultar absolu-
tamente lógico. El público griego, que podía compartir este punto de vis-
ta, tenía que redimensionar esta brutalidad. No debía asimilarse una fría
lógica romana, que ponía supuestamente en práctica una operación calcu-
lada para aterrorizar a los enemigos, con la barbarie irracional de los cel-
tas, cuyo brutal saqueo de Calión (279 a.C.) debía aún estar vivo en la
memoria histórica (Paus. 10.22.3-4).
No es el único episodio en el que se acentúa una distancia cultural. Un
breve resumen de un acontecimiento del 210 a.C. poco después de la
conquista de la ciudad aquea de Egina (9.42.5-8),2 muestra que, en cum-
plimiento del tratado firmado con los etolios, P. Sulpicio Galba había dis-
puesto embarcar a los prisioneros eginetas para venderlos como esclavos.
Estos le rogaron que les permitiera buscar “rescate en las ciudades de lina-
je afín” (πρὸς τὰς συγγενεῖς πόλεις περὶ λύτρων), lo que chocó con la nega-
tiva inicial del romano, que les contestó con dureza que ya “eran esclavos
(δούλους γεγονότας)” y no tenían derecho a solicitar nada. Al día siguien-
te, sin embargo, habiendo cambiado de opinión, comunicó que, aunque
los eginetas no merecían piedad, les permitiría enviar legados a las ciuda-
des en busca de rescate: “solo en atención a los griegos restantes... puesto
que es habitual entre estos (τῶν δὲ λοιπῶν Ἑλλήνων ἕνεκα... ἐπεὶ τοῦτο παρ’
αὐτοῖς ἔθος ἐστίν)”. Los romanos parecían haberse adaptado rápidamente,
por lo tanto, al lenguaje evergético dominante en las relaciones interesta-
tales en las que un rey buscaba mostrar su inclinación y disposición para
otorgar beneficios no a una pólis en particular, sino a “todos los griegos”.3
Sulpicio Galba actuó de forma brutal en Grecia durante el resto de su
campaña, habiendo comenzado la misma con el saqueo de Egina y termi-
nado con el de Dime en el marco de una firme política de “terrorismo”
contra los aliados griegos de Filipo V.4 Champion ve en el pasaje de Poli-
bio, o más bien en el resumen, la presentación de la virtud moral romana
en los asuntos interestatales, la φιλανθρωπία.5 Nuevamente, atender a las

1
Erskine (2000: 181).
2
Los problemas de datación: HCP II: 186.
3
Ma (1999: 187-188).
4
Sobre esta campaña de Sulpicio Galba: 9.42.5-8; 11.5.8 (Oreo y Egina); Paus.
7.17.5, Liv. 32.22.10, App., Mac. 7 (Dime). La idea de “terrorismo” como ins-
trumento tanto de Sulpicio Galba como Flaminino: Eckstein (1976: 126).
5
Champion (2004: 147).
82 CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE Y ROMANIDAD

perspectivas de los personajes, y a la focalización, puede ser útil para en-


tender de forma más profunda su sentido. Antes de ello, es necesario, sin
embargo, explicar qué entendían los griegos helenísticos por φιλανθρωπία,
lo que va a ser útil para contrastar con la perspectiva de Sulpicio Galba.
Este término aludía a un conjunto de ideales, actitudes y acciones de
reyes, funcionarios o particulares llevadas a cabo en favor de comunidades
o individuos.1 En época helenística se había vuelto una virtud ideal, aso-
ciada principalmente a los reyes, en quienes se valoraba su “magnanimi-
dad” (μεγαλοψυχία) y “generosidad” o “humanidad” (φιλανθρωπία), que
es uno de los vocablos más comunes en las inscripciones referidas a los
reyes,2 pero también a las póleis en sus tratos con otras póleis.3 El término
se volvió muy frecuente desde la baja época helenística para caracterizar el
evergetismo de las élites cívicas, o del propio emperador romano más tar-
de.4 Como Leitmotiv propio de la ideología real, la φιλανθρωπία puede
remontarse a la Carta de Isócrates a Alejandro Magno (342/1 a.C.).5 En
la Carta a Filócrates, por su parte, se observa que la φιλανθρωπία y el afecto
hacia el pueblo eran las virtudes cardinales que todo rey debía cultivar
(Ep., Arist. 265):

“Es obra de un tirano gobernar con despotismo a quienes le rechazan, cau-


sándoles daño por medio del terror, siendo objeto de odio y odiando a los
subordinados; de un rey, en cambio, es el dirigir y mandar a quienes le acep-
tan, haciendo el bien a todos, amado por su beneficencia y su humanidad
(διὰ τὴν εὐεργεσίαν καὶ φιλανθρωπίαν ἀγαπώμενον)”. (5.11.6)6

Se trata de un típico lenguaje político helenístico,7 pero también de


una reflexión filosófica griega y romana sobre la tiranía entendida como
régimen opuesto al reino.8 Aristóteles, por ejemplo, consideraba que solo
podía llamarse rey a quien hubiera proporcionado beneficios a las ciuda-

1
De Romilly (1979: 230).
2
Walbank (2006: 83), Schubart (1936-1937).
3
Gray (2013: 152).
4
Martin (1961), Hunger (1963), Lafond (2006: 47-49), Préaux (1961: 263-
264, 285).
5
Φιλάνθρωπος, φιλαθήναιος, φιλόσοφος: Isoc., Ep. 5.2; Muccioli (2013: 365).
6
Cf. Virgilio (2007: 63).
7
Tiranía y realeza en Polibio: Welwei (1963: 162-171).
8
HCP I: 549. Cf. Pl., R. 417 B; Cic., Rep. 2.45; etc.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 83

des o a los pueblos (Arist., Pol. 1286b11; 1310b35).1 El uso de este len-
guaje político, como formación conceptual históricamente situada, permi-
te comprender, por ejemplo, por qué los íberos saludaron a Escipión Afri-
cano como rey tras haber sido caracterizado por el historiador previamen-
te como un hombre naturalmente εὐεργετικὸς o “benefactor”.2 Escipión es
en la obra un romano particularmente predispuesto a la φιλανθρωπία
(10.34.9, 38.3; 21.4.3; 38.20.11),3 con lo que se le atribuía una cualidad
real típicamente helenística, y también decididamente romana por su cle-
mentia. Este tipo de transposiciones culturales de virtudes romanas y grie-
gas no son extrañas en la obra. Quizá en esa dirección debamos leer las
palabras de Flaminino a Alejandro de Etolia, cuando el parcere subiectis et
debellare superbos se transpone en clave político-cultural griega en la afir-
mación de que los romanos, al combatir, siempre debían ser corajudos y
altivos (ἡττωμένους δὲ γενναίους καὶ μεγαλόφρονας), mientras que, al ven-
cer, debían comportarse de forma moderada, benigna y humanitaria con
los vencidos (νικῶντάς γε μὴν μετρίους καὶ πραείς καὶ φιλανθρώπους)
(18.37.7).4
Erskine ha mostrado que la elección de este Escipión y de su modelo
de construcción de la hegemonía sobre los íberos servía al historiador,
además, a los fines de ilustrar a su público la importancia de la εὔνοια de
aliados y súbditos.5 Polibio también lo ilustra con el ejemplo de la casa
real macedonia y sus relaciones con los griegos: Filipo V y los etolios, Fili-

1
Lévy (1996).
2
Escipión “rey”: 10.40; beneficios a los jefes íberos (10.34.2-35.2, 37.7-38.3),
εὐεργετικὸς (10.3.1, 5.6). Ver: Gauthier (1985: 40-41). Musti (1974: 135) pensaba
que había una campaña en Roma contra Escipión y que el elogio excesivo apuntaba
a contrarrestarla. Lo embarazoso del título real se adivina en las palabras que Livio
(27.19.5) atribuye a Escipión (regium nomen alibi magnum, Romae intolerabile esse),
de todos modos, como apunta Walbank (HCP II: 252), la referencia parece políti-
camente helenística.
3
“La clemencia de Roma, en Polibio es esencialmente la clemencia de Escipión
el Africano”: De Romilly (1979: 240, 246). Pero hay diferencias entre la clementia
romana y la práctica de Escipión, v.g., en el caso de Cartago Nova: Pianezzola (1969:
68-73).
4
Cf. 27.8.8 (παρὰ Ῥωμαίοις ἔθος καὶ πάτριον ἐστι). Anquises a Eneas: Verg., Aen.
6.853.
5
La ὕβρις de los comandantes cartagineses y la pérdida de la εὔνοια de sus alia-
dos: Erskine (2005a: 229-235). Cf. De Romilly (1979: 240), que pone el acento en
el paralelo con la clementia, aunque reconoce que hay una lección de orden general
pensada por Polibio.
84 CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE Y ROMANIDAD

po II y los atenienses y Antígono Dosón y los espartanos (5.9-10). Filipo


II y Antígono, en efecto, se presentan como perfectos exponentes de la
φιλανθρωπία por su comportamiento moderado tras sus victorias, lo que
permite contraponer sus figuras a la de Filipo V.
Pero los límites entre la ideología y la práctica no son despreciables. Se
esperaba que los vencedores se comportaran idealmente de forma mode-
rada, aunque en la práctica tuvieran una cierta libertad para decidir sobre
el destino de los vencidos. Ello tenía como resultado que la esclavización
en masa formara siempre parte del horizonte de expectativas para los ven-
cidos (Arist., Pol. 1255a; Pl., R. 468a; cf. 2.58.10). Un estudio sobre la
suerte de la población griega de cien sitios fortificados capturados por
enemigos ha mostrado que en casi un 60% de los casos el destino había
sido terrible: veinticinco casos de masacres, treinta y cuatro de esclaviza-
ción en masa.1 Ahora bien, la opinión pública griega también limitaba la
libertad de actuar del vencedor, que se inclinaba por ello generalmente a
cobrar un rescate para lograr un mayor beneficio económico y un incre-
mento de prestigio social.2 Pero la realidad es más compleja. Por ejemplo,
según Jenofonte, tras conquistar Babilonia, Ciro había dicho que era
completamente habitual que las personas y sus propiedades pasaran a
poder de los vencedores y que si esto no ocurría se debía únicamente a la
generosidad (φιλανθρωπία) del vencedor (Xen., Cyr. 7.5.73). Como seña-
la Payen, si bien Jenofonte reconoce la justicia de este razonamiento, lue-
go, como comandante, él mismo no arenga a sus hombres para que emu-
len este comportamiento, sino que acentúa sus derechos totales otorgados
por la victoria (Xen., An. 5.6.32).3
Un comportamiento moderado similar se atribuye en las Historias a
Arato, al menos durante la primera toma de Mantinea, cuyos habitantes se
habrían salvado gracias a su generosidad (διὰ τὴν Ἀράτου καὶ τῶν Ἀχαιῶν
εἰς αὐτοὺς φιλανθρωπίαν) (2.57.8). Su posterior esclavización en masa,
por el contrario, durante la segunda secesión de la ciudad, se percibía co-
mo justa, según Polibio, debido a las mismas supuestas “leyes de la guerra”
(κατὰ τοὺς τοῦ πολέμου νόμους ὑπόκειται παθεῖν) (2.57.10). Pero ni Filar-
co, ni Plutarco compartieron su punto de vista (ἐδόκει δὲ καὶ τὰ περὶ
Μαντίνειαν οὐχ Ἑλληνικῶς διῳκῆσθαι τοῖς Ἀχαιοῖς) (Plu., Arat. 45.6).4

1
Ducrey (1982: 141).
2
Pritchett (1991: 245-312), Bielman (1994: 278-282).
3
Payen (2012: 94).
4
Rostovtzeff (1998: 194).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 85

Magnánimo y humano (μεγαλοψύχως καὶ φιλανθρώπως) se había compor-


tado también Antígono Dosón en Esparta luego de Selasia, cuando la ciu-
dad estaba a su merced y, de todos modos, se abstuvo de cometer excesos
(2.70.1).1
Volviendo a los prisioneros eginetas, el resumen solo registra la deci-
sión tomada tras la conquista de la ciudad, que era un tema muy impor-
tante para la historiografía helenística.2 Licisco, en su discurso ante los
espartanos, también en el libro 9, revelaba la vigencia de esta sensibilidad
por el motivo, al menos en el caso de la suerte corrida por las mujeres y los
niños de Anticira (9.39.2-3).3 Grecia continental estaba hasta cierto punto
desacostumbrada a la esclavización en masa de griegos, que no parece
haber ocurrido en el siglo entre la destrucción de Tebas y la conquista de
Mantinea (335-223 a.C.).4 Pero solo tenemos la queja de los eginetas y la
respuesta del procónsul. Nada sabemos de lo ocurrido antes y solo un
poco de lo ocurrido después podemos vislumbrar. En ese contexto, ¿en-
tendía Sulpicio Galba, como personaje, la lógica de la práctica consuetu-
dinaria griega? Dar una respuesta afirmativa implicaría pensar a priori en
una atribución a este romano de un punto de vista menos limitado que el
de otros personajes. No bastaría con que Sulpicio refiriera a su
φιλανθρωπία, entonces, sino que sería necesario ver si su concepción con-
cordaba con las tradiciones helenísticas.
En principio, el romano solo había permitido a los eginetas ir en bús-
queda de rescate entre las comunidades vecinas, un favor limitado si lo
comparamos con Arato y Antígono, quienes habían levantado sin pago la
amenaza de esclavitud sobre poblaciones vencidas. En ese sentido, las
posibles diferencias de perspectiva pueden advertirse en el recurso a
ejemplos del pasado griego. Filipo II, tras la victoria de Queronea (338
a.C.), tuvo un gesto central para ganarse la εὔνοια de los atenienses derro-
tados: “liberó a los prisioneros de guerra sin exigir rescate (χωρὶς λύτρων
ἀποστείλας τοὺς αἰχμαλώτους)” (5.10.4; 22.16.2; cf. D.S. 16.87.1-3). Este
testimonio, de historicidad dudosa, cimentó su fama de φιλανθρωπία en-
tre los griegos (5.10.1), sobre todo en la obra, como modelo para los ro-

1
Uno de los vicios de Filipo II, según Teopompo, era tomar arteramente ciuda-
des y reducir a esclavitud a sus habitantes (8.9.3; cf. 9.28.3).
2
Paul (1982).
3
Se repitió en 171 a.C. en Haliarto, cuando C. Lucrecio vendió a 2500 habitan-
tes: Liv. 42.63.10-12, Eckstein (1995: 262, n. 86).
4
Ducrey (1968: 75), Kiechle (1958: 149).
86 CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE Y ROMANIDAD

manos de ejercicio responsable de la hegemonía.1 La concepción de


φιλανθρωπία de Polibio es muy cercana al comportamiento atribuido a
Filipo II y se aleja decididamente, por lo tanto, de la perspectiva de Sulpi-
cio Galba. Filipo V también ofreció a Élide devolverle los prisioneros sin
rescate en caso de que estos aceptaran firmar una alianza con él (4.84.4) o
afrontó el pago por el rescate de los ciudadanos aqueos esclavizados en
Dime (Liv. 32.22.10). Estas acciones evergéticas no eran altruistas, por lo
tanto, sino que perseguían generar obligaciones morales recíprocas, al
tiempo que una liberación sin rescate de prisioneros reafirmaba la imagen
pública del vencedor.2 En efecto, el gesto de Filipo para con los dimeos no
sería olvidado por ellos en momentos difíciles para el rey (Liv. 32.22.9-
10).
La diferencia de puntos de vista es más notoria si se observa que la pre-
tensión de actuar humanamente es puesta solo en boca del procónsul,
mientras que, en los casos de Arato, Antígono y, particularmente, Filipo
II, es Polibio quien las juzgaba de ese modo. Además, la ulterior interven-
ción de Casandro de Egina ante la asamblea aquea (185 a.C.), por si fuera
poco, no daba cuenta de ningún agradecimiento para con el romano. Por
el contrario, daba a entender que la ciudad había sido finalmente esclavi-
zada (ἐξηνδραποδίσατο) (22.8.9-10).3 En ese dramático momento, de
contacto militar y diplomático, lo que romanos y griegos entendían por
φιλανθρωπία podía diferir.
Se sabe –fundamentalmente a partir de los relatos de las tomas de
Morgantina, Siracusa y Tarento– que los romanos no gozaban de buena
fama y que los griegos contemporáneos consideraban que su comporta-
miento en la guerra habría sido brutal.4 Además, la esclavización en masa
de griegos siempre había sido un tema espinoso y, en el contexto de la
Primera Guerra Macedónica, se había vuelto sensible para la opinión pú-
blica. En su discurso, Licisco ponía el acento en dos cuestiones: la alianza
de los etolios con unos bárbaros y en cómo esta alianza había permitido
que estos esclavizaran a Grecia (9.37.7). Los habitantes de Anticira ha-
bían sido esclavizados con ayuda romana (ἐξανδραποδισάμενοι μετὰ
Ῥωμαίων αὐτήν), siendo mujeres y niños deportados para sufrir la suerte
de los que caían bajo potestad extranjera (πάσχειν τοῖς ὑπὸ τὰς τῶν

1
Lehmann (1989/90: 75-77).
2
Ducrey (1968: 330-332).
3
Cf. Dmitriev (2011: 146).
4
Champion (2000a: 428).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 87

ἀλλοφύλων πεσοῦσιν ἐξουσίας) (9.39.3). Trasícrates decía a los etolios


“que combaten para esclavizar y arruinar a Grecia (πολεμεῖτε δ᾽ ἐπ᾽
ἐξανδραποδισμῷ καὶ καταφθορᾷ τῆς Ἑλλάδος)” (11.5.2), increpándolos
por el incendio de poblaciones y la esclavización de personas aun cuando
estos sabían que eso era cruel y bárbaro (νομίζοντες ὠμὸν εἶναι τὸ τοιοῦτο
καὶ βαρβαρικόν)” (11.5.6). No hay sorpresas en cuanto al ejemplo usado
por el rodio, que es el de los romanos y su trato infligido a oreítas y egine-
tas (11.5.8).
Al referir los discursos en estilo indirecto, Polibio podía recortar pasa-
jes históricamente significativos e introducir en ellos su propia perspectiva
y comprensión de los hechos.1 Ello no implica que estos discursos deban
ser considerados como prorromanos o antirromanos prima facie, puesto
que un tipo de abordaje en esos términos desviaría el foco de la cuestión
de una obra en condiciones de ser leída tanto por griegos como por ro-
manos.2 La pregunta debe ser, más bien, ¿cuáles eran los efectos situacio-
nales que se pretendía generar en el público al leerlos? El caos de la inter-
vención romana en Grecia requería cierto orden explicativo. Había postu-
ras políticas encontradas, un variado uso del discurso de la barbarie y, so-
bre todo, una limitada comprensión de los instrumentos diplomáticos no
escritos e informales. En ese contexto, el caos de perspectivas, percepcio-
nes e interpretaciones de los personajes buscaba imitar el caos del mo-
mento histórico a la vez que daba mayor autoridad a las intervenciones
“esclarecedoras” del historiador en su faceta de narrador omnisciente.

CONCLUSIÓN PRELIMINAR

Diversas figuras literarias, referencias y orientaciones nos hacen des-


cubrir en Polibio a un heredero de la tradición cultural de la historiografía
griega. Las orientaciones en el plano discursivo, cultural, geográfico, histó-
rico y literario revelan el interés de un griego por hacer comprensible la
nueva realidad de un mundo mediterráneo donde para actuar era necesa-
rio conocer al nuevo poder. La explicación de la conquista romana enfren-
tó al historiador fundamentalmente con un problema de traducción para
componer una imagen del mundo romano en clave griega. Esto abre una
nueva mirada para un viejo problema historiográfico, como es el de la
1
Champion (1997: 112-117).
2
Champion (2000: 1).
88 CARÁCTER COLECTIVO, BARBARIE Y ROMANIDAD

relación de Polibio con el fenómeno del imperialismo romano, y para


cuestionar la tesis de la “conversión”, que lo imagina aculturado, “romani-
zado”, domesticado. Como señala Gruen en el epígrafe, la energía del
mundo griego sobrevivió a la llegada de Roma, por lo que no deberíamos
creer que una historia escrita en clave griega para capturar el sentido de la
expansión romana fuera una acción políticamente pasiva.
Al mismo tiempo, Polibio mostraba una profunda sensibilidad por re-
construir las relaciones entre romanos y griegos de forma coherente y
funcional de acuerdo con la situación de frontera cultural que identificaba
en su época. En ese contexto, de violento contacto, la acusación de barba-
rie tenía poco sentido y, cuando ocurría en la narrativa, reflejaba general-
mente la opinión particular de un personaje griego en una coyuntura his-
tórica particular. Polibio intentó “reconstruir” el dramatismo del momen-
to histórico con un ojo puesto en su objetivo didáctico primario de formar
a las élites políticas griega y romana, mediante la provisión de ejemplos
prácticos para actuar en ese mundo complejo.
Uno de sus personajes, Sulpicio Galba, había vislumbrado la impor-
tancia de una práctica diplomática griega informal y se había preocupado
por cómo su accionar podía repercutir en la imagen general de los roma-
nos entre los griegos. A pesar de su “intención”, su φιλανθρωπία era el
producto de una limitada perspectiva, al menos, si se la compara con
ejemplos de la historia griega que el propio Polibio proponía, tales como
Arato, Antígono y Filipo II. ¿Los romanos eran construidos, entonces,
como bárbaros con los que no podía negociarse? No, al menos si pensa-
mos en la barbarie como parte de un discurso hostil. Hartog ha señalado
que el término bárbaro no era más que un flatus vocis sin valor específico
para el historiador aqueo, pero se trata de una afirmación extrema.1 Lo
más importante es advertir una distinción entre la concepción de barbarie
del propio historiador y la de sus personajes.
Polibio conocía la reputación de los romanos. La brutalidad de sus
prácticas en la guerra ayudaba a apuntalar esta construcción política de la
barbarie y ello obligaba al historiador a buscar proporcionar un marco
racional al público griego a partir del cual percibir lo alejados que los ro-
manos estaban de ser simples “bárbaros”. Los griegos eran, en efecto, ver-
daderos jueces de la política romana, tal como sucede con las famosas
cuatro opiniones sobre el rumbo de la política romana expuestas en el

1
Hartog (1999: 227).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 89

libro 36. En el contexto histórico-narrativo del encuentro en territorio


griego, Polibio hábilmente supo construir y, consecuentemente, mostrar
los limitados puntos de vista de ambos pueblos, buscando colocarse como
historiador omnisciente por encima del conjunto de reducidas perspecti-
vas para resituar en un plano más racional el problema del encuentro cul-
tural con el objetivo de limitar los efectos retóricos del uso político del
motivo de la barbarie.
II

MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

El sistema interestatal mediterráneo entre los siglos III-II a.C. era violento
y anárquico, con una abierta competencia militar desregulada entre los
Estados.1 Aunque algunos autores han imaginado un cierto equilibrio de
poder tras la batalla de Corupedio (281 a.C.),2 la guerra parece haber sido
un fenómeno más bien endémico incluso durante los siguientes dos si-
glos.3 Cualquier balance de poder, en efecto, resultaba imposible en un
mundo en el que la guerra proporcionaba legitimidad, recursos y seguri-
dad a los endebles reinos herederos de Alejandro.4 Hasta la victoria roma-
na en Pidna, Antigónidas, Ptolomeos y Seléucidas tuvieron generalmente
la iniciativa en los conflictos a gran escala, pero los demás Estados helenís-
ticos, medianos y pequeños, también se mostraron activos. En este con-
texto fue (re)fundada la Confederación Aquea en el norte del Peloponeso
(c. 281 a.C.), la cual junto con Rodas, Pérgamo y la Confederación Etolia,
pertenece al selecto grupo de las potencias helenísticas medianas (Mit-
telmächte).5 Su política osciló siempre dentro de unos reducidos márgenes
de maniobra, tratando de mantener una relativa autonomía frente a Mace-
donia y Roma, y, al mismo tiempo, de establecer una agresiva expansión,
puesto que el imperialismo antiguo era frecuente incluso entre las más
pequeñas póleis, que competían entre sí por controlar tierras, recursos y
lugares estratégicos.6

1
Eckstein (2006: 79-117).
2
Will (2006: 61), Walbank (1967: 108).
3
Entre 323-160 a.C. hubo solo seis años de paz entre las grandes monarquías,
con la guerra como un “estado endémico”: Lévêcque (1968: 279).
4
Austin (1986). Contra la idea de “balance de poder”: Ma (2000: 337).
5
Koehn (2007: 12-16), Bastini (1987).
6
Ma (2000: 349-353), Chaniotis (1996).
92 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

Los márgenes de maniobra para los medianos y pequeños poderes, en


ese sentido, dependían en buena medida de la capacidad que pudieran
desplegar para explotar las rivalidades entre las grandes monarquías, así
como también para coordinar esfuerzos entre sí. Por ejemplo, la coopera-
ción entre aqueos y etolios, entre los años 235-229 a.C., mantuvo en jaque
a los Antigónidas.1 Incluso, se podía recurrir a la alianza estratégica con
una gran potencia, como ocurrió con los aqueos y Antígono Dosón a par-
tir de 224 a.C. porque la violencia sistémica interestatal obligaba a las
grandes monarquías a buscar apoyos inclusive entre las pequeñas póleis,
que así podían encontrar mejores opciones para mantener sus magros
márgenes de autonomía en el marco de una alianza.2
La alianza con Macedonia fue hábilmente balanceada en su primera
etapa por Arato, quien pudo evitar así un dominio macedonio rígido.3 Lo
mismo podría afirmarse de las expectativas aqueas cuando Aristeno optó
por Roma (198 a.C.).4 Pero esto no significa que los medianos y peque-
ños Estados griegos tuvieran total libertad. El habitus de Polibio, entendi-
do como una disposición para actuar y pensar, se conformó en un sistema
interestatal helenístico en el que la Confederación Aquea ocupaba una
posición subordinada, por lo que es entendible que se interesara en el
funcionamiento de la dinámica entre poderes hegemónicos y Estados que
defendían su autonomía desde la perspectiva de estos últimos. Los aqueos
son su primer ejemplo, en el que se advierte además cierta identidad co-
lectiva propia del discurso de un aqueo, por medio del cual intenta mos-
trar a su público cómo actuar en un contexto interestatal difícil.

LA CONFEDERACIÓN AQUEA

La perspectiva de Polibio es la de un griego del Peloponeso y, más es-


pecíficamente, de un aqueo, lo que lo condujo a incluir una larga digresión
histórica sobre su patria, que los estudiosos denominan Achaica (2.37-
70). Al respecto, no se conoce con exactitud el momento de su composi-
ción, aunque existe alguna evidencia de que pudo ser el resultado de una

1
Grainger (1999: 217-243).
2
Carlsson (2010: 22-23, 61, 84, 99). Las pequeñas póleis clásicas que tenían
que maniobrar entre las grandes: Rhodes (1993: 174).
3
Walbank (1967: 16-17).
4
Gruen (1986: 444-446).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 93

redacción independiente con respecto al plan original de la obra.1 En


cualquier caso, los libros 1-2 habrían sido publicados antes de la Guerra
Aquea, cuando la Confederación aún existía.2 Su inserción constituía una
operación de memoria y de identidad, que perseguía la inclusión del his-
toriador, y de su propia perspectiva, en la temprana historia aquea y, en
particular, asociarlo como hombre de acción con Arato, Filopemén y Li-
cortas. Además, por su contenido histórico, e ideológico, es razonable
pensar que el relato estuviera pensado a la luz de la unificación del Pelo-
poneso alcanzada por los aqueos a comienzos del siglo II a.C., por lo que
no sería reducible a una mera prolepsis narrativa, para adelantar informa-
ción, sino que implicaría un verdadero intento de inscripción del presente
en el pasado como política de identidad.3 Su inserción permitía, entonces,
entender y justificar el presente de los aqueos.
Se puede hablar de identidad en el mundo griego de forma solamente
limitada, pues, nuestro acceso a su estudio está definido por la propia ima-
gen que sobre sí mismos los escritores antiguos buscaron compartir con
su público, lo que únicamente permite conocer aspectos públicos que
tienen que ver con un sector reducido de la élite masculina.4 Los hombres
tienen diferentes roles, a menudo contradictorios, y, como muestran las
distintas teorías sobre la identidad social, los mismos coinciden con los
contextos sociales en los que se mueven.5 Por lo tanto, es difícil hablar de
una identidad, cuando solo tenemos acceso a una de sus facetas. Solo co-
nocemos el modo en el que se presentan ante otros a través de la narrativa,
su autorrepresentación, que constituye un esfuerzo por construir una
identidad autorial y proyectar una persona determinada al público.6
En el caso de Polibio interesan tres dimensiones de su identidad, la
cultural, la étnica y la política, en tanto se trata de un historiador griego,

1
Aymard (1938: 7), Larsen (1968: 82). Sobre 2.37-70: HCP I: 215-216, Musti
(1972: 1116, n. 6), Baronowski (2011: 177). En tres pasajes (1.3.7-10; 3.32.2-3;
39.8.4-6) se discute el carácter de los libros introductorios sin mencionar esta sec-
ción. Tanto Laqueur (1913: 10-11), como Gelzer (1964: 123-154) consideraron
que se trataba de una inserción posterior al 146 a.C. Por su parte, Treu (1954/5:
219-228) creía que era parte del encomio de Filopemén. Como destaca Walbank
(HCP I: 215), solo tenía sentido si la Confederación aún existía.
2
Ferrary (1988: 279-281). Cf. Lehmann (1974: 188-192).
3
Friedman (1992).
4
Schmitz (1997).
5
Shibutani (1962).
6
Greenblatt (2005).
94 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

arcadio y aqueo. Su adscripción al helenismo, como hemos visto, consti-


tuye una identidad expresada de forma más difusa y menos intensa, sobre
todo, en época helenística, cuando esto puede permitirle dirigirse a un
público mediterráneo más amplio helenizado. Frente a esta difusa identi-
dad cultural aparece una identidad regional y étnica, más vigorosa, más
exclusiva y excluyente, como arcadio, tal como se advierte en su digresión
autoetnográfica del libro 4 sobre Arcadia.1 Junto a estas, existe una tercera
dimensión de la identidad, como parte esencial de la autorrepresentación,
aquella como líder político aqueo. Esta identidad de “ser aqueo”, que ex-
ploraremos a continuación, requiere incursionar en uno de los capítulos
más importante del federalismo en el mundo antiguo.
El mayor hito histórico mencionado en la Achaica es, en efecto, la
adopción por la totalidad del Peloponeso del nombre “aqueo”, que en
época helenística había perdido su sentido estrictamente étnico-regional
hasta el punto de que este carácter, ἐθνικῆς συμπολιτείας, aparece en un
solo pasaje (2.44.5).2 En las Historias “ser aqueo” está relacionado con la
pertenencia a una estructura estatal federal, pero también a la incorpora-
ción de marcas identitarias distintivas: sentido democrático, antitiránico y
autonomista. Siendo arcadio, lo que se advierte en algunos aspectos de su
lengua escrita,3 Polibio no solo no se detuvo en el estudio de la antigua
Confederación Arcadia, sino que incluso optó por defender a los aqueos
en un asunto tan polémico como el de la devastación de Mantinea.4 Sí
asumió, en cambio, la tarea de definir discursivamente “lo aqueo” como
fenómeno político, estableciendo un vínculo entre la Confederación y un
territorio específico, el Peloponeso, apelando para ello a elaborar una his-
toria común.
El nombre Ἀχαιός, aún con un sentido estrictamente étnico adscripto
a una región del norte del Peloponeso, aparece en algunos testimonios del
siglo V a.C.5 A partir de c. 370/360 a.C. se dan las primeras acuñaciones

1
Cf. 4.20-21. Es posible reconocer la reacción de un arcadio al estereotipo co-
mún del arcadio montañés: Bohak (2005: 207-208).
2
Pascual (2007: 174-175).
3
Dubuisson (1985: 257-258).
4
Musti (1967: 167-170).
5
ἡ Ἀχαϊα (Thuc. 2.83.3, 84.3; Xen., Hell. 3.2.23; 7.1.41); Ἀχαιός (I. Olymp. 630,
l. 3; IG 13 174, l. 5; SEG 39. 370a.A.7; IG 22 13, l.8; IG 12.8.637; Hdt. 1.145), Ho-
molle (1898: 261, n.1), Bousquet (1938: 340-341); el colectivo Ἀχαιοί (Hdt. 1.145;
Thuc. 2.9.2; Xen., Hell. 4.6.1; IG 22 112).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 95

con la leyenda ΑΧΑΙΩΝ,1 que en época helenística, con la expansión fe-


deral, se extiende a monedas del resto del Peloponeso.2 La expansión mili-
tar aquea, que se aceleró tras la incorporación de Sición (251 a.C.), impli-
có una política de abierto otorgamiento de derechos de ciudadanía fede-
ral. La incorporación de las póleis peloponesias se realizaba de forma igua-
litaria (2.38.8), puesto que ingresaban en una estructura en la que el po-
der estaba distribuido de forma dual entre la Confederación, con sus insti-
tuciones y magistraturas, y las póleis, que mantenían sus ciudadanías e
instituciones locales.3 En ese contexto, “lo aqueo”, como expresión de una
ciudadanía federal, se convirtió en un concepto político más flexible, y de
base territorial más amplia,4 lo que se tradujo en la adopción del etnónimo
οἱ Ἀχαιοί como la denominación federal oficial.5 Así, se reproducía, en un
escala más amplia, el modelo clásico cívico para denominar a la comuni-
dad políada (v.g. οἱ Ἀθηναῖοι, οἱ Λακεδαιμόνιοι).6
El otorgamiento de la ciudadanía federal no implicaba, sin embargo, la
disolución de las identidades locales. Los ciudadanos de las póleis conser-
vaban la ciudadanía políada local, de hecho, es probable que fuera la per-
tenencia a una pólis integrante de la Confederación el canal para el acceso
a la ciudadanía federal. En la lista de los nomógraphoi de Epidauro, por
ejemplo, los individuos eran enumerados según la pólis a la que re-
presentaban.7 Las identidades regionales además continuaban pesando en

1
Head (1911: 416). Significativamente, la moneda tiene estampada la imagen
de Zeus. Los testimonios en esta nota al pie y en la anterior, en: Morgan-Hall (2004:
472).
2
Las acuñaciones federales podían llevar la leyenda federal y la de la ciudad que
acuñaba (Ej. ΑΧΑΙΩΝ ΚΟΡΙΝΘΙΩΝ), pero lo más común era el monograma ΑΧ
con el nombre de un magistrado local. Es posible que las póleis, más de sesenta,
debieran ingresar individualmente: Ehrenberg (1964: 126).
3
Pascual (2007: 185).
4
Golan (1995: 97) habla anacrónicamente de la decisión de Arato de incor-
porar Sición a la Confederación “étnica” aquea como fundadora de una verdadera
tradición en el pensamiento político occidental del Staatsnation frente al
Nationalstaat. Cf. Freeman (1863: 259).
5
Aymard (1983: 23, n. 2). Cf. SEG 11.1107, ll. 10-16.
6
No identificar comunidad política con pólis, pues los ethnê también alcanzaron
un alto grado de identificación mediante complejos procesos de creación,
adscripción y re-adscripción: Morgan (2003: 12-18).
7
V.g. Ἐπιδαύριοι: Ἀρχέλοχος Τιμαΐδα. En la lista solo el grammateús era acom-
pañado de un étnico, pues se cree que representaba a la Confederación: Gschnitzer
(1985: 110-111).
96 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

la autopercepción de los individuos, pues era un fenómeno común que los


mismos fuera del territorio federal se adscribieran por el ethnikón, mien-
tras que, dentro, lo hicieran por su ciudadanía políada y, a veces, regional.1
Por lo tanto, cuando Polibio se preguntaba cómo y en qué circunstancias
se había impuesto el nombre aqueo en todo el Peloponeso (πῶς
ἐπεκράτησε καὶ τίνι τρόπῳ τὸ τῶν Ἀχαιῶν ὄνομα κατὰ πάντων
Πελοποννησίων) (2.38.1), planteaba una pregunta política, no étnica, por-
que “volverse aqueos” era sinónimo de incorporarse a la Confederación.
Ello se advierte en una inscripción sobre la anexión de Orcómeno, en la
que se lee “los orcomenios se volvieron aqueos (οἱ Ὀρχομένιοι Ἀχαιοὶ
ἐγένοντο)” (Syll.3 490, ll.12, 13-14, 16-17), o bien, en Plutarco, cuando
este menciona que Arato convenció a los corintios de “volverse aqueos”
(καὶ συνέπεισε τοὺς Κορινθίους Ἀχαιοὺς γενέσθαι) (Plu., Arat. 23.4).
Polibio prefirió, en cambio, un lenguaje más técnico, que emplazara el
fenómeno en el horizonte institucional de la sympoliteía: συμπολιτεία
(2.41.13), σύστημα (2.41.15), πολιτεία (2.43.3, 44.4), συμπολιτεία
(2.44.5), que son muy próximos al τᾶς δὲ πόλεος ἀποκατασ[ταθείσ]ας εἰς
τὰν συνπολιτείαν τῶ[ν Ἀχαιῶν] que figura en una inscripción mesenia.2
Desde un punto de vista político-institucional, una gran limitación es la
inexistencia de un tratado antiguo sobre las confederaciones, que nos im-
pide asir concretamente el fenómeno histórico en el mundo griego.3 ¿Qué
conocemos sobre los orígenes de la Confederación Aquea? En el siglo IV
a. C. Jenofonte menciona el episodio del ataque acarnanio contra Calidón
(389 a.C.), y que allí los aqueos habían hecho ciudadanos (καὶ πολίταις
πεποιημένοι) a sus habitantes.4 Pero en época helenística, en vez del “hacer
1
Procedimiento hace tiempo advertido por Roesch (1982: 441) para el caso
beocio, reconocido como válido para Macedonia: Hatzopulos (1996: 168). Ver:
Paus. 8.52.6; Anth. Pal. 7. 438 (Damageto Aqueo), en Rizakis (1995: 71, n° 25).
2
Luraghi-Magnetto (2012: ll.3-5).
3
Hay razones para pensar que tal trabajo jamás habría sido escrito en la anti-
güedad: Walbank (1970: 14). El estudio de las confederaciones se centra, por lo
tanto, en material epigráfico, que es pobre en el caso aqueo, y algunas fuentes lite-
rarias como la descripción del funcionamiento de la Confederación Beocia del
historiador de Oxirrinco (Hell. Oxy. 19). Sobre los problemas de adaptación entre
las teorías modernas sobre federalismo y la evidencia antigua: Beck (1997: 18-19).
Algunos han dudado de la existencia de las confederaciones en el mundo griego
antiguo: Giovannini (1971). Cf. Walbank (1976/7).
4
Xen., Hell. 4.6.1. Cf. D.S. 15.75.2, Larsen (1953: 807). No fue un fenómeno de
larga duración, ya que las guarniciones aqueas de Naupacto y Calidón fueron
expulsadas en 366 a.C. y, mientras Calidón se incorporó inmediatamente a la Con-
ÁLVARO M. MORENO LEONI 97

ciudadanos”, encontramos “hacer aqueos” (Ἀχαιοὺς ἐποίει) (Str. 8.7.3),


que resume el modo de incorporación a la nueva forma estatal,1 surgida de
la unión defensiva de doce “regiones” (Hdt. 1.145; cf. Str. 8.7.4) en torno
al santuario de Zeus Homarios o Hamarios (“de la reunión”), cerca de
Egio.2 Posiblemente se reunieron allí también las primeras asambleas fe-
derales, para luego trasladarse al área urbana de Egio,3 donde continuaron
reuniéndose hasta la reforma política de Filopemén (188 a.C.) (Liv.
38.30.1-5).4
Es muy poco lo que se conoce sobre esta primera Confederación, que
fue suprimida a fines del siglo IV a.C.5 Sin embargo, no debería ser equi-
parada con la helenística, sobre todo, porque, como se desprende de la
actuación relativamente aislada de Pelene durante la Guerra del Pelopo-
neso, su capacidad de movilización colectiva parece haber sido limitada.6
En 281/280 a.C. la Confederación habría sido (re)fundada, esta vez por
cuatro póleis, lo que revela la complejización política operada en Acaya en
el siglo III a.C.,7 a saber, Dime, Patras, Tritea y Faras (2.41.12).8 En 251

federación Etolia, Naupacto regresó a control aqueo poco después hasta el 338 a.C.
en que pasó también definitivamente a manos etolias: Merker (1989).
1
Adhiero a Morgan-Hall (1996: 164-165, 193-199) sobre la inexistencia de es-
tructuras políticas complejas en Acaya antes del fin del siglo V a.C. Cf. Hall (2008).
2
Durante mucho tiempo se ignoró la ubicación de este importante santuario
federal. Aymard (1938: 286-287, 293) había ingeniosamente argumentado en favor
de la ubicación en la chorá de Heliké, pero el hallazgo de gran cantidad de ins-
cripciones al norte de Egio indicaría su presencia allí: Parker (1998: 31, n. 77), Wal-
bank (2003: 145).
3
Egio como centro político (Paus. 7.7.2; Liv. 38.30.2), Larsen (1968: 217). El
alcance del sentido identitario del santuario federal de Zeus es motivo de debate:
Walbank (2003: 142-146), Parker (1998: 31-32), Morgan (2003: 107-163).
4
Egio tuvo esta posición privilegiada (IG 5.2.344; Plu., Cleom. 17.2), Larsen
(1968: 240).
5
El último testimonio es una inscripción del 302 a.C. que enumera a los aqueos
entre los miembros de la Liga Helénica revivida por Demetrio Poliorcetes (IG
42.1.68). Aymard (1937) ha demostrado que es erróneo interpretar el testimonio de
Hipérides (Hyperid. 5.18) como una evidencia de Alejandro Magno como el autor
de la disolución. Cf. Dmitriev 2011: 80-83.
6
Rizakis (1995: 26, 559-562, 564), Freeman (1863: 240).
7
Para Plutarco la mayoría eran pequeñas ciudades (μικροπολῖται γὰρ ἦσαν οἱ
πολλοί) (Plu., Arat. 9.4).
8
Poco después se sumó Egio (275/4 a.C.), seguida por Bura y Carinea
(2.41.13-14), quizá después Leonte, Egira y Pelene. Es muy posible que también
Oleno se incorporara (SEG 1.74).
98 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

a.C. ingresó la primera pólis no aquea, Sición, pero pronto fue seguida por
Corinto, Mégara, Trecén y Epidauro (243 a.C.);1 después por
Megalópolis (235 a.C.),2 precedida por una serie de ciudades arcadias
(236 a.C.),3 así como también por Egina, Hermione (229/228 a.C.) (Plu.,
Arat. 34.5), Argos y Fliunte (229/8 a.C.) (2.44.6; Plu., Arat. 35.3; cf. Paus.
2.8.6). La etnicidad, como conciencia de un supuesto origen común ima-
ginario, ya no era operativa para fundar la identidad política, que tenía una
base territorial mucho más amplia, que llegaría hacia el 191 a.C. a incluir
prácticamente todo el Peloponeso.
Dentro de esta estructura federal helenística, ciertos aspectos de la po-
lítica quedaban firmemente en manos de las instituciones federales, como
la política exterior,4 aunque con cierta laxitud durante la primera época.5
Algunos derechos de carácter privado, como la énktesis, que facultaba a
ciudadanos de una pólis a adquirir bienes inmuebles –básicamente tie-
rras– en territorio de otras póleis, y también la epigamía –contraer matri-
monio entre ciudadanos de póleis distintas– se incorporaron como he-
rramientas de cohesión.6 Pero los derechos federales excedían el ámbito
privado. Un individuo disfrutaba de derechos políticos plenos en la Con-

1
Mégara (2.43.5); Mégara, Trecén y Epidauro (Plu., Arat. 24.3; Paus. 2.8.5).
Una inscripción hallada en el Asclepeion de Epidauro (c. 242/1-238/7 a.C.) testi-
monia un arbitraje entre Corinto y Epidauro ordenado por los aqueos y efectuado
por una comisión de ciudadanos de Mégara en el momento de ingreso de Epidauro:
Ager (1996: 113-117).
2
Tras la renuncia a la tiranía de Lidíades (2.44.5; Plu., Arat. 30.1-2; Paus.
7.27.12).
3
La captura de una serie de ciudades arcadias occidentales cerró el cerco sobre
Megalópolis: Herea, Telfusa y Clítor (236 a.C.). Herea (Polyaen., 2.36). La data-
ción: Marasco (1980: 114-115), Hammond-Walbank (1988: 330).
4
Larsen (1971; 1968: 238-239). Cuando una ciudad miembro enviaba una em-
bajada sin permiso federal, se trataba de una franca rebeldía. Los honores de los es-
tinfalios a los elateos por su ayuda para regresar a sus tierras son claros, pues, estos
habían enviado primero una embajada a los aqueos que, a su vez, habían mandado
una embajada a los romanos (SEG 11.1107).
5
Participación individual de tropas de Patras en 279 a.C. (Paus. 7.18.6, 20.6).
Champion (2004: 126-127) además cita una serie de testimonios que muestran que
la política federal no siempre quedaba al margen de las intervenciones de las póleis
individuales.
6
La epigamía y la énktesis seguían reservadas al ámbito de los derechos al interior
de la pólis, los cuales marcaban la isopoliteía y la ciudadanía local y, aunque podían
reforzar los lazos federales, no necesariamente formaban parte de la sympoliteía:
Pascual (2007: 184).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 99

federación gracias a la sympoliteía, que refiere propiamente a la ciudadanía


común de póleis compatible con las ciudadanías locales,1 como muestra
un decreto de Araxa en Licia.2
Autogobierno y autonomía también eran elementos claves en toda
confederación. Polibio exagera, sin embargo, la homogeneidad institucio-
nal del Peloponeso aqueo. Impuestos, tribunales, asambleas y magistratu-
ras federales coexistían con monedas, derechos, tribunales e instituciones
locales. Solo se delegaban en las instituciones federales las cuestiones rela-
tivas a la política exterior –incluida la justicia por casos de traición–.3 Esto
era parte del respeto de la autonomía, lo que explica por qué para el histo-
riador la experiencia política aquea se diferenciaba de las que antes se ha-
bían desarrollado en el Peloponeso cuando “cada uno se preocupaba no
de la libertad común sino de su propio engrandecimiento” (2.37.9). Por
ello, el control aqueo no es presentado en la obra como un arché, ni como
una dynasteía, ni siquiera una hegemonía.4 Se trata de un cuadro idílico
porque se sabe que también se forzaba militarmente a las póleis a unirse,
pero lo que se narraba en la Achaica era ante todo una historia de integra-
ción (τὸ ἔθνος ἐσωματοποίησαν) (2.45.6), no de conquista.5

1
Pascual (2007: 173). Entendida como una doble ciudadanía: Ehrenberg
(1964: 126), que pensaba que el ciudadano de una confederación que modificara su
pólis de residencia automáticamente adquiría la ciudadanía de la nueva. Cf. Pascual
(2007: 175-176); “el verdadero núcleo de un estado federal es la ciudadanía fede-
ral”: Beck (2001: 370).
2
SEG 18.570; Larsen (1968: 7-8). El carácter impreciso de sympoliteía: Rzepka
(2002: 240-247).
3
Recientemente Grandjean (2007) ha reevaluado la cuestión, centrándose en
los trióbolos de plata aqueos, y ha observado que el proceso de acuñación no era tan
libre, sino con cierta tendencia a la uniformidad de la moneda.
4
El arché designaría un poder oficial reconocido, hegemonía una preponderancia
aceptada, hyperoché la superioridad, mientras que dynasteía lo mismo pero resultante
de un poder efectivo: Lévy (1996: 52).
5
“Fortalecer su poder/influencia”: P.-L., s.v. σωματοποιέω. Escribiendo en el
siglo II d.C., Polieno (2.36.11-12) podía decir sobre la captura de Herea que sus
ciudadanos habían vuelto a ser súbditos de los aqueos (ὡς εἰσαῦθις ὑπήκοοι γενη-
σόμενοι τοῖς Ἀχαιοῖς).
100 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

DEMOCRACIA, LÍDERES AQUEOS Y AUTORREPRESENTACIÓN

Democracia se había vuelto un “concepto flexible” en época helenísti-


ca y, en apariencia, sin mucho en común con el régimen político clásico.1
Desde la perspectiva elitista del poder, la política de la Confederación
Aquea estaba, en la práctica, dominada por una élite reducida de familias
acaudaladas, tal como ocurría en el resto de los regímenes democráticos
helenísticos.2 La existencia de liderazgos fuertes, de individuos hábiles y
bien situados socialmente para movilizar apoyos dentro de facciones polí-
ticas formadas a partir de adhesiones personales y familiares, era otro de
los rasgos de esta democracia. Las magistraturas y honores cívicos se
acumulaban en manos de estos líderes, como ocurrió de forma especial
con la estrategia aquea (unipersonal desde 255 a.C.). Arato fue elegido
dieciséis veces,3 Filopemén, ocho, y Lidíades, tres.4 El único obstáculo
para la perpetuación en el poder era una interdicción que regía de ocupar
el cargo dos veces consecutivas (Plu., Arat. 24.4). Esta lectura histórica
hace residir el poder efectivo, entonces, solo en teoría en el dêmos, llegan-
do a considerar a la democracia helenística como un mero eufemismo
para la república autónoma.5
Sin embargo, contra el paradigma elitista, que en última instancia lee
esta concentración del poder como una consecuencia de la supuesta de-
cadencia de la pólis,6 se ha argumentado en favor de un ejercicio no unidi-
reccional del poder. Los liderazgos debían ponerse cotidianamente en
juego en las asambleas, que institucionalmente seguían siendo los princi-
pales órganos decisorios, y que además elegían a los magistrados.7 Sher-
win-White propuso tres criterios mínimos para evaluar el carácter demo-
crático de una pólis helenística, que creo pertinentes también en este caso.
En primer lugar, si el dêmos estaba compuesto por todos los ciudadanos
varones que hubieran superado cierta edad sin distinción de clase. Segun-
do, si el cuerpo ciudadano era el soberano en última instancia; tercero, y

1
Walbank (2003: 213).
2
O’Neil (1984/6: 42), Quass (1992: 422-424).
3
Walbank (1933: 174-175).
4
Cf. Errington (1969: tabla II).
5
Larsen (1945: 88-89).
6
Veyne (1995).
7
Lehmann (1967: 377-385).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 101

último, si los magistrados eran elegidos por voto popular. La Confedera-


ción era al menos, por lo tanto, un tipo de democracia.1
En efecto, los ciudadanos varones tenían derecho a participar en las
asambleas federales. Además, aunque los magistrados aqueos, particular-
mente los estrategas, tenían mucho más poder que sus homónimos ate-
nienses, la decisión última sobre los asuntos seguía residiendo en la vota-
ción del dêmos, que además elegía a los magistrados. En los últimos años,
se ha puesto en duda el supuesto carácter eufemístico de la democracia
helenística,2 y, en consecuencia, quizá no habría que pensar las opiniones
de Polibio sobre la δημοκρατία, la παρρησία y la ἰσηγορία aqueas como
meros constructos ideológicos (2.38.6). Por un lado, no sería prudente
considerar su concepto desde nuestros presupuestos modernos, confor-
mados sobre el ejemplo ateniense clásico. Por otro lado, equiparar la de-
mocracia helenística a un régimen republicano autónomo implicaría ne-
garle toda capacidad de discernimiento.3 Era un activo miembro de lo que
Aymard denominó classe de politiciens, y estaba convencido, y su público
también, de actuar dentro de un régimen democrático.4
Democracia y elitismo, por otra parte, no serían del todo incompati-
bles. Una lectura holística de la pólis helenística, asumible también para la
política federal, implica: primero, atender al balance entre subordinación
y agencia; segundo, a la interacción entre élite y comunidad (en el marco
de las constricciones de la cultura cívica), la autopromoción de la élite y
las estrategias familiares y, tercero, la interacción entre espacio público y
privado.5 Algunos de los documentos oficiales aqueos dan lugar a la exal-
tación de la nobleza y la riqueza individual, por ejemplo, en el caso de los
jueces elegidos.6 Pero el propio Polibio nos ha dejado también huellas de
la compleja interacción entre élite y dêmos en el texto de su aristeía de
Filopemén: “se procuró la gloria en cuarenta años sucesivos en un régi-
men democrático y diverso, pero rehuyó siempre la envidia de la multi-
tud; casi nunca intervino en política buscando ser bien visto, sino con
1
Sherwin-White (1978: 176).
2
Grieb (2008), Carlsson (2010).
3
Directas: 2.38.6, 41.5-6, 44.6; 4.1.5; 22.8.6; 23.12.8; indirectas: 11.13.5 (bis),
13.7, Musti (1967: 155).
4
La democracia era parte de la imagen pública de la Confederación (I. Olymp.
47=Syll.3 665, l.17).
5
Ma (2013: 9).
6
ἐκ πά]<ν>των ἀριστίνδαν: I. Olymp. 47=Syll.3 665, l.34; πλουτίνδα καὶ ἀρισ-
τίνδα (IG 7.188, l.8). Con la advertencia de Musti (1967: 200-201).
102 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

gran libertad de palabra, lo que ocurre muy poco”.1 Hay una oposición
retórica con el régimen aristocrático, sobre el que había influido Escipión
Africano, protagonista de la comparación,2 pero me parece que el punto
más importante es que Filopemén rechazaba un tipo de construcción de-
magógica del poder, mediante el uso de la palabra en la asamblea para
persuadir, lo que Polibio, por experiencia propia, reconocía muy bien co-
mo el procedimiento habitual.3
Con todas sus supuestas limitaciones, para él, la democracia era el me-
jor régimen político “real” para los griegos, aunque quedara en desventaja
frente a la constitución mixta romana en un plano “ideal”.4 En el libro 6, la
democracia era calificada como el “nombre más bello” (κάλλιστον ὄνομα)
(6.57.9) y, en el 2, el régimen aqueo aparecía como una “verdadera demo-
cracia” (δημοκρατία ἀληθινή). Confiaba en las ventajas del régimen y, por
su parte, creía conocer sus peligros, en particular, el ejercicio discrecional
del poder por los líderes.5 El “ciclo biológico”, o anaciclosis, que implicaba
el nacimiento, desarrollo y caída de los diferentes regímenes políticos de-
pendía en última instancia de sus acciones,6 por lo que necesitaban ser
educados a través de la historia para evitar caer en estos vicios.7 Por lo
tanto, la Confederación Aquea, aunque no era una democracia radical, se
fundaba, sin embargo, sobre una relación política dinámica entre la élite y
el dêmos, tal como muestran los casos de Arato y Aristeno (Plu., Arat. 3.2;
24.11.2). La memoria de la Confederación, esbozada en la Achaica, y
desarrollada a posteriori en las Historias, tenía como actores fundamenta-
les a la constitución aquea y al éthos que esta generaba, pero también a los
grandes líderes, construidos como modelos en dicha democracia.

1
τετταράκοντ᾽ ἔτη συνεχῶς φιλοδοξήσας ἐν δημοκρατικῷ καὶ πολυειδεῖ
πολιτεύματι, πάντῃ πάντως διέφυγε τὸν τῶν πολλῶν φθόνον, τὸ πλεῖον οὐ πρὸς χάριν,
ἀλλὰ μετὰ παρρησίας πολιτευόμενος· ὃ σπανίως ἂν εὕροι τις γεγονός (23.12.8).
2
φιλοδοξήσας ἐν ἀριστοκρατικῷ πολιτεύματι (23.14.1). El contraste entre ambas
presentaciones es claro: Walbank (2003: 224-225). Cf. Nicolet (1983: 21-22). Ver:
Baronowski (2011: 205-206).
3
28.7.3-10, Champion (2004a). Cf. 22.8.13.
4
Musti (1967: 188-190).
5
Este ejercicio discrecional del poder por los líderes, y su consiguiente dege-
neración, son causas de la caída de todos los regímenes en el libro 6, aunque se atri-
buyera al τὸ πλῆθος un carácter más bien reactivo: Cole (1964: 456), Musti (1967:
193-195).
6
Halm (1995).
7
Eckstein (1995: 148). Cf. Sacks (1981: 134), Walbank (1990: 58).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 103

Polibio escribía un relato histórico significativo para amplios sectores


de la élite política aquea, que podían comprender y valorar esta lectura de
la historia como una experiencia colectiva común. En cultura política son
importantes las representaciones que dan vida a una visión del mundo
compartida por sus miembros, nutridas de un subsuelo doctrinal accesible
y basado en una lectura común y normativa del pasado histórico.1 La cul-
tura política se conecta, por lo tanto, con la noción de habitus, como dis-
posición para actuar o pensar incorporada en la historia por un individuo
o un grupo, porque refiere también a los “temas, modelos, normas, modos
de razonamiento que, de tanto repetirse, terminan siendo interiorizados”.2
La socialización de Polibio y su trayectoria previa se habían dado en el
interior de la élite política aquea, en particular, de aquellas facciones vin-
culadas a Arato, Filopemén y Licortas, por lo que sería importante reco-
nocer qué visión del pasado se construía y de qué modo se identificaba el
historiador con la misma.
Cuando Polibio escribía la Achaica la unificación de prácticamente to-
do el Peloponeso era un hecho, pero ello, sin duda, no se vislumbraba aún
a comienzos del siglo III a.C. Al remontarse hasta esos tiempos se cons-
truía un relato histórico en torno a un conjunto de recuerdos y de ayudas-
memoria que estaban pensados para orientar al público hacia el no-olvido
de una empresa colectiva bajo la guía de algunos grandes líderes.3 En la
προκατασκευή se omitía explícitamente la historia de otras áreas del Medi-
terráneo oriental, como Egipto y Asia, debido a que su historia anterior al
220 a.C. era conocida (γνώριμον) (2.37.6). Bastaba allí, entonces, con
“hacer memoria solo de las acciones mencionadas en ese momento (ἔχοι
ποιεῖσθαι τὴν ἀνάμνησιν ἀπὸ τῶν νῦν ῥηθέντων καιρῶν)”, relacionadas con
los aqueos y Macedonia, que, en opinión del historiador, sí merecían di-
cho ejercicio de rememoración (ποιεῖσθαι τὴν ἀνάμνησιν).4 Dos hechos
excepcionales motivaban este recorte temático: la destrucción de la casa
real macedonia y el auge aqueo y su unión concorde, que resultaba sor-
prendente (παράδοξος αὔξησις καὶ συμφρόνησις) (2.37.8). Al final de la
Achaica, y configurando un encuadre para el público, reafirmaba que su

1
Bernstein (1998: 390-391).
2
Bernstein (1998: 398).
3
Relato como “ayuda-memoria”, como lazo entre lo simbólico y el recuerdo,
que actúa como una herramienta pedagógica para evitar el olvido de una historia:
Assman (2008: 25-26).
4
HCP I: 217.
104 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

objetivo había sido dejar allí un recuerdo (μνήμην) para que la situación
en Macedonia y Grecia resultara “viva y conocida” (ἐναργῆ καὶ γνώριμον)
(2.71.1). La ἀνάμνησις, como acción de recordar, implicaba una construc-
ción del pasado desde el presente, pues se admitía la necesidad de remon-
tarse brevemente al tiempo anterior (διὰ βραχέων ἀναδραμεῖν τοῖς χρό-
νοις) porque tanto el derrumbe macedonio como el auge aqueo eran
acontecimientos contemporáneos (τοῖς καθ’ἡμᾶς καιροῖς γέγονε)
(2.37.8).
Se advierte en la Achaica el uso de anacronías narrativas, como la pro-
lepsis y la analepsis,1 que adelantan al público la unidad del Peloponeso, lo
que en la narración ocurrirá mucho después. La historia aquea puede pre-
sentarse de ese modo como un paisaje ordenado de acontecimientos, que,
en progresión desde el pasado hasta el presente, conducen hacia una uni-
dad peninsular que necesita ser historizada. En efecto, pese a ser un acon-
tecimiento παράδοξος para el público, como lo era la expansión romana, la
unidad peloponesia tenía una razón última que invitaba a indagar históri-
camente por el cómo (πῶς) y el por qué (διὰ τί) (2.38.1-5), tal como se
había hecho con las causas (αἰτίαι) del ascenso romano (1.1.5, 63.9). Pero
tal procedimiento tiene sentido solo en la medida en que permite explicar
el presente. Las prolepsis que establecen lazos entre el momento narrativo
del relato, que es el pasado, y un momento posterior, que es la situación
presente, se suceden de manera continua en la Achaica: “con respecto a
los aqueos... la expansión insospechada y unión concorde, son aconteci-
mientos contemporáneos (ἐν τοῖς καθ’ἡμᾶς καιροῖς γέγονε)” (2.37.8);
“pero al presente (ἐν τοῖς καθ’ἡμᾶς καιροῖς) este proyecto ha tenido tal y
tan grande incremento y consolidación” (2.37.10); “la Confederación
acrecentándose sin cesar, ha llegado al estado de perfección actual (ἐν ᾗ
καθ’ἡμᾶς ἦν)” (2.40.6); “el proyecto de la actual Confederación (τὴν
ἐπιβολὴν τῆς νῦν συστάσεως)” (2.42.1), “pero ni siquiera en nuestro tiem-
po (ἀλλ’ ἐν τοῖς καθ’ ἡμᾶς καιροῖς)” (2.62.3-4). De ese modo, las anacro-
nías anclan el relato del pasado en el presente, lo que habilita a explicar el
problema inicial de “cómo y en qué circunstancias se impuso el nombre
aqueo en todo el Peloponeso” (2.38.1; cf. 4.1.7).

1
Prolepsis es toda maniobra narrativa por la que se cuenta o se evoca antici-
padamente un acontecimiento ulterior, mientras que la analepsis es una evocación
de algo ocurrido después de un acontecimiento anterior al punto donde la historia
se encuentra: Genette (1972: 82).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 105

Existen otras informaciones insertas a lo largo de la obra, que están


pensadas para orientar al público a calibrar la situación presente. En el
libro 2 se acentúa, por ejemplo, el estado actual de concordia (ὁμονοία)
peloponesia (2.40.1, 42.6; 3.3.7), opuesto al estado natural de guerra pre-
vio (κατά γε τοὺς ἀνώτερον χρόνους) (5.106.4). En el libro 4, por su parte,
en la crítica a Élide por haber renunciado a la ἀσυλία y a una paz “con jus-
ticia y decoro”, dice que los elitanos “tienen su país y sus bienes amenaza-
dos por guerras y devastaciones continuas”, por lo que deberían aprove-
char su situación actual para solicitar nuevamente la inviolabilidad
(4.74.3-7).1 Un poco antes, y en buena medida adelantando la incorpora-
ción de ambos pueblos a la Confederación Aquea, insta también a los me-
senios a mantener buenas relaciones con los arcadios, recordándoles los
peligros de su pasada esclavitud a manos espartanas (4.31-33). Es decir, la
historia previa del Peloponeso es una historia de guerras y conflictos in-
terminables hasta la llegada del orden aqueo.
A continuación, también se construye una imagen de estabilidad insti-
tucional, en la que se (sobre)valora la continuidad democrática, remon-
tándola incluso, y de forma históricamente insostenible, a la época de la
abolición de la realeza con los descendientes de Ogigo, descendiente de
Tisámeno, hijo de Orestes, que había sido expulsado de Esparta por los
Heráclidas (2.41.4-5). Para ello, recurrió a una clavija histórica como era
“el regreso de los Heráclidas”, acontecimiento que en la historiografía
griega marcaba generalmente el inicio de los tiempos históricos.2 La refe-
rencia a Tisámeno, hijo de Orestes y descendiente de Pélope, tampoco
parece inocente, dado el vínculo de la historia mítica del Peloponeso con
la familia de este héroe epónimo. Desde la caída de la realeza, que es un
hecho imposible de datar, “siempre intentaron mantener, como he dicho,
el sistema federal dentro de los principios democráticos” (2.41.6). Lo
cierto es que Acaya habría experimentado regímenes oligárquicos a partir
del 417 a.C., a pesar de un efímero intento en 366 a.C. de establecer de-
mocracias (Thuc. 5.82.1; Xen., Hell. 7.1.42-46; 4.17-19; D.S. 15.75.2). La
Achaica es, sin embargo, un discurso histórico de orden, en el que los
acontecimientos conducen progresivamente del pasado al presente, con
rupturas momentáneas debidas únicamente a la intervención externa, de
espartanos o macedonios, pero sin demasiado espacio para estas comple-
jidades.
1
Cf. HCP I: 526.
2
Fornara (1988: 8-9).
106 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

La síntesis histórica propuesta ofrecía, entonces, un relato mínimo con


algunos hitos significativos para la memoria de la élite aquea, que partía de
tres μαρτύρια o testimonios históricos de los siglos V-IV a.C.: a) un arbi-
traje en Magna Grecia; b) la adopción de las instituciones aqueas por Cro-
tona, Síbaris y Caulonia; y c) el arbitraje entre espartanos y tebanos tras
Leuctra.1 La importancia de estos momentos conflictivos, los dos prime-
ros probablemente en el siglo V, y el tercero en el IV a.C., radicaba en que
podían servir para probar el prestigio de la politeía aquea entre los griegos
(πίστις, καλοκἀγαθία), así como también su debilidad política y militar
(τὴν δύναμιν… ἐλαχίστην) (2.39.1-10).
El éthos colectivo de otros peloponesios es un contrapunto importan-
te en esta historia porque un pasado caótico, belicista, previo a la imposi-
ción del orden aqueo, enmascaraba en verdad la propia violencia funda-
dora de la Confederación. Se decía, entonces, que los peloponesios eran
por naturaleza hegemónicos y amantes de la libertad (ἡγεμονικοὶ καὶ
φιλελεύθεροι ταῖς φύσεσι), y que luchaban constantemente entre sí por no
estar dispuestos a ceder jamás la supremacía (περὶ τῶν πρωτείων)
(5.106.5). Esto se había anticipado en la Achaica cuando se advertía que
“el pueblo de los arcadios e igualmente los laconios le sobrepasan, y no
poco, en el número de habitantes y en territorio y además estos pueblos
jamás conciben el ceder a ninguno de los griegos la primacía en bravura
(οὐδὲ τῶν τῆς ἀνδραγαθίας πρωτείων οὐδενὶ τῶν Ἑλλήνων οἷοί τ’εἰσὶν
οὐδέποτε παραχωρεῖν οἱ προειρημένοι)” (2.38.3). En el libro 4, arcadios y
espartanos son “dos pueblos, los más poderosos del Peloponeso, mejor
aún, casi de toda Grecia (δυσὶ... ἔθνεσι τοῖς μεγίστοις τῶν κατὰ
Πελοπόννησον, μᾶλλον δὲ σχεδὸν καὶ τῶν Ἑλληνικῶν)” (4.32.3). No es un
alegato pacifista, todo lo contrario, porque en el pensamiento griego anti-
guo una parte indisociable de la libertad era justamente la posibilidad de
dominar al otro, como un segundo grado de libertad, como se advierte en
la discusión sobre la politeía espartana.2 Se la cree óptima, en efecto, para
mantener la propia libertad, pero inaceptable porque es defectuosa para
expandirse sobre otros territorios. También se advierte que el historiador
deja mejor parados a los arcadios como guerreros, quizá exhibiendo su

1
Pédech (1964: 446-447). Esta mediación no está atestiguada en otra fuente.
Los aqueos habían sido pro-espartanos desde el 417 a.C. (Thuc. 5.82.1; 7.34.2;
HCP I: 226-227).
2
De Romilly (1947: 73), Hornblower (2003: 437); cf. Thuc. 8.68.4; 3.45.6;
Hdt. 1.210.2; Xen., Ath. Pol. 1.8. Ver: 6.50.1-6.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 107

propia autopercepción como un arcadio que se colocaba a la altura de los


espartanos en valor marcial.1
Los peloponesios tienen en general un éthos colectivo φιλελέυθερος,
que los distingue y opone, por ejemplo, a los atenienses.2 Estos, una vez
liberados del dominio macedonio, dejaron de preocuparse por su si-
tuación política porque consideraron que su libertad estaba ya consolida-
da. Se abstuvieron así de participar en los asuntos griegos y siguieron una
política de adulación hacia los reyes, descuidando “lo conveniente (τοῦ
καθήκοντος) por la falta de juicio de sus líderes (διὰ τὴν τῶν προεστώτων
ἀκρισίαν)” (5.106.6-8). El comportamiento de los habitantes de Celesiria
tras la batalla de Rafia no es distinto, pues, se habían apurado a recibir a
Ptolomeo IV: “todos en tales circunstancias acostumbran en algún modo
a amoldarse al momento presente pero, en especial, la población de aque-
llos lugares es apta y proclive a las muestras de gratitud ocasionales”
(5.86.9).
Pero depender de un rey constituía una renuncia a la propia libertad,
que podía ser leída desde la cultura política helenística como muestra de
una actitud servil, afeminada y cobarde. Los habitantes de Gaza, por su
parte, confirmaban que había una alternativa a este tipo de comporta-
miento porque eran elogiados justamente por su ἀνδρεία y πίστις colectiva
hacia Ptolomeo, su τῶν καλλῶν... πράττειν, que los había llevado a resistir
heroicamente (16.22a).3 Si en el colectivo celesirio había una buena dis-
posición natural, εὐφυές, acorde con el estereotipo del oriental, en el caso
ateniense, por el contrario, había una disposición inducida por sus líderes
(τῇ τῶν προεστώτων αἱρέσει) (5-106.7).4 En cualquier caso, la postura de
Polibio era que la libertad debía conquistarse y defenderse y, por ello, cri-
tica, por ejemplo, a los líderes oligárquicos mesenios en el comienzo de la
Guerra Social (4.31.1-33.12), o a los beocios tras su dura derrota frente a
los etolios (20.4): “que la guerra es algo terrible, pero no tan terrible como
para soportar cualquier afrenta con objeto de evitar la lucha” (4.31.3). Los
1
Para Plutarco, espartanos y cretenses eran los más guerreros de los griegos (πο-
λεμικωτάτοις Ἑλλήνων Κρησὶ καὶ Λακεδαιμονίοις πολεμήσας) (Comp. Phil. et Flam.
2.1-2). La pareja de arcadios y espartanos como los más poderosos se parece a la
sugerida por Licomedes (Xen., Hell. 7.1.23-25). Cf. Tsiolis (2006: 304).
2
Euríclidas y Mición habían bloqueado la ayuda solicitada por Arato a los ate-
nienses durante la Guerra Cleoménica (Plu., Arat. 41.2; HCP I: 631).
3
Se trata de hacer memoria de las hazañas colectivas de un pueblo igual que con
los individuos (16.22a.7): Eckstein (1995: 22-23, 68, 111).
4
Estereotipo oriental: Isaac (2006: 335-350).
108 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

mesenios se habían comportado como los tebanos durante las Guerras


Médicas cuando, por temor (διὰ τὸν φόβον), habían resuelto no participar
en la defensa de Hélade (4.31.5). La pasividad y el servilismo pueden, por
lo tanto, comprometer moralmente la dignidad de una comunidad políti-
ca.1
Su representación de la manera honorable de actuar dentro de un sis-
tema interestatal violento inclinaba a Polibio a presentar modelos de
comportamientos elogiables o criticables. En ese sentido, mesenios, ate-
nienses y beocios, por distintas razones, habían mostrado un tipo de com-
portamiento innoble de cara al mantenimiento de su autonomía, que los
oponía, por ejemplo, a los acarnanios (καὶ γὰρ ἰδίᾳ καὶ κοινῇ στάσιμον
ἔχουσί τι καὶ φιλελεύθερον) (4.30.5), a los habitantes de Gaza o a los
aqueos. Estos últimos eran doblemente elogiados porque siempre habían
actuado para alcanzar la libertad no solo propia sino la de todos los pelo-
ponesios: “ofrecieron a los hombres la igualdad y libertad de expresión de
que ellos gozaban al tiempo que hacían la guerra y desafiaban (προτεί-
νοντες μὲν τὴν ἀεὶ τῶν παρ’ αὑτοῖς ἰσηγορίαν καὶ παρρησίαν, πολεμοῦντες δὲ
καὶ καταγωνιζόμενοι), sin tregua, a cuantos, ya por sus propias fuerzas, ya
con ayuda de los reyes, intentaban esclavizar a sus respectivas patrias”
(2.42.3). Aliados con otros pueblos, y en particular con los romanos, no
buscaron “ningún provecho particular” (2.42.5). La “igualdad y generosi-
dad (ἰσότητι καὶ φιλανθρωπίᾳ)” de los aqueos (2.38.7-8), convenció a los
peloponesios de las ventajas de esta unión (συμφρονήσαντας
Πελοποννησίους) (2.38.9). No es necesario aclarar que estamos ante la
exposición de un relato idealista que, como tal, no resiste el contraste con
hechos notables como la represión de la secesión de Mantinea (cf.
2.61.4).
Dentro de este esquema ideológico, entonces, los aqueos como colec-
tivo compartían con el resto de los peloponesios una predisposición a la
guerra, pero, a diferencia de estos, sin perseguir intereses particulares, sino
como liberadores honorables y razonables. Los peloponesios, por su par-
te, que eran por naturaleza ἡγεμονικοὶ καὶ φιλελεύθεροι, eran cambiados
por la φιλελευθερία aquea y su desinterés en establecer su propia hegemo-
nía: “cada uno se preocupaba no de la libertad común sino de su propio
dominio (διὰ τὸ μὴ τῆς κοινῆς ἐλευθερίας ἕνεκεν, ἀλλὰ τῆς σφετέρας
δυναστείας χάριν ἑκάστους ποιεῖσθαι τὴν σπουδήν)” (2.37.9). A su vez, la

1
Eckstein (1995: 196, 207-210), Musti (1978: 74).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 109

defensa de la libertad negaba cualquier inactividad: “aunque participaron


con otros muchos pueblos en empresas (πολλοῖς γὰρ κοινωνήσαντες
πραγμάτων), pero sobre todo en las más bellas de los romanos (πλεῖστον
δὲ καὶ καλλίστων Ῥωμαίοις), jamás tendieron a obtener, en modo alguno,
de los éxitos ningún provecho particular” sino solo la libertad de todos los
peloponesios (2.42.5-6). Se destaca su papel activo como aliados, de los
etolios y macedonios, y, fundamentalmente, de los romanos, en la obten-
ción de la libertad y concordia del Peloponeso, la obra más bella (τὸ
κάλλιστον ἔργον) (2.40.1). Los aqueos no solo actuaban, valientemente,
sino que lo hacían de un modo honorable.
Las Historias están repletas de menciones a las intervenciones y actua-
ciones militares aqueas como aliados activos. Polibio menciona, por
ejemplo, la participación de Diófanes de Megalópolis al mando de las tro-
pas aqueas en Asia en apoyo a Eumenes II (21.9), lo que es narrado tam-
bién por Livio, aunque a partir de fuentes variadas.1 Se sabe que, ante el
pedido romano, los aqueos habían aceptado enviar también una guarni-
ción de quinientos hombres a Calcis y otra semejante al Pireo (Liv.
35.50.3-8, 51.7-8), aun cuando en el pasado habían rechazado un pedido
similar de Filipo V (Liv. 31.25.6-8; 32.21.10-11; cf. 16.38.1). Es posible
también que, ante la reacción de Flaminino por el asesinato de varios sol-
dados romanos cerca del lago Copais, se ofrecieran no solo a mediar, sino
a intervenir militarmente contra Tebas en caso de no tener éxito (Liv.
33.29.11).2 En 191 a.C., además, una fuerza aquea taló el sur de Etolia en
una operación militar marginal en cumplimiento de los términos de la
alianza con Roma (Liv. 37.4.6).3 Entre 190-189 a.C., poco se sabe de la
1
Aprobación de la alianza con Eumenes y envío del contingente al mando de
Diófanes (21.3b). Menciones del contingente aqueo en Asia (Liv. 37.20.1-14, 21.1-
4, 39.9). Sobre las fuentes de Livio: Briscoe (2003: 318-323). Pédech (1964: 518-
520) estaba seguro, en cambio, de que la fuente era Polibio, debido al carácter vívi-
do de la descripción de esta campaña y la posterior de Cn. Manlio Vulso en Galacia,
que según el estudioso francés solo podía ser logrado porque Polibio había sido uno
de los soldados del contingente aqueo. En rigor, esta hipótesis había ya sido ade-
lantada por Mommsen (1879: 539-543). Desde un punto de vista historiográfico, se
puede decir que la descripción vívida de un combate con los celtas no necesa-
riamente debía derivar de una autopsía, sino de un recurso del historiador a una
tradición historiográfica donde mostrar los hechos era central: Zangara (2007: 59-
62). Aqueos en la batalla de Magnesia, “de acuerdo con la alianza” (κατὰ συμμαχίαν)
(Syll.3 606).
2
Thornton (2001: 53, n. 53).
3
Errington (1969: 132).
110 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

participación aquea, pero debió ser activa a juzgar por su cooperación con
Pléurato en el saqueo de las costas etolias y su provisión de honderos a M.
Fulvio Nobilior en Cefalenia (Liv. 38.7.2-3, 29.3). Durante la Tercera
Guerra Macedónica, procedieron en 172 a.C. a enviar una guarnición a
Calcis (27.2.11; Liv. 42.44.7-8) y participaron en las operaciones en Tesa-
lia (Liv. 42.55.10). Esta caracterización como aliados leales aparecía,
además, ya a propósito de su alianza con los etolios (καὶ μετασχόντων
εὐγενῶς σφίσι).1
Entonces, la concordia presente del Peloponeso, la ὁμόνοια, podía pre-
sentarse como el fruto de las acciones aqueas. Arato “cuando hubo libera-
do a la ciudad de Corinto, la agregó a la Confederación Aquea” (2.43.4).
El relato de Plutarco, basado en las Memorias de Arato, es más rico en
detalles. En el mismo, una vez asegurado el Acrocorinto, Arato envió
hombres a proteger los accesos a la ciudad y al teatro, donde debía presu-
miblemente reunirse la asamblea, y allí “persuadió” a los corintios de unir-
se a la Confederación (Plu., Arat. 23.1-4). Rodeados por tropas, no tuvie-
ron mucho margen para el disenso.2 Por otra parte, solo se conserva un
documento epigráfico que habla de una ὁμολογία, de un arreglo volunta-
rio, que es el ingreso de Orcómeno.3
Polibio no solo ocultaba la violencia fundadora, aunque en 2.38.1
utilizaba el verbo ἐπικρατέω para caracterizar la acción aquea, sino que
también desdibujaba la oposición y las tendencias centrífugas. Una
inscripción mesenia sobre la disputa territorial con Megalópolis (c.180-
168 a.C.) no oculta las circunstancias de la reincorporación de la ciudad
(τᾶς δὲ πόλεος ἀποκατασ[ταθεί]σας εἰς τὰν συνπολιτεία[ν τῶν Ἀχαιῶν]).4
En su polémica respuesta a Filarco, por los crímenes imputados a los
aqueos, defendió la ejecución de Aristómaco, ex-tirano de Argos y
estratega federal (2.59-60). Refiriéndose a un hecho datado en 235 a.C.,

1
2.44.1. También: Plu., Arat. 33.1. La cooperación entre ambas Confe-
deraciones se extendió durante prácticamente una década (238-229 a.C.), contando
posiblemente con el apoyo ptolemaico, y permitió a ambos Estados hacer frente a
Demetrio II: Scholten (2000: 131-163). Para comienzos de la década del 220 a.C. la
alianza ya no era operativa (2.45-46), siendo Paxos (229 a.C.) quizá la última acción
conjunta.
2
Golan (1995: 103), que cita otros ejemplos del “método nunca abiertamente
discutido de anexar ciudades-estado” por los aqueos (Golan 1995: 108-109, 119).
3
IG 5.2.344=Syll.3 490, l.9. Cf. Champion (2004: 127, n. 98).
4
Luraghi-Magnetto (2012: 510, ll. 4-5).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 111

antes del ingreso de Argos,1 menciona que Αrato al frente de sus tropas
aqueas, y contando con cómplices internos, había intentado tomar la
ciudad, pero había sido rechazado porque ningún ciudadano lo había
apoyado “a causa del temor al tirano (διὰ τὸν ἀπὸ τοῦ τυράννου φόβον)”
(2.59.8). No había lugar para un rechazo. Esto facilitaba la atribución de
una incómoda secesión de Argos en 225 a.C. al extirano Aristómaco, sin
aludir al apoyo de sectores de la población argiva (2.60.6).
La orientación sobre ciertos hitos de la expansión/unificación del Pe-
loponeso permite atribuir además el logro a determinados individuos,
como Arato, Filopemén y Licortas. Arato había dejado unas memorias
propias de sus actos (περὶ τῶν ἰδίων… πράξεων ὑπομνηματισμούς), que
eran, según Polibio, sinceras y exactas (ἀληθινοὺς καὶ σαφεῖς) (2.40.4), lo
que lo llevaba, en un acto de adhesión a principios políticos, a preferirlas
como fuente histórica en detrimento de la historia de Filarco (2.56.2).2
Arato no necesitaba, pues, que se defendiera su memoria, y bastaba con
que se hiciera de sus acciones una memoria apenas sumaria (ἐπικε-
φαλαιούμενοι μνησθησόμεθα) (2.40.4),3 lo que no ocurría en los casos de
Filopemén y Licortas.
Polibio había sido posiblemente discípulo de Filopemén, por quien
había mostrado interés al escribir previamente una biografía encomiástica
(10.21.5-8). En las Historias es posible que lo utilizara como modelo para
su autorrepresentación, tal como ocurre con su emulación de la modera-
ción de Filopemén con los bienes confiscados a Nabis (192 a.C.) cuando
los romanos le ofrecían un regalo a escoger del patrimonio de Dieo
(20.12.6-7; 39.4.2-4).4 Además, Epaminondas aparece en la obra como un
modelo de integridad y de estrategia militar (6.43.6; 8.35.6; 9.8.2-13;
31.22.6), y es justamente el personaje griego con el que Filopemén más se

1
Existen problemas de información, y alguna incoherencia, con respecto al rela-
to de Plutarco (Arat. 27.2-3), que parece seguir más fielmente a Arato (HCP I: 266).
El ataque a Argos fue rechazado por Aristipo, mientras que la subsiguiente matanza
fue obra de Aristómaco: Walbank (1933: 187).
2
Golan (1995: 96), Pédech (1964: 156, n. 288), Klatt (1877: 26).
3
Arato sí necesitaba la defensa de su memoria, como evidencia la amplia polé-
mica con Filarco (2.56-63). En otros asuntos Polibio fue más allá de las Memorias,
defendiendo sus acciones, aunque este no hubiera dejado testimonio de las mismas.
Cf. 2.47.10-11.
4
Una sugerente interpretación: Thornton (1999: 629-630). Cf. Eckstein (1995:
77-78).
112 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

identificaba (Plu., Phil. 3; 14.2).1 Su intervención en 146 a.C. ante la co-


misión decenviral romana para salvar las estatuas de Filopemén, defen-
diendo y aprobando públicamente su política, por lo tanto, no es extraña
(39.3.1-11).2 Con ello se mostró ante su público no solo como el salvador
de sus estatuas, de las de Aqueo, héroe epónimo federal, y también las de
Arato (39.3.10), sino, hasta cierto punto, como el defensor de la memoria
histórica aquea amenazada con una suerte de damnatio memoriae o, más
correctamente, una abolitio memoriae.3 Plutarco, que recoge este fragmen-
to, dice además que “el pueblo, admirado por su actitud, erigió a Polibio
una estatua pétrea (ἐν οἷς ἀγασθὲν τὸ πλῆθος αὐτοῦ λιθίνην εἰκόνα)”
(39.3.11).
En el libro 39, Polibio menciona las máximas honras recibidas de parte
de las ciudades del Peloponeso, para serle dispensadas en vida y también
tras su muerte (39.5.4). Estas palabras se han atribuido generalmente a un
editor póstumo, tesis coherente con la idea romántica de un historiador
ocupado durante toda su vida en corregir sus escritos sin llegar a ver ter-
minada su obra.4 Sin embargo, este tipo de menciones están atestiguadas
en inscripciones helenísticas, lo que muestra que este tipo de honores
fúnebres podían ser concedidos a un individuo en vida.5 No sería extraño
que esto hubiera figurado en alguna de las estatuas dedicadas al historia-
dor, lo que lo habría asociado públicamente a ambos estadistas aqueos.
El vínculo con Arato tampoco es descabellado. Polibio salvó sus esta-
tuas, y es claro que aceptaba sus principios políticos, pero sus familias te-
nían también relaciones estrechas puesto que en 181 a.C. había sido ele-
gido como embajador ante Ptolomeo V junto con Licortas y el nieto de
Arato (24.6.3). Su asociación a estos grandes héroes aqueos, a través de la
Achaica, sería de ese modo una extensión de una identificación efectuada
en el espacio público. La inscripción en piedra (de la estatua honorífica) y
la inscripción en papiro (las Historias) serían dos caras de la misma auto-
rrepresentación. Es una hipótesis probable, al menos si tenemos en consi-
deración la evidencia de algunos ladrillos dedicados hallados en el templo
de Zeus en Megalópolis, donde, entre los nombres de los benefactores,

1
Lehmann (1989/90: 72).
2
El pasaje está reconstruido a partir de cuatro fragmentos en Plutarco (HCP III:
730). Las estatuas del líder arcadio: Errington (1969: 106-108, 193).
3
Thornton (1999: 629).
4
Cf. HCP III: 735.
5
Veyne (1996: 273-274), Heller (2011: 292, n.15), Chiricat (2005).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 113

Polibio inscribió el suyo junto al de Filopemén.1 La afirmación en la


Achaica que sigue a la mención de los tres grandes líderes aqueos, como
responsables de la unidad peloponesia, añade a continuación: “y a los
hombres que han elegido los mismos principios que este (καὶ τοὺς ταὐτὰ
τούτῳ προελομένους ἄνδρας)” (2.40.2). Me inclino a leer esto como su
incorporación entre estos ἄνδρες.2 Pero además hay un tópico que permi-
tió adicionalmente a la élite aquea asociarse con el relato histórico de la
Achaica: la lucha por la libertad del Peloponeso contra la tiranía como
acto fundador de su unidad y asociación de los aqueos con este territorio
peloponesio.

MEMORIA Y TIRANÍA

Koehn ha explorado el uso del discurso de la lucha contra las tiranías


como un instrumento propagandístico aqueo para justificar su expansión
ante la opinión pública griega.3 Sostengo aquí además que no se trató de
un discurso acabado, sino de un motivo en permanente conformación
durante las campañas contra los regímenes tiránicos de la península, y que
en Polibio puede advertirse su formulación final. ¿Qué consecuencias
tuvo la construcción de este discurso para la cohesión y la identidad de la
élite política federal? ¿De qué modo su estructuración contribuyó a
delinear una percepción compartida del pasado? ¿En qué medida
coadyuvó a la construcción de una memoria colectiva? ¿Qué lugar jugó el
recuerdo selectivo de las tiranías en la construcción del pasado? Los
problemas vinculados con la memoria y la conformación de las
identidades en las sociedades pasadas se han convertido en un campo de
reflexión especial para los historiadores de la antigüedad, en particular, en
el caso del mundo griego.4 La obra de Halbwachs, quien interpretaba la
memoria como una reconstrucción colectiva a partir de los marcos
sociales del presente de los actores, sigue siendo el principal sustento teó-

1
Lauter (2002), IG 5.2.469, ll.7, 22; Thornton (1999: 524).
2
Licortas y Polibio como herederos políticos de Filopemén: Gelzer (1964: 149-
150), Errington (1969), Deininger (1971: 112-113), Walbank (1990: 166).
3
Koehn (2007: 135-155).
4
Loraux (2008), Wolpert (2002), Flower (2006: 17-41), Savalli-Lestrade
(2009), Lafond (2006), Luraghi (2008), Haake-Jung (2011), Gangloff (2013), etc.
114 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

rico.1 Pero la reconstrucción de la memoria se interpreta ahora como una


operación social más compleja, que implica creación cultural y consumo,
pero también interacción política competitiva entre los hacedores de
memoria y sus consumidores, que negocian de forma permanente lo que
se recuerda y lo que se olvida en el marco de las tradiciones culturales.2 La
memoria no es un fenómeno estrictamente psicológico, sino más bien un
fenómeno social definido y redefinido dentro de un marco de acción
política que, en buena medida, se puede relacionar con criterios de
utilidad y credibilidad,3 lo que hace necesario atender a los procesos
concretos de recepción y (re)significación del pasado.4
Partiendo de estas premisas se pretende aquí vincular a Polibio con los
procesos de construcción de memoria entre los miembros de la élite polí-
tica aquea entre los siglos III-II a.C., en particular, con respecto a la me-
moria de la tiranía, las amnistías a los antiguos tiranos y las actitudes gene-
radas frente al olvido de estos regímenes. Se examinará brevemente tam-
bién el trato que se hace en la obra de la ejecución de Aristómaco, ex-
tirano de Argos, como un caso de recepción, selectiva y orientada desde el
presente, de esta memoria construida al interior de la élite política aquea.
Finalmente, se propondrá a modo de epílogo una reflexión sobre los lími-
tes políticos de la memoria de los regímenes tiránicos en el marco de las
guerras contra Esparta.
Varios son los motivos por los cuales Plutarco critica a Arato durante
la Guerra Cleoménica (227-222 a.C.), pero, principalmente, por su trai-
ción a la causa de una Grecia unida y libre con motivo de su alianza con
Antígono Dosón. Allí, quizá hay una huella importante para entender el
problema de la memoria de la tiranía entre los aqueos porque Plutarco
señala que Arato se sentía particularmente apesadumbrado por el destino
de unas estatuas erigidas en Argos, las de los héroes aqueos que habían
capturado el Acrocorinto en 243 a.C., que habían sido derribadas por or-
den de Antígono. Aunque se había respetado la estatua de Arato, el rey
había mandado a erigir en el lugar del grupo estatuario nuevamente las de
los tiranos argivos, que tradicionalmente habían sido aliados de Macedo-
nia (Plu., Arat. 45.3).5 Arato había hecho, en cambio, destruir sistemáti-

1
Halbwachs (2004: 105-138).
2
Kansteiner (2002: 179).
3
Luraghi (2008: 13).
4
Kansteiner (2002: 190-195), Ober (2003).
5
Walbank (2006: 231, 247-248).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 115

camente las imágenes de los tiranos en las diferentes póleis incorporadas a


la Confederación, tal como había ocurrido en Sición con las εἰκόνας τῶν
τυράννων (“las imágenes de los tiranos”) (Plu., Arat. 13.1). La abolitio
memoriae parece haber sido una práctica habitual en el siglo III a.C., como
muestra la ley antitiránica de Ilión (280 a.C.) (OGIS 218, ll. 116-131), o
lo decretado en Atenas en contra de la memoria de Filipo V, tras “tirani-
zarlo” y asimilarlo a los pisistrátidas (200 a. C.) (Liv. 31.44.4-8).1 Todo
indica que en Argos se produjo en ese momento una disputa por la me-
moria en el espacio público cívico.
La construcción de un monumento, como un grupo estatuario, no se
corresponde en verdad en un sentido estricto con el recuerdo de los acto-
res de la gesta representados, sino, más bien, con el escenario político y el
marco social desde el cual se decide recordarlos,2 porque un monumento
es un “vehículo de memoria”.3 ¿Qué significaba, pues, el Acrocorinto para
los aqueos en Argos entre su incorporación y la llegada de Antígono a la
ciudad (229/8-224 a.C.)? Al menos dos cuestiones: la liberación del Pe-
loponeso de Macedonia, pero también, en segundo lugar, la liberación de
sus aliados tiranos, incluidos los de Argos (2.43.4; Plu., Arat. 16.2). Este
monumento remitía, pues, al marco social y al escenario político creado
durante la acelerada expansión aquea tras la incorporación de Megalópo-
lis (235 a.C.) y de Argos (229/8 a.C.), ambas logradas luego de la renun-
cia, más o menos voluntaria, de sus últimos tiranos.
En el caso aqueo, el uso de amnistías había permitido de forma excep-
cional que muchos tiranos optaran por renunciar al poder e incorporar a
sus respectivas póleis a cambio de una amnistía federal. Pero desde el re-
greso de la tiranía al centro de la escena política en el siglo IV a.C.,4 las
soluciones propuestas no habían sido nunca tan moderadas, oscilando
entre la legalización del tiranicidio o el exilio, tal como muestran la ley de
Eucrates en Atenas en 337/6 a.C. (SEG 12.87), de Ilión en c. 280 a.C.
(OGIS 218) y el expediente de Eresos de c. 306-301 a.C. (OGIS 8).5
¿Cómo se lograba, en el caso aqueo, conciliar aspectos tan definidos de la
identidad democrática con una memoria marcada por la experiencia de la
tiranía? Se conocen algunos ejemplos de amnistías aqueas, en efecto, co-

1
Flower (2006: 34-41).
2
Jelin-Langland (2003: 9).
3
Halbwachs (2004: 105-138).
4
Mossé (1969: 149-153).
5
Ellis-Evans (2012).
116 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

mo la Iseas de Carinea (c. 276 a.C.) (2.41.14-15), Lidíades de Megalópo-


lis (c. 235 a.C.), Aristómaco de Argos, Zenón de Hermione y Cleónimo
de Fliunte (229/8 a.C.) (2.44.3-6), y siguió siendo una oferta aquea es-
tándar porque vuelve a intentarse con Nabis (195 a.C.) (Liv. 34.33.1-2).1
Finalmente, aunque conocemos esta práctica principalmente gracias a
testimonios literarios, se puede mencionar también una inscripción de
Orcómeno (c. 234/3 a.C.), en Arcadia, que casi seguramente refiere a esta
práctica en favor de un tal Nearco y sus hijos (IG 5 2.344, ll.13-17).2 ¿Im-
plicaba la amnistía una verdadera voluntad política de olvido?
En ese sentido, más bien debería considerarse como una estrategia de
olvido recordado, que no implicaba una amnesia factual.3 El juramento
solemne realizado por los magistrados aqueos y los orcomenios, así como
la colocación de una copia del documento en el centro federal, en Egio,
tenían como objetivo proporcionar seguridad jurídica al ex-tirano, que
obtenía garantías oficiales, pero paradójicamente se evitaba así el olvido.
La inscripción actuaba como una marca en el espacio público, brindando
un soporte para el trabajo subjetivo y la acción colectiva.4 En ese sentido,
puede entenderse también la reacción de Arato por las estatuas. Este mo-
numento a los héroes aqueos “liberadores” del Acrocorinto constituía una
operación de memoria sobre el espacio público que ayudaba a los argivos
a recordar, a ejercer un nuevo vínculo con el pasado en sintonía con el
relato aqueo de expulsión de los macedonios y abolición de las tiranías
peloponesias, que tenía que coincidir con el propio tras su incorporación a
la Confederación (2.42.3, 43.8).5
Argos se separó efímeramente de la Confederación en el 225 a.C. y en-
tró en la órbita de Cleómenes III, pero al año siguiente se produjo una
insurrección interna apoyada por el estratega aqueo Timóxeno. Según
parece, luego de la recaptura de la ciudad, Aristómaco, que había sido
tirano hasta el 229/8 a.C., y luego estratega federal, fue ejecutado en Cén-
creas en circunstancias poco claras (2.59.1, 60.7, 61.8; Plu., Arat. 44.4).
1
Cf. Briscoe (2003: 104).
2
Cf. Walbank (1933: 62-63).
3
La falsa equivalencia amnistía/amnesia para el caso ateniense: Loraux (2008:
145-169).
4
Jelin-Langland (2003: 4).
5
La toma de Acrocorinto es comparada por Plutarco con la empresa del tebano
Pelópidas y la del ateniense Trasibulo, aunque superior pues fue contra un extran-
jero (ἀλλόφυλον) (Arat. 16.3). Cf. Plu., Arat. 24.2, 38.4: τὴν Πελοπόννησον ἐκβαρ-
βαρῶσαι φρουραῖς Μακεδόνων.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 117

En un polémico pasaje contra Filarco, Polibio justificaba su ejecución y, al


hacerlo, revela los límites del olvido de la amnistía federal (2.59-60). Co-
mo Aristómaco era un tirano, dice Polibio, solo por ello merecía el peor
de los castigos, aunque además era un traidor a la Confederación, de la
que había recibido previamente seguridades (2.59.4). ¿Por qué recurrir al
argumento del pasado tiránico? ¿La amnistía no borraba los delitos pasa-
dos? ¿Reproducía las ideas, entonces, antes expuestas por Arato?
Sobre esta última cuestión, las Memorias habían sido, en efecto, la
fuente principal para los acontecimientos ocurridos en Grecia hasta el
221, 220 o, tal vez, 219 a.C., si se contempla la posible consulta adicional
de unos informes diarios (ephemérides) sobre la campaña en Tesalia y
Grecia central (5.97-101).1 Esta obra de Arato tenía un marcado tinte
apologético, de justificación de la propia política,2 y su uso por Polibio
permanece siempre en un terreno eminentemente especulativo, dados los
escasos fragmentos conservados de las Memorias (FGrH 231 T1-6; F1-6),
además de que no puede considerarse al historiador aqueo un mero copis-
ta.3 Puede ser más útil, en cambio, entender la polémica sobre Aristómaco
como el resultado de una visión política compartida por dos miembros de
la élite política aquea. Compartían, en efecto, un habitus como disposi-
ción para interpretar la experiencia federal como una historia de oposición
entre democracia y tiranía, lo que se advierte en contextos narrativos que
no dependen de Arato (cf. 8.35.6). El concepto de habitus puede además
articularse con el de memoria colectiva, en tanto que el primero se refiere
a la “historia hecha cuerpo” por los agentes sociales y el segundo, según
Halbwachs, a las representaciones del pasado compartidas por un deter-
minado grupo. Es decir, la memoria colectiva contribuye a la conforma-
ción del habitus, pero este último también colabora en la dinámica redefi-
nición de la memoria, que aunque es un fenómeno social colectivo, solo
puede ser advertido en las acciones y recuerdos de individuos concretos,
como Polibio.4 Una mirada a la Achaica (2.37-70) apuntala esta lectura:

“¿En razón de qué, pues, me he remontado a estos tiempos? En primer lugar,


para que resulte claro cómo y en qué época y quiénes fueron los primeros, de

1
221 a.C.: Walbank (1999: 228), Pédech (1964: 261); 220: Errington (1967:
20, n. 9); 219: Meadows (2013).
2
Engels (1993: 32-33).
3
Champion (2004: 134).
4
Kansteiner (2002: 185-190).
118 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

entre los antiguos aqueos, que llevaron a cabo el proyecto de la actual Con-
federación. Y, en segundo lugar, para que lo relativo a la política adquiera, no
por mi afirmación, sino por los hechos mismos, la credibilidad de que el
ideal político de los aqueos ha tenido siempre una cierta unidad, de suerte
que tomándolo como modelo, ofrecieron a los hombres la igualdad y la li-
bertad de expresión de que ellos gozaban al tiempo que hacían la guerra y
desafiaban, sin tregua, a cuantos, ya por sus propias fuerzas, ya con la ayuda
de los reyes, intentaban esclavizar a sus respectivas patrias”. (2.42.1-3)

Un relato del pasado, hecho cuerpo, construido a partir de una oposi-


ción dialéctica entre libertad/democracia y tiranía/esclavitud, podía vol-
ver la interpretación de Arato no solo razonable, sino la única pensable. Su
relato de la batalla de Mantinea contra el “tirano” Macánidas confirma
esta lectura (11.13.4-8). En realidad, no parece que Macánidas haya sido
“tirano”, sino solo regente del hijo de Licurgo, Pélope (Liv. 27.29.9).1 Y,
en aquella batalla, Filopemén buscó deliberadamente matar al “tirano”
(11.18.4, 17.2), tal como había sucedido en el pasado cuando Aristipo de
Argos había muerto en una escaramuza contra Arato (Plu., Arat. 29.3-4).
Si creemos a Plutarco, la posición en la que Filopemén dio muerte al “ti-
rano” habría sido la misma en la que luego fue representado en una esta-
tua dedicada por los aqueos en Delfos (Plu., Phil. 10.7-8), exhibido públi-
camente así como un buen ciudadano porque “a los que eliminan y casti-
gan a un tirano los hombres sensatos les rinden aprobación y honores”
(2.60.2).2
Pero Aristómaco había recibido una amnistía oficial y sus crímenes pa-
sados habían sido, por lo tanto, perdonados. No existen pruebas y, de te-
nerlas a mano, Polibio seguramente las hubiera aportado, de que aquel
individuo hubiera reasumido la tiranía durante la breve secesión de Argos.
Los hechos referidos para justificar su ejecución, el ataque sorpresa de
Arato y, tras su fracaso, la ejecución de sus ochenta cómplices internos, se
remontaban al 235 a.C., cuando Aristómaco recién se había hecho con el
poder y, por lo tanto, antes de recibir una amnistía (2.59.7-9).3 ¿Por qué
centrarse en el argumento de la tiranía, y solo secundariamente en el de la
traición? Naturalmente, porque estaba contestando a Filarco, quien había

1
Macánidas es tyrannus Lacedaemoniorum, “tirano de los lacedemonios”, aun-
que Pélope estaba todavía vivo (D.S. 27.1); Errington (1969: 55, n. 1).
2
Vatin (1975).
3
HCP I: 265-266.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 119

aludido al ilustre origen de este hombre, “tirano y descendiente de tira-


nos” (2.59.1), pero también porque explotaba una totalización del éthos
del personaje: “aunque no hubiera cometido delito alguno contra los
aqueos, por su talante político durante su vida y por su traición a su patria,
se hacía digno del más acerbo castigo (κατὰ γε τὴν τοῦ βίου προαίρεσιν καὶ
τὴν εἰς πατρίδα παρανομίαν τῆς μεγίστης ἄξιον κρίνω τιμωρίας)” (2.59.4).
Pese a la amnistía, la marca de la tiranía se convertía en un estigma cohe-
rente con la memoria aquea.
Pero es muy probable que la ejecución de Aristómaco hubiera sido
decidida por Antígono y que, por lo tanto, la trama histórica fuera más
compleja.1 No puede pasarse por alto, en efecto, que la ejecución del anti-
guo tirano ocurrió en Céncreas, uno de los dos puertos corintios ocupa-
dos por el macedonio tras la retirada de Cleómenes,2 y, por lo demás, esta
muerte podría coincidir con la noticia de una masacre perpetrada en Ar-
gos por el phílos real Leoncio (5.16.6). ¿Por qué Polibio escribió, enton-
ces, que lo más justo hubiera sido hacer de él un castigo ejemplar tras
conducirlo y exhibirlo por todo el Peloponeso? (2.60.7). Porque debió
realizarse un castigo público, y no nocturno y oculto en una casa (2.59.2),
no solo para hacer de la ejecución un espectáculo para la ciudadanía (Plu.,
Tim. 34), sino fundamentalmente porque debió haber sido ordenada por
los propios aqueos, pues, matar a un tirano constituía el máximo honor
cívico.3 Existe aquí también poco olvido de la tiranía.
¿Qué consecuencias acarreaba este no-olvido de los regímenes tiráni-
cos? Ante todo, lo que nos interesa concretamente aquí, implicó para los
aqueos una construcción de su pasado reciente como una guerra de libe-
ración del Peloponeso de tiranos enemigos. Pero este relato se volvió tan
eficiente para legitimar la expansión, y para dar coherencia interna e iden-
tidad a la élite que, cuando fueron anuladas las tiranías en el norte y centro
peninsular, su uso se reforzó durante la lucha contra Esparta hasta el ase-
sinato de Nabis y la turbulenta anexión de la ciudad (192 a.C.). El lengua-
je de la “tiranización” en la fase previa se observa, por ejemplo, en la ins-
cripción en la base de una estatua de Filopemén en Tegea, que refiere a
los “dos trofeos tomados de los tiranos” (Paus. 8.52.6), en clara mención a

1
Moreno Leoni (2018).
2
Κορινθίων πόλιν Ἀντιγόνῳ δωρεὰν ἔδωκαν (Plu., Arat. 45.1), pero también la
noticia sobre que, a la huída de Cleómenes de Corinto, Antígono entró en ella y co-
locó una guarnición (Plu., Cleom. 21.3). Cf. Tomlinson (1972: 160-161).
3
Teegarden (2014: 128).
120 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

la victoria aquea en Mantinea sobre Macánidas en el 207 a.C. (11.18.7-8),


que, según Plutarco (Phil. 11.2), hizo que recibieran a Filopemén en el
teatro durante los Juegos Nemeos (205 a.C.) con los Persas de Timoteo,
en agradecimiento por la libertad y el orden que había obtenido para Hé-
lade, asociando de paso a Macánidas con Jerjes, el gran tirano persa.
El mismo patrón ideológico se advierte en el lenguaje político. Por
ejemplo, Nabis aparece en sus monedas e inscripciones como rey de Es-
parta, mientras que en las Historias es representado como el prototipo del
tirano enemigo de la libertad.1 Es muy probable que la imagen de los reyes
espartanos como tiranos se moldeara sobre la figura de Cleómenes III, el
primer gran “tirano” al que los aqueos se habían enfrentado. Walbank
señala que la tradición de Nabis como tirano se remonta efectivamente a
Polibio, pero esto es inexacto.2 La inscripción en la estatua en Tegea pare-
ce mostrar que, en época de Filopemén, existía una asociación de los líde-
res espartanos con la tiranía y, por su parte, de los aqueos como liberado-
res. Sin duda, no era más que una extensión de un motivo que había sido
eficiente durante la expansión por el centro y norte peninsular.
E incluso el fantasma de la tiranía como “otro” de la democracia aquea
no desapareció cuando Esparta fue incorporada, sino que siguió operando
como un esquema de percepción y justificación, fundamentalmente, a
partir de la insistente presión de los espartanos exiliados por Nabis, que
empeoró tras el segundo intento secesionista. Se ejecutó a ochenta líderes
espartanos en Compasio, según Polibio, o a trescientos cincuenta, según
Aristócrates, pero se tomó también una serie de medidas represivas adi-
cionales en 188 a.C. (FGrH 591 F4, apud Plu., Phil. 16.4).3 Derribo de los
muros; expulsión de los antiguos mercenarios de los tiranos; destierro de
los ilotas liberados, en este caso, dándoles un plazo para abandonar el te-
rritorio espartano; abolición de las leyes de Licurgo e imposición de las
aqueas y, finalmente, retorno de los exiliados (Liv. 38.34.1-4; Plu., Phil.
16.3-4; cf. Paus. 8.51.3). Con ello, se buscaba quebrar las tendencias sepa-
ratistas de Esparta, incorporándola plenamente a la sympoliteía aquea.

1
HCP II: 419-420; cf. Texier (1975: 16), IG 5.1.885, Syll3. 584, entre otras.
2
HCP II: 420.
3
Livio (38.33.10-11) parece aceptar la cifra de Polibio (septemdecim... sexaginta
tres). Los trescientos cincuenta pueden ser una exageración pro-espartana:
Errington (1969: 145). Pausanias (8.51.3), por su parte, señala solo la expulsión del
Peloponeso de trescientos individuos. Datación de los acontecimientos entre
189/188 a.C.: Briscoe (2008: 115).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 121

Pero aunque unos trescientos de los antiguos mercenarios e ilotas ha-


bían cumplido la orden de abandonar la ciudad, se habían dispersado, en
cambio, por la campiña, por lo que los aqueos enviaron a Filopemén a
tomarlos como botín y venderlos (Liv. 38.34.6; Plu., Phil. 16.4). Con el
dinero obtenido se decidió reconstruir un pórtico en Megalópolis (Liv.
38.34.7; Plu., Phil. 16.4). Al respecto, Errington calificó este acto como un
“alarde de victoria”, de malgasto de valiosos recursos que podrían haber
servido para normalizar la incorporación de la pólis,1 sobre todo, ayudan-
do a zanjar diferencias económicas con los ciudadanos espartanos exilia-
dos ocasionadas por el anterior reparto de tierras.2 Un pasaje del De Sen-
tentiis, sin embargo, muestra la aprobación de Polibio de lo actuado, pre-
sentando las decisiones de Filopemén como bellas y convenientes
(21.32c). Bello (καλὸν) fue “restituir a la patria a los exiliados espartanos”,
mientras que “fue conveniente (συμφέρον) humillar a la ciudad de los
espartanos, desterrando a los que habían servido a la dinastía de los tira-
nos”.3 La tiranía no moría con el individuo que la detentaba. Desaparecido
Nabis en 192, no solo Diófanes en 191, sino también Filopemén en 188
a.C. habían tenido que lidiar con su fantasma, que descansaba, en última
instancia, en una desigual estructura socio-económica.
Lo llamativo es que el pórtico que se reconstruyó en Megalópolis ha-
bía sido erigido originalmente quizá para celebrar la victoria sobre Acróta-
to y los espartanos,4 el cual pudo haber sido destruido durante el saqueo
de Megalópolis por Cleómenes (223 a.C.) (2.55.2-7). Al usar los recursos
provenientes de los restos del último régimen “tiránico” espartano para
reparar los daños cometidos por el primero se estaba haciendo un ejerci-
cio activo de memoria y conmemoración, una respuesta, monumentaliza-
da, a las afrentas históricas de los tiranos espartanos, perfectamente cohe-
rente con una lectura maniquea del pasado. Estos monumentos estaban
marcados, por lo tanto, por las heridas abiertas que reforzaban las rivali-

1
Errington (1969: 147). Seguido por Walbank (1999b: 139), Briscoe (2008:
117). Golan (1974) ha concluido crudamente que las acciones de Filopemén esta-
ban dirigidas a oprimir a otros griegos más que a oponerse a los romanos.
2
Algo similar había enfrentado Arato en Sición tras liberarla de los tiranos (Plu.,
Arat. 14).
3
No se sigue la restitución de Büttner-Wobst <καταφονεύσαντ>α, sino la de Pé-
dech (1964: 329, n. 151) <ἐξελάσαντ>α.
4
Acrótato era el hijo de Areo, derrotado posiblemente c. 255 a.C.: Walbank
(2006: 231). El pórtico descripto: Paus. 8.30.7; cf. Plu., Agis 3.7, Paus. 8.27.11,
Urban (1979: 43-44).
122 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

dades entre póleis y promovían una política sistemática de no-olvido.


Como señala Assmann, no es tan fácil decretar el olvido como apagar un
micrófono, pero una solución que hubiera permitido una incorporación
menos traumática de Esparta hubiera sido la negociación de un pasado
común para “destruir el estrecho horizonte de la propia memoria colecti-
va”.1

LOS AQUEOS Y EL PELOPONESO

No solo se construyó un pasado común en torno a un paisaje selecto


de acontecimientos que conducían de forma no problemática hacia el
presente de unidad, a través de guerras de liberación contra reyes mace-
donios y tiranos enemigos, sino que también se situó esas gestas en un
espacio específico. El territorio federal había estado en permanente ex-
pansión, y por ende modificación, desde mediados del siglo III a.C., lo
que colocaba a los aqueos ante los problemas típicos de la territorializa-
ción enfrentados por las póleis y también por los reinos helenísticos que,
como el Imperio Seléucida, no controlaban un arché tradicional y necesi-
taban construirlo.2 En términos sencillos, territorializar un espacio impli-
caba, por un lado, construir un paisaje nuevo mediante la erección de mo-
numentos, caminos, fortificaciones, ciudades, y sus respectivas toponi-
mias, para inscribir un control sobre un espacio, y también, por el otro,
construir relatos míticos e históricos que lo legitimaran y naturalizaran. En
el segundo de los sentidos, se advierte una verdadera relación imaginaria
entre el Peloponeso y la Confederación en las Historias, pero no solo allí.
Como intentaré mostrar, Polibio constituye una puerta de entrada a un
objeto de discusión y desafío que, en última instancia, permite advertir la
coexistencia de distintas maneras de leer la realidad de la unidad pelopo-
nesia y del orden aqueo.
La unidad peninsular fue un objetivo tardío de la élite política aquea,
que, sostengo, no era vislumbrada en los primeros dos tercios del siglo III

1
Assmann (2008: 41). La política de conciliación de Calícrates tenía ese obje-
tivo: Didu (1993: 31, n. 69), Syll.3 634.
2
Sobre las póleis helenísticas: Ma (2000: 342); sobre los Seléucidas: Capdetrey
(2007; 2010), Kosmin (2014).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 123

a.C. cuando ni siquiera Arato tenía un plan al respecto.1 Una tardía políti-
ca de expansión centrada en la península como horizonte de expectativas
pudo promover esta tardía percepción territorial retrospectiva.2 Al respec-
to, puede traerse a colación las discrepancias entre dos interpretaciones
del significado de la toma del Acrocorinto. Mientras Plutarco (Arat. 16.2),
que usaba las Memorias de Arato, señalaba que su resultado había sido
liberar a “Grecia” de la tiranía macedonia, Polibio (2.43.4), en cambio,
también trabajando sobre las Memorias, decía que el fin había sido liberar
a “los habitantes del Peloponeso” de un gran temor. Entre ambas interpre-
taciones existe una ruptura en el objetivo panhelénico.3
Se ha observado ya que Polibio construía un pasado del Peloponeso
conflictivo, disputado, de una guerra constante por la imposición del pro-
pio dominio (δυναστεία, ἀρχή), situación que llegaba a su fin con los
aqueos y su combate por la ἐλευθερία común, la libertad, del resto de los
peloponesios. Por lo tanto, la actual ὁμόνοια, concordia, había sido posible
por dos factores, uno de tipo estructural, la excelencia de la constitución
aquea, y otro agencial, que implicaba el liderazgo de Arato, Filopemén y
Licortas (2.40.2).4 Sin embargo, existían interpretaciones divergentes de
este proceso de unidad. Particularmente notable es la inscripción en la
base de una estatua honorífica de Diófanes, primero discípulo, y luego
rival de Filopemén,5 en la que se lo reconocía como el responsable de la
unificación: “fue el primer hombre que reunió todo el Peloponeso en la
llamada Confederación Aquea (συντάξαντος δὲ ἀνδρὸς πρώτου Πελο-
πόννησον τὴν πᾶσαν ἐς τὸν ὀνομασθέντα Ἀχαϊκὸν σύλλογον)” (Paus.
8.30.5). Él había conseguido incorporar Mesene, coronando con ello un

1
Dejo de lado aquí explicaciones como la de Siegfried (1928: 102ss), quien veía
la unidad peloponesia en Polibio como la realización práctica del ideal estoico de la
cosmópolis. Tampoco creo que fuera un objetivo individual de Arato: “Su sueño de
unificar el Peloponeso”: Pédech (1964: 159).
2
Estoy en contra de la idea de una política aquea inmanente. Cf. Gruen (1986:
446), Dmitriev (2011: 314), Pfeilschifter (2005: 229), Champion (2004: 124 y n.
82), Holleaux (1957: 427) y Niese (1903: 35).
3
Golan (1973: 63).
4
Una morigeración con respecto a Plutarco (Arat. 9.5), para el cual, primero es
el potencial de los aqueos por su “buen orden (κόσμου)” y “disciplina armoniosa
(συντάξεως ὁμοφρονούσης)” y, luego, por la disposición de un “líder con juicio (νοῦν
ἕχοντος ἡγεμόνος)”.
5
Discípulo (21.9.1-3; Liv. 37.20.2), rival (Plu., Phil. 17.1; 20.12.1-7; Liv.
38.32.6-8. Ver: I. Olymp. 46, l.5).
124 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

largo proceso histórico por el cual se buscaba recordarlo.1 Pero Polibio


atribuía, por el contrario, este logro a Filopemén, luego consolidado por
Licortas con la represión de la secesión mesenia (2.40.2).2 Dentro de un
discurso ideologizado sobre la unidad peloponesia, el historiador optó,
entonces, por una versión acorde con su propio posicionamiento y con su
asociación personal con determinados líderes.
Pero no solo sectores de la élite política aquea buscaban apropiarse del
discurso de la unidad peloponesia, sino que también había actores exter-
nos interesados en desafiarlo. En su Vida de Flaminino, Plutarco mencio-
na una frase ingeniosa del líder romano cuando, en ocasión de su intento
de convencer a los aqueos de renunciar a la anexión de Zacinto, les expli-
caba que poseer esta isla representaba para ellos el mismo riesgo que para
una tortuga sacar su cabeza fuera del caparazón peloponesio (Plu., Flam.
17.2). Los aqueos habían adquirido la isla tras la derrota de Antíoco en
Termópilas, de manos de un lugarteniente de Aminandro, Hierocles de
Agrigento (Liv. 36.31.10-32.1). Pudieron haberlo hecho para forzar la
lealtad de Élide, o quizá también por los antiguos vínculos de parentesco
con Zacinto (Thuc. 2.66.1-2),3 pero quizá esta preocupación por explicar
el interés aqueo por un territorio externo al Peloponeso sea superflua. La
expansión era el objetivo de todos los Estados helenísticos y los aqueos
tenían además antecedentes, como la incorporación de Egina, por lo que
quizá la sorpresa por esta política extra peloponesia se deba a que estamos
atrapados por la propia narrativa territorial polibiana.4
El discurso de Flaminino debió figurar en las Historias, de donde debió
haberlo tomado también Livio (36.32.5-9), que permite conocer mejor el
contexto histórico. Durante la estrategia de Diófanes, los aqueos se habían

1
Schorn (1833: 289), Errington (1969: 129-130).
2
La cuestión de la autoría de la “unificación” parece residir en la fecha final de la
incorporación de Élide, aunque todo parece indicar que Diófanes tenía todo el dere-
cho a reclamar el honor: Errington (1969: 131-132, 157). Walbank llama la aten-
ción sobre las limitaciones geográficas de esta unidad: HCP I: 218.
3
Ver: Champion (2004: 128). Errington (1969: 122), en cambio, interpreta la
compra de Zacinto como una estrategia para forzar a Élide a entrar en negociacio-
nes.
4
Champion (2004: 128) parece quedar atrapado dentro de esta lógica. Está
además la noticia en Pausanias sobre la escisión de Pleurón en Etolia, del otro lado
del golfo de Corinto, de la Confederación Aquea (147/146 a.C.) (Paus. 7.11.3).
Pero también Heraclea en Traquis (Paus. 7.14.1, 15.2). Pleurón quizá pasó a poder
aqueo tras la Tercera Guerra Macedónica: Dmitriev (2011: 332).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 125

empeñado en negociar con Mesene y Élide, que eran las únicas dos ciuda-
des del Peloponeso que no formaban parte de la Confederación. Élide se
mostraba dispuesta a unirse, mientras que Mesene se aprestaba a la resis-
tencia ante la invasión de su territorio por tropas federales. Flaminino, que
había sido contactado por los mesenios, que además habían improvisado
una deditio in fidem, ordenó a los aqueos licenciar su ejército y a los mese-
nios aceptar la vuelta de los exiliados e incorporarse a la Confederación.
Pero exigió además la renuncia aquea a Zacinto, que Diófanes tuvo que
aceptar ante la falta de apoyo interno, obteniendo así el objetivo de la uni-
dad peloponesia (Liv. 36.31-32).
La frase de Flaminino en otro contexto podría resultar anecdótica, pe-
ro allí constituía una apropiación abierta del relato aqueo de la unidad
peloponesia, al que confirmaba para subvertirlo inmediatamente median-
te el trazado de un límite claro acorde con la narrativa territorial aquea: la
permanencia en el Peloponeso. Quizá esto mismo fuera, en efecto, acep-
tado por ciertos sectores políticos aqueos, como sugiere, por ejemplo, el
discurso de Aristeno, en el que hablaba del Peloponeso como una penín-
sula “expuesta y a propósito para un ataque naval más que para ningún
otro (nulli apertior neque opportunior quam navali bello)” (Liv. 32.21.26).
Polibio adhería a la idea de un Peloponeso unificado por Filopemén,
no solo por su identificación con la figura del héroe arcadio, sino proba-
blemente también porque la incorporación de Mesene por Diófanes había
sido producto de un regalo romano. Los mesenios, en efecto, habían efec-
tuado una deditio ante Flaminino, que tenía así la obligación de proteger a
los mesenios por virtud de la fides, un lazo que quizá la represión de la
posterior sublevación deshizo, de ahí la atribución por Polibio a su padre,
Licortas, de la consolidación de la unidad peninsular en la Achaica.1
Para Polibio, la unidad del Peloponeso tenía una larga historia
(2.37.9). En su Vida de Filopemén, Plutarco señalaba que los aqueos se
habían propuesto convertir el Peloponeso en un solo cuerpo y dominio
(ἓν σῶμα καὶ μίαν δύναμιν κατασκευάσαι διενοοῦντο τὴν Πελοπόννησον)”
(Plu., Phil. 8.2). Para Polibio, solo la carencia de una muralla que rodeara
la península impedía considerarla una única pólis (2.37.10-11), invirtien-
do, de ese modo, un famoso argumento contrario de Aristóteles (Pol.
1276a), lo que implicaba en el fondo que la constitución aquea era para el

11
Dmitriev (2011: 321); cf. Grandjean (2003: 228).
126 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

historiador tan fuerte como una muralla virtual.1 Licortas justificaba casi
en los mismos términos la importancia de la permanencia de Esparta den-
tro de la Confederación ante los enviados romanos: “para que en todo el
Peloponeso hubiera un único organismo y una única Confederación (ut
corpus unum et concilium totius Peloponnesi esset)” (Liv. 39.37.7).
La unidad peninsular se esbozaba en la Achaica como un objetivo in-
manente de “la concordia de los peloponesios (τὴν Πελοποννησίων ὁμό-
νοιαν)” (2.40.1). Un análisis histórico muestra, sin embargo, que la focali-
zación en el Peloponeso fue un hecho tardío. Su primera experiencia de
integración había sido Calidón, ciudad del otro lado del golfo de Patras,
pero incluso las acciones de Arato no se habían limitado a la península
sino solo hasta después de la Guerra Cleoménica. Polibio operó un re-
corte de la historia, por lo tanto, funcional a la fabricación de un horizonte
peloponesio, silenciando en el ínterin los múltiples ataques e intentonas
militares de Arato sobre el Ática, Atenas, el Pireo e, incluso, una serie de
ataques navales contra Salamina (242 a.C.).2 Podría mencionarse, ade-
más, una expedición contra el territorio de Lócride y la ciudad de Calidón
durante el primer año de su estrategia, así como también su marcha sobre
Beocia (245 a.C.).3 También Mégara había pasado a formar parte de ma-
nera voluntaria tras la caída del Acrocorinto (243 a.C.) (2.43.4; Plu., Arat.
16.2; 18.2-24.1; Str. 8.7.3), aunque de forma efímera. Silenciados estos
hechos, la unidad peloponesia podía adquirir así un sentido teleológico,
τὴν ἐξ ἀρχῆς ἐπιβολὴν (2.44.2). Este objetivo actuaba como ordenador de
los cambios aqueos de alianzas, al tiempo que permitía eludir cualquier
mención a un imperialismo aqueo en el área.4 Para Polibio, el Peloponeso
era como una pólis por su integración entre territorio y comunidad políti-
ca, pero también porque los aqueos no ejercían sobre la península una
dynasteía, que es un tipo de dominio que empieza siempre más allá de las

1
Lehmann (2001: 58-61). Ver: HCP I: 220. En el mundo helenístico comienza
también en los decretos oficiales a integrarse como una misma entidad la pólis y los
fuertes fronterizos, como modo de afianzar el control del territorio: Ma (2000: 341-
342). Es posible que haya aquí alguna relación con este fenómeno.
2
La expedición aquea sobre Salamina (Plu., Arat. 24.3).
3
Plu., Arat. 16.1, Paus. 2.8.4; cf. 20.5.2. Ver: Walbank (1933: 42). Solo después
de sendos fracasos en Beocia y Ática los aqueos centraron sus objetivos en el
Peloponeso. Cf. Golan (1973: 68-70), que considera que su cambio de política se
debió a los constantes reveses experimentados en Argos y a la pérdida de legitimidad
de su política tras la multa impuesta por los mediadores mantineos.
4
Will (2003: 338), Walbank (1933: 52-53), Koehn (2007).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 127

murallas.1 Esta construcción discursiva no lograba, sin embargo, ocultar la


existencia de guerra, oposición y competencia por la península, tanto con
las armas, como en los discursos, como parece indicar la disputa con Es-
parta al respecto.
Un indicio puede reconocerse en las palabras de Cleómenes a Sosibio,
cuando le manifestaba la lealtad de los “mercenarios del Peloponeso (ἀπὸ
Πελοποννήσου ξένοι)” hacia su persona (5.36.4). Estas palabras, apenas
variadas, sin mencionar a los cretenses, ni comparar ventajosamente a los
peloponesios con los sirios y carios, se encuentran también en Plutarco
(Cleom. 33.4). Ambos autores debieron abrevar, por lo tanto, en una
misma fuente, que pudo haber sido Filarco.2 El Peloponeso como una
entidad relativamente homogénea aparece en los textos del siglo V a.C.,
quizá como resultado de una cierta identidad difusa que, según Vlasso-
poulos, no habría estructurado la autopercepción individual, pues, son
raras las inscripciones que especifican un origen “peloponesio” de los in-
dividuos. En cambio, sí puede observarse una identidad al nivel del espa-
cio, con la aparición en la literatura, por un lado, del “Peloponeso” como
un espacio delimitado, y, por el otro, de un colectivo, los “peloponesios”,
como depositarios de cierto éthos distintivo.3 A esta identidad contribuye-
ron quizá la experiencia de la Liga del Peloponeso y, también, la trayecto-
ria individual de miles de peloponesios que circularon por el Mediterrá-
neo como colonos o mercenarios, reconocibles en Alejandría por su “par-
loteo a la peloponesia (Πελοποννασιστὶ λαλεῦμες)” (Theocr., Id. 15.92).
Me parece que en el Peloponeso del siglo III a.C. puede advertirse
una situación de clashing discourses entre un discurso aqueo de “libera-
ción” y un discurso “hegemónico” espartano. La incorporación de Mega-
lópolis, y las demás póleis arcadias, pudo haber impulsado no solo un
cambio de orientación en la política aquea, desde el norte hacia el sur de la
península, y alentar un conflicto con Esparta, sino también una asociación
con una identidad peloponesia que estaba en gestación en Arcadia desde
hacía un par de siglos, opuesta abiertamente a la pretendida identidad
doria espartana.4 La prehistoria de esto se observa en el discurso tegeata
antes de Platea, donde se alude a un colectivo de los “peloponesios” por

1
Erskine (2005a: 236).
2
HCP I: 565-568.
3
Vlassopoulos (2007).
4
Tsiolis (2006).
128 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

oposición a los Heráclidas o “dorios” (Hdt. 9.26).1 El discurso de Licó-


medes de Mantinea en el siglo IV a.C., por su parte, lo plantea de forma
más abierta. Según Jenofonte, “llenó de arrogancia a los arcadios, al decir
que solo ellos podían considerar el Peloponeso como su patria, pues eran
los únicos autóctonos que habitaban en ella” (Xen., Hell. 7.1.23; cf. Hdt.
2.171; 7.73, Thuc. 1.2).
La inserción en la Achaica de una breve mención a los aqueos y el re-
torno de los Heráclidas podía ser, en ese sentido, una contribución a
apuntalar las aspiraciones pan-peloponesias sobre la base de su relativa
antigüedad con respecto a los espartanos (2.41.3-5), sobre todo, si tene-
mos en cuenta que Plutarco achacaba a Arato haber estado dispuesto a
aceptar a los macedonios antes de permitir que Cleómenes, “descendiente
de Heracles y rey de los espartiatas”, fuera nombrado “líder de sicionios y
triteos” (Plu., Cleom. 16.6). La Vida de Cleómenes se basa en buena me-
dida en Filarco, por lo que esta reflexión puede dejar entrever un discurso
espartano de legitimación de sus propias aspiraciones hegemónicas sobre
el Peloponeso apelando al mito de los Heráclidas.2 De hecho, este recurso
a la tradición como legitimación, aparece también cuando Plutarco atri-
buye a Cleómenes querer “restituir el Peloponeso a su ordenamiento polí-
tico tradicional” (Plu., Cleom. 16.2.). Hay buenos indicios, por lo tanto, de
una oposición en lo discursivo entre aqueos y espartanos.
Un problema mayor es advertir la historicidad del discurso aqueo
pan-peloponesio, es decir, individualizar el momento a partir del cual la
península se convirtió en el horizonte de expansión federal. En el 174 a.C.
se abrieron negociaciones con Perseo para levantar una prohibición de
pisar suelo federal que pesaba sobre los macedonios desde la Segunda
Guerra Macedónica. En ese contexto, Calícrates aludió a que los macedo-
nios estaban en su conjunto, y por decreto federal, excluidos del Pelopo-
neso (ut decretum, quo arcentur Peloponneso Macedones), asociado ya con
el territorio aqueo (Liv. 41.23.15-16). Pausanias (2.1.2), en su recorrido
por Corinto, también nos dejó una breve observación sobre la Guerra
Aquea (146 a.C.), en la que señaló que los corintios: “participaron en la
guerra contra los romanos, que Critolao, elegido estratega de los aqueos,
hizo estallar, persuadiendo a los aqueos y a la mayoría de los de afuera del
Peloponeso a que se rebelasen”. Los aqueos son identificados con el Pelo-

1
Vlassopulos (2007: 12).
2
Cf. Lafond (2005: 331).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 129

poneso, lo que se advierte en la oposición con sus aliados externos (καὶ


τῶν ἔξω Πελοποννήσου τοὺς πολλούς)
Anderson señala que la imaginación antecede a menudo al dominio
efectivo sobre un territorio, lo que parece también haber ocurrido en el
caso aqueo.1 En efecto, en el caso de la prohibición a los macedonios, si
bien el debate habría tenido lugar en el 174 a.C., la prohibición se remon-
taría a la ruptura con Filipo V (198 a.C.). En ese momento, no solo Élide,
Mesene y Esparta estaban fuera de la Confederación, sino que ni siquiera
formaban parte Corinto y Argos, que ligada por estrechos lazos con Filipo
se había separado momentáneamente. Por lo tanto, los aqueos estaban
lejos de poder imponer semejante restricción sobre un territorio que no
controlaban. Pese a esto, lo hicieron, lo que nos lleva a pensar que, por
aquella época, ya habían establecido un vínculo imaginario con la penín-
sula, que Polibio incorporó y reprodujo en su obra como un tema en su
interpretación de la historia griega de los siglos III-II a.C.

CONCLUSIÓN PRELIMINAR

La mirada de Polibio sobre la expansión romana es la de un griego, al


menos en un plano cultural general, pero también, de modo más específi-
co, la de un político aqueo que ha hecho cuerpo un habitus específico.
Esto puede advertirse en su Achaica que, como texto histórico mínimo, y
en sintonía con la tónica general introductoria de los dos primeros libros,
trabaja sobre los dos tópicos centrales del relato aqueo sobre su pasado: la
guerra contra los tiranos que esclavizaban al Peloponeso y la liberación y
unificación de la península.
En ese sentido, se advierte un uso orientado de la historia, que permite
presentar la expansión y el imperialismo aqueos como el resultado no
problemático de una incorporación, en última instancia, aceptada por los
peloponesios. En algunos puntos, es claro que se optó por una de las lec-
turas del proceso, que privilegiaba su identificación con la acción de líde-
res específicos (Arato, Filopemén y Licortas) y que permitía, sobre la base
de compartir sus ideales políticos, una asociación con una gesta significa-
tiva. Esto puede indicar que la Confederación todavía existía, proveyendo
un escenario de composición necesariamente anterior al 146 a.C. El obje-
tivo era posicionarse políticamente, pero también construir una imagen
1
Anderson (1993: 238-249).
130 MEMORIA, IDENTIDAD Y POLÍTICA AQUEAS

de la Confederación Aquea como un Estado autónomo, capaz de expan-


dirse de forma justa, y de ser un aliado leal y moralmente apto de los ro-
manos en la nueva situación posterior a Pidna con la eliminación del reino
de Macedonia como principal poder en Grecia.
III

LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

“Si quieres entender Grecia bajo los romanos, lee a Polibio y lo que puedas creer
que es Posidonio; si quieres entender a Roma gobernando Grecia, lee a Plauto, a
Catón y a Mommsen”.1

Desde fines del siglo IV a.C. Cartago, Roma y las grandes monarquías
helenísticas se habían convertido en los principales actores políticos del
Mediterráneo con capacidad suficiente para movilizar los recursos ne-
cesarios para disputar la hegemonía. Pero no eran los únicos actores en
este sistema interestatal multipolar, en el que había pequeños y medianos
Estados, cuyos líderes políticos eran el centro de la preocupación de Poli-
bio por proveer modelos de actuación noble y racional dentro del escaso
margen de maniobra que tenían. La máxima introducida por Tucídides
(5.89) en el diálogo de los melios de que en una relación de poder asimé-
trica “los más fuertes determinan lo posible y los débiles lo aceptan” se-
guía vigente, y el historiador aqueo estaba interesado en dotar a los grie-
gos de herramientas para lidiar lo mejor posible con esta situación.
Antes de la imposición de una hegemonía incontestada romana, inclu-
so las más pequeñas póleis podían aprovechar la fluctuante distribución
de fuerzas entre las potencias.2 Cuando Roma intervino militarmente en
el Egeo intentó lentamente redefinir este esquema y halló oposición. El
largo periodo comprendido entre la derrota de Antíoco III y la guerra
contra Perseo (189-171 a.C.) ha sido denominado por la historiografía, en
ese sentido, como la “era de la resistencia legalista”. Estados como la Con-
federación Aquea y la Beocia recurrieron a un principio de respeto de sus

1
Momigliano (1999: 85).
2
Habicht (2006: 143-167), Ma (1999), Billows (2005), Cartledge (1997: 1-
15).
132 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

propias leyes en las negociaciones con los romanos, lo que colocaba a es-
tos ante el delicado problema de violar la autonomía si avanzaban más allá
de cierto punto con sus demandas.1 Solo el establecimiento del dominio
directo romano, progresivo a partir de mediados del siglo II a.C. con la
provincialización de Macedonia, comenzó a anular las alternativas a su
hegemonía.
Como político formado en la práctica en un poder mediano, Polibio
no tenía una mirada histórica desde el lugar de la imposición de la domi-
nación, sino, por el contrario, desde el de la compleja resistencia que, sin
exhibir hostilidad, intentaba enmarcar la nueva dinámica interestatal den-
tro de los paradigmas tradicionales de hegemonía y autonomía. Es en
vano buscar en su obra una reflexión sistemática sobre la dominación, el
imperio o, incluso, la hegemonía porque en ella aparece solo una concien-
cia práctica del proceso, que propone un camino para conservar la auto-
nomía, una noción griega mucho más específica que la moderna y con
mayor variabilidad en el tiempo.2 No era un sinónimo de eleuthería, de
“libertad”, aunque ambas nociones se solaparan frecuentemente en la pra-
xis política, sino un concepto circunscripto al ámbito de las relaciones de
alianza entre dos Estados, uno más fuerte y otro más débil.3 Este último
recurría a este concepto para describir y proteger su situación, por lo que
su acuñación puede bien ser el reflejo de una situación negativa, es decir,
del reconocimiento de que el autogobierno es una concesión en un con-
texto de creciente subordinación,4 o bien, de algo positivo, a saber, de una
concesión producto de la habilidad para mantener la independencia.5 Ad-
hiero a esta última perspectiva que, en última instancia, entiende la auto-
nomía como una muestra de agencia, que de cualquier modo también
podía emanar de una concesión real graciosa.
Como concepto, la autonomía tiene una raigambre histórica que se
remonta a época clásica. Antes se pensaba que su origen estaba en Jonia,
en las relaciones de las póleis microasiáticas con el Imperio Persa,6 pero es
más probable que surgiera más tarde, a mediados del V a.C., durante la

1
Ferrary (1978: 749, 751), Deininger (1971: 130), Thornton (2001: 77).
2
Dmitriev (2011: 291).
3
Whitehead (1993: 321), Dmitriev (2011: 20).
4
Bickerman (1958: 327).
5
Hansen (1995: 26).
6
Bickerman (1958: 339-331).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 133

segunda Guerra del Peloponeso.1 Hacia el siglo IV a.C., tras la Paz de An-
tálcidas (386 a.C.), se la incluyó más frecuentemente en las cláusulas de
los tratados de alianza para describir una situación similar al autogobierno
en combinación con la subordinación.2 Las supuestas rupturas en el signi-
ficado del concepto fueron, por su parte, identificadas por una historiogra-
fía clásica que creía reconocer en el siglo IV el momento final de la pólis.
Esta interpretación historiográfica empezó a cambiar, sin embargo, a par-
tir de la década del ‘80 cuando se reconoció una cierta continuidad de la
pólis griega como comunidad política,3 con cierto dinamismo por lo me-
nos hasta las reformas de Diocleciano en el siglo III d.C., aunque hacía
tiempo que muchas habían perdido su primacía, cuando no su autonomía,
en favor de los reyes.4 Estos últimos, por su parte, explotaron el tópico de
la autonomía y de la eleuthería para fundirlos en su discurso público de
liberadores de los griegos,5 en el que a partir del siglo III a.C. se privilegió
a la eleuthería, como harían también los romanos desde 229 a.C., lo que
hizo que la autonomía se convirtiera en una reivindicación propia de las
póleis.
Y la autonomía era algo que debía conquistarse. Los reyes necesitaban
negociar consensos en determinadas áreas de interacción y las póleis po-
dían explotar hábilmente los márgenes de acción que la competencia en-
tre los grandes reinos creaban en los espacios en que su poder se volvía
más difuso.6 En ese contexto, el discurso real público, expresado en cartas
a las póleis, buscaba ocultar las huellas de las relaciones de dominación y,
en consecuencia, moralizar sus vínculos con estas mediante una integra-
ción orgánica en un discurso evergético general.7 Al mismo tiempo, las
póleis que no estaban sujetas a tributo parecen haber reconocido como un
verdadero asunto cívico la publicidad en sus decretos del ejercicio de su
autonomía como una forma de reforzar sus identidades cívicas. Polibio
(21.8.1-7) menciona un discurso de Apolónidas de Sición oponiéndose,

1
Ostwald (1982), Raaflaub (2004: 193-202).
2
Hansen (1995: 41).
3
Gauthier (1985).
4
Dmitriev (2005: 353).
5
Filipo II con la creación de la Liga de Corinto (337 a.C.) hizo equivalente la
idea de la defensa de la libertad de Grecia con la de la defensa de la libertad de los
miembros de la alianza, todos los griegos menos Esparta, lo que lo “forzaba” a con-
tinuar con su rol hegemónico de protector: Dmitriev (2011: 89).
6
Carlsson (2010: 61).
7
Ma (1999).
134 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

por ejemplo, a un regalo de Eumenes II de 120 talentos para sufragar con


sus intereses los gastos de la boulé federal en sus sesiones (187 a.C.):

“las situaciones presentan aspectos encontrados, si se las mira desde el punto


de vista de los reyes o desde el de las democracias. Los debates más largos y
principales se producen acerca de las diferencias que tenemos con los reyes,
de modo que, necesariamente, una de dos: o el interés del rey prevalecerá
por encima del nuestro, o, si la cosa no es así, al obrar contra los que nos pa-
gan nos mostraremos públicamente como unos desagradecidos”. (21.8.6-7)

Se desnuda aquí el vínculo inestable entre la evergesía real y el ideal de


la autonomía.1 Carlsson no se aleja demasiado de la postura aquí expuesta
cuando propone entender la reivindicación autonomista helenística a la
vez como la aspiración a la libertad y como el derecho a decidir sobre los
propios asuntos.2 Si bien fue gracias a la intervención del propio Polibio
que los honores a Eumenes fueron restablecidos, no es una prueba de su
aval a la propuesta real (cf. 28.7.8-13). De hecho, su desconfianza se per-
cibe en algunos pasajes, como 15.24.4 cuando comenta sobre la liviandad
con la que los reyes hablan de libertad y otorgan a los pueblos el título de
amigos y aliados antes de oprimirlos, lo que coincide con el punto de vista
rodio ante el senado en 189 a.C. (21.22.8).
Las grandes monarquías proporcionaban ejemplos culturalmente ac-
cesibles a los griegos para permitirles calibrar las tendencias hegemóni-
cas,3 que permitían evaluar en digresiones morales el desnivel entre un
noble comportamiento de los reyes del pasado y el vicioso de los del pre-
sente, como en 7.11.2, a propósito de Filipo V, el “ejemplo más claro
(ἐναργέστατον εἶναι τοῦτο παράδειγμα) para los políticos que deseen,
aunque sea mínimamente, enderezar su conducta mediante el estudio de
la historia (τὴν ἐκ τῆς ἱστορίας διόρθωσιν)”. Antíoco III, ante Armósata, en
Mesopotamia, “ganó a los habitantes de aquella región y se reconcilió con
ellos; pareció a todos que trataba los asuntos con magnanimidad, tal como
conviene a un rey (δόξας μεγαλοψύχως καὶ βασιλικῶς τοῖς πράγμασι
κεχρῆσθαι)” (8.23.5). También los políticos aqueos reflexionaban sobre el
carácter de los poderes hegemónicos, como Arato, que cuando recurrió a
a Antígono Dosón sabía que los reyes medían todo por el criterio de la

1
Kashtan (1982: 217).
2
Carlsson (2010: 69).
3
Virgilio (2008: 329-341), Troiani (1979).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 135

conveniencia (2.47.5), o, por su parte, Filopemén, que reflexionó sobre la


tendencia de los más poderosos a oprimir cada vez más a los más débiles,
quizá como una proyección de las propias ideas de Polibio (24.13.2).1
Licortas acusó incluso a los romanos de tratar a los aqueos como esclavos,
haciendo caso omiso de su condición de aliados (Liv. 39.37.9).
Estos testimonios generan aparentemente una magra expectativa de
mantenimiento de la autonomía dentro de la alianza, pero nos muestran,
sin embargo, una actitud de responsabilidad y compromiso al respecto.
Los aqueos, los rodios, Arato, Filopemén, Licortas, y muchos otros pue-
blos, e individuos como ellos, compartían la misma experiencia en tal tipo
de ordenamiento interestatal. Entre los políticos aqueos, Polibio indivi-
dualizaba, y criticaba, dos posturas predominantes. Por un lado, Calícra-
tes, que había optado por la conveniencia y el interés personal, atrayendo
a los romanos a los asuntos internos aqueos tras su embajada del 181 a.C.
Por el otro, los líderes aqueos del 146 a.C., quienes habían forzado la in-
tervención militar romana por su resistencia insensata. Polibio observa la
capacidad de los romanos para aprovechar estas tendencias egoístas e
incrementar su poder e influencia, de acuerdo con tendencias naturales en
todo Estado. Como ha observado Miltsios, no existe para el historiador
aqueo un punto individualizable de quiebre hacia el desarrollo de una
tendencia imperialista, pues, desde el comienzo, los romanos aparecen
persiguiendo su propio interés y embarcados en una política expansiva.2
Polibio se preocupa, por lo tanto, no por indagar sobre las tendencias im-
periales, tomadas como un dato dado, sino por explorar la autonomía co-
mo una práctica cotidiana de todo mediano y pequeño Estado en este
sistema interestatal (4.27.5; 21.19.9, 22.7; 25.5.4, etc.).
No era de todos modos un idealista. Tenía poco optimismo sobre las
reales posibilidades de frenar el proceso que conducía a la hegemonía
romana, pero confiaba, en cualquier caso, en que sus enseñanzas iban a
ayudar a los políticos griegos a morigerar sus efectos. Sin ser el teórico del
imperio, sin mirar política ni culturalmente como Roma, reflexionó sobre
la interacción entre hegemonía y autonomía con una perspectiva griega
informada. En un contexto histórico en que los líderes políticos disponían
de limitadas opciones para mantener a la vez el honor y la seguridad,3 un

1
Ferrary (2005: 25); cf. Errington (1969: 97-98).
2
Miltsios (2013: 27-28).
3
Musti (1978: 73).
136 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

buen liderazgo requería de habilidad y tacto diplomáticos.1 Brindar ejem-


plos para imitar, para actuar, era central porque la inactividad era un lujo
imposible en las presentes circunstancias.2 En muchos casos, hizo esto
como un historiador indirecto, es decir, brindando enseñanzas y temati-
zando problemas a través de la narrativa. He escogido algunos pasajes
para ilustrar esta preocupación. En el caso de los aqueos, que abordaré en
este capítulo: 1) la Guerra Cleoménica; 2) la “conspiración” de Apeles; 3)
el cambio de alianzas aqueo del 198 a.C. En el caso de los etolios, en el
capítulo IV, haré lo propio con: 1) la Guerra Social y 2) la Guerra de An-
tíoco. Los cinco acontecimientos permiten reconocer la interacción entre
un Estado mediano y un poder mayor, ilustrando el problema de la pre-
servación de la autonomía desde distintos ángulos.

LA AMENAZA DE CLEÓMENES III

El ascenso de Cleómenes amenazó la estabilidad aquea y provocó


también un drástico reacomodamiento de fuerzas en el sistema interesta-
tal griego, al empujar a la Confederación Aquea, que hasta ese momento
había mantenido una política enfrentada a los macedonios, a la alianza
con Antígono Dosón (224 a.C.). Fue una decisión controvertida. Plutarco
lo expresó así en varios pasajes, en particular, cuando señaló que con Ara-
to los aqueos nunca habían dejado de depender del auxilio de los reyes y
que debían su libertad solo a la reorganización del ejército que había im-
pulsado luego Filopemén (Plu., Phil. 8.3).3 En su Vida de Arato (38.4), es
mucho más duro: su alianza con Antígono había barbarizado el Pelopone-
so (πάλιν τὴν Πελοπόννησον ἐκβαρβαρῶσαι), con guarniciones de ilirios y
celtas en el Acrocorinto y con los reyes macedonios como señores de las
ciudades con el blando nombre de aliados (τούτους ἐπάγεσθαι δεσπότας
ταῖς πόλεσι συμμάχους ὑποκοριζόμενον).4 Esta alianza era vista, quizá si-

1
von Fritz 1954: 11.
2
El discurso de Aristeno en Tito Livio es claro al respecto: “Porque la salida
política de no intervenir ni recurrir a las armas, salida que Cleomedonte les
apuntaba hace poco como intermedia y como la más segura, no es una solución
intermedia ni es solución alguna” (Liv. 32.21.33).
3
Incluso se hace eco del rumor de que Filipo V quería asesinar a Filopemén para
poder reducir nuevamente a su dominio a los aqueos (πάλιν ὑποπτήξειν αὐτῷ τοὺς
Ἀχαιούς) (Plu., Phil. 12.2).
4
Merma de autonomía: Errington (1969: 12, 15, n.1, 25-26, 50, 66-67).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 137

guiendo a Filarco, como la aceptación de la sumisión, tal como exponía en


su Vida de Cleómenes (16.5): Arato había postrado a Acaya ante la dia-
dema y la púrpura para no tener que obedecer al rey de Esparta.
Existían tres relatos sobre este cambio de alianzas: Arato, Filarco y Po-
libio, cuya exposición no debió diferir de la de Arato más que en la inter-
pretación, aunque el historiador aqueo narrara algunos pormenores silen-
ciados por el sicionio (2.47.11).1 Arato, por su parte, dado lo controverti-
do del acuerdo, había necesitado justificarse,2 para lo que habría recurrido
al criterio de necesidad (ἀφίησι φωνὴν ἀπολογιζόμενος τὴν ἀνάγκην) (Plu.,
Arat. 38.7), argumento que tiene su eco en Polibio (ἠνάγκαζε) (2.51.4).
Plutarco, en cambio, y dado que abrevaba en dos fuentes distintas –entre
ellas, Filarco–, reconocía la situación de necesidad (Plu., Arat. 39-42),
pero culpaba a Arato por la esclavitud del Peloponeso (Plu. Cleom. 17-
19).3 No solo Acrocorinto y Corinto fueron el precio de la nueva alianza,
sino también la propia política exterior aquea, que quedó incorporada en
la Liga Helénica.
Polibio optó, por su parte, por ocultar estos problemas, tratando de
hacer compatible la alianza con la matriz ideológica colectiva aquea y
mostrar que la decisión era el resultado de un cálculo racional de posibili-
dades en un contexto de necesidad.4 Arato pensaba, en efecto, en la trai-
ción para con los aliados que significaría la devolución del Acrocorinto,
pero reconocía también el peligro inherente de este cambio de alianzas
para la autonomía aquea, sobre lo que Polibio no se hacía ilusiones:

“Pues el rey Antígono conservaba Corinto conforme a la cesión de los


aqueos con ocasión de la Guerra Cleoménica y además Orcómeno, que tras
haberla tomado por la fuerza, no la restituyó a los aqueos, sino que la retenía
para sí. Quería, a mi parecer, no solo dominar la entrada del Peloponeso,
sino también tener bajo vigilancia el interior del país por medio de la guarni-
ción y pertrechos instalados en Orcómeno”. (4.6.4-6)

1
Orsi (1991: 83-84).
2
Engels (1993: 32-33); ἀπολογείσθαι, ἀπολογίζεσθαι: Plu., Arat. 33.4, 38.11. Cf.
Haegemans-Kosmetatou (2005: 125-126).
3
Cf. Orsi (1991: 29-34).
4
Las operaciones mentales de Arato muestran al público su racionalidad: προ-
ορώμενος (2.47.4), κατανοῶν (2.47.5), σαφῶς εἰδὼς (2.47.5), διόπερ ἔχων τοιαύτην
πρόθεσιν ἀδήλως αὐτὰ διενοεῖτο χειρίζειν (2.47.9), εἰδὼς δὲ τοὺς Μεγαλοπολίτας κα-
κοπαθοῦντας (2.48.1), σαφῶς δὲ γινώσκων οἰκείως διακειμένους αὐτοὺς πρὸς τὴν Μα-
κεδόνων οἰκίαν ἐκ τῶν κατὰ τὸν Ἀμύντου Φίλιππον εὐεργεσιῶν (2.48.2), etc.
138 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

El ulterior debilitamiento de la autonomía se percibe en otro pasaje en


el que Arato, investido por un decreto federal, se encargaba de solucionar
la disensión interna en Megalópolis, atribuida parcialmente a las leyes de
Prítanis, legislador peripatético propuesto por Antígono (5.93.8). Prítanis
estaba personalmente vinculado al rey, como muestra un decreto atenien-
se del 226 a.C.1 No habría sido, por otra parte, una intervención aislada en
los ordenamientos constitucionales peloponesios, puesto que Antígono
tuvo también cierta actividad legislativa en Tegea, además de “devolver”
las leyes de Licurgo a Esparta (2.70.1-4). Por ello, Arato consideraba “más
bello” procurar la salvación sin tener que recurrir a ayuda (2.47.1, 50.11),
y solo ante un escenario hipotético de ἀνάγκη, de necesidad, que tanto
Arato como Polibio planteaban beneficiándose de la retrospectiva, se po-
día válidamente recurrir al rey.
En 2.51.2-3 aparecía, en efecto, una enumeración de varios reveses
aqueos, que rompían la isocronía entre tiempo y relato dotando a este de
una mayor velocidad (‘vitesse’) posibilitada por una elipsis del tiempo.2 La
compresión del relato puede deberse en parte a sus necesidades expositi-
vas, propias del carácter sumario de la προκατασκευή, pero también al
imperativo de dar un efecto más dramático a la necesidad haciendo coin-
cidir una serie de acontecimientos ocurridos entre 227/6-224 a.C.: el cese
de los subsidios de Ptolomeo III (2.47.2), la omisión de los intentos de
Arato de acudir a etolios y atenienses (Plu., Arat. 41.3), y tres grandes
derrotas. Pero la discontinuidad de los subsidios ptolemaicos podría da-
tarse en 226/5, quizá en 227 a.C.,3 mientras que, en el caso de las batallas,
Ladocea se habría librado en 227 y Hecatombeo en 226 a.C.4 La alianza
recién se selló en 224 a.C., lo que revela la invisibilización de las negocia-
ciones intermedias con Cleómenes, lo que permitía presentar la opción de
Arato no solo como la más acertada, sino como la única.5
También se construyó la imagen del aliado escogido. En el caso de An-
tígono, se deja de lado una frecuente valoración ambivalente de la monar-
quía y se lo destaca abiertamente por su don de mando y real, por su acti-
vidad e inteligencia (ἡγεμονικῶς καὶ βασιλικῶς… τοῦ κατὰ λόγον <χρή-

1
Meritt (1935: 525-529), Dow-Edson (1937: 169-170).
2
Genette (1972: 139).
3
HCP I: 250, Walbank (1933: 200-201), Ferrabino (1972: 84, 258).
4
Will (2003: 373, 378).
5
Orsi (1991: 88-92).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 139

σασθαι τοῖς> πράγμασιν ἦγε τὴν ἡσυχίαν) (2.64.6), por su fidelidad y leal-
tad (2.47.5), en fin, por su kalokagathía (2.70.7).1 En un discurso de Aris-
teno, de origen polibiano, la oposición entre el desenfreno de Filipo V y la
nobleza de Antígono, llevan a señalar a este como “el más atento y justo
de los reyes (mitissimo ac iustissimo rege)” (Liv. 32.21.25), algo ya obser-
vado por Polibio (5.11.6). Plutarco no compartía este juicio positivo.2
Contrasta con esta exaltación de la figura real de Antígono, en cambio, la
temprana derogación de la imagen de Cleómenes, el rival, como tirano
destructor del orden tradicional (2.47.3; 4.81.2-14; 9.36.4, 29.8; 8.35.4-6;
9.23.3; cf. 5.39.6),3 y además agresor (2.46.5-7) de los aqueos, que, por el
contrario, reaccionan a su ataque con un comportamiento respetuoso de
la institucionalidad y de los procedimientos rituales propios de la guerra
(2.46.5-6).4
Una vez operada la alianza, los aqueos ingresaron a la Liga Helénica,
erigida sobre un acuerdo aparentemente respetuoso de las autonomías
locales, garantizadas por el comportamiento noble y generoso de Antí-
gono. En un plano no solo pragmático, sino también moral, la alianza im-
pulsada por Arato se volvía entonces aceptable. A su vez, la presentación
estilizada y moral de los reyes macedonios de antaño, de Antígono, pero
especialmente de Filipo II, se introducía en ese momento para explorar el
problema del deterioro de la hegemonía de Filipo V sobre los griegos.
Aquellos reyes de antaño representaban todo lo que, en un plano ideal, el
joven rey debió ser y que, por convertirse en un tirano, no pudo. Su de-
gradación operaba, en última instancia, como una dramatización del hun-
dimiento de los fundamentos de la hegemonía macedonia.5 Pero los
aqueos no eran espectadores pasivos, sino que con su derrotero permitían
al historiador reflexionar sobre la defensa de los márgenes de autonomía
como el resultado de la adopción de adecuadas decisiones por parte de los
líderes de la Achaica.

1
Welwei (1963: 33-38). Cf. 5.9.8-10; 9.36.5; Liv. 32.21.25 (discurso de Ariste-
no); Iust. 28.4.12-14.
2
Orsi (1991: 89, n. 28).
3
Gruen (1972: 619). Esta mudanza de realeza a tiranía (Paus. 8.27.16; cf. Plu.,
Arat. 38.7).
4
Esta naturalidad podría incluso leerse como parte de la renuencia de Arato a
declarar la guerra, lo que terminó haciendo ante la presión megalopolitana. Ver:
Gruen (1972: 614-615).
5
Pédech (1964: 140) ha notado justamente la recurrente traducción de la polí-
tica exterior de los reinos en términos de características morales de sus reyes.
140 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

LA CONSPIRACIÓN DE APELES

En el libro 4 se anuncia una transformación mayor de la hegemonía


macedonia cuando, al interior de la corte real, estalla una crisis que revela
la fragilidad institucional del reino y moral del rey. Se trata de la llamada
conspiración del phílos real Apeles, que tomó la decisión de reducir a los
aqueos a una posición subordinada dentro de la alianza posiblemente en
el 219 a.C., lo que es expuesto por el historiador como una lucha por el
favor real entre Apeles y Arato, quizá reproduciendo una postura aqueo-
céntrica ligada a este último.1 Ferrabino creía, en efecto, que las Memorias
eran la fuente, pero hemos visto que esto es cronológicamente difícil.2 La
decisión de Polibio de narrar este hecho con detalle, sin embargo, no me
parece menor, sobre todo, porque lo focaliza desde el punto de vista
aqueo. También parece haber reducido al capricho personal de Apeles un
conflicto mucho más profundo entre diferentes puntos de vista al interior
de la corte sobre la política con respecto a la Liga Helénica.3 Finalmente,
el conflicto entre el joven Filipo V y su cortesano pudo estar relacionado
además con la necesidad de aquel de hacerse con las riendas de su reino,4
llevando adelante quizá una verdadera purga entre sus cortesanos hábil-
mente encubierta por la propaganda real.5
Dadas las características de nuestras fuentes, es imposible llegar a un
grado de certeza absoluta, puesto que Polibio no es de demasiada ayuda
para dilucidar este problema histórico dado que constantemente busca
remarcar la habilidad política de Arato para influir en favor de los intereses
aqueos.6 Sin embargo, mi objetivo es más modesto porque busco com-
prender cómo el historiador aqueo, por medio de la narrativa, usó la in-
formación sobre la conspiración para construir un relato didáctico sobre
hegemonía y autonomía. Una cuestión tópica en el libro 5 es, en efecto, el
papel de los cortesanos en los ascensos al trono, tanto de Antíoco III co-
mo de Ptolomeo IV, lo que revela cierto interés de Polibio en la naturaleza
del conflicto al interior de las cortes helenísticas, tal vez, porque permitía
revelar sus debilidades institucionales frente a la constitución de Roma,

1
Hammond-Walbank (1988: 381).
2
Ferrabino (1972: 174), Meadows (2013).
3
Walbank (1967: 44-45).
4
Errington (1967: 35), Hammond-Walbank (1988: 381-383).
5
Errington (1967: 30).
6
Paschidis (2008: 248-250). Cf. Ferrabino (1972: 174).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 141

que iba a ser el tema del libro 6.1 Aunque las maquinaciones de Apeles
actúan, de hecho, como un nexo lógico con lo expuesto en el libro 5,2 co-
nocido como el libro de los tres reyes –Filipo V, Antíoco III y Ptolomeo
IV–,3 llama la atención la tardía introducción en 4.76.1 de este personaje.
McGing sugiere, al respecto, que esta omisión inicial era funcional al obje-
tivo de mostrar cómo el joven rey se había establecido firmemente en el
trono gracias a su propio esfuerzo, acentuando así su buen comienzo.4 En
mi opinión, la conspiración de Apeles pone en evidencia además algunos
problemas que exceden el ámbito cortesano y tiñen, en cambio, el de las
relaciones interestatales al interior de la Liga Helénica.
Desde un punto de vista historiográfico, y didáctico, creo que no hay
inconvenientes para reconocer el rol que Polibio asigna a Arato como
“consejero sabio”, responsable de moderar el ejercicio del poder por parte
del joven rey.5 Los potenciales beneficios de dialogar con el poder hege-
mónico se tematizan recurriendo a las palabras y a las acciones concretas
de este líder aqueo. Porque todo poder hegemónico, incluso Roma, nece-
sitaba amigos o aliados que le brindaran “consejos sabios”, y los jóvenes
políticos griegos, por su parte, debían ser instados a incorporar estos mo-
delos indirectos de comportamiento,6 que los llevaran a reconocer la ins-
tancia del diálogo como un instrumento efectivo y, a la vez, honorable de
cumplir con su propia responsabilidad en la tarea de mantener una hege-
monía moderada.
Apeles se habría propuesto, según Polibio, un plan para restar auto-
nomía a los aqueos, tal como le atribuye al personaje en una focalización
posterior: si Filipo sigue el consejo de Arato, y no el suyo, tendrá que se-
guir tratando a los aqueos de acuerdo con la letra de la alianza (κατὰ τὴν
ἔγραπτον συμμαχίαν) (4.82.5). Sus acciones previas son perfectamente
coherentes con esta conversación posterior, puesto que, por ejemplo, ha-
bía permitido a los macedonios expulsar de los cuarteles a los aqueos y,
luego, había ordenado que se les arrebatara su parte del botín. Más tarde

1
Troiani (1979: 10-18), McGing (2010: 95).
2
McGing (2010: 104).
3
Virgilio (2008: 334).
4
McGing (2010: 105).
5
Ager (2005: 47).
6
Los jóvenes como receptores de su propuesta didáctica de autocontrol:
Eckstein (1995: 140-150, 1989: 8-15).
142 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

había intentado aplicarles incluso castigos físicos, e hizo que condujeran a


prisión a los que se resistían:

“Pues estaba persuadido de que, con este proceder, en breve tiempo los iría
acostumbrando insensiblemente a que nadie considerara como indigno
cuanto sufriera de parte del rey. Y eso a pesar de que, poco tiempo antes, ha-
bía salido a campaña con Antígono y había podido observar que los aqueos
estuvieron resueltos a pasar por cualquier penalidad con tal de no cumplir
las órdenes de Cleómenes”. (4.76.6-7)

Apeles intentaba, pues, en contra de la letra del tratado, convertir a los


aqueos en súbditos. La confiscación del botín, en ese sentido, es notable
porque se trata de una práctica cuidadosamente legislada por Filipo V, a
juzgar por las copias del reglamento halladas en Drama/Amfípolis y en
Casandria.1 Los aqueos eran aliados, autónomos, de modo que el regla-
mento no aplicaba a ellos, por lo que la orden de Apeles buscaba lesionar
su carácter de aliados, acostumbrarlos (εἰς συνήθειαν ἀγαγὼν) al dominio
real, tratándolos como súbditos. Los aqueos, puesto que no estaban acos-
tumbrados, se resistían a esta humillación, contra la expectativa del corte-
sano, mostrando que, pese a la alianza, conservaban intacto su amor por la
libertad.
El siguiente paso de Apeles fue intervenir en la política interna federal.
El juego político interno conducía a algunos líderes a aliarse con el corte-
sano macedonio para las elecciones de estratega, mientras que los Aratos,
padre e hijo, se convirtieron en aquella oportunidad en los únicos obs-
táculos para “reducir poco a poco a su yugo a los aqueos” (4.82.2). Como
en el caso romano con Calícrates, el avance hegemónico macedonio no se
imagina como un fenómeno unidireccional, pues, la principal responsabi-
lidad recae sobre los políticos aqueos que colaboran con la expansión del
poder hegemónico (4.82.8).
La autonomía solo era concebible en el marco de una alianza, que,
como se advierte, era la única defensa frente a la prepotencia del poder
hegemónico, al menos mientras los políticos aqueos rechazaran la inje-
rencia. Como en el caso de la famosa embajada de Calícrates, se advertía
al público sobre los riesgos de estimular una intervención del poder he-
gemónico, de un imperialismo “pericéntrico”, en la política interna.2 Epé-

1
Cortés Copete (1999: 365-370), Martínez Lacy (2008: 29-38).
2
Champion (2007a).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 143

rato de Dime había ganado ese año la estrategia federal, en el 218 a.C.,
pero había puesto en riesgo la autonomía aquea. La lectura de Polibio es
didáctica, pero también sesgada y poco objetiva: más que a la intervención
macedonia, la victoria pudo deberse a la capitalización del creciente des-
contento contra Arato en Acaya occidental (4.82.2-8, 84.1; Plu., Arat.
48.1).1 Pero para Polibio esto no era así. La figura de Arato, construida en
términos modélicos, podía resultar significativa para mostrar a su público
que la habilidad política contaba mucho para colaborar honorablemente
con el poder hegemónico. Esto se advierte, por ejemplo, en que Filipo,
que había convocado a los aqueos a una asamblea en Egio, al percibir que
la influencia de Arato sobre estos seguía siendo fuerte, solicitó que trasla-
daran la sesión a Sición, puesto que estaba necesitado de trigo y dinero
para sus tropas y, para recibirlos, necesitaba convencer a los Aratos mos-
trándose para ello más conciliador (5.1.6-11).
Esta representación idealista es ciertamente incompatible con lo que
sabemos de la diferencia de objetivos entre Macedonia y los aqueos. Tan-
to Antígono como Filipo buscaban reforzar su posición al sur del Istmo,
como revela lo ocurrido en Esparta tras Selasia, donde Antígono dejó a
cargo a su hombre de confianza, Bráquiles (20.5.12).2 Una Esparta inde-
pendiente constituía un buen contrapeso para las crecientes ambiciones
aqueas sobre el Peloponeso.3 También Filipo, al retener Trifilia, con una
guarnición y con Ládico de Acarnania como epimeletés, estaba retomando
la clásica política de control sobre el área (4.80.15).4 Este interés en el
Peloponeso se advierte, en última instancia, en la designación de Taurión
al frente de los asuntos en la península (4.6.4, 10.2-6, 19.7-8, 80.3, 87.1-4,
8-9; 5.27.4, 92.7, 95.3-5, 103.1-2; 8.12.2; 9.23.9).

1
Walbank (1967: 48), Ferrabino (1972: 181-182). Cf. Hammond-Walbank
(1988: 381, n.3).
2
Una vez conquistadas, Esparta (2.70.1) y Tegea (2.70.4) no fueron cedidas a
los aqueos. Es posible que el historiador resaltara en ambos casos la restauración del
gobierno tradicional en ambas ciudades (τὴν πάτριον πολιτείαν) por ello, pero tam-
bién pensando en la abolición de la tiranía. Si Arato tenía o no ilusiones sobre la in-
corporación de Esparta es imposible saberlo. De todos modos, el escaso número de
tropas aqueas en la batalla decisiva contra Cleómenes revela su desinterés: Golan
(1995: 111-112). Cf. Errington (1967: 20), que lo atribuye a un arreglo con Antí-
gono a cambio de contribuir a la alimentación del ejército.
3
Golan (1995).
4
Walbank (1967: 47).
144 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

Pese a todas estas dificultades, Polibio creía que los aqueos habían lo-
grado preservar su autonomía tras la alianza con Macedonia, de allí su
representación de la intentona de Apeles no como una puja de poder al
interior de la corte macedonia, sino como un avance sobre la autonomía
de los aliados. Así, reforzaba doblemente la figura histórica de Arato por-
que su decisión de llamar a Antígono no había tenido consecuencias irre-
mediables y, también, porque se había mostrado activo y firme en la pos-
terior defensa de la autonomía. El contrapunto con el estatus de los tesa-
lios evidenciaba que los aqueos seguían, en efecto, siendo aliados del rey
(4.76.2). Esto se advierte cuando, ante las agresiones etolias, los aqueos
enviaron mensajeros a la Liga Helénica: epirotas, beocios, focenses, acar-
nanios y Filipo, omitiendo a los tesalios (4.15.1). Su estatus subordinado
se reconoce también cuando se menciona en el libro 5 que Apeles recibía
las cartas de los cheiristaí y epistátai de Macedonia y Tesalia, por un lado, y
los decretos, honores y donaciones de las ciudades griegas, por el otro
(5.26.5), mostrando el estatus distinto de los territorios.1
Polibio simplifica el asunto. Su mención de magistrados macedonios
en Tesalia es dudosa. Primero, porque los cargos mencionados tenían
funciones diferentes. Los cheiristaí habrían formado parte del comisariado
militar del ejército real,2 mientras que los epistátai habrían tenido capaci-
dad oficial dentro de las instituciones civiles en las ciudades. Segundo,
estos epistátai no aparecen en el registro epigráfico macedonio en el terri-
torio tesalio.3 Creo que lo más importante, entonces, es el contraste que
Polibio quiere discursivamente establecer entre un Estado autónomo y
uno sujeto: “los tesalios daban la impresión de regirse por unas leyes que
diferían mucho de las macedonias, pero en realidad no se distinguían en
nada (διέφερον δ᾽οὐδέν), sino que, tratados en todo igual que los mace-
donios, hacían todo lo que los oficiales del rey mandaban” (4.76.2). El
διέφερον δ᾽οὐδέν habilitaría, por lo tanto, una abusiva extensión al espacio
tesalio de las instituciones macedonias, lo que no resiste la evidencia his-

1
Cf. 20.5.12. Sin embargo, en su parlamento con Filipo V en Nicea, Alejandro
Isio refería a la relación del rey con las ciudades tesalias como “siendo amigo y alia-
do” (φίλον ὄντα καὶ σύμμαχον) (18.3.9). La explicación más probable es que buscara
acentuar aún más el comportamiento desleal con sus “aliados”.
2
Hatzopoulos (1996: n° 12, 13).
3
Existe una restitución sobre un documento de Homolion, bastante insegura,
así como una inscripción muy fragmentaria de Gonnoi, lo que impide per se aseverar
la presencia de estos magistrados en Tesalia: Hatzopulos (1996: 375, n.8).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 145

tórica. Además, si bien la autoridad de los reyes era muy grande, no po-
dían tratar a las ciudades tesalias del mismo modo que a sus súbditos, co-
mo muestran las cartas de Filipo V a Larisa en las que hay recomendacio-
nes sobre orden interno, y sobre cómo aumentar la población, pero no
órdenes.1 Los reyes no solo apelaban a un determinado lenguaje oficial,
“cortés y eufemístico”, sino que se enfrentaban también a la necesidad
práctica y constante de construir poder.2
Esto justamente vuelve más notable el autoritarismo atribuido a Ape-
les, que pretende comportarse con los aqueos como no lo hubiera hecho
ni siquiera un rey. Autonomía es un concepto que, como hemos señalado,
no se adapta por completo a nuestra noción moderna, sino que debe en-
tenderse contextualmente como la descripción de la posición de un Esta-
do en el marco de una alianza de la que participa en la toma de decisiones
en común, y que, en lo discursivo, se opone directamente al dominio y la
“esclavitud”.3 Si bien etimológicamente autonomía está relacionada con el
nómos, con la ley o costumbre, en los textos en los que el término aparece
remite no tanto al sistema legal, sino a la capacidad de una entidad política
para manejar sus propios asuntos políticos y militares.4 En la Liga Heléni-
ca los aqueos habían quedado integrados como aliados, a diferencia de los
tesalios, lo que volvía eficiente y coherente la comparación polibiana con
el estatus político de aquellos (aunque fuera históricamente simplista e
incluso distorsionada).
Los límites de la acción real dentro de la alianza se advierten en varios
pasajes. Por ejemplo, cuando dos éforos espartanos fueron asesinados,
Filipo se abstuvo de decidir un castigo porque se trataba de un problema
de política interna, lo que le ganó el elogio por su prevención política para
con un aliado (4.22.3-24.9).5 Un rey helenístico no solía tomar decisiones
sin consultar previamente a su consejo y, en ese sentido, Filipo actuó co-
mo era esperable (18.7.4; 29.27.4; etc.). Ante aquellas muertes, en efecto,
las opiniones de sus consejeros estaban divididas sobre cómo actuar
(4.23.7). Algunos recomendaban hacer de los espartanos un ejemplo
(παράδειγμα ποιῆσαι τοὺς Λακεδαιμονίους), tratándolos como Alejandro

1
Mari (2009: 92). La datación de estas cartas: Habicht (2009: 59-73), Walbank
(1967: 35, 38).
2
Mari (2009: 93-94); cf. Welles (1938: 258-259, n.7).
3
Ostwald (1982: 30-41).
4
Ostwald (1982: 47).
5
Cf. Cartledge-Spawforth (1989: 57).
146 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

Magno a los tebanos (cf. 5.10.6; 38.2.13-14). Otros consejeros, los más
ancianos, le habrían recomendado, en cambio, que se limitara a castigar a
los culpables y dar el poder a sus amigos (4.23.8-9).
El rey desestimó finalmente ambos consejos. Según Polibio, tomó la
decisión moderada que le aconsejaba Arato, por lo que dejó a sus aliados
un bello ejemplo de su prevención política (καλὸν δεῖγμα τῆς ἑαυτοῦ
προαιρέσεως τοῖς συμμάχοις) (4.24.1-9; cf. Plu., Arat. 48.3). El resultado es
paradójicamente el mismo que sus phíloi más duros le proponían, es decir,
dar un ejemplo, pero, en este caso, el propio. Arato era presentado allí por
primera vez como un “consejero sabio”, que conseguía conducir al rey a
tomar una decisión correcta con sus aliados.1 Se mostraba así como un
modelo de aliado responsable, capaz de utilizar sus consejos para morige-
rar las tendencias naturales del poder hegemónico, consiguiendo incluso
que Filipo renunciara a gobernar la ciudad a través de sus amigos (su-
perando así a Antígono) (4.24.7).2
El curso de acción finalmente seguido por el rey es creativamente in-
terpretado como el resultado de la influencia positiva de los consejos de
Arato, lo que revela una percepción idealista de las relaciones de poder al
interior de la alianza, con confianza en las posibilidades de encauzarla me-
diante el consejo sabio y oportuno, la intervención diplomática, de un
aliado responsable y activo. El proyecto de Apeles, por su parte, revela una
evaluación realista de la tendencia de los grandes reinos a incrementar su
dominio, en sintonía con las palabras de Filopemén a Aristeno sobre la
disposición de los poderosos a oprimir cada vez más a los débiles. El límite
de la autonomía frente a un poder hegemónico era bastante delgado y
requería en la práctica de la habilidad de la élite política.

1
Plutarco también menciona el incremento de la fama de Filipo porque tomaba
buenos consejos y la de Arato por darlos (εὐπειθείας μὲν τῷ Φιλίππῳ δόξαν, εὐβου-
λίας δὲ τῷ Ἀράτῳ προσετίθει) (Plu., Arat. 48.3). También una inscripción en honor a
Arato en una estatua dedicada por los exiliados sicionios destaca sus “consejos” en
primer lugar entre sus cualidades (Plu., Arat. 14.3).
2
Antígono había colocado a Bráquiles como epistátes: 20.5.12, Feyel (1942:
131).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 147

LA ALIANZA CON ROMA

Como en el caso de Apeles, Polibio escogió interpretar la creciente


tensión entre Macedonia y los aqueos como el resultado de la influencia
de los consejeros sobre el joven rey, en especial, de Arato y Demetrio de
Faros. Este último se convertirá hasta su muerte en 214 a.C. en el persona-
je con más influencia sobre Filipo (5.12.5; 9.23.9), y sus intervenciones
van a marcar en la narrativa dos momentos de la hegemonía macedonia:
con la primera se ilustra el valor de la responsabilidad del poder hegemó-
nico en el mantenimiento de una alianza, mientras que la segunda, por el
contrario, pone en evidencia la crisis del modelo. Al mismo tiempo, la
equiparación entre el cambio de la hegemonía macedonia y el deterioro
moral del rey, sujeto a malas influencias, permitía proveer al público una
lección concreta y sencilla sobre política y moral (7.11.2).
El primer diálogo de Filipo con Demetrio se sitúa en Argos a la llegada
de unos mensajeros que anuncian al rey, en secreto, la noticia de la derro-
ta romana en Trasimeno. Hasta ese momento, la influencia de Demetrio
solo se conoce por una mención a propósito de las atrocidades en Termos
(5.12.5-8). En Argos, este consejero insta a Filipo a liquidar inmediata-
mente la Guerra Social para intervenir en Italia: “Pues afirmaba que Gre-
cia entera le era sumisa y lo seguiría siendo, dado que los aqueos eran sus
amigos por propia voluntad y los etolios estaban asustados por lo que les
había acaecido en la guerra presente (τὰ μὲν γὰρ κατὰ τὴν Ἑλλάδα πάντα
καὶ νῦν ἤδη ποιεῖν αὐτῷ τὸ προσταττόμενον ἔφη καὶ μετὰ ταῦτα ποιήσειν,
Ἀχαιῶν μὲν ἐθελοντὴν εὐνοούντων, Αἰτωλῶν δὲ καταπεπληγμένων ἐκ τῶν
συμβεβηκότων αὐτοῖς κατὰ τὸν ἐνεστῶτα πόλεμον)” (5.101.9). Vuelve a
aparecer, pues, el ποιεῖν αὐτῷ τὸ προσταττόμενον, la aspiración de Apeles,
que tampoco había sido consentida a los espartanos por los aqueos. La
obediencia aquí se hacía derivar de la eunoía aquea hacia el rey, resultado
en los libros 4-5 de su moderación.1 Pero Demetrio no tiene una per-
cepción del todo correcta: la eunoía no es obediencia ciega, sino que re-
quiere una constante reafirmación. Según la exageración del ilirio, Filipo
habría logrado lo que ni Atenas ni Esparta en época clásica habían alcan-
zado, pues, la primera había tenido un sólido dominio porque era temida,
mientras que la segunda una buena imagen y la adhesión espontánea de
Grecia (Thuc. 2.8.4-5).
1
Εὔνοια es un concepto ligado a la experiencias imperiales desde época clásica:
De Romilly (1977: 65-69; 1958: 92).
148 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

Un tiempo después se produjo el segundo diálogo, en el cual esta vez


intervino también Arato (7.12.1-9). El rey había obtenido el permiso de
los magistrados de Mesene para sacrificar a Zeus en Itome, pero, mientras
lo hacía, se le ocurrió apoderarse de la acrópolis. Al respecto, solicitó a
Arato su opinión sobre si las entrañas de las víctimas eran favorables a tal
empresa y Demetrio, que había escuchado la conversación, contestó: “si
dominas los dos cuernos, serás el único que tendrás el toro a tu merced”.
Polibio incorporó a continuación una explicación: “Para él, los cuernos
eran Itome y el Acrocorinto; el toro era el Peloponeso” (7.12.3).1 Las
Memorias no podían ser la fuente para este diálogo, que además parece
propiamente polibiano por la alusión deportiva inserta en un momento
decisivo (cf. 5.104).2 Interrogado al respecto, Arato dijo:

“‘Si te es posible ocupar este lugar sin romper tu trato con los mesenios, te
aconsejo que lo tomes, pero si tomarlo ahora con tu comitiva te representa
perder las demás acrópoleis y la guardia (τὴν φρουρᾷ) que has recibido de
Antígono para vigilar a los aliados (quería decir que fueran leales) (ᾗ
παρέλαβες παρ’ Ἀντιγόνου φρουρουμένους τοὺς συμμάχους, λέγων τήν
πίστιν), mira no te valga más ahora retirar a tus hombres de aquí, pero dejar
intacta tu palabra: conservarás a los mesenios y también a los otros aliados
(καὶ ταύτῃ φρουρεῖν τοὺς Μεσσηνίους, ὁμοίως δὲ καὶ τοὺς λοιποὺς
συμμάχους)’”. (7.12.6-7; cf. Str. 8.4.8; Plu., Arat. 50)

En la oposición retórica entre κρατεῖν y φρουρεῖν Arato pretende mos-


trar al joven que su rol como rey está más allá de las ganancias territoriales
resultantes de un efímero golpe de mano porque Antígono lo había deja-
do como protector de sus “aliados”. No creo que por aliados se refiera en
particular a los mesenios, porque, aunque haya algún testimonio aislado
sobre su participación en Selasia (Paus. 4.29.9),3 Polibio no los menciona
entre las fuerzas aliadas en la batalla (2.65.2-5) y refiere, en cambio, a su
incorporación tardía a la alianza (4.16.1; cf. Tac., Ann. 4.43.1-4). Se trata,
por lo tanto, de una afirmación de carácter general, político y moral, que
busca mostrar el lugar (y la responsabilidad) de Filipo como hegemón de
la Liga Helénica. Si bien esta escena en el Itome pudo haber tenido una
1
El control de Corinto, Herea, Orcómeno y Trifilia, junto con el Itome permitía
dominar las principales rutas, cerrando el cerco sobre Élide y Esparta, apartándolas
de Etolia: Walbank (1967: 73).
2
Davidson (1991: 15), Picard (2006).
3
Le Bohec (1993: 414-415).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 149

fuente oral, las palabras atribuidas a Arato resultaban particularmente


útiles para sus propósitos didácticos y se amoldaban perfectamente a la
perspectiva del historiador.1
No parece fortuito tampoco que este consejo remitiera indirectamen-
te al primer diálogo entre Demetrio y Filipo. En aquella oportunidad, el
mando sobre Grecia se hacía derivar de haber aterrorizado a los etolios y
de haber obtenido la eunoía de sus aliados griegos, que se exponía en
7.11.1-12. Antes de experimentar su metabolé (cambio) de rey a tirano,
Filipo ganó, en primer lugar, la lealtad del reino macedonio porque “se
entregó a la benignidad como ningún rey de los anteriores lo había hecho
(καὶ συνέκλινε ταῖς εὐνοίαις ὡς οὐδενὶ τῶν πρότερον βασιλέων)”, lo que
hizo que nadie de su reino se rebelara y que los bárbaros no se atrevieran a
invadirlo.2 Segundo, obtuvo el apoyo de los phíloi reales pues “no hay pa-
labras para describir adecuadamente la inclinación y el aprecio que le pro-
fesaron (εὐνοίας καὶ προθυμίας εἰς αὐτὸν οὐδ’ ἂν εἰπεῖν τις δύναιτ’ἀξίως)”.
Tercero, la eunoía de sus aliados. El texto tiene una laguna, pero menciona
los bienes dispensados (ἀγαθῶν) y que “fue como un amante para todos
los griegos, por su ánimo de hacer favores (διότι κοινός τις οἷον ἐρώμενος
ἐγένετο τῶν Ἑλλήνων διὰ τὸ τῆς αἱρέσεως εὐεργετικόν)”. Incluso, los cre-
tenses, por su excelencia y lealtad (καλοκἀγαθικὴ καὶ πίστις) lo nombra-
ron prostatés,3 lo que le ganó la adhesión de todos los griegos (ἅπαντας δὲ
τοὺς Ἕλληνας εἰς τὴν πρὸς αὑτὸν εὒνοιαν ἐπήγετο)”.
Independientemente de su carácter exagerado y distorsionado, esta
breve síntesis es indicativa del concepto ideal de una hegemonía sólida.
Arato intentaba en Itome mostrar al rey los beneficios de una hegemonía
erigida sobre la adhesión de los aliados, con un eco de las discusiones polí-
ticas del siglo IV a.C. sobre el fallido imperio naval ateniense, tal como
podemos hallar en Isócrates, o en Demóstenes, quien, en Sobre los asuntos

1
Polibio reconoce esta primacía de lo oral a partir del 220 a.C., período de su
estudio histórico propiamente dicho (4.2.1-2). Sobre las fuentes orales: Zecchini
(2003: 141).
2
Filipo llevó a cabo una serie de campañas victoriosas en el norte contra los
dárdanos: Hammond-Walbank (1988: 374-375, 385, 401-403). Pudo haber dedi-
cado armas capturadas en el templo de Atenea Lindia (FGrH 532 F1, C42). En
efecto, en uno de los epigramas de Samo, el rey es descripto como el destructor de
los dárdanos con el epíteto de Zeus que aparece en la tipología de las monedas
(Δαρδανέων ὀλετὴρ ὁ κεραύνος εἷλε Φίλιππος) (Anth. Pal. 6.115).
3
Una exageración, puesto que Filipo fue nombrado prostatés por la alianza que
él había apoyado militarmente: Errington (1969: 30).
150 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

del Quersoneso (66) polemizaba con el primero preguntando: ¿qué consti-


tuía el bienestar de una ciudad, sino precisamente sus aliados, su confian-
za y su buena voluntad? (συμμάχους, πίστιν, εὔνοιαν). Cuando Filipo deci-
dió seguir el consejo de Demetrio, dice Polibio, “perdió a la vez la adhe-
sión de los aliados y la confianza de los griegos (ἅμα τὴν παρὰ τοῖς
συμμάχοις εὔνοιαν καὶ τὴν παρὰ τοῖς Ἕλλησιν ἀπέβαλε πίστιν)” (7.14.5).
El historiador hace un verdadero guiño a su público romano para indi-
carle cómo interactuar con los griegos, semejante a lo expuesto por L.
Emilio Paulo tras Pidna o, ya en estilo directo, lo que afirmará el historia-
dor tras el derrumbe de la dominación cartaginesa en Iberia (29.20.1-4;
10.36.1-7).1 No había un modo de alcanzar la hegemonía y otro distinto
de conservarla. Entendiendo el problema en estos términos, la transfor-
mación moral de Filipo puede verse como un problema político expuesto
mediante el recurso a lugares comunes de la reflexión política griega, que
racionalizaban la caída de un Estado como el resultado de factores mora-
les o psicológicos.2 Una caracterización del rey como un hombre inmoral,
violento, era funcional también, por otra parte, a la legitimación del cam-
bio de alianzas aqueo durante la Segunda Guerra Macedónica.3 Luego del
diálogo de Itome, Arato ya se había dado cuenta de que Filipo había deci-
dido declarar la guerra a los romanos y de que su “conducta para con los
aliados llegaría a ser totalmente distinta (κατὰ τὴν πρὸς τοὺς συμμάχους
αἵρεσιν ὁλοσχερῶς ἠλλοιωμένον)” (7.13.1) y “de rey se transformó en el
tirano más terrible (ἀλλὰ τύραννος ἐκ βασιλέως ἀπέβη πικρός)” (7.13.7).
El detonante del cambio además es la traición a los aliados
(παρασπονδεῖν τοὺς συμμάχους), pues, debido a los malos consejos de
Demetrio, Filipo “perdió a la vez la adhesión de los aliados y la confianza
de los griegos” (7.14a.5). Estas palabras estaban en sintonía con el famoso
discurso de Agelao al rey en 217 a.C. sobre la importancia de estar atento
a lo que estaba ocurriendo en occidente, en la lucha entre cartagineses y
romanos, para proteger a los griegos: “los griegos le asistirían con buena
1
Un guiño construido desde la sabiduría griega más tradicional de la fragilidad
de la condición humana: Frazier (2002: 86). Los polémicos D.S. 32.2 y 4, que están
basados en Polibio, deben reflejar la opinión de un personaje griego en las Historias,
no del historiador: Baronowski (2011: 106-113).
2
De Romilly (1977: 19, 39).
3
questus deinde [est] Achaeos, Philippi quondam milites, ad postremum inclinata
fortuna eius transfugas, et Corinthum recepisse et id agere... (Liv. 34.23.6). Con un
origen polibiano, aunque con varios elementos insertos por Livio: Briscoe (2003:
85-88).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 151

voluntad (τοὺς μὲν Ἕλληνας εὔνους ὑπάρχειν αὐτῷ) y serían unos compa-
ñeros de armas fieles en sus empresas (καὶ βεβαίους συναγωνιστὰς πρὸς
τὰς ἐπιβολάς), y los foráneos serían una amenaza menor contra su poder,
asustados por la fidelidad de los griegos hacia él (τοὺς καταπεπληγμένους
τὴν τῶν Ἑλλήνων πρὸς αὐτὸν πίστιν)” (5.104.6). Filipo encarnaba en ese
decisivo momento el ideal del rey helenístico, alguien a quien podían los
griegos estar dispuestos a aceptar por su superioridad como benefactor,
estando dispuesto a protegerlos y a respetar su autonomía.1 Pero esta
imagen se desmoronaría poco después como resultado de la endeblez del
malentendido sobre la que estaba construida.
El discurso de Agelao había sido efectivo, en efecto, “porque había
proferido palabras en sintonía con la predisposición que habían generado
en Filipo los consejos de Demetrio” (5.105.1). Este le había sugerido que
hiciera la paz con los etolios e invadiera Italia, previo ataque de Iliria, para
hacerse con el dominio del mundo (5.101.8-10). El consejo de Agelao,
por su parte, era estar atento a lo que ocurriera en Italia, pero a la defensi-
va, para hacerse con el dominio del mundo (5.104.1-11). Aunque simila-
res, ambos mensajes eran muy distintos, lo cual revelaba la incapacidad
del rey para interpretar correctamente el consejo,2 así como también per-
mitía al historiador introducir una sensible ruptura en la construcción
narrativa del personaje.3
Previamente, en el libro 5, Filipo había iniciado su transformación de
rey a tirano, que era una adecuada forma de enajenarlo con respecto al
mundo griego. Thornton sugirió que 5.9-12 merecía un estudio detenido
en términos de lo que implicaba el proceso de metabolé como pensamien-
to profundo orientado a la nueva experiencia del contacto con Roma.4 En
efecto, las reflexiones políticas de Polibio a menudo se desarrollan en con-
textos narrativos específicos, frente a fenómenos concretos, pero con una
vocación de reflexión general. En el pasaje en cuestión se comparaba el
accionar del rey en Termos con las acciones moderadas de Antígono Do-
1
Bringmann (1993: 8).
2
Baronowski (2011: 126).
3
Lo que podría pensarse como una ruptura en la caracterización del personaje.
Si recorremos la trama narrativa de los libros 4-5, se nos muestra a un joven rey sor-
prendente por su velocidad e inteligencia de sus acciones, subestimado equivo-
cadamente por sus enemigos: McGing (2010: 98-115). No era Filipo quien había
cambiado, sino los consejeros.
4
Thornton (2004a: 514, n. 184). Las etapas en la evolución de Filipo como
personaje: Welwei (1963: 38-53).
152 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

són, Filipo II y Alejandro Magno.1 Los ejemplos escogidos no son casua-


les. Con excepción de Antígono, los otros reyes pertenecen al siglo IV a.C.
cuando las póleis griegas tuvieron que acomodarse a la hegemonía mace-
donia.
Lehmann reduce este interés político exclusivamente a la figura de Fi-
lipo II porque, según el autor, este rey había estado a la cabeza de un po-
der externo a Grecia y, por lo tanto, susceptible de ser fácilmente compa-
rado con Roma.2 En esta elección, con todo, no pueden dejarse de lado
otras razones complementarias. Primero, es probable que fuera más prác-
tica la comparación entre las figuras de dos reyes para evidenciar las su-
puestas fallas psicológicas y morales de Filipo V. Además, en segundo
lugar, no se puede desconocer el sentido paradójico del comportamiento
del joven rey, quien ponía excesivo empeño en pretender descender de
Filipo II y Alejandro Magno, pero no en parecerse en su comportamiento
(5.10.10). En efecto, hace tiempo que se ha subrayado la política antigó-
nida, y especialmente de Filipo V, de emparentarse con Filipo II y Alejan-
dro, ligándose con ellos por medio del mítico ancestro Heracles.3 Y parece
además que Filipo V estaba particularmente interesado en los logros de su
homónimo.4 El uso de Filipo II como modelo real era así muy apropiado.
Polibio proveía un mensaje claro porque apelaba con ese ejemplo a la
responsabilidad en el ejercicio del poder o, acordando con De Romilly, a
ilustrar cómo manejar mejor el éxito sin caer en su poder corruptor. La
historia griega brindaba otras experiencias supuestamente análogas, que
permitían imaginar ciertas constantes en las complejas relaciones entre
hegemonía y autonomía. En efecto, la hegemonía espartana del siglo IV
1
Un balance de lo que Filipo hizo en Termos, más allá de la crítica de Polibio,
en términos políticos y simbólicos: Hammond-Walbank (1988: 379 y n.2).
2
Lehmann (1989/90).
3
Tripodi (1997: 70-71). Se conservan tres epigramas atribuidos al poeta oficial
de la corte, Samo, hijo del phílos real Crisógono (Anth. Pal. 6.114-116). Sobre la aso-
ciación de Filipo y los Antigónidas con Heracles: Edson (1934).
4
Es probable que estudiara la carrera de Filipo II, haciendo excerpta de los pasa-
jes de Teopompo que se relacionaban con este rey: FGrH 115 T31, Hammond-
Walbank (1988: 473, n. 1), Fornara (1988: 191). Un oráculo había unido propagan-
dísticamente las figuras de ambos Filipos para mostrar que el segundo, Filipo V,
llevaría a la ruina el reino. Se trata de un texto creado por la Sibila de Cumas para
mostrar la victoria de Roma y sus aliados orientales, pero no debería descartarse que
usara un tópico tan caro al rey como su asociación con Filipo II (Paus. 7.8.8-9).
Incluso aquellos que buscaban burlarse del rey después de su derrota lo llamaban
“Pseudofilipo”: Hammond-Walbank (1988: 487).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 153

a.C. se abordaba desde una perspectiva muy similar (6.48.7-49.10).1 Entre


las opiniones atribuidas a los griegos durante la Tercera Guerra Púnica, en
efecto, se parangonaba el endurecimiento de la hegemonía romana con lo
que había ocurrido a las hegemonías de Atenas y Esparta (36.9.5-8).2 En
otro pasaje, donde se hablaba de la influencia decisiva de los consejos de
“amigos” para la política de reyes y de ciudades, se aludía explícitamente al
deterioro de estas dos hegemonías por el mal consejo de sus líderes
(9.23.1-8). Este último pasaje también incluye a Filipo V y sus consejeros,
entre los ejemplos enumerados, por lo que puede pensarse el funciona-
miento de la historia griega como una cantera de ejemplos no meramente
ilustrativos, sino como espacios para tematizar el problema general de la
hegemonía y la autonomía.
Por su metabolé Filipo se había convertido en un tirano. En la Vida de
Demetrio de Plutarco, la tiranización de este rey adoptaba también un
carácter modélico, en el que el rey-tirano se construye a partir de ciertos
gestos morales: no respeto por las tradiciones religiosas, incontinencia
sexual, arrogancia y desdén por las instituciones cívicas, amor al lujo y a las
apariciones teatrales (Plu., Dem. 23.5-24.1; 26.5; 34.4-7; 41.6-42.1).3 Fili-
po sigue un camino similar, ya advertido en 5.9-12 cuando comete un acto
de asébeia en el santuario federal etolio en Termos, y de nuevo en Pérga-
mo y Atenas. A continuación, en segundo lugar, intenta traicionar a sus
aliados en el Itome. El historiador mencionaba además que hacía poco
que Arato “el Joven” lo había increpado por el asesinato de unos hombres
(7.12.9). Plutarco, que sigue a Polibio, da más información.4 Al parecer,
estos asesinatos habrían ocurrido en Mesene durante una stásis alentada
1
La política espartana en Tebas, Mantinea y el resto del mundo griego se usa
como ejemplo para ilustrar lo que los etolios estaban haciendo en los comienzos de
la Guerra Social (4.27.3-8). El carácter didáctico de la sýnkrisis es, por lo demás,
seguro (4.27.8). Cf. HCP I: 475-476.
2
Esta es una de las famosas cuatro opiniones griegas sobre la destrucción de
Cartago (36.9.1-17). Bibliografía: Thornton (2004: 124-129). Musti (1978: 54-57)
advirtió dos pares de opiniones, el primero trataría “el problema político general”,
mientras que el segundo “el aspecto jurídico”. Polibio, a través de la cuarta opinión,
que es la más extensa, absolvería a los romanos desde el punto de vista de la correc-
ción jurídica de sus actos. Sin embargo, a través de la segunda opinión, denunciaría
su avidez de poder, mostrando su reserva mental frente al imperialismo romano. En
esta “segunda opinión griega” justamente se introduce la comparación con Atenas y
Esparta, dando a la historia griega un peso ejemplar.
3
Mari (2009: 102-103).
4
HCP II: 59-60, Niese (1899: 469, n. 6).
154 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

por el propio Filipo (215 a.C.).1 El biógrafo también daba a entender la


existencia de relaciones amorosas no solo entre el rey y Arato “el Joven”,
sino también entre el rey y la esposa de aquel, a pesar de que era huésped
familiar (Plu., Arat. 49-50; 51.1; Liv. 32.21.24-25). La transgresión sexual
es así agravada por la violación del vínculo de amistad ritualizado por la
xenía y Zeus Hospitalario (Plu., Arat. 51.2; 54.2; Liv. 32.21.23).
La transformación de la realeza a tiranía implica el paso a un gobierno
basado en el terror (5.11.6; 6.7.1-9),2 en el que la transgresión y la violen-
cia sexual son los signos de la transformación del tipo de poder ejercido.3
Ya en la clásica discusión sobre la mejor forma de gobierno entre los
conspiradores persas en Heródoto (3.80.5), Otanes argumentaba que la
monarquía tendía a convertirse en tiranía con transgresión de leyes tradi-
cionales, violación de mujeres y muerte de gente sin proceso (νόμαιά τε
κινέει πάτρια καὶ βιᾶται γυναῖκας κτείνει τε ἀκρίτους). Filipo “a medida que
usaba de ropajes más sencillos, se arrogaba un poder mayor y más monár-
quico (τοσούτῳ τὴν ἐξουσίαν ἐλάμβανε μείζω καὶ μοναρχικωτέραν)”
(10.26.2). Μοναρχικός indica en este contexto la pérdida de toda acepta-
ción de su gobierno. Este aumento irrestricto de su ἐξουσία lo llevaba en
Argos a seducir no solo a las viudas, sino también a las casadas, no acep-
tando resistencia, entregado por completo a la ἀσέλγεια y la παρανομία
(10.26.3-4; cf. Plu., Mor. 760B). En 6.7.8, uno de los signos más claros de
la transformación de la realeza en tiranía era la violencia sexual, que no

1
Mendels (1977: 159-161; 1980).
2
La distinción polibiana entre consenso y miedo para definir el régimen uniper-
sonal de gobierno se remonta al siglo V a.C.: Welwei (1963: 123-124, n. 1).
3
Paralelo con la transformación de la dominación cartaginesa sobre Iberia y la
violencia sexual contra las mujeres e hijas de los caudillos íberos: Erskine (2005:
237). Frente a este comportamiento sexual transgresor, Escipión Africano mostraba
allí su continencia. Además de Polibio, están las versiones de Valerio Antias y Livio.
Antias es el único que afirma que Escipión (Gell. 7.8.6, FRH 15 F26, HRR F25) se
quedó con la muchacha como un objeto sexual. Livio dice que la devolvió, pero in-
troduce un diálogo entre Escipión y el prometido de la joven en el cual se hace jugar
enseñanzas morales y políticas: Chaplin (2010). En Polibio hay una acentuación de
la contención y moderación del general (ἐγκρατεία, μετριότης), pero no solo como
ejemplo moral. Una comparación entre el comportamiento sexual de Filipo V, Esci-
pión y los cartagineses revela que el comportamiento sexual es un indicador del co-
rrecto o incorrecto ejercicio de la hegemonía. En el libro 6 la transgresión sexual es
el indicador de la transformación del ejercicio del poder (6.7.6-7, 8.5-6). Cf.
Thornton (2001: 240) a propósito del episodio de Damón de Queronea en el siglo I
a.C. sobre el poder y las relaciones sexuales.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 155

toleraba la oposición, tal como se escoge representar el comportamiento


de Filipo en Argos, haciendo que la violación de los vínculos rituales de la
xenía no ocurra solo en el plano privado, sino también en el público por-
que los Antigónidas eran huéspedes en la ciudad.
Pero los aqueos no reaccionan de forma pasiva a este comportamien-
to, sino que “se veían forzados a aguantarse y a soportar aquello tan anti-
natural (ἠναγκάζοντο καρτερεῖν καὶ φέρειν τὰ παρὰ φύσιν)” por el estado
de guerra en el que estaban (10.26.6). A partir de ese momento, la ἀνάγκη
reemplazaba la εὔνοια como la fuente de la lealtad. Además, la ἀσέλγεια, la
crueldad, había sido aplicada contra sus propios amigos (8.12.1), como
había ocurrido, según Polibio, en el caso de Arato, envenenado como pa-
go por su εὔνοια (8.12.2-6; cf. Plu., Arat. 52; Paus. 2.9.4). También habría
hecho asesinar al hijo de Arato (213 a.C.) (Plu., Arat. 54.1). Algunos au-
tores posteriores se hacen eco de esta fama de Filipo,1 que lo hará objeto
de burla por Flaminino (18.7.5; cf. 22.14.5; 23.3.9).
El final “trágico” se vuelve comprensible dentro de esta progresión,
entonces, cuando en 23.10-11 ocurre la crisis de su propio dominio sobre
Macedonia, el conflicto al interior de su familia y la supresión de algunos
phíloi reales disidentes, entre ellos, el poeta Samo. Su comportamiento
tiránico deteriora su imagen en Grecia, su dynasteía, pero pronto alcanza
también a su propio arché sobre Macedonia. Su desconfianza en la lealtad
de los políticos de las principales ciudades costeras, lo induce a deportar-
los en masa hacia el interior, a Ematía, Peonia, llenando en compensación
las ciudades costeras de tracios y bárbaros.2 Filipo no quería tener que
depender de la πίστις de los antiguos habitantes y “todo el país parecía
tomado a punta de lanza” (23.10.6),3 justamente porque su arché, su ca-
pacidad de imponer sobre un territorio, y su territorio tradicional, ya no
eran seguros.4

1
Paus. 7.7.5, Anth. Pal. 9.519. También el rumor de un intento de asesinato de
Filopemén (Plu., Phil. 12.2; Paus. 8.50.4). Esta noticia también aparece confusa-
mente en Iust. 29.4.11. Cf. Gruen (1986: 444). Otros asesinatos atribuidos a Filipo:
Walbank (1943: 4, n.3).
2
Polibio distorsiona una práctica tradicional en Macedonia desde el siglo IV
a.C.: Hammond-Walbank (1988: 474). Los traslados de tracios: Ibíd.: 476.
3
Walbank interpreta aquí, seguido por Balasch Recort, “sc. γῆν”, pero Mauers-
berger “sc. παραλίαν”. Se trate de toda la tierra macedonia o solo de las ciudades
costeras, el pasaje habla de la enajenación de los macedonios hacia su rey.
4
Identidad entre territorio y poder real: Hatzopoulos (1996: 167-171).
156 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

El cambio de su carácter provocó también un cambio de actitud en sus


súbditos, que le dirigieron maldiciones e imprecaciones, tanto privada
como públicamente. Si en 7.11 se decía que Tesalia y Macedonia se ha-
bían mantenido leales, y que los bárbaros no habían osado tocar sus fron-
teras, en el libro 23 eran ya los súbditos quienes tenían una mala disposi-
ción hacia su rey, el cual, como no confiaba en su lealtad, prefería invitar a
los bárbaros a instalarse en el reino. Habiendo cambiado su modo de ejer-
cicio de la hegemonía, Filipo estaba en la situación opuesta a la del co-
mienzo de su reinado. En esas circunstancias, no solo era práctico para los
aqueos abandonar su alianza sino también moralmente aceptable. Antes
de pasar a estudiar la interpretación de la decisión del 198 a.C., es necesa-
rio hacer una breve digresión sobre los tratados.
En 22.9.1-12, recién llegado de su misión diplomática a Egipto, Licor-
tas presentó su informe sobre la renovación de la alianza con el reino pto-
lemaico y lo sometió a votación. Su rival, Aristeno, preguntó, entonces, a
cuál de las alianzas con el reino se refería, puesto que eran muchas y muy
variadas, y “se dio a sí mismo un aire de superioridad como si fuera el úni-
co que hablaba sabiendo lo que decía” (22.9.12).1 No creo que Polibio
desaprobara lo expuesto por Aristeno, sino el modo, puesto que volvía a
señalarlo en 24.11.5 con respecto al mismo personaje, en un contexto
positivo. La política de Filopemén, y Licortas, era “noble” (καλήν), pero la
de Aristeno “honorable” (εὐσχήμονα) (24.13.8). En la realidad posterior a
Pidna, el proceder de Aristeno tenía mucho para enseñar al público.
Polibio estaba comprometido con la tradición helenística de defensa
de los márgenes posibles de autonomía,2 pero también consideraba que
los políticos debían aprovechar al máximo las limitadas opciones disponi-
bles, lo que dependía, en última instancia, de la formación recibida.3 Tan-
to la difícil decisión de acudir a Antígono (2.47-50, 51.4-52.4), como la de
intervenir en la Tercera Guerra Macedónica (28.6.1-9), constituyen
ejemplos de decisiones al límite de acuerdo con el momento porque si
bien un líder óptimo era el que podía seguir una política moralmente apta,
esta tenía que ser también realista. Arato observaba justamente que los
reyes no consideraban a nadie amigo o enemigo natural, sino que decidían
siempre por la conveniencia (τοῦ συμφέροντος) (2.47.5). Esto constituía
un juicio explícito sobre la naturaleza pragmática de la política interestatal
1
Con la variante de traducción en HCP II: 390. Cf. 12.25d.4; 24.11.5.
2
Thornton (2004: 523).
3
Eckstein (1987: 162; 1985: 281-282).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 157

helenística.1 La lección era que, ante un escenario de ἀνάγκη, no siempre


era posible aspirar al τὸ καλόν.
La necesidad de oscilar entre la política de lo conveniente y de lo ho-
norable en la toma de decisiones constituye uno de los problemas centra-
les abordados en el pasaje sobre la traición en 18.13-15, recogido en dos
Excerpta bizantinos del siglo X.2 No hay acuerdo sobre el porqué de su
inclusión.3 Al respecto, Aymard relacionaba el contexto del resumen con
una crítica a la defección de Argos,4 mientras que Gabba, por su parte,
opinaba que, debido a cierta similitud en el tópico de la ἀνάγκη, era una
nueva defensa de la política de Arato.5 Más recientemente, sin embargo,
Eckstein ha demostrado, reflotando una tesis de Schweighäuser, que no
hay motivos para desligar el pasaje de la defensa de Aristeno y de los
aqueos por su controvertido cambio de alianzas en Sición, que fue para
Polibio la causa de que los aqueos en aquella oportunidad no se perdieran
(φανερῶς ἄρδην ἀπολώλει τὸ ἔθνος) (18.13.8).6
En el mismo, se partía del ejemplo de algunos políticos griegos del si-
glo IV a.C., que, para protegerse de Esparta, habían acudido a Filipo II
para aliarse y apoyarlo “en lo que le diera gloria y honor (ὅσα πρὸς δόξαν
καὶ τιμὴν ἀνῆκεν)” (18.14.8). Habían sido activos en su proceder, estable-
ciendo una nueva alianza que, como la de los aqueos en 198 a.C., no había
sido establecida ex akeraíou (de cero) porque en ambos casos existían
alianzas previas vigentes.7 Ello no implica una legitimación descarnada del
oportunismo político. La ruptura requería justificación. Filipo echaría en
cara a los aqueos en Nicea, en efecto, su secesión, ingratitud y perfidia
(ἀπόστασις, ἀχαριστία, ἀθεσία) (18.6.5-7; cf. Liv. 32.34.12: in perfidiam
eorum). Livio menciona, por ejemplo, que los aqueos eran renuentes a
romper debido a los importantes beneficios recibidos del rey (Macedonum
beneficiis et veteribus et recentibus obligati erant), pero también temían su

1
Petzold (1969: 102).
2
Moore (1965: 19, 130).
3
Eckstein (1987: 150-161).
4
Aymard (1940). Cf. Walbank (1990: 85-87), Pédech (1964: 200, n. 512),
Lehmann (1967: 221).
5
Gabba (1957: 33-34).
6
Eckstein (1987).
7
Cf. Musti (1978: 71). Llama la atención que enviados rodios actuaran como
mediadores en las disputas entre algunas ciudades aqueas en el 200 a.C. (IG 42
1.75). Rodas en ese momento estaba en guerra con Filipo, lo que habla de la laxitud
de la alianza: Ager (1991: 22, n. 39).
158 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

crueldad y perfidia (regem ipsum suspectum habebant pro eius crudelitate


perfidiaque) (Liv. 32.19.7). Poco después, los etolios habrían acusado a los
aqueos de actuar como mercenarios, militando con Roma a cambio de
Corinto (Liv. 34.23.6).1 Por un lado, entonces, junto a la insistencia aquea
en la ruptura de la alianza, justificada por la transformación moral de su
aliado, se advierte la necesidad, por el otro, de responder a críticas por su
salida de la alianza.
Algunos motivos pragmáticos debieron tener, sin embargo, un peso
importante en la decisión, en especial, el miedo (Liv. 32.19.6-7), como lo
plantea explícitamente Arcón en su discurso (nihil metus praesens ab Ro-
manis sententias nostras inclinarit) (Liv. 41.24.14).2 Para intimidar a los
aqueos, L. Quincio Flaminino, en efecto, había hecho descargar adrede
los despojos y prisioneros de su campaña naval cerca de uno de los puer-
tos de Corinto (Liv. 32.21.7; cf. Liv. 32.17.3). En todo caso, a juzgar por
lo ocurrido ese mismo año en Beocia, el temor ante las consecuencias de
mantener una política neutral no era demasiado infundado (Liv. 33.1.7).3
De hecho, el miedo era también el principal argumento de Aristeno, que
colmaba su discurso de referencias históricas a ciudades saqueadas duran-
te la ofensiva marítima romana (Liv. 32.21.7-28).
Pero también debieron evaluarse las ganancias derivadas de la nueva
alianza, como la reincorporación de Corinto, clave durante las negocia-
ciones en Sición como evidencia el hecho de que se volviera un reclamo
persistente aqueo, primero, en Nicea, luego, ante el senado romano.4 Solo
los enemigos de los aqueos insinúan que este era el motivo principal de la
ruptura, pero no el historiador, lo cual es comprensible porque en el
mundo griego entrar en guerra, y mucho más, romper una alianza, reque-
ría esgrimir poderosos argumentos morales que dieran peso a la propia

1
Eckstein (1987: 146-149); cf. Liv. 32.19.4.
2
Eckstein (1987: 146, n. 50).
3
Los políticos tebanos habían logrado la alianza con Roma admitiendo una
guarnición en su territorio, lo que los haría pasibles de acusación de traición desde la
perspectiva polibiana: Thornton (2001: 39-42, 83).
4
El ofrecimiento de Corinto: Liv. 32.19.4, Eckstein (1976: 138-140); cf.
18.45.12. En Nicea: 18.2.5; Liv. 32.33.7; ante el senado: 18.11.4. Cf. 18.10.11; Liv.
32.37.3. Aymard (1970: 85-86) considera improbable que Flaminino hubiera ofre-
cido Corinto, puesto que una decisión política de ese alcance no habría podido ser
tomada por un comandante. Eckstein (1987a: 268-317), sin embargo, ha mostrado
que este tipo de aproximación híper-legalista no se condecía con la realidad de la
relativa autonomía de los comandantes romanos en el campo.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 159

causa.1 La decisión al respecto además no había sido unánime, como reve-


la la asamblea de Sición, que fue abandonada por los ciudadanos de Dime,
Megalópolis y Argos cuando el resultado de la votación se volvió irrever-
sible (Liv. 32.22.9-12; entre los demiurgos: Liv. 32.22.2-8).2
El cambio de alianza no solo permitió la salvación, sino también la áu-
xesis, el crecimiento de los aqueos. Aristeno brindaba con su acción una
lección importante, ya que los Estados medianos y pequeños griegos te-
nían limitadas opciones y debían examinarlas racionalmente. La relectura
de Polibio del siglo IV a.C. acudía en auxilio de las necesidades del presen-
te con una interpretación histórica tendenciosa cuyo único hecho preciso
era la derrota militar de Atenas.3 La intervención de Filipo II en el Pelo-
poneso, en efecto, no había sido estrictamente liberadora, pues hacía
tiempo que Esparta no era una amenaza. Filipo había impuesto también
varias guarniciones, como en Corinto y Sición, pero eso era elidido en
favor de la política generosa con Argos, Megalópolis, Tegea y Mesene.4
Además, si bien en un primer momento las élites peloponesias vieron con
simpatía a Filipo, parece que los aqueos participaron en el movimiento
antimacedonio del 331 a.C. (Aeschin. 3.165; Din. 1.34; Curt. 6.1.20),5 y,
aunque no hay evidencia clara, pudieron estar alineados con Atenas y Te-
bas en 338 a.C. al ser despojados de Naupacto.6
Esta tendenciosa lectura histórica era, de todas formas, coherente con
el objetivo de modelar un Peloponeso del siglo IV a.C. idéntico al de Aris-
teno y los aqueos.7 La invitación de ingresar a Filipo II, realizada por algu-
nos líderes griegos que buscaban eliminar el duro dominio espartano, se
asimilaba así a la acción de Aristeno y a la alianza con los romanos para

1
Cf. Darbo-Peschanski (1995).
2
Las tres ciudades tenían vínculos de reciprocidad con la casa real macedonia.
Al mismo tiempo, al excluirlas de la votación, se liberaba al resto del colectivo aqueo
de sus obligaciones recíprocas para con Filipo. Cf. Aymard (1970: 79-102). Los re-
presentantes de Argos justificaron su decisión por su parentesco con los Antigóni-
das (Liv. 32.22.11; 27.30.9). Argos abandonó incluso la Confederación y juró leal-
tad a Filipo (Liv. 32.25.1-12). En el caso de Corinto, es probable que su propia po-
blación contribuyera a rechazar un ataque aqueo por sorpresa contra el Acrocorinto
(Liv. 32.23.3-13; Paus. 7.8.2; Zonar. 9.16; App., Mac. 7).
3
Cloché (1939: 363-366), Treves (1940: 290).
4
Wankel (1976: 1248).
5
McQueen (1978: 45-47), Hammond-Walbank (1988: 77-78).
6
Merker (1989: 309-310).
7
Aymard (1940: 11).
160 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

expulsar a los macedonios del Peloponeso con un sentido indisimulada-


mente paradójico (18.14.1-15).1 En ambas situaciones estaba presente la
amenaza espartana, lo que reforzaba también el paralelo,2 que se comple-
taba con el recurso a las figuras de los reyes macedonios: Filipo II, libera-
dor que había ejercido la hegemonía de forma moderada, frente a Filipo
V, su perfecto contrapunto político y moral.
Polibio necesitaba brindar modelos de conducta para repensar el pro-
blema de la traición y, en ese sentido, el ejemplo de los líderes pelopone-
sios era útil. El objetivo de aquellos políticos había sido recuperar su idea
de libertad (λαβεῖν ἐλευθερίας ἔννοιαν), recobrar los territorios y ciudades
que los espartanos les habían arrebatado (τὴν χώραν ἀνακομισάμενοι καὶ
τὰς πόλεις), obtener seguridad (ἀσφάλεια) y tranquilidad (ῥᾳστώνη). Por
todo ello, les convenía aliarse con Filipo, y no con Atenas, en una decisión,
por otra parte, moralmente intachable porque ingresaban en la nueva
alianza de forma activa y honorable, expresando una verdadera libertad
(18.14.8). Ambas empresas quedaban así nuevamente vinculadas porque,
en ambos casos, el objetivo del cambio de alianzas era la libertad del Pelo-
poneso. Aunque el libro 17 se ha perdido, a juzgar por Livio, puede reco-
nocerse que la entrada de los aqueos en la alianza romana tampoco fue
pasiva. Sostuvieron sangrientos combates con las tropas macedonias de
Corinto, llegando a obtener una gran victoria el mismo día de Cinoscéfa-
las.3 Los aqueos exhibirían un comportamiento similar en sus acciones

1
Un sentido paradójico de la opresión del Peloponeso por los macedonios en
18.11.4-6 y la invitación que les habían hecho en 18.14.6, que había permitido a los
peloponesios recuperar el sentido de la libertad: Walbank (1990: 85-86), Eckstein
(1987: 157).
2
El principal temor de los aqueos era en ese momento Nabis (Liv. 32.19.6;
App., Mac. 7). Lo que, por otro lado, era coherente con la política aquea centrada en
el Peloponeso: Gruen (1986: 445-447). Este interés particular se reconoce en la
intensidad diferenciada de su esfuerzo bélico. En Cinoscéfalas no se menciona la
presencia de ningún contingente aqueo entre las fuerzas aliadas (Plu., Flam. 7.2),
aunque por la misma época se muestran muy activos en las operaciones en torno a
Corinto. Más tarde, durante la campaña contra Nabis, Aristeno aparece al frente de
un considerable contingente de 11000 hombres (Liv. 34.25.3).
3
Apenas sellada la alianza, los aqueos movilizaron sus tropas contra Corinto
para apoyar la ofensiva de L. Quincio Flaminino (Liv. 32.23.3-4). La victoria del
estratega Nicóstrato sobre la guarnición macedonia en Corinto (Liv. 32.14-15).
Livio introduce el pasaje, tratándose de un episodio estrictamente griego, de un
modo interesante: “En la misma época, y el mismo día según algunos han trans-
mitido (ut quidam tradidere, eodem die), los aqueos derrotaron en Corinto a Andrós-
ÁLVARO M. MORENO LEONI 161

con los romanos contra Nabis (Liv. 34.25.3, 28.11; 35.13.2, 25.2-10; etc.),
Antíoco III (39.3.8; Liv. 36.5.1-2; 37.20.1-14, 21.1-4, 39.9).
Esto ya había ocurrido en el caso de la alianza con Antígono. Aunque
su ayuda había permitido quebrar la capacidad de resistencia de Cleóme-
nes, el restablecimiento de los intereses aqueos (πραγμάτων κατορθώ-
σεως) había supuestamente dependido de sus propias acciones (2.53.3).1
Varios autores modernos, en efecto, suscriben la idea de que el episodio
del cambio de alianzas aqueo de la década del 220 a.C. sirve como ilustra-
ción del tema de la nobleza de la acción independiente en un contexto de
necesidad.2 Y las Historias atribuyen a la intervención aquea, en efecto, la
mayor importancia en la resolución favorable de la guerra.3 La toma de
Argos por los aqueos permitió supuestamente a Antígono, bloqueado
frente al Istmo, penetrar finalmente en el Peloponeso (2.53.1-6). Luego,
cuando Cleómenes intentó reconquistar la ciudad fue rechazado noble-
mente (γενναίως) por los aqueos. Una de las razones atribuidas a Arato
para no querer recurrir a Antígono antes era, justamente, que sabía que
aquellos “pensaban que era más bello (κάλλιστον εἶναι) procurarse la sal-
vación de sus ciudades y del país por sí solos y no con la ayuda de otros”
(2.47.1). La historia de Enesedimo, joven comandante aqueo durante la
rebelión argiva, tiene el mismo tenor porque muestra la nobleza de un
aqueo que prefiere morir en su puesto para cumplir las órdenes federales
(Liv. 32.25.6-10).4 Esta historia era similar también a lo que se contaba de
los ciudadanos de Megalópolis, Estínfalo y, hasta cierto punto, Clítor,

tenes, un general del rey, en batalla singular” (Liv. 38.14.1). Esta información debió
haber sido consignada por Polibio: Briscoe (1973: 275).
1
El mismo Arato, ante la asamblea, exhortó a los aqueos: “a que intentasen,
sobre todo, defender por sí solos sus ciudades y su territorio. Pues nada sería más
hermoso y ventajoso que esto (οὐδὲν γὰρ εἶναι τούτου κάλλιον οὐδὲ συμφερώτερον)”
(2.50.1; cf. 2.42.3-4).
2
Eckstein (1995: 199), Petzold (1969: 116-123). Cf. Gruen (1972: 622-623).
3
En el relato de Plutarco, si bien Arato y los aqueos llegan primero, Cleómenes
recién huye cuando Antígono se muestra con sus fuerzas (Plu., Arat. 44.3; Cleom.
21.4). La liberación había sido iniciada por el estratega Timóxeno y las tropas a-
queas estacionadas en Sición (Plu., Cleom. 20.4).
4
El pasaje puede tener un origen polibiano, como en general los acon-
tecimientos orientales en los libros 31-33: Briscoe (1973: 11), Nissen (1863: 138).
Eckstein (1995: 69, n. 47) también aboga por un origen polibiano del libro 17 y pa-
rangona el episodio con el del oficial seléucida que se niega a entregar la ciudad de
Perge a Manlio Vulso hasta recibir una orden de Antíoco III.
162 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

entre los cuales Cleómenes supuestamente nunca pudo disponer de un


partidario, un cómplice o un traidor:

“Pues la verdad es que un solo hombre, Tearces, por su propia infamia, des-
honró el amor a la libertad y la nobleza de las gentes de Clítor, pero natural-
mente ellas niegan que aquel haya nacido de entre ellos, sino que su estirpe
es bastarda de uno de los soldados venidos de Orcómeno”. (2.55.8-9)1

Plutarco nos informa, por el contrario, que dos prominentes megalo-


politanos, un tal Teáridas, quizá el abuelo de Polibio, y Lisándridas, qui-
sieron negociar con Cleómenes cuando este conquistó por sorpresa la
ciudad (Plu., Cleom. 24.2-9; Phil. 5.3-5), lo que contrasta con la idea de
una lealtad monolítica sostenida por Polibio (2.61.2-11). En cambio, el
historiador pone el acento en que, ofuscado por esta muestra colectiva de
phileleuthería, o amor a la libertad, Cleómenes decidió hacer todo el daño
posible a Megalópolis (2.55.8-9).
La maldad de un individuo (διὰ τὴν ἑαυτοῦ κακίαν) se podía oponer
así a la predisposición colectiva de la comunidad cívica (φιλελεύθερον καὶ
γενναῖον). En la batalla de Selasia, Filopemén actuó valientemente, pero
en el marco de un comportamiento colectivo brillante. En efecto, sus jine-
tes actuaron así “en razón de que toda la batalla estaba entablada por su
libertad (διὰ τὸ περὶ τῆς αὐτῶν ἐλευθερίας)”.2 El historiador hacía depen-
der incluso de Filopemén la acción decisiva, lo que no resiste la evidencia
histórica. Tal vez, en la misma línea que la reconquista de Argos, se trataba
de modos indirectos de realzar a los aqueos por su participación como
aliados (2.67.8),3 puesto que se les atribuía tanto el comienzo, como el
final de la victoria sobre el tirano.
La actitud de Polibio responde a varias cuestiones. Primero, a la cultu-
ra política helenística, que veía en la pasividad algo negativo. Segundo, a
una construcción moral de los aqueos, como aliados fieles y dispuestos a
colaborar. Tercero, a su propia delicada posición tras Pidna y su deten-
ción. No es casual que se mencionara a sí mismo en una reunión de la
Confederación, junto con Licortas, Arcón y otros políticos aqueos alen-

1
Cleómenes consigue introducirse en Megalópolis solo “con el concurso de
unos fugitivos de Mesene” (2.55.3). Cf. 9.18.1; Errington (1969: 17).
2
Jinetes aqueos ἐπίλεκτοι, no megalopolitanos: Errington (1969: 20).
3
Cf. Errington (1969: 22), quien subraya la limitada participación de Filope-
mén.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 163

tando a la participación federal junto a las fuerzas romanas en la invasión a


Tesalia (28.6.7-9).1 Para ello, se lo envió en su calidad de hiparca para
arreglar los pormenores de la intervención y mostrar al cónsul la intención
de participar con todos los efectivos militares en todos los “combates y
riesgos (ἀγώνων καὶ κινδύνων)” (28.13.4). Política y diplomacia eran, por
lo tanto, cuestiones de decisión, pero fundamentalmente de acción, que
era el único modo moral de ejercer la autonomía para Polibio.
El ejemplo de Céfalo de Epiro es esclarecedor, pues, hombre prudente
y tenaz (φρόνιμος καὶ στάσιμος ἄνθρωπος), no deseaba que la Tercera
Guerra Macedónica estallara, pero, si ocurría, “quería que se hiciera justi-
cia a los romanos según la alianza, que esta no se transgrediera innoble-
mente, pero que tampoco hubiera una servidumbre más allá de lo debido
(πραττομένου δὲ τοῦ πολέμου τὰ κατὰ τὴν συμμαχίαν ἐβούλετο δίκαια ποιεῖν
Ῥωμαίοις, πέρα δὲ τούτου μήτε προστρέχειν ἀγεννῶς μήθ᾽ ὑπηρετεῖν μηδὲν
παρὰ τὸ δέον)” (27.15.10-12). El historiador también estaba en contra de
alianzas que condujeran a acciones innobles, como las de los aqueos con
Filipo V. Como hemos visto, entiende perfectamente que la barbarie era
una herramienta propagandística utilizada por los griegos y macedonios
contra Roma, pero también que la grecidad no podía ser el principal moti-
vo para participar de una alianza. Demóstenes había fustigado como trai-
dores a los griegos que habían preferido aliarse con el extranjero Filipo en
Queronea. Pero para Polibio abandonar una alianza, y apoyar a un extran-
jero, no implicaba traición, sino una evaluación correcta de las circunstan-
cias y oportunidades propias para salvar al Estado de la ruina (18.15.1-4).2
La autonomía, en su más amplio sentido, equivalía a tener la posibili-
dad de actuar dentro del limitado marco de una alianza. ¿Cómo hacer ver
a los políticos griegos que podían, y debían, actuar eficaz y moralmente
dentro de un contexto político cambiante y peligroso? No estoy conven-
cido de que Polibio buscara allí brindar una imagen estrictamente “realis-
ta” del mundo. Su visión es mucho más idealista de lo que le hubiera gus-
tado reconocer. Buscaba suministrar algunas herramientas para que el
público intentara manejar la nueva situación, aunque creo que sabía que
era poco probable que lo lograra. Lo ocurrido con la Guerra Aquea no
dejaba ninguna duda sobre los límites de esta propuesta didáctica y tam-

1
κοινωνῆσαι τῶν πραγμάτων ὁλοσχερῶς τοῖς Ῥωμαίοις (28.12.2). Cuestión ya
decidida por Arcón tras el coloquio con los principales políticos aqueos (28.7.1).
2
Musti (1978: 71-72) ha advertido esta dicotomía entre objetivos generales y
particulares de los traidores. Polibio acentúa este individualismo.
164 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

bién sobre la decepción del historiador.1 Pese a todo, siguió adelante con
su obra, lo que prueba que no todo era pesimismo ante el presente de
Grecia, y porque en el fondo abandonar la escritura era abandonar la ilu-
sión de libertad y autonomía.
Los nuevos políticos debían actuar como Aristeno, “según las necesi-
dades de los tiempos y las situaciones (κατὰ τὰς τῶν καιρῶν περιστάσεις)”
(28.13.11), que es como había reaccionado Arato ante el vuelco adverso
de la Guerra Cleoménica. En las situaciones críticas, las decisiones de los
líderes eran decisivas. Esta idea estaba en consonancia con la lectura poli-
biana de la historia aquea, en la que, si bien el orden institucional era óp-
timo, solo se había alcanzado el renombre cuando aparecieron líderes
capaces (προστάτας ἀξιόχρεως) (2.40.1), y en el crítico momento del 146
a.C. el desastre pudo quizá evitarse si los líderes hubieran actuado de
acuerdo con las “circunstancias”, es decir, si Dieo y Critolao hubieran
reparado en la ἀδήριτος ἐξουσία alcanzada por Roma, que dejaba el diálo-
go como la única opción honorable y razonable.

AUTORREPRESENTACIÓN, ALIANZA Y DIÁLOGO

En el nuevo contexto interestatal, de ascenso romano a la hegemonía,


la figura de Arato como “consejero sabio” adquiría un significado renova-
do porque su práctica permitía exponer de forma indirecta, y personaliza-
da, los problemas de la experiencia de la hegemonía desde abajo. Es decir,
permitía tematizar el valor de las acciones individuales de los líderes para
lidiar diplomáticamente con el poder hegemónico. En la “conspiración”
de Apeles, los abusos del cortesano habían provocado, en efecto, una in-
tervención de Arato “pues juzgaba que una cuestión de este tenor se debía
cortar en un principio y no posponerla (κρίναντες ἐν ἀρχαῖς περὶ τῶν
τοιούτων διίστασθαι καὶ μὴ καταμέλλειν)”. Habiendo escuchado a Arato,
Filipo previno a Apeles de “no ordenar nada a los aqueos sin consulta pre-
via a su estratega” (4.76.8-9). Sobre el διίστασθαι, de δίιστημι, la tra-
ducción de Díaz Tejera no alcanza a reflejar el sentido completo de esta
reacción, porque dicho verbo en la correspondencia real helenística con-
temporánea tiene un campo semántico desde “disputar” hasta “resistir” y
supone una toma enérgica de postura. En definitiva, remitía sin ambages a

1
Eckstein (1995: 254-271).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 165

“expresar oposición”.1 Se trataba, por lo tanto, del ejercicio activo de la


autonomía frente a un intento arbitrario al margen del tratado de alianza.
En torno a esta cuestión, existe un vínculo estrecho entre la experien-
cia autobiográfica o, más bien, su autorrepresentación, los códigos cívicos
helenísticos, la cultura política aquea y la dimensión ejemplar de la histo-
ria. En su puesta en cuestión de la idea de autonomía relativa del arte,
Greenblatt señala que la autorrepresentación está vinculada a la cultura en
la que se construye que, siguiendo a Geertz, supone especialmente un
conjunto de “mecanismos de control” (planes, recipientes, reglas, instruc-
ciones), en los que el sujeto produce literatura y un relato sobre sí mismo.2
En consonancia con este carácter situado de la práctica literaria, la auto-
rrepresentación no es una “epifanía de identidad libremente elegida”, sino
que está en buena medida delineada “por el sistema social e ideológico en
fuerza”.3 El habitus de Polibio, como disposición para actuar, pensar, valo-
rar, está marcado por la cultura en la que creció y se formó. Esto fue mos-
trado por diversos autores en distintas dimensiones de su vida. Por citar
solo algunos ejemplos, su forma de escribir parece remitir a un tipo de
estilo formal típico de “cancillerías”,4 pero también en su elección de al-
gunos términos se advierte una reproducción del lenguaje oficial aqueo y
de la ideología federal.5 En un plano moral, más amplio, se ha reconocido
también su completa interiorización del éthos aristocrático homérico,
común al de la élite griega contemporánea.6
¿Puede reconocerse, entonces, en su autorrepresentación y provisión
de modelos de comportamiento una relación con los códigos cívicos loca-
les? ¿Hay algún cambio relacionado con la llegada de Roma? Es interesan-
te advertir, en ese sentido, el parecido entre la autorrepresentación y la
representación en estelas honoríficas peloponesias, sobre todo, la coin-
cidencia léxica y política entre la inscripción copiada en Megalópolis por
Pausanias (8.30.8: καὶ ὅτι σύμμαχος γένοιτο Ῥωμαίων καὶ παύσειεν αὐτοὺς
ὀργῆς ˂τῆς˃ ἐς τὸ Ἑλληνικόν) y la autorrepresentación de su actuación
tras la Guerra Aquea (38.4.7: τὰ δὲ παραιτουμένους τὴν τῶν κρατούντων

1
HCP I: 528, Welles (1934: 327).
2
Greenblatt (2005: 4-5).
3
Greenblatt (2005: 256).
4
Jerusalem (1879).
5
Koehn (2013).
6
Eckstein (1995).
166 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

ὀργήν).1 A menudo, algunos autores han dicho que los textos de las ins-
cripciones peloponesias “revelan el modo cómo Polibio y los ambientes
cercanos a él buscaban presentar la fase culminante de su actividad políti-
ca”.2 No creo que esto sea del todo correcto.
En total, existen tres retratos datados con seguridad luego del 146 a.C.,
a los que se suman cuatro posteriores, acompañados de inscripciones. La
representación en los mismos no dependía exclusivamente ni de Polibio,
ni de sectores cercanos a él, al menos, no directamente porque los hono-
res cívicos eran decisiones resultantes de complejos procesos de negocia-
ción al interior de la comunidad política. Como Ma ha señalado recien-
temente “el monumento honorífico era el artefacto de una cultura política
particular, estaba diseñado para expresar valores comunitarios, declara-
ciones, y relaciones; representaba a un individuo, pero también a la co-
munidad toda”.3 Un retrato, con su inscripción, que capturaba su sentido
y lo moldeaba, era la materialización de una “intención honorífica” creada
en el marco de una ideología cívica específica. Yo creo que Thornton está
esencialmente en lo correcto: la autorrepresentación de Polibio apuntaba
a colocarlo en el lugar de un mediador, pero no creo que haya sido una
elección totalmente libre.
A propósito de estas inscripciones y estelas honoríficas, Ma advierte
una notable serialización de imágenes e inscripciones en honor a Polibio a
nivel pan-peloponesio en un momento en el que se estaba desarticulando
la Confederación Aquea.4 Quizá la práctica fuera similar a la decisión fe-
deral de erigir múltiples retratos de Filopemén tras la muerte del líder en
Mesene (Plu., Phil. 21.5). Según Ma, esta práctica tenía que responder a
una estrategia colectiva de mostrar cultura y propósito comunes en un
momento de crisis y puede revelar, además, la existencia de fórmulas es-
tándar en manos de distintas póleis. Filopemén era un héroe para los
aqueos y, en algún punto, se reprodujo en Polibio una práctica similar,
asociándolo a aquel como mediador con el poder romano. Puede haber
existido cierta condescendencia por parte de la comunidad con los gustos
e intereses del honrado, que buscaba, en efecto, asociarse con la figura de
su maestro, pero dicha estrategia de autorrepresentación parece dialogar
de forma especial con la cultura política aquea y con su historia reciente.

1
HCP III: 689.
2
Thornton (1999: 596).
3
Ma (2013: 243).
4
Ma (2013: 280-282).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 167

En efecto, un pasaje fragmentario, ambientado en el arreglo de los


asuntos del Peloponeso tras la derrota aquea, brinda alguna clave, por un
lado, sobre la responsabilidad atribuida a los líderes para convencer al
poder romano a través del diálogo y la influencia personal y, por el otro,
sobre la autorrepresentación de acuerdo con códigos cívicos aqueos
(39.3.1-11). Cierto ciudadano romano comenzó a clamar por el derribo
de todas las estatuas de Filopemén porque, según él, había sido un enemi-
go de los romanos. En ese momento, Polibio intervino exitosamente para
salvarlas. Su argumento fue que si Filopemén alguna vez se había opuesto
a las órdenes de los romanos había sido para “aleccionarlos y convencerlos
en lo que tenían de discutibles (διδάσκειν καὶ πείθειν ὑπὲρ τῶν
ἀμφισβητουμένων)” (39.3.5). Apelaba, entonces, a la representación de un
líder responsable y activo como aliado, que dialogando buscaba conven-
cer al poder de no exceder una hegemonía moderada. Es el mismo papel
que Arato, en el Itome, había desempeñado frente a Filipo y es el mismo
de Polibio salvando esas estatuas. La asociación con estos líderes corrió
por canales individuales, al reivindicar el diálogo como herramienta de
Filopemén ante Roma, pero también cívicos, porque la asociación se efec-
tuó con aquellos líderes que habían sido definidos en el pasado por la co-
munidad como “buenos ciudadanos” y líderes modélicos.
El Filopemén de Polibio no colaboró con la expansión de la hegemo-
nía romana, pero tampoco mantuvo una actitud hostil, tal como Polibio se
autorrepresentaba. El mensaje que aparece en el famoso debate entre
Aristeno y Filopemén, que tiene que recoger una opinión propia del histo-
riador, trata sobre no “colaborar con los deseos de los dominadores
(συνεργεῖν ταῖς ὁρμαῖς ταῖς τῶν κρατούντων)” (24.13.2), y es central:

“si nosotros mismos, desconociendo nuestros derechos, nos declaramos dis-


puestos, cual si fuéramos prisioneros de guerra, a hacer cualquier cosa que se
nos ordene (ἐὰν δ’ αὐτοὶ καταγνόντες τῶν ἰδίων δικαίων αὐτόθεν εὐθέως
καθάπερ οἱ δοριάλωτοι πρὸς πᾶν τὸ κελευόμενον ἡμᾶς αὐτοὺς παρασ-
κευάζωμεν), ¿qué diferencia habrá entre el linaje aqueo y el de los sicilianos,
el de los capuanos y los de otros notoriamente esclavizados ya desde antiguo
(πάλαι δουλευόντων)?”. (24.13.4)

En este contexto, en el que las grandes potencias usaban hábilmente la


consigna de la libertad, no se le ocultaba a Polibio, y seguramente a la ma-
yor parte de la élite política aquea, que estas declaraciones enmascaraban
otras intenciones (15.24.4). Como en el caso de Arato frente a Apeles, la
168 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

alternativa a defender la autonomía era tener una actitud pasiva/esclava


de colaboración con la dominación. El símil utilizado por Filopemén no
era, pues, inoportuno porque los romanos podían tratar así tanto a capua-
nos como sicilianos porque se habían rebelado y habían sido sometidos
militarmente. Que el líder arcadio exclamara que los aqueos, aliados leales
de los romanos, no tenían por qué comportarse como unos δοριάλωτοι
constituye una verdadera declaración de autonomía que enraizaba en la
cultura política griega, que oponía el ejercicio de la libertad a la esclavitud,
no dejando espacio para otras actitudes intermedias.1 Como deja entrever
el discurso de Licortas en Clítor ante A. Claudio Nerón y los exiliados
espartanos (184 a.C.),2 los romanos no debían invertir las actitudes espe-
radas tratando a los espartanos como aliados y a sus aliados aqueos como
enemigos derrotados, como los capuanos (Liv. 39.37.10-12):

“Bien sé, Apio Claudio, que este tono que vengo empleando hasta ahora en
mi discurso no es el propio de un aliado ante otro ni el de un pueblo libre
sino el de un verdadero esclavo que se justifica delante de su amo (neque so-
ciorum apud socios neque liberae gentis esse, sed vere servorum disceptantium
apud dominos)”. (Liv. 39.37.9)3

El discurso es mencionado por Pausanias (7.9.3-4), lo que implica un


origen polibiano.4 Aunque era muy sintético, el periegeta atribuía cierta
agudeza a Licortas: “expuso el derecho de los aqueos en su discurso y con
sus palabras dejó caer algún reproche contra los romanos (λόγῳ τε
ἀπέφαινε τὰ ὑπὲρ τῶν Ἀχαιῶν δίκαια καὶ ὁμοῦ τοῖς λόγοις καὶ μέμψιν τινὰ
ὑπέτεινεν ἐς τοὺς Ῥωμαίους)” (Paus. 7.9.4). Esta posición parece haber
sido persistente. Incluso, en su discurso en favor de la anulación del decre-
to que prohibía a los macedonios entrar en el Peloponeso, Arcón aludió al
papel de los aqueos como aliados activos, que tanto en la paz como en la
guerra siempre habían seguido a los romanos (si ut bellum gerentes eos secu-
ti sumus, nunc quoque pacis auctores sequamur) (Liv. 41.24.7-9).

1
Eckstein (2008: 219-220).
2
No hay certeza absoluta sobre si se trata de ese A. Claudio, pero es lo más po-
sible: Briscoe (2008: 334-335).
3
El texto latino es de la edición de Sage, pero presenta dificultades: Briscoe
(2008: 343).
4
Desideri (2007: 177).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 169

Estos testimonios de Arato, Filopemén, Licortas y Arcón nos permiten


reconocer una lectura de la dinámica entre hegemonía y autonomía desde
una óptica aquea. Así pues, no es extraño que, para el periodo posterior a
Pidna, Polibio decidiera incluir un segundo prólogo en el que se justifica-
ba la extensión de su obra hasta el 145 a.C. El motivo era la necesidad de
juzgar el dominio romano, pero también conocer las reacciones de los
pueblos (3.4.1-13). El estado fragmentario de los últimos diez libros hace
muy difícil reconstruir el “juicio” del historiador al respecto, pero es claro
que el tema de la expansión romana, que es abordado como objetivo des-
de el comienzo, implicó para Polibio una transformación de los funda-
mentos hegemónicos de su alianza con diferentes pueblos, entre ellos, los
aqueos. No fue un proceso, sin embargo, unilateral, sino que requirió de la
participación de miembros de la élite política de sus aliados griegos.
Polibio exigía sobre todo responsabilidad de parte de estos, que actua-
ran como aliados activos y ello se (re)creaba en una autorrepresentación
que le permitía vincularse como político a Arato, Filopemén y Licortas.
Pausanias, que en su recorrido por Arcadia menciona varias estelas y esta-
tuas en honor a Polibio (Paus. 8.9.1, 30.8-9, 37.2, 44.5), se detiene en una
ubicada en el ágora de Megalópolis cuya inscripción aún era legible (Paus.
8.30.8-9). Allí, se presenta al historiador como un hombre que, como
Odiseo, había recorrido la totalidad de la tierra y el mar, pero también que
había sido aliado de los romanos (σύμμαχος... Ῥωμαίων) y mediador tras la
Guerra Aquea, a lo que Pausanias acotaba que también había sido un im-
portante historiador. Su autorrepresentación como “mediador” ha sido ya
muy bien delineada.1 Su posición de aliado de los romanos y amigo de
Escipión Emiliano vuelve a aparecer, por ejemplo, en Plutarco (Mor. 814
D), quien pensaba que algunos griegos, como Polibio y Panecio, “gracias
al afecto que les profesaba Escipión, realizaron una importante contribu-
ción al bienestar de sus respectivas patrias”.
El tema de los vínculos entre la comunidad cívica y Roma y la figura de
Polibio como mediador vuelve a aparecer en la famosa estela de Clítor, en
la que está su famoso relieve con varios detalles que, según Ma, se nos
escapan: armas que le asignan un rol militar (lanza con punta masiva y
escudo hoplita argivo), vinculadas quizá a la reforma militar de Filope-
mén, anillos en su mano izquierda (insignias de mando, de magistraturas,
regalos de amistad de reyes amigos, o quizá un obsequio de poderosos

1
Thornton (1999).
170 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

romanos), etc. De todas formas, el relieve parece encontrar un equilibrio


entre las aspiraciones individuales y el control y moldeado del mensaje
por la comunidad.1 El elemento quizá más sorprendente, según Ma, es el
cabello corto y la ausencia de barba en una representación de un guerrero
maduro con una musculatura propia de un hombre activo, como Filope-
mén en su Vida de Plutarco.2 Ma argumenta que tal vez se trate del más
temprano ejemplo del modelo de estatua imberbe propia del aristócrata
filorromano. En rigor, este estilo de representación, con un claro mensaje
político, que implicaba la proclamación pública de la amistad con los ro-
manos (generalizado con los reyes clientes “filorromanos” de la república
tardía), se vuelve más común a partir del siglo I a.C. y, según Smith, su uso
revela: 1) que la afiliación política, e incluso cultural, podía ser leída a par-
tir de la apariencia personal; 2) que un rostro correctamente afeitado po-
día ser interpretado como típicamente “romano” o, en el caso de que se
tratara de un griego, como de un “filo-romano”.3
Por lo tanto, esta representación pública apela a una imagen de un su-
jeto vinculado a Roma, con una actitud pública amistosa, de aliado, tal
como aparece en la inscripción de Pausanias. Quizá en sintonía con el tipo
especial de evérgeta identificado por Robert, capaz de obtener grandes
beneficios para su comunidad a través de sus relaciones con senadores y
patronos influyentes en Roma.4 Pero, además, su ropa, una sencilla exómis,
túnica sin mangas propia de los trabajadores y de los hoplitas, con una
clámide, o pequeña capa, sobre su hombro izquierdo, revela el vestuario
de un hombre entrenado físicamente, de un guerrero activo. Esto es parti-
cularmente interesante en la tónica de lo expuesto por Ma, sobre la ausen-
cia de barba como muestra pública de amistad con los romanos, porque
desde el siglo III a.C. se advierte en Roma la construcción de una vesti-
menta específica como marca de identidad cívica. En efecto, en El Gorgojo
de Plauto (288) aparece la primera referencia burlona a los Graeci palliati,
que representaban a los griegos que vestían el himatión (pallium en latín),
en contraposición a la toga de los ciudadanos romanos.5 Pero el himatión
además era la vestimenta del intelectual griego, del filósofo, del poeta, etc.,

1
Ma (2013: 282-283).
2
Ma (2013: 283).
3
Smith (1998: 87). Cf. Dio 36.17, Walker (1991), Zanker (1995: 220) y Swain
(1996: 83-85, 215-216).
4
Robert (1969: 42-44).
5
Wallace-Hadrill (2008: 43-57).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 171

en las esculturas tardo republicanas y alto imperiales,1 por lo que el uso de


una exómis no solo permitía representar al historiador como un ciuda-
dano-hoplita en el espacio público megalopolitano, de acuerdo con con-
venciones cívicas locales, sino que también enviaba un poderoso mensaje
de autorrepresentación. Como en el epigrama recogido por Pausanias,
Polibio no era un historiador, sino un miembro influyente de la élite polí-
tica local y, en especial, un aliado activo de los romanos dispuesto a em-
puñar las armas en caso de necesidad.
En las Historias, en consonancia con esta imagen pública, la autorre-
presentación corre paralela a la necesidad de definirse tanto en relación a
Roma como a Grecia porque, en efecto, hubo cambios notables en la au-
torrepresentación pública de los griegos entre los siglos II-I a.C. Esto lo
ponen de manifiesto las diferentes estrategias desplegadas, por ejemplo,
por los reyes en Roma de acuerdo con el mensaje que querían expresar, y
que podían ir desde la presentación como fieles aliados, como Eumenes
II, o de subordinación total, como Prusias II de Bitinia.2 Este, según Poli-
bio (30.18.4), se presentó ante el senado, vestido como liberto: “‘Mirad-
me’, dijo, ‘vuestro liberto, pues quiero serles agradable en todo e imitar
sus costumbres’”. En verdad, el rey quería seguramente hacer una perfor-
mance pública de su “liberación” de Macedonia gracias a los senadores,
pero estos, y Polibio, vieron en ello un comportamiento servil.3 Esto reve-
la, sin embargo, cuán delicada era la decisión política sobre cómo mos-
trarse públicamente en el mundo tardohelenístico.
Al respecto, y en apoyo de la tesis de Thornton de la autorrepresenta-
ción como mediador,4 se podría añadir la mención de una designación,
fallida, como mediador en algunos conflictos civiles originados en Lilibeo
(36.11.1: ὡς χρείας οὔσης αὐτοῦ δημοσίων ἕνεκεν πραγμάτων), así como
también su referencia en 12.5.1-2 a la exención que obtuvieron los locrios
gracias a su propia intervención (δι’ ἐμὲ) ante los romanos. Esto vuelve
comprensible la confianza que exhibe para tomar la palabra ante los ro-
manos a propósito de las estatuas de Filopemén. Por otra parte, se adelan-
ta al público esto desde el libro 31, cuando introduce su vida social en
Roma contando los inicios de su relación con el joven Escipión Emiliano
(31.22-24), que además en el célebre pasaje de Cartago en llamas será

1
Zanker (1995: passim).
2
Rosillo-López (2015: 14-17).
3
Braund (1982: 353-354).
4
Thornton (1999).
172 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

presentado al público como el alumno perfecto que ha incorporado to-


talmente las enseñanzas polibianas sobre la fragilidad de la condición hu-
mana (38.21.1-3).1
La autorrepresentación como un individuo con capacidad de diálogo
con el poder hegemónico busca situarlo, entonces, en la línea distinguida
de individuos como Filopemén y Licortas, construida como modélica, y
contrapuesta de manera profunda a la de otros líderes negativos, que, co-
mo Calícrates, habían recurrido a la amistad con Roma para reforzar su
posición política personal. Pero algunos de los líderes de la Achaica tenían,
por el contrario, un pasado controvertido, por lo que se buscó, por ejem-
plo, silenciar la participación de Arato en la Liga Helénica a propósito de
la alianza de Filipo con Aníbal,2 y quizá ocultar también las acciones de
Filopemén en Creta bajo la égida de Filipo.3 Necesitaba oponerlos y, por
lo tanto, oponerse al modelo de la embajada de Calícrates, tras la cual “al
senado romano le sobraron aduladores, pero anduvo escaso de amigos
verdaderos (κολάκων μὲν εὐπορεῖν, φίλων δὲ σπανίζειν ἀληθινῶν)”
(24.10.5). Como se ha advertido, en el momento crítico del ataque a las
estatuas, Polibio demostró que Filopemén había intentado aleccionar y
convencer a los romanos acerca de sus decisiones cuestionables, pero
siempre había sido el primero en apoyarlos en sus guerras (cf. 24.13.9).
La lectura de Pausanias (8.30.9) sobre la relación entre Polibio y Esci-
pión Emiliano no era del todo ajena: “En todo en lo que el romano obe-
deció los consejos de Polibio le fue bien; pero en aquello en lo que no
escuchó sus instrucciones dice que tuvo errores (ὅσα μὲν δὴ Πολυβίῳ
παραινοῦντι ὁ Ῥωμαῖος ἐπείθετο, ἐς ὀρθὸν ἐχώρησεν αὐτῷ: ἃ δὲ οὐκ
ἠκροᾶτο διδάσκοντος, γενέσθαι οἱ λέγουσιν ἁμαρτήματα)”. Tras su aleja-
miento forzoso de la política aquea, Polibio habría pretendido seguir
cumpliendo con su papel de aliado responsable como educador de un
romano de primera línea. Su digresión del libro 31, donde menciona el
inicio de su amistad, casi paternal, le permite representarse como el guía
en el desarrollo de la sophrosýne del romano (31.23-30).4 Esta imagen de
amigo y educador está en clara sintonía con el modelo propuesto de líder
aqueo, como un individuo capaz de advertir, corregir, en definitiva, recor-
dar a los romanos siempre cómo tratar a los aliados leales. Por ejemplo,

1
Miltsios (2013: 138).
2
Golan (1995: 35-36).
3
Errington (1969: 32-34).
4
Cf. Friedländer (1955: 340).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 173

los “reproches” de Licortas, mencionados por Pausanias, podían ser inter-


pretados como el esfuerzo por alcanzar un diálogo sincero entre aliados,
como una reivindicación pública, pero atenuada, de la defensa del foedus
aequum, de la Friedlichen Widerstandes o resistencia pacífica.1 Licortas dijo
en medio de la disputa por los exiliados espartanos que:

“si alguien les advierte que (ὅταν μέντοι γε διδάξῃ τις αὐτοὺς), de sus peticio-
nes, unas no se pueden cumplimentar y otras comportan desdoro y vergüen-
za grandes a los aliados, ellos no acostumbran a porfiar ni a presionar en
asuntos de este tipo. De modo que si alguien les advierte (ἐάν τις αὐτοὺς
διδάξῃ) de que, a los aqueos, acatar este escrito les supone transgredir leyes y
juramentos y violar lo consignado en las estelas en lo que concierne a la polí-
tica conjunta de la Confederación, los romanos se retractarán y convendrán
en que nuestras prevenciones son fundadas y que con razón desoímos sus
ruegos”. (24.8.3-5)

El modelo de político aqueo, entonces, era aquel que, como Arato, Fi-
lopemén, Licortas y Polibio, se mostraba dispuesto a actuar con sensatez,
entendiendo que los aqueos no tenían los recursos para enfrentarse abier-
tamente con Roma y que, por lo tanto, necesitaban dialogar, convencer,
en definitiva, actuar diplomáticamente. La situación luego del 146 a.C.
cambió de forma drástica, pero las necesidades eran las mismas, lo que
explica por qué el historiador concluía su obra con una referencia a una
misión diplomática cumplida en Roma (39.8.1). En época tardohelenísti-
ca los viajes de los embajadores griegos a Italia eran no solo frecuentes,
costosos y fatigosos, sino que hacían a los ciudadanos que los realizaban
objeto de honores por parte de sus comunidades.2 La apelación a la di-
plomacia no implicaba un mensaje de resistencia encriptado, ni tampoco
una apología de la oposición, sino solo la expresión de una esperanza idea-
lista en las posibilidades de mantener una autonomía honorable. Los már-
genes de acción, reales o imaginarios tras el 146 a.C., podían ensancharse
si el líder político era capaz de “enseñar” o “advertir” (διδάσκειν) a los
romanos, sin caer en el servilismo, actuando como un “amigo verdadero”
(φίλος ἀληθινός) y no como un “adulador” (κόλαξ) (24.10.5).3
1
Deininger (1971: 137).
2
Linderski (2007: 56-58).
3
Se critica también esta práctica de Prusias en Roma (ὑπερβολὴν οὐ καταλιπὼν
ἀνανδρίας, ἅμα δὲ καὶ γυναικισμοῦ καὶ κολακείας οὐδενὶ τῶν ἐπιγινομένων) (30.18.5),
en contraste con Livio (45.44.4-21). Cf. Welwei (1963: 114-116).
174 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

Se podría dar la etiqueta a este juicio de “idealista”, puesto que la Con-


federación había sido derrotada y, en esas circunstancias, las posibilidades
de autonomía eran pocas o nulas. Eckstein considera que Polibio no pudo
liberarse nunca de un pesimismo en aquellas circunstancias históricas y
que continuó escribiendo la historia, hasta el final, solo por el deber de
completar su tarea y actuar así con honor.1 Thornton, en cambio, pone el
acento en el valor utilitario, y de concluir una obra que le permitía repre-
sentarse como el mediador tras la Guerra Aquea.2 Ambas interpretaciones
son certeras porque refieren a dos dimensiones de la obra y del autor. Me
gustaría añadir además que no es desdeñable la conclusión de Greenblatt,
cuando escribe que “abandonar la autorrepresentación es abandonar las
ansias de libertad”, continuar escribiendo, incluyéndose en el relato-
historia, es sostener la ilusión de que aún se puede ser el principal hacedor
de la propia identidad.3
La persistencia en el uso del verbo διδάσκειν, usado por Licortas y por
Polibio a propósito de las estatuas de Filopemén, nos aleja del terreno de
la súplica para introducirnos en el de la negociación.4 La política de adula-
ción de Calícrates marcaba un punto de inflexión hacia la decadencia
aquea (μεγάλων κακῶν ἀρχηγὸς; ἀρχὴ ἐπὶ τὸ χεῖρον) (24.10.8-10), opi-
nión que ha influido en las interpretaciones sobre el fin de la Confedera-
ción (Paus. 7.10.5). Los aqueos habían podido hasta ese momento, gra-
cias a su lealtad en momentos decisivos, “tratar en un plano de igualdad
con los romanos (ἰσολογίαν ἔχειν πρὸς Ῥωμαίους)” (24.10.9).5 A partir de
ese punto, la política aquea había quedado subordinada a Roma, y en ma-
nos de la facción de Calícrates, lo que es ciertamente una exageración.6
Este último se había comportado como un político irresponsable, que
no solo había perseguido sus propios intereses, sino también debilitado la
posición de su Estado animando a Roma a intervenir en sus asuntos inter-
nos.7 Esta crítica contra actitudes egoístas de políticos griegos, tachados
de traidores, explica parcialmente la frecuencia de comentarios cínicos a
1
Eckstein (1995: 284).
2
Thornton (1999).
3
Greenblatt (2005: 256-257).
4
Ferrary (2005: 31).
5
En 30.31.16 el embajador rodio Astímedes, en su segundo discurso ante los
romanos, reconoce que los rodios han perdido τὴν παρρησίαν y τὴν ἰσολογίαν.
6
Exageración de las consecuencias de la embajada: Gruen (1976: 33; 1986:
499). Menosprecio de la estatura moral de Calícrates: Didu (1993: 25).
7
Cf. Baronowski (2011: 78-85).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 175

partir del libro 31. En el marco de las disputas internas de la dinastía pto-
lemaica, por ejemplo, Ptolomeo VIII iba a solicitar al senado que le quita-
ra a su hermano Cirene para entregársela, y Polibio escribirá al respecto:
“Los romanos echan mano con frecuencia de decisiones así: se aprove-
chan de la ignorancia del vecino para aumentar y organizar de forma efec-
tiva su poder (ἐν οἷς διὰ τῆς τῶν πέλας ἀγνοίας αὔξουσι καὶ κατασ-
κευάζονται τὴν ἰδίαν ἀρχὴν πραγματικῶς), cosa que encima se les agradece,
pues dan la impresión de beneficiar a los ofendidos” (31.10.7).
De todos modos, es necesario insistir en que no hay un juicio estric-
tamente negativo sobre la política romana, sino más bien una profundiza-
ción del tema de la tendencia de toda potencia hegemónica a seguir la
política de la conveniencia como modo efectivo de incrementar su poder.
Como ha demostrado Miltsios, desde el primer momento Roma es pre-
sentada narrativamente a su público como guiada por una política egoísta
y expansionista (cf. 1.20.1-3, 6.6).1 Bien entendida esta cuestión, lo más
importante era evitar que los romanos se aprovecharan de la ignorancia
(ἄγνοια) de los políticos griegos y, para ello, eran necesarias las lecciones
de la historia, muy urgentes en Grecia continental en el siglo II a.C. Al
interior de la facción de Polibio, en plena Tercera Guerra Macedónica, se
criticaba ácidamente a aquellos políticos que preferían granjearse favores
personales de los romanos (ἰδὶαν χάριν ἀποτιθεμένους παρὰ ῾Ρωμαίοις),
aunque actuaran así contra las leyes y el bien común (παρὰ τοὺς νόμους
καὶ παρὰ τὸ κοινῇ συμφέρον) (28.6.6).
Dentro de la nueva estructura del sistema interestatal helenístico, a los
políticos griegos les quedaban dos recursos: una política racional y hono-
rable, por un lado, y el diálogo y la diplomacia, por el otro. Las posibilida-
des de ejercer un rol activo como aliados, conservando los espacios de
autonomía, descansaban en seguir disponiendo de παρρησία o libre dere-
cho a la palabra,2 en sintonía con lo que había sido la experiencia histórica
helenística de interacción con reyes, cuya virtud podía radicar en recono-
cer la παρρησία a sus consejeros razonables (Isoc., Ad Nic. 9-35).3 Si avan-
zamos hasta el siglo II d.C., Dion Crisóstomo oponía las nociones de

1
Miltsios (2013: 27-28).
2
Plutarco (Arat. 45.2), cuando quería mostrar la falta de libertad de Arato tras el
pacto con Antígono, señalaba que este no era dueño más que de su sola lengua y que
incluso usarla con parrhesía podía resultar peligroso (οὐδενὸς ἦν ἢ μόνης φωνῆς ἔτι
κύριος, ἐπισφαλῆ τὴν παρρησίαν ἐχούσης).
3
Virgilio (2003: 28).
176 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

κολακεία y παρρησία, que identificaba con la actitud propia del filósofo o


del verdadero político frente a los poderosos y al pueblo.1 Y παρρησία era
uno de los rasgos de la constitución aquea (2.38.6, 42.3; 4.31.4), que Fi-
lopemén practicaba seguido, como cuando se dirigió a los espartanos que
habían intentado sobornarlo, y les dijo: “estas coronas y honores no de-
bemos tributarlas a los amigos... debemos ofrecerlas a los enemigos: así los
amigos conservarán el derecho de hablar con libertad (ἵν᾽ οἱ μὲν φίλοι
τηροῦντες τὴν παρρησίαν)” (20.12.6-7). La παρρησία era la tradición polí-
tica en la que se había formado, de ejercicio activo de los derechos cívicos
(23.12.8-9), pero también entendida como franqueza, como la actitud
moral propia del amigo verdadero o del aliado desinteresado.2
Según Apiano, Polibio había preguntado con παρρησία a Escipión
Emiliano, ya que había sido su maestro (Πολυβίου δ᾽αὐτὸν ἐρομένου σὺν
παρρησίᾳ· καὶ γὰρ ἦν αὐτοῦ καὶ διδάσκαλος), por qué recitaba versos de la
Ilíada ante las ruinas de Cartago (38.22.3, apud App., Lyb. 132).3 No pa-
rece casual, por su parte, que Filipo se retirara de Itome porque Arato “le
hablaba con franqueza y dignidad, rogándole vivamente que atendiera a
su consejo (τότε δὲ μετὰ παρρησίας ἅμα καὶ μετ᾽ἀξιώσεως λέγοντος)”
(7.12.9). En estilo directo, Polibio reconocía, a propósito del relato de la
Guerra Aquea, que elegir contar la verdad en la historia era un asunto
esencial (38.4.1-8): “un hombre tímido y remiso en la exposición de la
verdad (τὸν δεδιότα καὶ φοβούμενον τοὺς μετὰ παρρησίας λόγους)” no
podía ser considerado “un amigo (φίλον)” o “un buen ciudadano (πολίτην
ἀγαθόν)”. Finalmente, Trasícrates equiparaba ser “amigos verdaderos”
(τοῖς ἀληθινοῖς φίλοις) y “hablar con sinceridad” (μετὰ παρρησίας
εἰρήκαμεν) (11.6.7). La παρρησία era así la actitud de un igual, un derecho
de los aliados mientras existiera la autonomía, como indica la acusación de
Areo ante el senado en contra de los aqueos, que habían privado a los es-
partanos de la παρρησία (22.12.2-3). Astímedes de Rodas, tratando de
evitar una declaración de guerra, hizo referencia a la pérdida del derecho a
hablar libremente ante los romanos (ἀπαρρησίαστον) (30.31.16). La iden-
tidad entre pérdida de autonomía y privación de la παρρησία se delineaba

1
Desideri (1978: 460, n. 3).
2
La transformación moral del término parrhesía a partir del siglo IV a.C.:
Scarpat (2001: 67-72).
3
HCP III: 725.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 177

también en el pasaje sobre la traición (καταλύοντες τοὺς νόμους


ἀφῃροῦντο τὴν ἐλευθερίαν καὶ παρρησίαν τῶν πολιτῶν) (18.14.9).1
Polibio siguió actuando en política a través de la escritura de la histo-
ria, que le permitió brindar enseñanzas para que los griegos no tuvieran
que experimentar de nuevo una Guerra Aquea (38.4.7-8). Su intervención
como historiador subjetivo en ocasión de la embajada de Calícrates mar-
caba claramente el lugar de las disposiciones morales colectivas romanas y
consecuentemente de la importancia que tenían los aliados leales: “los
romanos son hombres magnánimos y de sentimientos compasivos: se
apiadan de todos los fracasados y quieren favorecer a los que buscan refu-
gio en Roma. Sin embargo, cuando alguien que les ha sido leal les hace
recordar las cosas justas (ὅταν μέντοι γέ τις ὑπέμνησε τῶν δικαίων), casi
siempre se corrigen (διορθοῦνται σφᾶς αὐτοὺς) y dan la vuelta en la medi-
da de lo posible” (24.10.11-12).2 En 38.4.7-8, durante el estallido de la
Guerra Aquea, el historiador apelaba precisamente a la conveniencia de
recordar esos hechos (διὰ τῶν ὑπομνημάτων παράδοσιν) para corregir los
espíritus (ταῖς ψυχαῖς διορθοῦσθαι). El paralelo léxico de ambos pasajes
conduce a una asimilación de la práctica historiográfica con la acción del
buen político: ambos “hacían recordar” para “corregir” los comportamien-
tos.
Como en 24.10.11-12, donde pone en boca de Filopemén una evalua-
ción sobre las posibilidades de frenar el avance del dominio romano, Poli-
bio interviene en 38.4.7-8 como historiador subjetivo para hacer recordar
a su público lo justo. Se usa el mismo verbo, ὑπομιμνήσκειν, que tiene el
mismo objetivo, διορθοῦν, corregir o enderezar. En otra intervención sub-
jetiva a propósito de la reacción de los griegos por el inesperado triunfo de
Perseo en Calicino (171 a.C.), se esbozaba una idea similar cuando expli-
ca que la actitud de las masas griegas habría sido distinta “si alguien hubie-
ra preguntado con libertad (μετὰ παρρησίας)” si querían que los reyes
macedonios adquirieran todo ese poder. A esto añadía que “si alguien les
hubiera recordado brevemente (εἰ δὲ καὶ βραχέα τις ὑπέμνησε)” los daños
que estos habían hecho a Grecia, enseguida hubieran cambiado su actitud
(27.10.1-5). Los líderes griegos debían ser capaces de actuar en el mo-
mento oportuno, que es un rasgo cardinal de la παρρησία desde Demócri-

1
Cf. Los embajadores de Lámpsaco y Esmirna, que provocan la ira de Antíoco
III, al hablar con parrhesía viniendo de ciudades sometidas (18.52.2).
2
Centralidad de la advertencia a los romanos usando el logismós: Champion
(2004: 156).
178 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

to hasta Plutarco, que siempre tiene un καιρός.1 En el pasaje sobre Cali-


cino existe además también un vínculo con una dimensión apologética,
que parangona su propia intervención en la restitución de los honores a
Eumenes II (170 a.C.). En ese momento, Polibio, pese a la posición con-
traria de la masa había logrado convencerla por la palabra, lo que lo volvía
un modelo para los líderes griegos.2
Los aqueos y sus líderes, por su parte, con sus cualidades, eran un pro-
ducto de la politeía, pero, como Polibio reconocía, esta había alcanzado su
akmé, su punto más alto, y solo cabía esperar su decadencia, atribuida jus-
tamente a un individuo: Calícrates. En el momento en que la Confedera-
ción había alcanzado su auge (τοῦ τῶν Ἀχαιῶν ἔθνους ηὐξημένου), su ac-
ción individual marcó “el inicio del cambio y de la decadencia (αὕτη πάλιν
ἀρχὴ τῆς ἐπὶ τὸ χεῖρον ἐγένετο μεταβολῆς)” (24.10.10). Calícrates era un
antimodelo político, pero también moral: era audaz e individualista, utili-
zaba su llegada a los romanos para esparcir el terror y hacerse elegir estra-
tega federal y estaba lleno de vicios y bien dispuesto a recibir regalos
(δωροδοκηθείς) (24.10.13-14). La misma moralización aparecerá en la
caracterización de los líderes aqueos del 146 a.C., criticados por su impe-
ricia y maldad (δι᾽ἀπειρίαν καὶ κακίαν τῶν κρατούντων) (38.10.13). En
ese sentido, es interesante que, pese a la primacía de las acciones de los
individuos, el derrumbe de la Confederación implicara sobre todo una
crisis del éthos aqueo. Uno de los capítulos de apertura de la Achaica res-
cata como la razón del prestigio aqueo su fiabilidad, pístis, y su probidad,
kalokagathía (2.39.10; Str. 8.7.1), que habían inclinado a espartanos y
tebanos a confiarles el arbitraje después de Leuctra, del mismo modo que
a los habitantes de la Magna Grecia a invitarlos a mediar en sus disputas
internas.3 Aunque conocido solo por Pausanias (7.11-12), el posible capí-
tulo final de la Confederación comenzaba paradójicamente con una me-
diación sobornada entre Atenas y Oropo.
Pausanias sigue allí la perspectiva de Polibio, que responsabilizaba por
el desastre aqueo a sus líderes, que arrastraron a un dêmos pasivo,4 una
visión típica de las élites griegas, incapaces de comprender el comporta-

1
Scarpat (2001: 36-37).
2
Thornton (2001: 136-148).
3
Aunque Polibio habla de un arbitraje tras Leuctra, varios autores sostienen que
es bastante más probable que el mismo hubiera tenido lugar después de la batalla de
Mantinea. Cf. Cary (1925).
4
Lafond (1991: 44).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 179

miento de los sectores populares más allá de atribuirlo a la influencia de


líderes demagógicos.1 Al respecto, Ferrary llamó la atención precisamente
sobre la distinción inusual entre ἀγνοεῖν y ἀμαρτανεῖν (38.6.13), que tiene
que estar ligado a un intento de responsabilizar por la guerra a un reduci-
do número de individuos.2 La “tiranización” de Critolao y sus secuaces
permitía adicionalmente exculpar al grueso de la élite política aquea cuan-
do había que reconciliarse con Roma.3 De más está decir que esta recons-
trucción polibiana no concuerda con la llamativa ausencia de resistencia e,
incluso, con cierto apoyo general en el Peloponeso a la guerra contra Ro-
ma.4
La conformación del sistema interestatal había sufrido profundos
cambios desde los tiempos de Filopemén. Una profundización de su polí-
tica era suicida tras el resultado de Pidna. Por ello, Dieo y Critolao son
caracterizados como locos, insensatos y faltos de cálculo (cf. Paus.
7.14.4), que es la imagen prevaleciente en el libro 38. Esto permite enten-
der que un discurso como el de Critolao no despertara ningún tipo de
simpatía en el historiador: “decía que admitía ser amigo de los romanos,
pero que no toleraría someterse a ningún dueño. Su aviso final fue mani-
festar que, si eran hombres, no se verían privados de aliados, pero que, si
eran maricas, sufrirían señores (ἐὰν μὲν ἄνδρες ὦσιν, οὐκ ἀπορήσουσι
συμμάχων, ἐὰν δ᾽ ἀνδρόγυνοι, κυρίων) (38.12.8-9) (cf. D.S. 32.26.4).
Plantear esto ante los romanos era, para Polibio, un claro signo de demen-
cia de unos líderes apoyados solo por una masa de artesanos y estibadores
de los puertos de Corinto. Esta limitación social buscaba, sin duda, con-
firmar que la violenta reacción antirromana provenía de la gente sin edu-
cación, víctima irracional de líderes demagógicos dementes.5
Pero en el discurso de Critolao puede advertirse ciertamente un eco
de la antigua posición esgrimida por Licortas en Clítor, cuando se quejó
de la imposibilidad de hablar como aliado y de tener que hacerlo como un
esclavo (Liv. 39.37.9; 38.32.8). Hasta cierto punto, esta postura era com-
partida por el propio historiador (Κολάκων μὲν εὐπορεῖν, φίλων δὲ
σπανίζειν ἀληθινῶν) (24.10.5). ¿Critolao escogió estas palabras adrede
para asociarse a una memoria reciente de Licortas y Filopemén? A pesar

1
Welwei (1966: 291, 295-296).
2
Ferrary (1988: 310, n. 149).
3
Thornton (1999: 621, 625-626).
4
Fuks (1970: 87, n. 66).
5
Musti (1967: 203); cf. Dmitriev (2011: 346).
180 LOS AQUEOS: ENTRE MACEDONIA Y ROMA

de la noticia de la restitución de las estatuas de Licortas, y del retiro de las


de Calícrates en los momentos previos al estallido de la guerra, esto es
difícil de sostener (36.13.1).1 Me inclino a pensar que si el historiador
reconoció un uso de las mismas banderas autonomistas, creyó que era
ridículo y para nada adecuado a las circunstancias presentes.
Difícilmente podría haber experimentado simpatía por esa reacción
violenta, que llevaba a cabo algo que, racionalmente, había sido rechazado
incluso por el propio Filopemén, para quien una oposición armada contra
Roma era impensable (cf. 24.13.1). Licortas dejaba entrever una postura
similar, tanto en el discurso recogido por Livio, como en su posición du-
rante la Tercera Guerra Macedónica, donde sugería mantener una estricta
neutralidad (28.6.3-5). En efecto, enérgicamente recomendaba no enfren-
tarse a los romanos puesto que era inseguro (τὸ δ’ἀντιπράττειν...
ἐπισφαλές). Tanto Filopemén como Aristeno concordaban en un solo
punto: en que la resistencia más allá de la palabra ya no era posible (24.11-
13). Polibio mismo había adoptado una postura aún más cauta (28.6.7-9).
Parece más lógico pensar que, entonces, construyendo discursivamente la
política de Filopemén, de Licortas y la propia, presentaba de forma mo-
délica su desacuerdo con la decisión de la guerra contra Roma.2 En este
contexto, todo parecía indicar que la difícil postura adoptada era la realis-
ta, la del τὸ συμφέρον, la de adaptarse a las circunstancias (ἀκολυθεῖν ἔφη
δεῖν τοῖς καιροῖς) (28.6.7).3 Después del establecimiento de una política
de cooperación estrecha por Aristeno y, luego, de la política abiertamente
prorromana de Calícrates, el único camino asequible era el diálogo.

CONCLUSIÓN PRELIMINAR

La historia de la Confederación Aquea estuvo desde el siglo III a.C. li-


gada a la de las grandes potencias dentro de un sistema interestatal violen-
to, pero hasta la consolidación de la supremacía romana en el 168 a.C. sus
posibilidades para aprovechar el juego de alianzas y preservar sus márge-
nes de maniobra fueron relativamente holgadas. Polibio exploró esta cues-

1
Didu (1993: 131), Deininger (1971: 225-226).
2
Bastini (1987: 274, n. 68) ha pensado que a lo sumo esta reutilización de la
consigna de Filopemén por Critolao podía descansar en una total incomprensión de
la política de aquel.
3
Thornton (1999: 614-615).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 181

tión y dio centralidad al caso aqueo en sus relaciones con Macedonia y


Roma, que era comparable en varios puntos a las experiencias de otros
pequeños y medianos Estados griegos. Dado su origen y formación, no es
extraño que apelara a un lenguaje político relacionado con la dinámica
hegemonía/autonomía, compartida con su público griego, al cual buscaba
enseñar cómo actuar eficientemente para conservar la autonomía del mo-
do más honorable posible.
Al cambiar de alianzas en un momento oportuno, Arato y Aristeno
muestran que la habilidad de los líderes en un contexto de necesidad era
importante. Pero también se buscaba justificar las nuevas alianzas, em-
prendidas activamente con aliados de buena estatura moral, como Antí-
gono o como los romanos. Al mismo tiempo, finalmente, se advierte en el
modelo de líder político propuesto por el historiador el recurso a su auto-
rrepresentación, en particular, en el caso de la exaltación idealista que
lleva a cabo de la παρρησία, pensada como una llave para el diálogo since-
ro con el poder hegemónico. Esto nos muestra una faceta idealista, a me-
nudo poco advertida en la obra, que veía en la preservación de la libertad
de palabra una facultad importante en manos de los líderes políticos para
poder corregir los vicios del poder y defender los márgenes de autonomía
cada vez más reducidos. En el marco de la propuesta didáctico-política de
diálogo, los líderes políticos de la Achaica eran presentados como ejem-
plos construidos sobre las líneas de esta autorrepresentación, habilitando
una asociación entre la práctica política y la escritura de la historia. En ese
caso, política e historia no podrían disociarse claramente en las Historias.
IV

LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA


AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

“En nuestros días tanto Acarnania como los etolios, igual que muchos otros pue-
blos, se encuentran exhaustos y sin recursos a causa de sus continuas guerras. Du-
rante mucho tiempo, sin embargo, los etolios, juntamente con los acarnanios, se
mantuvieron firmes no solo frente a los macedonios y a los otros griegos, sino
también, finalmente, frente a los romanos, luchando por su autonomía.” (Str.
10.2.23)

Detrás de estas palabras puede estar Artemidoro, cuya obra fue la princi-
pal fuente utilizada por Estrabón para su geografía griega en la que se in-
serta este reconocimiento de lo que fue la política etolia al menos desde el
siglo III a.C., y que llegó a su fin en 167 a.C. cuando los romanos decidie-
ron apoyar directamente el ascenso al poder de políticos etolios favora-
bles, mediante la matanza y deportación de buena parte de su élite política
(Liv. 45.28.6-7). Fue el final de treinta años de oposición a la hegemonía
romana, un intento tan heroico como finalmente infructuoso por defen-
der su autonomía (περὶ τῆς αὐτονομίας ἀγωνιζόμενοι). Pero Polibio no lo
veía de ese modo, sino que, por el contrario, para él las numerosas guerras
contra Macedonia y Roma eran el reflejo de una irracional búsqueda eto-
lia de la hegemonía.
Los libros 4-5, donde se tematiza el ascenso y caída de la hegemonía
macedonia, dan cierto protagonismo también a la Confederación Etolia.
Al término de la Guerra Social (220-217 a.C.), que es el principal conflic-
to que estructura los libros 4-5, y anticipando la συμπλοκή del mundo me-
diterráneo, el etolio Agelao, que percibió las líneas generales del momento
histórico, intentó hacer ver a Filipo y a los demás griegos la necesidad de
no perder de vista lo que estaba ocurriendo en occidente donde estaba
por surgir el futuro conquistador de los griegos. En su opinión, esto re-
184 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

quería que todos se mantuvieran atentos, unidos y a la defensiva para no


sucumbir a esta amenaza (5.104). A nivel historiográfico, resulta paradóji-
co, sin embargo, que fuera justamente un líder etolio el encargado de aler-
tar sobre el peligro, amoldándose como prácticamente ningún etolio a la
perspectiva de Polibio, tal como veremos.
La intervención de Agelao es clave también porque constituye una an-
ticipación proléptica de la συμπλοκή, que será anunciada apenas unos ca-
pítulos más adelante como la virtual unión de todos los acontecimientos
del mundo habitado que cambiaría no solo la realidad del mundo, sino
también, en un recurso a la áuxesis, la forma de escribir la historia que la
naturaleza de los hechos reclamaba que se volviera universal. El personaje
etolio demuestra, por lo tanto, una capacidad de previsión inusitada, lo
que hizo que sus palabras en Naupacto, su consejo, consiguieran inclinar a
la paz tanto a los griegos como a Filipo porque había conseguido sagaz-
mente captar la situación para negociar una exitosa paz.1 Tres capítulos
más adelante, Polibio nos cuenta que Agelao fue sometido a feroces críti-
cas por sus compatriotas por haber firmado esta paz, que al implicar a to-
dos los griegos limitaba las posibilidades de acceso al botín, pero este lo-
gró no solo aguantar la irracionalidad etolia sino, lo más importante, con-
tener su impulso natural (5.107.5-7). Agelao era un etolio, le interesaba el
botín (cf. 4.16.10-11; 5.3.1), pero era también un líder responsable, capaz
de negociar persuadiendo a los enemigos y conteniendo, además, la irra-
cionalidad de la masa en situaciones adversas.
Los líderes etolios encarnaban, en cambio, al menos generalmente, los
rasgos del estereotipo étnico clásico, lo que los convertía en una fuente de
inestabilidad permanente en Grecia. No solo sus líderes eran irresponsa-
bles –lo más peligroso desde la óptica polibiana– sino también el pueblo,
que tenía menos moderación (30.12.1; cf. 11.1-6). En efecto, las masas
epirotas eran, por ejemplo, más moderadas (οἱ πολλοὶ τῶν ἀνθρώπων
μετριώτεροι τῶν κατὰ τὴν Αἰτωλίαν ἦσαν). Esto hacía al pueblo etolio par-
ticularmente propenso a aceptar propuestas demagógicas, como la cance-
lación de deudas (13.1-2.1). Sin embargo, aunque el éthos colectivo fuera
significativo en la lógica explicativa, las masas siempre actuaban, según
Polibio, a partir de impulsos irracionales que los líderes tenían la respon-
sabilidad de encauzar (10.25.5). En ese sentido, la peor monstruosidad
1
En sintonía con su vasta experiencia política previa. Había sido tres veces estra-
tega federal (231/0, 224/223, 217/6 a.C.), además de revestir otros cargos: Grain-
ger (2000: 81-82).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 185

política se habría producido durante la crisis etolia cuando el dêmos no


permitió ni siquiera tomar la palabra a sus propios líderes en el consejo
(30.11.5; cf. 20.10.15-16). Entre ellos, entonces, llegó a producirse una
inversión del orden tradicional, según el cual, los líderes eran responsables
de hacer entrar en razón y concordia a las masas (cf. 32.4.1).
La postura negativa con respecto a los líderes y al pueblo etolio puede
deberse al hecho de haber atraído a los romanos a Grecia con su tratado
del 212/1 a.C., que constituyó un golpe devastador para las posibilidades
de autonomía del resto de los Estados griegos, casi visto como una trai-
ción.1 Además de atraer a una potencia hegemónica a su propia esfera de
acción, los etolios pretendieron luego rebelarse insensatamente.2 Para
entender ese importante capítulo de la historia de las relaciones entre he-
gemonía y autonomía quizá sea necesario estudiar primero la representa-
ción de los etolios en la narrativa de la Guerra Social.

EL ESTEREOTIPO ETOLIO Y LA GUERRA SOCIAL

El estereotipo del etolio, que se venía construyendo desde época clási-


ca, había adquirido para el siglo II a.C. rasgos definidos.3 De acuerdo con
el mismo, Polibio caracterizaba a los etolios como un pueblo irracional,
individualista, sacrílego y bandolero, oponiéndolos así perfectamente a su
imagen idealizada de los aqueos.4 Se ha pensado en una dependencia de
las Memorias de Arato,5 pero para su reconstrucción de la Guerra Social,
como hemos advertido, las Memorias ya no contaban. Su imagen del eto-
lio se entiende mejor, por un lado, como producto de sus prejuicios políti-
cos como aqueo y, por el otro, por una consciente apelación cultural al
estereotipo clásico de un pueblo que, si bien no podía ser considerado
bárbaro porque hablaba griego y exhibía un notable pedigrí homérico,
constituía un “otro” en territorio griego.6 Esto queda claro cuando, pese a

1
Musti (1978: 71-75).
2
Musti (1978: 72).
3
Antonetti (1990: 39-143).
4
Champion (2004: 122-137).
5
Fine (1940: 150), Treves (1938: 199-200).
6
Aunque Eurípides (Ph. 138) denomina el armamento del etolio Tideo como
“meixobarbarós”. Cf. Antonetti (1990: 107-110).
186 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

sus prejuicios, afirma que Alejandro de Etolia era el “griego” más rico
(21.26.9).
Sus hábitos diferentes a los del resto del mundo griego de la pólis con-
tribuían decisivamente a la construcción e instalación de este discurso de
alteridad. En efecto, no vivían inicialmente en póleis, puesto que Etolia
experimentó un desarrollo urbano más tardío que el resto de Grecia, co-
mo ocurrió también en otras áreas de la península como Acaya. En las
representaciones clásicas, en ese sentido, se menciona a los etolios como
un pueblo tosco, montañés, belicoso, ignorante tanto del uso de la falange
hoplítica como de la vida en la pólis, hablante de un griego incomprensi-
ble, consumidor de carne cruda y, especialmente, afecto al robo y al pillaje
(Thuc. 1.5-6; 3.94.4-5).1 El etolio como salteador se encuentra también
en el Himno Itifálico a Demetrio Poliorcetes (291 a.C.), registrado por
Duris de Samos y transmitido por Ateneo (Deipn. 6.253b-f). Sin embargo,
esto se debía a que el estereotipo había sido definido en una situación de
conflicto. También parece haber ocurrido durante el ascenso al poder de
Cleómenes en Esparta, que en su discurso señaló que gracias a sus refor-
mas los ciudadanos ya no iban a ser víctimas de los saqueos de ilirios y
etolios (Plu., Cleom. 10.6). Licisco, mientras buscaba convencer a los es-
partanos de no aceptar la alianza de los etolios, también acusó a estos de
haber cometido actos propios de escitas y celtas (9.34.11).2 Aunque no
use el término “bárbaro”, se asocia su comportamiento al de los prototi-
pos norteños de la barbarie.
Tucídides muestra una imagen todavía ambivalente. Por un lado, ape-
la a la representación cultural común de la vida en la pólis como el estado
óptimo, esperable en un ateniense, opuesto al carácter primitivo de los
pueblos de los márgenes, que, como los etolios, son una reliquia del pasa-
do (τῆς Ἑλλάδος τῷ παλαιῷ τρόπῳ) (Thuc. 1.5.3).3 En el libro 3, por otro
lado, aparece una imagen diferente, más agresiva, que estigmatizaba a este
pueblo (Thuc. 3.94.4-5).4 Su origen reside en una reacción ateniense con-
tra un pueblo alineado con Tebas y Esparta durante la segunda Guerra del
Peloponeso, pero desde un punto de vista estrictamente narrativo no sería
un dato menor a señalar que quienes los caracterizan de ese modo son los
mesenios, interesados en convencer al ateniense Demóstenes de invadir

1
Cf. Antonetti (1990: 71-84).
2
Grainger (1999: 9).
3
Cf. Hornblower (2003: 24-25).
4
Cf. Antonetti (1990: 71-84).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 187

Etolia (Thuc. 3.94.3-5). Estos argumentos mesenios, además, se revelan


inmediatamente errados porque la supuesta facilidad de la empresa, con-
tra unos bárbaros desorganizados, resulta refutada por la eficiente organi-
zación militar etolia contraria a lo esperado (Thuc. 3.96.3-97.1). En cuan-
to a la presentación en el Himno Itifálico, de los etolios como salteadores
deseosos de botín, es posible que estuviera vinculada a la propaganda de
Demetrio Poliorcetes durante su expedición contra los etolios (291-289
a.C.).1 El autor podría estar apelando allí a una imagen tradicional, tam-
bién atestiguada en Aristófanes (Eq. 74-79) para denigrar a un enemigo
del rey. Grainger, incluso, ha caracterizado este himno como un producto
de sicofantes atenienses, cantado específicamente durante la celebración
creada por Demetrio en reemplazo de las Pythia délficas.2
Por lo tanto, aunque para mediados del siglo III a.C. Etolia había deja-
do de ser una región montañosa, aldeana y pastoril, el estereotipo mostró
una rigidez notable,3 volviéndose un arma política arrojadiza, sobre todo,
a partir del éxito etolio tras su victoria sobre los gálatas (279/8 a.C.). El
control de la Anfictionía de Delfos se convirtió en una pieza central que
permitió a los etolios reproducir la política de Filipo II para expandir su
influencia por Grecia central.4 Es posible, además, que los etolios intenta-
ran mejorar su imagen, por ejemplo, difundiendo representaciones más
positivas de sus personajes míticos como el pastor Titormo,5 o propagan-
do su imagen de salvadores del helenismo en sus acuñaciones.6 Pero los
estereotipos, o los clichés, no necesariamente tienen un origen en compor-
tamientos etnográficamente observados porque existen a menudo sin
necesidad de tener algún contacto con el pueblo, dado que tienen una
base siempre imaginaria.7
Polibio apelaba al estereotipo etolio tradicional tanto por hostilidad
política como por convención cultural. En los primeros cinco libros, el
recurso al estereotipo es marcado, pues, los etolios son allí piratas y sa-
queadores que ceden a su incontinencia y falta de moderación y, en espe-

1
Habicht (2006: 108-110).
2
Grainger (1999: 91).
3
Grainger (1999: 5-6).
4
Scholten (2000: 101).
5
Rzepka (2013).
6
Strootman (2005).
7
Amossy-Herschberg Pierrot (2010: 40-43).
188 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

cial, desean el engrandecimiento y codician el botín.1 No conozco antece-


dentes literarios de la primera acusación, pero sí de la segunda. Su con-
temporáneo Agatárquidas sostenía en su Europiaká que los etolios esta-
ban más prestos a morir que la mayoría de los demás hombres, lo que los
llevaba a entregarse de lleno a una vida lujosa (ζῆν πολυτελῶς) (FGrH 86
F6). Polibio también reconocía esta falta de moderación en el lujo, pero
extraía conclusiones de tipo político, no morales, poniendo énfasis en una
tendencia inmoderada al poder que no se correspondía con las posibilida-
des reales de la Confederación en el sistema interestatal helenístico.
La moderación, en ese sentido, era considerada una virtud cardinal
desde época arcaica, tal como rezaba el “nada en exceso” en el templo
alcmeónida en Delfos (s. VI a.C.).2 Estos postulados seguían muy vigentes
en el siglo II a.C. En el libro 24, por ejemplo, unos embajadores romanos
presentaban ante el senado el informe de su misión ante los reyes en
oriente y exponían que, mientras Eumenes había actuado en todo con
moderación (μετριότητος), Farnaces lo había hecho, por el contrario, con
codicia y soberbia (πλεονεξίας καὶ... ὑπερηφανίας) (24.1.2). No es extraño
advertir, entonces, que estos dos vicios censurados en el rey póntico,
opuestos a la moderación, sean los utilizados para caracterizar el accionar
de los etolios.
Polibio mencionaba la codicia (πλεονεξία) y la arrogancia (ἀλαζονεία)
etolias, ideas que se detectan en otros pasajes. En el libro 13, por ejemplo,
se conserva un fragmento en el que se menciona la situación económica
de los etolios en el 206 a.C. quebrantada debido a las continuas guerras,
pero también “debido al lujo de sus vidas (διὰ τὴν πολυτέλειαν τῶν βίων)”
(13.1.1). Afortunadamente, lo expuesto allí puede vincularse con el inten-
to de cancelación de deudas de Dorímaco y Escopas, que adelantaba lo
que ocurriría con la stásis del libro 30 (175/4 a.C.) (13.1-1a), que tenía su
causa en la imposibilidad de emprender guerras exteriores por botín debi-
do al poder romano (30.11.1-6; cf. Liv. 41.25.1-8; 42.5.7). Filipo V, por su
parte, critica abiertamente también una ley etolia que permitía a sus ciu-
dadanos participar a título particular en guerras, aun cuando la Confede-
ración permaneciera neutral, para que pudieran hacer botín (ἄγειν λά-
φυρον ἀπὸ λαφύρου) (18.4.8, 5.1-3). El saqueo de templos y su desorgani-
zación en el ataque a las ciudades, como en Egira (4.57.5-58.12), se rela-
cionan también con este rasgo incontinente frente a las riquezas.
1
Sacks (1975: 92).
2
Parke-Wormell (1956: 386-392).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 189

Antonetti sospecha que la lectura moral de la situación en Etolia entre


los siglos III-II a.C. esconde, en verdad, una realidad de crisis socio-
económica en la región.1 No es el tipo de enfoque que propongo aquí,
sino que busco reconocer el sentido específico de la caracterización de los
etolios como gente incapaz de mantenerse en paz debido a que basan su
vida lujosa, arrogante y codiciosa en la extracción de recursos a sus veci-
nos, que se opone así a la actitud de los aqueos, por ejemplo, que, una vez
finalizada la guerra, “se reintegraron a sus costumbres y a su modo de vida
(ἀναχωρήσαντες εἰς τὰ σφέτερα νόμιμα καὶ τὰς διαγωγάς)”, recuperaron
sus patrimonios, cultivaron sus tierras, renovaron los sacrificios tradicio-
nales, panegirias y todos los demás ritos locales (5.106.1-2).
La llegada de la misión de Dorímaco a Figalia (221 a.C.) permite ya
introducir al público el éthos de los etolios como la causa de la guerra ve-
nidera porque el estado de paz general les molestaba, dado que “estaban
acostumbrados a vivir de sus vecinos” y “necesitaban de cuantiosos recur-
sos dada su connatural arrogancia (διὰ τὴν ἔμφυτον ἀλαζονείαν), de la que
eran esclavos y por la que llevaban una vida ambiciosa y al modo animal,
pues nada consideraban de propiedad privada, sino todo de botín de gue-
rra” (4.3.1). El uso del estereotipo genera así un consenso inicial entre el
historiador y su público, que espera este tipo de móvil para la política eto-
lia. El recurso al estereotipo de salteadores codiciosos permitía atribuirles
la responsabilidad por el estallido del conflicto. Si bien el ἀρχή, el comien-
zo, había sido la declaración de guerra de la Liga Helénica, las causas y el
pretexto descansaban exclusivamente en las acciones etolias (4.13.6-7).
No era neutral esta interpretación, lógicamente, y tendía a simplificar las
causas desde una óptica favorable a los aqueos.
La llegada de Dorímaco al Peloponeso, sin embargo, ocurría en el con-
texto de un cambio drástico en las relaciones interestatales en el que Eto-
lia se estaba quedando aislada ante una Grecia alineada con Macedonia.2
Aquella necesitaba aprovechar, por lo tanto, los problemas de la sucesión
del reino.3 Muerto Antígono, los etolios comenzaron, escribe Polibio, a
sentir arrogante desprecio (καταφρονήσαντες) por el joven sucesor y a
buscar “ocasiones y pretextos” (ἀφορμὰς καὶ προφάσεις) para inmiscuirse
en el Peloponeso impulsados por su “inveterada costumbre (παλαιὸν
ἔθος)” de saquear (4.3.2-3). El carácter del líder etolio en aquella misión
1
Antonetti (1990: 131-133).
2
Fine (1940).
3
Eckstein (2008: 78).
190 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

añadía fuerza al argumento de la responsabilidad: “Dorímaco de Trico-


nion era hijo de aquel Nicóstrato que había violado la solemne tregua con
ocasión de la asamblea general beocia. Joven y lleno de ímpetu y codicia,
como buen etolio, fue enviado en misión oficial a la ciudad de Figalia”
(4.3.5). Desde su entrada en escena, el público es advertido sobre su futu-
ro rol.1 Hijo de un sacrílego (9.3.5), joven, codicioso y, peor aún, etolio.
Pero esta presentación también es formular, tal como puede advertirse
con Aníbal y Filipo, que también acceden al poder siendo muy jóvenes.2
Dorímaco era “joven y lleno de ímpetu y codicia, como buen etolio (νέος
δ’ὠν καὶ πλήρης Αἰτωλικῆς ὁρμῆς καὶ πλεονεξίας) (4.3.5). Muy similar a lo
expuesto sobre el general cartaginés: “Aníbal, porque era joven y estaba
lleno de ímpetu guerrero (δ’ Ἀννίβας, ἅτε νέος μὲν ὤν, πλήρης δὲ πολεμικῆς
ὁρμῆς)” (3.15.6). En el caso de Filipo, si bien hay diferencias formales, el
sentido es similar “como, pienso, a un joven rey (νέον βασιλέα) que goza-
ba de una reputación de afortunado en sus empresas y en general de au-
daz” (5.102.1). Son tres jóvenes ambiciosos, audaces, que, abandonados a
impulsos irracionales, involucran a sus respectivos pueblos en guerras
ruinosas. Junto con los bárbaros, los mercenarios, las masas y las mujeres,
los jóvenes son una amenaza para el orden político y moral imaginario de
Polibio, pero son también los únicos a los que cree capaces de aprender
por medio de la historia a controlar sus pasiones.3
La descripción posterior de las acciones de Dorímaco concuerda con
su presentación inicial. Este personaje confunde rápidamente los asuntos
privados y los públicos, lo que es propio de un bárbaro, tal como había
sido abordado en el caso de la reina Teuta de Iliria (2.8.8).4 Dorímaco
había sido destacado en Figalia, en la frontera de Mesenia, en misión ofi-
cial (κατὰ κοινόν) con el fin declarado (λόγῳ) de defender el país pero, en
realidad (ἔργῳ), para espiar lo que acontecía en el Peloponeso (4.3.7). Sin
embargo, habiéndose juntado muchos piratas, e imposibilitado de pro-
porcionarles botín debido a la paz general, les permitió robar ganados de
los mesenios, que eran amigos y aliados (4.3.9). Existe un contraste, por lo
tanto, entre el aludido carácter oficial de su misión y la necesidad de satis-
facer necesidades particulares. Además, Dorímaco ignoró las primeras
quejas porque, por un lado, tenía interés en enriquecer a sus hombres

1
Eckstein (1995: 140-150).
2
Eckstein (1989). Cf. Pédech (1964: 216-229).
3
Eckstein (1995: 140-150).
4
Champion (2004: 112).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 191

(βουλόμενος τὰ μὲν ὠφελεῖν τοὺς ὑπ’αὐτὸν ταττομένους) y, por el otro, en


enriquecerse a sí mismo (τὰ δ’αὐτὸς ὠφελεῖσθαι) (4.3.11).
Sobre este punto pueden realizarse algunas inferencias. Los etolios
eran esclavos de una vida codiciosa y animal, ya que “nada consideraban
de propiedad privada, sino todo de botín de guerra (οὐδὲν οἰκεῖον, πάντα
δ’ἡγοὺμενοι πολέμια)” (4.3.1). Por lo tanto, en el inicio de la Guerra So-
cial, estamos anclados en un estereotipo étnico clásico como causa. Pero a
esto se añade también una caracterización negativa sobre un joven líder,
que invita al público a reflexionar sobre el ejercicio discrecional del poder.
En efecto, la relación entre líderes y masas, que se limitaba a una preten-
dida competencia entre aristócratas por obtener el favor del dêmos,1 podía
llegar a convertirse en un peligro para el orden social por el efecto corrup-
tor de estos mismos líderes ambiciosos.2 Y Dorímaco no solo era un joven
etolio, sino un líder ambicioso capaz de establecer una relación particular
con el pueblo. Esto lo conducía a practicar una política dictada por sus
caprichos individuales, aun a riesgo de embarcar a su Estado en una guerra
contra toda Grecia. En efecto, una vez vuelto de su misión oficial, en la
que había incurrido en desmanes personales, convenció a Escopas, su
pariente (συγγενής), en privado (ἰδία), por temor a hacerlo oficialmente
(κατὰ κοινόν), de llevar la guerra contra Mesene (4.5.1-3). Una actividad
colectiva como la guerra, que debía involucrar a la comunidad cívica ente-
ra, era, por lo tanto, planeada y llevada a cabo por individuos etolios en
secreto y en familia.
Este inicial manejo de lo político se completa cuando se señala el mo-
tivo por el cual Escopas y Dorímaco quedan finalmente a cargo de planear
la guerra: porque el estratega Aristón, que era su pariente, les había dele-
gado el manejo de la situación. Pero se sabe que en la Confederación Eto-
lia no estaba permitido a los estrategas, menos aún a sus parientes, propo-
ner siquiera a la asamblea una moción sobre guerra (Liv. 35.25.7),3 un
desliz con el que Polibio, de cualquier manera, contribuía a acentuar la
imagen de debilidad institucional. Se discutía en privado, no en la asam-
blea, ni siquiera ante los Apoklétoi (4.5.9-10). Otro factor hacía posible
esto: el pueblo etolio en su conjunto compartía el éthos codicioso de sus
líderes. Dorímaco pensaba, ante todo, en “la buena voluntad que se gran-
jearía entre el pueblo etolio (τὴν ἐξακολουθήσουσαν εὔνοιαν σφίσι παρὰ
1
Welwei (1966: 290).
2
Eckstein (1995: 130).
3
Grainger (1999: 176).
192 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

τοῦ τῶν Αἰτωλῶν πλήθους)” (4.5.6) con esta guerra. Focalizando en el


joven líder, y en sus pensamientos, por lo tanto, se proponía una reflexión
general sobre los móviles de la política exterior (e interior) etolia.
La debilidad de la relación líderes/dêmos se advierte en otros lugares.
En el libro 2, el ejército etolio se encontraba poniendo sitio a Medión
(231 a.C.),1 pero como se acercaban las elecciones, el estratega saliente
señaló que, ya que él había arrostrado la mayor parte de los riesgos de la
operación, se le debía conceder “la administración del botín y la inscrip-
ción de su nombre en las armas” (2.2.9). Esto generó, lógicamente, una
disputa con su sucesor, que se zanjó solo gracias a la promesa de la parti-
cipación de ambos en el reparto del botín. Ahora bien, nada de eso ocu-
rrió finalmente, puesto que los etolios terminaron siendo derrotados por
la aparición inesperada de los ilirios, a modo de una oportuna peripéteia
que alertaba al público sobre los inconvenientes de deliberar libremente
sobre el futuro (2.4.1-5; HCP I: 154), además de un eficiente uso de lo
parádoxos para mostrar la soberbia etolia.2
Sin embargo, algunos modernos estudios han despojado al texto de su
barniz didáctico-moral para leerlo en términos socio-políticos. Scholten
ha explicado que la recurrencia de las referencias al botín es una conse-
cuencia de las jerarquías políticas etolias.3 Las élites necesitaban adquirir
botín para redistribuir entre dependientes, lo que habría sido posible por
el mínimo nivel de estructuras estatales, que dejaba a los individuos un
amplio margen para perseguir sus propias ventajas económicas fuera de
las fronteras federales. Si bien el crecimiento de la riqueza etolia durante el
siglo III a.C. no descansaba ni sobre la piratería ni sobre los ingresos pro-
venientes del mercenariado, sino sobre un importante desarrollo agrícola
y comercial,4 la guerra y las prácticas económicas informales constituían
una fuente adicional de recursos acorde con la experiencia histórica grie-
ga.5 La guerra ponía en manos de la élite política, equiparable a una ‘oli-
garquía’ socio-económica de un puñado de familias de las áreas geográfi-

1
Si la conjetura de Grainger (2000: 70, 81) sobre el estratega etolio del 231/0
a.C. es correcta, sería verdaderamente irónico notar que el autor de este terrible acto
de hýbris política pudo haber sido el mismo Agelao.
2
Frazier (2002: 84-85).
3
Scholten (2000: 12).
4
Grainger (1999: 188-201).
5
Pritchett (1971: 82-92).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 193

cas centrales, importantes recursos para redistribuir y obtener lealtades.1


El episodio de Medión puede ser leído, de ese modo, como una disputa
política entre dos líderes por acceder a recursos para construir poder.
Dorímaco procedía además de Triconion, la ciudad que más estrate-
gas aportó en su historia a la Confederación.2 Los túmulos estudiados allí
por Sotiriadis a partir de 1903 sacaron a la luz buen número de ricas tum-
bas de notables etolios de los siglos III-II a.C.3 Esta poderosa élite necesi-
taba seguir accediendo a riqueza adicional, pero en ello Polibio veía solo la
ambición y la codicia que motivaban una guerra para satisfacer objetivos
políticos particulares. Los objetivos de Dorímaco eran, pues, políticos en
primer lugar, pero también personales, de venganza, de revancha por una
afrenta. Actuar pasionalmente era indefectiblemente negativo para el pen-
samiento griego, pero para Polibio la secuencia de un joven cediendo a
sus pasiones constituía el anticipo seguro de un desenlace destructivo.4
En ese sentido, tras varias quejas presentadas por los embajadores me-
senios, Dorímaco decidió finalmente concurrir “para ofrecer satisfacción
ante los que acusaban a los etolios (δικαιολογησόμενος πρὸς τοὺς ἐγκα-
λοῦντας τοῖς Αἰτωλοῖς)” (4.3.12), aunque no se comportó como un envia-
do oficial. En vez de justificar los ultrajes cometidos (προσενυβρίζεσθαι),
“de unos se burló con mofas, contra otros se enfureció y a los demás ame-
nazó al tiempo que los insultaba” (4.3.13). Los mesenios decidieron rete-
ner a Dorímaco hasta recibir satisfacción, lo que lo irritó notoriamente
(διοργισθείς) e hizo que maltratara verbalmente a los mesenios y actuara
sin control de sí mismo y con gran altanería. Una vez en Etolia, “llevó tan
amarga y rencorosamente aquellas palabras que, sin otro motivo razona-
ble y solo por esto, encendió la guerra contra los mesenios” (4.4.7-9). La
confusión entre lo individual y lo público es omnipresente, puesto que, en
efecto, la propuesta del éforo mesenio Escirón consistía en retener a Do-
rímaco, a título personal, hasta que diera satisfacciones:

“pero Dorímaco, irritado (διοργισθεὶς), les dijo que eran unos completos ne-
cios si creían que así injuriaban a Dorímaco y no a la Confederación Etolia (εἰ
Δωρίμαχον οἴονται νῦν προπηλακίζειν, ἀλλ᾽οὐ τὸ κοινὸν τῶν Αἰτωλῶν). Y es-
timaba que lo sucedido era del todo indigno, que ellos se atraerían un castigo

1
Grainger (1999: 184-187; 2000: 185-186), O’Neil (1984/1986: 44-53).
2
Grainger (1999: 556).
3
Antonetti (1990: 238-240), Grainger (1999: 188, n. 2).
4
Eckstein (1995: 148).
194 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

general y que esto lo sufrirían con justicia (καὶ κοινῆς αὐτοὺς ἐπιστροφῆς ἔφη
τεύξεσθαι, καὶ τοῦτο πείσεσθαι δικαίως)”. (4.4.4-5)

No puede controlarse, se entrega a la ὀργή, pero también, como se


aclara después, se comporta sin control (ἀνατατικῶς) y con altanería
(ὑπερηφάνως) (4.4.7). Finalmente, cede a las circunstancias, pero queda
con tanto rencor que sin un motivo razonable (εὔλογον πρόφασιν) decide
la guerra (4.4.9).1 De ese modo, la cadena de responsabilidades queda
claramente establecida. En primer lugar, la codicia y el lujo propios de los
etolios; en segundo, la juventud de un individuo, impulsivo e imbuido del
mismo éthos, que detona la situación al anteponer sus intereses particula-
res. Pero ni Dorímaco ni Escopas ocupaban la estrategia, en manos de
Aristón, que había delegado el poder en estos familiares. Dorímaco no se
atrevía “oficialmente” (κατὰ κοινὸν) a convocar a la guerra, pues no tenía
un pretexto creíble (εὔλογος πρόφασις), y era opinión común que su de-
seo de llevar la guerra nacía del despecho sufrido. Decidió entonces indu-
cir “en privado” (ἰδίᾳ) a Escopas a participar, haciéndole saber primero
que no había peligro de parte de los macedonios; segundo, que obten-
drían buen botín y, tercero, le dio a entender el posible reconocimiento
del pueblo etolio. El resultado fue que, con estas palabras, Dorímaco in-
fundió tal ardor (τοιαύτην ὁρμήν) en Escopas y en sus amigos que, sin
esperar la asamblea federal, ni consultar a los Apoklétoi, llevaron la guerra
contra la Liga Helénica (4.5.2-10).
Polibio optó por responsabilizar, por lo tanto, a un grupo de indivi-
duos etolios, que habían actuado en privado. Los elementos interpretati-
vos, sin embargo, no eran neutrales y reflejaban su desprecio por los móvi-
les de la acción. ¿Cómo fue posible, sin revestir ninguna magistratura, que
estos líderes convocaran una leva federal, lo que era competencia de la
asamblea? A pesar de las afirmaciones de Polibio, es posible además que
tanto Escopas como Dorímaco ejercieran en ese momento alguna magis-
tratura federal, porque el primero de ellos había sido grammateús el año
anterior (222/1 a.C.) (IG 9.12 1, 4c8), y se sabe que ambos fueron elegi-
dos estrategas los dos siguientes periodos.2 Por lo tanto, el viraje hacia las

1
Cf. Baronowski (2011: 73-77).
2
Escopas (4.27.1), Dorímaco (4.67.1). Este último quizá fuera enviado como
grammateús a Figalia y Escopas, además de pariente de Aristón, podría haber sido
hiparca, lo que daría sentido al hecho de que Aristón descargara en Escopas parte de
ÁLVARO M. MORENO LEONI 195

relaciones particulares, familiares, secretas, era una opción historiográfica,


sintomática, por lo demás, de una peculiar interpretación de la política
etolia opuesta al orden y la institucionalidad aquea.1
Además, la descripción del comienzo de la campaña también estaba
teñida por el prejuicio al pretender mostrar este ataque como la expedi-
ción informal de unos saqueadores, que difícilmente habrían podido de-
rrotar a un ejército federal aqueo en Cafias.2 En realidad, importa poco en
este estudio la veracidad, puesto que ya numerosos trabajos abordaron su
intencionalidad, refutando, entre otras cosas, el supuesto casus belli contra
Mesene y el papel atribuido a Dorímaco,3 o bien, puesto en duda sus ar-
gumentos sobre la regularidad de la movilización etolia hacia el Pelopone-
so en 220 a.C.4 El problema es que Polibio optó por una imagen de una
guerra no declarada, motivada por el botín y detonada por la pasión, el
deseo de revancha y la ambición política de un joven etolio. Allí parece,
por lo tanto, residir la clave de su interpretación historiográfica.
Además, para los etolios, la guerra era no solo una acción injusta, sino
también no razonada, vinculada a otro aspecto de su éthos: la audacia o
τόλμα, que solo es positiva cuando va acompañada de cálculo racional.5 La
τόλμα de personajes etolios como Teodoto (5.81.1-7), en su intento de
asesinato a Ptolomeo IV, explicita su falta de πρόνοια al realizar la acción
(cf. 1.52.1: τόλμα/λογισμός). Cierta racionalidad se advierte, sin embargo,
en la decisión de Dorímaco y Escopas porque buscan explícitamente ga-
narse la adhesión (εὔνοια) del pueblo etolio (τῶν Αἰτολῶν πλήθους)
(4.5.6). Al historiador, esto le permite mostrar a los líderes etolios com-
portándose como demagogos, solo preocupados por su propia posición
de poder y dispuestos, por lo tanto, a seducir al pueblo con lo que, de
acuerdo con el éthos colectivo, aquel más deseaba: el botín. Una acción
puede ser definida como Αἰτολική, entonces, porque historiador y público
compartían el mismo estereotipo: injusticia y codicia como rasgos natura-
les (ἔμφυτος ἀδικία καὶ πλεονεξία) (2.45.1), así como también arrogancia
connatural (ἔμφυτος ἀλαζονεία), que les hacía llevar una vida ambiciosa y

sus funciones. A partir de mediados del siglo III a.C. la hiparquía se había convertido
en un requisito previo formal para aspirar a la estrategia: Scholten (2000: 280).
1
Champion (2004: 122).
2
Grainger (1999: 7-8).
3
Flacelière (1937: 288-290).
4
Scholten (2000: 278-281), Grainger (1999: 7-8).
5
Moreno Leoni (2009).
196 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

al modo animal (4.3.1). La codicia era también para ellos una costumbre
(εἰθισμένων) (4.16.2),1 un modo de vida (τῷ τρόπῳ) (4.16.4), que solo
podían reprimir contra su naturaleza (παρὰ φύσιν) gracias a la acción de
un líder sensato como Agelao (5.107.7).
Cuando Dorímaco buscaba convencer a Escopas de atacar a Mesene,
recurría a lo más apropiado para impresionar a un etolio (τὸ δὲ συνέχον
τῆς Αἰτωλικῆς προτροπῆς), poniendo ante sus ojos los recursos que ob-
tendrían (4.5.5). El propio Dorímaco era un joven “lleno de ímpetu y co-
dicia etolia” (πλήρης Αἰτωλικῆς ὁρμῆς καὶ πλεονεξίας) (4.3.5). Como
Teodoto, o el cretense Bolis, Dorímaco demostraba ser, pensar y actuar
de acuerdo con estereotipos étnicos definidos (5.81.1-7). Tampoco pare-
ce casual que otros individuos etolios estén signados también por una falta
de moderación con el dinero, como Escopas, famoso por su avaricia
(φιλαργυρία) y codicia (πλεονεξία) (18.55.1-2), o Alejandro, dispuesto a
morir antes de entregar dinero por su avaricia (φιλαργυρία) y pasión por
amontonar dinero (τὸ πλεῖον ὁρμὴ παρίσταται καὶ προθυμία) (21.26.15-
17). Esta descripción coincide, por lo demás, con la imagen colectiva del
libro 13, donde la polytéleia era un mal moral que conducía a los etolios a
cargarse de deudas (13.1-1a). Finalmente, en el libro 18 la δωροδοκία, el
soborno, era moneda corriente en Grecia, pero especialmente en Etolia
(18.34.7-8; cf. App., Mac. 9.1).
Pero los etolios no son solo salteadores codiciosos, sino también so-
berbios, confiados en sus fuerzas y con excesivas aspiraciones de poder.
Esto los llevaba a tomar decisiones precipitadas, incluso antes de obtener
resultados, como en el sitio de Medión. Polibio señala que la ἀλαζονεία es
propiamente etolia (4.3.1), que es un término que en la Comedia Nueva
se atribuye a la arrogancia insensata bárbara y se opone, por lo tanto, a la
ἀνδρεία, al coraje temperado con prudencia griego.2 Tras la batalla de Ci-
noscéfalas, cuando los etolios comienzan a perseguir una posición hege-
mónica se los representa pretendiendo sin éxito dictar una paz decidida en
realidad por los romanos. Los términos que caracterizan este tipo de so-
berbia son la ἀλαζονεία (4.3.1; 18.34.2), la ὑπερηφανία (4.4.7; 18.5.6),
pero también el φρόνημα (2.3.3, 4.6; 4.3.3, 62.4, 64.8; 21.25.8). Agrón, rey
de los ilirios, se alegraba de haber triunfado sobre los etolios, “pueblo el

1
Licisco señala que es costumbre (ἔθος ἐστί) (9.38.6). Insaciable codicia de
botín (Aetolis ob insatiabilem auiditatem praedae) (Liv. 33.11.8).
2
Hall (1991: 123-124).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 197

más soberbio (τοὺς μέγιστον ἔχοντας τὸ φρόνημα νενικηκέναι)” (2.4.6).


Filipo en un parlamento a los etolios expresaba:

“Pero lo más intolerable es que vosotros, que os equiparáis a los romanos (οἱ
ποιοῦντες ἑαυτοὺς ἐφαμίλλους Ῥωμαίοις), exijáis que los macedonios se mar-
chen de toda Grecia. Decir esto es, ciertamente, una gran fanfarronada
(ὑπερήφανον), que si proviene de los romanos es aún soportable, pero no, si
de los etolios”. (18.5.5-6; cf. Liv. 32.33.8)

Estas palabras eran rematadas por una puesta en duda de la grecidad


etolia, que en verdad perseguía ridiculizar sus exigencias y su equiparación
con los romanos. Esta fanfarronada iba a ser pronto puesta en su lugar. En
18.34.1-2 se mencionan los motivos por los cuales Flaminino había deci-
dido no despojar a Filipo de su reino, siendo el principal de ellos evitar
que los etolios quedaran como amos de los griegos (δεσπότας τῶν
Ἑλλήνων). Pero el historiador reconocía dos razones adicionales del enfa-
do de Flaminino, que cuadraban perfectamente con el estereotipo etolio.
Primero, su codicia (πλεονεξία) con el botín (18.34.1; cf. Liv. 33.10.6), y,
segundo, “su fanfarronería, pues veía que se atribuían la victoria y que
llenaban Grecia de su pretendido coraje (πληροῦντας τὴν Ἑλλάδα τῆς
αὑτῶν ἀνδραγαθίας)” (18.34.2; cf. Liv. 33.11.4-10: cupiditas/arrogantia).
Los etolios pudieron, en efecto, haber reeditado su vieja arma propagan-
dística para realzar su papel durante la guerra contra Macedonia, como
parece dejar entrever Licisco al referirse a su abuso del motivo de salvado-
res de los griegos frente a los gálatas (9.35.1-4). Será este carácter sober-
bio lo que va a permitir a Polibio explicar el estallido de la guerra contra
los romanos y, a su vez, lo que permitirá convertirlos en un ejemplo de
cómo no comportarse frente a un poder hegemónico.

LA GUERRA DE ANTÍOCO Y LA ORGÉ ETOLIA

A continuación adopto un enfoque “historiográfico”, atento a los con-


textos narrativos en los que ocurren las caracterizaciones de los etolios y
polemizo con un clásico abordaje “histórico” dominante en los estudios
sobre la obra desde el siglo XIX.1 En particular, pondré en cuestión las

1
Champion (2007: 360-361).
198 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

lecturas de Sacks y Mendels.1 El primero había querido mostrar que la


imagen negativa de los etolios había desaparecido tras la narración del fin
de la Guerra de Antíoco porque la misma se limitaba a aquellos aconte-
cimientos del siglo III a.C. en los cuales estos se habían enfrentado contra
los aqueos. Según Sacks, en la narración de los acontecimientos del siglo
II a.C. los etolios se convirtieron en víctimas del autoritarismo romano, lo
que podría reconocerse en un cambio hacia términos más neutrales para
describir su comportamiento, como ὀργή, cólera o ira. Mendels, por su
parte, argumentó en favor de una continuidad, señalando que la atribu-
ción de la ὁργή, ira irracional, para alzarse contra Roma dejaba en claro
que la irracionalidad seguía dictando las acciones etolias.2 El uso del tér-
mino ὁργή es importante, y, contra la opinión de Sacks, un enfoque total
del éthos etolio parece más probable. El contexto narrativo en el cual se
señala la ὁργή como motor de sus acciones, por otra parte, no es banal,
sino que puede brindar algunas claves interpretativas. En particular, me
interesa explorar aquí hasta qué punto la misma fue explotada en el en-
cuentro con Roma para tematizar algunos de los riesgos inherentes a la
relación entre hegemonía y autonomía. Se abordará, por lo tanto, la ima-
gen de los etolios desde la conferencia de Tempe en adelante.
La victoria romana en Cinoscéfalas (197 a.C.), a la cabeza de una coa-
lición de pequeños y medianos Estados griegos, dio paso a una de las más
decisivas etapas del involucramiento romano en el Mediterráneo oriental.
La Confederación Etolia tuvo un papel preponderante en la posterior
escalada imperial competitiva con Antíoco III, que conduciría a la crisis
del 192 a.C. y al desembarco seléucida en Grecia.3 En principio, Polibio
responsabiliza a los etolios por ello y da a entender que su acusación tenía
cierto consenso ante la opinión pública griega (León: 21.31.7; Filipo:
20.11.7). Pero fue la ὀργή que sentían la que los habría motivado a desen-
cadenar la guerra:

“Y respecto a la guerra entre Antíoco y los romanos es claro que debe tener-
se por causa la cólera de los etolios. Estos, ciertamente, creyendo que en mu-

1
Sacks (1975), Mendels (1984/6).
2
Mendels (1984/6: 66-67), Ferrary (1988: 150, n.75).
3
Los relatos más recientes sobre el estallido de la crisis: Grainger (1999: 407-
498), desde la perspectiva etolia. Grainger (2002), Ma (1999: 82-102), desde la
perspectiva de Antíoco III. Harris (1985: 219-223), desde el punto de vista romano.
Eckstein (2008: 306-341), desde un punto de vista sistémico.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 199

chos aspectos eran tenidos en poco por los romanos a la vista del desenlace
de la guerra con Filipo (ἐκεῖνοι γὰρ δόξαντες ὑπὸ Ῥωμαίων ὠλιγωρῆσθαι κατὰ
πολλὰ περὶ τὴν ἔκβασιν τὴν ἐκ τοῦ Φιλίππου πολέμου)... estuvieron dispuestos
a hacer y sufrir cualquier cosa debido al resentimiento creado a partir de las
circunstancias indicadas”. (3.7.1-2; cf. 3.3.3)

Polibio pone de manifiesto su concepción lineal de la causalidad al


responsabilizarlos directamente por atraer a Antíoco y encender la gue-
rra.1 Pero creo que la cuestión es más compleja, sobre todo, si atendemos
al estado emocional atribuido, que difiere en su marco histórico-cultural
del nuestro.2 Para los griegos, en efecto, habría sido verdaderamente difícil
discriminar entre el estado emotivo y la acción consiguiente. ¿Qué signifi-
ca, entonces, que bajo el impulso de la ὀργή los etolios decidieran llevar la
guerra contra Roma?
En principio, no es azaroso que la ὀργή estuviera motivada en una
creencia (δόξα) de haber sido menospreciados (ὠλιγωρῆσθαι). La mayor
sistematización del conocimiento griego sobre las emociones fue realizada
por Aristóteles, quien elaboró dos definiciones de ὀργή. En la primera,
partía de un razonamiento científico natural, mientras que en la segunda,
por su parte, construía una explicación en términos específicamente dia-
lécticos. Me interesa la segunda de ellas, en la que ponía el acento en el
deseo de revancha (Arist., de An. 403a16-32), resultado “de un desprecio
manifestado contra uno mismo o contra los que nos son próximos, sin que
hubiera razón para tal desprecio (διὰ φαινομένην ὀλιγωρίαν εἰς αὐτὸν ἤ
<τι> τῶν αὐτοῦ, τοῦ ὀλιγωρεῖν μὴ προσήκοντος)” (Arist., Rh. 1378a).3 Por
lo tanto, no es exclusivamente un sentimiento interno, sino también una
disposición para actuar. No se podía sentir ὀργή y no pretender vengarse.
La oligoría, la kataphrónesis o la hýbris eran infligidas a alguien no tanto
a la espera de un beneficio, sino para impedir que otro lo obtuviera, y su
origen estaba en la seguridad de no esperar una venganza (Arist., Rh.
1378b-1379b). Por lo tanto, la ὀργή se originaba en los deseos impedidos
a las personas concretas (Arist., Rh. 1379a). Además, como una predispo-
sición para actuar, la ὀργή estaba unida a la expectativa real de tomar re-
vancha por el daño sufrido a la propia τιμή, el honor, pues claramente
“nadie aspira a lo que se le muestra imposible, el iracundo desea lo que

1
HCP I: 309.
2
Konstan (2006), Harris (2001).
3
Harris (2001: 56-60).
200 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

parece que se puede hacer” (Arist., Rh. 1378b). Así, era imposible sentir
ὀργή y miedo (ἀδύνατον γὰρ ἅμα φοβεῖσθαι καὶ ὀργίζεσθαι) (Arist., Rh.
1380a). La consecuencia es que un inferior, alguien más débil, no puede
jamás experimentar ὀργή contra un poderoso (Arist., Rh. 1380b).1 Las
posteriores definiciones helenísticas de ὀργή retoman el núcleo aristotéli-
co con modificaciones menores.2 En Polibio no se halla nada semejante a
una reflexión ordenada y sistemática, sino más bien un uso corriente del
término, que lo acerca al lenguaje de la Retórica, ideado para instruir a los
oradores para influir sobre individuos en los tribunales.
A pesar de Sacks, Mendels sostuvo la no neutralidad del uso de ὀργή
en las Historias, que caracteriza el comportamiento iracundo de la multi-
tud, las mujeres, los bárbaros y los mercenarios, aunque también sorpresi-
vamente el de Roma (διοργισθέντες: 2.8.13; ὀργή: 20.10.7; 21.29.9, 31.3-
8; 22.5.6; 30.4.2, 23.2, 31.12-17; 33.7.3; 38.4.7, 18.10).3 También en la
inscripción en honor de Polibio en Megalópolis se lo representaba como
quien había calmado la ira de los romanos contra los griegos (καὶ
παύσειιεν αὐτοὺς ὀργῆς ˂τῆς˃ ἐς τὸ Ἑλληνικόν) (Paus. 8.30.8). ¿Era la
ὀργή una disposición para actuar siempre negativa? En general, en las
Historias la ὀργή suele ejercerse sobre alguien débil e inferior, tal como
parece implicar la solicitud de Aminandro a Flaminino de establecer unos
términos de paz que impidieran a Filipo descargar su ὀργή sobre su reino
debido a su debilidad (18.36.4). También Matos, el mercenario libio,
dirigió su parlamento a sus aliados africanos para advertirles que sobre
ellos iba a recaer la ὀργή cartaginesa (1.69.7). Del mismo modo, no pu-
diendo hacer la guerra a los romanos, Filipo descargó su ὀργή sobre Ma-
ronea (20.13.1). La noción de ὀργή polibiana parece amoldarse muy bien,
entonces, a la perspectiva aristotélica.
El público recibía así información indirecta que le permitía compren-
der mejor las condiciones de irracional evaluación de los etolios, quienes
confiados en la posibilidad de tomar revancha contra Roma, cometían un
grueso error político al decidir ir a la guerra conducidos por una falsa
creencia, y por una gran arrogancia. Jenofonte decía algo muy similar so-
bre las consecuencias de la ὀργή: “y, por supuesto, es un error completo
atacar a los contrarios por cólera y sin reflexión. Pues la cólera no prevé,

1
Harris (2001: 57-58).
2
Harris (2001: 61).
3
Mendels (1984/6: 63); cf. Sacks (1975: 93). Sobre orgé y los romanos:
Eckstein (1989: 6-7); cf. Erskine (2000: 175, n. 38).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 201

mas la reflexión considera tanto si se va a salir perjudicado como si se va a


dañar al enemigo” (Xen., Hell. 5.3.7).1 Otro conocido caso de ὀργή contra
Roma es el de Aníbal. Joven e impulsivo, aunque elogiado por su don de
mando y el éxito de sus campañas, no había elegido correctamente su ob-
jetivo inicial (11.19.6-7). En ese sentido, el libro 3 –donde se menciona
también la ὀργή etolia– es clave (3.6-7). El comportamiento de Aníbal se
opone allí, por ejemplo, al de Filipo II, sobre todo, en el ámbito de las
operaciones mentales racionales implicadas en las decisiones bélicas.2
En la discusión sobre las causas, comienzos y pretextos de la invasión
del Imperio Persa y de la Segunda Guerra Púnica, se inserta en efecto
también la Guerra de Antíoco. Su causa había sido la ὀργή etolia, el pre-
texto (πρόφασις), la liberación de los griegos proclamada “falaz y absur-
damente” (ἀλόγως καὶ ψευδῶς) por aquellos y, el comienzo (ἀρχή), el de-
sembarco de Antíoco (3.7.3). Ambos ejemplos eran seguidos por un en-
cuadre, en el que se instaba tanto al estudioso (φιλομαθής) como al hom-
bre político (ἀνὴρ πραγματικός) a prestar atención (3.7.4-7),3 poniendo
de relieve, en todo caso, el valor didáctico otorgado a lo ocurrido. Estos
creían haber sido menospreciados por los romanos, y haber sido despoja-
dos del premio de la victoria en Cinoscéfalas, pero Polibio se distanciaba
mostrando que tenía más información que los propios personajes etolios
(δόξαντες, “creían”).
La incorrecta percepción etolia es explotada específicamente como
tema en la narración a propósito de la ignorancia sobre los usos y costum-
bres romanos. En 18.34, a raíz de la entrevista de Flaminino con los emi-
sarios de Filipo, Demóstenes, Ciclíadas y Limneo, el tema aparece por
primera vez. El pasaje es fragmentario, pero se corresponde bien con Livio
(HCP II: 592; cf. Liv. 33.11.8-9). El comandante romano estaba fastidia-
do por la codicia etolia de botín, lo que lo habría decidido a no despojar a
Filipo de su reino. Los etolios, en efecto, se habían apurado a desvalijar el
campamento macedonio antes de que llegaran los romanos (18.27.3-4;
Plu., Flam. 8.5). El razonamiento del romano era que, en caso de hacer
esto, dejaría a los etolios como dueños de Grecia, aunque no ocultaba

1
Fornara (1988: 106-107).
2
Eckstein (1989: 2-4).
3
Guelfucci (1994: 247-252) señala que μαθεῖν o συνεφιστανεῖν demuestran acti-
vidades mentales necesarias para extraer una lección. El φιλομαθής es además aquel
capaz de dar una prueba de curiosidad de espíritu (πολυπραγμοσύνη), espíritu
crítico y de atenta reflexión (ἐπίστασις).
202 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

tampoco cuánto le molestaba la fanfarronería etolia de haberse atribuido


la victoria (18.34.1-3).1 El público griego, en cambio, no tenía motivos
para experimentar el mismo nivel de indignación, al menos no, por su-
puesto, si era capaz de reconocer que los etolios habían actuado de acuer-
do con su éthos. El público sabía más que Flaminino, que estaba enfadado
por la “codicia” (πλεονεξία), “arrogancia” (ἀλαζονεία) y “pretendida valen-
tía” (ἀνδραγαθία) (18.34.1-2), lo que era conocido ya por los griegos. El
desconocimiento de Flaminino había emergido ya en la explicación sobre
las leyes etolias que Filipo había tenido que darle un año atrás (18.5.1).
Es posible también que el comportamiento etolio entrara en conflicto
con las costumbres romanas expuestas sobre la guerra y el botín. Por un
lado, en 6.37.10, se había mencionado que, entre los romanos, era una
falta grave anunciar a los tribunos de manera engañosa un comportamien-
to valiente a fin de recibir honores (ἐάν τινες ψευδῆ περὶ αὑτῶν ἀνδρα-
γαθίαν ἀπαγγείλωσι τοῖς χιλιάρχοις ἕνεκεν τοῦ τιμὰς λαβεῖν). Por otro lado,
en el libro 10 Polibio había explicado el orden que los romanos seguían en
una operación de saqueo (10.15.4-17.5). En ese contexto, observaba que
los romanos jamás corrían riesgo a causa de la codicia (οὐδέποτε
κινδυνεύει Ῥωμαίοις τὰ ὅλα διὰ πλεονεξίαν) porque sabían que todos serían
partícipes del botín, lo que difería específicamente del uso griego “ya que
en la mayoría de las naciones el botín queda en propiedad de quien lo
captura (διὰ τὸ [τοὺς] παρὰ τοῖς πλείστοις πᾶν τὸ ληφθὲν εἶναι τοῦ
κυριεύσαντος)” (10.17.1). De acuerdo con el sistema de valores y prácti-
cas romanas, pero no griegas, la acción era irritante porque los etolios
habían exigido los honores por una batalla que no habían ganado y, para
colmo, se habían apoderado, además, de todo el botín.
Ahora bien, los motivos que guiaban la política de ambos, etolios y
Flaminino, no eran nobles y respondían a los imperativos de sus respecti-
vos intereses en Grecia. En este caso, Polibio estaba decididamente del
lado de los romanos, lo que se advierte en que les atribuía exclusivamente
la victoria militar. Si bien reconocía el papel destacado de la caballería

1
Una prolepsis de esta fanfarronería se advierte en el momento de la entrevista
en Lócride (198 a.C.) cuando, tras las exigencias de Flaminino a Filipo V, llega el
turno de las reivindicaciones de los aliados griegos. El enviado de Pérgamo, el rodio
y los aqueos solicitaron reparaciones dentro de sus intereses particulares, pero los
etolios, sorprendentemente, repitieron las exigencias de los romanos, es decir,
retirada de Filipo de Grecia y, en consonancia con los demás, restitución de las
ciudades anteriormente parte de la Confederación Etolia (18.2.6). Cf. 18.5.5-6.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 203

etolia en las escaramuzas previas, y durante la batalla (la φιλοτιμία de la


misma es el principal escollo para Filipo: 18.22.3-7; cf. 18.19.9-11, 21.5-
8), la victoria de Cinoscéfalas en ningún momento depende de los eto-
lios.1 Un indicador explícito es la inserción de una amplia digresión com-
parativa entre el armamento romano y el macedonio, pensada para expli-
car a los griegos por qué había triunfado la legión (18.28-32),2 pero tam-
bién porque en la síntesis final solo se mencionaban las bajas macedonias
y romanas (18.27.6) y se concluía con un “este fue el desenlace final de la
batalla librada en Tesalia, en Cinoscéfalas, entre los romanos y Filipo”
(18.27.7).
De ese modo, reconocemos de qué manera en la narrativa se recurría
al estereotipo etolio, y a los intereses particulares de un comandante ro-
mano, para entender los motivos del primer roce. Pero esta evaluación,
que el público estaba en condiciones de hacer porque había ido incorpo-
rando información sobre los etolios desde los primeros libros, escapaba a
los actores mismos. Los etolios –que para Polibio, para su público y para
Flaminino eran codiciosos y fanfarrones– eran incapaces de entender el
enfado del romano como una reacción lógica ante su propio comporta-
miento, al que los griegos estaban acostumbrados (οὐ μὴν ἐπὶ πλεῖον
ἐθαύμασαν, διὰ τὸ μηδὲν παράδοξον, τῶν εἰθισμένων δέ τι πεποιηκέναι τοὺς
Αἰτωλούς) (4.16.2; cf. 18.4.8).
Sobre este punto es posible, además, advertir un distanciamiento del
historiador de la mirada de los etolios y, hasta cierto punto, de la de Fla-
minino, colocándose en una posición de narrador omnisciente. Esto se
percibe cuando, tras la entrevista del procónsul con los enviados de Filipo,
se produce el primer choque abierto y los etolios comienzan a sospechar
un soborno de parte del rey. Allí, el historiador hace gala de su habilidad

1
Estrabón (9.5.20), en cambio, coloca a ambos pueblos, romanos y etolios, a la
misma altura en la decisión de la batalla. Plutarco (Flam. 7.2) da las cifras de com-
batientes alineados en Cinoscéfalas: 26.000 soldados en total, de los cuales 6.000
infantes y 400 jinetes eran etolios, lo que revela el esfuerzo de guerra etolio porque
la leva total de tropas federales nunca había excedido los 15.000 hombres: Grainger
(1999: 202-214).
2
Sobre el papel decisivo atribuido a las tropas romanas en 18.25-26, sobre todo
en la decisiva primera carga de infantería del ala derecha y el rodeo de la falange
macedonia: Eckstein (1987a: 278, n.79). Además, es notable el peso puesto en la
racionalidad del comandante romano, opuesta a la irracionalidad del rey, lo que
hacía derivar la victoria de las decisiones de Flaminino: Eckstein (1995: 183-192).
El papel de Flaminino en Tito Livio: Carawan (1988: 222-224).
204 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

para exceder el limitado punto de vista etolio: “los etolios desconocían los
usos y costumbres romanas; se orientaban según ellos mismos y calcula-
ban que lo lógico era que Filipo en aquella ocasión hubiera alargado una
gran cantidad de dinero, y que Tito Flaminino no hubiera podido resistir
la tentación” (18.34.8; cf. 31.32.1). Un oportuno encuadre, por lo tanto,
buscaba apartar al público griego de las sospechas etolias: “Por aquel en-
tonces, en Grecia el soborno prevalecía y nadie hacía nada gratis; esto
circula como moneda corriente entre los etolios, que no podían creer que
aquel cambio de Tito Flaminino para con Filipo se hubiera dado sin la
existencia de regalos” (18.34.7). No era la primera vez, sin embargo, que
se mencionaba la corrupción entre los griegos (παρὰ μὲν τοῖς Ἕλλησιν) y
su inexistencia entre los romanos (παρὰ δὲ Ῥωμαίοις), al menos en el
momento previo a su expansión de ultramar (1.56.13-15).1
Existe una relación interna entre el pasaje del libro 18 y las enseñanzas
expuestas en 6.56.1-5 sobre las costumbres del dinero entre los romanos,
fundadas en la autoridad del conocimiento directo, pero también por su
trato personal con dos individuos escogidos como ejemplos: L. Emilio
Paulo y Escipión Emiliano, lo que clausuraba la crítica del público
(18.35.3-12). La frontera cultural entre griegos y romanos importa allí
porque se advierte el esfuerzo por evitar que la interpretación adquiriera
un cariz completamente distinto a la luz del sentido común griego. Los
etolios suponían una causa que era perfectamente imaginable y coherente
para ellos, así como también para el resto de los griegos, pero ello se debía
a su desconocimiento de los usos y costumbres romanos.
Durante la conferencia de paz en Tempe y, luego, en las negociaciones
finales con Filipo, se produjo un intercambio de palabras entre el coman-
dante romano y Feneas, el representante etolio, que exigía que se tuviera
en cuenta en aquella ocasión la letra del primer tratado (18.38.7).2 Según
este acuerdo, se estipulaba que los romanos debían quedarse con los bie-
nes muebles, el botín, mientras que las ciudades y las ganancias territoria-

1
Cf. 31.25.3-7. La crítica de Polibio a la codicia y la corrupción de la élite griega:
36.17.5-10, 10.22.10, Eckstein (1997: 185-186).
2
Cf. Feneas: Liv. 33.13.9-10, Alejandro de Etolia: Liv. 34.23.7. Aunque allí se
evidencia la posición etolia sostenida en Tempe: 1) continuidad del tratado; 2)
cláusula de reparto del botín. Con todo, aunque el pasaje es de origen polibiano,
34.22.4-13 ha sido muy reelaborado por Livio: Briscoe (2003: 85). La fecha del
acuerdo de los etolios con Levino es más probablemente el 211 a.C.: Eckstein
(2008: 88, n. 42).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 205

les serían para los etolios, lo que implicaba que Filipo debía devolverles
Larisa Cremasta, Fársalo, Tebas ptiótica y Equino (18.38.3; cf. HCP II:
555-556). En rigor, se trataba de una repetición de las exigencias formula-
das por Alejandro en la conferencia de Lócride durante el año anterior
(18.3.12).
Llama la atención que el procónsul, que estaba al tanto de aquellos re-
clamos, esquivara el tema exigiendo a Filipo, en cambio, tan solo la entre-
ga de Tebas ptiótica. Esta política es extraña. En efecto, un año antes de su
derrota, Filipo había prometido devolver a los etolios Fársalo y Larisa
Cremasta, pero no Tebas ptiótica (18.8.9). Flaminino aducía una respues-
ta legalista, aunque no debería exagerarse su dominio jurídico en el cam-
po.1 En primer lugar, respondió que la alianza con los etolios había que-
dado sin efecto después de su paz por separado en la guerra precedente y,
en segundo lugar, buscó aclarar que, según la letra de aquel tratado, los
etolios debían tomar posesión “no de las ciudades que se pasaron volunta-
riamente a la lealtad romana... sino de aquellas eventualmente conquista-
das por la fuerza” (18.38.8-9; cf. Liv. 33.13.11-12; IG 9.12 2.241). Flami-
nino no logró convencer a los etolios. A partir del 196 a.C. siguieron re-
clamando de forma insistente la entrega de Fársalo, a la que sumaron
Léucade (18.47.8).
La inscripción del tratado difícilmente concuerda con el argumento de
Flaminino, aunque cualquier conclusión es hipotética dado el estado mu-
tilado del texto epigráfico, fundamentalmente entre las líneas 15-20 que
refieren a lo debatido en Tempe. Para Sacks, Polibio habría querido poner
en evidencia el abuso y la arbitrariedad del romano, pero esta lectura des-
cansa en la discutible tesis de dos momentos en la representación de los
etolios en las Historias.2 Para entender el pasaje, me parece que es necesa-
rio apelar al sentido didáctico que los etolios tienen en la narrativa de los
acontecimientos de la primera década del siglo II a.C.

1
La discusión jurídica importaba solo en un segundo plano frente a las obli-
gaciones morales para con los aliados etolios: Eckstein (1987a: 291-292).
2
Sacks (1975: 104-105). En rigor, Walbank (1990: 43, n. 59) marca claramente
estas dos posturas de supuesta “deshonestidad”, o bien por parte de Polibio, o bien
de Flaminino, esgrimiendo, además, el argumento del estado fragmentario de la
plancha del tratado. De todos modos, Polibio también pudo tener motivos para
dejar mal parado a Flaminino, al menos si se acepta que el historiador aqueo es la
fuente del famoso tópico de la rivalidad entre el comandante romano y Filopemén:
Raeymaekers (1996: 276).
206 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

La nueva realidad del poder romano hacía que las opciones de los líde-
res griegos se redujeran básicamente a dos: aceptar las órdenes de Roma
o, sin desafiarlas, tratar de conducirse según la letra de los tratados. Inten-
tar imponer el propio parecer, recurriendo a discutir tratados no vigentes
no constituía la estrategia más inteligente. Solo el recurso a las armas po-
día empeorar aún más las cosas. Los etolios recorrieron todo el abanico de
opciones insensatas. Primero, reclamaron sin base legal por un tratado ya
no vigente; segundo, encolerizados, llamaron a Antíoco III a Grecia para
enfrentarse a los romanos y, tercero, intentaron negociar una deditio in
fidem desconociendo su significado.
Polibio quería presentar a su público las posibles posturas políticas pa-
ra brindarle herramientas para entender los aspectos de la nueva situación
hegemónica. Su opinión sobre la Realpolitik romana era muy atenta, sobre
todo, con sus observaciones a propósito de la explotación romana de la
ἄγνοια de los líderes griegos para incrementar su propio poder (31.10.7).1
El público tenía ante sí la oportunidad de escoger entre dos caminos segu-
ros, aunque quizá no necesariamente convergentes. Por un lado, la políti-
ca de lo conveniente y, por el otro, la de lo noble, que se atribuían a Aris-
teno y Filopemén respectivamente (24.11-13).2 Como Ferrary ha pro-
puesto, Polibio aceptaba y compartía el razonamiento del último que, en
líneas generales, partía de un reconocimiento de la debilidad militar aquea
y de la necesidad de aprovechar las características particulares de los
acuerdos con los romanos para mantener la posición.
En ese sentido, es notable la similitud entre la perspectiva política atri-
buida a Filopemén y las palabras de Antíoco III en Plutarco, que habría
afirmado que las póleis súbditas podían ignorar todas aquellas disposicio-
nes reales siempre que fueran contrarias a sus respectivas leyes (Plu., Mor.
183 F). Ma ha notado esta convergencia en el espacio político del mundo
helenístico entre las reivindicaciones de autonomía local y la ideología

1
Magnetto (2007: 15). Cf. 4.36.9; 6.43.4.
2
Cf. Ferrary (1988: 294-299), Eckstein (1995: 203, n. 36), Walbank (1995:
273, n. 4). Algunos autores han reconocido una caracterización negativa de la polí-
tica de Aristeno en el uso del εὐσχήμονα (honorable, respetable), opuesto al καλήν
(noble) de Filopemén. Εὐσχήμων significaría “que tiene una fachada de honor”:
Petzold (1969: 45-46), Musti (1978: 77). Ferrary (1988: 297, n. 102) trae a cola-
ción varios pasajes y, además, algunos decretos honoríficos (Syll.3 608, 615, 667)
donde εὐσχήμων tiene una connotación claramente positiva. Aunque moralmente se
prefiere la opción de Filopemén, no se tacha por ello de inmoral el accionar de
Aristeno. Cf. Thornton (1995), con la crítica de Ferrary (2005: 23-24).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 207

imperial de las monarquías helenísticas.1 El discurso de Filopemén consti-


tuiría, en ese sentido, una defensa a ultranza del principio de autonomía,
pero paradójicamente también una naturalización del principio de subor-
dinación, pues apelaría a un repertorio de lenguaje político que replicaba
el discurso del poder hegemónico. La cuestión no giraba, por lo tanto, en
torno a las opciones de obedecer o no, sino a obedecer justa o injustamen-
te, incluyendo a Roma dentro del mismo esquema político y moral tradi-
cional de relaciones de poder establecido entre monarquías hegemónicas
y póleis subordinadas.
En este contexto intelectual y político, el sentido de la discusión entre
Feneas y Flaminino es más claro pues la ἄγνοια, la ignorancia, de los eto-
lios no se limitaba a las costumbres romanas, sino también a los tratados,
lo que reducía considerablemente el espacio de posibles para la negocia-
ción. El público podía captar, de ese modo, que los malentendidos eran en
buena medida el resultado de la inexistencia de una alianza formal vigente
(cf. Liv. 31.29-31),2 lo que no necesariamente volvía a los etolios las víc-
timas del autoritarismo. Polibio apunta más bien, entonces, a la incapaci-
dad de Feneas para articular un reclamo sólido. Esto deja a los etolios in-
defensos frente a la tendencia de “los más poderosos a oprimir cada vez
con más dureza a los sometidos” (24.13.2).3 Antes de que se reuniera la
última sesión de la conferencia de paz, el procónsul romano dio a enten-
der a los etolios, incluso, que eran libres de hacer lo que mejor les parecie-
ra (18.37.10). Podían reanudar por su propia cuenta la guerra, si así lo
deseaban. Con este gesto, sin embargo, se conseguía borrar de un pluma-
zo la soberbia previa de atribuirse la victoria en Cinoscéfalas, dejando en
evidencia que quien decidía la paz era Roma y no Etolia.4
La ὀργή etolia, por lo tanto, era producto no solo de una incorrecta
percepción de la propia posición dentro del sistema interestatal, resultado
de la ὑπερηφανία de su éthos, sino también de su diplomacia desprolija.
En el marco de esta interpretación, las dos características colectivas etolias
más destacadas, πλεονεξία y ὑπερηφανία, condujeron al choque con los
romanos. Este final parecía marcado desde el comienzo de la obra, condu-
cidos al desastre por la incapacidad de sus líderes y por sus características
colectivas. Polibio, sin embargo, se contuvo en esa hora negra de dar a su

1
Ma (1999: 93).
2
Eckstein (2008: 211-217).
3
Desideri (2007).
4
Eckstein (1987a: 289).
208 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

discurso un tono de burla porque estaba convencido de que su ejemplo


podía ser útil para formar a su público de jóvenes políticos. Los etolios
habían cometido un grave error. No solo habían subestimado al rival, o se
habían entregado a su codicia, sino que, de manera más dramática, habían
ignorado constantemente con quiénes estaban tratando. La necesidad de
conocer Roma, sus costumbres y sus prácticas políticas, se entiende mejor
a partir del episodio del intento abortivo de deditio del libro 20.

EL FRACASO DE LA DEDITIO ETOLIA


COMO CHOQUE CULTURAL DIDÁCTICO

El año 191 a.C. fue crítico para la Confederación Etolia, que estaba en-
frentando una amenaza militar particularmente peligrosa. Su aliado, An-
tíoco III, había sido vencido en Termópilas y forzado a retirarse a Asia
Menor.1 M. Acilio Glabrión y Filipo V habían luego llegado a un acuerdo
para lanzar un ataque conjunto contra dos importantes ciudades etolias,
Heraclea y Lamia. Noticias de la caída de Heraclea pronto llegaron al con-
sejo etolio reunido en Hípata por lo que se decidió enviar una embajada
ante Glabrión (20.9.1; Liv. 36.27.1),2 quien, ocupado con el reparto del
botín, les aconsejó que hablaran primero con L. Valerio Flaco, su subor-
dinado. Se envió entonces una segunda embajada, encabezada por el es-
tratega Feneas, quien, siguiendo el consejo de Flaco, ofreció a Glabrión
una deditio in fidem. Tras una complicada serie de eventos, esta deditio
fracasó y los etolios siguieron estando en guerra. Polibio señala la razón
básica del fracaso: “los etolios... decidieron autorizar a Acilio a tratar con
todo el asunto, entregándose ellos mismos a la fe de los romanos, no sa-
biendo qué fuerza tenía esto, sino siendo engañados por la palabra ‘fe’,
como si fueran a obtener una misericordia más completa debido a esto.
Pero entre los romanos entregarse a ‘la fe’ tiene la misma fuerza que en-
tregar la autoridad sobre uno mismo al vencedor” (20.9.10-12).
El relato de la deditio del fragmentario libro 20 es uno de los principa-
les testimonios sobre esta práctica romana (cf. Liv. 36.27-29),3 junto con

1
Las fuentes y una breve discusión: Will (2003: 206-207).
2
Grainger (1999: 464-466).
3
Sobre la reescritura del material polibiano por Livio: Tränkle (1977: 170-178),
Briscoe (1981: 259-260). Sobre la improbabilidad de una fuente analística: Briscoe
(1981: 260).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 209

un pasaje de Livio (1.38.1-2), otra mención ulterior en el libro 36 y el im-


portante Bronce de Alcántara.1 Se trata además de un tema importante,
reanimado recientemente a propósito de una discusión sobre la deditio y
la “ley internacional” en el mundo antiguo.2 Este debate, en mi opinión,
refleja en buena medida la influencia de la tesis de Gruen sobre la supues-
ta identidad entre fides y πίστις.3 Parto aquí de las siguientes hipótesis. Los
políticos griegos de fines del siglo III y comienzos del II a.C. generalmente
no eran capaces de reconocer el sentido completo de las prácticas roma-
nas, incluyendo la deditio, lo que tenía consecuencias potencialmente gra-
ves. Por ello, Polibio hizo uso de la experiencia etolia como un ejemplo
didáctico para ilustrar estos riesgos, presentando a este pueblo, de acuer-
do con la tradición intelectual que se remonta a la tragedia, como un igno-
rante que necesitaba experimentar dolor para aprender. La secuencia ex-
puesta puede además ser vinculada a otros pasajes donde la alteridad cul-
tural romana había sido ya acentuada, como se ha visto.
Gruen había buscado desafiar dos suposiciones comunes. La primera
era que Polibio estaba en lo correcto al equiparar entregarse a la πίστις
romana con una rendición incondicional. La segunda, un corolario de la
primera, era que había una gran brecha entre las comprensiones griegas y
romanas de πίστις y fides respectivamente. Gruen planteó otras discusio-
nes adicionales. La primera era que Feneas, con un rol central en la per-
formance de la deditio etolia, debería haber estado al tanto de lo que la
fides romana significaba tras haber sido aleccionado por Flaminino algu-
nos años antes (18.38.4-9). La segunda tenía que ver con el rol principal
en la ideología romana del acto por el cual los pueblos se confiaban a la
fides.4 En la tercera, indagaba si la equiparación polibiana de entregarse a
la πίστις romana con una rendición incondicional era incoherente con
otros pasajes, por ejemplo, el de Corcira durante las Guerras Ilíricas
(229/8 a.C.) (2.11.5-12). Finalmente, su cuarta discusión era sobre si los
griegos podrían haber realmente hallado dificultad en entender la fides,
que él pensaba que era una parte integral del sistema griego helenístico de
valores de la πίστις. Gruen sugería que era más útil tener en cuenta la per-
sonalidad de Glabrión como causa de la tónica del pasaje, “un hombre de

1
Nörr (1980).
2
Burton (2009), Eckstein (2009; 1995: 195).
3
Gruen (1982).
4
La fides como una constricción para la política exterior romana: Hölkeskamp
(2000a: 229-230).
210 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

mal carácter y fácilmente conducido a la ira”, así como también su ambi-


ción personal como comandante que buscaba obtener la rendición incon-
dicional de los etolios y el derecho a retornar como Glabrión Aetolicus.
La principal hipótesis de Gruen es que no había una diferencia sustan-
cial entre lo que los romanos entendían por fides y lo que los griegos por
πίστις en el campo de las relaciones interestatales. Gruen atribuye mucho
valor, para ello, a una moneda locria del siglo III a.C., que muestra una
imagen de Roma coronada por una Πίστις personificada (BMC, “Italy”,
365, n°15), aunque su sentido no es evidente: “podría haber reflejado
intentos por parte de algunos griegos en el siglo III de racionalizar la polí-
tica romana dentro de un sistema griego de valores”.1 Pero Gruen apela
también al primer decreto de Teos en honor de Antíoco III y Laodice III
(c. 203 a.C.) (SEG 41.1003, I), cuyas líneas 24-25 dicen: “y dada la amplia
evidencia de la buena fe que ya ha mostrado hacia todos los hombres
(ἀπόδιξιν ποιούμενος μεγίστην τῆς προϋπαρχούσης αὐτῶι πίστεως πρὸς
ἅπαντας ἀνθρώπους)”.2 En efecto, hay cierto parecido con el lenguaje mo-
ral de la fides, pero esta inscripción nos habla en realidad sobre la tra-
ducción al campo político de una relación social de reciprocidad entre
superiores e inferiores porque Teos invirtió allí el discurso real y lo expuso
desde la perspectiva de la ciudad, traduciendo la transacción social al con-
veniente lenguaje del evergetismo.3
Así, aunque hubiera alguna coincidencia entre las nociones de πίστις y
fides, como fidelidad a los acuerdos, esto no minaría la identidad entre
deditio in fidem y rendición incondicional. La inscripción de Teos simple-
mente ilustra la cara blanda de la πίστις griega, pero, en cambio, no provee
elementos para establecer una ecuación entre entregarse a la πίστις y hacer
una deditio in fidem. La πίστις aparece además allí solo para elogiar el com-
portamiento respetuoso del rey durante su estadía en la ciudad, no para
expresar una rendición.4 Es probable que Teos incluso no estuviera esta-
bleciendo relaciones formales, dada su posible dependencia del reino de
Pérgamo.5 La πίστις en ese caso es, por lo tanto, un acto de evergetismo
real muy diferente de la noción romana de fides.

1
Dmitriev (2011: 249); cf. Boyancé (1972). Un himno calcidio celebraba igual-
mente la πίστις (fides) romana y de Flaminino (Plu., Flam. 16).
2
Gruen (1982: 66). Traducción de la inscripción: Ma (1999: 308-311).
3
Ma (1999: 216); cf. Dmitriev (2011: 241-242).
4
Otros ejemplos: 5.77.5-6; 78.6.
5
Giovannini (1983).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 211

Podríamos considerar otro caso. Entre 154-149 a.C. Oropos votó un


decreto en honor a Hierón de Egira por su apoyo y buena voluntad duran-
te una disputa con Atenas (IG 7.411, ll.11-12), en el que incluía un “ya
que nosotros también continuamos permaneciendo en la amistad y πίστις
de los romanos (ἐπεὶ καὶ ἐν τεῖ Ῥωμαίων φιλίαι καὶ πίστει διατελοῦμεν
ὑπάρχοντες)”. Tanto Oropos como la Confederación Aquea eran Estados
independientes, y aunque es probable que los aqueos hubieran firmado un
tratado de alianza con Roma cuarenta años antes,1 ninguno había experi-
mentado aún una deditio por lo que la πίστις romana debía adoptar allí el
sentido amplio de lealtad, vinculada a las relaciones recíprocas entre co-
munidades e individuos helenísticos, de tono moral más que formal.2 Un
documento seléucida más relevante es la carta del virrey Zeuxis a Amizón
(203 a.C.),3 que reconoce a todos los que se han confiado (α]ὑτοὺς
πιστεύσαντες ἡμῖν ἐνεχείρισαν) al rey seléucida el disfrute de todas sus
propiedades, siempre y cuando mantuvieran su buena voluntad.4 Es cierto
que esta carta tiene un mensaje idealista,5 pero hay cierta similitud entre
estas palabras y las fórmulas de la deditio romana, en especial, en aquellos
casos en los que la deditio resultó en un trato romano blando para los dedi-
ticii. Me parece que Feneas y los etolios estaban esperando un comporta-
miento similar, como veremos luego.
La necesidad de un análisis preciso del contexto aparece en el caso de
uno de los testimonios alegados por Gruen: el discurso de Nabis en Li-
vio.6 Este discurso, aunque de origen polibiano, también contiene elemen-
tos de invención de Livio,7 lo que hace que su uso como evidencia sea
problemático.8 Además, Nabis no conoce las implicancias completas de la
fides romana, pues, de hecho, confunde fides (socialis) y se acomoda bien,

1
En c.192/1 a.C., según Badian (1952).
2
Calderone (1964: 45-52).
3
Ma (1999: 292-294). Para la atribución de la carta a Zeuxis, y no a Antíoco:
Ma-Derow-Meadows (1995).
4
De modo similar, los cirrestas se confiaron a la πίστις de Antíoco III luego de
ser derrotados (οἱ δὲ περιλειφθέντες παρέδοσαν ἑαυτοὺς εἰς τὴν τοῦ βασιλέως πίστιν)
(5.50.8).
5
Sherwin White-Kuhrt (1993: 58).
6
Es claro que se trata del discurso de Nabis en Liv. 34.31.1-19.
7
Briscoe (1981: 97-98).
8
El mismo Gruen finalmente reconoce esto en su más reciente monografía:
Gruen (2011: 133).
212 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

de ese modo, a la concepción de Livio de un tirano espartano.1 En ese


contexto, finalmente, la fides implica lealtad entre aliados, no rendición.
El debate sobre la comprensión griega de la deditio in fidem natural-
mente genera el de la cuestión del conocimiento de las prácticas romanas
en esa época. Como el mismo Gruen ha afirmado, antes de que los roma-
nos desembarcaran en Grecia, el conocimiento que se tenía de Roma es-
taba conformado por algunos datos anecdóticos típicamente anticuarios.2
Se han mencionado ya casos epigráficos de malentendidos culturales, en
particular, las cartas de Filipo V a Larisa y el acuerdo entre Roma y Rodas,
que muestran un limitado conocimiento de los griegos a fines del siglo III
a.C. Gruen avanzó otros argumentos en apoyo de su tesis, como ciertas
acciones de celtas, cartagineses y otros pueblos. Sin embargo, se trata de
un procedimiento dudoso porque todos los pasajes citados pertenecen a
obras de historiadores griegos de época romana o a autores latinos tar-
díos.3 Es imposible tener acceso a lo que estos pueblos entendían o pen-
saban sobre la fides en el siglo II a.C., puesto que no nos han dejado sus
propios testimonios escritos, pero también porque el marco cultural latino
de estos relatos no permite tomarlos al pie de la letra.
Con respecto a la cara protectora y suave de la πίστις romana, que apa-
rece, por ejemplo, en el libro 2 durante las campañas en la costa ilírica,
podría revelar cierta discordancia con el pasaje del libro 20.4 Pero la fór-
mula final de la deditio, at ego recipio (“Y yo los acepto”) pronunciada por
el magistrado romano, como aparece en el Bronce de Alcántara y en Livio
(1.38.2), generaba expectativas reales de un trato generoso (Liv. 34.40.3-
4; 39.54.7), lo que generalmente ocurría.5 Los romanos, en efecto, a me-
nudo invitaban a la deditio in fidem con la promesa de un subsiguiente
tratamiento suave, e, incluso, otorgaban la libertad a tales dediticii,6 aun-
que hay también alguna evidencia histórica de un endurecimiento del

1
Cf. Dmitriev (2011: 240).
2
Gruen (1986: 316-356).
3
Así: 3.52.4, 60.10 (tribus galas ante Aníbal); 3.100.3 (Aníbal y Lucería); D.S.
13.43.3 (Segesta y Cartago); Liv. 26.16.13 (Aníbal y Capua); Liv. 29.30.11 (Masini-
sa y Macetulo); Gruen (1982: 68, n. 90).
4
Gruen (1982: 61-62).
5
HCP III: 79-80, Nörr (1989: 30-31).
6
Cf. La carta de los Escipiones a Heraclea (190 a.C.), felicitando a sus habitan-
tes por haberse entregado a la fides romana y otorgándoles la libertad, “como a las
otras ciudades que nos habían dado la autoridad a nosotros”: Syll.3 618, HCP III: 79,
Ma (1999: 366-367).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 213

trato con la gran expansión de los siglos II-I a.C.1 Ninguno de estos facto-
res históricos, sin embargo, debilita la sustancia de la posición de Polibio
en 20.9.10-12.
Pero además lo ocurrido en Iliria se vincula con el tratamiento de los
romanos en los primeros cinco libros como griegos honorarios. Allí, como
Champion enfatiza, el contraste entre fides romana e ilegalidad iliria difí-
cilmente podría ser más explícito (2.11.5-6: Ῥωμαίων πίστιν... Ἰλλυριῶν
παρανομίαν).2 Los romanos aparecen, de ese modo, como los liberadores
de los griegos de la terrible amenaza bárbara de quienes, en aquella época,
“eran enemigos comunes” (κοινοὺς ἐχθροὺς εἶναι) (2.12.6). Desde un
punto de vista histórico, esta elaboración puede corresponderse además
con la naturaleza más laxa e informal del orden establecido por los roma-
nos en el área adriática.3
Tanto desde una perspectiva histórica como desde una historiográfica,
las costumbres de los romanos no son particularmente problemáticas
cuando estos se enfrentan a bárbaros, pero en sus primeros contactos con
los griegos se enfatiza su alteridad, como ocurre con los mencionados
discursos de Agelao, Licisco y Trasícrates, así como también con el accio-
nar de Sulpicio Galba en Egina. Mi énfasis en la alteridad cultural en el
caso de la fallida deditio etolia está en línea con el desarrollo de la narrativa
desde el libro 18 y la reunión entre Flaminino y los etolios. Allí, tras la
victoria sobre las tropas de Filipo en el paso del Aoo (198/7 a.C.), los
etolios exigieron las ciudades que el rey había arrebatado a la Confedera-
ción (18.2.6):

“mientras el rey estaba todavía diciendo estas cosas, Feneas, que estaba con-
siderablemente disminuido en su visión, interrumpió a Filipo, diciendo que
lo que afirmaba no tenía sentido: él debía combatir y triunfar o seguir los
mandatos del más poderoso. Pero Filipo, aunque estaba en una mala situa-
ción, no pudo, sin embargo, contenerse de su estilo particular sino que diri-
giéndose a él dijo: ‘Esto es claro, Feneas, incluso para un hombre ciego’.

1
Piganiol (1950: 343-344), HCP III: 79, Dmitriev (2011: 243).
2
Champion (2004: 113). Para πίστις como acto de in fidem se dedere en relación
con Corcira, ver: Edlund (1977: 133). Polibio aquí parece haber estado traduciendo
directamente las palabras romanas, dando sinónimos griegos aproximados: fides por
πίστις, amicitia por φιλία, como quedaba establecida a través del acto de la deditio
(HCP I: 161).
3
Petzold (1971: 215-216), Eckstein (2006: 266; 1999). Cf. Derow (1991).
214 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

Porque él era rápido de mente y al respecto naturalmente bien dotado para


burlarse de la gente”. (18.4.3-4)

Hay varios puntos notables. Feneas acepta aquí el principio general de


que el derrotado tiene que obedecer y Filipo, por su parte, se mofa de la
ceguera del etolio con un juego relacionado con el significado de su nom-
bre, “traedor de luz”. La clarividencia de Filipo se volverá evidente luego.
Hemos mencionado ya que en la narrativa de la batalla de Cinoscéfalas la
alteridad cultural es dos veces acentuada: antes de la batalla, por los explo-
radores macedonios y, luego, durante la misma, por la confusión romana
frente al gesto de rendición macedonia. Nuevamente aparece a propósito
de las sospechas etolias de soborno. La deditio in fidem pertenece a la
misma secuencia, que comienza a desarrollarse durante las complicadas
negociaciones que siguieron a Cinoscéfalas, en las que Feneas exigió una
vez más la restitución de las ciudades y Filipo, a su vez, aceptó el reclamo,
pero entonces Flaminino de inmediato se opuso, exponiendo que:

“Porque cuando él había llegado cerca de los tebanos con sus fuerzas y esta-
ba instándolos a entregarse a la fe de los romanos, ellos se negaron. Por lo
tanto, ahora, que están en sus manos por guerra, decía que tenía el poder de
decidir sobre ellos como quisiera. Cuando Feneas y sus amigos lo considera-
ron excesivo y dijeron que tenían el derecho de tomar las ciudades que ha-
bían estado aliadas con ellos previamente, primero, porque habían combati-
do a su lado y, segundo, de acuerdo con la alianza original, según la cual el
botín capturado en la guerra pertenecería a los romanos, pero las ciudades a
los etolios. Tito dijo que ellos se mostraban ignorantes (ἀγνοεῖν) sobre am-
bas cuestiones. Porque la alianza había sido anulada cuando ellos habían lle-
gado a un acuerdo con Filipo, abandonando a los romanos, e incluso si la
alianza siguiera vigente, no tendrían derecho a tomar las ciudades que se hu-
bieran entregado voluntariamente a la fe de los romanos, lo que habían he-
cho todas las ciudades en Tesalia, sino solo en el caso de que alguna hubiera
sido capturada por la fuerza”. (18.38.5)

Los etolios son acusados de nuevo de “ignorancia” en dos niveles. El


público, por supuesto, conoce la historia relevante hasta este punto: que
los etolios apelaron primero a los romanos para contrarrestar el creciente
poder de Filipo en Grecia e hicieron una alianza con ellos en el 212/11
a.C., que firmaron también una paz por separado en el 206 y que se habían
unido nuevamente a los romanos contra Filipo en el 198. Polibio conside-
ÁLVARO M. MORENO LEONI 215

ra allí correcto el argumento de Flaminino sobre la anulación de la alianza


original, lo que mina toda la posición etolia.1 Flaminino sostiene además,
incluso, que los etolios carecen de argumentos aún si la alianza siguiera
vigente, por lo que es central examinar su posición. Dentro de la econo-
mía de las Historias, Flaminino es el primer romano en aleccionar a los
etolios sobre las implicancias de la deditio, pero no será el único.
La distinción de Flaminino entre dos categorías de ciudades caídas en
manos de los romanos habría dado a Feneas la impresión de que las cir-
cunstancias particulares podían afectar el sentido práctico de la deditio.
Dado que Tebas ptiótica había rechazado rendirse, Flaminino, al parecer,
era libre de entregarla a los etolios, pero como las otras tres ciudades se
habían rendido luego de Cinoscéfalas, Flaminino, según parece, no era
libre de actuar del mismo modo. Así, la conclusión de Feneas pudo haber
sido que estas últimas ciudades iban a recibir un mejor tratamiento, o qui-
zá incluso a disfrutar de la independencia, contra su anterior postura sobre
que el derrotado tenía que obedecer.2 Flaminino, por su parte, podía estar
recurriendo a mostrar la cara protectora de la fides en este caso para limi-
tar las ambiciones expansionistas etolias. Lo cierto es que el vencedor ro-
mano estaba imponiendo sus propios términos sobre unos dediticii y que,
igualmente, dictaba sus términos a las demás partes. Cuando los etolios
cambien de bando, y tengan que intentar una deditio en 191, Polibio seña-
lará que:

“en reunión con el general romano, se estaban preparando para pronunciar


discursos más bien largos, pero fueron interrumpidos a la mitad durante la
reunión y prevenidos de hacerlo. Porque Manio dijo que por el momento no
tenía tiempo, ya que estaba ocupado con la distribución de los despojos de
Heraclea, pero dijo que, tras establecer una tregua de diez días, enviaría a
Lucio con ellos, a quien les ofreció para hablar sobre lo que estaban pidien-
do. Se hizo la tregua y, tras haber llegado a Hípata Valerio, hubo discusiones
–más bien largas– sobre el estado de los asuntos. Ahora, los etolios buscaban
justificarse mostrando los actos de amistad que habían realizado hacia los

1
Gruen (1986: 441); cf. Dmitriev (2011: 250-252). Es interesante observar que
Feneas aparece en el registro epigráfico (IG 9.1.1; Grainger 2000: 266) como
γραμματεύς etolio en 207/6 a.C., que es, precisamente, el año en el cual la Confede-
ración Etolia decidió hacer una paz por separado con Filipo, directamente contravi-
niendo los términos del tratado con Roma: no sabemos, de todos modos, si Polibio
dijo algo sobre eso.
2
HCP III: 80-81.
216 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

romanos desde el comienzo, pero Lucio cortó en seco la perorata y dijo que
este tipo de autojustificación no era apropiada para la situación actual, por-
que los actos amistosos del comienzo habían sido anulados por ellos mis-
mos, y la hostilidad actual se debía a los etolios, los actos amistosos del pasa-
do ya no podían contribuir en nada a las circunstancias del presente. Por lo
tanto, les aconsejaba dejar de lado la autojustificación y cambiar a un discur-
so de súplica y buscar obtener el perdón del general por sus errores. Los eto-
lios, habiendo pronunciado un discurso aún más largo sobre la situación en
la que habían caído, decidieron traspasar todo a la autoridad de Manio
(ἐπιτρέπειν τὰ ὅλα Μανίῳ), entregándose a la fe de los romanos, pero siendo
engañados por la palabra ‘fe’, como si fueran a obtener una misericordia más
completa debido a esto. Pero entre los romanos entregarse a ‘la fe’ tiene la
misma fuerza que entregar la autoridad sobre uno mismo al vencedor (τὸ
τὴν ἐπιτροπὴν δοῦναι περὶ αὐτοῦ τῷ κρατοῦντι)”. (20.9.2)

La motivación etolia se corresponde hasta cierto punto con la espe-


ranza de Flaco de alcanzar el perdón del general por sus errores. Ambos
ítems son coherentes con la evidencia anterior, es decir, con que los ro-
manos daban a los vencidos la esperanza de un trato suave tras una deditio,
y con que es la terminología romana la que conduce a error a los etolios.
En mi traducción final de esta sección trato de reflejar la relación verbal
precisa del griego, pues suele traducirse como “rendición”, lo que en reali-
dad es un parafraseo. Ἐπιτροπή significa aquí “poder” o “autoridad”,1 y el
punto de Polibio es que ἐπιτρέπειν τὰ ὅλα Μανίῳ, “traspasar todo a la au-
toridad de Manio”, implica “entregarse a la fe de los romanos”, que “da” a
este último “poder” o “autoridad” sobre los etolios porque ellos “han en-
tregado” su propio “poder” o “autoridad” (ἐπιτροπή), “ellos mismos”.
El uso de un παρὰ δὲ Ῥωμαίοις (20.9.12) confronta inmediatamente al
público griego con la alteridad romana, que es un énfasis significativamen-
te ausente, por ejemplo, en el relato de Livio, que obviamente no tiene
interés en problematizar eso. La diferencia cultural entre los etolios y los
romanos se ilustra no solo por el clímax del pasaje –el énfasis explícito en
la ignorancia (οὐκ εἰδότες)–, sino también por los contrastes repetidos,
por un lado, entre los largos discursos y las apelaciones inapropiadas al
pasado y, por el otro, por el foco romano en la acción y en el presente in-
mediato. Así, el énfasis es completamente integral al contexto, que adver-

1
LSJ, s.v. 2.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 217

timos cuando Flaco plantea casi los mismos argumentos que Flaminino
(18.38, la nulidad del tratado original).
Se ha advertido que la “ignorancia” etolia es un motivo recurrente en
la narrativa. Dos pasajes son particularmente relevantes para reafirmar
esto. En el libro 11 Trasícrates pronunció un discurso ante la asamblea
etolia (207 a.C.) en el que rogó a los etolios “poner su propia ignorancia
ante sus ojos” (11.5.1, 8). Como ya sugirió Pédech, esta referencia a la
ἄγνοια es posiblemente una adición polibiana, que implica la visualización
como un recurso mnemónico para inculcar una lección moral.1 Y poco
después del episodio de la deditio, en un contexto completamente diferen-
te (20.11.7), Filipo, en conversación con el etolio Nicandro, culpará a la
“ignorancia colectiva de los etolios (τὴν κοινὴν τῶν Αἰτωλῶν ἄγνοιαν)”
por todos los males de Grecia, también con un objetivo didáctico. Así, el
énfasis de nuestro pasaje en la “ignorancia” etolia es completamente orgá-
nico para entender las relaciones grecorromanas. La segunda embajada
etolia, liderada por Feneas, intenta entonces la deditio:

“reuniéndose con el general y hablando nuevamente del mismo modo en


tono de justificación de su propio comportamiento, en conclusión, ellos di-
jeron que los etolios habían decidido entregarse a la fe de los romanos. Pero
Glabrión, los interrumpió, y dijo, ‘¿de verdad que es así, hombres de Etolia?’
y cuando ellos asintieron…”. (20.10.2-3)

Aunque los etolios siguen ahora el consejo de Flaco, antes se justifican


inapropiadamente. En el ofrecimiento de la deditio, Glabrión confirma su
estatus como etolios, y su deseo de someterse, con lo cual ellos acuerdan.
Este intercambio es mucho más breve, y menos preciso, que la fórmula
aparentemente antigua,2 preservada por Livio en 1.38:

“El rey (Tarquinio) preguntó (a los colatinos): ‘¿Son ustedes legados y ora-
dores enviados por el pueblo colatino para rendirse ustedes y al pueblo cola-
tino?
‘Somos’.
‘¿El pueblo colatino es un poder independiente?’
‘Lo es’.

1
Pédech (1964: 268), Marincola (2013: 82-83).
2
Ogilvie (1965: 154), citando Pl., Am. 258-9 para un listado similar de cosas
rendidas.
218 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

‘¿Rinden ustedes, y el pueblo colatino, ciudad, tierras, agua, fronteras, tem-


plos, recipientes sagrados, todas las cosas divinas y humanas?’”

Polibio (36.4.1-4) conocía con precisión esta fórmula, ¿puede, enton-


ces, la intervención de Flaco en favor de los etolios implicar que la cere-
monia no había sido conducida de modo apropiado? Me parece que tal
sutileza podría oscurecer el punto principal: la pura ignorancia, ahora y,
como hemos visto, en otros contextos anteriores. La discrepancia entre las
palabras de Glabrión y la fórmula elaborada del ritual parece explicarse
mejor por su concisión, incluso, otorgando a esta un valor positivo dado
que las autojustificaciones iniciales rompían las “reglas” de la deditio, de
allí la brevedad de Glabrión. En todo caso, podemos notar que Livio
(36.28.1-2) es menos sintético: “él (Feneas) concluyó diciendo que ‘los
etolios se rendían a sí mismos, y entregaban todo lo que les pertenecía, a la
fe del pueblo romano”. El cónsul, al oír esto, dijo: “Etolios, consideren
bien si querrán proseguir en estos términos”.1 Glabrión da entonces una
serie de órdenes detalladas, con dos adiciones incorrectas de Livio, pero
Feneas lo interrumpe:

“‘Pero lo que nos ordena, general, no es ni justo ni griego’. Pero Glabrión, no


tanto enojándose, como deseando conducirlos a la conciencia de la situación
y para provocarles un completo terror, dijo: ‘¿Así que ustedes se dan todavía
aires griegos y pronuncian un discurso sobre lo apropiado y correcto des-
pués de entregarse a la fe de los romanos? Ustedes a quienes yo haré en-
cadenar y conducir afuera, si esto me parece a mí lo mejor’ Al decir esto, or-
denó que trajeran una cadena y un collar de metal para colocar alrededor del
cuello de cada uno. Feneas, y su gente, estaban entonces completamente
sorprendidos y todos permanecían de pie sin habla como si estuvieran para-
lizados en cuerpo y alma debido a la naturaleza inesperada de lo que les es-
taba ocurriendo. Pero Lucio y algún otro de los tribunos militares implora-
ron a Manio que no tomara ninguna decisión dura con respecto a los hom-
bres presentes, ya que eran embajadores. Cuando él consintió, Feneas co-
menzó a hablar”. (20.10.6-9)2

Se ha desoído nuevamente el consejo de Flaco –“cambiar a un discur-


so de súplica y buscar obtener el perdón del general por sus errores”–. Su
1
Cf. Briscoe (1981: 263): “una considerable elaboración sobre la pregunta sim-
ple en Polibio”.
2
Briscoe (1981: 263).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 219

reacción ilustra inmediatamente la ignorancia etolia sobre las implicancias


de la deditio in fidem porque su comportamiento supone estar firmando
un tratado de paz. ¿Pero de qué otro modo habría podido entender un
griego contemporáneo la πίστις en un tratado? La experiencia política
helenística mostraba que la πίστις solo aparecía en instancias de superiori-
dad, como un regalo de los Estados poderosos, o como una actitud leal de
los débiles hacia estos. De hecho, el término πίστις, ampliamente atesti-
guado en textos griegos literarios y epigráficos, no ocurre en tratados de
paz. Esto constituye una clara diferencia tanto con respecto a la fides en los
tratados romanos como a las implicancias de la fides en la deditio in fidem.1
Más allá de la confusión general de Feneas, el público debe inferir que él
suponía que, porque los etolios estaban preparados para rendirse, debían
ser tratados tan generosamente como Flaminino había tratado a las ciu-
dades tesalias.
La contra apelación de Feneas a las normas griegas también requiere
una consideración. Cree que existen estándares significativos de compor-
tamiento entre griegos y que puede, por lo tanto, reclamar esto a los ro-
manos. Sin embargo, el caso es que las supuestas “leyes comunes de los
griegos” o “leyes de los griegos” no tenían una naturaleza legal coercitiva,
como hemos señalado antes, de hecho, no se las menciona en ningún tra-
tado griego.2 Feneas estaba realizando un reclamo por un comportamien-
to ideal consensuado, pero que solo existía como una teoría incluso entre
los griegos, y que en este contexto era sumamente inapropiado, como
Glabrión sarcásticamente nota con su ἑλληνοκοπεῖτε que imita irónica-
mente el Ἑλληνικόν de Feneas.3 La principal motivación de Glabrión es
1
Nörr (1980: 140-142). Calderone (1965) también remarca la existencia de
una diferencia entre la πίστις en los acuerdos griegos, que implicaba un acto bilateral
con un corolario de reconocimiento de ambas entidades políticas, y la fides romana.
2
Ostwald (1982: 3).
3
El verbo ἑλληνοκοπέω es casi un hapax legomenon, cuyo único otro ejemplo
ocurre en 25.3.1 para caracterizar la política de Perseo en Grecia. Otras formas com-
puestas verbales de κοπέω aparecen en las Historias, principalmente, ὀχλοκόπον usa-
do en 3.80.3 para mostrar el cortejo de la muchedumbre por C. Flaminio. Este es el
sentido en el cual el comportamiento de Perseo en Grecia es generalmente traduci-
do, “adular a los griegos”, y es bastante posible que en el libro 20 el verbo tuviera el
mismo significado. Si es así, Glabrión está advirtiendo al estratega etolio en contra
de tratar de buscar apoyo de otros griegos, flirteando con ellos, o quizá tratando de
acusar a los romanos de barbarie a fin de ganar el favor de otros griegos. Traductores
modernos lo entienden de otro modo. En P.-L., s.v., aparece la siguiente traducción:
“marcar la nobleza griega” (HCP III: 81), mientras en el pasaje sobre Perseo y los
220 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

que los etolios se vuelvan conscientes de la realidad –“deseando conducir-


los a la conciencia de la situación”–, en pocas palabras, darles una lección
por medio del terror: una reconocida técnica romana, aunque, en un me-
tanivel, se corresponde también con la técnica de la tragedia griega. Esta
es la segunda “lección” que un general romano da a los etolios sobre la
naturaleza de la deditio –aunque adopta una forma fuertemente diferente
de la de Flaminino–.
Hemos visto que la crítica enfática de la “ignorancia” etolia se combina
con cuestionamientos similares, a efectos didácticos, de varios personajes
dentro de la narrativa, y que el contraste de Glabrión entre normas griegas
y romanas se hace eco del realizado por Polibio. En un contexto dramáti-
co, el objetivo de Glabrión de “conducirlos hacia la conciencia de la si-
tuación” tiene una importante función historiográfica porque este objeti-
vo, expresado en lenguaje similar, aparece en contextos en los que el histo-
riador intenta subrayar la importancia de la adquisición de cierto conoci-
miento por parte del público, que se caracteriza por su ἄγνοια relativa.
Ello ocurre con las digresiones, cuando se explica que, cuando se habla
sobre lugares desconocidos, es necesario “conducir a los que escuchan
hacia la verdad y las nociones familiares (εἰς ἀληθινὰς καὶ γνωρίμους
ἐννοίας ἄγειν τοὺς ἀκούοντας)” (3.36.5).1 De forma similar, “conducir a
los lectores a nociones verdaderas (εἰς ἀληθινὰς ἐννοίας ἄγειν) de la guerra
ya mencionada” (1.15.13); o sobre el campamento romano: “conducir al
público hacia una noción (τοὺς ἀκούοντας εἰς ἔννοιαν ἀγαγεῖν) de la dis-
posición de las fuerzas en las marchas, en los acampes y en las formaciones
de batalla” (6.26.11). El paralelo entre el objetivo de Glabrión y el del
historiador en situaciones análogas de ignorancia de su público vuelve al
romano una figura didáctica esencial para Polibio.
El proyecto didáctico era tanto práctico como moral,2 apuntaba a la
diórthosis, enderezamiento o corrección del público,3 que era más efectiva

griegos: “coquetear, flirtear con los griegos”. Las glosas de Livio –moris Graecorum y
ex more Graecorum– son demasiado generales para indicar cómo entendía el verbo
griego.
1
El mismo propósito es delineado en las principales descripciones geográficas
(v.g. 1.41.7; 4.38.12; 5.21.9).
2
Sobre el propósito didáctico: Mioni (1949: 24-29), Sacks (1981: 122-144,
180-186), Eckstein (1995: 140-150). Sobre enseñar por ejemplo y mímesis en la
historiografía antigua: Fornara (1983: 114), Chaplin (2000), Nicolai (2007: 14-19).
3
Διόρθωσις (1.35.6, 8); ἐπανόρθωσις (1.35.1); cf. 1.1.1; 7.11.2; también “corre-
gir” (διορθοῦσθαι) (38.4.8).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 221

cuando provenía de la propia experiencia, pero menos peligrosa si se ob-


tenía siguiendo un ejemplo de la historia (1.35.7-10). Por lo tanto, busca-
ba “enderezar” o “corregir” al público sobre las realidades de la deditio in
fidem. Eckstein escribió hace un tiempo: “los propósitos de Polibio al con-
tar la historia de Glabrión y los etolios eran explicar a sus lectores el senti-
do de la deditio... y quizá demostrar cómo no actuar en una crisis, no sim-
plemente atacar a los etolios”.1 Espero haber fortalecido esta tesis.
La “lección por medio del terror” de Glabrión fue inmediatamente
efectiva. Los etolios sufrieron y experimentaron terror físico y mental,
sorprendidos ante una situación inesperada (διὰ τὸ παράδοξον τῶν ἀπαν-
τωμένων), pero la causa era su ignorancia de la deditio, una de las he-
rramientas básicas de las relaciones interestatales romanas, y esto comple-
taba el cuadro general de un pueblo ignorante de las ἔθη καὶ νόμιμα roma-
nas en su conjunto. Su experiencia previa con Flaminino, a propósito de
las ciudades tesalias, les había permitido acceder a una imagen diferente
de la deditio. Para Gruen, Feneas era una elección incoherente porque su
carrera política previa le habría permitido entender. Sin embargo, el hecho
de utilizar al mismo personaje cometiendo dos veces el mismo error es lo
que vuelve significativo su uso, puesto que se hacía así un guiño al público,
uniendo ambos pasajes de malentendido cultural que juntos proveían el
sentido completo de la deditio. Mientras Flaminino había mostrado el
costado protector de la fides contra las ambiciones expansionistas etolias,
Glabrión mostró un costado más bien áspero ante enemigos derrotados.2
¿Cómo entender, entonces, la ulterior intervención de Flaco? Su ar-
gumento, en realidad, no es operativo porque los embajadores, a diferen-
cia de los heraldos, no eran sacrosantos. Pero Flaco había actuado antes
como el consejero de los etolios, tal vez porque tenía una obligación fami-
liar hacia estos ya que el tratado original con los etolios había sido con-
cluido por M. Valerio Levino, aunque el parentesco es incierto.3 Además,
su motivación para actuar no era solo la amenaza de las cadenas y collares
de hierro, sino posiblemente el uso de ἀπάξω por Glabrión, generalmente
no traducido, y que presenta la posibilidad de que los etolios estuvieran
siendo arrastrados para su ejecución.4 Cualquier argumento disponible es
utilizado, entonces, para prevenir el peor final para sus clientes.

1
Eckstein (1995a: 284).
2
Eckstein (1995: 218, n. 29); cf. Ferrary (1988: 74-75).
3
Briscoe (1981: 261).
4
Para este significado (no en el LSJ) ver, v.g., Plu., Brut. 45.6.
222 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

Pero Feneas termina aceptando las órdenes de Glabrión y muestra,


por lo tanto, una comprensión demorada y adquirida con dificultad de lo
que implicaba la deditio in fidem. Ha “visto la luz”, como su nombre debe-
ría implicar, y había sido objeto de chanza por Filipo, en contraste con su
“ceguera” política hasta ese punto. El efecto requería poner la estupefac-
ción inicial de los etolios de relieve. Podemos contrastar la técnica de Po-
libio aquí con el explícito, y más prosaico, et tandem cuius condicionis essent
senserunt (“y al final se dieron cuenta de la condición en la que estaban”)
de Livio.1 Pero Feneas dice que la implementación de aquellas órdenes
requiere el acuerdo del pueblo, por lo que Glabrión otorga un armisticio y
Feneas y los enviados relatan a los Apoklétoi lo sucedido.
Este es el punto en el que debería considerarse la explicación alternati-
va de Gruen sobre esta secuencia: las ambiciones personales y el carácter
de Glabrión. ¿Cuánto espacio deja la narrativa para estos factores? Excluí
las posibilidades de que el manejo de Glabrión del ritual de la deditio, o la
reacción de Flaco ante la “lección en terror”, indicaran alguna irregulari-
dad. Walbank comenta sobre la primera aproximación de los etolios: “la
observación de Acilio (sobre estar ocupado con los despojos de Heraclea)
estaba sin duda orientada a irritar a los enviados etolios”.2 No obstante,
Glabrión los envía ante Flaco y les otorga diez días de tregua. Es cierto que
la ira puede ser una respuesta adecuada ante un comportamiento grose-
ramente inapropiado: el cónsul piensa que ha completado el ritual de la
deditio, y está dando órdenes a embajadores que se han vuelto dediticii
(20.10.4-5), pero la ira es su menor motivación. Independientemente de
sus ambiciones personales y carácter, durante los sucesivos años se man-
tuvieron las mismas propuestas de paz,3 fundadas sobre las expectativas
romanas normales de las “reglas” de la deditio, que permitían resultados
prácticos diferentes para distintos dediticii.
Vuelvo entonces a Feneas y al reporte ante los Apoklétoi (20.10.13):
“Escuchando, entonces, aquellas cosas por primera vez los etolios toma-
ron conciencia de su ignorancia y de la necesidad en la que esta los había
colocado (ὧν ἁκούσαντες τότε πρῶτον ἔννοιαν ἔλαβον Αἰτωλοὶ τῆς αὑτῶν
ἀγνοίας καὶ τῆς ἐπιφερομένης αὐτοῖς ἀνάγκης)”. Ahora los Apoklétoi logran
el mismo conocimiento que los embajadores, puesto que las palabras re-

1
Livio ha “trasladado” este pensamiento de la última afirmación de Polibio so-
bre los Apoklétoi: 20.10.13, Briscoe (1981: 264).
2
HCP III: 78.
3
21.2.4-6, 4.10-13; Liv. 37.1.5, 49.4.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 223

plican las de 20.9.10 y 20.10.7. Los embajadores, que han aprendido el


camino difícil, ahora, a su vez, “enseñan” a los Apoklétoi, que, a su vez,
“aprenden”. La secuencia contradice las suposiciones comunes y superfi-
ciales de que las figuras dentro de la historiografía antigua rara vez apren-
den algo, pero la situación también tiene una cierta “meta” cualidad que
promueve el aprendizaje del público fuera del texto porque el aprendizaje
pasa como a través de una carrera de relevos. Las noticias del trato recibi-
do por Feneas, sin embargo, motivan al pueblo a volverse tan salvaje
(ἀπεθηριώθη) que la discusión de las órdenes romanas se vuelve imposi-
ble y, por esa razón, cuando el armisticio finaliza, los etolios permanecen
en guerra.

CONCLUSIÓN PRELIMINAR

La comprensión de las acciones de los etolios está atravesada por el


recurso al estereotipo étnico tal como se había conformado en el imagina-
rio griego desde época clásica. Pero sería un error considerar que todas las
acciones de los individuos etolios respondían linealmente al mismo, que,
en todo caso, es funcional al abordaje del problema de la hegemonía y la
autonomía en la obra. Por ello, se ha advertido cierta continuidad de la
imagen de la desmesura, de la soberbia, como clave interpretativa del
choque final con Roma. Esto permitió entender que la ὀργή estaba vincu-
lada a una acción irresponsable de la élite política de un Estado mediano,
empujado así a la competencia con Roma y a un fallido intento de deditio.
En esa situación, sin embargo, Polibio no se entregó a la Schadenfreu-
de, la satisfacción maliciosa, de ver el resultado final de la irresponsable
política exterior etolia, sino que buscó brindar una valiosa lección sobre el
dominio romano, usando a los etolios como ejemplo. Aunque no puedo
detenerme aquí en las antiguas, y todavía disputadas, cuestiones de la po-
sible influencia de la Política de Aristóteles sobre Polibio y de la llamada
“historia trágica”, me permito señalar que la escena central es fuertemente
visual y que algunos elementos del vocabulario del episodio replican pres-
cripciones trágicas de Aristóteles. Los etolios experimentan las emociones
de la ἔκπληξις y del θάμβος (20.10.7-9; Arist., Poet. 1454a4; 1455a17;
1452a4; 1460a12, 17). Tanto los embajadores etolios, como los Apoklétoi
más tarde, hacen la transición de la ignorancia al conocimiento (20.10.11-
13; Arist., Poet. 1453b 29, 33). Durante esta transición, los embajadores
224 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

experimentan un cambio dramático de fortuna “contrario a la expectativa”


(20.10.9; Arist., Poet. 1452a3). Dentro de la narrativa, el énfasis en la “ne-
cesidad” podría también sostener un tono trágico (cf. Aesch., Ag. 218). En
Polibio, como en otros grandes historiadores clásicos, el patrón de la na-
rrativa trágica sirve entonces como una herramienta analítica útil y como
un mecanismo para conducir al público, para enseñarle una lección a tra-
vés de los sufrimientos y aprendizajes consiguientes de los personajes.
A la luz de los problemas entre las comprensiones romana y griega de
fides y πίστις en las relaciones interestatales, el aludido carácter poco con-
vincente de Feneas como el principal personaje del episodio de la deditio
etolia fallida no tiene sentido. Polibio calculó esta elección a fin de com-
pletar el objetivo didáctico de mostrar la sostenida ignorancia etolia sobre
las prácticas romanas. Los personajes en las Historias son testigos de los
acontecimientos, ellos muestran sus puntos de vista individuales, subjeti-
vos y aleatorios resultados de sus propias experiencias, mientras que co-
rresponde al historiador proporcionar al público una visión general.1 En la
accidentada historia de las relaciones etolio-romanas, diferentes “miradas”
están en juego: Feneas, como aliado romano, y como un enemigo derro-
tado; los Apoklétoi; el pueblo etolio; el historiador que todo lo ve; y el
público griego, que debe ser conducido a una perspectiva correcta sobre el
cúmulo de caóticas miradas en el marco de una también caótica experien-
cia del encuentro con un mundo romano profundamente “otro”.
El retrato del pueblo responsable de atraer a los romanos es, entonces,
extremadamente crítico. Algunos estudiosos lo han explicado como una
expresión de satisfacción maliciosa, Schadenfreude.2 Pero al intentar re-
construir los objetivos de Polibio es problemático y trivial permanecer en
el campo de los posibles prejuicios, porque corremos el riesgo de no hacer
justicia a su propósito didáctico y a su habilidad literaria. Creo que la cen-
tralidad del tema se advierte en que la deditio sea discutida en profundidad
dos veces más en la obra (36.4.1-3, 9.1-17), lo que desmiente que fuera
una cuestión comprendida por su público griego contemporáneo:

“Con respecto a la rendición (τῆς ἐπιτροπῆς) he hablado antes, pero es nece-


sario ahora recordarlo de forma resumida. Aquellos que se entregan a sí
mismos a la autoridad de los romanos (τὴν Ῥωμαίων ἐπιτροπὴν) dan antes
que nada toda la tierra que les pertenece y las ciudades en ella, pero junto

1
Zangara (2007: 59).
2
Musti (1978: 72), Antonetti (1990: 134).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 225

con estas cosas también todos los hombres y mujeres que son de la tierra y
las ciudades, así como también los ríos, puertos, templos, y tumbas, todo
junto, de modo que los romanos deben convertirse en señores de todo, pero
aquellos que se entregan simplemente ya no son señores de nada”. (36.4.1-
4)

Aquí el “he hablado antes” hace una referencia cruzada a 20.9-10. La


enumeración de las cosas “entregadas” es similar a la de Livio (1.38.2) y el
Bronce de Alcántara, lo que de nuevo muestra el conocimiento preciso de
Polibio sobre los términos de una deditio. Juega en dos sentidos con el
sustantivo ἐπιτροπή: primero “rendición”, segundo “autoridad”.1 De este
modo, enfatiza que la “rendición” de una parte es la “autoridad” de la otra
y así aclara su inteligente juego de palabras en 20.9.12.
El segundo pasaje viene en el largo resumen que introduce las diferen-
tes opiniones griegas sobre la justicia de las acciones romanas después de
la deditio cartaginesa del 149 a.C. Ha habido mucho debate académico
sobre cuál, o cuáles, opinion(es) favorecía Polibio.2 El hecho de que cua-
tro opiniones diferentes sean presentadas sin un arbitraje formal invita al
público a pensar y decidir por sí mismo, recuperando un modelo de ver-
siones alternativas desarrollado por Heródoto.3 Al mismo tiempo, la va-
riedad de opiniones griegas sobre el tema prueba la necesidad de aclarar la
situación, tanto implícita como explícitamente, aunque la decisión inter-
pretativa no parece muy difícil. Se da a la cuarta y última opinión el mayor
peso, tanto por su extensión (28 líneas de Teubner contra 8, 15 y 15) co-
mo a su posición. Esta opinión sostiene que los romanos “habían recibido
una rendición voluntaria de un pueblo que les había dado el derecho de
hacer lo que ellos eligieran, y cuando estas personas habían rechazado
obedecer sus órdenes habían tenido que aplicar la fuerza sobre ellos”. Esto
esquematiza precisamente lo abordado en la propia narrativa sobre la de-
ditio etolia. El reclamo de Feneas sobre la exigencia de una cosa ni justa, ni
griega halla un eco entre los griegos críticos del comportamiento romano

1
Para este “doble” significado recíproco uno podría comparar los sustantivos
como χάρις. El primer significado es, de hecho, no reconocido por LSJ, s.v., que glosa
frases tales como τὴν ἐπιτροπὴν διδόναι περὶ σφῶν αὐτῶν como “rendición incondi-
cional”, pero esto oscurece que en tales frases la palabra realmente refiere al “poder”
o “autoridad” de la persona ante la cual la rendición se efectúa. La lingüística, sin
embargo, es claramente entendida en el P.-L., s.v.
2
Cf. Baronowski (2011: 103).
3
Miltsios (2013: 85).
226 LOS ETOLIOS: ENTRE LA IRRACIONALIDAD Y LA AUTONOMÍA IRRESPONSABLE

con los cartagineses. Pero la cuarta opinión define también precisamente


lo que debería o no ser considerado un ἀδίκημα, o injusticia. Uno de los
criterios es “lo que se hace contrario a las leyes y a las costumbres”
(36.9.15). La exigencia de Glabrión no era un ἀδίκημα, ni tampoco la ac-
ción romana contra Cartago porque la deditio era una parte integral de la
cultura romana.1

1
Cf. Pédech (1964: 199).
V

DOS MODELOS DE HEGEMONÍA: ROMA EN LA


CONQUISTA DE ITALIA, CARTAGO
EN LA REBELIÓN LÍBICA

“(...) no puede ser todo puro azar que los fragmentos de Polibio concernientes a
Grecia estén llenos de conflictos políticos internos, mientras que los fragmentos
sobre Roma dan una impresión de unidad en la vida pública romana, que no co-
rresponde a la realidad… al infravalorar los conflictos internos y las tensiones
entre romanos y aliados de Italia, crea la atmósfera en la que las conquistas ro-
manas llegan a ser fáciles de comprender y difíciles de criticar”.1

Aunque las Historias fueran un producto política y culturalmente griego,


Polibio también pensaba que su obra podía ser leída con provecho por la
élite política romana, lo que lo inclinó a incluir en la narrativa algunas lec-
ciones directas, y otras indirectas, sobre cómo manejar una hegemonía de
forma moderada y duradera. En ese sentido, hemos observado de qué
modo la narración del ascenso y derrumbe de la hegemonía de Filipo so-
bre los griegos no solo estaba vinculada con el objetivo pragmático de
justificar el cambio de alianzas aqueo, sino específicamente con la necesi-
dad de explorar el problema de las variaciones en la relación entre un po-
der hegemónico y la autonomía de sus aliados. Allí, recurrió a un lenguaje
político propio de la reflexión griega, que moralizaba la explicación de la
caída de los imperios, en este caso, atribuyéndola a la degradación de Fili-
po, pero, al mismo tiempo, atribuyó al rey y a su corte una serie de accio-
nes tendientes a limitar la autonomía de sus aliados aqueos.
La exposición de las relaciones entre Filipo y los aqueos constituye
una verdadera reflexión sobre el modo correcto de ejercer la hegemonía y
sobre el modo de conservar la autonomía por los aliados con pragmatismo

1
Momigliano (1984: 229).
228 DOS MODELOS DE HEGEMONÍA

y a la vez con decoro. Estas relaciones entre poderes hegemónicos y pe-


queños y medianos Estados además se construyen discursiva e intelec-
tualmente desde la perspectiva de estos últimos, porque la mirada de Po-
libio, como historiador, es la de un político cuyo habitus se había estructu-
rado en la política de un Estado griego mediano como la Confederación
Aquea, acostumbrado a tener que acomodarse a los grandes poderes.
A continuación se estudian dos acontecimientos históricos posteriores
a la Primera Guerra Púnica, que Polibio expone con cierto detalle en la
sintética προκατασκευή de los libros 1-2. Primero, las Guerras Celtas y la
consolidación del dominio romano en Italia y, segundo, la rebelión de los
súbditos líbicos de Cartago. Se busca reconocer ambas exposiciones na-
rrativas como ejemplos calculados para presentar una experiencia exitosa
y otra fallida de imposición de la hegemonía. En última instancia, las expe-
riencias romana y cartaginesa servían como advertencias al público ro-
mano sobre los peligros de no manejar con moderación el éxito y el poder
adquirido.
1. ROMA, LA DEFENSA CONTRA LOS CELTAS Y LA
CONSTRUCCIÓN DE UNA HEGEMONÍA

La operación cultural de asimilación del comportamiento romano al grie-


go es particularmente clara en la narración de las Guerras Celtas, en las
que los romanos enfrentaron una amenaza bárbara del norte que puso en
peligro el orden impuesto sobre Italia.1 La narración se construía allí de
acuerdo con herramientas conceptuales helenísticas, que permitían iden-
tificar la victoria final romana con la de los griegos sobre los gálatas que,
tras su ataque a Delfos, se habían convertido en el nuevo paradigma de la
barbarie y de la amenaza del caos al orden civilizado. Tanto los etolios
como las grandes monarquías helenísticas, particularmente los Seléucidas,
lo habían explotado ya para legitimar sus aspiraciones hegemónicas desde
el segundo cuarto del siglo III a.C.2
Licisco en su réplica a Cleneas, ante el auditorio espartano, menciona-
ba que los etolios habían aprovechado el motivo de su victoria sobre los
bárbaros del norte tras Delfos, pero exponía a su vez que los griegos de-
bían estar mucho más agradecidos con los reyes macedonios que “en la
mayor parte de su vida lo único que han hecho ha sido emplear su tiempo
en luchar contra los bárbaros por la seguridad de los griegos
(διαγωνιζόμενοι πρὸς τοὺς βαρβάρους ὑπὲρ τῆς τῶν Ἑλλήνων ἀσφαλείας)”
(9.35.1-2). Agelao volvía a exponer esta idea (5.104), justamente porque
era parte del bagaje político cultural griego de la obra (18.37.9). El rey
como protector, en efecto, era un elemento central en la conformación
imaginaria del ideal de la monarquía helenística que, gracias a apelar a un
lenguaje moral, podía ocultar y resituar las relaciones de dominación co-
mo protección. Es la misma tónica de la carta de c.167/6 a.C. por la que
Eumenes II agradece a la Liga de los Jonios haber sido declarado κοινὸς

1
A pesar de la útil discusión de Williams (2001: 5-14) sobre el uso de “celta”,
“gálata” o “galo”, en este capítulo se hará mención exclusivamente a “celta” y, solo
cuando se mencione a los celtas instalados en Asia Menor, se utilizará “gálata”.
2
Strootman (2005: 101-102).
230 ROMA, LA DEFENSA CONTRA LOS CELTAS Y LA CONSTRUCCIÓN DE UNA HEGEMONÍA

εὐεργέτης, “benefactor común”, por sus numerosos combates sostenidos


contra los bárbaros en defensa de los griegos (πολλοὺς μὲν καὶ μεγάλους
ἀγῶνας ὑπέστην πρὸς τοὺ[ς]/ βαρβάρους) (Syll.3 763).1
La exposición de la defensa exitosa de Italia por los romanos, presen-
tados como cabeza de una coalición de aliados, apela al mismo lenguaje
político que idealiza y moraliza la naturaleza del poder hegemónico. Aun-
que Roma escapaba a una identificación directa con las experiencias pre-
vias de hegemonía, la tematización de las estrategias de construcción de su
poder recurría a parámetros asequibles para el público griego, tratando al
mismo tiempo de no desagradar al romano. En opinión de Polibio, Roma
había conseguido no solo rechazar exitosamente el ataque celta sino,
además, gracias al apoyo de sus aliados, iniciar la conquista del territorio
del valle del Po.2 ¿A qué se atribuía esto?

UNA AMENAZA BÁRBARA EN LOS MÁRGENES

En el libro 2 se introduce una extensa digresión etnográfica sobre la


Galia Cisalpina, que es quizá la más completa de la obra y que enlaza in-
mediatamente con las acciones de los celtas en Italia (2.14-17.2). La mis-
ma sitúa al público de cara al próximo relato de las Guerras Celtas, prelu-
dio del gran tumultus y de la subsiguiente conquista romana del valle del
Po (2.23-34). Desde el punto de vista de la estructura general de la obra,
la digresión permitía entender las disposiciones previas de romanos y car-
tagineses de cara a la Segunda Guerra Púnica, puesto que mostraba “en
qué gentes y en qué lugares (ἀνδράσι καὶ τόποις) confió Aníbal cuando se
propuso destruir el poderío romano” (2.14.2).
Al mismo tiempo, tenía una función paradigmática que mostraba de
qué forma los repetidos ataques bárbaros habían sido siempre “reducidos
a la nada por la resolución y capacidad de los que se enfrentaron al peligro
con inteligencia y cálculo” (2.35.8). En el libro 1, ya había adelantado que
1
Otro ejemplo es un decreto en honor de Heráclito, gobernador macedonio del
Pireo, por sus acciones contra los bárbaros en favor de la salvación de los griegos
(πρὸς τοὺς βαρβάρους ὑπὲρ τῆς τῶν Ἑλλήνων σωτηρίας) (IG 22 677, l.6).
2
La idea de una Italia unida apoyando a Roma pudo ser abordada por Fabio
Pictor, como indica la noticia en Eutropio (3.5): Sed pro Romanis tota Italia consen-
sit. Lo interesante es que aquí este apoyo itálico no es desinteresado, sino que deriva
de la necesidad de asegurar la propia salvación, aunque esto redundara, lo que Poli-
bio aclara, en la hegemonía romana (2.23.12).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 231

iba a tratar el momento en el cual los romanos habían tenido que sobre-
ponerse a la toma de su ciudad por los celtas para alcanzar la conquista de
Italia como primer paso hacia su supremacía actual (τοῖς μέλλουσι καὶ τὸ
κεφάλαιον αὐτῶν τῆς νῦν ὑπεροχῆς δεόντως συνόψεσθαι) (1.12.7; cf.
1.13.9). En el encuadre final, no solo se advierte una estrategia autoritativa
de magnificar el objeto de estudio (2.35.2-3),1 sino también su utilidad
didáctica, tan importante como la de las obras que en el pasado habían
narrado la invasión de Grecia por los persas y celtas (2.35.7). Esto posi-
cionaba a Roma, además, al menos en un plano retórico, fuera del mundo
bárbaro, del lado de la civilización porque “si los griegos necesitan apren-
der de los romanos cómo combatir a los bárbaros, entonces, los romanos
no pueden ser ellos mismos bárbaros”.2
No debe diluirse, sin embargo, la importancia de la reflexión implícita
sobre el problema de la hegemonía y la autonomía en 2.14-35 porque,
como advierte al público una prolepsis, el objetivo del pasaje es el tipo de
dominio con el que se iba a enfrentar Aníbal a partir del libro 3 (2.14.2,
24.1). Vale reflexionar, entonces, sobre el modo cómo Roma reaccionó a
la amenaza, qué recursos movilizó y cómo lo hizo. Para ello, el relato se
estructuraba en tres secciones: 1) 2.14.4-17.12: digresión geográfico-
etnográfica sobre la Galia Cisalpina; 2) 2.18-20: relación histórica de las
primeras guerras romanas contra los celtas; 3) 2.21-35: el gran tumultus
celta e invasión romana de la Galia Cisalpina.
La primera sección, que conforma el excurso etnográfico propiamente
dicho, ha motivado cierta discusión sobre su originalidad o inserción tar-
día.3 No me voy a detener sobre este problema, pues, aunque se tratara
efectivamente de una inserción tardía, lo que interesa es su funcionalidad.
Allí, Polibio delimita Italia y la llanura de la Galia Cisalpina, estableciendo
la forma, la posición, los límites y el perímetro; menciona además sus re-
cursos económicos, las características físicas de sus habitantes y sus distin-
tas poblaciones, así como la ubicación y la descripción del río Po. Final-
mente, se introduce una breve reseña del poblamiento histórico de la re-
gión y de las costumbres celtas.4 El pasaje respeta, por lo tanto, los ele-
mentos básicos de un excurso etnográfico.5

1
Marincola (2004: 34-43).
2
Williams (2001: 164).
3
Cf. HCP I: 172-173, Pédech (1964: 567).
4
Cf. Pédech (1964: 578), Williams (2001: 60).
5
Thomas (1982), López Ramos (2008: 279).
232 ROMA, LA DEFENSA CONTRA LOS CELTAS Y LA CONSTRUCCIÓN DE UNA HEGEMONÍA

Una vez descripto el escenario de los futuros acontecimientos, se pro-


porciona en la segunda sección un resumen de las primeras guerras contra
los celtas (386-282 a.C.) (2.18-20).1 De acuerdo con la reconstrucción de
Walbank, se narrarían allí los acontecimientos entre la captura de Roma y
los conflictos con los senones y boyos, con el sitio de Arrecio, la batalla del
lago Vadimón y la firma de la paz.2 La unidad temática del pasaje se ad-
vierte en el paralelo entre la cláusula inicial y la final, puesto que en 2.18.1
los celtas habían sometido a la mayor parte de los pueblos “aterrados por
su audacia (τῇ τόλμῃ καταπεπληγμένους)”, mientras que en 2.20.10 se es-
pecificaba que los romanos habían “reprimido a tiempo la audacia de los
celtas (τήν τε Γαλατῶν τόλμαν ἐν καιρῷ καταπληξάμενοι)”. La τόλμα celta
es superada y el enfrentamiento se convierte en una palestra para la guerra
contra Pirro, al que se enfrentaron como luchadores perfectos (ἀθλεταὶ
τέλειοι γεγονότες), disputando luego a los cartagineses Sicilia (2.20.8-
10).3 En la tercera sección (2.21-35), se aborda de lleno el tumultus del
225 a.C., con los combates de Fiésole y Telamón.
Como se ha advertido ya, la προκατασκευή fue compuesta especial-
mente a partir de fuentes escritas como Arato, Filarco, Filino y Fabio Pic-
tor.4 En el caso de las Guerras Celtas, no se menciona la consulta de nin-
guna fuente escrita, aunque puede suponerse cierta dependencia de Fabio
Pictor.5 Polibio era bastante capaz, sin embargo, de expresar su disenso
con respecto a esta fuente histórica (cf. 3.8.1-9.5), y creo, además, que en
esta sección del libro 2 pueden reconocerse algunos de sus objetivos pro-
pios relacionados con comprender y explicar los fundamentos del poder
romano en Italia desde la lógica del lenguaje político griego.
Los enemigos de los romanos en aquella oportunidad eran los celtas
que, como se sabe por diversos trabajos, están asociados con la barbarie
en la obra.6 Su aparición es también frecuente: οἱ Κελτοὶ (132), οἱ Γαλάται

1
La cronología de 2.18-20: HCP I: 184, Pédech (1964: 475-487).
2
HCP I: 185-187, 191.
3
La expresión ἀθλεταὶ τέλειοι γεγονότες: 1.6.6. Cf. 1.59.12.
4
Sobre las fuentes de los libros 1-2 (HCP I: 27-28). Arato: 2.56.1-2, 40.4, 47.11;
Filarco: 2.56-63; Fabio Pictor y Filino: 2.14.1-9; Filino: 2.15.1-12; Fabio Pictor:
3.8.1-9.5.
5
Mioni (1949: 121), HCP I: 27, Brunt (2001: 185), Bellen (1985: 11), Eckstein
(1987a: 4), Erdkamp (2008). Cf. Williams (2001).
6
Urban (1991), Berger (1992; 1995), Foulon (2000; 2001).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 233

(142).1 Berger reconoce solo 77 apariciones del término bárbaro, cuando


el léxico polibiano recoge 89,2 a las que habría que añadir los verbos
βαρβαρίζω (39.1.7) y ἐκβαρβαρόω (3.58.8; 11.34.5), así como el adjetivo
βαρβαρικός (3.98.3, 115.2; 11.5.6; frg. 6) y el sustantivo τὸ βαρβαρικόν
(3.3.5). Ello lleva el total de apariciones a 97, lo que hace que poco menos
de un tercio de las mismas esté asociado con la mención de los celtas.3 A
pesar de esta usual identificación entre celta y bárbaro, ello prácticamente
no ocurre en el libro 2 (2.15.8, 35.6 bis), lo que puede deberse a la estruc-
tura narrativa, sensible a la recreación coherente de los distintos puntos de
vista de los diferentes actores y, al respecto, en general, los rivales de los
romanos no suelen ser denominados “bárbaros”.4 Esto es particularmente
claro en el caso de los mamertinos, puesto que en 1.9.3-8 Hierón de Sira-
cusa los denominaba “bárbaros”, pero en el capítulo siguiente, cuando los
mamertinos llegan a Roma para solicitar ayuda, el término no aparece,
volviendo a registrarse en 1.11.7, cuando Hierón concibe el plan de expul-
sar definitivamente a estos “bárbaros” de la isla.5 Esta variación en la carac-
terización de los mamertinos fue interpretada tradicionalmente como el
reflejo de un cambio en la fuente escrita utilizada.6 Pero estas variaciones
se explican mejor como resultado del intento de construir un punto de
vista propiamente romano, para el cual la barbarie de los mamertinos no
tenía ninguna ventaja. Una división del mundo entre “grecidad” y “barba-
rie”, en ese sentido, podría solo haber sido operativa y significativa para
los griegos.
El historiador tenía a su disposición, sin embargo, diversos recursos
para representar de forma indirecta un comportamiento como típicamen-
te bárbaro. Esto se advierte en la sección del excurso dedicada a sus cos-
tumbres (2.17.8-12), donde recurre a una serie de tópicos que permiten
construir la alteridad: su hábitat en aldeas no fortificadas, su carencia de
muebles y de accesorios,7 su estilo de vida sencillo –dormir sobre la hier-

1
Foulon (2001: 320). Dos veces aparece Γάλλοι, pero corresponden a la Suda
(21.37.5) y a una corrección de un filólogo.
2
Berger (1992: 109, n. 10), P.-L., s.v. Βάρβαρος.
3
Champion (2004: 245-253), Pelegrín Campo (2004: 45, n. 3-4).
4
Erskine (2000: 173-174).
5
Erskine (2000: 173).
6
Laqueur (1913: 178-179), De Sanctis (1967: 223-224), HCP I: 53-54.
7
τῆς λοιπῆς κατασκευῆς ἄμοιροι καθεστῶτες (2.17.9). Para κατασκευῆς tanto
Walbank (HCP I: 184) como el P.-L., s.v. κατασκευῆ, proponen civilización, pero
Polibio apunta a un sentido más específico de “enseres”.
234 ROMA, LA DEFENSA CONTRA LOS CELTAS Y LA CONSTRUCCIÓN DE UNA HEGEMONÍA

ba, alimentarse con carne, guerrear y practicar la agricultura como sus


únicas ocupaciones–, su nomadismo y organización político-social primi-
tiva. Eran criterios específicos que permitían al griego “civilizado”, que
habitaba en la pólis, pensar justamente al bárbaro de los márgenes.
El éthos colectivo e individual que se les atribuía, por otra parte, tenía
rasgos bárbaros, pues prevalecía en ellos la τόλμα (audacia) y el θυμός
(emoción no razonada). Cierra el episodio, en efecto, una reflexión sobre
el carácter desdeñable de esta guerra “debido a que toda acción realizada
por los celtas se decidía más por la ira que por la razón (θυμῷ μᾶλλον ἢ
λογισμῷ)” (2.35.3). Era un episodio más de la historia en el que tantos
actos de audacia y tantos aparatos de guerra habían sido reducidos a nada
por “la resolución y capacidad de los que se enfrentaron al peligro con
inteligencia y cálculo (ἡ τῶν σὺν νῷ καὶ μετὰ λογισμοῦ κινδυευόντων αἵρε-
σις καὶ δύναμις καθεῖλεν)” (2.35.8). Varias veces se los asocia a la τόλμα
(2.15.7, 18.1, 20.10, 25.9, 35.2; 3.34.2, etc.). Pédech ha mostrado que las
facultades intelectuales, cuya esencia reside en el lógos, prevalecen siempre
sobre las actitudes irracionales humanas, entre ellas, el θυμὸς ἄλογος, que
suprime la reflexión del individuo.1 Las acciones de los celtas se caracteri-
zan por un exceso irracional (2.19.4, 21.2, 30.4, 33.2; etc.), así como tam-
bién por la arrogancia, la ostentación y la presunción.2 Foulon ve en el uso
repetido de θάρσος, por su parte, otro rasgo negativo y, en consecuencia,
lo traduce como osadía o audacia juntamente con seguridad y arrogancia
(2.23.4, 32.6). No es extraño, entonces, que se sostuviera que en Telamón
la altivez (φρόνημα) de los gesatos había sido abatida (2.30.5).
Sin utilizar específicamente el término “bárbaro”, y sin dirigirse en
primera persona al público hasta el cierre del episodio, las estrategias na-
rrativas indirectas permiten también mostrar la barbarie celta, como en la
descripción de la batalla de Telamón donde se expone la ineficacia de sus
armas (cf. 2.30.7-8, 33.2-6), en consonancia con su carencia de cualquier
tipo de ciencia (οὔτ’ ἐπιστήμης ἄλλης οὔτε τέχνης παρ’ αὐτοῖς) (2.17.10).
No solo el escudo celta resulta inútil, dada la talla de los guerreros
(2.30.3), sino que algunos, como los gesatos, como acostumbraban com-
batir desnudos se hacían más vulnerables a las armas arrojadizas (2.28.8,
29.7, 30.3). La práctica ritual de combate nudista está atestiguada en otras
fuentes, pero su inserción aquí parece calculada para generar alteridad.3
1
Pédech (1964: 210-229).
2
Foulon (2000: 341-342).
3
Civitalba: Williams (2001: 45), Liv. 38.21.10, D.S. 5.30.3; etc.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 235

No se pretende aquí negar la historicidad de la descripción del armamen-


to celta, bastante fiel a la evidencia arqueológica, sino problematizar el
sentido particular que se le da en la explicación histórica.1
Al comienzo de la refriega, por otra parte, los celtas habían conseguido
dar muerte a uno de los cónsules, C. Atilio Régulo e, inmediatamente, le
habían cortado la cabeza para llevarla a sus jefes, Aneroesto y Concolitano
(2.28.10).2 Luego, se menciona el incalculable número de bocinas y
trompetas que aterraba a los legionarios (2.29.6), así como también los
collares de oro de los guerreros celtas que estimulaban su codicia (2.29.8-
9). Todos estos elementos permitían al público ver y experimentar desde
la perspectiva romana (cf. 2.29.6-7). Walbank veía allí una copia segura de
Fabio Pictor, que habría dotado su narración de un tono sensacional para
hacer percibir al público lo único y extraordinario (ἴδιον ἦν καὶ θαυ-
μαστόν) (2.28.11), lo extraño e inusual (ξένην καὶ παρηλλαγμένην εἰκός)
(2.29.1) y lo aterrador (ἐκπληκτική) (2.29.7) del avance celta. Pédech no
estaba de acuerdo, porque para él esta descripción debía en realidad reve-
lar una experiencia personal de Polibio contra los celtas en su hipotética
participación en la campaña contra los gálatas en Asia Menor. Sin embar-
go, la presentación al público de una cierta visión de los hechos, o
ἐνάργεια, no requería necesariamente la autopsía, que a menudo era solo
un recurso discursivo para crear un efecto de lo real.3
¿Se puede a atribuir, entonces, a Fabio Pictor la tónica “sensacional”
de la descripción? Telamón, dice Polibio, constituyó un espectáculo de
carácter único y extraordinario, no solo para los que asistieron a la batalla
como soldados, y testigos presenciales, sino también para los que
pudieron formarse una imagen a partir del relato de otros (2.28.11). Para

1
Löcker (2007), v.g., reflexiona sobre este testimonio de Polibio y las espadas
celtas demasiado largas y que fácilmente se embotaban a partir de los restos depo-
sitados en tumbas, que muestran que las espadas, en efecto, tenían este tipo de
daños en el filo. Sin embargo, bien podría interpretarse esto de dos maneras: a) una
inutilización ritual; b) una evidencia de uso en la lucha y el entrenamiento.
2
Otros ejemplos de decapitación en: 3.67.3; 21.38.2-6 apud. Plu., Mul. Virt. 22;
Liv. 23.24.12; Foulon (2000: 347-348), quien observa que en la sociedad celta la
ofrenda de la cabeza cumplía una función dentro de las jerarquías sociales. Cf. Hdt.
4.64-65 (escitas), Liv. 10.26.10-11, Iust. 24.5.6, Str. 4.4.5, D.S. 5.29.4-5 (celtas).
También tracios y escordiscos utilizaban los cráneos de los enemigos como copas
(Am. Marc. 27.4.4; Ruf. Fest. 9.1; Oros. 5.23.18; Flor., Epit. 3.3.4): den Boeft et al.
(2009: 82-84), Rankin (1996: 51).
3
Zangara (2007: 59-62). Cf. HCP I: 205.
236 ROMA, LA DEFENSA CONTRA LOS CELTAS Y LA CONSTRUCCIÓN DE UNA HEGEMONÍA

Dionisio de Halicarnaso, la ἐνάργεια era una δύναμις, un poder, una fuer-


za, que consistía en hacer percibir por los sentidos aquello que era dicho
[D. H., Lys. 7. 1-2 (Orat. Ant., 2.6.4)], mientras que, para Plutarco (Art.
8.1), Jenofonte había puesto la batalla de Cunaxa ante nuestros ojos no
como una acción acabada, sino en tren de realizarse por sus dotes des-
criptivas. No habría entonces que pensar tanto en lo dicho, sino más bien
en lo que se nos intenta mostrar. Zangara (2007: 55-89) ha reconocido el
aspecto visual de esta descripción polibiana como un camino para hacer al
público “ver los hechos mismos”, adquiriendo una experiencia situada
desde el punto de vista caótico de los actores, opuesto a la mirada
sinóptica, ordenada, externa del historiador analítico con su focalización
cero. El foco en la perspectiva romana operaba un control sobre lo que se
permitía ver o no. Los legionarios (y el público) admiraban, entonces, un
cuadro impactante por su alteridad, diestramente compuesto mediante la
combinación de imágenes visuales (los collares de oro) y auditivas (las
trompetas), que permitía experimentar el estado de ánimo del soldado
romano dominado a la vez por el terror y por la codicia.
Por otra parte, estas imágenes eran eficientes porque remitían a ele-
mentos de la representación helenística del celta. El κάρνυξ, o trompeta de
guerra, aparecía en las monedas etolias, dominado y destruido, al pie de
una personificación de Etolia echada sobre una pila de θυρεός, o “escudo
alargado” celta,1 objetos que también se observan en la copia de la estatua
del gálata moribundo rendidos a los pies del guerrero.2 Estos elementos
de la cultura material celta se convirtieron en el medio convencional de
representarlos, como ocurría con unas figurillas de elefantes de terracota
pisoteando a guerreros celtas armados con θυρεός, fabricadas en Myrina,
en Asia Menor, quizá para conmemorar la victoria de Antíoco I en la bata-
lla de los elefantes.3
Adicionalmente, las cualidades morales y pasionales del celta contri-
buyen a delinear un cuadro que lo estereotipa en tres momentos claves de
la narración: el excurso etnográfico inicial (2.17.8-12), Telamón (2.28-
30) y, finalmente, la conclusión (2.35.1-10). Pero el comportamiento no

1
Quizá la imagen de la estatua colocada en Delfos (Paus. 10.18.7); cf. Scholten
(2000: 40-41).
2
Coarelli (1995: 56-57, 72-73, 78-79). La identificación del grupo Ludovisi del
Museo delle Terme con los originales del templo de Atenea en Pérgamo no es se-
gura: Strootman (2005: 125).
3
Reinach-Pottier (1885), Mitchell (2005: 283).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 237

es monolíticamente irracional en el relato porque, por ejemplo, en Tela-


món, aparecen ordenados para la batalla de tal forma que “no solo presen-
taban una formación impresionante, sino también eficaz (οὐ μόνον
καταπληκτικήν ἀλλὰ καὶ πρακτικὴν εἶναι συνέβαινε τὴν τάξιν)” (2.28.6).
También en las operaciones previas a la batalla de Fiésole logran primero
hábilmente engañar y emboscar a las tropas sabinas y etruscas, obtenien-
do una importante victoria (2.25.2-11).1 Por lo tanto, aunque exponentes
de la barbarie irracional, los celtas constituían en aquella oportunidad para
los romanos, y para Italia, una amenaza real.

UNA PAZ IMPOSIBLE Y LA IMPORTANCIA DE ATERRORIZAR AL BÁRBARO

La solución final vislumbrada frente a esta amenaza bárbara es la ani-


quilación, lo que concuerda con pasajes ulteriores de la obra:

“Prusias realizó una expedición contra aquellos y librando una batalla mató a
los hombres en la lucha cuerpo a cuerpo del mismo combate y degolló a casi
todos los niños y a las mujeres en el mismo campamento y entregó los ense-
res a los combatientes para que los saquearan. Con su acción libró a las ciu-
dades del Helesponto de un gran miedo y peligro y dejó un hermoso ejem-
plo a las generaciones futuras para que los bárbaros no pasaran con facilidad
de Europa a Asia”. (5.111.6-7)

Como los romanos en el libro 2, Prusias de Bitinia es presentado como


un παράδειγμα, un “ejemplo”, porque se había comportado como un be-
nefactor que había defendido a los griegos de la amenaza de una banda de
gálatas cortándola de raíz, es decir, había actuado como un buen rey de-
fensor. Como se ha observado ya, cuando Polibio buscaba mostrar a su
público la completa transformación de Filipo en tirano y, por ende, la
subversión total de las bases de su poder hegemónico, escogía marcar,
entre otras cosas, su decisión de expulsar a los ciudadanos de las localida-
des costeras para instalar allí a bárbaros, lo que distaba de su deber como
protector. El comportamiento de Roma, por el contrario, se ajusta al ideal
helenístico. Ahora bien, ¿por qué la necesidad de aniquilar al bárbaro?
La irracionalidad e intemperancia, así como una excesiva brutalidad,
caracterizan a los celtas que llegan incluso a destruirse entre ellos por la

1
No se trataba de legiones romanas: 2.26.1, Erdkamp (2009: 501).
238 ROMA, LA DEFENSA CONTRA LOS CELTAS Y LA CONSTRUCCIÓN DE UNA HEGEMONÍA

πλεονεξία (11.3.1; 2.19.3-4). Esta codicia es la causa de su invasión inicial


de Galia Cisalpina, para expulsar de allí a los etruscos (2.17.3), lo que a su
vez, ante el espectáculo de la prosperidad (εὐδαιμονία) alcanzada por los
nuevos dueños, lleva a otros celtas a atacar (2.18.4). Del mismo modo, la
estrategia de los embajadores insubrios y boyos para convencer a los
gesatos de unirse en la campaña conjunta contra los romanos consistió en
ofrecerles una gran suma de oro y hacerles ver “la grandeza de la prosperi-
dad romana (τῆς ᾿Ρωμαίων εὐδαιμονίας)” (2.22.2). Su afán de riqueza
aparece siempre en contextos en los que los celtas intervienen como mer-
cenarios (2.7.1-12), lo que los empuja a la deslealtad (Γαλατικὴν ἀθεσίαν)
(2.32.8).1 Este término, que implicaba la falta a la fe jurada, es poco utili-
zado, con apenas dieciséis apariciones,2 de las que cinco caracterizan es-
pecíficamente a los celtas (2.32.8; 3.49.2, 70.4, 78.2) o a personajes celtas
(Casignato y Gasátorix: 24.14.7). El término se aplica también a otros
bárbaros (11.31.1; 14.1.4, 8.9), así como también a las tres “bêtes noires”:
etolios (4.29.4), cretenses (8.21.10) y cartagineses, aunque, en este últi-
mo caso, es una opinión de Escipión (15.1.14).
Por otro lado, se lo utiliza para caracterizar también a Filipo, en su
μεταβολή de rey a tirano, como un individuo incapaz de respetar los pac-
tos. No solo el etolio Cleneas señalaba su ἀθεσία y παρασπόνδησις
(9.30.2), sino también los embajadores rodios (15.23.4), opinión que es
compartida por el propio historiador (15.24.6). En síntesis, la insistencia
en la ἀθεσία celta, que es lo que más teme de sus aliados celtas C. Flaminio
(2.32.8; cf. 11.31.5-6), revela la inestabilidad de todo acuerdo con ellos.
En 284 a.C. M. Curio Dentato envió embajadores para tratar con ellos
sobre los prisioneros, pero los celtas les dieron muerte (2.19.9). Al co-
mienzo de la Segunda Guerra Púnica, enterados de la próxima llegada de
Aníbal, iniciaron de improviso las hostilidades procediendo a saquear los
campos de Cremona y Plasencia, pero cuando los miembros de una comi-
sión senatorial propusieron una reunión para negociar, los boyos acepta-
ron persuadidos de que, capturando a los embajadores, podrían rescatar a
sus rehenes (3.40.9-10).

1
El término presenta cierta variedad semántica, dado que admite un sentido de
perfidia, inconstancia, informalidad, violación de la fe jurada y ruptura de tratado:
P.-L., s.v. ἀθεσία.
2
2.32.8; 3.49.2, 70.4, 78.2; 4.29.4; 8.21.10; 9.30.2; 11.31.1; 14.1.4, 8.9; 15.1.14,
23.4, 24.6; 18.6.7; 24.14.7, 15.2.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 239

Polibio elogiaba a los romanos, en otro lugar, por “desarmar a los cel-
tas, meterles en navíos y situarles fuera de los límites de Italia (τῆς Ἰταλίας
πάσης ἐξορίστους καταστῆσαι)” (2.7.10). Por una empresa semejante se
celebraba la nobleza de los habitantes de Alejandría en Tróade, que ha-
bían expulsado a los gálatas de toda la región (ἐξέβαλον δ’ἐκ πάσης τῆς
Τρῳάδος τοὺς Γαλάτας)” (5.111.4). Hierón II pensaba también que su
victoria aplastante sobre los mamertinos le daba una oportunidad única
de expulsarlos de toda Sicilia (ἐκβαλεῖν ἐκ τῆς Σικελίας)” (1.11.7). El re-
curso a las armas y la decisión de expulsarlos, o exterminarlos, se presenta
al público como una consecuencia natural, producto de la ira romana con-
tra ellos, pero, además, entendible en la lucha contra un rival frente al cual
ninguno de los hábitos en la guerra regular resultaba válido.
Por ello, tras la victoria de Telamón, Polibio focaliza desde la perspec-
tiva romana –coincidente con la griega helenística– y señala que, en ese
momento, los romanos habían concebido la esperanza de poder expulsar
completamente a los celtas de toda la región padana (τοὺς Κελτοὺς ἐκ τῶν
τόπων τῶν περὶ τὸν Πάδον ὁλοσχερῶς ἐκβαλεῖν)” (2.31.8). Los jefes celtas,
por su parte, llegan a percibir que el propósito de los romanos se había
vuelto invariable (2.32.5, 34.1; cf. 2.23.11), lo que se ve confirmado por
los hechos posteriores (2.35.4). Desde un punto de vista narratológico, la
perspectiva inicial de algunos celtas, causa del gran tumultus por la amena-
za de ser expulsados o exterminados, devenía la perspectiva de los roma-
nos, que veían en esto el único modo de alcanzar la seguridad de Italia.1 Al
mismo tiempo, lo que era la perspectiva inicial de romanos e itálicos, el
temor y el riesgo, se convierte en la perspectiva final de los celtas. Por lo
tanto, debido al éxito de la enérgica reacción romana, la situación da un
vuelco total.
He señalado que Polibio tematiza algunos paralelos entre los vínculos
de Roma con sus aliados itálicos y los de un rey helenístico y sus aliados
griegos, sobre todo, porque resultan eficientes para definir los términos de
una relación hegemónica ideal. En efecto, cuando se produjo el gran tu-
multus celta, los itálicos no creyeron que estuvieran a punto de pelear por
la hegemonía romana, sino por sus propias ciudades y territorio y, por
ello, estuvieron dispuestos a obedecer en todo a los romanos.2 Tampoco

1
Νομίσαντες οὐχ ὑπὲρ ἡγεμονίας ἔτι καὶ δυναστείας Ῥωμαίους τὸν πρὸς αὐτοὺς
ποιήσασθαι πόλεμον, ἀλλ’ ὑπὲρ ὁλοσχεροῦς ἐξαναστάσεως καὶ καταφθορᾶς (2.21.9).
2
συνηργεῖτο δ’αὐτοῖς πάντα καὶ πανταχόθεν ἑτοίμως. Καταπεπληγμένοι γὰρ οἱ
τὴν Ἱταλίαν οἰκοῦντες τὴν τῶν Γαλατῶν ἔφοδον οὐκέτι Ῥωμαίοις ἡγοῦντο συμμαχεῖν
240 ROMA, LA DEFENSA CONTRA LOS CELTAS Y LA CONSTRUCCIÓN DE UNA HEGEMONÍA

los celtas creían que fuera una guerra por la hegemonía, sino que, como he
observado, llegaban a pensar que era un conflicto para exterminarlos
(2.21.9), por lo que ni desde el punto de vista celta ni del itálico, los ro-
manos emprendían esta guerra para fortalecer su hegemonía y agrandar su
dynasteía. Además, los agresores que habían traspasado las fronteras de
“Italia” eran los celtas, lo que colocaba a los romanos en una posición de-
fensiva, idéntica a la de un rey “ideal” helenístico, protector y salvador de
sus aliados y exterminador de los bárbaros. Champion ha señalado que las
guerras contra latinos, etruscos, celtas, samnitas y Pirro, sintetizadas en
2.18-20, habían sido “luchas defensivas por la supervivencia que endure-
cieron a los romanos como grandes guerreros”.1 Pero Miltsios ha marcado
al respecto un punto importante, y es que en 1.6.6 se alude también a que
los romanos “se lanzaron entonces por primera vez contra las otras partes
de Italia en la idea de que luchaban ahora no por intereses ajenos sino por
algo propio y de su incumbencia (ἐπὶ δὲ τὸ πλεῖον ὡς ὑπὲρ ἰδίων ἤδη καὶ
καθηκόντων σφίσι πολεμήσοντες)”.2 La explicación de esta transformación
en la relación de Roma con el territorio itálico está expresada, entonces,
en el episodio de las Guerras Celtas, dando al pasaje un foco político simi-
lar al de la Achaica con respecto a los aqueos.
La victoria total alcanzada por los romanos, que reforzó su hegemonía
sobre los aliados itálicos, se consigue gracias al φόβος, el miedo, que los
bárbaros provocan inicialmente en los itálicos y romanos (2.23.7-12), que
permite presentar al público un ejemplo concreto de lucha por superar
esta emoción irracional como un paso decisivo en el desarrollo de las am-
biciones imperiales, dado que ya no podían temer nada peor (2.20.8-10).
Este sentimiento de amenaza, de miedo, apela tal vez a la noción latina del
metus Gallicus,3 pero no es necesario apuntar, me parece, a una parcialidad
propia, o de las fuentes consultadas, para componer un relato que justifi-
cara la ulterior política agresiva de Roma en la región.4
El anuncio de la narración de las Guerras Celtas, por otra parte, es
apropiado en el contexto del acuerdo de los romanos con Asdrúbal, cuya

οὐδὲ περὶ τῆς τούτων ἡγεμονίας γίνεσθαι τὸν πόλεμον, ἀλλὰ περὶ σφῶν ἐνόμιζον
ἕκαστοι καὶ τῆς ἰδίας πόλεως καὶ χώρας ἐπιφέρεσθαι τὸν κίνδυνον. διόπερ ἑτοίμως τοῖς
παραγγελλομένοις ὑπήκουον (2.23.12-13). Cf. 2.31.7.
1
Champion (2004: 106).
2
Miltsios (2013: 26).
3
Bellen (1985), Urban (1991; 1999: 12-15).
4
Harris (1985: 197-200).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 241

causa es el miedo que sentían por los celtas (ἀπὸ τῶν Κελτῶν φόβον)
(2.13.5). De hecho, la principal causa de la defección de Demetrio de Fa-
ros de la alianza con Roma es también su mal calibrado desprecio por el
miedo de los romanos a celtas y cartagineses (διὰ τὸν ἀπὸ Γαλατῶν τότε δὲ
διὰ τὸν ἀπὸ Καρχηδονίων φόβον περιεστῶτα Ῥωμαίους) (3.16.2).1 Tampo-
co parece casual que la narración terminara con una intervención del his-
toriador para alentar a los griegos a seguir el ejemplo romano y superar su
temor por los celtas (ὁ δ’ ἀπὸ Γαλατῶν φόβος... ἐξέπληξε τοὺς Ἕλληνας)
(2.35.9). Dada la estructura de encuadre didáctico usada, puede advertir-
se que parte de la enseñanza consistía en mostrar cómo manejar el miedo
irracional a estos bárbaros del norte, como un μάθημα o “lección” para el
público.2 Como ha demostrado Guelfucci, el término φόβος designa un
tipo de temor no razonado, instintivo y no correctamente sopesado por
los actores.3 Por lo que su superación marca un verdadero cambio de acti-
tud racional de los romanos.
En el libro 2 existe, en efecto, una relación mecánica entre tumultus
celta contra Italia y el φόβος como reacción automática de los romanos
(2.13.5, 18.9, 21.7, 22.7, 23.7), que es espontánea, producto de un temor
casi ancestral por estos bárbaros (2.23.7), pero para Polibio se trataba de
una reacción inicial infundada y, quizá por ello, introdujo una enumera-
ción exhaustiva de las fuerzas romanas en ese momento para resaltar esto
(2.24). Tradicionalmente, se creyó necesario rechazar de plano sus cifras
en ese pasaje, corregirlas o bien aceptarlas, sin atender al contexto narrati-
vo.4 Su exposición responde, sin embargo, a una construcción preconce-
bida que busca mostrar la participación activa de los distintos aliados itáli-
cos junto con su respectivo poderío demográfico y militar. Esto sería
coherente con un procedimiento habitual en la historiografía griega, pues-
to que, sin necesidad de remontarse a Homero, existe un parecido con la
enumeración de las fuerzas griegas en Salamina (Hdt. 8.43-48) o ante la
invasión persa de 480 a.C. y la gálata del 279 a.C. (Paus. 10.20.1-5). Las
cifras se proporcionaban por grupos regionales, lo que entra en contradic-
ción, sin embargo, con el procedimiento de reclutamiento romano por

1
Pero los romanos son más peligrosos cuando están bajo el efecto del miedo, lo
que vuelve el razonamiento de Demetrio errado (3.75.8; 6.18.2).
2
Guelfucci (2010a: 338).
3
Guelfucci (1986: 228-229).
4
Erdkamp (2008: 151). Walbank (HCP I: 196-199) individualiza los problemas
relativos a las cifras.
242 ROMA, LA DEFENSA CONTRA LOS CELTAS Y LA CONSTRUCCIÓN DE UNA HEGEMONÍA

comunidades individuales.1 Recientemente, con todo, un estudio de ar-


queología espacial ha advertido sobre la fidelidad de las cifras, al menos,
de acuerdo con los números estimativos de la población de Italia a fines
del siglo III a.C.2
¿Por qué presentar este catálogo en ese contexto? Porque Roma apa-
rece así como una rival de temer, realzando al mismo tiempo la audacia
del plan de Aníbal. En opinión de Erdkamp, la principal función del catá-
logo “radica en acentuar la naturaleza compuesta de la alianza bajo hege-
monía romana y en presentar así una Italia unificada que se enfrenta a un
enemigo común”.3 El autor apunta, para ello, sin embargo, al peso como
fuente de Fabio Pictor, que habría recurrido a modelos historiográficos
helenísticos para apuntalar ideológicamente la nueva posición romana.
Sería posible así reconocer en este pasaje sentidos incorporados tanto por
Polibio –el ideal de una Grecia unida frente a los poderes externos como
modelo para una Italia unida– como por Fabio Pictor –el parangón de la
victoria romana en Telamón con las de las monarquías helenísticas sobre
los gálatas–.4 Para Erdkamp, esto no sería sorprendente, puesto que Fabio
Pictor habría estado pensando en un público principalmente griego, aun-
que habría operado una inversión porque, a diferencia de los catálogos
griegos, Roma era presentada como numéricamente superior para impre-
sionar.5 Esta influencia es innegable, pero no sería necesario defender una
copia pasiva, o bien una escisión entre elementos propios y los de Fabio.
Dos temas parecen importantes porque están vinculados a los intereses de
Polibio: primero, que los aliados itálicos se alinearon inmediatamente con
Roma, colaborando en la defensa de Italia; segundo, que Roma los había
organizado para, en última instancia, aniquilar la amenaza bárbara. Ambos
son tópicos de la propaganda real helenística, pero también permean las
Historias. Veamos qué motivo proporciona el historiador para narrar las
Guerras Celtas:

“Porque nadie, aunque le asusten los numerosos recursos, armas y hombres,


renunciaría a su esperanza suprema, la de luchar por su propio país y por su
patria, si tiene ante sus ojos (λαμβάνων πρὸ ὀφθαλμῶν) lo extraordinario de

1
Erdkamp (2008: 151), Scheidel (2004: 4).
2
Yntema (2008).
3
Erdkamp (2008: 151).
4
Erdkamp (2008: 138-139).
5
Erdkamp (2008: 149-150).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 243

las acciones de entonces y si recuerda cuántos miles de hombres, cuántos ac-


tos de audacia y qué cantidad de aparatos de guerra fueron reducidos a la
nada por la resolución y capacidad de los que se enfrentaron al peligro con
inteligencia y cálculo”. (2.35.8)

Las acciones de los romanos podían parangonarse con las de los grie-
gos de antaño, que habían vencido a persas y celtas, y merecían convertir-
se, por lo tanto, en un ejemplo para los griegos del presente y ello, creo,
debido al motivo del miedo dominado: “el terror a los celtas ha conster-
nado (ἐξέπλεσε) ya muchas veces a los griegos” (2.35.9). En el libro 3 se
adelantaba de qué modo, con su campaña en Asia Menor, los romanos
habían liberado a sus habitantes de su violencia incontestada (κατα-
λύσαντες τήν Γαλατῶν ὕβριν ἀδήριτον), de su miedo al bárbaro y de la
criminalidad de los gálatas (ἀπέλυσαν δὲ τοὺς ἐπὶ τάδε τοῦ Ταύρου κατοι-
κοῦντας βαρβαρικῶν φόβων καὶ τῆς Γαλατῶν παρανομίας) (3.3.5; 21.41.2).
Liberados de su propio miedo, podían no solo ser un ejemplo, sino con-
vertirse en libertadores de los griegos y hacer su hegemonía tolerable so-
bre la base de esta actitud evergética.
Por lo tanto, la magnitud de los recursos movilizados en 2.24 muestra,
por un lado, lo infundado del temor, meramente psicológico, mientras
que, por el otro, permite presentar a los romanos como rivales de peso
para la Segunda Guerra Púnica. La enumeración de las fuerzas romanas,
en efecto, podía dar una pista al público sobre la audacia del plan de
Aníbal, que, como sabemos, aunque bien proyectado, estaba destinado al
fracaso por no ajustarse a un momento adecuado (11.19.6-7),1 puesto que
la hegemonía romana en Italia ya estaba firmemente establecida, en parte,
debido al dominio del φόβος a los bárbaros, que van a ser los principales
aliados de los cartagineses. Y, en efecto, el dominio de este temor es signi-
ficativo por su uso repetido en la narrativa de las Guerras Celtas del sus-
tantivo φόβος (2.13.5, 18.9, 21.7, 22.7, 23.7), de los adjetivos φοβερόν
(2.23.7, 31.7, 33.2), κατάφοβοι (2.21.6) y δεινός (2.20.8), y también de
algunos verbos significativos como aterrorizar (καταπλήσσω), que expresa
lo que los celtas provocaban en los itálicos (2.18.1, 23.13) y, también, lo
que los romanos provocarán luego a los bárbaros (2.18.8, 20.9, 31.9).

1
Musti (1978: 66, n. 23) encuentra un paralelo entre la forma en que Polibio
presentaba la osadía de Aníbal (2.24.1) y la de Tucídides con la expedición atenien-
se a Sicilia (Thuc. 6.1.1; 6.1), en la que justo quería mostrarse la ineficacia de la
τόλμα contra oponentes fuertes: Desmond (2006: 376).
244 ROMA, LA DEFENSA CONTRA LOS CELTAS Y LA CONSTRUCCIÓN DE UNA HEGEMONÍA

Además, se menciona el carácter καταπληκτικός (2.28.6, 32.6; cf. D.S.


5.31.1) o ἐκπληκτικός (2.29.7), esto es “aterrador”, de los celtas, que asus-
taban, ἐκπλήττω, a los romanos (2.29.5, 9).
En su breve intervención final para encuadrar al público, Polibio afir-
ma, por su parte, haber escrito aquellas líneas para que los griegos no se
asustaran (ἐκπλήττωνται) ante las repetidas irrupciones de los bárbaros
(2.35.6), pues, en sus propios días “el terror a los celtas ha consternado
(ἐξέπληξε) ya muchas veces a los griegos” (2.35.9), asustados (κατα-
πλαγείς) debido a “los numerosos recursos, armas y hombres” de los bár-
baros (2.35.8). De acuerdo con su concepción del φόβος, debía produ-
cirse una reacción racional ante esta emoción, pero sin eliminarla comple-
tamente. En buena medida, este estado podía alcanzarse por medio de la
emulación de las acciones de los antiguos, mediante el recurso a la histo-
ria, a la experiencia de otros, que enseñaba que la τόλμα, la audacia, siem-
pre había sido derrotada por el νοῦς y el λογισμός (2.35.6-8). La capacidad
romana para dominar su propio miedo y, a su turno, para también infligir-
lo situaba decididamente a Roma en la posición de ejemplo.
A propósito de la definición de ἐνάργεια propuesta por Plutarco para
las descripciones de las batallas de Cunaxa en Jenofonte y de Siracusa en
Tucídides, Zangara dice que “en lugar de ‘decir’ el miedo, la angustia o el
deseo de los hombres de lidiar con los acontecimientos, el historiador los
‘muestra’ dejando por así decir la palabra a la eficacia de los gestos”.1 Poli-
bio, en cambio, dice el miedo, pero limita su intervención directa al final,
lo que le permite encuadrar didácticamente al público, que ya está prepa-
rado para ser aleccionado. En este tipo de narraciones, los combatientes
eran los delegados de la mirada del público, pero, a la vez, los actores con
los cuales podía este identificarse. La “lección del ejemplo ‘obliga’: la ima-
gen de las desgracias de los demás está atravesada por una fuerza limitante
que nos deja un margen de libertad muy reducido”.2 Desde la descripción
de la batalla de Telamón, el público se convertía en espectador privilegia-
do, que podía incorporar un modelo gracias a “formar una imagen viva de
lo acontecido a partir de las palabras (ὑπὸ τὴν ὄψιν λαμβάνειν ἐκ τῶν
λεγομένων τὸ γεγονός)” (2.28.11) y, en el cierre, en el encuadre, aparecen
los mismos términos para señalar que nadie renunciaría a la esperanza
suprema de defender su libertad contra los bárbaros “si tiene ante sus ojos

1
Zangara (2007: 288).
2
Zangara (2007: 299).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 245

(λαμβάνων πρὸ ὀφθαλμῶν) lo extraordinario de las acciones de entonces”


(2.35.8).
El relato de Telamón fue construido, entonces, para que el público ob-
servara desde la perspectiva de los legionarios. El orden aterrador de los
celtas, sus adornos de oro, su escudo pequeño que dejaba ver sus inmen-
sos cuerpos, su desnudez y los sonidos aterradores del κάρνυξ. Aunque en
un primer momento estaban atemorizados, los romanos habían finalmen-
te enfrentado su miedo de manera racional. En el siguiente gran enfren-
tamiento con los celtas en la Cisalpina, actuaron sagazmente (ἐμφρόνως),
puesto que los tribunos hicieron gala de una buena previsión (πρόνοιαν),
que les permitió obtener una gran victoria gracias a la virtud (ἀρετή), pese
al error táctico del cónsul (2.33.1-9). No quedan allí rastros del temor:
“Pues habiendo observado de los encuentros anteriores que la raza gala es
muy temible, en el primer embate, por las muestras de furor, mientras
permaneciera intacta y que sus espadas, por el modo de su fabricación,
según se dijo antes, tienen el primer golpe de tajo como el único efectivo
pero que a partir de este se embotan rápidamente” (2.33.2-3; cf. 2.30.8;
3.114.2-3).
Foulon comenta al respecto que, entre los celtas, “no solamente los
hombres, sino las armas carecen de resistencia”, porque su éthos está for-
mado también de μαλακία, “blandura”, y φυγοπονία, “falta de resistencia”
(2.79.3-4).1 Como otros bárbaros, estos representaban un peligro real en
el primer asalto, que ya habían experimentado en Telamón (2.30.8). El
θυμός celta era φοβερώτατον, muy temible, pero podía ser disciplinado si
se razonaba y se dimensionaba, capitalizando la experiencia histórica. En-
frentados a su temor, y habiéndolo dominado, los romanos se convierten
en ἀθλεταὶ τέλειοι γεγονότες, lo que implicaba fundamentalmente un en-
trenamiento mental, pues, “no podían ver ni esperar nada más terrible que
lo que ya les había sucedido” (2.20.8). Se ha observado ya que la τόλμα, la
audacia, era una de las características colectivas atribuidas a los celtas que
a los romanos les había permitido ganar el apoyo de los itálicos “aterrados
por su audacia (τῇ τόλμῃ καταπεπληγμένοι)” (2.18.1). Pero los romanos
consiguieron reducir a los bárbaros del norte a la misma situación, de
acuerdo con el plan inicial cuando firmaron la paz con Asdrúbal y “deci-
dieron hacer frente a los celtas y correr el riesgo en una lucha con ellos
(καὶ διακινδυνεύειν πρὸς αὐτούς)” (2.13.6). En ese sentido, finalmente, los

1
Foulon (2000: 352).
246 ROMA, LA DEFENSA CONTRA LOS CELTAS Y LA CONSTRUCCIÓN DE UNA HEGEMONÍA

jefes insubrios, al percibir la animosidad romana y su deseo de expulsarlos


del norte de Italia, se deciden a probar fortuna y “arriesgar su situación de
forma total (καὶ διακινδυνεῦσαι πρὸς αὐτοὺς ὁλοσχερῶς)” (2.32.5). En las
Guerras Celtas se narra, pues, un vuelco en la situación general, que, a la
luz de las fuerzas enumeradas en 2.24, estaba sellado de antemano. Los ro-
manos solo necesitaban desarrollar su conciencia hegemónica, e implan-
tar un dominio sólido sobre Italia.
Junto a esta transformación “mental”, se redefine la posición con res-
pecto a sus aliados. Momigliano desconfiaba de los pasajes sobre Roma,
que dan en el libro 6 una impresión de unidad y falta de conflictividad con
sus aliados itálicos.1 Desde un punto de vista narrativo, se puede re-
conocer, sin embargo, un interés en desarrollar progresivamente el ascen-
so romano a la hegemonía sobre Italia, sobre todo, si se tiene en cuenta
dos cuestiones sobre el episodio de las Guerras Celtas. La primera, que la
reflexión tiene un sustrato político-cultural helenístico de comprensión de
las bases de la hegemonía romana, no del imperio. No interesan específi-
camente los términos jurídicos de la alianza tejida en Italia. La segunda
cuestión, es que el historiador muestra interés, por el contrario, por los
aspectos formales de dicha alianza, lo que lo lleva a reducir al máximo las
tensiones internas y a mostrar solo la actitud general de los romanos como
cabeza de una gran alianza, y específicamente como defensores contra los
bárbaros que se ganan la εὔνοια y la πίστις de los itálicos por este servicio.
En realidad, la alianza romana estaba lejos de ser voluntaria, lo que Polibio
no pretendía elidir, pero intentaba hacerla comprensible para el público
griego. En 2.23-24 se presenta una Italia unida y firmemente alineada de-
trás de Roma porque no era una guerra por la hegemonía, sino de salva-
ción frente a los bárbaros (2.23.12-13).
El resultado final se advierte durante la invasión de Aníbal, cuando, en
efecto, “ninguna ciudad itálica se había pasado a los cartagineses, sino que
se mantenían leales (ἀλλὰ διετήρουν τὴν πίστιν)... Esto puede ser un indi-
cio del respeto y de la estimación de que gozaba la república romana entre
los aliados (ἄν τις τὴν κατάπληξιν καὶ καταξίωσιν παρὰ τοῖς συμμάχοις τοῦ
Ῥωμαίων πολιτεύματος)” (3.90.14). En realidad, κατάπληξις no es respeto,
sino temor.2 Por lo tanto, la hegemonía romana se fundaba sobre la acep-
tación de su primacía, pero, además, sobre el temor a desafiarla. La narra-
ción de las Guerras Celtas mostraba, de ese modo, el progresivo paso de la
1
Momigliano (1999: 52).
2
Thornton (2006: 166).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 247

hegemonía a la dynasteía, de su posición hegemónica a la imposición de


un dominio efectivo. Los romanos habían decidido ir a la guerra porque
consideraban que no solo no dominarían (δυναστεῦσαι) Italia, sino que
tampoco estarían a salvo mientras los celtas se encontraran apostados en
sus fronteras (2.13.6). La amenaza bárbara había tenido un efecto secun-
dario importante al alinear voluntariamente a los aliados itálicos.
La imagen que un Estado era capaz de exhibir en el sistema interestatal
era fundamental para explicar su éxito o su fracaso en el mantenimiento
de la cadena de alianzas. La presentación de la ruptura entre Roma y Eu-
menes II es ilustradora al respecto. El senado había decidido no darle au-
diencia al rey debido a que: “Sobre el reino de Eumenes se cernía el grave
peligro de los gálatas, y era evidente que esta repulsa humillante iba a des-
alentar a los aliados del rey y a redoblar el ánimo de los gálatas ante la con-
tienda” (30.19.12). Una analogía con el comportamiento de la calle no
estaría descaminada, puesto que entre sectores marginales, donde la pre-
sencia de la ley y el poder de coerción externo son muy bajos, “tener un
nombre”, es decir, una reputación, constituye una preocupación central
porque de ella derivan el respeto y la seguridad frente a los otros.1 Esci-
pión Africano resolvió enfrentar a los íberos solo con sus tropas itálicas
para mostrar que habían “vencido a cartagineses y celtíberos por el coraje
de los romanos, por nuestra propia fuerza” (11.35.6). Con las Guerras
Celtas Roma logró un nombre, tanto frente a sus enemigos como frente a
sus aliados.
En ese sentido, quizá como advirtió Momigliano, pero con otras pala-
bras, los fundamentos iniciales de la hegemonía romana se volvían fáciles
de explicar y de comprender para el público griego, puesto que incluían,
desde un punto de vista pragmático, una importante cuota de φόβος, pero
también, desde su perspectiva idealista, una razonable cantidad de εὔνοια
de parte de los aliados. Abílix, un íbero, con la intención de engañar a Bós-
tar, que era el gobernador militar cartaginés de la región del Ebro, había
sugerido que ya no era momento de retener por el miedo los dominios de
Iberia (Οὐκέτι δύνασθαι Καρχηδονίους φόβῳ συνέχειν τὰ κατὰ τὴν
Ἰβηρίαν), sino que las circunstancias exigían lograr la benevolencia de los
sometidos (προσδεῖσθαι δὲ τοὺς καιροὺς τῆς τῶν ὑποταττομένων εὐνοίας)
devolviéndoles los rehenes (3.98.6). Polibio no creía que una hegemonía
pudiera basarse solo en la εὔνοια de los aliados, pues, como se observó

1
Anderson (1999: 66-67, 72-74), Eckstein (2006: 63-64).
248 ROMA, LA DEFENSA CONTRA LOS CELTAS Y LA CONSTRUCCIÓN DE UNA HEGEMONÍA

cuando se habló de la situación de Filipo tras la paz de Naupacto, el joven


rey había logrado la εὔνοια de sus aliados griegos, pero también el terror
de los etolios. Ganar la buena voluntad de los aliados y aterrorizar a los
enemigos eran fundamentos claves de la hegemonía y Roma había logra-
do ambas cosas en sus Guerras Celtas.
2. ἘΜΦUΛΙΟΣ ΠOΛΕΜΟΣ EN ÁFRICA:
MERCENARIOS, BARBARIE Y LAS VENTAJAS DE
UNA HEGEMONÍA MODERADA

Tras finalizar la Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.), Cartago tuvo que
hacer frente a una rebelión de súbditos líbicos, a causa de un incremento
en la tributación, juntamente con el alzamiento de sus mercenarios vete-
ranos de la guerra en Sicilia por un descuido en su paga.1 No era el primer
alzamiento líbico de su historia (D.S. 14.77.1-6; 15.24.2-3),2 pero en esta
ocasión la insurrección duró un poco más de tres años y puso en jaque la
propia supervivencia de Cartago (1.88.7). Polibio, por su parte, atribuía al
acontecimiento cierta importancia, a juzgar por el espacio dedicado, más
de la cuarta parte del libro 1 (65-88) y, aunque su relación de las acciones
no es exhaustiva, incluso frustrante,3 el relato tiene una concisión cohe-
rente con el carácter sintético de los dos primeros libros.
Su inclusión, además, tenía un sentido didáctico-moral explícito, con
el abordaje de cuatro temáticas para beneficio del público: 1) un ejemplo
de “guerra sin tregua”; 2) el uso de mercenarios; 3) la diferencia entre
bárbaros y civilizados; 4) claves para entender la Segunda Guerra Púnica.4
El público atento podía notar que, pese a la centralidad en la narrativa del
alzamiento de los mercenarios,5 se trataba principalmente de una rebelión
de los súbditos líbicos contra el poder cartaginés.6 No es descabellado
argumentar, por lo tanto, que el historiador buscaba brindar una lección
sobre el ejercicio eficaz de la hegemonía, adelantando algunas de las ideas

1
Sobre las fuentes del conflicto: Hoyos (2007: 263-274).
2
Apoyo líbico a Agatocles: D.S. 20.3.3, 17.1, 38.1, 55.5, 64.2; Iust. 22.6.12; cf.
Hoyos (2007: xiii).
3
Hoyos (2007: xxi).
4
HCP I: 131-132; cf. 1.65.6-9.
5
Péré-Noguès (2001).
6
Loreto (1995).
250 ἘΜΦΥΛΙΟΣ ΠΟΛΕΜΟΣ ΕΝ ÁFRICA

que desarrollaría ulteriormente en 10.36 con la deserción de los íberos.

UNA GUERRA INTERNA

Polibio dice que los cartagineses “tenían a la vista el comienzo de otra


guerra mayor y más temible. En efecto, antes habían disputado con los
romanos por la posesión de Sicilia pero ahora iban a luchar por ellos mis-
mos y por su patria, bajo el peso de una guerra interna… Por ello com-
prendieron claramente cuán grande es la diferencia entre una guerra exte-
rior y transmarina y una rebelión y revuelta interiores” (1.71.4-7). El
mundo del historiador ya no coincidía exclusivamente con el de la pólis,
sino que incluía, como los acontecimientos narrados en su historia, los
hechos también de las confederaciones y de los reyes. Esto hace entendi-
ble su aplicación en este caso de la idea clásica de “guerra interna”,
ἐμφύλιος στάσις καὶ ταραχή, que permitía instalar la rebelión líbica en el
ámbito de la revuelta y del movimiento político interno.1 Pero no existe
uniformidad en las fuentes a la hora de denominar el conflicto, lo que se
traslada directamente a los estudios modernos. Así, Huss habla de “guerra
líbica”, Gsell y Lancel, por su parte, prefieren “guerra de los mercenarios”,
mientras que Loreto la llama “insurrección líbica”.2 Entre los antiguos,
Diodoro utilizaba “guerra de los mercenarios” (D.S. 25.2.1) y “guerra de
África” (D.S. 25.8; 26.23), en tanto que Apiano y Tito Livio optaban por
“guerra de África” (App., Iber. 4.15; Liv. 21.1.4, 2.1). Polibio, por su parte,
habla de “guerra líbica” (2.1.3), pero también de ἄσπονδος πόλεμος, “gue-
rra sin tregua” (1.65.6), denominación adoptada por Hoyos.3
Ahora bien, nadie parece haberse detenido en el uso reiterado del sin-
tagma ἐμφύλιος πόλεμος para designar este conflicto, lo que tiene que estar

1
El uso de ἐμφύλιος πόλεμος es problemático. Para Walbank (HCP: 131) se de-
be a la alianza de los mercenarios con los súbditos líbicos (HCP I: 131). Loreto
(1995: 37-39), en cambio, estima que su uso remite al carácter “interno”, quizá
como un punto de vista geográfico. En realidad, el uso del adjetivo no se limita a
acompañar a πόλεμος (1.65.2, 71.5), sino que acompaña a στάσις (1.71.7), ταραχή
(1.71.7; 3.9.9), pero, además, el conflicto también se designa como ἀπόστασις
(1.70.9, 72.4-6, 82.9, 88.5), κίνημα (3.9.8) o στάσις (1.66.10, 67.2-5, 71.7) y ταραχή
(1.69.6, 71.7; 3.10.1), que por sí solas reflejan el carácter interno del conflicto:
Pelegrín Campo (1999: 170, n. 19).
2
Huss (1985: 252), Gsell (1920), Lancel (1992: 390), Loreto (1995).
3
Hoyos (2007). Cf. Hoyos (2003: 34),“la revuelta de África”.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 251

vinculado con el problema de la rebelión líbica.1 Apiano parece expresar la


misma idea cuando diferencia entre la posición de los mercenarios y la de
los súbditos africanos en el ejército cartaginés (App., Sic. 2.3) y llega así a
distinguir, incluso, entre los premios prometidos por Amílcar “a sus mer-
cenarios celtas y a sus aliados africanos” (App., Iber. 4.15; cf. Pun. 5).2 Po-
libio reconoce, por supuesto, el peso causal del motín mercenario previo
(στασιάσαντες οἱ μισθοφόροι) para la Guerra Líbica (Λιβικὸν πόλεμον)
(2.1.3),3 pero hay una problemática recurrencia del adjetivo ἐμφύλιος,
específico y de raro uso en la obra. Se registran doce apariciones, junto a
sustantivos como πόλεμος (1.65.2, 71.5; 2.18.4; 6.46.9; 24.3.1; 30.11.4),
διαφορά (6.46.7), στάσις (1.71.7; 4.81.13; 6.46.7; 32.5.1), ταραχή (1.71.7;
3.9.9) y φόνος (36.17.13). Por un lado, llama la atención que cuatro de las
doce apariciones ocurran a propósito de este conflicto (1.65.2, 71.5, 71.7;
3.9.9). Por otro lado, ἐμφύλιος siempre acompaña a un sustantivo en un
contexto de conflicto civil, generalmente con πόλεμος (seis apariciones),
siendo un sintagma conocido desde época clásica. Como señala Loraux,
ἐμφύλιος πόλεμος es un eufemismo para denominar la guerra civil, que
recurre a un sustantivo relacionado con la guerra externa y a un adjetivo
que la traslada al interior de la comunidad, ἐμφύλιος, que nace dentro del
φῦλον (raza, linaje), es decir, entre los propios ciudadanos.4
Polibio advertía además que los cartagineses tenían ante sí una guerra
mayor (μείζονος) y más temible (φοβερώτερος), en la que “iban a arries-
garse” (κινδυνεύσειν) por su propia supervivencia y conocerían la diferen-
cia entre una guerra extranjera y transmarina (ξενικὸς καὶ διαπόντιος πό-
λεμος) y una rebelión y revuelta interiores (ἐμφυλίου στάσεως καὶ ταρα-
χῆς) (1.71.4-7). Se establece primero una diferencia de grado entre ambos
tipos de guerra, pero luego se despoja a la rebelión de su carácter de
πόλεμος para contrastarla retóricamente con la “guerra externa” regular.
Es difícil no reconocer allí un eco de Platón, que escribía en Las Leyes
(624a-630e), a propósito de la comparación entre στάσις y πόλεμος, que

1
Se ha planteado que los mercenarios solo habrían cambiado de empleador, so-
bre la base de la noticia de las colaboraciones de las mujeres líbicas para las “solda-
das” (ὀψωνίων) (1.72.6), lo que se ha apuntalado por la aparición de algunas mone-
das, sin datación exacta, con la leyenda ΛΥΒΙΩΝ, quizá para pagar a los mercena-
rios: Loreto (1995: 92). Cf. Hoyos (2007: 79-80, 139-143).
2
Cf. Griffith (1975: 219-220).
3
Péré-Noguès (2001: 78-79).
4
Loraux (2008: 190).
252 ἘΜΦΥΛΙΟΣ ΠΟΛΕΜΟΣ ΕΝ ÁFRICA

la στάσις era “la guerra más grande”, la más penosa y la más peligrosa.
En el libro 6, por su parte, se diferencia claramente ambos tipos de
guerra. A propósito de la discusión de la constitución espartana, se advier-
te que las disposiciones de Licurgo habían sido muy saludables para: 1) la
concordia ciudadana; 2) la preservación de la libertad (6.48.1-2). El pro-
pio Polibio había proporcionado una respuesta antes: “Dos son los presu-
puestos necesarios para salvar cualquier ciudad: el coraje contra eventua-
les enemigos y la concordia ciudadana; Licurgo, afirman, cuando eliminó
la avaricia, con ella suprimió también, naturalmente, cualquier discordia y
revolución” (6.46.7). Una discordia, un movimiento, una revolución, en
definitiva, una guerra interna, poseía una naturaleza distinta de la guerra
externa y, por lo tanto, las virtudes para hacerle frente también diferían.
No solo en el plano interno estas virtudes jugaban un papel clave, sino
también en el plano del dominio y la hegemonía (6.48.1-8), el talón de
Aquiles de los espartanos, que se habían mostrado como “los hombres
más ambiciosos y ávidos de poder y riqueza (φιλοτιμοτάτους καὶ φιλαρ-
χοτάτους καὶ πλεονεκτικωτάτους ἀπέλιπε)” (6.48.8).
Es importante advertir que estas virtudes morales se convertían en
respuestas teóricas a los problemas de orden interno, libertad y hegemo-
nía que todo Estado griego afrontaba. Al respecto, los cartagineses adole-
cían del mismo vicio moral que los espartanos, con una disposición colec-
tiva hacia la φιλαρχία y la πλεονεξία, ἔμφυτον (connatural, de nacimiento)
(9.11.2). Esta idea de vicio connatural estaba ligada a tres pueblos que son
considerados las bêtes noires. Los etolios, con ἔμφυτον ἀδικίαν καὶ
πλεονεξίαν (2.45.1), o ἔμφυτον ἀλαζονείαν (4.3.1); y los cretenses, con ἔμ-
φυτον σφίσι πλεονεξίαν (6.46.9). Por lo tanto, la φιλαρχία y la πλεονεξία
cartaginesas eran características étnicas, que generaban tensión con sus
aliados y súbditos (1.72.3; 3.98.6-8; 9.11.1-3; 10.36.2-7), lo que los hacía
responsables moral y pragmáticamente por la rebelión en África.
En efecto, la ἐμφύλιος πόλεμος había estallado no solo por el retraso en
el pago a los mercenarios, sino también por el trato infligido a los súbditos
líbicos (1.72.1-7). En 1.65.3, luego de afirmar que una ἐμφύλιος πόλεμος
había sorprendido tanto a romanos como cartagineses, añadía: “a los car-
tagineses, por el mismo tiempo, la que ni pequeña ni despreciable se des-
encadenó contra los mercenarios, contra los númidas y los libios que con
ellos se habían sublevado”. La traducción aquí adoptada por Díaz Tejera
no alcanza a reflejar el claro contraste, pues, textualmente dice “contra los
extranjeros (πρὸς τοὺς ξένους)”. Se trata de una denominación corriente
ÁLVARO M. MORENO LEONI 253

para los mercenarios desde el siglo IV a.C., pero no es la más común, ni la


más específica.1 Su uso en este contexto permitía poner el acento en el
carácter extranjero de los mercenarios frente a sus aliados númidas y li-
bios.2 Ξένοι y μισθοφόροι eran los términos utilizados de forma más regu-
lar en las Historias, lo que concordaba con el uso helenístico, pero no son
exactamente sinónimos porque el primero connota despectivamente al
mercenario bárbaro.3 Por lo tanto, era un movimiento de mercenarios
bárbaros, de númidas y también de libios. El contraste con la situación
romana, de la rebelión de Falerios (241 a.C.), era evidente y permitía al
público percibir la distancia entre ambas situaciones.
Aquella ἐμφύλιος πόλεμος equivalía, en efecto, a la rebelión líbica, pero
sin ξένοι pues no se servían de mercenarios. Guerra externa y guerra inter-
na, por lo tanto, no se confundían y, como tenían ejércitos ciudadanos,
rápidamente podían alejar la amenaza. En la introducción a la ἐμφύλιος
πόλεμος, se proponía a su público una enseñanza sobre el uso adecuado de
mercenarios y, sobre todo, ayudarlo a calibrar “en qué y en cuánto se dife-
rencian los caracteres confusos y bárbaros de los que se han moldeado en
la educación, en las leyes y en las costumbres ciudadanas” (1.65.7). Roma,
por su parte, utilizaba ciudadanos como soldados, moldeados por educa-
ción, leyes y costumbres propias,4 lo que la diferenciaba de los cartagine-
ses, que recurrían a extranjeros (ξενικαῖς δυνάμεσι) (1.71.1):

“La causa de todo esto radica en que los cartagineses echan mano de tropas
extranjeras y mercenarias (ξενικαῖς καὶ μισθοφόροις χρῶνται δυνάμεσι); los
romanos, de ciudadanos y de hombres procedentes de sus campiñas (δ’ἐγ-
χωρίοις καὶ πολιτικαῖς). Desde esta perspectiva, su constitución es preferible
a la cartaginesa: estos depositan siempre su esperanza de libertad en el coraje
de sus mercenarios; los romanos en el suyo propio y en la ayuda que les pres-
tan sus aliados”. (6.52.4)

1
Trundle (2004: 10-21), Ziegler (1967: 1442-1443).
2
Hoyos (2007: 119, n. 16), quien traduce ξενοί en 1.76.9 como “libios y extran-
jeros”, aunque algunas líneas más arriba Polibio se refiere a las tropas de la alianza
como “libios y mercenarios (μισθοφόροι)” (1.76.6). La doble denominación res-
ponde en el primer caso (ξένος) a su carácter extranjero, mientras que la segunda
(μισθοφόρος) a su carácter de asalariados: Launey (1987: 26-30).
3
Pelegrín Campo (2000: 68-69, 72-74).
4
Cf. Pédech (1964: 410).
254 ἘΜΦΥΛΙΟΣ ΠΟΛΕΜΟΣ ΕΝ ÁFRICA

Como señala Griffith,1 se trata de una antítesis retórica, pero ello no


anula la asociación entre Cartago y el uso de mercenarios,2 que ayuda a
racionalizar las debilidades del sistema de dominio púnico. Sus recursos
eran diametralmente opuestos a aquellos de los romanos para la defensa
de Italia durante la invasión celta y, además, estaban en crisis, pues el al-
zamiento de los mercenarios ponía en marcha una guerra externa contra
ξένοι de diferente cultura, a la vez que el alzamiento líbico encendía una
guerra interna, cuya complejidad ocasionaba algunos problemas de tipo
expositivo que se solucionaban eliminando progresivamente el conflicto
interno en favor de una focalización en las acciones de los líderes merce-
narios. Al respecto, se ha sugerido que esta simplificación estaba vinculada
a un procedimiento estándar de atribuir las responsabilidades a los líderes,
considerando a la masa como un actor histórico con limitada agencia,3 y,
en efecto, una comparación con las demás fuentes revela el rol sobredi-
mensionado de los líderes mercenarios.4
Se impone aquí una aclaración. La enumeración de las fuerzas merce-
narias introducida al inicio de la rebelión no es inocente: íberos, celtas,
ligures, baleares y μιξέλληνες (o semi-griegos), todos bárbaros (1.67.7), lo
que es difícilmente conciliable con la participación de griegos durante la
campaña de Sicilia, una “omisión voluntaria… que deliberadamente ha-
bría evitado asociar a gentes helénicas con estos sucesos”.5 Los bárbaros,
en efecto, constituían para Polibio el peligro exterior más grave para el
orden civilizado,6 y en este caso la gravedad de la amenaza se mostraba en
el cariz que adoptaría una guerra, que, contra toda lógica, los cartagineses
tendrían que librar en su propio territorio como una lucha sin cuartel para
aniquilar a unos bárbaros deshumanizados.7
Tras la primera victoria de Amílcar, y la ejecución por los rebeldes de
Giscón y los demás prisioneros cartagineses, la guerra, en efecto, verá
efectivamente subvertida su “regularidad” y se abrirá paso a una progresi-
va degradación discursiva de los que habían tomado las armas contra Car-
1
Griffith (1975: 225, n.1; 231-232).
2
Pelegrín Campo (2000: 67). Cf. Poeni stipendia pendunt (Enn., Ann. 215, ed.
Skutsch).
3
Pelegrín Campo (1999: 172-179), Mantegazza (1977), Gómez Espelosín
(1987).
4
Loreto (1995: 12-13).
5
Pelegrín Campo (2000: 75).
6
Eckstein (1995: 125).
7
Cf. Pelegrín Campo (1999).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 255

tago: “convertidos en bestias, se desprenden de la naturaleza humana


(ἀποθηριωθέντες ἐξέστησαν τῆς ἀνθρωπίνης φύσεως)”, con una animalidad
originada “en las costumbres perversas y en la mala educación desde la
niñez” (1.81.9-10). Los rebeldes no eran cartagineses, sino mercenarios
bárbaros, que no compartían ni la lengua, ni las leyes, ni las costumbres,
que tomaban el mando además de los rebeldes líbicos. De una ἐμφύλιος
πόλεμος se pasaba a una πόλεμος contra bárbaros, para devenir, al final en
lo discursivo, en una guerra contra animales.
Ello es el resultado de la escalada en la brutalidad: la tortura y ejecu-
ción de Giscón y todos los prisioneros cartagineses (1.80.1-13); el ape-
dreo hasta la muerte de los partidarios de un trato suave a los prisioneros,
que quedaron “como destrozados por las fieras” (1.80.10), la negativa a
devolver los cadáveres y la amenaza de muerte a heraldos y embajadores
(1.81.3), el arrojo por la muralla de la guarnición cartaginesa en Útica e
Hipozarita, sin entierro (1.82.10), el canibalismo de mercenarios y libios
(1.84.9-10, 85.1), así como el degüello ritual de treinta cartagineses
(1.86.6). Desaparece así la ficción política de una guerra “regulada”,1 des-
pojada de una ética común quizá porque, en efecto, nunca había consti-
tuido una opción real frente a rebeldes “bárbarizados”. El buen trato de
Amílcar a los prisioneros se debía a su propia humanidad (φιλανθρωπία),2
que buscaba inclinar a los rebeldes a adoptar la misma actitud. Pero los
mercenarios, por su parte, rehuían cualquier tipo de trato humano recí-
proco, tratando de disolver cualquier vínculo posible con los cartagineses
y fortalecer al mismo tiempo su solidaridad interna:

“A continuación habló el galo Autarito y dijo que la única salvación de sus


propios intereses era renunciar a toda esperanza en los cartagineses; que
mientras alguno confiase en la humanidad de estos, no era posible que ese
fuese verdadero aliado de ellos. Por esto, les pedía que solo creyesen, solo
escucharan y solo prestaran atención a aquellos que presentaran las acusa-
ciones más ofensivas y amargas contra los cartagineses; en cambio, les reco-
mendaba que a los que se expresasen de otra manera, los tuvieran por traido-
res y enemigos”. (1.80.1-3)

Esta actitud, inopinada en una guerra externa regular, terminó empu-

1
Grangé (2003: 62).
2
Matos, Espendio y Autarito, líderes mercenarios, recelaban de la “humanidad”
(φιλανθρωπία) de Amílcar (1.79.8-11).
256 ἘΜΦΥΛΙΟΣ ΠΟΛΕΜΟΣ ΕΝ ÁFRICA

jando a Amílcar a desestimar cualquier tipo de acuerdo y a buscar “exter-


minar” a los enemigos (τοὺς ἐχθροὺς ἄρδην ἀφανίσαι) (1.82.2). La refle-
xión griega sobre la guerra reconocía dos tipos de πόλεμος. Por un lado, un
conflicto “según las reglas”, basado en el ideal agonal y en unas siempre
imprecisas y no escritas “leyes de los griegos”, que admitían la inviolabili-
dad de los heraldos y los sitios religiosos, la observación de los juramentos
y respeto de los tratados y treguas. Por el otro, “una guerra sin heraldos” o
“sin tregua” (πόλεμος ἀκήρυκτος, ἄσπονδος), en la que no había posibili-
dad de controlar la intensidad de la violencia, sin bona fides, especialmente
entre generales que se consideraban a sí mismos observantes de un éthos
aristocrático trasnacional.1 Aunque Polibio reconoce la importancia de las
artimañas, mantiene su respeto por este código aristocrático (13.3.2-8;
36.9.9).2 En el imaginario griego, la guerra contra el bárbaro revestía, sin
embargo, otra naturaleza: “Pues ¿qué más azaroso peligro que una guerra
contra un vecino y un bárbaro? ¿Qué más terrible?” (4.45.5). El mayor
peligro era el que estaban pasando los cartagineses: el caos bárbaro fronte-
ras adentro.3 Nada muestra mejor la imagen polibiana de un mundo civili-
zado, rodeado y amenazado por la barbarie, que su interpretación de la
fundación por Alejandro de póleis en las fronteras de Media como un
escudo contra los bárbaros (10.27.3).
Al mismo tiempo, para peor, los enemigos de Cartago no eran solo
bárbaros, sino también líderes de origen oscuro. Espendio era “cierto es-
clavo campano... desertor de los romanos y bien dotado de fuerza física y
de temeraria audacia en las cosas de la guerra”, temeroso de ser devuelto a
su amo (1.69.4). Matos, por su parte, “que si bien era un hombre libre y
uno de los que había tomado parte en la guerra, sin embargo había sido un
activo agitador en las revueltas precedentes” (1.69.6). Finalmente, Autari-
to, al mando de sus celtas “que eran unos dos mil. Pues la parte que de
estos faltaban de la unidad originaria, se había pasado a los romanos
cuando estos acampaban junto a Erice.” (1.77.4-5). Es decir, las fuerzas
que se enfrentaban a Cartago eran una masa bárbara e inhumana guiada,
por si fuera poco, por un ex-esclavo, un agitador y un bárbaro celta desleal.
La eliminación del πολέμιος barbarizado y animalizado es el final de
esta progresión discursiva, ya indicada por el léxico, pues, conforme avan-
za la narración, πολέμιος es reemplazado por ἐχθρός. Este último aparece
1
Wheeler-Strauss (2007: 189-190).
2
HCP III: 666.
3
Eckstein (1995: 119-125).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 257

147 veces, mientras que πολέμιος unas 823, pero en la narración de esta
guerra πολέμιος aparece dieciocho veces y ἐχθρός solo seis. A partir de la
ejecución de Giscón, ἐχθρός aparece finalmente cinco veces frente a un
solo πολέμιος. Más que una guerra, se trata de una guerra de aniquilación.

UNA LECCIÓN SOBRE HEGEMONÍA

Los pasajes sobre la insurrección líbica y el derrumbe de la domina-


ción púnica en Iberia revelan el carácter decididamente individualista de
los cartagineses, pues, el conflicto entre sus jefes y su negativa a cooperar
entre sí conducen directamente al desastre. El pasaje más claro al respecto
es aquel en el que se señala que los cartagineses, tras haber vencido a los
romanos en Iberia, no habían logrado vencerse a sí mismos, enzarzándose
en peleas por la codicia y la ambición de dominio verdaderamente innata
en ellos (9.11.1-2). Las cualidades innatas, διὰ τὴν ἔμφυτον Φοίνιξι
πλεονεξίαν καὶ φιλαρχίαν, que derivaban de sus particulares costumbres y
politeía, los llevaban a disputar entre sí (πρὸς αὐτοὺς ἐστασίαζον). Luego,
por ejemplo, su hostilidad con otros comandantes cartagineses conduce a
Asdrúbal Barca a preferir presentar batalla a Escipión sin sus colegas
(10.37.2). Cuando Abílix decide abandonar la causa cartaginesa y entre-
gar los rehenes íberos a los romanos, convence a Bóstar de seguir sus indi-
caciones haciéndole ver el agradecimiento personal y los regalos que reci-
biría de los jefes íberos por esta acción (3.98.8-11). Ni siquiera Aníbal
queda excluido de la lógica competitiva, que privilegia el interés individual
sobre el colectivo (9.25.4-6). Los líderes cartagineses están imbuidos, por
lo tanto, de un individualismo y una codicia étnica natural.
En efecto, la necesidad de que los líderes actuaran coordinadamente,
dejando de lado sus rivalidades personales, ya se observa en el caso de la
insurrección líbica donde el éxito final llegaba gracias a la acción conjunta
de Amílcar y Hannón. El senado cartaginés, que actuó a la altura de las
circunstancias, ordenó a ambos comandantes “que cesaran en sus diferen-
cias anteriores (διαλῦσαι τοὺς στρατηγοὺς ἐκ τῆς προγεγενημένης διαφο-
ρᾶς)” ya que, en vista de lo que ocurría, “debían forzosamente ponerse de
acuerdo (συμφρονεῖν σφᾶς ἀναγκάσαι)”, lo que acataron y finalmente “rea-
lizaron todo según el parecer de los cartagineses (πάντα κατὰ νοῦν
ἔπραττον τοῖς Καρχηδονίοις)” (1.87.3-6). De ese modo, se presentaba al
público un ejemplo de cómo la cooperación conducía al triunfo mientras
258 ἘΜΦΥΛΙΟΣ ΠΟΛΕΜΟΣ ΕΝ ÁFRICA

que, en el caso de las peleas entre los comandantes en Iberia, el resultado


iba a llegar a ser, por el contrario, la ruina. Pero la evaluación moral explo-
raba también las implicancias políticas profundas del exceso de confianza
y del vuelco hacia la ὕβρις, revelando una preocupación por mostrar cómo
manejar con moderación el éxito.
A pesar del descentramiento hacia el problema de los mercenarios y
de la barbarie, algunas advertencias se insertan en sintonía con lo que se
expondrá más adelante, en 10.36.1-7, con el alzamiento íbero, cuando los
cartagineses se conviertan en un ejemplo de los que han alcanzado victo-
rias, pero que no han sabido aprovecharlas convenientemente.1 Tras de-
rrotar a ambos generales romanos, Cn. y P. Cornelio Escipión, comenza-
ron a tratar soberbiamente (ὑπερηφάνως) a los nativos, que se convir-
tieron en enemigos sometidos (πολεμίους... τοὺς ὑποταττομένους) en vez
de aliados o amigos (ἀντὶ συμμάχων καὶ φίλων) (10.36.4):

“Tal resultado fue lógico: pensaban que una es la manera de conquistar un


imperio (τὰς ἀρχάς) y otra, la de conservarlo. No habían asimilado que los
que conservan mejor su supremacía (τὰς ὑπεροχάς) son los que se mantie-
nen en los mismos principios por los cuales la establecieron”. (10.36.5)

Una experiencia particular es elevada allí al nivel de un ejemplo uni-


versal y creo que la reflexión tiene puntos en común con lo ocurrido a
Filipo, como se ha discutido, y también con el rechazo romano del tumul-
tus celta. No hay duda de que en el libro 10 se estaba reflexionando sobre
el mejor modo de conservar la hegemonía, tal como el uso de términos es-
pecíficos lo confirma: ἀρχή, ὑπεροχή, δυναστεία. La hegemonía cartaginesa
había comenzado a ser ejercida de mal modo (κακῶς), despóticamente
(δεσποτικῶς), lo que motivó, lógicamente, un cambio (ταῖς μεταβολαῖς)
en los pueblos sometidos (10.36.7). En los dos capítulos anteriores, se
habían narrado ya los tratos de Escipión con Indíbil y Mandonio, caudi-
llos íberos, quienes habían desertado ofendidos por la arrogancia
(ἀγερωχία) púnica (10.35.8). Como en el caso de la rebelión líbica, la
deserción de Indíbil se definía, entonces, como una ἀπόστασις (10.37.1).
En efecto, los libios habían necesitado solo una señal para sublevarse
(πρὸς τὴν ἀπόστασιν) (1.72.4), la cual provino del alzamiento mercenario,
una actitud, por lo tanto, totalmente distinta de la de los aliados itálicos
durante el conflicto contra los celtas. El modo como los cartagineses ha-
1
Erskine (2005a: 229-235).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 259

bían mantenido su dominación durante la Primera Guerra Púnica justifi-


caba ampliamente esta rebelión. Diodoro (20.55.4) también atribuía al
trato duro cartaginés (διὰ τό βάρος τῆς ἐπιστασίας) la defección líbica,
pero su relato parece depender de Polibio.1 Los cartagineses habían go-
bernado con suma dureza a los habitantes de estas tierras (ἔχειν ὑπο-
λαμβάνοντες πικρῶς), les habían arrebatado la mitad de sus cosechas y
habían cobrado a las ciudades el doble del tributo sin conceder excepcio-
nes (1.72.2). Llama la atención el paralelo del porcentaje requerido con el
que los espartanos habían exigido a los mesenios, según Tirteo (Fr. 5,
Diehl),2 quizá un porcentaje estándar que representaba una tributación
muy elevada. Además, los cartagineses “admiraban y honraban no a los
generales que trataban a las gentes con suavidad y benevolencia (πρᾴως
καὶ φιλανθρώπως), sino a aquellos que les aportaban más tributos y subsi-
dios y a los que procedían de forma más dura (πικρότατα) con las pobla-
ciones del país” (1.72.2-3).
Aquí se observan los límites de la empatía del historiador con los car-
tagineses, como había ocurrido al contrastarlos con la barbarie y animali-
dad de sus mercenarios, porque eran totalmente responsables por el alza-
miento.3 Como mostraba el caso de los selgeos, una dominación dura
podía dejar a un pueblo sin aliados en el momento de enfrentarse con un
enemigo más fuerte (5.72.10, 74.2-3). No son inocentes, en ese sentido,
los términos que caracterizan el dominio púnico. En principio, tratar
cruelmente (πικρῶς, πικρότατα) remite a un ejercicio tiránico del poder,
lo que explica la exhortación de los mercenarios a los libios a obtener su
libertad (παρακαλοῦντες ἐπὶ ἐλευθερίαν) (1.70.8), apelando así a una fa-
mosa consigna política griega que, por ejemplo, Aníbal intentó en vano
explotar en Italia y que exitosamente utilizaron, por el contrario, los ro-
manos en Grecia.4 El tirano, la peor de las abominaciones, era cruel por
antonomasia (πικρός), tal como Polibio calificaba a Filipo (7.13.7),5 Jeró-
nimo (7.7.2) y Cleómenes (9.23.3),6 además de etiquetar como esclavitud

1
Hoyos (2007: xix).
2
García Moreno (1978: 76), Oliva (1971: 48-54).
3
Cf. Musti (1978: 52-54).
4
Loreto (1995: 102-105), Whittaker (1978: 338), García Moreno (1978: 72).
5
También comienza a tratar duramente, y de manera ineficaz, a sus enemigos
(7.14.3).
6
Cleómenes arrasa Megalópolis con encarnizamiento y crueldad (πικρῶς καὶ...
δυσμενῶς) (2.55.7).
260 ἘΜΦΥΛΙΟΣ ΠΟΛΕΜΟΣ ΕΝ ÁFRICA

cruel (πικροτάτης δὴ δουλείας) la vida de los espartanos bajo Nabis


(4.81.13). El dominio cartaginés en Iberia era caracterizado en consonan-
cia con este léxico: δεσποτικῶς (con despotismo) (10.36.7), ὕβρις (arro-
gancia, violencia, ultraje) (10.6.3, 7.3, 37.8, 38.1), ἀδικία (injusticia)
(10.37.8), ἀγερωχία (arrogancia) (10.35.8), ὑπερηφάνως (con arrogancia
o soberbia) (10.36.3) y βαρύς (pesado) (10.35.8).
El uso del δεσποτικός “es especialmente llamativo; tal dominio es el
del amo sobre el esclavo, la verdadera negación de la libertad”.1 El lengua-
je político griego asimilaba situaciones de dominio a las de la total restric-
ción de la libertad. Así, tras la derrota de Filipo, etolios y romanos se hicie-
ron la mutua acusación de aspirar a convertirse en “amos” de Grecia con-
tra la aspiración griega a la libertad (ἐλευθερία) (18.34.1, 45.6). En el ciclo
de las constituciones, además, la degeneración de la democracia conducía
directamente a la aparición de la oclocracia, o gobierno de la turba, que,
con el tiempo, reactivaba el ciclo constitucional al encontrar un δεσπότης,
un amo (6.9.9; 8.24.1). La elección del léxico provee, entonces, una opi-
nión explícita sobre las características del dominio púnico, sobre todo, si
consideramos que, para Aristóteles (Pol. 1285a22), el δεσπότης por anto-
nomasia es el gran tirano, es decir, el rey de Persia.
La idea de calificar de este modo un dominio podía originarse también
en la oposición intelectual entre injusticia de la tiranía y moderación de
una buena monarquía propia del pensamiento helenístico (D.S. 33.4),
que Polibio suscribe cuando plantea que todos los reyes al comienzo de su
dominio (τὰς ἀρχάς) proclaman la libertad (ἐλευθερία) y llamaban amigos
(φίλοι) y aliados (σύμμαχοι) a los que deciden hacer causa común con
ellos, pero luego comienzan a tratarlos despóticamente (δεσποτικῶς)
(15.24.4). Esta observación general se aplicaba a Filipo, pero el paralelo
con el imperio cartaginés en Iberia es notable. Las consecuencias de este
trato se ven también en este rey, que había comenzado a tratar a sus alia-
dos de forma δεσποτικῶς, incluso literalmente como en el caso de Tasos,
ciudad amiga que esclavizó (ἐξηνδραποδίσατο) (15.23.10).
El trato de los cartagineses a sus aliados no era distinto, pues habían
convertido a los íberos en enemigos sometidos (πολεμίους... τοὺς
ὑποταττομένους) de aliados y amigos (ἀντὶ συμμάχων καὶ φίλων) que eran,
lo que es coherente con la explicación del trato infligido por Asdrúbal,
hijo de Giscón, a Indíbil, que era “el más leal entre los amigos de Iberia

1
Erskine (2005a: 232).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 261

(τὸν πιστότατον τῶν κατ’ Ἰβηρίαν φίλων)”. Llegando al colmo de sordidez


(κακοπραγμοσύνη), aquel le había exigido una cantidad enorme de dinero
escudándose en su autoridad (διὰ τὴν ἐξουσίαν) (9.11.3). Pero la ἐξουσία
no se ejercía sobre aliados, sino sobre súbditos, puesto que es el término
utilizado para caracterizar, por ejemplo, el dominio indisputado romano
tras Pidna (3.4.12).1 De otro modo, no podría entenderse por qué Aníbal,
al abandonar la península ibérica, había dejado a Hannón como ἡγεμών
de la región de los Pirineos y como δεσπότης de los bargusios, puesto que
desconfiaba de su εὔνοια hacia los romanos (3.35.4). Al invertir los térmi-
nos, y pretender tratar a aliados como esclavos, los cartagineses perdían
automáticamente la εὔνοια hacia su hegemonía.2
La ὕβρις púnica evidenciaba también una incapacidad para manejar el
éxito con moderación. Su campo semántico es bastante amplio, incluyen-
do crimen, desafuero, falta de escrúpulos, violencia, etc.3 Así se comporta
un tirano (6.7.9), un demagogo (6.4.10; 38.17.2), un bárbaro (9.34.2,
35.6; 11.5.7; 3.3.5; 21.41.2; 33.10.3; 32.13.9), un mercenario (1.81.10) y
la masa enfurecida (15.33.5).4 También se expresa en la violencia sexual
contra las mujeres, como Filipo (10.26.3-4; cf. 15.25.22-24) o los cartagi-
neses (10.18.7-14). Cuando Escipión Africano conquistó Cartago Nova
se hizo allí con las mujeres e hijas rehenes de algunos jefes íberos y
descubrió que habían sido violadas por los guardias. Acto seguido,
algunos de sus soldados le hicieron llegar una joven muy bella, puesto que
sabían que era mujeriego; sin embargo, en ese momento decisivo para la
fundación del poder romano en Iberia, Escipión exhibió contención
sexual y se alejó así del comportamiento de los cartagineses (10.19.3-7).5
Por último, con respecto a ἀγερωχία y ὑπερηφανία, el segundo término
es quizá el más significativo, ya observado en el caso de los etolios, que
advierte sobre el peligro de creerse en un control absoluto de la situación
por la victoria obtenida y comportarse, por lo tanto, de manera soberbia
con aliados o súbditos. L. Emilio Paulo, adaptado por Polibio al rol de un

1
Molpágoras de Cío y μοναρχικὴ ἐξουσία (15.21.2); Filipo V (τὴν ἐξουσίαν
ἐλάμβανε μείζω καὶ μοναρχικωτέραν) (10.26.2).
2
Cf. Erskine (2005a: 229-239).
3
Ὕβρις, ὑβριστικῶς, veinticuatro y dos apariciones respectivamente: P.-L., s.v.
ὕβρις.
4
Gómez Espelosín (1986), Walbank (2003: 58-62).
5
Cf. 10.38.1, Erskine (2005a: 232-233), Chaplin (2010: 62). El conquistador y
la bella cautiva es un tópico caro a la historiografía griega: De Romilly (1988).
262 ἘΜΦΥΛΙΟΣ ΠΟΛΕΜΟΣ ΕΝ ÁFRICA

“consejero sabio”,1 va a insistir en un pasaje posterior sobre el hecho de


que los vencedores deben recordar siempre la fragilidad humana (29.20.1-
4), lo que tiene un sentido didáctico marcado por el encuadre construido
con las reflexiones sobre la τύχη de Demetrio de Falero (29.21.1-9):

“dijo a los que en el consilium eran espectadores (τοὺς ἐν τῷ συνεδρίῳ


βλέποντας), colocándoles ante su vista a Perseo (δεικνὺς ὑπὸ τὴν ὄψιν τὸν
Περσέα), que no pensaran a lo grande (μεγαλαυχεῖν) de sus éxitos más allá
de lo debido y que no fueran soberbios ni ariscos con nadie (ὑπερήφανον
μηδ’ ἀνήκεστον περὶ μηδενός), que no se fiaran tampoco de su buena fortuna
actual (μήτε καθόλου πιστεύειν μηδέποτε ταῖς παρούσαις εὐτυχίαις)... Explicó
que los necios se diferencian de los prudentes en que estos aprenden de las
desgracias de los demás y los primeros, de las propias (ἔφη τοὺς ἀνοήτους
τῶν νοῦν ἐχόντων, διότι συμβαίνει τοὺς μὲν ἐν ταῖς ἰδίαις ἀτυχίαις παιδεύεσθαι,
τοὺς δ’ἐν ταῖς τῶν πέλας)”. (29.20.1-4)

Se trata de un resumen bizantino, pero, por otros autores que siguie-


ron a Polibio (Plu., Aem. 27.1; Liv. 45.8.6-8),2 se sabe que Emilio Paulo
dirigió primero la palabra a Perseo “en griego” reprobando sus innobles
lamentaciones, según Plutarco, o bien para preguntarle por qué se había
embarcado en esa guerra. La alternancia con el latín apuntaba no a no
hacer mofa del rey, sino, en especial, a identificar explícitamente a los suje-
tos que estaban en condiciones de aprender esta lección. Perseo había
sufrido, había aprendido por sí mismo, pero era tarde para él, puesto que
se había convertido en un ejemplo para los romanos por su desastre.
Como ha mostrado Guelfucci, el lugar de la τύχη, primero como sen-
tido de la marcha de la historia, segundo como recordatorio de la fragili-
dad de la condición humana, revela contra todo determinismo una fuerte
confianza de Polibio en el hombre político y en sus acciones.3 El cónsul
tenía una enseñanza para brindar a su consilium, y Polibio a través de él a
su público, sobre no comportarse ὑβριστικῶς. No debe infravalorarse,
desde mi perspectiva, su paralelo con el juicio sobre el comportamiento
de los cartagineses en África e Iberia (10.36.5-7). Aunque no utiliza ὕβρις,
μεγαλαυχεῖν (enorgullecerse; cf. Pl., Lg. 715e-716b) y ὑπερήφανος (sober-

1
Balot (2010: 497-502).
2
HCP III: 392-393.
3
Guelfucci (2010: 151-156; 161-165). Interesante su énfasis en las citas a
Eurípides (1.35.4; 8.3.3; adaptaciones: 8.7.7; 9.22.1).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 263

bio; cf. Arist., Rh. 1390b3-1391a1) alertan sobre los peligros asociados a
un comportamiento inmoderado, con la ὕβρις como “disposición” para
lesionar el honor (τιμή) del otro nacida de una excesiva confianza en que
la situación de supremacía es irreversible.1
No se trata de una advertencia aislada, sino que forma parte de una lí-
nea de reflexión polibiana sobre la importancia de la moderación. M. Ati-
lio Régulo, creyéndose vencedor de los cartagineses, les había ofrecido
unas humillantes condiciones de paz, rechazadas debido a su “dureza” (τὸ
βάρος) (1.31.5-7). Poco después, tras la derrota del cónsul, Polibio inter-
vino para señalar que podían extraerse muchos elementos para contribuir
“a la corrección de la vida de los hombres (πρὸς ἐπανόρθωσιν τοῦ τῶν
ἀνθρώπων βίου)”, pues lo ocurrido había hecho evidentísimo (ἐναργέσ-
τατον ἐφάνη) que se debía desconfiar siempre de τύχη: el hombre “que
poco antes no sentía ni compasión ni misericordia (οὐ διδοὺς ἔλεον οὐδὲ
συγγνώμην)” por los vencidos, tuvo que pedir por su salvación (1.35.1-3).
Su ejemplo negativo actuaba, entonces, como confirmación de la historia
como “la mejor educación (καλλίστην παιδείαν)” (1.35.9). Emilio Paulo,
por su parte, también advertía a los miembros de su consejo sobre el peli-
gro de aprender a partir de sus propias desgracias (ἐν ταῖς ἰδίαις ἀτυχίαις
παιδεύεσθαι), sin duda, para que no desperdiciaran el ejemplo de Perseo
que tenían ante sus ojos (29.20.4).
La ὕβρις cartaginesa frente a sus súbditos líbicos era un síntoma de su
sensación de seguridad presente, que les impedía reflexionar sobre el futu-
ro, pues, quienes querían deliberar correctamente (τοὺς ὀρθῶς βουλευο-
μένους) debían preocuparse por el presente (πρὸς τὸ παρὸν μόνον), pero
fundamentalmente por el futuro (πρὸς τὸ μέλλον) (1.72.7). Creyendo
seguro su dominio sobre Libia, habían tratado duramente a sus habitantes
(πικρῶς), sin tener misericordia (συγγνώμην), admirando a los generales
que trataban más cruelmente (πικρότατα), en vez de a quienes lo hacían
con suavidad y humanidad (πρᾴως καὶ φιλανθρώπως) (1.72.2-3).2 Los
cartagineses habían sido víctimas de su ὕβρις, de allí que la gran insurrec-
ción líbica puede pensarse como una gran peripéteia de la hegemonía car-
taginesa, similar a la experimentada en Iberia en el libro 10, pero también

1
Cairns (1996).
2
El íbero Abílix hace propaganda a favor de los romanos, devolviendo los
rehenes que habían sido exigidos por Aníbal, contraponiendo la suavidad y magna-
nimidad (πρᾳότητα καὶ μεγαλοψυχίαν) de los romanos a la desconfianza y dureza
(ἀπιστίαν καὶ βαρύτητα) de los cartagineses (3.99.7).
264 ἘΜΦΥΛΙΟΣ ΠΟΛΕΜΟΣ ΕΝ ÁFRICA

por Régulo en África o por los etolios en Medión.


La victoria sobre Macedonia presentaba a los líderes romanos un desa-
fío similar, que, como tal, se adelantaba en el libro 6: “cuando los romanos
se ven libres de amenazas exteriores (ἀπολυθέντες τῶν ἐκτὸς φόβων) y
viven en el placer (ταῖς εὐτυχίαις) de la abundancia conseguida por sus
victorias, disfrutando de gran felicidad (τῆς εὐδαιμονίας), y, vencidos por
la adulación y la molicie, se tornan insolentes y soberbios (πρὸς ὕβριν καὶ
πρὸς ὑπερηφανίαν)” (6.18.5). El φόβος experimentado por la república
durante su expansión atajaba la ὕβρις, que no sería una mera traducción
del metus hostilis, porque el miedo en la tradición intelectual griega era
tanto una pasión por controlar como una traba, junto con la piedad, para
el desencadenamiento de la ὕβρις (Arist., Rh. 1382b1-1383a15).
Por lo tanto, en la εὐτυχία de sus aparentemente decisivas victorias, la
ὕβρις y la ὑπερηφανία eran un riesgo, lo que vincula este pasaje del libro 6
con el mensaje de Emilio Paulo. Era positivo que Perseo no hubiera ven-
cido en Pidna, pues habría obtenido un poder soberbio (ἐξουσίαν...
ὑπερήφανον) (28.9.7), pero no cuestionaba allí el tipo de poder alcanzado
en aquella ocasión por Roma, que era total (1.2.7; 3.3.9, 4.2, 4.12, etc.).
¿Se comportaría como lo habría hecho Perseo? El segundo prólogo revela
que responder a esto era un objetivo central para la comprensión de la
expansión romana entendida como interacción con otros pueblos:

“Es más, parecía a todos que era cosa reconocida e ineluctable esto, que no
había otra salida que someterse a los romanos y obedecerles en lo que orde-
nasen. Pero el caso es que no son definitivos, ni en torno a los vencedores ni
en torno a los vencidos, los simples juicios derivados solo de los combates.
Por el contrario, a muchos, lo que se tenía por los mayores éxitos, si no se
hacía un uso conveniente de ellos, les acarreó las mayores desgracias”.
(3.4.3-5)

No es un pasaje antirromano, sino la expresión de una reflexión gene-


ral sobre las condiciones óptimas para imponer una hegemonía, atendien-
do a las actitudes de los subordinados. El público grecorromano podía
advertir que tanto las actitudes de los dominados como las de los domi-
nadores contaban para la preservación de una hegemonía tolerable.1 Mu-
chos en el pasado habían creído estar en una situación de poder impertur-

1
En ello parece residir la importancia de la inserción del segundo prólogo: 3.4.6,
Eckstein (1995: 197), Shimron (1979/80: 105-106).
ÁLVARO M. MORENO LEONI 265

bable y, por ello, habían tratado brutalmente a sus aliados y súbditos. Aho-
ra, pendía sobre la cabeza de la élite política romana la responsabilidad de
ejercer la hegemonía de manera conveniente y moderada. Algunos pasajes
de los últimos libros muestran una cierta tendencia hacia la arbitrariedad y
el autoritarismo, pero a diferencia del caso cartaginés, en el cual se esta-
blecía una relación con el éthos colectivo púnico, el abordaje era indivi-
dual con ejemplos de moderación, como Emilio Paulo o L. Mumio, y ne-
gativos como L. Marcio Filipo o C. Popilio Lenas. Proveyendo ejemplos
individuales y concretos, el público romano podía intentar emular a los
mejores, pero adicionalmente, Polibio eludía la comprometedora tarea de
realizar un juicio de conjunto sobre la política romana tras Pidna.
La crítica a los romanos, en general, se deslizaba, por el contrario, en
estilo indirecto. Por ejemplo, el gramático Isócrates se alegraba del asesi-
nato de Cn. Octavio Graco porque así los romanos iban a cesar en sus
altaneros mandatos (τῶν ὑπερηφάνων ἐπιταγμάτων) y en su poder ilimita-
do (τῆς ἀνέδην ἐξουσίας) (32.2.7). La acción del legado C. Popilio Lenas,
que se había presentado en Egipto y había trazado un círculo en torno a
Antíoco IV para que tomara una decisión antes de salir del mismo, es se-
ñalada como “algo que pareció desconsiderado y de una gran altanería
(μὲν δοκοῦν εἶναι καὶ τελέως ὑπερήφανον)” (29.27.4). El δοκοῦν establece
una distancia con la opinión, pero es significativa su mención porque deja
entrever que existían reflexiones entre los griegos del siglo II a.C. que re-
flejaban, por lo tanto, que la dominación romana había cambiado y que en
ello había un peligro para el futuro de la hegemonía, lo que lo impulsaba a
continuar con su obra y con su tarea didáctica.

CONCLUSIÓN PRELIMINAR

Polibio buscó comprender y racionalizar en 2.14-35 la experiencia de


la hegemonía romana sobre Italia recurriendo a un bagaje conceptual he-
lenístico, en particular, aquel proporcionado por el tópico del rey hele-
nístico como defensor de los griegos contra la barbarie. En sus guerras
contra los celtas, los romanos llegaban a desarrollar no solo habilidades
militares, físicas, sino una actitud favorable a enfrentar el peligro, lo que,
junto con una fuerte asociación con el territorio itálico, implicó una rede-
finición de su hegemonía. Consecuencia de esto fue una nueva relación
con sus aliados, en la que, tal como la representó Polibio, Roma actuó
266 ἘΜΦΥΛΙΟΣ ΠΟΛΕΜΟΣ ΕΝ ÁFRICA

como era esperable en un rey helenístico ideal, como un hegemón capaz


de brindar protección y mantener a los bárbaros más allá de las fronteras.
La solidez de esta hegemonía permitirá entender luego las ingentes difi-
cultades con las que Aníbal se toparía durante su invasión de la península
en el libro 3.
Un cuarto del libro 1 (65-88) se dedicó a la narración de una guerra
que había enfrentado a los cartagineses contra sus mercenarios y sus súb-
ditos líbicos, que dejó perplejo al historiador ante un fenómeno que esca-
paba a sus posibilidades de catalogarlo. Se ha advertido en el texto, sin
embargo, la existencia de un contraste implícito con Roma, sobre todo,
con lo ocurrido en la narración de las Guerras Celtas, porque cuando esta
fue amenazada por bárbaros, sus aliados itálicos se pusieron decididamen-
te de su parte. En el caso de los cartagineses esto no sucedió de ese modo
porque la dominación púnica se había vuelto opresiva y la εὔνοια de los
aliados y súbditos se había esfumado. El tropiezo de los cartagineses es
similar, por lo tanto, al de Filipo a partir del libro 5, sobre todo, porque
ambos son ejemplos históricos concretos que brindaban lecciones sobre
dominio para evaluar el derrotero de la hegemonía romana entre los siglos
III-II a.C. sin necesidad de emitir un juicio explícito. Creo que la ἐμφύλιος
πόλεμος en África, las Guerras Celtas y la μεταβολή de Filipo tienen una
importancia clave por la densidad política de lo discutido allí, sobre todo,
porque en las mismas se construye una verdadera arquitectura de ad-
vertencias para los líderes romanos.
CONCLUSIÓN

El objetivo de este estudio fue ofrecer una lectura nueva a un viejo pro-
blema, proponiendo otras puertas de entrada, pero sin intentar la imposi-
ble tarea de reconstruir el juicio del historiador sobre el imperialismo ro-
mano. El abordaje aquí propuesto ha sugerido vías alternativas de análisis,
partiendo de la comprensión de la obra como un producto político-
cultural del contacto entre el mundo griego y el romano. El lugar de Poli-
bio como un intelectual a caballo entre el mundo helenístico y la expan-
sión imperialista de la república romana entre los siglos III-II a.C. hace
necesario, como Momigliano sugirió, abordar ambos fenómenos en mu-
tuo diálogo. En ese sentido, entender al historiador griego permite inter-
pretar el imperialismo romano y comprender esto ayuda a explicar a Poli-
bio, que utilizó su bagaje intelectual helenístico sobre las relaciones entre
hegemonía y autonomía, hecho cuerpo durante su formación y trayectoria
como político de un Estado mediano, para intentar racionalizar el fenó-
meno imperial romano. Comprender la obra en estos términos implica
romper con una tendencia de la historiografía a identificarlo con Roma.
Desde esta perspectiva, un interés central ha sido brindar claves para
resituarlo culturalmente en el mundo griego, contra la tesis de una progre-
siva claudicación intelectual o, incluso, de una adopción del punto de vista
romano. Lejos de colocarse en los zapatos de los vencedores, actuó como
un verdadero etnógrafo frente a su objeto de estudio y las Historias pue-
den, hasta cierto punto, ser entendidas así como un instrumento para tras-
ladar el mundo narrado al mundo donde se narraba, es decir, para decir el
mundo romano al público griego en clave cultural griega. Sin embargo,
aunque los jóvenes miembros de la élite política griega constituían el prin-
cipal destinatario, necesitados de enseñanzas para lidiar con el nuevo pro-
ceso histórico, también había lecciones importantes que el público ro-
mano podía aprovechar.
La cuestión de la perspectiva cultural, con un contacto político cada
vez más intenso entre griegos y romanos, llevó a considerar también el
268 CONCLUSIÓN

problema de la ubicación de los romanos dentro de la antigua polaridad


entre helenismo y barbarie. Polibio, pese a mantener un esquema de per-
cepción cultural dual, tradicional, con un mundo dividido entre griegos y
bárbaros, matizaba en algunos puntos esta polaridad, revelando la influen-
cia del relativismo cultural helenístico, pero paradójicamente también del
marcado etnocentrismo griego. En este contexto, la posición de los roma-
nos resultaba ambigua porque se los consideraba bárbaros, pero pertene-
cientes a una clase de barbarie civilizada; en cualquier caso, el historiador
estaba convencido de que no era útil para su público seguir recurriendo al
tópico de la barbarie como un arma retórica contra el nuevo poder, sino
que era necesaria una aproximación más compleja al hecho político cultu-
ral que significaba la expansión romana por el Mediterráneo oriental.
Aunque los discursos de algunos personajes no deben ser tomados
como una expresión del pensamiento de Polibio, sí permiten, en cambio,
reconocer el esfuerzo que puso en reconstruir y, hasta cierto punto, cons-
truir, los diferentes puntos de vista de los actores en el paso del siglo III al
II a.C. Se ha llamado la atención aquí sobre el problema de la creación en
el texto de una frontera cultural, que emerge precisamente con la narrativa
de la penetración de los romanos con un ejército en territorio griego a
partir de la Primera Guerra Macedónica. Esta frontera propiciaba, en va-
rios pasajes, situaciones potencialmente conflictivas entre los diferentes, y
en este caso antagónicos, puntos de vista de los personajes griegos y ro-
manos, lo que tenía como objetivo mostrar al público que el conocimien-
to sobre las prácticas romanas no solo era útil, sino necesario. Uno de los
pasajes más significativos al respecto es aquel en el que se narraba la fallida
deditio etolia, que se ha estudiado en detalle, en el que se mostraba que la
frontera cultural era coherente con la situación histórica en el cambio del
siglo III al II a.C. en el que las élites griegas necesitaban negociar con Ro-
ma.
Afirmar la barbarie de los romanos y, sobre todo, su alteridad cultural,
sin embargo, no implicaba hostilidad, porque Polibio se amoldó a la tradi-
ción de los intelectuales griegos de no cuestionar la expansión romana, no
abusar del tópico de la barbarie, sin caer tampoco, sin embargo, en una
actitud encomiástica del nuevo poder. Pese a ser bárbaros, los romanos
eran un pueblo suficientemente sofisticado, y “civilizado”, cuya historia
podía ser analizada de acuerdo con las herramientas intelectuales propias
del helenismo. En el caso de sus guerras contra los celtas, esto se observa
claramente. Los romanos eran colocados allí en la posición de una verda-
ÁLVARO M. MORENO LEONI 269

dera potencia hegemónica helenística que enfrentaba a la barbarie para


defender a sus aliados itálicos, para lo que se hacía un uso flexible del con-
cepto para no establecer fronteras culturales demasiado rígidas.
El resituar a Polibio culturalmente en el mundo griego helenístico tie-
ne una segunda arista importante, que implica la posibilidad de entender
su práctica discursiva como un producto cultural griego, con un sustrato
político marcadamente aqueo. Así, la interrupción abrupta de su carrera
política ha sido intepretada tradicionalmente como su gran oportunidad
de convertirse en el historiador de un momento decisivo. Este argumento
no debería llevarse demasiado lejos, puesto que la permanencia forzosa en
Roma significó un traspié para su carrera de obtención de honor y presti-
gio, lo que se advierte en el hecho de que, en ningún momento, se auto-
rrepresentara como historiador, sino siempre como un político que consi-
deró la escritura de la historia como un segundo lugar para el ejercicio de
la práctica política, siempre con vistas a su retorno a Grecia.
Las Historias evidencian también en buena medida su propia identi-
dad como miembro de la élite política aquea, lo que es esencial para en-
tender por qué, pese a escribir una historia sobre la expansión romana, la
historia aquea terminaba teniendo en su narrativa una gravitación tan
importante desde el libro 2 con la denominada Achaica. Esta digresión
histórica era una selección tendenciosa y subjetiva porque recreaba una
memoria histórica acorde con su autorrepresentación como aqueo, como
político, pero también como individuo. Allí, por un lado, se definía qué
significaba ser aqueo y, por el otro, se presentaba una galería de héroes
aqueos construidos como modelos para el público griego. Los líderes
mencionados allí –Arato, Filopemén y Licortas– obviamente no eran es-
cogidos al azar, sino que eran grandes figuras de la historia aquea con las
cuales se buscaba establecer una asociación, modelando sus propias ac-
ciones sobre las de estos y viceversa.
¿Por qué asociarse con estos individuos? ¿Qué hallaba en la práctica de
estos que volvía esta asociación significativa y útil? Había orientaciones
internalizadas. Su socialización dentro de un determinado sector de la
élite política aquea había favorecido un habitus que le permitía valorar
esta opción, así como también una cultura política autonomista en la que
estos líderes, y el recuerdo de sus políticas, estaban ya asociados a una
determinada lectura del pasado aqueo. Además, lo que se ha intentado
explorar particularmente en esta obra, la imagen de estos líderes se amol-
daba perfectamente al problema político central tematizado de las diná-
270 CONCLUSIÓN

micas relaciones entre hegemonía y autonomía. En efecto, estos líderes


habían tenido que enfrentar situaciones de tensión en las que, sin em-
bargo, habían conseguido defender con éxito los límites de la autonomía
aquea frente a Macedonia o Roma. Se ha argumentado aquí que, por ello,
la selección de la historia aquea se estructuraba en torno al carácter colec-
tivo de los aqueos y de las acciones decisivas de algunos de sus líderes, lo
que permitía al público identificarse y asumirlos como modelos, como
“géneros” o “especies” según Marechal, para interactuar exitosa y honora-
blemente en el contexto del avance de la hegemonía romana en Grecia.
Las enseñananzas y los modelos se proveían de forma no necesaria-
mente explícita, sino recurriendo también a la narrativa. A menudo se
había visto a Polibio como un historiador que tenía un estilo invasivo, que
dejaba poco espacio para la interpretación y el trabajo activo del público.
En concordancia con la tendencia en los modernos estudios se han obser-
vado ciertos aspectos del uso de la narrativa que podían contribuir a desa-
rrollar una postura con respecto al problema de la hegemonía y la auto-
nomía. Esto se advirtió en el caso de las guerras de aqueos, etolios, roma-
nos, cartagineses y también de Filipo V, que permitían al público acceder
a modelos de comportamiento y a enseñanzas de carácter general. Polibio
no teorizó sobre este problema o, al menos, no se ha conservado ninguna
definición producida por él. Por el contrario, optó por recurrir a razona-
mientos comunes, propios de su bagaje político conformado durante su
experiencia en un Estado mediano con tradición de interacción con las
grandes potencias hegemónicas dentro de un violento sistema interestatal
tardohelenístico. Cuando se analizan en detalle las narraciones de estas
distintas experiencias históricas de defensa exitosa, o no, de la autonomía
o preservación exitosa, o no, de la hegemonía, se advierte que las mismas
eran construidas como espacios útiles para pensar la situación de los grie-
gos y los romanos a mediados del siglo II a.C.
En líneas generales, Polibio sacaba dos grandes conclusiones sobre las
presentes y futuras interacciones con Roma. Por un lado, la experiencia de
algunos políticos griegos, los líderes de la Achaica, moldeada sobre su au-
torrepresentación, mostraba que dentro del nuevo contexto de avance
hacia una jerarquía unipolar había que conocer al poder con el que se in-
teractuaba, apostando al diálogo y la diplomacia como únicas herramien-
tas asequibles. Por otro lado, la decisiva victoria de Pidna, que había deja-
do a los romanos sin rivales, era una amenaza y un desafío para estos mis-
mos, como intentaba hacerles ver con los ejemplos de Filipo y de los car-
ÁLVARO M. MORENO LEONI 271

tagineses. Toda lectura de la evolución de la posición de Polibio frente a


Roma tropezará, sin embargo, con el inconveniente de la pérdida de gran
parte de la narrativa correspondiente al periodo post-Pidna. Esto repre-
senta un obstáculo insalvable para evaluar con cierto grado de certidum-
bre los alcances de la reflexión expresada en el segundo prólogo del libro
3, donde el historiador prometía evaluar las reacciones de los distintos
pueblos ante esta supremacía incontestada romana. Sin embargo, algunas
claves para entender su propuesta, aunque no su “juicio”, pueden hallarse
en la narrativa de los primeros cinco libros, los únicos que, afortunada-
mente, se conservan intactos. Más allá de su pesimismo, agravado por los
acontecimientos de la Guerra Aquea y la rebelión macedonia, parecía em-
barcado en un proyecto realista, que reconocía la reducción drástica de los
márgenes de autonomía, pero también tenía ciertas expectativas idealistas.
En efecto, confiaba en la naturaleza humana y en la posibilidad de que los
romanos pudieran superar los riesgos de caer en un ejercicio inmoderado
del poder, pero tenía además la certeza de que sus enseñanzas prácticas y
morales podrían contribuir a que una nueva generación de líderes griegos
apostara al diálogo y a la mutua comprensión como camino político. Esta
era la única salida a la vez segura y honorable, aunque idealista e ingenua,
en un mundo que avanzaba a pasos agigantados hacia una nueva realidad
mediterránea de unidad política bajo el dominio de Roma.
BIBLIOGRAFÍA GENERAL

Las abreviaturas utilizadas corresponden a las siglas del LSJ y OLD. Las revis-
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INDEX NOMINUM

Abílix: 247, 257, 263n. Andrómaco de Aspendo: 74.


Acarnania, acarnanios: 59n, 73, 76, 96, Aneroesto: 235.
108, 143-4, 183, 59n. Anfictionía de Delfos: 187.
Acaya: 59, 91-182, 186. Aníbal Barca: 44, 55, 73, 76, 172, 190,
Acilio Glabrión, M.: 61, 208-10, 217-22, 201, 212n, 230-1, 238, 242-3, 246,
226. 257, 259, 261, 266, 263n.
Acrocorinto: 52, 110, 114-6, 123, 126, Anquises: 83n.
136-7, 148, 159n. Anticira: 85-6.
Acrótato:121. Antífates de Rodas: 72-3.
Adriático, adriático: 59, 213 Antigónidas: 33, 60, 91-2, 152, 155,
África: 30, 42n., 67, 249-266. 159n.
Agatárquidas de Cnido: 23n, 60, 66, 70, Antígono I el Cíclope: 60.
188. Antígono III Dosón: 84-6, 88, 92, 114-5,
Agatocles de Siracusa: 249n. 119, 134, 136-9, 142-4, 146, 148,
Agelao de Naupacto: 51n, 61, 76, 79n, 151-2, 156, 161, 175n, 181, 189.
80, 150-1, 183-4, 192n, 196, 213, Antíoco I: 236.
229. Antíoco III: 60, 70, 77, 124, 131, 134,
Agrón de Iliria: 196. 140-1, 161, 177n, 197-9, 201, 206,
Alejandría de Tróade: 239. 208, 210, 211n.
Alejandría: 18n, 69, 74, 127. Antíoco IV: 17, 265.
Alejandro Isio: 83, 144n, 186, 196, 204n, Antístenes (filósofo): 60.
205. Aoo: 213.
Alejandro Magno: 59n, 62, 70, 82, 91, Apeles: 136, 140-7, 164, 167.
97n, 145, 152, 256. Apolónidas de Sición: 133.
Alpes: 44, 55. Aqueo (héroe epónimo): 112.
Amfípolis: 142. Aqueos del Ponto: 69.
Amílcar Barca: 51, 251, 254-7. Arato: 30, 46, 84-6, 88, 92-3, 96, 100,
Aminandro de Atamania: 124, 200. 102-3, 110-2, 114-8, 121n, 123, 126,
Amizón: 211. 128, 130, 134-50, 153-7, 161, 164,
Anacreonte: 57.
302 INDEX NOMINUM

167, 169, 172-3, 175n, 176, 181, 185, Autarito: 255-6.


232, 269. Babilonia: 59n, 66, 67n, 84.
Arato “el Joven”: 142-3, 153-4. Baleares: 254.
Araxa: 99. Bargusios: 261.
Arcadia, arcadios: 65, 67-8, 94, 98, 105- Beocia, beocios: 45n, 96n, 107-8, 126,
7, 111, 112n, 116, 125, 127-8, 169. 144, 158, 190.
Arcón: 158, 162, 163n, 168-9. Bolis: 72, 196.
Areo: 121n, 176. Bóreas: 63.
Argos: 55, 74, 98, 110-1, 114-9, 126n, Bóstar: 247, 257.
129, 147, 154-5, 157, 159, 161-162. Boyos: 232, 238.
Arianos: 70. Bráquiles: 143, 146n.
Aristeno: 92, 102, 125, 136n, 139, 146, Bura: 97n.
156-60, 164, 167, 180-1, 206. Cafias: 195.
Arístides: 46. Calcis de Eubea: 109-110.
Aristipo II: 111n, 118. Calicino: 52, 177-8.
Aristócrates: 120. Calícrates: 122n, 128, 135, 142, 172,
Aristófanes: 187. 174, 177-8, 180.
Aristómaco (II): 110-1, 114, 116-9. Calidón: 96, 126.
Aristón: 191, 194. Calión: 81.
Aristóteles: 27, 62, 66, 70, 82, 125, 199, Capua, capuanos: 167-8, 212n.
223, 260. Carinea: 97n, 116.
Armósata: 134. Carios: 127.
Arquidamo: 46. Cárope de Epiro: 43n, 73.
Arrecio: 232. Cartago Nova: 41, 80, 83n, 261.
Arriano de Nicomedia: 56. Cartago, cartagineses: 30-1, 41, 52n, 57-
Artemidoro de Éfeso: 183. 8, 70, 72n, 73-7, 83n, 131, 150, 153-
Asdrúbal: 240, 245. 4n, 171, 176, 190, 200, 212, 225-6,
Asdrúbal Barca: 75, 257. 227-8, 230, 232, 238, 241, 243, 243-7,
Asdrúbal, hijo de Giscón: 260. 249-66, 270-1.
Asia Menor: 208, 229n, 235-6, 243. Casandria: 142.
Asia, asiáticos: 60, 63-4, 66, 109. Casandro de Egina: 86.
Aspendo: 74. Casignato: 238.
Astímedes de Rodas: 174n, 176. Casio Hemina, A.: 46.
Atenas, atenienses: 45n, 53, 56, 58-59, Caulonia: 106.
63, 65-6, 69, 74, 80, 84-5, 101, 107-8, Cefalenia: 110.
115, 116n, 126, 138, 147, 149, 153, Céfalo de Epiro: 163.
159-60, 178, 186-7, 211, 243n. Celesiria: 107.
Atenea Lindia: 149n. Celtas: 26, 30-1, 42, 47, 51, 75, 81, 109n,
Ateneo de Náucratis: 186. 136, 186, 212, 229-48, 251, 254, 256,
Ática: 126. 258, 265-6, 268.
Atilio Régulo, C.: 235. Celtiberia, celtíberos: 42n, 247.
Atilio Régulo, M.: 263-4. Céncreas: 116, 119.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 303

Cicerón: 48-9, 51. Creta, cretenses: 44, 71-3, 107n, 126n,


Ciclíadas: 201. 127, 150, 172, 196, 238, 252.
Cineta: 43n, 65. Crisógono: 152n.
Cinoscéfalas: 76, 78, 160, 196, 198, 201, Critolao: 128, 164, 179, 180n.
203, 207, 214-5. Crotona: 106.
Cirene, cirenaico: 71, 175. Cunaxa: 236, 244.
Ciro: 63, 68, 84. Curio Dentato, M.: 238.
Cirrestas: 211n. Damageto Aqueo: 96n.
Claudio Marcelo, M.: 46. Damócrito: 74.
Claudio Nerón, A.: 168. Damón de Queronea: 154n.
Claudio Ptolomeo: 66. Decenvirato: 47.
Claudio Quadrigario: 48. Delfos: 47n, 118, 187-8, 229, 236n.
Cleneas: 229, 238. Demetrio de Falero: 262.
Cleomedonte: 136n. Demetrio de Faros: 52, 147-51, 241.
Cleómenes III: 46, 116, 119-21, 127-8, Demetrio II Etólico: 110n.
136-9, 142, 143n, 161-2, 186, 259. Demetrio Poliorcetes: 45n, 59n, 97n,
Cleónimo de Fliunte: 116. 110n, 153, 186-7.
Clítor: 98n, 161-2, 168, 169, 179. Demócrito (filósofo): 177.
Compasio: 120. Demóstenes (embajador macedonio):
Concolitano: 235. 201.
Confederación Aquea: 16, 23, 28, 31-3, Demóstenes (orador): 50, 149, 163.
74, 91-181, 211, 228. Demóstenes (político ateniense): 186.
Confederación Arcadia: 94. Dicearco (político etolio): 74.
Confederación Beocia: 96, 131. Dieo (político aqueo): 111, 164, 179.
Confederación Etolia: 33, 91, 97n, 183- Dime, dimeos: 81, 86, 97, 143, 159.
226. Diodoro Sículo: 49n, 56, 58, 250, 259.
Copais: 109. Diófanes: 109, 121, 123-5.
Corcira: 209, 213n. Diógenes de Babilonia: 67n.
Corinto, corintios: 55, 59-60, 96, 98, Dion Crisóstomo: 175.
110, 119, 124n, 128-9, 137, 148-50n, Dionisio de Halicarnaso: 46n, 49n, 69,
158-60, 179. 71, 236.
Cornelio Escipión Africano, P.: 41, 75, Dionisio de Siracusa: 47n.
83, 102, 154n, 238, 247, 257-8, 261. Dorímaco: 188-96, 72n.
Cornelio Escipión Asina, Cn.: 46. Duris de Samos: 186.
Cornelio Escipión Emiliano, P.: 169, Ebro: 247.
171-2, 176, 204. Egeo, egeo: 46, 53, 131.
Cornelio Escipión, Cn.: 258. Egina, eginetas: 77-87, 98, 124, 213.
Corupedio: 91. Egio: 97, 98n, 116, 143.
Cotis: 59. Egipto, egipcios: 17, 62-4, 66-7, 69, 72,
Cotis IV: 72n, 73. 103, 156, 265.
Cremona: 238. Egira: 97n, 188, 211.
Creso: 68. Egóstenes: 44, 55.
304 INDEX NOMINUM

Elateos: 98n. Fabio Pictor, Q.: 42n, 46, 51n, 230n,


Élide: 86, 105, 124-5, 129, 148n. 232, 235, 242.
Ematía: 155. Faras: 97.
Emilio Paulo, L.: 46, 49-50, 150, 204, Farnaces I:188.
261-5. Fársalo: 205.
Eneas: 83n. Feneas: 204, 207-26.
Enesedimo: 161. Fidias: 50.
Ennio, Q.: 46. Fiésole: 232, 237.
Epaminondas: 46, 74, 111. Figalia: 189-90, 194n.
Epérato: 142. Filarco: 84, 110-1, 117-8, 127-8, 137,
Epicarmo: 70n. 232.
Epidauro: 95, 98. Filino: 232.
Equino: 205. Filipo II: 48, 85-6, 88, 133n, 139, 152,
Eratóstenes: 54, 70-1. 157, 159-60, 187, 201.
Eresos: 115. Filipo V: 30, 43, 46, 52, 55, 59, 76, 80-1,
Erice: 51, 256. 83-4, 86, 109, 115, 129, 134, 136n,
Escirón: 193. 139-64, 167, 172, 176, 183-4, 188,
Escitia, escitas: 54n, 62, 64, 66, 70-1, 197, 199-202, 204-5, 208, 212-4, 227,
186, 235n. 237, 248, 259, 261, 266, 270.
Escopas: 188, 191, 194-6. Filodemo: 67n.
Esmirna: 177. Filopemén: 18, 27, 30, 93, 97, 100-3,
Esparta, espartanos: 54, 66, 69, 84-5, 111-3, 118-21, 123-5, 129, 135-6,
105-7, 114, 119-22, 126-9, 133n, 137- 146, 155n, 156, 162, 164n, 176-80,
8, 143, 145-7, 148n, 152-3, 157, 159- 180n, 205n, 206-7, 269.
60, 168, 173, 176, 178, 186, 212, 229, Flavio Josefo: 62.
252, 259-60. Flegón de Trales: 60.
Espendio: 256, 255n. Fliunte: 98, 116.
Estínfalo, estinfalios: 98n, 161. Florencia: 19.
Estobeo: 70n. Focea, focense: 144.
Estrabón: 53, 55-6, 66-7, 71, 183, 203n. Fulvio Nobilior, M.: 110.
Etiopía, etíopes: 64, 70-1. Galacia, gálatas: 62, 109n, 187, 197, 229,
Etruria, etruscos: 58, 237-38, 240. 235-7, 239, 241-3, 247.
Eucrates: 115. Galia Cisalpina: 54-5, 231, 238, 245.
Eumenes II: 17, 109, 134, 171, 178, 188, Gasátorix: 238.
229, 247. Gaza: 73, 107-8.
Euríclidas: 107n. Gelio, Cn.: 48.
Eurimedonte: 80. Gesatos: 234, 238.
Eurípides: 50, 185n, 262n. Giscón: 254-5, 257, 260.
Europa, europeos: 19, 62-64, 237. Golfo Sarónico: 56.
Eurotas: 54-55. Grecia: 12n, 17n, 18, 34, 39, 43, 47-9, 51-
Eutidemo de Bactria: 70. 3, 55, 58, 59n, 61, 65, 76, 79-81, 85-7,
Eutropio: 230n. 104, 106, 114, 117, 123, 130-1, 133n,
ÁLVARO M. MORENO LEONI 305

147, 149, 152, 155, 164, 171, 175, Hipócrates, hipocrático: 63-4.
177-8, 184-7, 189, 191, 196-8, 201-2, Hipozarita: 255.
202n, 204, 206, 212, 214, 217, 219n, Homero: 50, 57, 241.
227, 231, 242, 259-60, 269-70. Iberia, íberos: 30, 55, 57, 83, 150, 154n,
Guerra Aquea: 17, 28, 80, 93, 128, 163, 247, 250, 254, 257-8, 260-1, 260-3.
165, 169, 174, 176-7, 271. Ilíada: 50n, 176.
Guerra Cleoménica: 107n, 114, 126, Ilión: 115.
136-7, 164. Iliria, ilirios: 136, 147, 151, 186, 190,
Guerra de Antíoco: 60, 136, 197-198. 192, 196, 213.
Guerra del Peloponeso: 97, 133, 186. India, indios: 64, 70.
Guerra Social: 30, 107, 136, 147, 153n, Indíbil: 258, 260.
183, 185-197. Insubrios: 238, 246.
Guerras Celtas: 30, 51, 228-48, 266. Iseas de Carinea: 116.
Guerras Ilíricas: 77, 209. Isócrates (gramático): 265.
Guerras Macedónicas: 18, 30, 58, 79, 86, Isócrates (orador): 82, 149.
110, 124n, 128, 150, 156, 163, 175, Italia, itálicos: 9, 30, 47n, 51-5, 59n, 61,
180, 268. 67, 75, 147, 151, 173, 227-48, 254,
Guerras Médicas: 58, 108. 258-9, 265-6, 269.
Guerras Púnicas: 51, 153, 201, 228, 230, Itome: 52, 148-50, 153, 167, 176.
238, 243, 249, 259. Jenofonte: 84, 96, 128, 200, 236, 244.
Haliarto: 85. Jerjes: 47, 120.
Hannón: 257, 261. Jerónimo de Siracusa: 259.
Hecateo: 57. Jonia, jonios: 66, 132, 229.
Helesponto: 237. Júpiter: 50.
Heliké: 97. Justino: 59n.
Heraclea: 208, 212n, 222. Laconia: 53-4.
Heraclea en Traquis: 124n. Ládico de Acarnania: 143.
Heracles: 128, 152. Lamia: 208.
Heráclidas: 105, 128. Lámpsaco: 177n.
Heráclito (comandante macedonio): Laodice III: 210.
230n. Larisa: 43, 59, 145, 212.
Heráclito (filósofo): 57. Larisa Cremaste: 205.
Herea: 98, 99n, 148n. León de Atenas: 74, 198.
Hermione: 98, 116. Leoncio: 119.
Heródoto: 54n, 57, 60, 62-3, 68-9, 154, Leonte: 97n.
225. Léucade: 205.
Hierocles de Agrigento: 124. Leuctra: 46, 106, 178.
Hierón de Egira: 211. Libia, líbicos: 30, 55, 63, 73, 76, 227-8,
Hierón II de Siracusa: 75, 211, 233, 239. 249-71.
Hiparco: 54n. Licaón: 65.
Hípata: 208, 215. Liceo: 55.
Hipérides: 97n. Licia: 99.
306 INDEX NOMINUM

Licisco (político etolio): 74. Medión: 192-3, 196, 264.


Licisco de Acarnania: 61, 76, 79n, 80, 85- Mediterráneo: 17, 19, 33, 35, 45, 47, 49,
6, 186, 196n, 197, 213, 229. 52, 56, 62, 68, 71, 87, 91, 94, 103,
Licómedes: 128. 127, 131, 183, 198, 268, 271.
Licortas: 18, 30, 93, 111-2, 123-6, 129, Megalópolis, megalopolitanos: 18-9, 48,
135, 156, 162, 168-9, 172-4, 179-80, 65, 98, 109-10, 112, 115-6, 121, 127,
269. 138, 139n, 159, 161-2, 165, 169, 171,
Licurgo (legislador): 120, 138, 252. 200, 259n.
Licurgo (rey espartano): 55, 118. Mégara: 98, 126.
Lidíades de Megalópolis: 98n, 100, 116. Megástenes: 64.
Lidios: 68. Menandro: 50, 70-1.
Liga de Corinto: 133n. Meneleo: 55.
Liga de Delos: 58. Menestas: 74.
Liga de los Jonios: 229. Mesene, mesenios: 96, 105, 107-8, 110,
Liga del Peloponeso: 127. 123-4, 129, 148, 153, 159, 163n, 166,
Liga Helénica: 97n, 137, 139-41, 144-5, 186-7, 190-1, 193, 195-6, 259.
148, 172, 189, 194. Mesopotamia: 134.
Ligures: 254. Micaleso: 41.
Lilibeo: 54, 171. Micenas: 55.
Limneo: 201. Mición: 107n.
Lisándridas de Megalópolis: 162. Molpágoras: 261n.
Lócride: 126, 202n, 205. Morgantina: 86.
Lucrecio, C.: 85n. Myrina: 236.
Macánidas: 118, 120. Nabis: 111, 116, 119, 160n, 120-1, 162,
Macedonia, macedonios: 17, 30, 46, 48, 211, 260.
57-8, 60, 62, 78, 80, 83, 91-2, 96, 103- Naupacto: 76, 96-7n, 159, 184, 248.
5, 107, 109, 114-6, 119, 122-3, 128- Nearco de Orcómeno: 116.
30, 131-81, 183, 189, 194, 197, 201, Nevio, Cn.: 46.
203, 214, 229-30, 264, 270-1. Nicandro: 217.
Magna Grecia: 106, 178. Nicea: 144n, 157-8.
Magnesia del Sípilo: 109n. Nicias: 46.
Mamertinos: 75, 233, 239. Nicóstrato (etolio): 190.
Mandonio: 258. Nicóstrato (aqueo): 160n.
Manlio Vulso, Cn.: 109n, 161n. Notos: 63.
Mantinea, mantineos: 84-5, 94, 108, 118, Océano: 56.
120, 126n, 128, 153n, 178n. Octavio Graco, Cn.: 265.
Mar Rojo: 56. Odisea: 34n, 50n.
Maratón: 80. Odiseo: 34n, 169.
Marcio Filipo, L.: 265. Ogigo: 105.
Masinisa: 212n. Oleno: 97n.
Matos: 200, 255n, 256. Olimpia: 49-50.
Media, medos: 63, 70, 256. Olimpíadas: 47.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 307

Olimpo: 55. Pleurón: 124n.


Orcómeno, orcomenios: 96, 110, 116, Plinio el Joven: 52.
137, 148n, 162. Plutarco: 53, 80, 84, 96, 97n, 107n, 110,
Oreo, oreítas: 81n, 87. 111n, 112, 114, 116n, 118, 120, 123-
Orestes: 105. 4, 125, 127-8, 136-7, 139, 146n, 153,
Oropos: 211. 161n, 162, 169, 170, 175n, 178, 203n,
Osa: 55. 206, 236, 244, 262.
Otanes: 154. Polibio: passim.
Panecio de Rodas: 169. Polícrates de Argos: 74.
Parnaso: 55. Polieno: 99.
Patras: 97, 98n, 126. Popilio Lenas, C.: 17, 265.
Pausanias: 19, 120n, 124n,128, 165, Porcio Catón, M.: 18, 46, 131.
168-72, 178. Posidonio de Apamea: 34, 66-7, 131.
Paxos: 110n. Postumio Albino, A.: 46.
Paz de Antálcidas: 133. Prítanis: 138.
Pelene: 97. Pseudo Dionisio: 27.
Pelio: 55. Pseudo Escílax: 56.
Pélope (hijo de Licurgo): 118. Ptolomeo (gobernador): 72.
Pélope (personaje mítico): 105. Ptolomeo III Evergetes: 138.
Pelópidas: 46, 74, 116n. Ptolomeo IV Filopator: 107, 140-1, 195.
Peloponeso, peloponesios: 19, 28, 52-5, Ptolomeo V Epífanes: 18, 112.
91-9, 103-13, 115-6, 119-20, 122-29, Ptolomeo VI Filométor: 72.
133, 136-8, 143, 148, 159-61, 165-8, Ptolomeo VIII Evérgetes: 175.
179, 186, 189-90, 195. Ptolomeos, ptolemaico: 33, 78, 91.
Peonia: 155. Queronea: 85, 154n, 163.
Pérgamo: 33, 91, 153, 202n, 210, 236n. Quincio Flaminino, L.: 158, 160n.
Perge: 161n. Quincio Flaminino, T.: 60, 78, 81n, 83,
Periandro: 46n. 109, 124-5, 155, 160n, 197-209,
Perseo de Macedonia: 18, 128, 131, 177, 210n, 213-5, 217, 219, 220-1.
219n, 262-4. Rafia: 107.
Persia, persas: 48, 58, 62-3, 120, 132, Rodas, rodios: 17, 33, 55, 59, 76, 81, 87,
154, 201, 231, 243, 241, 260. 91, 134-5, 157n, 174n, 176, 202n,
Pidna: 17, 60, 91, 130, 150, 156, 162, 212, 242.
169, 179, 261, 264-5, 270-1. Roma: passim.
Pireo: 109, 126, n. 230. Saba: 60.
Pirineos: 261. Sabinos: 237.
Pirro de Epiro: 47n, 58, 232, 240. Salamina: 126, 241.
Plasencia: 238. Samnitas: 240.
Platea: 80, 127. Samo: 149n, 152n, 155.
Platón: 66, 251. Selasia: 85, 143, 148, 162.
Plauto: 131, 170. Seléucidas: 33, 62, 69n, 78, 91, 122,
Pléurato: 110. 161n, 198, 211, 229.
308 INDEX NOMINUM

Selge, selgeos: 259. Timeo de Tauromenio: 15, 58, 75, 46n,


Sempronio Aselio, P.: 43, 48-9. 47, 49n.
Senones: 232. Timoteo: 120.
Síbaris: 106. Timóxeno: 116, 161n.
Sibila de Cumas: 152n. Tiro: 60.
Sicilia: 51, 53-4, 167-8, 232, 239, 247n, Tirteo: 259.
249-50, 254. Tisámeno: 105.
Sición, sicionios: 95, 115, 128, 133, 137, Tito Livio: 46n, 49-50, 78, 80, 83n, 109,
146n, 158. 120n, 124, 136n, 150n, 154n, 157,
Siracusa: 39, 75, 86, 233, 244. 160, 173n, 180, 201, 203-204n, 209,
Sirios: 127. 211-2, 217-8, 220n, 222, 225, 250.
Sosibio: 74, 127. Titormo: 187.
Sulpicio Galba Máximo, P.: 80-2, 85-6, Toante: 74.
88, 213. Tracia, tracios: 41, 62, 72n, 155, 235n.
Tarento: 86. Trasibulo de Atenas: 116n.
Tarquinio el Soberbio, L.: 217, 46n. Trasibulo de Mileto: 46n.
Tarquinio, S.: 46n. Trasícrates de Rodas: 61, 76, 79n, 80, 86,
Tasos: 260. 176, 213, 217.
Taurión: 143. Trasimeno: 147.
Tearces: 162. Trecén: 98.
Teáridas (hermano de Polibio): 18. Triconion: 190, 193.
Teáridas: 162. Trifilia: 143, 148n.
Tebas Ptiótica: 205, 215. Tritea: 97.
Tebas, tebanos: 66, 74, 85, 106, 108-9, Troya: 75.
116n, 145, 153n, 158n, 159, 178, 186, Tucídides: 27, 48, 131, 186, 243n, 244.
214. Útica: 255.
Tegea, tegeata: 119-20, 127, 138, 143n, Vadimón: 232.
159. Valerio Antias: 154n.
Telamón: 232, 234, 235-7, 239, 242, Valerio Flaco, L.: 208, 216-222.
244-5. Valerio Levino, M.: 204n, 221.
Telfusa: 98n. Zacinto: 124-5.
Temístocles: 43n. Zenón de Cauno: 61.
Tempe: 198, 204-5. Zenón de Hermione: 116.
Teodoto: 195-6, 72n. Zenón de Rodas: 55.
Teopompo: 47, 85n, 152n. Zeus: 49-50, 95n, 95, 112, 148, 149n,
Teos: 59, 210. 154.
Termópilas: 124, 208. Zeuxis: 211.
Termos: 147, 151, 152n, 153.
Tesalia, tesalios: 43, 52, 110, 117, 144-5,
156, 163, 203, 214, 219, 221.
Teuta de Iliria: 190.
Tideo: 185n.
INDEX LOCORUM

Agatárquidas Aristóteles
Sobre el Mar Eritreo Sobre el alma
GGM 1, 118: 70. 403a16–32: 199.
GGM 1, 157: 66. Metafísica
Sobre Europa 1058 a-b: 70.
FGrH 86 F6: 188. Meteorológicos
Amiano Marcelino 356a: 24, 56.
Historias Poética
27.4.4: 235n. 1451b: 27n.
1452a: 223-4.
Anacreonte 1453b: 223.
Frag. 423 Page: 57. 1454a: 223.
Antología Palatina 1455a: 223.
6.114-116: 152n. 1459a: 27n.
6.115: 149n. 1460a: 223.
7.438: 96n. Política
9.519: 155n. 1255a: 84.
Apiano 1276a: 125.
Historia Romana 1284a: 46n.
Iber. 4: 250-1. 1285a: 260.
Lyb. 132: 176. 1286b: 83.
Mac. 7: 81n, 159-60n. 1310b: 83.
Mac. 9.1: 196. 1311a: 46n.
Pun. 5: 251. 1327b: 66.
Sic. 2: 251. Problemas
14.1-4: 64.
Arato
Retórica
Memorias
1360a: 27.
FGrH 231 T1-6; F1-6: 117. 1378a: 199.
Aristócrates 1378b: 199-200.
FGrH 591 F4: 120. 1378b-1379b: 199.
Aristófenes 1380a: 200.
Caballeros 1380b: 200.
74-79: 187. 1382b-1383a: 264.
1390b-1391a: 263.
310 INDEX LOCORUM

Arriano Crónica de Lindos


Anábasis FGrH 532 F1, C42: 149n.
7.1.2: 56. Curcio Rufo
Ateneo Historia de Alejandro Magno
El banquete de los sabios 6.1.20: 159.
6.253b-f: 186. Demóstenes
Aulo Gelio Sobre el Quersoneso
Noches Áticas 66: 149-150.
7.8.6: 154n. Dinarco
BMC 1.34: 159.
“Italy”, 365, n°15: 210. Diodoro Sículo
Cicerón Biblioteca Histórica
En Defensa de Arquias 1.4: 78n.
5: 43n. 3.47: 60n.
Bruto 4.18: 56.
79: 43n. 4.56: 56.
Sobre el Orador 5.29: 235n.
2.2: 43n. 5.30: 235n.
2.58: 49n. 5.31: 244.
2.317: 51. 10.11: 46n.
3.139: 46n. 11.1: 47n.
Sobre la República 13.43: 212n.
2.45: 82n. 13.58: 58.
6.13: 49n. 14.77: 249.
14.113: 47n.
Discurso en favor de Flacco
15.24: 249.
13: 51.
15.75: 96n, 105.
Sobre las Leyes 16.87: 85.
1.6: 48. 19.61-62: 60.
Discurso en favor de Sexto Roscio 20.3: 249n.
67: 46n. 20.17: 249n.
Tusculanas 20.38: 249n.
4.4: 43n. 20.55: 249n, 259.
Claudio Ptolomeo 20.64: 249n.
Tetrabiblos 25.2: 250.
2.2.55-58: 66. 25.8: 250.
26.23: 250.
Corpus Hipocrático
27.1: 118n.
Sobre aires, aguas y lugares 32.2-4: 150n.
12: 63. 32.26: 179.
16: 63. 33.4: 260.
18: 64.
23: 64. Dión
24: 64. Discursos
ÁLVARO M. MORENO LEONI 311

36.17: 170n. 4.4: 235n.


Dionisio de Halicarnaso 4.6: 55.
Antigüedades romanas 5.3: 59n.
1.3: 78n. 8.4: 148.
1.4: 71. 8.7: 97, 126, 178.
1.89: 69. 9.5: 203n.
4.1: 42. 10.2: 183.
4.56: 46n. Eurípides
4.67: 42. Fenicias
5.19: 42. 138: 185n.
5.73-74: 44n. Eutropio
9.1: 47n. Breviario
10.52: 59n. 3.5: 230n.
10.54: 59n.
12.4: 42. Filodemo
15.1: 42. Fragmentos
16.3: 42. Arnim, SVF. III: 221-235: 67n.
19.5: 43n. Flavio Josefo
Sobre Lisias Antigüedades Judías
7: 236. 12.147-153: 62.
Ennio Flegón
Anales, ed. Skutsch. Libro de las maravillas
215: 254n. FGrH 257 F 36: 60.
Eratóstenes Floro
Fragmentos Epítome
FGrH 241 F 45: 71. 3.3.4: 235n.
Esquilo Focio
Agamenón Biblioteca
218: 224. Codex 250.102, 459a-b: 60n.
Suplicantes Hecateo
447: 46n.
Fragmentos
Esquines FGrH 1 F119: 57.
Contra Ctesifonte Helénicas de Oxirrinco
3.165: 159. 19: 96n.
Estrabón Heráclito
Geografía Fragmentos (ed. Diels-Kranz)
1.2: 56. 107: 57.
1.3: 56.
1.4: 62, 71. Heródoto
2.1: 54, 54n. Historias
2.3: 67. 1.135: 68.
2.5: 56. 1.145: 94n, 97.
2.7: 53. 1.155: 68.
312 INDEX LOCORUM

1.210: 106n. 5.2: 82n.


2.154: 57. Jenofonte
2.171: 128. Helénicas
3.80: 154. 3.2: 94n.
4.64-65: 235n. 4.6: 94n, 96n.
4.101: 54n. 4.7: 51.
5.92: 46n. 4.17-19: 105.
7.73: 128. 5.3: 201.
8.43-48: 241. 7.1: 94n, 105, 107n, 128.
8.144: 69.
Anábasis
9.26: 128.
5.6: 84.
9.122: 63.
5.7: 44.
Hipérides 7.3: 57.
Contra Demóstenes Ciropedia
5.18: 97n. 7.5: 84.
Homero Constitución de los Atenienses
Ilíada 1.8: 106n.
2.867: 57. Justino
IG Epítome
13.174: 94n. 22.6.12: 249n.
22.13: 94n. 24.5.6: 235n.
22.112: 94n. 28.1.5: 59.
22.677: 230n. 28.4.12-14: 139n.
42.1.68: 97n. 29.4.11: 155n.
42.1.75: 157n. Megástenes
5.1.885: 120n. Sobre la India
5.2.344: 97n, 110n, 116. FGrH 715 F 4: 64.
5.2.469: 113n.
7.188: 101n. Memnón
7.411: 211. FGrH 434 F18.2: 59n.
9.1.1: 215n. Menandro
9.12.1, 4c8: 194. Fragmentos (ed. Körte)
9.12 2.241: 205. 612: 70.
12.8.637: 94n. OGIS
I. Olymp. 8: 115.
46: 123n. 218: 115.
630: 94n. Orosio
ISE Historia contra los paganos
I, n° 7: 45n. 5.23.18: 235n.
Isócrates P. Col. Zen.
A Nicocles 2.66: 61.
9-35: 175. Pausanias
Cartas Descripción de Grecia
ÁLVARO M. MORENO LEONI 313

1.23: 41n. Gorgojo


2.1: 128. 288: 170.
2.8: 98, 98n, 126n. Plinio el Joven
2.9: 155.
Cartas
4.29: 148.
10.40.2: 52n.
7.7: 97n, 155n.
7.8: 152n, 159n. Plinio el Viejo
7.9: 168. Historia Natural
7.10: 17, 178. 3.57: 59n.
7.11: 124n. 14.89: 44.
7.11-12: 178. Plutarco
7.14: 124n, 179. Vidas
7.15 : 124n. Agis
7.17: 81n. 3: 121n.
7.18: 98n.
Alcibíades
7.20: 98n.
17: 53.
7.27: 98n.
8.9: 169. Arato
8.27: 121n, 139n. 3: 102.
8.30: 19, 121n, 123, 165, 169, 9: 97n, 123n.
172, 200. 13: 115.
8.37: 169. 14: 121n, 146n.
8.44: 169. 16: 115-6, 123, 126.
8.50: 155n. 18-24: 126.
8.51: 120. 23: 96, 110.
8.52: 96n, 119. 24: 98n, 100, 116n, 126n.
10.18: 236n. 27: 111n.
10.20: 241. 29: 118.
10.22: 81. 30: 98.
33: 110n, 137n.
Platón 34: 98.
Las Leyes 35: 98.
624a-630e: 251. 38: 116n, 136-7, 139n.
715e-716b: 262. 39-42: 137.
Menexeno 41: 107n, 138.
82b: 57. 44: 116, 161n.
Fedro 45: 84, 114, 119n, 175n.
113a8: 24, 56. 48: 143, 146.
La República 49-50: 154.
417b: 82n. 50: 148.
435e: 66. 51: 154.
468a: 84. 52: 155.
Plauto 54: 154-5.
Anfitrión Arístides
258-9: 217n. 1: 46n.
19: 46n.
314 INDEX LOCORUM

Artajerjes 16: 210n.


8: 236. 17: 124.
Bruto Marcelo
45.6: 221n. 24: 44n.
Catón el Viejo Nicias
2: 43n. 12: 53.
3: 52n. Pompeyo
9: 18. 25: 56.
Cleómenes Timoleón
10 : 186. 34: 119.
16 : 128, 137. Cuestiones Morales
17: 97n. 183 F: 206.
17-19: 137. 329 B: 62.
20: 161n. 760 B: 154.
21: 119n, 161n. 790 E-791 A: 18n.
24 : 162. 814 A-C: 80.
33 : 127. 814 D: 169.
Comp. Entre Filopemén y Flaminino Polibio
2: 107n. Historias
Demóstenes 1.1.1: 220n.
23-24: 153. 1.1.5: 104.
26: 153. 1.2.2-6: 48.
34: 153. 1.2.7: 264.
41-42: 153. 1.3.7-10: 54, 93n.
Emilio Paulo 1.3.9: 24n, 56.
27: 262. 1.6.1-2: 47.
28: 50n. 1.6.5: 47n.
Fabio 1.6.6: 51n, 175, 232n, 240.
9: 44n. 1.9.3-8: 233.
Filopemén 1.10.2: 75.
3: 111. 1.11.7: 233, 239.
5: 162. 1.12.7: 231.
8: 125, 136. 1.13.9: 231.
10: 118. 1.15.13: 220.
11: 120. 1.20.1-3: 175.
12: 136n, 155n. 1.20.9: 51.
14: 111-2. 1.26-28: 42n.
16: 120-1. 1.31.5-7: 263.
17: 123n, 124. 1.35.1: 220n.
21: 18n, 166. 1.35.1-3: 263.
Flaminino 1.35.4: 50n, 262n.
1: 43n. 1.35.6: 220n.
5: 43n, 79. 1.35.7-10: 221.
7: 160n, 203n. 1.35.8: 220n.
8: 201. 1.35.9: 263.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 315

1.41.6: 55. 2.1.3: 250-1.


1.41.7-42: 53. 2.2.9: 192.
1.41.7: 53, 220n. 2.3.3: 196.
1.42.6: 54. 2.4.1-5: 192.
1.52.1: 195. 2.4.6: 196-7.
1.56.13-15: 204. 2.7.1-12: 238-9.
1.57.1-58.9: 51. 2.8.8: 190.
1.59.12: 51n, 232n. 2.8.13: 200.
1.63.7-9: 46n. 2.11.5-12: 209, 213.
1.63.9: 54, 104. 2.12.4-8: 59.
1.65.2: 250n, 251. 2.12.6: 213.
1.65.3: 252. 2.13.5: 241, 243.
1.65.6-9: 249n. 2.13.6: 245, 247.
1.65.6: 250. 2.14.1-9: 232n.
1.65.7: 73, 76, 253. 2.14.2: 230-1.
1.65-88: 249, 266. 2.14.3-17.12: 55, 230-1.
1.66.10: 250n. 2.14.4-8: 54.
1.67.2-5: 250n. 2.14-35: 231.
1.67.7: 254. 2.15.1-12: 42, 232n, 233-4.
1.69.4: 256. 2.17.3: 238.
1.69.6: 250n, 256. 2.17.8-12: 233, 234, 236.
1.69.7: 200. 2.18.1: 232, 234, 243, 245.
1.70.8: 259. 2.18.4: 238, 251.
1.70.9: 250n. 2.18.8: 243.
1.71.1: 253. 2.18.9: 241, 243.
1.71.4-7: 250-1. 2.18-20: 231-2, 232n, 240.
1.72.1-7: 252. 2.19.3-4: 234, 238.
1.72.2-3: 259, 263. 2.19.9: 238.
1.72.4: 258. 2.20.6-7: 47n.
1.72.4-6: 250n. 2.20.8-10: 232, 234, 240, 243,
1.72.6: 251n. 245.
1.72.7: 263. 2.21.6: 234, 243.
1.76.6-9: 253n. 2.21.7: 241, 243.
1.77.4-5: 256. 2.21.9: 239n, 240.
1.79.8-11: 255n. 2.21-35: 231-2.
1.80.1-13: 255. 2.22.2: 238.
1.81.1-10: 255, 261. 2.22.7: 241, 243.
1.82.2: 256. 2.23.4: 234.
1.82.9: 250n. 2.22.7: 241, 243.
1.82.10: 255. 2.23.7-13: 239-243, 246.
1.84.9-10: 255. 2.23-24: 246.
1.85.1: 255. 2.23-34: 230.
1.86.6: 255. 2.24.1: 241, 243, 246.
1.87.3-6: 257. 2.25.2-11: 237.
1.88.5: 250n. 2.25.9: 234.
1.88.7: 249. 2.26.1: 237n.
316 INDEX LOCORUM

2.28.6: 237, 244. 2.59.1: 119.


2.28.8-11: 234-5, 244. 2.59.2: 119.
2.29.1-9: 139, 234-5, 244. 2.59.4: 117, 119.
2.30.1-9: 234, 245. 2.59.7-9: 118.
2.31.7-10: 243. 2.59-60: 110-1, 116-9.
2.31.7: 240n. 2.60.2: 118.
2.31.8: 239. 2.60.7: 119.
2.32.5: 239, 246. 2.61.2-11: 108, 116, 162.
2.32.6: 234, 244. 2.62.3-4: 104.
2.32.8: 238, 238n. 2.64.6: 139.
2.33.1-9: 42n, 233-4, 241-5. 2.65.2-5: 148.
2.34.1: 239. 2.67.8: 162.
2.35.1-10: 230-1, 234, 236, 239, 2.70.1-8: 85, 138-9, 143n.
241, 243-5. 2.71.1: 104.
2.37.1-11: 99, 103-4, 108, 125. 2.79.3-4: 245.
2.37-70: 91-130. 3.3.3: 199.
2.38.1-11: 95-6, 101, 101n, 104, 3.3.5: 233, 243, 261.
106, 108, 110, 176. 3.3.7: 105.
2.39.1-10: 106, 178. 3.3.9: 264.
2.40.1-6: 74, 104-5, 109, 111, 3.4.1-13: 19, 169, 261, 264.
113, 123-4, 126, 164, 232n. 3.6-7: 201.
2.41.1-15: 96-7, 97n, 101n, 105, 3.7.1-7: 199, 201.
116, 128. 3.8.1-9.5: 232, 232n.
2.42.1-7: 54, 104-5, 108-9, 116, 3.9.8: 250n.
118, 161n, 176. 3.9.9: 250n, 251, 264.
2.43.1-10: 96, 98n, 110, 115-6, 3.10.1: 250n.
123, 126. 3.15.6: 190.
2.44.1-6: 94, 96, 98, 98n, 101n, 3.16.2: 241.
110n, 116, 126. 3.20.5: 48, 43n.
2.45.1-7: 99, 195, 252. 3.22.1-2: 47, 47n.
2.45-46: 110n. 3.32.2-3: 93n.
2.46.5-7: 139. 3.34.2: 234.
2.47.1-11: 111n, 135, 137-9, 3.35.4: 261.
137n, 156, 161, 232n. 3.36.1-5: 53, 55, 220.
2.48.1-2: 137n. 3.36.6-37.8: 53.
2.50.1: 161n. 3.36-38: 52.
2.50.11: 138. 3.37.1: 24n, 56n.
2.51.1-4: 137-8, 156. 3.37.6-10: 24n, 56.
2.53.1-6: 161. 3.39.4: 56, 24n.
2.55.2-7: 121, 259n. 3.40.9-10: 238.
2.55.8-9: 162. 3.49.2: 238, 238n.
2.56.2: 111, 232n. 3.52.3-4: 44, 212n.
2.56-63: 111n, 232n. 3.58.8: 233.
2.57.8, 10: 84. 3.59.7-8: 55.
2.57-58: 41n. 3.60.10: 212n.
2.58.10: 84. 3.67.3: 235n.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 317

3.70.4: 238n. 4.52.3: 44.


3.75.8: 241n. 4.57.5-58.12: 188.
3.78.2: 238, 238n. 4.62.4: 196.
3.80.3: 219n. 4.64.8: 196.
3.87.6: 42. 4.67.1: 194n.
3.87.8-9: 44n. 4.74.3-7: 105.
3.90.14: 246. 4.76.1-9: 141-4, 164.
3.98.1-11: 233, 247, 252, 257. 4.80.3: 143.
3.99.7: 263n. 4.80.15: 143.
3.100.3: 212n. 4.81.2-14: 139, 251, 260.
3.114.2-3: 245. 4.82.2-8: 141-3.
3.115.2: 233. 4.84.1: 143.
4.1.5: 101n. 4.84.4: 86.
4.1.7: 104. 4.87.1-9: 143.
4.2.1-2: 149n. 5.1.6-11: 143.
4.3.1-13: 72n, 189-196, 252. 5.3.1: 184.
4.4.1-9: 193-6. 5.9.8-10: 139n.
4.5.1-10: 191-6. 5.9-10: 84.
4.6.4-6: 137, 143. 5.9-12: 84, 151, 153.
4.10.2-6: 143. 5.10.1-4: 85.
4.13.6-7: 189. 5.10.6: 146.
4.15.1: 144. 5.10.10: 152.
4.16.1: 148. 5.11.6: 82, 139, 154.
4.16.2: 196, 203. 5.12.5-8: 147.
4.16.10-11: 184. 5.16.6: 119.
4.18.2: 43n. 5.21.4-22: 53-54.
4.19.7-8: 143. 5.21.9: 220n.
4.20-21: 65, 94n. 5.22.1-9: 54-5.
4.21.1-6: 65-66. 5.26.5: 144.
4.22.3-24.9: 145. 5.27.4: 143.
4.23.7-9: 145-6. 5.31.10: 54.
4.24.1-9: 146. 5.36.4: 127.
4.27.1: 194n. 5.38.9-10: 50n.
4.27.3-8: 46n, 153n. 5.39.6: 139.
4.27.5: 135. 5.45.6: 44n.
4.29.4: 238, 238n. 5.46.6: 44n.
4.30.2-5: 73, 108. 5.50.8: 211n.
4.31.3-5: 107-8, 176. 5.64.5: 74.
4.31.4-8: 46n. 5.65.10: 62.
4.31-33: 105, 107. 5.72.10: 259.
4.32.3: 106. 5.74.2-3: 259.
4.36.9: 206n. 5.77.5-6: 210n.
4.38.1: 24n; 56n. 5.78.6: 210n.
4.38.12: 220n. 5.81.1-7: 195-6, 72n.
4.42.3: 24n, 56. 5.86.9: 107.
4.45.5-6: 50n, 256. 5.92.7: 143.
318 INDEX LOCORUM

5.93.8: 138. 7.11.1-12: 134, 147, 149, 156,


5.95.3-5: 143. 220n.
5.97-101: 117. 7.12.1-9: 52, 148, 153, 176.
5.101.8-10: 147, 151. 7.13.1-7: 150, 259.
5.102.1: 190. 7.14a.5: 150.
5.103.1-2: 143. 7.14.3: 259n.
5.104.1-11: 52n, 76, 148, 151, 7.14.5: 150.
184, 229. 8.3.3: 262n.
5.105.1: 151. 8.7.3: 97.
5.106.1-8: 105-7, 189. 8.7.7: 262n.
5.107.5-7: 184, 196. 8.9.3: 85n.
5.111.4: 239. 8.11.3-5: 48.
5.111.6-7: 237. 8.12.2: 143, 155.
6.4.10: 261. 8.16.4-5: 72.
6.5.7-8: 68. 8.21.10: 238, 238n.
6.7.1-9: 154, 154n, 261. 8.23.5: 134.
6.8.5-6: 154n. 8.24.1: 260.
6.9.9: 260. 8.35.6: 111, 117, 139.
6.11.1: 47. 8.36.3-10: 46.
6.11.3-8 : 50, 50n. 9.3.5: 190.
6.11a.2: 42n. 9.8.1-13: 46n, 111.
6.11a.4: 44. 9.10.7-10: 39.
6.18.2: 241n. 9.11.1-3: 73n, 252, 257, 261.
6.18.5: 264. 9.15.1: 35.
6.19.2: 44. 9.18.1-19.4: 46.
6.21: 42n. 9.18.1: 162n.
6.23.15: 44. 9.21.1: 50n.
6.24.3: 44. 9.22.1: 262n.
6.26.11: 220. 9.23.1-9: 46, 74, 139, 143, 147,
6.37.10: 202. 153, 259.
6.39.12-14: 44. 9.25.4-6: 257.
6.42.1-4: 44. 9.28.3: 85n.
6.43.4-7: 74, 206n. 9.29.8: 139.
6.43.6: 111. 9.30.2: 238, 238n.
6.46.7-9: 251-2. 9.32.3-39.7: 76.
6.47.2-5: 72n, 73. 9.34.2: 261.
6.48.1-8: 23n, 252. 9.34.11: 186.
6.48.7-49.10: 153. 9.35.1-4: 197, 229.
6.50.1-6: 106n. 9.35.6: 261.
6.52.1-10: 67-8, 253. 9.36.4-5: 139, 139n.
6.53-54: 44. 9.37.7: 86.
6.56.1-5: 204. 9.38.6: 196n.
6.56.9: 80n. 9.39.2-3: 85-6.
6.57.9: 102. 9.42.5-8: 81, 81n.
6.58: 73. 10.3.1: 83n.
7.7.2 : 259. 10.5.6: 83n.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 319

10.6.3: 260. 13.1.1: 184, 188, 196.


10.7.3: 260. 13.3.2-8: 256.
10.15.4-6: 41, 80, 80n, 202. 14.1.4: 238, 238n.
10.15.4-17.5: 202. 14.8.5: 42n.
10.16.1: 80. 14.8.9: 238.
10.17.1: 202. 15.1.14: 238, 238n.
10.18.7-14; 236n, 261. 15.9.6-9: 42n.
10.19.3-7: 261. 15.12.9: 50n.
10.21.3-4: 28. 15.16.3: 50n.
10.21.5-8: 18n, 111. 15.21.2: 261n.
10.22.10: 204n. 15.23.4: 238.
10.25.5: 184. 15.23.10: 260.
10.26.1-6: 154-5, 261, 261n. 15.24.1-6: 134, 167, 238, 249,
10.27.3: 70, 256. 260.
10.34.2-35.2: 83. 15.25.22-24: 261.
10.35.5: 75. 15.33.5: 261.
10.35.8: 258, 260. 16.16.4: 55.
10.36.1-7: 150, 250, 252, 258, 16.22a: 73, 107, 107n.
260, 262. 16.28.9: 51n.
10.37.1-8: 257, 258, 260. 16.29.6-9: 24n, 56.
10.37.7-38.3: 83n. 16.38.1: 109.
10.38.1: 260, 261n. 18.2.5: 158n.
10.38.3: 83. 18.2.6: 213n.
10.40: 83n. 18.3.9: 144n.
11.3.1: 238. 18.3.12: 205.
11.4.1-6.8: 76. 18.4.3-4: 213-4.
11.5.1: 217. 18.4.8: 188, 203.
11.5.2: 87. 18.5.1-3: 188, 202.
11.5.6: 81, 87, 233. 18.5.5-6: 196-7, 202n.
11.5.7: 261. 18.6.5-7: 157, 238n.
11.5.8: 81n, 87, 217. 18.7.4: 145.
11.6.7: 176. 18.7.5: 155.
11.13.4-8: 101n, 118. 18.8.9: 205.
11.17.2: 118. 18.10.11: 158n.
11.18.4: 118. 18.11.4-6: 158n, 160n.
11.18.7-8: 120. 18.13.8: 157.
11.19.4-7: 73, 77, 201, 243. 18.13-15: 157.
11.19a: 43n. 18.14.1-15: 157, 160, 160n, 163,
11.31.1-6: 238, 238n: 177.
11.34.5: 70, 233. 18.18.2: 78.
11.35.6: 247. 18.19.9-11: 203.
12.4b.1-4c.1: 75. 18.21.5-8: 203.
12.5.1-2: 171. 18.22.1-10: 76, 79, 203.
12.25b.3: 15. 18.25-26: 203n.
12.25d.4: 156n. 18.26.9-12: 78.
13.1a: 188, 196. 18.27.3-7: 201, 203.
320 INDEX LOCORUM

18.28-32: 203. 22.3.2: 42n.


18.29.5-7: 50n. 22.3.5-6: 18n.
18.34.1-8: 196-7, 201-2, 204, 22.5.6: 200.
260. 22.8.6: 101n.
18.35: 68. 22.8.9-10: 86.
18.35.3-12: 204. 22.8.13: 102n.
18.36.4: 200. 22.9.1-12: 156.
18.37.7-10: 83, 207, 229. 22.12.2-3: 176.
18.38.1-9: 204-5, 209, 214, 217. 22.14.5: 155.
18.45.6: 260. 22.16.2: 85.
18.45.12: 158n. 23.3.9: 155.
18.47.8: 205. 23.10-11: 155.
18.52.2: 177n. 23.12.8-9: 101-2n, 176.
18.55.1-2: 196. 23.13.2: 76.
19.1.1: 46. 23.14.1: 102n.
20.3.6: 18n. 24.1.2: 188.
20.4: 107. 24.3.1: 251.
20.5.2: 126n. 24.6.3: 112.
20.5.12: 143, 144n, 146n. 24.6.3-7: 18, 18n.
20.9.1-12: 44, 208, 213, 216, 223, 24.8.3-5: 173.
225, 243. 24.10.1-15: 172-4, 177-9.
20.9-10: 208-223, 225. 24.11.2: 102.
20.10.1-17: 61, 185, 200, 217-8, 24.11.5: 156n.
222-4, 222n, 232, 234. 24.11-13: 180, 206.
20.11.7: 198, 217. 24.12.1: 44.
20.12.1-7: 111, 123n, 176. 24.13.1: 180.
20.13.1: 200. 24.13.2: 135, 167, 207.
21.2.4-6: 222n. 24.13.4: 167.
21.4.3: 83. 24.13.8: 156.
21.4.10-13: 222n. 24.13.9: 172.
21.3b: 109n. 24.14.7: 238, 238n.
21.8.1-7: 133-4. 24.15.2: 238n.
21.9.1-3: 109, 123n. 25.3.1: 219.
21.19.9: 135. 25.5.4: 135.
21.22.7: 135. 27.2.11: 110.
21.22.8: 134. 27.8.8: 83n.
21.25.8: 196. 27.9.1-6: 52.
21.26.9: 186. 27.9.13-10.5: 51n.
21.26.15-17: 196, 198. 27.10.1-5: 177.
21.28.2-6: 235n. 27.12: 72n.
21.29.9: 200. 27.13.1: 72.
21.31.7-16: 74, 198, 200. 27.15.4: 43n.
21.32c: 121. 27.15.10-12: 163.
21.37.5: 233n. 28.6.1-9: 18, 156, 163, 175, 180.
21.38.2-6: 235n. 28.7.1-10: 102n, 163n.
21.41.2: 243, 261. 28.9.7: 264.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 321

28.12.1-13: 18. 34.10.15-17: 55.


28.12.2: 163. 34.14.4: 70.
28.13.1-14: 163-4. 36.4.1-4: 218, 224-5.
28.7.8-13: 134. 36.8.7: 46.
28.28.12-13: 18. 36.9.1-17: 39, 153, 153n, 224,
28.28.7: 18. 226, 256.
29.17.4: 51n. 36.11.1: 171.
29.20.1-4: 150, 262-3. 36.13.1: 180.
29.21.1-9: 262. 36.14.4: 46.
29.27.1-13: 17, 145, 265. 36.17.5-10: 204n.
30.1.6-3.8: 17. 36.17.13: 251.
30.4.2: 200. 38.2.13-14: 146.
30.6.5-8: 17. 38.4.1-8: 165-6, 176-7, 200,
30.7.5-8: 17. 220n.
30.10.1-6: 49n, 50. 38.6.13: 179.
30.11.1-6: 184-5, 188, 251. 38.10.13: 178.
30.12.1-3: 73, 184. 38.12.8-9: 179.
30.13.6-11: 17. 38.17.2: 261.
30.18.1-7: 42-3, 171, 173n. 38.18.10: 200.
30.19.12: 247. 38.20.11: 83.
30.23.2: 200. 38.21.1-3: 172.
30.31.12-17: 200. 38.22.3: 176.
30.31.16: 174n, 176. 39.1.5: 46.
30.32.1-12: 17. 39.1.7: 233.
31.2.5-8: 39. 39.3.1-11: 112, 167.
31.4-8: 46n. 39.3.8: 161.
31.10.7: 175, 206. 39.4.2-4: 19, 111.
31.22.5-8: 46, 50, 50n, 111. 39.5.4: 112.
31.22-30: 171-2. 39.7.7: 72.
31.25.1-10: 68, 204n. 39.8.1: 173.
31.25.5a: 46. 39.8.4-6: 93n.
31.32.1: 204. Frg. 6: 233.
32.2.7: 265. Polieno
32.3.14-17: 17. Estratagemas
32.4.1-2: 74, 185. 2.36: 98-9n.
32.5.1-5: 74n, 251.
32.5.6: 17. Pseudo Aristóteles
32.6.5: 42n. Fisiognomía
32.13.9: 261. 6.812 a-b: 64.
33.1.3-8: 17. Retórica a Alejandro
33.3.1-2: 17. 8.12: 29.
33.7.3: 200. Pseudo Dionisio
33.10.3: 200, 261. Retórica
33.14.1: 17. 11.2: 27.
33.16.4-5: 72.
34.8.6: 24n, 56.
322 INDEX LOCORUM

Pseudo Luciano Teofrasto


Los longevos Historia de las plantas
22: 18. 1.4.2: 24, 56.
Quintiliano 4.6.1: 24, 56.
Instituciones Oratorias Tirteo
11.2.50: 43n. Fragmentos (ed. Diehl)
Rufo Festo 5: 259.
Breviario de historia romana Tito Livio
9.1: 235n. Historia de Roma desde su fundación
SEG 1.38: 209, 212, 217, 225.
1.74: 97n. 1.54: 46n.
11.1107: 95n, 98n. 3.31: 59n.
12.87: 115. 10.26: 235n.
18.570: 99n. 21.1: 250 .
39.370a.A.7: 94n. 21.2: 250.
41.1003, I: 210. 23.24: 235n
26.16: 212n.
Sempronio Aselio 27.19: 83n.
Historias 27.29: 118.
HRR F1: 43n. 27.30: 159n.
HRR F2: 43, 48-9n. 29.30: 212n.
Syll.3 31.25: 109.
490: 96, 110n. 31.29: 80, 207.
543: 43, 59. 31.29-31: 207.
584: 120n. 31.30: 80.
606: 109n. 31.34: 80.
608: 206n. 31.44: 115.
615: 206n. 32.14-15: 160n.
618: 212n. 32.17: 158.
634: 122n. 32.19: 158, 160.
656: 59. 32.21: 109, 125, 136n, 139, 139n,
665: 101n. 154, 158.
667: 206n. 32.22: 81n, 86, 159, 159n.
763: 230. 32.23: 159-60n.
Tácito 32.25: 159n, 161.
32.33: 158n, 197.
Anales
32.34: 157.
4.43.1-4: 148.
32.37: 158n.
Teócrito 33.1: 158.
Idilios 33.10: 197.
15.92: 127. 33.11: 196n, 197, 201.
Teopompo 33.13: 204-5.
Filípicas 33.29: 109.
FGrH 115 T31: 152n. 34.23: 150n, 158, 204n.
34.25: 160n, 161.
ÁLVARO M. MORENO LEONI 323

34.28: 161. 45.44: 173n.


34.31: 211n. Tucídides
34.33: 116. Historia de la Guerra del Peloponeso
34.40: 212. 1.2: 128.
35.13: 161. 1.5-6: 186.
35.25: 161, 191. 2.8: 147.
35.29: 18n. 2.9: 94n.
35.50: 109. 2.66: 124.
35.51: 109. 2.83: 94n.
36.5: 161. 2.84: 94n.
36.27: 208. 3.45: 106n.
36.28: 218. 3.94: 186-7.
36.31: 124-5. 3.96.3-97.1: 187.
36.32: 124-5. 5.82.1: 105, 106n.
37.21: 161. 5.89: 131.
37.1: 222n. 6.1: 243n.
37.4: 109. 6.6: 243n.
37.20: 109n, 123n, 161. 7.29: 41.
37.21: 109n. 7.34: 106n.
37.39: 109n, 161. 8.68: 106n.
37.49: 222n.
38.7: 110. Valerio Máximo
38.14: 161n. Hechos y dichos memorables
38.21: 235n. 8.7.6: 43n.
38.29: 110. Virgilio
38.30: 97. Eneida
38.32: 18, 123n, 179. 6.853: 83n.
38.33: 120n.
38.34: 120-1. Zonaras
39.35: 18n. Epítome
39.36: 18n. 9.16: 159n.
39.37: 126, 135, 168, 179.
39.50: 18n.
39.54: 212.
41.23: 128.
41.24: 158, 168.
41.25: 188.
42.5: 188.
42.44: 110.
42.55: 110.
42.63: 85n.
45.8: 43n, 262.
45.29: 43n.
45.27.5-28.6: 49.
45.28: 183.
45.31: 17.

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