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ANIBAL BARCA

Aníbal Barca a (247-183 a. C.) fue un general y estadista cartaginés considerado como uno de
los más grandes estrategas militares de la historia.
Su vida transcurrió en el conflictivo período en el que Roma estableció su supremacía en
la cuenca mediterránea, en perjuicio de otras potencias como la propia República
cartaginesa, Macedonia, Siracusa y el Imperio seléucida. Fue el general más activo de
la segunda guerra púnica, en la que llevó a cabo una de las hazañas militares más audaces de
la Antigüedad: Aníbal y su ejército, en el que se incluían treinta y ocho elefantes de guerra,
partieron de Hispania y atravesaron los Pirineos y los Alpes con el objetivo de conquistar el
norte de Italia. Allí derrotó a los romanos en grandes batallas campales como la del río Trebia,
la del lago Trasimeno o la de Cannas, que aún se estudia en academias militares en la
actualidad. A pesar de su brillante movimiento, Aníbal no llegó a entrar en Roma. Existen
diversas opiniones entre los historiadores que van desde carencias materiales de Aníbal en
máquinas de asedio a consideraciones políticas que defienden que la intención de Aníbal no era
tomar Roma, sino obligarla a rendirse.5 No obstante, Aníbal logró mantener un ejército en Italia
durante más de una década, recibiendo escasos refuerzos. Tras la invasión de África por parte
de Escipión el Africano, el Senado púnico lo llamó de vuelta a Cartago, donde fue finalmente
derrotado por Escipión en la batalla de Zama.
Acabada la guerra contra Roma, entró en la vida pública cartaginesa. Se enfrentó a la oligarquía
dirigente que lo acusó ante los romanos de estar en tratos con el seléucida Antíoco III el Grande,
por lo que hubo de exiliarse en el año 195 a. C. Pasó al servicio de este último monarca, a cuyas
órdenes se enfrentó de nuevo a la República romana en la batalla del Eurimedonte, donde fue
derrotado. Una vez más huido, se refugió en la corte de Prusias I, rey de Bitinia. Los romanos
exigieron al bitinio que entregara al cartaginés, a lo que el rey accedió. Sin embargo, antes de
ser capturado, Aníbal prefirió suicidarse.
El historiador militar Theodore Ayrault Dodge le llamó «padre de la estrategia».6 Fue admirado
incluso por sus enemigos —Cornelio Nepote le bautizó como «el más grande de los
generales»—;7 de hecho, su mayor enemigo, Roma, adaptó ciertos elementos de sus tácticas
militares a su propio acervo estratégico. Su legado militar le confirió una sólida reputación en
el mundo moderno y ha sido considerado como un gran estratega por grandes militares
como Napoleón o Arthur Wellesley, el duque de Wellington. Su vida ha sido objeto de muchas
películas y documentales. Bernard Werber le rinde homenaje a través del personaje del
«Libertador»,8 y de un artículo en la Enciclopedia del saber relativo y absoluto mencionada en
su obra Le Souffle des dieux.9

Al final de su vida Aníbal Barca se vio obligado a exiliarse de Cartago y refugiarse en el


Imperio Seleúcita. Allí sirvió como consejero militar y tuvo ocasión de encontrarse una vez
más con su gran enemigo, Publio Cornelio Escipión «El Africano», en un ambiente lejos
de los campos de batalla. Los viejos rivales tuvieron una despreocupada discusión en Éfeso
sobre quién era el mejor general de la historia. La respuesta de Aníbal fue inmediata:
«Alejandro Magno». Escipión estuvo de acuerdo, poniendo igualmente a Alejandro en
primera posición. Después, preguntó a Aníbal a quién colocaría segundo. Éste respondió
que a Pirro, porque consideraba que la primera virtud de un general era la audacia.
Escipión insistió tal vez buscándose en la lista. Aníbal no le dio esta satisfacción: «Yo
mismo, en mi juventud he conquistado Hispania y atravesado los Alpes con un ejército,
hechos que han sucedido por primera vez desde Heracles. He atravesado Italia y habéis
temblado de terror, obligándoos a abandonar cuatrocientas de vuestras poblaciones, y a
menudo he amenazado vuestra ciudad con extremo peligro, todo ello sin recibir dinero ni
refuerzos de Cartago». Como el general romano vio que el púnico estaba dispuesto a seguir
autopromocionándose, dijo riendo: «¿En qué posición te colocarías, Aníbal, si no hubieras
sido derrotado por mí?». Aníbal notó sus celos y respondió: «En ese caso me habría
colocado por delante de Alejandro».
EL «RAYO» QUE JURÓ DESTRUIR A ROMA

La ofensiva militar de Aníbal Barca contra la República de Roma marcó a varias


generaciones de romanos, como lo había hecho Alejandro en el imaginario heleno. Aníbal
cruzó los Alpes en noviembre del año 218 a.C. y cayó con violencia sobre la Italia
septentrional. Los romanos no estaban acostumbrados a un ataque de esas características, y
menos procedente de Cartago, que en la Primera Guerra Púnica se había limitado a una
estrategia comedida y concentrada en Hispania. ¿Quién era ese genio inesperado capaz de
dar un vuelco a la suerte de Cartago?
No era un hombre sino un rayo, pues «Barca» no era un apellido sino un apelativo de barqä
(«rayo», en lengua púnica). Hijo del general Amílcar Barca y de su mujer ibérica, Aníbal
se crió en el ambiente helenístico propio de Cartago, una vieja colonia fenicia que había
evolucionado hasta convertirse en un potente imperio con presencia en la Península Ibérica.
Se sabe que aprendió de un preceptor espartano, llamado Sosilos, las letras griegas, y que
juró a los 11 años que nunca sería amigo de Roma y emplearía «el fuego y el hierro para
romper el destino» de esta ciudad. Así lo empezó a hacer con la conquista en el año 219 a.C
de Sagunto, ciudad española aliada de Roma, cuyo ataque precipitó una nueva guerra entre
las dos grandes potencias mediterráneas, la República de Roma contra Cartago.
La respuesta de Roma fue inmediata: se preparó para llevar la guerra a África y a la
Península Ibérica. Uno de los dos cónsules de ese año se dirigió a Sicilia a preparar un
ataque sobre la propia Cartago, mientras el otro cónsul, Publio Cornelio Escipión (el padre
de «El Africano»), se dirigió al encuentro de los hermanos Barca en la Península. No
obstante, los planes de Aníbal iban más allá de combatir en España. Ante la sorpresa
general, decidió invadir Roma por tierra, en parte obligado por la inferioridad naval y las
dificultades financieras para armar una armada. Aníbal partió con un ejército compuesto
por 90.000 soldados de infantería, 12.000 jinetes y 37 elefantes, que fue incrementándose
al principio del camino con tropas celtas y galas, que también se sumaron a la ofensiva
contra Roma. En su ausencia, confió el gobierno de España a su hermano Asdrúbal.
Escipión se enteró en Massilia (Marsella) de que Aníbal ya se encaminaba hacia Roma. La
presencia cercana de las tropas romanas obligó a Aníbal a entrar en Italia atravesando los
Alpes con ayuda de guías indígenas. La travesía, que tuvo lugar en invierno, se desarrolló
en quince días, pero el precio pagado en vidas humanas fue muy alto, ya que al llegar a la
altura de Turín tan solo quedaban vivos 20.000 infantes, 6.000 jinetes y un elefante.
Aníbal, además, perdió su ojo derecho a causa de una infección durante el dificultoso
trayecto.
TRAS EL DICTADOR LLEGA EL DESASTRE DE CANNAS

En las cercanías de Verceil, Escipión trató de cerrar el paso a las fuerzas invasoras y sufrió
una grave derrota a manos de la caballería púnica. A continuación, su colega en el
consulado, Sempronio Longo, unió su ejército a los restos del de Escipión y se enfrentó al
cartaginés en Trebia, donde fue derrotado de forma estrepitosa. Al año siguiente fue Aníbal
el que emboscó a uno de los cónsules, Flaminio, que pereció junto a 15.000 hombres. El
genio militar había llegado a Italia para quedarse.
Las bajas romanas fueron aterradoras en esa fase de la Segunda Guerra Púnica y Aníbal
demostró con creces que –como señala Adrian Goldsworthy en su libro «Grandes
generales del ejército romano» (Ariel)– «era uno de los comandantes más capaces de la
Antigüedad y comandaba un ejército superior en todos los aspectos a las inexpertas legiones
romanas». La ferocidad del ataque de Aníbal colocó a Roma a las puertas de la derrota total
y obligó a la República a recurrir a dos veteranos, Fabio Máximo y Marco Claudio
Marcelo, que ni siquiera estaban en edad de disponer de mando directo sobre el terreno.
Las reglas de ese tipo estaban para saltárselas en casos de emergencia.
Ninguno de los dos consiguió infligir una derrota decisiva a Aníbal pero al menos salvaron
la ciudad cuando todo parecía perdido. Tras la muerte de Flaminio, Fabio Máximo fue
nombrado dictador con imperium supremo para hacerse cargo de la defensa de Roma, que
se encontraba completamente a merced del avance cartaginés. Fabio Máximo evitó trabar
combate con Aníbal, si bien consiguió debilitarle lentamente aprovechando la dificultad
que tenía de recibir refuerzos y suministros. Cuando Fabio Máximo llevaba seis meses como
dictador, renunció al cargo al considerar que había logrado su objetivo de alejar la amenaza
sobre Roma. Al año siguiente, no en vano, Roma perdió cualquier ventaja adquirida y se
situó exactamente al borde del precipicio tras el desastre de Cannas.
La más famosa de las batallas de la antigüedad tuvo lugar el 2 de agosto del 216 a.C. Aníbal
venció a un ejército muy superior en número al suyo empleando una táctica envolvente y
aprovechando las condiciones del terreno (estrecho y plano). Colocó en el ce ntro a su
infantería hispana y gala en un semicírculo convexo, poniendo en las alas a su infantería
africana. El círculo de hombres se expandió , antes de cerrarse lentamente. Como resultado,
las fuerzas de Aníbal causaron cerca de 50.000 muertos, entre lo s que figuraba el
cónsul Lucio Emilio Paulo, dos ex-cónsules, dos cuestores, una treintena de tribunos
militares y 80 senadores. Su movimiento en tenaza ha sido un recurrente objeto de análisis
de la Historia Militar, siendo aplicado por los alemanes tanto en la Primera Guerra
Mundial como en la Segunda.
La ciudad de Roma quedó, definitivamente, a la espera de que el cartaginés se decidiera a
asediarla, lo cual jamás hizo. «Los dioses no han concedido al mismo hombre todos sus
dones; sabes vencer, Aníbal, pero no sabes aprovecharte de la victoria», afirmó según la
leyenda Maharbal, fiel lugarteniente de Aníbal. Los romanos nunca entendieron el motivo
por el qué no intentó destruir la ciudad y perpetuaron la imagen de un Aníbal a las puertas
de la ciudad acobardado por el poder romano. Lo cierto es que el genio militar no contaba
con el equipamiento ni los suministros necesarios para acometer una empresa así. Su
situación en la Península itálica era precaria, siendo su principal objetivo derrotar a Roma
aislándola diplomáticamente y debilitando su poder frente a sus aliados latinos. Tras la
batalla, Aníbal desplegó una intensa labor diplomática en el sur de Italia aprovechando el
efecto de su victoria. Pactó con varias ciudades italianas y garantizó su autonomía con el
fin de establecer un protectorado en el sur de Italia y Sicilia.
Escipión «El Africano» derrota a Aníbal

Tal vez con lo que Aníbal no contaba era la rápida capacidad de rehacerse de su enemigo.
Roma contestó poniendo al frente de la República en el año 214 a.C. de nuevo a Fabio
Máximo y al también veterano Claudio Marcelo. El escudo y la espada de Roma, c omo
fueron apodados, contuvieron la herida de la ciudad a la espera de que la incursión de Aníbal
perdiera fuerza. Lejos de sus bases de avituallamiento, sin posibilidad de recibir refuerzos,
ya que su hermano Asdrúbal había sido derrotado y muerto por Claudio Nerón en la batalla
de Metauro en 207 a.C, el ejército de Aníbal quedó aislado e inmovilizado en la Italia
meridional durante varios años, situación que aprovecharon los romanos para contraatacar.
Precisamente fue esa nueva generación de romanos, con Claudio Nerón y Publio Cornelio
Escipión «El Africano», que estuvo presente en Cannas con un cargo menor, la que dio el
golpe definitivo a Aníbal en los siguientes años.
Como había buscado sin éxito su padre, «El Africano» trasladó la guerra a Hispania y
expulsó de allí a los cartagineses. Sus esfuerzos obligaron a Aníbal a regresar a África,
donde fue vencido en la batalla de Zama, en el 202 a.C. A consecuencia de esta derrota,
Cartago se vio obligada a firmar una paz humillante, que puso fin al sueño cartaginés de
crear un gran imperio en el Mediterráneo occidental.
Pero Aníbal no se dio por vencido. Intentó reconstruir el poder militar cartaginés, pero,
perseguido por los romanos y acosado por sus enemigos en el Senado de Cartago, tuvo que
huir y refugiarse en la corte de Antíoco III de Siria. Fue la primera de las muchas etapas
de su largo exilio, donde el más emblemático enemigo de Roma fue agasajado por distintos
reyes asiáticos que aspiraban a aumentar las prestaciones militares de sus ejércitos.
Estando bajo la protección del Rey de Bitinia (un antiguo reino localizado al noroeste
de Asia Menor), Aníbal decidió suicidarse al sospechar que agentes romanos estaban cerca
de capturarle en el invierno del 183 a. C. empleando un veneno que llevó durante mucho
tiempo en un anillo. Según el historiador clásico Tito Livio, Aníbal murió curiosamente el
mismo año que Escipión «El Africano», cuando ya contaba 63 años.

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