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Afrobolivianos
El pueblo afroboliviano tiene una fuerte raíz cultural basada en sus ancestros
llegados del África, el sufrimiento de sus mayores por la esclavitud en Potosí y su
asimilación natural al pueblo aymara.
“Ellos afirman que incluso han tenido su propio rey de apellido Pinedo. Además del
aporte de su saya, también han elaborado una cueca negra la cual es interpretada
en las ceremonias matrimoniales”, dice el antropólogo Milton Eyzaguirre. Las
variaciones dialécticas de los pueblos que lo rodean (quechua y aymara), la
música, la actitud y forma de ser del afroboliviano son una especial mezcla de la
raza negra, el aymara y del mestizo criollo con personalidad propia.
El café —otra de sus importantes industrias— es rendidor por ser resistente a los
suelos empobrecidos y a las lluvias variables. No necesita almacigo, se siembra
directamente dentro del cafetal, y cuando la planta está grande se la saca para
trasplantarla en hoyos grandes, tres o cuatro plantas en cada uno. Estas
actividades se realizan entre los meses de enero y marzo. Después de podar los
árboles de café, el terreno lo utilizan para plantar plátanos, yuca, papaya y otras
frutas.
Guarasugwe Pauserna
Por otro lado, ninguna madre está dispuesta a entregar a sus hijos a una vida de
esclavitud y sojuzgamiento. Los mitos de los pauserna se basan en la adoración
de Yaneramai, que es su mayor divinidad y a la que atribuyen la facultad de
disponer a su antojo, de manera definitiva, del destino de los humanos.
Una buena noticia acerca de los guarasugwe pauserna es que están a punto de
ser dotados de tierras comunitarias de origen (TCO), en la región pandina de Alto
Paraguá, donde conviven con pueblos chiquitanos y guarayos.
“Hay pueblos que han tomado la decisión de no vivir junto a los blancos ni en la
civilización. Y, como es inevitable, asumieron la drástica determinación de no
reproducirse”, explica luergen Riester sobre el caso específico de los guarasugwe,
etnia a la que estudió en los 60. “Es un suicidio colectivo cultural”.
Los Araonas
Rivero, quien en los años 80 hizo una tesis en antropología con este grupo étnico,
coincide con el antropólogo alemán Juergen Riester, en la idea de que “los días de
esta gente están contados”.
Shanito Matahua, el único profesor bilingüe, realizó hace unos meses un censo y
constató que actualmente hay 32 mujeres y 30 hombres adultos. Pero varios de
los varones siguen practicando la poliginia y eso ocasiona que algunos se queden
sin pareja y sin descendencia, situación que ha creado disputas y amenazas de
muerte entre ellos.
Los Aymarás
El antropólogo Ricardo Ulpiona asegura que también persisten, a pesar del tiempo
y como sistema organizativo, los conjuntos de ayllus que llegan a formar una
unidad máxima denominada marka, en la que los pobladores se agrupan en dos
mitades: la de arriba y la de abajo: anansaya y urinsaya, respectivamente. Otras
entidades son el churi ayllu o ayllu hijo, que puede ser denominado comunidad,
cabildo o kawiltu, sindicato o estancia. “Los aymarás están organizados por
comunidades y su autoridad máxima es el jilacata; sin embargo, el nombre en
ciertas comunidades se cambia por secretarios, por una evidente influencia
urbana”.
La gran actividad grupal son las reuniones generales, en las que se tratan asuntos
para el beneficio de la población y se aprueban decisiones por votación de los
líderes. Las conclusiones son apuntadas en un acta o cuaderno donde se
transcribe cada una de las resoluciones y que, para su legitimidad, es firmada por
los representantes de cada comunidad.
Otra costumbre que todavía persiste pese al paso de los siglos es el ayni, “un
modo de ayuda mutua, recíproca, en bienes o servicios de equitativo valor. Es un
acto que no tiene registro y en el que lo que cuenta es la palabra”. Esta práctica es
común en tiempo de siembra y cosecha, cuando los vecinos reunidos brindan su
servicio para luego ser correspondidos.
Los aymarás se dirigen al Alaxpacha para pedir protección, ya que engloba el Sol
y todas las estrellas. Al Sol lo identifican con el Dios cristiano, cuyos rayos dorados
custodian el altar de las iglesias católicas. “Es un dios que sabe todo y ordena
todo, es buen médico porque sana, pero ante las faltas o delitos manda
enfermedades como castigo”. Ésta es una muestra contundente de la total
simbiosis cultural con el mundo occidental.
Los Ayoreos
Es una de las etnias que hasta lósanos 80aún conservaba un estilo de vida
nómada, “yo he conocido algunas familias de migrantes que no estaban
conformes con las decisiones de los jefes de sus clanes, los cuales se definen por
el linaje. Estas migraciones finalmente determinaron una presencia masiva de los
ayoreos en la ciudad de Santa Cruz”, dice Eyzaguirre.
Por otro lado, el antropólogo Wigberto Rivero vivió de cerca una “aleccionadora
experiencia” que simboliza la esencia de este grupo. “Un anciano se dio cuenta de
que su hora final se estaba acercando y, fiel a la costumbre de su pueblo,
heredada dé generación en generación — con seguridad él vio hacer lo mismo a
sus abuelos—, decidió postrarse, casi inmóvil, a esperar la muerte debajo de un
árbol”.
Los estudios antropológicos coinciden con esta práctica y señalan que como el
pueblo ayoreo es de naturaleza nómada, cuando un viejo siente que le abandonan
las fuerzas o que una enfermedad lo mina físicamente, decide hacer un alto en la
caminata grupal para no perjudicar al clan que debe marchar a ritmo sostenido en
busca de alimento, prefiere dar un paso al costado y abandonarse a la espera de
la muerte.
Hasta mediados del siglo pasado, cuando aún la influencia occidental no era
grande, los ayoreos vivían organizados en pequeños grupos de entre 20 y 150
personas, con territorios definidos que recorrían periódicamente en busca de
frutos para recolectar y animales para cazar. El chamán y el capitán ocupaban las
posiciones más elevadas en el pueblo. La tarea de este último era proteger a la
comunidad de los diferentes peligros mundanos (invaciones, escaseses) y la del
chamán, predecir el futuro y hacer de mediador con Dupade, el hacedor del
mundo y de todos los seres vivos —humanos, animales y vegetales— que viven
sobre éste.
Los Baures
Además de ser reducidos al mínimo por los jesuitas que colonizaron el oriente de
Bolivia en los siglos XVII y XVIII, los habitantes de este pueblo nómada fueron
dispersados y evangelizados, lo que presupone una asimilación a otros pueblos
indígenas, y la aprehensión de costumbres y filosofías de vida occidentales,
heredadas ya de la visión española.
Pero el modernismo y el sincretismo son, con todo, lo más llamativo de los baures.
La forma de vestimenta primitiva y mínima fue desplazada por un pantalón jean,
una polera o camisa y solamente en ocasiones especiales, como en las fiestas
patronales (el catolicismo con toda su hibridación andina alcanzó de lleno al
pueblo), utilizan una especie de camiseta especial y bastante larga, que llega a la
altura de los muslos casi a manera de pollera.
Los Canichana
“Los chanchas, sus directos ancestros, eran un grupo guerrero que debido a la
total hegemonía del Inca en el altiplano y parte de los valles salió a conquistar
nuevos territorios hacia la selva amazónica”. Otra versión señala más bien que, al
fracasar en su intento de sublevación, no les quedó otra que exiliarse.
Lo cierto es que se refugiaron en la llanura de Moxos, Beni, donde viven
actualmente, y todavía hace algunas décadas eran conocidos como “hombres
chanca”. No existe mucha documentación sobre sus costumbres originarias. Sin
embargo, una investigación de los antropólogos Alvaro Díez Astete y David Murillo
destaca particularmente el acentuado espiritualismo de este pueblo que, lejos de
manifestarse sólo en su subculto pagano, cobra fuerza y fervor en las abundantes
celebraciones rituales del catolicismo.
Los Cavineños