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NOMBRE: Christian
CÓDIGO: 20180056
TEMA: Los 5 Virreyes del Perú y ¿Qué son las cofradías en el siglo XVI?
2019-1
LOS 5 VIRREYES DEL PERÚ
(Ávila, 1495 - Añaquito, 1546) Administrador colonial español. Primer virrey de Perú
(1544), aplicó las Nuevas Leyes (1542), lo que le atrajo la enemistad de los conquistadores
españoles y los oidores de la Audiencia. Ignorando su autoridad, la Audiencia de Lima le
depuso y desterró, nombrando a Gonzalo Pizarro gobernador de Perú. Con un grupo de
seguidores se enfrentó a Pizarro en Añaquito, pero fue vencido y pereció en el combate.
Blasco Núñez Vela llegó el 15 de mayo de 1544 a la ciudad de Lima, a la sazón atenazada
por las disensiones y disputas habidas entre los conquistadores Francisco de Carvajal,
Gonzalo Pizarro y Vaca de Castro, antiguo gobernador del territorio. El enfrentamiento más
encarnizado lo protagonizaban estos dos últimos, Gonzalo Pizarro como pretendiente del
gobierno del Perú, y Cristóbal Vaca de Castro como defensor de sus privilegios. Pero la
actuación de Núñez Vela no hizo más que agravar la situación. A pesar de la buena acogida
y disposición de Vaca de Castro, Núñez Vela le encarceló primero en el propio palacio,
para más tarde ordenar su confinamiento en un barco atracado en El Callao.
Su misión de imponer las Leyes Nuevas, que suponían una reforma completa del gobierno
en las posesiones americanas, topó con el descontento de los privilegiados conquistadores y
oidores de la audiencia, que aprobaron, sin consideración de la autoridad que le asistía, el
destierro del virrey y el nombramiento de Gonzalo Pizarro, convertido en líder de los
conquistadores descontentos, como nuevo gobernador. Tras reunir un pequeño ejército,
Núñez Vela encontró la muerte en Añaquito, frente a las muy superiores tropas de Pizarro.
(Madrid, 1632 -Lima, 1672) Don Pedro Antonio Fernández de Castro, décimo Conde de
Lemos y séptimo Marqués de Sarriá, octavo Conde de Castro y Duque de Taurisano, nació
en Monforte de Lemos y fue bautizado en la iglesia de San Vicente de aquella villa el 20 de
Octubre de 1632. Contrajo matrimonio con su prima, doña Ana Francisca de Borja y
Centellas, viuda del quinto Marqués de Távara e hija de los duques de Gandía.
Su elección como Virrey del Perú fue muy disputada. Un extenso pliego de instrucciones
acompañó la Real Cédula de su nombramiento, dada el 21 de Octubre de 1666. Se le dieron
las facultades que ordinariamente se otorgaban a los virreyes y se le autorizó para llevar
consigo a cien personas. Sin embargo, este número fue sumamente superado. El 3 de Marzo
abandonó el Conde la bahía de Cádiz a bordo de uno de los galeones que mandaba el Príncipe
de Monte Sarcho y, después de una travesía cómoda, llegó a Cartagena el 27 de Abril.
Continuó su viaje y llegó a Portobelo el 28 de Mayo. El 27 de Junio salió para Panamá, donde
permaneció un tiempo,
Desde la muerte de Conde de Santisteban hasta el recibimiento del Conde de Lemos, quedó
gobernando la Audiencia don Bernardo de Iturrizara. Un año y meses duró su gobierno y de
todo lo realizado dio cuenta al Conde de Lemos. En este tiempo, llegó la noticia de la muerte
del Rey Felipe IV y se ordenaron los lutos acostumbrados. El 19 de Octubre, se levantaron
pendones por el nuevo Monarca, Carlos II.
Desde la toma de Jamaica por los ingleses, esta isla se convirtió en la guardia de todos los
que pirateaban por el Caribe. Uno de ellos, de apellido Mansfield, alcanzó a poner pie en las
tierras del istmo de Panamá. Herny Morgan, al parecer, formó parte de la expedición de
Mansfield. En Junio de 1668, hizo su aparición en la bahía de Portobelo, al frente de 9 barcos
y cerca de 500 hombres armados. Cuando estas noticias llegaron a Panamá, don Agustín de
Bracamonte reunió los hombres que pudo y se encaminó a Portobelo para desalojar a los
piratas. Ya se habían firmado las paces con Inglaterra y hasta Jamaica habían llegado los
rumores, pero Morgan se hizo el desentendido y puso las proas de sus buques hacia Chagres
en Diciembre de 1670. Las noticias de este nuevo movimiento llegaron al Perú. Así, el Conde
de Lemos remitió a Panamá dos compañías de 200 hombres y municiones para el
abastecimiento de la ciudad.
El Conde de Lemos, desde un inicio, prestó especial interés a los indios. Sabía de la
importancia de éstos para el Reino y consideraba que no se les hacía la justicia necesaria.
Tan reconocidos quedaron los indios por las solicitudes enviadas por el Virrey al Monarca,
que en Septiembre de 1669 dirigieron una carta a la Reina agradeciendo la administración
del Conde de Lemos.
Durante el gobierno del Conde de Lemos, no se vieron únicamente horcas en Puno, aprestos
de guerra en el callao y devotas procesiones. También se sucedieron fiestas y regocijos, como
nunca los viera la ciudad de Lima, siempre pronta al bullicio. Joven durante su gobierno,
pues contaba con cuarenta años, la salud del Virrey no era robusta.
Los sevillanos, que son tan forofos de la Semana Santa, creen que un año antes de nacer
Cristo ya estaban fundadas las cofradías o que, como hay una Casa de Pilatos, en el primer
año inmediatamente después de la muerte de Jesús nacieron las cofradías», ironiza el
catedrático emérito de Historia de la Universidad de Sevilla José Sánchez Herrero. Este
historiador zamorano, que comenzó a estudiar el origen de las hermandades de Semana
Santa cuando fijó su residencia en Sevilla hace 40 años, explica que «existen cofradías
documentadas desde el siglo XII-XIII, ahora bien, las de Semana Santa no nacen hasta
1520-1525».
Las cofradías de Semana Santa «son todas del siglo XVI, en Sevilla y en cualquier lugar de
España» porque «es entonces cuando esa devoción por la Pasión y Muerte de Cristo se
transforma en procesión».
La primera cofradía de Semana Santa, relata Sánchez Herrero, fue la de la Santa Vera Cruz,
que está extendida por toda España (en Cataluña con el nombre de la Sangre de Cristo, que
también llevan algunas de la Vera Cruz, matiza). La Vera Cruz había sido hallada, al
parecer, por Santa Elena, la madre del emperador Constantino, durante su viaje a Jerusalén
en el año 328. A partir de ahí comenzó esta devoción que dio lugar a la creación de
cofradías de la Vera Cruz ya en la Edad Media. Hasta el siglo XVI éstas «eran de la cruz
victoriosa», aclara el historiador. La devoción a la Cruz pasionaria, del Cristo muerto en
dolor, fue posterior. Concretamente, fue a partir de 1520 cuando aparecieron las primeras
reglas de cofradías penitenciales de la Vera Cruz, que procesionaban en la noche del Jueves
al Viernes Santo. «En la calle no hay nada anterior», asegura.
En sus orígenes, eran procesiones muy sencillas. Los cofrades salían con las espaldas
desnudas y se iban flagelando durante la estación de penitencia. Portaban una imagen de un
crucificado pequeña, que se podía llevar a mano. Normalmente un hermano llevaba el asta
de la cruz y otros dos le apoyaban en las alas. Sin música alguna, solo estaba permitido
«una trompeta o un tambor que sonara a dolor», según cuenta Sánchez Herrero.
A la cruz se le añadirá durante el siglo XVI una imagen de la Dolorosa y en este mismo
siglo irán apareciendo otras cofradías con procesiones en las que participaban mujeres
como penitentes. Hasta el Concilio de Trento no era extraño. Ya en el siglo XV San
Vicente Ferrer entró en Segovia con «una compañía de 300 hombres y 200 mujeres», relata
Sánchez Herrero. La repercusión que tuvo el santo dominico, que recomendaba la
autoflagelación, se encuentra en los orígenes de las primeras cofradías.
«El traje de penitencia (túnica blanca, con la espalda al aire para flagelarse, ceñidor y la
caperuza ocultado el rostro debe de ser, al menos, del s. XV», apunta Antonio Cea,
antropólogo del CSIC.
Para que cristalizaran estas manifestaciones de piedad popular, hizo falta que la Iglesia
recorriera un largo camino hasta la veneración de Cristo no solo como Dios, sino también
como hombre que sufrió en la cruz. San Francisco de Asís fue clave en este cambio en la
historia de la devoción.
Julio Mayo, experto sevillano en religiosidad popular, señala que fue a partir de la segunda
mitad del siglo XVI, tras el Concilio de Trento, cuando se impulsaron las procesiones
pasionistas. «Las imágenes salen a la calle para catequizar al pueblo y ganar a mucha gente
a la conversión», explica.
La Semana Santa, era «el momento para que el devoto expiara sus pecados realizando una
penitencia pública de su carga de conciencia», continúa el historiador y archivero de Los
Palacios y Villafranca. Por aquel entonces, añade, «se tenía una conciencia extremada del
pecado y la Iglesia estaba presente en todos los rincones del país».
En el último tercio del siglo XVI y sobre todo en el XVII, al calor del dinero que llega de
América, las cofradías vivieron una «efervescencia», relata Mayo. Fue el Siglo de Oro,
también para las hermandades. Aparecieron los palios, las flores y las bandas de música en
las procesiones. El siglo del Barroco será también el del auge de las cofradías de Jesús
Nazareno, según refiere Sánchez Herrero.
Esta gran época para las hermandades de Pasión durará hasta el reinado de Carlos III. El
rey ilustrado -«muy devoto y muy cristiano», según el historiador- quiso poner fin a su
proliferación desmedida. España contaba por aquel entonces con más de 25.000 cofradías ,
según el estudio « Cofradías y ciudad en la España del siglo XVIII» de Inmaculada Arias
de Saavedra y Miguel Luis López. Carlos III, con apoyo eclesiástico, procedió a una
drástica reducción de hermandades de penitencia, prohibió las flagelaciones y ordenó que
no salieran de noche, a excepción de la Vera Cruz que tenía un privilegio papal.
Para Sánchez Herrero, el «siglo de las crisis de las cofradías», se extendió desde el reinado
de Carlos III hasta la llegada de Alfonso XII en 1874. También en el XX habría momentos
de crisis, con la República y la Guerra Civil, y sufrirían turbulencias por el Concilio
Vaticano II.
Un prometedor futuro
«Desde finales del s.XX, sobre todo a partir de 1980, hasta hoy han tenido un auge
grandísimo», subraya el catedrático emérito de la Universidad de Sevilla. A su juicio, este
gran impulso «se está dulcificando, pero aún continúa».
Ser cofrade es «un compromiso con las tradiciones», a juicio de Luis Mayo, que ve en este
rebrote «un deseo de recobrar una seña de identidad religiosa y cultural del país». Sánchez
Herrero cree, sin embargo, que «si desapareciera la razón religiosa, las cofradías
desaparecerían».
En Sevilla «si hay algo popular es la Semana Santa», asegura el secretario del Consejo
General de Hermandades y Cofradías de Sevilla, Carlos López Bravo, que recuerda el
tropiezo de Podemos. «Para nada» se podrían suprimir las procesiones, «ya se dieron
cuenta de que no» , asegura López Bravo. Pablo de Olavide ya lo intentó en el siglo XVIII
y fracasó, recuerda Luis Mayo, porque «no calculó el sentir del pueblo y su fuerza».