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E. J.

LOWE
Jonathan Lowe ofrece en este libro una introducción a la filosofía de
la mente que abarca un gran número de temas. Con un enfoque centrado
en los problemas, pensado para estimular tanto como para instruir,
comienza por un examen general del problema mente-cuerpo, a partir
del cual pasa a un examen detallado de cuestiones filosóficas específicas
relativas a la sensación, percepción, pensamiento y lenguaje,
racionalidad, inteligencia artificial, acciones, identidad personal y
conocimiento de uno mismo. Estas cuestiones se tratan con una
perspectiva notablemente amplia, que destaca por prestar la misma
atención a problemas metafísicos profundos referentes a la mente
como a los descubrimientos y las teorías de la psicología científicia
actual.
El libro se dirige a todos los lectores interesados por la naturaleza de
la mente humana que posean una mínima base de conocimientos
filosóficos.

E .J. LOWE es catedrático de filosofía en la universidad de Durham


(Reino Unido). Entre sus publicaciones se encuentran "Kinds of being"
(1989), "Locke on human understanding" (1995), "Subjects of
experience" (1996) y "The possibility of metaphysics" (1998).

lililí?
Filosofía de la mente
Filosofía de la mente

E. J. Lowe

IDEA BOOKS
Nota de la traductora
La traducción de este libro sobre filosofía de la mente que trata la mayoría
de las discusiones contemporáneas sobre el tema, ha requerido tomar varias de­
cisiones teminológicas sobre la traducción de algunos términos ingleses de difí­
cil correlación en español. Algunas de las decisiones que más podrían sorpren­
der al lector han sido justificadas y comentadas en notas a pie de página.
Otras decisiones teminológicas podrían también sorprender al lector, pero
en estos casos el motivo sería la difusión que han conseguido los anglicismos
que han substituido a las traducciones correctas al español. Un ejemplo de ello
se encuentra en la traducción del término ‘physicalist’ por ‘fisicista’ y no por Ti-
sicalista’. El uso del término ‘fisicalismo’ se ha extendido por evidentes interfe­
rencias con el término inglés. Al proceder del adjetivo ‘físico’ la derivación co­
rrecta en español es ‘fisicista’ (también el término inglés deriva del adjetivo, sólo
que en este caso el adjetivo es ‘physical’). Un caso similar se encuentra en la
traducción de ‘extemalisrrí e ‘internalisrrí. Las traducciones correctas de estos
términos son ‘extemismo’ e ‘internismo’. Estas decisiones terminológicas han si­
do discutidas -y acogidas favorablemente por unanimidad- en más de un con­
greso de sociedades filosóficas de habla hispana, muy especialmente en el II
Congreso de la Sociedad Española de Filosofía Analítica celebrado en la Univer­
sidad Complutense de Madrid en 1998.

Colección Ideo Universitaria-Filosofío

IDEA BOOKS, S A
Rosellón, 186, I o 4®
08008 Barcelona

® 9 3 .4 5 3 3 0 0 2 - (EL 93.4541895
e.mail: ideabook@fonocom.es
http://www.ideabooks.es

An ¡ntrodudion to the philosophy of mind


© 2000 E. J. Lowe (Cambridge Univcrsity)
© 2000 Idea Books, S A déla traducción
y la edición en lengua castellana.

Diredor de la colección de filosofía:


Gerard Vilar
Traducción:
Olga Fernández Prat
Fotografía y diseño cubierta:
Imma Simón

Impresión y encuodemocton:
G r il» » X «ncuodemociooes Reunidos S A
ISBN: 84 8236-183 X
Depósito legal: B-47396-2000
Impreso en Esparto • Prinlod ¡n Spam
índice
p ág in a
P refacio ^

1 Introducción
Psicología empírica y análisis filosófico \2
Metafísica y filosofía de la mente 33
Breve guía del resto del libro 15

2 Mentes, cuerpos y personas 17


El dualismo cartesiano lg
El argumento de lo concebible 19
El argumento de la divisibilidad 21
El dualismo no cartesiano 22
¿Son las personas substancias simples? 25
Objeciones conceptuales a la interacción dualista 27
Objeciones empíricas a la interacción dualista 30
El argumento de la clausura causal 32
Objeciones al argumento de la clausura causal 34
Otros argumentos contra el fisicismo 37
Conclusiones 40

3 Estados mentales 43
Estados de actitud proposicional 43
El conductismo y sus problemas 45
El funcionalismo 47
El funcionalismo y las teorías de la identidad psicofísica 50
El problema de la consciencia 53
Los ‘qualia’ y el argumento del espectro invertido 54
Algunas respuestas posibles al argumento del espectro
invertido 56
El argumento de la falta de ‘qualia’ y dos nociones de
consciencia 59
El materialismo eliminativo y la ‘psicología de sentido común’ 6l
Algunas respuestas al materialismo eliminativo 63
Conclusiones 65

4 Contenido mental 69
Las proposiciones 70

5
Filosofía d e la m ente

La pertinencia causal del contenido 73


La especificación del contenido
El externismo en la filosofía de la mente 79
Contenido amplio frente a contenido reducido 81
Contenido, representación y causalidad 8S
Representación errónea y normalidad
El enfoque ideológico de la representación 89
Objeciones a una explicación ideológica del contenido mental 98
Conclusiones 94

5 Sensación y apariencia 97
Apariencia y realidad 98
Las teorías de los datos sensoriales y el argumento a partir
de la ilusión 191
Otros argumentos a favor de los datos sensoriales 103
Objeciones a las teorías de los datos sensoriales 108
La teoría adverbial de las sensaciones 106
La teoría adverbial y los datos sensoriales 109
Cualidades primarias y secundarias 111
Las teorías de los datos sensoriales y la distinción entre
cualidades primarias y secundarias 113
Una versión adverbialista de la distinción entre cualidades
primarias y secundarias 116
¿Existen realmente las propiedades de color? 116
Conclusiones 118

6 La percepción 121
La experiencia perceptual y el contenido perceptual 122
Contenido perceptual, apariencia y ‘qualia’ 125
La percepción y la relación causal 126
Objeciones a las teorías causales de la percepción 131
La teoría disyuntiva de la percepción 132
Los enfoques computacional y ecológico de la percepción 136
Consciencia, experiencia y ‘visión ciega’ 141
Conclusiones 143

7 Pensamiento y lenguaje 14$


Modos de representación mental 146
La hipótesis del ‘lenguaje del pensamiento’ 148
Representación analógica frente a representacióndigital 151
Imaginación e imágenes mentales 132
Pensamiento y comunicación 157
¿Piensan los animales? 159
Lenguaje natural y esquemas conceptuales 163
El conocimiento del lenguaje: ¿innato o adquirido? 167
Conclusiones ,
ín d ice

8 Racionalidad humana e inteligencia artificial 171


Racionalidad y razonamiento 172
La tarea de selección de Wason 174
La falacia de la proporción básica 176
Lógica mental frente a modelos mentales 179
Dos tipos de racionalidad 183
La inteligencia artificial y la prueba de Turing 184
El experimento mental de la ‘habitación china’ de Searle 188
El Problema del marco 190
El conexionismo y la mente 193
Conclusiones 198

9 Acción, intención y voluntad 201


Agentes, acciones y sucesos 202
Intencionalidad 206
La identificación de las acciones 209
De nuevo la intencionalidad 212
Tratar de y querer 214
El volicionismo frente a sus rivales 217
La libertad de la voluntad 219
Motivos, razones y causas 223
Conclusiones 227

10 Identidad personal y conocimiento de uno mismo 229


La primera persona 230
Personas y criterios de identidad 234
La memoria personal 240
Memoria y causalidad 243
El animalismo 244
El conocimiento de la propia mente 248
La paradoja de Moore y la naturaleza de las creencias conscientes 250
Externismo y autoconocimiento 252
El autoengaño 254
Conclusiones 255

B ibliografía 257
Prefacio
En un momento en el que puede disponerse de un buen número
de libros introductorios sobre la filosofía de la mente, es razonable que
se me pregunte por qué he escrito uno más. Tengo al menos dos res­
puestas a esta pregunta. Una es que algunas de las introducciones más
recientes no tienen una perspectiva muy amplia, mostrando una tenden­
cia a concentrarse en los muchos ‘ismos’ diferentes que han surgido en
los ultimos tiempos — reduccionismo, funcionalismo, eliminacionismo,
instrumentalismo. fisicismo no-reductivo, etc.— , todos los cuales pueden
aún dividirse en ulteriores subvariedades. Otra es que me siento inquie­
to por la creciente tendencia a presentar el tema de un modo cuasi-cien-
tífico, como si el único papel adecuado para los filósofos de la mente
fuese actuar como jóvenes socios de una comunidad más amplia de
‘científicos cognitivos'. Posiblemente sea verdad que los filósofos de una
generación anterior rechazaron indebidamente la psicología empírica y
la neurociencia, y que realmente carecieron de conocimientos sobre
esas materias, pero ahora existe el peligro de que el péndulo haya osci­
lado demasiado en la dirección opuesta.
Quizá alguien piense que mis dos respuestas están en conflicto la
una con la otra, en la medida en que la obsesión actual por los diferen­
tes ‘ismos’ parece que indica al menos un interés por la metafísica de la
mente, que es una empresa inconfundiblemente filosófica. Pero no hay
aquí ningún conflicto, porque buena parte de lo que se llama ‘metafísi­
ca’ en la filosofía contemporánea de la mente es en realidad algo de es­
caso peso, que a menudo tiene sólo una relación muy débil con el culti­
vo de una ontología fundamental seria. De hecho, la mayoría de los
‘ismos’ actuales que hay en la filosofía de la mente los genera la necesi­
dad que sienten sus defensores de proponer y justificar una explicación
de la mente y sus capacidades de carácter fisicista en un sentido amplio,
partiendo del discutible supuesto de que sólo ella puede hacer científi­
camente respetable que hablemos de la mente. Buena parte de los de­
bates esotéricos entre filósofos a los que une este supuesto común se
han producido simplemente debido a que está muy poco claro qué es
lo que implica realmente el ‘fisicismo’ en filosofía de la mente, En los
capítulos que siguen procuraré que este asunto, relativamente tan estéril,
no domine y distorsione nuestro indagar filosófico.
Este libro se dirige ante todo a lectores que se hayan introducido
ya de un modo básico en la argumentación y el análisis filosófico, y es­
tén empezando a concentrarse con mayor detalle en áreas específicas de
la filosofía, en este caso la filosofía de la mente. El tema se aborda de

9
Filosofía d e la m ente

una manera amplia, pero al mismo tiempo, según espero, sistemática \


enfocada con precisión. Se empieza con la vista puesta en algunos pro­
blemas metafísicos fundamentales acerca de la mente y el cuerpo en los
que la atención se centra en los argumentos en favor y en contra dd
dualismo. A continuación se explican y se someten a escrutinio crítico
algunas teorías de la naturaleza de los estados mentales, poniéndose
aquí el acento en los puntos fuertes y débiles de los enfoques funciona
listas. A renglón seguido, la atención se dirige a los problemas relativos
al ‘contenido’ de los estados intencionales de la mente, como, por ejem­
plo, la cuestión de si puede asignárseles contenido a los estados menta
les independientemente de los entornos físicos, en sentido amplio, de
los sujetos poseedores de tales estados. En los capítulos restantes del li­
bro la atención se dirige sucesivamente hacia aspectos más especializa­
dos de la mente y la personalidad: sensación, percepción, pensamiento
y lenguaje, razonamiento e inteligencia, acción e intención, y finalmente
la identidad personal y el conocimiento de uno mismo. El orden en el
que se tratan estos temas ha sido elegido deliberadamente para que el
lector pueda contar con la base que le proporcionan los capítulos que
aparecen primero para comprender los posteriores. En lugar de incluir
guías aparte para ulteriores lecturas de los temas que se tratan en el li­
bro, he evitado repeticiones innecesarias formulando las notas de cada
capítulo de forma que sirvan a este propósito, además de proporcionar
las correspondientes referencias.
El libro no es partidista, en el sentido de adoptar un enfoque ex­
cluyeme de las cuestiones acerca de la mente en general — como, por
ejemplo, una forma particular de fisicismo o de dualismo— , pero al mis­
mo tiempo no se sitúa simplemente en un terreno neutral, sin adoptar
compromiso alguno, cuando aborda cuestiones más específicas. Se tie­
nen también en cuenta los desarrollos en psicología empírica, sin dejar
que éstos eclipsen a los problemas genuinamente filosóficos. Mi enfo­
que se orienta hacia el tratamiento de problemas, con la formulación de
preguntas y de posibles respuestas, en lugar de pretender ser puramente
informativo. He tratado de escribir el libro en un estilo sencillo y nada
técnico, con el fin de que sea accesible para el grupo más amplio de
lectores que sea posible. Al mismo tiempo, espero que los filósofos pro­
fesionales, especialistas en filosofía de la mente, lo encuentren intere­
sante, como algo más que un mera ayuda para las clases.
agradecido a varias personas que han realizado recensiones
e libro, las cuales me han ofrecido valiosas sugerencias y consejos en
iversas fases de la preparación del mismo. Lamento tan sólo que las li­
mitaciones de espacio me hayan impedido aceptar todas sus sugeren­
cias. Estoy también agradecido a Hilary Gaskin, de Cambridge University
ress, por su estímulo y ayuda durante todo el proceso de planificación
y redacción del libro. 1

10
1
Introducción
¿Qué es la filosofía de la mente? Uno podría verse tentado a respon­
der que es el estudio de las cuestiones filosóficas concernientes a la
mente y a sus propiedades — cuestiones del tipo de si la mente es dis­
tinta del cuerpo o de alguna de sus partes, como el cerebro, y de si la
mente posee propiedades, como la consciencia, que son exclusivamente
suyas. Pero tal respuesta asume de manera implícita algo que es ya filo­
sóficamente controvertido, a saber, que las ‘mentes’ son objetos de un
cierto tipo, relacionados de algún modo — quizá causalmente, quizá por
identidad— con otros objetos, los cuerpos o los cerebros. Dicho breve­
mente, tal respuesta conlleva una reificación implícita de las mentes: li­
teralmente, el convertirlas en ‘cosas’. Las lenguas indoeuropeas, como el
inglés, están sobrecargadas de nombres comunes y aquellos que tienen
como lengua materna una de esas lenguas tienen la tendencia injustifica­
da a suponer que los nombres denominan cosas. Sería ingenuo que,
cuando decimos que las personas tienen cuerpo y mente, esto se inter­
pretara como algo similar a cuando decimos que los árboles tienen tron­
cos y hojas. Los cuerpos humanos son verdaderamente ‘cosas’ de un
cierto tipo. Pero cuando decimos que las personas ‘tienen mentes’ esta­
mos, con seguridad, diciendo algo acerca de las propiedades de las per­
sonas en lugar de decir algo acerca de ciertas ‘cosas’ que las personas,
de alguna manera, poseen. Una manera más prudente de decir que las
personas ‘tienen mentes’ sería manifestar que están dotadas d e mente o
d otad as d e m entalidad, pretendiendo proclamar con ello tan sólo que
sienten, ven, piensan, razonan, etcétera. Según este modo de ver las co­
sas, la filosofía de la mente es el estudio filosófico de las cosas dotadas
de mente precisamente en cuanto que están dotadas de mente. En las
cosas en cuestión se incluye a las personas, pero puede que también
haya que incluir a animales no humanos y quizá incluso a robots, de
poder éstos estar dotados de mente. Especulando más, las cosas en
cuestión podrían incluir espíritus desencarnados, como los ángeles y
Dios, si tales cosas existen o pudieran existir.
¿Hay algún término general único que abarque a todas las cosas
dotadas de mente, reales o posibles? Según creo, no lo hay en el lengua­
je común, pero podemos sugerir uno. Sugiero que utilicemos el término
‘sujeto’ para tal propósito. Hay un pequeño inconveniente en hacerlo,
debido a que la palabra ‘sujeto’ tiene algún otro uso, por ejemplo en el

11
Filosofía d e la m e n t e ____________________________________________________________________________________________________________________________________________

sentido de ‘sujeto de una oración’1. Pero en la practica no es probaba


que se origine una confusión debido a esto. Y, en cualquier caso, cuan
quier posible ambigüedad puede eliminarse fácilmente complementando
la palabra ‘sujeto’ en nuestro sentido y utilizando la expresión ‘sujeto d e
e x p e r i e n c i a s f — entendiendo aquí ‘experiencias’ en un sentido amplio
que abarque cualquier tipo de sensación, percepción o pensamiento—
Una vez acordado esto, podemos decir que la filosofía de la mente es d
estudio filosófico de los sujetos de experiencias — lo que son, cómo
pueden exisür, y cómo se relacionan con el resto de la creación .2

PSICOLOGÍA EMPÍRICA Y ANÁLISIS FILOSÓFICO

Pero, ¿qué es lo diferenciador acerca del estudio filosó fico de los


sujetos de experiencias? ¿Por ejemplo, cómo difiere del tipo de estudio
de los mismos por parte de los psicólogos empíricos? Difiere en varios
aspectos. Para empezar, el estudio filosófico de la mente se fija de modo
especial en los conceptos que utilizamos al caracterizar a ciertas cosas
como sujetos de experiencias. De modo que se ocupa del análisis de
conceptos tales como los de percepción, pensamiento y agente intencio­
nal. No se debe confundir el análisis filosófico de un concepto con una
mera explicación del significado de una palabra, tal como es usada por
una determinada comunidad de hablantes, tanto si esta comunidad es la
población en general como un grupo de científicos. Por ejemplo, no se
puede llegar a un análisis adecuado del concepto de ver simplemente
mediante el examen de cómo las personas comunes o los psicólogos
empíricos utilizan la palabra ‘ver’. Por supuesto que no podemos pasar
completamente por alto los usos comunes al tratar de analizar tal con­
cepto, pero deberemos estar dispuestos a criticar y refinar tal uso cuan­
do resulte ser confuso o vago. El estudio filosófico de cualquier tema es
por encima de todo un ejercicio crítico y reflexivo que — a pesar de la
opinión contraria de Wittgenstein— casi siempre no dejará y no debe
dejar inalterado el uso de las palabras.3
Sin duda es verdad que los buenos psicólogos empíricos se condu­
cen de un modo crítico y reflexivo en el uso de las palabras psicológi-

En el original, “as a synonim for ‘topic”’ He cambiado el ejemplo porque el del au­
tor no tiene correspondencia en castellano. (N. de la T ).
Amplío información sobre la noción de sujeto de experiencias' en mi libro de tal tí-
tu o, Su jecls o f Experíence (Cambridge University Press, 1996)* veánse especialmente los
capítulos 1 y 2, 1
Es en sus Investigaciones filosóficas donde Wittgenstein escribe su famoso pasaje La
mosotia no puede interferir de ningún modo en el uso real del lenguaje ... lo deja todo co-
OvfWrU p b'{°-‘°Phlcal Investigationi, traducción de G.E. M. Anscombe, 2a edición,
ha teníH a<" * ’ ^ <- omo se veó¡. disiento fuertemente de esta doctrina, qu<-'
tieirmo r o n r 7 °.P' u 0 n ' Una influencia Pe nudicial en la filosofía de la mente. Al propio
buena gana que Wittgenstein mismo ha realizado muchas contribuido,
nes vahosas a la comprensión de nosotros mismos com o sujetos de experiencias.

12
---------------------- — — — — _ ... ________________________ ________________ __________________ ________________________________________ Introducción

cas, pero esto equivale a decir que también ellos pueden comportarse
de un modo filosófico acerca de su disciplina. La filosofía no es un club
exclusivo al cual puedan pertenecer únicamente los miembros de pago.
De todos modos, existe algo así como el ser experto en el pensar filosó­
fico, algo que requiere algún esfuerzo, y muy a menudo sucede que los
que practican las diversas ciencias no han tenido el tiempo o la ocasión
de adquirir esa competencia De lo cual se sigue que, en general, no es
una buena cosa dejar la práctica filosófica acerca del tema de una cien­
cia dada exclusivamente a los que practican esa ciencia. Al propio tiem­
po, sin embargo, se requiere que las personas que tienen una formación
filosófica se informen lo mejor que puedan acerca de un ámbito de in­
vestigación empírica antes de tener la pretensión de ofrecer reflexiones
filosóficas sobre el mismo. Una teoría científica de la visión, pongamos
por caso, no es ni un competidor ni un substituto de un análisis filosófi­
co del concepto de ver, pero ambas cosas gozarán de una mayor credi­
bilidad en la medida en que sean compatibles la una con la otra.

METAFÍSICA Y FILOSOFÍA DE LA MENTE

La filosofía de la mente no se ocupa sólo del análisis filosófico de


los conceptos mentales o psicológicos, sino que se halla implicada inex-
trincablemente en asuntos metafísicos. La metafísica — a la cual tradicio­
nalmente se ha considerado la raíz de toda filosofía— es la investigación
sistemática de la estructura más fundamental de la realidad. Incluye, co­
mo subdivisión importante, la ontología: el estudio de las categorías ge­
nerales de las cosas que existen o pueden existir. La filosofía de la men­
te se halla comprometida con la metafísica porque ha de pronunciarse
acerca del estatuto ontológico de los sujetos de experiencia y del lugar
de los mismos en una perspectiva más amplia de las cosas. Ninguna
ciencia especial — ni siquiera la física, y mucho menos la psicología—
puede usurpar el papel de la metafísica, porque toda ciencia empírica
presupone un marco metafísico en el cual se interpretan sus hallazgos
fundamentales. Sin una concepción general coherente de toda la reali­
dad, no puede esperarse que hagamos compatibles las teorías y las ob­
servaciones de las diferentes ciencias, y proporcionar esa concepción no
es una tarea de ninguna de esas ciencias, sino de la metafísica.
Algunos creen que la época de la metafísica ha pasado y que lo
que los metafísicos aspiran a conseguir es un sueño imposible. Se afirma
que es una ilusión suponer que los seres humanos pueden formular y
justificar una imagen no distorsionada de la estructura fundamental de la
realidad__bien sea porque la realidad nos es inaccesible, bien porque es
un mito suponer que existe una realidad independiente de nuestras creen­
cias, A estos escépticos les respondo que el cultivo de la metafísica es
inevitable para cualquier ser racional y que ellos mismos lo demuestran
en las objeciones que formulan contra ella, pues decir que la realidad

13
Filosofía d e la m ente

nos es inaccesible "o que no hay realidad alguna independiente de núes


tras creencias es estar haciendo ya una afirmación m etafísica. Y si con
testan admitiendo esto, pero sosteniendo al mismo tiempo que ni ellos m
nadie pueden justificar afirmaciones metafísicas mediante una discusión
razonada, entonces mi respuesta tiene dos partes. Por una, a menos que
me puedan suministrar alguna razón para pensar que las afirmaciones
metafísicas no son nunca justificables, no veo por qué debería aceptar lo
que dicen al respecto. En segundo lugar, si lo que pretenden es que
abandonemos completamente toda discusión razonada, incluso en defen­
sa de su propia posición, entonces no tengo nada más que decirles por
que ellos mismos se han excluido de proseguir el debate.
Para un ser racional, la metafísica es inevitable, pero con esto no
se quiere decir que el pensamiento o el razonamiento meta físico sean
infalibles o que sean fáciles. La certeza absoluta no es más alcanzable en
metafísica que en cualquier otro campo de la investigación racional y es
injusto criticar a la metafísica porque no pueda hacerlo, lo que no cabe
esperar que ninguna otra disciplina pueda proporcionárnosla, ni siquiera
la matemática. Además, la buena metafísica no se cultiva aislándola de
las investigaciones empíricas. Si queremos saber acerca de la estructura
fundamental de la realidad, no podemos permitirnos ignorar lo que los
científicos que poseen buena información empírica nos dicen acerca de
lo que, en su opinión, hay en el mundo. Sin embargo, la ciencia aspira
solamente a establecer lo que de hecho existe, dada la información em­
pírica de que podemos disponer. No pretende y no puede pretender de­
cirnos lo que p o d ría o no p o d r ía existir, y mucho menos lo que debe
existir, pues éstas son cosas que van más allá del alcance de los datos
empíricos. Además, la ciencia misma sólo puede utilizar la información
empírica a la luz de una concepción coherente de lo que podría o no
podría existir, debido a que los datos empíricos pueden ser únicamente
datos para la existencia de cosas cuya existencia sea al menos verdade­
ramente posible, y ocurre que una de las tareas principales de la metafí­
sica es precisamente proporcionar tal concepción4.
El objeto de estas observaciones no es otro que enfatizar que no
puede haber ningún progreso ni en filosofía de la mente ni en psicolo­
gía empírica si se pasa por alto la metafísica o se la abandona. Los mé­
todos y los resultados de los psicólogos empíricos y de otros científicos,
por valiosos que sean, no pueden reemplazar a la metafísica en las in­
vestigaciones del filósofo de la mente. Tampoco debiera nuestra metafí-
sica ser una subordinada servil de la moda científica dominante. Los
cienti icos tienen inevitablemente sus propias creencias metafísicas, a
menú o no explícitas y no reflexionadas, pero sería abdicar completa­
mente e la responsabilidad filosófica el que un filósofo adoptara la
perspectiva metafísica de un grupo de científicos sólo por mera deferen-

en T h e P o ^ i N h t ^ r ^ t m‘? S detalIada mis «deas acerca ele la metafísica y su importancia


1998), capítulo \ ° a^ hysics: SuA lance, Identily a n d Time (Oxford: Clarendon Press,

14
---------------------- ---------------------- -------------- — — _________________________ ______________________ _______________________________________________________ Introd u cció n

cia a su importancia como científicos. De vez en cuando tendremos oca­


sión e prestar atención a esta advertencia, al examinar los problemas
que nos plantea la filosofía de la mente.

BREVE GUÍA DEL RESTO DEL LIBRO

He organizado los contenidos del presente libro de modo que se


empiece, en el capítulo 2, con algunos problemas metafísicos fundamen­
tales concernientes al estatuto ontológico de los sujetos de experiencia y
a la relación entre los estados mentales y los físicos. A continuación, en
los capítulos 3 y 4, paso a tratar ciertas teorías generales de la naturaleza
de los estados mentales y algunos intentos de explicar cómo es que los
estados mentales pueden tener contenido — es decir, cómo es que, se­
gún parece, pueden ser estados ‘acerca’ de cosas y estados de cosas del
mundo que existen independientemente de los individuos que son los
sujetos de tales estados mentales. En los capítulos 5, 6 y 7 examino con
mayor precisión ciertos tipos especiales de estados mentales, empezan­
do por los estados sensoriales —poseídos hasta por las criaturas sintien­
tes de rango más inferior— y avanzando a continuación a través de los
estados perceptuales hasta llegar a esos estados cognitivos de alto nivel
que dignificamos otorgándoles el título de pensam ientos y que, al me­
nos en nuestro propio caso, parece que están relacionados íntimamente
con la capacidad para utilizar el lenguaje Ello nos conducirá de modo
natural, en el capítulo 8, a examinar la naturaleza de la racion alid ad y
la inteligencia —de las que podemos pensar que son el coto vedado de
las criaturas vivas que poseen capacidades cognitivas de nivel superior
similares a las nuestras, pero las cuales se atribuyen de forma creciente
a algunas de las máquinas que nosotros mismos hemos inventado. A
continuación, en el capítulo 9, trato diversas explicaciones de cómo po­
nen en práctica los sujetos inteligentes sus conocimientos y sus capaci­
dades de razonamiento al realizar accion es intencionales con el propósi­
to de provocar los cambios que se desean en las cosas y los estados de
cosas del mundo. Finalmente, en el capítulo 10 trataremos de entender
cómo es posible que poseamos conocim iento d e nosotros mismos y d e
los dem ás como sujetos de experiencia existentes en el espacio y a tra­
vés del tiempo, es decir, cómo es posible que sujetos de experiencia in­
teligentes como lo somos nosotros mismos reconozcan que es esto pre­
cisamente lo q u e somos, De formas distintas, esto nos devolverá de
nuevo, cerrando el circulo, a los problemas metafísicos sobre el yo y el
cuerpo que se habrán planteado al comienzo, en el capítulo 2.

15
3EN
2
Mentes, cuerpos y personas
Un tema perenne de la filosofía de la mente ha sido el llamado
p to b lem a mente-cuerpo, es decir, el problema de cómo la mente está re­
lacionada con el cuerpo. Sin embargo, tal como he indicado en el capí­
tulo anterior, esta manera de formular el problema es discutible, debido
a que sugiere que la mente’ es algún tipo de cosa que se relaciona con
el cuerpo o con alguna parte del cuerpo, como el cerebro. Se nos invita
así a considerar si la mente es idéntica al cerebro, o si meramente se re­
laciona de modo causal con el mismo. Ninguna de estas propuestas pa­
rece muy atractiva, siendo la razón de ello, según sugiero, que realmen­
te una cosa tal — la mente'— no existe. En su lugar, lo que hay son
seres dotados de mente —sujetos de experiencia— que sienten, perci­
ben, piensan y llevan a cabo acciones intencionales. Entre tales seres se
incluyen las personas humanas, como lo somos nosotros, las cuales tie­
nen cuerpos que poseen diversas características físicas, como son la al­
tura, el peso y la forma. Cuando se lo entiende correctamente, el proble­
ma cuerpo-mente no es otro que el problema de cómo los sujetos de
experiencias están relacionados con sus cuerpos físicos.
A tal respecto se presentan vanas posibilidades. Ai describirlas
me limitaré al caso de las personas hu m an as. a la vez que reconozco
que puede ser que la clase de los sujetos de experiencias sea más am­
plia (porque, por ejemplo, puede que incluya a ciertos animales no
humanos). Una posibilidad es que una persona sea precisamente — es
decir, sea idéntica a— su cuerpo, o alguna parte destacada del mismo,
como lo es el cerebro. Otra es que una persona sea algo completa­
mente distinto de su cuerpo. Todavía otra es que una persona sea una
entidad compuesta, una de cuyas partes es su cuerpo y la otra un espí­
ritu inmaterial o alma. Las dos últimas concepciones constituyen for­
mas de lo que se denomina tradicionalmente ‘dualismo de substan­
c ia s ’, d ebien d o en este co n texto en ten d erse por ‘su b sta n cia ’
simplemente cualquier tipo de objeto o cosa persistente que sea capaz
de experimentar cambios en sus propiedades en el transcurso del
tiempo. Es importante no confundir el término ‘substancia’ tomado en
este sentido con ‘substancia’ entendido como denominación de algún
tipo de elemento o compuesto, como el agua o el hierro. Empezare­
mos este capítulo examinando algunos argumentos en favor del dualis­
mo de substancias.

17
Filosofía d e Ia m ente

EL DUALISMO CARTESIANO

Quizá el partidario del dualismo de substancias más conocido his


tóricamente ha sido René Descartes, aunque no está completamente da
ro a cuál de las dos formas de dualismo de substancias que se han men­
cionado anteriormente se adhirió.1 A menudo escribe como si pensara
que una persona humana, como usted o yo, Riese algo completamente
distinto al cuerpo de esa persona — realmente algo completamente no
físico, algo que careciese de cualesquiera propiedades físicas. Según esta
interpretación, una persona humana es una substancia inmaterial — un
espíritu o alma— que se encuentra en algún tipo de relación especia]
con un determinado cuerpo físico, su cuerpo. Pero otras veces habla
más bien como si pensara que una persona humana es algún tipo do
combinación de alma inmaterial y cuerpo físico, encontrándose ambos
en una relación más bien misteriosa de ‘unión substancial1. Dejaré de la­
do esta segunda interpretación, aunque sea interesante, en gran parte
porque cuando los filósofos hablan hoy en día acerca del ‘dualismo car­
tesiano’ se refieren por lo común a la primera concepción, según la cual
una persona es una substancia completamente inmaterial que posee ca­
racterísticas mentales pero no físicas. Pero es importante que, al exami­
nar esta concepción, no confundamos el término ‘substancia’ en el senti­
do en que lo hemos venido usando con el sentido en que denomina un
tipo de elemento o compuesto. El dualismo cartesiano no mantiene que
una persona sea o esté hecha de alguna suerte de elemento espectral e
inmaterial, como el ‘ectoplasma’ tan caro a los espiritualistas decimonó­
nicos. Al contrario, lo que mantiene es que una persona, o un yo, es
una cosa completamente simple e indivisible que no está ‘hecha’ de na­
da en absoluto y carece de partes. Sostiene que usted y yo somos cosas
simples de ese tipo y que nosotros — no nuestros cuerpos o nuestros ce­
rebros— somos sujetos de experiencias — es decir, que nosotros y no
nuestros cuerpos o nuestros cerebros tenemos pensamientos y sensacio­
nes. De hecho, lo que sostiene es que nosotros y nuestros cuerpos so­
mos entidades completamente disimilares con respecto a los tipos de
propiedades que poseemos. Nuestros cuerpos poseen una extensión en

Las ideas de Descartes acerca de la relación entre el yo y el cuerpo reciben su lor-


mulación mejor conocida en sus Meditationes de prim a philosophia (1641), cuya traduc­
ción inglesa se encuerna en The Philosophical Writings o f Descartes, editado por J. Cot-
tingham, R.Stoothoof y D. Murdoch (Cambridge: Cambridge University Press, 1984). En
época reciente, uno de los más conocidos y severos críticos de Descartes ha sido Gilbcrt
Ryle; vease su The' Concept o f M ind (Londres. Hutchinson, 1949). Para una crítica contro-
V? rtI e a °P*n^ón generalmente admitida de que Descartes fue un ‘dualista cartesiano',
vease or on Ba e r y KatherineJ. Morris, Descartes’ Dnaltsm ( Londres: Routledge, 1996)
JgraCIa’ mUcl} osi de Ios ni°sofos de la mente modernos tienden a distorsionar o
ürles el<asunto'aSlal‘° “ ‘deaS d d Descanes histórico, pero no es este el lugar de discu-

18
Mentes, cuerpos y personas

el espacio, una masa y una ubicación en el espacio físico, mientras que


nosotros no poseemos nada de eso. Por otra parte, nosotros poseemos
pensamientos y sensaciones —estados conscientes— mientras que nues­
tros cuerpos y nuestros cerebros carecen de ellos por completo.
¿Qué razones tenía Descartes para sostener esta, al parecer, tan ex­
traña visión de nosotros mismos, y cuán buenas eran esas razones? Te­
nía varias de ellas. Para empezar, consideraba que nuestros cuerpos eran
simplemente incapaces de realizar actividades inteligentes por sí mismos
incapaces de p en sar Esto se debe a que creía que la conducta de los
cuerpos, abandonados a sí mismos, estaba completamente gobernada
por leyes mecánicas que determinaban sus movimientos como puros
efectos de los movimientos de los otros cuerpos que entraran en contac­
to con ellos. Y no podía ver cómo unas conductas de este tipo, mecáni­
camente determinadas, podían ser la base de actividades tan manifiesta­
mente inteligentes como el uso humano del habla para comunicar
pensamientos de una persona a otra. Los que vivimos en la edad de las
computadoras electrónicas, con el beneficio que proporciona la perspec­
tiva retrospectiva, no encontramos convincentes estas razones porque
nos hallamos familiarizados con la posibilidad de que las máquinas se
conduzcan de un modo en apariencia inteligente que incluso incluye un
uso del lenguaje que parece semejarse a nuestro propio uso del mismo.
Es una cuestión abierta, sobre la que habremos de volver en el capítulo
8, la de si es correcto pensar que las computadoras pueden realmente
ser capaces por sí mismas de una conducta inteligente, o si son mera­
mente mecanismos construidos de modo ingenioso que pueden sim ular
o m o d ela r la conducta inteligente. Pero ciertamente no existe un argu­
mento simple y obvio que, a partir de nuestra propia capacidad para la
conducta inteligente, llegue a la conclusión de que no estemos identifi­
cados con nuestros cuerpos o cerebros.

EL ARGUMENTO DE LO CONCEBIBLE

El argumento que acabamos de examinar y que hemos encontrado


deficiente es un argumento empírico, al menos en la medida en que re­
curre en parte a las leyes que presuntamente gobiernan la conducta de
nuestros cuerpos. (El propio Descartes pensaba que esas leyes tienen un
fundamento a priori, pero en esto es casi seguro que estaba equivoca­
do.) Sin embargo, Descartes tenía también ciertos argumentos a p n o n
más importantes en favor de su creencia de que hay, dicho en su propia
formulación, una ‘distinción real’ entre uno mismo y su cuerpo. Uno de
ellos es el que afirma que puede ‘percibir clara y distintamente’ - ^ s de­
cir, que puede concebirse de forma coh eren te- la posibilidad de que el
mismo existiese sin que poseyera cuerpo alguno, es decir, en un estado
completamente incorpóreo. Pues bien, si es posible que yo exista sin
cuerpo alguno, parece que se sigue que no puedo ser idéntico a cuerpo

19
F ilosofía d e la m ente _______ _________________________________________________________________________________________________________________________________________

alguno. Supóngase que yo fuera idéntico a cierto cuerpo, d ig a m o s <


dado que es posible que yo exista sin cuerpo alguno, parete seguid
que es posible que yo exista sin que exista C Pero es claro que ¡u,
posible que yo exista sin que y o exista; en consecuencia, parece que m
no puedo, después de todo, ser idéntico a C, puesto que lo que puuk
decirse con verdad sobre C} a saber, que yo podría existir sin que c o ­
existiera, no puede decirse con verdad sobre mí.
Sin embargo, la fuerza de este argumento (aun aceptando su val»
dez, la cual podría cuestionarse) depende del poder de convicción de su
premisa: que es realmente posible que yo exista sin cuerpo alguno In
apoyo de esta premisa, Descartes afirma que puede como mínimo ton
cebirse a sí mismo como existiendo en un estado incorpóreo, y, para >t i
justos, esto parece bastante plausible. Después de todo, muchas perso­
nas afirman haber tenido experiencias de ‘estar fuera del cuerpo', en las
que les parecía que se situaban flotando alejados de sus cuerpos, como
suspendidos por encima de ellos, contemplándolos desde fuera del mis­
mo modo en que podría hacerlo otra persona. Posiblemente estas expe­
riencias no sean verídicas; con toda probabilidad son experiencias aluu
natorias provocadas por estados de tensión o de ansiedad. Pero como
mínimo indican que podemos im a g in a r que existimos en un estado in­
corpóreo. Sin embargo, el hecho de que podamos im a g in a r un estado
de cosas no es suficiente para demostrar ni siquiera que ese estado de
cosas sea lógicamente posible. Muchos de nosotros encontramos pocas
dificultades en imaginar viajes hacia el pasado a través del tiempo y en
imaginamos participando en acaecimientos históricos, incluso hasta el
punto de modificar lo que ocurrió entonces. Pero al examinar las cosas
más de cerca, vemos que es lógicamente imposible cambiar el pasado,
es decir, provocar que lo que ha ocurrido no haya ocurrido. De manera
que tampoco podemos concluir que realmente sea posible existir sin un
cuerpo a partir del hecho de que podemos imaginarnos en ese estado.
Por supuesto, Descartes no afirma meramente que puede im agi­
n ar qu e existe sin un cuerpo; afirma que puede ‘percibir clara y distinta­
mente que esto es posible. Pero entonces, según parece, su a f irm a c ió n
equivale simplemente a una aserción de que es posible en realidad que
exista sin un cuerpo y no proporciona fu n d a m en to s independientes pa­
ra esa aserción. Por otra parte, ¿es justo insistir siempre en que para que
una afirmación de que algo es posible sea aceptable racionalmente debe
poder demostrarse? Después de todo, tal demostración habrá de recurrir,
en ^lgún momento, a una afirmación ulterior de que esto o aquello es
posible, de modo que, a menos que alg u n as afirmaciones acerca de lo
que es posible sean aceptables sin demostración, ninguna afirmación de

estión el argumento es que supone que es una


que sea un cuerpo, es decir, que C no habría
mi parte considero plausible este supuesto, pe-
i; véase su ‘A New Objection to A Priori Argu-
r 31 (1994), pp. 80-5.

20
-------- Mentes, cuerpos y personas
ese tipo sera aceptable, lo que parece absurdo. Aun así, puede pensarse
que la afirmación particular de Descartes, al respecto de que es posible
para e que exista sin un cuerpo, no es una de esas afirmaciones posi-
bles que son aceptables sin demostración. El resultado es que este argu­
mento de Descartes en favor de la ‘distinción real' entre él mismo y su
cuerpo, aunque concebiblemente podría ser correcto, carece de fuerza
persuasoria: no es el tipo de argumento que pudiera convertir al dualis-
mo a alguien que no sea dualista

EL ARGUMENTO DE LA DIVISIBILIDAD

Descartes tiene otro argumento importante en favor de la ‘distin­


ción real entre él mismo y su cuerpo, y éste es que él. como sujeto de
experiencia, es una substancia simple e indivisible, mientras que su
cuerpo, al ser algo espacialmente extenso, es divisible y está compuesto
de diversas partes Al diferir de esta manera, entiende naturalmente que
él y su cuerpo no pueden ser una y la misma cosa. Pero, de nuevo, la
premisa decisiva de este argumento —que él es una substancia simple e
indivisible— puede ser puesta en duda. ¿Porqué habría Descartes de su­
poner que esto es verdad? Hay dos maneras en que se puede atacar su
afirmación, una de las cuales es más radical que la otra. La manera más
radical estriba en poner en duda la suposición de Descartes de que es
una substancia en definitiva, sea o no sea simple. Recuérdese que, en
este contexto, mediante la palabra substancia’ nos referimos a un objeto
o cosa persistente que puede experimentar cambios en sus propiedades
con el transcurso del tiempo a la vez que sigue siendo una y la misma
cosa. Por ello, poner en duda el supuesto de Descartes de que él es una
substancia es cuestionarse si, cuando Descartes utiliza el pronombre de
primera persona, ‘yo’, está refiriéndose a una sola cosa que en el trans­
curso del tiempo persista siendo la misma — o, en realidad, de forma
aún más radical, es cuestionarse que realmente se esté refiriendo a algu­
na cosa. Quizá a la postre ‘yo’ no sea una expresión referencial, sino
que tenga otra función lingüística/ Quizá el ‘yo’ de yo pienso' no siire
para identificar un cierto objeto y ‘pienso’ se ha de interpretar a este res­
pecto como la expresión impersonal ‘llueve’. Pero ésta parece una suge­
rencia implausible, aunque es precisamente lo que han sostenido algu­
nos filósofos. Parece razonable suponer que lo que he venido llamando
‘sujetos de experiencias’, incluyendo a las personas humanas, existe real­
mente y que el pronombre personal es un instaimento lingüístico cuya
función es la de referirse al sujeto que lo usa. Como también parece ra-

Como ejemplo de filósofo que sostiene que yo' no es una expresión referencial en
absoluto, véase G. K. M. Anscombe, The First Pereon, en S. Guttenplan (ed ), M ind a n d
Lanuuage (Oxford: Clarendon Press, 1975), reimpreso en G. K. M Anscombe, Metaphy-
sics a n d tbe Pbilosopby o f Mind- Collected Philosophica! Papers, Vola me 7 /(Oxford: Black-
well, 1981). Examino esta opinión más plenamente en el capítulo 10.

21
Filosofía d e la m ente ____________________________________________________________________________________________________________________________________________

zonable suponer que los sujetos de experiencia son persistentes en d


tiempo y experimentan cambios sin peidei su identidad. En cualquu-i
caso, supondré a los presentes efectos que esto es así, aunque volven­
inos sobre este asunto cuando abordemos el tema de la identidad peí su
nal en el capítulo 10. En resumen, no voy a seguir tomando aquí en
consideración el más radical de los dos modos en que puede poneise
en duda la afirmación de Descartes de que él es una substancia simple
La otra manera en que esa afirmación podría ser puesta en duda
consiste en aceptar que Descartes, como todo sujeto de experiencia. ^
una ‘substancia’, en el sentido del término que hemos adoptado, pen.
poner en cuestión que sea una substancia sim ple e indivisible. ¿Por que
Descartes debería haber supuesto que él mismo era simple e indivisible'
Después de todo, si perdiera un brazo o una pierna, ¿no perdería un.i
parte de sí mismo?. Sin duda, la respuesta de Descartes sería que ello se­
ría perder tan sólo un parte de su cu erpo,, no una parte de s í mismo. Pe­
ro esto presupone que él no es idéntico a su cuerpo, que es exactamen­
te lo que en este momento está puesto en cuestión. Así que lo que h
requiere es una razón independiente para suponer que perder un brazo
o una pierna por parte de Descartes no es perder una parte de c¡
mismo. No obstante, quizá haya alguna razón para suponer que eso es
verdad, a saber, que la pérdida de un brazo o de una pierna no supone
una diferencia esencial en uno mismo como sujeto de experiencia Des­
pués de todo, hay personas que nacen sin brazos o sin piernas, pero no
por ello son menos p erso n a s o sujetos de experiencia. Sin embargo,
aunque aceptemos esta línea argumental, no nos sirve para mostrar que
ninguna parte de nuestro cuerpo es parte de uno mismo, pues no se
puede sostener tan fácilmente que la pérdida del propio cereb ro no su­
ponga una diferencia esencial para uno mismo como sujeto de expe­
riencia. Y tampoco sabemos de ninguna persona que haya nacido sin
cerebro. Desde luego, si Descartes estuviera en lo cierto en su afirma­
ción anterior de que podía existir en un estado completamente incorpó­
reo, ello prestaría apoyo a su opinión de que incluso las partes de su
cerebro no son partes de él mismo. Pero todavía se nos ha de persuadir
de que la afirmación anterior sea verdadera. De modo que, al parecer,
en este punto, la afirmación de Descartes de que él mismo es una subs­
tancia simple e indivisible no es lo suficientemente convincente. Lo cual,
sin embargo, no equivale a decir que la afirmación no pueda ser verda­
dera, y en breve le volveremos a prestar atención.

EL DUALISMO NO CARTESIANO

Hasta aquí no hemos podido identificar ningún argumento convin­


cente para la verdad del dualismo cartesiano, de modo que quizá debié­
ramos abandonar el dualismo como una causa perdida, especialmente si
ay ademas argumentos convincentes en contra del mismo. Pero antes

22
---- ----------- ____________ ^leJ ltes' clíctpos y personas
de examinar tales contraargumentí^ se precisan unas palabras a título
ele precaución. Deberíamos suponer que un rechazo del dualismo carte-
siano supone que se han de rechazar automáticamente todas las formas
de dualismo de substancias'. Pero hay, en particular, una forma de dua­
lismo de substancias que no se ve afectada por ninguna de las conside­
raciones que se han hecho hasta el momento porque no recurre al tipo
de argumentos que Descartes utilizó para apoyar su posición. De acuer­
do con esta versión del dualismo de substancias, desde luego que no se
ha de identificar una persona o sujeto de experiencias con su cuerpo o
con ninguna parte del mismo, pero tampoco se ha de concebir a una
persona como un alma o espíritu inmaterial, ni siquiera como una com­
binación de cuerpo y alma. Según esta concepción, en realidad no es
preciso que haya cosas del tipo de las almas inmateriales. En lugar de
ello, una persona o sujeto de experiencias ha de concebirse como una
cosa que posee características tanto mentales com o físicas: una cosa que
siente y piensa, pero que también tiene una forma, una masa y una ubi­
cación en el espacio físico. Pero, podría preguntarse, ¿por qué no identi­
ficar simplemente una cosa tal con un cierto cuerpo físico o una parte
del mismo, como el cerebro?
Podrían aducirse al menos dos tipos de razón para negar tal identi­
dad. La primera es que los estados mentales, como lo son los pensa­
mientos y las sensaciones, no parecen ser atribuibles con propiedad a
algo como el cerebro de una persona ni aun al cuerpo de la persona co­
mo un todo, sino solamente a la persona misma. Uno se siente inclinado
a insistir en que soy yo el que piensa y siente, no mi cerebro, aun si ne­
cesito tener un cerebro o un cuerpo para poder pensar y sentir. (Diré al­
go más en defensa de esta idea en el capítulo 10.) La segunda razón,
más inmediatamente convincente, según creo, es que las condiciones de
persistencia de las personas parecen ser completamente distintas a las
de cualquier cuerpo o cerebro humanos. Mediante la expresión ‘condi­
ciones de persistencia’ de los objetos (o ‘substancias’) de un cierto tipo
me refiero a las condiciones en las cuales un objeto de ese tipo continúa
subsistiendo como objeto de ese tipo. Un cuerpo humano continuará
perviviendo mientras conste de células vivas organizadas del modo
apropiado para el mantenimiento de las funciones biológicas normales
del cuerpo, tales como la respiración y la digestión; y buena parte de
ello vale también para un órgano corporal tomado individualmente, co­
mo el cerebro. Sin embargo, no es nada evidente que yo, como perso­
na, no pudiera sobrevivir a la eliminación de mi cuerpo o mi cerebro.
No es necesario recurrir aquí, como hace Descartes, a la presunta posi­
bilidad de que yo pueda sobrevivir en un estado completamente incor­
póreo, Verdaderamente esa posibilidad es muy difícil de defender. Pero
todo lo que se requiere es recurrir a la posibilidad de que yo pudiera
ca m b ia r mí cuerpo o mi cerebro por otro, quizá uno que no esté hecho
de tejido orgánico en absoluto, sino de materiales completamente dife­
rentes. Por ejemplo, se podría concebir la posibilidad de que las células

23
F ilo s o J^ eJa jn e n te_

de mi cerebro Rieran sustituidas gradual y sistemáticamente por un u„


electrónicos de un modo que se mantuviesen aquellas fundones — v..
las que Rieren— de esas células que contribuyen a que yo pueda sur
y pensar Si al final de ese proceso de sustitución, yo todavía cx ,s,u
como el mismo sujeto de experiencias o persona que antes, ent<„,<
habría sobrevivido a la eliminación de mi presente cerebro organa,,
por tanto no podría ser que fuera idéntico al mismo. (De nuevo, traía-
este tipo de argumento de modo más completo en el capítulo 10 )
Si este razonamiento es persuasivo, apoya una versión del diuil,
mo de substancias de acuerdo con la cual una persona es distinta de s
cuerpo, pero es no obstante algo que, como el cuerpo, posee carae ín ­
ticas físicas, como una forma y una masa. Una analogía que puede ser\
aquí de ayuda es la que proporciona la relación entre una estatua k
bronce y el trozo de bronce del cual se compone. Según parece, la cm.,
tua no puede ser idéntica al trozo de bronce porque la estatua p u n ir
muy bien haber llegado a existir con posterioridad al trozo de bronce
tiene condiciones de persistencia que difieren de las de ese trozo: pn
ejemplo, la estatua dejará de existir si el trozo de bronce se aplana, p e l­
en esas circunstancias el trozo de bronce seguirá existiendo. Sin embaí
go, la estatua, aunque distinta del trozo de bronce, se parece a pesar de
todo a él en cuanto que tiene características físicas, como forma y masa
mientras esté compuesta de ese trozo, la estarna tiene, por descontado
exactamente la misma forma y masa que el trozo de bronce. Del mismo
modo podría sugerirse que una persona puede tener exactamente la
misma forma y masa que su cuerpo sin que sea idéntica a ese cuerpo
No obstante, puede que la analogía no sea perfecta. La estatua se com­
p on e ese trozo. ¿Queremos decir que, de modo análogo, una persona
está compuesta por su cuerpo? Quizá no, por la razón siguiente.
En primer lugar, observemos que, en tanto en cuanto el trozo de
bronce compone la estatua, cualquier parte del trozo es una parte de la
estatua; por ejemplo, cada partícula de bronce de tal trozo es una parle
de la estatua. Sin embargo, no parece suceder a la inversa: no párete
correcto decir que cualquier parte de la estatua es una parte del trozo
de bronce. Así, por ejemplo, si la estatua es la estatua de un hombre,
entonces el brazo de la estatua será una de sus partes y sin embargo no
parece correcto decir que el brazo de la estatua es una paite del trozo
de bronce, aunque sea correcto decir que una parte del trozo de bronce
com pone el brazo, pues la parte del trozo de bronce que compone el
brazo de la estatua no es idéntica al brazo de la estatua, del mismo mo­
do que el trozo de bronce como un todo no es idéntico a la estatua. 1> J
mo o que a estatua y el trozo no tienen exactamente las mismas parte*.
10 que, naturalmente, es una razón adicional para decir que la una y el
no son ^ misma cosa. Realmente, si tuvieran exactamente las niis-
n es’ e ° ser*a una buena razón para decir que serían idénticas b
n a ° lra’ P° rque Un princiPio de la mereología — la lógica de las re-
lacones entre pane y t o d o - que goza de una amplia aceptación es que

24
------------ ------ lentes, cuopos v personas
las cosas que tienen exactamente las mismas partes son idénticas unas a
las otras Supóngase entonces que este principio es correcto y pasemos
al caso de una persona y su cuerpo. Si una persona se com pone de su
cuerpo pero no es idéntica al mismo, parece entonces que. por analogía
con la estatua y el pedazo de bronce, toda parte del cuerpo debe ser
una parte de la persona, pero no toda parte de la persona puede ser
una parte del cuerpo, es decir, la persona debe tener ciertas partes a d e ­
m as d e las partes de su cuerpo. Sin embargo, está muy lejos de ser evi­
dente cuales podrían ser estas partes suplementarias de la persona, dado
que hemos renunciado a cualquier sugerencia de que una persona tiene
un alma inmaterial. No senaria de nada apelar a cosas como el brazo de
una persona, pues éste es, por supuesto, una parte del cuerpo de la per­
sona. A este respecto, la analogía con la estatua y el trozo de bronce se
rompe, porque plausiblemente el brazo de la estatua no es una parte del
trozo de bronce. De modo que. en el supuesto plausible de que una
persona no tenga partes que no sean partes de su cuerpo —y no sea,
sin embargo, idéntica a su cuerpo— , parece que debemos negar que
una persona esté compuesta por su cuerpo.

¿SON LAS PERSONAS SUBSTANCIAS SIMPLES?

Pues bien, si la línea de razonamiento anterior es correcta, enton­


ces podemos llegar a una conclusión más remarcable, a saber, que Des­
cartes, después de todo, estaba en lo cierto al pensar que era una subs­
tancia simple, que carece por completo de partes, El argumento es,
sencillamente, el que sigue. En primer lugar, hemos argumentado que
una persona no es idéntica a su cuerpo o a parte alguna del mismo so­
bre la base de que las personas, por una parte, y todo lo relativo a los
cuerpos, por otra, tienen condiciones de persistencia distintas. En segun­
do lugar, hemos argumentado que una persona no se com pone de su
cuerpo ni — podemos añadir— de ninguna parte del mismo. La razón
que tenemos para decir esto es que no parece que una persona pueda
tener otras partes que las de su cuerpo. Sin embargo, si una persona tu­
viera sólo partes de su cuerpo, entonces, de acuerdo con el principio
mereológico anteriormente mencionado, se seguiría después de todo
que esa persona p od ría ser idéntica bien sea a su cuerpo como un todo,
bien a alguna parte del mismo (dependiendo de si las partes en cuestión
fueran todas las partes del cuerpo o sólo algunas de ellas). Y hemos ex­
cluido ya cualquier identidad así. En consecuencia, una persona no pue-

1 Para una exposición moderna y de conjunto de la mereologia, vease Peter Simons,


Parts A Stuciy in Ontologv (Oxford. Clarendon Press. 1987). Trato las relaciones entre par­
te y todo de una maneta más completa en nú Kinds ofBem g: A Study o f IndwiduaUon,
Identity a n d the Logic o f Sortal Terms (Oxford, BlackweII, 1989), capitulo 6. Por supuesto,
no
no deberíamos
deberíamos suooner
suponer queque los
los principios
principios de la mereología son inmunes a la cnt.ca, in-
cluso si se trata de aquellos que gozan de una amplia aceptación

25
Filosofía d e ¡a m ente

de tener parte algu n a de la cual esté compuesta, es decir, una pers.,,,,


debe ser una substancia simple. Pero nótese que este argumento pi <n K
de en la dirección inversa a aquella en la que argumenta Descartes Ku
lo hace a partir de la premisa de que una persona es una substanu,
simple (junto con ciertas otras premisas) para llegar a la conclusión h,
que una persona no es idéntica a su cuerpo, mientras que nosotros ;U;t
bamos de argumentar a partir de la premisa de que una persona no ^
idéntica a su cuerpo (junto con ciertas otras premisas) para llegar a k
conclusión de que una persona es una substancia simple.
Desde luego, algunos filósofos verían el argumento anterior com
una reductio a d absurdum de una o más de sus premisas, muy proh i
blemente de la premisa de que una persona no es idéntica a su cuerp.
ni a ninguna parte del mismo. Insistirían en que es simplemente ob\i<i
que una persona humana tiene partes y que las únicas partes de una
persona son partes corporales, argumentando en consecuencia a favor
de la conclusión de que una persona es idéntica a su cuerpo o a una
parte destacada del mismo. Sin embargo, no creo que sea realmente oh
vio que una persona tiene partes. Quizá sea esa la razón por la que n<
nos resulta fácil dar un sentido claro a la noción de ‘dividir una persona
en dos’, Si eliminamos una parte cualquiera del cuerpo de una persona
parece que o bien lo que queda es una persona que es la misma perso­
na que antes, o bien lo que queda no es una persona en absoluto. Hay.
es cierto, diversas historias de ciencia ficción en las que se concibe cjik
una persona se divida en dos personas distintas, tal vez como conse­
cuencia de una bisección cerebral y un transplante. Pero es una cuestión
a debatir la de si podemos realmente darles un sentido a tales historias,
cuestión sobre la que volveremos en el capítulo 10. Existen también ca­
sos reales del síndrome de la llamada ‘personalidad múltiple’, en los
que, al parecer, varias personas o sujetos de experiencia distintos se ma­
nifiestan en el interior de un único cuerpo humano, y estos diferentes
sujetos se describen a veces como el resultado de la fragmentación de lo
que originalmente era un solo sujeto o persona. Pero es igualmente una
cuestión a debatir la de cuán literalmente puedan interpretarse esas des­
cripciones de tales casos. Simplemente no disponemos de ejemplos no
controvertidos de división de una persona en dos o más personas distin­
tas. Cuando una madre da a luz a un hijo, por supuesto no es nada con*
trovertido que se empieza con una persona y se acaba con dos, pero
ciertamente no es algo que provoque controversia el hecho de que esto
ocurra como resultado de que una persona, la madre, se divida en dos
No obstante, hay otra objeción a hacer a la afirmación de que Hs
personas son substancias simples, al menos si aquélla se combina con la
a irmación de que las personas comparten con sus cuerpos característi­
cas tísicas como la forma y la altura. Pues, en efecto, si las personas son
temporalmente extensas, ¿no deben ser divisibles en distintas partes? Por
ejemplo, ¿no debo yo tener una parte izquierda y una parte derecha?
cito es asi, ¿no se sigue que cualquiera que mantenga que una persona

26
------------------------------------------- -- ---------------------- Mentes, cuerpos y personas
es una substancia simple habrá de estar de acuerdo con Descartes en
que las personas carecen de características físicas y son por ello substan­
cias inm ateriales,? No, no se sigue, pues aceptar que yo tengo una parte
izquierda y una parte derecha no es aceptar que éstas sean partes mías
en las que se me pueda dividir y que conjuntamente me componen, en
el moc|° en que mi cuerpo se compone de células en las que se le pue­
de dividir. Mi parte izquierda’ y mi ‘parte derecha’ no son cosas que pu­
dieran existir independientemente de mí, ni siquiera en principio, en el
modo en que células individuales de mi cuerpo podrían existir indepen­
dientemente del mismo; podríamos decir que no son substancias inde­
pendientes por sí mismas y por lo tanto, no son cosas de las cuales yo
esté compuesto. Son mas bien meras abstracciones, cuya identidad de­
pende esencialmente de su relación conmigo como persona única de la
cual constituyen mitades'.
No espero que nadie esté convencido plenamente, sobre la base
de lo que hasta ahora he dicho, de que sea correcta la versión no carte­
siana del dualismo de substancias esbozada anteriormente.s Pero confío
al menos en haber demostrado que las cuestiones que conciernen al es­
tatuto ontológico de los sujetos de experiencias y a sus relaciones con
sus cuerpos son cuestiones complejas que requieren de una reflexión
cuidadosa. No contribuye al progreso el rechazar abruptamente el dua­
lismo de substancias, tratando el dualismo ‘cartesiano’ como si fuera la
única versión existente del mismo. (En el capítulo 10. al tratar los pro­
blemas de la identidad personal, volveré sobre algunos de los asuntos
que se han puesto aquí de relieve.)

OBJECIONES CONCEPTUALES A LA INTERACCION DUALISTA

El dualismo de substancias cartesiano es una forma de dualismo


interaccionista, es decir, sostiene que los estados mentales de un sujeto
o una persona pueden interaccionar y a menudo interaccionan causal­
mente con los estados físicos del cuerpo de esa persona, tanto causando
esos estados como siendo causados por ellos. Y en este respecto la teo­
ría está completamente de acuerdo con el sentido común. A menos que
seamos filósofos, creemos de manera incuestionable que, por ejemplo,
dañarse un pie puede causar que uno sienta dolor y que el deseo de le­
vantar el brazo puede tener el efecto de que ese brazo se eleve. Pero
para muchos críticos del dualismo cartesiano, su interaccionismo consti­
tuye su talón de Aquiles. Estos críticos sostienen que el dualismo carte-*

* Para una exposición más completa del tipo de dualismo de substancias no cartesia­
no del que aquí se habla, véase mi Subjects o f Experíence (Cambridge: Cambridge Umver-
sity Press 1996). capítulo 2. Esta posición es similar en algunos aspectos a la concepción
de las personas que defiende P. F. Strawson en su libro Individuáis: An Essay in Descrip­
tive Metaphysics (Londres, Methuen, 1959). capítulo 3, aunque Strawson no estaña de
acuerdo en definirse a sí mismo como un dualista .

27
Filosofía d e la m ente

siano se enfrenta a graves dificultades al mantener que los estados men­


tales son causas y efectos de los estados físicos, debido a que considera
a los estados mentales como estados de una substancia completamente
no física. ¿Cuáles son estas presuntas dificultades, exactamente? Son de
dos clases, conceptual la una y empírica la otra.
Las dificultades conceptuales que se aducen se centran en la afir­
mación de que no podemos realmente otorgar sentido a transacciones
causales entre entidades que son tan radicalmente diferentes las unas de
las otras como el dualista piensa que lo son los estados mentales y los
físicos. El dualista cartesiano considera que los dos tipos de estados no
tienen virtualmente nada en común, aparte, quizá, de que existen en el
tiempo y de su presunta capacidad para entrar en relaciones causales
Según el dualista cartesiano, los pensamientos y las sensaciones, al ser
estados de una substancia completamente inmaterial que no tiene ubica­
ción alguna en el espacio físico, deben ellos mismos carecer de ubica­
ción en el espacio físico. Por lo que podría preguntarse: ¿ pueden tales
estados mentales afectar o ser afectados por los estados físicos de un
cuerpo en particular? Tal vez lo que aquí se supone es que la relación
causal debe siempre operar localm ente, es decir, que no puede haber
‘acción a distancia’, y mucho menos una acción entre algo ubicado en el
espacio físico y algo que carece completamente de ubicación física. Otro
supuesto puede ser que, siempre que se da una transacción causal, ha
de transmitirse al efecto alguna propiedad de la causa, como, por ejem­
plo, cuando el movimiento de una bola de billar origina con el impacto
el movimiento de otra, o cuando el calor en un objeto metálico origina
el calor del agua al sumergirlo en ella. La objeción al dualismo cartesia­
no se centraría entonces en que no deja posibilidad alguna de decir que
puede haber transacciones causales entre estados físicos y mentales,
puesto que considera que los estados mentales y los físicos carecen vir­
tualmente de propiedades comunes, y por lo tanto de propiedades que
puedan transmitirse entre ellos..
Estas objeciones no son muy convincentes. La idea de que la rela­
ción causal debe ser ‘local’ fue, de hecho, abandonada por la teoría gra-
vitacional newtoniana hace unos 300 años. Y aunque la teoría fue critica­
da por sus contemporáneos por resultar ‘oculta’ debido a ello, estas
críticas fueron acertadamente dejadas pronto de lado. Es verdad que al­
gunos físicos modernos proponen que la fuerza gravitacional la transmi­
ten ciertas partículas denominadas ‘gravitones’, lo que implicaría que los
e ectos gravitacionales son, después de todo, ‘locales’ en lugar de ser el
resultado de una ‘acción a distancia’. Pero la cuestión es que esta pro­
puesta es paite de un teoría empírica — una teoría que aún espera confir­
maciones más sólidas— , y no una consecuencia de una restricción con ­
ceptual relativa a la inteligibilidad de la noción de atracción gravitacional.
Análogamente, la afirmación de que en cualquier transacción causal algu­
nas de las propiedades deben transmitirse de la causa al efecto no expre­
sa una verdad conceptual. En realidad, parece incluso que tiene numero-

28
Mentes, cuerpos y personas
sos contraejemplos en la c iencia. Verbigracia, el movimiento de un cuer­
po puede ser producido por una causa que carece ella misma de movi­
miento, como cuando un objeto cargado eléctricamente se mueve bajo la
influencia de un campo electromagnético. Naturalmente, puede decirse
que incluso aquí algo se transmite de la causa al efecto, a saber, en em a.
que puede pasar de una a otra forma (por ejemplo, de energía potencial
a energía cinética). Pero de nuevo la cuestión es que esto no es una res­
tricción conceptu al sobre la inteligibilidad de la noción de una transac­
ción causal de ese tipo, sino como máximo una consecuencia de una
teoría bien confirmada concerniente a las transacciones de esa clase.
David Hume dio hace tiempo la respuesta decisiva a todas estas ob­
jeciones conceptuales relativas a la posibilidad de las relaciones causales
dualistas entre lo mental y lo físico. La respuesta es que, simplemente, no
existen restricciones a priori sobre qué clases de estados o acaecimientos
pueden entrar en relaciones causales los unos con los otros. En la for-
mualción del propio Hume- ‘Si consideramos a priori la cuestión, cual­
quier cosa puede producir cualquier otra’/1 Descubnmos qué cosas son
las que p ro d u cen cuáles otras por medios empíricos. y especialmente por
la observación de que ciertos tipos de estados o acaecimientos se presen­
tan ‘constantemente unidos’ con otros tipos de estados o eventos. Pode­
mos estar de acuerdo con Hume acerca de ello, aunque no lo estemos
acerca de la definición de la relación causal (si es que pensamos que ésta
puede ser definida). Los comentaristas discuten entre ellos sobre la cues­
tión de cómo Hume mismo pensaba exactamente que había que definir la
relación causal, pero hay un amplio acuerdo en que la definición ‘humea-
na’ es aproximadamente la siguiente: decir que el estado S] causó (o fue
una causa de) el estado 5„ es decir que Sx fue seguido por S2, y que todo
estado del mismo tipo que 5, es seguido por un estado del mismo tipo
que 5,7 Podemos convenir con los críticos de esta definición humeana’
de la relación causal en témiinos de ‘conjunción constante’ en que no re­
coge rasgos importantes de nuestro concepto de una relación causal
por ejemplo, que no recoge nuestra convicción de que, si el estado Sj
causó el estado 5„ entonces, en condiciones parejas, si 5, no hubiera exis­
tido, S2 tampoco habría existido. Pero creo que, ello no obstante, debe­
mos estar de acuerdo con Hume en que, tal como lo formulé hace un
momento, no existen restricciones a priori acerca de las clases de estados
que pueden estar relacionados causalmente los unos con los otros.

6 Véase David Hume, A Treatise o f Hum an Nature (1739049), editado por L. A Selby-
Bigge y P. H. Nidditch (Oxford: Claiendon Press, 1978), libro I, parte IV, sección V. la fra­
se citada en el texto se toma de la p. 247 de esta edición.
7 Para un examen de las ideas de Hume sobre la relación causal en g ^^n il que inc .
a la reflexión, un examen en el que se niega que Hume mismo aceptara « nJ dc ^
causación que, com o en la del texto, se exige la •conjuncion c o n ^
Strawson, The Secret Connexion. Causation, Reahsm, an d Davic ‘ ¿ c T L
don Press, 1989). Para una explicación alternativa de la posición de Hume, vease TomL.
Beauchamp y Alexander Rosenberg, Hum e a n d the Problem o f atts
Oxford University Press, 1981).

29
Filosofta de la mente

OBJECIONES EMPÍRICAS A LA INTERACCIÓN DUALISTA

De modo que pasemos a las objeciones empíricas al interaccio-


nismo cartesiano. El mejor modo de enfocar el tema es ver, en prima
lugar, por qué algunos de los contemporáneos de Descartes plantearon
objeciones de este tipo contra su explicación de las relaciones causales
psicofisicas. Descartes supuso que la interacción entre el yo no físico \
su cuerpo se efectúa en un órgano específico situado en el centro del
cerebro, la glándula pineal. Ésta le parecía la sede más probable de ki
interacción mente-cerebro, no solo a causa de la ubicación central ek
la glándula, sino también debido a que es única, mientras que muchas
de las otras estructuras cerebrales se duplican en los dos hemisferios
del cerebro. Por tanto, pensó, la glándula pineal podría servir muy
bien como centro de control unitario para todo el cerebro y el sistema
nervioso. (Con el beneficio de la perspectiva retrospectiva, sabemos
hoy que la glándula pineal no sirve a tal propósito, pero la hipótesis
de Descartes era razonable en su época.) Descartes consideraba el sis­
tema nervioso como una red de conductos y válvulas que operaban de
acuerdo con principios hidráulicos, en la que filam entos nerviosos
conducían de un lado para otro por todo el cuerpo determinadas can­
tidades de los llamados 'espíritus animales’. A estos espíritus animales
se los concebía como un fluido enrarecido y en continuo movimiento,
capaz de fluir libre y rápidamente a través de los poros minúsculos de
los filamentos nerviosos. (De modo que, en este contexto, ciertamente
no se pretendía que el término ‘espíritu’ denotara algo por naturaleza
inm aterial.) Descartes creía que cuando estos espíritus animales fluían
a través de los filamentos nerviosos de la región de la glándula pineal,
el yo no físico podía alterar sutilmente su dirección de flujo, originan­
do así variaciones en sus movimientos. Estas variaciones, tras ser trans­
mitidas mediante filamentos nerviosos a las extremidades del cuerpo,
podían provocar finalmente variaciones concom itantes en los movi­
mientos de los miembros de una persona. Inversamente, los moví"
mientos de los espíritus animales de las extremidades del cuerpo, pro-
vocados por el contacto con objetos externos, podían ser transmitidos
a la región central del cerebro y allí — así lo suponía Descartes— cau­
sar el que una persona tuviera experiencias apropiadas, como las de
dolor o placer.
Un rasgo importante de la teoría de Descartes era que so sten ía
que el yo actuaba sobre su cuerpo sólo mediante la alteración de la di'
rección del movimiento de los espíritus animales, y no comunicándoles
un nuevo movimiento. Ciertamente, Descartes creía que la ‘cantidad de
movimiento’ total del universo físico no se altera nunca sino que única­
mente se redistribuye entre los cuerpos materiales al interaccionar unos
con otros por impacto. Así, en una colisión entre dos cuerpos materia-

30
Aíc}ltcs- cuerpos v personas
les, uno que estuviera antes en reposo podía empezar a moverse, pero
solo a expensas de que otro cuerpo perdiera algo de su ‘cantidad de
movimiento El principio por el que aquí abogaba Descartes era una
forma temprana de la ley d e conservación. Los físicos modernos reco­
nocen varias leyes de ese tipo, siendo las más importantes la ley de
conservación del momento y la ley de la conservación de la energía.
Desgraciadamente tal como señaló Leibniz, casi contemporáneo de
Descartes , la ley de conservación de Descartes es incompatible con
estas leyes modernas.8 En particular, no parece que Descartes cayera en
la cuenta de que no se puede alterar la dirección del movimiento de un
cuerpo material sin alterar su momento. que es la cantidad que se con­
serva según las leyes modernas. El momento de un cuerpo es el pro­
ducto de su masa por su velocidad, y la velocidad es un vector y no
una magnitud escalar. Lo que esto significa es que si un cuerpo experi­
menta un cambio en la dirección del movimiento, entonces está experi­
mentando un cambio en su velocidad y por tanto un cambio en el mo­
mento, incluso si la rapidez con que se mueve es constante. Así, por
ejemplo, un cuerpo que se mueva en una trayectona circular de mane­
ra uniforme está, a pesar de ello, experimentando un cambio en su ve­
locidad. Las leyes del movimiento modernas, postuladas por primera
vez por Newton, sostienen que un cuerpo dotado de masa sólo puede
experimentar un cambio en su velocidad si sobre él actúa una fuerza
correspondiente. Por lo tanto, esas leyes implican, según parece, que
cualquier cambio de los espíritus animales en la dirección del movi­
miento — que Descartes pensaba que podía ser provocado por el yo no
físico— habría de ser, de hecho, la consecuencia de que una fu erz a ac­
tuara sobre los espíritus animales, y es difícil ver cómo el yo cartesiano,
al ser no físico, podría ser la fuente de tal fuerza. A la luz de esta pa­
tente dificultad, el propio Leibniz rechazó el interaccionismo en favor
del p aralelism o — la doctrina de que los estados mentales y los físicos
no interaccionan nunca causalmente, sino que meramente ‘guardan el
paso’ unos con otros de acuerdo con un plan divino prefijado. Sin em­
bargo, una respuesta alternativa y posiblemente más plausible sea acep­
tar que los estados mentales y los físicos interaccionan causalmente, pe­
ro rechazar la afirmación dualista de que los estados mentales son
completamente distintos de los estados físicos. En su lugar, uno se po­
dría adherir a la afirmación fisicista de que los estados mentales son
es decir, son idénticos a— ciertos estados físicos, probablemente deter­
minados estados neuronales del cerebro.

HLas críticas de Leibniz al interaccionismo cartesiano se


en el artículo de R. S. Woolhouse ‘Leibniz’s Reaction to Cartes.an ^ ^ nC/ ' ^ S
a^ rP Mind
dings o f the Afistotelian Society 86 (1985/86), pp. 69*82, y en e Pbilosoübv 8
Body, and the Laws of Nature ín Descartes and Leibmz. M utae* Stud.es tn P b hsopb > 8
0 9 8 3 ), pp. 105-33. Yo mismo t b fis,“ ‘en mi SubjecLs o f
tean en el texto concernientes a las leyes cíe eon¡>ei
Expertence, pp. 56-63.

31
Filosofía d e la m ente

EL ARGUMENTO DE LA CLAUSURA CAUSAL

Desde luego, la línea de argumentación anterior contra el intenu


cionismo cartesiano no sólo apela a premisas empíricas perfectamente
específicas, concretamente a las leyes de conservación de la física mo­
derna, sino que también tiene por blanco el mecanismo específico de
interacción mente-cuerpo propuesto por el propio Descartes. De modo
que permite al menos dos salidas posibles para un dualista que preten­
da defender la interacción mente-cuerpo. Una de ellas es poner en duda
la presunta corrección de las leyes en cuestión, aunque esto pudiera pa­
recer una empresa temeraria en vista del estatuto sólidamente estableci­
do de la física moderna. La otra es proponer un sistema totalmente dis­
tinto de interacción causal entre los estados mentales y los físicos. Esto
último lleva a formular la pregunta de si el fisicista no podría presentai
una línea de argumentación empírica mucho más general en contra del
interaccionismo dualista, la cual excluyera cualquier sistema concebible
de interacción mente-cuerpo que tuviese un carácter dualista. En opi­
nión de muchos de los fisicistas de hoy en día, esa línea de argumenta­
ción existe y además tiene una forma bien simple .9 El argumento contie­
ne tres premisas, tal como sigue:

(1) En cualquier momento en que un estado físico tenga una causa,


tiene una causa física completamente suficiente. (Llamemos a esta
premisa el principio d e clausura ca u sa l d e lo fís ic o .)
(2) Entre las causas de algunos estados físicos se encuentran estados
mentales. (Llamemos a esta premisa el p rin cip io d e ca u sa ció n psi-
cofísica.)
(3) Cuando un estado físico tiene un estado mental entre sus causas,
raramente sucede, si es que sucede alguna vez, que esté causal­
mente sobredeterminado por ese estado mental y por algún otro
estado físico. (Llamemos a esta premisa el p rin cip io d e n o sobrede-
term inación causal.)

Estas premisas requieren algunos comentarios explicativos. La pre­


misa ( 1) significa que si F es un estado físico que tiene una causa que
existe en un cierto momento de tiempo t, entonces existe un conjunto
no vacio e estados físicos, todos los cuales existen en t, tal que (a) ca­
da uno de estos estados es una causa de P y (b) colectivamente estos
estados son causalmente suficientes para F. (Decir que un cierto número
ae estados tísicos son causalm ente suficientes tomados colectivamente
a o ro esta o físico, F’ es decir que, dado que todos esos estados

capítulo 4* D oX á^en^n t^ Papinc/ UJ’ Phil°sopbical Naturcilism (Oxford: Blackwell 1993).


P ’ * **** encont™ se ™ buen ejemplo de una versión de este argumento

3 2
------------------------------- ----- — — ________________ Mentes, cuerpos y personas
existen, se sigue de manera causalmente necesaria que F también exis-
te ) La premisa (2) se explica a sí misma. La premisa (5) excluye la posi­
bilidad de que, siempre que un estado mental Af sea causa de un estado
físico F; haya un estado físico G tal que (a) Gsea causa de F y sin em­
bargo (b), aunque uno de los dos estados M y G no hubiera existido el
otro hubiera sido suficiente, en las circunstancias del caso, para causar
la existencia de F. La sobredeterminación causal de carácter general que
la premisa (3) excluye puede ilustrarse (utilizando un ejemplo no psico-
físico) del siguiente modo. Supongamos que dos asesinos dispararan in­
dependientemente al mismo tiempo y que las dos balas infligieran heri­
das fatales a su víctima, la cual falleciera enseguida-, en este caso, el
fallecimiento de la víctima está causalmente sobredeterminado por los
dos actos de disparar puesto que (a) cada uno de esos actos es causa de
la muerte y, con todo, (b) incluso si uno de los actos no se hubiera da­
do, el otro todavía habría sido suficiente, en las circunstancias del caso,
para causar la muerte. La premisa (3) excluye la posibilidad de que, por
regla general, los estados mentales causen estados físicos de una manera
muy parecida a como uno de estos actos de disparar causa la muerte, es
decir, de modo que los efectos físicos de esos estados mentales tengan
simultáneamente causas independientes completamente suficientes.
En seguida abordaré la cuestión de la plausibilidad de esas tres
premisas, pero primero hemos de ver qué es lo que se supone que im­
plican. Los fisicistas afirman que implican la conclusión siguiente:

(4) Al menos algunos estados mentales son idénticos a ciertos estados


físicos.

¿En qué modo se sigue (4) de las premisas (1), (2) y (3)? Parece
que del modo siguiente. Supongamos, de acuerdo con la premisa (2),
que M es un estado mental, que se da en un momento de tiempo A y
que M es causa de un determinado estado físico, F A partir de la premi­
sa ( 1), podemos inferir que hay un conjunto no vacío de estados físicos,
todos los cuales existen en t, que, tomados de manera colectiva, son
causalmente suficientes para F, Llamemos Fv F2, ... Fa a estos estados fí­
sicos. Supongamos finalmente, de acuerdo con la premisa (3), que F no
está causalmente sobredeterminado por M y cualquiera de estos estados
físicos. Es decir, supongamos que no es el caso que exista un estado de
éstos, pongamos F , tal que, si uno cualquiera de los dos estados M y F
no se hubieran dado, el otro habría sido suficiente, en conjunción con el
resto de los estados físicos del conjunto en cuestión, para hacer que se
diera E Al parecer no tenemos entonces otra opción que la de identifi­
c a r el estado mental M con uno u otro de los estados físicos Fv Fv ...
F En efecto, supongamos que M no fuese idéntico a uno de estos esta­
dos. Hemos supuesto que M es causa de F, pero hemos supuesto tam­
bién que los estados físicos Fv Fv ... Fn son, tomados e manera co ec i
va, causalmente suficientes para F Se sigue de aquí a parecer que,

33
Filosofía d e la m ente __________________ . -----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

si M no se hubiese dado, pero todos los miembros del conjunto F,. /


F se hubieran dado — lo cual debe de ser posible, dado que M no ^
idéntico a ninguno de los estados Fv F2, ... Fn , Fv F2, ... Fn hubieran
sido todavía suficientes para hacer que se diera F. Pero esto implica de­
cir q u e Festá causalmente sobredeterminado por M y uno o mas de los
F F,, F , contrariamente a lo que hemos asumido hasta aquí. p()r
consiguiente, debemos rechazar el supuesto de que M no es idéntico
con uno de los F,, Fv ... Fn y concluir que (4) es verdadero.

OBJECIONES AL ARGUMENTO DE LA CLAUSURA CAUSAL

No voy a poner en cuestión la corrección del argumento preceden­


te, pero antes de aceptarlo hemos de examinar sus premisas cuidadosa­
mente. Obviamente, los defensores del interaccionismo dualista, que
constituyen el blanco del argumento, no desearán poner en cuestión la
premisa (2), puesto que ellos mismos la aceptan. Pero muy bien podrían
recelar de la aceptación de la premisa ( 3), una vez que se dan cuenta de
a lo que conduce. Quizá harían bien en mantener que la sobredeternu-
nación causal sistemática es un rasgo omnipresente en las relaciones
causales.10 No es obvio que esta sea una posición indefendible, aunque
adoptarla solamente a fin de evitar la indeseable conclusión del argu­
mento fisicista sería algo descaradamente a d h o c . Para hacer creíble esta
posición, el dualista tiene que hallar una razón independiente para su­
poner que tal sobredeterminación causal es algo corriente, y dista mu­
cho de ser claro cuál podría ser esa razón. La mejor esperanza del dua­
lista, por tanto, parece que estribaría en poner en duda la premisa (U
es decir, el principio de la clausura causal de lo físico. Tal como lo he
enunciado aquí, se trata de un principio extremadamente fuerte, del cual
según podría insistir el dualista— no puede afirmarse plausiblemente
que es una consecuencia indiscutible de la ciencia empírica que se
acepta en el presente. La premisa (1) debe ser distinguida cuidadosa­
mente de un principio más débil y en correspondencia más plausible, a
saber

(1 ) Todo estado físico tiene una causa física enteramente suficiente.

Para distinguirlos, podríamos llamar a (1) y a (1*) respectivamente


los pnncipios fu erte y débil d e la clausura causal de lo físico. Quizá de-
bena señalar que, a pesar de estos títulos, hay un extremo respecto al
cua ti ) es de hecho más fuerte que ( 1), a saber que ( 1*) implica que
no hay estados físicos sin u na ca u sa,, mientra que ( 1) no lo implica. Este
supuesto no es algo completamente incontrovertido, como habremos de

and O v c ^ e r m 1 n í aSa- d!í 053 po úci6^ véasc el artículo de Eugene Mills, ‘Inteiactionism
mination , A m encan Phtlosopbical Quarterly 33 (1996), pp. 105-17.

34
Mentes, cuerpos y personas
ver cuando tratemos la cuestión del libre albedrío y del deterninismo en
el capitulo 9. Plantea también el interrogante cosmológico y teológico
de si hubo una causa primera'. No obstante, dejaré aquí de lado tales
preocupaciones. (En particular pasaré por alto el hecho de que la física
cuántica moderna sugiere que al menos algunos estados físicos no tie­
nen causas físicas enteramente suficientes. Sin embargo, tal vez sea me­
jor obviar este hecho en el presente contexto, dado que la física cuánti­
ca se ocupa de fenómenos físicos a escala atómica, y no en el plano de
la estructura neuronal y de las funciones del cerebro.) En un momento
veremos en qué sentido exactamente es ( 1) más fuerte que ( 1*).
Si sustituimos ( 1) por ( 1*) en el argumento fisicista que examina­
mos anteriormente, no podemos ya extraer la conclusión fisicista ( 4): al
menos algunos estados mentales son idénticos a estados físicos. Esto se
explica porque la relación causal es una relación transitiva. La relación
causal es transitiva en tanto que si un estado Sj es causa de un estado
*$2» Y ^2 es causa de un estado 5,. se sigue entonces que es causa de
Sy Además, si 5, es una causa enteramente suficiente de S, , y S-, es una
causa en teram en te suficiente de Sy entonces Sj es una causa entera­
m ente su ficiente de Sy Sin embargo —y este es el punto decisivo— si Sj
y S2 son am bos causas enteramente suficientes de (debido a que Sx es
causa enteramente suficiente de 57 y 5, es causa enteramente suficiente
de S3) esto no implica que S5 esté causalmente sobredeterm inada por Sx
y S2. Por consiguiente, la siguiente situación es perfectamente compati­
ble con la verdad de los principios (1*), (2) y (3): M puede ser un estado
mental que no sea idéntico a ningún estado físico y sin embargo sea
causa de un cierto estado físico, F. En este caso, obviamente se satisface
el principio (2). Pero el principio ( D , es decir, el principio débil de
clausura causal de lo físico, puede satisfacerse también con respecto al
estado físico F. Todo lo que se requiere es que el estado mental M tenga
él mismo una causa física enteramente suficiente, digamos G, si la tiene,
entonces, por la transitividad de la relación causal, G es causa de F y ,
además, puede evidentemente o bien ser él mismo una causa física en ­
teram ente suficiente de Fy o bien ser parte de ésta. Por otra parte, y por
la razón que se acaba de explicar, nada de esto implica que Festé cau ­
salm en te sobredeterm in ado por M y cualquier otro estado que sea causa
de F, de modo que se satisface también el principio (3). Por consiguien­
te, también un defensor del dualismo interaccionista podría tranquila­
mente aceptar el principio débil de la clausura causal de lo físico (1 ).
Ciertamente, un dualista que se adhiriera a la doctrina del emergentismo
de lo mental tendría una razón positiva para aprobar ( D . Los emergen-
tistas sostienen que los estados mentales no han existido siempre en d
universo espacio-temporal y que en un tiempo todos los estados del
universo eran puramente físicos —por ejemplo, cuando se dio el Big
Bang\ en el origen del universo. Sostienen además que los estados men­
tales han llegado a existir como resultado de la evolución natural de en­
tidades biológicas sumamente complejas, y no por algún tipo de mter-

35
Filosofía d e la m e n t e -----------------_ _ ----------------------------------------------— ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

vención divina por parte de un ser que exista fuera del universo esj\i
ciotemporal, como Dios. En consecuencia, sostienen que todos los esi.,
dos mentales tienen en último término causas enteramente suficiente
que son puramente físicas. Lo que podemos ver ahora es que la douriiu
emergentista es compatible no sólo con el interaccionismo dualista, snm
también con el principio débil de clausura causal de lo físico .11
La pregunta que debemos formularnos ahora es si tenemos alguna
razón para suponer que no solamente es correcto el principio débil d
clausura causal de lo físico, sino también el fu erte. La diferencia entu-
ellos es exactamente esta: el principio fuerte requiere que en tocio mo
mento de tiempo en que un estado físico tenga una causa, tiene una
causa enteramente suficiente, mientras que el principio débil requiere
sólo que en algún momento de tiempo en que un estado físico tenga
una causa, tiene una causa física enteramente suficiente. El tipo de refle­
xión que apoya el principio débil — a saber, que, por lo que sabemos, el
universo espaciotemporal en sus inicios contenía únicamente estados ti­
sicos y no se ha visto sujeto a intervención alguna desde ‘fuera’ desde
entonces —verdaderamente no sirve para apoyar el principio fuerte. Por
otra parte, debemos comprender lo muy fuerte que es la afirmación que
hace el principio fuerte. Por ejemplo, implica que si un estado físico tie­
ne una causa un nanosegundo antes de su existencia, entonces en esc
momento tiene una causa enteramente suficiente. Para mí no está claro
en absoluto cuáles son los datos de que podamos disponer en la actuali­
dad y que pudiera pensarse que apoyan de una forma general esa afir­
mación. Pero quizá no deberíamos sorprendemos de que sólo sea posi­
ble elaborar un argumento decisivo contra el interaccionismo dualista si
se comienza por una premisa que, como ( 1), ya incorpora supuestos
fuertemente fisicistas. En filosofía, los argumentos que dejan al adversa­
rio fuera de combate a menudo parece que caen en una petición de
principio. Ésta es la razón por la que las discusiones filosóficas funda­
mentales, como la discusión entre el dualismo y el fisicismo, se niegan
resueltamente a desaparecer, Muchos filósofos dualistas hallan tan increí­
ble que un estado mental —un pensamiento o una sensación— pudiera
serian sólo, es decir, ser idéntico a, un estado físico — como puede ser
un estado de actividad neuronal del cerebro— que considerarían más
r ? f ^ Ceníe argumentar en favor de la n eg ación de ( 1), partiendo de
t ), K5) y la negación de (4), que argumentar, como lo hace el fisicista,
en avor e ( ) partiendo de ( 1), (2) y (3). Ambos argumentos son co-
m n in l 51^ 3 quierade los dos lo es; el único problema es saber qué
mJ L l? de Premisas es el más plausible y el más defendible. Pero en el
abierta11 ° Presente’ esta es> según creo, una cuestión que permanece

emergentista del interaccionismo dualista en mi Subjeds of

36
Mentes, cuerpos y personas

OTROS ARGUMENTOS CONTRA EL FISICISMO

, f SU* ume1nto det la c,ausu« causal no es el único argumento de


carácter general que haya sido propuesto en favor de la identificación
de los estados o acaecimientos mentales y los estados o acaecimientos
físicos. Otro conocido argumento en favor de esta tesis de la identidad
lo ha propuesto Donald Davidson.u El argumento de Davidson tiene, al
igual que el argumento de la clausura causal, tres premisas, la primera
de las cuales es similar a la premisa ( 2 ) de ese argumento:

(5) Algunos acaecimientos mentales interaccionan causalmente con


acaecimientos físicos. (Davidson denomina a esta premisa el prin ­
cipio d e interacción causal.)

Las dos premisas de Davidson restantes son estas:

( 6) Los acaecimientos que se relacionan como causa y efecto caen ba­


jo leyes deterministas estrictas. (Davidson denomina a esta premisa
elp ñ n c ip io del carácter nomológico de la causalidad.)
(7) No hay leyes psicofísicas deterministas estrictas. (Davidson deno­
mina a esta premisa el pñ ncipio de la an om alía d e lo mental.)

La conclusión de Davidson, similar a la conclusión (4) del argu­


mento de la clausura causal, es que al menos algunos acaecimientos
mentales son idénticos a acaecimientos físicos. Para ver cómo funcio­
na el argumento, supongamos que un cierto acaecimiento mental, M,
causa un determinado acaecimiento físico, K de acuerdo con la pre­
misa (5). Por la premisa ( 6) se sigue que M y F deben ser caracteriza­
bles en términos que hagan posible que caigan bajo leyes determinis­
tas estrictas. Pero, de acuerdo con la premisa (7), no existen leyes de
ese tipo bajo las cuales caiga M en virtud de su caracterización en tér­
minos mentalistas, por lo que, según parece, M debe poderse caracte­
rizar en términos físicos, lo que le califica de acaecimiento físico. Aun­
que el argumento de Davidson sea interesante, no examinaremos aquí
sus razones para proponer las premisas ( 6) y (7), que evidentimente
son controvertidas — verdaderamente aún más que las premisas ( 1) y
(3) del argumento de la clausura causal. Es discutible que cuando un

12 Véase Donald Davidson, ‘Mental Events’, en L. Foster y J. W Swanson (eds.)r Espe-


rlettce a n d Tbeoty (Londres. Duckworth, 1970). leimpreso en el libro de Davidson Essays
on Actions a n d Events (Oxford. Clarendon Press, 1980). La versión de Davidson de la teo­
ría de la identidad está formulada en términos de acaecimientos en lugar de estados, por­
que considera la relación causal como una relación entre acaecimientos; pero a los pre­
sentes propósitos nada substancial depende de la distinción entre acaecimientos y
estados.

37
Filosofía d e la m ente ___________________________ ___________ _ -----------------------------------------— -------------------------------------------------------------------------

acaecimiento causa otro, haya siempre una ley causal general


pueda recoger como ejemplificación de la misma esa interacción cau
sal particular 13 Y es discutible si, incluso en la física, hay leyes dekr
ministas y estrictas - e s decir, sin excepciones— de interacción cau
s a l 13 Los fisicistas harían mejor, en vista de estas dudas, en poner sus
esperanzas en el argumento de la clausura causal, aunque éste m.m
controvertible.
Por otra parte, se han propuesto argumentos generales contra ki
tesis de que los acaecimientos o estados mentales son idénticos a los
acaecimientos o estados físicos .15 Algunos fisicistas han insistido en
que, del mismo modo en que la ciencia nos ha revelado que el agiu
es sencillamente H.O y que el calor de un gas es sencillamente la
energía cinética media de las moléculas que lo constituyen, la neuro-
ciencia nos revelará un día que el dolor, pongamos por caso, es senci­
llamente un determinado estado neuronal, digamos la excitación de las
fibras nerviosas C. Los fisicistas creen, por tanto, que el descubrimien­
to de que el dolor es únicamente — es decir, es idéntico a— un deter­
minado estado neuronal será un descubrimiento empírico o a posterio­
ri, de modo parecido a los descubrimientos que la ciencia ha realizado
ya en muchos otros ámbitos de la investigación. Sin embargo, parece
que hay una importante falta de analogía entre la propuesta identifica­
ción del dolor con algo así como la excitación de las fibras nerviosas C
y las otras identificaciones ‘científicas’ que hace un momento se han
ejemplificado. Tomemos la identificación del agua con el HzO. Pode­
mos entender sin esfuerzo por qué fueron necesarias investigaciones
empíricas para establecer esta identidad, porque podemos imaginar fá­
cilmente que hallamos una substancia que, según todas las apariencias
externas, p a r e c e que es agua, pero que al investigarse resulta tener
una constitución química muy distinta. Esta pseudo-agua, como podría­
mos denominarla, no sería agua, puesto que los químicos están acerta­
dos en decirnos que el agua es de hecho H20 . Pero supongamos que,
de manera similar, los neurocientíficos del futuro nos dicen que el do­
lor simplemente es la excitación de las fibras nerviosas C. Y suponga-

^ Para una posición escéptica sobre esta tesis, véase G. E. M Anscombe, Causaluy
and Determinism’, en su Metapbyvics a n d tbe Philosopby o f Mind. Es cierto que la definí-
ci n umeana e la relación causal en términos de ‘conjunción constante’, que se ha tra­
tado antenormente en este capítulo, implica la verdad de la premisa (6 ) de Davidson. p¿-
ro esa misma definición es sumamente controvertida.
. la eXPos/|íiú" d,e al8 ur>as dudas al respecto, véase Nancy Cartwright, How >he
UtwsofPbysics Lie (Oxford: Clarendon Press, 1983)
tos Vlenen a continuación se inspiran parcialmente en los escri-
ve, nrim_ ' t Namm& a n d Necesslty (Oxford: Blackwell, 1980), publicados por
drecht- D Reidel ’i c n r í " 8" V DavIidson (e d s X Semantics o f Natural L a ngua ge (Dor-
w r lo auc rnnH;. ,' VMSe “ ^ « t e pp. 144-55. He de m encionar que, si bien
las teorías de li ¡d ^ .v t Presentes propósitos estoy pasando por alto la distinción entre
en d capítulo 3. ‘,P° 3 'ip° ' y e>cm Plar a <-'iemPla r',s e hablará más sobre ello

38
Mentes, cuerpos y personas
mos también que halláramos un estado mental, quizá en alguna criatu­
ra perteneciente a una especie extraterrestre, que se sintiese exacta­
mente como el dolor pero que, a pesar de todo, no pudiera identificar­
se con la estimulación de las fibras C, porque, digamos, esa criatura
simplemente no tuviera fibras C. Se sigue entonces que, si la analogía
es correcta, habríamos de decir que, después de todo, lo que esa cria-
tura siente no es en absoluto dolor; sino sólo ‘pseudo-dolor Pero esto
parece absurdo, porque lo que siente como dolor con toda segun­
dad es dolor. El mismo absurdo amenaza perseguirnos cualquiera que
sea el estado físico que los neurocientíficos propusieran identificar con
el dolor, poniendo así en cuestión la inteligibilidad de una identifica­
ción así, cu alq u iera que sea. Es muy tentador concluir a partir de esto
que un estado mental como el dolor simplemente no p u ed e ser identi­
ficado con un estado físico, cualquiera que éste sea.
Por supuesto, se podría insistir por parte de los fisicistas que si
los neurocientíficos descu bren efectivamente un día que el dolor es
simplemente la estimulación de las fibras C, entonces por esa misma
razón n o podremos encontrar una criatura que tenga un estado men­
tal que se sienta exactamente como el dolor pero que carezca de fi­
bras C. El hecho de que podemos im agin ar que hallamos tal criatura
no constituye garantía alguna de que tal criatura pu diera existir real­
mente porque — como vimos cuando estábamos examinando el ‘argu­
mento de lo concebible’ de Descartes para la distinción entre uno
mismo y su propio cuerpo— incluso algo que es lógicamente imposi­
ble puede ser ‘imaginable’. Sin embargo, los fisicistas que responden
de este modo nos deben como mínimo una explicación de por qué la
imaginación habría de ser especialmente propensa a llevarnos a con­
clusiones erróneas en este tipo de caso. En realidad, nos deben bas­
tante más que eso porque lo que está en juego es la inteligibilidad
misma de la identificación del dolor con un estado físico. Hasta que
se resuelva este asunto, parece inútil especular acerca de lo que po­
dríamos o no podríamos hallar si los neurocientíficos descubrieran
que el dolor ‘es simplemente’ la estimulación de las fibras C, puesto
que tal especulación parece presumir que podemos, después de todo,
pensar que la posibilidad de tal descubrimiento no es un sinsentido.
De forma más general, la cuestión es que quien desee proponer una
identificación teórica nos debe una demostración de que tal identifica­
ción es en principio p osib le, y no está en absoluto nada claro que los
filósofos de la mente fisicistas hayan logrado proporcionarla. He aquí
otra analogía: nadie estaría satisfecho lo más mínimo de que un filó­
sofo pitagórico nos dijera que ha descubierto una buena cantidad de
datos empíricos que apoyan la tesis de que las cosas que pensamos
que son objetos materiales en realidad ‘son simplemente num eros,
Primero tendríamos que pedirle que nos explicara cómo es que esa
identificación no es un sinsentido. Para muchos de sus oponentes,^ os
fisicistas que proponen que los estados mentales son simp emente en

39
Filosofía d e la m ente

realidad estados físicos parecen estar en el mismo tipo de pOSkIii


que ese hipotético pitagórico .16

CONCLUSIONES

Hemos examinado en este capítulo varios problemas meutisn ^


fundamentales de la filosofía de la mente, empezando por la cuestión de
si las personas, o sujetos de experiencia, se relacionan con sus cuerpo,
físicos. Vimos que el dualismo de substancias ‘cartesiano’, el cual somic
ne que las personas son cosas enteramente inmateriales que pueden
existir independientemente de los cuerpos en los que residen , no tiend­
en su favor un argumento muy convincente. Pero también vimos qik
hay razones para dudar de que las personas puedan ser simplemente
identificadas con su cuerpo o con alguna parte destacada de su cueipo.
como su cerebro. Puede ser que una persona se relacione con su cuer
po de un modo parecido al que una estatua de bronce se relaciona con
el trozo de bronce del que está compuesta, aunque, al parecer, esta ana
logia sea imperfecta. Quizá debamos ver la ‘encarnación’ personal cornu
un tipo único de relación, que no puede reducirse ni a una mera reía
ción causal ni a la identidad, ni a la composición. (En realidad, quiza
sea esto lo que el Descartes histórico tenía en mente al hablar de la
‘unión substancial’ entre el yo y el cuerpo.) Sería superficial suponer
que debe ser posible en principio una explicación reduccionista de la re­
lación de encarnación. Después de todo, alg u n as relaciones deben sei
primitivas e irreducibles y puede que, al fin y al cabo, hayamos de acep­
tar que la encarnación es una de ellas. Por otro lado, tampoco no dehe­
ríamos precipitarnos en aceptar esta conclusión mientras continuemos
sin tener un argumento convicente de que no puede obtenerse una ex­
plicación reduccionista. Por lo tanto, en el momento presente parece
que deberíamos mostrarnos receptivos sobre este problema.
La otra cuestión principal que hemos examinado es la de si los es­
tados mentales deberían ser identificados con estados físicos, como los
estados de actividad neuronal del cerebro, dado el supuesto plausible
e que los estados mentales están en relaciones causales con tales esta­
os ísicos y el de que la sobredeterminación causal sistemática no os
un rasgo e las relaciones causales psicofísicas. Al respecto vimos qno.
si bien no hay un argumento a p t io r i satisfactorio contra el dualismo in-
eracciomsta, el sistema de relaciones causales psicofísicas por el qlie
sea es a ogaba parece ser incompatible con las leyes físicas de con-
rvacion que aceptamos actualmente. Sin embargo, vimos también qlie

<0 Me 1tZ 7 ? s p, T Geach’ Tn" b' t°v e a n d Im m ortali,,, A n In tro d u cá "


de las c o n ^ Uf ndreS: Hutchinson’ '9 7 9 ) p.134. Hablo con m ayor ampli<*'d
tos mentales con estarla ^ eS ^ Ue ‘mP*ica lralar de identificar los estados y acaecimien
PP-132-3. S ^ acaec»mientos físicos en mi K inds o f B ein g , p p .H 3 'U ^

40
________ _______________ ______ ___________ _____ Mentes, cueipos y personas
es más difícil excluir el dualismo interaccionista de un modo totalmente
general, recurriendo a alguna versión del principio de clausura causal de
lo físico, porque únicamente una versión muy sólida de ese principio es
suficiente para tal propósito y no puede pretenderse que una versión así
se vea fuertemente apoyada por los datos empíricos disponibles en el
presente. Por lo tanto, parece de nuevo que deberíamos mostramos re­
ceptivos sobre esta cuestión, especialmente en vista de los interrogantes
que se han planteado en la última sección acerca de la inteligibilidad
misma de la identificación de los estados mentales con los estados físi­
cos. No obstante, el hecho de que no hayamos llegado a conclusiones
firmes acerca de ninguna de las cuestiones principales a las que se ha
dedicado este capítulo no debería desconcertarnos excesivamente. Estas
cuestiones están entre las más difíciles de la filosofía y sería sorprenden­
te que hubiéramos sido capaces de resolverlas de un modo concluyente
cuando tantos otros pensadores de talento no han conseguido hacerlo.
3
Estados mentales
En el capítulo anterior nos hemos centrado en dos importantes
cuestiones metafísicas de la filosofía de la mente. Una era la de si las
personas o los sujetos de experiencias son idénticos a sus cuerpos físicos, o
a determinadas partes de esos cuerpos, el cerebro posiblemente. La otra
era la cuestión de si los estados mentales de las personas, como lo son
sus pensamientos y sus sensaciones, son idénticos a determinados esta­
dos físicos de su cuerpo, posiblemente estados de actividad neuronal de
su cerebro. Muchos materialistas aceptarían respuestas positivas a ambas
cuestiones, aunque más adelante, en este mismo capítulo, habremos de
encontrar una especie de materialismo que niega que, tal como los con­
cebimos comúnmente, los estados mentales existan en realidad, Pero
antes de examinar esta posición merece la pena señalar que, en tanto en
cuanto se adopte una concepción realista de los estados mentales —es
decir, en tanto en cuanto se acepte que realmente existen estados men­
tales de pensamiento y de sensaciones— , uno puede, para muchos pro­
pósitos, permitirse ser neutral con respecto a la cuestión de si los esta­
dos mentales son o no idénticos a los físicos. En filosofía de la mente
hay muchos temas que podemos tratar con provecho sin presumir ser
capaces de resolver esa cuestión, y es afortunado que esto ocurra, pues
ya sabemos lo espinosa que es esa cuestión. Uno de tales temas es el de
cómo debemos ca racteñ za r y clasificar los diversos tipos de estados
mentales en cuya existencia, de ser realistas, hemos de creer. Hasta aho­
ra hemos estado hablando de estados mentales de una forma totalmente
general, sin establecer diferencias importantes entre ellos. Pero en una
descripción detallada de las vidas mentales de las personas hemos de
ser capaces de distinguir, de modo fundamentado, entre sensaciones,
percepciones, creencias, deseos, intenciones, temores y muchos otros ti­
pos de estados mentales, y proporcionar una explicación satisfactoria de
estas distinciones no es asunto fácil. En este capítulo pasamos a exami­
nar las dificultades que se oponen a esta tarea.

ESTADOS DE ACTITUD PROPOSICIONAL

Vamos a comenzar por el examen de los estados mentales que los


filósofos gustan de denominar estados de actitu dproposiciona. e me u

43
Filosofía d e la m ente

yen entre ellos creencias, deseos, intenciones, esperanzas y temores. p(l,


mencionar sólo algunos. Un rasgo común de tales estados es que pud-
mos atribuírselos a los sujetos de experiencia utilizando enunciados d
la forma ‘5 f que p\ Aquí 'S denota a un sujeto o persona particular ¡,
representa una proposición — por ejemplo, la proposición de que esu
lloviendo— y ‘f representa a alguno de los llamados verbos de actitud
proposicional, como puedan ser creer, desear o temei . Se denomina
‘verbos de actitud proposicional’ a tales verbos porque se considera i d ­
eada uno de ellos expresa una actitu d que un sujeto pueda tener liana
una proposición. (Lo que las proposiciones sea n y cóm o es que los su
jetos pu eden tener ‘actitudes’ hacia ellas son cuestiones que trataremos
más detalladamente en el siguiente capítulo.) De modo que las oracio­
nes siguientes pueden todas ellas utilizarse para atribuir actitudes prepo­
sicionales a sujetos: ‘Juan cree que está lloviendo’, ‘María desea que sal­
ga el sol’ y ‘Ana teme que va a mojarse’. En cada uno de estos casos, la
oración introducida por el ‘que’ expresa el co n ten id o p ro p osicion al dd
estado de actitud que se está atribuyendo. Inmediatamente se plantean
diversos interrogantes relativos a los estados de actitud y a nuestro co­
nocimiento de los mismos. Por ejemplo: ¿qué es lo que exactamente di­
ferencia a una creen cia, pongamos por ejemplo, de un d eseo o de un
temoñ El mismo sujeto puede tener simultáneamente dos estados de ac­
titud con el mismo contenido proposicional: por ejemplo, Ana puede
tanto temer que va a mojarse como creer que va a mojarse. ¿En qué con­
siste esta diferencia de ‘actitud’ hacia la misma proposición? Además,
¿cómo sabem os qué estados de actitud tiene otra persona, o, para el ca­
so, cómo sabemos qué estados de actitud tenemos nosotros m ism os> No-
tese en este punto que el conocimiento mismo es un estado de actitud,
de manera que, al parecer, el conocimiento de los estados de actitud de
alguien parece ser un estado de actitud de ‘segundo orden’ — como por
ejemplo, en el caso en que Juan sabe que Ana teme que va a mojarse, o
en el de que Juan sabe que él mismo cree que está lloviendo.
Puede que nos veamos inclinados a pensar que la identificación de
nuestros estados de actitud no plantea ningún problema especial, al me­
nos en los momentos en que los tenemos. Parece muy claro que, sea
cual sea la creencia, el deseo, la esperanza o el temor que yo tenga jus­
to ahora, al menos y o debo saber cuál es, aun si nadie más lo sabe
Ciertamente Descartes parece haber supuesto que esto es así. Pero ¿có-
mo o se yo? Posiblemente se sugiera que lo sé por un proceso de ‘refle­
xión o ‘introspección’, el cual me revela de algún modo lo que estoy
y
í w ^ n,d? siníiendo- A1 fin y
al cabo, si alguien me p reg u n ta si creo o
. ^ cua cosa> usualmente puedo contestarle de manera bastante
recin i t ’ aS1 ? ue al parecer he de tener a'guna suerte de acceso di-
de mip ton«.Pr0pi°? estados de actitud. Por otra parte, quizá la sensación
sea'úniram ‘ ^ 13 a?Ceso ‘privilegiado’ a los propios estados de actitud
S T a “ e Una USÍÓn- Qui2á averiS»o lo que creo, por ejemplo, al
rme m, mismo expresar mis creencias en palabras, bien sea en voz

4 4
“ —- — — __ ____ tetados mentales
alta ante otras personas, bien sea sollo voce para mí mismo. Esto haría
que mi conocimiento de mis propias creencias no fuera en principio dis-
tmto de mi conocimiento de las creencias de otros, las cuales descubro
por regla general al oírles expresarlas. Por descontado que a veces pue­
do formarme una buena idea de las creencias de una persona sobre la
base de su conducta «o verbal, como cuando juzgo que Juan cree que
esta lloviendo al verle abrir el paraguas. Pero quizá lo mismo valga algu-
ñas veces con lespecto a mi conocimiento de mis propias creencias__
como cuando me sorprendo yo mismo del hecho de que he efectuado
un determinado giro en un cruce de carreteras y me doy cuenta de que
debo de creer que me conducirá al destino deseado. (Exploraremos más
detalladamente la naturaleza del conocimiento de uno mismo en el capí­
tulo 10.)

EL CONDUCTISMO Y SUS PROBLEMAS

Hay algunos filósofos que son extremadamente escépticos acerca


de la fiabilidad — o incluso de la existencia misma— de la introspección
como fuente de conocimiento acerca de nuestros propios estados men­
tales. Este escepticismo encuentra una expresión extrema en la doctrina
conocida como conductismo. Sostienen los conductistas que el único ti­
po de datos que podemos tener relativos a los estados mentales de cual­
quiera, incluyendo los nuestros, se encuentran en la conducta externa­
mente observable, tanto verbal como no verbal. Los conductistas
‘científicos’ optan por esta idea porque piensan que una ciencia de los
estados mentales — que es lo que la psicología científica pretende ser en
parte— sólo debe apoyarse en una información empírica objetiva que
pueda ser corroborada por múltiples observadores independientes,
mientras que la introspección es un asunto privado y subjetivo. Pero
conductistas más radicales —aquellos a los que a veces se denomina
‘conductistas lógicos’— aún irían más lejos. Mantienen que atribuirle un
estado mental a una persona estriba o consiste ni más ni menos que en
atribuirle a esa persona una disposición conductual apropiada. Una
‘disposición conductual’, en el sentido que aquí se entiende, es la ten­
dencia o propensión de una persona a conducirse de un determinado
modo en ciertas circunstancias específicas. Así, por ejemplo, un conduc-
tista lógico podría sugerir que atribuir a Juan la creencia de que esta llo­
viendo simplemente es atribuirle una disposición a hacer cosas del tipo
de llevarse un paraguas si sale de casa, poner en marcha e impiapara
brisas si está conduciendo, afirmar que está lloviendo si se e pregun a
qué tiempo hace y otras por el estilo. Naturalmente, la ista e e ser una1

la desarrolla Gilbert Ryle en su The


1 Una versión refinada del conductismo lógico
especialmente la p. 129, sobre la ex-
Concept o/M irid (Londres. Hutchinson, 1949) Véase
plicaclón que da Ryle sobre la creencia.

45
F ilosofía d e la m ente _________________________ _______________ — --------------------------------------------------------------------------------------------------------

lista que no tenga límites fijos, ya que no hay ningún límite en as nuiu-
ras en que alguien podría manifestar la creencia en cuestión, ;ip.,
de explicación se pretende aplicar no únicamente a lo que hemos w m
do llamando estados ‘de actitud’, sino también a lo que podríamos de­
nominar estados de sen sacion es. como el dolor o el asco. Tener un di,
lor — por ejemplo, sentir una fuerte punzada en el dedo gordo del pu­
no consiste en tener una actitud hacia una proposición; los dolores ni.
poseen ‘contenido proposicional’. Pero el conductista lógico sostendiia
nuevamente que atribuirle a Juan una sensación de dolor en el dedo
gordo del pie estriba simplemente en atribuirle una disposición a ham
cosas del tipo de emitir gemidos y hacer muecas de dolor cuando se k
toca el dedo, cojear al andar, afirmar que le hace daño el dedo cuando
se le pregunta qué siente y otras por el estilo. Nuevamente, la lista no
tiene un límite fijo.
Pues bien, el hecho mismo de que tales listas de conductas no ten­
gan necesariamente un límite fijo le plantea un problema al conductismo
lógico. Tomemos la lista de actividades asociadas con la creencia de
Juan de que está lloviendo. ¿Qué es lo que se puede querer decir al afir
mar que Juan tiene una disposición a hacer ‘cosas del tipo de’ las que
están en esa lista? ¿Qué es lo que u n ifica a los miembros de la lista
aparte del hecho de que son el tipo de cosas que uno podría esperar ra­
zonablemente que hiciera una persona que crea que está lloviendo? Pa­
rece que uno debe en tender y a lo que significa atribuir a alguien una
creencia de que está lloviendo para ser capaz de generar los miembros
de la lista, de modo que la lista no puede utilizarse para ex p licar lo que
significa atribuirle a alguien tal creencia. Pero aunque dejáramos de lado
esta dificultad, hay otro problema todavía más serio que se le plantea a
la explicación del conductista lógico. Tomemos de nuevo la creencia de
Juan de que está lloviendo. El problema es que alguien puede perfecta­
mente tener esa creencia y sin embargo no hacer n in g u n a de las cosas
de la lista correspondiente en las circunstancias apropiadas. Así, p°r
ejemplo, Juan puede creer que está lloviendo y sin embargo dejar en ca­
sa el paraguas al salir, no poner en marcha los intermitentes del coche1
cuando está conduciendo, negar que esté lloviendo al preguntársele que
tiempo hace, etcétera. Esto se debe a que el modo en que se comporta
una persona que tiene una determinada creencia en circunstancias da­
das no depende únicamente de cuál sea la creencia, sino también de
que otros estados de actitud tenga esa persona en el mismo momento,
como, especialmente, sus deseos. Puede que Juan sea una persona poco
corriente, a a cual, por ejemplo, le gusta mojarse bajo la lluvia, por lo
q e nunca lleva un paraguas cuando cree que está lloviendo. En reah-
^uiera Cfue sea Ia conducta que el conductista lógico pretenda
nn ih. r COmP. característica de alguien que cree que está lloviendo, es
embaranC°IÍCe a una persona que mantiene esa creencia y que, sin
sólo J a tlCnei 3 dlsP °sición a comportarse de ese modo, aunque
SLa porc*ue Persona Podría tener un deseo muy fuerte de eng*'

46
—- — - — — _ __ ______ listados mentales
ñar a otros haciéndoles pensar que no tiene esa creencia. Lo mismo vale
con respecto a los estados de sensaciones de una persona: uno puede
sentir un do or en el dedo gordo del pie y sin embargo suprimir los ti­
pos de conducta que el conductista lógico afirma que definen el sentir
tal dolor porque esta decidido a comportarse estoicamente o porque no
quiere parecei una persona débil. Así que, como vemos, de hecho no
pueden existir conductas que caractericen de modo único a alguien que
se encuentre en un estado de actitud con un determinado contenido
proposicional o en un estado de sensación de un cierto tipo. En conse­
cuencia, es imposible explicar lo c¡ue (¡nieve cleciv que alguien se en­
cuentre en tal estado en términos de presuntas disposiciones a la con­
ducta, El conductismo ‘lógico’ está claramente condenado al fracaso,
Sin embargo, el fracaso del conductismo lógico no afecta a la forma
más débil de conductismo que se mencionó anteriormente, la que acep­
tan los conductistas ‘científicos’. Ésta sostiene tan sólo que los únicos d a ­
tos sobre cuya base podemos atribuirles a los sujetos estados de actitud y
otros estados mentales son datos conductuales, es decir, información pú­
blicamente accesible de cómo se conducen las personas en diversas cir­
cunstancias. Podríamos tal vez denominar a esta posición conductismo
‘epistémico’, porque concierne a nuestro conocimiento de los estados
mentales en lugar de a la naturaleza de los estados mismos El conductis­
mo lógico implica el conductismo epistémico, pero no a la inversa, sien­
do esta la razón por la que he calificado al conductismo epistémico co­
mo la doctrina más débil de las dos. Sin embargo, el conductismo
epistémico, al contrario que el conductismo lógico, no nos ofrece expli­
cación alguna de lo que son los estados mentales, de modo que necesita
ser complementado con una explicación así, una explicación que, por
supuesto, deberá ser acorde con lo que el conductista epistémico dice
acerca de los datos de que disponemos para afirmar la existencia de esta­
dos mentales. ¿Disponemos de una explicación satisfactoria de ese tipo?
Muchos filósofos contemporáneos de la mente responderían afirmativa­
mente, refiriéndose a la doctrina que se conoce como funcionalismo.

EL FUNCIONALISMO

El funcionalismo reconoce el hecho de que es imposible identificar


tipos de estado mental con tipos de disposiciones conductuales, pero
pretende todavía caracterizar a los estados mentales por re erencia a a
conducta, si bien indirectamente. Trata de lograr esto me íante a ^ ra
terización de los estados mentales en términos de os p ap e
que se piensa que aquéllos desempeñan en la e*e™ n^ C1? ! ? . mra
se comporta el sujeto en circunstancias diversas, ( r e P‘
2 Uno de los fundadores del funcionalismo fue W er
of Mental States’ (1967), reimpreso en W.G. Lycan (ed.), M md and Cogmtwn
(Oxford Blackwell, 1990).

47
Filosofía do la m e n te

‘papel causal’ en el sentido mencionado, es ‘papel funcional', de ala ¡ ,


denominación de ‘funcionalismo’.) Según el funcionalismo, hay tu-s u
pos distintos de relación causal que pueden verse involucrados rn i,
constitución del papel causal de un estado mental. (Debería suhra>lllM
aquí que estamos hablando ante todo de tipos d e estado mental, aun,,,,,
en consecuencia se hable también de ejemplificaciones o ejem p la res ,lr
esos tipos- en el momento oportuno añadiré algunas otras cosas ivkm
vas a la distinción tipo/ejemplar,) En primer lugar, hay modos carad as
ticos en que los estados del entorno de un sujeto pueden causar que , h
sujeto tenga un determinado tipo de estado mental, como cuando tía
ñarse la pierna causa que uno sienta dolor, o cuando el que la luz le lle­
gue a uno a los ojos causa la experiencia de una sensación visual I.n
segundo lugar, hay modos característicos en que un determinado tipo
de estado mental puede interaccíonar causalmente con otros estados
mentales del mismo sujeto, como cuando una sensación de dolor en la
pierna hace que uno crea que su pierna ha sido dañada, o cuando una
experiencia visual hace que uno crea que esta viendo algo. Y en tercer
lugar, hay modos característicos en que un cierto tipo de estado mental
puede contribuir causalmente a la conducta corporal del sujeto de ese
estado, como cuando la creencia de que la propia pierna ha resultado
dañada, junto con el deseo de aliviar el consiguiente dolor, le puede lle­
var a uno a frotarse la parte afectada de la pierna o a retirar la pierna de
donde proviene el daño. Por lo tanto, el funcionalista podría decir, en
una primera aproximación, que el papel causal de una sensación de do­
lor en la pierna es señalar que se da un daño físico en la pierna, llevarle
a uno a creer que ha tenido lugar tal daño y contribuir con ello a hacer
que uno actúe de un modo apropiado para reparar el daño y para evitar
ulteriores daños de esa clase.
Vemos por tanto que el funcionalismo se comprom ete a conside­
rar a los estados mentales como estados realmente existentes de los
sujetos, siendo adecuado hacer referencia a esos estados en las expli­
caciones causales de las conductas de las personas que se encuentran
en ellos. Pero reconoce que el modo en que se comporte una persona
en una circunstancia determinada nunca puede ser explicado simple­
mente diciendo que se encuentra en un estado de tal o cual tipo,
puesto que una explicación adecuada de la conducta siempre habrá de
tomar en consideración las interacciones causales que puedan darse
entre los distintos estados mentales del mismo sujeto. En consecuen­
cia, os funcionalistas reconocen que los datos conductuales para atri-
,u^.r *?sta ° s. mentales a un sujeto dejarán siempre abierta la posibili-
aa de múltiples interpretaciones alternativas y que a menudo, en vista
e as circunstancias de un sujeto y de su pauta de conducta, a lo má­
ximo que podemos aspirar es a asignarle una elevada probabilidad a b
ipo esis de que ese sujeto se encuentra en una determinada c o m b e
n a a o n de estados mentales de diversos tipos, en razón de que tal
inacion e estados mentales constituiría la explicación más p b u_

48
' — __ kstadusjnentales
sible de Ia conducta del .sujeto en aquellas circunstancias. Su p on e­
mos, por ejemplo, que Juan exhibe la conducta siguiente al empezar a
llover, en una ocas.on determinada de camino al trabajo abre el n‘ ra­
guas y se protege bajo él. Parte de la explicación de esta conducta p¿-
dna ser que Juan cree q u e está lloviendo. Sin embargo, será razonable
atribuirle a Juan esta creencia como explicación parcial de su conducta
solo si es también razonable atribuirle cienos otros estados mentales
que se encuentran en una relación causal apropiada con esa presunta
creencia suya por ejemplo, una sensación de humedad en su piel
un deseo de no mojarse, un recuerdo de que lleva el paraguas consigo
y la esp era n z a de que el protegerse bajo el paraguas en esas circuns­
tancias contribuirá a evitar que se moje. Por la conducta de Juan en
otras circunstancias bien podría ocurrir que en el presente caso la hi­
pótesis más probable sea que su conducta en ese momento es real­
mente el resultado de que se encuentra en esa determinada combina­
ción de estados mentales.
En cierto modo, los estados mentales, tal como el funcionalismo
los caracteriza, se parecen a los estados del ‘software’ de un ordenador,
los cuales pueden ser caracterizados, de forma similar, en términos de
sus relaciones con los ‘inputs’ o ‘entradas’ del ordenador, con otros esta­
dos del ‘software’ del mismo y con los ‘outputs’ o ‘salidas’ del ordena­
dor. Entiendo por un estado del ‘software’ de ordenador, por ejemplo, el
que almacene una determinada pieza de información, lo cual puede ser
comparado en la analogía propuesta a la posesión de una determinada
creencia por parte del sujeto. Un tal estado del ‘software’ puede contras­
tarse con un estado del ‘hardware’ del ordenador, como, por ejemplo,
un estado electromagnético de algunos de sus circuitos, que podrá de
forma correspondiente compararse a un estado neuronal del cerebro de
una persona. Los ‘inputs’ del ordenador son, por ejemplo, pulsaciones
de las teclas del teclado, mientras que sus ‘outputs’ son, por ejemplo, las
figuras que aparecen en la pantalla, lo cual podría, de nuevo, comparar­
se respectivamente a las excitaciones de los órganos sensoriales de un
sujeto y los movimientos de su cuerpo. En verdad, para muchos funcio­
nalistas se trata de algo más que de una mera analogía, ya que piensan
que el cerebro humano es, efectivamente, un ordenador biológico confi­
gurado por un proceso de selección natural en el transcurso de la evolu­
ción durante un enorme período de tiempo. Según esta concepción, del
mismo modo en que la función biológica del corazón es hacer circular
la sangre por el cuerpo y mantenerla así oxigenada y alimentada, a n-
ción biológica del cerebro es recoger información del entorno del cuer­
po, ‘procesar’ esa información de acuerdo con ciertos programas que
han sido ‘instalados’ en el mismo por parte de la evo ucion genetica o
bien mediante un proceso de aprendizaje, y finalmente usar ta in
ción para guiar los movimientos del cuerpo en su entorno, n ‘P
lo 8 discutiremos cuán seria o literalmente p o d a o s tomamos e
mo explicación de lo que hace realmente el cerebro ero

49
Filosofía de la mente
de la concepción funcionalista de los estados mentales, la analogía >„
estados del ‘software’ de un ordenador ciertamente es acertada. Fn k -.iI’
dad por lo que respecta a la verdad histórica parece que d nunk-i,
computacional proporcionó al funcionalismo una Riente importante |(
inspiración.3

EL FUNCIONALISMO Y LAS TEORÍAS DE LA IDENTIDAD PSICOIÍSK \

Es importante comprender que el funcionalismo no toma postín i


en la cuestión de si los estados mentales pueden ser iden tificados u>n
los estados físicos del cerebro de una persona, y frecuentemente se esti­
ma que ello constituye una de sus ventajas. En este contexto, las teorías
de la identidad se clasifican en dos clases: las que mantienen que todo
tipo de estado mental puede ser identificado con algún tipo de estado tí­
sico (teorías de la identidad tipo-a-tipo) y las que sostienen sólo que to­
do ejem plar d e estado mental puede ser identificado con algún ejemplar
de estado físico (teorías de la identidad ejemplar-a-ejemplar). La distin­
ción tipo/ejemplar, que es una distinción que se aplica de forma total­
mente general, puede ilustrarse mediante el siguiente ejemplo. Si se pre­
gunta cuántas letras escribo al escribir la palabra ‘olivo’, la respuesta
correcta es dos o es cin co, dependiendo de sí nos interesamos por las
letras en cuanto que tipos o por los ejem p lares de letras, porque lo que
escribo incluye un ejemplar de cada uno de las letras-tipo ‘o ’, ‘1’, ‘i’ y v
pero dos ejemplares de la letra-tipo ‘o’. Pues bien, las teorías de la iden­
tidad tipo-a-tipo han sido cuestionadas en la filosofía de la mente con­
temporánea debido a que plausiblemente los tipos de estado mental son
‘múltiplemente realizables’. Por ejemplo, se dice que es implausible afir­
mar que un dolor de un determinado tipo sea idéntico a cierto tipo de
actividad neuronal porque parece concebible que criaturas con tipos de
organización neuronal muy distintos podrían, no obstante, experimentar
dolores exactamente del mismo tipo. Nuevamente la analogía del orde­
nador parece acertada, pues es posible de modo análogo que dos orde­
nadores se encuentren en el mismo estado de su ‘software’, aunque se
encuentren en estados de ‘hardware’ muy distintos — por ejemplo, el
mismo programa podría estar funcionando en ambos aunque éstos co­
mo máquinas fueran muy distintos. Pero el rechazo de cualquier teoría
tipo-a-tipo de los estados mentales y físicos es compatible con la acep­
tación de una teoría ejemplar-a-ejemplar, es decir, una teoría según la
cual todo ejemplar de estado mental, como v. gr., el dolor que estoy
ahora sintiendo en el dedo gordo de mi pie izquierdo, es idéntico a un
ejemplar de estado físico, como v. gr., un determinado estado de activi-

• A1Veaf f ¡íe nuevo el artículo de Putnam, ‘The Nature of Mental States’, y también el
e Alan M. Tunng, ‘Computer Machinery and Intelligence’, M ind 59 (1950), pp. 433-60-

^ 5 * “ (ed X ^ PhÍ'OSOPby °fArtÍf,Ciaí (OXÍ°rd:

50
Estados mentales
if .
ción Tde' °tesis
“ '—^ rechazo
“ l : eÍde .* *
™ladoidentidad
* » » - « « * « > Tal combina-
tipo-a-tipo junto con la acepta­
c o n de la identidad e,emplar-a-ejemplar- se denomina comúnmente
(una variedad d e f m c i s m o no-reductivo y se ]a pr0p„ne usualmente en
conjunción con la doctrina de que los tipos de estado mental, aunque
no sean idénticos a tipos de estados físicos, sobrevienen no obstante a
los tipos de estados físicos. ' Hablando laxamente, lo que afirma esta
doctrina es que no hay dos personas que pudieran diferir con respecto a
los tipos de estados mentales que ejemplifican, aunque ejemplificaran
exactamente los mismos tipos de estados físicos, si bien se acepta que
dos personas que ejemplifiquen exactamente los mismos tipos de esta­
dos m entales puedan diferir respecto a los tipos de estados físicos que
ejemplifican (de acuerdo con la tesis de la múltiple realizabilidad de los
estados mentales considerados como tipos). Más específicamente, puede
sostenerse que, para cualquier momento de tiempo, los tipos de estado
mental sobrevienen en los tipos de estado cerebral de esa persona en
ese momento.
El funcionalismo es del todo compatible con un fisicismo no-re­
ductivo de esta clase. Pero no está comprometido con esta posición,
puesto que es compatible por igual con una teoría de la identidad tipo-
a-tipo e incluso, en realidad, con una posición cien por cien dualista
acerca de los estados mentales y los físicos. Ello se debe a que el funcio­
nalismo pretende únicamente caracterizar los estados mentales en térmi­
nos de las pautas de relaciones causales que han de tener con otros esta­
dos, tanto mentales como físicos, para que se les pueda calificar de
estados mentales de un tipo u otro; en consecuencia, deja completamen­
te abierta la question de qué propiedades intrínsecas han de tener los
estados mentales, en el supuesto de que hayan de tener algunas. (Una
propiedad intrínseca es una propiedad que una cosa posee independien­
temente de cómo se relacione con otras cosas; por ejemplo, en el caso
de los objetos materiales, la fo rm a es una propiedad intrínseca, mientras
que la posición y la velocidad son relaciónales,) Según el funcionalismo,
los estados de un alma inmaterial podrían ser considerados como estados
mentales si mostraran la pauta adecuada de relaciones causales, al igual
que lo serían un grupo de neuronas humanas, los estados de un ordena­
dor o un robot, o incluso los estados de un montón de piedras de una
playa. Pero esta liberalidad extrema, aunque atractiva inicialmente, encie­
rra dificultades para el funcionalismo, como pronto tendremos ocasión
de ver.
Se podría preguntar cómo es que el funcionalismo pue e ser

4 Véase John Heil, The Nature o fT m e Minéis (Cambridge


1992), capítulo 3, para una excelente discusión de la nocion e sup recocen en su
también los importantes trabajos de Jaegwon Kim en este ^ mP °’ ^ bricjBe university
Supervenience a n d M ind•Selected Pbilosopbtcal Essays (Cam n g • . amplio
Press, 1993). El tema de la superveniencia es, sin embargo, demasiado complejo y amplio
para hacerle justicia en este libro,

51
Filosofía de la mente
compatible con una teoría de la identidad tip o-a-tip o de los cm.uI,,.
mentales y físicos; si todo lo que se requiere de un estado para (jll(
pueda ser considerado como estado mental de un cierto tipo es (),u
muestre una pauta adecuada de relaciones causales con otros e s m u
tanto mentales como físicos, entonces es difícil ver que un cierto ,,/
de estado mental pueda simplemente ser idéntico a cierto tip o de es;.,
do físico, pues ¿qué podría excluir la posibilidad de que existiese
tipo de estado físico que tuviera ejemplares que mostrasen la miM,kl
pauta de relaciones causales? Debemos, sin embargo, distinguir en esu
punto entre dos maneras distintas posibles de interpretar el funciona
lismo. Como hemos visto, el funcionalismo caracteriza a los estada
mentales en términos de sus diferentes ‘papeles causales'. Asi. pn,
ejemplo, puede decirse que los estados de d o lo r so n causados típica
mente por un daño físico al cuerpo del sujeto, que causan el desee >de
alivio del sujeto y que dan lugar a una conducta de evasión apropiada
Pero aquí nos podemos preguntar: ¿ha de identificarse el tipo de esta
do mental al que pertenecen los ejemplares del estado de dolor en téi-
minos del papel causal que caracteriza el dolor, o hemos de identifi­
carlo , en lugar de ello , en térm in o s d el tip o de estad o que
‘desempeña’ ese papel en la persona poseedora de tal estado? La si­
guiente analogía puede ayudarnos a entender esta distinción. Conside­
remos el papel del alfil en el ajedrez tal como lo definen las reglas que
regulan sus movimientos, y supongamos que tenemos ante nosotros
una determinada pieza de ajedrez de madera que resulta ser un alfil
Podríamos pensar en identificar el tipo al que pertenece esta pieza par­
ticular en términos de aquel papel, en cuyo caso habremos de aceptar
que otras piezas, que podrían estar hechas de materiales diferentes \
poseer distintas formas, pueden sin embargo ser consideradas como
piezas del mismo tipo exactamente que esa determinada pieza, supo­
niendo que se juege con ellas de acuerdo con las reglas que regulan
los movimientos del alfil. Alternativamente, no obstante, podríamos
pensar en identificar el tipo al que pertenece nuestra pieza particular
en términos del tipo de objeto material que desempeña el papel de al­
fil en el juego de ajedrez concreto del cual esa pieza es miembro Aná­
logamente, por lo tanto, si concebimos el tipo al cual pertenece un
ejemplar de estado de dolor como el tipo de estado, cualquiera que
éste sea, que desempeña el papel causal del dolor en el sujeto que lo
posee, es perfectamente posible sostener que, por ejemplo, el dolor en

nwí PrT Ue?la en esta ^nea> véase David Lewis, ‘Mad Pain and Martian Pain- ^
rpímr» k (ed'?’ Ree*din8 s in Philosopby o f Psycbology, Volume I (Londres: Methuen, 19#°
v r * \ CO CCCÍÓn de artículos de David Lewis Pbilosopbical Papers, Volwnc 1
(e m aJn ^ rk’ 0xford LJmversity Press, 1983). Véase también, en el volumen anterior, el uül
L r oy: r dr T f ^ ed Block‘ ‘Whal is Functionalism?’. Debo señar que el funcion*
n e n te ^ n ™ ^ doctnnas V no una doctrina única, y que algunos de sus propu
mentales m Cran m3S c,omo una explicación de nuestros conceptos de los estac°-
q orno una teona acerca de la naturaleza de los estados mentales mismos

52
’ . listados mentales
los sujetos h u m a n o s es idéntico a un curto t,po de estado neuronal
mientras que el do or en sujetas constituidos de manera diferente es
idéntico a un tipo de estado físico bien diferente ' i le,-rio t
* « - * • - — — - '««***.• c S S r ;„ r :::
tas distinciones entre estados-tipo y estados-ejemplar y entre los pane­
les y los estados que los desempeñan . Verdaderamente exisíí un
peligro considerable de que los debates que se llevan a cabo en estos
términos generen más oscuridad que luz De manera que no .mentaré
averiguar cual de las interpretaciones del funcionalismo que se acaban
de esbozar es la buena, sino que me contentaré con la conclusión de
que se puede aceptar alguna forma de funcionalismo a la vez que se
adopta virtualmente cualquier posición por lo que respecta a cómo se
relacionan los estados mentales con los físicos desde un punto de vista
ontológico.

EL PROBLEMA DE LA CONSCIENCIA

Tal como hemos visto, el funcionalismo es en muchos aspectos


una doctrina muy liberal. Por esta razón puede parecer sorprendente
que alguien quiera mostrarse en desacuerdo con él Y sin embargo, tie­
ne fuertes adversarios, algunos de cuyos argumentos son extremada­
mente convincentes. El más influyente de estos argumentos se basa en
la afirmación de que el funcionalismo, lejos de proporcionar una expli­
cación adecuada del carácter de los estados mentales, deja fuera lo que
es más notable en un sujeto de tales estados-, el hecho mismo de la
consciencia. En una formulación similar a la de Thomas Nagel. hay algo
especial en el ‘sentirse como’ un sujeto de experiencia, mientras que es
plausible pensar que no hay nada en absoluto que corresponda al sen­
tirse como una piedra/' ni siquiera como un monton de piedras. Pero,
como hice notar anteriormente, el funcionalismo acepta que incluso un
montón de piedras podría ser un sujeto de estados mentales si los esta­
dos de ese montón de piedras mostraran la pauta apropiada de relacio­
nes causales entre ellos y también con respecto a otros mentales de los
tipos adecuados. No parece que esto tenga sentido. ¿Cómo podría algo
poseer estados de creencia, deseo, esperanza y dolor, y sin embargo es­
tar, como lo está una piedra, desprovisto de consciencia?
Se podría replicar que los estados de consciencia no di ieren c e

6 Sin cambiar esencialmente la idea, he modificado algo el giro que ^ ?


Nagel con el fin de hacer su traducción más idiomática Hilos utilizan a c p
is Vlkc' (literalmente, ‘com o qué es’), que en inglés es idiomatica. (N. ele Ki _
7 Véase Thomas Nagel, ‘What is i. Lite .o be a Bal'
PP- 435-50, reimpreso en su Mortal Qtiestions (Cambricge am ^ ^ ja cons_
j 979). Para una panorámica amplia de muchos de los aspectos e P p^bletn (Cam-
ciencia, véase jonathan Shear (e d ), Exptaiumg C o m cío , c v es* The Hará Problem (.Cam
bridge, Mass.: M1T Press, 1997).

53
Filosofía de la mente ______________________________________________________________________________________

otros estados en cuanto a ser susceptibles de una caracterización fun


cionalista. Según esta tesis, un estado de consciencia es sencillamenu
un estado que muestra una pauta característica de relaciones causales
con otros estados, tanto mentales como físicos. En particulai, podro
indicarse que los estados de consciencia se distinguen de otios lipns
de estado mental en que son estados de segundo orden , es decir, es
tados que implican el conocimiento o la peicepción de ciertos oíros
estados mentales de uno mismo. Sin embargo, esta sugerencia —que
habremos de explorar con más detalle en el capítulo 10— no parece
hacerle justicia al fenómeno en cuestión, pues sigue siendo muy diíúil
ver cómo, por ejemplo, un montón de piedras podría ser considerado
como poseedor de estados de consciencia sólo en virtud de que no so­
lamente posee ciertos estados de ‘primer orden’ que muestran las pan
tas adecuadas en las relaciones causales, sino además determinados
estados de ‘segundo orden’ relacionados con esos estados de primer
orden’. El funcionalista puede replicar a esto que no tiene razón algu­
na para suponer que un montón de piedras p o d r ía realmente poseer
estados que muestren este grado de complejidad causal, pero que si
pensáramos que esas razones existen, entonces no tendríamos ningún
fundamento para n egar que ese montón de piedras poseería estados
de consciencia. En apoyo de esta afirmación puede insistir en que es
únicamente la evidencia de una tal complejidad causal, basada en lo
que sabemos acerca de su conducta observable, lo que justifica que
atribuyamos estados de consciencia a otros seres humanos, de modo
que negar la consciencia al hipotético montón de piedras en las cir­
cunstancias imaginadas sería sucumbir a un prejuicio de estrechez de
miras del tipo en que el que se cae cuando también se niega conscien­
cia a los animales no-humanos, Me reservo el juicio sobre este tema
general hasta más adelante, en este mismo capítulo, tras haber exami­
nado algunas objeciones más específicas al funcionalismo.

LOS ‘QUALIA’ Y EL ARGUMENTO DEL ESPECTRO INVERTIDO

Un argumento más específico contra el funcionalismo, aunque cen­


trado de nuevo en el problema de la consciencia, es el famoso argu­
mento del ‘espectro invertido’.8 Los adversarios del funcionalismo seña­
lan que algunos de nuestros estados mentales conscientes poseen rasgos
cu a itativos característicos. Por ejemplo, cuando miro una superficie roja
en con iciones normales de iluminación, tengo una experiencia visual
de un cierto tipo característico que difiere cualitativamente del tipo de
experiencia que tengo cuando miro una superficie verde en las mismas

P s v c h l " : i , T , r 10 m 1 eSPC
:C',ro invmido’ Ned Block y jerry A. Fodor, V¡'M
Block (ed > í v w , Ph¡losoPblcal Revtew 81 (1972), pp. 159-81, reimpreso e"
Block ( t d ), Readmgs m Phtlosophy o f Psycbology, Volutne I

5 4
----- " - _ Estados mentales
condiciones de iluminación. Las superficies rojas me parecen a mí de un
cierto modo en esas circunstancias, un modo que es completamente 1L
ferente del modo en que me parecen las superficies verdes en esas ci -
cunstancias. Algunos filósofos de la mente formulan esto diciendo eme
mis experiencia visuales de las superficies rojas v de las superficies ver
des implican q u a lia de color distintos. ( Qualia’ es la forma del plural
del sustantivo singular ‘quale’ ) Hablar de este modo comporta un peli­
gro, a saber, el de que nos podamos ver tentados a reificar a los qualia'
y los tratemos como objetos ‘privados’ o ‘internos’ de las experiencias
visuales. Este es un tema al que retornaremos en el capítulo 5, cuando
lleguemos a la discusión de las teorías de las sensaciones que postulan
datos sensoriales. A los presentes propósitos, no es realmente necesario
que hablemos en términos de ‘qualia’, sino que podemos hablar simple­
mente en términos de cómo les p arecen a los sujetos superficies colo­
readas de diversos modos en circunstancias diversas. El punto importan­
te es que parece perfectamente concebible que. por ejemplo, el modo
en que las superficies rojas me parezcan a m í en circunstancias de ilu­
minación normales podría ser el modo en que las superficies verdes le
parecen a usted en condiciones normales de iluminación, y, más gene­
ralmente, que nuestras experiencia de color podrían estar ‘invertidas’ sis­
temáticamente unas con otras.
Pues bien, si este fuera el caso, tanto usted como yo podríamos
aún tener exactamente la misma capacidad de discriminar colores y. si
las demás cosas fueran iguales en uno y otro caso, ambos podríamos
aplicar los términos de color a los objetos del mismo modo exacta­
mente: estaríamos de acuerdo en que los tomates, los buzones de co­
rreos británicos y las puestas de sol se describen adecuadamente como
'rojos', mientras que la hierba, las esmeraldas y la luz de ‘pasar’ en los
semáforos se describen adecuadamente como ‘verdes’. Verdaderamente
—y este es el punto clave— parece que seriamos fu n cion alm en te
equivalentes con respecto a nuestras experiencias de color. Es decir,
mis experiencia de color y las de usted mostrarían exactamente la mis­
ma pauta de relaciones causales con respecto a los estados del entor­
no, a otros estados mentales y a la conducta: tendrían ambas el mismo
‘papel causal’. Pero claramente esto significa que el funcionalismo no
puede reconocer ninguna diferencia en absoluto entre mis experien­
cias de color y las experiencias de color de usted en el caso hipotético
del espectro invertido. Y sin embargo parece que, en ese caso hipotéti­
co, nuestras experiencias de color difieren de hecho del mo o mas no
table que quepa imaginar. Debemos sacar la evidente conc usion e
que el funcionalismo no caracteriza adecuadamente las experien i<
de color, dado que deja completamente sin explicar su rasgo mas n
ble: su c a rá c ter cu alitativo. Ciertamente, cabría observar que es¡ < *
rencia del funcionalismo era completamente predea e e ‘
hecho de que el funcionalismo proporciona una carac en < >soiuto
mente rela c io n a l de los estados mentales y no dice na

55
Filosofía de la mente
de sus propiedades intrinsecas, pues el caractei cualitativo de urui e\
perienda visual sería precisamente eso: una propiedad intrínseca de I,
experiencia.

ALGUNAS RESPUESTAS POSIBLES AL ARGUMENTO


DEL ESPECTRO INVERTIDO

Los partidarios del funcionalismo podrían responder a este argu­


mento de varias maneras, aparte de recurrir a la negación directa de la
existencia de los ‘qualia’.9 Algunos de ellos mantendrían que la hipótesis
del espectro invertido ni siquiera es inteligible, por la razón de que ru>
podríamos nunca, dada la naturaleza del caso, poseer información empí­
rica objetiva de que tal inversión ha tenido lugar, toda vez que sólo sa­
bemos de las experiencias visuales de los demás sobre la base de n u es­
tra conducta observable tanto verbal com o no verbal, por ejemplo,
sobre la base de cómo les describim os a los demás con palabras n u es­
tras experiencias visuales. Pero, por hipótesis, en el caso del espectro in­
vertido no podría distinguírsenos con respecto a tal conducta. Sin em­
bargo, esta respuesta parece apelar a una forma bastante tosca de
verificacionismo — es decir, la deprestigiada doctrina de que los enun­
ciados que no pueden en principio ser verificados o refutados empírica­
mente carecen por ello de significado.10 Podríamos sostener que se pue­
de entender muy bien lo que supondría que se diera un caso de
espectro invertido mterpersonal, cuando menos porque podemos imagi­
nar perfectamente bien que hubiera espectro invertido mfrapersonal en
nuestro propio caso; es decir, puede imaginarse que uno se despierta
una mañana y descubre que las cosas rojas, como los tomates por ejem­
plo, presentan ahora de pronto la apariencia que las cosas verdes, como
por ejemplo la hierba, presentaban el día anterior, y a la inversa. Podría­
mos considerar que el caso interpersonal puede entenderse como un ca­
so en el que sucede con dos personas exactamente lo mismo que le pa­
sa a una en el caso intrapersonal.
Otra respuesta que el funcionalista podría posiblemente dar sería
argumentar que, cuando se examinan los detalles del caso hipotético del
espectro invertido interpersonal, puede verse que, de hecho, es muy inv
plausible suponer que realm ente los sujetos implicados fueran a ser fun­
cionalmente equivalentes con respecto a sus experiencias de color. Po­
dría señalarse, por ejemplo, que existen relaciones causales entre
nuestras experiencias de color y nuestras respuestas emocionales; las co-

Algunos filósofos llegan al extremo de negar completamente la existencia de *c]ua-


lia’: véase Daniel C. Dennett, ‘Quining Qualia’, en A. J. Marcel y E. Bisiach (eds.). Cotis-
ciousness in Contemporary> Science (Oxford: Clarendon Press, 1988), reimpreso en Lycan
(ed.), M ind a n d Cognition.
En A- J Ay<^ Langnage, Truth a n d Logic, 2a edición (Londres: Victor Gollancz.
1946), se encontrará una muy conocida exposición del verificacionismo.

56
_____------------ --------------------- --- ------------ tetados mentales
sas que nos parecen rojas tienden tal vez a evocar una sensación de agi­
tación o de irritación, mientras que las que nos parecen verdes tienden a
evocar una sensación de calma, y estas respuestas emocionales diferen­
tes tienden a reflejarse en nuestra conducta. En consecuencia, podría in­
dicarse que si las cosas rojas me parecieran a mí como las verdes le pa­
recen a usted y a la inversa, tenderíam os probablemente a dar
respuestas emocionales distintas y a tener, por lo tanto, pautas de con­
ducta diferentes en presencia de cosas rojas y en presencia de cosas ver­
des. Esto presupone, sin embargo, que es el carácter cualitativo de
nuestras experiencia de color lo que hace que tiendan a evocar en no­
sotros determinadas respuestas emocionales, en lugar de, pongamos por
caso, las creen cias que tendamos a asociar con esas experiencias de co­
lor, como pudiera serlo, por ejemplo, la creencia de que por lo común
experimentamos cosas verdes en situaciones de calma, como cuando
paseamos por el campo. Realmente parece que el funcionalista debería
aceptar una explicación como la que se acaba de mencionar de las rela­
ciones causales que se dan entre las experiencias de color y las respues­
tas emocionales, supuesto que entre ellas se den relaciones causales. Pe­
ro, según ese tipo de explicación, no habría de esperarse, al fin y al
cabo, que dos personas con experiencias con el espectro invertido pre­
sentaran respuestas emocionales distintas al color y con ello pautas de
conducta distintas.
Aún hay otra respuesta que el funcionalista podría dar, que con­
siste en argumentar que, en la medida en que las experiencias visuales
poseen lo que puede denominarse ‘carácter cualitativo’, ello se debe
por completo a su contenido in ten cion al o represen tacional, es decir,
se debe a cómo nos dicen esas experiencias que es el mundo.11 Por
ejemplo, según esta teoría, decir que mis experiencias de cosas rojas
poseen un carácter distintivo no es sino decir simplemente que, para
mí. tales experiencias representan esas cosas como poseedoras de una
determinada propiedad, a saber, la de ser rojo, o la rojez. Naturalmen­
te, sabemos que las experiencias de color pueden engañarnos en tanto
en cuanto a veces una experiencias de color representa para nosotros
una cosa como poseedora de la propiedad de ser rojo, cuando en rea­
lidad la cosa que estamos viendo es de algún otro color. Pero según
dicen los partidarios de la teoría en cuestión— esto no debería íenta^
n°s a decir que en tales casos estamos experimentando una cua i a
rísual o ‘quale’, que es completamente distinta del color isico e a
cosa que se encuentra frente a nosotros. Lo que sucedería mas len e
c?Ue esíamos experimentando el color físico, pero que nuestras e
r,encias visuales lo representan errón eam en te, como si uera ‘
Otro color físico. Si esta teoría fuera correcta, ciertamente no pa1
^Ue tuviera sentido suponer que pudiera darse un caso P
linca en
en Michael Tyc, Te»
Com. Se encontrará una teoría que sigue esta línea ______ ‘J (Cambridge,
M iad (Cambndge, Mass..
A Representational Theory o f the Phenomena i
•fT Press, 1995), capítulo 5.

57
Filosofía de la viente
invertido’, toda vez que lo que se ha dicho implica que todo lo (,lK H
puede decir acerca del carácter cualitativo de una experiencia de o .lo,
alcanza sólo a lo que pueda recoger una explicación del contenido K
presentacional de esa experiencia, y que, por ello, dos personas uiy.is
experiencias de color tengan los mismos contenidos representaciones
han de tener forzosamente experiencias de color cualitativamente
idénticas, Pero al parecer, dos personas cuyas c r e e n c ia s no tengan un
contenido distinto que se deba a sus respectivas experiencias de coloi
no podrán tener experiencias de color con contenidos representado
nales distintos, y efectivamente la hipótesis del color invertido supone
que las creencias de las dos personas en cuestión realmente no difie­
ren en su contenido por lo que toca a las supuestas diferencias entre
sus respectivas experiencias de color, pues si sus creencias tuvieran un
contenido distinto por este motivo, sería de esperar que esa difereneui
se mostrara en diferencias entre sus conductas verbales y no verbales,
contrariamente al supuesto de que son funcionalmente equivalentes
con respecto a sus experiencias de color. Sin embargo, el adversario
del funcionalismo podría con justicia, según pienso, reaccionar a esta
línea de argumentación diciendo que la conclusión de la misma de
muestra simplemente la inadecuación de la explicación ‘representacio
nal’ propuesta respecto del carácter cualitativo de las experiencias vi­
suales. Es razonable afirmar que hay algo m á s en una experiencia
‘roja’ de color que el mero hecho de que represente el mundo como
un mundo que contiene alguna cosa roja, pues es plausible pensar que
la experiencia únicamente tiene esta capacidad representacional en vir­
tud de un cierto rasgo de la experiencia que es in trín seco a la misma,
a saber, lo que hemos venido llamando su carácter cualitativo. El ca­
rácter cualitativo de la experiencia no puede con sistir simplemente en
su capacidad de representar, puesto que la capacidad de representar
se ha de explicar parcialmente en términos del carácter cualitativo; por
lo tanto, la cuestión es que, mientras que una experiencia de color for­
zosamente ha de tener uno u otro c a rá c ter cu alitativ o para poder re­
presentar el mundo a un sujeto como poseedor de algo rojo, diverso>
caracteres cualitativos servirían igualmente bien para ese propósito }
eso es lo que sucede en el caso hipotético del espectro invertido.
Finalmente, el funcionalista podría posiblemente limitarse a acep­
tar que su explicación de la naturaleza de ciertos tipos de estados men­
tales deja fuera alguna cosa — los caracteres cualitativos intrinsecos-",
para argumentar a continuación que el carácter cualitativo de tales esleí­
dos es un rasgo de los mismos relativamente poco importante toda vez
que es causalmente inerte; si no fuera causalmente inerte, contribuiría a
papel causal del estado y, sin embargo, la lección que debe extraerse
e argumento del espectro invertido parecer ser que el carácter cualita­
tivo de un estado mental no supone diferencia alguna para su pape‘
causal, puesto que estados con caracteres cualitativos diferentes por
completo pueden tener el mismo papel causal. Según esta teoría, l°s

58
______________________________________________ _____ ____ tetarlos mentales
‘qualia’ de nuestras experiencias son puramente epifen ornen icos.12 Sin
embargo, esta es una conclusión que no puede extraerse legítimamente
del argumento del espectro invertido. El hecho —si es que efectivamente
es un hecho— de que estados mentales con caracteres cualitativos distin­
tos puedan tener exactamente el mismo papel causal no implica que los
caracteres cualitativos de tales estados no contribuyan en modo alguno al
papel causal de los mismos, pues el hecho en cuestión es perfectamente
compatible con la posibilidad alternativa de que los caracteres cualitativos
de tales estados aporten exactamente la misma contribución al papel cau­
sal de esos estados, lo que implica que realmente contribuyen de algún
modo. Verdaderamente, la idea de que los ‘qualia’ existen pero son cau­
salmente inertes es difícil de sostener, ya que si son causalmente inertes,
¿cómo podemos saber algo acerca de ellos? Posiblemente pueda defen­
derse la idea de que la creencia de que ahora estoy teniendo una expe­
riencia con un cierto carácter cualitativo debe ser precisamente causada
por tal experiencia mía para que constituya un conocimiento. Supongo
que el funcionalista podría aceptar esto de mala gana y sostener no obs­
tante que el funcionalismo proporciona todavía una explicación casi com­
pletamente adecuada de la naturaleza de nuestras vidas mentales, al pro­
porcionar en particular una explicación completamente adecuada de la
naturaleza de nuestros estados mentales no cualitativos, como nuestras cre­
encias y otros estados de actitud. Sin embargo, esto presupone que el ca­
rácter cualitativo de nuestros estados de experiencia —nuestras experien­
cias visuales, por ejemplo— no tiene nada que ver con la naturaleza de
nuestros estados de actitud, Pero esa presuposición ciertamente puede po­
nerse en cuestión, y veremos modos de cuestionarla cuando tratemos el
problema de la naturaleza del pensamiento conceptual en el capítulo 7 .13

EL ARGUMENTO DE LA FALTA DE ‘QUALIA’ Y DOS NOCIONES


DE CONSCIENCIA

Otro argumento contra el funcionalismo que se menciona a menú


do junto con el argumento del espectro invertido, es el argumento c e a
fulta d e ‘q u a lia ’} * La objeción que aquí se plantea es que, a o que e

Un filósofo que piensa, por otras razones, que los qualia son c^V 5,°!^ q8?) pp
Fn»nk jackson; véase su Epiphenomenal Quaha', Pbilosopbical Quateri) 3 - 09b -), PP-
127-136, reimpreso en Lycan (ed.), M ind a n d Cogmtion. dc| espec.
Para la ulterior discusión de cómo el funcionalismo podría ncnobical Studies
tro invertido, véase Sydney Shoemaker, ‘Functionalism and ^ u a¡a.’ r hrij „ e. Cambrid-
27 ( 1975), pp, 291-315, reimpreso en su Identlty, Canse,and Mind ( *
& University Press, 1984). vi . . Trollb|es with Functio­
n i ParJ eI arSumenlü de la la,ta dc ‘ql,alia’’ v<^ se Ncd j° es m ^ Foundations o f
naiism, en C. W. Savage (ed.), Perception a n d Cogmtion: I * e ohs. Uni_
sycboi0gyf Minnesota Stndies tn the Pbilosopby ° f Sc^ nc^ Rea(¡lUQS in Pbilosopby of
rsity of Minnesota Press, 1978), reimpreso en Block (ed ),
tsvcology, Volume /.

59
Filosofía de la mente ----------------------------------------- - ---------------- ----------------------------------------------------------------------

funcionalismo sostiene que todo lo que se lequiere para que cienos


tados de un objeto puedan considerarse como estados m e n ta le s de ult
tos tipos es que esos estados estén en las relaciones causales adec uado
los unos con los otros y también con estados de otros tipos determinados
— es decir, las relaciones causales que los papeles causales o funcionáis
de esos tipos de estados mentales requieran— , parece seguirse que algún
ser, o cosa, podría en principio tener una mente como la de usted o L,
mía au n qu e a lp a rec er carezca p o r com pleto d e ‘q u a lia ’. La cosa en cues­
tión podría ser, por ejemplo, el montón de piedras que antes menc ionaba
mos, o bien —por poner un ejemplo muy utilizado— la población de la
China en conjunto. Una variante sobre este tema la proporciona la noción
de zom bi (no confundir con los ‘zombis’ del budú haitiano). Un ser cjiie
se encontrara en esta condición hipotética podría supuestamente tener
creencias, deseos e incluso dolores funcionalmente equivalentes a los de
usted o los míos, y sin embargo no gozaría nunca de estados con un con
tenido cualitativo; no podría experimentar có m o se siente el sabor ácido
del limón, el olor de la madera al quemarse, el color de los tomates ma­
duros o el picor que produce una ortiga al tocarla y la cuestión que aquí
plantea el argumento de la falta de ‘qualia’ es si realmente es posible que
existan tales zombis como el funcionalismo parece que implica, pues si
no lo es —como sostendrían muchos de los adversarios del funcionalis­
mo— , entonces, según parece, el funcionalismo ha de ser falso.
Como acabo de indicar, el problema de los zombis recuerda la pre­
gunta anteriormente formulada sobre si algo com o un montón de piedras
podría, en principio, poseer estados conscientes. Imaginábamos al fun­
cionalista respondiendo a esta pregunta en el sentido de que los estados
de consciencia pueden encontrar acom odo dentro del funcionalismo co­
mo estados ‘de segundo orden’ que implican el conocimiento o la per
cepción, por parte de un sujeto, de ciertos estados ‘de segundo orden de
sí mismo. Sin embargo, no es posible tratar de este m odo la objeción de
la falta de qualia’ porque la presencia o ausencia de ‘qualia’ en la expe­
riencia de un sujeto no tiene razonablemente nada que ver con la cues­
tión de si ese sujeto tiene conocimiento ‘de segundo orden’ de sus pr0
píos estados de experiencia ‘de prim er o rd e n ’. Verdaderamente, al
parecer hemos de distinguir entre dos nociones completamente diferen
tes de consciencia.lD Por una parte, tenemos lo que podríamos denomi­
nar consciencia fen om én ica, que es el rasgo distintivo de los estados
cua itativos e experiencia, como la experiencia de probar el ácido sa ">°r
ue un limón. Y, por el otro, tenemos lo que podría llamarse consciencia
perceptiva, que consiste en la percepción de los propios estados menta'
stnrw'f akV-eCef Sf en ^os suJetos> no sólo de sus estados cualitath°*j
m íen e los no cualitativos, como las creencias y los deseos

bavioral cmd^Brain c Y B*oc*c’ ° n a Confusión about a Function of Consciousness. ^


' b e o Z T o m ' Y 1995'' pp- 227-87' y Norton Nelkin. < **** » • **» « *
g n so flh o u g b t (Cambridge: Cambridge University Press. 1996).

6 0
---------- ---— -------------------------------------------------------------------------------------- ---- — ____ J u i c i o s mentales

argumento de la falta de ‘qualia’ es evidentemente pertinente pan h no


sibilidad de que existan criaturas dotadas de mente que carezcan por
completo de consciencia fenoménica. Parece que el RincionalismJ ha de
declararse a favor de esta posibilidad; ciertamente, según parece ha de
declararse a favor de la posibilidad de que existan criaturas con cons­
ciencia perceptiva pero carentes por completo de consciencia fenoméni­
ca. Mi opinión es que ésta no es una posibilidad genuina, por una razón
que antes se ha indicado, a saber, que suponer que es una posibilidad
equivale a pasar por alto la conexión entre que algo sea una criatura ca­
paz de poseer estados de actitud con un contenido conceptual y que al­
go sea una criatura capaz de encontrarse en estados de experiencia con
un carácter cualitativo.16 Pero el examen de las cuestiones que son perti­
nentes para este punto deberá posponerse hasta el capítulo 7.

EL MATERIALISMO ELIMINATIVO Y LA PSICOLOGÍA


DE SENTIDO COMÚN’

Las objeciones al funcionalismo basadas en los ‘qualia’ afirman


que, como máximo, el funcionalismo proporciona únicamente una ex­
plicación parcial de la naturaleza de los estados mentales. Pero el fun­
cionalismo tiene también otros enemigos que afirman que no tiene ni si­
quiera un éx ito parcial en sus objetivos, pues ven éstos como
completamente desencaminados. Para el funcionalismo, su análisis de
los estados de actitudes — como lo son las creencias, los deseos y las in­
tenciones— es algo muy central. El funcionalismo considera tales esta­
dos como estados realmente existentes de los sujetos, a los que se pue­
de hacer referencia en explicaciones causales de la conducta de los
mismos. En este aspecto, el funcionalismo parece estar completamente
de acuerdo con el sentido común. Términos como los de ‘creencia, ‘de­
seo’ e ‘intención’ se utilizan frecuentemente en el habla cotidiana; no
son parte de un vocabulario científico conocido sólo por los expertos.
Sin embargo, la vinculación al sentido común y el carácter cotidiano del
vocabulario de las actitudes proposicionales es —según unos determina­
dos críticos— precisamente lo que lo hace inadecuado para utilizarlo en
una explicación científicamente aceptable de la naturaleza de los esta­
dos psicológicos. Estos críticos, conocidos como materialistas enmwati
vos, consideran que el vocabulario de las actitudes proposicionales per­
tenece a una teoría precientífica de la mente, algo despectivamente
llamada ‘psicología de sentido común’ o ‘psicología popular. os íene

1(> Véase además mi ‘There are No Easy Problems of Consciousne^.


clousness Stuciies 2 (1995), pp 266-71, reimpreso en Shear (ed O, Expl 8
ness. p, |
17 Posiblemente el representante más conocido del materialismo Journal
Churchland; véase su -Eliminative Materialism and the
° f Pbilosopby 78 (1981), pp. 67-90, reimpreso en Lycan (ed,), Muid and Cogndton.

6 1
Filosofía de la m ente ---------------------------------------------------- -----------------------------------------------------------------------------------

que la psicología de sentido común no es mejor de lo que pueda ser Li


física de sentido común en lo que respecta a constituir un depósito
idéas erróneas y confusiones desprovistas de genuino potencial e x p l u tl.
tivo. Del mismo modo exactamente en que el avance del progreso ( ,rn
tífico ha barrido las nociones primitivas de la brujería y la alquimia, as,
barrerá con el tiempo la terminología primitiva que utilizamos para des
^rábir y explicar nuestros estados de la mente y la conducta. Como míni­
mo, incluso si se conserva la terminología en el habla común, nos dare­
mos cuenta de que es un error interpretarla literalmente .18 Según esta
concepción, no existen realmente estados como las creencias, los deseos
y las intenciones, al igual que no existen cosas tales como las brujís y d
elixir de la vida.
Es importante distinguir entre materialismo eliminativo y fisicismo
reductivo. Los fisicistas reductivos aceptan una teoría de la identidad u-
po-a-tipo entre los estados mentales y los físicos según la cual todo tipo
genuino de estado mental es idéntico a algún tipo de estado físico, posi­
blemente un estado neuronal del cerebro. En general, los fisicistas re­
ductivos no pretenden negar la existencia misma de muchos de los tipos
de estado mental de los que hablan los funcionalistas, como las creen­
cias, los deseos y las intenciones. Lo que esperan es más bien que. con
el avance de la ciencia, lleguemos a descubrir que los estados mentales
de esos tipos sencillamente so7i — es decir, son idénticos a— ciertos ti­
pos de estados cerebrales, exactamente igual que la ciencia ha revelado
por ejemplo, que la temperatura de un cierto volumen de gas es de he­
cho idéntica a la energía cinética media de las moléculas que lo consti­
tuyen y que el fenómeno metereológico del relámpago es de hecho
idéntico a determinada clase de descarga eléctrica. En contraste, los ma­
terialistas eliminativos piensan que los estados de creencia, deseo e in­
tención sencillamente no existen, de lo que necesariamente se sigue que
no son idénticos a estados físicos de ninguna clase. La actitud hacia las
creencias y los deseos es más bien como la actitud del moderno cientíh-
co hacia el flogisto, la substancia que en otro tiempo se pensó que inter­
venía en los procesos de combustión, antes de que se descubriera el pa­
pel que desempeña el oxígeno en tales procesos. La teoría del flogisto
se rechaza en la actualidad como completamente falsa; el flogisto sim­
plemente no existe. No hay, propiamente hablando, posibilidad alguna
de identificar el flogisto con el oxígeno, porque el modo en que se su­
ponía que el flogisto actuaba en los procesos de combustión es comple
tamente distinto al modo en el que el oxígeno actúa en tales procesos
na ogamente, los materialistas eliminativos sostienen que no hay naca
en a dso uto que actúe del modo en que inocentemente suponemos ql,e
as creencias y los deseos intervienen en los procesos que originan las

tudes lín n r6 ^ de:nomina a veces concepción ‘mstrumentalista’ del lenguaje de las aUi
véa¿ s u eS’ T e aCCpla SU Ut,lidad Pragmática, lo defiende Daniel C. Denne«-
vtasc su V)e ¡nlenUonal Stance (Cambridge, Mass, MIT Press, 1987).

62
________--------------------- -------------------------- --------- tetados mentales
conductas humanas. Es decir, nada posee realmente los papeles causales
en términos de los que el funcionalismo intenta caracterizar estados co-
mo las creencias y los deseos. (Es esta una afirmación que examinare­
mos más de cerca en el capítulo 8, cuando tratemos de las consecuen­
cias que se extraen de los modelos ‘conexionistas’ de la mente.)
¿Por qué son los materialistas eliminativos tan escépticos sobre los
juicios de la psicología de sentido común? Para entender esto debemos
valorar el hecho de que piensan que la psicología de sentido común es
una teoría que pretende explicar y predecir la conducta humana, pero
que de hecho falla notablemente en esa tarea. Una teoría científicamente
aceptable de un cierto ámbito de fenómenos tiene que proponer leyes
que puedan ser sometidas a prueba por medios empíricos que nos posi­
biliten inferir los cambios que en circunstancias específicas se darán en
tales fenómenos — al igual que las leyes de la mecánica, por ejemplo,
nos posibilitan inferir el modo en que se moverán cualesquiera cuerpos
dotados de masa bajo la influencia de las fuerzas que sobre ellos actúen.
Pero, se señala, la psicología de sentido común no nos proporciona ta­
les leyes. Como mucho nos proporciona perogmlladas empíricamente
irrefutables, como el que las personas actúan por lo general de modo
que se satisfagan sus deseos con vistas a sus creencias, a menos que fac­
tores que caen fuera de su control les impida hacerlo. Más aún. hay va­
riedades completas de la conducta humana sobre las cuales la psicología
de sentido común no tiene nada que decir, como la conducta de las per­
sonas que padecen diversos tipos de enfermedad mental.
Consecuentemente, se sostiene, la psicología de sentido común
funciona muy mal — juzgada con la medida de la ciencia— en su expli­
cación del ámbito de fenómenos que le conciernen, tan mal que no
puede ser enmendada y tiene por fuerza que ser sustituida por una teo­
ría completamente distinta. La teoría que ha de sustituirla no puede ser
una teoría en la que estados como los de creencia y deseo tengan un lu­
gar porque están demasiado profundamente incrustados en la teoría de
la psicología de sentido común como para que se los pueda extraer de
ella.

ALGUNAS RESPUESTAS AL MATERIALISMO ELIMINATIVO

Uno puede verse tentado de responder al matemlista eliminativo


que su posición es sencillamente incoherente, ya que una e as c . *
que sostiene es que las creen cias no existen, y esto parece imp iCi
no puede afirmar racionalmente que cree en la verdad de su .
na; no puede sostener de un modo consistente que cree en
teoría dice si la propia teoría mantiene que no hay creei^j!‘1 tivo je
respuesta parece demasiado fácil. Lo que al materia ista e, / verciaci
importa es únicamente que la teoría sea verdadera, no qi ‘ teria_
que él cree lo q u e la teoría dice. Con todo, quizá la posici

63
Filosofía de la mente
lista eliminativo esté realmente amenazada por la incoherencia un un
nivel más profundo. Pues podría ser que la propia noción de
esté inextricablem ente ligada con las nociones de creencia y
‘actitudes proposicionales’. Podría mantenerse que a lo que lund,
mentalmente aplicamos la verdad no es a enunciados o teorías ahs-
tractos, sino a creencias. Los enunciados son entidades lingüística \
como tales son verdaderos o falsos en la medida en que pueden ex­
presar creen cias que sean verdaderas o falsas, pues a menos que un
sujeto pensante los pueda in terpretar; los enunciados son únicamente
cadenas inertes de marcas o sonidos carentes de significado. Si ello
fuera así, abandonar la categoría de creencia equivaldría a abandonai
implícitamente también las nociones mismas de verdad y falsedad v
con ellas, según parece, la noción misma de argumentación racional
la cual se sitúa en el núcleo mismo del enfoque científico a la com­
prensión del mundo.19 El que el materialista eliminativo, en su bús­
queda de una teoría científica de la conducta humana, fuera culpable
de socavar la propia empresa científica constituiría verdaderamente
una gran ironía.
Otra objeción que puede hacérsele al materialismo eliminativo es
que caracteriza erróneamente a la ‘psicología de sentido común' al des­
cribirla como una presunta teoría científica. Puede sostenerse con bue­
nas razones que, al atribuirles creencias y deseos a las personas, y al in­
tentar comprender su conducta en términos de la posesión de tales
estados por su parte, no estamos haciendo en absoluto nada análogo a
lo que hacen los científicos cuando explican los movimientos de los
cuerpos dotados de masa por referencia a las fuerzas que sobre ellos ac­
túan. Sin ir más lejos, las explicaciones que se formulan en términos de
creencias y deseos son explicaciones ra cion ales, en las cuales explica­
mos por qué las personas actúan como lo hacen por referencia a las ra­
zones que les suponemos para actuar de ese modo. Los objetos inani­
mados que actúan en conformidad con las leyes de la mecánica no
actúan de ese modo porque carecen de razo n es para actuar así. Las ex­
plicaciones racionales están sujetas a restricciones n orm ativas, al revés
que las explicaciones de la física. Las normas son estándares por los que
juzgamos las razones de un agente para actuar con buenas o malas ra­
zones. Y es obvio que tales normas no son en absoluto pertinentes en
as explicaciones puramente físicas de los fenómenos*, no criticamos a
una piedra porque caiga ni alabamos al Sol porque salga cada día. Vol­
veremos sobre estos temas cuando tratemos de la filosofía de la acción
en el capitulo 9. Pero hay otra razón para sostener que la ‘psicología de
sentí o común no es ningún tipo de teoría de la conducta humana. )
esta es que como muchos filósofos y psicólogos mantendrían en la ae

la noción do ^ ^ UC a^ unos pragmatistas radicales están dispuestos í

¡visíte*® " ***• »• °a«““ 1


6 4
--- ------- ----- ------------------------------------------------------------------------ Estados molíales

tualidad— , cuando formamos expectativas con respecto a cómo se com­


portarán las personas sobre la base de las creencias y los deseos que les
atribuimos, no estamos ‘prediciendo’ su conducta, infiriéndola de gene­
ralizaciones nómicas que suponemos gobiernan la misma, al modo en
que las leyes de la mecánica gobiernan la conducta de los cuerpos con
masa. Más bien lo que hacemos es realizar una ‘simulación' por empatia
de lo que pensamos que es su perspectiva sobre el mundo, e imaginar
cómo actuaríamos nosotros mismos en su situación si tuviéramos los de­
seos y las creencias que les atribuimos.20 Al parecer, las pautas de pen­
samiento del tipo de las de la ‘psicología de sentido común’ están pro­
fundamente grabadas en nosotros, y probablemente tengan una base
evolutiva en la necesidad de cooperar y competir en el seno de un gru­
po estrechamente unido por parte de nuestros antepasados homínidos.
Como tales, esas pautas de pensamiento no deben verse como una teo­
ría protocientífica de la conducta humana, sino más bien como parte de
lo que constituye un ser humano capaz de interrelacionarse de un modo
significativo con otros seres humanos. No son cosas artificiales de las
que uno pueda prescindir, sino algo en parte constitutivo de nuestra
propia humanidad.21

CONCLUSIONES

Nuestro propósito en este capítulo ha sido examinar con mirada


crítica varias explicaciones de la naturaleza de los estados mentales, tan­
to de los estados de actitud proposicional —las creencias, por ejemplo—
como de los estados de sensaciones — los dolores, por ejemplo— . Espe­
ramos de esa explicación que nos haga explícito lo que hay de caracte­
rístico en los estados mentales, cómo hemos de clasificarlos y qué es lo
que nos justifica atribuírnoslos a nosotros mismos y a otras personas. Vi­
mos que el co n d u ctism o lógico intenta proporcionar tal explicación
identificando a los estados mentales con disposiciones a la conducta,
pero es una explicación fatalmente defectuosa porque simplifica dema­
siado la relación entre los estados mentales de una persona y sus Pautas
conductuales. El fu n cio n a lism o parece, no obstante, superar esta i ícu
tad al propio tiempo que concede aún que los datos que nos just ican
atribuir estados mentales a las personas son en último término e na i
raleza conductual. Esto lo logra al caracterizar los estados menta es en
términos de sus relaciones causales típicas con los estados e entorn

20 Ver también Martin Davies y Tony Stone (eds ), FoUi Psycbology: The Tbeory of
End Debate {Oxford: Blackwell, 1995). . ívnne Rudder Baker,
Para otras sólidas críticas del materialismo eliminativo, ye* > ulterior
Savitig fíelief (Princeton, NJ: Princeton Umversity Press, 1987), « P s 6J 7.
(edC?S1í£ del estatuto dc la Psicología de sentido co™uo’J Science (Cambridge:
tcd.), The Future o f Folk Psycbology: Intentionality and Cogmtn
^mbridge University Press, 1991).

65
Filosofía de Ia mente
con otros estados mentales y con estados conductuales, es decir. did1(|
brevemente, en términos de sus papeles ‘causales’ o ‘funcionales
El funcionalismo es una doctrina liberal desde el pumo de vista <in
tológico, ya que es compatible con diversas formas de fisicismo „ lmhl
so con un dualismo fuerte. La razón que subyace en ello es que el fun­
cionalismo no afirma nada acerca de las propiedades intrínsecas de los
estados mentales, sino sólo acerca de sus propiedades relaciónales s,n
embargo, este mismo hecho deja al funcionalismo expuesto a diversos
tipos de ataques. Se le acusa así de dejar sin explicar el carácter cualita­
tivo de ciertos tipos de estados mentales conscientes, como los que ex­
perimentamos al ver o probar gustativamente las cosas, pues el carácter
cualitativo de tal clase de estados parece verdaderamente constituir una
propiedad intrínseca del estado en cuestión. El funcionalismo parece,
por la misma razón, comprometernos a admitir posibilidades estrafala­
rias, como la posibilidad de la existencia de ‘zombis’ — criaturas que
pueden tener creencias, deseos e incluso dolores como nosotros y sin
embargo carecer por completo de ningún tipo de consciencia ‘fenomé­
nica’. Hay diversos modos en que los funcionalistas pueden tratar de
responder a tales objeciones, pero ninguno ha resultado ser totalmente
convincente hasta la fecha.
Por otra parte, el funcionalismo se enfrenta también a críticas pro
vinientes de los partidarios del llamado m aterialism o elim inativo, que
rechazan su aceptación de las categorías de la ‘psicología popular y en
especial su admisión de la existencia de estados de actitud proposicio­
nal, como las creencias y los deseos. Estos críticos sostienen que los pa­
peles causales en términos de los cuales trata el funcionalismo de carac­
terizar tales estados no están desempeñados de hecho por ninguna cosa
en absoluto. Sin embargo, el materialismo eliminativo puede ser acusado
de incoherencia, debido a que, junto con las actitudes proposicionales
amenaza con eliminar la verdad y la razón, socavando con ello el editi­
cio mismo de la ciencia en el nombre de la cual rechaza las categorías
de la psicología de sentido común. Puede defenderse con buenas razo
nes que la psicología de sentido común no debería ser vista com o una
teoría protocientífica de la mente, que hubiera de evaluarse de acuerdo
con los tipos de criterios empíricos que se usan para someter a prueba
las hipótesis científicas.
¿A dónde hemos venido a parar, en definitiva? Parece que tenemos
uenas razones para adoptar una concepción rea lista de los estados
menta es, como estados a los que se puede hacer referencia con tota
propiedad en explicaciones causales de la conducta de las personas, V
o!? o?1 Parece que 1° que es verdaderamente diferenciador en
ue os os rasgos en virtud de los cuales uno ‘se siente’ sujeto cC
n p u . ^ ° f ~7 no Puede ser captado en términos de sus presuntos
también L? Parece que escapa no sólo al funcionalismo sin
conscienrí ° díf as/ ormas de fisicismo son los hechos capitales de *
consciencia y la subjetividad. El acceso de uno mismo a estos hcch*

66
____________________________________________________________________________________________________________________ Estados mentales
parece ser irremediablemente personal e introspectivo; parece que lo
que sabemos de ellos procede primordialmente de la reflexión sobre la
propia con d ición y que como mucho se puede lograr tan sólo una com­
prensión empática de cómo afectan al estado de otras personas. Parece,
pues, que hay una asimetría fundamental entre el conocimiento de pri­
mera persona' y el conocimiento ‘de tercera persona’ de los estados
mentales — el conocimiento de esos estados que uno tiene en virtud de
ser uno mismo sujeto de ellos. Debido a esto, los estados mentales son
totalmente distintos de los otros tipos de estados que la ciencia empírica
conoce, los cuales se estudian científicamente desde un punto de vísta
puramente ‘de tercerea persona’. Sin embargo, en lugar de ver esto co­
mo un problema, quizá obraríamos mejor si lo viésemos como parte de
la solución a otro problema: el problema de explicar lo que verdadera­
mente diferencia a los estados mentales y sitúa a éstos como algo aparte
de los estados meramente físicos.
M« j-i

ii

i'1
4
Contenido mental
En el capítulo anterior llegamos a la conclusión de que los estados
mentales existen realmente y que se puede de modo justificado recurrir
a ellos en las explicaciones causales de la conducta de las personas. Así,
por ejemplo, es perfectamente legítimo citar la creencia de Juan de que
está lloviendo entre las causas probables de su acción de abrir el para­
guas mientras camina hacia su lugar de trabajo. Al parecer, hablando en
términos generales, los juicios de sentido común de la psicología ‘popu­
lar1 y las hipótesis explicativas de la psicología ‘científica1 son compati­
bles al respecto, hablando en términos generales, digan lo que digan en
contrario los materialistas eliminativos. Sin embargo, cuando tratamos de
entender más detalladamente cómo es que los estados de actitud propo­
sicional pueden ser eficaces causalmente en la generación de la conduc­
ta corporal, comienzan a aparecer serias dificultades. Hasta aquí hemos
descrito los estados de actitud proposicional — ‘estados de actitud, para
abreviar— como estados que se caracterizan por las ‘actitudes de un su­
jeto hacia una proposición. La proposición en cuestión constituye el
contenido p ro p osicion al del estado y la actitud puede ser la de creencia,
deseo, esperanza, temor, intención y otras por el estilo, La forma genera
de los enunciados que le atribuyan un estado de actitud a un sujeto es
simplemente ‘5 f que p , donde 4S denota a un sujeto, f representa a
cualquiera de los verbos de actitud proposicional y p representa una
proposición — por ejemplo, la proposición de que está llovien o orno
ejemplo podemos poner el enunciado de que Ju an ctee que es a oí
do o el de que J u a n tem e q u e va a mojarse,
Pues bien, parece claro que el contenido proposiciona _ k,
do de actitud debe considerarse como causalmente pertmen ‘
conducta en cuya explicación se recurre a tal estado, l,an ° causal-
referencia a la creencia de Juan de que está llovienco a exp> ‘ ‘ n_
mente su acción de abrir el paraguas, es pertinente que a ^05
cionada sea la creencia d e q u e está lloviendo y no la e q qs notar
son cu atro, pongamos por ejemplo. Es verdad que^ccm^ como proce-
en el capítulo anterior, la misma acción pued P ‘ se;m los
dente de varias creencias distintas,, dependie . ie aj agente,
otros estados de actitud que estemos dispuestos a ' necesaria-
Alguien que abre el paraguas de camino al tra xip ^ ^ mojarSe; po-
mente porque cree que está lloviendo y de^ «■

69
Filosofía de la mente
dría hacerlo porque, por ejemplo, cree que se le está espiando v ^ Vl
ocultar la cara. Aun así, las diferentes explicaciones posibles de la UlIi
ducta del agente refieren todas ellas esencialmente a los contenu¡<>\ (j r
los presuntos estados de actitud del mismo y suponen que esos conu i,,
dos son causalmente relevantes para la conducta en cuestión Sin rin
bargo —y aquí es donde empiezan a aparecer las auténticas diiiuilu-
¿es__, cuando tomamos en consideración que las proposiciones M)11
según parece, entidades abstractas, más afines a los objetos de la
mática que a ninguna otra cosa que pueda encontrarse en el ámhm,
concreto de la psicología, resulta algo completamente misterioso que U
estados de la mente puedan depender, en lo que respecta a sus podéis
causales, de las proposiciones que presuntamente constituyen sus ‘con­
tenidos’, pues las entidades abstractas no parece que posean poder can
sal alguno que les sea propio.
Los siguientes son algunos de los interrogantes de cuya respuesta
habremos de tratar en este capítulo. ¿Cómo contribuyen los contenidos
de los estados mentales a la explicación causal de la conducta? ¿Pueden
asignárseles contenido a los estados mentales con independencia de las
circunstancias del entorno en que se encuentre situado el sujeto de tales
estados? ¿En virtud de qué poseen los estados mentales los contenidos
que poseen? Pero antes de que podamos estudiar la respuesta a tales
preguntas es preciso que examinemos más de cerca la naturaleza de las
proposiciones.

LAS PROPOSICIONES

En filosofía del lenguaje y en filosofía de la lógica es costumbre


distinguir cuidadosamente entre proposicion es, en u n c ia d o s y oraciones.
Las oraciones son entidades lingüísticas — cadenas de palabras dispues­
tas en un orden gramáticamente permisible— , que pueden presentarse
en forma escrita o hablada. Hemos de diferenciar entre ejem p la res de
oraciones y tipos de oraciones, recordando aquí la distinción tipo/ejem­
plar que vimos en el capítulo anterior. Así por ejemplo, la siguiente ca­
ena de palabras ESTÁ LLOVIENDO— constituye un ejemplar de una
eterminada oración-tipo del español, siendo el siguiente otro ejemplo
el mismo tipo: está lloviendo. Sucede que los dos ejemplares difieren
en que uno de ellos está escrito en mayúsculas y el otro en minúsculas,
pero esta diferencia no les impide ser considerados como ejemplares de
a misma oración-tipo. Los en u n ciados son proferencias aseverativas de
ejemp ares e oraciones por parte de los usuarios de una lengua. P01
ejemplo, puede ser que, en un momento dado, Juan formule el enuncia-
o de que esta lloviendo, al proferir, con intención aseverativa, un ejem-

v e r s I t y ^ . T ^ S X ^ I o r HaaCk' Philoso^ h v (Cambridge: Cambridge V »

7 0
__-------------------------------------------------------------------- --------------- Contenido mental
piar de la oración-tipo del español ‘Está lloviendo’. No todas las profe­
rendas de oraciones se hacen con intención aseverativa, es decir, para
hacer una aseveración; usamos también las oraciones para formular pre­
guntas, dar órdenes, etcétera, Finalmente, las proposiciones constituyen
el contenido de significado de los enunciados en el contexto en el que
éstos se formulan. Por ejemplo, cuando Juan formula el enunciado de
que está lloviendo en un momento y lugar determinados, su enunciado
expresa la proposición de que está lloviendo en ese momento y lugar,
una proposición que podría haber sido expresada por otros hablantes
utilizando otras lenguas en otros momentos de tiempo y en otros luga­
res. La proposición que un hablante español expresa aseverando 'La nie­
ve es blanca’ es exactamente la misma proposición que un hablante
francés expresa mediante la aseveración de ‘La neige est blanche’ y que
un hablante alemán expresa aseverando ‘Der Schnee ist weíss’.
Pero ¿qué es exactamente una proposición? Es decir, ¿qué tipo de
entidad es? Muchos filósofos dirían que las proposiciones son entidades
abstractas y, por tanto, ontológicamente afínes a objetos de la matemáti­
ca, como los números y los conjuntos.2 Los números no son objetos
concretos o físicos que existan en el espacio y en el tiempo; no pode­
mos ver, oír o tocar al número 3 en modo alguno. Tampoco muda el
número 3 sus propiedades con el tiempo, sino que al parecer es eterno
e inmutable. Con todo, no estaría justificado negar que el número 3
exista. Al menos en nuestros momentos no filosóficos afirmamos tran­
quilamente que h a y un número que es mayor que 2 y menor que 4, lo
cual parece comprometernos con el reconocimiento de la existencia del
número 3. Es verdad que no todos los filósofos están de acuerdo con
este proceder y algunos querrían eliminar de nuestra ontología a los nú­
meros y a otras entidades abstractas, a menudo en razón de que no
aciertan a ver cómo es posible tener conocimiento de algo que se supo­
ne que no existe en el espacio y en el tiempo.3 Pero no es fácil eliminar
la ontología de la matemática sin socavar las verdades mismas de la ma­
temática, lo que con seguridad querríamos evitar. Si los números no
existen, es difícil ver cómo podría ser verdad decir que 2 más 1 es igual
a 3. De modo que tal vez debamos resignarnos a la existencia de las en­
tidades abstractas. Ciertamente, las proposiciones parece que se sitúan
en esta categoría ontológica. No podemos ver, oír o tocar la proposición
de que la nieve es blanca más de lo que podamos hacerlo con e nume
ro 3. Podemos tocar la nieve y ver su blancura porque la nieve es a go

“ Véase mi ‘The Metaphys íes of Abstrae! Objects', Journal of Pbilosopby 92 (1995), PP


509-24. para un análisis general de los problemas que mtbout
Numbers:
Como ejemplo de este punto de vista, vease Hartr> Fíela, , nuc¡ \fodality
f Defence o f Nominalism (Oxford: Blackwell, 1980) y Realtsm, i a J - t^. journal
(Oxford: Blackwell, 1989), Véase también Paul Benacerraf.
° f Pbilosopby 70 (1973), pp 661-80, reimpreso en Paul.Benac^ f ? c ^ b r i d g e Univer-
bilosophy o f Mathematics: Selected Readings, 2a edición (C g
s,lY Press, 1983).

71
Filosofía de la mente ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

concreto físico. Podemos igualmente ver y tocar un ejemplar de l.i n, (


ción-tipo del español ‘La nieve es blanca’ porque consiste en una <(1,|r
na de marcas físicas en una página. Pero la p ro p osición de que la I1KV
es blanca es, al parecer, algo completamente diferente por su natural,v,
de cualquiera de estas cosas concretas o físicas. Podemos apiehenduL
intelectualmente —es decir, entenderla , pero no podem os, hablandi,
literalmente, verla o tocarla, puesto que no ocupa posición alguna un d
espacio físico ni existe en ningún momento particulai de tiempo.
No obstante, tal vez haya dudas de si tenernos tantas razones p.u,
creer en la existencia de proposiciones como para creer en la existen*, u
de los números. ¿Hay en realidad verdades innegables que requieran h
existencia de proposiciones, al igual que determinadas verdades mate­
máticas parecen requerir la existencia de los números? Es muy razonable
pensar que las hay. Consideremos, pongamos por caso, una afirmación
como la siguiente, que muy bien podría ser verdad: h a y algo que Juan
cree p ero qu e M ana no cree, podría ser verdad porque, por ejemplo
Juan cree que la nieve es blanca pero María no. ¿Qué es este algo sino
una proposición, en este caso la proposición de que la nieve es blanca'
Se podría objetar en este punto que lo que significa la palabra proposi­
ción’ se ha explicado diciendo que una proposición constituye el conte­
nido de significado de un en u n ciad o en el contexto en el que se le for­
mula, mientras que ahora estamos suponiendo sin argumentar que
precisamente la misma cosa puede constituir el contenido de una creen­
cia. Sin embargo, el supuesto de que exactamente la misma entidad
puede servir a ambos propósitos no es un supuesto poco razonable, da­
do que lo usual es que formulemos enunciados precisamente para ex­
presar nuestras creencias. Por ejemplo, si Juan formula el enunciado de
que la nieve es blanca, es natural que entendamos que está expresando
la creencia de que la nieve es blanca, de manera que es razonable sujio-
ner que el contenido de significado de su enunciado coincide con d
contenido de su creencia; dicho brevemente: que una misma propon
ción proporciona el contenido tanto de su enunciado como de su creen
cia. Esa es la razón por la que utilizamos la misma oración introducida
por que que la nieve es blanca’— para especificar los contenidos de
ambas cosas. El hecho de que supongamos que los enunciados y b*
creencias tienen ‘contenidos’ —y en las circunstancias apropiadas, lw
mismos contenidos— muestra que las entidades que hemos venido de­
nominando proposiciones’ realmente existen y que de algún modo cap
tamos sus condiciones de identidad. Si negáramos la existencia de p10'
posiciones, parece que no estaríamos en posición de admitir toda una
multitud de verdades con las cuales estamos tan comprometidos ahora
mismo como con las verdades de la matemática. De modo que vamos a
suponer, al menos como hipótesis de trabajo, que las proposición^
existen, que son entidades abstractas y que constituyen los contenida
de las creencias y de otros de los denominados estados de actitud pr0'
osiciona . eamos sí esta hipótesis origina dificultades insuperables.

7 2
Contenido mental

LA PERTINENCIA CAUSAL DEL CONTENIDO

Un problema que habíamos planteado anteriormente era el si­


guiente' dado que las proposiciones mismas son entidades abstractas
desprovistas de poderes causales, ¿cómo es que el contenido proposi­
cional de un estado de actitud puede ser causalmente pertinente para
cualquier conducta en cuya explicación se recurra a ese estado? Cuando
doy una explicación causal de la acción de Juan de abrir el paraguas ha­
ciendo referencia a su creencia d e qu e está lloviendo y a su deseo de
que no q u ed e e m p a p a d o , el éxito de mi explicación depende de que
asigne esos contenidos específicos a sus estados de actitud, y sin embar­
go, según parece, los contenidos en cuestión son determinadas proposi­
ciones, las cuales no pueden tener impacto causal alguno sobre la con­
ducta física de Juan. Se podría intentar resolver esta dificultad de una
determinada manera, a saber, delineando cuidadosamente una distinción
entre p ertin en cia causal y efica cia causal. Hay algunas posibilidades de
sostener que una entidad puede poseer lo primero aun careciendo de lo
segundo. Una entidad posee pertin en cia cau sal si la referencia a esa en­
tidad desempeña un papel no redundante en la explicación causal de al­
gún fenómeno, mientras que posee eficacia causal sí tiene realmente el
poder de ser causa de algún fenómeno. Se podría mantener así que las
proposiciones carecen de eficacia causal pero que, no obstante, poseen
pertinencia causal, en tanto en cuanto la referencia a las mismas tiene
un papel no redundante en la explicación causal de la conducta huma­
na. Pero el problema sigue siendo el de cóm o es que hacer referencia a
proposiciones tiene un papel no redundante en las explicaciones causa­
les de la conducta humana, dado que aquéllas son entidades puramente
abstractas.
Podría hacerse una analogía entre proposiciones y números para
resolver este problema .4 Al parecer, frecuentemente la referencia a nú­
meros desempeña un papel no redundante en las explicaciones causales
de los fenómenos físicos. Por ejemplo, a menudo explicamos acaeci­
mientos causales en términos que refieren a longitudes,, velocidades y
masas de determinados objetos físicos que están involucrados en tales
acaecimientos, y damos las cantidades precisas respectivas de estas mag­
nitudes físicas utilizando expresiones numéricas. Decimos así que os
bolas de billar se movieron de tal y cual manera debido a que una e
ellas, que pesaba 100 gramos y se movía a una velocidad e - me r
por segundo, entró en colisión con la otra, que tenía la misma m<*sa >
estaba en reposo. Se recurre aquí a los números 100 y - en a f * . . .
eión de un modo que parece no ser redundante. Por supuesto,

' En su lnquiry (C a m b rid g e , M ass.: M1T Press, 1 9 8 4 ), pp- 8 -1 4 , R oben C. Stalnakc


Presa su s im p a tía p o r e s te tip o d e a n a lo g ía

73
Filosofía de la mente
ramos elegido unidades diferentes para medir la masa y la veloc idad, ni
la explicación habríamos hecho referencia a números diferentes de
aquéllos, de modo que no es la referencia a esos n ú m eros en p a r t ic u h n
lo esencial para el éxito de la explicación, pero la referencia a números
se haga como se haga, parece inevitable, simplemente porque la expli­
cación depende de las can tidades precisas de ciertas magnitudes tís,Us
y tales cantidades parecen exigir una expresión numérica. Pero, obvia
mente, no se está afirmando que los números a los que se hace referen­
cia en tal explicación estén ellos mismos entre las ca u sa s del acaecí
miento físico que está siendo explicado. Los números sirven mas bien
para registrar los resultados de las posibles m ed icion es que puedan elec
tuarse de las magnitudes físicas que son causalmente responsables cid
acaecimiento en cuestión. Así que tal vez podamos considerar de modo
análogo las proposiciones abstractas como ‘medidas’ o ‘índices’ de las
creencias y otros estados de actitud, es decir, como si proporcionasen
una manera de registrar diferencias concretas entre tales estados, análo­
gas a las diferencias concretas en los valores de las magnitudes físicas.
Sin embargo, esta propuesta se enfrenta a dificultades serias, aun­
que podamos realmente encontrarle un sentido. En primer lugar, la ana­
logía se rompe en un punto crucial.5 Como ya se ha señalado, la elec­
ción de unidades para medir una magnitud física es arbitraria, de modo
que no hay ningún número p articu lar que sea el único que sirva para
especificar el valor de tal magnitud: se puede asignar a la misma masa
un determinado número cuando se la mide en kilogramos y un número
muy distinto cuando se la mide en libras. En contraste con esto, parece
que no es en absoluto arbitrario determinar qué proposición escogemos
para especificar el contenido de una creencia. Es cierto que una misma
creencia puede expresarse mediante enunciados formulados en diversas
lenguas, y por ello es verdad que se pueden utilizar diversas oraciones
para especificar los contenidos de una misma creencia. Pero las oracio­
nes no son proposiciones, y cuando tenemos dos oraciones pertenecien­
tes a lenguas distintas que puedan traducirse la una a la otra — como,
por ejemplo, sucede con ‘La nieve es blanca’ y ‘La neige est blanche1—.
esas oraciones sirven para expresar la m ism a proposición, pudiendo esa
proposición constituir el contenido de una creencia de alguien, con in­
dependencia de cuál sea la lengua en la que esa persona pudiera expre­
sar su creencia. De manera que, si bien en cierto sentido es arbitrario el
que se escoja una u otra oración para expresar una creencia, no es arbi­
trario en absoluto el que uno elija una u otra proposición para especifi­
car su contenido. Además, en el caso de las propiedades físicas cuantita­
tivas como las masas de dos trozos de plomo— , podemos efectuar
comparaciones directas que revelan su magnitud relativa, independie11'

V éa^ r" í í n a m ; e n to s d e a lg u n a , d e las d ific u lta d e s q u e s e v a n a plan te*


(1 9 9 0 ) , p p 2 2 4 -3 0 e ®ec^ A n a l ° g y between Numbers a n d P r o p o s itio n s ’, A nalptS 1

74
________------------------------------ --------— ___ Contenido mental
teniente de cualquier elección de unidades para medir tales propieda­
des. Por ejemplo, podemos averiguar que uno de los trozos de plomo
pesa el doble que el otro dividiendo el primero en dos trozos de manera
que cada uno de ellos pueda equilibrarse con el segundo de los trozos
en una balanza. Esta diferencia en las magnitudes relativas es algo obje­
tivo y fijo, que se da con completa independencia de la elección de
unidades que hagamos para expresar numéricamente los correspon­
dientes valores. Pero en el caso de las creencias no parece que poda­
mos compararlas ‘directamente’ en cuanto a sus semejanzas o diferen­
cias de contenido, es decir, independientemente de cuáles sean las
proposiciones particulares que se seleccionen para especificar sus con­
tenidos. Esto implica de nuevo que la relación entre una creencia y su
contenido proposicional no es en absoluto igual a la relación entre una
magnitud física y un número que sirva para registrar su valor, de modo
que es sumamente dudoso que la manera en que se hace referencia a
números en explicaciones causales de acaecimientos físicos pueda su­
ministrar una idea sobre el modo en que se hace referencia a proposi­
ciones en explicaciones causales de la conducta humana. No es ni mu­
cho menos evidente que haya algún rasgo concreto de una creencia del
cual pueda una proposición servir como algo parecido a una ‘medida’ o
un ‘índice1 y que exista independientemente de que la proposición lo
‘mida’ o lo ‘indique’. En lugar de ello, las creencias parecen involucrar
proposiciones de manera esencial, como constituyentes que determinan
parcialmente la identidad misma de las creencias de las cuales aquéllas
son sus contenidos.
Llegados a este punto, algunos filósofos sostendrían que existe de
hecho un modo de concebir las creencias y otros estados de actitud
que, conservando la idea de que éstas tienen contenidos proposiciona­
les abstractos, da cuenta de la pertinencia explicativa de esos contenidos
en términos de rasgos concretos de los estados en cuestión. Ese modo
estriba en concebir los estados de actitud por analogía con ejemplares
de oraciones. Los ejemplares de oraciones son cadenas concretas de
marcas físicas, con una ubicación espaciotemporal definida y poderes
causales diferenciados, a los cuales sin embargo se les puede asignar
contenidos proposicionales abstractos en la medida en que son rag
mentos del lenguaje que poseen significado. Lo que se afirmaría sena,
pues, que las ‘creencias’, por ejemplo, son entidades del mismo genero
que las oraciones y que el cerebro las utiliza de un modo particu ar en
el curso de la generación de diversas pautas de conductas corpora es,
aPr°ximadamente al modo en que un ordenador utiliza mensajes es
tos en código binario al generar determinadas pautas de activi a
impresora o en la pantalla de su monitor. Al decir que e f
e¡ género de las oraciones’ no pretendemos sugerir que to ej
isica de cadenas de palabras de cualquier lengua reconocí. , tu_
lng és o el francés, sino sólo que muestran algo parecí 0 a ‘ de una
ra gram atical o sin táctica, de modo muy similar a las o

75
Filosofía de ¡a mente
lengua natural o a los mensajes del código artificial de un o rd e n é M ,
‘código del cerebro 1 podría explotar, digamos, determinadas pain.,,, ,
actividad neuronal que fueran repetibles y que se pudieian u)m (M |1
sistemáticamente, de modo análogo al que el código máquina de* un : ,¡
denador explota pautas de actividad electromagnética en los un un
electrónicos del mismo.^ Pues bien, si a los ejemplares del codi^u |,
cerebro se les pudieran asignar contenidos proposicionales con s,nnil
cado, y si el contenido proposicional de un tal ejemplar se reflejara d-
algún modo en su estructura sintáctica formal, sería posible en prinupi,
entender cómo el contenido proposicional de un ejemplar de codito du
cerebro podría derivar su pertinencia causal a partir de su relación u n
los rasgos estructurales de ese ejemplar, los cuales tienen una forma Im
ca y, por lo tanto, poderes causales genuinos. Esta propuesta es suma­
mente especulativa y una evaluación de la misma cae fuera de este capi­
tulo, aunque volveremos sobre ella en los capítulos 7 y 8, cuand
tratemos de la relación entre lenguaje y pensamiento y de las perspecti­
vas de la inteligencia artificial. Por el momento, nos contentaremos ton
observar que los ejemplares del código del cerebro no podrían adquirir
contenidos proposicionales de significado de una forma similar a como
los adquieren los ejemplares de las oraciones de una lengua natural
puesto que estas últimas adquieren significado precisamente porque* la-
personas las usan para expresar y comunicar sus pensamientos, y obvia­
mente caeríamos en un círculo vicioso si tratáramos de explicar el conte­
nido proposicional de los ejemplares del código del cerebro de este mi'-
mo modo. Sin embargo, más adelante, en este capítulo, examinaremos
varias teorías naturalistas de la representación a las que se podría recu­
rrir para explicar cómo los ejemplares del código del cerebro podrían
poseer un contenido proposicional con significado.
Los problemas planteados en esta sección son problemas difíciles
que no podemos esperar resolver concluyentemente en el momento ac­
tual. En particular, el problema de explicar el modo en que los estados
mentales pueden tener ‘contenidos’ que sean causalmente pertinente'
para la conducta en cuya explicación se recurre a tales estados es real­
mente serio. Al parecer, en nuestras maneras de pensar de sentido co­
mún o de psicología popular’ sobre las personas, nos situamos firme­
mente a favor de la idea de que puede hacerse referencia legítimamente
a estados de actitud con contenidos proposicionales abstractos en bs
explicaciones causales de las acciones de las personas, Y sin enibaig()
parece que no acabamos de saber cómo explicarnos que sea posible
que los contenidos proposicionales, concebidos del modo descrito, p w
an tener pertinencia causal para las conductas físicas, a menos, tal vez
que la propuesta del ‘código del cerebro’ que se acaba de delinear pue'

m odeb cerehr0) ° lenguaje del pensamiento’, que tonia


FcxJor
véase su The r 8 acluma de un ordenador digital, ha sido defendida por Jerry A
vease su The ofV iougbt (Hassocks. Harvester Press, 1976).

76
------------- -------------------— — (-<>nti')udo mental
da revelarse como una propuesta fructífera. Algunos filósofos su verán
tentados a declarar que la salida a esta dificultad estriba en caer en la
cuenta de que el tipo de ‘explicación’ de la acción humana con la que
nos enfrentamos al recurrir a las creencias y los deseos de un agente no
es, al fin y al cabo, una explicación cau sal, sino, más bien, una explica­
ción ‘racional’. Según esta concepción, mencionamos los presuntos de­
seos y las creencias de un agente como razones p ara sus acciones, pero
no como can sas d e las mismas. Sin embargo, también este enfoque se
enfrenta a ciertas dificultades, que veremos cuando tratemos de las ac­
ciones y las intenciones en el capítulo 9. Pero aunque no haya ninguna
salida fácil para estas dificultades, no creo que esto deba persuadirnos
de que abandonemos los modos de explicación de la psicología de sen­
tido común’, como desearían los materialistas eliminativos, pues, como
vimos en el capítulo anterior, es dudoso que ésta sea una opción cohe­
rente.

LA ESPECIFICACIÓN DEL CONTENIDO

Hemos estado suponiendo que los estados de actitud con conteni­


do, como las creencias y los deseos, poseen sus contenidos proposicio­
nales abstractos d e un m odo esen cial, lo que implica que la identidad
misma de una creencia o un deseo particular dependen de la identidad
de la proposición que constituye su contenido. Por ejemplo, del mismo
modo en que la creencia de Ju a n de que la nieve es blanca es distinta,
numéricamente hablando, a la creencia de María de que la nieve es
blanca, en virtud del hecho de que Juan y María son Perso" ‘^ - e_
también la creencia de Juan d e q u e la nieve es blanca es is ‘ > en
ricamente hablando, de la creencia de Juan de que a net ' es ^ s_
virtud del hecho de que la proposición de que la nieve es ‘ " SDecifi-
tinta de la proposición de que la hierba es verde, ero ¿ creenc¡a o
camos, más exactamente, el contenido proposiciona ‘ d especi-
de otro estado de actitud? Claramente, en la pracüca ' " ° ^ ¿ Presa
ficario mediante el recurso a una oración que s u p o n e ^ ^ actitud
el mismo contenido proposicional que el que tiene , , que jos
en cuestión. Pero surgen ahora ciertas compilicaciones ^ eXpresar pro­
ejemplares de una misma oración-tipo pueden serV* ^ por ejemplo,
posiciones diferentes en distintos contextos de Pro USo la ora-
supóngase que digo que Juan cree que es*a proposicional de la
ción ‘está lloviendo’ para especificar el con .. tir)ü ‘está lloviendo
creencia de Juan. Pero los ejemplares de la oracio ^ere en contextos
expresan proposiciones diferentes cuando se os p ltrfjant ‘está Ho-
diferentes. Lo que afirmo que ocurre cuando tg- ^ en Nueva
viendo’ no es lo que Juan afirma que ocuire cm en Durham que
York ‘está lloviendo’. De manera que, cuan o } ¿cuál es la pro-
Juan, que está en Nueva York, cree que esta

77
Filosofía de Ia mente
posición que identifico como el contenido de su creencia? Lo mas pin
bable es que sea la proposición que Juan expresaría si el fuera a atu nu,
‘está lloviendo’, y no la proposición que y o expresaría afirmando rsKl
lloviendo’. Alguien podría tratar de poner todo esto en claro diuciuL
que lo que Juan cree es que está lloviendo en N ueva York o que esia
lloviendo en el lugar en q u e él se en cuentra. Sin embargo, al decir osi,,
hay que poner buen cuidado en que no se extraiga la consecuencia de
que la creencia de Juan la expresaría él mejor diciendo está lloviendo
en Nueva York’ o ‘está lloviendo en el lugar en que me encuentro . pm-s
Juan podría realmente poseer la creencia de que está lloviendo en el lu­
gar en que él se encuentra sin tener la más mínima idea de que esta en
Nueva York, o incluso en la más completa ignorancia de dónde se en
cuentra.
Estas complicaciones surgen en el caso de la creencia de Juan de
que está lloviendo porque el contenido de esa creencia es implícitamente
indéxico. La indexicalidad se muestra usualmente en el lenguaje por me­
dio de expresiones como ‘aquí’, ‘ahora’ y ‘esto’, cuya referencia la deter­
minan parcialmente sus contextos de uso. Así, ‘aquí’ y ‘ahora’ la utilizan
normalmente los hablantes para referir, respectivamente, el lugar y el
momento de tiempo en los cuales están hablando, mientras que esto lo
utiliza normalmente un hablante para referirse a algún objeto al que está
señalando (a menudo con su dedo ‘índice’). Puede superficialmente pa­
recer que la indexicalidad es un rasgo del pensamiento y el lenguaje hu­
mano relativamente de menor importancia, pero en realidad eso estaría
muy lejos de la verdad. En realidad puede argumentarse que práctica­
mente todo nuestro pensamiento es, de un modo u otro, implícitamente
indéxico. Tomemos, por ejemplo, la creencia de Juan d e q u e la nieve es
blanca. Se podría imaginar que al menos esta creencia no contiene ele­
mento alguno de indexicalidad. El caso parece totalmente diferente al de
la creencia de Juan d e qu e está lloviendo, donde el contenido preposicio­
nal de su creencia se determina parcialmente mediante factores contex­
túales, a saber, el momento de tiempo y el lugar en los cuales Juan tiene
la creencia en cuestión. ¿Cómo puede ser que los factores contextúales
tengan algo que ver con el contenido proposicional de la creencia dt
Juan de que la nieve es blanca? Pues bien, parece realmente que tienen
mucho que ver, como se podrá ver por las siguiente consideraciones.
La nieve, como sabe prácticamente todo el mundo, es agua conge
w A ^ ^ ^ a8ua es conocida por la ciencia ni más ni menos que como
a 2 eC^’ Un comPuesto de moléculas que contienen dos átomos
e i rógeno y un solo átomo de oxígeno. Sin embargo, no todo e

f l u v e ^ o CAnS,f C^ í 0 íl ? dC * * * lip o las aitícul° H ilary P u tn a m p o r v e z primera en su


Z Z T ^ n A? 6 ^ a n ín g ° f M ean in * " ’ p u b lic a d o e n K . G u n d e r s o n C e d .) ,
p olis Mmnesota in the Pbilosopby o f Science, Volume 7 (M inn*
PreSS’ 1 9 7 5 ) y A p r e s o e n H ila ry P u tn a m , Mind,
1975) Phdosopbical Papen, Volume 2 (Cambridge: Cambridge Univers.ty 1 * '

7 8
___________________________________ ___ _ _ Contenido mental
mundo que está familiarizado con el agua sabe que es H,0 y cierta­
mente, hace más de doscientos años nadie lo sabía. Es claro, por tanto
que Juan puede poseer la creencia de que la nieve es blanca sin estar ai
tanto de que el agua es H20 . Aun así parece que en tanto en cuanto ¡a
creencia de Juan de que la nieve es blanca es una creencia relativa a las
propiedades del agu a, constituye igualmente una creencia acerca del ti­
po de compuesto que es, de hecho, H ,0. Si Juan fuera milagrosamente
transportado a algún planeta lejano cuyos mares estuvieran compuestos
de un tipo de líquido diferente pero que tuviera la misma apariencia y
sabor que el agua y que se volviera blanco al congelarse, él podría p en ­
sar que aquella cosa blanca y algodonosa que cae de los cielos de ese
planeta en días fríos es nieve, pero estaría equivocado. Pero suponga­
mos ahora que, por una extraña coincidencia, los habitantes de aquel
planeta hablaran una lengua que sonara exactamente igual que el espa­
ñol y que ellos utilizaran la palabra ‘nieve* para designar esa cosa que
cae del cielo. Un habitante de ese planeta que creyera, correctamente,
que esa cosa es blanca expresaría de modo natural esa creencia dicien­
do ‘La nieve es blanca’. Pero, según parece, el contenido proposicional
de tal creencia sería diferente del contenido proposicional de la creencia
de Ju a n de que la nieve es blanca. Sería erróneo que dijéramos —y
erróneo que J u a n dijera— que los habitantes de aquel lejano planeta
creen q u e la n ieve es b la n c a , incluso aunque ellos mismos describieran
correctamente su propio estado de creencia diciendo ‘Creemos que la
nieve es blanca’. Lo mejor que ?1osotros podemos hacer para describir el
estado de creencia de los habitantes de ese planeta es decir que creen
que ‘su’ nieve es blanca, o algo por el estilo. La conclusión a extraer de
estas consideraciones es que incluso las creencias relativas a las propie­
dades de tipos de substancias resultan tener un carácter implícitamente
indéxico, o dependiente del contexto. El contenido proposicional de tal
creencia lo determina parcialmente la relación física de sujeto con el ti­
po de substancia en cuestión. Aunque Juan y uno de los habitantes del
planeta lejano estuvieran ambos dispuestos a afirmar la oración La nieve
es blanca’, estarían expresando mediante ella creencias con diferentes
contenidos proposicionales, simplemente debido a que nieve denota
diferentes tipos de substancia para ellos, tanto si lo saben como si no.
Denota diferentes tipos de substancia para ellos porque, tanto si o sa
ben como si no, diferentes tipos de substancia blanca y algo onosa cae
nan de sus respectivos cielos en días fríos.

EL EXTERNISMO EN LA FILOSOFÍA DE LA MENTE

Si los factores contextúales influyen sobre el contenido pr°P j


nal *ncluso de una creencia tan general como la creencia emente
es blanca, entonces parece que también influirán s0 ^ nc¡as qUe
°das nuestras creencias, y ciertamente sobre todas es

79
Filosofía de la m en te __________________________________________________________________________

expresamos utilizando los denominados térm in os d e g e n e r o natmo.


mo ‘agua’, ‘oro\ ‘gato\ ‘olmo’, ‘delfín’, etc. En el caso de tales u v u .
el contenido proposicional dependerá de qué tipos de substam u
cosas pueblen d e hecho el entorno físico del sujeto y constituyan I
ferentes de los términos de género natural que el sujeto utili/a al . , ,
sar sus creencias. Esta conclusión tiene sorprendentes conseuiem
largo alcance, tanto para la filosofía de la mente como para la (. pisa
logia. Consideremos, por ejemplo, el famoso intento de Descaru-s
poner en duda todas las creencias de sentido común relativas a I. ■
existe .8 Descartes pensaba que tenía sentido hacer la suposic ión di- ..
las creencias acerca de todo tipo de géneros naturales de cosas \ su*.,
tancias fueran sim plemente falsas, debido a que era concebible que I
hieran sido inducidas en un sujeto por un genio maligno. De este m- ..i
según aquél supone, el genio podría haberle inducido a creer que [
nieve es blanca, incluso aunque no existiera en la realidad tal siibsun.
debido a que todo el mundo físico fuera ilusorio. Pero, ¿es correcto -¡,
poner que la creencia que Descartes expresaría afirmando La nieve ^
blanca’ en las circunstancias hipotéticas de una ilusión inducida por u
genio tendría el mismo contenido p ro p o sicio n a l que la creencia que I v-
cartes de hecho expresa afirmando ‘La nieve es blanca’ en un mundo u
el que la nieve realmente existe? No, si nuestras anteriores consideran i<
nes son correctas, pues esas consideraciones parecen implicar que »1*
alguien cuyo mundo realmente contiene a g u a — es decir, H ,0 — puede
tener la creencia de que la nieve es b la n c a . Pero si Descartes tuera vkii
ma de una ilusión producida por el genio, él n o sería una persona que
viviera en tal mundo y por ello no podría tener una creencia con e-e
mismo contenido proposicional; en consecuencia, el genio no podría
engañar a Descartes induciéndole a creer falsamente q u e la meiv o
blan ca. Si, en las circunstancias hipotéticas de una ilusión inducida pUI
el genio, Descartes afirmara ‘La nieve es blanca’, no estaría expresando
la misma creencia sobre la que trataba de arrojar dudas, a saber, su cre
encia de que la nieve es blanca. Realmente, no está claro que. en esas
circunstancias hipotéticas, Descartes pudiera expresar ninguna creenu.i
definida al afirmar ‘La nieve es blanca’, al igual que no lo es que noso-
tros podamos expresar una creencia definida al afirmar ‘Los unicornio-
son blancos. El problema que suscita esta última afirmación es que 11111
cornio pretende ser un término de género natural y sin embargo no h iv
en realidad ningún género natural que denote tal término .9
Parece, por tanto, que un estado mental de un sujeto — al menos
en la medida en que implica la posesión de estados de actitud con c°n'

H V6^fe Rene Descartes, Meditations on First Pbilosopby, en The Pbihsopbiail " n


eci. J. Cottmgham et al. (Cambridge: Cambridge University Press, 19*
L n l wUC/C/‘° n 3 dc Ia vers,ón francesa de 1647 de la mencionada obra de l * s
tzne^M ecbteaones de filosofía primera, Madrid: Alfaguara, 1977.1
t r a d u c e n 0 f m b lcn f ™ 1 A - KriP k e . Haming a n d Necessity (O x f o r d - B la c k w e ll, 1980. lo
al e sp a ñ o l, hl nom brar y la necesidad, M é x ic o : U N A M ), p . 2 4 y pp- 256-8-

80
Contenida mental
tenido— no es lo que es to n independencia de las relaciones del sineto
con su entorno físico. Contrariamente a lo que parece ser el supuesto
cartesiano, nuestras mentes no son recipientes de pensamientos auto-
contenidos y herméticamente cerrados, sino que se extienden por así
decir, a nuestro entorno físico, dado que nuestros pensamientos depen­
den en sus contenidos, y por ello, en su identidad misma, de cuáles
sean las cosas que contiene el entorno. Es importante reconocer, sin
embargo, que esta no es una objeción al dualism o cartesiano de mente
y cuerpo, aunque ese dualismo pueda ser objetable por otras razones.
Es, por contra, una objeción a su concepción individualista o internista
de la mente, de acuerdo con la cual los estados mentales no dependen
en su contenido de nada externo a la persona sujeto de tales estados
Incluso un fisicista a carta cabal podría aceptar un internismo de este ti­
po e incluso un dualista a carta cabal podría rechazarlo en favor de su
opuesto, el extern ism o.10

CONTENIDO AMPLIO FRENTE A CONTENIDO REDUCIDO

La línea argumental que acabamos de seguir y que nos ha llevado


al rechazo de una concepción ‘individualista* o internista’ de la mente,
no es una línea que todos los filósofos contemporáneos contemplen fa­
vorablemente. Un buen número de ellos se sienten muy de acuerdo con
la idea de que se puede recurrir con total propiedad a estados de actitud
con contenido en las explicaciones causales de la conducta de las perso­
nas, pero consideran al propio tiempo que este papel explicativo no
puede serles atribuido a estados de actitud si su contenido se especifica
de un modo externista .11 Consideremos el caso siguiente. Supongamos
que vemos a Juan tomar un vaso de agua situado en una mesa que tie­
ne frente a sí y beber del mismo. Parte de una explicación razonable de
la acción de Juan sería que tenía sed, vio el vaso y juzgó que contenía
agua, un líquido que él cree que es potable. Aquí recurrimos a las pre­

10 V é a s e T y le r B u rg e , ‘In d iv id u a lis m a n d th e M ental’. Miduest Studtes iti PniosopJ)


í 1979), p p . 7 3 - 1 2 1 p a ra u n a in flu y e n te d e fe n s a del e xtern ism o . Burge argumenta que e
con ten id o m e n ta l d e p e n d e ta m b ié n d e c ircu n sta n c ia s sociales junto a las n^ jmenl^
C3s. Para una e x te n s a d is c u s ió n y crítica del intc-rnismo. véase Robert A 1 *o n ’ r
f a,j Psycbolog)> a n d Pbysical Minds. Individualism an d the Saences o f t >e . /,;
bndge: C a m b rid g e U n iv e rsity P r e s s , 1 9 9 5 ). P ara una defensa del^internism o '
P ersp e ctiv a fis ic is ta , v é a s e N o r to n N e lk in , Consciousness an d tbe Ongur f
anibridge: C a m b rid g e U n iv e rsity P re s s , 1 9 9 6 ), p arte 3- Fodor en
E sta c la s e d e p r e o c u p a c i ó n la h a e x p r e s a d o d e un modo nota • a Rc
«versos a rtíc u lo s im p o rta n te s , e n tr e e llo s M eth o d o lo gical Solipsism on ‘s g8Q) _ 53 .
earch S trateg y in C o g n itiv e P s y c h o lo g y '. Behaviora! a n d Brain üfCogniti-
. re im p re s o e n s u Representations: Pbilosophical Essap on t? v .rrow Contení.
Io u CieT (B rÍ* h t™ H a r v e s te r P re ss, 1 9 8 1 ), y A Modal Argum ent * * en
í " " a ' ofPhilosoP h-V 88 ( 1 9 9 1 ) , p p . 5 -2 6 . M ás re c ¡e n tem cn ie, fo c (C am-
P n.c d e su p o s ic ió n ; v é a s e su Voe Elm a n d tbe Expert. Mentalesc an
br»dge. MA: M IT P r e s s , 1 9 9 4 )

81
Filosofía de la mente
suntas creencias de Juan al respecto d e q u e el vaso con tien e agua \ fj¡u
el ag u a es p o ta b le para explicar su acción de beber del vaso \\Ws |m ,
el externismo sostiene que Juan no podría ni siquiera poseer tales
encias si no fuera por el hecho de que su entorno físico contiene a-n,
esto es, H-,0. Pero recuérdese el planeta lejano de nuestra discusión an
terior, cuyos océanos contienen un líquido claro e insípido que sus Imh,
tantes llaman ‘agua*, pero que no es H 2O . Imaginemos un doble e.\ u r
de Juan que viva en ese planeta y que beba de un vaso que contiuu.
ese líquido en circunstancias del todo análogas a las de Juan, y pregan
témonos cómo podríamos explicar su acción. Supóngase, si se (Hueri­
que Juan y su doble son similares no sólo en apariencia y caráctei. mik
en todo, incluso en el nivel de organización y actividad neuronal. Segun
el externismo, no podemos explicar la acción del doble de Juan dicien­
do que cree que el vaso que está frente a él contiene ag u a y que ix-
ag u a es potable, porque de acuerdo con esa concepción, el doble de
Juan no posee tales creencias. Y sin embargo, Juan y su doble parecen
comportarse exactamente del mismo modo en circunstancias que son
exactamente las mismas, de manera que parece razonable explicar mi
conducta del mismo modo exactamente, a saber, asignándoles estada
mentales exactamente análogos, es decir, estados mentales con el mismo
contenido exactamente. Se estaría así aplicando un principio explicativn
bien acreditado, el de ‘Al mismo efecto, la misma causa’. Pero, al pare­
cer, el externismo no nos permite hacerlo. (Naturalmente, algunas veces
descubrim os que el mismo efecto puede proceder de causas distintas —
por ejemplo, que una quemadura puede ser causada por un ácido o por
fuego, así que el principio ‘Al mismo efecto, la misma causa' ciertamente
no es infalible. Pero cuando no seguimos ese principio, deberíamos ba­
sarnos en buenas razones empíricas, mientras que en el caso en cues­
tión el externismo nos fuerza claramente a no seguirlo por razones no-
empíricas.)
Lo que, por tanto, parecería que se necesita es una n o ció n de con­
tenido mental que nos permitiese decir, contrariamente al externista, que
Juan y su doble tienen creencias con los mismos contenidos proposicio­
nales exactamente. Al contenido del tipo deseado se le llama normal­
mente contenido reducido (o ‘estrecho), en contraste con el denominad 0
contenido am plio { o ‘a n c h o ) vinculado a la explicación externista u hi
idea es que, mientras que el contenido amplio se determina en parte p()r
las relaciones de un sujeto con su entorno físico, el contenido reducido
pue e identificarse independientemente de cualquier relación de ese u
realmente servimos de una noción tal de contení 0
re uci o? En apoyo de una respuesta positiva a esta pregunta se pl,e 1
sostener que claramente hay algo en común en Juan y su doble con res

Colín McCínn* ^fÍSC? S/ ^ a ^on<^° ^as concepciones rivales del contenido mental.
- r ^ r ; S n f ~ (oxford:BiackweH'i989>-Enesteiibro-M
cGinnde

82
Contenido mental
pecto a sus creencias relativas a las cosas y las substancias con las que se
tratan: am bos creen que están ante un vaso que contiene un líquido claro
e insípido, líquido del cual se componen los océanos de sus planetas y
que cae de sus cielos en forma de lluvia, y am bos creen que ese líquido
es potable. Puede muy bien suceder que las diferencias químicas entre
esas substancias les sean desconocidas a Juan y a su doble, y, verdadera­
mente, no se requiere que los procesos de pensamiento y razonamiento
que los llevan a actuar de la forma en que lo hacen apelen a la constitu­
ción química de tales substancias. Cierto, muy posiblemente sea un error
decir que tanto Juan como su doble creen que el vaso que tienen ante sí
contiene a g u a , por las razones que da el externista. Pero quizá esto sólo
sirva para mostrar que nuestras atribuciones de sentido común o de ‘psi­
cología popular’ de contenido mental asumen implícitamente un noción
‘amplia’ de contenido, no que tal noción sea la única que podamos tener.
Puede que el español común no contenga un término general que nos
posibilite especificar el contenido que por hipótesis tienen presuntamen­
te en común las creencias de Juan y su doble, pero nada nos impide que
inventemos uno, pongamos ‘nagua’. Según parece, podríamos entonces
decir que tanto Juan como su doble creen que el vaso que tienen ante
ellos contiene n ag u a y que ambos creen que la nagua es potable. El he­
cho de que ni Juan ni su doble tengan la palabra ‘nagua’ en sus vocabu­
larios respectivos — y que por ello no puedan expresar las creencias que
presumiblemente tienen en común por medio de oraciones sencillas—
no necesariamente ha de verse como algo embarazoso para este enfo­
que, pues hay razones obvias de por qué el lenguaje común, que ha
evolucionado para servir a los propósitos comunicativos de las personas
que habitan más o menos el mismo entorno físico, no contiene términos
generales que funcionen del modo en que hemos estipulado que
na ‘nagua’.
Sin embargo, el argumento que nos motivó a introducir la noción
de contenido ‘reducido’ puede él mismo ponerse en duda. La premisa
crucial del argumento era que Juan y su doble se comportan del mismo
modo, de lo que concluíamos, apelando al principio ‘Al mismo efecto, a
roisma causa’, que es razonable explicar sus conductas del mismo mo
do. Pero la afirmación de que Juan y su doble se comportan de mismo
m°do puede ponerse en cuestión.1^ Puede señalarse que, al
bo, lo que J u a n hace es beber un vaso de agua, pero que e o e e
Juan no hace esto, sino, en lugar de ello, bebe un vaso del tipo 1S *
de substancia que se halla en los océanos de su planeta. Da a
rencia entre sus acciones, parece completamente razona e exp
como provenientes de creencias con contenidos distintos, a sa ’
caso de Juan, las creencias de que el vaso que está frente a

suscitan puede encon-


Una discusión útil de algunas de las cuestiones que aquí se Routledgc, 1995), PP-
jarse en Grcgory McCulloch, The M ind a n d its World (Londres:

83
Filosofía de la mente ____________ _____________________________________________________________________

ag u a y que el ag u a es potable, y, en el caso de su doble, las utvru ¡.ts


de que el vaso frente a él contiene lo que é/llama ‘agua’ y que lo qlK. , ;
llama ‘agua’ es potable. Dicho brevemente, parece ahora com o s, \A I1(,
ción de contenido ‘reducido’, si bien tiene sentido, es superflua, po r()lK.
no hay en definitiva ninguna dificultad especial en suponer que d o b ­
tenido ‘amplio’ es pertinente para la explicación causal de la condiui.i
(Con esto no se pretende negar que, como descubrimos antes. c.\n .i
una dificultad gen eral relativa a la pertinencia causal del contenido. |.,
que se niega es que, a este respecto, la noción de contenido ‘amplio
sea más problemática que la de contenido ‘reducido .)
Ahora bien, los partidarios del contenido reducido tienen una posi-
ble respuesta a esta objeción. Podrían sostener que las acciones de Juan
y de su doble sólo difieren en la interpretación a m p lia de sus conductas
respectivas. Es decir, además del contenido de sus causas mentales, s^m
la conducta misma la que podría caracterizarse de un modo amplio o
‘reducido’. Por ejemplo, se podría decir tanto de Juan como de su doble
que beben un vaso de n agu a, en cuyo caso parece de nuevo razonable
explicar esta identidad de conductas en términos al efecto de que Ion
dos agentes tienen creencias con los mismos contenidos. Sin embargo
esta respuesta no debilita realmente el motivo de la objeción, que era
que no hay ninguna dificultad especial en suponer que el contenido
‘amplio’ sea pertinente para la explicación causal de la conducta El he­
cho de que no se haya mostrado que las nociones de contenido ‘reduci­
do’ y conducta ‘reducida’ sean insostenibles no viene al caso. Dado cinc
nuestra noción intuitiva de contenido parece ser la noción amplia y
que la misma es al menos tan suficiente a efectos explicativos como la
noción mucho menos intuitiva ‘reducida’, la conclusión de que esta últi­
ma es superflua parece que se mantiene en pie. Por descontado que los
fisicistas que sostienen que los tipos de estados mentales que una perso­
na ejemplifica en un momento de tiempo dado sobrevien en a los tipos
de estados neurologicos que esa persona ejemplifica en el mismo mo*
mento de tiempo (véase la explicación de esta idea en el capítulo 3b in'
sistirán en que, puesto que Juan y su doble son duplicados el uno del
otro desde un punto de vista neurologico, por fuerza han de ejemplifbar
los mismos tipos de estados mentales y poseer así creencias con los rua­
mos contenidos (al menos en el supuesto de que los tipos de creencia
se determinen por referencia a sus contenidos). Parece que, para bien ()
para mal, tales filósofos deberán estar de acuerdo con la noción de con
tenido ‘reducido’. Pero no hay por qué suponer que a un externista b
esté vedado aceptar el fisicismo, incluso en su versión no-reductiva reía
tivamente débil, pues el externista puede sostener que mientras que
tipos de estados mentales de una persona en cualquier momento ^
tiempo dado no sobrevienen sólo a los tipos de estados neurología
concurrentes en esa persona, sí que sobrevienen a estos ultimos en con-
ju nción con determinados tipos de estados físicos que en ese momenlí
ejemplifica el entorno de la persona.

84
Contenido mental

CONTENIDO, REPRESENTACIÓN Y CAUSALIDAD

¿Qué es lo que confiere a los estados de actitud los contenidos


proposicionales particulares que los mismos poseen? Cuando Juan tiene
la creencia de que la nieve es blanca, ¿qué es lo que le da a su creencia
el contenido d e q u e la nieue es b lan ca en vez de, supongamos, el conte­
nido de qu e el césp ed es v e r d é La mayoría de los filósofos contemporá­
neos preferirían, de ser posible, encontrar una respuesta claramente na­
turalista a este tipo de pregunta — es decir, una respuesta que no
apelara a la creación divina y que no supusiese que el fenómeno en
cuestión es tan fundamental como para ser inexplicable excepto en sus
propios términos. Así que no se sentirían satisfechos con una respuesta
que sólo explicara el modo en que los estados de actitud de un sujeto
obtienen su contenido por referencia a los estados con contenido de
otro sujeto. Querrían una explicación del origen del contenido que
muestre la manera en que puede originarse a partir de estados sin con­
tenido de objetos de la naturaleza. Este es un objetivo difícil de cumplir-
no está claro, ni mucho menos, que realmente pueda darse una explica­
ción de este tipo, incluso en principio. Pero merece la pena buscarla,
aunque sólo sea para ver por qué es ese tipo de explicación tan difícil
de obtener.
Pues bien, los estados de actitud tienen contenido porque son esta­
dos representacionales. Por ejemplo, la creencia de Juan ce que c
es blanca representa el mundo como algo que es de una ^ e ‘ "
manera. Los deseos son igualmente estados representaciona es,, *
no representen el mundo como algo que es de determina a *
no que representen cómo le gu staría al sujeto que uese e di-
diferencia entre creencias y deseos se describe a ”ie^u ° . os que
ferencia en sus ‘direcciones de ajuste’ con el mun o. c ^ mun_
los contenidos de nuestras creencias se ajusten al mo ° mientras
do es — es decir, aspiramos a tener creencias reí ac■ * mundo es
que, en contraste, pretendemos hacer que el mo o -1 g deseos< No
se ajuste a nuestros deseos — aspiramos a satisja ' q de jas creen-
obstante, para simplificar las cosas centrémonos en * ^ representa
cías y sus contenidos, y preguntémonos: ¿en V1 1 determinada ma-
una cierta creencia el mundo como algo que es c ‘ _ta pegunta exa­
gera? Tal vez podamos hacer algunos progresos co , -et0s naturales
minando la manera en que otros tipos de esta o.
resultan ser estados representacionales. caso prometedor de
El ejemplo siguiente parece que podría ser \ ‘ dón de los am-
Un tal estado. Consideremos el modo en que
■Cambridge Univer-
sitV 11 Véase
Press ino'i >eSIe rcsPecto John R. Searle, Inte>itioriahty(Cambndg<
• pp. 7_9

85
Filosofía de la mente
líos en una sección transversal del tronco de un árbol sirve para ivpiv
sentar la edad del árbol en años. Sabemos por qué sirve para ello s,
debe a que existe una relación causal entre las variaciones climáticas rs
tacionales y las variaciones en el crecimiento orgánico del árbol, ( l)n |(
consecuencia de que se configura un nuevo anillo por cada ano dd a,
bol. Por tanto, parece que la configuración de los anillos de un árbol K-
presenta el hecho de que ese árbol tiene un cierto número de anos, Vll
que el hecho de que tenga esos años es la c a u sa de que tenga esa con
figuración de anillos. Podríamos tratar de extender una explicación cau­
sal de la representación de este tipo al caso de las creencias, aventuran
donos a decir algo así:

(1) Una creencia C representa el mundo como algo que contiene un


estado de cosas E exactamente en el caso de que E sea causa de C

Sin embargo, es inmediatamente evidente que hay ciertos proble­


mas que se le presentan a esta propuesta, dos de los cuales voy a des
cribir a continuación.
Ante todo, nunca va a suceder que haya exactamente un único es
tados de cosas, E, que sea ‘la’ causa de una creencia dada C pues, en
virtud de la transitividad de la relación causal, si un estado de cosas, /:
causa otro estado de cosas, Ey, y E, causa a su vez la creencia C enton­
ces también Ev ad em ás d e E,, es una causa de C. Este tipo de complica
ción se da también en el caso del ejemplo de los anillos de un árbol,
pues realmente no es el caso que el ú n ico estado de cosas que pueda
decirse que es causalmente responsable de que el árbol tenga su confi­
guración específica de anillos sea el hecho de que el árbol haya vivido
un cierto número de años, es decir, durante un cierto número de circun­
valaciones de la Tierra alrededor del Sol. Al fin y al cabo, el mero tras­
curso del tiempo no causa la pauta cíclica de crecimiento del árbol, sino
que esa pauta la causan las variaciones en las condiciones climáticas,
causadas a su vez por variaciones en la distancia del Sol y en la orienta­
ción hacia el mismo a medida que la Tierra gira en su órbita. De modo
que ¿por qué habríamos de decir que la configuración de los anillos re­
presenta el hecho de que el árbol tien e un d eterm in a d o número di
añ os en lugar del hecho totalmente distinto de que el árbol h a vivido
durante un determ inado núm ero d e ciclos clim áticos? Parece que no
nemos ninguna buena razón para decir esto, excepto que puede ser que
estemos más interesados en la configuración de anillos por lo que ésta
nos revela acerca de la edad del árbol que por lo que nos dice aceita
del numero de ciclos climáticos durante los cuales ha vivido el árbol
es e un punto de vista objetivo, la configuración de anillos es port‘l
ora e i ormación acerca de toda la cadena causal de procesos ql,l>
dieron lugar a ella y no sólo sobre un estadio particular de esa cadena
sto no crea ningún problema para lo que podamos decir acerca cie I*
on iguracion de los anillos de un árbol, pero sí crea un problema p*l1ira

86
_______________________________________________ _ _ Contenido mental
una teoría causal del contenido de las creencias, pues el hedió es que
una creencia C representará el mundo como algo que contiene un esta­
do de cosas totalmente específico, £ y no tocio estado de cosas que
quizás junto a £, pueda ser causalmente responsable para la generación
de C Podríamos denominar a este problema el problem a de la especifi­
cidad del con ten ido
Otro problema para una teoría causal del contenido de las creencias
es que, incluso si pudiera explicar con éxito el hecho de que una creen­
cia represente correctam en te el mundo como algo que es de una deter­
minada manera, no está claro que pudiera explicar con éxito el hecho de
que una creencia represente erróneam en te el mundo como algo que es
de una determinada manera. Por descontado que no todas nuestras cre­
encias son verdaderas; una creencia, C es falsa si C representa el mundo
como algo que contiene un cieno estado de cosas, £, cuando de hecho
el mundo no contiene E\ Pero el problema es que si el mundo no contie­
ne £, entonces E no puede ser una cau sa de C. Más bien C tendrá otros
estados de cosas realmente existentes como causas, y parece entonces
que la teoría causal haya de juzgar que C representa —con verdad— el
mundo como algo que contiene algunos o todos estos estados de cosas,
en lugar de como algo que contiene E. Dicho brevemente, la teoría cau­
sal parece condenada a tratar todas las creencias como creencias verda­
deras, lo que es absurdo. Consideremos de nuevo el ejemplo de los ani­
llos de un árbol. Si descubriéramos un árbol que tuviera, supongamos,
veinticinco anillos, sabiendo que el árbol en realidad ha vivido veintiséis
años, ¿qué diríamos? ¿Diríamos que la configuración de los anillos repre­
senta erróneam ente la edad del árbol? Puede argumentarse que no debe­
ríamos decir eso; la configuración de anillos de un árbol no yerra o
miente, literalmente, aunque podamos ser inducidos a error por ella Lo
que probablemente conjeturaríamos en tal caso es que las condiciones
climáticas por las que ha pasado ese árbol concreto deben haber sido ta­
les que para que se dibujara uno de sus anillos se necesitaron dos años
en lugar de uno. Ciertamente la configuración de los anillos del árbo no
cs portadora de información ‘falsa’ acerca de su historia causal, porque
parece que la noción de información ‘falsa’ ni siquiera tiene senti o en
tal contexto. Sin embargo, la verdad y la falsedad son realmente propie
tlades de nuestras creencias, propiedades que una teoría adecúa a e a
representación mental debe ser capaz de explicar, y la teoría causa e
contenido parece estar mal pertrechada para hacerlo. Podemos enoi
nar a ^ te segundo problema el problem a de la representación errone

REPRESENTACIÓN ERRÓNEA Y N O R M A L ID A D

Tal vez, sin embargo, los dos problemas que le heñios p la n ^ ^ ^ ^


mna teoría causal del contenido sólo amenacen a una yersi ' s_
ente simplificada de ese enfoque, como la que ejemp 1

87
Filosofía d e la m ente ____________________________________________________________________________________________________

ta (1) formulada anteriormente.15 Puede sugerirse, por ejemplo. (,lK ,.|


problema de la representación errónea podría superarse haciendo u u
renda a las causas norm ales de un tipo dado de creencias, en luga, qr
simplemente a las causas reales de esta o aquella d eterm in a d a uvuui,
o ejem plar f e creencia. Podría recurrirse a esta distinción en el caso , |t
la configuración de los anillos de un árbol. Poi ejemplo, aunque im.i
configuración de veinticinco anillos en un determinado árbol pudn ,
concebiblemente ser producida como resultado de cambios climáticos
que se prolongaran durante veintiséis años, tenemos razones para <.iva
que esto sería sumamente inusual. Por regla general, una configuración
de veinticinco anillos en un árbol es una indicación sumamente lubk
de que la edad del árbol es de veinticinco años. De modo que podría­
mos decir a la postre que una configuración anormal de veinticinco
años producida en veintiséis años ‘representaría erróneamente la edad
real del árbol en cuestión. Esto lo podríamos decir si sostuviéramos que
la razón por la cual una configuración de veinticinco anillos en un de­
terminado árbol ‘representa’ la edad de ese árbol como de veinticinco
no es el que esta configuración en p a r tic u la r haya sido causada por un
crecimiento de veinticinco años, sino más bien el que esta configuración
particular es de un tipo n orm alm en te causado por un crecimiento de
veinticinco años. Podríamos extender esto para modificar de modo simi­
lar nuestra anterior propuesta relativa al contenido de las creencias (1 >.
obteniendo algo como lo siguiente:

(2) Una creencia C representa el mundo como algo que contiene un


estado de cosas E de un cierto tipo exactamente en el caso de que
un estado de cosas del tipo E sea normalmente la causa de una
creencia del tipo C.

Podríamos decir entonces que una creencia C representa erronai-


mente el mundo como algo que contiene un estado de cosas E de un
cierto tipo exactamente en el caso de que un estado de cosas del tipo £
sea normalmente la causa de una creencia del tipo C} pero C no sea
causada de hecho por un estado de cosas del tipo E.
Sin embargo, hemos de examinar con sumo cuidado la nocion <JL
normalidad que aquí interviene. En el caso de las configuraciones de
anillos de árboles parece que sólo podríamos apelar a una noción esW
dística f e normalidad; en este sentido, decir que una configuración d<-
veinticinco anillos está causada n orm a lm en te por un crecimiento e
veinticinco años; es decir que hay una probabilidad muy alta de que es»
configuración tenga la causa mencionada. Pero el sentido en que es
norma que las creencias representen con verdad o correctamente u

o fM in d íC ^lh ^t A' f.0d0r' Psychose>n‘"Utcs: The Problem o f Meaning in the


«■ *— <• ■ »“ - — <•

88
_____ ------------------------------------------------ -------- ------- Contenido menta!
es estadístico sino ideológico, pues la verdad es la fin alid ad o el objeti­
vo de la creencia y las creencias que no los alcanzan son por ello critica­
bles. Puede ser totalmente 'normal', en el sentido estadístico, que las
creencias sean causadas por estados de cosas que sean contrarios al mo­
do en que esas creencias representan el mundo. Esta es, al fin y al cabo,
la base de muchas de las ilusiones de la percepción. Por ejemplo, es
muy frecuente que una persona que ve un objeto en el fondo de un
contenedor de agua suficiente profundo crea que el objeto está más cer­
ca de la superficie de lo que lo está en realidad, y sin embargo el que se
encuentre en la profundidad en que aquél está es causalmente respon­
sable de su creencia errónea, pues si estuviera donde esa persona cree
que está, entonces le parecería que se encuentra todavía más cerca. Su­
cede también que es algo muy común que las personas muestren un
optimismo injustificado o que se hagan ilusiones al creer que se da cier­
to estado de cosas, cuando en realidad éste no ocurre. Las podemos cri­
ticar por tener esas creencias erróneas porque no llegan a satisfacer la
norma de la verdad, pero si dijéramos que lo que una creencia repre­
senta como algo que sucede es sólo cuestión de cuál es la causa proba­
ble de tal creencia, la idea de que hay tipos de creencias que por lo co­
mún son falsas carecería de sentido. Sin embargo, el problema que
ahora se plantea es que, si bien la noción estadística de normalidad no
puede negarse que sea una noción acorde con una naturalista, que no
se apoya para nada en una noción previa de contenido mental, no está
nada claro que pueda decirse lo mismo acerca de la noción teleológica
de normalidad. El hablar de ‘finalidades' y ‘objetivos’ parece tener un ca­
rácter inevitablemente mentalista. Sólo los seres dotados de una mente
los sujetos de experiencia— pueden literalmente tener finalidades y
objetivos, y los tienen precisamente en virtud de que poseen estados
mentales con contenido, como las creencias y los deseos. Si esto es así,
y si la noción estadística de normalidad no le sirve a la teoría causal del
contenido de ayuda alguna para resolver el problema de la representa­
ción errónea, entonces la teoría causal parecería simarse al borde e
fracaso. Tampoco debemos olvidar que la teoría se enfrenta a otros pro
olemas. Uno de ellos es el de la especificidad del contenido, que a ecta
a ,a Propuesta (2) igual que a la (1). (Otro problema lo plantean las cre­
encias cuyo contenido concierne a l fu tu ro —por ejemplo, la cree^cia ^
tjue lloverá mañana— , pues no aceptaríamos decir que la lluvia e
oana es la causa de la creencia de hoy, ya que esto implicaría una c
salidad retrocesiva.)

EL ENFOQUE TELEOLÓGICO DE LA R E P R E S E N T A C IÓ N

sof A pesar de las sospechas que se acaban de <jnuncia' ’/ J S r a d ó n


comSiC° nSÍderan ^ ue Puecle efectivamente formuiiarse iais y qUe
Patamente naturalista de determinadas nociones e

89
Filosofía d e la m ente

estas nociones pueden entonces utilizarse, sin caer en un riruiln


so como base de una explicación naturalista del oiígen del conu-rnG,
mental.16 Aquí la idea clave es recurrir a la teoría biológica de la ev„iú!
ción por selección natural, siendo el supuesto subyacente el de (,lu |,)s
estados mentales son esencialmente estados de organismos bi()|(n,K()S
Es algo relativamente poco controvertido que muchas estructuras h1(,|„
gicas tienen fu n cion es muy específicas, por ejemplo que la función dd
corazón es bombear la sangre haciéndola así circular por el cuerpo ]n
cluso podríamos decir que el corazón late como lo hace a J'in de hom
bear la sangre haciéndola así circular por el cuerpo. Esto no sena smi)
atribuir al corazón cierta fin a lid a d u objetivo; verdaderamente sería des.
cribirlo como algo que fu n c io n a al modo en que lo hace como mala,
para un fin . Y tal terminología tiene por entero un carácter explium
mente ideológico. Por supuesto que la mayoría de nosotros no pensa­
mos que el corazón haya sido d iseñ a d o , literalmente, para que fnnuom
de ese modo; al menos no en un sentido que implique que es el pro
ducto de un diseñador inteligente. Más bien pensamos que los eora/o
nes abundan en el reino animal porque las criaturas que poseen tales
órganos están bien adaptadas a su entorno, y en consecuencia sobren
ven lo suficiente como para pasar a su descendencia genes que hacen
que ellos también tengan corazones. En breve, los corazones han mcJu
seleccionados por su capacidad para bombear sangre porque ese
es adaptativo, y esa es la razón por la que podemos describir el corazón
en términos al parecer teleológicos, como algo que tiene la función de
bombear la sangre haciéndola así circular por el cuerpo.]h El cora/on
hace otras muchas cosas que no es fu n c ió n suya hacer porque los cora
zones no se seleccionaron por estos otros rasgos. Por ejemplo, el cora
zón hace un determinado ruido al latir que puede oírse con la ayuda del
estetoscopio. Pero no es fu n ció n del corazón hacer este ruido porque la
posesión de un corazón no aumentó las posibilidades de supervivencia
de nuestros antecesores en virtud de que el corazón producía ese nudo
Pues bien, del mismo modo en que ha habido selección por algu
nos de los rasgos fisiológicos de los animales en el transcurso de la

Dos importantes desarrollos de esta idea pueden encontrarse en Ruth Garren M'l
kan, t f nguage, Thougbt a n d Oíher Biological Categories New F o u n d a tio n for M 1»
i M n o f 1 Press’ 1984) y David Papineau, RealUy a n d R ep resen ta d ' .
lisni(Oxf T V i ^ \ , CaPÍUd ° ái' Véase también David Papineau, Philosophical ¡ 1
tero (Oxford: Blackwell, 1993), capítulo 3. U
n o c i ó n t J Xr eS,0n 4ajnción’’ lomada en este sentido, no debería ser confundida.

-las func'^
aS° CÍada 3 la d° Clrina del funcionalismo’, que se ha p i * - " wdotn
les nrnnioc-
nes Droninc* „ “ V" , “lim
iní ° rn.ación
1.a ción sobre las funciones en este sentioo
sentido —
^^ ^ 0/M
BiologicalCalegories á ^ o T 'k ™ - ' Millikan• Lan^ ta&c’ 'r ho,l^ b l '

lógico d ^la ■rcnreslfnta^


' y sele^c ''ón por1 un rasgo y su significación para c|
el en foqu é
Pc-nguin B ooltf Twwf 6 " ’ yease Dan,el C Denne«. D a rw in ’s D angerous h ! w {l id■pr
Mass •MIT Press 1QR7\ PP 4° ? ’8 V¿ase también su The lntentional Stance <Ca
o /;, capitulo 7.

9 0
--------------------------------- --- ------ ---- Contenido mental
____ _____—
lución, así también, muy plausiblemente, ha habido selección por alen-
nos de los rasgos m en tales y conductuales. Consideremos, por ejemplo
los diversos gritos de alarma que utilizan los totas o monos verdes del
África oriental para alertar a otros monos de la presencia de diversos ti­
pos de predador.19 Un tipo de grito parece representar la presencia de
águilas, otro la presencia de serpientes y un tercero la presencia de leo­
pardos. Nótese que aquí estamos ya hablando de un sistema de repre­
sentación,, un sistema que podemos suponer razonablemente que tiene
un origen evolutivo. ¿Qué es lo que nos permite decir, sin embargo, que
determinados tipos de gritos tienen la función de alertar a los monos de
la presencia de un tipo específico de predador, las aginias por ejemplo'-'
Una respuesta evolucionista a esta pregunta podría proceder del modo
siguiente. En primer lugar, deberíamos caer en la cuenta de que serian
tipos de conducta diferentes los que les posibilitarían a los monos evitar
ser atacados por diferentes tipos de predador. Así, en presencia de águi­
las, la protección la proporcionará correr a refugiarse bajo los árboles,
pero tal conducta no proporciona protección frente a las serpientes. Los
monos que estén predispuestos genéticamente tanto a emitir determina­
do tipo de grito en presencia de águilas como a responder a ese tipo de
grito buscando refugio entre los árboles tendrán en consecuencia mayo­
res posibilidades de sobrevivir a los ataques de las águilas —y de pasar­
les tal predisposición a sus descendientes— que los monos que no están
predispuestos a conducirse de ese modo. Al parecer, pues, la razón por
la que podemos decir que este tipo de goto tiene la función de alertar a
los monos de la presencia de las águilas es que ha habido selección por
esta predisposición, porque ayuda a los monos a evitar un ataque de las
águilas.
Nótese el modo en que este enfoque de la representación difiere
de la explicación causal que antes ilustrábamos mediante el ejemplo de
las configuraciones de los anillos de los árboles. Para empezar, el pre­
sente enfoque intenta explicar por qué un cierto tipo de grito representa
lo que representa p a r a los m onos qu e hacen este tipo de gñto, mientras
que en el ejemplo de los anillos de los árboles no se sostenía que una
determinada configuración de anillos representara alguna cosa paia^ e
árbol que m uestra esa configuración. Esto inmediatamente hace que e
enfoque teleológico resulte más atractivo como explicación potencia
b base de la representación mental, pues también tal representación r
Presenta algo ‘para’ los sujetos de los estados representacionales en
cuestión. Nótese, a continuación, que en el enfoque teeoogic
sostiene — algo que implicaría el enfoque causal que un e

o r |*arj ampliar el trasfondo de este ejemplo, véase Doroth) " ?ch,caeo- Uni-
v*y :lrth' H °w Monkeys See the World: Inside the Mind o/Ano ir enc¡as fiiosófi-
car>,lA°f Chica&° Pr¿ss, 1990), capítulo 4. Para la discusión <í as ^ _pangjos_
siañ DéaSC. DanieI C< D e n n c t t , ‘Intentional .Systems in Cognu 543. 90, reimpreso
aratiigm" Defended’, Behavioral and Dratn Sciences 6 (
SU totentional Stance, capítulo 7.

91
Filosofía de la mente
tipo de grito que los monos hacen represente la presencia de
simplemente porque la presencia de águilas c a rn e n orm alm en te (jlu. |,)s
monos emitan gritos de ese tipo. Deberíamos de lecordar aquí de niu*\u
el problema de la especificidad del contenido. Cuando la presan i.i
una águila causa que un mono emita uno de estos gritos, presunui^.
mente lo hace porque un águila que se cierne en lo alto o que se pu*u
pita al vacío presenta una silueta característica al recortarse en el linna
mento, la cual constituye el indicio visual necesario para que el mon()
produzca el grito. Un dato que proporcionaría apoyo a esta afirman.,n
sería que, al simular la presencia de un águila haciendo volar una cune
ta con silueta de águila, se pudiera con ello provocar que un mono pm
dujera el grito aun en ausencia de águilas. Con todo, lo que nos paruv
ría acertado decir sería que lo que ese tipo de grito representa para U
monos que lo utilizan es la presencia de ág u ila s, no la presencia de un
cierto tipo de silueta. Sin embargo, la teoría causal no explica que es |()
que nos permitiría decir esto, porque es tan verdad decir que la presen
cia de ese tipo de silueta provoca normalmente que un mono produzu
ese tipo de grito como lo es decir que la presencia de un águila piorna
normalmente que un mono lo produzca. En circunstancias normales la
presencia de un águila hace que se dé la presencia de la silueta caracte­
rística, lo que a su vez provoca que el mono produzca el grito, y aun asi
lo que nos parece acertado decir es que lo que el grito representa es
únicamente una de esas causas — la presencia del águila. Una teoría te
teológica de la representación puede explicar qué es lo que nos permite
decir esto, pues sus defensores señalarán que la conducta de gnto-y-
ocultamiento de los monos es adaptativa dado que les ayuda a evitar el
ataque de las águilas,, son las águilas y no sus siluetas las que suponen
una amenaza para la supervivencia de los monos, aunque sus silueta*
les suministren a éstos el indicio o la señal visual de la presencia de
aquéllas, si bien, ciertamente, si todas las águilas del entorno de los mo­
nos se sustituyeran por numerosos chicos que, haciendo volar cometa*
desencadenaran constantemente la conducta de grito-y-ocultamiento de
los monos, esa conducta dejaría pronto de ser adaptativa porque los
monos perderían tiempo y energía en una actividad innecesaria.
Al parecer, pues, una teoría teleológica de la representación puede,
al menos en principio, superar el problema de la especificidad del con­
tenido. Igualmente, parece que puede, en principio, superar el proble­
ma
• e la representación
- errónea,
------— puesvcuando
u ai
íuw aa una
una westructura
u «vw.— biología

e podemos atribuir una fu n ción , en el sentido evolutivo que se ha ex-


pilcado antes, podemos decir también que esa estructura funciona erró­
neamente, como cuando un corazón no bombea sangre como debiera
¿>i un mono produjese un grito del tipo ‘águila’ en presencia de una co­
me in anti en lugar de hacerlo en presencia de un águila auténtica,
íamos que el grito es una ‘falsa alarma’, y, de acuerdo con la teoría te
nanfpl’r C<m eS? 5orrecto Porclue el grito no serviría al pr°P°*‘
P ual lo ha ‘diseñado’ la evolución. Esta es una solución al I

92
------------------- -------------------------------------------------------------- ---- ----------- --- - - ('Omítemelo mental
bien» de la representación errónea mejor que k, que esbozamos -mi,,
nórmente, la cual recurría - e n el contexto de una teoría causal T u
representación— a una noción meramente estadística de nornnlid.H
Observábamos entonces que en esa solución no cabía el hecho de
en determinadas circunstancias las representaciones falsas n u e ch r/T
más comunes que las verdaderas. La teoría ideológica sin embarco' sí
puede habérselas con este hecho. Por ejemplo, en circunstancias en eme
la mayoría de las águüas del entorno de los monos se hubieran sustituí
do por chicos que hicieran volar sus cometas, la mayoría de los aritos
del tipo ‘águila’ de los monos serían falsas, pero sus gritos sen irían aún
para representar — aunque falsamente— la presencia de aginias puesto
que es por ello por lo que fueron diseñados por la evolución aunque se
diera entonces una elevada probabilidad de que un grito de este tipo no
lo desencadenase la presencia de un águila.

OBJECIONES A UNA EXPLICACIÓN TELEOLÓGICA DEL


CONTENIDO MENTAL

Estas ventajas de la teoría teleológica de la representación con res­


pecto a la teoría causal pueden animarnos a tratar de extenderla al caso
de la representación m en tal, es decir, a los estados de actitud de los su­
jetos de experiencia. Sin embargo, no deberíamos subestimar las dificul­
tades de hacer esto. Hay una distancia muy grande entre los sencillos
gritos de alarma de los monos y los procesos de pensamiento de los se­
res humanos. Volveremos sobre estos temas en el capítulo 7, cuando
examinemos la relación entre lenguaje y pensamiento, en - , •‘
gunas cuestiones importantes de principio que se mterponei < ^
cación del enfoque teleológico al fenómeno del contení ‘ no
es que el enfoque teleológico tiene una base biologica; mi ser po_
está nada claro que los estados mentales con contení ° P ‘ , c|aro
seídos sólo por organismos biológicos; en realida , ni siq j —
que tales estados puedan serles atribuidos a o/gflwtt/wos. , ^ ex_
como vimos en el capítulo 2— puede defenderse qu jco Q con
periencia no ha de ser id en tificado nunca con su cu H? ese cuerpo
alguna parte del mismo, como el cerebro, aunque ‘ filósofos
(Volveré sobre este asunto en el capítulo 10) Acem. , . to fie ex-
piensan que es perfectamente inteligible suponer , iC(^ no biológi-
periencia pueda tener un cuerpo completamente m ‘ cuando exami-
co, posibilidad sobre la que volveremos en el capi j
nemos las perspectivas que ofrece la inteligencia ar^ i * q conteni-
Otro problema importante para el enfoque un contenido
dental es que, según el mismo, el que un es a ^ yna cuestión en
u otro, o el que tenga siquiera contenido a gun > r¡atUras que p°se'
firan medida a decidir por la historia evolutiva e ‘ qUe es impo-
en estados de ese tipo, Esto, sin embargo, paree

93
Filosofía d e la m ente

sible en principio que un ser posea estados mentales con contenido —


como creencias y deseos— , a menos que ese sei sea el produc to d<,j ]<t
evolución por selección natural, lo cual es sumamente contraintmii\-()
pues supongamos que — por un procedimiento distinto al proc eso noi
mal de reproducción sexual, sea el que sea, tanto da si es natural o .m()
artificial— se produjera un duplicado molécula-a-molécula de un deter­
minado ser humano, reproduciéndose con todo detalle las estructuras
neuronales del cerebro de ese ser humano. No nos sorprendería cpie l.i
copia se comportara de un modo muy parecido al de la persona original
y, si así lo hiciera, nos sentiríamos fuertemente inclinados a atribuir a la
copia creencias y deseos muy parecidos a los que le atribuiríamos a la
persona original. Pero, según parece, de acuerdo con el enfoque telen
lógico estaríamos equivocados en hacer eso; incluso estaríamos equivo­
cados en atribuirle a la copia creen cias y d eseos, n o im porta cuáles, por
que la copia no sería el producto de la evolución por selección natural
Pero esto parece absurdo, pues parece claro que el que una criatura po­
sea estados mentales con contenido depende por completo de cuáles
sean las propiedades no históricas que esa determinada criatura posea
aquí y ahora, y no, en absoluto, de cuáles sean las propiedades que mis
antecesores puedan haber tenido en el pasado.20

CONCLUSIONES

En este capítulo hemos examinado tres temas relativos al contení


do mental que, aunque diferentes, se solapan: la pertinencia causal del
contenido mental, la especificación del contenido mental y el origen del
contenido mental. Con respecto al primer tema, no encontramos ningún
modo fácil de explicar la manera en que el contenido mental podría ser
causalmente pertinente, dado que las proposiciones que constituyen di­
cho contenido son entidades abstractas. Pero no quedamos persuadidos
de que este problema nos debiera hacer abandonar nuestra concepción
de sentido común o de ‘psicología popular’ de la naturaleza de los esta­
dos de actitud o nuestra convicción intuitiva de que puede recurrirse a
ellos legítimamente para explicar la conducta humana. Por lo que ies­
pecia al problema de cómo se ha de especificar el contenido mental, tn
contramos razones a favor de una concepción ‘amplia’ del contenido
según la cual los contenidos de los estados de actitud de una persona
muy frecuentemente se determinan, al menos en parte, por las relacio
nes de esa persona con su entorno físico. No vimos que hubiera razón
para excluir por incoherente una concepción ‘reducida’ del contení a
pero no quedamos convencidos de que sólo tal concepción sea comp*1

Para una crítica de la teoría teleológica en esta línea, véase Roben Cummins- á/o
m ng a n d Mental Representation (Cambridge, Mass.: MIT Press, 1989), capítulo 7
proseguir la discusión, véase D. Papineau, Pbilosophical Naturalism, pp. 91-4-

94
- —- “ ' ” — — - - Qwtemdn mental
tibie con el papel explicativo que queremos atribuirles a los csr-uin i
actitud. Finalmente, con respecto a la cuestión de que es lo Qll ?'
un contenido específico a un estado de actitud dado no h a lh n l .l iT '
de graves dificultades a ninguno de los enfoques naturalistas más ¡ J í í
«ntes - l a teoría causal y la teoría teleológica-. Ambas teorías n Z
cionan explicaciones totalmente razonables de ciertos tinos de esta I
representacionales que se dan de modo natural, pero no parece narh
sencillo aplicar ninguna de ellas al tipo de representación mental núes
presenta en los estados de actitud de sujetos inteligentes de experiencia
Está claro que si pudiéramos extender una teoría cabalmente naturalista
de la representación, sea causal o teleológica. al caso de los estado's
mentales con contenido, entonces podríamos esperar avanzar algo en el
problema de la pertinencia causal del contenido mental, pero esto pare
ce por ahora como mucho una perspectiva remota. Los tres temas exa­
minados en este capítulo continúan, por tanto, presentando serios retos
lo que no debería sorprendernos, dada la dificultad que les es propia
Pero esta no es la última vez que habremos de tratar de ellos, pues vol­
verán a aflorar en capítulos posteriores en una forma u otra.
5
Sensación y apariencia
En los dos capítulos anteriores nos hemos ocupado ampliamente
de diversos tipos de estados mentales. Aunque nos hayamos centrado
principalmente en los estados de actitu d proposicion al como lo son las
creencias, hemos tenido también ocasión de mencionar los estados de
sensación, como el dolor o la náusea. Los estados de este último tipo
carecen de 'contenido proposicional’. Cuando alguien siente un dolor,
puede sentirlo ‘en’ una cierta parte del cuerpo, como el dedo gordo del
pie izquierdo, y, en consecuencia, tener la creencia de que el dedo gor­
do del pie izquierdo le duele. Pero debemos distinguir esa creencia —
la cual por supuesto tiene contenido proposicional— del dolor que da
lugar a ella, la cual no tiene ese contenido. Es verdad que decimos co­
sas como ‘Siento que el dedo gordo del pie izquierdo me duele, pero
este enunciado es más similar a la expresión de un juicio perceprual
que a un informe de que se está experimentando un determinado tipo
de sensación. En esta clase de informe, un término que denota un cier­
to tipo de sensación figura como un objeto gramatical directo de un
verbo como ‘sentir’, como en ‘Siento un dolor en el dedo gordo e pie
izquierdo’.
Un ejemplo de oración que expresara claramente un juicio percep-
tual sería ‘Veo que el árbol está ante la casa’, en la cual e ver o om
como objeto una oración introducida por un ‘que. Pues bien, os esa
dos perceptuales, como lo es la experiencia de ver que un ar o
te una casa, son algo peculiares, en tanto que se asemejan para
a los estados de actitudes proposicionales y parcialmente a
de sensación. Se parecen a estos últimos en tanto en cua*V . ana_
características cualitativas — los conocidos ‘qualia’ de la e\p ‘ ‘
Hzados en el capítulo 3— , pero se parecen a los primeros t __un
tipo de contenido conceptual. Puede suceder qut g ^
nmo pequeño, por ejemplo— vea que un árbol esta pTedebe ser
clue posea los conceptos de árb o l o casa, pero par q
caPaz de agaipar los objetos en cuestión bajo concep b . oarece im-
Para tener tal experiencia perceptual, ya que tal expe cje ¿ eter-
P lcar el reconocimiento de esos objetos en cuanto QU , algunos te-
amados tipos. Tendremos que posponer la co n ste « ítu|0 CUando
n?as cornplejos aquí implicados hasta el proxmi ‘ ,icjad
bordemos las teorías de la percepción con mayor pr

97
Filosofía d e la m ente

En lo que vamos a concentrarnos en el capítulo presente es cn


aquellos rasgos cualitativos de la experiencia que paiecen estar presen
tes tanto en los estados puramente de sensación los dolores. p()r
ejemplo— como en los estados perceptuales como las experiend.i vi­
suales. Una de las cosas que habremos de hacer es ver qué es lo qiUr
motiva nuestro modo de hablar de las experiencias como algo que po­
see tales rasgos cualitativos. Otra de las cosas que haremos será exann
nar las implicaciones ontológicas de tal modo de hablar: ¿deberíamos o
no deberíamos reificar los ‘qualia’ de la experiencia, considerándolos
como objetos ‘internos’ de la consciencia presente en la experiencia, a la
manera en que lo hacen los llamados teóricos de los ‘datos sensoriales'
Finalmente, habremos de examinar las consecuencias que tienen estos
rasgos cualitativos de la experiencia para nuestra concepción de las pro­
piedades que adscribimos a los objetos ‘externos’ de la percepción, poi
ejemplo, cosas como árboles y casas, pues muchas de estas propieda­
des, como las propiedades de color, por ejemplo, puede parecer que
tienen que ver más con el modo en que experimentamos los objetos en
cuestión que con la manera en que estos objetos son en sí mismos

APARIENCIA Y REALIDAD

Es algo comúnmente aceptado que las cosas no son siempre en re­


alidad como parecen sen las apariencias pueden ser engañosas. Sin em­
bargo, existe el peligro de exagerar este tópico y convertirlo en una doc­
trina de significación cósmica al hablar de ‘Aparencia’ y ‘Realidad’ como
si fueran ámbitos separados por un abismo insalvable. En todas las épo­
cas, los escépticos se han visto siempre tentados de hacer esto. Un pun­
to de vista más sensato, aunque menos excitante, es aceptar que hablar
acerca de cómo parecen ser las cosas es parte integrante del hablar acer­
ca de cómo son realmente. Al considerar una determinada moneda. e>
un hecho tan objetivo el que ‘parezca’ elíptica cuando se la ve desde un
ángulo oblicuo como el hecho de que ‘realmente’ tiene la forma redon-
da, Es verdad que comúnmente juzgamos cuál es la forma de una cosa
observando cómo parece esa cosa desde direcciones distintas, y qtie a
veces estos juicios pueden estar equivocados, Pero no deberíamos preo
pitarnos a concluir, a partir de este y otros ejemplos similares, que sola
mente podemos observar las ‘apariencias’ de las cosas y que nos venios
obligados a apoyarnos en inferencias dudosas para poder juzgar cuáles
son sus propiedades ‘reales’. El paso cuestionable es la reificcición e
las apariencias, es decir, suponer que las ‘apariencias’ son ellas misiva*
objetos de observación e, incluso, los objetos de observación ‘inniedia
tos a partir de los cuales debe inferirse el conocimiento sobre los lian1*1
dos o b jeto s‘externos, como por ejemplo las monedas. En el modo
hablar común no resulta nada perjudicial parafrasear la oración La niu
neda parece elíptica’ por medio de la oración ‘La apariencia de la m°ne

98
-------------------- apariencia
da es elíptica’. Sólo hemos de temer un perjuicio cuando un filósofo
asume sin justificación que la segunda oración implica que hay algo_la
•apariencia de la moneda’— que es elíptico.
Lo que se requiere hacer en este momento es atender con más de­
tenimiento al modo en que usamos el verbo ‘parecer’ y determinados
otros verbos relacionados, como el verbo ‘sentir’. Estos verbos tienen al
menos dos clases de uso característicos, un uso epistémico y uno fen o­
ménico} Consideremos primero el siguiente caso. Me encuentro al lado
del mar, observo una figura distante en el agua que está agitando el bra­
zo y me digo: ‘Ese bañista parece estar saludando’. Lo que estoy hacien­
do en ese momento es hacer el juicio precavido de que el bañista está
saludando, reconociendo que podría estar equivocado, pues quizá no
esté realmente agitando el brazo sino ahogándose. Este es un uso epis­
témico de ‘parecer’ — ‘epistémico’ porque lo usa un hablante para mati­
zar o atenuar una afirmación implícita de conocimiento que él hace. Pe­
ro com parem os ah o ra este caso con el ejem plo de la moneda
mencionado anteriormente, en el que el hablante dice ‘La moneda pare­
ce elíptica desde este ángulo’. Está claro que aquí el hablante no está
expresando el juicio precavido de que la moneda es elíptica (mucho me­
nos que es elíptica ‘desde este ángulo’. lo cual no tendría ningún senti­
do). ¿Qué es, pues, lo que el hablante está tratando de expresar en este
caso? Antes de aventurarnos a contestar esta pregunta, consideremos
unos cuantos ejemplos más de esta misma clase. Cuando vemos un bola
roja debajo de una luz azul, podríamos decir ‘Con esta luz la bola pare­
ce negra’. Al poner una mano fría dentro de un recipiente de agua ca­
liente, podríamos decir ‘Siento caliente la mano en esta agua’. Cuando
bebemos un vino seco justo después de comer algo muy dulce, podría­
mos decir ‘Este vino me sabe amargo’. Al parecer, en cada caso se está
tratando de expresar algo acerca de cóm o es percibir un objeto bajo de­
terminadas condiciones poco usuales. Dicho de otro modo, se está tra­
tando de transmitir algo acerca del carácter cualitativo o f e n o m é n ic o de
tas propias experiencia perceptuales, en lugar de algo sobre el objeto
que se está percibiendo (la moneda, la bola, el agua o el vino).
¿Qué sign ifica, pues, exactamente una oración como La mone a
parece elíptica desde este ángulo’, cuando ‘parecer’ se usa en lo que a
maré su sentido ‘fenoménico’? Quizá signifique algo más o menos como
esto: ‘Ver la moneda desde este ángulo es como ver un objeto elip i
ue frente’. Aquí se está comparando una tipo de experiencia Pelxf P
COn otro para llamar la atención sobre un rasgo cualitativo que an
pos de experiencia tienen en común y transmitir a los inter ocu ‘
1 ea de cuál es ese rasgo cualitativo. Remarquemos cua es

t r a d i . ^ rmyoreii detalles sobre el uso de los verbos ingleses look A Repre.


sent A*1 *íor Parecer en español; N. de la 7!l, véase nnítulo 2. Véase tam-
bién* UV ^ eory (Cambridge: Cambridge Umversiiy Press 19 ‘ 2996) pp. 97-
t n o - p ^ ' ° f F~ ^ n c e (Cambridge: Cambridge University 1 ass, 1/9

99
Filosofía d e la m ente

experiencia peceptual que se escoge para efectuar la comparac ión


escoge una experiencia que en algún sentido es ‘estándar', normal u
‘óptima’ para el propósito de formar un juicio fiable por lo que ivsjxx ta
a la propiedad relevante del objeto percibido. Así, para formar un ÍUK
fiable relativo a la forma de un objeto delgado y plano como es una
moneda, lo mejor que se puede hacer es mirarla de frente. (Aquí, pre­
supuesto, estoy hablando de su ‘forma’ en las dos dimensiones en las
cuales se extiende en el mismo plano: si se quiere ver cuán delgada o
se tendría que mirarla de perfil). De manera similar, para formarse un
juicio fiable sobre la superficie coloreada de un objeto, lo mejor que se
puede hacer es mirarlo a la luz del día. La luz del día constituye la con
dición ‘estándar’ o ‘normal’ para ver las superficies coloreadas de los ob­
jetos.2 Por tanto, quizá podamos decir, generalizando, que una oración
de la forma ‘El objeto O parece F e n condiciones C ‘— donde ‘parecer
tiene un sentido fen om én ico— significa algo como lo siguiente: ‘Perc ibir
un objeto O en condiciones C es como percibir un objeto que es F en
condiciones normales para la percepción de objetos que son F'
Si el propósito del uso fenoménico de ‘parecer’ es transmititr algo
acerca de los rasgos cualitativos de nuestras experiencia, ¿por qué he­
mos de recurrir a tal procedimiento indirecto? ¿Por qué no describir esos
rasgos ‘directamente? Pero, ¿cómo podríamos haber generado el voca­
bulario necesario? No es un mero accidente que el lenguaje común con­
tenga pocos recursos para describir directamente los rasgos cualitamos
de nuestras experiencias. De niños aprendemos necesariamente antes
que nada palabras para describir objetos que nosotros y otros hablantes
de nuestra lengua podemos percibir en común — objetos como mone­
das, bolas y contenedores de agua. Como parte de este proceso apren­
demos las condiciones en las que estamos mejor situados para formar
juicios fiables basados en la observación acerca de qué propiedades tie­
nen esos objetos y de cómo es mejor describirlos. Es un logro intelectual
relativamente complejo darse cuenta de que, al ser perceptores de obje­
tos, somos también sujetos de experiencia perceptuales y que nuestras
experiencias perceptuales pueden ser descritas de diversas maneras Pe­
ro no necesitamos (y posiblemente no podamos) aprender todo un ' ()_
cabularío nuevo para describir esas experiencias. En su lugar podemos
simplemente explotar el vocabulario descriptivo que hemos ya aprendí
do a aplicar a los objetos de percepción que nos resultan familiares con
la ayuda de verbos como ‘parecer’, usados en su sentido fenoménico
Pero, por supuesto, este procedimiento encierra algunas trampas para ü
lósofos poco precavidos, ya que podríamos vernos tentados a supone
que el vocabulario descriptivo que se aprende originalmente para °s
objetos de percepción que nos son familiares y ‘externos’ se aplica Üte

Aquí debemos hacer una advertencia, puesto que la noción de condicic


estándar
o ^ or™a sido cuestionada por algunos filósofos. Véase, por ejemplo, < L Hardin-
Colorfor Philosopbers (Indianápolis: Hackett, 1988), pp. 67 y siguientes.

1 0 0
------------- ------ totsacUm yaparíencia
mímente tam bién — o quizá realmente se aplican s ó l o - i
cualitativos de nuestras experiencias. De ese modo n a á / ! S nlSfias
tentados a suponer que los rasgos cualitativos de nuiL™ m nos
son ellos mismos ‘elípticos’ o ‘negros’ o ‘calientes’ o ácidos'
siblemente esos adjetivos sólo sean aplicables propiamente i , P<>
famihares que percibimos en lugar de nuestras experiencias
les de los mismos. Algo que veremos más tarde enesle S , « Pr * '
de se sitúa la verdad en este difícil tema. ‘ P tu 0 es don_

LAS TEORÍAS DE LOS DATOS SENSORIALES Y EL ARGUMENTO


A PARTIR DE LA ILUSIÓN

He hablado ya de los peligros de reificar las apariencias y de supo­


ner que los términos descriptivos que nos son familiares, como elíptico’
y ‘negro’, se aplican literalmente a los rasgos cualitativos de nuestras ex­
periencias perceptuales. No obstante, algunos filósofos han combinado
estas dos líneas de pensamiento contrapuestas al tratar los qualia’ de la
experiencia como objetos ‘internos’ por derecho propio de los cuales
somos conscientes, objetos describibles como algo que posee realmente
las propiedades que los objetos ‘externos’ p arecen poseer Para apoyar
esta doctrina se ha apelado históricamente a un argumento por encima
de todos los demás, a saber, el conocido argumento a parí ir de la ilu­
sión? El argumento tiene cuatro pasos. Q) En primer lugar se apunta
que en ciertas circunstancias un objeto puede parecer que es de una
manera distinta a como es realmente. Por utilizar otra vez nuestro ejem­
plo, una moneda redonda parece elíptica cuando se ve desde un angu o
oblicuo. (2) Se sostiene a continuación que en estas circunstancias so
mos conscientes de algo que tiene realmente la propiedad que e o je o
en cuestión meramente parece tener; así, por ejemplo. se Si0Síienf ^
somos conscientes de algo que es realmente elíptico. (3 e í>en^r nq_
tonces que ese ‘algo’ no puede ser idéntico al objeto que merame
rece tener la propiedad en cuestión, puesto que esas cosas íen
piedades distintas. Por consiguiente, el objeto elíptico e ‘ ^ .
conscientes no puede ser la m on ed a, ya que ésta es recon a cinjes
W Finalmente, se afirma que incluso en circunstancias ^ _ __
Un °bjeto ‘externo’ no parece distinto de como tsJ L* ceen lon -
eÍemplo, cuando una moneda redonda se ve de ren ) conscien-
ces redonda— hay también un objeto ‘interno de cua " cuestión (en
tes, distinto del objeto ‘externo’, que posee la propie * último paso
este caso la redondez). El razonamiento que subyace este ca-
argumento es que no hay ninguna diferencia re ev«.

Para un a presentación del argumento a partir d e la ^ (Londres. Macmillan.


icum*’ v¿-*ase A J. Ayer, The Foutidations o f Empirícal
040), capítulo 1.

1 0 1
Filosofía de la m e n t e ------------------------------------ ------------------------------------------------------------------------- _

so especial y otros casos que difieren de él solamente de manera margi­


nal. Se afirma así que, si la existencia de un objeto interno del cual s().
mos conscientes debe ser reconocida en el caso de una moneda u>n
respecto a todos los ángulos de observación desde los cuales la monjía
parece elíptica, sin que para ello importe lo insignificante que sea el án­
gulo, sería arbitrario suponer que tal objeto interno no existe en el caso
límite en el que la moneda parece redonda, ya que se da una continui­
dad entre este caso y los casos anteriores. Estos supuestos objetos inter­
nos de los cuales seríamos conscientes han sido bautizados de diversas
maneras, pero lo más corriente es denominarlos ‘datos sensoriales
‘sensa’ (siendo las formas singulares de estos nombres ‘dato sensorial \
‘sensum’),**
Parece bastante claro que el argumento a partir de la ilusión conce­
bido al modo en que anteriormente lo hemos hecho, es decir, como un
argumento en favor de la existencia de los datos sensoriales, hace implí­
citamente una petición de principio — esto es, asume, al menos en par­
te, lo que se supone que ha de demostrar. Lo que se supone que ha de
demostrar es que, siempre que percibimos un objeto ‘externo’ (si es que
efectivamente hacemos eso alguna vez), de lo que somos ‘directamente
conscientes es de algún objeto ‘interno’, que posee realmente las pro­
piedades que el objeto externo parece poseer. Sin embargo, en el paso
(2) del argumento simplemente se afirma, sin prueba alguna, que en de­
terminadas circunstancias nosotros som os conscientes de algo que posee
realmente una propiedad que algún objeto externo meramente parece
poseen ¿Por qué deberíamos aceptar esto? Debemos conceder que. al
menos en algunos casos, el impulso a creer esto es muy fuerte. Inténte­
se, por ejemplo, realizar el siguiente experimento. Fíjese la vista en al­
gún objeto distante, tal vez un reloj que esté situado al otro laclo de la
habitación, y manténgase el dedo índice en alto unos cuantos centíme­
tros delante de la nariz. Parecerá que se ven dos dedos semitransparen­
tes que están un poco separados el uno del otro, uno a cada laclo del
objeto distante en cuestión. Es difícil resistir la tentación de decir que en
estas circunstancias se ven dos objetos de algún tipo, alargados y semi­
transparentes. Si esto es correcto, entonces al menos uno de estos objtj-
tos no puede ser el d edo propio, ya que dos cosas diferentes no pueden
ser idénticas a una misma cosa. Además, puesto que los dos objetos son
muy similares el uno al otro, parecería que no es justificable identih^
el uno y no el otro con el dedo propio, así que aparentemente debería
mos concluir que ninguno de ellos es el dedo propio y que nos pero1
tamos o somos conscientes directamente no del dedo propio sino ccj
dos objetos internos’ o datos sensoriales. Una posible respuesta a e-s1,1

í l. Para una defensa moderna y refinada de la teoría de los ciatos sensoriales, ^


Jackson, Perception: A Representative Theoy, capítulo 4 En otro tiempo yo mismo cle k .
ríosm le o n a ; nvt; a s c mi ‘Indirect Perception and Sense Data’, Phtlosopbical QtuitcrD'
PP' „ 2* MaS recientemente, los datos sensoriales han sido enérgicamente
didos por Howard Robinson en su Perception (Londres: Routledge, 1994).

1 0 2
______---- ---------------------------------------------------- - ___ Semación^ vjipanenaa
línea de razonamiento consiste en decir que involucra una confusión en­
tre el número de objetos que se ven y el número de actos de ver efec­
tuados, de manera que podría decirse que se ve realmente sólo un obje­
to alargado y similar a un dedo en las circunstancias descritas —<ísto es
el dedo propio pero que se ve por du plicado, una vez con cada ojo. Vis­
to con un ojo, el dedo parece levemente desplazado a la izquierda,
mientras que, visto con el otro, parece levemente desplazado a la dere­
cha. Sin embargo, el defensor de la teoría de los datos sensoriales puede
aceptar como correcta la descripción que hasta aquí se ha dado de la si­
tuación anterior, sin conceder que esté cometiendo un error al afirmar
que en esas circunstancias hay dos objetos ‘internos’ distintos de los
cuales somos conscientes. Incluso no dudará en sostener que está en
posición de poder explicar p o r q u é el dedo parece estar en dos lugares
diferentes a la vez; ello se debería a que están presentes dos aparien­
cias’ o datos sensoriales del dedo espacialmente separados. Con este
ejemplo creo que se habrá visto claramente que el debate entre los de­
fensores de la teoría de los datos sensoriales y sus adversarios no es un
debate que vaya a ser resuelto mediante un argumento simple y contun­
dente.

OTROS ARGUMENTOS A FAVOR DE LOS DATOS SENSORIALES

Además de apelar a las ilusiones, los defensores de la teoría de los


datos sensoriales apelan también a otro tipo de datos para apoyar su po­
sición. Apelan así igualmente a la existencia de las alucinaciones Lis
ilusiones y las alucinaciones se diferencian en lo siguiente. En el caso de
una ilusión, se percibe un cierto objeto ‘externo’ pero que parece que
es, en algún aspecto, de otra manera de lo que es realmente por
ejemplo, uno puede ver su dedo, pero parece que éste está en dos luga­
res distintos a la vez. En el caso de una alucinación, no se percibe nin­
gún objeto ‘externo’ de la clase que parece percibirse. Por ejemplo, a a
guien le podría parecer que ve — quizá bajo la influencia de una
droga— una serpiente zigzagueando por el suelo cuando de hecio en
el suelo no hay nada más que una simple alfombra. En este caso, e e
fensor de la teoría de los datos sensoriales diría que uno se perca a
ülgún objeto parecido a una serpiente, que evidentemente no pue e
idéntico a ningún objeto externo que pueda verse, puesto que
Pásente ningún objeto externo apropiado —ni tampoco na a q
lera p a recer una serpiente, como lo sería un palo que esu
‘i onibra. El teórico en cuestión sostendría entonces que. £ mn
^Sa experiencia alucinatoria de parecer que se ve una S^ P sup0ner
irmlar a la experiencia de ver una serpiente real, es raz conScien-
^Ue! Uirnbién en el último caso, de lo que uno se perca a . e tocja
* directam ente es de un objeto ‘interno’ parecido a una serp ^
ve* que en el caso de la alucinación sólo es de esto de lo que P

103
Filosofía de la mente _____________________________________ ____________________________________________

demos percatar o ser conscientes directamente. Pero, como suc edía con
el argumento a partir de la ilusión, los que se oponen a la teoría de los
datos sensoriales pueden simplemente negarse a aceptar la afirmación
crucial de los defensores de la teoría de los datos sensoriales según la
cual, en el caso de la alucinación, una persona se percata al menos de*
algún objeto parecido a una serpiente. Podrían insistir en que lo maxi­
mo que puede afirmarse con seguridad acerca del caso de la alucinación
es que a uno le p a r e c e ver un objeto similar a una serpiente y que |e
parezca ver un objeto similar a una serpiente no puede ser necesaria­
mente equiparado a ver o ser conscientes de un objeto aparentemente'
similar a una serpiente.
Sin embargo, esta no es la única respuesta posible al argumento a
partir de la alucinación que pueden ofrecer aquellos que se oponen a la
teoría de los datos sensoriales. Algunos de ellos cuestionan la afirmación
de los defensores de la teoría de los datos sensoriales, de que tener una
experiencia alucinatoria pueda ser exactamente igual que tener una ex
perienda perceptual verídica, es decir que — por usar nuestro ejemplo-
tener una alucinación de una serpiente que zigzaguee por el suelo pue­
da ser exactamente igual que ver realmente una serpiente que zigzaguee
por el suelo. Otros ponen en cuestión el argumento del teórico de los
datos sensoriales en el momento en que se afirma que, dado que la (su­
puesta) experiencia alucinatoria puede ser exactamente igual que una
experiencia perceptual verídica y que en el caso de la primera uno (pre­
suntamente) se percata de algún objeto ‘interno’, es razonable suponer
que también en el caso de la experiencia perceptual verídica nos esta­
mos percatando o somos conscientes directamente de un objeto inter­
no’ o dato sensorial. Consideraré más extensamente este tipo de ob|e-
ción en el próximo capítulo, en el curso de la discusión de las
objeciones a las teorías causales de la percepción.
Hablar de las teorías causales de la percepción me lleva a mencio­
nar, siquiera sea brevemente, otro tipo de consideración que los teóricos
de los datos sensoriales han aducido frecuentemente en defensa de su
posición. Se trata del hecho de que siempre hay un intervalo de tiempo
— algunas veces muy largo— entre que nosotros percibamos algún suce­
so y el suceso mismo. Así, si observamos a un hombre que clava una
estaca en el suelo a unos cuantos cientos de metros de distancia, oiie-
mos cada martillazo una fracción de segundo después de verlo, simpla
mente porque el sonido viaja mucho más lentamente que la luz. Pe,°
incluso la luz viaja a una velocidad finita, de modo que el astrónomo
que observa hoy una supernova lejana puede estar viendo una estrel
que, cuando él la mira, ya no existe. Sobre esta cuestión los teóricos <•e
los datos sensoriales se inclinan por decir que no puede ser la estie ‘l
misma aquello de lo que el astrónomo se percata directamente puesto
que aquélla ya no existe, y en consecuencia el astrónomo debe pero1
tarse o ser consciente directamente de algún objeto ‘interno’ o dato sen
sorial. Pero los que se oponen a la teoría de los datos sensoriales p°

104
gemación y apariencia
drían responder simplemente poniendo en cuestión el supuesto implíci­
to de que solamente podemos percatarnos ‘directamente’ de objetos que
existen en el momento de tiempo durante el cual nos percatamos de
ellos. Si este supuesto se rechaza, queda el paso libre para poder decir
que aquello de lo que el astrónomo se percata o es consciente directa­
mente es de la propia estrella, incluso aunque ésta ya no exista.

OBJECIONES A LAS TEORÍAS DE LOS DATOS SENSORIALES

¿Por qué debería importarnos como filósofos que existan o no los


datos sensoriales? Los que se oponen a los datos sensoriales lo hacen
por diversas razones, tanto epistemológicas como ontológicas? Por el la­
do epistemológico, afirman que las teorías de los datos sensoriales fo­
mentan el escepticismo al interponer un ‘velo’ de datos sensoriales entre
nosotros y los objetos ‘externos’ que normalmente pensamos que pode­
mos percibir. Si todo aquello de lo que nos percatamos o somos cons­
cientes directamente en la percepción son datos sensoriales, ¿cómo po­
demos estar seguros que los objetos externos son como nosotros
pensamos que son? Incluso, ¿cómo podemos estar seguros de que real­
mente existen? Sin embargo, dejando a un lado el hablar retóricamente
de un ‘velo’, ¿hay realmente alguna razón para suponer que las teorías
de los datos sensoriales confieren un apoyo mayor al escepticismo que
las denominadas teorías del ‘realismo directo? El realista directo mantie­
ne que no hay objetos ‘internos’ de los que nos percatemos o seamos
conscientes perceptualmente y en consecuencia que los únicos objetos
de los cuales podemos percatarnos cuando tenemos experiencias per-
ceptuales son objetos extern os, como monedas y dedos. Pero el realista
directo no está en mejor posición que el teórico de los datos sensoriales
para garantizarnos frente al escéptico que al menos algunas de nuestras
experiencia perceptuales son verídicas. Cuando el escéptico lanza sus
dudas generales acerca de la fiabilidad de nuestras experiencias percep­
tuales sirve de muy poca ayuda decir que si existen objetos de los que
nos percatemos directamente en la percepción, esos objetos son exter
nos y no ‘inr^mnc’ \to~j mío oí ocróniiro ouede retar al realista i

...... vcucs, cuando tenemos una ex p erien s r —- * ,


mos directamente de algún objeto que existe realmente. in )

105
Filosofía de la mente
el teórico de los datos sensoriales hace justamente este tipo de afirma­
ciones en lo concerniente a las experiencias alucinatorias y ya li^Fllüs
visto que éstas se pueden poner en cuestión. El mero hecho de que nos
p a r e z c a que nos percatamos de algún objeto externo no implica que
en la realidad, haya de haber algún objeto del cual nos percatemos.
Por el lado ontológico, los que se oponen a las teorías de los datos
sensoriales objetan que los datos sensoriales son entidades extrañas que
son difíciles de acomodar en una concepción naturalista del mundo. No
parece que sean objetos físicos, ni parece que estén ubicados en el es­
pacio físico, aunque algunos de ellos tengan, al parecer, características
espaciales. Considérese, por ejemplo, los dos datos sensoriales similares
a dedos pretendidamente presentes en la ilusión de la doble visión des­
crita anteriormente. Es natural describir estos datos sensoriales como al­
go que tiene una cierta figura y que ocupa una cierta posición y que
además puede moverse, aunque es difícil ver cómo el espacio en el cual
están ubicados pudiera ser el mismo en el que se ubica el dedo físico. Si
estuvieran en el mismo espacio, tendría sentido preguntarse cuán lejos
está un dedo del otro, pero no parece que tenga sentido preguntarse
eso. Sin embargo, si el espacio en el cual estos datos sensoriales están
ubicados no es el espacio físico, ¿qué clase de espacio es y cómo se re­
laciona con el espacio físico? ¿Cuántos espacios no físicos hay? ¿En qué
clase de relación cau sal pueden encontrarse estos datos sensoriales con
respecto a los objetos físicos, si es que realmente están en una relación
causal? ¿Son esos datos sensoriales puramente ‘epifenoménicos’, es decir,
causados por estados de cosas físicos pero que no tienen efectos sobre
las propias cosas físicas? Podría ser que un teórico de los datos sensoria­
les cuidadoso pudiera responder a todas estas preguntas de manera sa­
tisfactoria, pero cabe preguntarse si el esfuerzo merecería la pena. Si pu­
diera mantenerse de manera plausible que los datos sensoriales
simplemente no existen, se nos ahorraría la molestia de tratar de respon­
der a esas extrañas preguntas, con lo que podrá comprenderse ahora
por qué algunos filósofos han pensado que era mejor intentar encontrar
teorías alternativas a los fenómenos que los teóricos de los datos senso­
riales aducen a favor de su teoría. Seguidamente vamos a ver un tipo de
tal alternativa, la teoría adverbial de las sensaciones.6

LA TEORÍA ADVERBIAL DE LAS SENSACIONES

Para que la exposición sea más clara, introduciré la teoría adver


bial presentando primero cómo da cuenta de los estados puramente
de sensación, como lo son los estados de dolor, y solamente después
Una versión temprana e importante de la teoría adverbial se puede encontrar en 11°
derick M. Chisholm, Perceiving.. A Philosophical Study (Ithaca, NY: Corneli Universi»)
Press, 1957), capítulo 8 Para una versión más reciente, véase Michael Tye, TbeMeMP^
s ie so /M in d (Cambridge: Cambridge Univcrsity Press, 1989), capítulo 5.

1 0 6
------------------------------------------------------------------------ Sensación y apariencia
p asaré a explicar la manera en que aquélla trata los rasgos cualitativos
de las experiencia perceptuales, que las teorías de los datos sensoria­
les consideran com o objetos ‘internos’ de los cuales sontos conscien­
tes. Consideremos, pues, una oración que informe que se da una cier­
ta clase de sensación, como en ‘Siento un dolor fuerte en la espalda'
Por lo que respecta únicamente a su estructura gramatical, esta ora­
ción se parece a una como ‘Tengo una escalera vieja en el cobertizo’,
que informa de una relación existente entre mí mismo y otro objeto
ubicado en cierto lugar. Del mismo modo en que el adjetivo ‘vieja1sir­
ve para describir ese objeto, el adjetivo ‘fuerte’ sirve, según parece,
para describir el dolor que siento. Ciertamente, un teórico de los da­
tos sensoriales estaría dispuesto a interpretar literalmente esta analo­
gía entre las dos oraciones. Ese teórico adopta un análisis de los in­
formes sobre sensaciones del tipo que se denomina acto-objeto, según
el cual tales informes anuncian el hecho de que un cierto sujeto de
experiencia — es decir, una persona, como yo mismo en este caso—
realiza el acto de hacerse consciente de cierto tipo de objeto mental.
Sin embargo, a veces deberíamos ser reacios a tomar la estructura gra­
matical de una oración demasiado literalmente. Consideremos, por
ejemplo, una oración com o ‘J uana luce una amplia sonrisa de oreja a
oreja’. ¿Queremos realmente considerar esto como análogo a ‘Juana
luce un amplio vestido de los pies a la cabeza? ¿Son las ‘sonrisas’ ob­
jetos que se encuentren con las personas en relaciones determinadas
y que posean cierta ubicación, igual que los vestidos? Es plausible
mantener que no. Realmente, el hecho de que no podemos tomar se­
riamente las ‘sonrisas’ como objetos se revela en nuestra disposición a
parafrasear la oración Juana luce una amplia sonrisa’ mediante la ora­
ción Juana está sonriendo ampliamente’. Lo que esta paráfrasis sugie­
re es que el sintagma verbal ‘luce una amplia sonrisa’, con su aparen­
te esctructura acto-objeto, es equivalente en realidad a uno de la
forma ‘está sonriendo ampliamente’, en el cual ya no parece que se
haga referencia a ‘o bjeto’ alguno de ningún tipo. Nótese que en e
curso de esta transformación gramatical, el adjetivo ‘amplia se ía
cambiado por un a d v e rb io , ‘ampliamente’, que describe la manera en
que se realiza una acción en lugar de una propiedad de un o jeto. _
La teoría adverbial — cuyo nombre podrá ahora compren erse
Propone que tratemos los informes de sensaciones de la misma
ra que los informes acerca de ‘sonrisas’. Así, se podría consi era
l,na manera más perspicua de decir ‘Siento un dolor ^uerte ^,n j
Pa a sería decir algo como ‘La espalda me duele fuertemen >
lr’ tamt>iando el sustantivo ‘dolor’ por un verbo y e a je i ^
r un adverbio. Si lo hacemos así tendremos menos ten * n es_
Urn?K-qU!f l0S ‘d olores’ son objetos mentales que están, detectamos
Dor l^lcados en ciertas partes de nuestro cuerpo > 3 a ja ma_
ne medio de una clase especial de acto mental, a go - oerc¡birlos
nera ^ que detectamos objetos ‘externos’ al mirarlos o al perc.D

1 0 7
Filosofía de la mente
de algún otro modo. Así, un defensor de la teoría adverbial intentará
que rehusemos discernir analogía alguna entre ‘sentir un dolor y. por
ejemplo, ‘ver un árbol’. Ver un árbol equivale a estar en una verdade­
ra relación con un objeto genuino, pero — según el partidario de la
teoría adverbial— sentir un dolor no es nada de eso. Lo que nos con­
funde — si es que en realidad estamos confundidos— es el hec ho de
que el sintagma nominal ‘un dolor’ es el objeto g r a m a tic a l de un ver­
bo transitivo, ‘sentir’. Pero no todo objeto gramatical tiene por qué
denotar un objeto ‘real’, esto es, una c o s a con la cual otras cosas
mantengan auténticas relaciones.
Una ventaja inmediata de la manera en que los partidarios de la
teoría adverbial piensan sobre los dolores y otras sensaciones corpo­
rales es que nos ayuda a evitar preguntas incómodas acerca de dónde
están ubicadas tales sensaciones. Hablamos com o si los dolores estu­
vieran localizados ‘en’ diversas partes de nuestro cuerpo, como por
ejemplo, nuestra espalda o un dedo del pie. Sin embargo, es difícil in­
terpretar literalmente esta manera de hablar, especialm ente cuando
consideramos el fenómeno del denominado ‘miembro fantasma’ que
experimentan algunas personas a las que se les ha amputado algún
miembro. A veces, una persona a la que se le ha amputado una pier­
na continúa sintiendo dolores y otras sensaciones ‘en ’ la pierna ampu­
tada, pero es difícil suponer que esa persona se percate o sea cons­
ciente de algo que literalmente esté lo c a liz a d o en el lugar en que su
pierna había estado, ya que esa parte del espacio puede no contener
nada más que aire. Por supuesto, podríamos querer decir que un acto
de sensación tiene, como cualquier otro acaecimiento, una ubicación
espacial, y que la sensación de dolor de una persona a la que se le ha
amputado un miembro tiene una ubicación espacial. Pero quiza lo
que más apropiadamente se debería decir es que la sensación de do­
lor de esa persona está ubicada en el lu g a r en q u e ella está, igual que
mi acto de correr está ubicado d o n d e y o estoy, Podríamos querer re­
ducir aún más la ubicación de la sensación; incluso, si fuéramos fisi'
cistas, querríamos localizarlo en el sistema nervioso central de la per*
sona amputada, porque querríamos identificar la sensación con algún
acaecimiento neuronal. Pero si el partidario de la teoría adverbial está
en lo cierto, no hay en absoluto contradicción entre decir ‘Siento un
dolor en la pierna’ y decir ‘Mi sensación de dolor está localizada en h
cabeza’, porque la primera oración no debería intepretarse como alg°
que informe acerca del lugar en que está u b ic a d a una sensación, sino
solamente acerca de cuál es la parte del cuerpo que me duele. Se e
puede objetar a esto que en el caso de la persona a la que se le lJ
amputado un miembro no existe una pierna que produzca el dolor
Eso es cierto, pero en este caso sigue siendo verdadero que a quij-Jfl
se le ha amputado la pierna le p a r e c e que la pierna le está dolien o.
y podríamos entender su informe de sensación como algo que tran-
mite este hecho.

108
___ SeuMcioit y apariencia

la t e o r ía a d v e r b ia l y l o s d a t o s sensoriales

Después de haber visto cómo analiza la teoría adverbial los infor­


mes de sensaciones, es tiempo ahora de ver cómo trata el caso más difí­
cil de los enunciados acerca de los rasgos cualitativos de las experien­
cias perceptuales. Recuérdese que el partidario de la teoría de los datos
sensoriales mantiene que siempre que sea verdad decir que un objeto
‘externo’ parece tener una determinada propiedad, F —donde parecer
se usa en lo que he denominado su sentido ‘fenoménico’—, es también
verdadero decir que algún objeto ‘interno' del cual somos conscientes, o
dato sensorial, tien e realmente la propiedad F. Así, en el caso en que
una moneda parezca elíptica, el defensor de la teoría de los datos senso­
riales dirá que aquello de lo que nos percatamos o somos conscientes
directamente es de un dato sensorial que es realmente elíptico. El defen­
sor de la teoría adverbial, por supuesto, rehúsa reconocer la existencia
de tales objetos ‘internos’ de los cuales pretendidamente seríamos cons­
cientes. Sin embargo, no necesariamente ha de rechazar por completo lo
que dice el teórico de los datos sensoriales al respecto, pues puede pa­
rafrasear los informes acerca de datos sensoriales de este último de ma­
nera muy parecida a como parafrasea informes acerca de dolores y otras
sensaciones corporales. Consideremos por ejemplo el enunciado del
teórico de los datos sensoriales ‘Soy consciente de un dato sensorial
elíptico’ y comparémosla con el enunciado ‘Siento un dolor fuerte en la
espalda’. Del mismo modo en que este último puede parafrasearse co­
mo ‘La espalda me duele fuertemente’, puede defenderse la paráfrasis
del primero como ‘Me parece elípticamente’, o ‘Siento elípticamente.
Por supuesto que estos últimos enunciados no son en absoluto ejemplos
del español coloquial estándar, pero tampoco lo es la oración con datos
sensoriales que pretenden parafrasear. No obstante, una ventaja que a
parecer tendrían las paráfrasis del partidario de la teoría adverbial res­
pecto a los enunciados de datos sensoriales originales estribaría en que
el vocabulario descriptivo que éstas utilizan no es simplemente i entico
al que se utiliza al describir objetos ‘externos’. El teórico de os atos
sensoriales tiene que habérselas con la incómoda cuestión de si un a je
l,Vo como ‘fuerte’ o ‘elíptico’ puede tener el mismo significado cuan
8e aplica a dolores y datos sensoriales visuales que cuan o se ‘*P 1 ‘
cnsas como cuchillos y mesas; pero el partidario de la teof}a nlg*
Puede decir tranquilamente, por ejemplo, que ‘Me parece e ip ^ ^u_
j Unifica algo así como ‘Me parece al modo en que me pare c _ ^ es,
F^ rd °bjeto elíptico que estuviera viendo en condiciones aj
sifra.^^iriTlacic>n encaja bien con nuestra anterior propues * es.
ni icado de un enunciado como ‘La moneda parece e ip ‘ Q^stan_
angelo , en el cual ‘parecer’ tiene su sentido fenomeni • cuaij_
’ ««as tarde, cuando lleguemos al análisis de la distinción

109
Filosofía de la mente
dades primarias y secundarias, veremos que el partidario de la teoría -K).
verbial puede tener razones para repensar la afirmación anterior.)
Pero podríamos preguntarnos, ¿qué objeto tiene tratar de preservar
lo que dice el teórico de los datos sensoriales parafraseándolo de tal ma­
nera? El objeto es el siguiente. El partidario de la teoría adverbial se da
cuenta de que hay un núcleo importante de verdad en la teoría de los
datos sensoriales, a saber, que siempre que un objeto ‘externo’ pareu*
tener una determinada propiedad, ello se debe a que la persona que lo
percibe se ve afectada sensorialmente por ese objeto de una determina­
da manera. Al negar la existencia de datos sensoriales, debemos — asi lo
cree el adverbialista— tener cuidado en no eliminar lo que es valioso
junto con lo que no vale para nada. Los llamados realistas directos o
‘ingenuos’ tendrían propensión a hacer precisamente esto. Al rechazar
los datos sensoriales sin ofrecer nada en su lugar, se niegan a ellos mis
mos los recursos con los que acomodar los aspectos subjetivos de la
percepción, pues el hecho es que percibimos objetos al menos en pane
en virtud de los efectos sensoriales que nos producen y estos efectos
pueden variar de acuerdo con las circunstancias del entorno y las condi­
ciones de nuestros órganos sensoriales. Esta es la razón por la que las
experiencias perceptuales — contrariamente a estados de actitud propo­
sicional como las creencias— tienen características cualitativas. Lo que
tanto el partidario de la teoría de los datos sensoriales como el de la te­
oría adverbial pretenden hacer, cada uno a su manera, es proporcionar
una explicación de este aspecto de las experiencias perceptuales. El par­
tidario de la teoría adverbial tiene la ventaja de ofrecer una explicación
que es ontológicamente más económica y que se libra de determinados
interrogantes que asedian a la teoría de los datos sensoriales y que nos
dejan perplejos. Pero el realista directo que simplemente rechaza de pla­
no la teoría de los datos sensoriales puede ser acusado con justicia de
no tener nada que decir acerca de lo que parece un aspecto innegable
de las experiencias perceptuales.
No debería concluir este análisis de la teoría adverbial sin mencio­
nar alguna de las objeciones que se le han planteado. Quizá el ataque
más importante que los teóricos de los datos sensoriales han hecho a la
teoría adverbial es que ésta es incapaz de ofrecer paráfrasis satisfactorias
de ciertas oraciones complejas de datos sensoriales.7 Considérese. p°r
ejemplo, un informe de datos sensoriales como ‘Soy consciente de un
dato sensorial triangular y rojo a la derecha de un dato sensorial circular
y amarillo. ¿Por qué deberíamos esperar que pueda parafrasearse esto
de un modo adverbial? Claramente no se puede parafrasear como Sien
to rojamente y triangularmente y amarillamente y circularmente’, no so
lamente porque no da cuenta de la relación espacial entre los dos dato

Para un desarrollo detallado de esta objeción, véase F. Jackson, Perception A


sentative Theory\ capítulo 3. Para una respuesta por parte de la teoría adverbial.
Tye, Tfje Metaphyses of M ind , capítulo
5

1 1 0
------------------- ------------------------------------------------------- Sensación y apariencia
sensoriales sino también porque no preserva la conexión entre la rojez y
hl triangularidad por un lado, y la amarillez y la circulandad por el otro
es decir, no distingue entre el informe original de datos sensoriales y e¡
informe totalmente distinto de datos sensoriales ‘Soy consciente de un
dato sensorial triangular y amarillo a la derecha de un dato sensorial cir­
cular y rojo. No inténtale resolver esta discusión aquí, aunque algo que
evidentemente puede decirse — en vista de mi observación anterior
acerca del modo en que se podría interpretar la oración del partidario
de la teoría adverbial ‘Me parece elípticamente’— es que el informe ori­
ginal de datos sensoriales debería parafrasearse en último término como
lMe parece al modo en que me parecería si hubiera un objeto triangular
rojo a la derecha de un objeto circular amarillo que estuviera viendo en
condiciones normales’, Pero en cualquier caso quizá valga la pena seña­
lar que el partidario de la teoría adverbial no necesariamente se ha de
sentir forzado a encontrar una paráfrasis satisfactoria para cada uno de
los informes de datos sensoriales que un teórico de los datos sensoriales
se sienta inclinado a hacer. Eso equivaldría a conceder demasiado a la
teoría de los datos sensoriales y sugerir que la teoría adverbial sólo di­
fiere de ella de manera puramente verbal.

CUALIDADES PRIMARIAS Y SECUNDARIAS

Hace un momento he señalado que percibimos objetos al menos


parcialmente en virtud de los efectos sensoriales que ellos producen en
nosotros. Pero algunas veces es difícil separar esos efectos de las pro­
piedades de los objetos percibidos que dan lugar a ellos. ¿Qué significa
exactamente que se atribuya una propiedad de color, por ejemplo la ro­
jez, a un objeto ‘externo’ como pueda serlo una pelota de goma/ ¿Exis­
ten realmente tales propiedades de color y si es así, son realmente pro­
piedades de los objetos externos o son más bien propiedades ce
nuestras experiencias perceptuales que nosotros de alguna manera pro
yectamos’ en los objetos externos? Históricamente, muchos hlóso os ian
defendido una distinción fundamental entre dos clases de propie a es o
cualidades: las cualidades p rim aria s, como la forma y la masa, > as cua
tríades secu n darias , como el color y el sabor 8 Algunos afirman que■ * -
Jniente las cualidades primarías están realmente ‘en los o )etos '
nos y 9ue las cualidades secundarias están solamente en nosotr° ’ ‘
que están en algún sitio. Otros afirman que, si bien las cua i *
Andarías están realmente ‘en’ los objetos externos, no es a

uW •--------u u u u c ios mas importantes defensores de la disti _Quinan Un-


de /-marÍaS Y secundarias fue J ° hn Locke’ vóasC SU Llbro II capítulo 8. Para
i ed- P H Nidditch (Oxford: Clarendon Presss, 1.9n i L ^ *ón y de manera
ni¿s c Z ? l ? mf nla" ° uc
*¿s de ,os punu
Puntos de visía dc ^ ^ m ü m ie r s t a n d in g (Londres:
ción, véase nu Locke ott nut

1 1 1
Filosofía de la mente
de la manera en que parece que están, o que están ‘en’ ellos solo rM|,
medida en que esos objetos tienen la capacidad de afectarnos sens(,n,|
mente de determinados modos. Por supuesto, esta manera de h.iN^i
las cualidades como algo que está ‘en’ los objetos o ‘en nosotros rs pri
co perspicua. Un objeto tiene una determinada cualidad o no h i,nir
aunque podamos ciertamente preguntarnos por qué, o en virtud di- (|,k.
ese objeto tiene la cualidad en cuestión, si es que la tiene Rc.ilmuiu
podría muy bien suceder que, por ejemplo, los objetos tuviesen ínm!(h
con total independencia de relación alguna que pudiesen mantenu
las personas que los perciben, pero que tuvieran colores al menos p.„
cialmente en virtud de su capacidad para afectar a aquellos que l<>s
ciben de determinados modos.
Pero, ¿por qué debemos pensar que las formas y los colotes s(„
distintos de esta manera? Una razón para pensarlo que se propone fre­
cuentemente es que nuestros juicios sobre colores parecen ser
más subjetivos y variables que nuestros juicios sobre formas l as
sonas están muy a menudo en desacuerdo acerca del color exacto de
un trozo de tela aunque lo estén observando a la luz normal del di i
Por descontado, las personas pueden tam bién estar en desacuerda
acerca de la forma exacta de un objeto aun cuando lo estén \ íenclo
una distancia razonable y a plena luz. Pero en este último caso pode
mos recurrir a procedimientos de medida que casi siempre fijaran la
cuestión de cuál es la forma exacta del objeto. Por ejem plo, si una pe r
sona juzga que un objeto es cuadrado y otra juzga que es rectangular,
podemos usar una cinta métrica para determinar si todos los lados del
objeto tienen la misma longitud. Es menos claro qué es lo que pode­
mos hacer para resolver un desacuerdo acerca de si un determinad''
trozo de tela es verde o azul. Podemos pedirles a otras personas que
den su opinión al respecto, pero podrían también estar en desacuerdo
entre ellas. Podríamos incluso usar algún instrumento científico para
medir las longitudes de onda de la luz reflejada por la tela; pero aun
que hay una relación indiscutible entre el hecho de que el objeto ten-
ga cuatro lados de igual longitud y el hecho de que sea cuadrado ni»
existe ninguna relación indiscutible entre el hecho de que un ohictu
refleje luz de determinadas longitudes de onda y el que sea veidi
Otra observación que se hace frecuentemente es que los colores apa
rentes de las cosas varían mucho de acuerdo con las condiciones de sl|
entorno, en especial según la clase de fuente luminosa que l(,s oti
iluminando. Cuando los objetos se encuentran bajo una lámpara de se
dio parecen tener unos colores muy distintos a cuando les da la 117
del día. Al fin y al cabo, es sólo un accidente histórico el que nl,t--slr
planeta esté orbitando alrededor de una estrella amarilla en vez ce 1
rededor de una roja o una blanca. Ciertamente, al final el Sol sc
vertirá en una estrella roja gigante y si por aquí todavía hay seres ^
manos para ver las cosas en lo que en ese momento serán c o n d i ó ^
de iluminación ‘normales’, los objetos parecerán tener colores clistm

1 1 2
------ ------------------------------------------------------ -- - Sef,^ cl6}n u iPanenaa
a los que parecen tener ahora. Nada realmente análogo
so de las fo r m a s de los objetos. ^ ‘ c c a en el ca-

LAS TEORÍAS D E LOS D A TO S SENSORIALES Y LA DISTINCIÓN ENTRE


CU A LID A D ES PRIMARIAS Y SECUNDARIAS

Algunos filósofos que han defendido las teorías de la percepción


ele los datos sensoriales se han visto tentados a hacer la distinción entre
cualidades primarias y secundarías del siguiente modo. Han afirmado
que las cualidades primarias de los objetos ‘externos’ se parecen a las
cualidades de los datos sensoriales de los cuales nos percatamos directa­
mente al percibir esos objetos, pero que esto no sucede con las cualida­
des secundarias.9 Consideremos una vez mas el ejemplo de la moneda
que parece elíptica al mirarla desde un ángulo oblicuo. La moneda es
redonda, pero de lo que directamente nos percatamos o somos cons­
cientes, de acuerdo con el teórico de los datos sensoriales, es de un da­
to sensorial elíptico. No obstante, ser redondo y ser elíptico son propie­
dades de fo r m a y, además, se parecen mucho. Pero consideremos ahora
el color de la moneda. Quizá la moneda sea plateada, y realmente pare­
ce plateada. Entonces el partidario de la teoría de los datos sensonales
dirá que el dato sensorial elíptico del cual nos percatamos directamente
es él mismo de un color plateado. No obstante, podría muy bien negar
que esta cualidad del dato sensorial se p a r ez ca a cualquiera de las cuali­
dades que posea la moneda. Podría conceder que la moneda posea una
cualidad que sea causalmente responsable del hecho de que el dato
sensorial del cual nos percatamos sea plateado, pero podría negar que
esa cualidad fuera algo parecido a la cualidad del dato sensorial. Podría
incluso aceptar que esa cualidad de la moneda se denominara platei-
dad’, pero no podría por menos que insistir en que el predicado es pla-
teado(a)’ tiene un significado distinto cuando se aplica a la moneda, de
que tiene cuando se aplica al dato sensorial. Podría afirmar, por ejem­
plo, que ‘es plateado(a)’ aplicado a la moneda significa algo así como
liene la disposición a causar datos sensoriales plateados en con iciones
de visión normales’, lo cual, por supuesto, no puede ser lo que significa
es Ptateadoía)’ cuando se aplica a los datos sensoriales.
Una pregunta que podemos hacerle a ese partidario de a leona
os datos sensoriales es la siguiente: ¿por qué deberíamos suponer
e P oicad o ‘es elíptico(a)’ no es similarmente ambiguo cuan o ‘
Ca a los objetos ‘externos’ y a los datos sensoriales? ¿Tiene siqui <
0 suponer que cosas tan distintas la una de la otra com o ‘ tir
s externos y los datos sensoriales puedan literalnient P‘

, u casi contemporáneo.
) U mismo Locke afirma esto y fue criticado Por ‘ón enlre ellos, vtase Loche on
c,eorge Berkelcy. Para un estudio acerca de la <- *
i turnan Understanding , pp. 55-8

113
Filosoñadela mente________ __________________ ______ _____________________— --------------------------

propiedades como la forma? Supongamos, sin embargo, que el P,u,d,


rio de la teoría de los datos sensoriales reconozca esta dificultad y H.
aventure a decir que, estrictamente hablando, el predicado es el,piK,
Jal como se aplica a un objeto externo como pueda serlo una mo,K-d,
realmente significa algo asi como ‘tiene la disposición de causar dan.
sensoriales elípticos en condiciones de visión normales . En ese caso nl
primer lugar, ello iría en contra de su teoría de la distinción entre cuali­
dades primarias y secundarias, puesto que estaría tratando de la misnu
manera las cualidades de forma y de color, y, lo que es más grave, im­
plicaría que los únicos predicados que podemos aplicar literalmente a
los objetos externos son predicados dispositio nales, al atribuirles a estos
la capacidad de causar datos sensoriales con diversas cualidades de for­
ma, color, etcétera. Según la explicación que se ha dado, parecería que
las únicas cualidades con las cuales entramos en contacto serían las cua
lidades de los datos sensoriales. Pero esta explicación es exactamente lo
inverso a la manera de pensar de sentido común. Antes de que se nos
explicara la teoría de los datos señoriales pensábamos que las cualida­
des de forma y color, etc., eran propiedades de objetos ‘externos que
nos son familiares, como las monedas y las pelotas de goma, Se nos di­
ce ahora que nada podría estar más lejos de la verdad y que esas cuali­
dades pertenecen en realidad a objetos ‘internos’ de los que somos
conscientes directamente. Pero, ¿cómo nos las arreglamos entonces para
aprender de otras personas los nombres de esas cualidades, dado que
no hay dos personas que puedan ser conscientes directamente de los
mismos objetos ‘internos? Está claro que algo va mal.
Muchos de los que se oponen a los datos sensoriales tomarán las
consideraciones anteriores como razones que confirman sus dudas acer­
ca de la teoría de los datos sensoriales y reforzarán su adhesión al lla­
mado realismo directo o ingenuo. Pero tal reacción sería demasiado pre­
cipitada. Supongamos que al partidario de la teoría de los datos
sensoriales se le convence de que acepte que predicados como es elíp-
tico(a) y es plateado(a)’ deben aplicarse primariamente a objetos exter­
nos com o las monedas. Aquél podría aceptar esto y proponer aún una
explicación de la distinción entre cualidades primarias y secundarias del
siguiente estilo. En primer lugar, podría continuar diciendo que el signi-
ticado de un predicado de cualidad secundaria — como, por ejemplo, es
^ 7 ar ^ un ^rácter disposicional. Así, podría decir que el
i 1Ca. ° es P ateado(a) , aplicado a cosas como las monedas, significa
en rnnriir°m° ^ disposición a causar datos sensoriales plateados
ado*’ e* n!?neSri 6 V,is^ n normales’, donde el nuevo predicado ‘es pble'
les v re c o c e n ^u ° ^Ue SC a^ ica exclusivamente a los datos sensoria-
camente las * ProPieclad de los datos sensoriales que causan dp1'
tiene por aué h/h P'ateadas en condiciones de visión normales. No
feoríf
dé la H T C¡rCularidad
de ,os ^ n a en tanto que el partida"0
plememJs i m i t a Sensoriale« "o sostenga que ‘es plateado- s.m-
gm ftca algo asi como ‘tiene la propiedad de los datos senso-

1 1 4
_____—-— _______________________ ___________________ Sensación y apariencia
ríales que causan típicamente las cosas plateadas en condiciones de vi­
sión normales. En lugar de esto, podría insistir en que el significado de
•es plateado*’ es primitivo e indefinible, pero que ello no lo hace recha­
zable (ya que en cualquier lenguaje algunos términos deben ser primiti­
vos e indefinibles). En segundo lugar, podría sostener que, aunque suce­
da —como en el caso anterior— que existe un predicado como es
elíptico*’, que se aplica exclusivamente a los datos sensoriales y recoge
aquella propiedad de los datos sensoriales que causan típicamente las
cosas elípticas en condiciones de visión normales, no sucede —en con­
traposición con el caso anterior— que el predicado ‘es elíptico(a)’, apli­
cado a cosas como las monedas, signifique ‘tiene la disposición de cau­
sar datos sensoriales elípticos* en condiciones de visión normales’.
Podría estar de acuerdo en que es verdad, al menos en el mundo en
que habitamos, que las cosas elípticas tienen la disposición de causar
datos sensoriales elípticos* en condiciones de visión normales, pero ne­
gar que tener esa disposición es lo que queremos decir o deberíamos
querer decir al describir algo como elíptico En contraposición podría
decir que al describir algo como plateado si queremos decir (o al menos
deberíamos querer decir) que se le atribuye una disposición a causar da­
tos sensoriales plateados* en condiciones de visión normales, y que es
esa la razón por la que la plateidad* se considera con propiedad una
cualidad ‘secundaria’ y no una ‘primaria’; lo es porque es una cualidad
que las cosas tienen solamente en virtud de su capacidad de afectarnos
sensorialmente de una determinada manera.
Por supuesto, al sostener que, cuando se aplica a cosas como las
monedas, el predicado ‘es plateado(a)’ significa ‘tiene la disposición de
causar datos sensoriales plateados* en condiciones de visión normales,
el partidario de la teoría de los datos sensoriales no puede seriamente
estar afirmando que los hablantes comunes del español comprenden ex­
plícitamente ‘es plateado’ como algo que tiene ese significado, sino que
propone tal tesis como un análisis filosófico del concepto de ser platea­
do» y por tanto como algo que nos revela el significado implícito del
predicado a la luz de una comprensión reflexiva del uso que hacemos
del mismo. Realmente, el teórico de los datos sensoriales puede sostener
que el error del realista directo o ingenuo es estar demasiado dispuesto
a aceptar una comprensión no filosóficamente instruida de los P i a ­
dos de color. El hablante ingenuo podría simplemente estar confundido,
no distinguir entre el concepto de ser plateado y el concepto ^ se^
plateado* e imaginar así incoherentemente que este ultimo es ap ica
,os objetos externos.10

10 Para más comentarios interesantes sobre la distinción entrefCv&íse Colín McGinn,


' mindarias y un análisis disposicional de los p red ícate t■ ' (0xford; ciarendon

and
e Subjective View: Secondary Qualities am i Indextc f ' £ w Tetience, Tbougbt,
Pr<-*ss, 1983), capítulo 8, y Chrisiopher Peacocke, Sense Contení, a p e n e n
arici tbeir Relations (Oxford; Ciarendon Press, 1983), capitulo -

115
Filosofía de la mente

UNA VERSIÓN ADVERBIALISTA DE LA DISTINCIÓN ENTRE


CUALIDADES PRIMARIAS Y SECUNDARIAS

He formulado la anterior explicación de la distinción entie ui.ihda-


des primarias y secundarias desde la perspectiva del teórico de los datos
sensoriales. Pero un tipo de explicación parecida podría estar al aluna-
de un partidario de la teoría adverbial que estuviera dispuesto a parafra­
sear las correspondientes oraciones de datos sensoriales de una manera
apropiada. Así, donde el teórico de los datos sensoriales dice que es
plateado’ significa ‘tiene la disposición de causar datos sensoriales plate­
ados* en condiciones de visión normales’, el partidario de la teoría ad­
verbial debería presumiblemente decir que eso significa algo así como
‘tiene la disposición de hacer (causar) que las personas sientan plateada­
mente* en condiciones de visión normales’. Sin embargo, si dice esto no
podrá ya aceptar nuestra propuesta anterior e interpretar la oración
‘Siento plateadamente*’ como una oración que significa Me parece al
modo en que me parecería si hubiera un objeto plateado* que estuviera
viendo en condiciones normales’, porque ‘es plateado*’ no es un predi­
cado aplicable a los objetos externos. En lugar de esto podría, sin em­
bargo. decir que el adverbio ‘plateadamente*’, aunque tenga un signifi­
cado primitivo e indefinible, denota un modo en que a uno le parece
(un modo de sentir) que, de manera contingente, es producido o causa­
do típicamente en las personas cuando miran cosas plateadas en condi­
ciones de visión normales. Quizá este sea, al fin y al cabo, el enfoque
apropiado que el partidario de la teoría adverbial debe adoptar. Es decir,
puede ser que tenga que tratar los adverbios que utiliza para describir
modos en que a uno le parece, o modos de sentir, como expresiones
que tienen significados primitivos e indefinibles, en lugar de como algo
que deriva su significado de los significados de los adjetivos que se apli­
can a objetos ‘externos’, pues parecería ser un hecho puramente contin­
gente que esos modos sean causados típicamente por objetos que Put*'
den describirse mediante tales adjetivos (después de todo, podrían
haber sido causados por determinadas perturbaciones en los sistema
nerviosos centrales de las personas).

cunda ría c ™ acabado todavía con la discusión de las propiedades *


predicador / SU.8 endo> aunque sólo de manera provisional, que ,
un sienifin IC ° r Pueden interpretarse como expresiones que tiel
aleo ario d djsposicional; que ‘es rojo', por ejemplo, puede signiM
condicionerdetlene' * disPosición de causar un dato sensorial rojo ^
e visión normales’, o ‘tiene la disposición de hacer (o

116
_________--------------------------------------------------------Se>isació n y npciricu cia
sir) que las personas sientan rojamente* en condiciones de visión nor­
males’. Pero no deberíamos suponer que todo predicado que tenga un
significado denote una p r o p ie d a d genuina de las cosas a las que se apli­
ca. ¿Por qué no? Bien, sabemos por pura lógica que eso no puede ser
así. so pena de contradicción. Considérese, en efecto, el predicado ‘no-
se-ejemplifica-a-sí-mismo’. Éste tiene ciertamente un significado, porque
hay muchas cosas que no se ejemplifican a sí mismas. Así. es claro que
la propiedad de ser divisible por dos, aunque la ejemplifican muchas co­
sas. como por ejemplo, el número 128, no se ejemplifica a sí misma, ya
que la propiedad de ser divisible por dos no es ella misma divisible por
dos. Sin embargo, si el predicado ‘no-se-ejemplifica-a-sí-mismo’ denota­
se una propiedad — la propiedad de no-ejemplifícarse-a-sí-mismo— en­
tonces podríamos preguntarnos si la propiedad se ejemplifica a sí misma
o no. Pero sea como fuere que intentáramos responder a esta pregunta,
llegaríamos a una contradicción, pues, si se ejemplifica a sí misma, en­
tonces no se ejemplifica, y si no se ejemplifica, entonces se ejemplifica.
Por lo tanto,debemos concluir que no existe tal propiedad y por consi­
guiente que no todo predicado que tenga significado denota una pro­
piedad.11
Preguntémonos ahora si un predicado como ‘tiene la disposición
de hacer (causar) que las personas sientan rojamente* en condiciones de
visión normales’ debería ser interpretado como una expresión que de­
note una p ro p ied a d de objetos. Lo primero que hemos de observar aquí
es que hay objetos de muy diversas clases que tienen la disposición de
actuar de ese modo. Por ejemplo, las estrellas rojas la tienen, al igual
que las rosas rojas y las láminas translúcidas de cristal rojo. Pero, según
parece, las propiedades en virtud de las cuales estas diversas clases de
objetos tienen la disposición a actuar de este modo son muy diferentes
las unas de las otras. Las estrellas rojas tienen la disposición a actuar de
ese modo debido a que em iten luz de determinadas longitudes de onda,
poro las rosas rojas tienen la disposición a hacerlo debido a que reflejan
,llz de determinadas longitudes de onda, mientras que las láminas de
cristal rojo tienen la disposición debido a que transmiten luz de eter
junadas longitudes de onda. Si las propiedades en virtud de las cua es
as cosas tienen la disposición a actuar de ese modo son tan i eren es
Una's °tras, entonces verdaderamente no podemos decir que a pt
P,L ^e ser rojo, si es que existe, es una de esas propie a es. *
¿que otra cosa podría ser? Podríamos tal vez decir que la ProPi e ‘ •
,roÍ° es ur*a propiedad disyuntiva —por ejemplo, que e^, a , ni_
‘ que tiene una cosa en el caso de que o bien emita uz Qn_
a das Jongitudes de onda, o bien refleje luz con esas,lon.g' " d^UDUesto,
’ 0 >ieu transmita luz con esas longitudes de onda. ( ■ P

“'■i*n•
d <notar1!?1 Una mayor elaboración de la observación de <l“e Introduclion
C r Una pwpíedad. véase Michael j. Loux, M etapbpics. A Contempora 1
ts: R ^tled ge, 1998), pp. 34-5.

117
m ^ jr^ e ¡^ tw n te _ ________________________________________________________________________________________________________ -

esto no equivale a decir que el significado del predicado es ro,<) ^


definible en términos de un predicado disyuntivo; es evidente que no ¿
es.) Pero los filósofos se resisten a admitir la existencia de propiedades
disyuntivas, y creo que correctamente- Otra alternativa consisinia en
considerar la propiedad de ser rojo como una propiedad de segundo
orden’, como lo sería la propiedad de poseer algo en virtud de lo Ula|
su poseedor tiene la disposición de hacer (causar) que las personas
sientan rojamente* en condiciones de visión normales.1* Pero, de nuevo,
pienso que deberíamos ser reacios a incluir tales pi opiedades de segun­
do orden en nuestra ontología, ya que que no está claro que tengan
ninguna función real. Tal vez debamos entonces concluir que no existe
algo como la propiedad de ser rojo, o la rojez. No deberíamos alarmar­
nos demasiado por tal conclusión. Ésta no implica que no haya nada
que realmente sea rojo, sino que sólo implica que las cosas que son ro­
jas no son todas ellas rojas en virtud de poseer u n a ú n ica propiedad
En contraste con esto, al parecer existe realmente una única propiedad
en virtud de la cual todas las cosas cuadradas son cuadradas, y esto por
sí sólo parece ser una diferencia importante entre ser rojo y ser cuadra­
do, confirmándose así las intuiciones de los filósofos que defienden que
existe una distinción ontológica significativa entre los colores y las for­
mas.14

CONCLUSIONES

En este capítulo hemos tratado de comprender el modo en que se


relaciona el lenguaje que utilizamos para hablar de cóm o nos parecen
las cosas, por un lado, con los aspectos cualitativos o fenoménicos de
nuestras experiencia y, por el otro, con las propiedades que las piopias
cosas tienen. Hemos distinguido entre un sentido epistémico y uno fe­
noménico del verbo ‘parecer’ y hemos visto que este último sentido se
utiliza para transmitir indirectamente información acerca de los aspectos
cualitativos de nuestras experiencias. Hemos analizado a continuación
os teorías rivales que intentan explicar cómo es que nuestras expenen
cías tienen esos aspectos cualitativos, la teoría de los datos sensoriales y
la teoría adverbial. La primera mantiene que tener experiencia comporta
percatarse o ser conscientes ‘directamente’ de objetos mentales inter­
nos , mientras que la segunda mantiene que comporta solamente modos

véase David ^ información *obre las dudas acerca de las propiedades disentí*
view Press, 1989) pp 82 3 Universa^ : Ari Opinionaled Introduction (Boulder, CO c

nan David Braddon-M^ colores como propiedades de segundo orden la nKl^


lord: Blackwell, 1996) ' p \ ( J Frank Jack-son en su Philosophy o f Mid a n d Cognitio11

hemos prtípuesto^cnií se
q
!°S
CoIor®s muc,lümás
radicalmente escéptica que todo lo (l
encontrara en C. L Hardin Colorfor Philasopbens, PP- 59-

1 1 8
-- __----------- ----------------------------------------- Sensaciñpy apariencia
de consciencia o conocim iento sensorial característicos. Hemos visto
aUe la teoría adverbial es ontológicamente más económica que la teoría
je los datos sensoriales y que es capaz de evitar algunos incómodos in­
terrogantes que se le plantean a esta última, pero que ninguna de las
dos está mejor equipada que la otra para poner fin a la clase de dudas
que plantean los escépticos sobre la fiabilidad de los sentidas. Finalmen­
te. hemos examinado la distinción entre cualidades primarias y secunda­
rias y hemos concluido, aunque solamente de manera provisional, que
puede defenderse tanto desde una teoría de los datos sensoriales como
desde una teoría adverbial* Lo que se ha afirmado es que los predicados
que expresan cualidades secundarias, como los predicados de color, se
diferencian en que son susceptibles de un análisis disposicional en tér­
minos del tipo de efecto sensorial que los objetos descnbibles mediante
tales predicados producen en las personas que los perciben Sin embar­
go, también hemos visto que deberíamos ser reacios a asumir que los
predicados de color denoten p ro p ied a d es genuinas de los objetos a los
que se aplican, es decir que, por ejemplo, exista una propiedad como la
propiedad de ser rojo, o la rojez, Pero es importante apreciar que negar
la existencia de la rojez no equivale necesariamente a negar que las co­
sas puedan realm en te s e r rojas, en el sentido de que el predicado es ro­
lo, entendido de modo apropiado, puede serles aplicado en verdad.1^

(j. consecuen-
lt ic,ca de que el realismo acerca de la aplicación‘ P cjefi(Jncje pp.
en m ne8'Jción de que el predicado denote una P n¿ndres: Routle* £<- -
19^7 PhilosoPby o f Minci: A Contemporaty Introducti

119
6
La percepción
Al comienzo del capítulo anterior he señalado que los estados per­
ceptuales, como por ejemplo una experiencia de ver un árbol ante una
casa, son en parte como los estados de sensación y en parte como los
estados de actitud proposicional. Son como los primeros en tanto en
cuanto tienen rasgos cualitativos o fenoménicos y son como los últimos
en tanto en cuanto tienen un contenido conceptual. En ese capítulo dije
bastantes cosas acerca de los aspectos cualitativos de las experiencias
perceptuales, pero no mucho acerca de su contenido conceptual En el
presente capítulo trataré de restablecer el equilibrio hablando más sobre
esto último, pero una de las cosas que habremos de examinar es el mo­
do en que el contenido conceptual de una experiencia perceptual se re­
laciona con sus rasgos cualitativos, pues difícilmente podemos suponer
que estas dos dimensiones de la experiencia perceptual están desconec­
tadas por completo.
Sin embargo, se ha de admitir que una explicación de la naturaleza
de las experiencias perceptuales es sólo una parte de lo que se le pide a
un análisis filosófico del concepto de percepción, que es lo que constitu
ye otra de nuestras preocupaciones en este capítulo. Según la ma>ona
de los filósofos contemporáneos, percibir implica ciertamente tener ex
periendas perceptuales, pero es algo más que eso. La pregunta es. ¿que
más? Una propuesta razonable es que percibir implica a emas a gun i
po de relación ca u sa l entre las experiencia perceptuales e suje "
objetos que, en virtud de esa relación, puede decirse que e sUIe
be. Las teorías causales de la percepción son muy popu ares e < <
lidad, pero están también sujetas a ciertas objeciones que ^ filóso-
examinar cuidadosamente. A la vista de estas objeciones, * g cuales la
fos han propuesto teorías de la percepción alternativas, ‘ . or_
denominada teoría disyuntiva de la percepción sea ta <-- ‘ pode-
Unte. Más adelante, en este capítulo, tratare de as
mos tener P*ra decidir entre estos dos e" fo<^ So { es determinar lo
Parte del problema al que nos enfrentam * Q concepto de
que con propiedad pertenece a un análisis i oso empírica de
Percepción y lo que con propiedad pertenece *_ n y evalúen
a Percepción del tipo que es más apropiado qu P ue estos
ios psicólogos que los filósofos. Pero no deberíamos ^ rpquede ser
dos ámbitos no guardan relación alguna; rea me

1 2 1
F^Jíajdejajnente --------------------- _ --------------- -------------------------------------------------------------- _

así. En consecuencia, hallaremos útil dar una ojeada a algunos ^ ^


enfoques del estudio de la percepción que los psicólogos propugnan en
la actualidad y ver cómo se relacionan con las reflexiones filosófic as s0.
bre el tema. En particular, dos de esos enfoques merecerán nuestra aten
cion —el enfoque com pu tacion al y el ec o ló g ic a — pues las diferencias
entre ellos se hacen eco, hasta cierto punto, de desacuerdos entre los f,.
lósofos contemporáneos de la percepción. Deberíamos reconocer tam­
bién que muchos de los hallazgos empíricos de los psicólogos que tra­
bajan en el campo de la percepción proporcionan interesantes temas de
reflexión filosófica, la cual muestra una tendencia a ser sesgada si se la
restringe a ejemplos cotidianos y familiares. En relación con esto merece
una mención especial un fenómeno recientemente estudiado, el fenó­
meno de la denominada ‘visión ciega’, esto es, lo que sucede con cienos
sujetos que afirman no poder ver determinados objetos a pesar de que
claramente poseen información concerniente a ellos basada en la visión
No obstante, antes tenemos que volver al tema de la experiencia per
ceptual.

LA EXPERIENCIA PERCEPTUAL Y EL CONTENIDO PERCEPTUAL

dad° U” eÍemPlQ común de experiencia perceptual: la expe-


rienrio ^ VCj arbo* ante tina casa. Esta es, por supuesto, una expe
term insrT^ a de exPeriencia perceptual pertenece a una de
sensoria le m° 3 ldad sensor^a^ dependiendo de cuáles sean Jos órganos
de eYnpri^n^Ue ^Sten característicamente involucrados en la generación
tenemos 6 CSe As*’ además de tener experiencias visuales
lacionan TesoerC01^ audltlvas’ gustativas, olfativas y táctiles (que se re
el tacto)' La C° n *OS sentidos del oído, el gusto, el olor y
na el tino de 1 3 s<:nsoria^ de una experiencia perceptual determi-
teoría de los darn8° S Cua itativos Que puede poseer. Un defensor de h
« P “d r ' T ' S « " d i c i e n d o que t a » , » *
das por, o involurra m° a ldades sensoriales distintas están acompaña-
riales —visualec ^ 1US ProP*os dpos diferenciadores de datos senso-
partidario de la teoría f ustativos> olfativos o táctiles— lln
perceptuales de te* ht dverb,al diría al respecto que las experiencia*
mediante diferentes m oTen? S rnoclalidades sensoriales se caracterizan
embargo, sea cual fuere ?? de sentir ° maneras de ‘parecerle a uno' sm
conocer qUe, por eiemnl^ enfoque que propugnemos, habremos de re­
pleto cualitativamente ch*t\ ^ Una mesa como rectangular es por con1’
tangular y ello a pesar H e k u sen tirP o r el tacto una mesa como ra­
das experiencias podría de que contenido conceptual de •*>
Pero, ¿qué es exactareXaCtamente el ^ m o . un
enido 'conceptual’
contenidc) ‘r n n a„ lasmenteevIT" lo que
Mue b queremos
r e m o s decir
aecn al
.u atribuir
......
de suP°ner que tienen ^ , Pf ' encias perceptuales? y ¿por qué hal*>¡
Cn ^ contenido? Hemos tratado ya el tema

1 2 2
jajjercepción
contenido mental al examinar la naturaleza de los estados de actitud
proposicional en los capítulos 3 y 4. En ellos nos ocupábamos solamen­
te del contenido proposicional', el contenido proposicional de un estado
de aquel tipo, como es el caso de un estado de creencia, lo proporciona
una oración que comienza por ‘que’; así decimos, por ejemplo, que Juan
cree que está lloviendo o q u e la mesa es rectangular. También atribui­
mos a las personas lo que podríamos llamar juicios perceptuales. Así,
luán expresa un juicio tal si dice que siente que está lloviendo, o ve que
la mesa es rectangular.1 Pero debemos poner cuidado en distinguir tal
juicio perceptual de una experiencia perceptual. Una persona puede te­
ner una experiencia perceptual de ver una mesa como rectangular sin
necesariamente estar dispuesta, o incluso sin ser capaz, de formar el jui­
cio perceptual de que ve que una cierta mesa es rectangular, Por una
parte, puede suceder que la persona p u ed a formar el juicio pero que no
quiera hacerlo porque sospeche que su experiencia perceptual es enga­
ñosa —puede juzgar, por ejemplo, que es víctima de una alucinación vi­
sual. Por otra parte, la persona puede ser incapaz de formar el juicio
perceptual en cuestión al carecer de los conceptos necesarios. Así, por
ejemplo, podríamos estar dispuestos a atribuir a un niño pequeño la ex-
penencia perceptual de ver una mesa como rectangular y sin embargo
dudar de que el niño sea capaz de formar el juicio perceptual de que
una determinada mesa es rectangular, dudando de si el niño posee el
concepto de m esa o el concepto de que algo es rectangular {es decir, el
concepto de algo que tiene cuatro lados rectos situados en ángulos rec­
tos). Lo que es aún más fundamental, se puede dudar de si el niño po­
see el concepto de v e r o el concepto de uno mismo como sujeto de ex­
periencia.
I-------X U p iW p Al
J W propio
U C l l i p U ,tiempo,
¿3111 sin embargo, parece
------------------- que
I debemos atribuirle
.
al niño al menos algun os conceptos, si es que hemos de atribuir e a ex
° 1 ______ i .,- o n n :i-
periencia perceptual de ver una mesa como rectangular, ya que la capa
cidad nam rol nnrere reouerir la capaci a c re

.a ‘ver q u e’ sea un subtipo de v e r Veo que


Xlsado en la visión, en lugar de un informe de que

123
Filosofía de la m e n t e ------------------------------------------------------------------------------------------------------

tuíil de que ve que un árbol está unte u n a ca sa, la oración del que
pecifica exhaustivamente el contenido proposicional de su juico
ceptual y con ello proporciona un inventario completo de los concepto*,
involucrados en ese juicio. En contraste con esto, cuando una persona
tiene la experiencia perceptual de ver un árbol ante una casa, el conte­
nido conceptual de su experiencia será típicamente mucho más riC() v
complejo que el del anterior juicio perceptual (incluso si, por las razo­
nes que se acaban de explicar, de hecho no incluye el concepto de ár­
bol o el de casa). Esto se debe a que, al ver un árbol ante una casa, uno
debe tener por lo común una experiencia visual de muchas otras cosas
además de un árbol, de una casa y de la posición relativa que mantie­
nen el uno con respecto a la otra — cosas como el color y forma del ár­
bol y de la casa, la porción de suelo que está entre los dos, el cielo tras
de ellos y otros objetos que haya en su vecindad (junto con sus colores
y formas)—, y estos otros ingredientes de la escena percibida —o. en
cualquier caso, muchos de ellos— deben también al parecer ser subsu-
midos en conceptos de algún tipo. De modo que al formar un juicio
perceptual normalmente hacemos abstracción de muchos de los ingre­
dientes de la escena percibida y nos centramos en un subconjunto limi­
tado de los mismos.
Pero una duda que podríamos plantear en este punto es la siguien­
te. ¿Puede ser correcto suponer que, cuando una persona tiene una ex­
periencia perceptual, todos los ingredientes de la escena percibida de­
ben ser subsumidos en algún concepto por esa persona, o puede (o
quizás debe) haber ingredientes que no subsuma en conceptos'' O dicho
de otro modo, ¿tienen normalmente las experiencias perceptuales un
contenido no-conceptual además del contenido conceptual?2 Una razón
para pensar que este podría ser el caso es que la escena percibida a nie-
nnH° ^ a G|!a^^ ueza Y c°niplejidad que es difícil suponer que alguien
el r a l* eC^° su^sum^r todos sus ingredientes en conceptos, aun en
deremrkc ^ ^Ue poseyera l°s conceptos requeridos para hacerlo Consi-
Dodría ren^?r ,ejemplo> dP0 de experiencia visual que una persona
nado o e n m entrar rePente por primera vez en un taller desorde-
ser inmensamen?1111103^ región de la jungla. La escena percibida podría
sona en c u e s t i ó n V ^ P ^ Y rÍCa en SUS d e ta lle s > Y sin em b arg o la
tener tiemno d<- m ^ P ^ ^ 0 to d o c o n u n sim p le g o lp e de vista sin
te com o aleo oiipeC° a ° Cer cad a Uno d e su s in g re d ie n te s in d iv id u a l^ 11
por « .= á » de ,0P° • °> '° Si" « * « * > . aunque
general un conteníd*1 ^ Ue aS e x P e rie n cias p e rc e p tu a le s d eb en tener ^
todo el contenido d ° n° " c ° n ce Ptual, p a r e c e in c o h e r e n te suponer <1UL
contenido d e todo lo q u e h ay e n las e x p e r i e n d a s p e r c e p t i

Tim Crane, d%,a nOCión de contenido no-concepwal.


nos, Concepts and Percepüon’ amh ^ 1 ° f ExPerience’ Y Christopher Peacocke. _
& a -,K 0,1 Perception ( C a m b r i d g e e n Tim Crane (ed,), The Contení* o f FjtlH ,
ensayos contiene Oirás comriK.,®t Can3b[ld8e University Press, 1992). Esta c o le ajal *,
otras contribuciones útiles acerca del tema dei contenido percep'"

124
---------------- ---------------------------------- La percepción
de una persona pudiera ser no-conceptual. Ello es debido a que las ex
periencias perceptuales forman característicamente la base de nuestros
juicios perceptuales y de muchas de nuestras creencias, y los estados
mentales de estos últimos tipos poseen sin duda un contenido concep
tual, el cual evidentemente se relaciona con el contenido conceptual de
las experiencias percepaiales en las que se basan.
Algunos filósofos dicen que las experiencias perceptuales tienen
un contenido rept esen ta cio n a l o inform ación al, queriendo con esto
prescindir de cualquier distinción entre contenido conceptual y no-con-
ceptual. Hablando de manera aproximada, el contenido representacional
de una experiencia perceptual consiste en cómo esa experiencia repre­
senta que son los objetos del entorno del sujeto perceptor Así, una des­
cripción parcial del contenido representacional de una experiencia per­
ceptual podría ser que representa el entorno del sujeto perceptor como
algo que contiene un árbol ante una casa. Esta sería sólo una descrip­
ción parcial porque, por descontado, una experiencia perceptual repre­
sentaría normalmente mucho más que eso. Sin embargo, precisamente
porque pasa por alto la distinción entre contenido conceptual y no-con-
ceptual, el hablar de contenido representacional en este contexto, aun­
que perfectamente legítimo, resulta demasiado poco discnminador. Un
análisis filosófico satisfactorio de la percepción ha de ser sensible a esta
distinción.

CONTENIDO PERCEPTUAL, APARIENCIA Y ‘QUALIA’

¿Cómo se relaciona exactamente el contenido perceptual de una


experiencia con su carácter cualitativo? Esta es una pregunta extremada­
mente difícil de responder. Podemos, sin embargo, dar un comienzo de
respuesta recurriendo a algunas de las cosas que decíamos en el capítu­
lo anterior. Señalamos allí que nuestra manera de expresarnos acerca de
cómo las cosas nos ‘parecen’ a nosotros cuando las percibimos donde
‘parecer’ tiene su sentido fen om én ico— sirve para transmitir, de manera
indirecta, una idea de diversos aspectos cualitativos de las experiencias
perceptuales que estemos teniendo. Supongamos de nuevo que >o este
teniendo la experiencia visual de ver una mesa como rectangular Enton
ces ocurrirá que la mesa me p a rece ser de un modo determinado o se
me presenta con una aparien cia determinada y verdaderamente ten
^ré la experiencia de ella com o un objeto de cierto tipo ) como a go
que tiene una determinada forma en virtud de cómo a mi me
ser- Los conceptos en los cuales subsumo los objetos y sus propie ‘
Presentes en mis experiencias perceptuales son conceptos que ^ '
clonan íntimamente con mi conocimiento acumulado e
tales objetos y propiedades característicamente me parecen __
*as circunstancias —o de la aparien cia con que se n P 'n -
Consideremos, p or ejemplo, el concepto de mesa. Normalmente p

125
Filosofía deja mente
mos que una mesa conste de una superficie rígida plana con cuatro pa.
tas de igual longitud que le dan soporte. Pero el mero conocimiento de­
que las mesas tienen esta forma no le capacitan a uno para reconocer
visualmente una mesa, o para ver algo con la propiedad de .ser una me­
sa, a menos que uno sepa también cómo p a r e c e ser o qué apariencia
presenta algo que tiene tal forma desde diversos ángulos. De manera
que el tipo de conceptos en los cuales se subsumen los objetos al tener
experiencias perceptuales de esos objetos son conceptos cuya posesión
incorpora un conocimiento implícito de cómo a p a rec e n tales objetos ca­
racterísticamente a los sentidos, sea visualmente o táctilmente o por vía
de alguna otra modalidad sensorial. A los conceptos en cuestión les po­
dríamos quizá denominar conceptos ‘observacionales’. En absoluto a to­
dos los objetos que podemos pensar se les aplican tales conceptos ob­
servacionales. Así, no caen bajo ellos las partículas subatómicas —por
ejemplo, los electrones— , pues no concebimos a los electrones (\ no
podríamos hacerlo coherentemente) en circunstancia alguna como algo
que les p a rece ser de algún modo — o que presenta una determinada
aparíencia— a nuestros sentidos.
En consecuencia, como respuesta a nuestra pregunta de cómo se
relaciona el contenido perceptual de una experiencia con su carácter
cualitativo, podemos quizás decir que, en general, los rasgos cualitativos
o ‘qualia’ presentes en una experiencia perceptual pertenecerán a un
ámbito de rasgos tales que estén asociados a los conceptos observacio-
nales involucrados en ese contenido. Hablando de manera aproximada
los ‘qualia’ de una experiencia perceptual deben ser tales que le parezca
al sujeto que está percibiendo objetos que presentan la apariencia que
deberían presentar — o parecen ser como habrían de parecer—. s» -l
ellos se les aplicaran los conceptos observacionales que esa persona usa
en ocasión de la experiencia en cuestioné (Naturalmente, esta respuesta
no dice nada acerca del modo en que el contenido woconceptual de
una experiencia perceptual — si es que ésta tiene un contenido así— se
relaciona con su carácter cualitativo, pero posiblemente ahora esta es
para nosotros una preocupación menos immediata.)

LA PERCEPCIÓN Y LA RELACIÓN CAUSAL

En determinados de sus usos centrales, los verbos de percept ¡(,n


--norrio ver* y oír’ son claramente verbos transitivos que tienen
?i et° 8ramatical sintagmas nominales, como sucede en las oracie
an
i ve a mesa y J ‘María oye ti
el timbre’. Esas oraciuiití»
imiure . usas oraciones 1informan
111 <-c
OS de percepción dea objetos.
_t->En tales
, .■ i sostener. cU'lo
casos es plausible

-apuu-
lo 4. m" ° { ? f er,ence (C a m b rid g e . C a m b rid g e U n iv e rsu y P re ss, 1996 ).
|'o.s rJ>‘
Ros cualitativos d e la e x p e rie n c ia ' 6 ^ ** re la c ió n e m r e el c o n t e n i d o perceptual y 1

126
______ ____ _____________________________________________ La percepción
mo ya observé antes, que la percepción implica algún tipo de relación
causal entre las experiencias perceptuales del sujeto y los objetos que
en virtud de esa relación, puede decirse que el sujeto percibe. Examina­
remos este tipo de propuesta en un momento. Pero antes de pasar a
ello, vale la pena señalar que utilizamos también otros tipos de cons­
trucción gramatical al informar de casos de percepción. Una construc­
ción así nos la proporcionan las oraciones de infinitivo, como por ejem­
plo la oración ‘J uan ve entrar en la habitación a unos hombres’, en la
cual el verbo ‘entrar’ aparece en infinitivo. Otro tipo de construcción
muy próxima a ésta, con la cual ya nos hemos encontrado, la ilustra la
oración ‘María ve el árbol ante la casa’ Estas oraciones aparecen para
informar de la percepción de situaciones o estados de cosas:' Está claro
que la mayoría de los casos de lo que llamamos percepción de situacio­
nes son también casos de percepción de objetos, aunque al parecer no
todos ellos, puesto que se puede ver, por ejemplo, que está oscuro o
hay niebla sin que necesariamente veamos objeto alguno. Sucede igual­
mente que, por regla general, percibimos objetos sólo en el contexto de
la percepción de una situación que los incluye. Pero a pesar de esta ínti­
ma interdependencia entre la percepción de objetos y la percepción de
situaciones, parece que el concepto de percepción de objetos es más
central o básico, de manera que un análisis filosófico de la percepción
habría de tratar primero este concepto. Esta es la razón por la que voy a
concentrarme en la percepción de objetos en lo que sigue. (Sin embar­
go, mucho de lo que diré acerca de ello podría adaptarse muy fácilmen­
te para aplicarlo a la percepción de situaciones.)
Los análisis causales de la percepción de objetos sostienen que es
una verdad conceptual que la percepción de un objeto implica algún ti­
po de transacción causal entre el objeto y el perceptor Es importante
insistir en que lo que está en juego aquí es si el concepto de percepción
de objetos involucra el concepto de relación causal. Pocas personas dis­
cutirían que, desde el punto de vista de los hechos científicos, siempre
que alguien ve u oye un objeto, algún proceso causal que incluye tanto
a la persona como al objeto en cuestión le posibilita a aquél perci ir o
~~un proceso que puede ser el de la transmisión de ondas luminosas o
de ondas sonoras desde el objeto a los órganos sensoriales e a perso
Naturalmente, sin embargo, las verdades de este tipo son temai e
descubrimientos empíricos y no de carácter conceptual. ¿Por que n* * -

Para m á s in fo rm a c ió n a c e r c a d e las construcciones de infinité S^ tn¡n¡ ófpbilo-


*°ncs, v é a s e J o n B a r w is e y J o h n Perry, S ce n e s and O i Ik t .itiw * ** VIj t prcsSt
^ 7 8 (1981), pp. 369-97 y Situations a n d Altitudes ( C a m b r ^ c , M a s s .I

I L a 'p r e s e n ta c ió n c lá s ic a d e la teoría cau sal d e la p e rc tp c ió n en t p ^ r t¡K, Aristote-


* a H- * G n c e ; v é a s e su T h e C ausal T h e o ry o f P e rce p i,on f '
Supp. Yol. 35 (1 9 6 ,), pp. 12,-52 ,lun Dañe,.
rds (Cambridge, Mass. Harvard University Press. V S9) ) ‘
d>>* pe> ceptual Knowledge (Oxford: Oxford Umversity Press*. «•

127
Filosofía de la mente
mos de pensar que la relación causal esta involucrada en el u,nup l0
mismo de percepción de objetos? Por una razón como la siguiente
Supongamos que Juan tiene la experiencia visual de ver una man­
zana verde colocada sobre una mesa que está ante él y supongamos
que, de hecho, una manzana verde tal esté situada sobre una mesa c,lK.
se halle ante él. ¿Deberíamos decir por ello que Juan ve esa man/.ana'
No necesariamente, pues podría suceder que la experiencia visual de
Juan fuera una alucinación provocada por una droga, o por un neuro-
científico que haya activado electrodos implantados en el córtex visual
de Juan, en cuyo caso sería una pura coincidencia que su experiencia
‘se ajustara’ a la escena que tiene ante él. Este tipo de caso se describe
usualmente como un caso de ‘alucinación verídica ’,6 Lo que tales casos
sugieren es que es parte del concepto mismo de percepción de objetos
que haya algún tipo de relación causal entre las experiencias perceptib­
les de una persona y los objetos que, en virtud de tener tales experien-
cia, se puede decir que esa persona percibe. En una primera aproxima­
ción podríamos intentar captar esta idea mediante el siguiente principio

(P) Un sujeto S percibe un objeto O si y sólo si S tiene una experiencia


perceptual cuyo contenido se ajusta adecuadamente a la situación
de O y está causado de modo apropiado por la situación de O

De modo que, por seguir con el ejemplo anterior, el principio


implica que para que Juan vea la manzana verde situada sobre la mesa
que está ante él, no es suficiente con que tenga una experiencia visual
de ver tal manzana verde situada sobre una mesa que está ante él, pues­
to que debe también suceder que esta experiencia sea cau sad a por h
presencia de la manzana verde situada sobre la mesa que está ante el
Naturalmente, en este ejemplo estamos suponiendo que el contenido de
la experiencia visual de Juan se ajusta p erfecta m en te a la escena que tie­
ne ante él, pero sería sencillamente equivocado exigir ese ajuste perlec­
to para poder decir legítimamente que hay percepción. Tenemos que
contemplar la posibilidad de que haya una ilusión, es decir, que existan
casos en que una persona percibe un objeto, pero parece percibir algo
que difiere en algún aspecto del objeto que realmente está percibiendo
Un ejemplo clásico es la ilusión de Miiller-Lyer, en la cual uno ve dos b
neas que de hecho tienen la misma longitud y sin embargo parecen sei
,e dlsUnta longitud porque terminan en puntas de flecha que señalan en
direcciones opuestas:

percepción a*ucinac^ n verídica y sus consecuencias para la teoría causa» '■■j- ,


Hallutination and p° lra*adas de un m°d o iluminador por David Lewis en su •
239-49 ° Sthí ! ,SÍOn’’ Australastan Jo u rn a l o f Pbdosophy 58 < 1 ^ £
1986) y en Dancv (ed ™ Phtlosopbtccli Papers, vol. 2 (Oxford: Oxford University ^
Perception’ A ustrulaJ' Pe. rceptu“ l Kttowledge. Véase también Martin Davíes. Hundí
P , Australastau Journal o/Pbilosopby 6 l ( 1983), pp. 409-26

128
La percepción

Esta es la razón por la que, tal como he enunciado al principio (P), se


habla sólo de un ajuste ‘adecuado’ en lugar de un ajuste perfecto. Pero
no deberíamos ser demasiado liberales en nuestra interpretación de lo
que en este contexto es ‘adecuado’. Está claro que no puede decirse que
Juan esté viendo una manzana verde ante él si su experiencia visual es
la de ver un autobús rojo de dos pisos.
Más problemática que la cuestión del ‘ajuste’ es la de qué es lo que
constituye una relación causal ‘apropiada’ entre la experiencia percep­
tual y el objeto percibido. El siguiente experimento mental hace patente
este problema. Como antes, supongamos que Juan tiene una experien­
cia visual de ver una manzana verde situada sobre una mesa que está
ante él y supongamos de nuevo que, de hecho, tal manzana verde esté
situada sobre una mesa que está ante él. Supongamos ahora, además,
que la presencia de la manzana verde situada sobre la mesa que está
ante Juan sea causalmente responsable de la experiencia visual de Juan
aunque del modo inusual o ‘desviado’ siguiente. Un neurocientífico ha
dispuesto un aparato con electrodos que se han implantado en el córtex
visual de Juan, los cuales, cuando se los activa, provocan en Juan una
experiencia visual de ver una manzana situada sobre una mesa que está
ante él. Además, el aparato está conectado a sensores electrónicos suje­
tados a la mesa que está ante Juan, los cuales están diseñados de tal ma­
nera que se activan sólo si hay alguna cosa sobre la mesa, Finalmente,
el neurocientífico ha puesto una manzana verde sobre la mesa, activan­
do con ello los electrodos y provocando la experiencia visual de Juan
de ver justo esa manzana verde situada sobre una mesa que está ante el.
En este caso sería verdad decir, como lo requiere el principio CP), Que a
experiencia visual de Juan no sólo tiene un contenido que se ajusta a a
Presencia de la manzana verde que está ante él sino que también esta
causada por la presencia de la manzana verde que está ante e , y
embargo creo que seríamos reacios a decir que Juan ve esa manzan ,
Porque este tipo de relación causal parece de algún modo inapropianos
. ess lo
Pero, ¿que que
4 ihace que sea 'inapropiado?
lo que ínapiu^m^w. El rproblema
- al que ca-
^ rentamos aquí se conoce comúnmente como el problema de as
enas causales desviadas’, y consiste en especificar cuál es el tipo e re
lac¡ón causal que ha de considerarse como 'desviada' y por lo tanto 'ina­
propiada' para el propósito de proporcionar un análisis filosófico de
c°ncepto de percepción de objetos. .
Podríamos vemos tentados de decir que, en este contexto, un< ‘
Cl°n causal 'apropiada’ es el tipo de relación causal que normf ’w^
a en los casos de percepción verídica. Pero, en Primer 'uSar’ e ‘ ( ,
na con introducir un círculo vicioso en nuestro ana ísis i a
c°ncept0 de percepción de objetos, ya que estaríamos apelando a

129
Filosofía de ¡a mente __________________________________________________________________________

ción de lo que ocurre normalmente en casos de percepción verídica a fln


de analizar ese mismo concepto. En segundo lugar, tal propuesta sena ^
masiado restrictiva puesto que excluiría erróneamente determinados casos
posibles de entre los que cuentan como auténticos casos de percepción.
Estoy pensando aquí en casos en los que lo que capacita a una persona
para percibir es algún dispositivo prostético. En los seres humanos, la vi­
sión la hace posible normalmente el hecho de que las ondas luminosas se
reflejen en las superficies de los objetos y entren en contacto con los ojos.
En el ejemplo mencionado anteriormente, la experiencia visual de Juan n<>
es causada de este modo; pues sus ojos podrían muy bien estar c enados o
la habitación a oscuras. Pero deberíamos resistimos a decir que es esta la
razón por la que no puede decirse que ve la manzana que está ante d
pues es concebible que una persona que haya perdido por completo el
uso natural de sus ojos pudiera estar dotada de un dispositivo electrónico
implantado en su córtex visual y conectado a sensores electromagnéticos
sujetos a su cabeza que funcionase de modo que le devolviera, a todos los
efectos prácticos, el sentido de la vista que había perdido.
¿De qué modo difiere pues el caso de Juan de este caso de visión
prostética? Parece que una diferencia importante sería la siguiente. Tul
como he descrito el caso de Juan, una consecuencia era que el aparato
conectado a su córtex visual estaba diseñado para producirle una expe­
riencia visual de un tipo muy específico cuando los electrodos fueran
activados, a saber, la experiencia de ver una manzana verde situada so­
bre una mesa que está ante él. Además, se seguía que si el neurocientíti-
co hubiera situado algo muy distinto a una manzana verde en la mesa,
como por ejemplo un jarrón rojo, los sensores sujetados a la mesa habrían
también activado los electrodos y provocado en Juan la experiencia de
ver una manzana verde situada sobre la mesa, en lugar de una experien­
cia de ver un jarrón rojo situado allí. Así que parece todavía que es una
mera coincidencia el que Juan tenga una experiencia visual que se alis­
te a la escena que tiene ante él Por tanto, tal vez lo que se requiere pa-
ra que Juan vea la manzana es que su experiencia visual se genere nn-
diante algún tipo de mecanismo — sea este natural o artificial— que de
un modo fiable provoque un ajuste adecuado entre sus experiencias vi­
suales y la escena que tiene ante él sea cual sea la escena (dentro de lí
mites razonables). Sin embargo, este requisito quizá sea demasiado iner­
te. En efecto, supongamos que a Juan se le provee realmente de ese
ipo e mecanismo pero que éste empieza a funcionar mal. Supon#1
mos, por ejemplo, que el mecanismo sólo funciona cuando se coiota
Una manzana verde ante Juan. ¿Habremos de decir entonces que Ju‘in
cnlo™ 3 manz^ a simplemente porque si cualquier otro tipo de cosa «SL
ve7 tnrir\ ?ntC C n° Ser*a caPaz de verla? Seguro que no. Por tanto, w
lo " qUC recluiera realmente para que Juan vea la manzana so
debe causar ! ° ^ ° presencia de la manzana verde que está ante t
* clue Jyan tenga una experiencia visual de ver una manza
verde anteíf* Pl
él (rv
(o, al1 ______ m<MV
menos, una experiencia visual que se ajuste suficien'

130
La percepción
temente a aquélla), sino que debe también suceder que si hubiera habi­
do ante Juan algo muy diferente a la manzana verde, no habría tenido
esa experiencia visual. Esta última condición no se satisface en el caso
de Juan descrito originalmente, porque en tal caso él hubiera tenido to­
davía una experiencia visual así aunque se hubiera colocado sobre la
mesa que está ante él un jarrón rojo o cualquier otro tipo de objeto
Aquí es donde debemos dejar el tema, aunque éste invite a proseguir el
debate. Al menos hemos descubierto que no es en absoluto asunto sim­
ple determinar qué tipo de relación causal es ‘apropiada’ en relación
con el análisis del concepto de percepción de objetos.

OBJECIONES A LAS TEORÍAS CAUSALES DE LA PERCEPCIÓN

Lo que hemos venido explorando, en la forma concreta del princi­


pio (P) de la sección anterior, es una teoría (o, más propiamente, un
análisis) causal de la percepción. Pero tales teorías tienen muchos críti­
cos, algunas de cuyas objeciones vamos a examinar ahora. Una objeción
que no nos va a sorprender es que el problema de las cadenas causales
desviadas’ no tiene una solución satisfactoria; sin embargo, creo que es­
te veredicto es indebidamente pesimista. Otra fuente de objeciones mas
influyente es de tipo epistemológico y se parece mucho al tipo e o 3je
ción epistemológica que, como vimos en el capítulo anterior se puntea
a menudo contra las teorías de los datos sensoriales. En rea i a , a gu
nos críticos identifican descuidadamente las teorías causa es e a
cepción con teorías de datos sensoriales, cuando de lee 10 son ‘
mente independientes unas de otras. La crítica se centra en
que las teorías causales de la percepción favorecen una on™ . V c_
ticismo que sólo puede evitarse mediante algún tipo de re.
to’ o ‘ingenuo’. La idea es la siguiente. ^rnH irio de
Algo que está implícito en el principio (P) eS ^ V.c.l QUe Se dan
una teoría causal supone que la percepción vencl^ 1 1 ? , \ Qporobje-
experiencias perceptuales que. si bien ^sJan " U^ u¡,lclas de una manera
ios ‘externos’, lógicamente podrían haber std * - si(j0 alucina-
totalmente distinta, en cuyo caso esas exPer‘^n^ r ‘ de manera total-
iorias. Esto está implícito en el principio ( P ^ ’ ()tro acaecimien-
mente general, siempre que un acaecimiento cj* ‘ ^ te pos¡ble que e
l°. e, podemos decir con verdad que es g * ■ puesto que las
hubiera ocurrido sin que c ocurriera —y a a i puramente con­
flaciones causales entre acaecimientos son ‘ una relación en
Angentes.7 (Una relación contingente entre dos
tcs se la debemos a David Hu-
nie, de nu- f ^ Ue ^as reUviones causales son contingentes l<~ se m .... . , implique? ía
la
existencia d? tunosa...la. afirmación
......... ......................... cíeque
irmación cíe que wNo hay ningúnobielos porr implique
objeto que mismos’:
sí mism<
existencia
véase a T de^ algún
. f»ún otro, otro]’sea sea elel que
que fuere,
fuere, sisi consideramos estos objetos
p.H Nidditch
ñor sí i(Oxford.
Clarenda reJ*tise ° f Hum an Nature, editado por L A Selbv-Bigge y P.H
0n Pr“ s, 1978), p 86

1 3 1
Filosofía de la mente
la cual esas dos cosas efectivamente se encuentran, aunque posihienu n
te podrían no haberlo hecho.) Pues bien, si el partidario de la tcuru
causal por fuerza ha de decir que todas nuestras experiencias percepiua-
les a las que suponemos verídicas p o d r ía n , lógicamente hablando, sa
alucinatorias, parece que por fuerza ha de admitir la posibilidad logiU
de un escepticismo global acerca de la percepción, esto es, la posihil,.
dad de que realmente nunca percibamos objetos ‘externos’ y de que en
realidad, no existan tales objetos, ya que la teoría causal parece implicar
que podríamos tener todas las experiencias perceptuales que de hecho
tenemos aun en ausencia total de un ‘mundo externo’.
Una respuesta muy seca a este tipo de objeción sería decir *,Y
qué?’ Difícilmente podemos suponer que el escepticismo filosófico \aya
a desaparecer si abandonamos una teoría causal de la percepción, de
modo que quizás sea mejor enfrentarse directamente a tal escepticismo
Además, incluso si es verdad que el partidario de la teoría causal se ve
forzado a admitir la posibilidad lógica de que todas nuestras experien­
cias perceptuales sean alucinatorias, ¿cuánto debe preocuparle esto'' Hay
un sinfín de cosas que son lógicamente posibles que sería muy poco ra­
zonable tener realmente por verdaderas. Por ejemplo, parece lógicamen­
te posible que el mundo en su totalidad haya comenzado a existir re­
pentinamente hace cinco minutos aunque los registros fósiles y nuestros
‘recuerdos’ sugieran erróneamente que haya existido por un período de
tiempo mucho mayor.8 En cualquier caso puede argumentarse que no
deberíamos confundir la tarea filosófica de proporcionar un análisis del
concepto de percepción con la tarea filosófica totalmente distinta de in­
tentar responder al escéptico. Si confundimos las dos podemos acabar
sin llevar a cabo de manera satisfactoria ninguna de ellas. Sin embargo,
incluso si, por las razones que se acaban de dar, no resultemos conven­
cidos por el anterior tipo de objeción contra las teorías causales de la
percepción, podría ser conveniente tomar en consideración los méritos
de teorías alternativas cuyos defensores sí se ven motivados por tal obje­
ción. Una de esas teorías es la llamada teoría disyuntiva, de la cual pa­
samos a tratar ahora.

LA TEORÍA DISYUNTIVA DE LA PERCEPCIÓN

L° s Partidarios de la teoría disyuntiva rechazan el supuesto


acaoo de atnbuir al partidario de la teoría causal, a saber, el de que w
rhn”cr^C1° n Ve^ ^ ca Aplica que se dan experiencias que, aunque de ht*
de nncT CaUSa as Por °k jetos ‘externos’, podrían lógicamente haber si 0
manera totalmente distinta, en cuyo caso esas exp erien cias

minutos, véase^Bertrand^ 0131»3 í qUe cl muncl0 haya com enzado a existir hace c‘^ n
1921), pp. 159_60 d Russe V je o f Mi tu/ (Londres: George Alien & Vn

132
. ______ ___________________ ____ _______________ __________ y i percepción
brían sido alucinatorias.9 Sostienen que literalmente no hay nada entre
por un lado, un caso de percepción verídica y. por el otro, un caso de
alucinación respecto al cual el sujeto pudiera confundirse tomándolo
por un caso de percepción verídica. El partidario de la teoría causal su­
pone, naturalmente, que lo que tales casos tienen en común es que en
ellos se da un cierto tipo de experiencia perceptual, difiriendo única­
mente con respecto a lo que causa la experiencia en cada caso. (Esta­
mos ahora en posición de entender el nombre algo oscuro de la teoría
disyuntiva; se denomina ‘disyuntiva’ porque sostiene que cuando un su­
jeto piensa de sí mismo que está percibiendo algo, entonces o bien se
trata de un caso de percepción verídica, o bien es un caso de alucina­
ción, pero no hay ningún elemento común en forma de ‘experiencia
perceptual’ que estuviera presente en ambos casos y que meramente
fuera causado de dos modos distintos.)
Lo primero que hay que decir acerca de la teoría disyuntiva es que
no está en absoluto claro que sea menos vulnerable a las dudas del es­
céptico que la teoría causal, pues el escéptico puede sostener todavía
que siempre que pensamos estar percibiendo algo es lógicamente posi­
ble que seamos víctimas de una alucinación, de modo que de hecho
nunca percibamos realmente objeto ‘externo' alguno. Contra esto podría
argumentarse que simplemente no tiene sentido suponer que podríamos
tener alucinaciones continuamente, porque entendemos lo que es una
alucinación sólo por contraste con el caso de la percepción verídica. Te­
ner una alucinación, podríamos decir, es parecer percibir algo cuando
de hecho uno no lo hace, y esta explicación de lo que es tener una alu­
cinación evidentemente presupone la comprensión previa de lo que es
percibir algo. Por contraste, el partidario de la teoría causal no explica
así la noción de alucinación, sino que dice que tener una alucinación es
tener una experiencia perceptual que no está causada por un objeto ex­
terno’. Sin embargo, es difícil ver cómo esta diferencia entre los dos ti­
pos de teoría implican que el partidario de la teoría de la disyunción es
té mejor equipado para contrarrestar al escéptico, pues aunque uera
cluc sólo podemos entender la noción de alucinación en ^
una comprensión previa de lo que es percibir algo, ¿por que a ^na
Ser necesario p erc ib ir algo realmente a fin de poseer esa compren-i
Previa? Hay muchos conceptos que podemos entender alin<^
nos hemos encontrado con ejemplificaciones de los mismos,
ejemplo el concepto de montaña de oro. Quizá po na so. -
'odos esos conceptos son analizables “ ej concep.
) >ts ejemplificaciones nos hem os encontrado rea

’ Varias versiones de la teoría disyuntiva de la percepaón pueden

Presos en Dancy (ed ), Perceptual Knoirleeige.

133
Filosofía de la mente _____________________.---------------------------------------------------------------------------- _

to de ser de oro y el concepto de montaña. Pero, en primer luj>;ir. lst,


es una afirmación controvertible y, en segundo lugar, su aplicacmn a|
presente contexto parecería requerir la afirmación igualmente contra-
ble de que el concepto de p e r c ib ir o s primitivo y no-analizable. pUcs'M
se concediera que tal concepto es analizable, el escéptico podría s(,su,
ner de nuevo que el concepto de percibir puede ser entendido aun m
no nos hemos encontrado con ejemplificaciones del mismo.
¿Existen, no obstante, otras consideraciones que pudieran contara
favor de la teoría disyuntiva? Una consideración así podría ser la siguien­
te. Podría pensarse que la teoría disyuntiva respeta nuestra intuición á*
sentido común de que, cuando uno está realmente percibiendo un ohn
to (y no es, por tanto, víctima de una alucinación), uno está en 'contacto
directo’ con el objeto. La teoría causal, en contraste, implica que el con­
tacto perceptual con el objeto es ‘indirecto’, al menos en el sentido de
que tal contacto está mediado por la ocurrencia de una experiencia per­
ceptual que es meramente un efecto de ese objeto, en lugar de ser d oh
jeto mismo. Esto no equivale a sugerir que el partidario de la teoría can
sal deba sostener que las experiencias perceptuales son ellas misma''
objetos de la percepción que de algún modo se perciben más directa­
mente’ que los objetos ‘externos’ (aunque algunos filósofos han caído
en la confusión al sostener esta idea). Está claro que un partidario de la
teoría causal puede ser un ‘realista directo’ en el sentido de que puede
sostener que los únicos objetos de la percepción son objetos externos
Aun así, parece que la teoría causal entra en conflicto con la intuición
del sentido común en la medida en que, cuando nos suponem os perci­
biendo un objeto externo, no nos p a r e c e que ello sea cuestión de que
nos veamos de algún modo afectados causalmente por ese objeto As¡
puede decirse que la teoría disyuntiva es más fiel a la fe n o m e n o lo g ía de
ta percepción que la teoría causal, esto es, que refleja más exactamente
cómo nos p arece que es percibir algo.
, ^ embargo, ¿por qué habríamos de suponer que la fenonienolo-
gia e a percepción proporciona una buena guía para la comprensión
ae lo que es la percepción? ¿por qué habría de ser la percepción como
r^ e Ser' ^ ertamente, si la teoría causal implica que la percepción n°
exnliV^° Parece,ser> entonces al partidario de la teoría causal le incum*
los rernr^°r ^ la PercePci°n no os como parece ser. Pero quiza tenga
emoeznr ÍT ¥*** ^5 cer esto forma perfectamente satisfactoria. l ‘in
nifiestamente ^ ?eña^ar ^ue incluso si una percepción de cosas es nu
^ pUede P arecer directa. Por ejemplo, cuando*
tiene ante l o s ^rand° Una Película se olvida el hecho de que lo que s
motos de los ohfetosn^ 08 ^ meramente imágenes que son efectos¡ ^
de estar absorto a 1 Un° Parece ver- No se puede tener esta uc
pantalla como irrmo 3 VCZ ^Ue Se es consciente de las imágenes e
atención de una PUesto que esto requiríría que uno dividiera ‘
tanto, desde el nunto^l ^ parece ser psicológicamente imposible
el pumo de vista de la teoría causal, es fácil c o m p r é

134
---------------------------------------------------------------------------------------- [¿t percepción
por qué la percepción siempre ha de p arecer directa’ cuando estamos
absortos atendiendo a objetos que suponemos que estamos percibiendo,
pues esa atención es incompatible con una consciencia de los efectos
que estos objetos tienen sobre nosotros. Además, puesto que la evolu­
ción, por razones obvias, nos ha diseñado para atender a los objetos ex­
ternos en lugar de a sus efectos perceptuales sobre nosotros, podemos
entender por qué la fenomenología de la percepción habría de favore­
cer tan convincentemente el realismo ‘directo’. Pero precisamente por­
que el partidario de la teoría causal puede explicar por qué habría de
ser ello así, el que lo sea no cuenta en contra de él y a favor del partida-
no de la teoría disyuntiva.
Considerando todos los extremos de la cuestión, no parece que la
teoría disyuntiva tenga alguna ventaja sobre la teoría causal. Con todo,
parece tener algunas desventajas que le son propias. Por ejemplo, si
realmente está forzada a considerar el concepto de percepción (verídica)
como primitivo y no analizable, ello sería con seguridad una desventaja
importante, porque, si el concepto de percepción es primitivo y no ana­
lizable, ¿cómo hemos de decidir, de un modo justificado, lo que debería­
mos decir acerca de algunos de los experimentos mentales que mencio­
nábamos antes, aquellos que trataban de Juan y de una manzana verde
situada en una mesa ante él? Debemos también decir que la teoría dis­
yuntiva tiene un cierto aire de misterio o de magia al sugerir que la per­
cepción nos pone en ‘contacto directo’ con objetos extemos. Para ser
justos, el partidario de la teoría de la disyunción puede dar explicacio­
nes que en buena medida hacen que el misterio se aclare. En phmer lu­
gar, puede enfatizar que no pretende formular una teoría ^ a
percepción y puede aceptar perfectamente lo que los físicos, los fisiólo­
gos y los psicólogos nos digan sobre los procesos causales que se ven i
can en nuestro entorno y en nuestro cerebro cuando perci imos co^as*
En segundo lugar, puede tratar de establecer una conexión entre a i
de que percibimos objetos ‘directamente’ y el tipo de en i
sofía de la mente que examinábamos en el capítulo e recor
en él describíamos el externismo como una teoría que 1 .1
nuestras mentes ‘se extienden’ al entorno físico, al menos e exis_
de que nuestros estados mentales pueden depender Para s nartidario
lencia e identidad de las cosas que contiene el entorno. mental de
de la teoría de la disyunción puede mantener que e e en su
una persona consistente en percibir un objeto ex er s¡ taj ob­
sistenda y su identidad del objeto en cuestión e m ^ ^ ja
)eto no hubiese existido o si otro objeto hubiese es sin enl_
Pssona no se habría encontrado en ese mismo es ^ no pUeda
argo, no está claro que un partidario de a ^ ‘ asQ tajes conside-
'^almente abrazar una posición externista, en } entre y ei
Odones no pueden tener un papel decisivo en propósitos,
Partidario de la teoría disyuntiva. Pero, para 1<* present P
et>emos dejar aquí este debate.

135
Filosc^dejam ente^

LOS ENFOQUES COMPUTACIONAL Y ECOLÓGICO


DE LA PERCEPCIÓN

Aunque los filósofos y los psicólogos se ocupen de cosas algo dlv


tintas en sus intentos de comprender la naturaleza de la percepc ión. ,.s
difícil y no contribuye en nada tratar de trazar una línea divisoria perfec­
tamente clara entre lo que a unos y otros les ocupa, como si los analis,s
conceptuales y las teorías científicas no tuvieran relación alguna los
unos con las otras. Por tanto, no es sorprendente que encontremos ecos
del debate filosófico entre los realistas ‘directos’ e ‘indirectos’ en los de­
sacuerdos que se producen entre los psicólogos acerca del marco teóri­
co adecuado para investigar los sistemas y los procesos perceptuales La
mayoría de los psicólogos contemporáneos suponen que la función
principal de los sistemas perceptuales de los organismos vivos es capaci­
tarles para extraer información útil del entorno físico y facilitar con ello
una conducta adaptativa, es decir, una conducta que favorezca su super­
vivencia. Pero existen profundos desacuerdos tanto con respecto a lo
que los procesos perceptuales involucran como acerca de cual sea el
mejor modo de investigarlos experimentalmente. En particular, podemos
distinguir aquí entre el enfoque ‘computacionaf y el ‘ecológico’
Según el enfoque computacional, un sistema perceptual —como el
sistema de visión humana— puede concebirse como un sistema de pro­
ceso de información que funciona de modo algo análogo a un ordena­
dor digital electrónico y que, por ello, puede ser modelado de modo
fructífero mediante una máquina así. Según esta concepción — cuyo me­
jor representante fue el psicólogo David Marr— , se puede iluminar la
manera en que funciona el sistema visual humano pensando acerca dd
modo en que podría diseñarse y programarse un robot que pasara entre
los objetos de su entorno con la ayuda de sensores electrónicos 10 La u-
rea a la que se enfrenta el diseñador de tal robot — y por tanto, según
estamos suponiendo, a la que se enfrentó la evolución biológica en su
papel de diseñador’ nuestro— puede describirse en diversos niveles de
abstracción, de los cuales podemos distinguir tres (siguiendo a Marr) f n
el nivel más alto podemos describir la tarea en términos de lo que el sis­
tema se supone que ha de hacer. Así, en el caso del sistema visual. 0
que se supone que ha de hacer es proporcionar información relevante
para el robot o el organismo, relativa a la disposición física de su entor-
o inme lato, en particular, información relativa a las formas, los tam^
os y as posiciones relativas a los objetos situados en ese entorno
10 ^ teorj,
mmjon?K0,'al fnivsl'f>alion in h ib e D a v ‘c* M a rr s e e x p lic a e n su libro 1 1
ría de IiNUCVa York' WH- F re e m a n an T e " Reí>resentatt™ a nd Processing o f Visual
/om, n f i l a r a e n el libro de V irlc n m P a n F . 1 9 8 2 ) U n a b u e n a introducción a la ll'"
** céofc» 1and Eco/ory, ( ^ V P a tr ,c k C r e e n , Visual Perceptum fl >.* >
feS U w r e n ^ E rlb a u m A s s o c ia te s . 1 9 8 5 ), parte II

1 3 6
_ — — -— - ------------------ apercepción
supone, además, que esta información ha de ser recogida de algún mo
d0 a partir del estado de los sensores del sistema, los cuales, en el caso
del sistema visual humano, son las retinas de nuestros ojos Por tanto
en este nivel de abstracción, podemos describir la tarea en términos de
los tipos de procesos computacionales que se requieren para transfor
mar información relativa al estado de los sensores del sistema en infor­
mación relativa al entorno del robot o del organismo. La presuposición
aquí subyacente es que un sistema procesador de información sólo pue­
de procesar información que esté representada en el sistema mediante
algún método de codificación —como el código máquina digital de un
ordenador electrónico— y ese proceso computacional opera sobre tales
representaciones. Por debajo de este nivel de abstracción se encuentra
el nivel en el cual se puede idear un programa de ordenador específico
o un conjunto de algoritmos para lograr los objetivos computacionales
descritos en el nivel precedente. Finalmente, en el nivel más bajo de abs­
tracción podemos describir la tarea en términos de las clases de estructu­
ras físicas, sean estas electrónicas o neuronales, que se requieren a fin de
implementar o hacer funcionar el programa ideado para el sistema.
Desde el punto de vista del enfoque computacional de la percep­
ción, los dos primeros niveles de abstracción son obviamente los que
encierran mayor interés, lo que no equivale a negar que las cuestiones
de implementación física sean importantes en sus propios términos,
aunque se vea a éstas como asuntos que conciernen principalmente al
ingeniero electrónico o al neurofisiólogo Consideremos, pues, en esbo­
zo, lo que estos dos primeros niveles implican. La retina humana podría
compararse laxamente a una colección de células electrónicas sensibles
a la luz, cada una de las cuales fuera capaz de registrar grados de in­
tensidad de luz en, digamos, una escala de veinte puntos. Una colec­
ción muy simple de este tipo podría contener unos cientos de tales cé­
lulas dispuestas de manera adyacente las unas a las otras formando una
red rectangular. Cuando la luz reflejada de los objetos del entorno se
concentra en la red, se forma en ella una imagen óptica y las células
gistran los diversos grados de intensidad de luz en la superficie e a
red. De ese modo, una información acerca de la configuración i i
mensional de intensidades de luz presentes en la superficie ce a re s
codifica en la salida de las células sensibles a la luz. Esta in ormacio
codificada tiene entonces que ser transformada de algún mo' o-e ^
ormación concerniente a las formas, los tamaños y as Poí>1^ n Vca(j a
l*vas de los objetos del entorno. Esa tarea es difíci ) se
Por muchos factores ambientales, como el hecho de
tos están en parte ocultos por otros o se encuentran <1 * ' |j a_
S!" embargo, una pane importante de la solución estaba - la ap to
Cl°n de principios formales de la geometría pro) • objetos
r‘ partu-
* ade l f“í“
sus imágenes ópticas bidimensio <
tnparecido al
ogistradas éstas desde diversos ángulos, cíe un

137
Filosofía de la mente ----- ---------------------------------------
que se puede recuperar la forma tridimensional de un objeto a p;lnir
del modo en que éste está representado en una serie de totoral,ils' l().
madas desde diferentes puntos de vista. Han de hacerse diversos su­
puestas para que este tipo de solución pueda funcionar en la pi;k,K.t
por ejemplo, que los objetos del entorno sean relativamente estahlr s ,
que estén iluminados desde una dirección más o menos constante sm
embargo, en el tipo de entorno en que ha evolucionado el sistema u
sual humano se justifican de hecho tales supuestos. El anterior es sój(,
un esbozo muy rudimentario de cómo los partidarios del enfoque m m.
putacional piensan que deberíamos tratar de entender los sistemas pn_
ceptuales, pero servirá para poner de relieve las diferencias entre ev
enfoque y el enfoque ‘ecológico’ rival. Un rasgo clave del enfoque
computacional, que lo hace comparable al realismo indirecto', tal conv»
lo hemos caracterizado hasta aquí, es que supone que la percepción in­
volucra la construcción de represen tacion es de objetos en el entorno
Este proceso de construcción se supone que es un proceso completo,
en el cual representaciones de bajo nivel de información acerca del es­
tado de los sensores del sistema se transforman, mediante la aplicación
de algortimos matemáticos, en representaciones de alto nivel de infor­
mación acerca del estado de los objetos del entorno. Desde luego no
sugiere que seamos conscientes de estos procesos computacionales que
supuestamente ocurren en nuestras cabezas, sino que más bien, como
mucho, somos sólo conscientes de sus productos finales, las represen­
taciones del estado de los objetos del entorno. Los sistemas percepti­
vos, como el sistema visual humano, se describen como modulares o
inform acionalm ente en cap su lad os, lo que quiere decir que nuestro"
procesos de pensamiento consciente de alto nivel no pueden influen
ciar el procesamiento de información que se da en tales sistemas." Esta
es, según se dice, la razón de que no podamos hacer desparecer una
ilusión visual simplemente mediante el darnos cuenta de que es una
ilusión. Así, aunque sepam os que las dos líneas de la ilusión de Muller-
Lyer tienen realmente la misma longitud, no podemos evitar verlas co­
mo desiguales, debido a que nuestro sistema visual nos proporciona la
información (errónea) de que son desiguales y nosotros no podemos
corregirla* alterando el modo en que se procesa la información visual
La razón de que el sistema visual nos confunda en un caso así es un te­
ma e atido, pero lo que se presume es que la posesión de un sistema
que incorpora este ‘error’ nos confiere ventajas compensadoras en
nuestro entorno visual natural.
del enfoque ecológico de la percepción, cuyo repte
tiles n e.staca<^° ^ue el psicólogo americano J.J. Gibson, son h°s
a idea de que la percepción sea cuestión de representación )

Jw i^ fc ^ H 1Str maL PerCeptiVOS SOn 'm o d x } h K S '' véase Jerry A ^


algunos dudas s o b r e ? ^ M T Press’ W 3 ) PP- 47 y siguientes I Unt
n mi Subjects o f Experience, pp. 128 y siguientes.

138
—--- -------------------------------- ------- -- ..._^percepción
describen explícitamente su posición como una que mantiene que h
percepción es ‘directa . - Están de acuerdo en que la función de los sis­
temas perceptivos es proporcionar información a los organismos acerca
de su entorno natural que le sirva de guía para sus acciones, pero no
ven la razón por la que esto haya de requerir complejas operaciones
computacionales sobre representaciones. Su idea es que el entorno na­
tural mismo es rico en información — por ejemplo, que la estructura de
la luz reflejada en tal entorno incorpora una rica información acerca de
las propiedades espaciales de las superficies reflectantes— y que el sis­
tema visual humano está bien sincronizado para adquirir esa informa­
ción y utilizarla como guía de nuestras acciones. Tales psicólogos acen­
túan la mutua dependencia de percepción y acción, con la percepción
sirviendo de guía a la acción y la acción posibilitando que los sistemas
perceptivos exploten plenamente la información disponible en el entor­
no natural. Por esta razón abrigan dudas acerca del valor de los experi­
mentos de laboratorio que pretenden revelar el funcionamiento del sis­
tema visual humano medíante el estudio de casos de ilusión visual.
Señalan que tales ilusiones casi siempre se dan en entornos no naturales
en los que los sujetos no pueden explotar la interacción natural entre
percepción y acción, debido a que, por ejemplo, se les hace sentarse
quietos y mirar fijamente imágenes en una pantalla fija. Los psicólogos
partidarios del enfoque ecológico se resisten, por tanto, a la idea de que
en circunstancias normales nuestro cerebro tenga que construir informa­
ción acerca de nuestro entorno infiriéndola de información acerca de
nuestros receptores sensoriales, ya que creen que la información reque­
rida acerca de nuestro entorno está ya presente en el entorno mismo y
se encuentra disponible para que la recolamos directamente, dado que
nuestros sentidos están adecuadamente en sincronía con la misma.
Los psicólogos partidarios de la teoría computacional tienden a
objetar a la concepción anterior que nos deja totalmente a oscuras
acerca del m odo en que nuestros sentidos recogen información acerca
del entorno. Un aparato de radio que esté adecuadamente sincroniza­
do recogerá información de las ondas de radio, pero necesita una gran
cantidad de maquinaria complicada para poder hacerlo. Los psico ogos
partidarios del enfoque computacional dirán que lo que e os iace^ "
explicar, en el caso perceptual, el modo en que la maquinaria re. <
fsle trabajo, si bien no, desde luego, en un nivel puramente fis o oguro
(e nivel de la ‘implementación’). Sin embargo, el Psico1° 8° P . ^ a|_
e enfoque ecológico puede replicar que no mega que
tipo de maquinaria, sino sólo que haya un nivel de d escn ££_
significativo de lo que hace esta maquinaria que requipálmente, pa-
0 en términos de computaciones y representacione.

ticni 5* enfoclue ‘ecológico' de la percepción d e J J Gibson se p ^ ^ 1986)


pn iAPProacb t0 Visual Perception (Híllsdale, NJ: Lawre perception, parte III
Lnj buena introducción se proporciona en Bruce y Creen, I V

1 3 9
Filosofía de la mente
rece muy justo plantearse este tipo de duda acerca del enfoque «,m
putacional.13 Sólo porque los diseñadores humanos podrían adcmhr
provechosamente el enfoque computacional en la construcción de Un
robot no deberíamos suponer que la naturaleza ha adoptado este enf().
que al ‘diseñarnos’ a nosotros. Muy a menudo ocurre que las lar^
que pueden ser realizadas con la ayuda de técnicas computacionales
pueden también ser realizadas de otros modos, a veces más simples
Consideremos, por ejemplo, la tarea de asegurar que el nivel del agua
en dos tanques sea igual. Esto p o d r ía lograrse instalando un sistema
elaborado de sensores electrónicos que dirigieran los tubos de entrada
y salida de los dos tanques de modo que, cuando el nivel del agua en
uno de ellos subiera o bajara en una cantidad determinada, la informa­
ción sobre ello se pasara al otro tanque y se dejara en él entrai o salir
la misma cantidad. Pero una solución mucho más fácil es colocar los
dos tanques al mismo nivel y juntarlos mediante un tubo, dejando asi
que la gravedad haga el trabajo.
No intentaré decidir aquí entre los enfoques ecológico y computa­
cional. Es interesante que el debate entre ellos se parezca, en cierto mo
do, al debate entre los filósofos acerca del realismo ‘directo’ e indirecto ,
pero no creo que esos enfoques claramente se sostengan o se hundan
con su contrapartida filosófica. Puede sugerirse también que el enfoque
computacional es implícitamente ‘internista’ mientras que el enfoque
ecológico es implícitamente ‘externista’, en los sentidos de estos termi­
nos que se explicaron en el capítulo 4, si bien algunos filósofos de la
psicología han discutido esta descripción del enfoque computacional '
Pero sea la verdad sobre esto la que fuere, no puedo sino observar que
los dos enfoques tienen un rasgo notable en común: ninguno de ellos
asigna papel significativo alguno en la percepción a las características
cualitativas o fenoménicas de la experiencia perceptual. En realidad
ninguno de ellos hace uso de la noción de ex p erien cia perceptual Qm-
zá sea este un punto a su favor por lo que respecta a los partidarios de
h teoría disyuntiva de la percepción (aunque sus simpatías seguramente
sólo pueden dirigirse al enfoque ecológico). Pero a otros filósofos de la
percepción les parece una seria omisión el olvido en que se tiene la no­
ción de experiencia perceptual. A ellos les parecerá que el rasgo más
importante y central de la percepción ha sido simplemente pasado por
alto por ambos enfoques empíricos.

C? ^ nCra* acerca del enfoque computacional de la mente, vean >


)5) pp 34^ 1 Mi8ht Cognition Be, If Not Computaron?’, Jo u rn a l o j Pbtlo.sopb)

do defendida t i
defendida oo^Tvl!? _fona de la visió?
visi°n ¿dee Marr tiene una
Marr tiene una orientación
orientación W
externi-4
i g’ * ‘
y Z BUrgC; Véase su 'Ma" ' s Theory of Vision', en Jay L. GarltcW ¿d
ge, Mass.. MIT P r « s * 1980^ “ ™ ^ ° ' ’ a n d Nat" ra l Language UiulerstantliW < ^
What is Not Their»' bu ? ,Para Un Pumo de vista opuesto, véase Gabriel Seg* •
nerc , Phtlosophical Review98 (1989), pp. 189-214 .

140
La percepción

CO N SCIEN CIA , EXPER IEN C IA Y VISIÓN CIEGA’

En respuesta a la última queja, algunos psicólogos pueden sostener


que, de hecho, los datos empíricos sugieren que los aspectos fenoméni­
cos de la experiencia perceptual son mucho menos importantes que co­
mo el sentido común los concibe. Aquí podrían citar estudios de casos
de la llamada ‘visión ciega’, en la cual sujetos que sufren de ciertos tipos
de lesión en el córtex visual declaran ser incapaces de ver nada en algu­
na región de su campo visual y sin embargo están manifiestamente en
posesión de información basada en la visión acerca de cosas presentes
en esa región.15 El hecho de que se encuentran en posesión de tal infor­
mación es algo que puede averiguarse al pedirles que hagan conjeturas’
sobre la presencia o ausencia de ciertos estímulos en las regiones ‘cie­
gas’ de su campo visual, pues resulta que sus ‘conjeturas’ son correctas
mucho más frecuentemente de lo que podría explicar el mero azar La
consecuencia parece ser que tales sujetos están viendo el estímulo, si
bien —a juzgar por sus propios informes introspectivos— no están te­
niendo ningún tipo de experiencia consciente de ellos Por supuesto, se
podría sospechar que estos sujetos están teniendo experiencias percep­
tibles conscientes y que son sus juicios introspectivos los que fallan, pe­
ro eso parece sumamente implausíble. Pero si no necesitamos tener ex­
periencias perceptuales conscientes para ver cosas, quizá estemos
sobreestimando la medida en la que tales experiencias están involucra­
das en los procesos visuales incluso en los individuos con visión nor­
mal. Ciertamente, si no necesitamos tener experiencias perceptuales pa­
ra ver cosas, la teoría causal de la percepción esbozada anteriormente
en este capítulo no puede ser correcta. ^ ^
Una pregunta que podríamos hacer aquí es la siguiente. ¿Por qué
habríamos de decir que los sujetos con visión ciega rea^ ^ visuales?
sas que se encuentran en las regiones ‘ciegas de sus c. ^ yer na_
DesDués Hp fiiprreinente Gi P

^ ‘«ciencia.

141
Filosofiadeja mente _

vamos a pasar por alto esta complicación.) 1 cío esa concepción |()
q lie es ver puede ciertamente ser cuestionada. Para empezar, si ^ p()
sible la visión ‘prostética’ de la que antes hablábamos, como realmri1¿
parece que lo es, los ojos no son necesarios para poder vei si (j^.
por ‘ojo’ entendemos el tipo de órgano biológico que eiu o,uIilIn(ls
normalmente ubicado en la cabeza de las peí sonas. Por otra parle, si
por ‘ojo’ pretendemos referirnos a cualquier tipo de dispositivo, sea es
te natural o artificial, que posibilite vei% claramente será circ ular ddm„
ver en términos de adquirir información mediante los ojos. De hec lio.
puede argumentarse muy bien que lo distintivo de rci\ por contusu*
con cualquier otra modalidad sensorial, es el tipo de experiencia per­
ceptual que está característicamente involucrada en ello y, mas especí­
ficamente, el tipo de rasgos fenoménicos o cualitativos que esa expe­
riencia tiene normalmente. Esto explica bien por qué los sujetos de
visión ciega niegan tan fuertemente que puedan ver, a saber, porque
creen que les falta el tipo de experiencia perceptual requerida Nótese
aquí que tales sujetos con tin ú an negando que puedan ver inclusu des
pués de haber sido informados acerca de la elevada proporción de
éxitos de sus ‘conjeturas’.
Naturalmente, sería ocioso entrar en una disputa puramente verlul
acerca de lo que se debería o no entender por el verbo v e r. Quizá ha­
bríamos incluso de distinguir dos sentidos diferentes de ver y decir que
los sujetos de visión ciega 'ven’ en un sentido pero no en el otro, lo cual
de hecho estaría de acuerdo con el modo de pensar de algunos fisiólo­
gos que mantienen que el cerebro humano está equipado con dos tipos
diferentes de sistemas visuales, uno más antiguo y otro evolucionado
más recientemente, estando sólo el primero de ellos intacto en los sua­
tos de visión ciega. (Merece la pena señalar aquí que los tipos de estí­
mulos acerca de los que los sujetos de visión ciega pueden hacer conic
turas’ correctas son de un tipo bastante básico, como puntos luminosos
o formas simples.) Pero si la experiencia perceptual consciente solo cst.i
asociada con el sistema evolucionado más recientemente, h ab rem os di
preguntar qué ventaja biológica confiere esa experiencia a las c riaturas
que pueden tenerla. Esta es parte de una cuestión mucho más amplia
que puede plantearse acerca de la función de la consciencia desde un
punto de vista evolutivo. Algunos filósofos y algunos psicólogo ^ e s -
ren que la consciencia —si es que realmente existe— es epifenómeno
un subproducto accidental de otros desarrollos evolutivos. Esta sugeivn-
cía es difícil de creer, pero también difícil de rechazar a menos que puu
a mostrarse que una criatura que posee consciencia puede conseguir
cosas que una criatura que carezca de ella no puede conseguir. P°r ol[~‘l
deberíamos decir que si la teoría evolutiva no puede exp1
ciénri'fX1ntenCÍj - Un ferámeno tan notable e innegable como la <-°ní’
* ello indica la inadecuación de la teoría.

142
Ixt percepción

CONCLUSIONES

En este capítulo nos hemos ocupado centralmente de la noción de


experiencia perceptu al. Las experiencias perceptuales se conciben como
algo que tiene tanto rasgos cualitativos como contenido conceptual
(aunque puedan también tener algún tipo de contenido no-conceptual)
Su contenido conceptual se relaciona claramente con. o está restringido
por, sus rasgos cualitativos, pero lo está de un modo que no es fácil de
explicitar en detalle. Examinamos una versión de la teoría causal de la
percepción que mantiene que es una verdad conceptual que Ja percep­
ción implica una relación causal entre las experiencias perceptuales de
un sujeto y los objetos que ese sujeto percibe al tenerlas. Vimos que esa
teoría ha de enfrentarse al problema de las ‘cadenas causales desviadas’,
pero concluimos provisionalmente que este problema puede resolverse.
A continuación examinamos las objeciones a la teoría causal concentrán­
donos en la afirmación de que favorece el escepticismo, acusación que
argumentamos era infundada. También examinamos un rival importante
de la teoría causal — la teoría disyuntiva— pero concluimos que no tie­
ne ventajas significativas sobre la teoría causal y que además tiene cier­
tos inconvenientes. Luego pasamos a la discusión de la división presente
en los psicólogos entre los partidarios de los enfoques ecológico y com­
putacional de la percepción, señalando su parecido con la división pre­
sente en los filósofos entre realistas ‘directos’ e indirectos, pero hacien­
do notar también que ambos enfoques pasan por alto la noción de
experiencia perceptual consciente. Finalmente, pasamos a discutir si este
olvido puede justificarse recurriendo a la existencia de fenómenos como
h ‘visión ciega’, pero concluimos que no puede sostenerse ningún argu
mento simple a ese efecto. La afirmación de que las experiencias per-
ceptuales tal como las hemos caracterizado están involucradas centra
mente en los procesos de percepción parece, por tanto, soirexi\ir a
ataques realizados sobre bases tanto filosóficas como empíne as

143
7
Pensamiento y lenguaje
Hasta ahora hemos tratado de diversos tipos de estados mentales,
incluyendo sensaciones, percepciones (es decir, expenencias perceptua­
les) y creencias. Tratamos las creencias (y otros estados de actitud pro­
posicional) con bastante detalle en los capítulos 3 y 4, antes de pasar a
hablar de sensaciones y percepciones en los capítulos 5 y 6. Este orden
de exposición, aunque consecuente con el plan global del libro, podría
parecerles a algunos lectores el inverso al orden natural, pues es naairal
suponer que las sensaciones y las percepciones son, en más de un senti­
do, ‘prioritarias’ respecto de las creencias. Parecen ser prioritarias res­
pecto de las creencias, en primer lugar, en el sentido de que muchas de
nuestras creencias se b asa n en, o se derivan de, nuestras sensaciones y
nuestras percepciones, mientras que lo inverso nunca parece ser el caso
(excepto, quizá, en ciertos tipos especiales de errores). En segundo lu­
gar, las sensaciones y las percepciones parecen prioritarias respecto de
las creencias en el sentido de que, mientras que estaríamos dispuestos a
atribuir sensaciones y quizá incluso percepciones a una criatura a la que
juzgáramos incapaz de poseer creencias, creo que estaríamos menos i
puestos — o al menos deberíam os estarlo—, y quizá incluso nos opon
dríamos completamente, a atribuir creencias a una criatura a a que juz
gáramos incapaz de poseer sensaciones y percepciones. ,
Parte de lo que aquí está en juego es que las creencias son
mentales de un nivel cognitiiv superior a\ de las sensaciones >
ciones. Ciertamente, se podría querer negar que las sens^ ^ " jas sen_
dos ‘cognitivos’, aunque en contra de esto se pue e sos cond¿ción
saciones proporcionan a una criatura información acera /por e,em-
t o de L i panes d« su cu en» y de su M o m o ¡ K L _
pío, que las sensaciones de dolor le informan so re ‘ informan acerca
* S panes de su cu e n » y pue las
de la presencia de comida o de otros animales.. ‘ imos —como se
ciones son claramente estados ‘cognitivos si as cje contenido
sostuvo en el capítulo 6— como poseedoras nec^ es Slñ duda una
conceptual, ya que la capacidad para utilizar conceptué
co P , w_ monns-
r'O
C ■ I t cognitiva.
aPacidad . . —< 1- . -
El adjetivo ‘cognitivo’ deriva del verbo latino
Cerey que significa ‘saber’ o ‘conocer’, y el conocimiento propiamen e i
vinculado inseparablemente a la capacidad para utilizar c^ nc^
embarca OCM mnpvinn entre cognición y posesión de conceptos

145
Filosofía de la mente
debería volvernos a hacer considerar si es cierto que el tipo de ¡n[„mw.
ción que le proporcionan a una criatura sus sensaciones es suficiente* para
justificar que describamos las sensaciones como estados ‘cognitivos’ pu¿
argumentarse que no es suficiente, puesto que no necesariamente está ln_
volucrada la utilización de conceptos por parte de esa criatura. Un
que se lame la pata herida al sentir ahí una sensación de dolor claramente
en algún sentido está respondiendo a la información de la que dispone
acerca de la condición física de su pata, pero para responder apropiada­
mente de ese modo el perro no parece requerir de la utilización de con­
ceptos de tipo alguno. En particular, no necesita poseer ningún concepto
de pata, ni de dañ o ni de sí mismo, ni ciertamente de d olor
No obstante, tras haber efectuado esta conexión entre la cognición
y la posesión de conceptos podemos empezar a sentirnos insatisfechos
con algunos aspectos del examen que realizamos de las creencias y su
‘contenido proposicional’ en el capítulo 4. En particular quizá pensemos
que las creencias se trataron allí meramente como estados representa-
cionales’ o ‘informacionales’, es decir, de un modo que no era en abso­
luto sensible a la distinción entre los estados mentales que presuponen
una capacidad de utilización de conceptos por parte de las criaturas que
poseen tales estados y los que no la presuponen. Esta es una razón muy
importante por la que debemos ahora volver a tratar el tema de la cre­
encia y, más ampliamente, el tema del p en sa m ien to . Nuestras investiga­
ciones preliminares en esta área en los capítulos 3 y 4 no fueron en va­
no aunque no resultaran concluyentes. Estamos ahora en posición de
llevarlas más allá utilizando lo que hemos aprendido acerca de la sensa­
ción y la percepción, pues algo que debemos tratar de entender es el
modo’en que la sensación y la percepción se relacionan con el pensa­
miento y la creencia, y otra es la manera en que el pensamiento y la
creencia se relacionan con su expresión en el lenguaje.
Algunas de las preguntas que habremos de tratar de responder en
este capítulo son las siguientes. ¿Tiene todo nuestro pensamiento un ca­
rácter simbólico y cuasi-lingüístico? ¿Existe un ‘código del cerebro o
‘lenguaje del pensamiento? ¿Cuál es el papel de las imágenes mentales
en nuestros procesos de pensamiento? ¿En qué medida la capacidad de
pensar depende de la capacidad de comunicarse en un lenguaje publi­
co? ¿Configura o restringe el lenguaje que hablamos los pensam ientos
que somos capaces de tener? Y ¿en qué medida son innatas nuestras ca­
pacidades para el lenguaje?

MODOS DE REPRESENTACIÓN MENTAL

i _ jarnos a empezar con la proposición aparentemente inocua de que


petará ° S co&nitivos> Ocluyendo pensamientos y creencias, son a la vez
aue eS y estac*os reP resentacionales, Pues bien, he sugerido Va
ar e representación’ en este contexto resulta algo poco discri
Pensamiento j>lenguaje
minador puesto que no hay aquí ninguna sensibilidad a la distinción en­
tre el contenido conceptual y el no-conceptual (recuérdese la discusión
de este punto en el capítulo anterior). Sin embargo, precisamente por es
ta razón, esa manera de hablar lleva consigo una carga de supuestos me­
nor que modos de hablar más específicos, lo cual le confiere ciertas ven­
tajas. Las cuestiones sobre las que debemos pensar ahora son: ( 1) cómo
los estados mentales pueden ser estados representacionales, y (2) qué
modos de representación deben aquéllos involucrar para constituir esta­
dos cognitivos. Al abordar esta última cuestión es cuando podemos im­
poner la restricción de que los estados cognitivos deben concebirse co­
mo poseedores de algún tipo de contenido conceptual,
Ya hemos tratado con cierta amplitud la primera de estas cuestio­
nes en el capítulo 4, en el que exploramos diversas explicaciones natu­
ralistas de la representación mental (aunque, ciertamente, hallamos razo­
nes para no estar plenamente satisfechos con ellas). De modo que
concentrémonos en la segunda cuestión. Aquí puede ayudarnos refle­
xionar sobre los muchos modos diferentes de representación no mental
con los que todos nosotros estamos familiarizados. La amplia vanedad
de tales modos la ilustran las maneras tan diferentes en que cosas como
las siguientes sirven para representar oirás cosas o estados de cosas: di­
bujos, fotografías, diagramas, mapas, símbolos y oraciones. Todas estas
cosas que nos son familiares son, por descontado, construcciones huma­
nas, diseñadas por las personas de modo totalmente específico a fin de
representar una cosa u otra. Ciertamente puede argumentarse que cual­
quiera de estas cosas logra representar algo sólo en la medida en que al­
guien —sea su creador o su usuario— las interpreta como representan­
do algo. Si ello es así, parece que nos vemos enfrentados a una
dificultad al tratar de utilizar tales cosas como modelos para entender los
diversos modos de la representación mental pues —dejando totalmente
de lado su implausibilidad intrínseca— decir que las representaciones
mentales logran representar algo sólo en la medida en que alguien as
interpreta como representando algo implicaría o bien un círculo vicioso
0 bien una regresión al infinito, pues interpretar es él mismo un esta o
mental representacional (de hecho, un tipo de estado cognitivo . na
manera de formular esto es decir que las construcciones representacio
nales humanas, como los dibujos o los mapas, tienen una intención
dad ‘derivada’ tan sólo y no una intencionalidad origina . sie™ °
funcionalidad la propiedad que posee una cosa si represen a a ' de
cosa y es, por tanto, ‘acerca’ de ella (al modo en que un < ^
^er ‘acerca’ de una cierta zona de terreno o un diag P
acerca’ de la estructura de una máquina) 1

. ! Para el examen de la distinción entre inte™ ° " aI'dad ^ o n b e M t n d (Cambridge,


‘ncionalidad ‘derivada’, véase John R. Searle, Tire Re & - ^ nocjón de intencio-
Mass, MIT Press, 1992), pp. 78-82. Para más
tildad en general, véase su Intentionahty An Essay on tbe P.
Cambridge University Press, 1983)

147
Filosojia d ela mente ----------------------------------------- . ------------------------------------------------------------------

Podemos responder a la anterior dificultad del siguiente


primer lugar, el hecho (si es que es un hecho) de que las consta,,
representacionales tengan únicamente intencionalidad derivada. M
nos impediría recurrir a ellas para explicar el m o d o en que las ivp,\ sni
taciones mentales pueden ser estados representacionales - ^ s ckUI h
cuestión ( 1) anterior— , no nos impediría recurrir a ellas para d pI()pns¡.
to de responder a la pregunta ( 2), es decir, para proporcionar nioddos
de los varios modos posibles de representación mental Por ejemplo. p().
dría suceder que ciertos modos de representación mental puedan u ,n(v.
birse provechosamente como análogos a o ra cio n es por lo que respeta
a su forma o estructura. Ciertamente, sería poco prometedor sostener
que tal ‘oración’ mental sirve para representar algo — algún estado de
COSas— en un modo parecido al que lo hace una oración escrita en es­
pañol, puesto que parece claro que las oraciones en español sólo repre­
sentan algo en virtud de que los hablantes del español las interpretan
como representando algo. Por ello, debemos buscar en otra pane una
explicación del m odo en que una ‘oración mental1 puede representar al­
guna cosa (recurriendo quizá a una de las explicaciones naturalistas es­
bozadas en el capítulo 4). Sin embargo, aún podría ocurrir que hubiera
algo relativo a la estructura de las oraciones del lenguaje natural q u e las
convirtiera en un modelo prometedor de ciertos modos de representa­
ción mental. Esta es una cuestión que habremos de examinar a conti­
nuación.

LA HIPÓTESIS DEL ‘LENGUAJE DEL PENSAMIENTO'

La línea argumental siguiente proporciona una razón para suponer


que los estados cognitivos, incluyendo pensamientos y creencias, deben
concebirse como algo que implica un modo de representación cuasi-lin-
güístico. Ya hemos visto que los estados cognitivos tienen un contenido
conceptual Pero tienen más que eso; tienen una estructura conceptual
Comparemos
. * las
----Idsiguientes
^ÍCCIIL-Id creencias*, la creencia de que ti a los■ caballos
~~
lpc micfon 1^-1„ ___ , . . . . _f”ln ! ko l.
es gustan las manzanas, la creencia de que a los caballos les gustai
zana orias, la creencia de que a las ardillas les gustan las zanahorias \ *l
creencia de que a las ardillas les gustan las bellotas. Cada una de estas
creencias comparte uno o más componentes conceptuales con las otras.
pero todas ellas tienen la misma estructura conceptual general, pue-s lü'
Cías ellas s n n ____ 1_ I ^ . . f ° . . . . ^ Pues
lo. . ------- ^ lunna: a ios uas; t s íes gustan —
°raC10neS
c a n ta r mi Una *en 8ua son admirablemente apropiadas PJ •
recom hin^rf™ ^3’ porc,ue están formadas de palabras que pueden *
¡cual o d ¡fp 3S C m o c*o s ^versos para generar oraciones n u evas 1
lengua determf6 eStmc¡tura' ^ reglas gramaticales o sintácticas d e 11^
hablante r o m an cua es son las formas de combinación admisih es-
reglas ¡unto r o Ctente C|Ue ten8a un conocim iento implícito de L-‘
8 S ,Um° COn un vocabulario suficientemente grande - e l cual- »n

148
- ___ PvHMwienio y lenguaje
embargo, puede que abarque solamente unos cuantos miles de pala
bras-— es capaz de construir un enorme número de oraciones distintas
muchas de las cuales quizá no haya encontrado nunca antes para ex
presar cualquiera de entre un enorme número de pensamientos que se
le pueden venir a la cabeza. La productividad del lenguaje —su capaci­
dad para generar un número indefinidamente grande de oraciones a
partir de un vocabulario limitado— parece equipararse con la producti­
vidad del pensamiento, lo que sugiere una estrecha conexión entre am­
bos. Una hipótesis plausible es que la productividad del pensamiento se
explica del mismo modo que la del lenguaje, a saber, que se origina en
el hecho de que el pensamiento involucra un modo de representación
estructural o composicional análogo al del lenguaje. No es sorprendente
que la existencia de precisamente ese modo de representación mental
haya sido postulada, siendo conocido con el nombre de ‘lenguaje del
pensamiento’ o ‘de la mente’.2
Al describir el presunto lenguaje del pensamiento como un len­
guaje,, debemos tener la precaución de no asimilarlo demasiado a las
lenguas naturales que nos son familiares, como el español, el inglés, o
el swahili. El único parecido relevante es estructural: su posesión de una
organización ‘sintáctica’. El lenguaje de la mente, si existe, es un lengua­
je en el que p en sam os, pero no un lenguaje con el cual hablamos o nos
comunicamos públicamente. Además, si es que pensamos en el lenguaje
de la mente, no somos en absoluto conscientes de hacerlo así, es decir,
las oraciones del lenguaje de la mente no se nos muestran ante nosotros
cuando reflexionamos, o ‘introspeccionamos’, sobre nuestros propios
procesos de pensamiento. De modo que las oraciones del lenguaje de la
mente no han de confundirse con el ‘habla interior’ o ‘soliloquio silen­
cioso’, es decir, el tipo de diálogo imaginario que a menudo sostenemos
con nosotros mismos al elaborar la solución de algún problema o deli­
berar sobre una decisión que hayamos de tomar, pues este tipo de diá­
logo imaginario lo llevamos a cabo en nuestra lengua materna o, a me
nos, en alguna lengua natural que nos resulte conocida, como e ing es,
el alemán o alguna otra lengua humana.
Pero, ¿por qué habríamos de suponer que el lenguaje e a ™
existe, aparte de las consideraciones antecedentes acerca e a Pr°
vidad del pensamiento? Para ello se han ofrecido varias rJZO™^s ‘
nales. Una es la siguiente. Puede sostenerse que el unico mo

~ La defensa más desarrollada de la hipótesis del lenguaje cn j eny A. Fo-


<-Urre a argumentos del tipo del que se esboza en esta .menUi¿s> o lenguaje
, r¡ n e km guage ofV jougbt (Hassocks H ám ster Pr^ s; w ¡lfnd sellare al lenguaje
^ la mente, com o aquí se traduce, es el nombre que ^ P ‘ Castañeda (edJ, Ac-
del pensamiento; véase su ‘The Structure of Knowledge i \\ v fñ y Se¡¡ars (indianapolis
^ K i i o u M g e and Reality Critical Stiidws in m i o r ' f Erkenntnis 13
hobbs-Memll, 1975). Véase también Hartiy F.eld, Mema 1 h¡iosophy of Psycbologv.
U97S), pp. 9_61( reimpreso en Ned Block (ed ). Rtadm ^
oíame 2 (Londres: Meihuen, 1981).

149
Filosofía de la mente
se puede aprender una lengua es aprendiendo a traducirla a <)lra
uno ya conozca. Después de todo, este es el modo en que un luh|am,
cuva lengua materna sea el inglés aprende una lengua extranjera „ jm„
el francés, a saber, aprendiendo a traducirla al inglés (a menos.
luego, que la capte ‘directamente’, en cuyo caso la aprende presUm,hk,
mente de modo muy similar a como aprendió el inglés). Pero si Hlo ^
así entonces solamente podemos haber aprendido nuestra lengu.i
terna (o nuestra primera lengua natural) aprendiendo a traduc irla a un,
lengua cuyo conocimiento sea innato (y que, por tanto, no haya sido
aprendida); dicho brevemente, aprendiendo a traducirla al mentalés n
‘lenguaje del pensamiento’. Sin embargo, aunque aprender una lengua
aprendiendo a traducirla sea ciertamente u n modo de aprender una len­
gua, puede cuestionarse que sea el ú n ico . Algunas personas que se
oponen al lenguaje de la mente podrían fácilmente darle la vuelta al ar­
gumento anterior y mantener que, dado que (en su opinión) no existe el
lenguaje de la mente, se sigue que debe haber otra manera de aprender
una lengua que no implique traducirla a una lengua que uno ya cono/
ca. Pero entonces, por supuesto, le incumbiría a esa persona explicar
cuál puede ser ese otro modo, lo cual podría no ser algo muy fácil. Vol­
veremos sobre este asunto más adelante, al examinar en qué medida el
conocimiento del lenguaje es innato.
Otra consideración que favorece claramente la hipótesis del len­
guaje del pensamiento es que postular la existencia de tal lenguaje po­
dría posibilitarnos modelar los procesos humanos de pensamiento con
el modo en que operan los ordenadores electrónicos digitales Podría
afirmarse que estas máquinas proporcionan la mejor esperanza de en­
tender el modo en que un sistema por com pleto físico puede procesal•
información. Esto se logra en el caso del ordenador mediante la repre­
sentación de la información en un modo cuasi-lingíiístico, al utilizarse
un ‘código máquina’ binario. Las cadenas de este código se componen
de secuencias de símbolos ‘0’ y ‘1’, las cuales pueden ser realizadas tísi­
camente mediante, por ejemplo, los estados ‘cerrado’ y ‘abierto’ de los
conmutadores electrónicos de la máquina. Si el cerebro humano es un
mecanismo de procesamiento de información, aunque sea uno que lu
evolucionado de modo natural y no el producto de un diseño inteligen­
te, entonces puede ser razonable formular la hipótesis de que opera de
mo o muy parecido al de un ordenador electrónico, al menos en cuanto
a a utilización de algún tipo de método cuasi-lingüístico de codificar
i ormación. El mentalés podría ser considerado entonces como un c0
rgo e cerebro’, análogo al código máquina de un ordenador. Por otio
lado, muchos filósofos y muchos psicólogos han expresado dudas acer­
ca del enfoque computacional del estudio de la mente, algunas de k*
c ales hemos mencionado en el capítulo anterior. Abordaremos esta
nerriv^c maS p|enamente en el siguiente capítulo, al examinar las pe*
no es m ? Ue ° FeCe ^ ^ esarro^ ° de la inteligencia artificial. Entretan
veniente otorgar un peso excesivo a presuntas analogías en

150
_ ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------ — Pcl l™”¡iejnln_yjenguaje
------------------------------------------------

cerebros y ordenadores. Además, como veremos en el próximo capítulo


existen ciertos tipos de arquitectura computacional —especialmente las
llamadas ‘conexionistas’— que no prestan apoyo al tipo de analogía que
acabamos de mencionar en favor de la hipótesis del lenguaje del pensa­
miento.3

REPRESENTACIÓN ANALÓGICA FRENTE A


REPRESENTACIÓN DIGITAL

Como accibnmos de ver, las oraciones de una lengua proporcionan


un posible modelo para el tipo de representación mental que se halla
involucrada en los procesos del pensamiento humano. Pero anterior­
mente apuntábamos varios otros tipos de representaciones artificiales
además de las oraciones — cosas como dibujos, fotografías, diagramas y
mapas. Todas estas cosas involucran algún elemento de representación
analógica, en lugar de digital. La distinción analógico/digital puede ilus­
trarse comparando una esfera de reloj analógico con una esfera de reloj
digital. Ambos tipos de esfera representan momentos de tiempo. pero lo
hacen de modos totalmente distintos. La esfera de un reloj digital repre­
senta un momento de tiempo mediante una secuencia de números, co­
mo por ejemplo ‘10.59*. Una esfera de reloj analógico representa ese
mismo momento de tiempo mediante las posiciones de las manecillas
de las horas y de los minutos del reloj. Más precisamente, una esfera de
reloj analógico representa las diferencias entre horas mediante diferen­
cias en las posiciones de la manecilla de las horas, de tal modo que
cuando menor es la diferencia entre dos horas, menor es la diferencia
entre las posiciones que representan esas horas (lo mismo vale para la
manecilla de los minutos). Así que la esfera de un reloj analógico repre­
senta mediante el recurso a una analogía, o parecido formal, entre el pa­
so del tiempo y las distancias que atraviesan las manecillas del reloj.
La representación analógica involucrada en la esfera de un reloj
analógico es sumamente abstracta o formal. Los mapas y los diagramas
son menos formales puesto que en ellos hay un parecido genuino con
las cosas que representan, aunque sea un parecido débil o esti iza o.

* ««■
Paraa una
¡ evaluación de los argumentos de Fodor en _ "¡mpresa
se ,a n°ta crítica de Daniel C. Dennett del libro en Muid 86 (19/ . PP- “ ’ /awP/,/a //
tomo ‘A Cure for the Common Code?\ en el libro de Dennett ° . - >n en glock
&says on M ind a n d P sy ch olo s (Hassocks: Harvestcr Press. 19/ > * hlpótesis del
«d■ >. Readhigs m Pbtlospbyo/PsKbolonr. Volunte 2 Panl C. Stalnakcr. In-
"Ruaje del pensamiento y una perspectiva alternama. \c . . drfend¡do posterior-
(Cambridge, Mass.: M1T Press. 1981), capítulos 1 y - Vodoi the
"*m e la hipótesis en el apéndice de su Psycbwmautics: V ,c Problcn, cj to a n f.
ilosopby o f M ind (Cambridge, Mass : M1T Press. 1987) Zcnon W. Pylyshyn.
4 Para ulterior discusión de la distinción analogico/ igi ‘ 'jr,wCambridge, Mass.: M1T
(fmputation a n d Cognitum- A fo r Coguittve Sita Foundation
rcss’ ^ 8 4 ), capítulo 7 .

151
Filosofía de la mente ----------------------------------- -----------------
Así un mapa que represente una determinada zona es una cos-i rS|Yí
cialmente extensa como lo es la zona misma y representa partes UTn'
ñas de esa zona mediante partes cercanas del mapa. No obstante. <>lr‘s
aspectos de la representación mediante mapas pueden ser más |(,rnil
les. Por ejemplo, si el mapa es un mapa que indica las cun as de nuvl
entonces representa los cam b ios d e altu ra de parte del terreno ilu dían­
te la proxim idad de las curvas de nivel en la parte del mapa c,ue re­
presenta aquella parte del terreno. Un mapa puede también incluir ele­
mentos de representación puramente simbólica, que pertenecen i |„
‘digital’ en lugar de lo ‘analógico’, como, por ejemplo, una cruz para
representar la presencia de una iglesia (aunque incluso aquí, la ubica­
ción de la cruz representa la u b ic a ció n de la iglesia de un modo ana
lógico). Los dibujos y las fotografías representan mediante grados de
parecido aún mayores entre ellos y las cosas representadas; así, on una
fotografía en color en la que una cierta persona, como solemos dan
ha ‘salido bien’, el color del cabello de esa persona se parece al color
de la parte de la fotografía que representa al cabello de esa persona
En este caso, el parecido precisa ser de tal grado que la experiencia de
mirar la fotografía sea similar (más o menos) a la experiencia de mirar
a la persona. Pero, por supuesto, mirar la fotografía de una persona no
es exactam ente como mirar a la persona, y ver una fotografía como al­
go que representa a una persona precisa de in terpretación de un mo­
do parecido en que se precisa para ver un mapa como algo que repre­
senta una cierta zona.

IMAGINACION E IMÁGENES MENTALES

Llegados a este punto, podemos hacernos la siguiente pregunta


¿involucran algunos de nuestros estados cognitivos modos an alóg icos de
representación? ¿Cómo deberíamos intentar dar respuesta a esta pregun­
ta? Quizás podríamos simplemente preguntarle a la gente su opinión so-
bre esto basándonos en su capacidad para la introspección. Pero si pe­
guntamos, por ejemplo, si piensan ‘en palabras’ o en ‘imágenes,
tallaremos una variedad de respuestas sorprendentemente elevada Al­
gunas personas afirman que el pensar viene frecuentemente acompaña
o e imágenes mentales vividas, mientras que otras niegan enfatiza
mente que experimenten alguna vez tales imágenes e incluso detlaian
no comprender qué es lo que se quiere decir con ello. Sin embargo, a
natok ^ eStaS ^ mas Per*sonas afirman tranquilamente que piensan en
el * entendiendo por ello palabras en alguna lengua natural.
todo íirr° G'° entonces> al parecer, su pensamiento viene, despues ^
vas en l n ^ T ^ 0 de lmá8enes mentales, aunque por imágenes cW 1
vas en lugar de imágenes visuales.
los modos dÜ’ Sm embar8°> la conexión entre las imágenes mentalL* '
modos de representación mental? Es muy peligroso caer en la tenta

152
^ _______________________________________________________________________________ _________ Pensamiento v lenguaje

aún de argumentar del modo siguiente. Las imágenes mentales, tamo si


son visuales como auditivas, acompañan manifiestamente buena parte o
¡a totalidad de nuestro pensamiento consciente. Pero las imágenes men­
tales son im ágenes y, por tanto, suponen una representación analógica
Por consiguiente, buena parte de nuestro pensamiento implica modos
analógicos de representación. Un supuesto cuestionable de esta manera
de razonar es el de que las imágenes mentales comportan literalmente
imágenes de algún tipo, entendiendo el término ‘imagen’ como algo pa­
recido a un dibujo o una fotografía. Es difícil negar que todos nos invo­
lucramos a veces en procesos de im aginación Así, si, por ejemplo, al­
guien me pide que imagine un caballo blanco atravesando al galope
una pradera verde, sé cómo llevar a cabo esa instrucción: visualizo’ una
escena correspondiente a la instrucción dada. Pero no deberíamos supo­
ner, sólo porque el término ‘imaginación’ se derive de la misma raíz que
el término ‘imagen’, que la imaginación debe por tanto comportar la
producción o inspección de im ágenes de algún tipo. Puede muy bien
suceder que la imaginación haya adquirido este nombre porque en el
pasado se creyó que comportaba imágenes de algún tipo, pero no debe­
ríamos suponer que esa creencia sea correcta. No obstante, se podría
preguntar: ¿no es simplemente evidente que cuando uno visualiza algo
entonces ve algo ‘con el ojo de la mente’, algo así como un dibujo o
cuadro mental? Pues no, no es nada evidente que esto sea así. Lo más
que puede decirse sin riesgo es que la expenencia de imaginar visual­
mente algo es en cierto modo parecida a la experiencia de ver algo. Pe­
ro dado que está muy lejos de ser evidente que la expenencia de ver al­
go comporte ningún tipo de ‘dibujo o cuadro mental , ¿por qué
habríamos de suponer que la experiencia de imaginar visualmente algo
comporta eso? No sirve responder aquí que, dado que al imaginar vi­
sualmente algo la cosa imaginada no necesita existir, debe por lo tanto
haber alguna otra cosa que realmente exista y que uno vea con el ojo
de la mente’, a saber, un ‘dibujo o cuadro mental de la cosa que se esta
imaginando, pues ¿por qué habría uno de ver alguna otra cosa para vi
sualizar algo que no existe? ., •
Llegados a este punto, la pregunta que debemos hacernos es a
guíente. Supuesto que buena parte de nuestro pensamiento consci^
importa el ejercicio de nuestras capacidades de imaginación,
2.ón hay para suponer que los procesos de imaginación involucra -
°s de representación analógicos? Un modo de tratar e e ‘ ‘
cuestión es hacerse la pregunta de si imaginar una situación .
incido a pin tarla o a describirla. Así, consideremos e atraVe-
«mos cuando se nos pide que imaginemos a un caba o < •
¡*"do al galope una pradera verde, y comparémoslo con lo
'‘icemos cuando se nos pide que pintemos un a t a ^ ^ se
anco atravesando al galope una padrera ver e. *j jiabía árbo-
I °s Pregunta si en la escena imaginada el cíe o era . emente no
les en las cercanías. Con toda probabilidad diremos que simple

153
Filosofía de la mente
se nos ocurrió pensar sobre esas cuestiones de un modo o de otro iyr„
Si hubiéramos pintado un cuadro no podríamos haber dejado la a k Nl()Ij
abierta así de fácil. Podríamos haber decido no incluir el cielo en el <u
dro, pero si lo incluimos debemos haberlo coloreado de algún nioii!,
De modo análogo tenemos que haber tomado una decisión acerca de S1
incluimos otros objetos en el cuadro además del caballo, como. p()r
ejemplo, algunos árboles. A este respecto, imaginar se parece más a des­
cribir que a pintar, porque una descripción no se compromete necesa­
riamente con cosas que no estén incluidas explícitamente en la descrip.
ción. Dos ejemplos muy conocidos que se citan a menudo para ilustrar
esta afirmación son los de la gallina moteada de negro y el del tigre \
sus rayas.5 Cuando alguien pinta alguno de estos animales debe (según
se dice) pintarlo con un núm ero determinado de motas o de rayas (vis,
bles). Pero cuando una persona imagina uno de estos animales, resulta
vano preguntar cuántas motas o rayas posee el animal imaginado, por
que la persona que lo ha imaginado simplemente puede no haber pen­
sado sobre ello de un modo o de otro. Por otro lado, parece que imagi­
nar no carece com pletam ente de compromiso alguno relativo a tales
cosas, al contrario que sucede con describirlas. Si se nos pide que imagi­
nemos un tigre con rayas, sería de esperar que pudiéramos decn m lo
imaginamos tumbado o moviéndose, y visto de frente o de lado Fn
contraste, la mera descripción de una situación como una que incluye
un tigre con rayas no dice absolutamente nada sobre esas cosas. De mo
do que quizá imaginar comporte algún grado de representación analógi­
ca Pero puede ocurrir que sea más como trazar un mapa o un diagiama
que como pintar un cuadro.
C,On tOClO, el problema uti c in g u e aincuui <x ux Lucaiiwii v-
mos tratando es que todavía descansa en el recurso dudoso a nuestra
capacidades
— introspectivas. ¿No ¿i nu hay
nay una manera más mas objetiva de decidii
la
la cuestión?
cuestión?
---------- --- Ciertamente algunos psicoiogos
v.viWniLiiit ai^unus ^ai„
psicólogos :___...... q
piensan que sí. <-í Creen cjuen,"‘
los
los datos
datos PvnprimpntoLp
experimentales apoyan „ l.. ..r:_
la afirmación
___
____•-i
_
de
.1
que
___
__ ___
nuestros
____
proceros
de pensamiento comportan modos analógicos de rep ación bTna
conocida técnica
------— experimental consiste
cuiisimc en mostrar a un sujeto
......... , dibujos
Drovectados iir-»o pantallai a .. ____ < i . ¡
rproyectados
7 ^en una paniaiia de
ae pares de objetos con rorma formas asimétricas
construidos rr»n
construirlos í'n k r to de ...tamaño
con cubos .f
_ -v uniforme. _ algunos
En i caso
casos, s lo
ioss clos
o jetos del par poseen exactamente la misma forma pero a uno de ello''
se e representa como si hubiera experimentado un giro en un deternn
natao angu
® o con resPecto
respecto al otro. En otros casos, los objetos del p^r s0íl
sutilmente
su i mente distintos
istintos en su forma r...... ..........
y orientación. .. En’ cualquiera
, .:... de esos

ción desenndoni11!5101? e)emPÍ° del tigre y sus rayas y para una defensa de la c° ntL|s
ness (Londres- RnmM * ' " p a c i ó n , véase Daniel C. Dennett Contení and Comí ^
»eadings m P h i l o ^ l f ^ J Z

154
_____— ------------------------ — v lenguaje
SOS, después de que se haya eliminado el dibujo de la pantalla se le ni
de ni sujeto que diga si el par de objetos en cuestión tienen la misma
forma. Una de las cosas que se ha averiguado es que. cuando los dos
objetos del par tienen la misma forma, el período de tiempo que tarda
un sujeto a determinar que ello es así es aproximadamente proporcional
al tamaño del ángulo en el cual uno de los objetos se ha representado
como si hubiera experimentado un giro con respecto al otro La explica­
ción que se da de este dato — una explicación que parece corroborada
por informaciones introspectivas de los sujetos en cuestión— es que los
sujetos solucionan este problema 'haciendo girar mentalmente’ una ima­
gen’ recordada de uno de los objetos para determinar si puede o no ha­
cerse coincidir con su ‘imagen’ recordada del otro objeto. El período de
tiempo que tardan en hacer esto depende, según se afirma, del tamaño
del ángulo con que tienen que ‘girar una de las imágenes’ —haciendo
el supuesto razonable de que ‘la velocidad de giro mental’ es aproxima­
damente constante— , explicándose así la correlación establecida experi­
mentalmente entre el período de tiempo que tardan los sujetos en emitir
su veredicto y el tamaño del ángulo con el que se representó a uno de
los objetos como si hubiera experimentado un giro con respecto al otro.
Se sostiene que si los sujetos hubieran almacenado la infomación rele­
vante acerca de los objetos representados de un modo digital’ en lugar
de ‘imaginístico’, no habría habido ninguna razón para esperar esa co­
rrelación.6
En otra serie de experimentos de los que se ha afirmado que apo­
yan la hipótesis de que el pensamiento humano comporta modos ‘ima­
ginísticos’ de representación, los sujetos aprenden a dibujar un mapa de
una isla imaginaria que contiene la representación de un cierto número
de objetos situados en lugares diversos, como una cabaña, un árbol, una
roca, etcétera. Se les pide que imaginen el mapa y que concentren su
atención en un lugar del mismo. Finalmente se les presenta una cierta
palabra que puede ser o no el nombre de un objeto del mapa > se es
pide que ‘busquen’ el objeto y determinen si está o no en el mapa
resultado es que los sujetos tardan más tiempo en lograr un ' eije 1C|°
acerca de objetos que estén representados en el tiempo lejos e ugar
en el que inicialmente se concentró la atención, de lo que tar an eni i*
cerlo sobre objetos que se representan como más cercanos a i
con 1° cual la hipótesis es que los sujetos llegan a sus reí>Pues \ .Q
Peccionando mentalmente’ una ‘imagen’ recordada t ‘
" * « « * > « . inspeccionar lusaro que eslán
cIUe están más cerca. De nuevo se sostiene que si Líelos en una
rjn información acerca de los lugares que ocupan los ob|ctos

Una explicación más detallada de los experimentos p imcnsional Objects'.


Urs<-- en R. N. Shepard y J. Metzier, 'Mental Rotalion » I T Hermstc,n. Icons
f ' ^ c e 171 U 971)i L 7 o i. 3 . véase también Roger Brown > Richard j.
n Images’, en Block (.cd.), Imagery.

155
Filosofía de la mente
forma ‘digital’, no se habría de esperar este tipo de correlación: s,n em­
bargo una objeción a este tipo de interpretación, tanto de estos experi­
mentos como de los anteriores, es que, estrictamente hablando, iodo 1()
que puede concluirse con seguridad es que los sujetos solucionan estos
problemas realizando ejercicios de imaginación y que los procesos , (>g-
nitivos que comporta la imaginación, sean éstos los que fueren, son si­
milares a los que comporta la percepción. De modo que es plausible su­
gerir que los procesos cognitivos que comporta im ag in ar que estamos
inspeccionando un mapa son similares a los que comporta inspeccionar
realmente un mapa. Pero el que estos procesos cognitivos impliquen
modos de representación ‘digitales’ o ‘analógicos’ parece ser una cues
tión añadida que no queda decidida por el hecho de que en ambos ca­
sos se den procesos similares. Por razones explicadas antes debemos
evitar cuidadosamente la falacia de suponer que im a g in ar que estamos
inspeccionando un mapa debe comportar de algún modo un proceso <Je
inspeccionar realmente un mapa ‘imaginario’ o una ‘imagen’ de un ma­
pa. Los mapas comportan sin duda un modo analógico de representa­
ción, pero no se sigue de ello que la cog n ición de los mapas compone
un modo analógico de representación.8
A pesar de estas advertencias, no parece que haya ninguna razón
convincente para negar que el pensamiento humano podría componar
elementos de representación analógica. A veces se sostiene contra ello
que las imágenes no son apropiadas para el papel de vehículos del pen­
samiento debido a que siempre son intrínsecamente am big u as, y que tal
ambigüedad sólo puede eliminarse mediante procesos de representación
que no comporten imágenes, a riesgo de engendrar una regreso infinito
Para ilustrar este tipo de ambigüedad se cita a menudo el ejemplo de
Wittgenstein del dibujo de un hombre subiendo una colina 9 Se señala
que podría tratarse igualmente de un dibujo de un hombre bajando una
colina. Si tratamos de deshacer la ambigüedad añadiendo una flecha
que señale hacia arriba, esto lograría eliminarla únicamente si supone-

Para una descripción más detallada de los experimentos de inspección uc m-t-—


véase Stephen M. Kosslyn, Steven Pinker, George E. Smith y Steven P. Shwartz, On the
Demystificatión of Mental Imagery’, Bebauioral a n d B rain Sciences 2 (1979), PP 5^ ' 81,
que Haparece
* parcialmente reimpreso
• ------------ - ,v,,,|p‘ w u ten
u una forma
una lum revisada en
ia revisada en Block (ed.) Imagen'
diock . veu
* VAílo» 7 YY7 T>..1_ _1____ ____ . .. . _ _ __ . VDebJ-
J?** ^ Pylyshyn, Computation a n d Cognition, capítulo 8 y ‘The TI Imagen1
f . 3 og Meclia versus Tacit Knowledge’, en Block (ed.), Imagery, para el ei planteamiento
pum^
e u s que se aducen acerca de las consecuencias imaginísticas de los expei'rímenlos
M
/ - PeCC,° n <? 5 maPas- La concepción imaginística la defiende también Stephen
fed Wmtn 511 Medium and the Message in Mental Imagery: A Theory', en 1««^
Brain 7 mancra muc'1° tnás completa en el libro de Kosslyn Imtijft “ '
posición * ReSoluhon ° / 'he Imagery Debale (Cambridge, Mass.: MIT Press, 1!»-» L '
= T a las de KOSSlyn y py|yshyn la defiende Michael Tye en su 71.
£ P? '? (Cambndge, Mass.: MIT Press, 1991). ,

* i “ó d s "b"i ;
su y ° troS SÍmUareS ,OS

156
--------------------------------------------------------------------------------------------- -------------------- ---- lyusamicíito j - [wRiiaje

mos que la flecha apunta en la dirección en que va el hombre en cues-


tión en lugar de la dirección de la cual procede, de modo que se requie
re otro acto de intepretacíón para eliminar la ambigüedad que es inhe­
rente a la imagen, y ello será siempre así, sin que importe cuántos
elementos pictóricos le añadamos a la imagen. Sin embargo, es también
verdad que modos de representación no imaginísticos, como las oracio­
nes escritas, son intrísecamente ambiguos, puesto que la misma secuen­
cia de palabras escritas podría significar cosas totalmente distintas en
lenguas distintas. La auténtica cuestión que se nos presenta aquí es Ja de
distinción entre la intencionalidad ‘original* y la intencionalidad deriva­
da’, no la distinción entre modos de representación ‘digitales’ y analógi­
cos’. Para que las representaciones mentales —sean estas digitales o
analógicas— posean intencionalidad original deben representar lo que
representen en razón de algo que no dependa de que las interpretemos-
de algún modo. Pero del hecho de que las representaciones analógicas
construidas por los humanos, como los dibujos o los cuadros, no repre­
senten de forma independiente de que Jas interpretemos de ciertas ma­
neras no se sigue en absoluto que los procesos humanos de pensamien­
to no puedan comportar elementos de representación analógica.

PENSAMIENTO Y COMUNICACION

Hasta aquí nos hemos concentrado en la cuestión de si el modo de


representación que comportan los procesos de humanos de pensamien­
to tiene una naturaleza cuasi-lingiiística o si más bien comporta elemen­
tos de representación analógica de tipo ‘imaginístico*. No hemos llegado
a ninguna conclusión muy firme sino que hemos dejado abierta la posi­
bilidad de que intervengan modos de representación muy diversos No
sería sorprendente que sucediera eso, pues al fin y al cabo el cerebro
humano no es el producto de una planificación o un diseño cuidadoso
sino más bien de los azares de la evolución, de modo que se podría es­
perar que nuestros procesos cognitivos exploten una mezcla de c i eren
tes estrategias representacionales en lugar de una uniforme. A emas, co
nio hemos visto, no hay ninguna razón convincente para suponer que
nuestras capacidades introspectivas proporcionan un conocimien o i
ble de los modos de representación mental que nosotros o nues
rebro) utilizamos. Puede suceder que al menos parte e núes ro v
miento se dé en un ‘lenguaje del pensamiento, pero si eso> es *
^flexión consciente sobre nuestros pensamientos verc a ‘ oocjenl0s
revela que lo sea. Sin embargo, hay otro tipo de pres“n -e con_
leernos acerca de la relación entre el pensamiento y . existe,
«miente esta vez a la conexión que hay, si es expresar y co­
entre nuestra capacidad de pensar y nuestra capacid. d> * flol
municar nuestros pensamientos en una lengua pnbh ,
0 el francés.

157
Filosofía^ dejajrwute __________________

Algunos conductistas han sostenido que pensar es, electivaniuQi^


un habla reprimida.10 De acuerdo con esta concepción, de ñiños apivn-
demos primero a hablar, imitando a nuestros mayoics y luego aprenda­
mos a reprimir el sonido de nuestra habla y con ello apiendemos a p^^.
sar en silencio. Una de las m uchas d ificu lta d es que tiene esta
implausible doctrina es que aprender a hablar no consiste simplemente
en hacer ciertos ruidos — un loro puede fácilmente hacer eso— sino que
más bien consiste en aprender a utilizar palabias para expresar los pro­
pios pensamientos, y ello implica que alguien que habla debe ser ya al­
guien que piensa. Sin embargo, ello no implica que cualquier pensa­
miento que pueda expresarse mediante palabras sea un pensamiento
que alguien pudiera haber tenido aunque no hubiera aprendido nunca a
hablar, entendiendo ‘hablar’ en un sentido amplio, que incluya no solo
el uso del lenguaje auditivo sino también del visual, como por cumplo
los lenguajes de los sordomudos, como el Lenguaje de Signos America­
no (American Sign Language).11 Realmente es difícil ver cómo alguien
podría tener, por ejemplo, el pensamiento de que mañana es martes si
no hubiera nunca aprendido un lenguaje público. Por consiguiente. ¿qué
tipo de pensamientos pu eden tener criaturas a las que no les es posible*
expresar o comunicar sus pensamientos en un lenguaje público, en el
caso de que esas criaturas tengan pensamientos? Muchos animales que
al parecer carecen de lenguaje, como los perros y los monos, son clara­
mente capaces de realizar conductas inteligentes. Pero, ¿carecen real­
mente de lenguaje, o de cualquier modo de comunicación que sea simi­
lar al lenguaje en algún aspecto relevante? ¿y qué es lo que la
inteligencia que se atribuye a su conducta implica respecto a su capaci­
dad de pensar?
No se discute que en muchas especies de anímales se utilizan códi­
gos de señales para comunicarse unos con otros. Así, ya se examino en
el capítulo 4 el sistema de gritos de alarma que utilizan los monos ver­
des para alertar a sus congéneres de la presencia de diversos tipos de
depredador. Pero tal sistema de gritos difiere de manera fundamental de
una lengua humana. Una verdadera lengua tiene estructura sintáctica
además de tener vocabulario, capacitando a sus usuarios para construir
mensajes nuevos casi sin límite. Esta es la base de la p r o d u c t iv id a d del
lenguaje que se mencionó en aquel capítulo. En contraste con esto, ios
sistemas animales de llamadas son inflexibles y reducidos en lo qlie
concierne a su ámbito de aplicación. Como se sabe, se han realizado in­
tentos de enseñar un lenguaje auténtico — usualmente alguna forma te
enguaje de signos— a los chimpancés, sin éxito notable. Según pareen

John BUIW ii!nIOnf dC| doctnna de ctue U pensamiento es habla contenida la


Universitv n f r r fund? dor del «mductismo, en su Behavtourisni. 2a edición ( C M
Press’ *958), pp. 238 y siguientes. ..
pendiente Sobre ^ lcn8 uaj<-', que es un lenguaje propiamciiK 11
ley y Los Anecies dC^*' Seein& Voí'ces A Journey inlo the World of the Deeif < -
> Y los Angeles: Umvers.ty of California Press, 1989)!

158
----- ---------------------------------------------- jcj^uaje
en ocasiones un chimpancé puede, por su propia iniciativa, unir dos sie
nos produciendo una combinación nueva, de un modo que parece'ser
semánticamente significativo. Pero esto está aún muy lejos de la capaci­
dad de un niño pequeño de construir oraciones sintácticamente comple­
jas.12 Sin embargo, los chimpancés son sin duda animales inteligentes
que a menudo despliegan un ingenio considerable en sus actividades
prácticas y sociales. De modo que ¿en qué medida se les puede atribuir
capacidades de pen sam ien to! Si su inteligencia implica que tienen capa­
cidades para el pensamiento parecidas a las nuestras, ¿por qué parecen
incapaces de aprender a expresar sus pensamientos en un lenguaje de
un modo que se parezca algo a como lo hacen los humanos?
Una posible respuesta a esta última pregunta es que la capacidad
humana de lenguaje es un rasgo específico de la especie que tiene poco
que ver con nuestra inteligencia. Según esta idea, los humanos hablan
del mismo modo en que las aves vuelan y los peces nadan: el hablar no
es sino un tipo de actividad con el que la evolución nos ha equipado y
al cual tenemos, por consiguiente, una propensión innata. Los chimpan­
cés y otros animales carecen de esta propensión y de aquí que hallen
difícil y poco natural aprender a hablar como los humanos, igual que
para los humanos es difícil volar o nadar. Examinaré esta idea con más
detalle más adelante en el presente capítulo. Por el momento sólo ob­
servaré que es difícil suponer que una capacidad para el lenguaje no
tenga nada que ver con la inteligencia. Aunque los chimpancés sean in­
teligentes, los seres humanos tienen capacidades intelectuales que supe­
ran en mucho las de otros primates, y parece extremadamente improba­
ble que ello no tenga nada que ver con nuestra capacidad de ultilizar el
lenguaje. Así por ejemplo, los seres humanos pueden resolver ecuacio­
nes algebraicas, diseñar aviones, construir teorías acerca del origen del
universo y reflexionar sobre problemas éticos o legales. Parece claro
que los chimpancés no pueden hacer ninguna de estas cosas, pero, aná­
logamente, es difícil imaginar cómo podrían hacerlas los seres humanos
si no poseyeran el lenguaje.

¿PIENSAN LOS ANIMALES?

Tenemos tendencia a describir y explicar la conducta f i l i a l ^


modo antropomórfico, es decir, de un modo que, sin jus 11■ * ■"
almila a la conducta humana. Cuando un perro oye e so co_
sadas de su amo al volver éste del trabajo, puede ocurrir q ^ co_
rrea entfe los dientes y corra a encontrarse con e m^ ie ase0 Pero,
m° si expresara el deseo de que su amo le lleve a

1>ara una panorámica de los intentos de enseñar - £VO¡ution of Culture


* Veri¡n L>onald, O n gim o f tbe M ódem Miucl: toree
0,tc Cogtiüiojj (Cambridge, Mass, Haivard University Press, 1991X PP

159
Filosofía de la mente _______________________________________________________ _____________

¿deberíamos atribuirle al perro literalmente un estado de actiiud pmp0


cional a saber, un deseo d e qu e su cuno le lleve a d a r un p a s a r \o ,)()
demos atribuirle al perro tal estado de actitud a menos que
también dispuestos a atribuirle los conceptos que conlleva posea l;,l es.
tado, en este caso, el concepto de a m o , el concepto de paseo, el e x ­
cepto de sí mismo y el concepto de tiem po fu tu ro. Pero es extrnordnu.
riamente implausible suponer que un perro pueda poseer uips
conceptos.13 A esto podría replicarse que, si bien un peno no pusu.
conceptos humanos, quizá posea en su lugar ciertos conceptos canina
de los que nosotros necesariamente carecemos. De acuerdo con esta
teoría, lo mejor que podemos hacer para describir el contenido del de­
seo del perro es decir que desea ‘que su amo le lleva a dar un paseo,
pero que la falta de adecuación es aquí nuestra y no del perro. Sm em­
bargo, es difícil darle un sentido coherente a esta teoría. ¿Qué razón po­
demos aducir para atribuirle a una criatura conceptos que se supone
que no podemos entender? Justamente en la medida en que no poda­
mos entender lo que una criatura piensa (presuntamente) no estamos en
una buena posición para atribuirle concepto alguno. No estaría justifica­
do decir que el perro d eb e estar pensando y utilizando por tanto con
ceptos de algún tipo debido a que su conducta es tan manifiestamente
inteligente, pues, o bien lo que se entiende por ‘conducta inteligente es
conducta que involucra pen sam ien to — en cuyo caso la afirmación que
se acaba de hacer es sencillamente circular— , o bien se entiende algo
como conducta que está bien a d a p ta d a a las n ecesid ad es del animal en
cuyo caso la cuestión de si conlleva pensamiento de algún tipo queda
totalmente abierta. Muy a menudo es posible explicar la conducta inteli­
gente en un animal, en el segundo sentido de ‘conducta inteligente, sin
suponer que el animal tenga ningún tipo de pensamiento, y cuando esto
puede hacerse, resulta un proceder claramente más económico que re­
currir a una explicación que comporte la atribución de pensamientos
Así, en el caso del perro que acabamos de describir, podríamos explicar
de manera totalmente razonable su conducta diciendo que ha aprendido
a asociar el sonido de los pasos de su amo al aproximarse con la expe­
riencia de tener la correa colocada y que se le lleve a dar un paseo Te­
ner la capacidad de hacer tal asociación requiere que el perro posea
sentidos muy agudos, pero no requiere que posea conceptos o que ten­
ga pensamientos.
„ embargo, a veces los animales parecen realizar razonamiento*
prácticos para resolver un problema al que se ven enfrentados, y si eso

a anirmlíK ^ pUcismo acerca de la posibilidad de atribuir estados de acmuo -- ,


Talk’ en Samn Un len8uaje 1° expresa Donald Davidson en su TlioiJg1 ‘
reimpreso en H (e d )’ Mind a n d ^ n g t t a g e (Oxford: Ciarendon Press. ^
( S Z d Cla?t nH p dC CnSayOS de Davidson Inquin es into Tmth a n d Interpreta^
r ' 1984). Para un análisis crítico de las ideas de Davidson ^
pítulo 6. Ure ° f ^m e Mmds (Cambridge: Cambridge University Press, 19* - •

160
--------------------------- P im ie n to ? leiiguaje
es realmente lo que hacen entonces parece que verdaderamente debe-
nios estar dispuestos a atribuirles pensamientos. Los ejemplos que se ci-
tan a menudo en este contexto son los de chimpancés que aparente
mente aprenden, sin que se les incite a ello, a ensamblar dos palos para
alcanzar plátanos que están fuera de su jaula y no pueden alcanzar o a
empujar una banqueta situándola bajo unos plátanos que cuelgan y su­
bir a ella para alcanzarlos. No obstante, aun en este caso es cuestionable
el que estas tareas comporten un auténtico razonamiento y por tanto
pensamiento. Incluso el más listo de estos chimpancés no pudo, al pare­
cer, realizar la tarea cuando los plátanos situados fuera de su jaula esta­
ban colocados de modo que, antes de poder aproximarlos, el animal te­
nía que a le ja r lo s .u El razonamiento práctico, o de medios afines,
requiere a menudo que un agente lleve a cabo una secuencia de tareas
que inicialmente parecen alejarle de su fin último porque ese es el único
modo o el mejor de conseguirlo. Los humanos están muy capacitados
para hacer esto, pero es discutible que los animales puedan hacerlo. Re­
quiere planificación anticipada y captar la conexión entre la acción pre­
sente y la satisfacción futura de un deseo. Una serie fascinante de expe­
rimentos con animales que parece ilustrar bien este extremo incluía la
presencia de un recipiente con comida que se disponía de tal forma que
se apartaba del animal si el animal trataba de acercarse a él, pero se si­
tuaba a su alcance si el animal trataba de apartarse de él. Los animales
en cuestión no pudieron solucionar este problema, que los humanos
pueden resolver con facilidad,1S Parte de la explicación es quizá que só­
lo los seres humanos pueden disociar sus acciones presentes de la satis­
facción inmediata de los deseos del momento, porque son capaces de
representarse en el pensamiento la satisfacción futura de un deseo como
algo que es consecuencia de la acción presente.
Está claro que si un animal no puede tener pensamientos concep­
tuales, entonces no puede utilizar un lenguaje en ningún sentido serio
del término, porque no tiene pensamientos que comunicar mediante e
lenguaje. Pero de una criatura que utilice el lenguaje se requiere a go
más que el mero hecho de ser capaz de poseer pensamientos concep
tuales. Necesita poseer ciertos conceptos muy específicos. En particu ar,
necesita poder concebir a sus congéneres, con los cuales se comunica
mediante el lenguaje, como seres que tienen pensamientos a
Dicho brevemente, necesita tener algo parecido a una teoría c a í
tc’ y por tanto el concepto de pensam iento o creencia como e s «

’^Los famosos estudios sobre chimpancés de .Qrm^vlase wmbién Dorothy


bro '
'TbeM entalityofA pes. 2» edición (Nueva York. \ the,Mind of Another
^Cheney y Robeit M. Seyfarth, Hotv Moukeys Sec the Work Im taei
M f e (Chicago- University of Chicago Press, 1990), 1 Comida y otras investigado-
rw . ^ consecuencias del experimento del recipie Tntentionaliiy of Animal Ac-
,Se analizan en Cecilia Heyes y Anthony Dickinso , Folk Psychology VCon't
Gon ’ Aíiflcí ancl Language 5 (1990), pp- 87-104. ^ ease. , 10 ( 1995), pp- 329-32
Go Away ; Response to Alien and Beckoff, Mind and Language 10, 1

l6l
Filosofía de la mente
la mente con un contenido proposicional que puede ser comunicado d,
un ser pensante a otro. Esto a su vez implica que debe captar de a|j»ún
modo los conceptos de verdad y fa ls e d a d , puesto que debe ser Up l7
de concebir las creencias de otro ser pensante como correc tas (, lnu,
rrectas. Debe incluso captar de algún modo el concepto de conuptn (Ah
mo ingrediente del contenido proposicional de un pensamiento o una
creencia. Pero aunque algunos primates no humanos, como los chim­
pancés, poseen una vida social bastante compleja, es muy dudoso qllL.
posean una teoría de la mente en un sentido parecido al anterior1 iv,r
consiguiente, esto puede ayudar a explicar porqué tales criaturas, a pe­
sar de su innegable ingenio, son incapaces de aprender el lenguas al
modo en que lo hacen los humanos.
Otra cuestión que se plantea en este punto es la de si hay algo in­
termedio entre las criaturas que son completamente incapaces de tener
pensamientos conceptuales y aquellas criaturas que, como nosotros mis­
mos, poseen una teoría de la mente en sentido pleno. Algunos filósofos,
entre los cuales destaca Donald Davidson, han argumentado que una
criatura no puede tener creencias a menos que tenga el c o n c ep to ác uc­
encia, lo que implicaría que no existe ese algo intermedio y que la capa
cidad de pensamiento conceptual y la del lenguaje van juntas 1 Contra
esto podría sostenerse que algunos animales que no tienen lenguaie tie­
nen ciertamente estados perceptu ales y por ello — si es que los estados
perceptuales tienen un contenido conceptual— tales animales muestran
el uso de conceptos. Sin embargo, deberíamos de nuevo mantenernos
alerta frente al peligro del antropormorfismo. Muchos animales poseen
poderes sumamente refinados de discriminación sensorial que no debe­
rían confundirse con la capacidad de utilizar conceptos. Así por ejem­
plo, se puede adiestrar a las palomas para que discriminen visualmente
entre triángulos y cuadrados, pero sería extravagante sugerir que por 1°
tanto poseen los conceptos de triángulo y de cuadrado .18 Para poseer
un concepto se deben poseer ciertas creencias generales que involucren
ese concepto y que lo relacionen con otros conceptos que se posean
Por ejemplo, no deberíamos atribuir la posesión del concepto á rb o l a al­
guien a menos que estemos dispuestos a atribuirle a esa persona ciertas
creencias generales relativas a los árboles, como que los árboles son se-
res vivos que crecen hacia arriba y tienen ramas, raíces y hojas. La mera
capacidad de discriminar visualmente entre árboles y otros objetas, co-

Prfmn cu<ísli° n si l° s chimpancés tienen una teoría de la mente’, véase 1


Andrew 7 a CtlimPanzee Lave a Theory of Mind?” Revisited’, en Richard p n c
tellect in Mr 1 ° Macbiavelian Inteligence. Social Iixpertise atul the kvolution oj
* 7 ' " " " " “ '" « ' “ (Oxford: Ciarendon Press, 1988).
tion, p n o DaVldson’ Thou8ht and Talk\ en su Inquirios into Truth and Interpi

contení” Mindand ^ Chater y Cecilia HeVes 'Anlmal Concepis: Conten! and11>;


mo^ecir^ue U994)’ Pp- 20SM6' se Plantean dudas ^ ^
es que no poseen lenguaje poseen conceptos.

162
______--------------------------------------------------------------------- Pensamiento v lenguaje
nio por ejemplo rocas, y de tener conductas características con respecto
a ellos, como la construcción de nidos, no es suficiente para la posesión
del concepto de árbol.
Realmente, cuando reconocemos que una criatura que utiliza con­
ceptos debe poseer todo un sistema de conceptos, interrelacionado co­
herentemente mediante un sistema de creencias generales, podemos ver
por qué deberíamos ser cautos al atribuir conceptos a animales que ca­
recen de la capacidad para el lenguaje. Tal sistema de creencias genera­
les habrá de comportar algunos conceptos sumamente complejos, como
los conceptos de espacio y tiempo, los cuales puede argumentarse que
sencillamente no son asequibles en ausencia del lenguaje. Una criatura
que no sólo diferencia sensorialmente entre objetos de su entorno sino
que los percibe com o objetos y por lo tanto como algo que a lo que se
aplican conceptos — como el concepto de árbol, montaña, río, piedra o
casa—, debe también captar el hecho de que tales objetos continúan
existiendo cuando no son percibidos y se los puede volver a encontrar
en otros momentos de tiempo y en otros lugares. Muchos animales, co­
mo por ejemplo las palomas y las abejas, pueden guiarse de modo fia­
ble en su entorno natural con la ayuda de indicaciones sensoriales, co­
mo la dirección del Sol, pero no hay ninguna razón para suponer que
puedan concebir ese entorno en términos de un marco unificado de lu­
gares y momentos de tiempo .19 Al carecer de la concepción de tal mar­
co, los animales están ligados al aquí y ahora de un modo en que no lo
están los humanos. Los humanos, y en general los usuanos de un len­
guaje, pueden libremente desplazarse con el pensamiento a través de
amplias extensiones de espacio y' tiempo y así reflexionar sobre sucesos
pasados y contemplar posibilidades futuras Ninguna criatura que carez­
ca de esta libertad puede tener una concepción de si mismo como suje­
to permanente de experiencias con una historia personal yr con capaci
dad para elegir entre cursos de acción alternativos "

L E N G U A JE N A T U R A L Y ESQU EM AS CONCEPTUALES

En vista de las anteriores consideraciones, podemos \er^ S^ í e o -


dos a concluir que la capacidad humana para el pensamien íntima-
tual es algo único que nuestra especie posee y que se re a

19 Para el análisis de las capacidades de guiarse de los


Para su cognición espacial, véase John Campbell. Past, Space,
1NT Press, 1994), caoítulo 1. . ___ mnnitivas de los

163
Filosofía d e la m ente

mente con nuestra capacidad para expresar y comunica i pensamientos


en un lenguaje público, aunque, en lugai de decir que el lenguaic
pende del pensamiento o el pensamiento del lenguaje, como si estas
fueran alternativas mutuamente excluyentes, puede ser más plausil,],.
decir que el lenguaje y el pensamiento son inte)dependientes, sin em­
bargo, si tal interdependencia existe, entonces se plantean otros inicuo-
gantes importantes en vista de la gran diversidad de lenguas que los hu­
manos hablan en el mundo. ¿En qué medida dependen los conceptos
que una persona es capaz de utilizar del vocabulario y de la sintaxis de
la lengua natural que haya aprendido a hablar, si es que dependen de
ellos? Las respuestas a esta pregunta han diferido ampliamente Asi. se
aduce a menudo que los esquimales tienen muchas más palabras que
los europeos para clases distintas de nieve y por consiguiente un reper­
torio mayor de conceptos para pensar sobre la nieve. De hecho, esta
afirmación parece que carece completamente de fundamento, aunque el
mito sea muy difícil de erradicar.21 También se señala a menudo que el
vocabulario para los colores de las diversas lenguas difiere en gran me­
dida, de lo cual se infiere a veces que hablantes de lenguas diversas tie­
nen conceptos diferentes de color e incluso que ven de modos diferen­
tes las cosas que poseen color. Sin embargo, la gama de tonos que los
seres humanos son capaces de distinguir está determinada en gran me­
dida por la fisiología de nuestro sistema visual, con completa indepen­
dencia de los conceptos de color que utilizamos.22 Sería absurdo con­
cluir que sólo porque los hablantes de una cierta lengua carezcan de
una palabra que se traduzca al español por ‘azul’, como algo distinto de
‘verde’, no puedan por ello distinguir visualmente cosas azules de cosas
verdes. Después de todo, los hablantes del español pueden distinguir
muchas tonalidades diferentes para las cuales el español no tiene un
nombre. Más aún, aunque el español no tenga un nombre para una cier­
ta tonalidad, todavía nos proporciona los recursos con la que describirla
por ejemplo, se podría describir una determinada tonalidad que carece
de nombre como ‘el color del kiwiV Este ejemplo muestra la dificultad
inherente a cualquier afirmación de que el v ocab u lario de una lengua
restringe la gama de conceptos que pueden expresarse en ella, toda vez
que, dada la productividad del lenguaje que la estructura sintáctica le
confiere, es a menudo posible (quizá realmente siempre lo sea) traducir

ara una crítica divertida del m ito d e las p a la b ra s d e lo s e s q u im a le s para la nieu-


JT Gl° c YJK* Pul,um’ n e Great Fskimo Vocahulary Hoax and Other Irreverent h-
saysontbeStudyofüingua^ (C h ica g o - U n iversity o f C h ic a g o P r e s s , 1 9 9 U cap ítu lo 19-
rn ln r Í T CO™ ™ ™ os so b re 1* re la ció n e n tr e la p e r c e p c ió n d e l c o l o r y el vocabulario *
B asic y C ^lac* K ‘ M cD an iel, ‘T lie L in g u istic S ig n ific a n c e o f th e Meaningíj o
R
H ilte n ' ! * nS uaZe 5 1 ( 1 9 7 8 ) , p p . 6 1 0 - 4 6 , r e im p r e s o e n A le x B y r n e y I* ™ 1
r\_ 10 0 7 »^><Xeadmgs
Press Readmgs on Color, Volunte 2: Thv Sr.innrn r>f
Wje Science o f rColor
n ln r ír
(Cambridge, MA ^
.n m h rid e e , MA- Mff
M
There Nontri^Tr ° PUm° de VÍSla opuesto- v6ase B- A c - Saunders y J. van Brakel.
0997), pp 167-228°“ * ° n C°lor C a te 8 orÍ7alion >’. Bebavtoral a n d Brain Scietia* -

164
—" --- — Ptmsa mlento v lenguaje
una única palabra de una lengua mediante una expresión compleri de
otra aunque la segunda carezca de una palabra única que por sí nüsnn
sea la traducción.
No obstante, una afirmación más interesante es que la gramática o
sintaxis de una lengua impone ciertas restricciones al esquema concep
tual’ que muestran sus hablantes Esta tesis se conoce generalmente co
mo la ‘hipótesis de Sapir-Whorf, debido a dos antropólogos lingüistas
norteamericanos, Edward Sapir y Benjamín Lee W h orf.P or esquema
conceptual se entiende aquí algo como un sistema global de categorías
para clasificar las cosas del mundo sobre las que quieren hablar las per­
sonas, Las categorías gramaticales de las lenguas indoeuropeas parecen
corresponderse con las categorías ontológicas de la metafísica occidental
y, según se sugiere, ello no es accidental. Los sustantivos, como ‘mesa’ y
árbol’, denotan substancias. Los adjetivos, como ‘rojo' y ‘pesado’, deno­
tan propiedades. Los verbos, como ‘caminar’ y ‘arrojar, denotan accio­
nes. Las preposiciones, como bajo’ y ‘después’, denotan relaciones espa­
ciales y tem porales, etcétera. Pero otras familias de lenguas, como las
lenguas amerindias que estudiaron Sapir y Whorf, tienen, según se afir­
ma, categorías gramaticales diferentes, lo que sugiere que sus respecti­
vos hablantes operan con un esquema conceptual totalmente diferente
del nuestro. Así, Whorf sostuvo que los hablantes del Hopi no operan
con una ontología de substancias —cosas materiales persistentes— y
que no piensan en el espacio y el tiempo separadamente como lo hacen
los europeos occidentales. Incluso sugiere que su ontología está más
cercana a la ontología de la física relativista moderna, la cual se expresa
en términos de sucesos y un espacio-tiempo unificado. Al mismo tiempo,
afirmó que para nosotros no es realmente posible captar este esquema
conceptual ajeno: tan diferente es del que está incrustado en nuestro
propio lenguaje. Incluso llegó tan lejos como para sugerir que los ha­
blantes de estos lenguajes ajenos habitan un mundo distinto del nuestro
porque las distinciones categoriales son algo que los hablantes imponen
o proyectan sobre la realidad y no algo que descubren en ella. Es claro
que es esta una manera de pensar fuertemente antirrealista o re ati\ ista
acerca de la estructura ontológíca del mundo que habitamos.
No debería sorprendernos que exista algún grado e correspon
dencia entre categorías gramaticales y metafísicas, si bien a cues
si esta correspondencia indica una relación de depen encía er* -
taxis y la metafísica — y si lo indica, en qué dirección , p
distinta. Sin embargo, lo que es algo mucho mas controvt i ^ ^
dación de que los hablantes de una lengua pueden sin p s cle
c'apaces de captar el esquema conceptual adoptado por

' Para lulasd ideas Ucíe


C Whorf,
W I I U 1 1 , véase
> L i i a v Language,
o i i \ tn S S * M i l r iC iO f
«yawiíw Lee XX^horf, editado por John B. Carrol Dc^itt V Kim Sterelny, Language
rj una evaluación crítica de las mismas, vease Mi _„-/r)vford- Blackwell, 1987), ca-
and Kealitv. A n Introduction to the Philosopby ofLanguag-(
Paulo lo.

165
Filosofía de la mente
otra, es decir, que en algunos casos no hay ninguna posibilidad Iv.i| (\v
traducir entre dos lenguas porque los esquemas conceptuales as(KU,|Us
con ellas son radicalmente inconmensurables. El problema con esta u
sis, como con la afirmación anterior de que los animales no humanos
operan con conceptos que nosotros no podemos captar, es que p iuu
refutarse a sí misma, ya que las únicas evidencias que podemos tenei de­
que una cierta comunidad de criaturas es una usuaria genuina de lm
lenguaje son datos que nos capaciten para interpretar determinadas ac­
ciones suyas como intentos de comunicar pensamientos específicos p(,r
medio del lenguaje. Pero si, como se afirma, fuéramos incapaces de cap­
tar los contenidos de sus pensamientos, ello nos impediría interpretar
sus acciones de ese modo; por consiguiente, podemos, según parece,
tener razones para considerar a otras criaturas como usuarios de un len­
guaje sólo si podemos suponernos a nosotros mismos capaces de tra­
ducir buen* parte de lo que dicen, lo que requiere que ellos no operen
con un esquema conceptual radicalmente inconmensurable con el nues­
tro. Este tipo de consideraciones, como ha enfatizado Donald Davidson
pone en cuestión la idea misma de ‘esquema conceptual’ y las concep­
ciones antirrealistas o relativistas que generalmente la acompañan.J *
La dificultad que acabamos de exponer se ilustra claramente me­
diante las tensiones existentes en las propias afirmaciones de Whorf
Así, por una parte, éste sostiene que no es realmente posible para los
europeos captar el esquema conceptual Hopi por lo tan diferente que es
del nuestro, pero entonces, paradójicamente, intenta apoyar su afirma­
ción describiéndonos — en nuestra p ro p ia len g u a, por supuesto— algu­
nos de los modos en que ese esquema conceptual presuntamente diíiere
del nuestro, como por ejemplo en no separar el tiempo del espacio Pe­
ro evidentemente debemos poder al fin y al cabo captar algo de ese es­
quema para que Whorf puede tener éxito en su intento. Verdaderamen­
te, el propio Whorf debe haber podido captar algo del mismo a pesar
de ser de procedencia europea. Además, Whorf concede implícitamente
que las lenguas europeas occidentales, a pesar de su presunto sesgo ha­
cia una ontología de substancias, no han impedido a los hablantes deli­
near varios marcos ontológicos distintos en el proceso de formulación
de nuevas teorías científicas. Realmente, incluso sugiere que uno de
esos marcos el presupuesto por la teoría general de la relatividad de
Einstein es más cercano al esquema conceptual de los hablantes del
Hopi que al de la metafísica occidental tradicional.
Al parecer, pues, lo único que podemos concluir sin riesgo es qtie
existe a guna conexión entre la sintaxis de una lengua natural y la nieta
ísica e sentido común’ o ‘intuitiva’ que poseen los hablantes de esa
engua, pero que ello no les impide a esos hablantes en modo algun0
construir teorías metafísicas novedosas y muy diversas ni comprender a

Véase Donald Davidson, 'On the Very Idea of a Conceptual Sch em e, en su


mto Truth and Inter¡)retation

166
_____----- ------------------------------------------------------- ^ « " ¡ w to ^ ig u a je
metafísica ‘intuitiva de hablantes de otras lenguas naturales, no importa
cuán diferente sea su sintaxis. Los hablantes de lenguas distintas pueden
conceptualizar el mundo de modos algo distintos, pero habitan el mis­
ino mundo y necesariamente tienen numerosas creencias en común A
jas creencias las hacen verdaderas o falsas los estados del mundo y no
nosotros, de modo que una criatura cuya mayoría de creencias fuera fal­
sa tendría muy escasas perspectivas de sobrevivir. Pero si yo y otra cria­
tura tuviéramos creencias radicalmente distintas, no podríamos plausi­
blemente tener a m b o s creencias que en su mayoría fueran verdaderas.
Dado que no puedo suponer coherentemente que mis propias creencias
en su mayoría son falsas, sólo puedo tener, según parece, razones para
considerar a otra criatura como poseedora de creencias en la medida en
que puedo considerar que comparte muchas de mis propias creencias y
que muchas de las cuales son verdaderas. El relativismo radical es una
doctrina de dudosa coherencia y ciertamente no es una doctnna que se
vea apoyada por datos antropológicos y lingüísticos del tipo que adujo
Whorf,

EL CONOCIMIENTO DEL LENGUAJE: ¿INNATO O ADQUIRIDO?

Anteriormente mecioné la tesis de que la capacidad humana del


lenguaje es un rasgo específico de la especie Más en particular se ha
afirmado, de manera muy destacada por el lingüista Noam Chomsky,
que todas las lenguas que pueden ser aprendidas por un ser humano
comparten ciertos rasgos sintácticos fundamentales —los ‘universales lin­
güísticos’— , cuyo conocimiento es innato en todos los seres humanos. -
Se supone que este conocimiento innato explica diversos hechos acerca
del aprendizaje del lenguaje humano de otro modo inexplicables. En
pnmer lugar está el hecho de que todos los niños (dejando aparte to °s
los que son retrasados mentales profundos) son capaces de apren er,
como primera lengua, cualquiera de los miles de lenguas humanas que
se hablan en el planeta, mientras que ninguna criatura de otra esP® ^
ha podido nunca hacerlo. Además, todos los niños apren en a un n
muy parecido, desarrollando su capacidad de un modo tam ten

‘s Las ideas actuales de Chomsky se presentan de una‘ manc™ 19S8). Véase


cn su tonguage a nd Problems o f Knouiedge (Cambridge, JSS"V , Guttenplan (ed ),
«jmbién la entrada ‘Chomsky, Noam’, escrita por él nusmo. en Samuel
A tompanion to the Philosophy of Mind (Oxford. Bla^ ® í 1' b^ n^ Pconceptos expresa-
j>ostiene que no sólo la sintaxis del lenguaje natural sino . lamblén Jerry Fodor en
J S l n él üenen una base innata. Esta última Pbiíosopbical Es-
The Present Status of the Innateness Hypothesis, m *> P pfess para críti-
**** on Foundations o f Cognitive Science (Brighton. » Reality (Cambridge, Mass.:
uiV 0513 afirmación, véase Hilary Putnam, Represen a i recjentemente acerca del in-
MlT Prcss 1988) . , j Fodor ha cambiado de °P'n Science m ,„ Wrong (Ox-
"3"smo de los conceptos; véase su Concepis Wbere Cognmu S ea ,
° rd: Oxford University Press, 1998).

167
Filosofía de la mente
parecido, con total independencia de su nivel de inteligencia ^ Iu, ,,
Esto lo hacen muy rápidamente en sus años tempranos y |() ]<*,,<ln s][
que se les enseñe explícitamente por parte de sus mayores i\. A\m)
modo, los niños adquieren fácilmente la capacidad de construir \ ni^ n
der oraciones nuevas, formuladas correctamente de acuerdo con llls h.
glas sintácticas de la lengua que están aprendiendo, a pesar del k -t|lu
de que los únicos datos empíricos que tienen para hacerlo son las c \iu
madamente selectivas y a menudo inacabadas o interrumpidas exprcsn,
nes de los hablantes que les rodean.
Está claro que los niños no pueden estar aprendiendo simplemente-
mediante un proceso de imitación o de extrapolación inductiva a partir
de los datos lingüísticos a los que se han visto expuestos, ya que esos
datos por sí mismos son en general insuficientes para posibilitarles pre­
decir correctamente si una cierta secuencia de palabras que no han oído
previamente es compatible con las reglas sintácticas de la lengua habla
da por sus mayores. A menos de que exista alguna restricción relativa a
la forma posible de esas reglas que sea ya captada implícitamente por
los niños, parece que ha de ser imposible obtener esos logros. Pero m
ya saben, tácita o implícitamente, que la lengua que están aprendiendo
tiene una sintaxis que se conforma a ciertos principios generales, enton­
ces han de estar en posición de poder usar los datos lingüísticos a Ion
que se han visto expuestos para eliminar todas excepto una del amian­
to posible de reglas sintácticas para la lengua en cuestión. Efectivamen­
te, pueden razonar como científicos que utilizan los datos científicos pa­
ra eliminar todas excepto una de un núm ero finito de hipótesis
mutuamente excluyentes relativas a algún ámbito de fenómenos natura­
les.26
Pero, ¿cuán seriamente podemos tomarnos esta analogía con el ra­
zonamiento científico? Y ¿cuán literalmente podemos decir que los niños
tienen un conocim iento innato de principios sintácticos que los lingüis­
tas mismos han logrado descubrir sólo por medio de intensas investiga­
ciones empíricas? Tal conocimiento innato, si es que existe, dehe estar
representado en la mente o el cerebro de algún modo, pero ¿cómo' for

■ Para la analogía entre aprendizaje del lenguaje y razonamiento cicntíhco. veas-


, ° a ™ C h o m sk y ’ ton&iage and Mind,
2» edición (Nueva York: Harcourt Brace Jovanovith.
’ pp. 88 y siguientes. En sus obras más recientes, Chomsky más bien se distancia ti­
esta analogía. Ello se debe en parte a que ya no piensa que las distintas lenguas oslen
hablando estrictamente, gobernadas por conjuntos distintos de reglas sintácticas, sino que
a indL i*!60! Un UnÍC|° con)Unto de principios gramaticales muy generales el que se ap
tes v-ilnrr-c •■ Uiimiutó,
.^“ us cuates ciñieren unas
S: las - S de otras
ot J c ocon
n respecto a los
hj. * £
cuaie rnmoqUC t0man Para cierlos parámetros’. Chomsky ve ahora la adquisidor. —
e de la
mente —o cucs6ón dc fijación de los valores de esos parámetros por parte
mente —o, mas bien un m/Vri.,i^ ------- . . , . . . ._ i,.t míos

1 6 8
— --- ■—------------------------------------------- —------- y lenguaje
supuesto, si existe un ‘lenguaje del pensamiento' o ‘código del cerebro’
innato, del tipo del que hemos hablado anteriormente en este capítulo
entonces el mismo podría proporcionar el vehículo de representación
necesario. Realmente entonces se podría asimilar la tarea de aprender la
‘primera’ lengua a la de aprender una ‘segunda’ lengua, pues se podría
hacer aprendiendo a traducirla a una lengua que ya se conoce a saber
el mentalés, con la ayuda de principios generales de la gramática huma­
na previamente conocidos. Una dificultad de esta propuesta asimilación
es que parece entrar en conflicto con la afirmación anterior de que hay'
algo claramente distinto y extraordinario acerca de la facilidad con que
aprendemos nuestra primera lengua. Quizá podrían ponerse de acuer­
do ambas proposiciones al enfatizar que el aprendizaje de la traducción
al mentalés es algo que un módulo del cerebro especialmente dedicado
a ese propósito realiza de forma inconsciente, en lugar de ser el resulta­
do de aplicar nuestras capacidades intelectuales generales. Sin embargo,
muchos filósofos se sienten incómodos con la afirmación de que una
parte de nuestro cerebro realiza inconscientemente algo parecido a lo
que los científicos hacen cuando se deciden por la verdad de una hipó­
tesis eliminando diversas alternativas posible. Ello se parece sospechosa­
mente a un ejemplo de ‘falacia homuncular’, esto es, la falacia de tratar
de explicar el modo en que los seres humanos logran llevar a cabo una
tarea intelectual suponiendo que tienen dentro de su cabeza algún po­
der agente, poseedor de algunas de las capacidades intelectuales de un
ser humano, que realiza esa tarea en su lugar, (‘Homúnculo’ significa li­
teralmente ‘hombrecillo’.) Tal ‘explicación’ amenaza con ser, o bien va­
cía, o bien circular, o bien viciada por un regreso infinito Podemos estar
de acuerdo con que los niños no podrían aprender su primera’ lengua
mediante la mera extrapolación inductiva de datos lingüísticos a los que
se ven expuestos. Pero no deberíamos suponer demasiado pronto que
la única hipótesis alternativa es que aprenden recurriendo a principios
de la gramática universal que conocen de forma innata, Quizá debería­
mos aguardar simplemente a que alguien ideara algún día una hipótesis
explicativa adecuada que parezca menos extravagante. De mo o conce
bible, tal hipótesis la podrían poner a nuestra disposición os mo e os
cognitivos ‘conexionistas’ que vamos a explorar en el capitu o siguien ,
Pues sobre tales modelos se ha dicho que pueden simular con un^ 1 .
¡idad sorprendente rasgos destacados de la adquisición por pa e .
no de determinadas reglas gramaticales —como las reg as ^ . .*• un
tiempo pasado de los verbos ingleses—, sin apelar a na a p
conocimiento innato de la gramática universal.

""Véase D- E- Rumclhart y.I L McClelland, On Distñbuted Proces-


Verbs’, en David E. Rumclhart y James L. McClelland ( Mass ; MIT press, 1986)
p ^ ' Voll» » e 2: Psycbological a n d Biological ^ Cúnnectionism and tbe
Para comentarios, véase William Bechtel y ;0xford Blackwell, 199U capi-
Aíit* * An Introduction to Paralie! Processing tn i\etuorL> (Oslo
tolos 6 y 7 .

1 6 9
Filosofía de la mente

CONCLUSIONES

Como hemos visto en este capítulo, las cuestiones relativas a |a U).


nexión entre pensamiento y lenguaje son muchas, complejas \ suma­
mente controvertidas. Se dividen en dos áreas principales. ( 11 |as Cjm.
tienen que ver con la cuestión de si el pensamiento mismo comporta lm
medio o un modo de representación lingüístico o cuasi-lingüístico. v (2)
las que tienen que ver con la cuestión de si la capacidad de pensamien­
to proposicional va pareja a la capacidad de expresar y comunicar pen­
samientos en una lengua natural o pública. Estas dos áreas problemáti­
cas son en principio distintas. Así, sería posible q u e un filósofo
mantuviera que unos animales que no pueden comunicar pensamientos
en un lenguaje público pueden no obstante t e n e r pensamientos cuyo
vehículo o medio sea un ‘código del cerebro’ cuasi-lingüístico. Por otro
lado, los filósofos y los psicólogos que creen que el pensamiento es pre­
cisamente un ‘habla contenida’ o un ‘soliloquio silencioso’, y que por
tanto tiene como medio el lenguaje natural, deberán obviamente negar
que los animales que carecen de lenguaje y los niños en su período pre­
lingüístico pueden pensar. No obstante, si bien con carácter provisional,
hemos concluido ( 1) que el pensamiento humano muy posiblemente
explota diversos modos de representación mental, algunos de ellos de
carácter ‘análógico’ o ‘imaginístico’, y ( 2) que, con todo, existe probable­
mente una relación de mutua dependencia entre tener la capacidad de
un genuino pensamiento conceptual y poseer la capacidad de expresai
y comunicar pensamientos en un lenguaje público. Tenemos razones
para dudar que sea legítimo atribuir conceptos a animales que carecen
de un verdadero lenguaje, incluyendo también aquí a los animales que
poseen las complejas habilidades prácticas y sociales de los chimpancés
Pero es discutible que la capacidad de aprender una lengua sea, como
algunos innatistas sostienen, simplemente un rasgo específico de los se­
res humanos que tiene poco que ver con su nivel de inteligencia gene­
ral. Finalmente, incluso concediendo que existe una relación estrecha
entre el pensamiento y la expresión en un lenguaje público, no parece
justificable mantener, con los relativistas lingüísticos, que la lengua natu­
ra de un hablante le confina a pensamientos que están siempre dentro
del alcance de un ‘esquema conceptual’, y mucho menos que ello im­
ponga al mundo de ese hablante una estructura ontológíca particular
8
Racionalidad humana
e inteligencia anificial
La racionalidad que se nos supone es una de las más preciadas po­
sesiones de los seres humanos y se presume a menudo que es lo que
nos distingue más claramente del resto de la creación animal. En el capí­
tulo anterior hemos visto que parece haber estrechos vínculos entre te­
ner una capacidad de pensamiento conceptual, ser capaz de expresar
los propios pensamientos en el lenguaje y tener la capacidad de realizar
procesos de razonamiento. Incluso los chimpancés, los más inteligentes
de los primates no humanos, parecen como máximo tener una capaci­
dad muy limitada de efectuar razonamientos prácticos y no muestran
signo alguno de realizar la clase de razonamientos teóricos que es la
marca distintiva de los logros humanos en las ciencias Sin embargo, la
idea tradicional de que la racionalidad es del dominio exclusivo de los
seres humanos se ha visto cuestionada recientemente desde dos pers­
pectivas distintas, aun dejando de lado las afirmaciones que se hacen
sobre las capacidades de razonamiento de los animales no humanos
Por una parte, la revolución de la tecnología de la información ha con­
ducido a que diversos investigadores del campo de la inteligencia art i
cial hayan realizado declaraciones ambiciosas, parte de las cua es sostie
nen que se pu ed e d ecir que los ordenadores adecúa amen e
programados realizan procesos de pensamiento y razonamiento,
otro lado — lo que resulta irónico— > algunos psicólogos ían c
a poner en duda las pretensiones de los humanos e serc< < ^
pensar racionalmente. Se nos deja así frente a la extraña p P ser
que máquinas que nosotros mismos hemos disena o pu jos
consideradas más racionales que sus creadores íuman •
asuntos que podemos tener la esperanza de
c á p t a l o ! s? se puede dar un sen,ido coheren «
para poder hacer esto tenemos que examina afirmaciones que han
y ei fundamento de algunas de las sorprendente. ‘ artificial y
realizado los investigadores de los campos de la mtel.gencia
•a investigación del razonamiento humano- )as s¡_
. Algunas de las cuestiones clave que cofrientes?
guíente,s. ¿Cuán racionales son realmente , nte5y de ser ello
¿Tenemos una capacidad natural para razonar lógicamente, y,

171
Filosofía d e ¡a m ente

así, ¿cuáles son los procesos psicológicos que comporta d cjvr«Uu,


tal capacidad? ¿Qué es lo que entendemos o deberíamos cnu n(|n
por ‘racionalidad? ¿Podría decirse literalmente que una máquina a,i„~
nica realiza procesos de pensamiento y razonamiento simplum--nu- r'
virtud de que ejecuta un programa informático apropiadamente inrm,,! ,
do? ¿O como mucho sólo podemos hablar de los ordenadores uunu Ni.
muladores de procesos de pensamiento racional, de modo paivud,, ;l
como pueden simular procesos meteorológicos para los propósitos |,
predicción del tiempo? ¿Habría de tener una máquina genuinamuik- !n
teligente un ‘cerebro’ con una configuración física algo parecida a la
cerebro humano? ¿Debería tener objetivos o propósitos autónomos ,
quizá incluso emociones? ¿Debería ser consciente, ser capaz de aprendo
mediante la experiencia y ser capaz de interaccionar intencionadamente
con su entorno físico y social? ¿En qué medida la inteligencia y la rauo
nalidad consisten en procesar lo que podría llamarse sentido común;
¿Qué es el sentido común y cómo llegamos a tenerlo? ¿puede captara
mediante un programa informático? Vamos a comenzar sin más demora
a considerar algunas respuestas posibles a estas preguntas y otras rela­
cionadas.

RACIONALIDAD Y RAZONAMIENTO

Parece casi una tautología decir que la racionalidad compona d ra


" a ™ 0 ’ aun<í ue en su momento veremos que las cosas no son tan
nci as como parece. Sin embargo, si empezamos con ese supuesto. Li
n ^ , - ntre Pkreg,u" ta Jc}ue Parece evidente hacer es ésta: ¿qué tipos de ntzo-
rinne ri ° T ’ja5^cionalrnente, el razonamiento se ha dividido en dos
tiemnn^ m° ^°S • ^ f jentes- P °r un lado, se ha trazado desde hace mucho
el nrím^ lstinc^ n entre el razonamiento p rá ctico y el teórico, donde
Por otroT^ 606!001110 la acc*°n exitosa, y el último, el conocimiento
t r a d i c i ó n * ? razonamiento o argumentación racional se ha dividióte
ductivo la* rT C tam^ n en deductivo e inductivo. En un argumento de-
sión mientri^remiSaS im^ icaa ° hacen necesaria lógicamente la conclu-
simnlementf* Cn Un ar8urnento inductivo las premisas o los dato''
Estas dos distine' Un ^ rado probabilidad a una hipótesis dada
tanto el razonam?enrS son, indePendientes la una de la otra, de modo que
mentos deductivos n ° R130?00 como el teórico pueden comportar argu-
La argumentar"111 Uctlvos» ° también una mezcla de ambos,
limitado en su anl^10- Puramente deductiva tiene un alcance bastante
la matemática maS alIa deI reino de las ciencias formales co­
forma móc
forma __ il de ° stante> se
más elevada se la
la na
ha consiaeraao • . —v—
considerado aa menuuu
menudo o in­la
como
telectual de la matemática narniento’ quizá por deferencia al estatuto m-
os antiguos griegos AríQtArT \ cuItura occidental desde el tiempo de
teoría formal rigurosa del ™ eS Primera persona que formuló un:i
zonamiento deductivo, la cual constituye su

172
--------------------------- - Racl<mauc^
sistema de logica silogística. Un silogismo es un argumento con dos ore
misas y una única conclusión que responde a determinadas formas ores
critas, como por ejemplo ‘Todos los filósofos son habladores; todas las
personas habladoras son necias; por lo tanto, todos los filósofos son ne­
cios’, o ‘Algunos filósofos son necios; todas las personas necias son inú­
tiles; por lo tanto, algunos filósofos son inútiles1 Tal y como estos ejem­
plos muestran, un silogismo deductivo válido —uno en el cual las
premisas implican la conclusión— no necesita tener premisas verdaderas
o una conclusión verdadera, aunque si tiene premisas verdaderas, en­
tonces su conclusión debe ser también verdadera. En tiempos más re­
cientes, la teoría del razonamiento deductivo formal ha experimentado
una revolución de la mano de lógicos como Gottlob Frege y Bertrand
Russell, que son los fundadores de la moderna lógica simbólica o mate­
mática. Los actuales estudiantes de filosofía están en su mayor parte fa­
miliarizados con estos desarrollos, ya que la formación en lógica simbó­
lica elemental se incluye normalmente en los programas de licenciatura
de filosofía. Pero una cuestión empírica interesante es la siguiente: ¿cuán
buenas son las personas en razonar deductivamente cuando no han re­
cibido formación en esta materia? Incluso, ¿cuán buenas son las perso­
nas que h an recibido tal formación?, esto es. ¿cuán buenas son en apli­
car, fuera de las aulas, lo que supuestamente han aprendido? Podemos
hacer preguntas similares relativas a las capacidades para el razonamien­
to inductivo de las personas, pero vamos a centramos ante todo en el
caso de la deducción.
Lo que podría esperarse es que las preguntas que se acaban de ha­
cer recibieran las respuestas siguientes. Por un lado, no nos sorprende­
ría saber que las personas que no han recibido formación en lógica for­
mal caen con frecuencia en falacias de razonamiento deductivo Por otro
lado, quizá esperaríamos confirmar que una formación en lógica formal
ayudara en general a las personas a evitar muchos de esos errores. Sin
embargo, puesto que una competencia básica en el razonamiento de­
ductivo parece que es un requisito previo necesario para que uno pueda
aprender cualquiera de las técnicas de la lógica formal, y puesto que a
mayoría de las personas parecen capaces de aprender al menos algunas
de esas técnicas, habríamos de esperar también que hubiera limites bien
definidos en cuanto a la inadecuación con que las personas pueden ile-
var a cabo tareas de razonamiento deductivo incluso si no an reci 1
formación en métodos lógicos. Respecto a esto, si estamos ’
n°s sorprenderán algunas afirmaciones de los psicólogos ‘
el razonamiento humano, ya que algunos de ellos a ,iman ^ rennrse a
sonas muestran prejuicios que tienen raíces pro n as a también,
os Problemas más elementales de razonamiento e u ’ . j ¡os no
ciertamente, del inductivo. Según aquéllos sostu=nen; ^ y po.
se eliminan tampoco al recibir formación en los me cerebro hu-
dría ser que estuvieran ‘programados’ genéticamen e
mano como resultado de nuestra historia evo utrva.

173
Filosofía de la mente

LA TAREA DE SELECCIÓN DE WASON

Probablemente, los datos empíricos mejor conocidos que sr |lln


ofrecido para apoyar estas afirmaciones pesimistas deriven de |a miIV
conocida tarea de selección de Wason.1 Esta tarea posee muchas \.m iI1
tes distintas, pero en una de sus formas más tempranas puede describir
se del siguiente modo. A un grupo de sujetos — que, por supuesto n(l
deben tener ningún conocimiento previo del tipo de tarea que están
punto de realizar— se les presenta individualmente el siguiente proble­
ma de razonamiento. Se les enseñan cuatro cartulinas, cada una de Lo
cuales tiene a la vista sólo una de sus caras, y se les dice que estas un
tulinas se han extraído de un conjunto donde cada uno de sus miem­
bros tiene una letra del alfabeto impresa en un lado y un número ennv
el 1 y el 9 impreso en el otro lado. Así, por ejemplo, las cuatro cartuli­
nas podrían mostrar respectivamente en sus lados visibles los siguientes
cuatro símbolos: A, 4, D y 7. A continuación se les dice a los sujetos que
se ha propuesto la siguiente hipótesis relativa a estas cuatro cartulinas
que si una cartulina tiene una vocal impresa en un lado, entonces tiene
un número par impreso en el otro lado. Finalmente, se les pide que di­
gan a cuál de las cuatro cartulinas — si es que a alguna— se le debe dar
la vuelta para determinar sí la hipótesis en cuestión es verdadera o taba
Muy frecuentemente se halla que la mayoría de los sujetos dicen, en un
caso como el presente, o bien que sólo debería dársele la vuelta a la
cartulina con la A, o bien que sólo se debería dar la vuelta a la cartulina
con la A y a la cartulina con el 4. Significativamente, muy pocos sujetos
dicen que se le debería dar la vuelta a la cartulina con el 7, y sin embar­
go, parece que este es un fallo serio y sorprendentemente elemental,
porque si la cartulina con el 7 tuviera una vocal en su lado oculto seña­
ría entonces para refutar la hipótesis. ¿Por qué, al parecer, tantos suietos
no se dan cuenta de esto? Según algunos psicólogos, la respuesta es cjue
simplemente no aplican principios elementales de razonamiento deduc­
tivo en sus intentos de resolver el problema. En lugar de ello, estos suie­
tos deben llegar a sus soluciones de algún otro modo, un modo ilógico,
como por ejemplo seleccionando las cartulinas que se emparejan con las
escripciones que se mencionan en la hipótesis propuesta (las cartulinas

? ' T' Evan5’ Blas in Huynai^Rpner í ^ lürea de selccción de Wason, véase Jonailwn St.
baum Associates, 1989J nD ^ Causes <™d Consequences (Hove: Lawrencc Frl-
Phen E. Newstcad y Ruth M J V v f n T T Véase Jonathan St. B. T. Evans, Stc-
neraU Erlbau™ Associates The Psychohgy o f Deducá"
low v n Ps,colo8 ía del raxonamienV CJP,lul° ^ Rara una buena introducción jp-
Z l n E- 0 ver’ W ren T an T lZ T ^ índ“ " filosófica, véase K. I M ***-
W^són ndfCS- R°utlcdge \ m ) ( T ing' A P hih™Pbtcal a n d Psychologica! Pe*
3SOn- ’ m ) i L*n el c a P ÍM lo 6 tratan de la tarea de sele cció n de

174
---------------------------------------------- Racumahdacl humane, c■ mielgo m m artificia!
ql,e muestran una vocal y un número par) Se dice que tal método de
selección muestra un 'prejuicio de emparejamiento'
Sin embargo, la tarea de selección de Wason plantea más presun­
tas de las que logra responder. Para empezar, ¿están acertado* los psicó
logos al mantener que las cartulinas a las que debería dárseles la vuelta
son la cartulina con la A y la cartulina con el 7, en la versión de la tarea
que se ha descrito antes? Nótese que lo que aquí está en juego* no es
una cuestión empírica o científica, sino más bien una cuestión Normati­
va, es decir, una cuestión acerca de qué acción debería llevarse a cabo
en ciertas circunstancias, en lugar de una cuestión acerca de qué acción
es, estadísticamente, más probable que se lleve a cabo. Nótese también
que puesto que lo que nos ocupa es una acción correcta o incorrecta, al
parecer, una vez que se la entiende adecuadamente, la tarea de selec­
ción de Wason constituye un problema de razonamiento práctico en lu­
gar de teórico. Pero, una vez que caemos en la cuenta de esto, podemos
dudar de si la tarea puede adecuadamente entenderse que concierne al
razonamiento puramente deductivo. Podría ser que los sujetos en reali­
dad aborden esta tarea — de forma totalmente adecuada— aplicando
buenos principios de razonamiento inductivo. Tomemos como analogía
la manera en que un científico podría intentar confirmar o refutar una
hipótesis empírica general, como la hipótesis de que si un pájaro es
miembro de la familia de los cuervos, entonces es negro. Está claro que
haría muy bien en examinar cuervos para ver si son negros, lo que es
análogo a darle la vuelta a la carta A para ver si tiene un número par
impreso en el otro lado. Pero sería absurdo que examinara cosas que no
sean negras sólo por Ja remota posibilidad de que pudiera encontrar
una que fuera un cuervo y por tanto refutar la hipótesis, lo cual es aná­
logo a darle la vuelta a la cartulina con el 7 para ver si tiene una vocal
impresa en el otro lado. Por supuesto, es indiscutible que sí la cartulina
con el 7 tiene una vocal impresa en el otro lado, ello sirve para refutar
la hipótesis en cuestión, pero es improbable que muchos sujetos estén
dispuestos a discutir este hecho, de modo que en esa medida no pue e
acusárseles de ser ilógicos. Sin embargo, lo que de hecho se les pregun
ta a los sujetos no es si ello es así, sino a qué cartulinas se es e ena
dar la vuelta a fin de verificar o refutar la hipótesis, y esta es una cues
Üón de razonamiento práctico cuya respuesta correcta no es e\i ^
que sea la que los psicólogos suponen que es.- La ecxion que s
psicólogos se inclinan a extraer de la tarea de selección e' ' ’
como era de esperar, totalmente distinta de la que se ía si onan
chos de ellos dicen que lo que muestra es que las Perso ‘ ' |e_
bien deductivamente sobre temas puramente abstractos, j personas
sin significado y números. Para apoyar esto citan datos de personas

2 Trato estas cuestiones y otras relacionadas úe modo mas comp ^ ^ Rationality.


*l>r. Deduction and Mental Models’, en K. I Man te ow’J a ,pitillo 8
^ c b o lo g ica l a n d Pbilosopbical respectivos (Londres Routlcdgc. 1M U P

175
Filosofía de 1« m ente ------------------------ ------------------------
que se comportan mucho mejor (según los p i opios esiandau-s |u
psicólogos) en versiones de la tarea de selección que m m p()n;ln lll(l 's
nales más reales basados en situaciones que se extraen de la vida dun
especialmente si esas situaciones permiten que la tarea de seleu mn M
interprete como un problema de detección de algún tipo de mu t()11111
u otra de h acer trampa. En estas versiones, las cartulinas pueden MilNl
tuirse por cosas como sobres o incluso facturas con marcas aprnpudjs
en sus anversos o reversos, siendo a veces atribuida la conduela nu u
rada’ de los sujetos a que hemos heredado de nuestros antepasados |ln
mínidos la capacidad de detectar cuándo alguien hace trampas que ks
ayudó a sobrevivir en la época del paleolítico .3 Sin embargo, al cambur
el formato de la tarea y la hipótesis en cuestión, se podría estai mm
biando la naturaleza lógica de esa tarea de modo que dejara de ser en
un sentido apropiado, la ‘misma’ tarea de razonamiento. Por tamo es
discutible el que diferencias respecto a cómo se llevan a cabo \eisioius
distintas de la tarea nos digan nada en absoluto acerca de las capa*, ida-
des de razonamiento de las personas, toda vez que puede no haber un
único estándar de ‘corrección’ que se aplique a todas las versiones de la
tarea. Es perfectamente concebible que la mayoría de los sujetos den
respuestas ‘correctas’ tanto a versiones abstractas como realistas de la ta­
rea aunque den respuestas distintas en cada caso, pues versiones dife­
rentes pueden exigir respuestas distintas. La dificultad con la que aquí
nos enfrentamos, que hace que la tarea de selección de Wason sea una
herramienta tan problemática para la investigación psicológica, es que
en muchas áreas del razonamiento la cuestión de cómo d e b e r ía n razo­
nar las personas es todavía una cuestión abierta. Las normas del razona­
miento correcto no han sido fijadas de una vez por todas por los lógicos
y los matemáticos. Realmente, por su misma naturaleza son discutible
de un modo parecido al que lo son las normas de la conducta moral 1

LA FALACIA DE LA PROPORCIÓN BÁSICA

Hace un momento he afirmado que las personas podrían aboidar


versiones abstractas de la tarea de selección aplicando buenos principio"
e razonamiento inductivo. Pero las capacidades naturales de razonar
íen m uctivamente han sido puestas en cuestión por los psicólogos. Fn

How HumnnL .Fosm,des’ ,The L°g ¡c of Social Exchangc; Has Natural Selection *
187-T76 Para Reason- .Stu<lies with the Wason Sclection Task\ Cognitio" 31 0989». I
siguientes PnrT™/™31] 05’ véase Evans- Newstead y Byrne, H u m a n Reasoning, PP J
nise Dellarosa *n ormaci^ n sobre la psicología evolucionista en general, vva^ r cj
Y C° 1Ín < « * > . ^ E v o l u t i o n o f M incii Nueva York O ***

véase Stenhen^E^N *ectUra? so^ re b tarea de selección de Wason y temas relación^


J^ n St B- T Eva- <«*•>. P e ^ c t i r e s o n ^
1995). * ^ } 1 Hotwtir o f Peter Wason (Hove: Lawrence Erlbaum Assoc

176
Racionalidad hupunía c integenda artificial
este contexto, lo más conocido es la 'la falacia de la proporción básica’
y la tarea de razonamiento mejor conocida que según se dice revela esta
falacia es el problema del taxi." A los sujetos se les proporciona Vi si­
guiente información. Se les dice que, en un determinado día un peatón
fue atropellado en una determinada ciudad por un taxi en un accidente
en que éste se dio a la fuga, y que un testigo informó de que el color
del taxi era azul. Se les dice también que en esa ciudad hay dos compa­
ñías de taxis, la compañía de los taxis verdes, que tiene el 85 por ciento
de esos vehículos, y la compañía de los taxis azules, que posee el 15
por ciento restante. Finalmente, se les dice que en una serie de pruebas
resultó que el testigo acertaba el 80 por ciento de las veces en la identi­
ficación del color de los taxis en condiciones de visión similares a las
del accidente. Se les hace entonces a los sujetos la siguiente pregunta
¿cuál es, según estima usted, la probabilidad de que la víctima del acci­
dente fuera atropellada por un taxi azul? La mayoría de los sujetos esti­
man que la probabilidad en cuestión se sitúa alrededor del 80 por ciento
(o 0'80 si se la mide en una escala de 0 a 1). Sin embargo, un sencillo
cálculo que utilice un principio que los teóricos de la probabilidad co­
nocen como el teorema de Bayes revela que la ‘verdadera’ probabilidad
es aproximadamente del 41 por ciento, lo que implica que de hecho es
más probable que un taxi verde estuviera involucrado en el accidente. Si
ello es correcto, las consecuencias de la actuación de las personas en es­
ta tarea son alarmantes, porque sugieren que su confianza en el testimo­
nio ocular puede ser mucho más elevada de lo que está justificado. Los
psicólogos explican el supuesto error en términos de lo que denominan
olvido d e la p rop orción básica. Dicen que los sujetos que estiman que la
probabilidad en cuestión es aproximadamente del 80 por ciento simple­
mente pasan por alto la información de que la inmensa mayoría de los
taxis de la ciudad son verdes y no azules, y dependen únicamente de la
información relativa a la Fiabilidad del testigo. Similarmente, se sostiene
que el olvido de la proporción básica es responsable de que muchas
personas — incluyendo médicos con formación al respecto exageren
Ia significación de resultados positivos en pruebas de diagnóstico en
condiciones médicas relativamente raras.
Sin embargo, igual que ocurría en la tarea de selección e aso ,
es posible poner en cuestión el juicio de los psicólogos acerai e cu*
es la respuesta ‘correcta’ al problema del taxi. Por ejenip o, pue
nerse que los sujetos pasan por alto la información reama a• ‘
«ón de taxis verdes y azules en la ciudad aunqw s jo
sea por la razón de que esa información no reve a c u a n °* ‘ ‘ ouede
color hay. Si el número de taxis de cada color es PecIue ’ sea
inferir nada muy fiable acerca de la probabilidad de qu

,usal Schemata ,n judgements u n d erL 'n cer-


Véase A. Tversky y D. Kahnenian, itil Psycbohgy, V o /« /w /< H ills d a !e , NJ
tainty, en M. Fishbein (ed.), Progress in
rcnce Erlbaum Associates, 1980).

1 7 7
Filosofía de la mente
atropellado por un taxi verde en lugar de uno azul. Es interesante (|u
cuando, en tareas de razonamiento probabilísimas como ésta, Sl.
porcion a a los sujetos información en términos de cifras absolutas |¡j'
gar de porcentajes, tienden a no ignorarla, tal vez en partu poi(|lu |,)s
cálculos les resultan más fáciles.6 Supóngase, por ejemplo, que h - k
ce a alguien que hay 850 taxis verdes en la ciudad y ISO taxis a/ulus \
que de los 50 taxis de ambos colores con los que se probó al testan , s
te identificó correctamente el color de 40 y erróneamente ídenttliu »ó
color de 10, Entonces es relativamente fácil inferir que se podría espt ,,lr
que el testigo informara correctam ente que eran azules 120 de los iilX]N
azules (40 de cada 50), pero dijese erró n eam en te q u e eran azules n ,
de los taxis verdes (10 de cada 50), con lo cual la proporción esperada
de informaciones correctas concernientes a los taxis azules respecto del
número total de respuestas sobre taxis azules sería igual a 12o (ido -
170), es decir aproximadamente el 41 por ciento. Es discutible que estn
implique que la respuesta del psicólogo al problema del taxi sea. des
pués de todo, correcta. Pero incluso si estamos de acuerdo en que los
sujetos a veces se comportan inadecuadamente en tales tareas de razo
namiento probabilístico, deberíamos reconocer que ello habría que atri­
buirlo a la fo rm a en que se les proporciona la información más bien
que a sus capacidades de razonamiento.
En cualquier caso, hay algo que es claramente paradójico en ki
idea de que los psicólogos — quienes, al fin y al cabo, son ellos mismos
seres humanos— puedan revelar mediante medios empíricos que los se­
res humanos tienen prejuicios profundos y sistemáticos en sus razona­
mientos deductivos e inductivos,7 ya que las teorías de la lógica deducti­
va y de la probabilidad, con respecto a cuyas normas pretenden los
psicólogos juzgar la actuación de los sujetos en tareas de razonamiento,
son ellas mismas el producto del pensamiento humano, habiendo sido
desarrolladas por lógicos y matemáticos en los últimos dos mil años
aproximadamente. ¿Por qué habríamos entonces de tener confianza al­
guna en esas teorías si, como sugieren algunos psicólogos, los seres hu­
manos son propensos al error en sus razonamientos? Por supuesto, partu
e valor de tener tales teorías es que pueden ayudarnos a evitar errores
e razonamiento; verdaderamente si las personas corrientes, que no han
reci i o una formación en métodos lógicos, razonaran de forma natura

C iim n W ^ !u?rCÍ p ‘j>e^enzcr’ ‘Ecologtcal Intelligence: An Adaptation for Frequentita.tn


del DroblfMrna 5 ° í e<k ’^ 3 e Evolution ofM ind , capítulo 1. Para un análisis más dco *
pro, ema de la Proporción básica, véase Gerd Gieerenzer v David 1 Murray, W
T ^ ^ ^ ^ M l b c f a l e , Ni: LawrencJ^Hrfbalm ^ o c U U e s , 1987), PP- ^
E x p e rim e n to * reSpecto’ véase L J onathan Cohén, ‘Can Human
Bebavloral and Brain Sciences 4 0981), pp 317'7^
to a Pragmattc 7hp^UCSn~ VCaSe StePhen p- Stich. Fragmentaron of Reas0”J , { pí.

178
^ laom ihdíul hiutiaiui c inteligencia artificial
sin cometer fallos, la obra de Aristóteles, Frege y Russell no tendría nin­
gún valor práctico. Pero a menos cjue supongamos que Aristóteles Fre
ge y Russell, que eran tan humanos como el resto de nosotros fueran
capaces de razonar correctamente buena parte del tiempo careceremos
de razones para suponer que sus teorías tienen algún valor en absoluto

LÓGICA MENTAL FRENTE A MODELOS MENTALES

Muchos psicólogos creen que la actuación de las personas en tareas


de razonamiento nos proporciona datos no sólo de los prejuicios pre­
sentes en sus razonamientos, sino también del modo on cjuo las personas
razonan, esto es, de los procesos psicológicos involucrados en el razo­
namiento humano. Concentrándonos en el caso del razonamineto de­
ductivo, en la actualidad hay dos grandes escuelas de pensamiento que
mantienen, respectivamente, que razonamos utilizando un sistema de ló­
gica mental y que razonamos manipulando modelos mentales.HLa distin­
ción entre los dos enfoques corresponde, hablando laxamente, a la dis­
tinción entre métodos de demostración sintácticos y semánticos en la
teoría lógica. Los métodos sintácticos atienden sólo a la estructura for­
mal de las premisas y las conclusiones, mientras que los semánticos
atienden a su posible interpretación como expresión de proposiciones
verdaderas o falsas. Así, por ejemplo, los llamados métodos de ‘deduc­
ción natural’ son sintácticos, mientras que los métodos de la tabla de
verdad son semánticos. No es preciso que entremos aquí a considerar
los detalles de esta distinción aunque sea importante para la teoría lógi­
ca, pues lo que nos ocupa es más bien la correspondiente distinción en­
tre teorías de los procesos de razonamiento deductivo del tipo de la ló­
gica mental’ y las del tipo de los ‘modelos mentales’.
El enfoque de la lógica mental sostiene que los seres humanos co­
rrientes que no tienen formación en métodos de lógica formal utilizan
de modo natural ciertas reglas formales de inferencia en sus procesos de
razonamiento deductivo.9 Una tal regla podría ser, por ejemplo, la reg a
que los lógicos conocen como modus ponens, la cual nos permite in erir
una conclusión de la forma ‘0 ’ a partir de premisas de las formas ‘Si P,
entonces Q y \p. La cuestión de cuáles sean las reglas de inferencia que
las personas utilizan realmente se considera una cuestión empírica, a

' M^ wny <^an t we soive inose Lugu-— — ..... ^


eds-)> Rationality, capítulo 5.

179
Filosofía de la mente
adir recurriendo a los datos sobre el modo en que las personas , ,,m
portan en diversas tareas de razonamiento. Así, podría conjeturara (,u,
además del m o d u s p o n e n s , las personas utilizan la ieglu conoc ida loirin
m o d u s tollens, que nos permite inferir una conclusión de la forma \(l
a partir de premisas de las formas ‘Si P , entonces Q y No Q. Sni nn|Vu.
go, una posibilidad alternativa es que las personas adopten una cNiat,
gia más indirecta para derivar una conclusión a partir de tales premisa
Por ejemplo, podría ser que, cuando se les presentan premisas de L¡,
formas ‘Si P, entonces Q y ‘No Q, primero adopten una hipóte sis de 1,
forma lP , apliquen a continuación la regla del m odus pon en s a Si ¡\
tonces Q y kP para obtener 'Q\ y finalmente infieran ‘NoP a partn de |,
contradicción resultante entre {Q y ‘No Q aplicando la regla de inferen­
cia que los lógicos conocen como r e d u c c i ó n a l absurdo. Si este método
indirecto resultara ser su estrategia en tales casos, esperaríamos entorna
que las personas fueran más rapidas y más fiables al inferir una conclu­
sión de la forma lQ a partir de premisas de las formas ‘Si P. entonos o
y * F de lo que lo son al inferir una conclusión de la forma 'N o V a par
tir de premisas de las formas ‘Si P, entonces Q y ‘No Q. Y, en efecto
los resutados experimentales parece que apoyan esta expectativa \e-
mos, por tanto, que puede ser posible hacer acopio de datos que sean
indicio de las reglas de inferencia que las personas utilizan en su razo­
namiento sin recurrir al dudoso testimonio de la introspección.
Sin embargo, quienes se adhieren al enfoque de los modelos mor
tales sostienen que los datos empíricos de los que se dispone favorecen
una explicación de los procesos de razonamiento deductivo que no re­
curre para nada a las reglas formales de inferencia .10 Considéreme'' asi
una inferencia de las premisas ‘Tomás está en Londres o Tomás esta en
París’ y ‘Tomás no está en Londres’ a la conclusión ‘Tomás está en París
Un partidario de la teoría de la lógica mental podría sostener que esta
inferencia se lleva a cabo de la manera siguiente. En primer lugar se re
conoce a las premisas como algo que es de las formas lP o Q y No l
se aplica a continuación la regla conocida como s ilo g is m o disyuntivo pa­
ra derivar una conclusión de la forma lQ y finalmente se reconoce (|llc
Tomás está en París’ es en este contexto una conclusión de esa forma.
Una objeción a este tipo de explicación es que parece muy engorrosa, a
comportar una transición de oraciones específicas a formas esquema 11
cas para regresar luego, aplicándose procedimientos inferencia les a
ormas esquemáticas. Otra objeción es que parece implicar que las per
sonas eberían razonar tan bien con cosas ‘abstractas’ como con asunto
rea istas, lo cual, como anteriormente vimos, se piensa que entra e
con icto con los datos que proporciona la tarea de selección de
• derlos mocielos mentales afirma que llevamos a cabo el ‘l
ipo e mferencia de un modo totalmente diferente, más directo

mentales c^ icac,<^n nr¿s detallada y una defensa del enfoque de los


mentales, vease Johnson-UM y Byrne, Deduction.

180
_ --------------------------------------- ^ckm alüladbum cm a cjuteli^naa artificial
primer lugar, según sostiene, nos formamos una idea de cuáles son las
circunstancias posibles en que sería verdadera cada una de l is premisas-
es decir, construimos determinados ‘modelos' de las premisas A conti­
nuación vemos que, al tratar de combinar estos modelos algunos de
ellos han de eliminarse por inconsistentes y descubrimos que en todos
los modelos restantes la conclusión es verdadera. Así. tanto una situa­
ción en la que Tomás está en Londres como una situación en la que To­
más está en París proporcionan un modelo de la premisa Tomás está en
Londres o Tomás está en París’, pero sólo una de esas situaciones puede
combinarse de forma consistente con una situación en la que Tomás no
está en Londres, y ésa es una situación en que la conclusión Tomás está
en París’ es verdadera. Por tanto, extraemos esta conclusión a partir de
las premisas.
A primera vista, el enfoque de los modelos mentales no sólo es
más simple que el de la lógica mental sino que es intuitivamente más
plausible. Además, sus partidarios sostienen, como ya he señalado, que
los datos empíricos lo favorecen. No resultará sorprendente enterarse de
que ninguna de estas afirmaciones se acepta por parte de los partidarios
del enfoque de la lógica mental, y el debate entre las dos escuelas pare­
ce haber alcanzado algo parecido a un punto muerto. No está claro que
los filósofos tengan algo muy valioso con que contribuir a este debate,
hiera de expresar un cierto grado de escepticismo sobre todo el asunto,
ya que es ciertamente una idea extraña que bordea lo paradójico supo­
ner que las personas corrientes, sin ninguna fonnación en los métodos
de la lógica formal, utilizan sin esfuerzo reglas lógicas en su razona­
miento formal que los propios lógicos han alcanzado a descubrir y codi­
ficar únicamente a través de muchos siglos de laborioso trabajo. El he­
cho de que el presunto conocimiento de esas reglas por parte de las
personas comentes se suponga que es tácito’ en vez de “explícito no
contribuye mucho a eliminar el aspecto paradójico. Por otro lado, no es­
tá enteramente claro cuál es la substancia real que tiene el enfoque rival
de los teóricos de los modelos mentales,11 pues el proceso mismo e
construir ‘modelos’ de determinadas premisas, intentando luego com i
narlos, eliminando algunas de esas combinaciones por inconsistentes )
descubriendo que los restantes son modelos en los que una etermina
da conclusión es verdadera, parece él mismo requerir un razonamien o
[an complejo como el tipo de inferencia que se supone que explica- u
hecho, lo que parece exigir no es ni más ni menos que un eí er *
grado de p ersp icacia lógica, es decir, una capacidad e caP a ^ Dliede
las proposiciones implican otras determinadas proposicio ^ j
aten erse que una perspicacia de este tipo es una parte integrante de .

lid- ^ Una crítica incisiva del eníoque de lc¡S 1C**


J no del enfoque de la lógica mental, vease Lance J. P ’ ami Behef (Tucson
Cm cntaI^MuddIes’, en Myles

^ n d y Roben M. Harnish (eds.). V>e and Mental


Lnivcrsity of Arizona Press, 1986). Véase también mi Rationa >,
Models’.

181
Filosofía de la mente
propia capacidad de tener un pensamiento preposicional del t,p<) ()lK.
sea, , . . .,
Supongamos, por ejemplo, que descubriéramos a algul i e n ( | i k -
tara la proposición de que Tomás está en Londres y captase la pm,
ción de que Tomás está en París (así como las negaciones de eM L‘S l, ,s
l s pi
posiciones), pero que simplemente Riera incapaz de captar lo Mgllu.nu
que si la proposición de que Tomás está en Londres o lomas esu Ul
París y la proposición de que Tomás no está en Londres son ambas \n
daderas, entonces la proposición de que Tomás está en París debe u,n
bién ser verdadera. ¿Qué podríamos razonablemente decir de tal pns,,
na excepto que no debe haber captado el concepto de (lisyimcum ^
decir, el significado de la palabra ‘o ? Sin embargo, alguien cine no cap­
tara este concepto difícilmente podría estar dotado de la capacidad de­
tener un pensamiento proposicional, pues parece que no podemos
parar coherentemente u n a cierta capacidad de realizar razonamientos
lógicos correctos de una capacidad, por mínima que sea, de tener pon
samientos con contenido proposicional, sin que ello suponga mimmi/.ir
el problema de explicar esta última capacidad.
Pero ¿por qué, entonces, nos molestamos en construir y aprendo
sistemas de lógica y por qué tendemos a caer en falacias lógic as on
nuestro razonamiento? La respuesta plausible es que, por mas que b
perspicacia lógica sea indispensable, tiene un alcance de aplicación muy
limitado. En las inferencias más sencillas, podemos simplemente ver
que las premisas implican la conclusión; el no verlo sería no entender
las proposiciones en cuestión. Pero en casos más complicados, que
comportan proposiciones sumamente complejas o largas cadenas ele ra­
zonamiento, necesitamos suplementar la perspicacia lógica con métodos
formales, exactamente igual que utilizamos tónicas formales en aritméti­
ca para complementar nuestra comprensión de las relaciones numéricas
Los métodos formales no constituyen un sustituto para la perspicue ia Id
gíca o aritmética, ni puede explicarse ésta recurriendo a los primeio'
(como el enfoque de la lógica mental nos querría hacer suponer). Pues
to que la perspicacia se necesita para aplicar los métodos formales. I ero
con esto no se niega la utilidad de tales métodos como medio de exten
der nuestras capacidades lógicas o computacionales más allá de su ám
bito natural.
De modo que una respuesta posible a la pregunta ‘¿Cómo uizona
mos?, podría ser la siguiente. Llevamos a cabo inferencias deducti'
elememale5 simplemente utilizando la perspicacia lógica que es insepa­
rable del pensamiento proposicional. Sin embargo, más allá de este <
minio e inferencias fuertemente restringido, nuestra capacidad para •
zonar efectivamente la determinan en gran parte los métodos técnica
que hayamos podido aprender y la medida en que hayamos aprendí
a j.carlos‘ Las personas que no han recibido una formación c
dehpr t0d° S n°i pueden apoyarse más que en su talento natura\)
sorprendernos que no puedan resolver problemas de ra -

182
-------------------------------------------- ^ciom ilkU id b ^ a n a j^ n u e li^
mento que exigen realmente la aplicación de métodos formales. por esta
razón, parece que particularmente carece de sentido someter a tales per
sonas, como hacen a veces los psicólogos, a tareas complejas d¿ razona"
miento que involucran silogismos aristotélicos, pues el razonamiento si­
logístico es tan formal y artificial como cualquier otra cosa que pueda
hallarse en los modernos libros de texto de lógica simbólica. Más aún
deberíamos reconocer que los métodos formales de razonamiento4de­
ductivo y probabilístico están realmente diseñados para ser aplicados en
el papel, no en nuestta c a b e z a , de modo que cuando nos implicamos en
actos de razonamiento que los utilizan, partes de nuestro entorno físico
se convierten en accesorios, literalmente hablando, de nuestros procesos
de razonamiento. Los psicólogos que pasan por alto este hecho están to­
mando erróneamente el razonamiento humano por una operación total­
mente interna de la mente.

DOS TIPOS DE RACIONALIDAD

Anteriormente señalé que parece casi una tautología decir que la


racionalidad implica razonamiento. Pero ulteriores reflexiones pueden
conducir a matizar este juicio. Cuando descnbimos una persona como
‘racional’ o 'razonable', no tenemos por qué estar atnbuyéndole capaci­
dades de razonamiento especialmente buenas, es decir, una capacidad
especialmente bien desarrollada de implicarse en argumentos inductivos
y deductivos. Realmente, se ha señalado a menudo que un loco puede
razonar tan bien como una persona sana, pero que se distingue por la
extravagancia de las premisas que supone verdaderas. Alguien que cree
que está hecho de vidrio puede razonar impecablemente que se hará
añicos si se le golpea y realizar las acciones apropiadas para evitarlo; su
error está en sus creencias, no en lo que infiere de ellas. Tampoco es
acertado atribuir su error a que haya adquirido esas creencias mediante
procesos de razonamiento deficientes, pues incluso la más sana y razo
nable de las personas adquiere relativamente pocas de sus creencias
tediante procesos de razonamiento.
P arece, p o r co n sig u ien te, q ue hay dos nociones distintas e
nalidad.12 La racio n alid ad en el prim er sentido, de la que nos -
a u p a d o h asta a h o ra e n este capítulo, es la capacidad de razonar c«en,
Sea d e d u ctiv am en te o inductivam ente. Es este tipo de racional ,. c
clu^ p re su m ib le m e n te p ien san los p sicólo gos que están im * ■ _
cuando estu d ian la actu a ció n d e las personas en tareas e £ ‘ ivlhlan-
k* racionalidad en el seg u n d o sentido es una noción más difusa ' -
fiable’) en este sentido es
laxam en te, u n a p erso n a racional (o razona

i idea de que hay dos tipos de racionalidad “ un/™ “ ^ S o l o ^ " ^ .


B. t . ’ans y David E. Over, RaliomUty and Keasonwg (Hove. Is^choiog)
véase ‘Pecialmente pp. 7 y siguientes.

183
Filosofía de la mente ----------------- ------------------------------------

una que esté bien acoplada con su medio social y físico. ,llK. U|u
apropiadamente a la luz de sus objetivos, y cuyos objetivos sean s,TlS|l
tos y asequibles dados les recursos disponibles. La posesión de H
gundo tipo de racionalidad puede muy bien comportar en algun.i nu-.li
da el primer tipo de racionalidad, pero está claro que implica nm,p
más que eso, y la posesión de una buena medida de 'sentido común n,,
es aquí lo menos importante. Caracterizar esta última cualidad n,, ,.s
asunto fácil, aunque más adelante en este capítulo diré más cosas s,,í,r,
ella.
En este contexto, vale la pena señalar que incluso si acéptame ,-|
juicio pesimista de algunos psicólogos con respecto a las capac idades de
razonamiento de las personas comunes, como supuestamente tvwd iru
su actuación en tareas de razonamiento, estos resultados experimentales
no tienen consecuencias muy claras para la cuestión de cómo son las
personas racionales en nuestro segu n do sentido de ‘racionalidad Come
sean las personas racionales en este sentido es algo que se revela prima­
riamente por el modo en que se comportan en las circunstanc ias de Li
vida cotidiana, no por el modo en que realizan tareas artificiales en con­
diciones de laboratorio. Ciertamente, se podría cuestionar la sensate/ —
la racionalidad— de quien se tomara demasiado en serio tales tareas
dado que los costes y los beneficios asociados para los sujetos en cues­
tión son relativamente triviales en comparación con los que se encen­
tran regularmente en la vida cotidiana. Por tanto, es irónico que quizá la
supuestamente mediocre actuación de las personas comunes en las tare
as de razonamiento que les plantean los psicólogos sea testimonio de su
racionalidad en el sentido amplio.

LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL Y LA PRUEBA DE TURING

Mencionaba al principio de este capítulo que las pretensiones de


los seres humanos de ser los únicos seres racionales han sido atacadas
por parte de investigadores del campo de la inteligencia artificial, o IA.
un campo que está en fase de rápida expansión. En este contexto o
costumbre distinguir entre LA ‘fuerte’ y ‘débil’, donde los que practican
la última mantienen meramente que diversos aspectos de la conducta
humana inteligente pueden ser simulados o modelados de modo útil
mediante programas informáticos apropiados, mientras que los delenso
res e a primera sostienen que en virtud de ejecutar un programa ace
cuadamente formulado se podría decir literalmente que una máquina
piensa y razonad Está claro que son las afirmaciones de la IA fuerte

tido l S o SCM1C i130» b distinción cntrc IA ‘fuerte’ y ‘débil’ en su influyente y « ¡ 0 * ^


417-24 reimni-10 ’ »J„inS’ and Pr°gram s\ Behavioral an d Brain S c ie n c e s 3 ( ‘ .
(Oxford; ed'ft PhUOSOpby 0 //1 ^ . í í e l a s X *
Searle. y rts ’ Mas adelante tratare con mas detalle m

184
_ ---------------------------------------Racionalidad humana inteligencia artificial
que son filosóficamente controvertidas y aquellas cuyas credenciales de
hemos por tanto investigar. 1 ^
Es indiscutible que ordenadores programados adecuadamente pue
jen realizar tareas que los seres humanos sólo pueden llevar a cabo
ejerciendo sus capacidades de comprensión y raciocinio. Así, por ejem­
plo, jugar al ajedrez es una tarea que requiere un ejercicio intelectual
para los seres humanos y consideramos a las personas que pueden lle­
gar a jugar bien al ajedrez como muy inteligentes. Sin embargo, es sabi­
do que existen ahora programas de ajedrez que posibilitan a los ordena­
dores estar a la altura de los jugadores humanos de reputación mundial.
¿Implica esto que los ordenadores ejercen capacidades de comprensión
y raciocinio cuando ejecutan tales programas? Uno se vería inclinado a
responder que no, sobre la base de que los mencionados programas no
reproducen, según parece, los procesos de pensamiento en los que se
implican los jugadores humanos cuando juegan al ajedrez. Para empe­
zar, estos programas explotan la inmensa capacidad de almacenar infor­
mación de los ordenadores modernos y su extremadamente rápida ca­
pacidad de cálculo, que capacita a una máquina para evaluar muchos
miles de secuencias posibles de jugadas de ajedrez en un período muy
breve de tiempo. En contraste, los seres humanos poseen una memoria
a corto plazo de capacidad muy limitada y llevan a cabo cálculos mucho
más lentamente y mucho más erráticamente que los ordenadores. Por
tanto, un ser humano no podría nunca tener la esperanza de jugar al
ajedrez siguiendo los tipos de procedimientos que ejecuta un ordenador
que juega al ajedrez. Ciertamente, puede decirse que esto hace aún más
notable el que un ser humano pueda, con todo, equiparar su actuación
en el ajedrez a un ordenador, y podría afirmarse que la lección que he­
mos de extraer es que la verdadera inteligencia comporta intuición,
perspicacia o ingenio en lugar del mero poder de cálculo, aunque éste
sea enorme. Así, el jugador de ajedrez humano experimentado, a pesar
¡Je ser incapaz de calcular y evaluar los miles de secuencias posibles de
jugadas que puede realizar en una fase dada del juego, puede símp e
mente ‘ver’ que una cierta línea de ataque o de defensa es estratégica­
mente prometedora aunque nunca antes se haya encontrado exactamen
le en tal situación. _ . . ,
No obstante, aquí se podría objetar que la nocion e 101 1C\
ingenio’ es demasiado vaga como para ser de utilida a guna _
senle contexto. ¿Cómo podemos distinguir que una e n a t u r a _ ‘
» vivo O una m áq u in a- está llevando a cabo una tarea u to n d o la
JWuición o el ingenio en lugar de realizarla por me 10 e utiliza-
°- Por lo que sabemos, quizá lo que inocentemen e * < comple-
c,°n de la intuición o del ingenio sea precisamente c.u ibje a ja
<*m putos, si bien en un nivel, * u b p e « ^ a l
°nsciencia introspectiva. Además, incluso cuand. y ) ®ducta obser_
Suriano como inteligente, lo hago sobre la base d nes relativas a
VaMe, verbal y no verbal, no sobre la base de especulaciones

185
Filosofía de la mente
su supuesta capacidad de intuición o ingenio. Parece que, juzgando p,)r
esto, la diferencia significativa entre un ordenador que juegue al aiednv
y un ser humano no tiene nada que ver con cóm o juegan al aiediv/ ^
algo que ambos hacen igualmente bien, incluso si utilizan estrategias di­
ferentes— sino que consiste más bien en el hecho de que un programa
de ajedrez sólo posibilita a un ordenador cumplir u n a de entre un nu
mero indefinidamente grande de cosas inteligentes que puede haa-r un
ser humano normal. Desde esta perspectiva, si nos halláramos trente i
un ordenador cuyo programa le capacitase no solamente para jugar al
ajedrez, sino también para conversar acerca del tiempo, escribir poesía
hacer apuestas en las carreras de caballos, aconsejar a las personas res­
pecto a problemas médicos, etc., pasando de modo adecuado de una de
esas actividades a la otra de acuerdo con las circunstancias y llevando .1
cabo cada una de ellas al menos tan bien como un ser humano noimal.
entonces negarle inteligencia no sería nada razonable.
Es una concepción como ésta la que informa la bien conocida
pru eba de Tu ring en inteligencia artificial, que recibe este nombre por
su progenitor, el pionero de los ordenadores Alan Turing.1' Simplifican
do un poco, la prueba puede describirse en esencia del modo siguiente*
Supongamos que usted está recluido en una habitación equipada con
un teclado y una impresora a un lado y otro teclado e impresora al otro
Por medio de estos aparatos puede enviar mensajes escritos dirigidos a
ocupantes de dos habitaciones adyacentes y recibir mensajes de ellos
Uno de los ocupantes es otro ser humano que habla su lengua, mientras
que el otro ocupante es un ordenador que ejecuta un programa diseña­
do para proporcionar respuestas a preguntas expresadas en esa lengua
A usted se le deja una cantidad limitada de tiempo, digamos diez minu­
tos aproximadamente, durante los cuales puede libremente enviar las
preguntas que quiera a aquellos dos ocupantes y examinar sus respues
tas. Su tarea es tratar de determinar, sobre la base de sus respuestas
cuál es la habitación que contiene el ser humano y cuál el ordenador *<-
dice que el ordenador pasa la prueba si usted no puede distinguir, e.\
cepto por el azar, cuál de los dos ocupantes es humano.
El propio Turing, quien propuso esta prueba en 1950, predijo. <■
modo un tanto ambicioso, que un ordenador podría tener éxito en p*1
sarla en el año 2000. (En el momento de escribir esto, ningún ordena ()r
ha pasado incontestablemente la prueba.) Según Turing y sus seguido­
res, deberíamos equiparar la inteligencia de un ordenador que PJ-se ‘
prue a de Turing con la de un ser humano común. A primera vista, 1
parece completamente razonable, pues supongamos que, en lugar de i
or ena or, fuera otro ser humano el que ocupase la segunda habitat^
1 ° eAer^a hech° de que las respuestas a sus preguntas de este ()C
p e ^eran indistinguibles para usted de las de otro ser humano

433-60 reimnr^0 ^ CornPuting Machincry and Intelligencc’, Miad 59 (1^ C


P eso en Boden (ed.), Vje Pbilosopby o f Artificial Intelligencc

186
Rae ionaliclad humanae inteligencia artificial
mún ser suficiente para convencerle de su inteligencia? Parece que no
exigimos mejores indicios de inteligencia cuando nos involucramos en
una conversación telefónica con un ser humano desconocido, de modo
que ¿por qué habríamos de abrigar duda alguna cuando nuestro comu­
nicante resulta ser un ordenador? Exigir más indicios en este último caso
suena a prejuicio antropocéntrico, pues ¿qué otros datos podríamos pe­
dir razonablemente? Es claramente irrelevante que un ordenador pueda
no presentar la misma apariencia que un ser humano y que posea una
constitución interna diferente. Al fin y al cabo, ¿sería racional abrigar
dudas acerca de la inteligencia de uno de sus amigos si usted descubriera
de pronto que, en lugar de estar hecho de carne y hueso, estuviera com­
puesto internamente de varillas metálicas, alambres y chips de silicio?
Con todo, quizá no pueda acusarse con justicia a alguien de poseer
prejuicios antropocéntricos porque insista en que los indicios de inteli­
gencia deberían incluir algo más que meramente un conjunto adecuado
de respuestas verbales, pues ello equivaldría a pasar por alto la conduc­
ta no verbal como fuente adecuada de tales indicios. La prueba de Tu­
ring representa una concepción de la inteligencia curiosamente ‘desen­
cantada’. Es verdad que no disponemos de forma inmediata de indicios
de conducta no verbal inteligente al conversar con un ser humano des­
conocido por teléfono, pero las circunstancias de la vida cotidiana son
suficientes para que estemos justificamente confiados en que podríamos
obtener tales indicios, al menos en principio. Podríamos hacer que se le
siguiera la pista a la llamada, averiguar quién fue el que (o la que) lla­
maba, y contactarle (o contactarla) en persona. Descubnríamos entonces
que él o ella era una persona capaz de todo tipo de conducta no ver xi
inteligente. En contraste, al entrar en la habitación que contiene e or e
nador que ha pasado la prueba de Turing, todo lo que hallaríamos es
tina caja metálica inerte sobre una mesa, algo totalmente incapaz e rea
• . , I m u i n rn rW í-Tl
lizar actividades físicas, aparte de la actividad electrónica que o ^ ^
su interior. Por tanto, no es necesario que nuestras du . s * ‘ ,
•. ___. . . , , , t^no' in ílloo aue 'e i

expresan un prejuicio a ravor ^ para


llPo alguno. Si esta línea de objeción es corree *. eda pasaf ja
que se califique de inteligente a un orclena^ ü^ era1cclonar inteligente-
Pmeba de Turing; debe también ser capaz ej equivalente a
utente con su entorno físico, lo que requenra qi ordenador habrá
tos sistemas sensorial y motor. Dicho brevem
de ser un tipo de robot muy complejo. norma, un ser huma-
Contra esto podría objetarse que, se^un ^ l(j 0 p0r una apoplejía,
no que hubiera quedado completamente p* * . ‘ ^ intelectuales —~es
Pero que no obstante retuviera todas bUS ‘ síndrome del ‘encierro
decir. alguien que fuera víctima del Ñamad ex¡ste una diferencia
no debería considerarse como inte ígen • ie jiaya pasado a
crucial entre tal ser humano y un ordenador inen

187
Filosofía de la mente_____________________________________
prueba de Turing, a saber, que el ser humano ha p erd id o su apandad
de interacción física con su entorno, mientras que el ordenador n11iha li
ha tenido. Es cuestionable que podamos dotar de sentido a la Kk a ¿
que exista una criatura inteligente que nunca ha adquirido la capacidad
de interaccionar físicamente con su entorno, porque buena pane de U
conocimientos que la inteligencia requiere parece que han de adquirí
a través de la exploración activa del propio entorno, tanto físico U)Illu
social. La idea de que tales conocimientos pueden simplemente prou,^
marse’ directamente en un ordenador es sumamente dudosa, co m o vere­
mos con más detalle a su debido tiempo.

EL EXPERIMENTO MENTAL DE LA ‘HABITACION CHINA’ DF SHARIJ

Existen otras dudas que pueden plantearse sobre la prueba «Je Tu­
ring. Entre las mejor conocidas de ellas se encuentran algunas que h i
planteado John Searle en el contexto de su muy debatido experimento
mental de la ‘habitación china’.15 Imaginemos la situación siguiente I na
persona que sólo habla inglés se encuentra recluida en una habitación
que contiene un teclado, una impresora y un manual de instrucciones
escrito en inglés. El teclado está diseñado de forma que produzca cank
teres chinos en lugar de letras del alfabeto latino. Fuera de la habitación,
una persona que sólo habla chino tiene un teclado y una impresora
iguales, que le permiten enviar a la habitación mensajes escritos en chi­
no. En estos mensajes se le permite a la persona que habla chino pre
guntar lo que quiera. Al recibir un mensaje, la persona que habla inglés
y que se encuentra dentro de la habitación tiene que consultar el ma­
nual de instrucciones, el cual le dice cuál es la cadena de caracteres chi
nos que tiene que escribir como respuesta. Supongamos que el manual
haya sido escrito de modo que, cuando la persona que habla chino reci­
be la respuesta a sus preguntas, no pueda distinguirlas de las de una
persona cuya lengua materna sea el chino. En ese caso, parece que se
ha superado la prueba de Turing. Según la norma impuesta por esa
prueba, la persona que habla chino y que se encuentra fuera de la habi
tación debería concluir que se está comunicando con un ser inteligente
que se encuentra en su interior, y, por supuesto, en cierto sentido eso es
precisamente lo que está haciendo, puesto que la persona que habla >n
g es es un ser inteligente. Sin embargo, ésta no entiende nada de chine
La consecuencia es, al parecer, que superar la prueba de Turing no re-
qinere entender las preguntas que se han planteado en el curso de es
prue a y que, consiguientemente, la prueba no es una prueba de la al1

c o m e n u n ^ ^ t^ ^ i6, Minc,S| Brains> and Programs’. Para comentarios y críticas,


ase también Maro efias.SU^ os en c * mismo número del Behavioral a n d Bram Sci&i <■

188
_____________________________ p e n a l id a d humana ehiteligencia artificial
téntica inteligencia, puesto que la genuina inteligencia requiere la com­
prensión.
Puede verse la pertinencia directa de este experimento mental para
el problema de la inteligencia artificial si suponemos que, en lugar de
que la habitación contenga a un ser humano, contiene un ordenador
programado para seguir las instrucciones del manual (Por supuesto, la
cuestión de si realmente podría escribirse un manual de instrucciones tal
es una cuestión abierta, pero supongamos, por mor del argumento, que
ello pudiera hacerse; si esto no fuera así, entonces en cualquier caso pa­
rece que las esperanzas de los partidarios de la IA fuerte quedarían de­
fraudadas.) Si un ser humano puede seguir esas instrucciones, entonces
también puede hacerlo un ordenador, puesto que son simplemente re­
glas que especifican cuál es la cadena de caracteres chinos que debe en­
viarse como respuesta a la cadena que se haya recibido. Pero entonces,
dado que un ordenador que ejecute ese programa pasaría la prueba de
Turing según el juicio de la persona que habla chino, Turing y sus se­
guidores deberían sostener que esa persona estaría justificada en atribuir
inteligencia a tal ordenador. Y sin embargo, según parece, el ordenador
no entiende mejor el chino que la persona que habla inglés Además, al
revés que esta última, no existe ninguna otra cosa que el ordenador en­
tienda, de modo que nuestra conclusión parece ser que debería ser que
el ordenador no en tien de n ad a en absoluto. Pero ¿puede algo que no
entiende nada en absoluto ser considerado justificadamente como inteli­
gente? La enseñanza que parece que debemos extraer es que la inteli­
gencia no puede consistir en la mera ejecución de un programa de or­
denador, que es un conjunto de reglas puramente formales para
transformar determinadas cadenas de símbolos en otras En ugar e
ello, en la medida en que la inteligencia comporta la utilización e sim
bolos, debe incluir una comprensión de lo que significan esos sim )o o.
debe incluir no únicamente sintaxis, sino semántica.
Sin embargo, el argumento anterior puede ser acusa o e ^
una ‘petición de principio’ (es decir: dar por supuesto ° <IU lo¿a
demostrar) con respecto a los defensores de la pme/ dena¿or uo
vez que hemos dado simplemente por supuesto que ^
entiende chino, Es claramente verdadero que la Pcrso l nt¡ende chino,
glés en la versión original del experimento menta n ^ equivalen-
j’ero el ordenador que ejecuta su programa n o ^ a la comb¡na-
k ,a la persona que habla ingles, sino que . q ükjmo es ]G qUe
don de ésta con el m an u al d e in stru ccio n es p ' j e a ja persona
corresponde al programa informático. Lo que co ^ ejecuta el
V>e habla inglés es el procesador central del
Pr°grama. El defensor de la prueba de Turing Pu >e ai ¡gual
mente que por sí solo el procesador centrai no <- entiende chi-
V e la persona que habla inglés; más bien ira < de, ordena.
es iodo el sistem a que consiste en e p ‘ De manera pare-
d°r. sus almacenes de datos y el programa que e,ecuta.

189
FilosoJJa^cIeJajrietite
___________________________________________________________________ _

cicla, por tanto, puede sostener que el sistema que consiste en la ,XMS()
na que habla inglés y el manual de instrucciones entiende chino, tlun.
que la persona por sí sola no lo entienda.
Searle ha respondido a esta objeción (la llamada ‘respuesta del siste­
ma’) sosteniendo que, incluso si la persona que habla inglés se aprendie­
se de memoria el manual de instrucciones, aun así no entendería chino tl
pesar de que entonces constituiría el sistema total que está dentro de la
habitación. En este punto, el problema es que estamos ademándonos
profundamente en el territorio de lo contrafáctico. Un manual de ínstriu
ciones que fuera suficiente para los propósitos de la prueba de Turing se­
ría inmenso y en consecuencia resultaría imposible que un ser humano
común se lo aprendiese de memoria. Pero si, p e r impossibile, un ser hu­
mano fu era capaz de memorizar tal manual, ¿quién podría decir si. tomo
consecuencia, entendería o no chino? En lugar de proseguir especulacio­
nes sin objeto acerca de tales temas, es más útil insistir en lo que según
Searle es la enseñanza principal a extraer del experimento mental de la
habitación china, que es que el pensamiento inteligente y la comprensión
no pueden consistir meramente en efectuar transiciones entre cadenas de
símbolos de acuerdo con reglas formales, y sin embargo es esto último
según parece, todo lo que hace un ordenador cuando ejecuta un progra­
ma. Por tanto, no puede decirse que un ordenador sea inteligente sola­
mente en virtud de que ejecuta un programa, y en la medida en que la
prueba de Turing implica lo contrario, sin duda debe estar equivocada.
Pero quizá la prueba de Turing no implique lo contrario. Sólo pro­
porciona un criterio para la atribución de inteligencia y no tiene nada
que decir sobre la cuestión de en qué consiste la inteligencia Además
sería falso decir que todo lo que hace un ordenador que supere la prue­
ba es ejecutar un programa, pues ello equivale a pasar por alto el inter­
cambio verbal que tiene lugar entre el ordenador y la persona que le ha­
ce las preguntas. La parte del ordenador en tal intercambio la determina,
sin duda, su programa, pero éste es más que la simple realización de
transiciones entre cadenas de símbolos de acuerdo con reglas formales,
pues comporta también enviar mensajes verbales adecuados en respuesta
a los que recibe. En vista de estas y otras complicaciones, simplemente
no está nada claro cuál ha de ser la consecuencia que se haya de extrae1
del experimento mental de la habitación de la habitación china relativa *l
las perspectivas que ofrece la IA fuerte, si es que se ha de extraer alguna
consecuencia. Sin embargo, aun así debería reconocerse que Searle w
planteado algunas cuestiones importantes y profundas que los defensora
e a A uerte simplemente no pueden permitirse pasar por alto.

EL PROBLEMA DEL MARCO

afirmado anteriormente que una razón para negar que un onJe'


que juega al ajedrez sea inteligente podría ser que es inc.ip■ xi

190
.....-----------------------------------------------------------------^/Y/y>c/w/

hacer alguna otra co sa además de jugar al ajedrez, es decir alguna otra


cosa que friera considerada como una actividad inteligente si la llevara a
cabo un ser humano. La idea de que una criatura o una máquina Dudie
ran ser inteligentes en virtud de llevar a cabo solo un tipo de actividad
de un modo inteligente parece sumamente cuestionable Es verdad que
a algunos seres humanos se les califica de expertos idiotas Son indivi
duos que, a pesar de tener un nivel de inteligencia general bastante bajo
respecto a los niveles humanos, poseen un talento extraordinano en un
área de la actividad intelectual, sea la musical, la matemática o la lin­
güística.16 Sin embargo, incluso estas personas no se encuentran total­
mente desprovistas de capacidades intelectuales en un amplio terreno
de otras áreas. Al parecer, ser un ser inteligente consiste en parte en ser
versátil y flexible en el dominio de respuestas que puedan darse, espe­
cialmente frente a circunstancias novedosas o inesperadas. Esa es la ra­
zón por la cual la llamada conducta trópica de muchas de las formas in­
feriores de vida anim al, aunque superficialmente parezcan ser
inteligentes, no manifiestan la inteligencia de éstas, sino al contrario Ta­
les criaturas llevarán a cabo repetidamente algún esquema de conducta
complejo en respuesta a un estímulo determinado de antemano, sin
aprender nunca a adaptarse a nuevas circunstancias o a abandonarlo
cuando se convierte en improductivo.
La inteligencia requiere el conocimiento, pero también requiere la
capacidad de ampliar el propio conocimiento a la luz de nuevas expe­
riencias y la capacidad de aplicar el propio conocimiento de modo ade­
cuado a las circunstancias pertinentes, ¿Es posible otorgar estas capaci­
dades a un ordenador dotándole simplemente del tipo apropiado de
programa? Parece improbable. Si bien a menudo es posible captar me­
diante un programa de ordenador un fragmento del conocimiento de un
experto dentro de un terreno restringido —por ejemplo, parte del cono­
cimiento que un médico experimentado aplica para realizar diagnósti­
cos—, no está nada claro cómo se podrían expresar en un programa in­
formático con ocim ien tos generales que fu eran aplicables de un moco
pertinente. Quizá alguien podría mantener la esperanza de conseguir es
to simplemente mediante una combinación de multitud de i erentes
programas especializados, cada uno de ellos diseñado para captar a gun
aspecto específico del conocimiento humano, bien sea práctico o teori
co. Por ejemplo, un programa de este tipo podría tratar de captar e c o ­
nocimiento que se requiere para pedir una comida en un res¡ <■. < _
mientras que otro podría tratar de captar el conocimiento ^quc 4*
Prestar ayuda en la eventualidad de un incendio Sin ^ \
Mema es que en las circunstancias de la vida cot.d.ana hemos de pasar
continuamente de una actividad inteligente a otra a a u

16 V é a s e M ich a e l J . A. H o w e . Fragments o f Genius: Ha ? . Sníití) V


Londres: R o u tle d g e , 1 9 8 9 ) P a ra el e stu d io m as ¡ Modularitv (O xford:
Janiln-M aria T sim pli, 77.t> M ind o f a Savant■ Umguage Lcarnwi. an
“ lackw ell, 1 9 9 5 ).

191
Filosofía de la mente
formación y de nuestras propias prioridades, y una capacidad para hacer
esto efectivamente es por sí misma una señal de nuestra inteligencia.'
Imaginemos que, estando alguien concentrado en pedir los phll0s
de una comida en un restaurante, suena repentinamente una señal dc
alarma por fuego y esa persona puede ver que sale humo de las venta­
nas del edificio de enfrente. Entonces tal persona ha de decidir m va a
seguir pidiendo los platos o si va a hacer algo acerca del incendio en
cuestión, Ni el programa de petición de platos ni el de afiela en caso <]L-
incendio por sí mismos van a especificar qué es lo que hay que hacer
en tales circunstancias, puesto que cada uno de ellos está exclusu ámen­
te dedicado a su propio terreno de competencia. Sin embargo, si un
programador tratase de construir una conexión transversal entre todos
sus programas especializados a fin de superar este tipo de limitación, rá­
pidamente descubriría que ello no sirve de nada ya que no hay límite al­
guno para el número de maneras diferentes en las que una actividad in­
teligente puede requerir cederle el paso a otra en el curso de la vida
cotidiana de una criatura inteligente. Supongamos, por ejemplo, que el
programador incluyera en su programa de petición de platos la siguiente
disposición para actuar en caso de incendio: en un caso así, el programa
especifica que habría de abandonarse la petición y que en su lugar se
habría de seguir el programa de ayuda en caso de incendio. Pero ¿trata­
ría una persona inteligente y responsable de ayudar en el incendio en
esas circunstancias? No necesariamente, porque de nuevo puede que
circunstancias inesperadas requieran algún otro curso de acción Por
ejemplo, precisamente en el momento en que uno está pensando en lla­
mar a los bomberos, podría advertir que delante del restaurante hay un
niño pequeño que corre peligro de ser atropellado por un coche, en tal
caso podría decidirse muy razonablemente por salir corriendo y tratai de
salvar al niño en lugar de ocuparse del incendio, a menos de que. per
supuesto, surja alguna otra complicación que conduzca a un nuevo
cambio de opinión. Este es sólo un ejemplo de un sinfín de posibilida­
des que podrían darse, la mayoría de las cuales no van normalmente a
producirse ni pueden siquiera imaginarse. Siendo esto así, parece que es
en principio imposible que un programador informático contemple por
anticipado todas esas posibilidades, ni siquiera en el caso de una actirí
dad tan normal como la de pedir la comida en un restaurante.
El problema al que se enfrentan los partidarios de la IA fuerte se
conoce a veces como el P roblem a del m a r c o }1 Éste consiste en lo ql,c
parece ser una imposibilidad de escribir un programa que no sólo incor
pore los conocimientos generales de que dispone el ser humano mee 10.
sin° que especifique también el modo en que ese conocimiento ha cíe

nia. l°n ai?,Culos del hbro editado por Zenon W Pylyshyn, U k> Robots Dije'»
b£n ¿ Cm °f Artif lcial ^ tellig en ce (Norrwood, NJÍAblex, 1987) Véase o
(^d ) 2 ? C^ De" netl’ ‘C° g " ilive Wheels: The Frame Proble of AI’, en C HooU
e f m ( C a m b r i d g e : Cambridge University Press, •
reimpreso en Boden (ed.), U e Pbilosophy o f Artificial IrUelltgence.

192
_ _________________ Racionalidad humana e inteligencia artificial
ser adecuadamente aplicado a las circunstancias pertinentes, toda vez
que parece que es imposible especificar por anticipado cuáles podrían
ser las circunstancias ‘pertinentes’ y las aplicaciones ‘adecuadas’. Otra
manera de describir la dificultad consiste en decir que es plausible que
no haya ningún conjunto de algoritmos — o reglas computacionales—
que puedan incorporar las cualidades del sentido común y la capacidad
de juzgar con sensatez que caracterizan a un ser humano racional con
una inteligencia media. Es algo que está aún por ver si los partidarios de
la IA fuerte podran hacer frente al reto que plantea este problema, de
modo que sería temerario proclamar con demasiada seguridad que no se
puede hacer frente a ese reto. Deberíamos reconocer que la ingeniosi­
dad humana ha logrado superar con frecuencia las restricciones que al­
gunos seres humanos han tratado de imponerle. Constituye una ironía
que, si tuviéramos éxito en el desarrollo de la inteligencia artificial, ello
podría proporcionar el testimonio más fuerte posible de la superioridad
de nuestra propia inteligencia.

EL CONEXIONISMO Y LA MENTE

Tal vez estemos indebidamente impresionados por a^existencia


ordenadores que pueden sin esfuerzo y de un modo raP1 ° reí*! l
reas que nosotros consideramos intelectualmente formi a es, <
de jugar al ajedrez al nivel de un gran maestro o llevar a cao .
cálculos matemáticos. Es preciso notar que estas activi a s 4 su
das por reglas y son autocontemdas, lo que las hace *P^ Pcir/embargo,
implementación por medio de un programa mient0 puramente
llevar a cabo los pasos de un programa es un pr es Ja antítesis
mecánico, y algunas personas dirían que en ^ ^ tendríamos mu_
misma de una conducta auténticamente intel g . un ;uego de
día consideración por la inteligencia de alguien q g^biecen en un
habilidad siguiendo laboriosamente los pasos qu buena conside-
Programa informático, aunque pudiéramos c q el pr0grama.
mción la inteligencia de la persona que hi imnresionados por la
. Po, otra parte, oo estarnos lo hace» sin «s-
inteligencia de algunas de las cosas Que * ,os orcJenadores. Pienso
Cierzo pero que Jes resulta muy difícil acer ‘ Q atravesar una habita-
aquí en actividades tan humildes y comen es preparar un boca-
dón sin chocar con ninguna cosa, hacer una ^ ^ cocina típica. Una
dillo con los ingredientes que se encuen n ^ jas ordenadores es
mzón por la que les resulta difícil hacer es _ cianunete regidas por
q^ie no son actividades autocontemdas qu del marco. Otra ra­
l l a s . Como tales se ven afectadas Por¿ les qUe las realizan po-
2ón es que estas tareas requieren ^ue 1^m otoras, pues deben ser ca
sean complejas capacidades perceptua variedad de objetos y
Paces de reconocer perceptualmente u

193
Filosofía de la mente
mover sus extremidades de manera que se tengan en cuenta las pr<>pK,
dades físicas y las relaciones espaciales de esos objetos. Estas cajxiuüa
des no parecen ser fácilmente susceptibles de ser programadas Los s^
res humanos las han adquirido por aprendizaje a partir de la experiencia
y parece probable que también las máquinas puedan adquirirlas alguna
vez de ese modo. Pero parece improbable que una capacidad de apren
der a partir de la experiencia sea algo que pueda conferírsele a una ma­
quina simplemente dotándola con el tipo adecuado de programa junio
con sensores y extremidades movibles.
Si alguien quisiera crear una máquina inteligente, ¿no sería sensato
tomar como modelo criaturas que ya sabemos que son inteligentes, a m
ber, nosotros mismos? Esto equivaldría a invertir el enfoque de la IA tra­
dicional, que intenta iluminar la naturaleza de la inteligencia humana
comparando el pensamiento humano con la ejecución de un programa
informático. Sin embargo, el cerebro humano está compuesto de un mu­
do muy distinto del de un ordenador electrónico de diseño tradicional
Consta de miles de millones de células nerviosas o neuronas, cada una
de las cuales se conecta con muchas otras en lo que constituye una
complicada y enmarañada red. La actividad eléctrica de determinadas
neuronas puede estimular o inhibir esa actividad en otras neuronas, de­
pendiendo del modo en que estén conectadas las neuronas en cuestión
La red como un todo está experimentando constantemente cambios en
sus pautas de activación a medida que los acaecimientos del entorno es­
timulan la actividad de las células nerviosas de los órganos sensoriales y
éstas interaccionan con las neuronas. De modo que no hay ningún pro­
cesador central’ en el cerebro que sea comparable al que puede hallarse
en un ordenador de diseño tradicional. En la medida en que podemos
describir el cerebro como un ‘procesador de información’ se trata de
uno que utiliza procesamientos en p a r a lelo a gran escala en lugar de
procesamientos seríales .18
La distinción entre el procesamiento serial y el procesamiento en
paralelo puede ser ilustrada toscamente mediante el siguiente ejemplo
sencillo. Supongamos que nos hallamos ante la tarea de contar los libros
de una biblioteca. Un modo de llevar a cabo esta tarea seria hacer gue
una persona realizara todo el trabajo contando todos los libros de todas
las estanterías. Otra manera sería asignar cada estante a una persona cis
tinta, con la tarea de contar los libros de ese estante, para sumar luego
os totales que cada persona proporcionara y obtener así el total iiua
° s métodos deberían suministrar la misma respuesta, pero pc) IKl
ser que el segundo fuera más rápido porque muchas personas trabajé
rían en partes distintas de la tarea al mismo tiempo, o ‘en paralelo 0

lland ^ intfoducción general a los procesamientos en paralelo, véase J L ^ ^


David E haiti y E‘ Hinton’ 'The Appeal of Paiallcl Distnbuted Proa^nP-^
tiom in the JamCS L McClel,and (eds.), Parallel D istnbuted Processing: ^
Press i 9¿ l A/lCr0^mcmre °f C° * ,7Ítio"’ ^ l Founda tiom (Cambridge, M**
Jtaaonaluiadjnmmna e inteligencia artificia!
dría también ser más fiable ya que, si una de las personas comedera un
error al contar o bien abandonara la larea, la cuenta total podría todavía
ser aproximadamente correcta, mientras que sí lo mismo ocurriese con
la única persona que utiliza el primer método, el resultado podría ser un
error importante o que no hubiera respuesta. Otra diferencia entre los
dos métodos es que la persona única que utiliza el primer método debe­
rá tener capacidades numéricas más complejas que las muchas personas
que utilizan el segundo, puesto que tiene que poder contar hasta un nú­
mero mucho más elevado. Los ordenadores electrónicos de diseño tradi­
cional funcionan de un modo comparable al de nuestro primer método,
un único y sumamente potente procesador centra] lleva a cabo todos Jos
pasos de un programa de una manera secuencial para resolver un pro­
blema de procesamiento de la información. Pero más recientemente se
han diseñado las llamadas máquinas conexionistas, cuya arquitectura es
más comparable a la de un cerebro o sistema nervioso animal. En tales
máquinas, una tarea de procesamiento de la información no es solamen­
te compartida, como en nuestro ejemplo ilustrativo, sino que también
hay una interacción continua entre las diferentes partes del sistema.
Las máquinas conexionistas constan de muchas unidades simples
de procesamiento dispuestas en niveles y conectadas las unas a las otras
de múltiples m od os 19 Tal máquina tiene típicamente tres niveles de uni­
dades: un nivel de unidades input, un nivel de unidades intermedias u
‘ocultas1 y un nivel de unidades outpiit. Cada unidad de un nivel está
conectada con algunas o todas las unidades del nivel siguiente. En el ca­
so más simple, las unidades podrían tener únicamente dos estados de
activación posibles: activado y desactivado. El estado de activación de
una unidad intermedia o de una unidad output dependerá de los esta­
dos de activación de las unidades de los niveles anteriores con las cua­
les se halle conectada y de las fuerzas' o 'pesos de esas conexiones Es­
ta fuerza puede modificarse de manera que resulten alterados los mo os
en que las pautas de activación se transmiten a través del sistema de
unidades. El estado de activación de una unidad input dependerá de los
datos que se le proporcionan a la máquina, los cuales podrían pro\emr,
por ejemplo, de un dispositivo sensorial. El estado de activación ce- as
unidades output d e la máquina constituye su respuesta a los ^ ^ que
se le proporcionan. Aun con esta descripción simplifica a P°
que tal máquina se parece a un cerebro o un sistema ner\ íoso * ‘ ’
por qué se la describe a menudo, en consecuencia, como i
fonal artificial.

ly para información sobre un ejemplo simple y claro ^ción^cvisada (Cambridge,


véase Paul M. Churchland, Mcitter and Consaousne.», cdici ^ dd enfoque
Mass; MIT Press. 1988), pp 156-65 tbc Seat oftlte Saúl
A n exion ista del estudio de la mente; vease su & { frr p ^ 1995). Véase tam-
¡•1 PbilosopbicalJourney hilo the Bram (C a m b o g e . lh e U ¡’„ íl: A l, ¡„iroduclion
b'vn William Bechtel y Adele Abrahamsen, C oM m cíoim
>o Parallel Processing in Networks (Oxford- Blackwell, )J )■

195
Filosofía d e la m e n t e _______ ______________ . ------------------- ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Por mucho que estas redes neuronales puedan parecer simples SL.
les puede hacer que lleven a cabo tareas importantes que son difíciles de
realizar utilizando métodos de la IA tradicional. Por ejemplo, realizan bien
tareas de reconocimiento de patrones, como la tarea de ‘reconocer letras
del alfabeto impresas en tipos de letras distintas o que se presentan en
formas parcialmente defectuosas. Además, pueden continuar funcionando
razonablemente bien aunque algunas de sus unidades estén funcionando
inadecuadamente, de modo que resultan robustas y fiables. Sin embarco
al igual de lo que sucede con un sistema nervioso orgánico, requieren pa­
sar por un régimen de ‘entrenamiento’ para poder efectuar tales tareas, h,
que comporta realizar ajustes en la fuerza de las conexiones entre las uni­
dades de modo que las respuestas de la máquina sean apropiadas a los
datos que se le proporcionan. Existen algoritmos o reglas computaciona­
les que dictan el modo en que deberían realizarse tales ajustes en el pe­
ríodo de ‘entrenamiento’, período durante el cual se expone a la máquina
a muestras de los tipos de datos que comporta la tarea que se le ha asig­
nado. Por tanto, no es algo totalmente fantasioso concebir tal máquina co­
mo algo que adquiere sus capacidades mediante un proceso de pincha y
error, o incluso como algo que ‘aprende de la experiencia’.
Por mucho que estas cosas puedan ser interesantes desde un pun­
to de vista técnico, la pregunta que hemos de hacernos es en qué medi­
da lo son para la filosofía de la mente. Algunos filósofos creen que son
tremendamente significativas. Sostienen que si las redes neuronales arti­
ficiales proporcionan un buen modelo de la manera en que trabaja la
mente humana, entonces muchas de nuestras ideas favoritas acerca de la
cognición humana habrán de abandonarse, como por ejemplo nuestro
supuesto de ‘psicología de sentido común’ de que la cognición conlleva
estados de actitud proposicional, como las creencias .20 El problema es
que mientras que un ordenador de diseño tradicional almacena y proce­
sa representaciones discretas de la información en forma de cadenas del
código máquina, las máquinas conexionistas, en la medida en que pue­
de decirse que ‘representan’ información, lo hacen de un modo amplia
mente distribuido’. Es decir, ningún fragmento de información es locali-
zable en ningún conjunto de unidades particular, sino que más bien
toda la información que esté manejando tal máquina se halla contenida
globalmente en su pauta de activación y en las fuerzas de las conexio
nes. De modo que cualquier intento de identificar creencias distintas
con estados representacionales distintos del cerebro de una persona po­
na verse minado por los modelos conexionistas de la cognición huma

Tomberlin •
Rimsey S t e X n pV ' A'arsN reimpreso en
cadero' CA: Ridgeview Press, 1990), reimpreso en
D
CA' l dfie: ie; vPr“ s' 1990)
ory (HillstLile ni i SüC' y Davicl E- Rumelhait (eds.), Phílosopby a n d■ Connectio
Connectioni-'1
- l"‘
Macdonald r ^ Lav' rence Erlbaum Associates, 1991) y en Cynthia Macdonald y Ot. ■
B h d c S l» » ! Deba’eS P r o l o g ,c a l Explana,ion, Volante 2 (Oxford

196
Racionalidad humana e inteligencia artificial
na. Si ello es así, tales modelos presentan un reto importante no solamen­
te a la psicología del sentido común, sino también al funcionalismo en
filosofía de la mente; incluso parece que le prestan anida a los defenso­
res del materialismo eliminativo (véase capítulo 3). Sin embargo, los de­
tractores de tales modelos mantienen que éstos son incapaces de habér­
selas con los niveles más elevados de la cognición humana, como son la
comprensión lingüística y el razonamiento, tareas para las que los mode­
los de IA tradicionales parecerían más prometedores 21
No obstante, no estamos de hecho forzados a elegir entre dos alter­
nativas fuertes, la IA tradicional y el conexionismo, cuando se trata de
decidir el mejor modo de modelar aspectos de la cognición humana. Son
posibles enfoques híbridos.22 Así se podría recurrir a los modelos co­
nexionistas, por su capacidad para manejar las tareas de reconocimiento
de patrones, para explicar algunas de nuestras capacidades sensoriales y
perceptuales, mientras que se podría recurrir a los modelos tradicionales
para explicar nuestras capacidades de inferencia lógica. El hecho de que
el cerebro humano tenga una organización física algo parecida a la de
una máquina conexionista no nos debería conducir a suponer que el me­
jor modo de describir su organización funcional sea mediante modelos
puramente conexionistas. Es importante señalar que la mayor parte de
los experimentos con modelos conexionistas se llevan a cabo en la
actualidad utilizando ordenadores de diseño tradicional en lugar de má­
quinas conexionistas. Pero, del mismo modo que una máquina con pro­
cesamiento serial puede utilizarse para modelar el funcionamiento de
tina conexionista, en principio una máquina conexionista podría utilizarse
para modelar el funcionamiento de una serial. Así. incluso si el cerebro
humano fuera una ‘máquina conexionista’ en el plano de su organización
física, ello no impediría que diera soporte a actividades coniputaciona es
cuyo mejor modo de ser descritas es mediante modelos de IA tra iciona .
De hecho hay un cierto sentido en que una máquina cu^ l"ei"‘
qtie pueda recibir el nombre de ‘ordenador, sea cual sea su ise
arquitectura particular, es equivalente a cualquier otra, to a \e ‘
da una de ellas es equivalente en capacidad conyutacioma < máquina
en día se conoce como ‘máquina universal de Turing 1

21 V é a s e J e n y A. F o d o r y Z e n o n W Pvlyshvn, C onnectionism an Cognitive Architec


£ r e - A Cntic
C ritic aal] A Cognition ¿O
n a ly s .Y , Cognttton
Analysis', 28 ¿1988), I-I". 3-78.
Vi yen", pp - reimpreso en
.), Connectionism
Connectionism Para Para un un punto
punto de
de vista opuesto vease,
vease, Paul
Paul Snioiensuy,
n Behatioral and Brain Saence*
nnald (e
Macdonald (e d
d ss .), vista opuesto
On r),.. n ------------- ---- -------- — n /^ rio n ism '
p r o p e r T re a tm c n t of Connectionism', BehatioralandBrain Sciences 11, (Ih1988), pp pp.
0988),
I n lh e Proper Treatment of Connectionism, v w * . , ......... ' r~...... wmhif'n en e
reimpreso
íc >niprcso en en M a cd o n a ld y
Macdonald Connectionism.
y Macdonald (eds.), Connectionism. Véase tainbi también, en el
uisirio3 vv°oIlu loss in tercam b io s subsiguientes entre Smolensky y Fodor yy otros te
u m e n , lo te ricov
. " V é a s e a d e m á s Andy
A n d y Clark, Science, and Pa-
Clark. Microcogmtion Phibsophy, CognttiveScience,
'a'blDistributedProcessing
Distributed Processing (Cambridge.
(C anil
M ass,. MIT Press, 1989X capítulo 7
~ E sta c u e s tió n la explica Turing mismo sin entrar en demasiadas tecnicismos t n su
E sta c u e s tió n la e x p lic a Tur
^om puting M a c h in e ry and Intelligence’. Pañi una explicación mas técnica, vease^ Hichar
•Juting M a c h in e ry a n d Intelli¿
*Jeffrev.
-7 ■ Jrey, Form al Logic: Its Scope cRichard C Jeffrey, Computabili*
Pnrmnl ínoir- Its Scope a n d Limits, 2* edición (Nueva York: Me raw ,
and Logic, 3a ed.uon

apitulo 6 , o George S Boolos y Richard c, j t m v ----- 3* V 6.
^ nimios
a tn b rid ge: C a m b rid g e University Press, 1 9 8 9 ), capítulos 3 y u.

197
Filosofía de la mente
de Turing es un dispositivo muy simple que consta de una cima
nidamente larga, que registra información en un código simbólico. v um
cabeza lectora que imprime o borra símbolos y mueve la cima a la
quierda o a la derecha de acuerdo con un programa prefijado o ta |q ;l
de la máquina’.) Naturalmente, el diseño de una máquina puede p ,()tju.
cir grandes diferencias respecto de la eficiencia y la rapidez con la ()lu*
procesa información; pero, en principio, cualquier función que pucd.i
ser computada mediante un ordenador con un determinado diseño pue­
de ser computada por otro con un diseño diferente. Debido a esta equi
valencia puede sostenerse que los modelos conexionistas no p ro p o r c io­
nan respuesta alguna al reto planteado por el experimento mental de 11
habitación china debido a Searle, si es que ese reto se cree realmente
que es importante. Si Searle está en lo cierto al sostener que la computa
ción como tal no tiene nada que decirnos acerca de la cognición p o rq u e
sólo conlleva ‘sintaxis’ y no ‘semántica’, entonces su afirmación paiece
que se aplicaría tanto a modelos conexionistas como a modelos tradicio­
nales de IA.
Parece, por tanto, que el advenimiento del conexionismo no con
tribuye en nada a desviar o a resolver los problemas filosóficos de viejo
cuño relativos a la posibilidad de la inteligencia artificial. Tal vez seamos
capaces con el tiempo de construir máquinas robóticas de diseño cone­
xionista que al parecer aprendan mediante procesos de educación y so­
cialización similares a los que experimentan los niños en sus años de
formación y que parezcan actuar como agentes autónomos, motivados
por sus propios objetivos. Tales máquinas merecerían con seguridad el
calificativo de ‘inteligentes’ y ciertamente serían ‘artificiales’. En esa me­
dida se habría realizado el sueño de la inteligencia artificial, y sin em­
bargo es perfectamente concebible que los diseñadores de tales maqui­
nas no entendieran las bases de sus capacidades cognitivas mejor de lo
que los neurocientíficos actuales entienden las capacidades cogniti'a>
del cerebro humano. En particular, no existe garantía alguna de que b
computación proporcione la clave de la cognición.

CONCLUSIONES

Hemos visto en este capítulo que no es tan fácil como nos querrán
acer creer algunos científicos demostrar empíricamente que los sere
umanos son irracionales o que las máquinas puedan pensar. Ningum
estas posibilidades debería ser excluida dogmáticamente, pete
pYn?aC1° neS empíricas y teóricas que se aducen en favor suyo se
sePcomnS^ mÚltiPles dudas- Por un lado, la manera en que las person^
chas int!^ an respecto a problemas de razonamiento está abierta a 1
ampliamenw*13001165 distintas’ Y frecuentemente no hay una respue
a la c^ t i o n de cuál sea la solución ‘correó
65 problemas. Las cuestiones normativas acerca de cómo razona

198
’Mli'todbumaiia e mtelii>enaaartificial
--------- -----------------------------------------------------------------------------------------

correctamente no son, en cualquier caso, asunto de científicos empíricos


sino de logicos, matemáticos, teóricos de la decisión y filósofos todos
los cuales están frecuentemente en desacuerdo precisamente sobre tales
cuestiones. La noción misma de 'racionalidad' - ^ u e hemos visto que es
profundamente ambigua— tiene un carácter normativo y por lo tanto no
es una noción cuya aplicación pueda determinarse mediante razones
puramente empíricas.
Por otra parte, las perspectivas de la inteligencia artificial no son
tan favorables como algunos de sus entusiastas nos querrían hacer supo­
ner. La noción de ‘inteligencia’, como la de ‘racionalidad’, es una noción
controvertida y no hay un criterio correcto para su aplicación que no
sea objeto de debate. La prueba de Turing está abierta a la objeción de
que se inspira en supuestos conductistas y se concentra demasiado en
las indicios lingüísticos de la inteligencia. Podría también ser vulnerable
a un ataque que recurriera al experimento mental de la habitación china
de Searle. El Problema del marco parece presentar un reto formidable a
los modelos tradicionales de IA, que se basan en programas informáti­
cos, mientras que los modelos conexionistas parecen verse limitados,
por lo que respecta a sus terrenos potenciales de aplicación, a activida­
des cognitivas de un nivel bastante inferior. Más fundamentalmente, no
está aún claro que la computación, sea del tipo que sea, tanto si conlleva
un procesamiento serial como en paralelo, proporcione la clave de la
capacidad cognitiva humana. La computación es claramente una de
nuestras capacidades cognitivas, una capacidad que hemos hallado tan
útil como para desarrollar máquinas que la realicen por nosotros. Pero
considerar las operaciones de tales máquinas como algo que proporcio­
na un modelo de todas nuestras actividades cognitivas se parece sospe­
chosamente a estar exagerando una metáfora. Parece pasar por alto de­
masiadas facetas de nuestra vida mental que son inseparables de la
cognición humana, como lo son las sensaciones y las emociones, y dejar
de lado los aspectos biológicos de nuestra naturaleza que nos acen
criaturas con propósitos, criaturas que persiguen sus objetivos. No po­
dría realmente decirse que una criatura sin objetivos razone, puesto que
la razón apunta a la verdad o a la acción con éxito. Al ser esto'
puede decirse que las máquinas hechas por nosotros razonen
que no poseen objetivos propios cuya realización pu y^a ^es_
¿Cómo podrían entonces proporcionarnos modeos a e < m0_
Iras propias capacidades de razonamiento y pensamie ^ ^ jas
mento haríamos bien en mantener un saludable esc p
perspectivas de la inteligencia artificial.

199
ii;
9
Acción, intención y voluntad
Una cuestión importante que ha surgido en el capítulo anterior
es que Incluso un aspecto tan ‘intelectual’ de la mente humana como
nuestra capacidad de razonar no puede separarse de nuestra naturale­
za como criaturas que persiguen sus objetivos autónomos, dotadas de
estados motivacionales complejos que comportan intenciones, sensa­
ciones y emociones. Incluso el razonamiento puramente teórico, dado
que persigue la verdad, es una actividad con objetivos, lo que requie­
re motivación. No cabe tampoco perseguir simplemente la verdad en
abstracto, Los avances en la ciencia se realizan concentrándose en
problemas particulares, que han de ser percibidos como problemas
para que los investigadores se vean motivados a intentar resolverlos.
Los seres humanos, al igual que otros primates, son criaturas dotadas
naturalmente con un elevado grado de curiosidad. Un ser desprovisto
de toda curiosidad nunca podría realizar procesos de razonamiento,
puesto que carecería de motivo alguno para formar hipótesis, para
buscar datos empíricos con que confirmarlas o refutarlas, o para selec­
cionar determinadas proposiciones como premisas de un argumento.
La curiosidad humana es un rasgo que, con toda probabilidad, nos ha
conferido la historia evolutiva como consecuencia de la selección na­
tural. Aunque, como afirma el dicho, la curiosidad puede haber mata­
do al gato, si, com o parece plausible, un grado de curiosidad
moderadamente elevado tiende a incrementar las posibilidades de su­
pervivencia de una criatura, muy bien podría suceder que el que noso­
tros, los humanos modernos, la poseamos se deba, al menos parcial­
mente, a que los rivales menos curiosos de nuestros antepasados no
sobrevivieron para transmitir sus genes. Sin embargo, sí para exp icar
un rasgo universal humano como la curiosidad hemos de recurrir a a
evolución, por fuerza sera cuestionable que ese rasgo pue a simp
mente ser artificialmente fabricado o ‘instalado en un or ena _
nuces biológicas son con seguridad demasiado profundas P * * que euo
tenga sentido. Quizá sea esta la razón más fundamental parai ^ Q
los ordenadores pudieran llegar a ser, en un sentido itera ,

Si esta conclusión se ve apoyada por reflexiones a ‘


raleza del razonamiento teórico, más aun de era \e - ¿l20namiento
consideraciones que tengan que ver con la naturaleza del razonamie

201
Filosofía de la mente
práctico, cuyo fin explícito es la acción que satisfaga los deseos
quien efectúa el razonamiento. Nuestra atención en este capítulo se diri­
girá al carácter de la acción intencional y de su motivación. Entre las
cuestiones que habremos de explorar se encuentran las siguientes. i-n
primer lugar, ¿qué es lo que entendemos, o deberíamos entender. P,)r
‘acción? En particular, ¿cómo deberíamos distinguir entre las acciones de
una persona y las cosas que simplemente le ‘ocurren’ a esa persona'" A
continuación, ¿es correcto definir algunas acciones como intencionales
y otras como ‘no intencionales? Y si ello es así, ¿en qué consiste la d ife ­
rencia? ¿O deberíamos más bien decir que la misma acción puede ser in ­
tencional según una descripción de esa acción, pero no intencional se­
gún otra descripción? De m anera más g en era l, ¿cómo deberían
identificarse las acciones? Es decir, ¿qué cuenta como ‘una sola acción
en lugar de como dos acciones distintas? ¿Es un rasgo distintivo de todas
las acciones el que todas ellas conlleven un tratar d e y coincide este tra­
tar de con lo que los filósofos han llamado ‘querer? ¿Qué es lo que d e ­
beríamos entender por ‘libertad de la voluntad’, si es que deberíamos
entender algo mediante ello? ¿La tenemos? ¿Qué es lo que nos motiva a
actuar? ¿Qué papeles desempeñan en la estructura motivacional del ac­
tuar humano las creencias, los deseos, las intenciones y las emociones"
¿Cómo se relacionan las razones para la acción con las causas de nues­
tras acciones?

AGENTES, ACCIONES Y SUCESOS

sas aue c^ t^ ^ ano distinguimos com únm ente entre las co­
te le ‘ocurren’ SUS a c c *ones— Y las cosas que meramen-
que su caída ^ ° F e^emP ° ’ s* una persona tropieza y se cae, decimos
una persona5 Un suceso que le ocurre, mientras que s.
ción que ha realizado qUG SU SaI‘° es una a<~
Para el observarla ¿Ciml es la diferencia a la que aludimos aquí''
mente iguaf que su 'sa^to R3 de alSUÍe" ? Uede P » " » * eX:‘Cta'
en que se mueve el Realmente, si nos concentram os en el m odo
discernir diferencia de la Persona> podem os no ser c a p a c e s de
mos vernos tentados Cntre ’OS dos ca so s- Debido a esto pode-
mental, algo aue típn^ e a r ^ ue *a diferencia debe ser p u ram en te
sona en cuestión v en A*16T C°n*os estados psicológicos de la per-
de su cuerpo. Seeún ó 2 !.e aci° n causal de éstos con el movimiento
un determinado mnv¡ •eníoclue’ una acción de saltar simplemente es
sido causado por u n ™ t0. . C0rP0ral> si bie" un movimiento que lw
de estados mentales rn n ° estado mental o una co m b in a ció n
encía y deseo. De acue rT° ™ VeZ Una com binación adecuada de cre­
to corporal, o uno ,° C° n esta co n cePción, ese mismo m ovim ien -
que hubiera acción alón ament^ iSual a él, podría haberse dado sin
°n al8 una- si hubiera tenido causas distintas, con»

2 0 2
_— ----- --------------------------------------------------------Acción, intención y voluntad
por ejemplo, si hubiera sido causado por circunstancias completamen
te externas a la persona en cuestión, como pudiera serlo un repentino
golpe de viento. Aceptar esta concepción equivale a negar implícita­
mente que las acciones constituyen por sí mismas una categoría ontó-
lógica distinta; equivale a sostener que son simplemente acaecimientos
que sucede que tienen causas mentales de determinados tipos apro-
piados.
Pero hay un problema en esta concepción, y es que parece des­
cansar en una ambigüedad presente en la expresión ‘movimiento corpo­
ral’. En uno de los sentidos de esta expresión, un movimiento corporal
es un determinado tipo de movimiento del cuerpo de una persona; de
modo que vamos a llamar a un movimiento corporal en este sentido
una moción co rp o ra l Sin embargo, en otro sentido, un movimiento cor­
poral consiste en que una persona mueve su cuerpo de un determinado
modo, y vamos a reservar de ahora en adelante la expresión ‘movimien­
to corporal* exclusivamente para este uso. La cuestión subyacente aquí
es la existencia de dos verbos estrechamente relacionados, ‘moverse' y
‘mover’.1 Utilizamos el primero cuando decimos, por ejemplo, que la
Tierra se m ueve alrededor del Sol. Usamos, sin embargo, el último cuan­
do decimos que una persona mueve sus extremidades para caminar.
Ahora bien, parece claro que cuando una persona tropieza y se cae. su
caída es meramente una moción corporal, pero que cuando una persona
salta desde un peldaño está realizando una forma de movimiento corpo­
ral. Que una persona realíce una forma de movimiento corporal consis­
te en que esa persona b a g a moverse a su cuetpo de una determinada
manera, es decir, en que esa persona cause o provoque un cierto tipo
de moción a su cuerpo. Pero si la acción de saltar de una persona con­
siste en que ca u se una determinada moción corporal, entonces senci a-
mente no puede ser idéntica a esa moción corporal Verdaderamente,
ahora empieza a parecer dudoso que podamos describir una acción asi
como un acaecim ien to o suceso, puesto que más bien parece que con
siste en que una persona cause un acaecimiento, lo cua sugiere qu ,
después de todo, las acciones constituyen por sí mismas una ca g

notar acerca * ,a
de la acción es que utiliza lo que parece ser un concepto diferenciado

1 Sobre la distinción entre los sentidos transitiv° e intransim o• 1980)" capítulo


v ^ é a s e j e n n i f e r Hornsby, Acttons (Londres: Rol,t .IfL ^sen tid o s. Por otra parte, tanto
ÍEn español no existe un único verbo que tenga lo. * sentidos relacionados de
f 1 se trata de los dos sentidos del verbo 'to move corno ~contrastes se relaciona es-
os verbos ‘mover' y ‘moverse’ en español, el que se e ..pelante un uso técnico del
pediamente con la decisión que toma el autor c e wce * ‘ £j ^ ^ ¡„0 inglés es,
termino que aquí se ha traducido por ‘moción (en inS . m |a|5ra correspondiente en
Por lo demás, de uso muy común, cosa que no suce e * su frecuente uso en
español (cuando tiene el significado que aquí e ‘ ’L sin embargo, que se trata
estas páginas resultará sin duda un tanto forzado,
de un uso técnico. N. de la T.l

203
Pilnmfia de la mente -------------------------------- _ ----------------------------------------------------------------------------------

de causación, esto es, lo que a veces se denomina ‘causalidad a ^ nllv


la cual se contrapone normalmente a la ‘causación de acaecinik.nl('
Un enunciado típico de causación de acaecimientos sería éste: La anf
sión causó el derrumbamiento del edificio’. Aquí se dice que un aulci’
miento o suceso es la causa de otro. Pero en un enunciado de oiusih
dad agentíva se dice que una persona — un a g e n t a - causa o ^ h
causa de, un suceso o acaecimiento, como en ‘J uan causó el derrumbé
miento del edificio’. Al formular un enunciado de causalidad agenda,
como éste, podemos muy frecuentemente ampliar ese enunciado dkien-
do cómo causó el agente el acaecimiento en cuestión. Podríam os <jmr
así que Juan causó el derrumbamiento del edificio h acien do detona) di­
namita. Pero nótese que hacer detonar dinamita es por sí mismo rali-
zar un determinado tipo de acción que comporta una causalidad agente
va, ya que hacer detonar dinamita consiste en hacer que la dinamita
explote, es decir, consiste en causar un determinado acaecim iento la
explosión de la dinamita. De nuevo podemos decir cóm o fue causado
ese acaecimiento: por ejemplo, podríamos decir que Juan causo la ex­
plosión de la dinamita a p reta n d o el ém b o lo d el detonador.
Ahora bien, es fácil ver que aquí una cosa comienza a llevar a otra
lo que no debería prolongarse al infinito. Juan causó el derrumbamiento
del edificio haciendo detonar la dinamita; causó la explosión de la dina
mita apretando el émbolo; causó que se bajara el émbolo moviendo mi
brazo ... pero ¿qué sucede con el movimiento de su brazo? ¿cóm o causo
Juan ese acaecimiento? Aquí estamos hablando acerca de la realización
por parte de Juan de un determinado tipo de movimiento corporal, o
decir, acercar de que m ueve su b ra z o de una determinada manera cau­
sando así un determinado tipo de moción en el mismo. Pero, excepto
en circunstancias poco usuales, no parece que uno cause una mocion
del propio brazo h acien d o alg u n a otra c o sa , al modo en que uno causa
el derrumbamiento de un edificio haciendo detonar dinamita. Per mi-
puesto, se podría causar la moción del propio brazo estirando con c
otro brazo una cuerda atada al primero, pero ciertamente eso sería a p’
poco usual. Parece que normalmente uno causa la moción del prop>‘
brazo simplemente m oviéndolo. Por esa razón se denomina frecuente
mente acciones básicas a acciones como éstas, y se supone generalnwn
te que están restringidas a determinados tipos de movimiento corpora

Sobre la noción de causalidad agentiva, véase especialmente Richard ‘, urc


arta Parpóse (Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall, 1966), capítulo 8 y ca p ítu lo ) M
anto Analytical Philosophy o f Action (Cambridge: Cambridge University 1 ^ .’ upj¿>
W o 3; y Roderick M' Chisholm' “The Agent as Cause', en Mylcs B»nd > 1 ^
p (e* , Achon Tbeory (Dordrecht: D. Reídel, 1976). Pero véase lam í» h ft| pf
and Object: A Metaphysical Study (Londres: George Alien and Unwin.
^ /-9. y .para un — — análisis critico, Hornsby, Actions, pp. 96 y siguientes.
•-
P h ü n d j t '* ,n° ción de 'acción básica', véase Arthur C. Danto, Basic Actions
AAj ,r. tl ipnh 'CaI
r ' 9r uarter‘y
WJ 2. (1965), PP*
pp. 141-8, y uimoien
también initui»-',
Danto,
riewceVc3^ ^ 2 Para mayor información sobre este tema, véase mi Su /
m ndge: Cambridge University Press, 1996), pp. 144-5 y 150---

204
------------------------------------------------------ — Acción, intención )>voluntad
Es preciso decir que no hay muchos filósofos que estén satisfechos
con considerar a las nociones de causalidad agentiva y acción básica co-
mo primitivas o irreducibles. La mayoría sostendrían que la causalidad
agentiva debe en ultimo término ser reducible a causación de acaeci­
mientos. Consideremos así la acción de Juan de mover su brazo del mo
do ‘normal’, es decir, como un caso de acción ‘básica’. Supongamos por
ejemplo, que Juan simplemente levanta el brazo como lo podría hacer
un niño en la escuela para atraer la atención de su maestro. Aquí Juan
causa el levantamiento del brazo, una moción determinada de su cuerpo
y por tanto, un determinado acaecimiento. Si le preguntamos a Juan c ó ­
m o causó él ese acaecimiento, probablemente dirá que lo hizo simple­
mente levantando el brazo, es decir, sin hacer ninguna otra cosa Pero
esto no implica que ninguna otra cosa causara el acaecimiento en cues­
tión. Es realmente plausible suponer que el levantamiento del brazo de
Juan fue causado por toda una cadena de aca ecim ien to s precedentes,
que se dan en los músculos y en el sistema nervioso central de Juan.
Ahora bien, ¿fueron estos acaecimientos los que Ju a n ha causado? Es
improbable que Juan mismo diga eso. puesto que probablemente se de­
clarará como un completo desconocedor de los acaecimientos en cues­
tión. Además, suponer que Juan ha causado esos acaecimientos parece
estar en conflicto con la afirmación de que el levantamiento del brazo
de Juan ha sido una acción ‘básica’. Pero una propuesta alternativa diría
que el que Juan haya causado el levantamiento del brazo —su acción
'básica’— c o n s is tió e n que estos otros acaecimientos causasen el levanta­
miento de su brazo. Ello equivaldría a reducir un caso de causalidad
agentiva a uno de causación de acaecimientos. En esta concepción, de­
cir que un agente A causó el acaecimiento e equivale a decir que otros
acaecimientos determinados que involucran a A —en particular, ciertos
acaecimientos del sistema nervioso central de A— causaron e.
Una objeción a esta concepción es que entonces parece que per­
demos de vista la distinción entre las a c c io n es de un agente y aquellos
acaecimientos o sucesos que meramente le ocurren al agente, ya que
los acaecimientos que se dan en el sistema nervioso central del agente
parecen pertenecer a esta última categoría. Aunque tratemos e suawzar
!a propuesta sosteniendo que algunos de esos acaecimientos que se an
en el sistema neivioso central del agente serán de hec 10 i en icos .
determinados acaecimientos m en tales , como la activación e ese
agente de levantar el brazo, aun así parecen! que la propuesta 1
elim in a el carácter de agente en lugar de ‘reducirlo, to a \ez q
entonces la imagen de una persona como un mero vehicu e|)a
Tiente de acaecimientos causalmente interrelaciona os, 1
no es en ningún sentido importante la autora u o i d o r a ^ Por otr
Parte, dado que el determinismo causal impera en e jiaber lugar
de resultar difícil resist.rse a esa imagen, ya que pareceno habeMuga
Para una concepción que sostenga ¡ ese acaecimiento
miento del brazo en un sentido según el cual causa

205
Filosofía de la mente
sea suplementario o distinto a que éste sea causado por acaecimientos
físicos antecedentes. No voy a intentar resolver este asunto aquí, pLT(J
volveremos a él más adelante en este mismo capítulo.

INTENCIONALIDAD

En la sección anterior he mencionado una concepción muy difun­


dida según la cual las acciones, en vez de constituir por sí mismas una
categoría ontológica distinta, son simplemente acaecimientos que mk edu­
que tienen causas mentales de determinados tipos apropiados. Se consi­
dera que los acaecimientos en cuestión son movimientos corporales -
en el sentido, ahora, de m o c io n e s c o r p o r a le s — y las causas mentales son
estados de actitud proposicional, como lo son las creencias y los deseos,
o, más precisamente, acaecimientos que consisten en la activación de
tales estados. Este tipo de concepción se propone normalmente iiinio
con una explicación de la importante noción de in te n c io n a lid a d . Sin
embargo, el término ‘intencionalidad’ es ambiguo, además de exponerse
a ser confundido con el término totalmente distinto de ‘intensionalidad
(escrito con ‘s‘ en lugar de ‘c’), de modo que en este punto será necesa­
rio proceder a una cierta clarificación lingüística.
El término ‘intensionalidad’ con ‘s’ es un término que se utiliza en
la semántica filosófica para caracterizar contextos lingüísticos que son
‘no extensionales’. Así, ‘5 cree que ...’ es un contexto no extensional. o
in ten sion al , porque, cuando se lo completa mediante una oración que
contenga una expresión referencial, el valor de verdad de toda la ora­
ción que así se forma puede modificarse al cambiar la expresión reve­
rencial por otra que tenga la misma referencia. Por ejemplo: Juan cree
que George Eliot fue un gran novelista’ puede ser verdadero mientras
que ‘Juan cree que Mary Ann Evans fue una gran novelista’ ser talso.
aunque George Eliot' y ‘Mary Ann Evans’ estén referidas a la misma p<-r
sona. Pues bien, como ya he indicado, el término ‘intencionalidad <-°n
c , además de ser distinto de ‘intensionalidad’ con ‘s’, es él mismo am^1
guo. Tiene un sentido técnico o filosófico, el cual se utiliza para descri
bir la propiedad que tienen determinadas entidades — notablem ente <>>
estados mentales con contenido— de ser ‘acerca’ de cosas fuera de ellas
mismas (véase los capítulos 4 y 7). Así, la creencia de Juan de que beor-
ge iot fiie un gran novelista es un e s t a d o in ten cio n a l en la medie*1 e
que es un estado ‘acerca’ de una determinada persona y también a(-L
ca e novelistas. Está claro que existen relaciones estrechas entre a ‘
encionalidad con ‘c’, tomada en este sentido, y la intensionalidad c
, sobre las que habré de volver en breve. Finalmente, existe tan1
nrii^ntl ° máS k m^iar Y cotidiano de ‘intencionalidad’ con c .
“ , par,a e t e r i z a r las a c c io n e s . Así, en este sentido podem os *
al l-mr3? e^am<^ hrazo in t e n c io n a lm e n t e o in t e n c i o n a d a m e n t e )
al hacerlo, le metió el dedo en el ojo a su vecino in in ten cion abn en tc

2 0 6
--------------------------------------------------------------- Acció)], intención v voluntad
inintencionadamente. Es por descontado en este sentido como decimos
también que las personas tienen intenciones de llevar a cabo ciertas ac­
ciones, normalmente en algún momento futuro. Hablar de tales intencio­
nes puede especialmente dar lugar a confusiones, porque una intención
de actuar es claramente un estado m ental intencional dado que es
‘acerca’ de una acción futura, pero además, ‘Atiene la intención de que
...’ es un contexto intensional. De modo que en este caso las tres nocio­
nes entran en juego/*
Pues bien, ¿qué es exactamente lo que queremos decir cuando de­
cimos, por ejemplo, que Juan alargó la mano hacia el salero intenciona­
damente y lo contrastamos con el hecho de que al hacerlo volcó el vaso
inintencionadamenté? Lo primero que se nos ocurre es que aquí habla­
mos de dos clases distintas de acciones, las intencionadas y las ininten­
cionadas. Pero al volverlo a pensar podríamos preguntarnos si el que
Juan alargara la mano hacia el salero y el que volcase el vaso deberían
realmente considerarse como dos acciones distintas. Al fin y al cabo, tal
vez sean una sola acción descrita de dos modos distintos Esa sería, cier­
tamente, la opinión de los filósofos que sostienen que las acciones sola­
mente son mociones corporales que tienen causas mentales de determi­
nados tipos, es decir, la concepción que se ha mencionado al principio
de esta sección, ya que, según ésta, tanto el que Juan alargase la mano
hacia el salero como el que volcara el vaso constituyen una única mo­
ción corporal, con las mismas causas mentales, suponiendo, como lo es­
tamos haciendo, que lo segundo lo hace ‘al’ hacer lo primero. En la me­
dida en que esta moción corporal lleva la mano de Juan a acercarse al
salero, puede describirse como una acción de alargar la mano hacia el
salero, y en la medida en que tiene como efecto el acaecimiento del
vuelco del vaso, puede describirse como una acción de volcar el \aso.
Pero ¿cómo puede la misma acción ser a la vez intencionada e minten-
eionada? Muy fácilmente, si ‘5 hizo intencionadamente ... es un con e.\ o
mtensional ( ‘intensional’ con ‘s’, por supuesto), pues si e o e,s ^
posible completar esta expresión mediante dos descripciones s
de la misma acción para producir dos oraciones que i iei"en nuestro
lores de verdad. Sean las descripciones en cuestión, con enton_
ejemplo, ‘el alargar la mano hacia el salero y el vuc co <- «■ ^
^es ‘A hizo intencionadamente el alargar la mano Vaso’
de ser verdadero aunque ‘A hizo intencionadamente _ ^ vuelco del
Sea falso. (Por supuesto, ‘A h izo in tencion a um1

1 Es de hecho una cuestión debatida la de si las inI,t " t'| j r , j ucirse a hablar de crc-
«'••nuina de estados mentales o si hablar de •intenciones B[uce Aune, Reaso,,
cncias y deseos y a las acciones que estos esta os c‘ ' ' ' Q0nukl Davidson. Inten-
a'«lActto„ (Dordrecht. D Reidel. 1977), pp. 53 y 1980) En vista de su
dln8 , en su Essa)s on Actions a n d Evenis (Oxlotd. C . ,obR. ,as ¡menciones en este
earúcter controvertido no diré muchas cosas exp te* • consiste que una acción
^Pílulo. En lugar de ello me centraré en la cuestión de q
intencional’

207
FiInsojtadela m ente -------------------------------------------------------------------------------------------------- --

vaso’ es un modo extraordinariamente artificioso de decir \v vo|u , H


so intencionadamente’, pero es una reconstrucción útil para los pr(ip, ^
tos presentes porque explota explícitamente un término singular q^.
refiere a una acción.)
Los filósofos que adoptan el enfoque anterior de la acción mtni
cional afinnan usualmente que una acción es sólo intencionada o min
tencionada según u na descripción y que la misma acción puede ser in­
tencionada según una descripción e inintencionada según otra F.su, |,.s
permite, además, ofrecer una explicación sencilla y superficialmente
atractiva de la distinción entre las acciones y aquellos acaecimientos qu,
meramente les ‘ocurren’ a las personas, pues pueden decir que una ar­
ción es simplemente un acaecimiento — más precisamente, una moción
corporal— que es in te n c io n a d o o in te n c io n a l segú n alguna
descripción.5 Así, el vuelco del vaso por parte de Juan, si bien no es in­
tencionado (según esa descripción), es aún una a c ció n de Juan, porque
es intencionado según la descripción ‘alargar la mano hacia el salero
Pero, por ejemplo, el parpadeo involuntario de Juan al acercar alguien
bruscamente la mano hacia su cara n o es una acción suya, porque no ^
intencionada o intencional según n in g u n a descripción.
Por supuesto, todo esto todavía les deja a los filósofos que sostie­
nen esta teoría la tarea de explicar en qué consiste que una acción sea
intencionada o intencional según una determinada descripción Al res­
pecto tienden a adoptar el siguiente tipo de explicación /1 Sea S una per
sona y e un acaecimiento que consiste en una moción del cuerpo de S
Entonces se afirma que:

(I) El acaecimiento e es intencionado por parte de S según la cíese np


ción de hacer H si y sólo si e fue causado por (la activación de'
determinados estados de actitud proposicional de S q u e constituían
las razones de S para hacer H e n las circunstancias en cuestión

Por ejemplo: la moción de la mano de Juan fue intencionada p°r


parte de Juan según la descripción de a la r g a r la m an o hacia c/ m/ o<

ara la idea de que una acción es un acaecim iento intencionado o intcnu‘,',J


g n a guna descripción, véase Donald Davidson, ‘A gency’, en R o b e rt Bink <->_■ ^
ronf113^ ^ ^ uson'° Marras (eds.), Agent, Aetion, a n d Reason ( T o r o n to : UnnoM \
o ress, 1 9 7 1 ), reimpreso en Davidson, Essays on Actions a n d Events.
nil_ r. • l? .0100 dc ,a intencionalidad que sigue se a ju s ta la x a m e n te a la ^ * KcJ
son *_ J^ÍP 1C*la en °fira úe Donald Davidson; véase especialmente su ¡ L
on Á rt?Ú ,CaUj CS ’ Journal ° f Philosophy 6 0 ( 1 9 6 3 ) p p . 6 8 5 - 7 0 0 , re im p re so en' - |lk>.
mentí- i ^i
mentr- Evems. —Pero las sutiles tueas
ideas ue
de i^aviusun
Davidson nan han .................
evolucionado <■'<>
tl w..l* último
de mnHn ° af^°. *°S a^ os» com o él explica en la introducción a est
describ o en e
•1tov
to. Pnn .^ Ue eV,t° alr5^ uiúe directamente doctrina alguna de las que dése' BnJH
, v unJ"
McLauohfn com^ntario crítico de las ideas de Davidson, véase Krncst c , , p (¡lui^n
(Oxford Ri C\rr ‘\ ^ c^ ons an(i Events: Perspectives on the Philosophy oj Don
o „ ^ l f ‘aCl? e11’ 1985)’ Partc f V Bruce Vermaxen y Merrill B. Hintinka u * - '
°>i Davidson: Actions a n d Events (Oxford: Ciarendon Press, 1985).

208
----- ------------------------------------------------------------- Acción, intención y voluntad
porque fue causada por creencias y deseos de Juan que constituían pa­
ra Juan, sus razones para a la r g a r la m ano hacia el salero, Pero, aunque
esta moción de la mano de Juan puede también describirse como la ac­
ción de volcar el vaso, las creencias y los deseos que causaron esto no
constituían, para Juan, razones p a r a volcar el vaso, y en consecuencia,
la acción no fue intencionada por parte de Juan según esa descripción.
Las creencias y los deseos en cuestión podrían incluir, por ejemplo, la
creencia de Juan de que el salero estaba lleno y su deseo de que hubie­
ra más sal en su comida. (En explicaciones más refinadas de este tipo,
puede recurrirse a la noción más general de ‘actitud-pro’, en lugar de la
noción específica de ‘deseo’; pero ciertamente, por regla general se sos­
tiene que los estados puramente cognitivos, como usualmente se consi­
dera a las creencias, no pueden por ellos mismos proporcionar razones
que motiven las acciones .7 Más adelante trataremos el tema de las razo­
nes para la acción con mayor detalle. Al mismo tiempo examinaremos el
problema de ‘cadenas causales desviadas’ que se le plantea a (I), similar
al que se le plantea a la teoría causal de la percepción que se comentó
en el capítulo 6.)
La explicación anterior de la acción y la intencionalidad es atractiva
tomada en conjunto, pero plantea dudas por diversas razones. Algunos
filósofos piensan que esa explicación no puede captar realmente la dife­
rencia entre las verdaderas acciones y los acaecimientos que meramente
les ‘ocurren’ a las personas, ya que abandona cualquier noción diferen­
ciada de causalidad agentiva. Otros filósofos están en desacuerdo con Ja
idea de los antecedentes causales de la acción que preside esa explica­
ción, posiblemente en razón de que no le reconoce ningún papel al
concepto de volición. Esta es una cuestión sobre la que volveremos en
breve. Finalmente, otros filósofos expresan sus dudas respecto de los su­
puestos de la explicación en cuestión, relativos a la identificación de las
acciones. Por nuestra parte vamos ahora a dedicar nuestra atención a es
tas dudas.

LA IDENTIFICACIÓN DE LAS ACCIONES


un
En un ejemplo famoso de Elizabeth Anscombe se J
agua
hombre que envenena a los habitantes de una casa oí * 8 ®en
contaminada de un pozo en el suministro de agua para < brazo
varias maneras de describir lo que ese hombre hace: mueve el brazo.

- - --w otraerse a David Hume; véase su rte sección


Selby-Bigge y r H. Nidditch (Oxford: Ciarendon Press. l),b\
HI. ‘Of the influencing motives ol the will (PP f ~' . en jntcntion. 2i edición
H El ejemplo de Elizabeth Anscombe puede encontrarse -
(Oxford: Blackweli, 1963), PP 37 y siguientes.

209
Filosofía de la mente
presiona el mango de la bomba de agua, bombea agua dd poA)
mina el suministro de agua de la casa, envenena a los que haluian 1, /
sa, y mata a los habitantes de la casa. Pero, ¿hace él seis cosas (iisi ',}1ur
o bien sólo es que hay seis maneras diferentes de describir la misnn
sa? Normalmente, cuando decimos que una persona hace dos o m;ls
sas distintas a la vez, estamos pensando en algo así como la aciiuu,^
de un malabarista, el cual hace malabarismos con varias bolas. a la U7
que mantiene en equilibrio una pelota en el extremo de un palo ()ll,
sostiene con la boca. Pero no es así como concebimos al hombre dd
ejemplo de Anscombe. Según parece, la teoría de la acción que liemos
examinado en la sección anterior puede explicar esto, ya que im p liu
que hay exactamente u n a cosa que ese hombre hace — mover el bra­
zo— , la cual puede describirse de varias formas distintas en términos de­
sús muy diferentes efectos. Por ejemplo, uno de los efectos de lo que
ese hombre hace es la muerte de los que habitan la casa, lo cual consti­
tuye la razón por la que, según la teoría en cuestión, podemos dése nhir
lo que hace como ‘matar a los habitantes de la casa1.
Hay sin embargo un problema en esta manera de ver las cosas, va
que supongamos que inquirimos sobre d ó n d e y cu á n d o mata el hom bre
a los habitantes de la casa. Presumiblemente, si matar a los habitantes
de la casa simplemente es (idéntico a) mover el brazo, ese matar tiene
lugar donde y cuando se dé el movimiento del brazo. Pero el m o v im ien ­
to del brazo tiene lugar fuera de la casa y bastante tiempo antes q ue la
muerte de los que la habitan. De modo que, al parecer, habríamos de
decir que el hombre mata a los que habitan la casa fuera de ella y bas­
tante tiempo antes de que mueran, lo cual es claramente absurdo Sin
duda, los defensores de la teoría en cuestión pueden sugerir algunos
modos de desviar este tipo de objeción .9 Existe, sin embargo, un ento­
que alternativo de la identificación de las acciones que claramente no
presenta estas consecuencias contraintuitivas pero que nos sigue perim
tiendo distinguir el caso del hombre del ejemplo de Anscombe del cj>o
del malabarista.
Este enfoque alternativo recurre una vez más a la noción de
salidad agentiva. En el ejemplo de Anscombe hay diversos acaecinuf
tos istintos que ocurren como resultado del movimiento (o la niocion
e razo del hombre en cuestión, acaecimientos tales como el hk
miento del mango de la bomba, el movimiento del agua contaminar ­
en u timo término, la muerte de los que habitan la casa. Oída uno e •
afeamientos, incluyendo la moción del brazo de ese hombre, esta *
sado o provocado por el hombre, al cual puede describirse como ^
acap n °S•6 ° S* Si concebimos una acción como ca u sa r o inl0s
«« ™*en/°. Por Parte d e un agente, entonces parece que d
a ecír que hay varias acciones distintas que lleva a
lio]
Killiní?'- J ülírnil
ven5 ^dith^arvisThoms° n’ ,The T,me of:

2 1 0
__---------- ------------------------------------------------------- Acción, nuención y_voluntad
hombre en cuestión, puesto que existen varios acaecimientos distintos
provocados por el. Pero estas acciones, aunque distintas, no son com­
pletamente diversas, ya que los acaecimientos en cuestión están vincula­
dos uno con otro en una única secuencia causal, la moción del brazo
del hombre causa que se mueva el mango de la bomba, lo que causa el
movimiento del agua, lo que en último término causa —mediante otros
vanos acaecimientos— la muerte de los que habitan la casa. Según esta
teoría, parece realmente razonable decir que algunas de estas acciones
se relacionan con otras como las partes se relacionan con el todo. Así
podríamos decir que, en tal hombre, la acción de mover el brazo es
parte de la acción de bombear el agua, puesto que es moviendo el bra­
zo como bombea el agua. Pero podríamos añadir que en su acción de
bombear el agua hay algo m ás que el mover el brazo, puesto que lo pri­
mero comporta adicionalmente que la moción del brazo cause, por me­
dio del movimiento del mango de la bomba, el movimiento del agua.
Las cosas son muy distintas en el caso del malabarista, puesto que las
diferentes acciones que realiza no mantienen una relación causal y, por
lo tanto, no se encuentran unas con otras en la relación de la parte con
el todo sino que son completamente diversas. De modo que, según esta
concepción, el modo de distinguir entre el caso del hombre de Anscom­
be y el caso del malabarista no consiste en decir que el hombre en
cuestión hace sólo u n a cosa mientras que el malabarista hace muchas
cosas distintas, sino en decir que el hombre no hace muchas cosas di­
versas mientras que el malabarista sí.10
Todo esto nos deja aún con el interrogante de dónde y cuándo
mata el hombre del ejemplo de Anscombe a los que habitan la casa
Pero vemos ahora que esta pregunta quizá no esté bien concebida del
todo, ya que si una acción consiste en causar o provocar un acaeci­
miento por parte de un agente, preguntar dónde y cuándo tuvo lugar
una acción equivale a preguntar dónde y cuándo tuvo lugar el que se
causara un acaecimiento. Sin embargo, incluso en el caso de una cau­
sación de acaecimientos, tal pregunta resulta problemática. Suponga
mos que un terremoto (un acaecimiento) cause el derrumbamiento de
un puente (otro acaecimiento). Podemos preguntar dónde y cuan o
tuvo lugar el terremoto y dónde y cuándo tuvo lugar el derrum armen^
to del edificio. Pero, ¿podemos razonablemente preguntar ^
cuándo tuvo lugar el que el terremoto causase el derrum armen .
estoy seguro de que esa pregunta sea adecuada. El que un ‘
to cause otro no constituye p o r s í mismo un acaecim iento y ‘
suponerse que posee un momento de tiempo y un ugar ‘ _
modo en que claramente lo tienen los acaecimientos, er

10 El enfoque de la identificación de las acciones aquí P ^ ° P ^ l° (Q ^ orcj: Blackwell,


Pugnado por Irving Thalberg en su Perception, Emotion au' / * (Ithaca.
*977), capítulo 5- Véase también judith Jarvis Thomson, Acts ami v ite
Corneli University Press, 1 9 7 7 ), capítulo 4.

211
Filosoftade la mente
ma razón, el que un agen te cause un acaecimiento no constituí p()r
mismo un acaecimiento, de modo que si una acción consiste pra ^
mente en eso, no deberíamos suponer que las acciones tienen, en mn
gún sentido claro, momentos de tiempo y lugar. Por supuesto (,lUí ^
acaecimientos que una acción involucra tienen momentos ele tiempo \
lugar y que, como hemos visto, una acción puede implicar una larga
secuencia causal de acaecimientos tales. De modo que posiblemente1
podamos decir que, en un sentido derivado, una acción oc upa todo
los momentos y lugares que ocupan los acaecimientos que esa acción
implica. Ello supondría que, en el ejemplo de Anscombe, la acción del
hombre de matar a los que habitan la casa empieza al lado del Po/(,
cuando su brazo comienza a moverse y finaliza dentro de la casi
cuando mueren los que en ella habitan. Creo que este sería también el
veredicto del sentido común, de modo que, en esa medida, podría de
cirse que el sentido común apoya la presente concepción de la acción
más bien que la que anteriormente comentamos.

DE NUEVO LA INTENCIONALIDAD

Está claro que si adoptamos esta concepción alternativa de las ac­


ciones y de su identificación habremos de pensar de nuevo sobre que
es lo que significa describir una acción como ‘intencionada. Si ya no
podemos decir que alargar la mano hacia la sal por parte de Juan es
(idéntico a) volcar el vaso por su parte, no podemos decir que aquí nos
las habernos con una sola acción que es intencionada según una des­
cripción e inintencionada según otra. Y si abandonamos la idea de que
las acciones son intencionadas o inintencionadas sólo ‘según una des­
cripción’, tendremos que abandonar, o como mínimo que modificar, b
explicación de la intencionalidad que esbozamos anteriormente en el
capítulo. ¿Qué podríamos decir en su lugar tras adoptar el enfoque de la
causalidad agentiva de la acción? Lo siguiente es una posibilidad
pongamos que consideramos que lo que hemos de hacer es analizar lo
que significa decir que un agente A causa o provoca un acaecimiento (
intencionadamente. Para los presentes propósitos estamos suponiendo
que la noción de causalidad agentiva es la noción primitiva o ^a-s'c^
por o cual no requiere un análisis ulterior, de modo que nuestra tare
consiste en hallar un análisis plausible del adverbio ‘intencionadamente
ta como éste se usa en la construcción anterior. La propuesta que l(-n£
en mente es sencillamente la que sigue.11

podrá cnrnntX^ ÍCaCÍ<^n ^ ^ e^cnsa miis detalladas de este enfoque de la 'ntL'H‘(()n( j^ii
PP 294 304 Hrse en Analysis of Intentionality’, Philosopbical Quarte* > • iin
enfoque^im ihr * ? & " **> ^ este anal,sis para los propósitos de este l.br ¿
1975), capítulo 4 VeaSe Aníllony Kenny, Will, Freedom a n d Power (Oxfor

2 1 2
-------------------------------------------------------------------intención r voluntad
(II) El agente A provoca el acaecimiento e intencionadamente si v sólo
si A provoca e sabiendo que está provocando e y deseando c

Por ejemplo, en el caso descrito por Anscombe, (II) nos permite


decir que el hombre en cuestión provocó la muerte de los que habita­
ban la casa in ten cion adam en te si provocó la muerte de esas personas
sabiendo que estaba provocando su muerte y deseando su muerte. A es­
to se podría objetar que ese hombre no puede haber provocado la
muerte de las personas en cuestión intencionadamente a menos que
provocase intencionadamente el movimiento del agua, lo que (II) no es­
pecífica que se requiera, Pero la objeción es errónea, puesto que un
agente que provoca intencionadamente un acaecimiento remoto no ne­
cesita tener un conocimiento completo de la cadena causal mediante la
cual provoca ese acaecimiento. Por ejemplo, el hombre del ejemplo de
Anscombe podría no entender el funcionamiento de la bomba del agua
ni tampoco que el mango que mueve hace funcionar la bomba, pero si
sabe que está provocando el movimiento del mango y que esto tendrá
de algún modo como resultado la muerte de los que habitan la casa, co­
sa que desea, entonces creo que se puede decir con propiedad que está
provocando su muerte intencionadamente, como implica (II).
Podría preguntarse si (II) contiene un problema en la medida en
que el contexto ‘A provoca ...’ es extensional (no-intensional) mientras
que el contexto *A sabe que provoca ...’ es intensional. Por el contrario,
es el hecho de que este último sea un contexto intensional lo que expli­
ca, de acuerdo con (II), por qué el contexto A provoca ... intenciona­
damente' es él mismo intensional. Veamos cómo funciona esto Supon­
gamos que sea verdad que A provoque e y que e = d*. Entonces se sigue
que A provoca Esto se debe a que A provoca es un contexto ex­
tensional. Supongamos ahora, sin embargo, que sea verdad que A pro
voca e in tencionadam ente y que e = t*. En ese caso, no se sigue que
provoque & intencionadamente, Por ejemplo, supongamos que pro^
voca la muerte de Napoleón intencionadamente. Pues bien, puesto que
Napoleón
‘ '« p w it u n C esO (idéntico
U U C I I U C U a) Bonaparte, la muerte
................................................. ... de * ^ illir n .ip
a) la *muerte de
J *WV, t IV» U \ . Bonaparte.
U V J U t l j J t l l l\_, ,Sin ^ . . . embargo,
-------------- u no po emos c ?j
provoque la muerte de Bonaparte intencionadamente. ¿Por qué no.' De
acuerdo con (II), Ja razón es que A podría saber que está provocando la
muerte de Napoleón y sin embargo no saber que está provocando la
muerte de Bonaparte aunque estos acaecimientos sean uno mismo, ya
^ue A sabe que está provocando no es un contexto extensional.
--na acción puede ser n o inten-
Nótese que, de acuerdo con (II), un.. ...
distintas o por ambas, Si A provoca
d o n a d a por una de dos razones u » u ,,» - A no sepa
qu ^ ;------------------- , esto ,podría
no intencionadamente, ía o bien ser rd__
s eSupongamos,‘ .......{
DC ™
por ejemplo,
e está provocando e o a que A no desea e.asSup~,.0. sobre una Eíbrica c1** muml»-
>ja bombas fábrica de
que el piloto de un bombardero arroja 1 obreros
te de -•---- 1.-**, /-íví.
civi-
jes
niciones a sabiendas--------- de que . está provocan o la^ mueite de obren
^ ^ nlie desea es la
Pero sin desear su muerte, toda vez que Jo único que dese;

213
Filosofía de ¡a mente
i„ fábrica. Parece entonces correcto decir, como mip|lu
f m a u e d piloto «o está provocando la muerte de los obreros nuaM ,
(II), que e P üempo, sin embargo, parece erroneo decir que el
n a d a m e n t e . F' P q ^ muerte de los obreros /«intencionadamente
piloto es» P ‘ á provocando su muerte. Esto sugiere que anu­
dado que sabe que esta nU; <nQ intencionado', sino que más
bien sucede que A provoca e in in ten cio n a d am en te si y sólo si d pmv,,
Í e s/ílsaber que está provocando e. Por lo tanto, algunas acciones, o ,
mo la del piloto del bombardero, pueden no ser n. intencionadas m
inintencionadas.

TRATAR DE Y QUERER

Según la concepción de las acciones que considera a éstas comí»


mociones corporales cuyas causas son las activaciones de determinados
complejos de creencias y deseos, no parece haber ningún lugar claro
para la noción de tratar d e ni para la noción tradicional de acto o ejerci­
cio d e la voluntad. Pero, igualmente, tampoco parece que el enfoque de
la causalidad agentiva Ies asigne un lugar a esas nociones Según este
último enfoque, una acción consiste en que un agente provoque un acae­
cimiento. Pero cuando tratamos de hacer algo y no lo logramos, nu pa­
rece que haya acaecimiento alguno que nosotros provoquemos, y con
todo aún parecemos ser ‘activos’ en lugar de meramente ‘pasivos’. Tal si­
tuación se habría descrito tradicionalmente como una en la cual un
agente lleva a cabo un ‘acto de voluntad’, o 'quiere’ hacer algo, aunque
por alguna razón su voluntad no sea efectiva (por ejemplo, podría ha­
berse paralizado repentinamente, o una fuerza externa irresistible podría
haber impedido que sus extremidades se moviesen). De acuerdo con es
ta teoría volitiva, un acto de voluntad se concibe como una operación
ejecutiva especial que se da después de la activación de las creencias \
los deseos pertinentes y que —ríe ser efectiva— desencadena una se­
cuencia causal de acaecimientos que conducen a una moción deseada
del cuerpo.12 Merece aquí la pena recordar la famosa pregunta de » *
^enstein: ‘¿Qué queda si, al hecho de que levanto el brazo, le quito c
hecho de que mi brazo se levanta?’13 El volicionista contestaría que lo
que queda es el hecho de que he qu erido levantar el brazo.

d r ^ e KouuTdIb,e^ f p o rJ o h n ^ e: ^ ; ; r ^ . [r r ~
rcsurpimiemrf ’ - capítulo 6 Fn u » C mi Lockc on H u m a n Utu„......
Cli/3fo ¡yj. premíVea¿ e ’ P ° r ejemplo Law r?P° S ! ecientes ha experimentado un nuxioio
_i-. '"'J
V n'vérsnypr
v-mis, ínj: Frentice * ^ W
Hall, 9 , ccapítulo
1979), a p ítu lo 1 y Cari Ginet,
E D a vOn Th^ r (Caí
i s ' Action o f Actum ( K n g l e ^ d
PrCSS ^ 1 V C arl G in e t, On Acti J (Cambridge: C am b ie
Untversity Press, 1990), capítulo 2. Yo mismo defiendo Jefíendo una versión
versión del < volícianismu <-n
mi Subjects— o '^yvnence, capítulo 5 .
”j f Hxperience, nhical
13 Ludwig Wittgenstein plantea estn esta fomneo
famosa pregunta en *'** su Pbil °s
Pbilosopbicci n
tiotts, traducción de G. E. M. Anscombe, 2a edición (Oxford: Blackwell. P 621

214
---------------------------------------------------------------------Acción, intención y voluntad
Pero los actos de voluntad o ‘voliciones’ han sido considerados no
co favorablemente por muchos filósofos, incluyendo al propio Wittcens
tein.14 ¿Por qué ocurre esto? Según parece, una razón es que se sospe­
cha que el volicionísmo se ve forzado a aceptar la idea de que todo lo
que nosotros h acem os realmente es 'querer* que ocurran ciertos acaeci­
mientos, y el resto depende de la naturaleza y no de nosotros. Esta idea
se ve con desagrado porque parece representarnos como egos’ desen­
carnados, misteriosamente ligados a nuestro cuerpo físico, el cual se
mueve (o bien no logra moverse) de diversos modos al mandato de
nuestra voluntad, Pero, aunque algunos volicionístas puedan verse for­
zados a aceptar esta imagen de los seres humanos como agentes, dista
mucho de ser verdad que sea su volicionismo lo que les fuerza a ello.
Un volicionista cuidadoso no diría, en ningún caso, que el ejercicio de
la voluntad consiste en querer qu e ocurra un acaecimiento, sino que di­
ría más bien que consiste en querer h acer algo, es decir, llevar a cabo
una acción, ^ con lo que está perfectamente claro que tal volicionista no
se vería forzado a aceptar la idea de que todo lo que realmente hace­
mos sea querer, ya que si queremos hacer algo y no se nos impide, en­
tonces logramos h a c er eso, lo que es más que el mero querer hacerlo.
Otra razón por la que se rechaza a veces el volicionismo es que se
duda de que haya un ‘elemento común* — como se concibe que es una
volición— entre una acción exitosa y un intento fallido. La duda que se
plantea aquí es parecida a la que plantean en filosofía de la percepción
los defensores de la teoría ‘disyuntiva’, los cuales rechazan la idea de que
haya un elemento común — en fomia de experiencia perceptual entre
la percepción verídica y la alucinación (véase el capítulo 6). Los filósofos
que plantean este tipo de duda tienden a aceptar la idea de que, en un
caso de acción exitosa, el hecho de que el agente trate de llevar a cabo
esa acción es simplemente idéntico a la acción que se lleva a cabo, de
modo que, por ejemplo, cuando trato de levantar el brazo y lo logro, e
que trate de levantar el brazo es (idéntico a) levantarlo.10Aquéllos, por su­
puesto, reconocen que puedo tratar de levantar el brizo y no lograr o, >a
sca porque me encuentre paralizado o porque una fuerza externa me o
mipida, en cuyo caso, evidentemente, el hecho de que trate c e e\antar e
bra2o no puede identificarse con mi acción de levantarlo, ni, según paie

U Quizá el más severo crítico del volicionismo en los tiempos c^ le^ ° ^ í(u|0 ^
;,Q Gilbert Ryle; véase su V )e Concept o f Mind (Londres: ilute hinson. ) . •P. en_
Respondo a las críticas de Ryle en mi Locho on Human Undentant i ,i>. pp- - -
,CS’ ,ys c;n mí Subjectso/Experience, PP 152 y siguienie.v ^ su >Aclingi wilhng.
Ln este punto estoy en desacuerdo con H A P ’ r i-,rendon Press, 1949).
Desiring’ en su Moral Obligation: Essays and Lecturos i x o
Aplico la razón en mi Subjocts o f Experience, pp 14 tratar de hacer al-
Para la idea de que una acción exitosa es (identic. * odo p|ausIb|e contra la
R?’ véase Hornsby, Actions. capítulo 3- Hornsby ‘ , IIliplica no lograr hacerlo
que comúnmente se sostiene de que el tratar ce íacc » Dual Aspect
posibilidad de ello Véase también Brian
rileory (Cambridge- Cambridge University Press, ) -u P

215
Filosofía de la mente____________________________________ ___
ce con ninguna otra acción física mía. Sin embargo, no es que d ha |„,
de que trate de levantar el brazo en este caso no sea muía, pues umx,
mínimo parecería haberse dado algún tipo de acaecimiento niemal consti­
tutivo del hecho de que tratase sin éxito de levantar el brazo. Los filósofos
en cuestión pueden muy bien conceder esto; su objeción consiste exacta­
mente en que se requiere una argumentación ulterior para mostrar que un
acaecimiento mental de ese tipo constituye tam bién el hecho de que trate
de levantar el brazo cuando yo logro levantarlo, lo cual es lo que ellos
pretenden negar. Si no se puede construir ningún argumento convincente
en favor de esta conclusión, el volicionismo se verá seriamente afectado,
puesto que asume que el querer levantar el brazo es el elemento común
entre un intento exitoso y uno fallido de levantar el brazo.
Sin embargo, aunque el volicionista realmente cree que existe un
elemento común entre una acción exitosa y un intento fallido, en forma
de acto de voluntad, no necesita identificar tratar ele con querer Al ser
ello así, puede reconocer que tratar d e llevar a cabo una acción es algo
cuya constitución es diferente en los casos exitosos y en los no exitosos
El hecho de que incluso un volicionista no debería identificar tratar de
con querer es algo que se desprende del hecho de que algunas veces
un intento fallido de llevar a cabo una acción física parece tener como
constituyente no meramente un acaecimiento mental, sino otra acción
física, pues algunas veces tratamos de hacer algo y no lo logramos, no
porque nos encontremos paralizados o porque una fuerza externa nos
incapacite, sino simplemente porque los objetos sobre los que actuamos
no se comportan del modo en que queremos y esperamos. Por ejemplo
un jugador de dardos experto que trata de hacer diana pero falla inespe­
radamente lleva también a cabo una acción física: arroja el dardo. En es­
te caso parece correcto decir que su intento de hacer diana consiste en
su extraño tiro del dardo. Pues bien, el volicionista puede realmente de­
cir que, en un caso de parálisis completa, tratar de consiste únicamente
en querer. Pero no necesariamente ha de decir que tratar de sieniplL
consiste meramente en querer, y si estoy en lo cierto no debería decirla
Podría decir que algunas veces — en realidad, muy a menudo— consista
en mucho más que eso. Pero si ello es así, el volicionista no puede str
acusado de introducir las voliciones bajo el supuesto no justificado ce
que existe un tipo diferenciado de acaecimiento mental que debe ser
parte constitutiva del tratar de hacer algo tanto en el caso de las accK
nes exitosas como en el caso de los intentos fallidos.17 s
,. °kjeción distinta al volicionismo es que, según algunos ce
críticos, las voliciones no pueden ser identificadas independíenteme
de las acciones que se supone que emanan de ellas, lo cual es inc‘)n^ jc
i e con el principio general de que una causa debería ser íclenu 10
independientemente de sus efectos. Se sugiere así que no tenemos mo

vciisíí mi SuW1
0 /£^ rir« cT p p rei57^1IICS S° brC la rCladÓn emrC tra'ar dC V qUerCr'

216
---- --------- ------------------------------------------------------- Acción^intención^y voluntad
alguno de identificar mi presunta volición de levantar el brazo en una
ocasión dada, excepto mediante algo del tipo ‘la volición que causó que
se levantara mi brazo en esa ocasión’.18 Para ver cuál es el motivo exacto
de la objeción, consideremos, haciendo una analogía, el siguiente ejem­
plo. Supongamos que se diera una determinada explosión y que alguien
decidiera designar mediante la letra ‘X’ la expresión ‘la causa de esta ex­
plosión’. En este caso, está claro que esa persona no transmitiría ninguna
información al asertar ‘X causó esta explosión’, excepto la de que la ex­
plosión tuvo una causa, ya que, suponiendo que la explosión tuviera una
causa, ‘la causa de esta explosión causó esta explosión’, aunque verdade­
ra, es sólo trivialmente verdadera. Para transmitir información substancial
acerca de lo que causó la explosión se debería poder identificar su causa
de otro modo que sencillamente como ‘la causa de esta explosión'. Por
lo tanto, por la misma razón, a menos de que mi volición de levantar el
brazo pueda identificarse de un modo distinto, en lugar de simplemente
como ‘la volición que causó que mi brazo se levantara en esta ocasión’,
resulta algo completamente vado ofrecer una explicación volicionista de
mi acción de levantar el brazo en términos de mi volición de levantar el
brazo como causante de que el brazo se levante.
Sin embargo, aunque aceptemos la validez del argumento anterior,
podemos cuestionar que sea verdad una de sus premisas, a saber, la de
que las voliciones no pueden identificarse independientemente de las
acciones que se supone que emanan de ellas. Puesto que una de Jas
afirmaciones centrales del volicionista es que las voliciones, o actos de
la voluntad, pueden darse algunas veces en ausencia de los efectos cor­
porales que aquéllas normalmente originan —por ejemplo, en un caso
de parálisis completa— , está ya implícito en el volicionismo que las voli­
ciones son, en principio, identificables independientemente de cuales­
quiera sean tales efectos, de acuerdo con el principio general menciona­
do antes, de manera que realmente no puede decirse que el concepto
mismo de ‘volición’ vaya contra el principio general. Ciertamente, e \o
licionista nos debe una explicación de la identificación de Jas vo íciones,
Pero no hay ninguna razón evidente por la cual debiera ser
mente más difícil proporcionarla de lo que es proporciona una ■' *
c¡ón de las condiciones de identidad de cualquier otro tipo de proces
acaecim ien to m en tal.

EL VOLICIONISMO FRENTE A SUS RIVALES

H asta aq u í h e estad o defendiendo al volicionismo cont ^ ^ ^


objeciones, p e ro n o h e d ich o nada positivo en si

'* Para esta objeción al volicionismo, véase R'[lla j 1^ R o iitile d s " and Ke|m Paul,
* ? • Véase también A I. Mciden, Freo PP >2 Í'6
^ l ) , capítulo 5. Trato esta objeción en mi Loche on Human

217
Filosofía de lo mente______________________________________ _
podría decirse al respecto, necesitamos comparar el volicionismo ton
sus rivales. Los dos enfoques alternativos de la acción que hemos exa­
minado son, en primer lugar, la concepción de que las acciones S(m
mociones corporales cuyas causas son las activaciones de ciertos com­
plejos de creencias y deseos y, en segundo lugar, la teoría de la causali­
dad agentiva, que sostiene que una acción consiste en que un agente
provoque un acaecimiento. Estoy suponiendo que el partidario de la
teoría de la causalidad agentiva sostiene que siempre que un agente lle­
va a cabo una acción existe alguna acción b á sica que ese agente reali­
za, la cual consiste en que provoque una determinada moción coi pora]
Según esta concepción, una acción no-básica consiste, por tanto, en
que el agente provoque algún otro acaecimiento a l provocar una mo­
ción corporal que cause ese otro acaecimiento, y el teórico partidario
de la causalidad agentiva sostiene que es verdad por definición que
una acción básica es una acción que no se realiza a l realizar ninguna
otra cosa en absoluto.
En contra del partidario de la teoría de la causalidad agentiva. el
volicionista puede sostener que existe algo que, al hacerlo, cualquier
agente provoca un acaecimiento cualquiera, incluyendo sus propias mo
ciones corporales, a saber, querer. De acuerdo con el volicionismo. yo
provoco que el brazo se levante al q u er er levantar el brazo, y el volicio­
nista puede decir que el hecho de que el partidario de la teoría de la
causalidad agentiva rehúse reconocer esto vuelve misteriosa de un mo­
do fundamental su explicación de la acción, puesto que trata determina­
dos casos en que un agente provoca un acaecimiento como casos primi­
tivos, es decir, casos que no son susceptibles de ningún análisis o
explicación ulterior. Más aún, el partidario de la teoría de la causalidad
agentiva no tiene nada evidente que decir acerca de los casos en que un
agente trata de llevar a cabo pero no logra lo que ese mismo partidario
de la teoría de la causalidad agentiva describiría como una acción bási­
ca, como la de levantar el brazo, pues en estos casos no parece correcto
decir que el agente simplemente no hace n ad a. El volicionista, sin em
bargo, puede decir que el agente s í h a c e todavía algo, a saber, quuru
llevar a cabo la acción en cuestión.
Se desprende de esto que debería quedar claro que el volicionista
considera el querer mismo como una clase de acción aunque no, P(jf
supuesto, una acción que consista en que un agente provoque hecho
guno. ¿Abriga esta consecuencia del volicionismo alguna dificultad espe^
ciab No lo creo, ya que el querer hacer algo se concibe como un llP
de acto mental y muchos actos mentales no pueden concebirse w
mente como algo que comporte provocar acaecimientos de ninguna <•*
se. El acto de p en sar proporciona una buena ilustración de este pu •
cuando me pongo a pensar silenciosamente, h ag o algo, pero lo q«e 1
go no parece consistir en que cause que ocurra alguna cosa. Eue •
3ien suce er que en el transcurso del pensar experimente imagen^ e
i as o visuales de diversos tipos, pero sería completamente erroi

218
__ -------- --------------------------------------------------------- Acción, mtención y voluntad
incluso absurdo considerar mi pensar como algo que consiste en que
cause que yo mismo tenga tales experiencias.
Dirijamos ahora nuestra atención al otro rival del volicionismo a sa­
ter, la teoría de que las acciones son mociones corporales cuyas causas
son las activaciones de determinados complejos de creencias y deseos
La principal ventaja que tiene el volicionismo sobre esta otra concepción
la comparte con la teoría de la causalidad agentiva y es que no presenta
el aspecto de elim in ar en vez de iluminar el concepto de ser un agente.
En la medida en que el volicionismo considera el querer hacer algo co­
mo una forma primitiva e irreducible de acto mental —lo que he descrito
anteriormente como una operación ‘ejecutiva’ especial de la mente, total­
mente distinta de estados de actitud proposicional como los de creencia
y deseo— , no intenta ‘reducir’ todos los casos en que se tiene un agente
que realiza algo a un caso especial de causación de acaecimientos. (Al
propio tiempo, tampoco trata la noción de causalidad agentiva como
primitiva, porque analiza el que un agente provoque un acaecimiento en
términos de que un acto de voluntad del agente cause ese acaecimiento.
No hay aquí amenaza alguna de circularidad porque, como he señala­
do hace un momento, el querer mismo no se concibe como un tipo de
acción que consista en que el agente provoque hecho alguno.) Por tanto,
la objeción que el volicionista puede tener contra la segunda teoría rival
es que, al restringir los antecedentes mentales de la acción a las creencias
y los deseos (o a las ‘activaciones’ de los mismos), pasa por alto un ele­
mento crucial, a saber, el elemento de elección, ya que, en electo, el que­
rer puede concebirse como elegir actuar de una manera en lugar de otra
por ejemplo, comprar un billete de lotería o no hacerlo cuando se da
la oportunidad. Si somos racionales haremos nuestras elecciones a la hu
de nuestras creencias y nuestros deseos, pero suponer que nuestras creen­
cias y nuestros deseos determinan causalmente nuestras acciones, como
,0 hace la segunda de las teorías rivales, parece eliminar este elemento
de elección y, con él, cualquier noción genuina de racionalidad. Con
ello, llegamos, sin embargo, al difícil problema de la liberta e a \oun
tad, el cual debemos ahora examinar con detalle.

LA LIBERTAD DE LA VOLUNTAD

La cuestión de si tenemos o no ‘libre albedrío es en la m'


dida una cuestión para la metafísica como para a i oso ' ramifica-
no tenemos aquí el espacio necesario para entrar en ‘ ‘ : un 0
ciones. En realidad, podría sospecharse que esa cuestión ‘ P
foen, de lugar en un libro de filosofía de la mente la
Se ^ si la? consideraciones f r i c a s reanvas b ^
" ’ente humana tienen algo que ver roñ e - ' Íricíis mostrasen que
gunta de cómo podría ser que las evtdt ;• d h cho existen re­
tenemos o que carecemos de libre albedno Pero de

219
Filosofía de la mente
su liados empíricos que parecen tener que ver con esta pregunta, datos
que provienen de ciertos experimentos ingeniosos realizados por el em,
nente neurofisiólogo Benjamín Libet.19
En los experimentos de Libet se les pedía a los sujetos expermaai-
tales que realizasen determinados movimientos corporales sencillos -
como flexionar un dedo— en repetidas ocasiones, habiendo aquellos de
elegir por sí mismos el momento de iniciar la acción. A los sujetos se les
pedía también que estimaran el momento de tiempo en el cual elegían
iniciar un movimiento concreto, fijándose simultáneamente en la posi­
ción de una luz que daba vueltas como si recorriese la esfera de un re­
loj. (Tal estimación está, por supuesto, sujeta a errores, pero Libet ideó
un modo de medir el error probable mediante otro procedimiento expe­
rimental.) A lo largo de todo el experimento se utilizaba un aparato suje­
to al cuero cabelludo del individuo para registrar la actividad eléctrica
de la parte del cerebro conocida como córtex motor, que se ocupa del
movimiento corporal voluntario. Se sabía ya que, con anterioridad a un
movimiento corporal voluntario, tiene lugar en el córtex motor un cam­
bio negativo lento en el potencial eléctrico, el cual comienza medio se­
gundo antes que el propio movimiento. Lo que, sin embargo, descubrió
Libet es que la elección consciente del sujeto de hacer el movimiento
ocurre solamente alrededor de un quin to de segundo antes de que em­
piece el movimiento, y por lo tanto, notablemente después de la activa­
ción del llamado ‘potencial de preparación’ del cerebro. Ello parece im­
plicar que los movimientos volu ntarios no se in ic ia n mediante
‘elecciones’ conscientes de los sujetos, sino más bien mediante procesos
cerebrales inconscientes que preceden a sus ‘elecciones’.
¿Qué es lo que podemos concluir de estos resultados, suponiendo
que sean fiables?20 En principio pudiera pensarse que los resultados
muestran que la ‘elección’ es solamente una ilusión, es decir, que cuando
uno se imagina a sí mismo moviendo el dedo según la propia volición
consciente, el movimiento es causado de hecho por procesos inconscien­
tes previos que causan también el propio estado consciente, consistente
en que a uno le parece ‘elegir’ la realización del movimiento. Esto signi i
caria que las elecciones’ o ‘voliciones’ conscientes son epifenomenia^
en lugar de genuinamente eficaces. ¿Qué demostración más clara po na
haber de la fa lta de libre albedrío? No obstante, tal como Libet señala. &
cosas no son tan simples. Por de pronto, Libet descubrió que los sujeta**
parecen tener un poder de ‘veto’ sobre sus movimientos voluntarios, e
ecir, que incluso después del momento de la elección consciente e e.
to avia posible a un sujeto abstenerse de hacer el movimiento. Por

Wtll in ^ ,Ct’ Cnconsaous Cerebral Initiative and the Role - ,


en su N eu ro o h Z ^/Cll0n • ^ ehavioral a n d B rain Sciences 8 (1985) pp. 529-66. rcl,np
20 Para s^r ° ó <"0" iC,0,,'S,'e* , <Boston' Mass-; Birkhaüser, 1993) . p.
bet pordem nlo n * han, SUSC,,ado al8unas ¿ “das relativas a los exper.mentos*

2 2 0
...---------------------------------------------------------- --------Acción, intención y voluntad
sugiere que aunque nuestras elecciones conscientes no inicien nuestras
acciones, todavía ejercemos un control sobre nuestras acciones mediante
nuestra elección de actuar o no actuar. En vista de nuestra discusión an­
terior del volicionismo en este capítulo, es igualmente interesante el he
cho de que los experimentos de Libet parecen proporcionarle un apoyo
empírico al concepto mismo de 'volición', concebido como un tipo espe­
cial de operación mental ejecutiva. Ciertamente, algo que conocemos
por otros trabajos experimentales es que cuando se provocan los movi­
mientos de las extremidades de un sujeto medíante estimulación eléctrica
directa del córtex motor, el sujeto declara enfáticamente que no está mo-
viendo él mismo sus extremidades, por su propia volición 21
Sin embargo, aunque estos resultados sean interesantes, podría
pensarse que no llegan al meollo del problema del libre albedrío. Aun si
se concede que los experimentos de Libet son compatibles con el vere­
dicto de la ‘psicología de sentido común’ de que los actos de voluntad o
de elección conscientes desempeñan un auténtico papel causal en la gé­
nesis de nuestros movimientos corporales voluntarios, la libertad de
nuestra voluntad parece todavía verse amenazada al reflexionar en la
cuestión de si nuestras elecciones conscientes están ellas mismas deter­
minadas causalmente por acaecimientos y procesos anteriores, toda vez
que parece estar comprometida sea cual sea el modo en que se decida
esta cuestión. Por una parte, si nuestras elecciones conscientes simple­
mente son las consecuencias causales de largas secuencias de causas y
efectos que se prolongan retrospectivamente a la época anterior a nues­
tro nacimiento, es difícil ver en qué sentido podemos nosotros ser res­
ponsables de esas elecciones .22 Pero, por otra parte, si nuestras eleccio­
nes conscientes no tienen causas, o no están causalmente determinadas
de manera plena, sería difícil admitir que no fueran sino sucesos aleato­
rios que ocurren meramente por azar, lo que de nuevo parece incompa­
tible con la idea de que nosotros somos responsables de ellas.
Con todo, quizá exista un camino intermedio entre las alternativas
de este dilema, Como he mencionado anteriormente, consideramos que
es una señal de la persona racional el que ésta efectúe sus e ecci°™"^
h luz de sus creencias y sus deseos: pero esto no equiva e necesaria c
te a decir que una persona racional es alguien cuyas eeccion .
cansadas por sus creencias y sus deseos. Realmente, o qu - ^
mente diríamos es que es una contradicción en Jos terminos

21 Algunos de estos estudios clásicos de estimulación' ^ ^ ^ Y jv e r o o o l Lnivcrsity


Penfteld; véase su Uw Excitable Cortex in ConsciousMan (Liverpool.

22 in d e fe n sa de esa tesis de que el libre es Press,


causal, véase Peter van Inwagen, An Ecsav on nx por tanto rechazo la
1983), capítulo 3. Me convencen los argumentos cc v . lernl¡n¡smo. Pero he de dc-
doctrina rival de que el libre albedrío es compati e c doctrina; véase, por ejem-
C1,r que muchos filósofos contemporáneos aceptan e- ‘ ‘ h Want¡ng (Oxford:
P'o. Daniel C. Dennett, Bbow Roo,,,. Tbe Vanenes oj h ee
c brendon Press, 1984)

2 2 1
Filnsnlta d e la m ente

una elección como determ inada causalm ente de ese modo (.u,ln,ii, o
oímos el modo de actuar a la luz de nuestras creencias y nuestra
no sentimos que nuestras creencias y nuestros deseos causen
mos el modo en que lo hacemos, sino que más bien concebimos Im, '
tras creencias y nuestros deseos com o algo que nos da razones p.,,., ^
gir. Elegir actuar de un cierto m odo p o r u n a razón difícilmenic
describirse como algo que ocurre meramente al azar, pero tamP(K() ,urt
ce adecuado concebirlo com o algo determinado causalmenie. i n.i UK.V
tión a la que habremos de volver, cuando discutamos con más deialk-1;
relación entre las razones para y las causas de una acción, es la óv si ¡„
demos realmente disponer de un camino así para solucionar el dilema
Pero aunque resultase que pudiéram os distinguir de un mm
apropiado entre razones y causas, todavía quedarían problemas asi p,,
dría decirse que si existen las elecciones conscientes, está claro que
bien son parte de la red universal de causas y efectos, o bien no lo v,r.
pero si lo son, entonces están causalm ente determinadas y en conse­
cuencia nuestra voluntad no es ‘libre’, mientras que si no lo son. enton
ces no son eficaces causalmente y la ‘elección ’ es una ilusión I I proble­
ma se vuelve especialmente urgente si presuponem os la verdad dd
principio (fuerte) de clausura causal de lo físico, del que hablamos en d
capítulo 2. Tal como allí se formulaba, se trata del principio de que en
todo momento de tiempo en el que un estado físico tiene una cans í, ne­
ne una causa física enteramente suficiente. Este principio implica qm
cualquier moción corporal que supuestamente esté causada por la do
ción de un agente tiene en el m om ento de la elección una causa ínu
enteramente suficiente, y que esa causa física tiene también una oun\
física enteramente suficiente en cualquier m om ento anterior al de b
elección. Parecemos vernos forzados a concluir que, o bien (D el aun
de ‘elegir’ de un agente es de hecho idéntico con algún estado tísico
presumiblemente un estado del cerebro del agente— , que está poi cnu
ro causalmente determinado en todos los momentos anteriores por
dos físicos anteriores, o bien (2) el acto de un agente de elegir no t
causalmente eficaz. Ninguna alternativa parece compatible con la not un
de que tenemos ‘libre albedrío’. (ll.
Pero de nuevo no deberíamos precipitarnos en extraer tal conc^
sión. Como vimos en el capítulo 2, el principio fuerte de la clausura o
sal de lo físico es controvertible, Además, deberíamos recordar o sr ■
tados de Libet relativos al poder de ‘veto’ que tiene la voluntac t u*
os procesos inconscientes del cerebro de un agente iniciaran un (■
minado m °vimiento
----------- w i j ycorporal
u ia i con ¿anterioridad
m i c n u n u t i u al acto de
- ^ ^ imlien(0
el
cíente del agente de realizar ese movimiento, parece que el ^
je u^v
no o hacen inevitable esos procesos cerebrales en el momento riiutir
po en que se dan; al parecer, el agente conserva el poder de I ’
que
-i e movimiento
■ iiuviuuiiuo siga adelante o bien de revocarlo duranto uu*« i ^.
------ , - ■ -r Creo
cion e segundo antes de que ese movimiento tenga lugar-
humana**1*
a imagen del papel de la elección consciente en la acción

222
- ------------------------------------------------------ Acc ión, intención y voluntad
sentido y parece ser compatible con las evidencias empíricas disponi­
bles. Pero pienso que solo tendrá sentido para los filósofos que no in
tenten reducir la noción de acto de elección a la de un acaecimiento
que meramente le 'ocurre' a una persona. Creo que para aceptar esta
imagen se ha de aceptar como primitivo e irreducible el concepto de ser
agente - « 1 concepto de ser activo’ en lugar de 'pasivo'. Puede muv bien
argumentarse, sin embargo, que de todos modos eso es algo que'debe
mos hacer, si es que queremos mantener nuestra concepción de nosotros
mismos com o sujetos de experiencias autónomos y racionales Pero pare­
ce que sin esa concepción de nosotros mismos la indagación racional se
torna imposible y con ella cualquier argumentación filosófica

MOTIVOS. RAZONES Y CAUSAS

¿Por qué actúan las personas del modo en que lo hacen? Algunas
veces, al plantear este interrogante, estamos inquiriendo por los motivos
de las personas para actuar de determinada manera. Otras veces estamos
tratando de descubrir su razones para actuar, y otras lo que queremos es
saber las causas de sus acciones. No todos los filósofos de la acción esta­
rían de acuerdo en que las nociones de motivo, razón y causa sean clara­
mente distintas, pero algunas de las maneras comunes de hablar sugieren
que lo son. Por ejemplo, supongamos que un menor es acusado ante el
juez de un cierto acto de vandalismo, como romper todas las ventanas de
su colegio. Al preguntársele por sus razones para comportarse de ese
modo, el menor podría contestar que no tenía ninguna razón, que lo hi­
zo sólo porque se sintió inclinado a hacerlo cuando se presentó la oca­
sión. Podría negar en particular que lo hubiera hecho con premeditación,
y, realmente, nosotros podríamos estar de acuerdo en que la acción fue
una acción completamente irracional y sin sentido, Por otra parte, un psi­
cólogo podría considerar que el menor tenía fuertes motivos para actuar
de ese modo, como por ejemplo que lo hizo por sentimientos de frustra­
ción, amargura y celos. Un auxiliar social podría también tratar de expli­
car la conducta del menor como una conducta causada por la pobreza
de su entorno familiar y los malos tratos recibidos en su infancia
Una consecuencia cuestionable de esos modos de habar es que
las acciones que proceden de estados emocionales, como e miec o o o.
celos, son ‘irracionales’ por esa misma razón y se han de ccmtrastar con
las acciones que proceden de un frío cálculo de los costes > ^e? e ! _
probables. Pero el modelo de un agente perfectamente racional con
un calculador carente de emociones es un modelo no
perficial.23 Algunas veces, una respuesta ‘emociona

Para mayores detalles sobre las relaciones c‘nlrcr‘* ^ Press.^1987). Véase también
Sousa, The Rationality of Emotion (Cambridge. Alass . ‘ , Action, Emotion
Hialbere, and Action, capitulo
Perception,. Emotion .................
nerg, Perception . - >' , >
“ "d WiU (Londres: Routledge and Kegan Paul. 196^0. capiti

223
Filosofía de la mente
sólo es comprensible sino conecta, en el sentido de que deberíamos
considerar como un defecto moral de la persona el que no reaccio n a
de ese modo. Tampoco existe ninguna incompatibilidad entre ser rac io­
nal y ser moral. En cualquier caso, no puede trazar.se ninguna distlnc ,(,n
precisa entre emoción y deseo, ya que, com o he señalado anteriormen­
te, es algo generalmente aceptado que los estados puramente cognitivos
J c o m o se considera comúnmente que son las creencias— no pueden
por sí mismos proporcionar razones que motiven la acción; ademas
requiere el deseo (o, cuando menos, algún tipo de ‘actitud-pro ) Real­
mente, la sola mención aquí de ‘razones motivadoras’ demuestra qu e nn
puede separarse completamente el hablar de ‘motivos’ y el hablar de ra­
zones’.
En apoyo de la afirmación de que no puede trazarse ninguna dis­
tinción precisa entre emociones y deseos debo insistir en que las emo­
ciones no deberían concebirse com o m eros ‘sentim ientos’ — incluso
como en el caso del miedo, aunque com porten algunas veces sensa
ciones corporales de determinados tipos característicos— , puesto que
son estados intencionales, en el sentido de que son ‘acerca’ de cosas
que están fuera de ellas. Por ejemplo, se puede estar enfadado acerca
de la grosería de otra persona y angustiado a cerca de una inminente
entrevista para un trabajo. Ciertamente, el deseo fue considerado tradi-
cionalmente como una emoción o ‘afección’ por filósofos como D e s ­
cartes y Spinoza.
Una cuestión más controvertida es la de si podem os mantener se­
parados el hablar de razones para la acción y el hablar de las c a u s a s
de una acción. En la sección anterior he sugerido que describir a una
persona racional como alguien que efectúa sus elecciones a la luz de
sus creencias y sus deseos no equivale necesariam ente a decir que una
persona racional sea alguien cuyas elecciones son causadas por sus
creencias y sus deseos. Pero esta sugerencia puede ser puesta en cues­
tión sobre las bases siguientes. Supongamos que estamos tratando de
averiguar cuáles puedan ser las razones de una persona para llevar a
cabo una determinada acción. Por ejemplo, por usar un ejemplo ante­
rior, supongamos que queremos saber cuáles eran las razones de Juan
para alargar la mano hacia el salero. Si le preguntamos, posiblemente
él mismo nos diga que lo hizo porque deseaba que hubiera mas sal en
su comida y creía que el salero estaba lleno. Pero podría sostenerse
que el que Juan tenga ese deseo y esa creencia, aunque le dio a el una
razón para actuar como lo hizo, no constituía realmente su razón para
actuar a menos que como mínimo fuera en parte responsable causa -
mente de su acción de alargar la mano hacia el salero. En esta concep­
ción, el único modo en que podemos explicar la diferencia entre tener
meramente una razón para actuar de un cierto modo y actuar realmen­
te p o r esa razón consiste en suponer que en el último caso uno actúa
porque tiene la razón, en un sentido causal de ‘porque’. Ello imp»ca
que, ejos de ser el caso que las razones y las causas de la acción SQI

224
Aecum, intención y voluntad
totalmente distintas, las razones han de ser causas cuando los acentes
actúan‘por’ razones.24 íb
Sin embargo, aunque sea verdad que existe una diferencia entre el
mero tener una razón para actuar de un cierto modo y el actuar real­
mente p o r esa razón — lo que requiere alguna explicación— , no es in­
contestable que el único modo de explicar esa diferencia sea el que se
acaba de proponer. Ciertamente, contra esta explicación podemos alegar
el hecho, mencionado anteriormente, de que, cuando escogemos el mo­
do de actuar a la luz de nuestras creencias y nuestros deseos, no senti­
mos que esas creencias y esos deseos causen nuestra elección. Además,
a la teoría de la acción que mantiene que las razones son causas se le
plantea un problema de ‘cadenas causales desviadas’ parecido al que
afecta a la teoría causal de la percepción y que tratamos en el capítulo
ó. En realidad puede argumentarse que el problema es más difícil de so­
lucionar en el caso de esta teoría de la acción.
Para ver el modo en que se plantea aquí el problema, considérese
otro ejemplo de comportamiento de Juan en la mesa. Supongamos esta
vez que Juan realmente desea volcar el vaso, quizá para provocar una
distracción mientras roba el collar de diamantes de la mujer que se
sienta a su lado. Por lo tanto, alarga su mano hacia el salero como si
fuera a asirlo con la intención de volcar el vaso dando una muestra de
torpeza. Sin embargo, está tan excitado con la perspectiva de apropiar­
se del collar, que su propio deseo de volcar el vaso provoca que le
tiemble la mano al acercarla al vaso y que realmente lo vuelque de mo­
do accidental en lugar de intencionado. Recordemos en este punto el
análisis causal de la intencionalidad examinado antenormente, donde S
es una persona y e un acaecimiento que constituye una moción del
cuerpo de S■

(O El acaecimiento e es intencionado por parte de S según la descrip­


ción de hacer H si y sólo si e fue causado por (la activación de)
determinados estados de actitud proposicional de S que constituían
las razones de S para hacer H e n las circunstancias en cuestión

P arece q u e (I) im p lica, erró n eam en te, que en nuestro último ejemplo
Juan v o lc ó el v a so in te n c io n a d a m e n t e , pues, según la teoría e a ac

P a ra e s ta lín e a d e argumentación ele la tesis


v é a se D a v id s o n ‘A ctio n s , R e a s o n s a n d C a u s e s . Sin
d ° q u e la s ra z o n es' p u e d a n s e r c a u sa s; v éa se, poi
^Pítulo 10.

225
Filosofía cie la mente --------------------------------------------------- ------------------------------------------------------------

gue por (I) que Juan volcó el vaso intencionadamente, y sin embargo,
está claro que no lo hizo así.**'"’
Lo que de este ejemplo se desprende es, según creo, que la chk
rencia entre tener meramente una razón para actual de un cieno modo
y actuar realmente p o r esa razón, 110 p u e d e sei explicada diciendo sim­
plemente que en el último caso uno actúa p o rq u e posee esa razón, en d
sentido causal de ‘porque’. Realmente, el que las creencias y los deseos
que le proporcionan a una persona una razón para actuar de un cieno
modo causen que ella actúe de ese modo parece ser incompatible con
que actúe de ese modo p o r esa razón. Si ello es así, entonces el proble­
ma no es simplemente el de hallar la relación causal apropiada entre
razones y acciones que excluya cadenas ‘desviadas’ com o la que ac alxi
mos de examinar, sino que sucede más bien que la teoría de la aecum
que mantiene que las razones son causas debe ser completamente re­
chazada. (A propósito, nótese que el análisis alternativo de la intencio­
nalidad del que hablamos anteriormente — véase (II) más arriba— no
resulta refutado por este ejemplo, puesto que plausiblemente podemos
decir que Juan no sabía que estaba provocando el acaecimiento del
vuelco del vaso. Él creía, y creía con verdad, que estaba provocando un
acaecimiento de ese tipo, pero no sabía que estuviera provocando el
acaecimiento particular de ese tipo que ocurrió.)
Existe otro tema que debería mencionar y que incide en la cues
tión del modo en que las razones para la acción se relacionan con las
causas de la acción. Se trata del problema de la llamana d e b ilid a d de la
voluntad, o (por utilizar la palabra griega) akrasia. Algunas veces las
personas no adoptan el curso de acción que al parecer creen, conside
rándolo todo en conjunto, que es el mejor (el más deseable) de que dis­
ponen en determinadas circunstancias. Una interpretación de tal situa­
ción es que la persona de que se trata no podía r e a lm e n t e tener un
deseo de seguir el curso de acción en cuestión más fuerte que el de se­
guir cualquier otro a pesar de lo que pudiera decir en contra Cierta­
mente, si las razones son causas, es difícil ver cóm o podría ser posible
alguna otra interpretación, ya que, según esa concepción, las razones
por las que un agente actúa son las creencias y los deseos que realmen­
te causan que él actúe del modo en que lo hace, de lo cual parece que
se sigue que si un agente no actúa de acuerdo con el deseo que mam
fiesta, ello tiene que deberse a que aquel deseo fue anulado poi olI°
más fuerte que fue su razón real para su acción. Sin embargo, en la con­
cepción alternativa según la cual la elección de actuar de un modo u

Al tratar un ejemplo parecido, Donald Davidson dice. ‘Desespero de poder explio


nr ... la manera en que las actitudes deben causar las acc.ones para poder raciona1^
llndr ,SV U iFrf edom to Acl ’ Ted Honderich (ed .), Iíssays on Freecbm of M
W ^ , 7/Rr U'Üed8C ünd Kegan Paul* W 3 ) , reimpreso en Davidson, Essays ^k/
n ^ ™ t T 5" 1 Para Un Ínlento interésame de resolver el problema de las - *
Chrisl° P her Peacocke, Holistic Explanatio» Actio». ^ •
Inlupretalion (Oxford: Ciarendon Press, 1979). capítulo 2

226
----------------------------------------------- —---------------------Acción, intención y voluntad
otro que se hace a la luz de los propios deseos y creencias no es cause,
da por esos deseos y esas creencias, parece ser cuando menos pos,ble-
-au n q u e sea irra c io n a l- no elegir un curso de acción que uno desee
por encima de los demás. Dicho de otro modo, parece que según esta
concepción, el fenómeno de la debilidad de la voluntad es raímente
posible y que, además, su denominación es completamente apropiada
No obstante, la complejidad del tema es demasiado grande como para
que sigamos aquí examinándolo, de manera que voy a abandonarlo
ahora, aunque con la advertencia de que sería precipitado tratar de de­
cidir entre las dos concepciones rivales sobre la base de un tema tan
contencioso.26

CONCLUSIONES

En este capítulo hemos examinado tres teorías distintas de Ja ac­


ción: (1) la teoría que considera las acciones como mociones corporales
cuyas causas son los desencadenantes de determinados complejos de
creencias y deseos, (2) la teoría de la causalidad agentiva, que sostiene
que una acción consiste en que un agente provoque un acaecimiento y
toma esta última noción como primitiva e irreducible, y (3) la teoría voli-
cional, que sostiene que todas las acciones comportan una operación
‘ejecutiva’ especial de la mente, la cual recibe las diversas denominacio­
nes de ‘volición’, ‘acto de voluntad’ o ‘elección’. Como podrá sospechar­
se, mis propias simpatías se dirigen a la teoría volicionaí porque, al igual
que la teoría de la causalidad agentiva, no trata de eliminar la noción de
ser un agente o de reducirla a alguna otra cosa, y sin embargo no se ve
forzada a postular una especie de causación característica y según todas
las apariencias misteriosa. Pienso que el vrolicionismo está implícito en
los modos de pensar y hablar acerca de la acción del sentido común o
de la ‘psicología popular’, que puede defenderse además contra las ob­
jeciones filosóficas usuales y que resulta ser compatible con. o incluso
confirmado por, las investigaciones empíncas sobre la neurofisiología e
la acción. Pero se debería insistir en que, con todo, el volicionismo^ es
todavía una opinión minoritaria entre los filósofos de la mente contení
ponineos,
Hemos explorado también cuestiones relacionadas con la inwnc«>-
nalidad, la libertad de la voluntad y la base motiyac.onal actuar nu-
mano. Examinamos dos enfoques rivales acerca de a cu<ys _ j^ben
tencionalidad y la cuestión relacionada del mo o en qI -
identificar las acciones, favoreciendo provisiona men e .*

* Para el característicamente sutil a n á l ^ de^lXMwW Feinbeijt


hilidad de la voluntad, véase su How is Wea ne^s ° 1070) rejmpreso en Davidson, B-
(ed.) Morat Coucepls ( O x lo id : O x fo rd Un.wna.y Pr<~, 1970). mmp
Sa.vs on Actions a n d Iivents.

227
----------- -------------------------------
la teoría de la causalidad agentiva y al volicionismo. No es sorprendente
que no llegáramos a ninguna solución sólida del problema del libre al­
bedrío, pero parece que com o mínimo tiene sentido suponer que mies
tras elecciones conscientes sobre cóm o actuar podiian ser lanto causal-
mente eficaces como racionales sin estar enteram ente determinada
causalmente por acaecimientos físicos anteriores. No hay casos comple­
tamente claros que nos hagan decir que las razones por las qu e actúa
un agente deben ser causas de sus acciones. En realidad h a y razones
para afirmar lo contrario, es decir, que nuestra familiar concepc ión de
nosotros mismos como sujetos de experiencias autónomos y racionales
requiere que no nos concibamos com o seres para quienes las creencias
y los deseos que constituyen su razón para actuar son los que causan
sus actos. Tal vez esa concepción de nosotros mismos pueda v er s e cues­
tionada como algo que en último término es incoherente dada una con­
cepción naturalista de los seres humanos y del mundo en que viven. \<.
estoy nada seguro de que ese cuestionamiento estuviera justificado, sino
que, por el contrario, estoy bastante convencido de que nuestra actual
concepción de nosotros mismos no es algo que podamos abandonar fá­
cilmente. Más aún, tengo la fuerte sospecha de que la filosofía misma no
podría sobrevivir a tal abandono.
10
Identidad personal
y conocimiento de uno mismo
En el capítulo 1 describí la filosofía de la mente como el estudio fi­
losófico de los seres dotados de mente en la medida en que están dota­
dos de mente. El término general que introduje para referir a un ser que
tiene mente era el de sujeto de experiencias — interpretando aquí expe­
riencias1 en un sentido amplio que incluyera cualquier clase de sensa­
ción, percepción o pensamiento. Supongo que el término sujeto de ex­
periencias1 es más amplio que el término persona’, es decir que, si bien
todas las personas son (al menos potencialmente) sujetos de experien­
cias, no todos los sujetos de expenencias son personas. Ello se debe a
que pienso que al menos algunas criaturas no humanas, como los chim­
pancés, son realmente sujetos de experiencias aunque puedan no ser
personas. Es perfectamente concebible que haya personas no humanas,
pero que existan en realidad es algo que puede cuestionarse. ¿Qué es
entonces lo que es característico de las personas por contraposición a
otros sujetos de experiencias? Sugiero que lo siguiente: una persona es
un yo, es decir, es un sujeto de experiencias que tiene la capacidad de
reconocerse a sí mismo como sujeto individual de experiencias. Un >o
posee conocimiento reflexivo. Por ‘conocimiento reflexivo entiendo. ía
blando laxamente, conocimiento de la propia identidad y estados men^
tales conscientes, es decir, conocimiento de quién es uno \ de o que
está pensando y sintiendo. Como veremos, existen algunas comp 1C‘IC1(^
nes a la hora de especificar esta noción de un modo comp ^ram<Tnt^ ^
tisfactorio, si es que al final esto puede lograrse. Pero ia an ° ‘ ' j
mente de nuevo— la posesión del tipo de conocimiento re l,
uno mismo que le hace a uno una persona se presenta )un °
sesión de un concepto de ‘primera persona de uno mis™ ^ entendién-
ja lingüísticamente en la capacidad de usar la pa a ra y
dola para referirse a uno mismo. suponiendo
Pero ¿a qué clase de cosa se rdK-r I- s()V VO? A| formular
que realmente se refiera a algo? ¿Que cías jas cuestiones que tra-
esta pregunta volvemos, claro esta, a algu <• filósofos han ofrecido
tamos en el capítulo 2. Vimos allí que IS ” ■encj0 algunos que yo’
respuestas muy diferentes a esta cuestión, s - __ Qtros que se refiere
se refiere a un determinado cuerpo — mi cuc (

229
Filosofía ele la mente
a algo completamente no físico, com o un alma o espíritu inmaterial. v
otros que se refiere a algo que es una combinación de cuerpo \ aini )
Otra respuesta que también es posible es que ‘yo 1 se refiere a una tola,
ción de pensamientos, sensaciones y sentimientos — ‘mis’ pensamientos,
sensaciones y sentimientos. Pero podría sorprendernos que los ! i1om)|os
estén tan radicalmente en desacuerdo acerca de a qué clase de cosa v
refiere ‘yo’ y estén, sin embargo, tan seguros de que se refiere a aluiK
Tal vez debiéramos cuestionar ese supuesto, o, aunque lo aceptemos, tal
vez debiéramos poner en cuestión el supuesto de que yo’ se refieie a
una cosa del mismo tipo siempre que se la usa para referirse a algo
Quizá una persona o un ‘yo’ no constituya un tipo de cosas cuyos ejem­
plares estén todos sujetos a las mismas condiciones de identidad Tal
vez ser una persona o un yo sea desem peñar un cierto papel o reali/at
una función — un papel o una función que podría ser desempeñado o
realizado por cosas de muchos tipos distintos. Por ejemplo, podría sos­
tenerse que ser una persona es un papel que ahora desempeña mi cuer­
po y que ha desempeñado mi cuerpo durante la mayor parte de mi
existencia, pero que durante las primeras semanas o meses de mi exis­
tencia no desempeñaba ese papel. Ello implicaría que, al menos en mi
caso, ‘yo’ se refiere a mi cuerpo, pero que hubo momentos de tiempo
en los que yo (es decir, mi cuerpo) existía pero no era (todavía) u na
persona. En el curso del presente capítulo examinaremos más detallada­
mente estas y otras posibilidades.
Otro conjunto de temas que tendremos que explorar concierne al
conocimiento de nuestros propios estados mentales y de su contenido.
¿Cómo es que parece que tenemos un conocimiento incontestable de lo
que estamos pensando y sintiendo? ¿O es que nuestra creencia de que
tenemos tal conocimiento carece de hecho de fundamento? Si ello íueia
así, aún habríamos de explicar la frecuencia y tenacidad de esa creencia
Sin embargo, comencemos por el fenómeno de la autoreferencia. es de­
cir, con el uso comprensivo de la palabra ‘yo ’.

LA PRIMERA PERSONA

Aunque los niños adquieren el uso del pronombre de prime ra per


sona yo en un estadio muy temprano de su desarrollo lingüístico en-
ten er a semántica del discurso de primera persona es algo sorprenden
temente difícil. Resulta fácil decir cuál es la función lingüística ele‘ ¿
pa a )ra y o , de un modo que satisfará a la mayoría de las personas. 0
es a pa a ra (del español) que todo el mundo utiliza para referirse a
mismo. ^ arece que todas las lenguas humanas tienen una palabra o un*
expresan que equivale a esto. Pero la dificultad que los filósofos tienen
en ^com prensión del significado de la palabra yo' surge de la
m fnSn PtÍC 1Can de Una manera que no sea circular y que resuhe > ;
minadora, lo que es 'referirse a sí mismo’, en el modo — al
' especu que
J m,L

230
Identidad
ua persona!
peisoncuy conocimiento dejnio misnjo
acompaña al uso comprensivo de Ja palabra ‘yo’. Hablo aquí deliberada
mente del uso comprensivo de la palabra ‘yo’ (del uso de la palabn yo'
entendiéndola), porque, por ejemplo, se podría decir que incluso’un or
denador que carece completamente de mente se ‘refiere a sí mismo'
cuando muestra en pantalla un mensaje como Estoy preparado * De
igual modo, es concebible que se pudiera enseñar a un loro a proferir
las palabras ‘Yo tengo hambre’ siempre que tenga hambre, en cuyo caso
podría decirse que utiliza el pronombre de primera persona para* referir­
se a sí mismo, pero ello no implicaría que tuviera un concepto de pri­
mera persona de sí mismo, como parece que se requiere para usar el
pronombre ‘yo’ con comprensión.
La dificultad a la que estoy aludiendo puede tal vez ponerse de ma­
nifiesto al comparar el uso comprensivo de la palabra ‘yo’ para refenrse a
uno mismo con el uso comprensivo de otros términos singulares para re­
ferirse a uno mismo. Por ejemplo, yo puedo utilizar mi nombre de perso­
na, ‘J onathan Lowe’, para referirme a mí mismo. Igualmente, puedo utili­
zar determinadas descripciones para referirme a mí mismo, como ‘el
autor de este libro’ o ia persona que está sentada en esta silla'. Sin em­
bargo, un rasgo curioso de la palabra ‘yo' es que parece que está garan­
tizado que se refiera a una persona totalmente específica en cualquier
ocasión de uso y de tal modo que la persona que la usa no puede equi­
vocarse sobre a qué persona se refiere — a saber, a ella misma—. Ese ras­
go no acompaña a los otros modos de referirnos a nosotros mismos. Yo
puedo olvidarme de que soy Jonathan Lowe o llegar a dudar de que yo
sea el autor de este libro, pero no puedo dudar de que yo soy yo. Se po­
dría desechar esto calificándolo de trivial, como al hecho de que no pue­
do dudar de que Jonathan Lowe es Jonathan Lowe. Pero esta sería una
respuesta demasiado precipitada y superficial. Puede ponerse de mani­
fiesto que no es un asunto trivial al considerar el siguiente tipo de ejem­
plo. Supongamos que, tras entrar en una casa ajena y al caminar por un
pasillo, veo una figura humana que se me está acercando y me formo e
siguiente juicio: ‘Esa persona tiene una apariencia sospechosa. Me o)
entoces cuenta, de repente, que la persona en cuestión soy yo mismo, ie
flejado en un espejo que hay al final del pasillo. Aunque, en un cierto
sentido, yo sabía a quién me estaba refiriendo al utilizar la ^xPresion ^
mostrativa ‘esa persona’ — a saber, a la persona que parecía es ai‘ a
candóse— , está claro que existe otro sentido en e aia . ^ / L í niismo
quién me estaba refiriendo, puesto que me estaba re ínen < ism(y aj
sin saberlo. Por tanto, es claro que, al modo en
modo que comporta este ejemplo, no me reJ
ra que en este último caso i
que lo hago cuando utilizo la palabra yo, y- ^ - refiriendo,
existe una posibilidad similar de no saber a quien me

1 En este punto y a lo largo de todo el capitulo el *^ onomforé personal resulta


claro está, que en español — al contrario que en ingles P
muy frecuentemente elidido (N . de la T )

231 i
Filosofía de la mente
Este rasgo del uso de la palabra yo se en cu cn tu estechamente
asociado al hecho de que determ inados juicios de primera persona
muestran lo que se denomina a veces ‘inmunidad al error debido ¿,
identificación equivocada.“ Es peifectamente posible hacei un juicio de
primera persona erróneo, de la forma ‘Yo soy F , de la misma manera
que es posible hacer un juicio erróneo de tercera persona, de la forma
‘5 es F . Sin embargo, mientras que ‘5 es F puede ser erróneo de dos
modos diferentes, parece que determinados juicios de la forma Yo soy
F sólo pueden ser erróneos de una sola m anera. Comparemos, poi
ejemplo, los dos juicios ‘Juan está irritado’ y ‘Yo estoy irritado'. Al ham
el primero de estos juicios puedo estar equivocado acerca de qué es lo
que Juan siente o acerca de quién está irritado. Por un lado, tal vez Juan
esté celoso en vez de irritado. Por el otro, quizá no sea Juan quien esta
irritado, sino alguna otra persona a la que he confundido con Juan. Pero
consideremos ahora el segundo juicio, ‘Yo estoy irritado’. Aquí también
es posible que esté equivocado sobre q u é es lo que yo siento; puede ser
que crea que estoy irritado cuando en realidad lo que yo siento son ce­
los. Pero lo que no parece tener ningún sentido es que pueda confundir
la irritación de ninguna otra persona con la mía. No obstante, no todos
los juicios de primera persona tienen esta propiedad de inmunidad al
error debido a una identificación equivocada; según parece, los únicos
que la tienen son los que comportan la atribución a uno mismo de un
estado psicológico consciente. Consideremos, por ejemplo, el juicio ‘Es­
toy tocando la mesa con la mano’, realizado sobre la base de lo que
puedo ver y sentir. Aunque sea improbable, es concebible que de hecho
no sea mi mano la que está tocando la mesa, sino la de la persona que
se sienta a mí lado, que es muy parecida a la mía, y que lo que real­
mente siento es que mi mano toca otro objeto cercano. En ese caso, es­
toy equivocado acerca de quién está tocando la mesa, de un modo en
que no podría estar equivocado acerca de qu ién está irritado cuando ha­
go el juicio ‘(Yo) estoy irritado’.
Algunos filósofos parecen pensar que, cuando la palabra yo’ se uti­
liza como al hacer el juicio ‘(Yo) estoy irritado’, no puede realmente estar
funcionando como una expresión referencial, precisam ente debido ci que
en tales casos la referencia errónea está, según parece, excluida.-’ Esos ti-

La expresión inmunidad al error debido a identificación equivocada' se debe a


ney Shoemaker; véase su *Self-Reference and Self-Awareness, Jo u rn a l o f Phlioso/>by ^
0 9 6 8 ), pp 555-67, reimpreso en su ldentily, Cause, a n d Mind: Philosopbical Hssov* <Cani-
bndge: Cambridge University Press, 1984) y en Quassim Cassam (ed.) Self-Knouledgc (0\-
ford: Oxford bmversity Press, 1994). Esta noción se inspira en Wittgenstein; véase
an d Broten Books, 2- edición (Oxford: Blackwell, 1969), pp. 66 y siguientes. Véase nmilm-n
Gareth Evans The Varieties o f Reference (Oxford: Ciarendon Press, 1982), pp 179-91
Para dudas acerca de que ‘yo’ sea una expresión referencial, véase G. E. M A n > o ^
Pcr50n’ Cn Samuel Gullcnplan (ed.), M ind a n d Ixinguage (Oxford: Claicnd
(OvfnrA u\' J^imPreso cn G* E- M Anscombe, Metaphysics a n d the Philosophy q h
Oxford: Blackwell, 1981). Para una discusión crítica de esta cuestión, véase Andy
n, Anscombian and Cartesian ScepticisnV, Philosophical Quarterly W (1 9 9 U PP- 39-5

232
--------------------------------------------- hleiiluUuJ^personal t' conocumenlo de_,n,o
lósofos abrazan Ia idea de que un genuino acto de referir a algo sólo
puede darse si existe la posibilidad de error o de fallo; al modo como
podría expresarse, donde no hay posibilidad de fallo, tampoco hav posi
bilidad de éxito. Consideran por ello que la palabra 'yo' en tales contex­
tos no tiene más función referencial de la que tendría el presunto sujeto
elidido de un enunciado impersonal como ‘Llueve’. ¿Cuál sería, pues la
función de la palabra 'yo' en tales contextos, según esos filósofos? No es­
tá muy claro cóm o contestarían a esta pregunta, pero la tendencia sería
afirmar que oraciones como ‘(Yo) estoy irritado' se usan, en realidad, no
para expresar juicios que pudieran ser verdaderos o falsos, sino para'ex-
presar sensaciones internas. De acuerdo con esta concepción, decir ( Yo)
estoy irritado es expresar las propias sensaciones y no expresar un juicio
acerca de lo que se siente. Tal ‘expresión’ se considera como una expre­
sión verbal de la emoción, comparable con ‘expresiones’ de emoción no
verbales com o puedan serlo las miradas y los gestos de irritación. *
No obstante, según creo, la mayoría de los filósofos no quedarían
persuadidos por esta doctrina, y no sería la menor de las razones el que
no se subscribirían al principio de que todo acto genuino de referencia
debe dejar un espacio para la posibilidad de error. Además, considera­
rían que es intrínsicamente implausible suponer que la misma palabra
‘yo’ pueda tener dos funciones radicalmente distintas, toda vez que pa­
rece difícilmente discutible que la palabra ‘yo’ tenga una función refe­
rencial en muchos contextos de su uso ¿Cómo explicarían entonces es­
tos filósofos que la palabra ‘yo* no pueda, según parece, ser capaz de
referencia? Algunos de ellos lo atribuirían simplemente a que se trata de
una expresión por así decir reflexiva del ejemplar, semejante a expresio­
nes com o ‘aquí’ y ‘ahora’. De igual manera que toda manifestación de la
palabra ‘aquí’ se refiere normalmente al lugar en el que se realiza la ma­
nifestación y que toda manifestación de la palabra ‘ahora se refiere al
momento de tiempo en que se profiere esa palabra, según esa explica­
ción una manifestación de la palabra ‘yo’ se refiere a la persona que a
está profiriendo. En consecuencia, la regla semántica que go íerna e
uso de la palabra ‘yo’ impide la posibilidad de que alguien uti ice erro
neamente la palabra yo’ para referirse a ninguna otra cosa que no sea e
mismo,'’ Sin embargo, aunque sea importante reconocer e carac er

‘ En las Investigaciones filosóficas dice Wittgenstein en un una persona


digo “Siento dolor”, no señalo a una persona que tenga •• alguna otra per-
Del mismo modo en que no nombro a nadie a £ Luchviq Wittgenstein, Philo-
sona pueda ver por los gemidos quien sien je o>c» •* (0xford: Blackwell,
sophical Investiga tions, traducción de G. h M. Anscon
1958), p. 404. . . . ..;n,nniql v sobre la comparación entre

i
5 Para más información sobre l a rcfl^ x ' ^ ‘C p ^e c d iim s o f tbe Aristotelian SoctetyS9
‘yo’ y 'ahora', véase D. H. Melior. I and N • , (Cambridge Cambridge Lm-
(1989), pp. 79-94., reimpreso en su Mattersof¿ t p- } dc paIJc, vbuigrau (ed),
versity Piess, 1991). Véanse también los articu os e • Campbell. Past, Space,
D em o n stra res (Oxford. Oxford U n i v e ^
rmrf ¿¿^(Cambridge, Mass. MIT Press, 1)9 . P

233
Filosofía de ia mente______.----------------------------- ------------------
xivo del ejemplar de la palabra ‘y o \ no parece que aduciendo sólo esto
puedan explicarse todos los rasgos distintivos de la referencia de pnme-
ra persona que hemos venido examinando. Ello se debe a que no se
puede captar lo que de especial tiene el uso comprensivo de la palabra
‘yo’ para referirse a sí mismo citando meramente la regla semántica de
que cualquier manifestación de la palabra ‘yo’ se refiere de manera es­
tándar a la persona que la profiere, puesto que esta regla no impone
condición alguna acerca de que la persona — o la cosa— que profiera la
palabra ‘yo’ debería tener una concepción de primera persona de sí mis­
mo como un sujeto de experiencias autoconsciente, mientras que el uso
comprensivo de la palabra ‘yo’ para referirse a uno mismo sí que requie­
re esto.
Tengo que confesar que no conozco ningún modo satisfactorio de
proporcionar un análisis que no sea circular del concepto de auto-refe­
rencia propio del uso comprensivo de la palabra ‘y o ’. La capacidad para
pensar en uno mismo como uno mismo y de atribuirse a uno mismo
concibiéndose uno de este modo, diversos pensamientos y sensaciones
conscientes, parece ser una capacidad primitiva e irreducible, en el sen­
tido de que no se puede tomar com o modelo de esta capacidad ninguna
otra capacidad más general de pensar en objectos particulares y atribuir­
les propiedades. En alguna fase del desarrollo intelectual del niño, éste
adquiere esta capacidad, pero el modo en que la adquiere seguirá sien­
do un tanto misterioso en la medida en que no tengamos ningún modo
de caracterizar la capacidad en cuestión excepto en sus propios térmi­
nos.6

PERSONAS Y CRITERIOS DE IDENTIDAD

Dado que la palabra ‘yo’ tiene garantizada su referencia en toda


ocasión en que se la use con comprensión, ¿a qué clase de cosa se refie­
re cuando se la usa? La respuesta rápida sería que se refiere a una p ego­
na o yo particular. Pero, en el modo en que he venido usando los térmi­
nos persona’ y ‘yo ’, esto es, en efe cto , v erd ad sim plem ente por
definición y por tanto no resulta muy revelador, dado que he caracteriza­
do una persona como un sujeto de experiencias que tiene un concepto
de primera persona de sí mismo. No hemos establecido aún que las per­
sonas, o más generalmente los sujetos de experiencias, constituyan un ti­
po o clase diferenciado de cosas al modo en que, por ejemplo, las estre­
llas, los robles y las sillas constituyen tipos diferenciados de cosas, Los
especímenes de una clase o tipo genuino deben compartir como mínimo

,i . .a Par? , Un1a discusión del concepto y del desarrollo de la consciencia de uno mismo
a T * UP Per^Peclivas’ 13010 filosóficas com o psicológicas, véase José Luis licr,1|u
P r ^ < 7 i o 7 7 í ! arCC Y Na° mi Ei,an (eds )' Tbe Body a n d the S e l/(Cambridge, Mass.. MI
rrw T x, SC también ) ° sé Luis Bermúdez, The P a ra d o x of Self-Consctousncy
(Cambridge, Mass - MIT Press, 1998).

234
__----------------------------------------- titio mismo
las mismas condiciones de identidad, lo cual nos posibilita contarlos y se
guirles la pista a través del tiempo. Si se me pregunta cuántos robles hay
en un determinado bosque en un cierto momento de tiempo sé al me­
nos en principio, cóm o descubrir la respuesta a esta cuestión, porque sé
qué es lo que hace que un roble sea numéricamente distinto de otro en
un cierto momento de tiempo, a saber, el hecho de que ocupa una re­
gión propia y separada en el espacio, adecuado para acomodar exacta­
mente a un roble. De igual modo, si se me pregunta si el roble que se
encuentra ahora en una determinada parte del bosque es el mismo roble
que el que se encontraba allí hace cuarenta años, conozco, cuando me­
nos en principio, el modo de descubrir la respuesta, porque entiendo las
condiciones d e peisistencia de los robles, es decir, entiendo cuáles son
los tipos de cambios que puede experimentar un roble y cuáles no para
sobrevivir a través del tiempo. Por ejemplo, sé que los robles pueden so­
brevivir un transplante y por tanto sé que sería precipitado suponer que
este roble es idéntico a aquél con el me encontré un día sólo porque tie­
ne el tipo de edad adecuado y porque se encuentra en el mismo lugar.
La pregunta que debo hacer ahora es la de si los sujetos de expe­
riencia, y más específicamente las personas, constituyen un tipo genuino
de cosas, cuyos especímenes en su totalidad comparten las mismas con­
diciones de identidad que nos posibilitan contar personas y seguirles la
pista a través del tiempo. A primera vista la respuesta a esta pregunta es
claramente ‘Sí’. Nos parece suponer que contar personas como mínimo
no es tan fácil com o contar robles y que las personas tienen condiciones
de persistencia que determinan qué tipos de cambios pueden experi­
mentar y cuáles no para pervivir a través del tiempo Tal vez suceda que
no tengamos completamente claro qué decir respecto a determinados
casos fronterizos, pero lo mismo sucede con los robles a los cuales se
considera, a pesar de ello, como un tipo genuino y natural de cosas.
¿Cuáles son, pues, los principios que rigen el modo en que conta
mos las personas y les seguimos la pista a través del tiempo' Lo que
aquí buscamos es lo que muchos filósofos llamarían un a i teño t i en
tidadpersonal’7 La forma general que toma un criterio de i enti a pa *■
los cosas de un determinado tipo T es la siguiente.

(Cp Si x e y son cosas del tipo T, entonces a es idéntico a .)


x e y se encuentran uno con otro en la re ación r

De manera que la pregunta que P,


do han de estar relacionadas una con otra < I i ctos —con-
para que Pt sea idéntica a P J El problema presenta dos aspecto.
ni de criterio de identidad, véase
7 Para mayor información acerca d e la n o d o n g t n e . pp. 1-21, reim preso
mi ‘What Is a Critenon of Identity?*. Philosophcal y ¿ Ob,cts and Cnte-
en Harold W. Noonan (e d ), IdentUy (A lderslio * companion to tbe Philosophy o f
ria of Identity’, en Bob Hale y Cnspin Wnght <<-*.>, '*
Language (Oxford: Blackwell, 1997)

235 i
Filosofía de la mente
cerniente el uno a la identidad de las personas en el mismo momento de
tiempo (identidad Sincrónica) y conceinientc el otro a su identidad a
través del tiempo (identidad ‘diacrónica’)— , el segundo de los cuales se
considera como el más difícil. Está claro que existen muchas respuestas
triviales y nada informativas a la pregunta que se acaba de hacer. Sería
verdadero, aunque trivial, decir que, para ser idénticas la una a la otra, p
y P-, deben relacionarse por su identidad, Lo que buscamos es una res­
puesta que no sea trivial y que sea informativa a la pregunta en cuestión
Más generalmente, la relación Rt que se menciona en un criterio de iden­
tidad de la forma (Ct) debe no ser la propia relación de identidad ni una
relación que pueda solamente enunciarse en términos que comporten o
presupongan la identidad de las cosas del tipo T.
Algunos filósofos han mantenido que las personas tienen un crite­
rio corporal de identidad. Por ejemplo, ciertos de ellos han sostenido
que una persona Px y la persona P2 son idénticas, bien sea en el mismo
momento de tiempo o a través del tiempo, si y sólo si Px y P\ tienen el
mismo cuerpo. En contra de esto podem os señalar que las personas
pueden sobrevivir a la pérdida de muchas de las partes de su cuerpo
Sin embargo, esta no es una consideración decisiva, puesto que es igual­
mente plausible decir que el cuetpo de una persona puede sobrevivir a
la pérdida de muchas de sus partes. Una objeción más convincente, si
es que puede ser justificada, sería que personas distintas pueden com­
partir el mismo cuerpo — como se dice algunas veces que ocurre en los
casos del denominado síndrome de personalidad múltiple— o que una
persona puede intercambiar su cuerpo con otra.H Esta última posibilidad
la sugiere el procedimiento, al parecer factible pero hasta ahora no reali­
zado, de trasplante total del cerebro, en el cual el cerebro de una perso­
na se trasplanta al cráneo de otra y a la inversa. A la vista de esta posibi­
lidad, algunos filósofos se inclinan a juzgar que es el tener el mismo
cerebro, en lugar del mismo cuerpo, lo que contribuye a la identidad
personal. Sin embargo, tal posición parece inestable, por la razón que si­
gue (aunque dejemos de lado cualquier problema que puedan plantear
los casos de síndrome de personalidad múltiple, en los que el mismo
cerebro parece ser compartido por dos personas distintas). Está claro
que la razón por la que nos inclinamos a juzgar que una operación de
doble trasplante de cerebro constituiría el intercambio de cuetpos entre
dos personas en lugar del intercambio de sus cerebros es que supone­
mos que todos los aspectos vitalmente importantes de la personalidad
humana se basan en rasgos del cerebro; en particular, suponemos que
los recuerdos y el temperamento de una persona se basan en rasgos de
su cerebro. Pero esto sugiere que lo que realm ente pensamos que deter
mina la identidad de una persona son estos aspectos de la personalidad

„ v ^ n ra Unf , dJ ^ ? Slón de las consecuencias del síndrome de personalidad múlti


^ Kamieen V. W.lkes, Real People. Personal Identity Without Vjou&ht Expcrtnw >nts (ÜN‘
ford: Ciarendon Press. 1988). capítulo 4

236
Identidad personal y conocimiento de uno mismo
humana y, en consecuencia, que se estimaría como posible, al menos en
principio, que una persona adquiriera un nuevo cerebro, supuesto que
el nuevo cerebro sirviera para basar en él todos los aspectos vitales de
la personalidad humana que se basaban en el viejo.9
A través de un par de pasos plausibles nos hemos visto llevados
desde un criterio corporal de identidad personal, por la vía de un criterio
cerebral, hasta un criterio psicológico de identidad personal. Según las
versiones simples de este último tipo de criterio, una persona P y una
persona P2 son idénticas, bien sea en un momento determinado de tiem­
po o a través del tiempo si y sólo si y P, comparten determinados as­
pectos presuntamente vitales de la personalidad humana. Pero ¿cuáles
son estos presuntos aspectos vitales de la personalidad humana? ¿Existe,
de hecho, algún aspecto de la propia personalidad que no pueda cam­
biar con el tiempo? Parece difícil suponerlo. Las personas pueden expen-
mentar cambios radicales de temperamento después de sufrir un daño en
el cerebro y pueden también padecer formas extremas de amnesia o de
pérdida de memoria. No obstante, aunque podamos estar de acuerdo en
que la personalidad de alguien pueda verse alterada completamente en
un período extenso de tiempo, es menos evidente que alguien pudiera
sobrevivir a un cambio repentino y radical de su personalidad que com­
portara tanto un cambio completo de temperamento como un intercam­
bio global de recuerdos ‘viejos’ por ‘nuevos’. Esto parecería constituir
más un caso de substitución de una persona por otra que un caso cn el
que la misma persona sobrevive a un cambio. De modo que quizá un
criterio psicológico aceptable de identidad personal debería permitir que
una persona experimentara cambios importantes de personalidad con el
tiempo, pero sólo si esos cambios aivieran lugar poco a poco, de una
manera gradual. Por ejemplo, según este enfoque, una persona que exr-
ta en un cierto momento de tiempo podría no conservar ninguno de los
recuerdos que poseía esa persona en un momento de tiempo muy <mte
nor, supuesto que, en el segundo de cada dos momentos ínterme ios
que estuvieran separados por un corto intewalo, conservara muc ios e
los recuerdos que poseía en el primero de esos dos momentos.
Sin embargo, incluso esta versión más plausible ce cnteno
lógico de identidad personal está sujeta a una objeción a . ‘n _
tadora, ya que si suponemos que los aspectos de la persona j
na q ue son releg an tes para la identidad
temperamento y la memoria, se basan en rasgos e c ' ¿

,} Para una ulterior discusión de las c o n s e c u e n c i a s \.¿KISC Sydney Shoemaker,


trasplantes de cerebro y otros procedimientos re ac| ’ press> 1963). pp- 22 V si‘

i
Self-Knowledge tu a nidd Self-Identity ílihaca,
í Ithaca, NV ^ , pbilosopbical Review 79 (¡9-0).
(1970).
in a n t » , .. o ------- a w /.iin n K ’Tlií-* Self and the Futí
«mentes, y Bernard Williams. ‘The Self anc j- ^mbri'dce- Cambridge iTmv^rsitv
o • University Press,
Pre».
PP lüt-ttu, reimpreso en su Problems ^of the Sdj
pp 161-80, ' ( »
1973).
l9 7 3 )- . 1, , A- contmuidad de la memoria, véase ' .... Derek
10 Para mayores detalles sobre esta i e. 198-0 pp- 204 y siguientes.
,s
Parfit, R e ^ o n s a n d P eno, (Oxford.- C iaren d on Press, U» PP

237
Filosofía de la mente______________________________ ___ _
cluiría la posibilidad de que hubiera dos cerebros distintos cn la que los
mismos aspectos de la personalidad humana se basaran simultáneamen­
te? Supongamos, por ejemplo, que los mismos aspectos de la personali­
dad humana — el mismo temperamento y los mismos recuerdos— estu­
vieran completamente basados en cada uno de los dos hemistenos de
un único cerebro, pero que fueran entonces separados y trasplantados A
los cráneos de dos cuerpos humanos distintos, a cada uno de los c uales
se le hubiera extraído previamente el cereb ro.11 Entonces, según parece,
nos veríamos confrontados con dos personas diferentes, cada una de
ellas con sólo la mitad de un cerebro, que compartirían el mismo tem­
peramento y los mismos recuerdos. Pero esto parece ser incompatible*
con el criterio psicológico de identidad personal que se ha sugerido, el
cual implica que las personas que comparten el mismo temperamento y
los mismos recuerdos son idénticas. Con lo que aquí nos las habernos es
al parecer con un caso de fisión personal, es decir, la división de una
persona, , en dos personas distintas, P¿ y Pv Las leyes lógicas de la
identidad nos impiden decir que P, y P3 son am bas idénticas a Pv dado
que no son idénticas una con otra, y sin embargo tanto P2 como Ps se
relacionan psicológicamente con Px de una manera que el criterio psico­
lógico de identidad personal propuesto estima que es suficiente para la
identidad. Al parecer, pues, el criterio debe estar equivocado.
Una respuesta plausible a esta objeción consiste en revisar el crite­
rio psicológico de identidad personal propuesto de tal manera que una
persona que exista en un momento de tiempo posterior se considere
idéntica a una que exista en un momento anterior sólo si no se ha dado
un proceso de fisión, es decir, sólo si la persona existente en el momen­
to posterior es la única persona que existe en ese momento de tiempo
que se relaciona al modo psicológicamente pertinente con la persona
que existía en el momento anterior. Sin embargo, si se adopta esta línea
de respuesta, parece tener la consecuencia de que las cuestiones de
identidad personal son mucho menos importantes, tanto moralmente co­
mo emocionalmente, de lo que intuitivamente pensamos que son,1- toda
vez que, de acuerdo con esta concepción, el que yo exista o no exista
mañana puede depender de la respuesta a la cuestión aparentemente
sin importancia de si algún otro muy parecido a mi existirá mañana.
estoy destinado a experimentar una fisión dejaré de existir, pero algún

Las consecuencias más generales para el concepto de iccnuaau peisuiu» — - >


sibil idad de bisección cerebral las trata Thomas Nagcl cn ‘Brain Bisection and the L nit\
of Consciousness’, Synthese 22 (1971), pp. 396-413, reimpreso en su Mortal
(Cambridge: Cambridge University Press, 1979). El caso hipotético de la b is e cció n del o-
rebro seguido por el trasplante separado de los dos hemisferios lo analiza Derek Pai«>» ^
su Personal Identity’ Pbilosopbical Review 80 (1971) pp 3-27 leimpreso en Jon atlu
Glover (ed.), The Philosophy o f M ind (Oxford: Oxford University Press, 1976). V éase tam
bien Parfit, Reasons a n d Persons, capítulo 12.
u Esta es la opinión de Derek Parfit, quien sugiere también la noción de siipervivcn-
aa^q u e vamos a tratar en breve; véase de nuevo su Reasons a n d Persons, capítulo- 1-

238
. ____________________________ r^"t'dadpersonah^onocim iento de uno mismo
otro existirá mañana que se reJacionará comulgo de manera psicológica­
mente exacta, del mismo modo en que yo me relaciono con mi yo de
ayer. En realidad, mañana existirán dos personas tales Sin embargo si lo
que a mí me importa, cuando considero las perspectivas de mi supervi­
vencia, es simplemente que mañana exista alguien que se relacione con-
migo psicológicamente en el mismo modo en que yo me relaciono con
mi yo de ayer, ¿por qué debería preocuparme el que exista mañana m ás
de una persona tal? Pero si esto no debiera preocuparme, se sigue, de
acuerdo con la concepción de la identidad personal que ahora "se está
proponiendo, que no debería necesariamente preocuparme el que no
exista nadie mañana que sea idéntico a mí. En realidad, tal vez yo no
debiera pensar en mi ‘supervivencia’ en términos de identidad —es de­
cir, en términos de que exista en el futuro alguien que sea idéntico a
mí sino más bien en términos de que haya al menos una (pero posi­
blemente más de una) persona que exista en el futuro que se relacione
conmigo psicológicamente del mismo modo en que yo me relaciono
con mi yo en el pasado. Según este modo de entender el término su­
pervivencia’, sí experimentase un proceso de fisión sobreviviría* dos ve­
ces, aunque nadie que existiera después de 1a fisión sería idéntico a mí.
El resultado de nuestra discusión hasta el momento es que no he­
mos encontrado un criterio de identidad personal, corporal o psicológico.
que sea totalmente satisfactorio en el sentido de que sus veredictos no
entren en conflicto con nuestras creencias intuitivas concernientes a la
naturaleza de la identidad personal y su significación moral y emocional.
Algunos filósofos se inclinan por extraer la conclusión de que nuestras
creencias intuitivas concernientes a la identidad personal son confusas o
contradictorias, sugiriendo incluso que el concepto mismo de persona
es de algún modo confuso. Una sugerencia alternativa es que algunos de
los casos imaginarios que parecen crear dificultades para algunos de los
criterios de identidad propuestos están ellos mismos mal con coi'os >
no representan posibilidades genuinas, *Pero una posible ----- tercera linea
de respuesta, que no deberíamos desechar demasiado a la ligera, consK
te en aventurar la sospecha (sin por ello pretender en mo o J "
pugnar el concepto de . persona)
- de
*-------
que de hecho — n -yo hay u/ugun ^ criterio
. . ,
de identidad personal que no sea trivial y que sea in onna \\o. ‘
entidad personal
identidad personal sea
sea algo
algo básico
básico que
que no no ^puede exp icarse cr^nnesns
más * fundamentales.
^ ^ . - aquí
No intentaré __ r decidir .intrp
entre H cf.'is tres
estas te ] P
aunque mis propias simpatías reciten en Ja última.

e ss, 1 9 9 6 ) c a p itu lo «*• (Londres: RmiHecige. i


t*n general, véase Harokl W. Noonan. r *™ ”¿ i{SM’ss ( Londres Routledge. 199M-
Brian Garren, Personal Identity and Self-C

239
Filosofía deja mente

LA MEMORIA PERSONAL

El concepto de memoria ha tenido gran importancia en nuestra


discusión de la identidad personal, pero no hemos analizado ese con­
cepto con el cuidado que se merece. De hecho, no hay un único con
cepto de memoria sino muchos distintos. La memoria de hechos es dife­
rente de la memoria de habilidades prácticas y ambas son igualmente'
distintas de la que se denomina a veces memoria personal o autobiográ­
fica. Es esta última clase de memoria la más patentemente relevante pa­
ra las cuestiones de identidad personal. La memoria personal es el re­
cuerdo de alguna experiencia pasada o acción com o piopia, es decir, es
el recuerdo de experimentar o h a cer algo, y no meramente un recuerdo
de que se experimentó o se hizo algo. Yo podría recordar que hice una
determinada cosa cuando era niño porque alguien que me observó ha­
ciéndolo me lo ha dicho y recuerdo este hecho sobre mí mismo Esto es
evidentemente muy distinto de simplemente recordar h aber hecho esa
cosa. Como acabo de indicar, los recuerdos de hechos y los personales
se relatan característicamente de distintas maneras, esto es, mediante
oraciones que tienen distintas estructuras gramaticales. Así, por una par­
te podría decir ‘Recuerdo que el pasado verano fui a la playa’, y por la
otra podría decir ‘Recuerdo haber ido a la playa el pasado verano’, la
primera oración se interpreta de modo más natural com o un informe del
recuerdo de un hecho, mientras que la interpretación más natural del se­
gundo es como un informe de un recuerdo personal.1*1
Otra distinción que deberíamos hacer es la que distingue entre me­
moria disposicional y memoria en acto, es decir, entre tener la capacidad
para recordar algo y recordarlo realmente. Ahora mismo hay muchas co­
sas que puedo recordar haber hecho en el pasado, aunque no estoy cn
el presente recordándolas porque estoy pensando en otras cosas. El acto
mental de recordar alguna experiencia o acción pasada comporta, según
parece, elementos de la experiencia presente. Esa es la razón por la que
las personas describen a veces tal acto com o uno en que se ‘vuelve a vi­
vir una experiencia pasada, aunque raramente sucede que la experien­
cia de ‘volver a vivir1 una experiencia pasada sea tan ‘vivida’ como la
original. Por tanto, en algunos aspectos las experiencias de la memoria
personal son como las experiencias involucradas en actos de im a g in a ­
ción (véase el capítulo 7). En ambos casos describimos las experiencias
implicadas como algo que exhibe características sensoriales o como algo
que cae en la competencia de diferentes modalidades sensoriales; discri­
minamos así entre recuerdos e imaginaciones visuales y auditivas. En

,s Para mayor información sobre la memoria personal o (com o se la llama a veces)


memoria experiencia!, véase Richard Wollheim, Tt)e Thread o f Life (C a m b rid g e Cam brid­
ge University Press, 1984), capítulo 4.

240
Identidad personal r conocimiento de uno mismo
un acto de recuerdo visual se recuerda la apariencia visual te algo mien
tras que en un acto de recuerdo auditivo se recuerda cómo sonaba teo .
Aquí puede plantearse la siguiente pregunta: dado el parecido en­
tre las experiencia de recuerdos personales y las experiencia involucn-
das en los actos de imaginación, ¿cómo distinguimos entre las dos cuan­
do n osotros m ism os estam os teniendo esas experiencias? .Cómo
diferenciamos si estamos recordando algo o solamente imaginándolo? La
pregunta sería sensata si supusiéramos que recordar o imaginar no son
nada más que simplemente tener algún tipo de experiencia pero, por
supuesto, son mucho más que eso, Recordar e imaginar son actos men­
tales, cosas que hacem os, muy a menudo, de manera totalmente inten­
cionada. En consecuencia, si se me pide que trate de recordar haber ido
a la playa el pasado verano, esto es algo que resultará que puedo hacer
fácilmente, por el simple hecho de querer hacerlo. Similarmente me en­
cuentro con que puedo im aginar haber ido a la playa. Pero si se me
pregunta entonces cóm o sé que lo que estoy haciendo es en el primer
caso reco rda r; en lugar de imaginar\ haber ido a la playa el pasado ve­
rano, no estoy nada seguro de qué sentido puedo darle a esa pregunta.
El hecho de que las experiencias concomitantes puedan ser muy simila­
res es al parecer irrelevante, puesto que yo no juzgo si estoy recordando
o imaginando sobre la base del tipo de experiencia que tengo. Más bien
sé si estoy recordando o imaginando porque estas son cosas que puedo
hacer intencionadamente, y no se puede hacer algo intencionadamente
a menos que se sepa que se está haciendo. La pregunta que realmente
deberíamos hacer es, posiblemente, no cómo sé si estoy recordando o
meramente imaginando haber ido a la playa el pasado verano, sino có­
mo sé que realmente f u i a la playa el pasado verano, dado que recuer­
do’ haber ido.
Nos podríamos ver tentados a responder a esta pregunta diciendo
que, si recordamos haber ido a la playa el pasado verano, tenemos que
haber ido, porque no se puede ‘recordar haber hecho algo que no s<^
hava hecho, imial aue no se puede ‘saber’ algo que no sea e caso o \er

241
Filosofjadeja mente_
Dado que erróneamente nos puede parecer haber hecho algo que
de hecho no hicimos, se plantea entonces la pregunta de sí nos puede
parecer recordar haber hecho algo que de hecho hizo algún otro Real­
mente esto es así. Pero, ¿podría ocurrir que nos pareciera recordar haber
hecho algo y que estuviéramos recordando haberlo hecho, si no fuera
por el hecho de que fue algún otro el que lo hizo? Si la fisión personal
del tipo que contemplábamos antes fuera posible, la respuesta a esta
pregunta parece ser ‘Sí’, ya que en tal caso a las dos personas, P, y P ,.
en las que la persona original, Pv se divide, les parece recordar haber
hecho lo que Px hizo y todo lo que nos impide decir que tanto P, c o m o
p ' recuerdan haber hecho lo que P, hizo es que ninguna de ellas lo hi­
zo de hecho, ya que fue Px quien lo hizo y ninguna de ellas es idéntica
a Py Algunos filósofos introducen el término ‘cuasi-recuerdo’ para des­
cribir lo que ocurre en tales casos.16 El concepto de cuasi-recuerdo se
supone que es más amplio que el de recuerdo personal tal como a éste
se lo concibe comúnmente. Sólo podemos tener un recuerdo personal
verídico de lo que de hecho hicimos nosotros, pero uno puede tener un
a/asj-recuerdo verídico de haber hecho algo que de hecho hizo alguna
otra persona, supuesto que uno esté relacionado con esa persona de la
misma manera en que uno esta relacionado usualmente con el propio
yo anterior, como supuestamente sucede en el caso de la fisión perso­
nal. Sin embargo, no todos los filósofos están satisfechos con la noción
de cuasi-recuerdo, pues algunos de ellos sospechan que es incoherente.
Si la fisión personal fuera posible, entonces sería posible teóricamente
que — sin que yo lo sepa— yo mismo fuera un producto de tal fisión,
en cuyo caso muchos de mis ‘recuerdos’ personales serían realmente só­
lo cuasi-recuerdos. Pero es tentador afirmar que la memoria personal
muestra una forma de ‘inmunidad al error debido a identificación equi­
vocada’, en el sentido de que si a mí me parece recordar haber hecho
algo, no puede suceder que esté equivocado sólo por el hecho de que
no fui yo quien hizo eso.17 Si ello es así, entonces parecería seguirse
que, después de todo, la fisión personal es una imposibilidad. No inten­
taré, sin embargo, resolver aquí esta difícil cuestión.
Una razón por la cual algunos filósofos defienden la noción de
cuasi-memoria es la de evitar la acusación de circularidad que se hace a
veces contra cualquier criterio psicológico de identidad personal que
apele a la memoria personal. Cualquier criterio de identidad personal
que sostenga que una persona, existente en un momento de tiempo
dado, sea idéntica a una persona, Pv existente en un momento anterior,

16 La noción de ‘cuasi-recuerdo’ se debe a Sydney Shoemaker; véase su P erso n s and


their Pasts’ A m erican Pbilosopbical Quarterly 7, (1970) pp 269-85, re im p re s o cn su
idenuty, Canse a n d Mmd. Derek Parfit adopta esa noción; véase su ‘Personal Idcnt.ty >
su Reasons a n d Persons, pp. 220 y siguientes.
17 Para las dudas acerca de la coherencia de la noción de cuasi-recuerdo, véase Hvans
fb e VanettesofReference, pp. 242-8, Wollheim, The Thread o f Life, pp. 111-17 y Andy Ha-
nulton, A New at Personal Identity’, Pbilosopbical Quarterly 45 (1995), pp. 352-49

242
_______________________________________________________ uno mismo
sólo si P2 recuerda haber hecho algunas de las cosas que P hizo pare
ce comportar circularidad, porque una condición necesaria de que P
recuerde haber hecho algo es que P7 debe realmente haber hecho eso’
Por tanto, no se puede establecer que P7 realmente recuerda haber he­
cho algo que hizo Pv a menos que se "haya establecido que P, es en
realidad idéntica a P], la cual cosa es lo que se suponía que el "criterio
nos posibilitaba determinar. (Recuérdese mi observación anterior de que
la relación R( que se menciona en un criterio de identidad de la forma
de (CA) no debe ser la propia relación de identidad, ni ninguna relación
que pueda enunciarse solamente en términos que comporten o presu­
pongan la identidad de las cosas del tipo T\ es esta segunda restricción
la que parece que se viola en el caso que estamos discutiendo.) La acu­
sación de circularidad puede evitarse substituyendo en tal cnterio la re­
ferencia al recuerdo por la referencia al cuasi-recuerdo. Pero si resultase
que el concepto de cuasi-recuerdo es incoherente, ello parecería tener la
consecuencia de que no disponemos de ningún criterio psicológico de
identidad personal que no sea circular, dado que el concepto de recuer­
do personal debería entonces figurar centralmente en cualquier criterio
de esa naturaleza.

MEMORIA Y CAUSALIDAD

Una cuestión que no hemos tratado hasta ahora es la siguiente. ¿En


virtud de qué un acto o estado mental mío presente es un recuerdo per­
sonal de alguna experiencia o acción mía anterior? Es plausible pensar
que se requiere una conexión causal entre la experiencia o la acción
anterior y el acto o el estado mental presentes.18 Pero, ¿qué clase de co­
nexión? No serviría cualquier tipo de conexión causal, ya que suponga­
mos que alguna otra persona hubiera sido testigo de una acción anterior
mía y me dijera posteriormente que la había realizado, aunque yo mis
mo hubiera olvidado haberla hecho. Es concebible que. transcurric o un
tiempo, yo pudiera olvidar que se me dijo que hice eso y podría empe
zar a p a re c e r recordar haberlo hecho, aunque realmente no lo estuviera
recordando. En tal caso, mi estado mental presente de parecer recor <
haber hecho eso está conectado causalmente con mi acto origina e
cerlo, pero evidentemente no lo está del modo correcto para ^ je
tado mental pueda considerarse como un recuerdo Per5° ; conexión
haber hecho lo que fuere. ¿Cuál es, pues, el tipo corree

C£,USaNos encontramos aquí de nuevo con


causales desviadas’, que ya encontramos * « ks cje ]a acción (en el
la percepción (en el capítulo 6) y las teoría
.i v TViitscher. Ramcmbcríng, cn Pbiio-
,H En el importante artículo de C 13. " aplicación causal del recuerdo.
sopbical Revieiv 75 (1966), pp. 161-96, se defiende una exp

243
Filosofía de la mente_____ _________________________ ________
capítulo 9). Sabemos que ese problema es en general un problema difí­
cil, de modo que lo que cabe esperar es que resulte ser también dilK,|
en el caso particular del recuerdo. No intentaré resolverlo aquí. Pero es
obvio que el tipo de conexión causal que. com poita el recueido es urui
conexión ‘interna’ a la persona que tiene el recuerdo. Es esto |(, ()lk.
sustenta a diversas teorías de la memoria que recurren a la noción de
huella de la memoria, concebida com o un estado físico del cerebro que
ha dejado un episodio original de experiencia sensorial y que es capa/
de inducir la subsiguiente experiencia de recuerdo de ese episodio o r i­
ginal. Pero es preciso decir que algunos filósofos son contrarios a esia
noción y en general a las teorías causales del recuerdo, por razones si­
milares a las que motivan su hostilidad a las teorías causales de la peí
cepción.10 En particular consideran que tales teorías fomentan el esc epti­
cismo acerca de la memoria y por tanto acerca de nuestro conocimiento
del pasado. Del mismo modo en que tales filósofos propondrían una
teoría ‘disyuntiva’ de la percepción (véase el capítulo ó) que presentase
a la percepción verídica como ‘directa’, podrían defender la idea de que
el recuerdo verídico constituye un conocimiento ‘directo’ del pasado Sin
embargo, sus oponentes tenderán a considerar esa idea como oscura y
difícilmente compatible con una concepción naturalista de los seres hu­
manos y de sus capacidades psicológicas. De nuevo, esta no es una dis­
puta que se vaya a tratar de resolver aquí.

EL ANIMALISMO

Anteriormente vimos que no es fácil encontrar un criterio de identi­


dad personal que no presente problemas. Algunos filósofos se inclina­
rían por extraer la conclusión de que el término ‘persona’ no denota un
tipo diferenciado de cosas, cuyos especímenes compartan las mismas
condiciones de identidad. Podemos aquí sacar a colación la tesis, men­
cionada al comienzo de este capítulo, de que ser una persona o un )o
consiste en desempeñar un papel o realizar una función — un papel o
una función que podría ser desempeñado o realizado por muchas cosas
distintas. La cada vez más popular doctrina que se conoce como anutut-
lismo se adhiere a una versión de esta tesis.20 Según el animalisino, so­
mos realmente nuestro cuerpo, es decir, no somos ni más ni menos cjue
organismos humanos vivos que empiezan a existir com o células unicas

Pam una panorámica sobre los ataques a la noción de huella de la memoria, véase
John Sutton, Philosophy a n d Memon> Traces: Descartes to Connectionism (Cambritlp-
Cambridge University Press, 1998), capítulo 16. Véase también Norman Malcolm. A Ddl'
nition of Factual Memory’ en su Knoivledge a n d Certainty: &says a n d L ectu ros M r**-
N i . Corneli University Press, 1963),
Posiblemente, la defensa del animalismo más plenamente d e s a rro lla d a hasta la h
CAa /SCa /Mde EnC T’ ° lson’ v6ase su The H um an Anim al: Personal Identity Witbout Ps)
chology (Nueva York. Oxford University Press, 1997).

244
_____—------------------------------------ ^ ^ l^ ^ A .^ ^ lü h 'c o m c ip u e iijo de uno mismo
(un zigoto) y que continúan existiendo hasta su muerte biológica Du­
rante parte de ese tiempo, diversos tipos de actividad de nuestro cere
bro y nuestro sistema nervioso sustentan el tipo de consciencia — mclu
yendo el consciente percatarse de uno mismo— que posibilita que se
nos describa com o ‘personas'. Pero existimos antes de ser personas v
puede ser también que existamos durante algún tiempo después de de­
jar de ser personas. Por ello no somos esencialmente personas, puesto
que una propiedad esencial es una propiedad sin la cual el que la tiene
no podría existir. Nuestras condiciones de identidad son. por lo tanto,
simplemente las de un organismo humano. Pero si hubiera cosas de otro
tipo — tal vez robots adecuadamente programados— que pudieran ser
personas, podrían tener condiciones de identidad totalmente diferentes
de las nuestras. Por consiguiente, según esta concepción es sencillamen­
te un error buscar un criterio de identidad que se aplique a todas las co­
sas que podrían ser personas y sólo a ellas, y es tentador atribuir a este
presunto error los problemas que encontramos anteriormente al preten­
der establecer tal criterio.
Una ventaja del animalismo es, según parece, la siguiente. Si supo­
nemos que no somos idénticos a nuestro cuerpo, ni a ninguna parte del
mismo, com o el cerebro, pero que aun así somos cosas físicas que se
extienden en el espacio y que tienen propiedades físicas como el peso y
la solidez, entonces parece que hemos de coincidir con algo distinto de
nosotros mismos. Por ejemplo, si mi peso y mi forma son los mismos
que los de mi cuerpo, entonces yo debo coincidir con mi cuerpo, que
estamos suponiendo que es distinto a mí. Pero, ¿cómo pueden dos cosas
distintas coincidir exactamente, es decir, ocupar exactamente la misma
región del espacio en el mismo momento temporal? Además, si tanto yo
como mi cuerpo tenemos un determinado peso y sin embargo somos
dos cosas distintas, ¿cómo es que nuestro peso combinado no es el do­
ble del de mi cuerpo? Ninguna de estas evidentes dificultades se plantea
con el animalismo, dado que sostiene que yo soy realmente idéntico a
mi cuerpo.
No obstante, estas presuntas dificultades pudieran no ser un gra
ves como sostiene el animalista, pues, como ya indiqué en e capí o ,
el adversario del animalismo podría apoyarse en la ana L , , .
estatua y el trozo de bronce del cual ésta está compuesta^ Tamb|enD
estatua y el trozo de bronce parecen ser dos cosas ^ is in - cijferen_
den exactamente, siendo su distinción una con5c"cu^n 1‘ eslíltua puede
cias entre sus respectivas condiciones ¡ ’trozo j e bronce, y
sobrevivir a cambios a los que no puede so r d j estatua y el
a 1« inversa, , I, razón por la que el
trozo de bronce es solo el del trozo cíe de ¡a que está com-
enteramente el peso que pueda tener . ‘ ‘ objetos distintos—es
puesta. Aunque la estatua y el trozo ce r . como s¡ hieran objetos
decir, no sean idénticos uno a otro , n rlístintos de bronce. Por ello,
separados, como podrían serlo dos trozos distintos j

245 i
Filosofía de la mente___________________________________
una concepción posible de la relación entre nosotros y nuestro uieip<,
que compite con el animalismo es la de que estam os comj)iicstn.\ o
constituidos por nuestro cuerpo. Como dejé claro en el capítulo 2. esu-
no es mi punto de vista, pero aquí todo lo que quiero sostener es que el
animalismo merece menos crédito del que algunos de sus partidarios
imaginan que tiene, sólo porque evita las presuntas dificultades que lie­
mos venido comentando, ya que estas presuntas dificultades han sido,
según creo, exageradas por los partidarios del animalismo.
Otra presunta dificultad que el animalismo parece evitar es la s,
guíente. Está claro que somos los sujetos de determinados estados men­
tales, es decir, que tenemos determinados pensamientos, determinadas
sensaciones y determinados sentimientos. Pero, según sostiene el anima
lista, es igualmente verdad que el organismo humano que es nuestio
cuerpo tiene determinados pensamientos, sensaciones y sentimientos
en virtud de la actividad de su cerebro y su sistema nervioso. Sin embaí
go, si no somos idénticos a nuestro cuerpo, entonces parece que hay
dos cosas distintas que tienen exactam ente los mismos pensamientos
sensaciones y sentimientos en el mismo momento temporal, a saber, oí­
da uno de nosotros y su cuerpo. Pero esto parece absurdo, y este absur­
do parece que se evita al mantener, com o hace el animalista, que cada
uno de nosotros es (idéntico a) su cuerpo.
Sin embargo, un adversario del animalismo podría cuestionar la
afirmación del animalista de que el organismo humano que es nuestro
cuerpo tenga pensamientos y sensaciones. Dista mucho de ser una ver
dad evidente que tanto mí cuerpo com o un todo com o una cualquieia
de sus partes — como mi cerebro— tengan literalmente pensamientos y
sensaciones. Ciertamente parece que es verdad que no podríamos lena
pensamientos y sensaciones si no tuviéramos un cerebro que funcionase
de determinada manera. Pero es igualmente verdad que no podríamos
correr de no tener unas piernas que funcionan de una determinada ma­
nera, y sin embargo, este último hecho no implica que nuestras piernas
corran, por lo que ¿cuál es la razón por la que debería pensarse que el
hecho anterior implica que nuestro cerebro tenga pensamientos y sensa­
ciones? Tenemos que distinguir entre un sujeto de pensamientos y sen­
saciones algo que piensa y siente— y algo — com o un cerebro eu\a
actividad hace posible y sustenta los pensamientos y las sensaciones de
un sujeto.
Ahora bien, el animalista podría conceder que no es nuestro cele­
bro el que tiene pensamientos y sensaciones, porque lo que él quiem
decir es que somos nosotros los que tenemos pensamientos y sensacio­
nes y que cada uno de nosotros es idéntico a su cuerpo — un organismo
vivo , como un todo en vez de un órgano que se halla dentro de esc
cuerpo, es decir, su cerebro. Sin embargo, cuando se mantiene que t
cuerpo como un todo puede literalmente tener pensamientos y sensatio
nes, parece difícil negar que un cerebro pueda literalmente tener pensa
miemos y sensaciones, porque parece que en principio es perfectanien-

246
----------------- personal y conocimiento ele uno mimo
le posible que un cerebro separado del resto pudiera ser conservado
con vida y seguir funcionando de modo que sirviera para sustentar nen
samientos y sensaciones. En tal caso, el animalista no puede decir que
sea la persona de cuyo cerebro se trata y no el cerebro mismo el que
tenga pensamientos y sensaciones, porque entonces se vería forzado a
admitir la afiimación que él rechaza, a saber que una persona pueda
coincidir con algo distinto a ella misma (en este caso, un cerebro). De
manera que deberá decir que es el cerebro el que tiene pensamientos y
sensaciones en un caso así. Pero si un cerebro separado que siga fun­
cionando tiene pensamientos y sensaciones, se sigue claramente que un
cerebro que se encuentre en un cuerpo y que funcione tiene también
pensamientos y sensaciones, lo que significa que podemos volver la
propia objeción del animalista contra sí mismo, ya que ahora parece
verse forzado a admitir que tanto mi cuerpo en su totalidad como su co­
rrespondiente cerebro tienen pensamientos y sensaciones, es decir, de
nuevo, que existen dos cosas distintas que tienen exactamente los mis­
mos pensamientos y sensaciones en el mismo momento temporal.
En vista de esta consecuencia, es bastante urgente que el animalis­
ta revise su posición y mantenga que, después de todo, es el cerebro de
cada uno de nosostros y no el cuerpo como un todo el que tiene pensa­
mientos y sensaciones. Pero entonces se ve forzado a aceptar la nada
atractiva doctrina de que somos idénticos a nuestro cerebro, puesto que
sería absurdo negar que nosotros tenemos pensamientos y sensaciones.
Lo que creo que se desprende de estas consideraciones es que el anima­
lismo es una teoría inestable, pues se ve amenazado de quedar confun­
dido con la teoría de que yo soy idéntico a mi cerebro. Podemos evitar
esta declaración de identidad distinguiendo entre nosotros mismos, suje­
tos de pensamientos y sensaciones, y nuestro cerebro, el órgano corpo­
ral cuya actividad hace posible y sustenta nuestros pensamientos y sen­
saciones. Pero si aceptamos esta distinción, no hay realmente nada que
motive la afirmación original de los animalistas de que cada uno de no
sotros es idéntico a su cuerpo como un todo, un organismo \i\o ea
mente, si, como parece plausible intuitivamente, pudiéramos
con nuestro cerebro separado del resto de nuestro cuerpo, con ce ez<
un todo. El ammaiis-
no podríamos ser idénticos a nuestro cuerpo como
mo simplemente es contrario a nuestras más profuncas ,ntul^10
tivas a nuestras propias condiciones de persistencia: creen ^ j fí.,
dríamos sobrevivir a cambios a los que nuestro diciones cje
sobrevivir Por más que pueda ser difícil especi ece Sufi-
persistencia de un modo preciso y no sujeto a con oersjstencia de los
cientemente claro que difieren de las a d ic io n e s de a un
organismos vivos. Podemos incluso con^ ir nuestro cerebro orgáni-
proceso de cambio en el cual nuestro cuc p > un cerebro inor­
cos se ven substituidos gradualmente por 11 , . cliando reflexiona-
gánicos, compuestos de metal y de si ícia equivocado del todo
mos sobre ello, el animalismo simplemente parece eq

247
F tlo so¿a ^ Iajn en te _______________________________________
en su afirmación de que podríamos seguir existiendo como un cuerpo
inconsciente después de que nuestro cerebro haya dejado de susiema,
cualquier pensamiento o sensación consciente. Según creo, después ,\v
meditarlo bien, nuestra opinión sería que un cuerpo que se enuicni,v
en esta condición no es sino una especie de cadáver viviente y que la
persona de cuyo cuerpo se trataba ha dejado de existir.

EL CONOCIMIENTO DE LA PROPIA MENTE

Sugerí anteriormente que una persona, o ‘yo ’, se distingue entre los


sujetos de experiencia por tener no sólo pensamientos y sensaciones, si­
no también un conocimiento de al menos algunos de esos pensamientos
y esas sensaciones, en particular de sus pensamientos y sus sensaciones
conscientes. Las personas pueden identificar sus pensamientos y sus sen
saciones conscientes como suyos y a menudo tienen, o parecen tenei
un conocimiento fiable y autorizado de q u é es lo que conscientemente
están pensando y sintiendo.21 Suponiendo que tal conocimiento real­
mente exista, ¿cómo es posible? Es muy tentador ofrecer un modelo ob­
servación al de la adquisición de tal conocimiento, es decir, suponer que
descubrimos hechos acerca de nuestros propios pensamientos y sensa­
ciones mediante un proceso de ‘introspección’ que es análogo a los
procesos perceptuales mediante los que descubrimos hechos acerca de acae­
cimientos y estados de cosas en el mundo en general. Pero existen dili-
cultades en ese modelo de las fuentes del conocimiento de nosotros
mismos. Para empezar, no es nada evidente que tengamos de hecho
ningún tipo de ‘sentido interno’ análogo a los ‘sentidos externos de la
visión, el oído, el olfato, etcétera. Además, un modelo obseivacional de
las fuentes del conocimiento de nosotros mismos parece estar mal pre­
parado para explicar el tipo especial de fiabilidad y autoridad que se su­
pone que caracteriza a nuestro conocimiento acerca de nuestros propius
estados mentales conscientes. Nuestra tendencia es suponer que cada
persona es en general un juez mejor de lo que él mismo esta consiien
temente pensando y sintiendo de lo que pueda serlo ninguna otra, aun
que concedamos que nadie es completamente infalible en tales ciiestio
nes. Pero no está claro que el modelo observacional pueda explicar este
hecho, si es que realmente es un hecho, porque la observación es p°r
regla general una fuente de información no muy fiable, sujeta como e. u
a diversas variedades de prejuicios e ilusiones.
A favor del modelo observacional podría aducirse que cada
na puede ‘observar’ directam ente sus propios pensamientos y
ciones conscientes de un modo que no está a disposición de un ° x

Para más comentarios sobre nuestra capacidad de identificar nuestros


tos, sensaciones y sentimientos conscientes com o nuestros, véase mi Sitbjects oj -
ce, capítulo 7.

248
J^deti ti dad personal \ -conocimiento de uno mismo
vador externo’, el cual siempre se ve obligado a inferir lo que otra per­
sona está pensando y sintiendo a partir de observaciones de la conducta
corporal de esa persona, y que esa es la razón por la que cada persona
tiene una autoridad especial acerca de los propios pensamientos y sen­
saciones. Pero, aun dejando a un lado el supuesto cuestionable de que
la observación ‘directa’ sea de alguna manera especialmente fiable, esta
afirmación parece considerar los pensamientos y las sensaciones como
objetos necesariamente privados de la observación ‘interna’ de un modo
que se ve expuesto a fuertes críticas.22 Si mis propios pensamientos y
sensaciones son cosas que sólo yo puedo observar directamente, ¿cómo
puedo ni siquiera entender la proposición de que otras personas, ade­
más de mí mismo, pueden tener sus propios pensamientos y sensacio­
nes? Si trato de pensar en ‘sus’ pensamientos y sensaciones por analogía
con los míos, entonces — según el modelo observacional— habré de
concebirlos com o cosas que otras personas pueden observar directa­
mente pero que necesariamente yo no puedo observar así. Pero, ¿qué
me permite a mí denominar a esas cosas hipotéticas pensamientos y
sensaciones cuando, por hipótesis, se trata de cosas que es imposible
que yo pueda comparar, para ver si tienen algún parecido con mis pro­
pios pensamientos y sensaciones? Parece imposible que yo pueda ad­
quirir conceptos perfectamente generales de pensamiento y sensación,
aplicables a otras personas además de a mí mismo, solamente a partir
de una extraña clase de autoobservación mental, y sin embargo eso es
lo que parece requerir el modelo observacional de las fuentes de cono­
cimiento de uno mismo.
Pero, ¿qué alternativa hay frente al modelo observacional? Un primer
paso hacia una posible alternativa consiste en centramos en la observa­
ción de que parecemos tener una forma de conocimiento especialmente
fiable y autorizada sólo respecto de nuestros propios pensamientos \ sen
saciones conscientes, toda vez que — recordando ahora nuestros comenta
nos sobre la consciencia en el capítulo 3— podría sugerirse que e íec 10
de que un estado mental sea consciente consiste justamente en que es e^
objeto de otro estado mental de orden superior Del mismo m o en^ que
podemos creer que p. podemos, según parece, creer que creemos
V> según la concepción que estamos ahora discutiendo, cn lso f
mente en lo que consiste el hecho de que nuestra creencia ^ ferminacja
nna creencia ‘consciente’ Simílarmente, el hecho de que u\ . cons¡s_
sensación mía, como lo es una sensación de do or^se. ^ smo que
te, según esta concepción, únicamente en qix criaturas son capa-
creo q«e la tengo. Se estaría sosteniendo q“e ‘ S ‘n conseaienda aire-
eos de tener sólo creencias ‘de primer orden ) q

míenlos y las sensaciones


" la crítica de las concepciones que exposición y co-
c«mo objetos privados’ debe mucho a la ol,ra ^ ,‘¿ lsfein. véase Malcolm Budd. U-itt-
dentario de las partes relevantes de la obra ce ¡089). capítulo 3-
Henslein s Philosophy ° f Psycbolog)' (Londres, ou

249
Filosofía de la mente___ ___________________________
cen de pensamientos conscientes de acuerdo con ese modelo, pero (|lK.
nosotros los humanos somos seres pensantes conscientes porque tenemos
también creencias ‘de segundo orden’, es decir, creencias acerca ele nik.s
tras creencias de primer orden.
Si el hecho de que una creencia de que p sea consciente solo con­
siste en que su sujeto crea que cree que p, entonces la razón por la (jac­
ios sujetos tienen un conocimiento especialmente fiable y autorizado de
sus propias creencias conscientes no parecerá nada misteriosa, toda w/
que es fácil que pensemos que es un principio evidentemente c orive to
el de que si S cree que cree que p, entonces, ciertamente, S cree que ¡,
y si este principio es correcto, entonces siempre que 5 crea cjuc* crv
que p, su creencia de que cree que p será v erdadera, con lo que consti­
tuirá un conocimiento (bajo el supuesto de que las creencias verdaderas
que son fiablemente producidas constituyan un conocimiento). Sin em
bargo, aunque pensemos que este principio sea evidente, lo que real
mente se requiere es que averigüemos p o r q u é es correcto, si es que re­
almente lo es; ¿por qué habría de suceder que si S crea que cree que />.
entonces S cree que p> ¿No estamos simplemente dando por supuesto
aquí el propio fenómeno del conocim iento de nosotros mismos que es­
tamos tratando de explicar? Con todo, quizá estemos al menos dirigien­
do ahora nuestra mirada al lugar adecuado para encontrar una solución
a nuestros problemas, que es algo que muy bien puede argumentarse
que no estábamos haciendo cuando nos hallábamos tentados por el mo­
delo observacional. Por ejemplo, podría afirmarse que se puede expliui
sobre bases evolutivas por qué las creencias de una criatura acerca de
sus propias creencias, si es que las tiene, deberían en general ser suma
mente fiables; ello se debería a que cabría esperar que cualquier criatura
que creyera frecuentemente tener creencias que de hecho no tuviera
mostrará un comportamiento tan autodestructor que su supervivencia
sería improbable. De acuerdo entonces con esta sugerencia, el principio
de que si S cree que cree que p entonces S cree que p , aunque no sea
una verdad lógica o a priori, se aproxima mucho a una ley psicología*
puede que tenga contraejemplos, pero tenem os razones para esperar
que sean pocos y que éstos se den aisladamente.

LA PARADOJA DE MOORE Y LA NATURALEZA DE LAS


CREENCIAS CONSCIENTES

Existen, sin embargo, dificultades también en este enfoque alterna


tivo del problema del conocimiento de nosotros mismos. Para empLV^
no es nada evidente que una explicación de la consciencia en ténniw

Una detensa de una teoría de la consciencia com o pensamiento de orden s I ^


es la de Peter Carruthers en su Language, Tbought a n d Comctousness: An B s(' v! , -
sophtcal Ptychology (Cambridge. Cambridge University Press, 1996), capítulos 5. o .

250
Id o í Helad personal conocimiento de nno mismo
r

de estados mentales de orden superior sea totalmente satisfactoria como


ya comenzábamos a ver en el capítulo 3. ¿Cómo podría ser consciente
una creencia sólo en virtud de que su sujeto tuviera una creencia acerca
de esa creencia? El hecho de que una creencia sea una creenciacoz/v-
ciente tiene algo que ver con la naturaleza intrínseca de ese estado men­
tal, y no tiene nada que ver con el hecho de que sea objeto de otra cre­
encia del mismo sujeto. Si tiene sentido suponer que pudiera haber un
sujeto cuyas creencias fueran tocias inconscientes — lo cual parece pre­
suponerlo la teoría que estamos ahora examinando— , entonces ✓ 'por
qué no podría suceder que algunas de esas creencias fueran creencias
acerca de otras creencias de ese mismo sujeto? Sin embargo, la teoría en
cuestión lo excluye, puesto que, de acuerdo con ella, esas creencias
acerca de las que el sujeto tiene creencias serían por esa misma razón
consideradas com o creencias conscientes.
En cualquier caso, al reflexionar se podría llegar a sospechar de la
noción misma de creencia 'de orden superior', al menos en el sentido
que ahora es pertinente. Para empezar, no parece que haya circunstan­
cia alguna en la que podamos afirmar sensatamente ‘creo que creo que
p . Supongamos que yo le pregunto a usted si usted cree que p o no.
Usted podría responder Sí, creo que p\ o ‘No. no lo creo', o incluso tal
vez ‘No estoy seguro'. Pero, ¿qué es lo que podría querer decir si res­
pondiera ‘Creo que creo que p ’t Nótese, sin embargo, que no existe nin­
guna dificultad análoga para entender qué es lo que podría querer decir
si dijera ‘Creo que solía creer que p\ o ‘Creo que creeré que p . comen­
tando su propio estado mental pasado o el por venir. Similarmente, no
hay ninguna dificultad en entender qué es lo que usted querría decir si
dijera ‘Creo que usted cree que p\ comentando el estado mental de otra
persona presente.
Estas observaciones parecen relacionarse con lo que se conoce co­
mo la paradoja de Moore, es decir, el hecho de que. según parece, no
tiene ningún sentido que alguien afirme ‘Creo que p pero no es \cr ac
que p\ aunque tenga un perfecto sentido que alguien afirme So ia
que p pero no es verdad que p o ‘ Usted cree que p pero no es \er ac
que p \ 21 Pudiera pensarse que de este hecho deberíamos extraer a L
ción de que aseverar ‘Creo que p' no equivale a informar e q
tiene una cierta creencia, sino más bien aseverar que/i. si f re­
modo provisional. Podríamos entonces entender a razón^pc j acj
suita virtualmente contradictorio aseverar Creo que p pe
W . « * vez que e.,,o eqmvald», ■ -•■ « - « “ i
visionalmente) como a aseverar que n o ^ n

21 La p a r a d o ja de M o o re (d e n o m in a d a así en su Moore s Pa-


SUS c o n s e c u e n c ia s p ara el c o n c e p to d e c a *c n ^,a OÍ) >2-1. Véase también Arthur •
ra d o x : A W ittg e n stc im a n A p p ro a c h ’, Mind 1 0 3 Quartedy -K> (1990). PP-
C o llin s, 'M o o r e ’s P a ra d o x a n d Epistenu’c Kis .
10

251
Filosofía de la mente
tanto si aceptamos este análisis com o si no, la paradoja de Moore nos
podría persuadir de que hemos de cuestionar el supuesto de que las
propias creencias presentes sean cosas acerca de las cuales se pueda
adoptar una posición cognitiva, es decir, que sean cosas aceica de las
cuales se pueden tener creencias concurrentes. Esta duda puede verse
reforzada por la siguiente consideración. Cuando se nos pregunta si cre­
emos o no que p> no intentamos determinar la respuesta a esa pregunta
pensando acerca de uno mismo, sino más bien pensando acerca de la
proposición de que p . Si nos sentimos persuadidos de que existen bue­
nos indicios en favor de la verdad de p, nos veremos inclinados a juzgar
que es verdad que p y en consecuencia responderemos afirmativamente
a la pregunta que se nos ha hecho. En la obtención de esa respuesta no
parece estar implicado proceso alguno de introspección ni la formación
de una creencia 'de orden superior’. Nos interesamos totalmente en la
verdad o falsedad de la proposición de que p y de los indicios que pue­
dan ser pertinentes para esa verdad o falsedad.
Pero si, como sugieren las anteriores consideraciones, saber qué es
lo que uno está pensando o sintiendo no estriba en tener creencias ver­
daderas, formadas de forma fiable, acerca de lo que se está pensando o
sintiendo, entonces ¿qué es? Tal vez sea simplemente cuestión de la ma­
nera en que se está pensando y sintiendo, a saber, conscientemente Es­
ta propuesta hace aún menos misteriosa que la anterior la razón por la
que habrán de ser nuestros pensamientos y sensaciones conscientes
aquellos acerca de los cuales tengamos un conocimiento especialmente
autorizado, ya que estamos sugiriendo ahora que el hecho de que un
sujeto tenga ‘conocimiento’ de este tipo consiste simplemente en que
sus pensamientos y sensaciones sean conscientes. Por supuesto, esto
equivale a presuponer la noción de consciencia en lugar de explicarla,
que es lo que intentaba hacer la teoría de los pensamientos de orden
superior. Pero ya tenemos razones para pensar que la noción de cons­
ciencia puede ser tan fundamental que no pueda disponerse de ninguna
explicación o ningún análisis de la misma que no sea circular.

EXTERNISMO Y AUTOCONOCIMIENTO

Este es un lugar conveniente para mencionar otro problema relati­


vo al conocimiento de nuestros propios pensamientos conscientes Se
trata de un problema relacionado con el debate acerca de las explicacio­
nes externista e internista del contenido mental que comentamos en el
capítulo 4. El externista sostiene que los contenidos proposicionales de
los pensamientos de alguien están, en general, determinados parcial­
mente por rasgos del entorno de ese alguien que existen independiente­
mente de él. Por ejemplo, según el externismo, mi pensamiento de que
el vaso que tengo ante mí contiene agua tiene el contenido que tiene
debido en parte a que mi entorno físico contiene una determinada clase

252
---------Ideniidqdpersonal y conocimiento de uno mismo

de substancia, H20 . Si mi entorno físico no hubiera contenido es'i subs


tanda, entonces, aunque hubiera contenido otro tipo de substancia
XYZ, que tuviera la misma apariencia y el mismo sabor que el agua vo
no podría, de acuerdo con el externista, haber tenido un pensamiento
con exactamente el mismo contenido que el que realmente tengo relati­
vo a este vaso. Pero ahora el problema es éste. Parezco tener un conoci­
miento autorizado acerca de q u é es lo que estoy pensando — el conteni­
do proposicional de mi pensamiento— cuando tengo el pensamiento
consciente de que este vaso contiene agua, y sin embargo puedo no te­
ner ningún conocim iento de química y, en particular, ningún conoci­
miento de la diferencia entre H ,0 y XYZ, dado que este último tipo de
conocimiento tiene un carácter empírico y científico. En contraste con
esto, mi conocimiento de qué es lo que estoy pensando parece no ser ni
empírico ni científico, sino inmediato y a priori. Sin embargo, el conoci­
miento implica la verdad: si sé que estoy pensando que ese vaso contie­
ne agua, se sigue que eso es realmente lo que estoy pensando, y si eso
es realmente lo que estoy pensando, esto implica a su vez. según el ex­
ternismo, que en mi entorno físico hay H ,0 en lugar de XYZ. De ese
modo parece que una verdad empírica, científica, resulta implicada por
mi conocimiento no empírico de qué es lo que estoy pensando junto
con la verdad de una doctrina filosófica, la doctrina del externismo. Pero
esto es imposible, en cuyo caso, al parecer, deberíamos abandonar el
externismo o bien la afirmación de que sabemos de un modo no empín-
co qué es lo que estamos pensando, es decir, abandonar la afirmación
de que tenemos un conocimiento especialmente autorizado de los con­
tenidos de nuestros propios pensamientos.
Sin embargo, quizá el problema se plantea aquí sólo para el mode­
lo ‘observacional’ de las fuentes de nuestro autoconocimiento. Si se su
pone que saber lo que estamos pensando es una consecuencia e a
inspección interna de nuestros propios estados mentales, entonces, e
hecho — si es que es un hecho— de que los contenidos de esos es a
estén parcialmente determinados por rasgos de nuestro e
parece presentar una dificultad, ya que‘ difícilmente poc ra s ^
que los presuntos procesos de inspección interna reve en ^ ‘ ; fen_
acerca de los rasgos del entorno. Por otra parte, si e^ ^ un va_
gamos un pensamiento o una creencia coasaente ^ ^ os que estü es
so de agua consistiera simplemente en creei q s j e orcjen
un vaso de agua, como sostiene la teoría ce o* P’ Y ^ I0(ja vez que
superior, entonces parece que no habría ningún P ^ con segUridacl
el contenido de una tal creencia de segundo ore e *c^ ‘enci:I de primer
determinado del mismo modo que el contení ^ creencia de que es-
orden que constituye su objeto. De ,°..?,L n '.(lo su contenido por el
es un__________ „
vaso de agua »«= en
tiene - pa
Parte d^ ’ro " ío n c é s también ira ere-
hecho de que mi entorno físico cont*^|^) que e$to es un V:IS0 de a^iu
mi en-
encia de segundo orden de que yo c Jiecho de que
Uncirá en parte determinado su contenido por

253
Filosofía de la mente____________________________ ___________

torno físico co n tien e H A s e g ú n p a r e c e lo s c o n te n id o s de las dos , IV.


en cías no p ued en de ningún m o d o s e p a ia r s e . E llo parec e suprima- l.i j,
fícultad. Aunque mi c re e n cia d e s e g u n d o o r d e n n o sea una c .e e n cu <lu,
y o haya form ado so b re b a se s e m p íric a s o cie n tíiic a s, el que tenga ,|
con ten id o que tiene im p lica, s e g ú n el e x te r n is m o , q u e mi entorno iíSI(()
con tiene H .O , e x a c ta m e n te p o r la m ism a ra z ó n p o r la q u e lo implKa ^
con tenid o de mi cre e n cia d e p rim e r o r d e n , y sin e m b a rg o , d io no (X1IV.
c e com p ortar la nada b ien re cib id a c o n s e c u e n c i a d e q u e pueda util,/l(I
de algún m o d o mi c o n o c im ie n to d e q u é e s lo q u e c r e o para llegar a un
con ocim ien to n o em p írico d e la v e r d a d cie n tífica e n cu estió n
Sin em b argo, si una s o lu ció n así fu n c io n a e n el caso de la teoría de
los pensam ien tos d e o rd e n s u p e rio r, p a r e c e q u e una soluc ión snm]ar
también habría d e fu n cio n ar p a ra la te o ría d e q u e saber lo que estamos
p ensando es sim p lem en te c u e s tió n d e la m a n e r a en que lo pensamos
— a saber, co n scie n te m e n te — , to d a v e z q u e ta m b ié n , según esta leona
los con tenid os d e n u estro s p e n s a m ie n to s co n scien tes pueden estar de­
term inados p or rasgo s d el e n to rn o sin q u e e s to p arezca implicar que po­
dam os de algún m o d o ad q u irir un c o n o c i m i e n to no empírico de nuiles
son esos rasgos. C on to d o , d e b o in sistir e n q u e las cuestiones que H
han p lantead o en esta s e c c ió n s ig u e n s ie n d o el tem a de fuertes \ com­
plejos debates y q u e n o ha su rg id o to d a v ía u n co n sen so sobre las mis

EL A U T O E N G A N O

La otra cara d e la m o n e d a d el a u to c o n o c im ie to es el autoen^iño. d


cual constituye un fe n ó m e n o u n ta n to e n ig m á tic o . A lgunas personas pa­
recen en gañ arse a sí m ism as a c e r c a d e lo q u e re a lm e n te creen o desean
Por ejem plo, una m ad re p o d ría re h u s a r e n fre n ta rs e al hecho de que su
hijo, que era un so ld ad o , h a m u e rto e n a c c ió n , a p e s a r d e haber recibido
y leído las cartas oficíales q u e in fo rm a n d e su m u erte. Ella quiere oeei
que todavía está viv o y en alg ú n se n tid o c r e e q u e tod avía está vivo, aun­
que en otro sen tid o está c la ro q u e d e b e s a b e r q u e está muerto. Podiía
m os d ecir q ue tal p erso n a ‘se e n g a ñ a a sí m is m a ’, p e ro es difícil interpn.

“ D os im p o rta n te s a rtíc u lo s q u e in te n ta n r e c o n c i l i a r el a u to c o n o c im ie n to o n d
ternism o, e n p a rte re c h a z a n d o el m o d e lo o b s e r v a c i o n a l d e l a u to c o n o c im ie n to , son 0
D on ald D avid so n , ‘K n o w in g O n e s O w n M in d ’, P roceedings a n d Addresses oj ' 1
cari Pbílosophical Association 6 0 ( 1 9 8 7 ) , p p . 4 4 1 - 5 8 , y T y l c r B u rg e , IncliviclualiMii ^ ^
S elf-K n ow led ge’, Jo u rn a l o f Philosophy 8 5 ( 1 9 8 8 ), p p . 6 4 9 - 6 3 , re im p re s o s am bo" l‘n .
San\ Yf Sejf-Knowledge. El te m a s e d is c u te ta m b ié n e n v a rio s d e los ariitu ()S 1 tiirj
pin W nght, B arry C. Sm ith y C yn th ia M a c d o n a ld (.e d s .), Knoiving oitroirn Mtmh ' ,in
Hfa'íCÍ770 r\ r PreSS’ P a ra c o m c n t a r i o s e x t r e m a d a m e n t e c l a r o s y -miuil"
s n’ Nature ° f T n ieM inds (C a m b r id g e : C a m b r id g e U n iv e rsity Press. \)>- ^ i(,
• a n u e va e in te re sa n te s o lu c ió n al p r o b le m a d e l a u t o c o n o c i m i e n t o la P r° P ( , )M/,
S S ? T S" World Wi‘t>ont, the M ind Withirr A n lissar on Find-Pe«on A»
(C am b rid ge: C a m b rid ge U n iversity P r e s s , 19 9 6 ).

254
___________________ - (ic mo mtmo
tar de m o d o literal esta d e scrip ció n d e su situación. Una persona puede
engañar a o tra p e rs o n a , p e ro só lo p u ed e h acerlo porque sabe cosas que
la segu n d a d e s c o n o c e . En el c a s o d e la m adre de nuestro ejemplo, al pa­
recer ‘r e a lm e n te ’ s a b e q u e su hijo está m uerto, de m odo que no parece
que ten ga literalm en te sen tid o describirla co m o alguien que guarda para
sí m ism o e s e c o n o c im ie n to , al m o d o en que uno puede guardar para
uno m ism o a lg o sin c o m u n icá rse lo a otra persona. Tam poco resultará útil
sugerir q u e p a r te d e su m en te sab e q ue su hijo está m uerto e impide que
este c o n o c im ie n to lo ten ga la otra p arte de su m ente, pues de hecho esto
sería tratar el a u to e n g a ñ o c o m o si fuera m eram ente un tipo de engaño
de o tro s, lo q u e cla ra m e n te n o es. A parte de cualquier otra considera­
ción, p a r e c e h a b e r alg o d e in trínsecam en te irracional en el autoengaño.
lo q u e n o s u c e d e c o n el en g a ñ a r a otros. Por otra parte, no deberíamos
con fu nd ir el a u to e n g a ñ o c o n el h acerse ilusiones, que también es irracio­
nal. H a c e rse ilu sion es co n siste en cre e r algo sólo poique se quiere que
sea v erd ad y n o p o rq u e se ten ga ningún indicio de que lo sea, y a la ma­
dre d e n u e stro e jem p lo n o p a re ce aplicársele esa descripción, ya que po­
see b u e n o s in dicios en favor d e la fa ls e d a d de lo que quiere creer y con
todo, en alg ú n sen tid o todavía lo cre e frente a todos los indicios, aunque
al m ism o tie m p o s e p a realm en te’ q ue debe ser falso.
E s difícil d e cid ir c ó m o se d ebería co m en zar siquiera a describir
a d e cu a d a m e n te un c a s o a sí.-(1 Una enseñanza que podría extraerse de
esto e s q u e n u e stro m o d o cotid ian o de hablar acerca de “creen cias, ‘co ­
n o c im ie n to ’ y ‘d e s e o s ’ p o s e e una com plejidad que hasta el momento lia
e s c a p a d o a lo s in ten to s d e los filósofos de proporcionarle un fundamen­
to te ó rico cla ro . N o n ecesariam en te hem os de concluir, con los materia­
listas elim in ativ o s, q u e los estad o s de actitud proposicional son una ít
ció n n a c id a d e u n a te o ría d e la m en te ‘de sentido común q ue
cie n tíficam en te in ad ecu ad a (v é a se d e nuevo el capítulo 3) Pero ta \e z
d e b e ría m o s c o n te m p la r co n m irada más escéptica el cómodo supues o
d e q u e las c re e n cia s y los d eseo s claram ente son estados e Pers^ ‘ " ’
o d e su s m en tes, en an alogía co n estados físicos de sus cuerpos, c
la fo rm a, la m asa y la velo cid ad .

CONCLUSIONES

En este cap ítu lo final h em os cubierto una ‘ UI1 modo


itorio difícil, au n q u e en parte lo hayamos in^P ^c^
territorio ^ naturaleza de
:esa
n e ce sariam
r en te superficial. Nuestras reflexione. xs* mismos jwn
han resultado
resultado
n o so tro s m ism o s y del con ocim ien to de nosotn

. , ivivid Peal*. .1lotnvied Inniiona-


~u Para más información sobie el autoengaño. ^ \[ciCt Rea, Sclf-Dcxcpnon^.
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s as g
abineard o
n ,ealn oco
s m—ie n /u <|(
n o so tro s " o s d e j o ^ in se g u ro s s o b r e q u é d í , (, tl, u ,

s a T s o m o s í f c e r c a d e n u estras p ro p ia s c o n d ic io n e s d e p ersisten d a i ,
sas so m o s y a p o y a m o s p a ra e l c o n o c tm ie n to a c e rc a de núes
“ d o s is e ? complicado y comrovoriido. o .......
tro p asau u, e s ta m o s p e n s a n d o y sintien do u , nv
nuestra e s difícil d e e n te n d e r C o n todo. e s ,;,
incertidum bres n o n o s d eb erían c o n d u c ir a d e s e s p e r a r d e p o d er hacer
n ro g reso s e n la filosofía d e la m e n te . P o r e l c o n t r a n o .p r u e b a n cuan ,m
co rta n te e s la filosofía d e la m e n te c o m o c o r r e c tiv o d e la com p lacem u
o u e caracteriza a m e n u d o ta n to al p e n s a m ie n to c o tid ia n o ace rca de la
m en te c o m o a los su p u esto s te ó r ic o s d e lo s p s ic ó lo g o s y los c e n t,I ros
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270
índice analítico
A b rah am sen , A ., I6 9 n , 195n
a c c io n e s , 6 4 , 8 3 -4 , 139, 2 0 1 -2 8
a c c io n e s b á sica s, 2 0 4 -5 , 2 1 7 -8
a ctitu d -p ro , 2 0 9
actitu d p ro p o sicio n a l (v. estad o s d e actitud)
a g e n te , 2 0 2 -6 , 2 0 9 , 2 1 9 . 2 2 3 , 2 2 7
a g u a, 3 8 -9 , 7 8 , 8 0 , 8 1 -4 , 2 52-4
ajed rez, 5 2 -3 , 1 8 5 -6 , 190
a lg o ritm o s, 1 3 6 -7 , 138, 192, 196
alm as, 17, 18, 2 2 . 2 5 , 51, 2 3 0
a lu cin a cio n e s , 2 0 , 1 0 3-4. 106, 123, 128, 131-4
an álisis a c to -o b je to , 106-7
an álisis filo só fico, 11-2, 115, 121, 127. 132
an im ales, 1 5 8 -6 3 , 170, 191
an im alism o , 2 4 4 -8
A n s co m b e , E ., 2 0 9 -2 1 3
A n s co m b e , G .E.M ., 21n , 38n . 232n
a p a rie n cia , 5 4 -5 , 9 7 -1 1 9 , 125-6
a p ren d izaje, 16 7 -9 . 172. 193-4, 196, 198
a rg u m e n to a partir d e la ilusión, 101-3
a rg u m e n to d e la divisibilidad, 21-2
a rg u m e n to d e la falta de ‘qualia’, 59-61
a rg u m e n to del esp e ctro invertido, 54-9
a rg u m e n to d e lo con ceb ib le, 19-21, 39
A ristóteles, 172, 179
A rm stro n g . D.M., 105n, 118n
a te n ció n , 134-5
A u n é, B ., 207n
A ustin, J . L , 105n
a u to co n o cim ie n to , 44-5, 229-30, 248-55
a u to e n g a ñ o , 25 4 -5
au to rreferen cia, 230-4
Ayer, A. J „ 56n . lO ln, 105n
azar, 2 2 2

B ak er, G ., 18n
B ak er, L.R., 65n
B arw ise, J.. 127n
B ea u ch a m p , T.L.. 29n
B ech tel. \V„ I69n , 195n

271
F ílo^Jia^ku}iente_
B e n a ce rra f, R , 7 1 n
B erk e ley , G ., 113n
Berm údez, J . L , 2 34n
B lo ck , N ., 52n , 54n , 59n , 6 0 n , I 4 l n
B o d e n , M .A., 188n
B o o lo s , G .S., 197n
B rad d on -M itch ell, D ., 118n
B ro w n , R., 155n
B ru c e , V., 1 36n , 139n
B u d d , M., 2 4 9 n
B u rg e , T., 8 1 n , l4 0 n , 254n
B y rn e, R .M J., 174n , 176n , 179n , 18 0 n

c a d e n a s ca u sales d esv iad as, 1 2 9 -3 1 , 1 4 3 , 2 0 9 , 2 2 4 -6 , 2 4 3 -4


C am pb ell, J ., l6 3 n , 23 3 n
c a rá c te r cualitativo, 5 5 -9 , 6 0 , 6 6 , 9 9 -1 0 1 , 11 0 , 1 2 5 -6 , 1 4 0 , 14 2
C arru thers, R , 2 5 0 n
C artw right, N., 38n
ca te g o rías, 13, 1 6 5 -7
cau salid ad , 2 8 -2 9 , 3 4 -5 , 3 7 n , 38n , 7 7 , 8 6 -8 9 , 9 2 -3 , 1 0 6 , 1 2 1 , 1 2 6 -3 2 , 202-
6, 2 1 6 -7 , 2 1 8 -9 , 2 2 1 -7 , 2 4 3 -4
cau salid ad (relació n tran sitiva), 3 5 , 8 6
cau salid ad agen tiva, 2 0 4 -6 , 2 0 9 , 2 1 0 -4 , 2 1 7 -8 , 2 1 9 , 2 2 7 , 2 2 8
ce re b ro s, 17, 19, 22, 2 3 -4 , 3 0 -1 , 4 9 , 1 5 0 , 1 9 4 , 1 9 5 , 1 9 6 , 1 9 8 , 2 2 0 -1 , 2 3 6 -7 ,
2 4 5 -6
cie n cia, 13-5
Clark, A., 197n
clases, 2 3 4 -6 , 2 4 4
c ó d ig o del c e re b ro , 7 5 -6 , 146, 150, 16 9 , 1 7 0
co g n ició n , 1 4 5 -6 , 148, 198
C o h én , L J ., 178n
co in cid en cia, 2 4 5 , 2 4 7
co lo r, 5 4 -9 , 9 8 , 1 1 1 -8 , 164
Collins., A .W ., 2 51n
co m p o sició n , 2 4 -5 , 27, 4 0 , 2 4 6
co m p u tad o ras, co m p u tacio n al (v. o rd e n a d o re s )
co m u n ica ció n , 15 7 -9 , 170
c o n ce p ció n d e p rim era p erso n a, 6 7 , 2 2 9 -3 0 , 2 3 0 -4
c o n ce p to s , 12, 9 7 -8 , 1 2 3 -1 2 5 , 1 2 6 -7 , 146, 1 6 0 -7 , 1 9 9
co n d icio n e s d e id entidad, 7 2 , 2 3 0 , 2 3 5 , 2 4 4 -5
co n d icio n e s d e p ersisten cia, 2 3 , 2 4 , 2 3 5 -6 , 2 4 5 , 2 4 7
co n d icio n e s n o rm ales, 100, 112, 1 1 3 -8
co n d u cta tró p ica, 191
co n d u ctism o , 4 5 -7 , 6 5 , 158
co n e x io n ism o , 6 3 , 1 5 1 , 169, 1 9 3 -8 , 199
co n o cim ie n to d e u n o m ism o (v . a u to c o n o c im ie n to )

272
---------------- -—________ Indice analítico
c o n o c im ie n to in n ato , 151, 1 6 7 - 6 9
c o n s c ie n c ia , 19, 5 3 -4 , 5 9 -6 1 , 6 6 -7 , 141-3, 172, 248-55
c o n s c ie n c ia d ire cta , 1 0 2 -5 , 1 0 9 , 114, 2 4 8 - 9
co n tar, 2 3 5
c o n te n id o , 1 5 , 4 4 , 4 6 , 5 7 -8 . 6 9 -9 5 , 9 7 -8 , 1 2 1 , 1 2 2 - 6 , 148, 1 6 0 . 252-4
c o n te n id o a m p lio fren te a c o n te n id o reducido. 81-4
c o n te n id o n o c o n c e p tu a l, 12 4 -5 , 147
c o n te n id o p e rc e p tu a l, 1 2 2 - 6
c o n te x to , 7 8 - 9
C o sm id es, L , 1 7 6 n
C ran e, T ., 7 4 n , 124n
c re e n c ia s , 4 4 -5 , 4 6 -7 , 5 7 . 6 3 -4 . 7 2 . 7 4-5. 85-6. 145. 1 6 2 , 1 6 7 206 209
2 1 4 , 2 1 9 , 2 2 1 , 2 2 4 -8 , 2 4 9 -5 5
criterio d e id en tid ad . 2 3 4 -9 , 2 4 2 -3
cu a lid a d e s p rim arias y secu n d a n a s, 9 - 1 0 , 1 1 - 3 , 1 1 9
c u a s i-re c u e r d o , 2 4 2 -3
c u e r p o s , 1 1 , 1 7 -2 7 , 2 3 0 , 2 3 6 , 2 4 5 -8
C u m m in s, R., 9 4 n

C h ater, N ., l 6 2 n
C h e n e y , D .L ., 9 1 n , l 6 ln
c h im p a n c é s , 159, 1 6 1 - 2 , 170. 22 9
C h ish o lm , R.M ., 106n . 204n
C h o m sk y , N., 167, l 6 8 n
C h u rch lan d , P.M., 6 ln , 195n

D a n to , A .C ., 2 0 4 n ,
d a to s sen so ria le s, 55, 98, 1 0 1 - 6 , 109-11, 118-9, 1 2 2
D a v id so n , D „ 3 7 . 3 8 n, l 6 0 n, 162, 1 6 6 , l 6 6 n. 207n, 208n. -09n. — ?n.
226n , 227n , 254n
D av ies, M., 128n
D avis, L .E ., 2 l 4 n
d eb ilid ad d e la voluntad, 22 6 -7
d e d u cc ió n , 1 7 2 -3 r , nn 77 in
D e n n ett, D .C , 56n , 6 2 n. 9 0 n, 9 1 n. I51n, l > * n . 19“ n' "
D e sca rte s. R„ 18. 19-22, 23. 25-7. 39. 40. 4 4 . /9-81. SOn, 2 . 4
d e s e o s , 8 5 , 2 0 9 , 2 1 4 , 219, 2 2 2 . 224-7
d e S ou sa, R., 223n
d eterm in ism o , 205, 2 2 1 - 2
D e u tsch er, M., 243n
D evitt, M., l6 5 n
dibujo, 1 5 6-7
D ick in son , A., l 6 ln
d ire cció n d e ajuste, 85
disposiciones, 45. 113-6, 119. -
doble (Doppelganger), 82-4

273
Filosofía deja mente ___________________ _ ------
d olor. 3 8 -9 , 4 6 -7 . 4 8 , 5 2 , 9 7 , 1 0 6 - 8
D on ald, M., 159n
D retsk e, F. I , 123n
d ualism o , 1 8 -2 5 , 27, 28 , 3 0 -1 , 4 0 , 81

e ficacia cau sal, 7 3 , 2 2 2


Einstein, A., 166
ejem p lificació n, 117
e le cció n . 2 1 9 -2 2 3 , 2 2 4 -5 , 2 2 6 -8
e m e rg en tism o , 35
e m o cio n e s , 57, 172, 199, 2 0 1 , 2 0 2 , 2 2 3 -4 , 2 3 3
e n ca rn a ció n , 4 0
e n erg ía, 29
en tid ad es ab stractas. 7 0 . 7 1 -2 , 7 3
en u n ciad o s, 7 0 , 7 2
e p ife n ó m en o s, 59, 106, 142, 2 2 0
e sce p ticism o , 1 0 5 -6 , 119, 1 3 1 -2 , 1 3 3 -4 , 1 4 3 , 2 4 4
e sp a cio , 28 , 106, 108, 1 63, 165. 166
e sp e cificació n del co n te n id o , 7 7 -9
espíritus an im ales, 30-1
e sq u e m as co n ce p tu a le s, 1 6 3 -7 . 170
esta d o s d e actitud, 4 3 -5 , 4 6 , 59, 6 1 , 6 2 -3 , 6 9 -7 0 , 7 7 , 8 1 , 8 5 , 9 3 , 160, 196,
208
e sta d o s d e se g u n d o o rd en (v . p e n sa m ie n to s d e s e g u n d o o r d e n )
esta d o s m en tales, 23, 2 7 -8 , 4 3 -6 7
E van s, G, 2 3 2 n , 2 4 2 n
E van s, J. St. B .T , 174n , 176n , 183n
e v o lu ció n , 3 5 , 4 9 , 6 5 , 8 9 -9 3 , 1 35, 1 3 8 , 1 4 2 , 1 5 7 , 1 7 3 , 1 7 6 , 2 0 1 , 2 5 0
e x p e rie n cia s d e ‘estar fuera del c u e r p o ’, 20
e x p e rie n cia s p e rcep tu ales, 1 2 1 , 1 2 2 -5 , 1 3 3 , 1 4 0 -3
e x p e rim e n to m ental d e la 'h ab itació n c h in a ’, 1 8 8 -9 0 , 1 9 8 , 1 9 9
exp ertos id iota s, 191
e x p lica ció n cau sal, 48, 7 3 , 7 5 , 8 1 -4
e x p re s a r sen sa cio n e s in tern as, 2 3 3
ex te rn ism o , 7 9 -8 4 , 135, 140, 2 5 2 -4

falacia d e la p ro p o rció n b ásica, 1 7 6 -9


falacia h om u n cu lar, 169
fe n o m en o lo g ía d e la p e rc e p c ió n , 1 3 4 -5
Field, H ., 7 1 n , I4 9 n
filosofía d e la m en te, 11-2, 13 -5 , 2 5 6
física cu án tica, 35
fisicism o, 9 -1 0 , 3 2 -4 0 , 51, 6 2 , 6 6 , 8 4 s
flogisto, 6 2
Fod or, J.A ., 54n , 7 6 n , 81n , 8 8 n , 13 8 n , I 4 9 n , 15 1 n , 1 5 6 n , l 6 7 n , 197n
fo rm a, 1 1 1-5, 118

274
----------------------------------------------- ------------ ----- lndicejinalitia>
fo to g rafías, 151
F re g e , G .f 17 3 , 1 7 9
fu n cio n alism o , 4 7 - 6 1 . 6 6 -7 , 197
fu n cio n es, 4 9 , 9 0 , 9 2

gallina m o te a d a , 154
G allois, A ,, 2 5 4 n
G arb er, D ., 3 1 n
G aro n , J ., 1 9 6 n
G arrett, B ., 2 3 9 n
G e a ch , P.T., 4 0 n
g e o m e tria p ro y e ctiv a , 137
G ib so n , J .J ., 1 3 8 . 13 9 n
G ig eren zer, G ., 17 8 n
G inet, C ., 2 l 4 n
g la n d u la p in eal, 3 0
g ra m á tica u n iv ersal, 1 6 7 -9
G re en , R , 1 3 6 n , 139n
G rice, H .R , 12 7 n

H a a ck , S., 7 0 n
H am ilto n , A ., 2 3 2n , 2 4 2 n
H ard in . C, L., lOOn, 118n
H eal. J ., 2 5 1 n
HeiI, J ., 51n , 119n , l6 0 n , 254n
H errn stein , R.J., 155n
H e y es, C., l 6 l n , l6 2 n
H in to n , G .E ., 194n
H in to n , J.M ., 133n
h ip ó tesis del len gu aje d e p ensam iento, 146, 148-51. 15/. 169
h ip ó tesis S ap ir-W h o rf, 165
H op i, 1 6 5 -7
H o rn sb y , J .. 2 0 3 n . 20 4 n , 215n
H o w e , M .J., 191n
H u m e, D,, 29, 29n , 131n , 209n

id en tid ad p e rso n a l. 234-9 , 24 2 -3


id en tificar a c cio n e s , 2 0 2 , 2 0 9-12. 2 1 6 -7
ilusión d e M íiller-Lyer, 128-9, 138
ilu sion es, 8 9 , 101-3 , 128. 138, 139
im á g e n e s, 146, 1 5 2-7, 2 1 8
im á g e n e s (g iro ), 155
im á g e n e s (in sp e cció n ) 155
im ag in ació n , 2 0 , 3 9 , 152-7, 240-1
in d e x icalid ad , 7 8 -9
in fo rm ació n , 4 9 , 8 6 -7 , 136-40, 141, 145-6, 150. 196

275
Filosofía de la mente
inm unidad al e rro r d e b id o a id en tificació n e q u iv o c a d a , 2 3 2 , 2 4 2
in teligencia, 1 5 8 -9 , 160, 1 6 8 , 169, 1 7 1 -2 , 1 8 4 -9 9
inteligencia artificial, 1 7 1 -2 , 1 8 4 -9 9
in tencion alidad , 147, l4 7 n , 157, 2 0 2 , 2 0 6 -9 , 2 1 2 -4 , 2 2 4 , 2 2 5 -6 , 241
in ten cio n es, 2 0 2 , 2 0 7
in tensionalidad, 2 0 6 -7 , 2 1 3
in teraccio n ism o , 2 7 -3 1 , 32, 3 4 , 3 5 -6 , 3 6 n , 4 0 -1
internism o, 8 1 -4 , 140, 2 5 2
in terp retació n , 1 4 7 -8 , 152, 1 5 6 -7
in tro sp ecció n , 4 4 , 4 5 , 149, 152, 155, 157, 1 8 0 , 1 8 5 , 2 4 8 -9 , 2 5 2

Ja c k so n , E , 59n , 99n , 102n , 110n , 118n


Jeffrey , R.C., 197n
Jo h n so n -L aird , P.N., 179n , 18 0 n
juicios p ercep tu ales, 9 7 , 1 2 3-5

K ah n em an , D .. 177n
Kay, R , l6 4 n
K enny, A., 2 1 2 n , 2 23n
Kim, J ., 51n
Kóhler, W ., l 6 l n
K osslyn, S.M., 156n
Kripke, S.A., 38n , 8 0 n

Leibniz, G .W ., 31
lenguaje, 19, 7 4 , 7 5 -6 , 1 4 5 -7 0
len gu aje d e sign os a m e rica n o , 158
Lew is, D .K ., 52n , 128n
leyes, 19, 31, 3 7 -8 , 6 3 , 65
ley d e co n serv ació n , 3 1 -2 , 4 0
Libet, B ., 2 2 0 -1 , 2 2 2
libre alb edrío, 35 , 2 1 9 -2 3 , 2 2 7 -8
L ock e, J .. l l l n , 113n , 2 l 4 n
lógica, 172-3, 17 8 -9
lógica m ental, 1 7 9 -8 3
Lou x, M .J., 117n

M alcolm , N., 2 4 4 n
M anktelow , K J ., 174n
m ap as, 1 5 1 -2 , 1 5 5 -6
m áquina d e Turing,
Marr, D ., 136, 1 4 0 n ’
Martin, C B ,, 2 4 3 n
M cClelland, J . L , l6 9 n , 19 4 n
M cCulloch, G ., 83 n
M cDaniel, C.K ., l 6 4 n

276
M cD o w ell, J ., 133n , l6 3 n
M cG inn, C., 8 2 n , 115n
m aterialism o elim in ativo, 6 1 - 6 5 , 6 6 - 7 , 7 7 , 1 9 7 9 5 5
m e d ició n , 7 4 -5 , 1 1 2
M eld en, A .I., 2 17n
M ele, A .R., 2 5 5 n
M elior, D .H ., 2 3 3 n
m e m o ria , 185, 2 3 7 , 2 4 0 -4
m e m o ria (e x p e rie n cia s ), 2 4 0-1, 244
m e m o ria (h u e lla ), 244
m e n ta lé s, 1 4 8 -5 1 , 1 6 9
m e n te s, 1 1 , 17
m e re o lo g ia , 2 4 -5
M errick s, T., 20n
m etafísica, 9, 13-5, 165-7, 21 9 -2 0
M etzler, J ., 155n
m ie m b ro fan tasm a, 108
M illikan, R.G ., 90n
Mills, E ., 34 n
m o c io n e s co rp o ra le s, 2 0 2 - 6
m o d e lo s m en tales, 179-83
m o d u larid ad , 1 3 8 , 1 6 9
m o n o s v e rd es, 9 1 -3
M o o re, G .E ., 2 5 ln
M orris, K .J., 18n
m o tiv a ció n , 2 0 1 -2 , 209, 223-7
m o v im ien to s co rp o rales, 2 0 2 - 6
m ú ltiple realizabilidad, 50-1
M urray, D J ., 178n

N agel, T , 53, 2 3 8 n
n atu ralism o . 8 5 , 8 9 - 9 0
N elkin, N., 6 0 n, 81n
n e u ro n a s, 194
N e w stead , S.E., 174n , 1 7 6 n
N e w to n , L, 31
N o o n a n , H .W ., 239n
n o rm alid ad , 8 7 -9 , 92-3
n orm ativid ad , 64, 89, 175, 176, 1 9 8
n ú m ero s, 39, 71, 73-4

ob jetivo , 8 9 - 9 0 , 172, 184, 1 9 8 , 199, 2 0 1


O ’B rien , D .R , 179n
O lso n , E.T., 244n
o lv id o d e la p rop orció n básica, 1 7/
o n to lo g ía, 13, 71, 165-6

277
Filosofía de la mente _____________ ._______ _________ ______
o p tim ism o injustificado (h a c e r s e ilu sio n es), 8 9 , 2 5 5
o ra cio n e s, 7 0 , 7 4 , 7 5 , 7 7 . 14 8 -9
o rd e n a d o re s, 19, 4 9 -5 0 , 7 6 , 13 6 -7 . 1 5 0 -1 , 1 7 1 -2 , 1 8 4 -9 8 , 2 0 1 , 231
O 'S h au gh n essy, B , 215n
O ver, D .E ., 174n , 183n

p ap el cau sal, 4 8 , 5 2 -3 , 55, 5 8 -9 , 6 0 , 6 6


p ap el fu n cional, v. p ap el cau sal
P ap in eau , D ., 32n , 90n , 9 4 n
p arad oja d e M oo re. 2 5 0 -2
p aralelism o, 31
p a re ce rse , 113, 15 1 -2
Parfit, D.. 2 3 7 n , 23 8 n , 2 4 2 n
p artes, 2 4 -7 , 211
p atro n es (re c o n o c im ie n to ), 196, 1 9 7
P e a co ck e , C .A .B ., 115n , 124n , 2 2 6 n
P ears, D ., 2 55n
Penfield, W ., 2 21n
p en sam ien to , 19, 1 4 5 -7 0 , 2 1 8
p en sam ien to s d e s e g u n d o o rd e n , 5 4 , 6 0 , 2 4 9 -5 4
p e rce p ció n , 1 2 1 -4 3
Perry, J ., 127n
p erson alid ad , 2 3 6 -8
p e rso n as, 17-8, 2 2 -7 , 2 2 9 -5 6
p ersp icacia ló g ica, 1 8 1 -2
p ertin en cia cau sal, 6 9 -7 0 , 7 3 -7 7 , 8 4 , 9 4 -5
Pinker, S., 156n
pintar, pintura, 15 3 (v .d ib u jo )
p itagorism o, 3 9
posibilidad, 14, 2 0 -1 , 3 9 , 132
prejuicios, 173, 1 75, 178
P rem ack , D., I6 2 n
P rich ard , H .A ., 2 1 5 n
p rin cip io d e clau su ra cau sal, 3 2 , 3 4 -6 , 4 1 , 2 2 2
privacidad , 2 4 9
prob ab ilidad , 1 7 6 -8
p rob lem a del m a rco , 1 9 0 -3 , 199
p rob lem a del taxi, 1 7 7 -9
problema m ente-cuerpo, 17
p ro cesam ien to en p aralelo , 194
p rod u ctiv id ad del len gu aje, 149, 158, 164
p ro g ram as, 4 9 , 1 3 6 -7 , 1 8 4 -6 , 1 8 9 -9 0 , 1 9 2 -4
p ro p ied ad es, 11 6 -8 , 119
p ro p ied ad es in trínsecas, 51, 5 5 -6 , 57 , 6 6 , 251
p ro p o sicio n es, 4 3 , 6 9 , 7 0 -6 , 1 8 1 -2
p ru eb a d e Turing, 1 8 8 -1 9 0

278
tí¡hli(>'t>rafia
p sico lo g ía , 1 2 - 3
p sico lo g ía co m p u ta cio n a l d e la p ercepción , 1 2 2 . 1 3 6 -4 0 . 1 43
p sico lo g ía d el sen tid o co m ú n , 6 1 - 6 5 . 6 6 - 7 . 7 6 -7 , 8 3 , 1 9 6 . 2 2 1 ??
7. 255
p sic o lo g ía e c o ló g ic a d e la p ercep ció n . 1 2 2 . 1 3 6 -4 0 . 143
P u llu m , G .K ., I6 4 n
P u tn am , H , 4 7 n , 50n , 78n , 1 67n
P y lysh yn , Z . W , 151n , 156n , 192n, 197n

‘q u a lia ’, 5 4 -5 , 56, 57. 5 8 -6 1 , 9 8 . 1 2 5 - 6

ra cio n a lid a d . 6 4 , 1 7 1 -8 4 , 199, 219. 221-2, 223-4


R am sey , W .. 196n
ra z o n a m ie n to , 1 6 0 - 1 , 1 6 8 , 172-84, 197 . 198-9 2 0 1 - 2
ra z o n e s , 6 4 , 7 7 , 2 0 8 -9 . 2 2 2 . 2 2 3-7
re alism o d ire cto . 105, 1 1 0 , 114, 1 1 6 . 131. 134-5. 140
re a lism o in g en u o , 1 1 0 , 114. 1 1 6 . 131
re c u e rd o s , 132, 2 3 6 -8 , 24 0 -4
re fle x iv o del ejem p lar, 2 3 3
re lativ ism o , 1 6 5 -7
re p re s e n ta ció n , 7 6 , 8 5 -9 4 . 125. 137, 138. 139. I 4 6 -8 . 168-9
re p re s e n ta ció n an aló g ica, 151-7
re p re s e n ta ció n digital. 151-2, 155-7
re p re s e n ta ció n erró n e a . 8 7 -9 . 93
retin a, 1 3 7
Rips, L.J., 181n
R o b in so n , H .. 102n
R o se n b e rg , A., 29n
R u m elh art, D .E ., l6 9 n , 194n
R ussell, B ., 132n . 173. 179
Ryle, G ., 18n. 4 5 n . 2 l 5 n

S ack s, O ., 158n
Sapir, E ., 165
S au n d ers, B .A C.. l6 4 n
S earle, J.R .. 8 5 n , 147n , 184n, 188n. 190, 198
S egal, G ., 140n
s e le cc ió n , 90-1
Sellars, W ., 149n
se m á n tica , 179, 189. 198
se n s a cio n e s , 46. 47. 97 -1 1 9 , 145-6
se n tid o c o n u m , 1 6 6 , 172, 184, 192-3
S eyfarth, R.M., 91n , I 6 l n
S h ep ard , R.N ., 155n
Shoemaker, S„ 59n. 232n, 237n, 242n
Shwartz, S.P., 156n
silo g ism o s, 173, 183

279
Filosofía d e la m ente

Sim ons. R , 25n


sim u lación , 19, 6 5 , 172, 184
sín d ro m e dei ‘e n cie rro ’, 187 ^
sín d ro m e d e p erson alid ad m últiple, 26 , 2 3 6
sintaxis, 7 5 -6 , 1 4 8 -9 , 159, 164. 1 6 5 -6 , 1 6 7 -9 , 1 7 9 , 1 8 9 , 1 9 8
situ acion es. 127
Smith, G.H., 156n
Smith, N., 191n
Sm olensky, R , 197n
S n o w do n, R , 133n
so b red eterm in ació n cau sal, 3 2 -5 , 4 0
soliloq u io silen cio so , 149, 170
Spinoza, 224
Stalnaker, R.C., 7 3 n , 151n
Sterelny, K., l 6 5 n
Stich, S.R , 64n , 178n , 19 6 n
Straw son, G ., 29n
Straw son, R R , 27n
subjetividad, 6 6
sub stan cia, 17, 18. 2 1 -2 , 2 5 -7 , 165
su ceso s, 165, 2 0 2 -6 , 2 1 0 -2
sujetos d e ex p e rie n cia s, 12, 17, 18, 2 1 , 2 3 , 2 4 , 2 7 , 1 6 3 . 2 2 3 . 2 2 8 , 229, 2 3 1
su p erv en ien cia, 51, 8 4
su p erv iven cia, 2 3 8
Sutton, J ., 2 4 4 n

tarea d e se le cció n d e W aso n , 1 7 4 -6 , 1 7 7 , 1 8 0


Taylor, R , 2 0 4 n , 2 1 7 n , 2 2 5 n
teleolo gía, 8 9 -9 4
te o rem a d e B ay es, 177
teoría ad verb ial, 1 0 6 -1 1
teoría causal d e la p e rc e p c ió n , 1 0 4 , 121, 1 2 6 -3 5 , 1 4 1 , 1 4 3
teorías d e la identidad, 3 1 , 3 3 -4 , 3 7 -4 0 , 4 3 , 5 0 -3 , 6 2
teoría d e la m en te, 6 5 , 16 2
teoría disyuntiva d e la p e rc e p c ió n , 1 2 1 , 1 3 2 -5 , 1 4 0 , 1 4 3 , 2 1 5 , 244
teoría gen eral d e la relatividad , 1 6 5 , 1 6 6
térm inos d e g é n e ro natural, 8 0
Thalberg, I., 2 1 1 n , 2 2 3 n
T h o m so n , J.J., 21 0 n , 2 1 1 n
tiem p o, 163, 165, 166, 2 1 0 , 211
tigre ray ado , 154
tip o /ejem p lar (d istin ció n ), 3 8 n , 4 8 , 5 0
trad u cción , 150, 166, 169
tratar d e, 20 2 , 2 1 4 -7
Tsimpli, L-M ., 191n
Turing, A.M., 50n , 186s, 197n

280
— — - _ Indice analítico
T v ersk y , A., 177n
T y e, M., 57n , 106n , llO n, 156n

u n iv ersales lingüísticos, 167


u n o m ism o , 2 2 9 -3 1 , 234

v a n B rak el, J ., l6 4 n
v a n G eld er, T., I4 0 n
v an In w a g e n , R . 221n
ver, 1 2 -3 , 1 4 1 -2
v e rd a d , 6 4 , 7 1 , 8 7 , 8 8 -9 , 162, 167. 201
v e rificacio n ism o , 56
visión c ie g a , 122, 141-2, 143
v isión d o b le , 103, 106
v isión p ro stética, 130, 142
v o ca b u la rio , 149. 164
v o lició n , 2 0 9 , 2 1 4 -7 , 221
v o licio n ism o , 2 1 4 -9 . 2 2 7-8
v o lu n tad , 2 0 2 , 2 1 4 -2 3

W a tso n , J .B ., 158n
W eisk ran tz, L , 14 ln
W h o rf, B.I., 1 6 5 -1 6 7
W ilk es, K.V., 236n , 239n
W illiam s, B ., 237n
W ilso n , R.A., 81n
W ittg en stein , L , 12, 156. 214. 215. 232n, 233n. 249n
W ollh eim , R-, 240n . 242n
W o o lh o u se , R.S.. 31 n

‘y o ’, 2 1 , 2 2 9 , 2 3 0 -4

zo m b is, 6 0 , 6 6

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