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ELEMENTOS BORGEANOS
http://cvc.cervantes.es/actcult/borges/conceptos/10b.htm
El libro
El libro
Elementos borgeanos
La biblioteca
La biblioteca de Babel
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Elementos borgeanos
El Aleph
Ese Aleph que Borges encuentra en la calle Garay llega a enloquecer y a matar
a la persona que tiene el privilegio de verlo. Es un pequeño espejo, una esfera
a través de la cual percibimos ese infinito del que no podemos dar cuenta
mediante un elemento finito como el lenguaje. El descenso al sótano es
entonces algo tan siniestro y extraordinario como insoportable, pues el
incesante pasar de las imágenes y la percepción simultánea de diversas
dimensiones del universo sobrepasa la humana condición. No sabemos si El
Aleph sirvió para paliar su mal de amores. El cuento, dedicado a Estela Canto,
su novia de entonces, que había impuesto, al parecer unas condiciones difíciles
para él, conjura una de las obsesiones de Borges, la escisión entre el amor
carnal y el amor etéreo, que como en un juego de espejos fluye en una
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El Aleph
Elementos borgeanos
El tigre
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Elementos borgeanos
La brújula
Una brújula
Elementos borgeanos
Las monedas
Unas monedas
Génesis, 9.13
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Mateo, 27.9
Un soldado de Oribe
Elementos borgeanos
El puñal
Otra vez la sincera intimidad con los objetos. La fascinación que produce en
Borges su ausencia de vida, que es por otra parte la medida de su grandeza, la
condición de su inmortalidad. Pero el puñal es algo más también: es el
mensajero de la muerte, el ariete incansable de la historia humana, tanto en
sus grandezas como en sus traiciones. Un puñal son todos los puñales, desde
aquellos que abatieron a César hasta estos otros que empuñan, temerosos, los
rufianes en los arrabales de las grandes ciudades. Mas !qué inutilidad, qué
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sinsentido el del puñal abandonado en el cajón del escritorio sin una mano que
le transfunda su sangre criminal!
El puñal
Elementos borgeanos
El laberinto
Laberinto
Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros
días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y
magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones
más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa
obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones
propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte
un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad
de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y
confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y
dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de
Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo
daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus
alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo
sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima
de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: “Oh,
rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en
un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el
Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que
subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que
veden el paso.” Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del
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desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no
muere.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de
todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro
alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen
sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los
cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son,
pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez
llegaría mi redentor, Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que
vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los
rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con
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vestigio de sangre.
Elementos borgeanos
El espejo
Al espejo
Elementos borgeanos
El ajedrez
Ajedrez
Elementos borgeanos
El reloj de arena
El reloj de arena
Conceptos borgeanos
La eternidad
Conceptos borgeanos
El tiempo
Conceptos borgeanos
La escritura
Conceptos borgeanos
La memoria
En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte,
sino cada una de las veces que la había percibido e imaginado. Resolvió
reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que
definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de
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que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la
hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la
niñez.
Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para la serie natural
de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo)
son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar
o inferir el vertiginoso mundo de Funes. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz
de ideas generales, platónicas.
Conceptos borgeanos
La muerte
Conceptos borgeanos
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El sueño
Conceptos borgeanos
Dios
Conceptos borgeanos
La violencia
Conceptos borgeanos
La realidad
Conceptos borgeanos
La metafísica
En los libros herméticos está escrito que lo que hay abajo es igual que lo que
hay arriba, y lo que hay arriba, igual que lo que hay abajo. En el Zohar, que el
mundo inferior es reflejo del superior. Los histriones fundaron su doctrina sobre
una perversión de esa idea. Invocaron a Mateo 6:12 («perdónanos nuestras
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