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Competitividad, tipo de cambio real y el sector exportador

Presentación efectuado por don Vittorio


Corbo, Presidente del Banco Central de
Chile, en Desayuno organizado por la
Corporación Nacional de Exportadores.
27 de noviembre de 2003

Competitividad: ¿qué es y de qué depende?

Es común oír que en un mundo global las naciones deben competir para incrementar
sostenidamente sus estándares de vida, como si se tratara de una carrera donde sólo una
puede ganar. El argumento anterior, que se popularizó a comienzos de la década de los
noventa, es erróneo en tanto las naciones, a diferencia de las empresas, no compiten entre
ellas sino consigo mismas. Dicho de otra manera, los incrementos o mejorías en estándares
de vida de un país no van en detrimento de los ciudadanos de otro. Así, todos los países
pueden incrementar sus estándares de vida al mismo tiempo en la medida que establezcan
políticas e instituciones que promuevan el crecimiento económico de forma sostenida.
Además, en un mundo globalizado el aumento en el crecimiento de un país tiene efectos
positivos en el crecimiento de sus socios a través del aumento en flujos comerciales y
financieros.

Para entender lo anterior conviene partir revisando las definiciones de


competitividad que usan dos de las publicaciones más importantes dedicadas a este tema, el
World Competitiveness Yearbook y el WEF Global Competitiveness Report. El primero
define competitividad como “la habilidad de una nación para crear y mantener un entorno
que sustente una mayor creación de valor para sus empresas y más prosperidad para sus
habitantes”, mientras el segundo se refiere a competitividad como “la habilidad de un país
para alcanzar altas y sostenidas tasas de crecimiento del producto per cápita”.

Como el crecimiento de un país se puede lograr a través de la acumulación de


factores productivos (transpiración), o a través de mejorar la eficiencia con que éstos se
utilizan (inspiración), y la evidencia indica que a la hora de explicar saltos en las tasas de

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crecimiento el segundo de éstos –la inspiración– es mucho más importante que el primero –
la transpiración–, se puede concluir que competitividad es sinónimo de capacidad para
alcanzar aumentos en productividad que se mantengan en el tiempo. Así, los países se
hacen más competitivos cuando aumentan su capacidad para lograr mejoras en
productividad –cuando se tienen más incentivos para innovar o se es más proclive a ello.
Además, todos los países se pueden hacer más competitivos al mismo tiempo, si se hacen
más productivos.

Pero, ¿qué determina la competitividad de un país? Esta depende del entorno macro
y microeconómico, de la calidad de las instituciones y de la capacidad para introducir
cambios tecnológicos. Un buen entorno macro es una condición necesaria para facilitar la
acumulación de factores y los aumentos de productividad, y requiere de: (i) consistencia
entre políticas fiscal, cambiaria y monetaria; (ii) una inflación baja y estable; (iii) cuentas
fiscales ordenadas; (iv) transparencia en el manejo de las cuentas fiscales, y (v) reglas del
juego estables (ej. aranceles, impuestos, etc.). Pero esto no basta. Además debe existir un
entorno microeconómico que incentive los aumentos de productividad por parte de las
firmas, lo que requiere de: (i) apertura comercial y financiera; (ii) un sistema financiero
sólido y bien desarrollado; (iii) flexibilidad laboral; (iv) una estructura no distorsionadora
de impuestos y subsidios; y (v) una regulación apropiada de mercados donde existen fallas
(ej. monopolios, externalidades, etc.).

Junto con un entorno macro estable y un entorno micro que provea los incentivos
para lograr aumentos de productividad, para aumentar su competitividad los países
requieren de una institucionalidad moderna y robusta que haga cumplir las leyes, proteja los
derechos de propiedad y donde existan bajos niveles de corrupción. Finalmente, para
promover la innovación tecnológica se requiere de (i) incentivos adecuados a la innovación
y adopción de nuevas tecnologías; (ii) alta calidad de la educación; (iii) una infraestructura
apropiada, e (iv) investigación a nivel de empresas (lazos fuertes entre empresas y
universidades u otros centros de investigación).

En definitiva, para aumentar su competitividad los países requieren avanzar


implementando reformas que afectan a un conjunto de áreas interrelacionadas, no

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existiendo una política única que pueda crear competitividad, pero donde los resultados
dependen de cada país (no se trata de una competencia entre países).

Competitividad y tipo de cambio real

Si la mayor competitividad se da principalmente en los sectores transables, que son


los más expuestos a las presiones que genera la competencia, entonces ésta debiera
reflejarse en un tipo de cambio real más apreciado. Así, el TCR pasa a ser una variable que
depende de la competitividad y no al revés. Dicho de otra manera, si en un país las
ganancias en productividad se concentran principalmente en los sectores transables, la
moneda del mismo debiera fortalecerse en el tiempo, al igual como ocurre con un aumento
en los precios de los bienes exportados. Pero lo anterior no significa menores utilidades
para los sectores productores de bienes transables, sino precisamente lo contrario; de hecho,
son las mayores utilidades del sector transable, originadas en las ganancias de
productividad, las que llevan a la apreciación de la moneda.

Lo anterior no niega que en el corto plazo puedan producirse desalineamientos


temporales del tipo de cambio real (TCR) –movimientos que lo alejan de su nivel de
equilibrio– producto de fenómenos transitorios (influjo de capitales no sostenible,
expansión insostenible de la demanda interna, etc.), los que pueden afectar negativamente
la competitividad por cuanto distorsionan los precios relativos y pueden llevar a una
asignación sub-óptima de recursos (sobre- o sub-inversión en un sector). Pero la solución
frente a estos fenómenos temporales es remover la fuente del desalineamiento (sobre
expansión fiscal, tipo de cambio nominal controlado, etc.) y no tomar medidas que pueden
atentar contra la competitividad del país. Un problema relacionado se refiere a la volatilidad
en el corto plazo del tipo de cambio real producto de la volatilidad del tipo de cambio
nominal. Para contrarrestar este problema la solución es desarrollar mercados de cobertura
de riesgos, donde éstos puedan ser transferidos y/o diversificados eficientemente.

En suma, la única forma de aumentar la competitividad es a través de alcanzar


mejoras en productividad en forma sostenida (sólo éstas se traducen en aumentos

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permanentes de ingresos y bienestar). A su vez, como se analizó más arriba, las mejoras en
productividad dependen de muchas variables de políticas e institucionales, la mayoría de
las cuales trasciende el ámbito del Banco Central.

Política monetaria, tipo de cambio nominal y tipo de cambio real

El tipo de cambio nominal y real tuvieron una fuerte depreciación entre fines de
1997 y fines del 2002, la que estuvo asociada a caídas en los flujos de capitales al país,
caídas en términos de intercambio, desaceleración del crecimiento mundial y mayores
riesgos regionales. Como es natural, ahora que estos factores han tendido a atenuarse y/o
revertirse, el TCN y el TCR han tendido a apreciarse, lo que es consistente con una mejoría
en los fundamentos de nuestra economía. Cabe destacar que esta apreciación es común a
muchos países, emergentes y desarrollados. Además, si bien el TCR se ha apreciado, está al
mismo nivel que a principios de la década de los 90 y más alto que durante gran parte de la
década pasada –el TCR se ha apreciado en 11% desde marzo del 2003, pero su nivel hoy es
el mismo de junio de 1986 y es un 5.3% superior al promedio del período 1991- 97.

Cabe destacar además que durante los 90s hubo una fuerte expansión de las
exportaciones y un alto crecimiento del PIB, lo que ocurrió conjuntamente con una gran
apreciación del tipo de cambio real, la que fue en parte consecuencia del fuerte aumento en
productividad que registró la economía en ese período. Así, se concluye que para alcanzar
un alto y sostenido crecimiento de las exportaciones, más que mantener un tipo de cambio
real en un nivel específico, lo importante es avanzar en reformas que aumenten la
competitividad de la economía.

En este contexto cabe mencionar que el rol del Banco Central debe centrarse en
mantener un entorno macroeconómico estable, con un marco de políticas consistentes entre
sí y, más importante aún, creíbles. Lo anterior se ha materializado en un régimen de metas
de inflación con una banda de entre 2 y 4% y un tipo de cambio flotante con intervenciones
esporádicas. Esta combinación de políticas, sumada a la regla de superávit fiscal
estructural, reduce la probabilidad de desalineamientos en el tipo de cambio real con
respecto a su valor de equilibrio.

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Además, la literatura relevante muestra que la flotación domina a los sistemas
rígidos o semi-rígidos (bandas o sistemas fijos) por cuanto (i) elimina el subsidio
“implícito” de seguro cambiario que otorga un sistema rígido, proveyendo los incentivos
para que los agentes tomen seguros cambiarios; (ii) evita los altos costos de la crisis
cambiarias; (iii) reduce el incentivo a los flujos de capitales de corto plazo que en
regímenes más rígidos intentan arbitrar diferenciales de tasas de interés, los que pueden
intensificar los ciclos; y (iv) protege al país cuando vienen tiempos malos. Todos estos
beneficios superan los costos de la mayor volatilidad en el tipo de cambio nominal y real
que resulta de la flexibilidad, volatilidad que además se puede transferir y diversificar con
seguros de cambio. Un dividendo adicional es que la flotación posibilita el uso de política
monetaria contra cíclica. Por último, es muy importante recordar que el Banco Central no
tiene herramientas para afectar el TCR de tendencia o de equilibrio de mediano plazo, por
cuanto esta es una variable real que depende de variables reales y no monetarias. A fin de
cuentas son los fundamentos reales los que determinan conjuntamente la competitividad y
el TCR.

Conclusiones y perspectivas para el sector exportador

La trayectoria de largo plazo del TCR depende de la evolución que tengan los
fundamentos de la economía; esto es, de cómo se muevan los términos de intercambio, la
brecha entre tasas de inversión y de ahorro, la composición de demanda entre transables y
no transables y, más importante aún, de las ganancias en productividad que se materialicen
en el futuro que dependen, en parte, de mantener un entorno macroeconómico estable y un
marco de políticas creíble y sostenible. Al respecto cabe señalar que la combinación actual
de política fiscal, monetaria y cambiaria es la mejor protección contra desalineamientos
persistentes entre el TCR observado y su valor de equilibrio. Los costos que impone la
flotación cambiaria en términos de volatilidad del TCN y TCR son más que compensados
por sus beneficios (menor probabilidad de crisis cambiaria, menores incentivos para los
capitales de corto plazo, etc.). Las alternativas a la flotación han mostrado ser esquemas de
política que hacen más vulnerables a los países.

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Mirando hacia el futuro, Chile tiene grandes posibilidades para aumentar tanto sus
exportaciones como su crecimiento, especialmente si consideramos que en los últimos años
se ha seguido avanzando en reformas importantes como (i) los tratados de libre comercio
con Estados Unidos y la Unión Europea; (ii) las reformas al estado y financiamiento de
campañas políticas; y (iii) la reforma al mercado de capitales. Estos avances, junto con las
mejores perspectivas de la economía mundial (mejores términos de intercambio), crean las
condiciones para que la economía siga aumentando su productividad, y con ello su
competitividad.

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