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LOWE
Jonathan Lowe ofrece en este libro una introducción a la filosofía de
la mente que abarca un gran número de temas. Con un enfoque centrado
en los problemas, pensado para estimular tanto como para instruir,
comienza por un examen general del problema mente-cuerpo, a partir
del cual pasa a un examen detallado de cuestiones filosóficas específicas
relativas a la sensación, percepción, pensamiento y lenguaje,
racionalidad, inteligencia artificial, acciones, identidad personal y
conocimiento de uno mismo. Estas cuestiones se tratan con una
perspectiva notablemente amplia, que destaca por prestar la misma
atención a problemas metafísicos profundos referentes a la mente
como a los descubrimientos y las teorías de la psicología científicia
actual.
El libro se dirige a todos los lectores interesados por la naturaleza de
la mente humana que posean una mínima base de conocimientos
filosóficos.
lililí?
Filosofía de la mente
Filosofía de la mente
E. J. Lowe
IDEA BOOKS
Nota de la traductora
La traducción de este libro sobre filosofía de la mente que trata la mayoría
de las discusiones contemporáneas sobre el tema, ha requerido tomar varias de
cisiones teminológicas sobre la traducción de algunos términos ingleses de difí
cil correlación en español. Algunas de las decisiones que más podrían sorpren
der al lector han sido justificadas y comentadas en notas a pie de página.
Otras decisiones teminológicas podrían también sorprender al lector, pero
en estos casos el motivo sería la difusión que han conseguido los anglicismos
que han substituido a las traducciones correctas al español. Un ejemplo de ello
se encuentra en la traducción del término ‘physicalist’ por ‘fisicista’ y no por Ti-
sicalista’. El uso del término ‘fisicalismo’ se ha extendido por evidentes interfe
rencias con el término inglés. Al proceder del adjetivo ‘físico’ la derivación co
rrecta en español es ‘fisicista’ (también el término inglés deriva del adjetivo, sólo
que en este caso el adjetivo es ‘physical’). Un caso similar se encuentra en la
traducción de ‘extemalisrrí e ‘internalisrrí. Las traducciones correctas de estos
términos son ‘extemismo’ e ‘internismo’. Estas decisiones terminológicas han si
do discutidas -y acogidas favorablemente por unanimidad- en más de un con
greso de sociedades filosóficas de habla hispana, muy especialmente en el II
Congreso de la Sociedad Española de Filosofía Analítica celebrado en la Univer
sidad Complutense de Madrid en 1998.
IDEA BOOKS, S A
Rosellón, 186, I o 4®
08008 Barcelona
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Impresión y encuodemocton:
G r il» » X «ncuodemociooes Reunidos S A
ISBN: 84 8236-183 X
Depósito legal: B-47396-2000
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índice
p ág in a
P refacio ^
1 Introducción
Psicología empírica y análisis filosófico \2
Metafísica y filosofía de la mente 33
Breve guía del resto del libro 15
3 Estados mentales 43
Estados de actitud proposicional 43
El conductismo y sus problemas 45
El funcionalismo 47
El funcionalismo y las teorías de la identidad psicofísica 50
El problema de la consciencia 53
Los ‘qualia’ y el argumento del espectro invertido 54
Algunas respuestas posibles al argumento del espectro
invertido 56
El argumento de la falta de ‘qualia’ y dos nociones de
consciencia 59
El materialismo eliminativo y la ‘psicología de sentido común’ 6l
Algunas respuestas al materialismo eliminativo 63
Conclusiones 65
4 Contenido mental 69
Las proposiciones 70
5
Filosofía d e la m ente
5 Sensación y apariencia 97
Apariencia y realidad 98
Las teorías de los datos sensoriales y el argumento a partir
de la ilusión 191
Otros argumentos a favor de los datos sensoriales 103
Objeciones a las teorías de los datos sensoriales 108
La teoría adverbial de las sensaciones 106
La teoría adverbial y los datos sensoriales 109
Cualidades primarias y secundarias 111
Las teorías de los datos sensoriales y la distinción entre
cualidades primarias y secundarias 113
Una versión adverbialista de la distinción entre cualidades
primarias y secundarias 116
¿Existen realmente las propiedades de color? 116
Conclusiones 118
6 La percepción 121
La experiencia perceptual y el contenido perceptual 122
Contenido perceptual, apariencia y ‘qualia’ 125
La percepción y la relación causal 126
Objeciones a las teorías causales de la percepción 131
La teoría disyuntiva de la percepción 132
Los enfoques computacional y ecológico de la percepción 136
Consciencia, experiencia y ‘visión ciega’ 141
Conclusiones 143
B ibliografía 257
Prefacio
En un momento en el que puede disponerse de un buen número
de libros introductorios sobre la filosofía de la mente, es razonable que
se me pregunte por qué he escrito uno más. Tengo al menos dos res
puestas a esta pregunta. Una es que algunas de las introducciones más
recientes no tienen una perspectiva muy amplia, mostrando una tenden
cia a concentrarse en los muchos ‘ismos’ diferentes que han surgido en
los ultimos tiempos — reduccionismo, funcionalismo, eliminacionismo,
instrumentalismo. fisicismo no-reductivo, etc.— , todos los cuales pueden
aún dividirse en ulteriores subvariedades. Otra es que me siento inquie
to por la creciente tendencia a presentar el tema de un modo cuasi-cien-
tífico, como si el único papel adecuado para los filósofos de la mente
fuese actuar como jóvenes socios de una comunidad más amplia de
‘científicos cognitivos'. Posiblemente sea verdad que los filósofos de una
generación anterior rechazaron indebidamente la psicología empírica y
la neurociencia, y que realmente carecieron de conocimientos sobre
esas materias, pero ahora existe el peligro de que el péndulo haya osci
lado demasiado en la dirección opuesta.
Quizá alguien piense que mis dos respuestas están en conflicto la
una con la otra, en la medida en que la obsesión actual por los diferen
tes ‘ismos’ parece que indica al menos un interés por la metafísica de la
mente, que es una empresa inconfundiblemente filosófica. Pero no hay
aquí ningún conflicto, porque buena parte de lo que se llama ‘metafísi
ca’ en la filosofía contemporánea de la mente es en realidad algo de es
caso peso, que a menudo tiene sólo una relación muy débil con el culti
vo de una ontología fundamental seria. De hecho, la mayoría de los
‘ismos’ actuales que hay en la filosofía de la mente los genera la necesi
dad que sienten sus defensores de proponer y justificar una explicación
de la mente y sus capacidades de carácter fisicista en un sentido amplio,
partiendo del discutible supuesto de que sólo ella puede hacer científi
camente respetable que hablemos de la mente. Buena parte de los de
bates esotéricos entre filósofos a los que une este supuesto común se
han producido simplemente debido a que está muy poco claro qué es
lo que implica realmente el ‘fisicismo’ en filosofía de la mente, En los
capítulos que siguen procuraré que este asunto, relativamente tan estéril,
no domine y distorsione nuestro indagar filosófico.
Este libro se dirige ante todo a lectores que se hayan introducido
ya de un modo básico en la argumentación y el análisis filosófico, y es
tén empezando a concentrarse con mayor detalle en áreas específicas de
la filosofía, en este caso la filosofía de la mente. El tema se aborda de
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Filosofía d e la m ente
10
1
Introducción
¿Qué es la filosofía de la mente? Uno podría verse tentado a respon
der que es el estudio de las cuestiones filosóficas concernientes a la
mente y a sus propiedades — cuestiones del tipo de si la mente es dis
tinta del cuerpo o de alguna de sus partes, como el cerebro, y de si la
mente posee propiedades, como la consciencia, que son exclusivamente
suyas. Pero tal respuesta asume de manera implícita algo que es ya filo
sóficamente controvertido, a saber, que las ‘mentes’ son objetos de un
cierto tipo, relacionados de algún modo — quizá causalmente, quizá por
identidad— con otros objetos, los cuerpos o los cerebros. Dicho breve
mente, tal respuesta conlleva una reificación implícita de las mentes: li
teralmente, el convertirlas en ‘cosas’. Las lenguas indoeuropeas, como el
inglés, están sobrecargadas de nombres comunes y aquellos que tienen
como lengua materna una de esas lenguas tienen la tendencia injustifica
da a suponer que los nombres denominan cosas. Sería ingenuo que,
cuando decimos que las personas tienen cuerpo y mente, esto se inter
pretara como algo similar a cuando decimos que los árboles tienen tron
cos y hojas. Los cuerpos humanos son verdaderamente ‘cosas’ de un
cierto tipo. Pero cuando decimos que las personas ‘tienen mentes’ esta
mos, con seguridad, diciendo algo acerca de las propiedades de las per
sonas en lugar de decir algo acerca de ciertas ‘cosas’ que las personas,
de alguna manera, poseen. Una manera más prudente de decir que las
personas ‘tienen mentes’ sería manifestar que están dotadas d e mente o
d otad as d e m entalidad, pretendiendo proclamar con ello tan sólo que
sienten, ven, piensan, razonan, etcétera. Según este modo de ver las co
sas, la filosofía de la mente es el estudio filosófico de las cosas dotadas
de mente precisamente en cuanto que están dotadas de mente. En las
cosas en cuestión se incluye a las personas, pero puede que también
haya que incluir a animales no humanos y quizá incluso a robots, de
poder éstos estar dotados de mente. Especulando más, las cosas en
cuestión podrían incluir espíritus desencarnados, como los ángeles y
Dios, si tales cosas existen o pudieran existir.
¿Hay algún término general único que abarque a todas las cosas
dotadas de mente, reales o posibles? Según creo, no lo hay en el lengua
je común, pero podemos sugerir uno. Sugiero que utilicemos el término
‘sujeto’ para tal propósito. Hay un pequeño inconveniente en hacerlo,
debido a que la palabra ‘sujeto’ tiene algún otro uso, por ejemplo en el
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Filosofía d e la m e n t e ____________________________________________________________________________________________________________________________________________
En el original, “as a synonim for ‘topic”’ He cambiado el ejemplo porque el del au
tor no tiene correspondencia en castellano. (N. de la T ).
Amplío información sobre la noción de sujeto de experiencias' en mi libro de tal tí-
tu o, Su jecls o f Experíence (Cambridge University Press, 1996)* veánse especialmente los
capítulos 1 y 2, 1
Es en sus Investigaciones filosóficas donde Wittgenstein escribe su famoso pasaje La
mosotia no puede interferir de ningún modo en el uso real del lenguaje ... lo deja todo co-
OvfWrU p b'{°-‘°Phlcal Investigationi, traducción de G.E. M. Anscombe, 2a edición,
ha teníH a<" * ’ ^ <- omo se veó¡. disiento fuertemente de esta doctrina, qu<-'
tieirmo r o n r 7 °.P' u 0 n ' Una influencia Pe nudicial en la filosofía de la mente. Al propio
buena gana que Wittgenstein mismo ha realizado muchas contribuido,
nes vahosas a la comprensión de nosotros mismos com o sujetos de experiencias.
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---------------------- — — — — _ ... ________________________ ________________ __________________ ________________________________________ Introducción
cas, pero esto equivale a decir que también ellos pueden comportarse
de un modo filosófico acerca de su disciplina. La filosofía no es un club
exclusivo al cual puedan pertenecer únicamente los miembros de pago.
De todos modos, existe algo así como el ser experto en el pensar filosó
fico, algo que requiere algún esfuerzo, y muy a menudo sucede que los
que practican las diversas ciencias no han tenido el tiempo o la ocasión
de adquirir esa competencia De lo cual se sigue que, en general, no es
una buena cosa dejar la práctica filosófica acerca del tema de una cien
cia dada exclusivamente a los que practican esa ciencia. Al propio tiem
po, sin embargo, se requiere que las personas que tienen una formación
filosófica se informen lo mejor que puedan acerca de un ámbito de in
vestigación empírica antes de tener la pretensión de ofrecer reflexiones
filosóficas sobre el mismo. Una teoría científica de la visión, pongamos
por caso, no es ni un competidor ni un substituto de un análisis filosófi
co del concepto de ver, pero ambas cosas gozarán de una mayor credi
bilidad en la medida en que sean compatibles la una con la otra.
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Filosofía d e la m ente
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---------------------- ---------------------- -------------- — — _________________________ ______________________ _______________________________________________________ Introd u cció n
15
3EN
2
Mentes, cuerpos y personas
Un tema perenne de la filosofía de la mente ha sido el llamado
p to b lem a mente-cuerpo, es decir, el problema de cómo la mente está re
lacionada con el cuerpo. Sin embargo, tal como he indicado en el capí
tulo anterior, esta manera de formular el problema es discutible, debido
a que sugiere que la mente’ es algún tipo de cosa que se relaciona con
el cuerpo o con alguna parte del cuerpo, como el cerebro. Se nos invita
así a considerar si la mente es idéntica al cerebro, o si meramente se re
laciona de modo causal con el mismo. Ninguna de estas propuestas pa
rece muy atractiva, siendo la razón de ello, según sugiero, que realmen
te una cosa tal — la mente'— no existe. En su lugar, lo que hay son
seres dotados de mente —sujetos de experiencia— que sienten, perci
ben, piensan y llevan a cabo acciones intencionales. Entre tales seres se
incluyen las personas humanas, como lo somos nosotros, las cuales tie
nen cuerpos que poseen diversas características físicas, como son la al
tura, el peso y la forma. Cuando se lo entiende correctamente, el proble
ma cuerpo-mente no es otro que el problema de cómo los sujetos de
experiencias están relacionados con sus cuerpos físicos.
A tal respecto se presentan vanas posibilidades. Ai describirlas
me limitaré al caso de las personas hu m an as. a la vez que reconozco
que puede ser que la clase de los sujetos de experiencias sea más am
plia (porque, por ejemplo, puede que incluya a ciertos animales no
humanos). Una posibilidad es que una persona sea precisamente — es
decir, sea idéntica a— su cuerpo, o alguna parte destacada del mismo,
como lo es el cerebro. Otra es que una persona sea algo completa
mente distinto de su cuerpo. Todavía otra es que una persona sea una
entidad compuesta, una de cuyas partes es su cuerpo y la otra un espí
ritu inmaterial o alma. Las dos últimas concepciones constituyen for
mas de lo que se denomina tradicionalmente ‘dualismo de substan
c ia s ’, d ebien d o en este co n texto en ten d erse por ‘su b sta n cia ’
simplemente cualquier tipo de objeto o cosa persistente que sea capaz
de experimentar cambios en sus propiedades en el transcurso del
tiempo. Es importante no confundir el término ‘substancia’ tomado en
este sentido con ‘substancia’ entendido como denominación de algún
tipo de elemento o compuesto, como el agua o el hierro. Empezare
mos este capítulo examinando algunos argumentos en favor del dualis
mo de substancias.
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Filosofía d e Ia m ente
EL DUALISMO CARTESIANO
18
Mentes, cuerpos y personas
EL ARGUMENTO DE LO CONCEBIBLE
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F ilosofía d e la m ente _______ _________________________________________________________________________________________________________________________________________
20
-------- Mentes, cuerpos y personas
ese tipo sera aceptable, lo que parece absurdo. Aun así, puede pensarse
que la afirmación particular de Descartes, al respecto de que es posible
para e que exista sin un cuerpo, no es una de esas afirmaciones posi-
bles que son aceptables sin demostración. El resultado es que este argu
mento de Descartes en favor de la ‘distinción real' entre él mismo y su
cuerpo, aunque concebiblemente podría ser correcto, carece de fuerza
persuasoria: no es el tipo de argumento que pudiera convertir al dualis-
mo a alguien que no sea dualista
EL ARGUMENTO DE LA DIVISIBILIDAD
Como ejemplo de filósofo que sostiene que yo' no es una expresión referencial en
absoluto, véase G. K. M. Anscombe, The First Pereon, en S. Guttenplan (ed ), M ind a n d
Lanuuage (Oxford: Clarendon Press, 1975), reimpreso en G. K. M Anscombe, Metaphy-
sics a n d tbe Pbilosopby o f Mind- Collected Philosophica! Papers, Vola me 7 /(Oxford: Black-
well, 1981). Examino esta opinión más plenamente en el capítulo 10.
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Filosofía d e la m ente ____________________________________________________________________________________________________________________________________________
EL DUALISMO NO CARTESIANO
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---- ----------- ____________ ^leJ ltes' clíctpos y personas
de examinar tales contraargumentí^ se precisan unas palabras a título
ele precaución. Deberíamos suponer que un rechazo del dualismo carte-
siano supone que se han de rechazar automáticamente todas las formas
de dualismo de substancias'. Pero hay, en particular, una forma de dua
lismo de substancias que no se ve afectada por ninguna de las conside
raciones que se han hecho hasta el momento porque no recurre al tipo
de argumentos que Descartes utilizó para apoyar su posición. De acuer
do con esta versión del dualismo de substancias, desde luego que no se
ha de identificar una persona o sujeto de experiencias con su cuerpo o
con ninguna parte del mismo, pero tampoco se ha de concebir a una
persona como un alma o espíritu inmaterial, ni siquiera como una com
binación de cuerpo y alma. Según esta concepción, en realidad no es
preciso que haya cosas del tipo de las almas inmateriales. En lugar de
ello, una persona o sujeto de experiencias ha de concebirse como una
cosa que posee características tanto mentales com o físicas: una cosa que
siente y piensa, pero que también tiene una forma, una masa y una ubi
cación en el espacio físico. Pero, podría preguntarse, ¿por qué no identi
ficar simplemente una cosa tal con un cierto cuerpo físico o una parte
del mismo, como el cerebro?
Podrían aducirse al menos dos tipos de razón para negar tal identi
dad. La primera es que los estados mentales, como lo son los pensa
mientos y las sensaciones, no parecen ser atribuibles con propiedad a
algo como el cerebro de una persona ni aun al cuerpo de la persona co
mo un todo, sino solamente a la persona misma. Uno se siente inclinado
a insistir en que soy yo el que piensa y siente, no mi cerebro, aun si ne
cesito tener un cerebro o un cuerpo para poder pensar y sentir. (Diré al
go más en defensa de esta idea en el capítulo 10.) La segunda razón,
más inmediatamente convincente, según creo, es que las condiciones de
persistencia de las personas parecen ser completamente distintas a las
de cualquier cuerpo o cerebro humanos. Mediante la expresión ‘condi
ciones de persistencia’ de los objetos (o ‘substancias’) de un cierto tipo
me refiero a las condiciones en las cuales un objeto de ese tipo continúa
subsistiendo como objeto de ese tipo. Un cuerpo humano continuará
perviviendo mientras conste de células vivas organizadas del modo
apropiado para el mantenimiento de las funciones biológicas normales
del cuerpo, tales como la respiración y la digestión; y buena parte de
ello vale también para un órgano corporal tomado individualmente, co
mo el cerebro. Sin embargo, no es nada evidente que yo, como perso
na, no pudiera sobrevivir a la eliminación de mi cuerpo o mi cerebro.
No es necesario recurrir aquí, como hace Descartes, a la presunta posi
bilidad de que yo pueda sobrevivir en un estado completamente incor
póreo, Verdaderamente esa posibilidad es muy difícil de defender. Pero
todo lo que se requiere es recurrir a la posibilidad de que yo pudiera
ca m b ia r mí cuerpo o mi cerebro por otro, quizá uno que no esté hecho
de tejido orgánico en absoluto, sino de materiales completamente dife
rentes. Por ejemplo, se podría concebir la posibilidad de que las células
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F ilo s o J^ eJa jn e n te_
24
------------ ------ lentes, cuopos v personas
las cosas que tienen exactamente las mismas partes son idénticas unas a
las otras Supóngase entonces que este principio es correcto y pasemos
al caso de una persona y su cuerpo. Si una persona se com pone de su
cuerpo pero no es idéntica al mismo, parece entonces que. por analogía
con la estatua y el pedazo de bronce, toda parte del cuerpo debe ser
una parte de la persona, pero no toda parte de la persona puede ser
una parte del cuerpo, es decir, la persona debe tener ciertas partes a d e
m as d e las partes de su cuerpo. Sin embargo, está muy lejos de ser evi
dente cuales podrían ser estas partes suplementarias de la persona, dado
que hemos renunciado a cualquier sugerencia de que una persona tiene
un alma inmaterial. No senaria de nada apelar a cosas como el brazo de
una persona, pues éste es, por supuesto, una parte del cuerpo de la per
sona. A este respecto, la analogía con la estatua y el trozo de bronce se
rompe, porque plausiblemente el brazo de la estatua no es una parte del
trozo de bronce. De modo que. en el supuesto plausible de que una
persona no tenga partes que no sean partes de su cuerpo —y no sea,
sin embargo, idéntica a su cuerpo— , parece que debemos negar que
una persona esté compuesta por su cuerpo.
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Filosofía d e ¡a m ente
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------------------------------------------- -- ---------------------- Mentes, cuerpos y personas
es una substancia simple habrá de estar de acuerdo con Descartes en
que las personas carecen de características físicas y son por ello substan
cias inm ateriales,? No, no se sigue, pues aceptar que yo tengo una parte
izquierda y una parte derecha no es aceptar que éstas sean partes mías
en las que se me pueda dividir y que conjuntamente me componen, en
el moc|° en que mi cuerpo se compone de células en las que se le pue
de dividir. Mi parte izquierda’ y mi ‘parte derecha’ no son cosas que pu
dieran existir independientemente de mí, ni siquiera en principio, en el
modo en que células individuales de mi cuerpo podrían existir indepen
dientemente del mismo; podríamos decir que no son substancias inde
pendientes por sí mismas y por lo tanto, no son cosas de las cuales yo
esté compuesto. Son mas bien meras abstracciones, cuya identidad de
pende esencialmente de su relación conmigo como persona única de la
cual constituyen mitades'.
No espero que nadie esté convencido plenamente, sobre la base
de lo que hasta ahora he dicho, de que sea correcta la versión no carte
siana del dualismo de substancias esbozada anteriormente.s Pero confío
al menos en haber demostrado que las cuestiones que conciernen al es
tatuto ontológico de los sujetos de experiencias y a sus relaciones con
sus cuerpos son cuestiones complejas que requieren de una reflexión
cuidadosa. No contribuye al progreso el rechazar abruptamente el dua
lismo de substancias, tratando el dualismo ‘cartesiano’ como si fuera la
única versión existente del mismo. (En el capítulo 10. al tratar los pro
blemas de la identidad personal, volveré sobre algunos de los asuntos
que se han puesto aquí de relieve.)
* Para una exposición más completa del tipo de dualismo de substancias no cartesia
no del que aquí se habla, véase mi Subjects o f Experíence (Cambridge: Cambridge Umver-
sity Press 1996). capítulo 2. Esta posición es similar en algunos aspectos a la concepción
de las personas que defiende P. F. Strawson en su libro Individuáis: An Essay in Descrip
tive Metaphysics (Londres, Methuen, 1959). capítulo 3, aunque Strawson no estaña de
acuerdo en definirse a sí mismo como un dualista .
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Filosofía d e la m ente
28
Mentes, cuerpos y personas
sos contraejemplos en la c iencia. Verbigracia, el movimiento de un cuer
po puede ser producido por una causa que carece ella misma de movi
miento, como cuando un objeto cargado eléctricamente se mueve bajo la
influencia de un campo electromagnético. Naturalmente, puede decirse
que incluso aquí algo se transmite de la causa al efecto, a saber, en em a.
que puede pasar de una a otra forma (por ejemplo, de energía potencial
a energía cinética). Pero de nuevo la cuestión es que esto no es una res
tricción conceptu al sobre la inteligibilidad de la noción de una transac
ción causal de ese tipo, sino como máximo una consecuencia de una
teoría bien confirmada concerniente a las transacciones de esa clase.
David Hume dio hace tiempo la respuesta decisiva a todas estas ob
jeciones conceptuales relativas a la posibilidad de las relaciones causales
dualistas entre lo mental y lo físico. La respuesta es que, simplemente, no
existen restricciones a priori sobre qué clases de estados o acaecimientos
pueden entrar en relaciones causales los unos con los otros. En la for-
mualción del propio Hume- ‘Si consideramos a priori la cuestión, cual
quier cosa puede producir cualquier otra’/1 Descubnmos qué cosas son
las que p ro d u cen cuáles otras por medios empíricos. y especialmente por
la observación de que ciertos tipos de estados o acaecimientos se presen
tan ‘constantemente unidos’ con otros tipos de estados o eventos. Pode
mos estar de acuerdo con Hume acerca de ello, aunque no lo estemos
acerca de la definición de la relación causal (si es que pensamos que ésta
puede ser definida). Los comentaristas discuten entre ellos sobre la cues
tión de cómo Hume mismo pensaba exactamente que había que definir la
relación causal, pero hay un amplio acuerdo en que la definición ‘humea-
na’ es aproximadamente la siguiente: decir que el estado S] causó (o fue
una causa de) el estado 5„ es decir que Sx fue seguido por S2, y que todo
estado del mismo tipo que 5, es seguido por un estado del mismo tipo
que 5,7 Podemos convenir con los críticos de esta definición humeana’
de la relación causal en témiinos de ‘conjunción constante’ en que no re
coge rasgos importantes de nuestro concepto de una relación causal
por ejemplo, que no recoge nuestra convicción de que, si el estado Sj
causó el estado 5„ entonces, en condiciones parejas, si 5, no hubiera exis
tido, S2 tampoco habría existido. Pero creo que, ello no obstante, debe
mos estar de acuerdo con Hume en que, tal como lo formulé hace un
momento, no existen restricciones a priori acerca de las clases de estados
que pueden estar relacionados causalmente los unos con los otros.
6 Véase David Hume, A Treatise o f Hum an Nature (1739049), editado por L. A Selby-
Bigge y P. H. Nidditch (Oxford: Claiendon Press, 1978), libro I, parte IV, sección V. la fra
se citada en el texto se toma de la p. 247 de esta edición.
7 Para un examen de las ideas de Hume sobre la relación causal en g ^^n il que inc .
a la reflexión, un examen en el que se niega que Hume mismo aceptara « nJ dc ^
causación que, com o en la del texto, se exige la •conjuncion c o n ^
Strawson, The Secret Connexion. Causation, Reahsm, an d Davic ‘ ¿ c T L
don Press, 1989). Para una explicación alternativa de la posición de Hume, vease TomL.
Beauchamp y Alexander Rosenberg, Hum e a n d the Problem o f atts
Oxford University Press, 1981).
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Filosofta de la mente
30
Aíc}ltcs- cuerpos v personas
les, uno que estuviera antes en reposo podía empezar a moverse, pero
solo a expensas de que otro cuerpo perdiera algo de su ‘cantidad de
movimiento El principio por el que aquí abogaba Descartes era una
forma temprana de la ley d e conservación. Los físicos modernos reco
nocen varias leyes de ese tipo, siendo las más importantes la ley de
conservación del momento y la ley de la conservación de la energía.
Desgraciadamente tal como señaló Leibniz, casi contemporáneo de
Descartes , la ley de conservación de Descartes es incompatible con
estas leyes modernas.8 En particular, no parece que Descartes cayera en
la cuenta de que no se puede alterar la dirección del movimiento de un
cuerpo material sin alterar su momento. que es la cantidad que se con
serva según las leyes modernas. El momento de un cuerpo es el pro
ducto de su masa por su velocidad, y la velocidad es un vector y no
una magnitud escalar. Lo que esto significa es que si un cuerpo experi
menta un cambio en la dirección del movimiento, entonces está experi
mentando un cambio en su velocidad y por tanto un cambio en el mo
mento, incluso si la rapidez con que se mueve es constante. Así, por
ejemplo, un cuerpo que se mueva en una trayectona circular de mane
ra uniforme está, a pesar de ello, experimentando un cambio en su ve
locidad. Las leyes del movimiento modernas, postuladas por primera
vez por Newton, sostienen que un cuerpo dotado de masa sólo puede
experimentar un cambio en su velocidad si sobre él actúa una fuerza
correspondiente. Por lo tanto, esas leyes implican, según parece, que
cualquier cambio de los espíritus animales en la dirección del movi
miento — que Descartes pensaba que podía ser provocado por el yo no
físico— habría de ser, de hecho, la consecuencia de que una fu erz a ac
tuara sobre los espíritus animales, y es difícil ver cómo el yo cartesiano,
al ser no físico, podría ser la fuente de tal fuerza. A la luz de esta pa
tente dificultad, el propio Leibniz rechazó el interaccionismo en favor
del p aralelism o — la doctrina de que los estados mentales y los físicos
no interaccionan nunca causalmente, sino que meramente ‘guardan el
paso’ unos con otros de acuerdo con un plan divino prefijado. Sin em
bargo, una respuesta alternativa y posiblemente más plausible sea acep
tar que los estados mentales y los físicos interaccionan causalmente, pe
ro rechazar la afirmación dualista de que los estados mentales son
completamente distintos de los estados físicos. En su lugar, uno se po
dría adherir a la afirmación fisicista de que los estados mentales son
es decir, son idénticos a— ciertos estados físicos, probablemente deter
minados estados neuronales del cerebro.
31
Filosofía d e la m ente
3 2
------------------------------- ----- — — ________________ Mentes, cuerpos y personas
existen, se sigue de manera causalmente necesaria que F también exis-
te ) La premisa (2) se explica a sí misma. La premisa (5) excluye la posi
bilidad de que, siempre que un estado mental Af sea causa de un estado
físico F; haya un estado físico G tal que (a) Gsea causa de F y sin em
bargo (b), aunque uno de los dos estados M y G no hubiera existido el
otro hubiera sido suficiente, en las circunstancias del caso, para causar
la existencia de F. La sobredeterminación causal de carácter general que
la premisa (3) excluye puede ilustrarse (utilizando un ejemplo no psico-
físico) del siguiente modo. Supongamos que dos asesinos dispararan in
dependientemente al mismo tiempo y que las dos balas infligieran heri
das fatales a su víctima, la cual falleciera enseguida-, en este caso, el
fallecimiento de la víctima está causalmente sobredeterminado por los
dos actos de disparar puesto que (a) cada uno de esos actos es causa de
la muerte y, con todo, (b) incluso si uno de los actos no se hubiera da
do, el otro todavía habría sido suficiente, en las circunstancias del caso,
para causar la muerte. La premisa (3) excluye la posibilidad de que, por
regla general, los estados mentales causen estados físicos de una manera
muy parecida a como uno de estos actos de disparar causa la muerte, es
decir, de modo que los efectos físicos de esos estados mentales tengan
simultáneamente causas independientes completamente suficientes.
En seguida abordaré la cuestión de la plausibilidad de esas tres
premisas, pero primero hemos de ver qué es lo que se supone que im
plican. Los fisicistas afirman que implican la conclusión siguiente:
¿En qué modo se sigue (4) de las premisas (1), (2) y (3)? Parece
que del modo siguiente. Supongamos, de acuerdo con la premisa (2),
que M es un estado mental, que se da en un momento de tiempo A y
que M es causa de un determinado estado físico, F A partir de la premi
sa ( 1), podemos inferir que hay un conjunto no vacío de estados físicos,
todos los cuales existen en t, que, tomados de manera colectiva, son
causalmente suficientes para F, Llamemos Fv F2, ... Fa a estos estados fí
sicos. Supongamos finalmente, de acuerdo con la premisa (3), que F no
está causalmente sobredeterminado por M y cualquiera de estos estados
físicos. Es decir, supongamos que no es el caso que exista un estado de
éstos, pongamos F , tal que, si uno cualquiera de los dos estados M y F
no se hubieran dado, el otro habría sido suficiente, en conjunción con el
resto de los estados físicos del conjunto en cuestión, para hacer que se
diera E Al parecer no tenemos entonces otra opción que la de identifi
c a r el estado mental M con uno u otro de los estados físicos Fv Fv ...
F En efecto, supongamos que M no fuese idéntico a uno de estos esta
dos. Hemos supuesto que M es causa de F, pero hemos supuesto tam
bién que los estados físicos Fv Fv ... Fn son, tomados e manera co ec i
va, causalmente suficientes para F Se sigue de aquí a parecer que,
33
Filosofía d e la m ente __________________ . -----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
and O v c ^ e r m 1 n í aSa- d!í 053 po úci6^ véasc el artículo de Eugene Mills, ‘Inteiactionism
mination , A m encan Phtlosopbical Quarterly 33 (1996), pp. 105-17.
34
Mentes, cuerpos y personas
ver cuando tratemos la cuestión del libre albedrío y del deterninismo en
el capitulo 9. Plantea también el interrogante cosmológico y teológico
de si hubo una causa primera'. No obstante, dejaré aquí de lado tales
preocupaciones. (En particular pasaré por alto el hecho de que la física
cuántica moderna sugiere que al menos algunos estados físicos no tie
nen causas físicas enteramente suficientes. Sin embargo, tal vez sea me
jor obviar este hecho en el presente contexto, dado que la física cuánti
ca se ocupa de fenómenos físicos a escala atómica, y no en el plano de
la estructura neuronal y de las funciones del cerebro.) En un momento
veremos en qué sentido exactamente es ( 1) más fuerte que ( 1*).
Si sustituimos ( 1) por ( 1*) en el argumento fisicista que examina
mos anteriormente, no podemos ya extraer la conclusión fisicista ( 4): al
menos algunos estados mentales son idénticos a estados físicos. Esto se
explica porque la relación causal es una relación transitiva. La relación
causal es transitiva en tanto que si un estado Sj es causa de un estado
*$2» Y ^2 es causa de un estado 5,. se sigue entonces que es causa de
Sy Además, si 5, es una causa enteramente suficiente de S, , y S-, es una
causa en teram en te suficiente de Sy entonces Sj es una causa entera
m ente su ficiente de Sy Sin embargo —y este es el punto decisivo— si Sj
y S2 son am bos causas enteramente suficientes de (debido a que Sx es
causa enteramente suficiente de 57 y 5, es causa enteramente suficiente
de S3) esto no implica que S5 esté causalmente sobredeterm inada por Sx
y S2. Por consiguiente, la siguiente situación es perfectamente compati
ble con la verdad de los principios (1*), (2) y (3): M puede ser un estado
mental que no sea idéntico a ningún estado físico y sin embargo sea
causa de un cierto estado físico, F. En este caso, obviamente se satisface
el principio (2). Pero el principio ( D , es decir, el principio débil de
clausura causal de lo físico, puede satisfacerse también con respecto al
estado físico F. Todo lo que se requiere es que el estado mental M tenga
él mismo una causa física enteramente suficiente, digamos G, si la tiene,
entonces, por la transitividad de la relación causal, G es causa de F y ,
además, puede evidentemente o bien ser él mismo una causa física en
teram ente suficiente de Fy o bien ser parte de ésta. Por otra parte, y por
la razón que se acaba de explicar, nada de esto implica que Festé cau
salm en te sobredeterm in ado por M y cualquier otro estado que sea causa
de F, de modo que se satisface también el principio (3). Por consiguien
te, también un defensor del dualismo interaccionista podría tranquila
mente aceptar el principio débil de la clausura causal de lo físico (1 ).
Ciertamente, un dualista que se adhiriera a la doctrina del emergentismo
de lo mental tendría una razón positiva para aprobar ( D . Los emergen-
tistas sostienen que los estados mentales no han existido siempre en d
universo espacio-temporal y que en un tiempo todos los estados del
universo eran puramente físicos —por ejemplo, cuando se dio el Big
Bang\ en el origen del universo. Sostienen además que los estados men
tales han llegado a existir como resultado de la evolución natural de en
tidades biológicas sumamente complejas, y no por algún tipo de mter-
35
Filosofía d e la m e n t e -----------------_ _ ----------------------------------------------— ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
vención divina por parte de un ser que exista fuera del universo esj\i
ciotemporal, como Dios. En consecuencia, sostienen que todos los esi.,
dos mentales tienen en último término causas enteramente suficiente
que son puramente físicas. Lo que podemos ver ahora es que la douriiu
emergentista es compatible no sólo con el interaccionismo dualista, snm
también con el principio débil de clausura causal de lo físico .11
La pregunta que debemos formularnos ahora es si tenemos alguna
razón para suponer que no solamente es correcto el principio débil d
clausura causal de lo físico, sino también el fu erte. La diferencia entu-
ellos es exactamente esta: el principio fuerte requiere que en tocio mo
mento de tiempo en que un estado físico tenga una causa, tiene una
causa enteramente suficiente, mientras que el principio débil requiere
sólo que en algún momento de tiempo en que un estado físico tenga
una causa, tiene una causa física enteramente suficiente. El tipo de refle
xión que apoya el principio débil — a saber, que, por lo que sabemos, el
universo espaciotemporal en sus inicios contenía únicamente estados ti
sicos y no se ha visto sujeto a intervención alguna desde ‘fuera’ desde
entonces —verdaderamente no sirve para apoyar el principio fuerte. Por
otra parte, debemos comprender lo muy fuerte que es la afirmación que
hace el principio fuerte. Por ejemplo, implica que si un estado físico tie
ne una causa un nanosegundo antes de su existencia, entonces en esc
momento tiene una causa enteramente suficiente. Para mí no está claro
en absoluto cuáles son los datos de que podamos disponer en la actuali
dad y que pudiera pensarse que apoyan de una forma general esa afir
mación. Pero quizá no deberíamos sorprendemos de que sólo sea posi
ble elaborar un argumento decisivo contra el interaccionismo dualista si
se comienza por una premisa que, como ( 1), ya incorpora supuestos
fuertemente fisicistas. En filosofía, los argumentos que dejan al adversa
rio fuera de combate a menudo parece que caen en una petición de
principio. Ésta es la razón por la que las discusiones filosóficas funda
mentales, como la discusión entre el dualismo y el fisicismo, se niegan
resueltamente a desaparecer, Muchos filósofos dualistas hallan tan increí
ble que un estado mental —un pensamiento o una sensación— pudiera
serian sólo, es decir, ser idéntico a, un estado físico — como puede ser
un estado de actividad neuronal del cerebro— que considerarían más
r ? f ^ Ceníe argumentar en favor de la n eg ación de ( 1), partiendo de
t ), K5) y la negación de (4), que argumentar, como lo hace el fisicista,
en avor e ( ) partiendo de ( 1), (2) y (3). Ambos argumentos son co-
m n in l 51^ 3 quierade los dos lo es; el único problema es saber qué
mJ L l? de Premisas es el más plausible y el más defendible. Pero en el
abierta11 ° Presente’ esta es> según creo, una cuestión que permanece
36
Mentes, cuerpos y personas
37
Filosofía d e la m ente ___________________________ ___________ _ -----------------------------------------— -------------------------------------------------------------------------
^ Para una posición escéptica sobre esta tesis, véase G. E. M Anscombe, Causaluy
and Determinism’, en su Metapbyvics a n d tbe Philosopby o f Mind. Es cierto que la definí-
ci n umeana e la relación causal en términos de ‘conjunción constante’, que se ha tra
tado antenormente en este capítulo, implica la verdad de la premisa (6 ) de Davidson. p¿-
ro esa misma definición es sumamente controvertida.
. la eXPos/|íiú" d,e al8 ur>as dudas al respecto, véase Nancy Cartwright, How >he
UtwsofPbysics Lie (Oxford: Clarendon Press, 1983)
tos Vlenen a continuación se inspiran parcialmente en los escri-
ve, nrim_ ' t Namm& a n d Necesslty (Oxford: Blackwell, 1980), publicados por
drecht- D Reidel ’i c n r í " 8" V DavIidson (e d s X Semantics o f Natural L a ngua ge (Dor-
w r lo auc rnnH;. ,' VMSe “ ^ « t e pp. 144-55. He de m encionar que, si bien
las teorías de li ¡d ^ .v t Presentes propósitos estoy pasando por alto la distinción entre
en d capítulo 3. ‘,P° 3 'ip° ' y e>cm Plar a <-'iemPla r',s e hablará más sobre ello
38
Mentes, cuerpos y personas
mos también que halláramos un estado mental, quizá en alguna criatu
ra perteneciente a una especie extraterrestre, que se sintiese exacta
mente como el dolor pero que, a pesar de todo, no pudiera identificar
se con la estimulación de las fibras C, porque, digamos, esa criatura
simplemente no tuviera fibras C. Se sigue entonces que, si la analogía
es correcta, habríamos de decir que, después de todo, lo que esa cria-
tura siente no es en absoluto dolor; sino sólo ‘pseudo-dolor Pero esto
parece absurdo, porque lo que siente como dolor con toda segun
dad es dolor. El mismo absurdo amenaza perseguirnos cualquiera que
sea el estado físico que los neurocientíficos propusieran identificar con
el dolor, poniendo así en cuestión la inteligibilidad de una identifica
ción así, cu alq u iera que sea. Es muy tentador concluir a partir de esto
que un estado mental como el dolor simplemente no p u ed e ser identi
ficado con un estado físico, cualquiera que éste sea.
Por supuesto, se podría insistir por parte de los fisicistas que si
los neurocientíficos descu bren efectivamente un día que el dolor es
simplemente la estimulación de las fibras C, entonces por esa misma
razón n o podremos encontrar una criatura que tenga un estado men
tal que se sienta exactamente como el dolor pero que carezca de fi
bras C. El hecho de que podemos im agin ar que hallamos tal criatura
no constituye garantía alguna de que tal criatura pu diera existir real
mente porque — como vimos cuando estábamos examinando el ‘argu
mento de lo concebible’ de Descartes para la distinción entre uno
mismo y su propio cuerpo— incluso algo que es lógicamente imposi
ble puede ser ‘imaginable’. Sin embargo, los fisicistas que responden
de este modo nos deben como mínimo una explicación de por qué la
imaginación habría de ser especialmente propensa a llevarnos a con
clusiones erróneas en este tipo de caso. En realidad, nos deben bas
tante más que eso porque lo que está en juego es la inteligibilidad
misma de la identificación del dolor con un estado físico. Hasta que
se resuelva este asunto, parece inútil especular acerca de lo que po
dríamos o no podríamos hallar si los neurocientíficos descubrieran
que el dolor ‘es simplemente’ la estimulación de las fibras C, puesto
que tal especulación parece presumir que podemos, después de todo,
pensar que la posibilidad de tal descubrimiento no es un sinsentido.
De forma más general, la cuestión es que quien desee proponer una
identificación teórica nos debe una demostración de que tal identifica
ción es en principio p osib le, y no está en absoluto nada claro que los
filósofos de la mente fisicistas hayan logrado proporcionarla. He aquí
otra analogía: nadie estaría satisfecho lo más mínimo de que un filó
sofo pitagórico nos dijera que ha descubierto una buena cantidad de
datos empíricos que apoyan la tesis de que las cosas que pensamos
que son objetos materiales en realidad ‘son simplemente num eros,
Primero tendríamos que pedirle que nos explicara cómo es que esa
identificación no es un sinsentido. Para muchos de sus oponentes,^ os
fisicistas que proponen que los estados mentales son simp emente en
39
Filosofía d e la m ente
CONCLUSIONES
40
________ _______________ ______ ___________ _____ Mentes, cueipos y personas
es más difícil excluir el dualismo interaccionista de un modo totalmente
general, recurriendo a alguna versión del principio de clausura causal de
lo físico, porque únicamente una versión muy sólida de ese principio es
suficiente para tal propósito y no puede pretenderse que una versión así
se vea fuertemente apoyada por los datos empíricos disponibles en el
presente. Por lo tanto, parece de nuevo que deberíamos mostramos re
ceptivos sobre esta cuestión, especialmente en vista de los interrogantes
que se han planteado en la última sección acerca de la inteligibilidad
misma de la identificación de los estados mentales con los estados físi
cos. No obstante, el hecho de que no hayamos llegado a conclusiones
firmes acerca de ninguna de las cuestiones principales a las que se ha
dedicado este capítulo no debería desconcertarnos excesivamente. Estas
cuestiones están entre las más difíciles de la filosofía y sería sorprenden
te que hubiéramos sido capaces de resolverlas de un modo concluyente
cuando tantos otros pensadores de talento no han conseguido hacerlo.
3
Estados mentales
En el capítulo anterior nos hemos centrado en dos importantes
cuestiones metafísicas de la filosofía de la mente. Una era la de si las
personas o los sujetos de experiencias son idénticos a sus cuerpos físicos, o
a determinadas partes de esos cuerpos, el cerebro posiblemente. La otra
era la cuestión de si los estados mentales de las personas, como lo son
sus pensamientos y sus sensaciones, son idénticos a determinados esta
dos físicos de su cuerpo, posiblemente estados de actividad neuronal de
su cerebro. Muchos materialistas aceptarían respuestas positivas a ambas
cuestiones, aunque más adelante, en este mismo capítulo, habremos de
encontrar una especie de materialismo que niega que, tal como los con
cebimos comúnmente, los estados mentales existan en realidad, Pero
antes de examinar esta posición merece la pena señalar que, en tanto en
cuanto se adopte una concepción realista de los estados mentales —es
decir, en tanto en cuanto se acepte que realmente existen estados men
tales de pensamiento y de sensaciones— , uno puede, para muchos pro
pósitos, permitirse ser neutral con respecto a la cuestión de si los esta
dos mentales son o no idénticos a los físicos. En filosofía de la mente
hay muchos temas que podemos tratar con provecho sin presumir ser
capaces de resolver esa cuestión, y es afortunado que esto ocurra, pues
ya sabemos lo espinosa que es esa cuestión. Uno de tales temas es el de
cómo debemos ca racteñ za r y clasificar los diversos tipos de estados
mentales en cuya existencia, de ser realistas, hemos de creer. Hasta aho
ra hemos estado hablando de estados mentales de una forma totalmente
general, sin establecer diferencias importantes entre ellos. Pero en una
descripción detallada de las vidas mentales de las personas hemos de
ser capaces de distinguir, de modo fundamentado, entre sensaciones,
percepciones, creencias, deseos, intenciones, temores y muchos otros ti
pos de estados mentales, y proporcionar una explicación satisfactoria de
estas distinciones no es asunto fácil. En este capítulo pasamos a exami
nar las dificultades que se oponen a esta tarea.
43
Filosofía d e la m ente
4 4
“ —- — — __ ____ tetados mentales
alta ante otras personas, bien sea sollo voce para mí mismo. Esto haría
que mi conocimiento de mis propias creencias no fuera en principio dis-
tmto de mi conocimiento de las creencias de otros, las cuales descubro
por regla general al oírles expresarlas. Por descontado que a veces pue
do formarme una buena idea de las creencias de una persona sobre la
base de su conducta «o verbal, como cuando juzgo que Juan cree que
esta lloviendo al verle abrir el paraguas. Pero quizá lo mismo valga algu-
ñas veces con lespecto a mi conocimiento de mis propias creencias__
como cuando me sorprendo yo mismo del hecho de que he efectuado
un determinado giro en un cruce de carreteras y me doy cuenta de que
debo de creer que me conducirá al destino deseado. (Exploraremos más
detalladamente la naturaleza del conocimiento de uno mismo en el capí
tulo 10.)
45
F ilosofía d e la m ente _________________________ _______________ — --------------------------------------------------------------------------------------------------------
lista que no tenga límites fijos, ya que no hay ningún límite en as nuiu-
ras en que alguien podría manifestar la creencia en cuestión, ;ip.,
de explicación se pretende aplicar no únicamente a lo que hemos w m
do llamando estados ‘de actitud’, sino también a lo que podríamos de
nominar estados de sen sacion es. como el dolor o el asco. Tener un di,
lor — por ejemplo, sentir una fuerte punzada en el dedo gordo del pu
no consiste en tener una actitud hacia una proposición; los dolores ni.
poseen ‘contenido proposicional’. Pero el conductista lógico sostendiia
nuevamente que atribuirle a Juan una sensación de dolor en el dedo
gordo del pie estriba simplemente en atribuirle una disposición a ham
cosas del tipo de emitir gemidos y hacer muecas de dolor cuando se k
toca el dedo, cojear al andar, afirmar que le hace daño el dedo cuando
se le pregunta qué siente y otras por el estilo. Nuevamente, la lista no
tiene un límite fijo.
Pues bien, el hecho mismo de que tales listas de conductas no ten
gan necesariamente un límite fijo le plantea un problema al conductismo
lógico. Tomemos la lista de actividades asociadas con la creencia de
Juan de que está lloviendo. ¿Qué es lo que se puede querer decir al afir
mar que Juan tiene una disposición a hacer ‘cosas del tipo de’ las que
están en esa lista? ¿Qué es lo que u n ifica a los miembros de la lista
aparte del hecho de que son el tipo de cosas que uno podría esperar ra
zonablemente que hiciera una persona que crea que está lloviendo? Pa
rece que uno debe en tender y a lo que significa atribuir a alguien una
creencia de que está lloviendo para ser capaz de generar los miembros
de la lista, de modo que la lista no puede utilizarse para ex p licar lo que
significa atribuirle a alguien tal creencia. Pero aunque dejáramos de lado
esta dificultad, hay otro problema todavía más serio que se le plantea a
la explicación del conductista lógico. Tomemos de nuevo la creencia de
Juan de que está lloviendo. El problema es que alguien puede perfecta
mente tener esa creencia y sin embargo no hacer n in g u n a de las cosas
de la lista correspondiente en las circunstancias apropiadas. Así, p°r
ejemplo, Juan puede creer que está lloviendo y sin embargo dejar en ca
sa el paraguas al salir, no poner en marcha los intermitentes del coche1
cuando está conduciendo, negar que esté lloviendo al preguntársele que
tiempo hace, etcétera. Esto se debe a que el modo en que se comporta
una persona que tiene una determinada creencia en circunstancias da
das no depende únicamente de cuál sea la creencia, sino también de
que otros estados de actitud tenga esa persona en el mismo momento,
como, especialmente, sus deseos. Puede que Juan sea una persona poco
corriente, a a cual, por ejemplo, le gusta mojarse bajo la lluvia, por lo
q e nunca lleva un paraguas cuando cree que está lloviendo. En reah-
^uiera Cfue sea Ia conducta que el conductista lógico pretenda
nn ih. r COmP. característica de alguien que cree que está lloviendo, es
embaranC°IÍCe a una persona que mantiene esa creencia y que, sin
sólo J a tlCnei 3 dlsP °sición a comportarse de ese modo, aunque
SLa porc*ue Persona Podría tener un deseo muy fuerte de eng*'
46
—- — - — — _ __ ______ listados mentales
ñar a otros haciéndoles pensar que no tiene esa creencia. Lo mismo vale
con respecto a los estados de sensaciones de una persona: uno puede
sentir un do or en el dedo gordo del pie y sin embargo suprimir los ti
pos de conducta que el conductista lógico afirma que definen el sentir
tal dolor porque esta decidido a comportarse estoicamente o porque no
quiere parecei una persona débil. Así que, como vemos, de hecho no
pueden existir conductas que caractericen de modo único a alguien que
se encuentre en un estado de actitud con un determinado contenido
proposicional o en un estado de sensación de un cierto tipo. En conse
cuencia, es imposible explicar lo c¡ue (¡nieve cleciv que alguien se en
cuentre en tal estado en términos de presuntas disposiciones a la con
ducta, El conductismo ‘lógico’ está claramente condenado al fracaso,
Sin embargo, el fracaso del conductismo lógico no afecta a la forma
más débil de conductismo que se mencionó anteriormente, la que acep
tan los conductistas ‘científicos’. Ésta sostiene tan sólo que los únicos d a
tos sobre cuya base podemos atribuirles a los sujetos estados de actitud y
otros estados mentales son datos conductuales, es decir, información pú
blicamente accesible de cómo se conducen las personas en diversas cir
cunstancias. Podríamos tal vez denominar a esta posición conductismo
‘epistémico’, porque concierne a nuestro conocimiento de los estados
mentales en lugar de a la naturaleza de los estados mismos El conductis
mo lógico implica el conductismo epistémico, pero no a la inversa, sien
do esta la razón por la que he calificado al conductismo epistémico co
mo la doctrina más débil de las dos. Sin embargo, el conductismo
epistémico, al contrario que el conductismo lógico, no nos ofrece expli
cación alguna de lo que son los estados mentales, de modo que necesita
ser complementado con una explicación así, una explicación que, por
supuesto, deberá ser acorde con lo que el conductista epistémico dice
acerca de los datos de que disponemos para afirmar la existencia de esta
dos mentales. ¿Disponemos de una explicación satisfactoria de ese tipo?
Muchos filósofos contemporáneos de la mente responderían afirmativa
mente, refiriéndose a la doctrina que se conoce como funcionalismo.
EL FUNCIONALISMO
47
Filosofía do la m e n te
48
' — __ kstadusjnentales
sible de Ia conducta del .sujeto en aquellas circunstancias. Su p on e
mos, por ejemplo, que Juan exhibe la conducta siguiente al empezar a
llover, en una ocas.on determinada de camino al trabajo abre el n‘ ra
guas y se protege bajo él. Parte de la explicación de esta conducta p¿-
dna ser que Juan cree q u e está lloviendo. Sin embargo, será razonable
atribuirle a Juan esta creencia como explicación parcial de su conducta
solo si es también razonable atribuirle cienos otros estados mentales
que se encuentran en una relación causal apropiada con esa presunta
creencia suya por ejemplo, una sensación de humedad en su piel
un deseo de no mojarse, un recuerdo de que lleva el paraguas consigo
y la esp era n z a de que el protegerse bajo el paraguas en esas circuns
tancias contribuirá a evitar que se moje. Por la conducta de Juan en
otras circunstancias bien podría ocurrir que en el presente caso la hi
pótesis más probable sea que su conducta en ese momento es real
mente el resultado de que se encuentra en esa determinada combina
ción de estados mentales.
En cierto modo, los estados mentales, tal como el funcionalismo
los caracteriza, se parecen a los estados del ‘software’ de un ordenador,
los cuales pueden ser caracterizados, de forma similar, en términos de
sus relaciones con los ‘inputs’ o ‘entradas’ del ordenador, con otros esta
dos del ‘software’ del mismo y con los ‘outputs’ o ‘salidas’ del ordena
dor. Entiendo por un estado del ‘software’ de ordenador, por ejemplo, el
que almacene una determinada pieza de información, lo cual puede ser
comparado en la analogía propuesta a la posesión de una determinada
creencia por parte del sujeto. Un tal estado del ‘software’ puede contras
tarse con un estado del ‘hardware’ del ordenador, como, por ejemplo,
un estado electromagnético de algunos de sus circuitos, que podrá de
forma correspondiente compararse a un estado neuronal del cerebro de
una persona. Los ‘inputs’ del ordenador son, por ejemplo, pulsaciones
de las teclas del teclado, mientras que sus ‘outputs’ son, por ejemplo, las
figuras que aparecen en la pantalla, lo cual podría, de nuevo, comparar
se respectivamente a las excitaciones de los órganos sensoriales de un
sujeto y los movimientos de su cuerpo. En verdad, para muchos funcio
nalistas se trata de algo más que de una mera analogía, ya que piensan
que el cerebro humano es, efectivamente, un ordenador biológico confi
gurado por un proceso de selección natural en el transcurso de la evolu
ción durante un enorme período de tiempo. Según esta concepción, del
mismo modo en que la función biológica del corazón es hacer circular
la sangre por el cuerpo y mantenerla así oxigenada y alimentada, a n-
ción biológica del cerebro es recoger información del entorno del cuer
po, ‘procesar’ esa información de acuerdo con ciertos programas que
han sido ‘instalados’ en el mismo por parte de la evo ucion genetica o
bien mediante un proceso de aprendizaje, y finalmente usar ta in
ción para guiar los movimientos del cuerpo en su entorno, n ‘P
lo 8 discutiremos cuán seria o literalmente p o d a o s tomamos e
mo explicación de lo que hace realmente el cerebro ero
49
Filosofía de la mente
de la concepción funcionalista de los estados mentales, la analogía >„
estados del ‘software’ de un ordenador ciertamente es acertada. Fn k -.iI’
dad por lo que respecta a la verdad histórica parece que d nunk-i,
computacional proporcionó al funcionalismo una Riente importante |(
inspiración.3
• A1Veaf f ¡íe nuevo el artículo de Putnam, ‘The Nature of Mental States’, y también el
e Alan M. Tunng, ‘Computer Machinery and Intelligence’, M ind 59 (1950), pp. 433-60-
50
Estados mentales
if .
ción Tde' °tesis
“ '—^ rechazo
“ l : eÍde .* *
™ladoidentidad
* » » - « « * « > Tal combina-
tipo-a-tipo junto con la acepta
c o n de la identidad e,emplar-a-ejemplar- se denomina comúnmente
(una variedad d e f m c i s m o no-reductivo y se ]a pr0p„ne usualmente en
conjunción con la doctrina de que los tipos de estado mental, aunque
no sean idénticos a tipos de estados físicos, sobrevienen no obstante a
los tipos de estados físicos. ' Hablando laxamente, lo que afirma esta
doctrina es que no hay dos personas que pudieran diferir con respecto a
los tipos de estados mentales que ejemplifican, aunque ejemplificaran
exactamente los mismos tipos de estados físicos, si bien se acepta que
dos personas que ejemplifiquen exactamente los mismos tipos de esta
dos m entales puedan diferir respecto a los tipos de estados físicos que
ejemplifican (de acuerdo con la tesis de la múltiple realizabilidad de los
estados mentales considerados como tipos). Más específicamente, puede
sostenerse que, para cualquier momento de tiempo, los tipos de estado
mental sobrevienen en los tipos de estado cerebral de esa persona en
ese momento.
El funcionalismo es del todo compatible con un fisicismo no-re
ductivo de esta clase. Pero no está comprometido con esta posición,
puesto que es compatible por igual con una teoría de la identidad tipo-
a-tipo e incluso, en realidad, con una posición cien por cien dualista
acerca de los estados mentales y los físicos. Ello se debe a que el funcio
nalismo pretende únicamente caracterizar los estados mentales en térmi
nos de las pautas de relaciones causales que han de tener con otros esta
dos, tanto mentales como físicos, para que se les pueda calificar de
estados mentales de un tipo u otro; en consecuencia, deja completamen
te abierta la question de qué propiedades intrínsecas han de tener los
estados mentales, en el supuesto de que hayan de tener algunas. (Una
propiedad intrínseca es una propiedad que una cosa posee independien
temente de cómo se relacione con otras cosas; por ejemplo, en el caso
de los objetos materiales, la fo rm a es una propiedad intrínseca, mientras
que la posición y la velocidad son relaciónales,) Según el funcionalismo,
los estados de un alma inmaterial podrían ser considerados como estados
mentales si mostraran la pauta adecuada de relaciones causales, al igual
que lo serían un grupo de neuronas humanas, los estados de un ordena
dor o un robot, o incluso los estados de un montón de piedras de una
playa. Pero esta liberalidad extrema, aunque atractiva inicialmente, encie
rra dificultades para el funcionalismo, como pronto tendremos ocasión
de ver.
Se podría preguntar cómo es que el funcionalismo pue e ser
51
Filosofía de la mente
compatible con una teoría de la identidad tip o-a-tip o de los cm.uI,,.
mentales y físicos; si todo lo que se requiere de un estado para (jll(
pueda ser considerado como estado mental de un cierto tipo es (),u
muestre una pauta adecuada de relaciones causales con otros e s m u
tanto mentales como físicos, entonces es difícil ver que un cierto ,,/
de estado mental pueda simplemente ser idéntico a cierto tip o de es;.,
do físico, pues ¿qué podría excluir la posibilidad de que existiese
tipo de estado físico que tuviera ejemplares que mostrasen la miM,kl
pauta de relaciones causales? Debemos, sin embargo, distinguir en esu
punto entre dos maneras distintas posibles de interpretar el funciona
lismo. Como hemos visto, el funcionalismo caracteriza a los estada
mentales en términos de sus diferentes ‘papeles causales'. Asi. pn,
ejemplo, puede decirse que los estados de d o lo r so n causados típica
mente por un daño físico al cuerpo del sujeto, que causan el desee >de
alivio del sujeto y que dan lugar a una conducta de evasión apropiada
Pero aquí nos podemos preguntar: ¿ha de identificarse el tipo de esta
do mental al que pertenecen los ejemplares del estado de dolor en téi-
minos del papel causal que caracteriza el dolor, o hemos de identifi
carlo , en lugar de ello , en térm in o s d el tip o de estad o que
‘desempeña’ ese papel en la persona poseedora de tal estado? La si
guiente analogía puede ayudarnos a entender esta distinción. Conside
remos el papel del alfil en el ajedrez tal como lo definen las reglas que
regulan sus movimientos, y supongamos que tenemos ante nosotros
una determinada pieza de ajedrez de madera que resulta ser un alfil
Podríamos pensar en identificar el tipo al que pertenece esta pieza par
ticular en términos de aquel papel, en cuyo caso habremos de aceptar
que otras piezas, que podrían estar hechas de materiales diferentes \
poseer distintas formas, pueden sin embargo ser consideradas como
piezas del mismo tipo exactamente que esa determinada pieza, supo
niendo que se juege con ellas de acuerdo con las reglas que regulan
los movimientos del alfil. Alternativamente, no obstante, podríamos
pensar en identificar el tipo al que pertenece nuestra pieza particular
en términos del tipo de objeto material que desempeña el papel de al
fil en el juego de ajedrez concreto del cual esa pieza es miembro Aná
logamente, por lo tanto, si concebimos el tipo al cual pertenece un
ejemplar de estado de dolor como el tipo de estado, cualquiera que
éste sea, que desempeña el papel causal del dolor en el sujeto que lo
posee, es perfectamente posible sostener que, por ejemplo, el dolor en
nwí PrT Ue?la en esta ^nea> véase David Lewis, ‘Mad Pain and Martian Pain- ^
rpímr» k (ed'?’ Ree*din8 s in Philosopby o f Psycbology, Volume I (Londres: Methuen, 19#°
v r * \ CO CCCÍÓn de artículos de David Lewis Pbilosopbical Papers, Volwnc 1
(e m aJn ^ rk’ 0xford LJmversity Press, 1983). Véase también, en el volumen anterior, el uül
L r oy: r dr T f ^ ed Block‘ ‘Whal is Functionalism?’. Debo señar que el funcion*
n e n te ^ n ™ ^ doctnnas V no una doctrina única, y que algunos de sus propu
mentales m Cran m3S c,omo una explicación de nuestros conceptos de los estac°-
q orno una teona acerca de la naturaleza de los estados mentales mismos
52
’ . listados mentales
los sujetos h u m a n o s es idéntico a un curto t,po de estado neuronal
mientras que el do or en sujetas constituidos de manera diferente es
idéntico a un tipo de estado físico bien diferente ' i le,-rio t
* « - * • - — — - '««***.• c S S r ;„ r :::
tas distinciones entre estados-tipo y estados-ejemplar y entre los pane
les y los estados que los desempeñan . Verdaderamente exisíí un
peligro considerable de que los debates que se llevan a cabo en estos
términos generen más oscuridad que luz De manera que no .mentaré
averiguar cual de las interpretaciones del funcionalismo que se acaban
de esbozar es la buena, sino que me contentaré con la conclusión de
que se puede aceptar alguna forma de funcionalismo a la vez que se
adopta virtualmente cualquier posición por lo que respecta a cómo se
relacionan los estados mentales con los físicos desde un punto de vista
ontológico.
EL PROBLEMA DE LA CONSCIENCIA
53
Filosofía de la mente ______________________________________________________________________________________
P s v c h l " : i , T , r 10 m 1 eSPC
:C',ro invmido’ Ned Block y jerry A. Fodor, V¡'M
Block (ed > í v w , Ph¡losoPblcal Revtew 81 (1972), pp. 159-81, reimpreso e"
Block ( t d ), Readmgs m Phtlosophy o f Psycbology, Volutne I
5 4
----- " - _ Estados mentales
condiciones de iluminación. Las superficies rojas me parecen a mí de un
cierto modo en esas circunstancias, un modo que es completamente 1L
ferente del modo en que me parecen las superficies verdes en esas ci -
cunstancias. Algunos filósofos de la mente formulan esto diciendo eme
mis experiencia visuales de las superficies rojas v de las superficies ver
des implican q u a lia de color distintos. ( Qualia’ es la forma del plural
del sustantivo singular ‘quale’ ) Hablar de este modo comporta un peli
gro, a saber, el de que nos podamos ver tentados a reificar a los qualia'
y los tratemos como objetos ‘privados’ o ‘internos’ de las experiencias
visuales. Este es un tema al que retornaremos en el capítulo 5, cuando
lleguemos a la discusión de las teorías de las sensaciones que postulan
datos sensoriales. A los presentes propósitos, no es realmente necesario
que hablemos en términos de ‘qualia’, sino que podemos hablar simple
mente en términos de cómo les p arecen a los sujetos superficies colo
readas de diversos modos en circunstancias diversas. El punto importan
te es que parece perfectamente concebible que. por ejemplo, el modo
en que las superficies rojas me parezcan a m í en circunstancias de ilu
minación normales podría ser el modo en que las superficies verdes le
parecen a usted en condiciones normales de iluminación, y, más gene
ralmente, que nuestras experiencia de color podrían estar ‘invertidas’ sis
temáticamente unas con otras.
Pues bien, si este fuera el caso, tanto usted como yo podríamos
aún tener exactamente la misma capacidad de discriminar colores y. si
las demás cosas fueran iguales en uno y otro caso, ambos podríamos
aplicar los términos de color a los objetos del mismo modo exacta
mente: estaríamos de acuerdo en que los tomates, los buzones de co
rreos británicos y las puestas de sol se describen adecuadamente como
'rojos', mientras que la hierba, las esmeraldas y la luz de ‘pasar’ en los
semáforos se describen adecuadamente como ‘verdes’. Verdaderamente
—y este es el punto clave— parece que seriamos fu n cion alm en te
equivalentes con respecto a nuestras experiencias de color. Es decir,
mis experiencia de color y las de usted mostrarían exactamente la mis
ma pauta de relaciones causales con respecto a los estados del entor
no, a otros estados mentales y a la conducta: tendrían ambas el mismo
‘papel causal’. Pero claramente esto significa que el funcionalismo no
puede reconocer ninguna diferencia en absoluto entre mis experien
cias de color y las experiencias de color de usted en el caso hipotético
del espectro invertido. Y sin embargo parece que, en ese caso hipotéti
co, nuestras experiencias de color difieren de hecho del mo o mas no
table que quepa imaginar. Debemos sacar la evidente conc usion e
que el funcionalismo no caracteriza adecuadamente las experien i<
de color, dado que deja completamente sin explicar su rasgo mas n
ble: su c a rá c ter cu alitativo. Ciertamente, cabría observar que es¡ < *
rencia del funcionalismo era completamente predea e e ‘
hecho de que el funcionalismo proporciona una carac en < >soiuto
mente rela c io n a l de los estados mentales y no dice na
55
Filosofía de la mente
de sus propiedades intrinsecas, pues el caractei cualitativo de urui e\
perienda visual sería precisamente eso: una propiedad intrínseca de I,
experiencia.
56
_____------------ --------------------- --- ------------ tetados mentales
sas que nos parecen rojas tienden tal vez a evocar una sensación de agi
tación o de irritación, mientras que las que nos parecen verdes tienden a
evocar una sensación de calma, y estas respuestas emocionales diferen
tes tienden a reflejarse en nuestra conducta. En consecuencia, podría in
dicarse que si las cosas rojas me parecieran a mí como las verdes le pa
recen a usted y a la inversa, tenderíam os probablemente a dar
respuestas emocionales distintas y a tener, por lo tanto, pautas de con
ducta diferentes en presencia de cosas rojas y en presencia de cosas ver
des. Esto presupone, sin embargo, que es el carácter cualitativo de
nuestras experiencia de color lo que hace que tiendan a evocar en no
sotros determinadas respuestas emocionales, en lugar de, pongamos por
caso, las creen cias que tendamos a asociar con esas experiencias de co
lor, como pudiera serlo, por ejemplo, la creencia de que por lo común
experimentamos cosas verdes en situaciones de calma, como cuando
paseamos por el campo. Realmente parece que el funcionalista debería
aceptar una explicación como la que se acaba de mencionar de las rela
ciones causales que se dan entre las experiencias de color y las respues
tas emocionales, supuesto que entre ellas se den relaciones causales. Pe
ro, según ese tipo de explicación, no habría de esperarse, al fin y al
cabo, que dos personas con experiencias con el espectro invertido pre
sentaran respuestas emocionales distintas al color y con ello pautas de
conducta distintas.
Aún hay otra respuesta que el funcionalista podría dar, que con
siste en argumentar que, en la medida en que las experiencias visuales
poseen lo que puede denominarse ‘carácter cualitativo’, ello se debe
por completo a su contenido in ten cion al o represen tacional, es decir,
se debe a cómo nos dicen esas experiencias que es el mundo.11 Por
ejemplo, según esta teoría, decir que mis experiencias de cosas rojas
poseen un carácter distintivo no es sino decir simplemente que, para
mí. tales experiencias representan esas cosas como poseedoras de una
determinada propiedad, a saber, la de ser rojo, o la rojez. Naturalmen
te, sabemos que las experiencias de color pueden engañarnos en tanto
en cuanto a veces una experiencias de color representa para nosotros
una cosa como poseedora de la propiedad de ser rojo, cuando en rea
lidad la cosa que estamos viendo es de algún otro color. Pero según
dicen los partidarios de la teoría en cuestión— esto no debería íenta^
n°s a decir que en tales casos estamos experimentando una cua i a
rísual o ‘quale’, que es completamente distinta del color isico e a
cosa que se encuentra frente a nosotros. Lo que sucedería mas len e
c?Ue esíamos experimentando el color físico, pero que nuestras e
r,encias visuales lo representan errón eam en te, como si uera ‘
Otro color físico. Si esta teoría fuera correcta, ciertamente no pa1
^Ue tuviera sentido suponer que pudiera darse un caso P
linca en
en Michael Tyc, Te»
Com. Se encontrará una teoría que sigue esta línea ______ ‘J (Cambridge,
M iad (Cambndge, Mass..
A Representational Theory o f the Phenomena i
•fT Press, 1995), capítulo 5.
57
Filosofía de la viente
invertido’, toda vez que lo que se ha dicho implica que todo lo (,lK H
puede decir acerca del carácter cualitativo de una experiencia de o .lo,
alcanza sólo a lo que pueda recoger una explicación del contenido K
presentacional de esa experiencia, y que, por ello, dos personas uiy.is
experiencias de color tengan los mismos contenidos representaciones
han de tener forzosamente experiencias de color cualitativamente
idénticas, Pero al parecer, dos personas cuyas c r e e n c ia s no tengan un
contenido distinto que se deba a sus respectivas experiencias de coloi
no podrán tener experiencias de color con contenidos representado
nales distintos, y efectivamente la hipótesis del color invertido supone
que las creencias de las dos personas en cuestión realmente no difie
ren en su contenido por lo que toca a las supuestas diferencias entre
sus respectivas experiencias de color, pues si sus creencias tuvieran un
contenido distinto por este motivo, sería de esperar que esa difereneui
se mostrara en diferencias entre sus conductas verbales y no verbales,
contrariamente al supuesto de que son funcionalmente equivalentes
con respecto a sus experiencias de color. Sin embargo, el adversario
del funcionalismo podría con justicia, según pienso, reaccionar a esta
línea de argumentación diciendo que la conclusión de la misma de
muestra simplemente la inadecuación de la explicación ‘representacio
nal’ propuesta respecto del carácter cualitativo de las experiencias vi
suales. Es razonable afirmar que hay algo m á s en una experiencia
‘roja’ de color que el mero hecho de que represente el mundo como
un mundo que contiene alguna cosa roja, pues es plausible pensar que
la experiencia únicamente tiene esta capacidad representacional en vir
tud de un cierto rasgo de la experiencia que es in trín seco a la misma,
a saber, lo que hemos venido llamando su carácter cualitativo. El ca
rácter cualitativo de la experiencia no puede con sistir simplemente en
su capacidad de representar, puesto que la capacidad de representar
se ha de explicar parcialmente en términos del carácter cualitativo; por
lo tanto, la cuestión es que, mientras que una experiencia de color for
zosamente ha de tener uno u otro c a rá c ter cu alitativ o para poder re
presentar el mundo a un sujeto como poseedor de algo rojo, diverso>
caracteres cualitativos servirían igualmente bien para ese propósito }
eso es lo que sucede en el caso hipotético del espectro invertido.
Finalmente, el funcionalista podría posiblemente limitarse a acep
tar que su explicación de la naturaleza de ciertos tipos de estados men
tales deja fuera alguna cosa — los caracteres cualitativos intrinsecos-",
para argumentar a continuación que el carácter cualitativo de tales esleí
dos es un rasgo de los mismos relativamente poco importante toda vez
que es causalmente inerte; si no fuera causalmente inerte, contribuiría a
papel causal del estado y, sin embargo, la lección que debe extraerse
e argumento del espectro invertido parecer ser que el carácter cualita
tivo de un estado mental no supone diferencia alguna para su pape‘
causal, puesto que estados con caracteres cualitativos diferentes por
completo pueden tener el mismo papel causal. Según esta teoría, l°s
58
______________________________________________ _____ ____ tetarlos mentales
‘qualia’ de nuestras experiencias son puramente epifen ornen icos.12 Sin
embargo, esta es una conclusión que no puede extraerse legítimamente
del argumento del espectro invertido. El hecho —si es que efectivamente
es un hecho— de que estados mentales con caracteres cualitativos distin
tos puedan tener exactamente el mismo papel causal no implica que los
caracteres cualitativos de tales estados no contribuyan en modo alguno al
papel causal de los mismos, pues el hecho en cuestión es perfectamente
compatible con la posibilidad alternativa de que los caracteres cualitativos
de tales estados aporten exactamente la misma contribución al papel cau
sal de esos estados, lo que implica que realmente contribuyen de algún
modo. Verdaderamente, la idea de que los ‘qualia’ existen pero son cau
salmente inertes es difícil de sostener, ya que si son causalmente inertes,
¿cómo podemos saber algo acerca de ellos? Posiblemente pueda defen
derse la idea de que la creencia de que ahora estoy teniendo una expe
riencia con un cierto carácter cualitativo debe ser precisamente causada
por tal experiencia mía para que constituya un conocimiento. Supongo
que el funcionalista podría aceptar esto de mala gana y sostener no obs
tante que el funcionalismo proporciona todavía una explicación casi com
pletamente adecuada de la naturaleza de nuestras vidas mentales, al pro
porcionar en particular una explicación completamente adecuada de la
naturaleza de nuestros estados mentales no cualitativos, como nuestras cre
encias y otros estados de actitud. Sin embargo, esto presupone que el ca
rácter cualitativo de nuestros estados de experiencia —nuestras experien
cias visuales, por ejemplo— no tiene nada que ver con la naturaleza de
nuestros estados de actitud, Pero esa presuposición ciertamente puede po
nerse en cuestión, y veremos modos de cuestionarla cuando tratemos el
problema de la naturaleza del pensamiento conceptual en el capítulo 7 .13
Un filósofo que piensa, por otras razones, que los qualia son c^V 5,°!^ q8?) pp
Fn»nk jackson; véase su Epiphenomenal Quaha', Pbilosopbical Quateri) 3 - 09b -), PP-
127-136, reimpreso en Lycan (ed.), M ind a n d Cogmtion. dc| espec.
Para la ulterior discusión de cómo el funcionalismo podría ncnobical Studies
tro invertido, véase Sydney Shoemaker, ‘Functionalism and ^ u a¡a.’ r hrij „ e. Cambrid-
27 ( 1975), pp, 291-315, reimpreso en su Identlty, Canse,and Mind ( *
& University Press, 1984). vi . . Trollb|es with Functio
n i ParJ eI arSumenlü de la la,ta dc ‘ql,alia’’ v<^ se Ncd j° es m ^ Foundations o f
naiism, en C. W. Savage (ed.), Perception a n d Cogmtion: I * e ohs. Uni_
sycboi0gyf Minnesota Stndies tn the Pbilosopby ° f Sc^ nc^ Rea(¡lUQS in Pbilosopby of
rsity of Minnesota Press, 1978), reimpreso en Block (ed ),
tsvcology, Volume /.
59
Filosofía de la mente ----------------------------------------- - ---------------- ----------------------------------------------------------------------
6 0
---------- ---— -------------------------------------------------------------------------------------- ---- — ____ J u i c i o s mentales
6 1
Filosofía de la m ente ---------------------------------------------------- -----------------------------------------------------------------------------------
tudes lín n r6 ^ de:nomina a veces concepción ‘mstrumentalista’ del lenguaje de las aUi
véa¿ s u eS’ T e aCCpla SU Ut,lidad Pragmática, lo defiende Daniel C. Denne«-
vtasc su V)e ¡nlenUonal Stance (Cambridge, Mass, MIT Press, 1987).
62
________--------------------- -------------------------- --------- tetados mentales
conductas humanas. Es decir, nada posee realmente los papeles causales
en términos de los que el funcionalismo intenta caracterizar estados co-
mo las creencias y los deseos. (Es esta una afirmación que examinare
mos más de cerca en el capítulo 8, cuando tratemos de las consecuen
cias que se extraen de los modelos ‘conexionistas’ de la mente.)
¿Por qué son los materialistas eliminativos tan escépticos sobre los
juicios de la psicología de sentido común? Para entender esto debemos
valorar el hecho de que piensan que la psicología de sentido común es
una teoría que pretende explicar y predecir la conducta humana, pero
que de hecho falla notablemente en esa tarea. Una teoría científicamente
aceptable de un cierto ámbito de fenómenos tiene que proponer leyes
que puedan ser sometidas a prueba por medios empíricos que nos posi
biliten inferir los cambios que en circunstancias específicas se darán en
tales fenómenos — al igual que las leyes de la mecánica, por ejemplo,
nos posibilitan inferir el modo en que se moverán cualesquiera cuerpos
dotados de masa bajo la influencia de las fuerzas que sobre ellos actúen.
Pero, se señala, la psicología de sentido común no nos proporciona ta
les leyes. Como mucho nos proporciona perogmlladas empíricamente
irrefutables, como el que las personas actúan por lo general de modo
que se satisfagan sus deseos con vistas a sus creencias, a menos que fac
tores que caen fuera de su control les impida hacerlo. Más aún. hay va
riedades completas de la conducta humana sobre las cuales la psicología
de sentido común no tiene nada que decir, como la conducta de las per
sonas que padecen diversos tipos de enfermedad mental.
Consecuentemente, se sostiene, la psicología de sentido común
funciona muy mal — juzgada con la medida de la ciencia— en su expli
cación del ámbito de fenómenos que le conciernen, tan mal que no
puede ser enmendada y tiene por fuerza que ser sustituida por una teo
ría completamente distinta. La teoría que ha de sustituirla no puede ser
una teoría en la que estados como los de creencia y deseo tengan un lu
gar porque están demasiado profundamente incrustados en la teoría de
la psicología de sentido común como para que se los pueda extraer de
ella.
63
Filosofía de la mente
lista eliminativo esté realmente amenazada por la incoherencia un un
nivel más profundo. Pues podría ser que la propia noción de
esté inextricablem ente ligada con las nociones de creencia y
‘actitudes proposicionales’. Podría mantenerse que a lo que lund,
mentalmente aplicamos la verdad no es a enunciados o teorías ahs-
tractos, sino a creencias. Los enunciados son entidades lingüística \
como tales son verdaderos o falsos en la medida en que pueden ex
presar creen cias que sean verdaderas o falsas, pues a menos que un
sujeto pensante los pueda in terpretar; los enunciados son únicamente
cadenas inertes de marcas o sonidos carentes de significado. Si ello
fuera así, abandonar la categoría de creencia equivaldría a abandonai
implícitamente también las nociones mismas de verdad y falsedad v
con ellas, según parece, la noción misma de argumentación racional
la cual se sitúa en el núcleo mismo del enfoque científico a la com
prensión del mundo.19 El que el materialista eliminativo, en su bús
queda de una teoría científica de la conducta humana, fuera culpable
de socavar la propia empresa científica constituiría verdaderamente
una gran ironía.
Otra objeción que puede hacérsele al materialismo eliminativo es
que caracteriza erróneamente a la ‘psicología de sentido común' al des
cribirla como una presunta teoría científica. Puede sostenerse con bue
nas razones que, al atribuirles creencias y deseos a las personas, y al in
tentar comprender su conducta en términos de la posesión de tales
estados por su parte, no estamos haciendo en absoluto nada análogo a
lo que hacen los científicos cuando explican los movimientos de los
cuerpos dotados de masa por referencia a las fuerzas que sobre ellos ac
túan. Sin ir más lejos, las explicaciones que se formulan en términos de
creencias y deseos son explicaciones ra cion ales, en las cuales explica
mos por qué las personas actúan como lo hacen por referencia a las ra
zones que les suponemos para actuar de ese modo. Los objetos inani
mados que actúan en conformidad con las leyes de la mecánica no
actúan de ese modo porque carecen de razo n es para actuar así. Las ex
plicaciones racionales están sujetas a restricciones n orm ativas, al revés
que las explicaciones de la física. Las normas son estándares por los que
juzgamos las razones de un agente para actuar con buenas o malas ra
zones. Y es obvio que tales normas no son en absoluto pertinentes en
as explicaciones puramente físicas de los fenómenos*, no criticamos a
una piedra porque caiga ni alabamos al Sol porque salga cada día. Vol
veremos sobre estos temas cuando tratemos de la filosofía de la acción
en el capitulo 9. Pero hay otra razón para sostener que la ‘psicología de
sentí o común no es ningún tipo de teoría de la conducta humana. )
esta es que como muchos filósofos y psicólogos mantendrían en la ae
CONCLUSIONES
20 Ver también Martin Davies y Tony Stone (eds ), FoUi Psycbology: The Tbeory of
End Debate {Oxford: Blackwell, 1995). . ívnne Rudder Baker,
Para otras sólidas críticas del materialismo eliminativo, ye* > ulterior
Savitig fíelief (Princeton, NJ: Princeton Umversity Press, 1987), « P s 6J 7.
(edC?S1í£ del estatuto dc la Psicología de sentido co™uo’J Science (Cambridge:
tcd.), The Future o f Folk Psycbology: Intentionality and Cogmtn
^mbridge University Press, 1991).
65
Filosofía de Ia mente
con otros estados mentales y con estados conductuales, es decir. did1(|
brevemente, en términos de sus papeles ‘causales’ o ‘funcionales
El funcionalismo es una doctrina liberal desde el pumo de vista <in
tológico, ya que es compatible con diversas formas de fisicismo „ lmhl
so con un dualismo fuerte. La razón que subyace en ello es que el fun
cionalismo no afirma nada acerca de las propiedades intrínsecas de los
estados mentales, sino sólo acerca de sus propiedades relaciónales s,n
embargo, este mismo hecho deja al funcionalismo expuesto a diversos
tipos de ataques. Se le acusa así de dejar sin explicar el carácter cualita
tivo de ciertos tipos de estados mentales conscientes, como los que ex
perimentamos al ver o probar gustativamente las cosas, pues el carácter
cualitativo de tal clase de estados parece verdaderamente constituir una
propiedad intrínseca del estado en cuestión. El funcionalismo parece,
por la misma razón, comprometernos a admitir posibilidades estrafala
rias, como la posibilidad de la existencia de ‘zombis’ — criaturas que
pueden tener creencias, deseos e incluso dolores como nosotros y sin
embargo carecer por completo de ningún tipo de consciencia ‘fenomé
nica’. Hay diversos modos en que los funcionalistas pueden tratar de
responder a tales objeciones, pero ninguno ha resultado ser totalmente
convincente hasta la fecha.
Por otra parte, el funcionalismo se enfrenta también a críticas pro
vinientes de los partidarios del llamado m aterialism o elim inativo, que
rechazan su aceptación de las categorías de la ‘psicología popular y en
especial su admisión de la existencia de estados de actitud proposicio
nal, como las creencias y los deseos. Estos críticos sostienen que los pa
peles causales en términos de los cuales trata el funcionalismo de carac
terizar tales estados no están desempeñados de hecho por ninguna cosa
en absoluto. Sin embargo, el materialismo eliminativo puede ser acusado
de incoherencia, debido a que, junto con las actitudes proposicionales
amenaza con eliminar la verdad y la razón, socavando con ello el editi
cio mismo de la ciencia en el nombre de la cual rechaza las categorías
de la psicología de sentido común. Puede defenderse con buenas razo
nes que la psicología de sentido común no debería ser vista com o una
teoría protocientífica de la mente, que hubiera de evaluarse de acuerdo
con los tipos de criterios empíricos que se usan para someter a prueba
las hipótesis científicas.
¿A dónde hemos venido a parar, en definitiva? Parece que tenemos
uenas razones para adoptar una concepción rea lista de los estados
menta es, como estados a los que se puede hacer referencia con tota
propiedad en explicaciones causales de la conducta de las personas, V
o!? o?1 Parece que 1° que es verdaderamente diferenciador en
ue os os rasgos en virtud de los cuales uno ‘se siente’ sujeto cC
n p u . ^ ° f ~7 no Puede ser captado en términos de sus presuntos
también L? Parece que escapa no sólo al funcionalismo sin
conscienrí ° díf as/ ormas de fisicismo son los hechos capitales de *
consciencia y la subjetividad. El acceso de uno mismo a estos hcch*
66
____________________________________________________________________________________________________________________ Estados mentales
parece ser irremediablemente personal e introspectivo; parece que lo
que sabemos de ellos procede primordialmente de la reflexión sobre la
propia con d ición y que como mucho se puede lograr tan sólo una com
prensión empática de cómo afectan al estado de otras personas. Parece,
pues, que hay una asimetría fundamental entre el conocimiento de pri
mera persona' y el conocimiento ‘de tercera persona’ de los estados
mentales — el conocimiento de esos estados que uno tiene en virtud de
ser uno mismo sujeto de ellos. Debido a esto, los estados mentales son
totalmente distintos de los otros tipos de estados que la ciencia empírica
conoce, los cuales se estudian científicamente desde un punto de vísta
puramente ‘de tercerea persona’. Sin embargo, en lugar de ver esto co
mo un problema, quizá obraríamos mejor si lo viésemos como parte de
la solución a otro problema: el problema de explicar lo que verdadera
mente diferencia a los estados mentales y sitúa a éstos como algo aparte
de los estados meramente físicos.
M« j-i
ii
i'1
4
Contenido mental
En el capítulo anterior llegamos a la conclusión de que los estados
mentales existen realmente y que se puede de modo justificado recurrir
a ellos en las explicaciones causales de la conducta de las personas. Así,
por ejemplo, es perfectamente legítimo citar la creencia de Juan de que
está lloviendo entre las causas probables de su acción de abrir el para
guas mientras camina hacia su lugar de trabajo. Al parecer, hablando en
términos generales, los juicios de sentido común de la psicología ‘popu
lar1 y las hipótesis explicativas de la psicología ‘científica1 son compati
bles al respecto, hablando en términos generales, digan lo que digan en
contrario los materialistas eliminativos. Sin embargo, cuando tratamos de
entender más detalladamente cómo es que los estados de actitud propo
sicional pueden ser eficaces causalmente en la generación de la conduc
ta corporal, comienzan a aparecer serias dificultades. Hasta aquí hemos
descrito los estados de actitud proposicional — ‘estados de actitud, para
abreviar— como estados que se caracterizan por las ‘actitudes de un su
jeto hacia una proposición. La proposición en cuestión constituye el
contenido p ro p osicion al del estado y la actitud puede ser la de creencia,
deseo, esperanza, temor, intención y otras por el estilo, La forma genera
de los enunciados que le atribuyan un estado de actitud a un sujeto es
simplemente ‘5 f que p , donde 4S denota a un sujeto, f representa a
cualquiera de los verbos de actitud proposicional y p representa una
proposición — por ejemplo, la proposición de que está llovien o orno
ejemplo podemos poner el enunciado de que Ju an ctee que es a oí
do o el de que J u a n tem e q u e va a mojarse,
Pues bien, parece claro que el contenido proposiciona _ k,
do de actitud debe considerarse como causalmente pertmen ‘
conducta en cuya explicación se recurre a tal estado, l,an ° causal-
referencia a la creencia de Juan de que está llovienco a exp> ‘ ‘ n_
mente su acción de abrir el paraguas, es pertinente que a ^05
cionada sea la creencia d e q u e está lloviendo y no la e q qs notar
son cu atro, pongamos por ejemplo. Es verdad que^ccm^ como proce-
en el capítulo anterior, la misma acción pued P ‘ se;m los
dente de varias creencias distintas,, dependie . ie aj agente,
otros estados de actitud que estemos dispuestos a ' necesaria-
Alguien que abre el paraguas de camino al tra xip ^ ^ mojarSe; po-
mente porque cree que está lloviendo y de^ «■
69
Filosofía de la mente
dría hacerlo porque, por ejemplo, cree que se le está espiando v ^ Vl
ocultar la cara. Aun así, las diferentes explicaciones posibles de la UlIi
ducta del agente refieren todas ellas esencialmente a los contenu¡<>\ (j r
los presuntos estados de actitud del mismo y suponen que esos conu i,,
dos son causalmente relevantes para la conducta en cuestión Sin rin
bargo —y aquí es donde empiezan a aparecer las auténticas diiiuilu-
¿es__, cuando tomamos en consideración que las proposiciones M)11
según parece, entidades abstractas, más afines a los objetos de la
mática que a ninguna otra cosa que pueda encontrarse en el ámhm,
concreto de la psicología, resulta algo completamente misterioso que U
estados de la mente puedan depender, en lo que respecta a sus podéis
causales, de las proposiciones que presuntamente constituyen sus ‘con
tenidos’, pues las entidades abstractas no parece que posean poder can
sal alguno que les sea propio.
Los siguientes son algunos de los interrogantes de cuya respuesta
habremos de tratar en este capítulo. ¿Cómo contribuyen los contenidos
de los estados mentales a la explicación causal de la conducta? ¿Pueden
asignárseles contenido a los estados mentales con independencia de las
circunstancias del entorno en que se encuentre situado el sujeto de tales
estados? ¿En virtud de qué poseen los estados mentales los contenidos
que poseen? Pero antes de que podamos estudiar la respuesta a tales
preguntas es preciso que examinemos más de cerca la naturaleza de las
proposiciones.
LAS PROPOSICIONES
7 0
__-------------------------------------------------------------------- --------------- Contenido mental
piar de la oración-tipo del español ‘Está lloviendo’. No todas las profe
rendas de oraciones se hacen con intención aseverativa, es decir, para
hacer una aseveración; usamos también las oraciones para formular pre
guntas, dar órdenes, etcétera, Finalmente, las proposiciones constituyen
el contenido de significado de los enunciados en el contexto en el que
éstos se formulan. Por ejemplo, cuando Juan formula el enunciado de
que está lloviendo en un momento y lugar determinados, su enunciado
expresa la proposición de que está lloviendo en ese momento y lugar,
una proposición que podría haber sido expresada por otros hablantes
utilizando otras lenguas en otros momentos de tiempo y en otros luga
res. La proposición que un hablante español expresa aseverando 'La nie
ve es blanca’ es exactamente la misma proposición que un hablante
francés expresa mediante la aseveración de ‘La neige est blanche’ y que
un hablante alemán expresa aseverando ‘Der Schnee ist weíss’.
Pero ¿qué es exactamente una proposición? Es decir, ¿qué tipo de
entidad es? Muchos filósofos dirían que las proposiciones son entidades
abstractas y, por tanto, ontológicamente afínes a objetos de la matemáti
ca, como los números y los conjuntos.2 Los números no son objetos
concretos o físicos que existan en el espacio y en el tiempo; no pode
mos ver, oír o tocar al número 3 en modo alguno. Tampoco muda el
número 3 sus propiedades con el tiempo, sino que al parecer es eterno
e inmutable. Con todo, no estaría justificado negar que el número 3
exista. Al menos en nuestros momentos no filosóficos afirmamos tran
quilamente que h a y un número que es mayor que 2 y menor que 4, lo
cual parece comprometernos con el reconocimiento de la existencia del
número 3. Es verdad que no todos los filósofos están de acuerdo con
este proceder y algunos querrían eliminar de nuestra ontología a los nú
meros y a otras entidades abstractas, a menudo en razón de que no
aciertan a ver cómo es posible tener conocimiento de algo que se supo
ne que no existe en el espacio y en el tiempo.3 Pero no es fácil eliminar
la ontología de la matemática sin socavar las verdades mismas de la ma
temática, lo que con seguridad querríamos evitar. Si los números no
existen, es difícil ver cómo podría ser verdad decir que 2 más 1 es igual
a 3. De modo que tal vez debamos resignarnos a la existencia de las en
tidades abstractas. Ciertamente, las proposiciones parece que se sitúan
en esta categoría ontológica. No podemos ver, oír o tocar la proposición
de que la nieve es blanca más de lo que podamos hacerlo con e nume
ro 3. Podemos tocar la nieve y ver su blancura porque la nieve es a go
71
Filosofía de la mente ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
7 2
Contenido mental
73
Filosofía de la mente
ramos elegido unidades diferentes para medir la masa y la veloc idad, ni
la explicación habríamos hecho referencia a números diferentes de
aquéllos, de modo que no es la referencia a esos n ú m eros en p a r t ic u h n
lo esencial para el éxito de la explicación, pero la referencia a números
se haga como se haga, parece inevitable, simplemente porque la expli
cación depende de las can tidades precisas de ciertas magnitudes tís,Us
y tales cantidades parecen exigir una expresión numérica. Pero, obvia
mente, no se está afirmando que los números a los que se hace referen
cia en tal explicación estén ellos mismos entre las ca u sa s del acaecí
miento físico que está siendo explicado. Los números sirven mas bien
para registrar los resultados de las posibles m ed icion es que puedan elec
tuarse de las magnitudes físicas que son causalmente responsables cid
acaecimiento en cuestión. Así que tal vez podamos considerar de modo
análogo las proposiciones abstractas como ‘medidas’ o ‘índices’ de las
creencias y otros estados de actitud, es decir, como si proporcionasen
una manera de registrar diferencias concretas entre tales estados, análo
gas a las diferencias concretas en los valores de las magnitudes físicas.
Sin embargo, esta propuesta se enfrenta a dificultades serias, aun
que podamos realmente encontrarle un sentido. En primer lugar, la ana
logía se rompe en un punto crucial.5 Como ya se ha señalado, la elec
ción de unidades para medir una magnitud física es arbitraria, de modo
que no hay ningún número p articu lar que sea el único que sirva para
especificar el valor de tal magnitud: se puede asignar a la misma masa
un determinado número cuando se la mide en kilogramos y un número
muy distinto cuando se la mide en libras. En contraste con esto, parece
que no es en absoluto arbitrario determinar qué proposición escogemos
para especificar el contenido de una creencia. Es cierto que una misma
creencia puede expresarse mediante enunciados formulados en diversas
lenguas, y por ello es verdad que se pueden utilizar diversas oraciones
para especificar los contenidos de una misma creencia. Pero las oracio
nes no son proposiciones, y cuando tenemos dos oraciones pertenecien
tes a lenguas distintas que puedan traducirse la una a la otra — como,
por ejemplo, sucede con ‘La nieve es blanca’ y ‘La neige est blanche1—.
esas oraciones sirven para expresar la m ism a proposición, pudiendo esa
proposición constituir el contenido de una creencia de alguien, con in
dependencia de cuál sea la lengua en la que esa persona pudiera expre
sar su creencia. De manera que, si bien en cierto sentido es arbitrario el
que se escoja una u otra oración para expresar una creencia, no es arbi
trario en absoluto el que uno elija una u otra proposición para especifi
car su contenido. Además, en el caso de las propiedades físicas cuantita
tivas como las masas de dos trozos de plomo— , podemos efectuar
comparaciones directas que revelan su magnitud relativa, independie11'
74
________------------------------------ --------— ___ Contenido mental
teniente de cualquier elección de unidades para medir tales propieda
des. Por ejemplo, podemos averiguar que uno de los trozos de plomo
pesa el doble que el otro dividiendo el primero en dos trozos de manera
que cada uno de ellos pueda equilibrarse con el segundo de los trozos
en una balanza. Esta diferencia en las magnitudes relativas es algo obje
tivo y fijo, que se da con completa independencia de la elección de
unidades que hagamos para expresar numéricamente los correspon
dientes valores. Pero en el caso de las creencias no parece que poda
mos compararlas ‘directamente’ en cuanto a sus semejanzas o diferen
cias de contenido, es decir, independientemente de cuáles sean las
proposiciones particulares que se seleccionen para especificar sus con
tenidos. Esto implica de nuevo que la relación entre una creencia y su
contenido proposicional no es en absoluto igual a la relación entre una
magnitud física y un número que sirva para registrar su valor, de modo
que es sumamente dudoso que la manera en que se hace referencia a
números en explicaciones causales de acaecimientos físicos pueda su
ministrar una idea sobre el modo en que se hace referencia a proposi
ciones en explicaciones causales de la conducta humana. No es ni mu
cho menos evidente que haya algún rasgo concreto de una creencia del
cual pueda una proposición servir como algo parecido a una ‘medida’ o
un ‘índice1 y que exista independientemente de que la proposición lo
‘mida’ o lo ‘indique’. En lugar de ello, las creencias parecen involucrar
proposiciones de manera esencial, como constituyentes que determinan
parcialmente la identidad misma de las creencias de las cuales aquéllas
son sus contenidos.
Llegados a este punto, algunos filósofos sostendrían que existe de
hecho un modo de concebir las creencias y otros estados de actitud
que, conservando la idea de que éstas tienen contenidos proposiciona
les abstractos, da cuenta de la pertinencia explicativa de esos contenidos
en términos de rasgos concretos de los estados en cuestión. Ese modo
estriba en concebir los estados de actitud por analogía con ejemplares
de oraciones. Los ejemplares de oraciones son cadenas concretas de
marcas físicas, con una ubicación espaciotemporal definida y poderes
causales diferenciados, a los cuales sin embargo se les puede asignar
contenidos proposicionales abstractos en la medida en que son rag
mentos del lenguaje que poseen significado. Lo que se afirmaría sena,
pues, que las ‘creencias’, por ejemplo, son entidades del mismo genero
que las oraciones y que el cerebro las utiliza de un modo particu ar en
el curso de la generación de diversas pautas de conductas corpora es,
aPr°ximadamente al modo en que un ordenador utiliza mensajes es
tos en código binario al generar determinadas pautas de activi a
impresora o en la pantalla de su monitor. Al decir que e f
e¡ género de las oraciones’ no pretendemos sugerir que to ej
isica de cadenas de palabras de cualquier lengua reconocí. , tu_
lng és o el francés, sino sólo que muestran algo parecí 0 a ‘ de una
ra gram atical o sin táctica, de modo muy similar a las o
75
Filosofía de ¡a mente
lengua natural o a los mensajes del código artificial de un o rd e n é M ,
‘código del cerebro 1 podría explotar, digamos, determinadas pain.,,, ,
actividad neuronal que fueran repetibles y que se pudieian u)m (M |1
sistemáticamente, de modo análogo al que el código máquina de* un : ,¡
denador explota pautas de actividad electromagnética en los un un
electrónicos del mismo.^ Pues bien, si a los ejemplares del codi^u |,
cerebro se les pudieran asignar contenidos proposicionales con s,nnil
cado, y si el contenido proposicional de un tal ejemplar se reflejara d-
algún modo en su estructura sintáctica formal, sería posible en prinupi,
entender cómo el contenido proposicional de un ejemplar de codito du
cerebro podría derivar su pertinencia causal a partir de su relación u n
los rasgos estructurales de ese ejemplar, los cuales tienen una forma Im
ca y, por lo tanto, poderes causales genuinos. Esta propuesta es suma
mente especulativa y una evaluación de la misma cae fuera de este capi
tulo, aunque volveremos sobre ella en los capítulos 7 y 8, cuand
tratemos de la relación entre lenguaje y pensamiento y de las perspecti
vas de la inteligencia artificial. Por el momento, nos contentaremos ton
observar que los ejemplares del código del cerebro no podrían adquirir
contenidos proposicionales de significado de una forma similar a como
los adquieren los ejemplares de las oraciones de una lengua natural
puesto que estas últimas adquieren significado precisamente porque* la-
personas las usan para expresar y comunicar sus pensamientos, y obvia
mente caeríamos en un círculo vicioso si tratáramos de explicar el conte
nido proposicional de los ejemplares del código del cerebro de este mi'-
mo modo. Sin embargo, más adelante, en este capítulo, examinaremos
varias teorías naturalistas de la representación a las que se podría recu
rrir para explicar cómo los ejemplares del código del cerebro podrían
poseer un contenido proposicional con significado.
Los problemas planteados en esta sección son problemas difíciles
que no podemos esperar resolver concluyentemente en el momento ac
tual. En particular, el problema de explicar el modo en que los estados
mentales pueden tener ‘contenidos’ que sean causalmente pertinente'
para la conducta en cuya explicación se recurre a tales estados es real
mente serio. Al parecer, en nuestras maneras de pensar de sentido co
mún o de psicología popular’ sobre las personas, nos situamos firme
mente a favor de la idea de que puede hacerse referencia legítimamente
a estados de actitud con contenidos proposicionales abstractos en bs
explicaciones causales de las acciones de las personas, Y sin enibaig()
parece que no acabamos de saber cómo explicarnos que sea posible
que los contenidos proposicionales, concebidos del modo descrito, p w
an tener pertinencia causal para las conductas físicas, a menos, tal vez
que la propuesta del ‘código del cerebro’ que se acaba de delinear pue'
76
------------- -------------------— — (-<>nti')udo mental
da revelarse como una propuesta fructífera. Algunos filósofos su verán
tentados a declarar que la salida a esta dificultad estriba en caer en la
cuenta de que el tipo de ‘explicación’ de la acción humana con la que
nos enfrentamos al recurrir a las creencias y los deseos de un agente no
es, al fin y al cabo, una explicación cau sal, sino, más bien, una explica
ción ‘racional’. Según esta concepción, mencionamos los presuntos de
seos y las creencias de un agente como razones p ara sus acciones, pero
no como can sas d e las mismas. Sin embargo, también este enfoque se
enfrenta a ciertas dificultades, que veremos cuando tratemos de las ac
ciones y las intenciones en el capítulo 9. Pero aunque no haya ninguna
salida fácil para estas dificultades, no creo que esto deba persuadirnos
de que abandonemos los modos de explicación de la psicología de sen
tido común’, como desearían los materialistas eliminativos, pues, como
vimos en el capítulo anterior, es dudoso que ésta sea una opción cohe
rente.
77
Filosofía de Ia mente
posición que identifico como el contenido de su creencia? Lo mas pin
bable es que sea la proposición que Juan expresaría si el fuera a atu nu,
‘está lloviendo’, y no la proposición que y o expresaría afirmando rsKl
lloviendo’. Alguien podría tratar de poner todo esto en claro diuciuL
que lo que Juan cree es que está lloviendo en N ueva York o que esia
lloviendo en el lugar en q u e él se en cuentra. Sin embargo, al decir osi,,
hay que poner buen cuidado en que no se extraiga la consecuencia de
que la creencia de Juan la expresaría él mejor diciendo está lloviendo
en Nueva York’ o ‘está lloviendo en el lugar en que me encuentro . pm-s
Juan podría realmente poseer la creencia de que está lloviendo en el lu
gar en que él se encuentra sin tener la más mínima idea de que esta en
Nueva York, o incluso en la más completa ignorancia de dónde se en
cuentra.
Estas complicaciones surgen en el caso de la creencia de Juan de
que está lloviendo porque el contenido de esa creencia es implícitamente
indéxico. La indexicalidad se muestra usualmente en el lenguaje por me
dio de expresiones como ‘aquí’, ‘ahora’ y ‘esto’, cuya referencia la deter
minan parcialmente sus contextos de uso. Así, ‘aquí’ y ‘ahora’ la utilizan
normalmente los hablantes para referir, respectivamente, el lugar y el
momento de tiempo en los cuales están hablando, mientras que esto lo
utiliza normalmente un hablante para referirse a algún objeto al que está
señalando (a menudo con su dedo ‘índice’). Puede superficialmente pa
recer que la indexicalidad es un rasgo del pensamiento y el lenguaje hu
mano relativamente de menor importancia, pero en realidad eso estaría
muy lejos de la verdad. En realidad puede argumentarse que práctica
mente todo nuestro pensamiento es, de un modo u otro, implícitamente
indéxico. Tomemos, por ejemplo, la creencia de Juan d e q u e la nieve es
blanca. Se podría imaginar que al menos esta creencia no contiene ele
mento alguno de indexicalidad. El caso parece totalmente diferente al de
la creencia de Juan d e qu e está lloviendo, donde el contenido preposicio
nal de su creencia se determina parcialmente mediante factores contex
túales, a saber, el momento de tiempo y el lugar en los cuales Juan tiene
la creencia en cuestión. ¿Cómo puede ser que los factores contextúales
tengan algo que ver con el contenido proposicional de la creencia dt
Juan de que la nieve es blanca? Pues bien, parece realmente que tienen
mucho que ver, como se podrá ver por las siguiente consideraciones.
La nieve, como sabe prácticamente todo el mundo, es agua conge
w A ^ ^ ^ a8ua es conocida por la ciencia ni más ni menos que como
a 2 eC^’ Un comPuesto de moléculas que contienen dos átomos
e i rógeno y un solo átomo de oxígeno. Sin embargo, no todo e
7 8
___________________________________ ___ _ _ Contenido mental
mundo que está familiarizado con el agua sabe que es H,0 y cierta
mente, hace más de doscientos años nadie lo sabía. Es claro, por tanto
que Juan puede poseer la creencia de que la nieve es blanca sin estar ai
tanto de que el agua es H20 . Aun así parece que en tanto en cuanto ¡a
creencia de Juan de que la nieve es blanca es una creencia relativa a las
propiedades del agu a, constituye igualmente una creencia acerca del ti
po de compuesto que es, de hecho, H ,0. Si Juan fuera milagrosamente
transportado a algún planeta lejano cuyos mares estuvieran compuestos
de un tipo de líquido diferente pero que tuviera la misma apariencia y
sabor que el agua y que se volviera blanco al congelarse, él podría p en
sar que aquella cosa blanca y algodonosa que cae de los cielos de ese
planeta en días fríos es nieve, pero estaría equivocado. Pero suponga
mos ahora que, por una extraña coincidencia, los habitantes de aquel
planeta hablaran una lengua que sonara exactamente igual que el espa
ñol y que ellos utilizaran la palabra ‘nieve* para designar esa cosa que
cae del cielo. Un habitante de ese planeta que creyera, correctamente,
que esa cosa es blanca expresaría de modo natural esa creencia dicien
do ‘La nieve es blanca’. Pero, según parece, el contenido proposicional
de tal creencia sería diferente del contenido proposicional de la creencia
de Ju a n de que la nieve es blanca. Sería erróneo que dijéramos —y
erróneo que J u a n dijera— que los habitantes de aquel lejano planeta
creen q u e la n ieve es b la n c a , incluso aunque ellos mismos describieran
correctamente su propio estado de creencia diciendo ‘Creemos que la
nieve es blanca’. Lo mejor que ?1osotros podemos hacer para describir el
estado de creencia de los habitantes de ese planeta es decir que creen
que ‘su’ nieve es blanca, o algo por el estilo. La conclusión a extraer de
estas consideraciones es que incluso las creencias relativas a las propie
dades de tipos de substancias resultan tener un carácter implícitamente
indéxico, o dependiente del contexto. El contenido proposicional de tal
creencia lo determina parcialmente la relación física de sujeto con el ti
po de substancia en cuestión. Aunque Juan y uno de los habitantes del
planeta lejano estuvieran ambos dispuestos a afirmar la oración La nieve
es blanca’, estarían expresando mediante ella creencias con diferentes
contenidos proposicionales, simplemente debido a que nieve denota
diferentes tipos de substancia para ellos, tanto si lo saben como si no.
Denota diferentes tipos de substancia para ellos porque, tanto si o sa
ben como si no, diferentes tipos de substancia blanca y algo onosa cae
nan de sus respectivos cielos en días fríos.
79
Filosofía de la m en te __________________________________________________________________________
80
Contenida mental
tenido— no es lo que es to n independencia de las relaciones del sineto
con su entorno físico. Contrariamente a lo que parece ser el supuesto
cartesiano, nuestras mentes no son recipientes de pensamientos auto-
contenidos y herméticamente cerrados, sino que se extienden por así
decir, a nuestro entorno físico, dado que nuestros pensamientos depen
den en sus contenidos, y por ello, en su identidad misma, de cuáles
sean las cosas que contiene el entorno. Es importante reconocer, sin
embargo, que esta no es una objeción al dualism o cartesiano de mente
y cuerpo, aunque ese dualismo pueda ser objetable por otras razones.
Es, por contra, una objeción a su concepción individualista o internista
de la mente, de acuerdo con la cual los estados mentales no dependen
en su contenido de nada externo a la persona sujeto de tales estados
Incluso un fisicista a carta cabal podría aceptar un internismo de este ti
po e incluso un dualista a carta cabal podría rechazarlo en favor de su
opuesto, el extern ism o.10
81
Filosofía de la mente
suntas creencias de Juan al respecto d e q u e el vaso con tien e agua \ fj¡u
el ag u a es p o ta b le para explicar su acción de beber del vaso \\Ws |m ,
el externismo sostiene que Juan no podría ni siquiera poseer tales
encias si no fuera por el hecho de que su entorno físico contiene a-n,
esto es, H-,0. Pero recuérdese el planeta lejano de nuestra discusión an
terior, cuyos océanos contienen un líquido claro e insípido que sus Imh,
tantes llaman ‘agua*, pero que no es H 2O . Imaginemos un doble e.\ u r
de Juan que viva en ese planeta y que beba de un vaso que contiuu.
ese líquido en circunstancias del todo análogas a las de Juan, y pregan
témonos cómo podríamos explicar su acción. Supóngase, si se (Hueri
que Juan y su doble son similares no sólo en apariencia y caráctei. mik
en todo, incluso en el nivel de organización y actividad neuronal. Segun
el externismo, no podemos explicar la acción del doble de Juan dicien
do que cree que el vaso que está frente a él contiene ag u a y que ix-
ag u a es potable, porque de acuerdo con esa concepción, el doble de
Juan no posee tales creencias. Y sin embargo, Juan y su doble parecen
comportarse exactamente del mismo modo en circunstancias que son
exactamente las mismas, de manera que parece razonable explicar mi
conducta del mismo modo exactamente, a saber, asignándoles estada
mentales exactamente análogos, es decir, estados mentales con el mismo
contenido exactamente. Se estaría así aplicando un principio explicativn
bien acreditado, el de ‘Al mismo efecto, la misma causa’. Pero, al pare
cer, el externismo no nos permite hacerlo. (Naturalmente, algunas veces
descubrim os que el mismo efecto puede proceder de causas distintas —
por ejemplo, que una quemadura puede ser causada por un ácido o por
fuego, así que el principio ‘Al mismo efecto, la misma causa' ciertamente
no es infalible. Pero cuando no seguimos ese principio, deberíamos ba
sarnos en buenas razones empíricas, mientras que en el caso en cues
tión el externismo nos fuerza claramente a no seguirlo por razones no-
empíricas.)
Lo que, por tanto, parecería que se necesita es una n o ció n de con
tenido mental que nos permitiese decir, contrariamente al externista, que
Juan y su doble tienen creencias con los mismos contenidos proposicio
nales exactamente. Al contenido del tipo deseado se le llama normal
mente contenido reducido (o ‘estrecho), en contraste con el denominad 0
contenido am plio { o ‘a n c h o ) vinculado a la explicación externista u hi
idea es que, mientras que el contenido amplio se determina en parte p()r
las relaciones de un sujeto con su entorno físico, el contenido reducido
pue e identificarse independientemente de cualquier relación de ese u
realmente servimos de una noción tal de contení 0
re uci o? En apoyo de una respuesta positiva a esta pregunta se pl,e 1
sostener que claramente hay algo en común en Juan y su doble con res
Colín McCínn* ^fÍSC? S/ ^ a ^on<^° ^as concepciones rivales del contenido mental.
- r ^ r ; S n f ~ (oxford:BiackweH'i989>-Enesteiibro-M
cGinnde
82
Contenido mental
pecto a sus creencias relativas a las cosas y las substancias con las que se
tratan: am bos creen que están ante un vaso que contiene un líquido claro
e insípido, líquido del cual se componen los océanos de sus planetas y
que cae de sus cielos en forma de lluvia, y am bos creen que ese líquido
es potable. Puede muy bien suceder que las diferencias químicas entre
esas substancias les sean desconocidas a Juan y a su doble, y, verdadera
mente, no se requiere que los procesos de pensamiento y razonamiento
que los llevan a actuar de la forma en que lo hacen apelen a la constitu
ción química de tales substancias. Cierto, muy posiblemente sea un error
decir que tanto Juan como su doble creen que el vaso que tienen ante sí
contiene a g u a , por las razones que da el externista. Pero quizá esto sólo
sirva para mostrar que nuestras atribuciones de sentido común o de ‘psi
cología popular’ de contenido mental asumen implícitamente un noción
‘amplia’ de contenido, no que tal noción sea la única que podamos tener.
Puede que el español común no contenga un término general que nos
posibilite especificar el contenido que por hipótesis tienen presuntamen
te en común las creencias de Juan y su doble, pero nada nos impide que
inventemos uno, pongamos ‘nagua’. Según parece, podríamos entonces
decir que tanto Juan como su doble creen que el vaso que tienen ante
ellos contiene n ag u a y que ambos creen que la nagua es potable. El he
cho de que ni Juan ni su doble tengan la palabra ‘nagua’ en sus vocabu
larios respectivos — y que por ello no puedan expresar las creencias que
presumiblemente tienen en común por medio de oraciones sencillas—
no necesariamente ha de verse como algo embarazoso para este enfo
que, pues hay razones obvias de por qué el lenguaje común, que ha
evolucionado para servir a los propósitos comunicativos de las personas
que habitan más o menos el mismo entorno físico, no contiene términos
generales que funcionen del modo en que hemos estipulado que
na ‘nagua’.
Sin embargo, el argumento que nos motivó a introducir la noción
de contenido ‘reducido’ puede él mismo ponerse en duda. La premisa
crucial del argumento era que Juan y su doble se comportan del mismo
modo, de lo que concluíamos, apelando al principio ‘Al mismo efecto, a
roisma causa’, que es razonable explicar sus conductas del mismo mo
do. Pero la afirmación de que Juan y su doble se comportan de mismo
m°do puede ponerse en cuestión.1^ Puede señalarse que, al
bo, lo que J u a n hace es beber un vaso de agua, pero que e o e e
Juan no hace esto, sino, en lugar de ello, bebe un vaso del tipo 1S *
de substancia que se halla en los océanos de su planeta. Da a
rencia entre sus acciones, parece completamente razona e exp
como provenientes de creencias con contenidos distintos, a sa ’
caso de Juan, las creencias de que el vaso que está frente a
83
Filosofía de la mente ____________ _____________________________________________________________________
84
Contenido mental
85
Filosofía de la mente
líos en una sección transversal del tronco de un árbol sirve para ivpiv
sentar la edad del árbol en años. Sabemos por qué sirve para ello s,
debe a que existe una relación causal entre las variaciones climáticas rs
tacionales y las variaciones en el crecimiento orgánico del árbol, ( l)n |(
consecuencia de que se configura un nuevo anillo por cada ano dd a,
bol. Por tanto, parece que la configuración de los anillos de un árbol K-
presenta el hecho de que ese árbol tiene un cierto número de anos, Vll
que el hecho de que tenga esos años es la c a u sa de que tenga esa con
figuración de anillos. Podríamos tratar de extender una explicación cau
sal de la representación de este tipo al caso de las creencias, aventuran
donos a decir algo así:
86
_______________________________________________ _ _ Contenido mental
una teoría causal del contenido de las creencias, pues el hedió es que
una creencia C representará el mundo como algo que contiene un esta
do de cosas totalmente específico, £ y no tocio estado de cosas que
quizás junto a £, pueda ser causalmente responsable para la generación
de C Podríamos denominar a este problema el problem a de la especifi
cidad del con ten ido
Otro problema para una teoría causal del contenido de las creencias
es que, incluso si pudiera explicar con éxito el hecho de que una creen
cia represente correctam en te el mundo como algo que es de una deter
minada manera, no está claro que pudiera explicar con éxito el hecho de
que una creencia represente erróneam en te el mundo como algo que es
de una determinada manera. Por descontado que no todas nuestras cre
encias son verdaderas; una creencia, C es falsa si C representa el mundo
como algo que contiene un cieno estado de cosas, £, cuando de hecho
el mundo no contiene E\ Pero el problema es que si el mundo no contie
ne £, entonces E no puede ser una cau sa de C. Más bien C tendrá otros
estados de cosas realmente existentes como causas, y parece entonces
que la teoría causal haya de juzgar que C representa —con verdad— el
mundo como algo que contiene algunos o todos estos estados de cosas,
en lugar de como algo que contiene E. Dicho brevemente, la teoría cau
sal parece condenada a tratar todas las creencias como creencias verda
deras, lo que es absurdo. Consideremos de nuevo el ejemplo de los ani
llos de un árbol. Si descubriéramos un árbol que tuviera, supongamos,
veinticinco anillos, sabiendo que el árbol en realidad ha vivido veintiséis
años, ¿qué diríamos? ¿Diríamos que la configuración de los anillos repre
senta erróneam ente la edad del árbol? Puede argumentarse que no debe
ríamos decir eso; la configuración de anillos de un árbol no yerra o
miente, literalmente, aunque podamos ser inducidos a error por ella Lo
que probablemente conjeturaríamos en tal caso es que las condiciones
climáticas por las que ha pasado ese árbol concreto deben haber sido ta
les que para que se dibujara uno de sus anillos se necesitaron dos años
en lugar de uno. Ciertamente la configuración de los anillos del árbo no
cs portadora de información ‘falsa’ acerca de su historia causal, porque
parece que la noción de información ‘falsa’ ni siquiera tiene senti o en
tal contexto. Sin embargo, la verdad y la falsedad son realmente propie
tlades de nuestras creencias, propiedades que una teoría adecúa a e a
representación mental debe ser capaz de explicar, y la teoría causa e
contenido parece estar mal pertrechada para hacerlo. Podemos enoi
nar a ^ te segundo problema el problem a de la representación errone
REPRESENTACIÓN ERRÓNEA Y N O R M A L ID A D
87
Filosofía d e la m ente ____________________________________________________________________________________________________
88
_____ ------------------------------------------------ -------- ------- Contenido menta!
es estadístico sino ideológico, pues la verdad es la fin alid ad o el objeti
vo de la creencia y las creencias que no los alcanzan son por ello critica
bles. Puede ser totalmente 'normal', en el sentido estadístico, que las
creencias sean causadas por estados de cosas que sean contrarios al mo
do en que esas creencias representan el mundo. Esta es, al fin y al cabo,
la base de muchas de las ilusiones de la percepción. Por ejemplo, es
muy frecuente que una persona que ve un objeto en el fondo de un
contenedor de agua suficiente profundo crea que el objeto está más cer
ca de la superficie de lo que lo está en realidad, y sin embargo el que se
encuentre en la profundidad en que aquél está es causalmente respon
sable de su creencia errónea, pues si estuviera donde esa persona cree
que está, entonces le parecería que se encuentra todavía más cerca. Su
cede también que es algo muy común que las personas muestren un
optimismo injustificado o que se hagan ilusiones al creer que se da cier
to estado de cosas, cuando en realidad éste no ocurre. Las podemos cri
ticar por tener esas creencias erróneas porque no llegan a satisfacer la
norma de la verdad, pero si dijéramos que lo que una creencia repre
senta como algo que sucede es sólo cuestión de cuál es la causa proba
ble de tal creencia, la idea de que hay tipos de creencias que por lo co
mún son falsas carecería de sentido. Sin embargo, el problema que
ahora se plantea es que, si bien la noción estadística de normalidad no
puede negarse que sea una noción acorde con una naturalista, que no
se apoya para nada en una noción previa de contenido mental, no está
nada claro que pueda decirse lo mismo acerca de la noción teleológica
de normalidad. El hablar de ‘finalidades' y ‘objetivos’ parece tener un ca
rácter inevitablemente mentalista. Sólo los seres dotados de una mente
los sujetos de experiencia— pueden literalmente tener finalidades y
objetivos, y los tienen precisamente en virtud de que poseen estados
mentales con contenido, como las creencias y los deseos. Si esto es así,
y si la noción estadística de normalidad no le sirve a la teoría causal del
contenido de ayuda alguna para resolver el problema de la representa
ción errónea, entonces la teoría causal parecería simarse al borde e
fracaso. Tampoco debemos olvidar que la teoría se enfrenta a otros pro
olemas. Uno de ellos es el de la especificidad del contenido, que a ecta
a ,a Propuesta (2) igual que a la (1). (Otro problema lo plantean las cre
encias cuyo contenido concierne a l fu tu ro —por ejemplo, la cree^cia ^
tjue lloverá mañana— , pues no aceptaríamos decir que la lluvia e
oana es la causa de la creencia de hoy, ya que esto implicaría una c
salidad retrocesiva.)
EL ENFOQUE TELEOLÓGICO DE LA R E P R E S E N T A C IÓ N
89
Filosofía d e la m ente
Dos importantes desarrollos de esta idea pueden encontrarse en Ruth Garren M'l
kan, t f nguage, Thougbt a n d Oíher Biological Categories New F o u n d a tio n for M 1»
i M n o f 1 Press’ 1984) y David Papineau, RealUy a n d R ep resen ta d ' .
lisni(Oxf T V i ^ \ , CaPÍUd ° ái' Véase también David Papineau, Philosophical ¡ 1
tero (Oxford: Blackwell, 1993), capítulo 3. U
n o c i ó n t J Xr eS,0n 4ajnción’’ lomada en este sentido, no debería ser confundida.
-las func'^
aS° CÍada 3 la d° Clrina del funcionalismo’, que se ha p i * - " wdotn
les nrnnioc-
nes Droninc* „ “ V" , “lim
iní ° rn.ación
1.a ción sobre las funciones en este sentioo
sentido —
^^ ^ 0/M
BiologicalCalegories á ^ o T 'k ™ - ' Millikan• Lan^ ta&c’ 'r ho,l^ b l '
9 0
--------------------------------- --- ------ ---- Contenido mental
____ _____—
lución, así también, muy plausiblemente, ha habido selección por alen-
nos de los rasgos m en tales y conductuales. Consideremos, por ejemplo
los diversos gritos de alarma que utilizan los totas o monos verdes del
África oriental para alertar a otros monos de la presencia de diversos ti
pos de predador.19 Un tipo de grito parece representar la presencia de
águilas, otro la presencia de serpientes y un tercero la presencia de leo
pardos. Nótese que aquí estamos ya hablando de un sistema de repre
sentación,, un sistema que podemos suponer razonablemente que tiene
un origen evolutivo. ¿Qué es lo que nos permite decir, sin embargo, que
determinados tipos de gritos tienen la función de alertar a los monos de
la presencia de un tipo específico de predador, las aginias por ejemplo'-'
Una respuesta evolucionista a esta pregunta podría proceder del modo
siguiente. En primer lugar, deberíamos caer en la cuenta de que serian
tipos de conducta diferentes los que les posibilitarían a los monos evitar
ser atacados por diferentes tipos de predador. Así, en presencia de águi
las, la protección la proporcionará correr a refugiarse bajo los árboles,
pero tal conducta no proporciona protección frente a las serpientes. Los
monos que estén predispuestos genéticamente tanto a emitir determina
do tipo de grito en presencia de águilas como a responder a ese tipo de
grito buscando refugio entre los árboles tendrán en consecuencia mayo
res posibilidades de sobrevivir a los ataques de las águilas —y de pasar
les tal predisposición a sus descendientes— que los monos que no están
predispuestos a conducirse de ese modo. Al parecer, pues, la razón por
la que podemos decir que este tipo de goto tiene la función de alertar a
los monos de la presencia de las águilas es que ha habido selección por
esta predisposición, porque ayuda a los monos a evitar un ataque de las
águilas.
Nótese el modo en que este enfoque de la representación difiere
de la explicación causal que antes ilustrábamos mediante el ejemplo de
las configuraciones de los anillos de los árboles. Para empezar, el pre
sente enfoque intenta explicar por qué un cierto tipo de grito representa
lo que representa p a r a los m onos qu e hacen este tipo de gñto, mientras
que en el ejemplo de los anillos de los árboles no se sostenía que una
determinada configuración de anillos representara alguna cosa paia^ e
árbol que m uestra esa configuración. Esto inmediatamente hace que e
enfoque teleológico resulte más atractivo como explicación potencia
b base de la representación mental, pues también tal representación r
Presenta algo ‘para’ los sujetos de los estados representacionales en
cuestión. Nótese, a continuación, que en el enfoque teeoogic
sostiene — algo que implicaría el enfoque causal que un e
o r |*arj ampliar el trasfondo de este ejemplo, véase Doroth) " ?ch,caeo- Uni-
v*y :lrth' H °w Monkeys See the World: Inside the Mind o/Ano ir enc¡as fiiosófi-
car>,lA°f Chica&° Pr¿ss, 1990), capítulo 4. Para la discusión <í as ^ _pangjos_
siañ DéaSC. DanieI C< D e n n c t t , ‘Intentional .Systems in Cognu 543. 90, reimpreso
aratiigm" Defended’, Behavioral and Dratn Sciences 6 (
SU totentional Stance, capítulo 7.
91
Filosofía de la mente
tipo de grito que los monos hacen represente la presencia de
simplemente porque la presencia de águilas c a rn e n orm alm en te (jlu. |,)s
monos emitan gritos de ese tipo. Deberíamos de lecordar aquí de niu*\u
el problema de la especificidad del contenido. Cuando la presan i.i
una águila causa que un mono emita uno de estos gritos, presunui^.
mente lo hace porque un águila que se cierne en lo alto o que se pu*u
pita al vacío presenta una silueta característica al recortarse en el linna
mento, la cual constituye el indicio visual necesario para que el mon()
produzca el grito. Un dato que proporcionaría apoyo a esta afirman.,n
sería que, al simular la presencia de un águila haciendo volar una cune
ta con silueta de águila, se pudiera con ello provocar que un mono pm
dujera el grito aun en ausencia de águilas. Con todo, lo que nos paruv
ría acertado decir sería que lo que ese tipo de grito representa para U
monos que lo utilizan es la presencia de ág u ila s, no la presencia de un
cierto tipo de silueta. Sin embargo, la teoría causal no explica que es |()
que nos permitiría decir esto, porque es tan verdad decir que la presen
cia de ese tipo de silueta provoca normalmente que un mono produzu
ese tipo de grito como lo es decir que la presencia de un águila piorna
normalmente que un mono lo produzca. En circunstancias normales la
presencia de un águila hace que se dé la presencia de la silueta caracte
rística, lo que a su vez provoca que el mono produzca el grito, y aun asi
lo que nos parece acertado decir es que lo que el grito representa es
únicamente una de esas causas — la presencia del águila. Una teoría te
teológica de la representación puede explicar qué es lo que nos permite
decir esto, pues sus defensores señalarán que la conducta de gnto-y-
ocultamiento de los monos es adaptativa dado que les ayuda a evitar el
ataque de las águilas,, son las águilas y no sus siluetas las que suponen
una amenaza para la supervivencia de los monos, aunque sus silueta*
les suministren a éstos el indicio o la señal visual de la presencia de
aquéllas, si bien, ciertamente, si todas las águilas del entorno de los mo
nos se sustituyeran por numerosos chicos que, haciendo volar cometa*
desencadenaran constantemente la conducta de grito-y-ocultamiento de
los monos, esa conducta dejaría pronto de ser adaptativa porque los
monos perderían tiempo y energía en una actividad innecesaria.
Al parecer, pues, una teoría teleológica de la representación puede,
al menos en principio, superar el problema de la especificidad del con
tenido. Igualmente, parece que puede, en principio, superar el proble
ma
• e la representación
- errónea,
------— puesvcuando
u ai
íuw aa una
una westructura
u «vw.— biología
92
------------------- -------------------------------------------------------------- ---- ----------- --- - - ('Omítemelo mental
bien» de la representación errónea mejor que k, que esbozamos -mi,,
nórmente, la cual recurría - e n el contexto de una teoría causal T u
representación— a una noción meramente estadística de nornnlid.H
Observábamos entonces que en esa solución no cabía el hecho de
en determinadas circunstancias las representaciones falsas n u e ch r/T
más comunes que las verdaderas. La teoría ideológica sin embarco' sí
puede habérselas con este hecho. Por ejemplo, en circunstancias en eme
la mayoría de las águüas del entorno de los monos se hubieran sustituí
do por chicos que hicieran volar sus cometas, la mayoría de los aritos
del tipo ‘águila’ de los monos serían falsas, pero sus gritos sen irían aún
para representar — aunque falsamente— la presencia de aginias puesto
que es por ello por lo que fueron diseñados por la evolución aunque se
diera entonces una elevada probabilidad de que un grito de este tipo no
lo desencadenase la presencia de un águila.
93
Filosofía d e la m ente
CONCLUSIONES
Para una crítica de la teoría teleológica en esta línea, véase Roben Cummins- á/o
m ng a n d Mental Representation (Cambridge, Mass.: MIT Press, 1989), capítulo 7
proseguir la discusión, véase D. Papineau, Pbilosophical Naturalism, pp. 91-4-
94
- —- “ ' ” — — - - Qwtemdn mental
tibie con el papel explicativo que queremos atribuirles a los csr-uin i
actitud. Finalmente, con respecto a la cuestión de que es lo Qll ?'
un contenido específico a un estado de actitud dado no h a lh n l .l iT '
de graves dificultades a ninguno de los enfoques naturalistas más ¡ J í í
«ntes - l a teoría causal y la teoría teleológica-. Ambas teorías n Z
cionan explicaciones totalmente razonables de ciertos tinos de esta I
representacionales que se dan de modo natural, pero no parece narh
sencillo aplicar ninguna de ellas al tipo de representación mental núes
presenta en los estados de actitud de sujetos inteligentes de experiencia
Está claro que si pudiéramos extender una teoría cabalmente naturalista
de la representación, sea causal o teleológica. al caso de los estado's
mentales con contenido, entonces podríamos esperar avanzar algo en el
problema de la pertinencia causal del contenido mental, pero esto pare
ce por ahora como mucho una perspectiva remota. Los tres temas exa
minados en este capítulo continúan, por tanto, presentando serios retos
lo que no debería sorprendernos, dada la dificultad que les es propia
Pero esta no es la última vez que habremos de tratar de ellos, pues vol
verán a aflorar en capítulos posteriores en una forma u otra.
5
Sensación y apariencia
En los dos capítulos anteriores nos hemos ocupado ampliamente
de diversos tipos de estados mentales. Aunque nos hayamos centrado
principalmente en los estados de actitu d proposicion al como lo son las
creencias, hemos tenido también ocasión de mencionar los estados de
sensación, como el dolor o la náusea. Los estados de este último tipo
carecen de 'contenido proposicional’. Cuando alguien siente un dolor,
puede sentirlo ‘en’ una cierta parte del cuerpo, como el dedo gordo del
pie izquierdo, y, en consecuencia, tener la creencia de que el dedo gor
do del pie izquierdo le duele. Pero debemos distinguir esa creencia —
la cual por supuesto tiene contenido proposicional— del dolor que da
lugar a ella, la cual no tiene ese contenido. Es verdad que decimos co
sas como ‘Siento que el dedo gordo del pie izquierdo me duele, pero
este enunciado es más similar a la expresión de un juicio perceprual
que a un informe de que se está experimentando un determinado tipo
de sensación. En esta clase de informe, un término que denota un cier
to tipo de sensación figura como un objeto gramatical directo de un
verbo como ‘sentir’, como en ‘Siento un dolor en el dedo gordo e pie
izquierdo’.
Un ejemplo de oración que expresara claramente un juicio percep-
tual sería ‘Veo que el árbol está ante la casa’, en la cual e ver o om
como objeto una oración introducida por un ‘que. Pues bien, os esa
dos perceptuales, como lo es la experiencia de ver que un ar o
te una casa, son algo peculiares, en tanto que se asemejan para
a los estados de actitudes proposicionales y parcialmente a
de sensación. Se parecen a estos últimos en tanto en cua*V . ana_
características cualitativas — los conocidos ‘qualia’ de la e\p ‘ ‘
Hzados en el capítulo 3— , pero se parecen a los primeros t __un
tipo de contenido conceptual. Puede suceder qut g ^
nmo pequeño, por ejemplo— vea que un árbol esta pTedebe ser
clue posea los conceptos de árb o l o casa, pero par q
caPaz de agaipar los objetos en cuestión bajo concep b . oarece im-
Para tener tal experiencia perceptual, ya que tal expe cje ¿ eter-
P lcar el reconocimiento de esos objetos en cuanto QU , algunos te-
amados tipos. Tendremos que posponer la co n ste « ítu|0 CUando
n?as cornplejos aquí implicados hasta el proxmi ‘ ,icjad
bordemos las teorías de la percepción con mayor pr
97
Filosofía d e la m ente
APARIENCIA Y REALIDAD
98
-------------------- apariencia
da es elíptica’. Sólo hemos de temer un perjuicio cuando un filósofo
asume sin justificación que la segunda oración implica que hay algo_la
•apariencia de la moneda’— que es elíptico.
Lo que se requiere hacer en este momento es atender con más de
tenimiento al modo en que usamos el verbo ‘parecer’ y determinados
otros verbos relacionados, como el verbo ‘sentir’. Estos verbos tienen al
menos dos clases de uso característicos, un uso epistémico y uno fen o
ménico} Consideremos primero el siguiente caso. Me encuentro al lado
del mar, observo una figura distante en el agua que está agitando el bra
zo y me digo: ‘Ese bañista parece estar saludando’. Lo que estoy hacien
do en ese momento es hacer el juicio precavido de que el bañista está
saludando, reconociendo que podría estar equivocado, pues quizá no
esté realmente agitando el brazo sino ahogándose. Este es un uso epis
témico de ‘parecer’ — ‘epistémico’ porque lo usa un hablante para mati
zar o atenuar una afirmación implícita de conocimiento que él hace. Pe
ro com parem os ah o ra este caso con el ejem plo de la moneda
mencionado anteriormente, en el que el hablante dice ‘La moneda pare
ce elíptica desde este ángulo’. Está claro que aquí el hablante no está
expresando el juicio precavido de que la moneda es elíptica (mucho me
nos que es elíptica ‘desde este ángulo’. lo cual no tendría ningún senti
do). ¿Qué es, pues, lo que el hablante está tratando de expresar en este
caso? Antes de aventurarnos a contestar esta pregunta, consideremos
unos cuantos ejemplos más de esta misma clase. Cuando vemos un bola
roja debajo de una luz azul, podríamos decir ‘Con esta luz la bola pare
ce negra’. Al poner una mano fría dentro de un recipiente de agua ca
liente, podríamos decir ‘Siento caliente la mano en esta agua’. Cuando
bebemos un vino seco justo después de comer algo muy dulce, podría
mos decir ‘Este vino me sabe amargo’. Al parecer, en cada caso se está
tratando de expresar algo acerca de cóm o es percibir un objeto bajo de
terminadas condiciones poco usuales. Dicho de otro modo, se está tra
tando de transmitir algo acerca del carácter cualitativo o f e n o m é n ic o de
tas propias experiencia perceptuales, en lugar de algo sobre el objeto
que se está percibiendo (la moneda, la bola, el agua o el vino).
¿Qué sign ifica, pues, exactamente una oración como La mone a
parece elíptica desde este ángulo’, cuando ‘parecer’ se usa en lo que a
maré su sentido ‘fenoménico’? Quizá signifique algo más o menos como
esto: ‘Ver la moneda desde este ángulo es como ver un objeto elip i
ue frente’. Aquí se está comparando una tipo de experiencia Pelxf P
COn otro para llamar la atención sobre un rasgo cualitativo que an
pos de experiencia tienen en común y transmitir a los inter ocu ‘
1 ea de cuál es ese rasgo cualitativo. Remarquemos cua es
99
Filosofía d e la m ente
1 0 0
------------- ------ totsacUm yaparíencia
mímente tam bién — o quizá realmente se aplican s ó l o - i
cualitativos de nuestras experiencias. De ese modo n a á / ! S nlSfias
tentados a suponer que los rasgos cualitativos de nuiL™ m nos
son ellos mismos ‘elípticos’ o ‘negros’ o ‘calientes’ o ácidos'
siblemente esos adjetivos sólo sean aplicables propiamente i , P<>
famihares que percibimos en lugar de nuestras experiencias
les de los mismos. Algo que veremos más tarde enesle S , « Pr * '
de se sitúa la verdad en este difícil tema. ‘ P tu 0 es don_
1 0 1
Filosofía de la m e n t e ------------------------------------ ------------------------------------------------------------------------- _
1 0 2
______---- ---------------------------------------------------- - ___ Semación^ vjipanenaa
línea de razonamiento consiste en decir que involucra una confusión en
tre el número de objetos que se ven y el número de actos de ver efec
tuados, de manera que podría decirse que se ve realmente sólo un obje
to alargado y similar a un dedo en las circunstancias descritas —<ísto es
el dedo propio pero que se ve por du plicado, una vez con cada ojo. Vis
to con un ojo, el dedo parece levemente desplazado a la izquierda,
mientras que, visto con el otro, parece levemente desplazado a la dere
cha. Sin embargo, el defensor de la teoría de los datos sensoriales puede
aceptar como correcta la descripción que hasta aquí se ha dado de la si
tuación anterior, sin conceder que esté cometiendo un error al afirmar
que en esas circunstancias hay dos objetos ‘internos’ distintos de los
cuales somos conscientes. Incluso no dudará en sostener que está en
posición de poder explicar p o r q u é el dedo parece estar en dos lugares
diferentes a la vez; ello se debería a que están presentes dos aparien
cias’ o datos sensoriales del dedo espacialmente separados. Con este
ejemplo creo que se habrá visto claramente que el debate entre los de
fensores de la teoría de los datos sensoriales y sus adversarios no es un
debate que vaya a ser resuelto mediante un argumento simple y contun
dente.
103
Filosofía de la mente _____________________________________ ____________________________________________
demos percatar o ser conscientes directamente. Pero, como suc edía con
el argumento a partir de la ilusión, los que se oponen a la teoría de los
datos sensoriales pueden simplemente negarse a aceptar la afirmación
crucial de los defensores de la teoría de los datos sensoriales según la
cual, en el caso de la alucinación, una persona se percata al menos de*
algún objeto parecido a una serpiente. Podrían insistir en que lo maxi
mo que puede afirmarse con seguridad acerca del caso de la alucinación
es que a uno le p a r e c e ver un objeto similar a una serpiente y que |e
parezca ver un objeto similar a una serpiente no puede ser necesaria
mente equiparado a ver o ser conscientes de un objeto aparentemente'
similar a una serpiente.
Sin embargo, esta no es la única respuesta posible al argumento a
partir de la alucinación que pueden ofrecer aquellos que se oponen a la
teoría de los datos sensoriales. Algunos de ellos cuestionan la afirmación
de los defensores de la teoría de los datos sensoriales, de que tener una
experiencia alucinatoria pueda ser exactamente igual que tener una ex
perienda perceptual verídica, es decir que — por usar nuestro ejemplo-
tener una alucinación de una serpiente que zigzaguee por el suelo pue
da ser exactamente igual que ver realmente una serpiente que zigzaguee
por el suelo. Otros ponen en cuestión el argumento del teórico de los
datos sensoriales en el momento en que se afirma que, dado que la (su
puesta) experiencia alucinatoria puede ser exactamente igual que una
experiencia perceptual verídica y que en el caso de la primera uno (pre
suntamente) se percata de algún objeto ‘interno’, es razonable suponer
que también en el caso de la experiencia perceptual verídica nos esta
mos percatando o somos conscientes directamente de un objeto inter
no’ o dato sensorial. Consideraré más extensamente este tipo de ob|e-
ción en el próximo capítulo, en el curso de la discusión de las
objeciones a las teorías causales de la percepción.
Hablar de las teorías causales de la percepción me lleva a mencio
nar, siquiera sea brevemente, otro tipo de consideración que los teóricos
de los datos sensoriales han aducido frecuentemente en defensa de su
posición. Se trata del hecho de que siempre hay un intervalo de tiempo
— algunas veces muy largo— entre que nosotros percibamos algún suce
so y el suceso mismo. Así, si observamos a un hombre que clava una
estaca en el suelo a unos cuantos cientos de metros de distancia, oiie-
mos cada martillazo una fracción de segundo después de verlo, simpla
mente porque el sonido viaja mucho más lentamente que la luz. Pe,°
incluso la luz viaja a una velocidad finita, de modo que el astrónomo
que observa hoy una supernova lejana puede estar viendo una estrel
que, cuando él la mira, ya no existe. Sobre esta cuestión los teóricos <•e
los datos sensoriales se inclinan por decir que no puede ser la estie ‘l
misma aquello de lo que el astrónomo se percata directamente puesto
que aquélla ya no existe, y en consecuencia el astrónomo debe pero1
tarse o ser consciente directamente de algún objeto ‘interno’ o dato sen
sorial. Pero los que se oponen a la teoría de los datos sensoriales p°
104
gemación y apariencia
drían responder simplemente poniendo en cuestión el supuesto implíci
to de que solamente podemos percatarnos ‘directamente’ de objetos que
existen en el momento de tiempo durante el cual nos percatamos de
ellos. Si este supuesto se rechaza, queda el paso libre para poder decir
que aquello de lo que el astrónomo se percata o es consciente directa
mente es de la propia estrella, incluso aunque ésta ya no exista.
105
Filosofía de la mente
el teórico de los datos sensoriales hace justamente este tipo de afirma
ciones en lo concerniente a las experiencias alucinatorias y ya li^Fllüs
visto que éstas se pueden poner en cuestión. El mero hecho de que nos
p a r e z c a que nos percatamos de algún objeto externo no implica que
en la realidad, haya de haber algún objeto del cual nos percatemos.
Por el lado ontológico, los que se oponen a las teorías de los datos
sensoriales objetan que los datos sensoriales son entidades extrañas que
son difíciles de acomodar en una concepción naturalista del mundo. No
parece que sean objetos físicos, ni parece que estén ubicados en el es
pacio físico, aunque algunos de ellos tengan, al parecer, características
espaciales. Considérese, por ejemplo, los dos datos sensoriales similares
a dedos pretendidamente presentes en la ilusión de la doble visión des
crita anteriormente. Es natural describir estos datos sensoriales como al
go que tiene una cierta figura y que ocupa una cierta posición y que
además puede moverse, aunque es difícil ver cómo el espacio en el cual
están ubicados pudiera ser el mismo en el que se ubica el dedo físico. Si
estuvieran en el mismo espacio, tendría sentido preguntarse cuán lejos
está un dedo del otro, pero no parece que tenga sentido preguntarse
eso. Sin embargo, si el espacio en el cual estos datos sensoriales están
ubicados no es el espacio físico, ¿qué clase de espacio es y cómo se re
laciona con el espacio físico? ¿Cuántos espacios no físicos hay? ¿En qué
clase de relación cau sal pueden encontrarse estos datos sensoriales con
respecto a los objetos físicos, si es que realmente están en una relación
causal? ¿Son esos datos sensoriales puramente ‘epifenoménicos’, es decir,
causados por estados de cosas físicos pero que no tienen efectos sobre
las propias cosas físicas? Podría ser que un teórico de los datos sensoria
les cuidadoso pudiera responder a todas estas preguntas de manera sa
tisfactoria, pero cabe preguntarse si el esfuerzo merecería la pena. Si pu
diera mantenerse de manera plausible que los datos sensoriales
simplemente no existen, se nos ahorraría la molestia de tratar de respon
der a esas extrañas preguntas, con lo que podrá comprenderse ahora
por qué algunos filósofos han pensado que era mejor intentar encontrar
teorías alternativas a los fenómenos que los teóricos de los datos senso
riales aducen a favor de su teoría. Seguidamente vamos a ver un tipo de
tal alternativa, la teoría adverbial de las sensaciones.6
1 0 6
------------------------------------------------------------------------ Sensación y apariencia
p asaré a explicar la manera en que aquélla trata los rasgos cualitativos
de las experiencia perceptuales, que las teorías de los datos sensoria
les consideran com o objetos ‘internos’ de los cuales sontos conscien
tes. Consideremos, pues, una oración que informe que se da una cier
ta clase de sensación, como en ‘Siento un dolor fuerte en la espalda'
Por lo que respecta únicamente a su estructura gramatical, esta ora
ción se parece a una como ‘Tengo una escalera vieja en el cobertizo’,
que informa de una relación existente entre mí mismo y otro objeto
ubicado en cierto lugar. Del mismo modo en que el adjetivo ‘vieja1sir
ve para describir ese objeto, el adjetivo ‘fuerte’ sirve, según parece,
para describir el dolor que siento. Ciertamente, un teórico de los da
tos sensoriales estaría dispuesto a interpretar literalmente esta analo
gía entre las dos oraciones. Ese teórico adopta un análisis de los in
formes sobre sensaciones del tipo que se denomina acto-objeto, según
el cual tales informes anuncian el hecho de que un cierto sujeto de
experiencia — es decir, una persona, como yo mismo en este caso—
realiza el acto de hacerse consciente de cierto tipo de objeto mental.
Sin embargo, a veces deberíamos ser reacios a tomar la estructura gra
matical de una oración demasiado literalmente. Consideremos, por
ejemplo, una oración com o ‘J uana luce una amplia sonrisa de oreja a
oreja’. ¿Queremos realmente considerar esto como análogo a ‘Juana
luce un amplio vestido de los pies a la cabeza? ¿Son las ‘sonrisas’ ob
jetos que se encuentren con las personas en relaciones determinadas
y que posean cierta ubicación, igual que los vestidos? Es plausible
mantener que no. Realmente, el hecho de que no podemos tomar se
riamente las ‘sonrisas’ como objetos se revela en nuestra disposición a
parafrasear la oración Juana luce una amplia sonrisa’ mediante la ora
ción Juana está sonriendo ampliamente’. Lo que esta paráfrasis sugie
re es que el sintagma verbal ‘luce una amplia sonrisa’, con su aparen
te esctructura acto-objeto, es equivalente en realidad a uno de la
forma ‘está sonriendo ampliamente’, en el cual ya no parece que se
haga referencia a ‘o bjeto’ alguno de ningún tipo. Nótese que en e
curso de esta transformación gramatical, el adjetivo ‘amplia se ía
cambiado por un a d v e rb io , ‘ampliamente’, que describe la manera en
que se realiza una acción en lugar de una propiedad de un o jeto. _
La teoría adverbial — cuyo nombre podrá ahora compren erse
Propone que tratemos los informes de sensaciones de la misma
ra que los informes acerca de ‘sonrisas’. Así, se podría consi era
l,na manera más perspicua de decir ‘Siento un dolor ^uerte ^,n j
Pa a sería decir algo como ‘La espalda me duele fuertemen >
lr’ tamt>iando el sustantivo ‘dolor’ por un verbo y e a je i ^
r un adverbio. Si lo hacemos así tendremos menos ten * n es_
Urn?K-qU!f l0S ‘d olores’ son objetos mentales que están, detectamos
Dor l^lcados en ciertas partes de nuestro cuerpo > 3 a ja ma_
ne medio de una clase especial de acto mental, a go - oerc¡birlos
nera ^ que detectamos objetos ‘externos’ al mirarlos o al perc.D
1 0 7
Filosofía de la mente
de algún otro modo. Así, un defensor de la teoría adverbial intentará
que rehusemos discernir analogía alguna entre ‘sentir un dolor y. por
ejemplo, ‘ver un árbol’. Ver un árbol equivale a estar en una verdade
ra relación con un objeto genuino, pero — según el partidario de la
teoría adverbial— sentir un dolor no es nada de eso. Lo que nos con
funde — si es que en realidad estamos confundidos— es el hec ho de
que el sintagma nominal ‘un dolor’ es el objeto g r a m a tic a l de un ver
bo transitivo, ‘sentir’. Pero no todo objeto gramatical tiene por qué
denotar un objeto ‘real’, esto es, una c o s a con la cual otras cosas
mantengan auténticas relaciones.
Una ventaja inmediata de la manera en que los partidarios de la
teoría adverbial piensan sobre los dolores y otras sensaciones corpo
rales es que nos ayuda a evitar preguntas incómodas acerca de dónde
están ubicadas tales sensaciones. Hablamos com o si los dolores estu
vieran localizados ‘en’ diversas partes de nuestro cuerpo, como por
ejemplo, nuestra espalda o un dedo del pie. Sin embargo, es difícil in
terpretar literalmente esta manera de hablar, especialm ente cuando
consideramos el fenómeno del denominado ‘miembro fantasma’ que
experimentan algunas personas a las que se les ha amputado algún
miembro. A veces, una persona a la que se le ha amputado una pier
na continúa sintiendo dolores y otras sensaciones ‘en ’ la pierna ampu
tada, pero es difícil suponer que esa persona se percate o sea cons
ciente de algo que literalmente esté lo c a liz a d o en el lugar en que su
pierna había estado, ya que esa parte del espacio puede no contener
nada más que aire. Por supuesto, podríamos querer decir que un acto
de sensación tiene, como cualquier otro acaecimiento, una ubicación
espacial, y que la sensación de dolor de una persona a la que se le ha
amputado un miembro tiene una ubicación espacial. Pero quiza lo
que más apropiadamente se debería decir es que la sensación de do
lor de esa persona está ubicada en el lu g a r en q u e ella está, igual que
mi acto de correr está ubicado d o n d e y o estoy, Podríamos querer re
ducir aún más la ubicación de la sensación; incluso, si fuéramos fisi'
cistas, querríamos localizarlo en el sistema nervioso central de la per*
sona amputada, porque querríamos identificar la sensación con algún
acaecimiento neuronal. Pero si el partidario de la teoría adverbial está
en lo cierto, no hay en absoluto contradicción entre decir ‘Siento un
dolor en la pierna’ y decir ‘Mi sensación de dolor está localizada en h
cabeza’, porque la primera oración no debería intepretarse como alg°
que informe acerca del lugar en que está u b ic a d a una sensación, sino
solamente acerca de cuál es la parte del cuerpo que me duele. Se e
puede objetar a esto que en el caso de la persona a la que se le lJ
amputado un miembro no existe una pierna que produzca el dolor
Eso es cierto, pero en este caso sigue siendo verdadero que a quij-Jfl
se le ha amputado la pierna le p a r e c e que la pierna le está dolien o.
y podríamos entender su informe de sensación como algo que tran-
mite este hecho.
108
___ SeuMcioit y apariencia
la t e o r ía a d v e r b ia l y l o s d a t o s sensoriales
109
Filosofía de la mente
dades primarias y secundarias, veremos que el partidario de la teoría -K).
verbial puede tener razones para repensar la afirmación anterior.)
Pero podríamos preguntarnos, ¿qué objeto tiene tratar de preservar
lo que dice el teórico de los datos sensoriales parafraseándolo de tal ma
nera? El objeto es el siguiente. El partidario de la teoría adverbial se da
cuenta de que hay un núcleo importante de verdad en la teoría de los
datos sensoriales, a saber, que siempre que un objeto ‘externo’ pareu*
tener una determinada propiedad, ello se debe a que la persona que lo
percibe se ve afectada sensorialmente por ese objeto de una determina
da manera. Al negar la existencia de datos sensoriales, debemos — asi lo
cree el adverbialista— tener cuidado en no eliminar lo que es valioso
junto con lo que no vale para nada. Los llamados realistas directos o
‘ingenuos’ tendrían propensión a hacer precisamente esto. Al rechazar
los datos sensoriales sin ofrecer nada en su lugar, se niegan a ellos mis
mos los recursos con los que acomodar los aspectos subjetivos de la
percepción, pues el hecho es que percibimos objetos al menos en pane
en virtud de los efectos sensoriales que nos producen y estos efectos
pueden variar de acuerdo con las circunstancias del entorno y las condi
ciones de nuestros órganos sensoriales. Esta es la razón por la que las
experiencias perceptuales — contrariamente a estados de actitud propo
sicional como las creencias— tienen características cualitativas. Lo que
tanto el partidario de la teoría de los datos sensoriales como el de la te
oría adverbial pretenden hacer, cada uno a su manera, es proporcionar
una explicación de este aspecto de las experiencias perceptuales. El par
tidario de la teoría adverbial tiene la ventaja de ofrecer una explicación
que es ontológicamente más económica y que se libra de determinados
interrogantes que asedian a la teoría de los datos sensoriales y que nos
dejan perplejos. Pero el realista directo que simplemente rechaza de pla
no la teoría de los datos sensoriales puede ser acusado con justicia de
no tener nada que decir acerca de lo que parece un aspecto innegable
de las experiencias perceptuales.
No debería concluir este análisis de la teoría adverbial sin mencio
nar alguna de las objeciones que se le han planteado. Quizá el ataque
más importante que los teóricos de los datos sensoriales han hecho a la
teoría adverbial es que ésta es incapaz de ofrecer paráfrasis satisfactorias
de ciertas oraciones complejas de datos sensoriales.7 Considérese. p°r
ejemplo, un informe de datos sensoriales como ‘Soy consciente de un
dato sensorial triangular y rojo a la derecha de un dato sensorial circular
y amarillo. ¿Por qué deberíamos esperar que pueda parafrasearse esto
de un modo adverbial? Claramente no se puede parafrasear como Sien
to rojamente y triangularmente y amarillamente y circularmente’, no so
lamente porque no da cuenta de la relación espacial entre los dos dato
1 1 0
------------------- ------------------------------------------------------- Sensación y apariencia
sensoriales sino también porque no preserva la conexión entre la rojez y
hl triangularidad por un lado, y la amarillez y la circulandad por el otro
es decir, no distingue entre el informe original de datos sensoriales y e¡
informe totalmente distinto de datos sensoriales ‘Soy consciente de un
dato sensorial triangular y amarillo a la derecha de un dato sensorial cir
cular y rojo. No inténtale resolver esta discusión aquí, aunque algo que
evidentemente puede decirse — en vista de mi observación anterior
acerca del modo en que se podría interpretar la oración del partidario
de la teoría adverbial ‘Me parece elípticamente’— es que el informe ori
ginal de datos sensoriales debería parafrasearse en último término como
lMe parece al modo en que me parecería si hubiera un objeto triangular
rojo a la derecha de un objeto circular amarillo que estuviera viendo en
condiciones normales’, Pero en cualquier caso quizá valga la pena seña
lar que el partidario de la teoría adverbial no necesariamente se ha de
sentir forzado a encontrar una paráfrasis satisfactoria para cada uno de
los informes de datos sensoriales que un teórico de los datos sensoriales
se sienta inclinado a hacer. Eso equivaldría a conceder demasiado a la
teoría de los datos sensoriales y sugerir que la teoría adverbial sólo di
fiere de ella de manera puramente verbal.
1 1 1
Filosofía de la mente
de la manera en que parece que están, o que están ‘en’ ellos solo rM|,
medida en que esos objetos tienen la capacidad de afectarnos sens(,n,|
mente de determinados modos. Por supuesto, esta manera de h.iN^i
las cualidades como algo que está ‘en’ los objetos o ‘en nosotros rs pri
co perspicua. Un objeto tiene una determinada cualidad o no h i,nir
aunque podamos ciertamente preguntarnos por qué, o en virtud di- (|,k.
ese objeto tiene la cualidad en cuestión, si es que la tiene Rc.ilmuiu
podría muy bien suceder que, por ejemplo, los objetos tuviesen ínm!(h
con total independencia de relación alguna que pudiesen mantenu
las personas que los perciben, pero que tuvieran colores al menos p.„
cialmente en virtud de su capacidad para afectar a aquellos que l<>s
ciben de determinados modos.
Pero, ¿por qué debemos pensar que las formas y los colotes s(„
distintos de esta manera? Una razón para pensarlo que se propone fre
cuentemente es que nuestros juicios sobre colores parecen ser
más subjetivos y variables que nuestros juicios sobre formas l as
sonas están muy a menudo en desacuerdo acerca del color exacto de
un trozo de tela aunque lo estén observando a la luz normal del di i
Por descontado, las personas pueden tam bién estar en desacuerda
acerca de la forma exacta de un objeto aun cuando lo estén \ íenclo
una distancia razonable y a plena luz. Pero en este último caso pode
mos recurrir a procedimientos de medida que casi siempre fijaran la
cuestión de cuál es la forma exacta del objeto. Por ejem plo, si una pe r
sona juzga que un objeto es cuadrado y otra juzga que es rectangular,
podemos usar una cinta métrica para determinar si todos los lados del
objeto tienen la misma longitud. Es menos claro qué es lo que pode
mos hacer para resolver un desacuerdo acerca de si un determinad''
trozo de tela es verde o azul. Podemos pedirles a otras personas que
den su opinión al respecto, pero podrían también estar en desacuerdo
entre ellas. Podríamos incluso usar algún instrumento científico para
medir las longitudes de onda de la luz reflejada por la tela; pero aun
que hay una relación indiscutible entre el hecho de que el objeto ten-
ga cuatro lados de igual longitud y el hecho de que sea cuadrado ni»
existe ninguna relación indiscutible entre el hecho de que un ohictu
refleje luz de determinadas longitudes de onda y el que sea veidi
Otra observación que se hace frecuentemente es que los colores apa
rentes de las cosas varían mucho de acuerdo con las condiciones de sl|
entorno, en especial según la clase de fuente luminosa que l(,s oti
iluminando. Cuando los objetos se encuentran bajo una lámpara de se
dio parecen tener unos colores muy distintos a cuando les da la 117
del día. Al fin y al cabo, es sólo un accidente histórico el que nl,t--slr
planeta esté orbitando alrededor de una estrella amarilla en vez ce 1
rededor de una roja o una blanca. Ciertamente, al final el Sol sc
vertirá en una estrella roja gigante y si por aquí todavía hay seres ^
manos para ver las cosas en lo que en ese momento serán c o n d i ó ^
de iluminación ‘normales’, los objetos parecerán tener colores clistm
1 1 2
------ ------------------------------------------------------ -- - Sef,^ cl6}n u iPanenaa
a los que parecen tener ahora. Nada realmente análogo
so de las fo r m a s de los objetos. ^ ‘ c c a en el ca-
, u casi contemporáneo.
) U mismo Locke afirma esto y fue criticado Por ‘ón enlre ellos, vtase Loche on
c,eorge Berkelcy. Para un estudio acerca de la <- *
i turnan Understanding , pp. 55-8
113
Filosoñadela mente________ __________________ ______ _____________________— --------------------------
1 1 4
_____—-— _______________________ ___________________ Sensación y apariencia
ríales que causan típicamente las cosas plateadas en condiciones de vi
sión normales. En lugar de esto, podría insistir en que el significado de
•es plateado*’ es primitivo e indefinible, pero que ello no lo hace recha
zable (ya que en cualquier lenguaje algunos términos deben ser primiti
vos e indefinibles). En segundo lugar, podría sostener que, aunque suce
da —como en el caso anterior— que existe un predicado como es
elíptico*’, que se aplica exclusivamente a los datos sensoriales y recoge
aquella propiedad de los datos sensoriales que causan típicamente las
cosas elípticas en condiciones de visión normales, no sucede —en con
traposición con el caso anterior— que el predicado ‘es elíptico(a)’, apli
cado a cosas como las monedas, signifique ‘tiene la disposición de cau
sar datos sensoriales elípticos* en condiciones de visión normales’.
Podría estar de acuerdo en que es verdad, al menos en el mundo en
que habitamos, que las cosas elípticas tienen la disposición de causar
datos sensoriales elípticos* en condiciones de visión normales, pero ne
gar que tener esa disposición es lo que queremos decir o deberíamos
querer decir al describir algo como elíptico En contraposición podría
decir que al describir algo como plateado si queremos decir (o al menos
deberíamos querer decir) que se le atribuye una disposición a causar da
tos sensoriales plateados* en condiciones de visión normales, y que es
esa la razón por la que la plateidad* se considera con propiedad una
cualidad ‘secundaria’ y no una ‘primaria’; lo es porque es una cualidad
que las cosas tienen solamente en virtud de su capacidad de afectarnos
sensorialmente de una determinada manera.
Por supuesto, al sostener que, cuando se aplica a cosas como las
monedas, el predicado ‘es plateado(a)’ significa ‘tiene la disposición de
causar datos sensoriales plateados* en condiciones de visión normales,
el partidario de la teoría de los datos sensoriales no puede seriamente
estar afirmando que los hablantes comunes del español comprenden ex
plícitamente ‘es plateado’ como algo que tiene ese significado, sino que
propone tal tesis como un análisis filosófico del concepto de ser platea
do» y por tanto como algo que nos revela el significado implícito del
predicado a la luz de una comprensión reflexiva del uso que hacemos
del mismo. Realmente, el teórico de los datos sensoriales puede sostener
que el error del realista directo o ingenuo es estar demasiado dispuesto
a aceptar una comprensión no filosóficamente instruida de los P i a
dos de color. El hablante ingenuo podría simplemente estar confundido,
no distinguir entre el concepto de ser plateado y el concepto ^ se^
plateado* e imaginar así incoherentemente que este ultimo es ap ica
,os objetos externos.10
and
e Subjective View: Secondary Qualities am i Indextc f ' £ w Tetience, Tbougbt,
Pr<-*ss, 1983), capítulo 8, y Chrisiopher Peacocke, Sense Contení, a p e n e n
arici tbeir Relations (Oxford; Ciarendon Press, 1983), capitulo -
115
Filosofía de la mente
116
_________--------------------------------------------------------Se>isació n y npciricu cia
sir) que las personas sientan rojamente* en condiciones de visión nor
males’. Pero no deberíamos suponer que todo predicado que tenga un
significado denote una p r o p ie d a d genuina de las cosas a las que se apli
ca. ¿Por qué no? Bien, sabemos por pura lógica que eso no puede ser
así. so pena de contradicción. Considérese, en efecto, el predicado ‘no-
se-ejemplifica-a-sí-mismo’. Éste tiene ciertamente un significado, porque
hay muchas cosas que no se ejemplifican a sí mismas. Así. es claro que
la propiedad de ser divisible por dos, aunque la ejemplifican muchas co
sas. como por ejemplo, el número 128, no se ejemplifica a sí misma, ya
que la propiedad de ser divisible por dos no es ella misma divisible por
dos. Sin embargo, si el predicado ‘no-se-ejemplifica-a-sí-mismo’ denota
se una propiedad — la propiedad de no-ejemplifícarse-a-sí-mismo— en
tonces podríamos preguntarnos si la propiedad se ejemplifica a sí misma
o no. Pero sea como fuere que intentáramos responder a esta pregunta,
llegaríamos a una contradicción, pues, si se ejemplifica a sí misma, en
tonces no se ejemplifica, y si no se ejemplifica, entonces se ejemplifica.
Por lo tanto,debemos concluir que no existe tal propiedad y por consi
guiente que no todo predicado que tenga significado denota una pro
piedad.11
Preguntémonos ahora si un predicado como ‘tiene la disposición
de hacer (causar) que las personas sientan rojamente* en condiciones de
visión normales’ debería ser interpretado como una expresión que de
note una p ro p ied a d de objetos. Lo primero que hemos de observar aquí
es que hay objetos de muy diversas clases que tienen la disposición de
actuar de ese modo. Por ejemplo, las estrellas rojas la tienen, al igual
que las rosas rojas y las láminas translúcidas de cristal rojo. Pero, según
parece, las propiedades en virtud de las cuales estas diversas clases de
objetos tienen la disposición a actuar de este modo son muy diferentes
las unas de las otras. Las estrellas rojas tienen la disposición a actuar de
ese modo debido a que em iten luz de determinadas longitudes de onda,
poro las rosas rojas tienen la disposición a hacerlo debido a que reflejan
,llz de determinadas longitudes de onda, mientras que las láminas de
cristal rojo tienen la disposición debido a que transmiten luz de eter
junadas longitudes de onda. Si las propiedades en virtud de las cua es
as cosas tienen la disposición a actuar de ese modo son tan i eren es
Una's °tras, entonces verdaderamente no podemos decir que a pt
P,L ^e ser rojo, si es que existe, es una de esas propie a es. *
¿que otra cosa podría ser? Podríamos tal vez decir que la ProPi e ‘ •
,roÍ° es ur*a propiedad disyuntiva —por ejemplo, que e^, a , ni_
‘ que tiene una cosa en el caso de que o bien emita uz Qn_
a das Jongitudes de onda, o bien refleje luz con esas,lon.g' " d^UDUesto,
’ 0 >ieu transmita luz con esas longitudes de onda. ( ■ P
“'■i*n•
d <notar1!?1 Una mayor elaboración de la observación de <l“e Introduclion
C r Una pwpíedad. véase Michael j. Loux, M etapbpics. A Contempora 1
ts: R ^tled ge, 1998), pp. 34-5.
117
m ^ jr^ e ¡^ tw n te _ ________________________________________________________________________________________________________ -
CONCLUSIONES
véase David ^ información *obre las dudas acerca de las propiedades disentí*
view Press, 1989) pp 82 3 Universa^ : Ari Opinionaled Introduction (Boulder, CO c
hemos prtípuesto^cnií se
q
!°S
CoIor®s muc,lümás
radicalmente escéptica que todo lo (l
encontrara en C. L Hardin Colorfor Philasopbens, PP- 59-
1 1 8
-- __----------- ----------------------------------------- Sensaciñpy apariencia
de consciencia o conocim iento sensorial característicos. Hemos visto
aUe la teoría adverbial es ontológicamente más económica que la teoría
je los datos sensoriales y que es capaz de evitar algunos incómodos in
terrogantes que se le plantean a esta última, pero que ninguna de las
dos está mejor equipada que la otra para poner fin a la clase de dudas
que plantean los escépticos sobre la fiabilidad de los sentidas. Finalmen
te. hemos examinado la distinción entre cualidades primarias y secunda
rias y hemos concluido, aunque solamente de manera provisional, que
puede defenderse tanto desde una teoría de los datos sensoriales como
desde una teoría adverbial* Lo que se ha afirmado es que los predicados
que expresan cualidades secundarias, como los predicados de color, se
diferencian en que son susceptibles de un análisis disposicional en tér
minos del tipo de efecto sensorial que los objetos descnbibles mediante
tales predicados producen en las personas que los perciben Sin embar
go, también hemos visto que deberíamos ser reacios a asumir que los
predicados de color denoten p ro p ied a d es genuinas de los objetos a los
que se aplican, es decir que, por ejemplo, exista una propiedad como la
propiedad de ser rojo, o la rojez, Pero es importante apreciar que negar
la existencia de la rojez no equivale necesariamente a negar que las co
sas puedan realm en te s e r rojas, en el sentido de que el predicado es ro
lo, entendido de modo apropiado, puede serles aplicado en verdad.1^
(j. consecuen-
lt ic,ca de que el realismo acerca de la aplicación‘ P cjefi(Jncje pp.
en m ne8'Jción de que el predicado denote una P n¿ndres: Routle* £<- -
19^7 PhilosoPby o f Minci: A Contemporaty Introducti
119
6
La percepción
Al comienzo del capítulo anterior he señalado que los estados per
ceptuales, como por ejemplo una experiencia de ver un árbol ante una
casa, son en parte como los estados de sensación y en parte como los
estados de actitud proposicional. Son como los primeros en tanto en
cuanto tienen rasgos cualitativos o fenoménicos y son como los últimos
en tanto en cuanto tienen un contenido conceptual. En ese capítulo dije
bastantes cosas acerca de los aspectos cualitativos de las experiencias
perceptuales, pero no mucho acerca de su contenido conceptual En el
presente capítulo trataré de restablecer el equilibrio hablando más sobre
esto último, pero una de las cosas que habremos de examinar es el mo
do en que el contenido conceptual de una experiencia perceptual se re
laciona con sus rasgos cualitativos, pues difícilmente podemos suponer
que estas dos dimensiones de la experiencia perceptual están desconec
tadas por completo.
Sin embargo, se ha de admitir que una explicación de la naturaleza
de las experiencias perceptuales es sólo una parte de lo que se le pide a
un análisis filosófico del concepto de percepción, que es lo que constitu
ye otra de nuestras preocupaciones en este capítulo. Según la ma>ona
de los filósofos contemporáneos, percibir implica ciertamente tener ex
periendas perceptuales, pero es algo más que eso. La pregunta es. ¿que
más? Una propuesta razonable es que percibir implica a emas a gun i
po de relación ca u sa l entre las experiencia perceptuales e suje "
objetos que, en virtud de esa relación, puede decirse que e sUIe
be. Las teorías causales de la percepción son muy popu ares e < <
lidad, pero están también sujetas a ciertas objeciones que ^ filóso-
examinar cuidadosamente. A la vista de estas objeciones, * g cuales la
fos han propuesto teorías de la percepción alternativas, ‘ . or_
denominada teoría disyuntiva de la percepción sea ta <-- ‘ pode-
Unte. Más adelante, en este capítulo, tratare de as
mos tener P*ra decidir entre estos dos e" fo<^ So { es determinar lo
Parte del problema al que nos enfrentam * Q concepto de
que con propiedad pertenece a un análisis i oso empírica de
Percepción y lo que con propiedad pertenece *_ n y evalúen
a Percepción del tipo que es más apropiado qu P ue estos
ios psicólogos que los filósofos. Pero no deberíamos ^ rpquede ser
dos ámbitos no guardan relación alguna; rea me
1 2 1
F^Jíajdejajnente --------------------- _ --------------- -------------------------------------------------------------- _
1 2 2
jajjercepción
contenido mental al examinar la naturaleza de los estados de actitud
proposicional en los capítulos 3 y 4. En ellos nos ocupábamos solamen
te del contenido proposicional', el contenido proposicional de un estado
de aquel tipo, como es el caso de un estado de creencia, lo proporciona
una oración que comienza por ‘que’; así decimos, por ejemplo, que Juan
cree que está lloviendo o q u e la mesa es rectangular. También atribui
mos a las personas lo que podríamos llamar juicios perceptuales. Así,
luán expresa un juicio tal si dice que siente que está lloviendo, o ve que
la mesa es rectangular.1 Pero debemos poner cuidado en distinguir tal
juicio perceptual de una experiencia perceptual. Una persona puede te
ner una experiencia perceptual de ver una mesa como rectangular sin
necesariamente estar dispuesta, o incluso sin ser capaz, de formar el jui
cio perceptual de que ve que una cierta mesa es rectangular, Por una
parte, puede suceder que la persona p u ed a formar el juicio pero que no
quiera hacerlo porque sospeche que su experiencia perceptual es enga
ñosa —puede juzgar, por ejemplo, que es víctima de una alucinación vi
sual. Por otra parte, la persona puede ser incapaz de formar el juicio
perceptual en cuestión al carecer de los conceptos necesarios. Así, por
ejemplo, podríamos estar dispuestos a atribuir a un niño pequeño la ex-
penencia perceptual de ver una mesa como rectangular y sin embargo
dudar de que el niño sea capaz de formar el juicio perceptual de que
una determinada mesa es rectangular, dudando de si el niño posee el
concepto de m esa o el concepto de que algo es rectangular {es decir, el
concepto de algo que tiene cuatro lados rectos situados en ángulos rec
tos). Lo que es aún más fundamental, se puede dudar de si el niño po
see el concepto de v e r o el concepto de uno mismo como sujeto de ex
periencia.
I-------X U p iW p Al
J W propio
U C l l i p U ,tiempo,
¿3111 sin embargo, parece
------------------- que
I debemos atribuirle
.
al niño al menos algun os conceptos, si es que hemos de atribuir e a ex
° 1 ______ i .,- o n n :i-
periencia perceptual de ver una mesa como rectangular, ya que la capa
cidad nam rol nnrere reouerir la capaci a c re
123
Filosofía de la m e n t e ------------------------------------------------------------------------------------------------------
tuíil de que ve que un árbol está unte u n a ca sa, la oración del que
pecifica exhaustivamente el contenido proposicional de su juico
ceptual y con ello proporciona un inventario completo de los concepto*,
involucrados en ese juicio. En contraste con esto, cuando una persona
tiene la experiencia perceptual de ver un árbol ante una casa, el conte
nido conceptual de su experiencia será típicamente mucho más riC() v
complejo que el del anterior juicio perceptual (incluso si, por las razo
nes que se acaban de explicar, de hecho no incluye el concepto de ár
bol o el de casa). Esto se debe a que, al ver un árbol ante una casa, uno
debe tener por lo común una experiencia visual de muchas otras cosas
además de un árbol, de una casa y de la posición relativa que mantie
nen el uno con respecto a la otra — cosas como el color y forma del ár
bol y de la casa, la porción de suelo que está entre los dos, el cielo tras
de ellos y otros objetos que haya en su vecindad (junto con sus colores
y formas)—, y estos otros ingredientes de la escena percibida —o. en
cualquier caso, muchos de ellos— deben también al parecer ser subsu-
midos en conceptos de algún tipo. De modo que al formar un juicio
perceptual normalmente hacemos abstracción de muchos de los ingre
dientes de la escena percibida y nos centramos en un subconjunto limi
tado de los mismos.
Pero una duda que podríamos plantear en este punto es la siguien
te. ¿Puede ser correcto suponer que, cuando una persona tiene una ex
periencia perceptual, todos los ingredientes de la escena percibida de
ben ser subsumidos en algún concepto por esa persona, o puede (o
quizás debe) haber ingredientes que no subsuma en conceptos'' O dicho
de otro modo, ¿tienen normalmente las experiencias perceptuales un
contenido no-conceptual además del contenido conceptual?2 Una razón
para pensar que este podría ser el caso es que la escena percibida a nie-
nnH° ^ a G|!a^^ ueza Y c°niplejidad que es difícil suponer que alguien
el r a l* eC^° su^sum^r todos sus ingredientes en conceptos, aun en
deremrkc ^ ^Ue poseyera l°s conceptos requeridos para hacerlo Consi-
Dodría ren^?r ,ejemplo> dP0 de experiencia visual que una persona
nado o e n m entrar rePente por primera vez en un taller desorde-
ser inmensamen?1111103^ región de la jungla. La escena percibida podría
sona en c u e s t i ó n V ^ P ^ Y rÍCa en SUS d e ta lle s > Y sin em b arg o la
tener tiemno d<- m ^ P ^ ^ 0 to d o c o n u n sim p le g o lp e de vista sin
te com o aleo oiipeC° a ° Cer cad a Uno d e su s in g re d ie n te s in d iv id u a l^ 11
por « .= á » de ,0P° • °> '° Si" « * « * > . aunque
general un conteníd*1 ^ Ue aS e x P e rie n cias p e rc e p tu a le s d eb en tener ^
todo el contenido d ° n° " c ° n ce Ptual, p a r e c e in c o h e r e n te suponer <1UL
contenido d e todo lo q u e h ay e n las e x p e r i e n d a s p e r c e p t i
124
---------------- ---------------------------------- La percepción
de una persona pudiera ser no-conceptual. Ello es debido a que las ex
periencias perceptuales forman característicamente la base de nuestros
juicios perceptuales y de muchas de nuestras creencias, y los estados
mentales de estos últimos tipos poseen sin duda un contenido concep
tual, el cual evidentemente se relaciona con el contenido conceptual de
las experiencias percepaiales en las que se basan.
Algunos filósofos dicen que las experiencias perceptuales tienen
un contenido rept esen ta cio n a l o inform ación al, queriendo con esto
prescindir de cualquier distinción entre contenido conceptual y no-con-
ceptual. Hablando de manera aproximada, el contenido representacional
de una experiencia perceptual consiste en cómo esa experiencia repre
senta que son los objetos del entorno del sujeto perceptor Así, una des
cripción parcial del contenido representacional de una experiencia per
ceptual podría ser que representa el entorno del sujeto perceptor como
algo que contiene un árbol ante una casa. Esta sería sólo una descrip
ción parcial porque, por descontado, una experiencia perceptual repre
sentaría normalmente mucho más que eso. Sin embargo, precisamente
porque pasa por alto la distinción entre contenido conceptual y no-con-
ceptual, el hablar de contenido representacional en este contexto, aun
que perfectamente legítimo, resulta demasiado poco discnminador. Un
análisis filosófico satisfactorio de la percepción ha de ser sensible a esta
distinción.
125
Filosofía deja mente
mos que una mesa conste de una superficie rígida plana con cuatro pa.
tas de igual longitud que le dan soporte. Pero el mero conocimiento de
que las mesas tienen esta forma no le capacitan a uno para reconocer
visualmente una mesa, o para ver algo con la propiedad de .ser una me
sa, a menos que uno sepa también cómo p a r e c e ser o qué apariencia
presenta algo que tiene tal forma desde diversos ángulos. De manera
que el tipo de conceptos en los cuales se subsumen los objetos al tener
experiencias perceptuales de esos objetos son conceptos cuya posesión
incorpora un conocimiento implícito de cómo a p a rec e n tales objetos ca
racterísticamente a los sentidos, sea visualmente o táctilmente o por vía
de alguna otra modalidad sensorial. A los conceptos en cuestión les po
dríamos quizá denominar conceptos ‘observacionales’. En absoluto a to
dos los objetos que podemos pensar se les aplican tales conceptos ob
servacionales. Así, no caen bajo ellos las partículas subatómicas —por
ejemplo, los electrones— , pues no concebimos a los electrones (\ no
podríamos hacerlo coherentemente) en circunstancia alguna como algo
que les p a rece ser de algún modo — o que presenta una determinada
aparíencia— a nuestros sentidos.
En consecuencia, como respuesta a nuestra pregunta de cómo se
relaciona el contenido perceptual de una experiencia con su carácter
cualitativo, podemos quizás decir que, en general, los rasgos cualitativos
o ‘qualia’ presentes en una experiencia perceptual pertenecerán a un
ámbito de rasgos tales que estén asociados a los conceptos observacio-
nales involucrados en ese contenido. Hablando de manera aproximada
los ‘qualia’ de una experiencia perceptual deben ser tales que le parezca
al sujeto que está percibiendo objetos que presentan la apariencia que
deberían presentar — o parecen ser como habrían de parecer—. s» -l
ellos se les aplicaran los conceptos observacionales que esa persona usa
en ocasión de la experiencia en cuestioné (Naturalmente, esta respuesta
no dice nada acerca del modo en que el contenido woconceptual de
una experiencia perceptual — si es que ésta tiene un contenido así— se
relaciona con su carácter cualitativo, pero posiblemente ahora esta es
para nosotros una preocupación menos immediata.)
-apuu-
lo 4. m" ° { ? f er,ence (C a m b rid g e . C a m b rid g e U n iv e rsu y P re ss, 1996 ).
|'o.s rJ>‘
Ros cualitativos d e la e x p e rie n c ia ' 6 ^ ** re la c ió n e m r e el c o n t e n i d o perceptual y 1
126
______ ____ _____________________________________________ La percepción
mo ya observé antes, que la percepción implica algún tipo de relación
causal entre las experiencias perceptuales del sujeto y los objetos que
en virtud de esa relación, puede decirse que el sujeto percibe. Examina
remos este tipo de propuesta en un momento. Pero antes de pasar a
ello, vale la pena señalar que utilizamos también otros tipos de cons
trucción gramatical al informar de casos de percepción. Una construc
ción así nos la proporcionan las oraciones de infinitivo, como por ejem
plo la oración ‘J uan ve entrar en la habitación a unos hombres’, en la
cual el verbo ‘entrar’ aparece en infinitivo. Otro tipo de construcción
muy próxima a ésta, con la cual ya nos hemos encontrado, la ilustra la
oración ‘María ve el árbol ante la casa’ Estas oraciones aparecen para
informar de la percepción de situaciones o estados de cosas:' Está claro
que la mayoría de los casos de lo que llamamos percepción de situacio
nes son también casos de percepción de objetos, aunque al parecer no
todos ellos, puesto que se puede ver, por ejemplo, que está oscuro o
hay niebla sin que necesariamente veamos objeto alguno. Sucede igual
mente que, por regla general, percibimos objetos sólo en el contexto de
la percepción de una situación que los incluye. Pero a pesar de esta ínti
ma interdependencia entre la percepción de objetos y la percepción de
situaciones, parece que el concepto de percepción de objetos es más
central o básico, de manera que un análisis filosófico de la percepción
habría de tratar primero este concepto. Esta es la razón por la que voy a
concentrarme en la percepción de objetos en lo que sigue. (Sin embar
go, mucho de lo que diré acerca de ello podría adaptarse muy fácilmen
te para aplicarlo a la percepción de situaciones.)
Los análisis causales de la percepción de objetos sostienen que es
una verdad conceptual que la percepción de un objeto implica algún ti
po de transacción causal entre el objeto y el perceptor Es importante
insistir en que lo que está en juego aquí es si el concepto de percepción
de objetos involucra el concepto de relación causal. Pocas personas dis
cutirían que, desde el punto de vista de los hechos científicos, siempre
que alguien ve u oye un objeto, algún proceso causal que incluye tanto
a la persona como al objeto en cuestión le posibilita a aquél perci ir o
~~un proceso que puede ser el de la transmisión de ondas luminosas o
de ondas sonoras desde el objeto a los órganos sensoriales e a perso
Naturalmente, sin embargo, las verdades de este tipo son temai e
descubrimientos empíricos y no de carácter conceptual. ¿Por que n* * -
127
Filosofía de la mente
mos de pensar que la relación causal esta involucrada en el u,nup l0
mismo de percepción de objetos? Por una razón como la siguiente
Supongamos que Juan tiene la experiencia visual de ver una man
zana verde colocada sobre una mesa que está ante él y supongamos
que, de hecho, una manzana verde tal esté situada sobre una mesa c,lK.
se halle ante él. ¿Deberíamos decir por ello que Juan ve esa man/.ana'
No necesariamente, pues podría suceder que la experiencia visual de
Juan fuera una alucinación provocada por una droga, o por un neuro-
científico que haya activado electrodos implantados en el córtex visual
de Juan, en cuyo caso sería una pura coincidencia que su experiencia
‘se ajustara’ a la escena que tiene ante él. Este tipo de caso se describe
usualmente como un caso de ‘alucinación verídica ’,6 Lo que tales casos
sugieren es que es parte del concepto mismo de percepción de objetos
que haya algún tipo de relación causal entre las experiencias perceptib
les de una persona y los objetos que, en virtud de tener tales experien-
cia, se puede decir que esa persona percibe. En una primera aproxima
ción podríamos intentar captar esta idea mediante el siguiente principio
128
La percepción
129
Filosofía de ¡a mente __________________________________________________________________________
130
La percepción
temente a aquélla), sino que debe también suceder que si hubiera habi
do ante Juan algo muy diferente a la manzana verde, no habría tenido
esa experiencia visual. Esta última condición no se satisface en el caso
de Juan descrito originalmente, porque en tal caso él hubiera tenido to
davía una experiencia visual así aunque se hubiera colocado sobre la
mesa que está ante él un jarrón rojo o cualquier otro tipo de objeto
Aquí es donde debemos dejar el tema, aunque éste invite a proseguir el
debate. Al menos hemos descubierto que no es en absoluto asunto sim
ple determinar qué tipo de relación causal es ‘apropiada’ en relación
con el análisis del concepto de percepción de objetos.
1 3 1
Filosofía de la mente
la cual esas dos cosas efectivamente se encuentran, aunque posihienu n
te podrían no haberlo hecho.) Pues bien, si el partidario de la tcuru
causal por fuerza ha de decir que todas nuestras experiencias percepiua-
les a las que suponemos verídicas p o d r ía n , lógicamente hablando, sa
alucinatorias, parece que por fuerza ha de admitir la posibilidad logiU
de un escepticismo global acerca de la percepción, esto es, la posihil,.
dad de que realmente nunca percibamos objetos ‘externos’ y de que en
realidad, no existan tales objetos, ya que la teoría causal parece implicar
que podríamos tener todas las experiencias perceptuales que de hecho
tenemos aun en ausencia total de un ‘mundo externo’.
Una respuesta muy seca a este tipo de objeción sería decir *,Y
qué?’ Difícilmente podemos suponer que el escepticismo filosófico \aya
a desaparecer si abandonamos una teoría causal de la percepción, de
modo que quizás sea mejor enfrentarse directamente a tal escepticismo
Además, incluso si es verdad que el partidario de la teoría causal se ve
forzado a admitir la posibilidad lógica de que todas nuestras experien
cias perceptuales sean alucinatorias, ¿cuánto debe preocuparle esto'' Hay
un sinfín de cosas que son lógicamente posibles que sería muy poco ra
zonable tener realmente por verdaderas. Por ejemplo, parece lógicamen
te posible que el mundo en su totalidad haya comenzado a existir re
pentinamente hace cinco minutos aunque los registros fósiles y nuestros
‘recuerdos’ sugieran erróneamente que haya existido por un período de
tiempo mucho mayor.8 En cualquier caso puede argumentarse que no
deberíamos confundir la tarea filosófica de proporcionar un análisis del
concepto de percepción con la tarea filosófica totalmente distinta de in
tentar responder al escéptico. Si confundimos las dos podemos acabar
sin llevar a cabo de manera satisfactoria ninguna de ellas. Sin embargo,
incluso si, por las razones que se acaban de dar, no resultemos conven
cidos por el anterior tipo de objeción contra las teorías causales de la
percepción, podría ser conveniente tomar en consideración los méritos
de teorías alternativas cuyos defensores sí se ven motivados por tal obje
ción. Una de esas teorías es la llamada teoría disyuntiva, de la cual pa
samos a tratar ahora.
minutos, véase^Bertrand^ 0131»3 í qUe cl muncl0 haya com enzado a existir hace c‘^ n
1921), pp. 159_60 d Russe V je o f Mi tu/ (Londres: George Alien & Vn
132
. ______ ___________________ ____ _______________ __________ y i percepción
brían sido alucinatorias.9 Sostienen que literalmente no hay nada entre
por un lado, un caso de percepción verídica y. por el otro, un caso de
alucinación respecto al cual el sujeto pudiera confundirse tomándolo
por un caso de percepción verídica. El partidario de la teoría causal su
pone, naturalmente, que lo que tales casos tienen en común es que en
ellos se da un cierto tipo de experiencia perceptual, difiriendo única
mente con respecto a lo que causa la experiencia en cada caso. (Esta
mos ahora en posición de entender el nombre algo oscuro de la teoría
disyuntiva; se denomina ‘disyuntiva’ porque sostiene que cuando un su
jeto piensa de sí mismo que está percibiendo algo, entonces o bien se
trata de un caso de percepción verídica, o bien es un caso de alucina
ción, pero no hay ningún elemento común en forma de ‘experiencia
perceptual’ que estuviera presente en ambos casos y que meramente
fuera causado de dos modos distintos.)
Lo primero que hay que decir acerca de la teoría disyuntiva es que
no está en absoluto claro que sea menos vulnerable a las dudas del es
céptico que la teoría causal, pues el escéptico puede sostener todavía
que siempre que pensamos estar percibiendo algo es lógicamente posi
ble que seamos víctimas de una alucinación, de modo que de hecho
nunca percibamos realmente objeto ‘externo' alguno. Contra esto podría
argumentarse que simplemente no tiene sentido suponer que podríamos
tener alucinaciones continuamente, porque entendemos lo que es una
alucinación sólo por contraste con el caso de la percepción verídica. Te
ner una alucinación, podríamos decir, es parecer percibir algo cuando
de hecho uno no lo hace, y esta explicación de lo que es tener una alu
cinación evidentemente presupone la comprensión previa de lo que es
percibir algo. Por contraste, el partidario de la teoría causal no explica
así la noción de alucinación, sino que dice que tener una alucinación es
tener una experiencia perceptual que no está causada por un objeto ex
terno’. Sin embargo, es difícil ver cómo esta diferencia entre los dos ti
pos de teoría implican que el partidario de la teoría de la disyunción es
té mejor equipado para contrarrestar al escéptico, pues aunque uera
cluc sólo podemos entender la noción de alucinación en ^
una comprensión previa de lo que es percibir algo, ¿por que a ^na
Ser necesario p erc ib ir algo realmente a fin de poseer esa compren-i
Previa? Hay muchos conceptos que podemos entender alin<^
nos hemos encontrado con ejemplificaciones de los mismos,
ejemplo el concepto de montaña de oro. Quizá po na so. -
'odos esos conceptos son analizables “ ej concep.
) >ts ejemplificaciones nos hem os encontrado rea
133
Filosofía de la mente _____________________.---------------------------------------------------------------------------- _
134
---------------------------------------------------------------------------------------- [¿t percepción
por qué la percepción siempre ha de p arecer directa’ cuando estamos
absortos atendiendo a objetos que suponemos que estamos percibiendo,
pues esa atención es incompatible con una consciencia de los efectos
que estos objetos tienen sobre nosotros. Además, puesto que la evolu
ción, por razones obvias, nos ha diseñado para atender a los objetos ex
ternos en lugar de a sus efectos perceptuales sobre nosotros, podemos
entender por qué la fenomenología de la percepción habría de favore
cer tan convincentemente el realismo ‘directo’. Pero precisamente por
que el partidario de la teoría causal puede explicar por qué habría de
ser ello así, el que lo sea no cuenta en contra de él y a favor del partida-
no de la teoría disyuntiva.
Considerando todos los extremos de la cuestión, no parece que la
teoría disyuntiva tenga alguna ventaja sobre la teoría causal. Con todo,
parece tener algunas desventajas que le son propias. Por ejemplo, si
realmente está forzada a considerar el concepto de percepción (verídica)
como primitivo y no analizable, ello sería con seguridad una desventaja
importante, porque, si el concepto de percepción es primitivo y no ana
lizable, ¿cómo hemos de decidir, de un modo justificado, lo que debería
mos decir acerca de algunos de los experimentos mentales que mencio
nábamos antes, aquellos que trataban de Juan y de una manzana verde
situada en una mesa ante él? Debemos también decir que la teoría dis
yuntiva tiene un cierto aire de misterio o de magia al sugerir que la per
cepción nos pone en ‘contacto directo’ con objetos extemos. Para ser
justos, el partidario de la teoría de la disyunción puede dar explicacio
nes que en buena medida hacen que el misterio se aclare. En phmer lu
gar, puede enfatizar que no pretende formular una teoría ^ a
percepción y puede aceptar perfectamente lo que los físicos, los fisiólo
gos y los psicólogos nos digan sobre los procesos causales que se ven i
can en nuestro entorno y en nuestro cerebro cuando perci imos co^as*
En segundo lugar, puede tratar de establecer una conexión entre a i
de que percibimos objetos ‘directamente’ y el tipo de en i
sofía de la mente que examinábamos en el capítulo e recor
en él describíamos el externismo como una teoría que 1 .1
nuestras mentes ‘se extienden’ al entorno físico, al menos e exis_
de que nuestros estados mentales pueden depender Para s nartidario
lencia e identidad de las cosas que contiene el entorno. mental de
de la teoría de la disyunción puede mantener que e e en su
una persona consistente en percibir un objeto ex er s¡ taj ob
sistenda y su identidad del objeto en cuestión e m ^ ^ ja
)eto no hubiese existido o si otro objeto hubiese es sin enl_
Pssona no se habría encontrado en ese mismo es ^ no pUeda
argo, no está claro que un partidario de a ^ ‘ asQ tajes conside-
'^almente abrazar una posición externista, en } entre y ei
Odones no pueden tener un papel decisivo en propósitos,
Partidario de la teoría disyuntiva. Pero, para 1<* present P
et>emos dejar aquí este debate.
135
Filosc^dejam ente^
1 3 6
_ — — -— - ------------------ apercepción
supone, además, que esta información ha de ser recogida de algún mo
d0 a partir del estado de los sensores del sistema, los cuales, en el caso
del sistema visual humano, son las retinas de nuestros ojos Por tanto
en este nivel de abstracción, podemos describir la tarea en términos de
los tipos de procesos computacionales que se requieren para transfor
mar información relativa al estado de los sensores del sistema en infor
mación relativa al entorno del robot o del organismo. La presuposición
aquí subyacente es que un sistema procesador de información sólo pue
de procesar información que esté representada en el sistema mediante
algún método de codificación —como el código máquina digital de un
ordenador electrónico— y ese proceso computacional opera sobre tales
representaciones. Por debajo de este nivel de abstracción se encuentra
el nivel en el cual se puede idear un programa de ordenador específico
o un conjunto de algoritmos para lograr los objetivos computacionales
descritos en el nivel precedente. Finalmente, en el nivel más bajo de abs
tracción podemos describir la tarea en términos de las clases de estructu
ras físicas, sean estas electrónicas o neuronales, que se requieren a fin de
implementar o hacer funcionar el programa ideado para el sistema.
Desde el punto de vista del enfoque computacional de la percep
ción, los dos primeros niveles de abstracción son obviamente los que
encierran mayor interés, lo que no equivale a negar que las cuestiones
de implementación física sean importantes en sus propios términos,
aunque se vea a éstas como asuntos que conciernen principalmente al
ingeniero electrónico o al neurofisiólogo Consideremos, pues, en esbo
zo, lo que estos dos primeros niveles implican. La retina humana podría
compararse laxamente a una colección de células electrónicas sensibles
a la luz, cada una de las cuales fuera capaz de registrar grados de in
tensidad de luz en, digamos, una escala de veinte puntos. Una colec
ción muy simple de este tipo podría contener unos cientos de tales cé
lulas dispuestas de manera adyacente las unas a las otras formando una
red rectangular. Cuando la luz reflejada de los objetos del entorno se
concentra en la red, se forma en ella una imagen óptica y las células
gistran los diversos grados de intensidad de luz en la superficie e a
red. De ese modo, una información acerca de la configuración i i
mensional de intensidades de luz presentes en la superficie ce a re s
codifica en la salida de las células sensibles a la luz. Esta in ormacio
codificada tiene entonces que ser transformada de algún mo' o-e ^
ormación concerniente a las formas, los tamaños y as Poí>1^ n Vca(j a
l*vas de los objetos del entorno. Esa tarea es difíci ) se
Por muchos factores ambientales, como el hecho de
tos están en parte ocultos por otros o se encuentran <1 * ' |j a_
S!" embargo, una pane importante de la solución estaba - la ap to
Cl°n de principios formales de la geometría pro) • objetos
r‘ partu-
* ade l f“í“
sus imágenes ópticas bidimensio <
tnparecido al
ogistradas éstas desde diversos ángulos, cíe un
137
Filosofía de la mente ----- ---------------------------------------
que se puede recuperar la forma tridimensional de un objeto a p;lnir
del modo en que éste está representado en una serie de totoral,ils' l().
madas desde diferentes puntos de vista. Han de hacerse diversos su
puestas para que este tipo de solución pueda funcionar en la pi;k,K.t
por ejemplo, que los objetos del entorno sean relativamente estahlr s ,
que estén iluminados desde una dirección más o menos constante sm
embargo, en el tipo de entorno en que ha evolucionado el sistema u
sual humano se justifican de hecho tales supuestos. El anterior es sój(,
un esbozo muy rudimentario de cómo los partidarios del enfoque m m.
putacional piensan que deberíamos tratar de entender los sistemas pn_
ceptuales, pero servirá para poner de relieve las diferencias entre ev
enfoque y el enfoque ‘ecológico’ rival. Un rasgo clave del enfoque
computacional, que lo hace comparable al realismo indirecto', tal conv»
lo hemos caracterizado hasta aquí, es que supone que la percepción in
volucra la construcción de represen tacion es de objetos en el entorno
Este proceso de construcción se supone que es un proceso completo,
en el cual representaciones de bajo nivel de información acerca del es
tado de los sensores del sistema se transforman, mediante la aplicación
de algortimos matemáticos, en representaciones de alto nivel de infor
mación acerca del estado de los objetos del entorno. Desde luego no
sugiere que seamos conscientes de estos procesos computacionales que
supuestamente ocurren en nuestras cabezas, sino que más bien, como
mucho, somos sólo conscientes de sus productos finales, las represen
taciones del estado de los objetos del entorno. Los sistemas percepti
vos, como el sistema visual humano, se describen como modulares o
inform acionalm ente en cap su lad os, lo que quiere decir que nuestro"
procesos de pensamiento consciente de alto nivel no pueden influen
ciar el procesamiento de información que se da en tales sistemas." Esta
es, según se dice, la razón de que no podamos hacer desparecer una
ilusión visual simplemente mediante el darnos cuenta de que es una
ilusión. Así, aunque sepam os que las dos líneas de la ilusión de Muller-
Lyer tienen realmente la misma longitud, no podemos evitar verlas co
mo desiguales, debido a que nuestro sistema visual nos proporciona la
información (errónea) de que son desiguales y nosotros no podemos
corregirla* alterando el modo en que se procesa la información visual
La razón de que el sistema visual nos confunda en un caso así es un te
ma e atido, pero lo que se presume es que la posesión de un sistema
que incorpora este ‘error’ nos confiere ventajas compensadoras en
nuestro entorno visual natural.
del enfoque ecológico de la percepción, cuyo repte
tiles n e.staca<^° ^ue el psicólogo americano J.J. Gibson, son h°s
a idea de que la percepción sea cuestión de representación )
138
—--- -------------------------------- ------- -- ..._^percepción
describen explícitamente su posición como una que mantiene que h
percepción es ‘directa . - Están de acuerdo en que la función de los sis
temas perceptivos es proporcionar información a los organismos acerca
de su entorno natural que le sirva de guía para sus acciones, pero no
ven la razón por la que esto haya de requerir complejas operaciones
computacionales sobre representaciones. Su idea es que el entorno na
tural mismo es rico en información — por ejemplo, que la estructura de
la luz reflejada en tal entorno incorpora una rica información acerca de
las propiedades espaciales de las superficies reflectantes— y que el sis
tema visual humano está bien sincronizado para adquirir esa informa
ción y utilizarla como guía de nuestras acciones. Tales psicólogos acen
túan la mutua dependencia de percepción y acción, con la percepción
sirviendo de guía a la acción y la acción posibilitando que los sistemas
perceptivos exploten plenamente la información disponible en el entor
no natural. Por esta razón abrigan dudas acerca del valor de los experi
mentos de laboratorio que pretenden revelar el funcionamiento del sis
tema visual humano medíante el estudio de casos de ilusión visual.
Señalan que tales ilusiones casi siempre se dan en entornos no naturales
en los que los sujetos no pueden explotar la interacción natural entre
percepción y acción, debido a que, por ejemplo, se les hace sentarse
quietos y mirar fijamente imágenes en una pantalla fija. Los psicólogos
partidarios del enfoque ecológico se resisten, por tanto, a la idea de que
en circunstancias normales nuestro cerebro tenga que construir informa
ción acerca de nuestro entorno infiriéndola de información acerca de
nuestros receptores sensoriales, ya que creen que la información reque
rida acerca de nuestro entorno está ya presente en el entorno mismo y
se encuentra disponible para que la recolamos directamente, dado que
nuestros sentidos están adecuadamente en sincronía con la misma.
Los psicólogos partidarios de la teoría computacional tienden a
objetar a la concepción anterior que nos deja totalmente a oscuras
acerca del m odo en que nuestros sentidos recogen información acerca
del entorno. Un aparato de radio que esté adecuadamente sincroniza
do recogerá información de las ondas de radio, pero necesita una gran
cantidad de maquinaria complicada para poder hacerlo. Los psico ogos
partidarios del enfoque computacional dirán que lo que e os iace^ "
explicar, en el caso perceptual, el modo en que la maquinaria re. <
fsle trabajo, si bien no, desde luego, en un nivel puramente fis o oguro
(e nivel de la ‘implementación’). Sin embargo, el Psico1° 8° P . ^ a|_
e enfoque ecológico puede replicar que no mega que
tipo de maquinaria, sino sólo que haya un nivel de d escn ££_
significativo de lo que hace esta maquinaria que requipálmente, pa-
0 en términos de computaciones y representacione.
1 3 9
Filosofía de la mente
rece muy justo plantearse este tipo de duda acerca del enfoque «,m
putacional.13 Sólo porque los diseñadores humanos podrían adcmhr
provechosamente el enfoque computacional en la construcción de Un
robot no deberíamos suponer que la naturaleza ha adoptado este enf().
que al ‘diseñarnos’ a nosotros. Muy a menudo ocurre que las lar^
que pueden ser realizadas con la ayuda de técnicas computacionales
pueden también ser realizadas de otros modos, a veces más simples
Consideremos, por ejemplo, la tarea de asegurar que el nivel del agua
en dos tanques sea igual. Esto p o d r ía lograrse instalando un sistema
elaborado de sensores electrónicos que dirigieran los tubos de entrada
y salida de los dos tanques de modo que, cuando el nivel del agua en
uno de ellos subiera o bajara en una cantidad determinada, la informa
ción sobre ello se pasara al otro tanque y se dejara en él entrai o salir
la misma cantidad. Pero una solución mucho más fácil es colocar los
dos tanques al mismo nivel y juntarlos mediante un tubo, dejando asi
que la gravedad haga el trabajo.
No intentaré decidir aquí entre los enfoques ecológico y computa
cional. Es interesante que el debate entre ellos se parezca, en cierto mo
do, al debate entre los filósofos acerca del realismo ‘directo’ e indirecto ,
pero no creo que esos enfoques claramente se sostengan o se hundan
con su contrapartida filosófica. Puede sugerirse también que el enfoque
computacional es implícitamente ‘internista’ mientras que el enfoque
ecológico es implícitamente ‘externista’, en los sentidos de estos termi
nos que se explicaron en el capítulo 4, si bien algunos filósofos de la
psicología han discutido esta descripción del enfoque computacional '
Pero sea la verdad sobre esto la que fuere, no puedo sino observar que
los dos enfoques tienen un rasgo notable en común: ninguno de ellos
asigna papel significativo alguno en la percepción a las características
cualitativas o fenoménicas de la experiencia perceptual. En realidad
ninguno de ellos hace uso de la noción de ex p erien cia perceptual Qm-
zá sea este un punto a su favor por lo que respecta a los partidarios de
h teoría disyuntiva de la percepción (aunque sus simpatías seguramente
sólo pueden dirigirse al enfoque ecológico). Pero a otros filósofos de la
percepción les parece una seria omisión el olvido en que se tiene la no
ción de experiencia perceptual. A ellos les parecerá que el rasgo más
importante y central de la percepción ha sido simplemente pasado por
alto por ambos enfoques empíricos.
do defendida t i
defendida oo^Tvl!? _fona de la visió?
visi°n ¿dee Marr tiene una
Marr tiene una orientación
orientación W
externi-4
i g’ * ‘
y Z BUrgC; Véase su 'Ma" ' s Theory of Vision', en Jay L. GarltcW ¿d
ge, Mass.. MIT P r « s * 1980^ “ ™ ^ ° ' ’ a n d Nat" ra l Language UiulerstantliW < ^
What is Not Their»' bu ? ,Para Un Pumo de vista opuesto, véase Gabriel Seg* •
nerc , Phtlosophical Review98 (1989), pp. 189-214 .
140
La percepción
^ ‘«ciencia.
141
Filosofiadeja mente _
vamos a pasar por alto esta complicación.) 1 cío esa concepción |()
q lie es ver puede ciertamente ser cuestionada. Para empezar, si ^ p()
sible la visión ‘prostética’ de la que antes hablábamos, como realmri1¿
parece que lo es, los ojos no son necesarios para poder vei si (j^.
por ‘ojo’ entendemos el tipo de órgano biológico que eiu o,uIilIn(ls
normalmente ubicado en la cabeza de las peí sonas. Por otra parle, si
por ‘ojo’ pretendemos referirnos a cualquier tipo de dispositivo, sea es
te natural o artificial, que posibilite vei% claramente será circ ular ddm„
ver en términos de adquirir información mediante los ojos. De hec lio.
puede argumentarse muy bien que lo distintivo de rci\ por contusu*
con cualquier otra modalidad sensorial, es el tipo de experiencia per
ceptual que está característicamente involucrada en ello y, mas especí
ficamente, el tipo de rasgos fenoménicos o cualitativos que esa expe
riencia tiene normalmente. Esto explica bien por qué los sujetos de
visión ciega niegan tan fuertemente que puedan ver, a saber, porque
creen que les falta el tipo de experiencia perceptual requerida Nótese
aquí que tales sujetos con tin ú an negando que puedan ver inclusu des
pués de haber sido informados acerca de la elevada proporción de
éxitos de sus ‘conjeturas’.
Naturalmente, sería ocioso entrar en una disputa puramente verlul
acerca de lo que se debería o no entender por el verbo v e r. Quizá ha
bríamos incluso de distinguir dos sentidos diferentes de ver y decir que
los sujetos de visión ciega 'ven’ en un sentido pero no en el otro, lo cual
de hecho estaría de acuerdo con el modo de pensar de algunos fisiólo
gos que mantienen que el cerebro humano está equipado con dos tipos
diferentes de sistemas visuales, uno más antiguo y otro evolucionado
más recientemente, estando sólo el primero de ellos intacto en los sua
tos de visión ciega. (Merece la pena señalar aquí que los tipos de estí
mulos acerca de los que los sujetos de visión ciega pueden hacer conic
turas’ correctas son de un tipo bastante básico, como puntos luminosos
o formas simples.) Pero si la experiencia perceptual consciente solo cst.i
asociada con el sistema evolucionado más recientemente, h ab rem os di
preguntar qué ventaja biológica confiere esa experiencia a las c riaturas
que pueden tenerla. Esta es parte de una cuestión mucho más amplia
que puede plantearse acerca de la función de la consciencia desde un
punto de vista evolutivo. Algunos filósofos y algunos psicólogo ^ e s -
ren que la consciencia —si es que realmente existe— es epifenómeno
un subproducto accidental de otros desarrollos evolutivos. Esta sugeivn-
cía es difícil de creer, pero también difícil de rechazar a menos que puu
a mostrarse que una criatura que posee consciencia puede conseguir
cosas que una criatura que carezca de ella no puede conseguir. P°r ol[~‘l
deberíamos decir que si la teoría evolutiva no puede exp1
ciénri'fX1ntenCÍj - Un ferámeno tan notable e innegable como la <-°ní’
* ello indica la inadecuación de la teoría.
142
Ixt percepción
CONCLUSIONES
143
7
Pensamiento y lenguaje
Hasta ahora hemos tratado de diversos tipos de estados mentales,
incluyendo sensaciones, percepciones (es decir, expenencias perceptua
les) y creencias. Tratamos las creencias (y otros estados de actitud pro
posicional) con bastante detalle en los capítulos 3 y 4, antes de pasar a
hablar de sensaciones y percepciones en los capítulos 5 y 6. Este orden
de exposición, aunque consecuente con el plan global del libro, podría
parecerles a algunos lectores el inverso al orden natural, pues es naairal
suponer que las sensaciones y las percepciones son, en más de un senti
do, ‘prioritarias’ respecto de las creencias. Parecen ser prioritarias res
pecto de las creencias, en primer lugar, en el sentido de que muchas de
nuestras creencias se b asa n en, o se derivan de, nuestras sensaciones y
nuestras percepciones, mientras que lo inverso nunca parece ser el caso
(excepto, quizá, en ciertos tipos especiales de errores). En segundo lu
gar, las sensaciones y las percepciones parecen prioritarias respecto de
las creencias en el sentido de que, mientras que estaríamos dispuestos a
atribuir sensaciones y quizá incluso percepciones a una criatura a la que
juzgáramos incapaz de poseer creencias, creo que estaríamos menos i
puestos — o al menos deberíam os estarlo—, y quizá incluso nos opon
dríamos completamente, a atribuir creencias a una criatura a a que juz
gáramos incapaz de poseer sensaciones y percepciones. ,
Parte de lo que aquí está en juego es que las creencias son
mentales de un nivel cognitiiv superior a\ de las sensaciones >
ciones. Ciertamente, se podría querer negar que las sens^ ^ " jas sen_
dos ‘cognitivos’, aunque en contra de esto se pue e sos cond¿ción
saciones proporcionan a una criatura información acera /por e,em-
t o de L i panes d« su cu en» y de su M o m o ¡ K L _
pío, que las sensaciones de dolor le informan so re ‘ informan acerca
* S panes de su cu e n » y pue las
de la presencia de comida o de otros animales.. ‘ imos —como se
ciones son claramente estados ‘cognitivos si as cje contenido
sostuvo en el capítulo 6— como poseedoras nec^ es Slñ duda una
conceptual, ya que la capacidad para utilizar conceptué
co P , w_ monns-
r'O
C ■ I t cognitiva.
aPacidad . . —< 1- . -
El adjetivo ‘cognitivo’ deriva del verbo latino
Cerey que significa ‘saber’ o ‘conocer’, y el conocimiento propiamen e i
vinculado inseparablemente a la capacidad para utilizar c^ nc^
embarca OCM mnpvinn entre cognición y posesión de conceptos
145
Filosofía de la mente
debería volvernos a hacer considerar si es cierto que el tipo de ¡n[„mw.
ción que le proporcionan a una criatura sus sensaciones es suficiente* para
justificar que describamos las sensaciones como estados ‘cognitivos’ pu¿
argumentarse que no es suficiente, puesto que no necesariamente está ln_
volucrada la utilización de conceptos por parte de esa criatura. Un
que se lame la pata herida al sentir ahí una sensación de dolor claramente
en algún sentido está respondiendo a la información de la que dispone
acerca de la condición física de su pata, pero para responder apropiada
mente de ese modo el perro no parece requerir de la utilización de con
ceptos de tipo alguno. En particular, no necesita poseer ningún concepto
de pata, ni de dañ o ni de sí mismo, ni ciertamente de d olor
No obstante, tras haber efectuado esta conexión entre la cognición
y la posesión de conceptos podemos empezar a sentirnos insatisfechos
con algunos aspectos del examen que realizamos de las creencias y su
‘contenido proposicional’ en el capítulo 4. En particular quizá pensemos
que las creencias se trataron allí meramente como estados representa-
cionales’ o ‘informacionales’, es decir, de un modo que no era en abso
luto sensible a la distinción entre los estados mentales que presuponen
una capacidad de utilización de conceptos por parte de las criaturas que
poseen tales estados y los que no la presuponen. Esta es una razón muy
importante por la que debemos ahora volver a tratar el tema de la cre
encia y, más ampliamente, el tema del p en sa m ien to . Nuestras investiga
ciones preliminares en esta área en los capítulos 3 y 4 no fueron en va
no aunque no resultaran concluyentes. Estamos ahora en posición de
llevarlas más allá utilizando lo que hemos aprendido acerca de la sensa
ción y la percepción, pues algo que debemos tratar de entender es el
modo’en que la sensación y la percepción se relacionan con el pensa
miento y la creencia, y otra es la manera en que el pensamiento y la
creencia se relacionan con su expresión en el lenguaje.
Algunas de las preguntas que habremos de tratar de responder en
este capítulo son las siguientes. ¿Tiene todo nuestro pensamiento un ca
rácter simbólico y cuasi-lingüístico? ¿Existe un ‘código del cerebro o
‘lenguaje del pensamiento? ¿Cuál es el papel de las imágenes mentales
en nuestros procesos de pensamiento? ¿En qué medida la capacidad de
pensar depende de la capacidad de comunicarse en un lenguaje publi
co? ¿Configura o restringe el lenguaje que hablamos los pensam ientos
que somos capaces de tener? Y ¿en qué medida son innatas nuestras ca
pacidades para el lenguaje?
147
Filosojia d ela mente ----------------------------------------- . ------------------------------------------------------------------
148
- ___ PvHMwienio y lenguaje
embargo, puede que abarque solamente unos cuantos miles de pala
bras-— es capaz de construir un enorme número de oraciones distintas
muchas de las cuales quizá no haya encontrado nunca antes para ex
presar cualquiera de entre un enorme número de pensamientos que se
le pueden venir a la cabeza. La productividad del lenguaje —su capaci
dad para generar un número indefinidamente grande de oraciones a
partir de un vocabulario limitado— parece equipararse con la producti
vidad del pensamiento, lo que sugiere una estrecha conexión entre am
bos. Una hipótesis plausible es que la productividad del pensamiento se
explica del mismo modo que la del lenguaje, a saber, que se origina en
el hecho de que el pensamiento involucra un modo de representación
estructural o composicional análogo al del lenguaje. No es sorprendente
que la existencia de precisamente ese modo de representación mental
haya sido postulada, siendo conocido con el nombre de ‘lenguaje del
pensamiento’ o ‘de la mente’.2
Al describir el presunto lenguaje del pensamiento como un len
guaje,, debemos tener la precaución de no asimilarlo demasiado a las
lenguas naturales que nos son familiares, como el español, el inglés, o
el swahili. El único parecido relevante es estructural: su posesión de una
organización ‘sintáctica’. El lenguaje de la mente, si existe, es un lengua
je en el que p en sam os, pero no un lenguaje con el cual hablamos o nos
comunicamos públicamente. Además, si es que pensamos en el lenguaje
de la mente, no somos en absoluto conscientes de hacerlo así, es decir,
las oraciones del lenguaje de la mente no se nos muestran ante nosotros
cuando reflexionamos, o ‘introspeccionamos’, sobre nuestros propios
procesos de pensamiento. De modo que las oraciones del lenguaje de la
mente no han de confundirse con el ‘habla interior’ o ‘soliloquio silen
cioso’, es decir, el tipo de diálogo imaginario que a menudo sostenemos
con nosotros mismos al elaborar la solución de algún problema o deli
berar sobre una decisión que hayamos de tomar, pues este tipo de diá
logo imaginario lo llevamos a cabo en nuestra lengua materna o, a me
nos, en alguna lengua natural que nos resulte conocida, como e ing es,
el alemán o alguna otra lengua humana.
Pero, ¿por qué habríamos de suponer que el lenguaje e a ™
existe, aparte de las consideraciones antecedentes acerca e a Pr°
vidad del pensamiento? Para ello se han ofrecido varias rJZO™^s ‘
nales. Una es la siguiente. Puede sostenerse que el unico mo
149
Filosofía de la mente
se puede aprender una lengua es aprendiendo a traducirla a <)lra
uno ya conozca. Después de todo, este es el modo en que un luh|am,
cuva lengua materna sea el inglés aprende una lengua extranjera „ jm„
el francés, a saber, aprendiendo a traducirla al inglés (a menos.
luego, que la capte ‘directamente’, en cuyo caso la aprende presUm,hk,
mente de modo muy similar a como aprendió el inglés). Pero si Hlo ^
así entonces solamente podemos haber aprendido nuestra lengu.i
terna (o nuestra primera lengua natural) aprendiendo a traduc irla a un,
lengua cuyo conocimiento sea innato (y que, por tanto, no haya sido
aprendida); dicho brevemente, aprendiendo a traducirla al mentalés n
‘lenguaje del pensamiento’. Sin embargo, aunque aprender una lengua
aprendiendo a traducirla sea ciertamente u n modo de aprender una len
gua, puede cuestionarse que sea el ú n ico . Algunas personas que se
oponen al lenguaje de la mente podrían fácilmente darle la vuelta al ar
gumento anterior y mantener que, dado que (en su opinión) no existe el
lenguaje de la mente, se sigue que debe haber otra manera de aprender
una lengua que no implique traducirla a una lengua que uno ya cono/
ca. Pero entonces, por supuesto, le incumbiría a esa persona explicar
cuál puede ser ese otro modo, lo cual podría no ser algo muy fácil. Vol
veremos sobre este asunto más adelante, al examinar en qué medida el
conocimiento del lenguaje es innato.
Otra consideración que favorece claramente la hipótesis del len
guaje del pensamiento es que postular la existencia de tal lenguaje po
dría posibilitarnos modelar los procesos humanos de pensamiento con
el modo en que operan los ordenadores electrónicos digitales Podría
afirmarse que estas máquinas proporcionan la mejor esperanza de en
tender el modo en que un sistema por com pleto físico puede procesal•
información. Esto se logra en el caso del ordenador mediante la repre
sentación de la información en un modo cuasi-lingíiístico, al utilizarse
un ‘código máquina’ binario. Las cadenas de este código se componen
de secuencias de símbolos ‘0’ y ‘1’, las cuales pueden ser realizadas tísi
camente mediante, por ejemplo, los estados ‘cerrado’ y ‘abierto’ de los
conmutadores electrónicos de la máquina. Si el cerebro humano es un
mecanismo de procesamiento de información, aunque sea uno que lu
evolucionado de modo natural y no el producto de un diseño inteligen
te, entonces puede ser razonable formular la hipótesis de que opera de
mo o muy parecido al de un ordenador electrónico, al menos en cuanto
a a utilización de algún tipo de método cuasi-lingüístico de codificar
i ormación. El mentalés podría ser considerado entonces como un c0
rgo e cerebro’, análogo al código máquina de un ordenador. Por otio
lado, muchos filósofos y muchos psicólogos han expresado dudas acer
ca del enfoque computacional del estudio de la mente, algunas de k*
c ales hemos mencionado en el capítulo anterior. Abordaremos esta
nerriv^c maS p|enamente en el siguiente capítulo, al examinar las pe*
no es m ? Ue ° FeCe ^ ^ esarro^ ° de la inteligencia artificial. Entretan
veniente otorgar un peso excesivo a presuntas analogías en
150
_ ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------ — Pcl l™”¡iejnln_yjenguaje
------------------------------------------------
* ««■
Paraa una
¡ evaluación de los argumentos de Fodor en _ "¡mpresa
se ,a n°ta crítica de Daniel C. Dennett del libro en Muid 86 (19/ . PP- “ ’ /awP/,/a //
tomo ‘A Cure for the Common Code?\ en el libro de Dennett ° . - >n en glock
&says on M ind a n d P sy ch olo s (Hassocks: Harvestcr Press. 19/ > * hlpótesis del
«d■ >. Readhigs m Pbtlospbyo/PsKbolonr. Volunte 2 Panl C. Stalnakcr. In-
"Ruaje del pensamiento y una perspectiva alternama. \c . . drfend¡do posterior-
(Cambridge, Mass.: M1T Press. 1981), capítulos 1 y - Vodoi the
"*m e la hipótesis en el apéndice de su Psycbwmautics: V ,c Problcn, cj to a n f.
ilosopby o f M ind (Cambridge, Mass : M1T Press. 1987) Zcnon W. Pylyshyn.
4 Para ulterior discusión de la distinción analogico/ igi ‘ 'jr,wCambridge, Mass.: M1T
(fmputation a n d Cognitum- A fo r Coguittve Sita Foundation
rcss’ ^ 8 4 ), capítulo 7 .
151
Filosofía de la mente ----------------------------------- -----------------
Así un mapa que represente una determinada zona es una cos-i rS|Yí
cialmente extensa como lo es la zona misma y representa partes UTn'
ñas de esa zona mediante partes cercanas del mapa. No obstante. <>lr‘s
aspectos de la representación mediante mapas pueden ser más |(,rnil
les. Por ejemplo, si el mapa es un mapa que indica las cun as de nuvl
entonces representa los cam b ios d e altu ra de parte del terreno ilu dían
te la proxim idad de las curvas de nivel en la parte del mapa c,ue re
presenta aquella parte del terreno. Un mapa puede también incluir ele
mentos de representación puramente simbólica, que pertenecen i |„
‘digital’ en lugar de lo ‘analógico’, como, por ejemplo, una cruz para
representar la presencia de una iglesia (aunque incluso aquí, la ubica
ción de la cruz representa la u b ic a ció n de la iglesia de un modo ana
lógico). Los dibujos y las fotografías representan mediante grados de
parecido aún mayores entre ellos y las cosas representadas; así, on una
fotografía en color en la que una cierta persona, como solemos dan
ha ‘salido bien’, el color del cabello de esa persona se parece al color
de la parte de la fotografía que representa al cabello de esa persona
En este caso, el parecido precisa ser de tal grado que la experiencia de
mirar la fotografía sea similar (más o menos) a la experiencia de mirar
a la persona. Pero, por supuesto, mirar la fotografía de una persona no
es exactam ente como mirar a la persona, y ver una fotografía como al
go que representa a una persona precisa de in terpretación de un mo
do parecido en que se precisa para ver un mapa como algo que repre
senta una cierta zona.
152
^ _______________________________________________________________________________ _________ Pensamiento v lenguaje
153
Filosofía de la mente
se nos ocurrió pensar sobre esas cuestiones de un modo o de otro iyr„
Si hubiéramos pintado un cuadro no podríamos haber dejado la a k Nl()Ij
abierta así de fácil. Podríamos haber decido no incluir el cielo en el <u
dro, pero si lo incluimos debemos haberlo coloreado de algún nioii!,
De modo análogo tenemos que haber tomado una decisión acerca de S1
incluimos otros objetos en el cuadro además del caballo, como. p()r
ejemplo, algunos árboles. A este respecto, imaginar se parece más a des
cribir que a pintar, porque una descripción no se compromete necesa
riamente con cosas que no estén incluidas explícitamente en la descrip.
ción. Dos ejemplos muy conocidos que se citan a menudo para ilustrar
esta afirmación son los de la gallina moteada de negro y el del tigre \
sus rayas.5 Cuando alguien pinta alguno de estos animales debe (según
se dice) pintarlo con un núm ero determinado de motas o de rayas (vis,
bles). Pero cuando una persona imagina uno de estos animales, resulta
vano preguntar cuántas motas o rayas posee el animal imaginado, por
que la persona que lo ha imaginado simplemente puede no haber pen
sado sobre ello de un modo o de otro. Por otro lado, parece que imagi
nar no carece com pletam ente de compromiso alguno relativo a tales
cosas, al contrario que sucede con describirlas. Si se nos pide que imagi
nemos un tigre con rayas, sería de esperar que pudiéramos decn m lo
imaginamos tumbado o moviéndose, y visto de frente o de lado Fn
contraste, la mera descripción de una situación como una que incluye
un tigre con rayas no dice absolutamente nada sobre esas cosas. De mo
do que quizá imaginar comporte algún grado de representación analógi
ca Pero puede ocurrir que sea más como trazar un mapa o un diagiama
que como pintar un cuadro.
C,On tOClO, el problema uti c in g u e aincuui <x ux Lucaiiwii v-
mos tratando es que todavía descansa en el recurso dudoso a nuestra
capacidades
— introspectivas. ¿No ¿i nu hay
nay una manera más mas objetiva de decidii
la
la cuestión?
cuestión?
---------- --- Ciertamente algunos psicoiogos
v.viWniLiiit ai^unus ^ai„
psicólogos :___...... q
piensan que sí. <-í Creen cjuen,"‘
los
los datos
datos PvnprimpntoLp
experimentales apoyan „ l.. ..r:_
la afirmación
___
____•-i
_
de
.1
que
___
__ ___
nuestros
____
proceros
de pensamiento comportan modos analógicos de rep ación bTna
conocida técnica
------— experimental consiste
cuiisimc en mostrar a un sujeto
......... , dibujos
Drovectados iir-»o pantallai a .. ____ < i . ¡
rproyectados
7 ^en una paniaiia de
ae pares de objetos con rorma formas asimétricas
construidos rr»n
construirlos í'n k r to de ...tamaño
con cubos .f
_ -v uniforme. _ algunos
En i caso
casos, s lo
ioss clos
o jetos del par poseen exactamente la misma forma pero a uno de ello''
se e representa como si hubiera experimentado un giro en un deternn
natao angu
® o con resPecto
respecto al otro. En otros casos, los objetos del p^r s0íl
sutilmente
su i mente distintos
istintos en su forma r...... ..........
y orientación. .. En’ cualquiera
, .:... de esos
ción desenndoni11!5101? e)emPÍ° del tigre y sus rayas y para una defensa de la c° ntL|s
ness (Londres- RnmM * ' " p a c i ó n , véase Daniel C. Dennett Contení and Comí ^
»eadings m P h i l o ^ l f ^ J Z
154
_____— ------------------------ — v lenguaje
SOS, después de que se haya eliminado el dibujo de la pantalla se le ni
de ni sujeto que diga si el par de objetos en cuestión tienen la misma
forma. Una de las cosas que se ha averiguado es que. cuando los dos
objetos del par tienen la misma forma, el período de tiempo que tarda
un sujeto a determinar que ello es así es aproximadamente proporcional
al tamaño del ángulo en el cual uno de los objetos se ha representado
como si hubiera experimentado un giro con respecto al otro La explica
ción que se da de este dato — una explicación que parece corroborada
por informaciones introspectivas de los sujetos en cuestión— es que los
sujetos solucionan este problema 'haciendo girar mentalmente’ una ima
gen’ recordada de uno de los objetos para determinar si puede o no ha
cerse coincidir con su ‘imagen’ recordada del otro objeto. El período de
tiempo que tardan en hacer esto depende, según se afirma, del tamaño
del ángulo con que tienen que ‘girar una de las imágenes’ —haciendo
el supuesto razonable de que ‘la velocidad de giro mental’ es aproxima
damente constante— , explicándose así la correlación establecida experi
mentalmente entre el período de tiempo que tardan los sujetos en emitir
su veredicto y el tamaño del ángulo con el que se representó a uno de
los objetos como si hubiera experimentado un giro con respecto al otro.
Se sostiene que si los sujetos hubieran almacenado la infomación rele
vante acerca de los objetos representados de un modo digital’ en lugar
de ‘imaginístico’, no habría habido ninguna razón para esperar esa co
rrelación.6
En otra serie de experimentos de los que se ha afirmado que apo
yan la hipótesis de que el pensamiento humano comporta modos ‘ima
ginísticos’ de representación, los sujetos aprenden a dibujar un mapa de
una isla imaginaria que contiene la representación de un cierto número
de objetos situados en lugares diversos, como una cabaña, un árbol, una
roca, etcétera. Se les pide que imaginen el mapa y que concentren su
atención en un lugar del mismo. Finalmente se les presenta una cierta
palabra que puede ser o no el nombre de un objeto del mapa > se es
pide que ‘busquen’ el objeto y determinen si está o no en el mapa
resultado es que los sujetos tardan más tiempo en lograr un ' eije 1C|°
acerca de objetos que estén representados en el tiempo lejos e ugar
en el que inicialmente se concentró la atención, de lo que tar an eni i*
cerlo sobre objetos que se representan como más cercanos a i
con 1° cual la hipótesis es que los sujetos llegan a sus reí>Pues \ .Q
Peccionando mentalmente’ una ‘imagen’ recordada t ‘
" * « « * > « . inspeccionar lusaro que eslán
cIUe están más cerca. De nuevo se sostiene que si Líelos en una
rjn información acerca de los lugares que ocupan los ob|ctos
155
Filosofía de la mente
forma ‘digital’, no se habría de esperar este tipo de correlación: s,n em
bargo una objeción a este tipo de interpretación, tanto de estos experi
mentos como de los anteriores, es que, estrictamente hablando, iodo 1()
que puede concluirse con seguridad es que los sujetos solucionan estos
problemas realizando ejercicios de imaginación y que los procesos , (>g-
nitivos que comporta la imaginación, sean éstos los que fueren, son si
milares a los que comporta la percepción. De modo que es plausible su
gerir que los procesos cognitivos que comporta im ag in ar que estamos
inspeccionando un mapa son similares a los que comporta inspeccionar
realmente un mapa. Pero el que estos procesos cognitivos impliquen
modos de representación ‘digitales’ o ‘analógicos’ parece ser una cues
tión añadida que no queda decidida por el hecho de que en ambos ca
sos se den procesos similares. Por razones explicadas antes debemos
evitar cuidadosamente la falacia de suponer que im a g in ar que estamos
inspeccionando un mapa debe comportar de algún modo un proceso <Je
inspeccionar realmente un mapa ‘imaginario’ o una ‘imagen’ de un ma
pa. Los mapas comportan sin duda un modo analógico de representa
ción, pero no se sigue de ello que la cog n ición de los mapas compone
un modo analógico de representación.8
A pesar de estas advertencias, no parece que haya ninguna razón
convincente para negar que el pensamiento humano podría componar
elementos de representación analógica. A veces se sostiene contra ello
que las imágenes no son apropiadas para el papel de vehículos del pen
samiento debido a que siempre son intrínsecamente am big u as, y que tal
ambigüedad sólo puede eliminarse mediante procesos de representación
que no comporten imágenes, a riesgo de engendrar una regreso infinito
Para ilustrar este tipo de ambigüedad se cita a menudo el ejemplo de
Wittgenstein del dibujo de un hombre subiendo una colina 9 Se señala
que podría tratarse igualmente de un dibujo de un hombre bajando una
colina. Si tratamos de deshacer la ambigüedad añadiendo una flecha
que señale hacia arriba, esto lograría eliminarla únicamente si supone-
* i “ó d s "b"i ;
su y ° troS SÍmUareS ,OS
156
--------------------------------------------------------------------------------------------- -------------------- ---- lyusamicíito j - [wRiiaje
PENSAMIENTO Y COMUNICACION
157
Filosofía^ dejajrwute __________________
158
----- ---------------------------------------------- jcj^uaje
en ocasiones un chimpancé puede, por su propia iniciativa, unir dos sie
nos produciendo una combinación nueva, de un modo que parece'ser
semánticamente significativo. Pero esto está aún muy lejos de la capaci
dad de un niño pequeño de construir oraciones sintácticamente comple
jas.12 Sin embargo, los chimpancés son sin duda animales inteligentes
que a menudo despliegan un ingenio considerable en sus actividades
prácticas y sociales. De modo que ¿en qué medida se les puede atribuir
capacidades de pen sam ien to! Si su inteligencia implica que tienen capa
cidades para el pensamiento parecidas a las nuestras, ¿por qué parecen
incapaces de aprender a expresar sus pensamientos en un lenguaje de
un modo que se parezca algo a como lo hacen los humanos?
Una posible respuesta a esta última pregunta es que la capacidad
humana de lenguaje es un rasgo específico de la especie que tiene poco
que ver con nuestra inteligencia. Según esta idea, los humanos hablan
del mismo modo en que las aves vuelan y los peces nadan: el hablar no
es sino un tipo de actividad con el que la evolución nos ha equipado y
al cual tenemos, por consiguiente, una propensión innata. Los chimpan
cés y otros animales carecen de esta propensión y de aquí que hallen
difícil y poco natural aprender a hablar como los humanos, igual que
para los humanos es difícil volar o nadar. Examinaré esta idea con más
detalle más adelante en el presente capítulo. Por el momento sólo ob
servaré que es difícil suponer que una capacidad para el lenguaje no
tenga nada que ver con la inteligencia. Aunque los chimpancés sean in
teligentes, los seres humanos tienen capacidades intelectuales que supe
ran en mucho las de otros primates, y parece extremadamente improba
ble que ello no tenga nada que ver con nuestra capacidad de ultilizar el
lenguaje. Así por ejemplo, los seres humanos pueden resolver ecuacio
nes algebraicas, diseñar aviones, construir teorías acerca del origen del
universo y reflexionar sobre problemas éticos o legales. Parece claro
que los chimpancés no pueden hacer ninguna de estas cosas, pero, aná
logamente, es difícil imaginar cómo podrían hacerlas los seres humanos
si no poseyeran el lenguaje.
159
Filosofía de la mente _______________________________________________________ _____________
160
--------------------------- P im ie n to ? leiiguaje
es realmente lo que hacen entonces parece que verdaderamente debe-
nios estar dispuestos a atribuirles pensamientos. Los ejemplos que se ci-
tan a menudo en este contexto son los de chimpancés que aparente
mente aprenden, sin que se les incite a ello, a ensamblar dos palos para
alcanzar plátanos que están fuera de su jaula y no pueden alcanzar o a
empujar una banqueta situándola bajo unos plátanos que cuelgan y su
bir a ella para alcanzarlos. No obstante, aun en este caso es cuestionable
el que estas tareas comporten un auténtico razonamiento y por tanto
pensamiento. Incluso el más listo de estos chimpancés no pudo, al pare
cer, realizar la tarea cuando los plátanos situados fuera de su jaula esta
ban colocados de modo que, antes de poder aproximarlos, el animal te
nía que a le ja r lo s .u El razonamiento práctico, o de medios afines,
requiere a menudo que un agente lleve a cabo una secuencia de tareas
que inicialmente parecen alejarle de su fin último porque ese es el único
modo o el mejor de conseguirlo. Los humanos están muy capacitados
para hacer esto, pero es discutible que los animales puedan hacerlo. Re
quiere planificación anticipada y captar la conexión entre la acción pre
sente y la satisfacción futura de un deseo. Una serie fascinante de expe
rimentos con animales que parece ilustrar bien este extremo incluía la
presencia de un recipiente con comida que se disponía de tal forma que
se apartaba del animal si el animal trataba de acercarse a él, pero se si
tuaba a su alcance si el animal trataba de apartarse de él. Los animales
en cuestión no pudieron solucionar este problema, que los humanos
pueden resolver con facilidad,1S Parte de la explicación es quizá que só
lo los seres humanos pueden disociar sus acciones presentes de la satis
facción inmediata de los deseos del momento, porque son capaces de
representarse en el pensamiento la satisfacción futura de un deseo como
algo que es consecuencia de la acción presente.
Está claro que si un animal no puede tener pensamientos concep
tuales, entonces no puede utilizar un lenguaje en ningún sentido serio
del término, porque no tiene pensamientos que comunicar mediante e
lenguaje. Pero de una criatura que utilice el lenguaje se requiere a go
más que el mero hecho de ser capaz de poseer pensamientos concep
tuales. Necesita poseer ciertos conceptos muy específicos. En particu ar,
necesita poder concebir a sus congéneres, con los cuales se comunica
mediante el lenguaje, como seres que tienen pensamientos a
Dicho brevemente, necesita tener algo parecido a una teoría c a í
tc’ y por tanto el concepto de pensam iento o creencia como e s «
l6l
Filosofía de la mente
la mente con un contenido proposicional que puede ser comunicado d,
un ser pensante a otro. Esto a su vez implica que debe captar de a|j»ún
modo los conceptos de verdad y fa ls e d a d , puesto que debe ser Up l7
de concebir las creencias de otro ser pensante como correc tas (, lnu,
rrectas. Debe incluso captar de algún modo el concepto de conuptn (Ah
mo ingrediente del contenido proposicional de un pensamiento o una
creencia. Pero aunque algunos primates no humanos, como los chim
pancés, poseen una vida social bastante compleja, es muy dudoso qllL.
posean una teoría de la mente en un sentido parecido al anterior1 iv,r
consiguiente, esto puede ayudar a explicar porqué tales criaturas, a pe
sar de su innegable ingenio, son incapaces de aprender el lenguas al
modo en que lo hacen los humanos.
Otra cuestión que se plantea en este punto es la de si hay algo in
termedio entre las criaturas que son completamente incapaces de tener
pensamientos conceptuales y aquellas criaturas que, como nosotros mis
mos, poseen una teoría de la mente en sentido pleno. Algunos filósofos,
entre los cuales destaca Donald Davidson, han argumentado que una
criatura no puede tener creencias a menos que tenga el c o n c ep to ác uc
encia, lo que implicaría que no existe ese algo intermedio y que la capa
cidad de pensamiento conceptual y la del lenguaje van juntas 1 Contra
esto podría sostenerse que algunos animales que no tienen lenguaie tie
nen ciertamente estados perceptu ales y por ello — si es que los estados
perceptuales tienen un contenido conceptual— tales animales muestran
el uso de conceptos. Sin embargo, deberíamos de nuevo mantenernos
alerta frente al peligro del antropormorfismo. Muchos animales poseen
poderes sumamente refinados de discriminación sensorial que no debe
rían confundirse con la capacidad de utilizar conceptos. Así por ejem
plo, se puede adiestrar a las palomas para que discriminen visualmente
entre triángulos y cuadrados, pero sería extravagante sugerir que por 1°
tanto poseen los conceptos de triángulo y de cuadrado .18 Para poseer
un concepto se deben poseer ciertas creencias generales que involucren
ese concepto y que lo relacionen con otros conceptos que se posean
Por ejemplo, no deberíamos atribuir la posesión del concepto á rb o l a al
guien a menos que estemos dispuestos a atribuirle a esa persona ciertas
creencias generales relativas a los árboles, como que los árboles son se-
res vivos que crecen hacia arriba y tienen ramas, raíces y hojas. La mera
capacidad de discriminar visualmente entre árboles y otros objetas, co-
162
______--------------------------------------------------------------------- Pensamiento v lenguaje
nio por ejemplo rocas, y de tener conductas características con respecto
a ellos, como la construcción de nidos, no es suficiente para la posesión
del concepto de árbol.
Realmente, cuando reconocemos que una criatura que utiliza con
ceptos debe poseer todo un sistema de conceptos, interrelacionado co
herentemente mediante un sistema de creencias generales, podemos ver
por qué deberíamos ser cautos al atribuir conceptos a animales que ca
recen de la capacidad para el lenguaje. Tal sistema de creencias genera
les habrá de comportar algunos conceptos sumamente complejos, como
los conceptos de espacio y tiempo, los cuales puede argumentarse que
sencillamente no son asequibles en ausencia del lenguaje. Una criatura
que no sólo diferencia sensorialmente entre objetos de su entorno sino
que los percibe com o objetos y por lo tanto como algo que a lo que se
aplican conceptos — como el concepto de árbol, montaña, río, piedra o
casa—, debe también captar el hecho de que tales objetos continúan
existiendo cuando no son percibidos y se los puede volver a encontrar
en otros momentos de tiempo y en otros lugares. Muchos animales, co
mo por ejemplo las palomas y las abejas, pueden guiarse de modo fia
ble en su entorno natural con la ayuda de indicaciones sensoriales, co
mo la dirección del Sol, pero no hay ninguna razón para suponer que
puedan concebir ese entorno en términos de un marco unificado de lu
gares y momentos de tiempo .19 Al carecer de la concepción de tal mar
co, los animales están ligados al aquí y ahora de un modo en que no lo
están los humanos. Los humanos, y en general los usuanos de un len
guaje, pueden libremente desplazarse con el pensamiento a través de
amplias extensiones de espacio y' tiempo y así reflexionar sobre sucesos
pasados y contemplar posibilidades futuras Ninguna criatura que carez
ca de esta libertad puede tener una concepción de si mismo como suje
to permanente de experiencias con una historia personal yr con capaci
dad para elegir entre cursos de acción alternativos "
L E N G U A JE N A T U R A L Y ESQU EM AS CONCEPTUALES
163
Filosofía d e la m ente
164
—" --- — Ptmsa mlento v lenguaje
una única palabra de una lengua mediante una expresión compleri de
otra aunque la segunda carezca de una palabra única que por sí nüsnn
sea la traducción.
No obstante, una afirmación más interesante es que la gramática o
sintaxis de una lengua impone ciertas restricciones al esquema concep
tual’ que muestran sus hablantes Esta tesis se conoce generalmente co
mo la ‘hipótesis de Sapir-Whorf, debido a dos antropólogos lingüistas
norteamericanos, Edward Sapir y Benjamín Lee W h orf.P or esquema
conceptual se entiende aquí algo como un sistema global de categorías
para clasificar las cosas del mundo sobre las que quieren hablar las per
sonas, Las categorías gramaticales de las lenguas indoeuropeas parecen
corresponderse con las categorías ontológicas de la metafísica occidental
y, según se sugiere, ello no es accidental. Los sustantivos, como ‘mesa’ y
árbol’, denotan substancias. Los adjetivos, como ‘rojo' y ‘pesado’, deno
tan propiedades. Los verbos, como ‘caminar’ y ‘arrojar, denotan accio
nes. Las preposiciones, como bajo’ y ‘después’, denotan relaciones espa
ciales y tem porales, etcétera. Pero otras familias de lenguas, como las
lenguas amerindias que estudiaron Sapir y Whorf, tienen, según se afir
ma, categorías gramaticales diferentes, lo que sugiere que sus respecti
vos hablantes operan con un esquema conceptual totalmente diferente
del nuestro. Así, Whorf sostuvo que los hablantes del Hopi no operan
con una ontología de substancias —cosas materiales persistentes— y
que no piensan en el espacio y el tiempo separadamente como lo hacen
los europeos occidentales. Incluso sugiere que su ontología está más
cercana a la ontología de la física relativista moderna, la cual se expresa
en términos de sucesos y un espacio-tiempo unificado. Al mismo tiempo,
afirmó que para nosotros no es realmente posible captar este esquema
conceptual ajeno: tan diferente es del que está incrustado en nuestro
propio lenguaje. Incluso llegó tan lejos como para sugerir que los ha
blantes de estos lenguajes ajenos habitan un mundo distinto del nuestro
porque las distinciones categoriales son algo que los hablantes imponen
o proyectan sobre la realidad y no algo que descubren en ella. Es claro
que es esta una manera de pensar fuertemente antirrealista o re ati\ ista
acerca de la estructura ontológíca del mundo que habitamos.
No debería sorprendernos que exista algún grado e correspon
dencia entre categorías gramaticales y metafísicas, si bien a cues
si esta correspondencia indica una relación de depen encía er* -
taxis y la metafísica — y si lo indica, en qué dirección , p
distinta. Sin embargo, lo que es algo mucho mas controvt i ^ ^
dación de que los hablantes de una lengua pueden sin p s cle
c'apaces de captar el esquema conceptual adoptado por
165
Filosofía de la mente
otra, es decir, que en algunos casos no hay ninguna posibilidad Iv.i| (\v
traducir entre dos lenguas porque los esquemas conceptuales as(KU,|Us
con ellas son radicalmente inconmensurables. El problema con esta u
sis, como con la afirmación anterior de que los animales no humanos
operan con conceptos que nosotros no podemos captar, es que p iuu
refutarse a sí misma, ya que las únicas evidencias que podemos tenei de
que una cierta comunidad de criaturas es una usuaria genuina de lm
lenguaje son datos que nos capaciten para interpretar determinadas ac
ciones suyas como intentos de comunicar pensamientos específicos p(,r
medio del lenguaje. Pero si, como se afirma, fuéramos incapaces de cap
tar los contenidos de sus pensamientos, ello nos impediría interpretar
sus acciones de ese modo; por consiguiente, podemos, según parece,
tener razones para considerar a otras criaturas como usuarios de un len
guaje sólo si podemos suponernos a nosotros mismos capaces de tra
ducir buen* parte de lo que dicen, lo que requiere que ellos no operen
con un esquema conceptual radicalmente inconmensurable con el nues
tro. Este tipo de consideraciones, como ha enfatizado Donald Davidson
pone en cuestión la idea misma de ‘esquema conceptual’ y las concep
ciones antirrealistas o relativistas que generalmente la acompañan.J *
La dificultad que acabamos de exponer se ilustra claramente me
diante las tensiones existentes en las propias afirmaciones de Whorf
Así, por una parte, éste sostiene que no es realmente posible para los
europeos captar el esquema conceptual Hopi por lo tan diferente que es
del nuestro, pero entonces, paradójicamente, intenta apoyar su afirma
ción describiéndonos — en nuestra p ro p ia len g u a, por supuesto— algu
nos de los modos en que ese esquema conceptual presuntamente diíiere
del nuestro, como por ejemplo en no separar el tiempo del espacio Pe
ro evidentemente debemos poder al fin y al cabo captar algo de ese es
quema para que Whorf puede tener éxito en su intento. Verdaderamen
te, el propio Whorf debe haber podido captar algo del mismo a pesar
de ser de procedencia europea. Además, Whorf concede implícitamente
que las lenguas europeas occidentales, a pesar de su presunto sesgo ha
cia una ontología de substancias, no han impedido a los hablantes deli
near varios marcos ontológicos distintos en el proceso de formulación
de nuevas teorías científicas. Realmente, incluso sugiere que uno de
esos marcos el presupuesto por la teoría general de la relatividad de
Einstein es más cercano al esquema conceptual de los hablantes del
Hopi que al de la metafísica occidental tradicional.
Al parecer, pues, lo único que podemos concluir sin riesgo es qtie
existe a guna conexión entre la sintaxis de una lengua natural y la nieta
ísica e sentido común’ o ‘intuitiva’ que poseen los hablantes de esa
engua, pero que ello no les impide a esos hablantes en modo algun0
construir teorías metafísicas novedosas y muy diversas ni comprender a
166
_____----- ------------------------------------------------------- ^ « " ¡ w to ^ ig u a je
metafísica ‘intuitiva de hablantes de otras lenguas naturales, no importa
cuán diferente sea su sintaxis. Los hablantes de lenguas distintas pueden
conceptualizar el mundo de modos algo distintos, pero habitan el mis
ino mundo y necesariamente tienen numerosas creencias en común A
jas creencias las hacen verdaderas o falsas los estados del mundo y no
nosotros, de modo que una criatura cuya mayoría de creencias fuera fal
sa tendría muy escasas perspectivas de sobrevivir. Pero si yo y otra cria
tura tuviéramos creencias radicalmente distintas, no podríamos plausi
blemente tener a m b o s creencias que en su mayoría fueran verdaderas.
Dado que no puedo suponer coherentemente que mis propias creencias
en su mayoría son falsas, sólo puedo tener, según parece, razones para
considerar a otra criatura como poseedora de creencias en la medida en
que puedo considerar que comparte muchas de mis propias creencias y
que muchas de las cuales son verdaderas. El relativismo radical es una
doctrina de dudosa coherencia y ciertamente no es una doctnna que se
vea apoyada por datos antropológicos y lingüísticos del tipo que adujo
Whorf,
167
Filosofía de la mente
parecido, con total independencia de su nivel de inteligencia ^ Iu, ,,
Esto lo hacen muy rápidamente en sus años tempranos y |() ]<*,,<ln s][
que se les enseñe explícitamente por parte de sus mayores i\. A\m)
modo, los niños adquieren fácilmente la capacidad de construir \ ni^ n
der oraciones nuevas, formuladas correctamente de acuerdo con llls h.
glas sintácticas de la lengua que están aprendiendo, a pesar del k -t|lu
de que los únicos datos empíricos que tienen para hacerlo son las c \iu
madamente selectivas y a menudo inacabadas o interrumpidas exprcsn,
nes de los hablantes que les rodean.
Está claro que los niños no pueden estar aprendiendo simplemente-
mediante un proceso de imitación o de extrapolación inductiva a partir
de los datos lingüísticos a los que se han visto expuestos, ya que esos
datos por sí mismos son en general insuficientes para posibilitarles pre
decir correctamente si una cierta secuencia de palabras que no han oído
previamente es compatible con las reglas sintácticas de la lengua habla
da por sus mayores. A menos de que exista alguna restricción relativa a
la forma posible de esas reglas que sea ya captada implícitamente por
los niños, parece que ha de ser imposible obtener esos logros. Pero m
ya saben, tácita o implícitamente, que la lengua que están aprendiendo
tiene una sintaxis que se conforma a ciertos principios generales, enton
ces han de estar en posición de poder usar los datos lingüísticos a Ion
que se han visto expuestos para eliminar todas excepto una del amian
to posible de reglas sintácticas para la lengua en cuestión. Efectivamen
te, pueden razonar como científicos que utilizan los datos científicos pa
ra eliminar todas excepto una de un núm ero finito de hipótesis
mutuamente excluyentes relativas a algún ámbito de fenómenos natura
les.26
Pero, ¿cuán seriamente podemos tomarnos esta analogía con el ra
zonamiento científico? Y ¿cuán literalmente podemos decir que los niños
tienen un conocim iento innato de principios sintácticos que los lingüis
tas mismos han logrado descubrir sólo por medio de intensas investiga
ciones empíricas? Tal conocimiento innato, si es que existe, dehe estar
representado en la mente o el cerebro de algún modo, pero ¿cómo' for
1 6 8
— --- ■—------------------------------------------- —------- y lenguaje
supuesto, si existe un ‘lenguaje del pensamiento' o ‘código del cerebro’
innato, del tipo del que hemos hablado anteriormente en este capítulo
entonces el mismo podría proporcionar el vehículo de representación
necesario. Realmente entonces se podría asimilar la tarea de aprender la
‘primera’ lengua a la de aprender una ‘segunda’ lengua, pues se podría
hacer aprendiendo a traducirla a una lengua que ya se conoce a saber
el mentalés, con la ayuda de principios generales de la gramática huma
na previamente conocidos. Una dificultad de esta propuesta asimilación
es que parece entrar en conflicto con la afirmación anterior de que hay'
algo claramente distinto y extraordinario acerca de la facilidad con que
aprendemos nuestra primera lengua. Quizá podrían ponerse de acuer
do ambas proposiciones al enfatizar que el aprendizaje de la traducción
al mentalés es algo que un módulo del cerebro especialmente dedicado
a ese propósito realiza de forma inconsciente, en lugar de ser el resulta
do de aplicar nuestras capacidades intelectuales generales. Sin embargo,
muchos filósofos se sienten incómodos con la afirmación de que una
parte de nuestro cerebro realiza inconscientemente algo parecido a lo
que los científicos hacen cuando se deciden por la verdad de una hipó
tesis eliminando diversas alternativas posible. Ello se parece sospechosa
mente a un ejemplo de ‘falacia homuncular’, esto es, la falacia de tratar
de explicar el modo en que los seres humanos logran llevar a cabo una
tarea intelectual suponiendo que tienen dentro de su cabeza algún po
der agente, poseedor de algunas de las capacidades intelectuales de un
ser humano, que realiza esa tarea en su lugar, (‘Homúnculo’ significa li
teralmente ‘hombrecillo’.) Tal ‘explicación’ amenaza con ser, o bien va
cía, o bien circular, o bien viciada por un regreso infinito Podemos estar
de acuerdo con que los niños no podrían aprender su primera’ lengua
mediante la mera extrapolación inductiva de datos lingüísticos a los que
se ven expuestos. Pero no deberíamos suponer demasiado pronto que
la única hipótesis alternativa es que aprenden recurriendo a principios
de la gramática universal que conocen de forma innata, Quizá debería
mos aguardar simplemente a que alguien ideara algún día una hipótesis
explicativa adecuada que parezca menos extravagante. De mo o conce
bible, tal hipótesis la podrían poner a nuestra disposición os mo e os
cognitivos ‘conexionistas’ que vamos a explorar en el capitu o siguien ,
Pues sobre tales modelos se ha dicho que pueden simular con un^ 1 .
¡idad sorprendente rasgos destacados de la adquisición por pa e .
no de determinadas reglas gramaticales —como las reg as ^ . .*• un
tiempo pasado de los verbos ingleses—, sin apelar a na a p
conocimiento innato de la gramática universal.
1 6 9
Filosofía de la mente
CONCLUSIONES
171
Filosofía d e ¡a m ente
RACIONALIDAD Y RAZONAMIENTO
172
--------------------------- - Racl<mauc^
sistema de logica silogística. Un silogismo es un argumento con dos ore
misas y una única conclusión que responde a determinadas formas ores
critas, como por ejemplo ‘Todos los filósofos son habladores; todas las
personas habladoras son necias; por lo tanto, todos los filósofos son ne
cios’, o ‘Algunos filósofos son necios; todas las personas necias son inú
tiles; por lo tanto, algunos filósofos son inútiles1 Tal y como estos ejem
plos muestran, un silogismo deductivo válido —uno en el cual las
premisas implican la conclusión— no necesita tener premisas verdaderas
o una conclusión verdadera, aunque si tiene premisas verdaderas, en
tonces su conclusión debe ser también verdadera. En tiempos más re
cientes, la teoría del razonamiento deductivo formal ha experimentado
una revolución de la mano de lógicos como Gottlob Frege y Bertrand
Russell, que son los fundadores de la moderna lógica simbólica o mate
mática. Los actuales estudiantes de filosofía están en su mayor parte fa
miliarizados con estos desarrollos, ya que la formación en lógica simbó
lica elemental se incluye normalmente en los programas de licenciatura
de filosofía. Pero una cuestión empírica interesante es la siguiente: ¿cuán
buenas son las personas en razonar deductivamente cuando no han re
cibido formación en esta materia? Incluso, ¿cuán buenas son las perso
nas que h an recibido tal formación?, esto es. ¿cuán buenas son en apli
car, fuera de las aulas, lo que supuestamente han aprendido? Podemos
hacer preguntas similares relativas a las capacidades para el razonamien
to inductivo de las personas, pero vamos a centramos ante todo en el
caso de la deducción.
Lo que podría esperarse es que las preguntas que se acaban de ha
cer recibieran las respuestas siguientes. Por un lado, no nos sorprende
ría saber que las personas que no han recibido formación en lógica for
mal caen con frecuencia en falacias de razonamiento deductivo Por otro
lado, quizá esperaríamos confirmar que una formación en lógica formal
ayudara en general a las personas a evitar muchos de esos errores. Sin
embargo, puesto que una competencia básica en el razonamiento de
ductivo parece que es un requisito previo necesario para que uno pueda
aprender cualquiera de las técnicas de la lógica formal, y puesto que a
mayoría de las personas parecen capaces de aprender al menos algunas
de esas técnicas, habríamos de esperar también que hubiera limites bien
definidos en cuanto a la inadecuación con que las personas pueden ile-
var a cabo tareas de razonamiento deductivo incluso si no an reci 1
formación en métodos lógicos. Respecto a esto, si estamos ’
n°s sorprenderán algunas afirmaciones de los psicólogos ‘
el razonamiento humano, ya que algunos de ellos a ,iman ^ rennrse a
sonas muestran prejuicios que tienen raíces pro n as a también,
os Problemas más elementales de razonamiento e u ’ . j ¡os no
ciertamente, del inductivo. Según aquéllos sostu=nen; ^ y po.
se eliminan tampoco al recibir formación en los me cerebro hu-
dría ser que estuvieran ‘programados’ genéticamen e
mano como resultado de nuestra historia evo utrva.
173
Filosofía de la mente
? ' T' Evan5’ Blas in Huynai^Rpner í ^ lürea de selccción de Wason, véase Jonailwn St.
baum Associates, 1989J nD ^ Causes <™d Consequences (Hove: Lawrencc Frl-
Phen E. Newstcad y Ruth M J V v f n T T Véase Jonathan St. B. T. Evans, Stc-
neraU Erlbau™ Associates The Psychohgy o f Deducá"
low v n Ps,colo8 ía del raxonamienV CJP,lul° ^ Rara una buena introducción jp-
Z l n E- 0 ver’ W ren T an T lZ T ^ índ“ " filosófica, véase K. I M ***-
W^són ndfCS- R°utlcdge \ m ) ( T ing' A P hih™Pbtcal a n d Psychologica! Pe*
3SOn- ’ m ) i L*n el c a P ÍM lo 6 tratan de la tarea de sele cció n de
174
---------------------------------------------- Racumahdacl humane, c■ mielgo m m artificia!
ql,e muestran una vocal y un número par) Se dice que tal método de
selección muestra un 'prejuicio de emparejamiento'
Sin embargo, la tarea de selección de Wason plantea más presun
tas de las que logra responder. Para empezar, ¿están acertado* los psicó
logos al mantener que las cartulinas a las que debería dárseles la vuelta
son la cartulina con la A y la cartulina con el 7, en la versión de la tarea
que se ha descrito antes? Nótese que lo que aquí está en juego* no es
una cuestión empírica o científica, sino más bien una cuestión Normati
va, es decir, una cuestión acerca de qué acción debería llevarse a cabo
en ciertas circunstancias, en lugar de una cuestión acerca de qué acción
es, estadísticamente, más probable que se lleve a cabo. Nótese también
que puesto que lo que nos ocupa es una acción correcta o incorrecta, al
parecer, una vez que se la entiende adecuadamente, la tarea de selec
ción de Wason constituye un problema de razonamiento práctico en lu
gar de teórico. Pero, una vez que caemos en la cuenta de esto, podemos
dudar de si la tarea puede adecuadamente entenderse que concierne al
razonamiento puramente deductivo. Podría ser que los sujetos en reali
dad aborden esta tarea — de forma totalmente adecuada— aplicando
buenos principios de razonamiento inductivo. Tomemos como analogía
la manera en que un científico podría intentar confirmar o refutar una
hipótesis empírica general, como la hipótesis de que si un pájaro es
miembro de la familia de los cuervos, entonces es negro. Está claro que
haría muy bien en examinar cuervos para ver si son negros, lo que es
análogo a darle la vuelta a la carta A para ver si tiene un número par
impreso en el otro lado. Pero sería absurdo que examinara cosas que no
sean negras sólo por Ja remota posibilidad de que pudiera encontrar
una que fuera un cuervo y por tanto refutar la hipótesis, lo cual es aná
logo a darle la vuelta a la cartulina con el 7 para ver si tiene una vocal
impresa en el otro lado. Por supuesto, es indiscutible que sí la cartulina
con el 7 tiene una vocal impresa en el otro lado, ello sirve para refutar
la hipótesis en cuestión, pero es improbable que muchos sujetos estén
dispuestos a discutir este hecho, de modo que en esa medida no pue e
acusárseles de ser ilógicos. Sin embargo, lo que de hecho se les pregun
ta a los sujetos no es si ello es así, sino a qué cartulinas se es e ena
dar la vuelta a fin de verificar o refutar la hipótesis, y esta es una cues
Üón de razonamiento práctico cuya respuesta correcta no es e\i ^
que sea la que los psicólogos suponen que es.- La ecxion que s
psicólogos se inclinan a extraer de la tarea de selección e' ' ’
como era de esperar, totalmente distinta de la que se ía si onan
chos de ellos dicen que lo que muestra es que las Perso ‘ ' |e_
bien deductivamente sobre temas puramente abstractos, j personas
sin significado y números. Para apoyar esto citan datos de personas
175
Filosofía de 1« m ente ------------------------ ------------------------
que se comportan mucho mejor (según los p i opios esiandau-s |u
psicólogos) en versiones de la tarea de selección que m m p()n;ln lll(l 's
nales más reales basados en situaciones que se extraen de la vida dun
especialmente si esas situaciones permiten que la tarea de seleu mn M
interprete como un problema de detección de algún tipo de mu t()11111
u otra de h acer trampa. En estas versiones, las cartulinas pueden MilNl
tuirse por cosas como sobres o incluso facturas con marcas aprnpudjs
en sus anversos o reversos, siendo a veces atribuida la conduela nu u
rada’ de los sujetos a que hemos heredado de nuestros antepasados |ln
mínidos la capacidad de detectar cuándo alguien hace trampas que ks
ayudó a sobrevivir en la época del paleolítico .3 Sin embargo, al cambur
el formato de la tarea y la hipótesis en cuestión, se podría estai mm
biando la naturaleza lógica de esa tarea de modo que dejara de ser en
un sentido apropiado, la ‘misma’ tarea de razonamiento. Por tamo es
discutible el que diferencias respecto a cómo se llevan a cabo \eisioius
distintas de la tarea nos digan nada en absoluto acerca de las capa*, ida-
des de razonamiento de las personas, toda vez que puede no haber un
único estándar de ‘corrección’ que se aplique a todas las versiones de la
tarea. Es perfectamente concebible que la mayoría de los sujetos den
respuestas ‘correctas’ tanto a versiones abstractas como realistas de la ta
rea aunque den respuestas distintas en cada caso, pues versiones dife
rentes pueden exigir respuestas distintas. La dificultad con la que aquí
nos enfrentamos, que hace que la tarea de selección de Wason sea una
herramienta tan problemática para la investigación psicológica, es que
en muchas áreas del razonamiento la cuestión de cómo d e b e r ía n razo
nar las personas es todavía una cuestión abierta. Las normas del razona
miento correcto no han sido fijadas de una vez por todas por los lógicos
y los matemáticos. Realmente, por su misma naturaleza son discutible
de un modo parecido al que lo son las normas de la conducta moral 1
How HumnnL .Fosm,des’ ,The L°g ¡c of Social Exchangc; Has Natural Selection *
187-T76 Para Reason- .Stu<lies with the Wason Sclection Task\ Cognitio" 31 0989». I
siguientes PnrT™/™31] 05’ véase Evans- Newstead y Byrne, H u m a n Reasoning, PP J
nise Dellarosa *n ormaci^ n sobre la psicología evolucionista en general, vva^ r cj
Y C° 1Ín < « * > . ^ E v o l u t i o n o f M incii Nueva York O ***
176
Racionalidad hupunía c integenda artificial
este contexto, lo más conocido es la 'la falacia de la proporción básica’
y la tarea de razonamiento mejor conocida que según se dice revela esta
falacia es el problema del taxi." A los sujetos se les proporciona Vi si
guiente información. Se les dice que, en un determinado día un peatón
fue atropellado en una determinada ciudad por un taxi en un accidente
en que éste se dio a la fuga, y que un testigo informó de que el color
del taxi era azul. Se les dice también que en esa ciudad hay dos compa
ñías de taxis, la compañía de los taxis verdes, que tiene el 85 por ciento
de esos vehículos, y la compañía de los taxis azules, que posee el 15
por ciento restante. Finalmente, se les dice que en una serie de pruebas
resultó que el testigo acertaba el 80 por ciento de las veces en la identi
ficación del color de los taxis en condiciones de visión similares a las
del accidente. Se les hace entonces a los sujetos la siguiente pregunta
¿cuál es, según estima usted, la probabilidad de que la víctima del acci
dente fuera atropellada por un taxi azul? La mayoría de los sujetos esti
man que la probabilidad en cuestión se sitúa alrededor del 80 por ciento
(o 0'80 si se la mide en una escala de 0 a 1). Sin embargo, un sencillo
cálculo que utilice un principio que los teóricos de la probabilidad co
nocen como el teorema de Bayes revela que la ‘verdadera’ probabilidad
es aproximadamente del 41 por ciento, lo que implica que de hecho es
más probable que un taxi verde estuviera involucrado en el accidente. Si
ello es correcto, las consecuencias de la actuación de las personas en es
ta tarea son alarmantes, porque sugieren que su confianza en el testimo
nio ocular puede ser mucho más elevada de lo que está justificado. Los
psicólogos explican el supuesto error en términos de lo que denominan
olvido d e la p rop orción básica. Dicen que los sujetos que estiman que la
probabilidad en cuestión es aproximadamente del 80 por ciento simple
mente pasan por alto la información de que la inmensa mayoría de los
taxis de la ciudad son verdes y no azules, y dependen únicamente de la
información relativa a la Fiabilidad del testigo. Similarmente, se sostiene
que el olvido de la proporción básica es responsable de que muchas
personas — incluyendo médicos con formación al respecto exageren
Ia significación de resultados positivos en pruebas de diagnóstico en
condiciones médicas relativamente raras.
Sin embargo, igual que ocurría en la tarea de selección e aso ,
es posible poner en cuestión el juicio de los psicólogos acerai e cu*
es la respuesta ‘correcta’ al problema del taxi. Por ejenip o, pue
nerse que los sujetos pasan por alto la información reama a• ‘
«ón de taxis verdes y azules en la ciudad aunqw s jo
sea por la razón de que esa información no reve a c u a n °* ‘ ‘ ouede
color hay. Si el número de taxis de cada color es PecIue ’ sea
inferir nada muy fiable acerca de la probabilidad de qu
1 7 7
Filosofía de la mente
atropellado por un taxi verde en lugar de uno azul. Es interesante (|u
cuando, en tareas de razonamiento probabilísimas como ésta, Sl.
porcion a a los sujetos información en términos de cifras absolutas |¡j'
gar de porcentajes, tienden a no ignorarla, tal vez en partu poi(|lu |,)s
cálculos les resultan más fáciles.6 Supóngase, por ejemplo, que h - k
ce a alguien que hay 850 taxis verdes en la ciudad y ISO taxis a/ulus \
que de los 50 taxis de ambos colores con los que se probó al testan , s
te identificó correctamente el color de 40 y erróneamente ídenttliu »ó
color de 10, Entonces es relativamente fácil inferir que se podría espt ,,lr
que el testigo informara correctam ente que eran azules 120 de los iilX]N
azules (40 de cada 50), pero dijese erró n eam en te q u e eran azules n ,
de los taxis verdes (10 de cada 50), con lo cual la proporción esperada
de informaciones correctas concernientes a los taxis azules respecto del
número total de respuestas sobre taxis azules sería igual a 12o (ido -
170), es decir aproximadamente el 41 por ciento. Es discutible que estn
implique que la respuesta del psicólogo al problema del taxi sea. des
pués de todo, correcta. Pero incluso si estamos de acuerdo en que los
sujetos a veces se comportan inadecuadamente en tales tareas de razo
namiento probabilístico, deberíamos reconocer que ello habría que atri
buirlo a la fo rm a en que se les proporciona la información más bien
que a sus capacidades de razonamiento.
En cualquier caso, hay algo que es claramente paradójico en ki
idea de que los psicólogos — quienes, al fin y al cabo, son ellos mismos
seres humanos— puedan revelar mediante medios empíricos que los se
res humanos tienen prejuicios profundos y sistemáticos en sus razona
mientos deductivos e inductivos,7 ya que las teorías de la lógica deducti
va y de la probabilidad, con respecto a cuyas normas pretenden los
psicólogos juzgar la actuación de los sujetos en tareas de razonamiento,
son ellas mismas el producto del pensamiento humano, habiendo sido
desarrolladas por lógicos y matemáticos en los últimos dos mil años
aproximadamente. ¿Por qué habríamos entonces de tener confianza al
guna en esas teorías si, como sugieren algunos psicólogos, los seres hu
manos son propensos al error en sus razonamientos? Por supuesto, partu
e valor de tener tales teorías es que pueden ayudarnos a evitar errores
e razonamiento; verdaderamente si las personas corrientes, que no han
reci i o una formación en métodos lógicos, razonaran de forma natura
178
^ laom ihdíul hiutiaiui c inteligencia artificial
sin cometer fallos, la obra de Aristóteles, Frege y Russell no tendría nin
gún valor práctico. Pero a menos cjue supongamos que Aristóteles Fre
ge y Russell, que eran tan humanos como el resto de nosotros fueran
capaces de razonar correctamente buena parte del tiempo careceremos
de razones para suponer que sus teorías tienen algún valor en absoluto
179
Filosofía de la mente
adir recurriendo a los datos sobre el modo en que las personas , ,,m
portan en diversas tareas de razonamiento. Así, podría conjeturara (,u,
además del m o d u s p o n e n s , las personas utilizan la ieglu conoc ida loirin
m o d u s tollens, que nos permite inferir una conclusión de la forma \(l
a partir de premisas de las formas ‘Si P , entonces Q y No Q. Sni nn|Vu.
go, una posibilidad alternativa es que las personas adopten una cNiat,
gia más indirecta para derivar una conclusión a partir de tales premisa
Por ejemplo, podría ser que, cuando se les presentan premisas de L¡,
formas ‘Si P, entonces Q y ‘No Q, primero adopten una hipóte sis de 1,
forma lP , apliquen a continuación la regla del m odus pon en s a Si ¡\
tonces Q y kP para obtener 'Q\ y finalmente infieran ‘NoP a partn de |,
contradicción resultante entre {Q y ‘No Q aplicando la regla de inferen
cia que los lógicos conocen como r e d u c c i ó n a l absurdo. Si este método
indirecto resultara ser su estrategia en tales casos, esperaríamos entorna
que las personas fueran más rapidas y más fiables al inferir una conclu
sión de la forma lQ a partir de premisas de las formas ‘Si P. entonos o
y * F de lo que lo son al inferir una conclusión de la forma 'N o V a par
tir de premisas de las formas ‘Si P, entonces Q y ‘No Q. Y, en efecto
los resutados experimentales parece que apoyan esta expectativa \e-
mos, por tanto, que puede ser posible hacer acopio de datos que sean
indicio de las reglas de inferencia que las personas utilizan en su razo
namiento sin recurrir al dudoso testimonio de la introspección.
Sin embargo, quienes se adhieren al enfoque de los modelos mor
tales sostienen que los datos empíricos de los que se dispone favorecen
una explicación de los procesos de razonamiento deductivo que no re
curre para nada a las reglas formales de inferencia .10 Considéreme'' asi
una inferencia de las premisas ‘Tomás está en Londres o Tomás esta en
París’ y ‘Tomás no está en Londres’ a la conclusión ‘Tomás está en París
Un partidario de la teoría de la lógica mental podría sostener que esta
inferencia se lleva a cabo de la manera siguiente. En primer lugar se re
conoce a las premisas como algo que es de las formas lP o Q y No l
se aplica a continuación la regla conocida como s ilo g is m o disyuntivo pa
ra derivar una conclusión de la forma lQ y finalmente se reconoce (|llc
Tomás está en París’ es en este contexto una conclusión de esa forma.
Una objeción a este tipo de explicación es que parece muy engorrosa, a
comportar una transición de oraciones específicas a formas esquema 11
cas para regresar luego, aplicándose procedimientos inferencia les a
ormas esquemáticas. Otra objeción es que parece implicar que las per
sonas eberían razonar tan bien con cosas ‘abstractas’ como con asunto
rea istas, lo cual, como anteriormente vimos, se piensa que entra e
con icto con los datos que proporciona la tarea de selección de
• derlos mocielos mentales afirma que llevamos a cabo el ‘l
ipo e mferencia de un modo totalmente diferente, más directo
180
_ --------------------------------------- ^ckm alüladbum cm a cjuteli^naa artificial
primer lugar, según sostiene, nos formamos una idea de cuáles son las
circunstancias posibles en que sería verdadera cada una de l is premisas-
es decir, construimos determinados ‘modelos' de las premisas A conti
nuación vemos que, al tratar de combinar estos modelos algunos de
ellos han de eliminarse por inconsistentes y descubrimos que en todos
los modelos restantes la conclusión es verdadera. Así. tanto una situa
ción en la que Tomás está en Londres como una situación en la que To
más está en París proporcionan un modelo de la premisa Tomás está en
Londres o Tomás está en París’, pero sólo una de esas situaciones puede
combinarse de forma consistente con una situación en la que Tomás no
está en Londres, y ésa es una situación en que la conclusión Tomás está
en París’ es verdadera. Por tanto, extraemos esta conclusión a partir de
las premisas.
A primera vista, el enfoque de los modelos mentales no sólo es
más simple que el de la lógica mental sino que es intuitivamente más
plausible. Además, sus partidarios sostienen, como ya he señalado, que
los datos empíricos lo favorecen. No resultará sorprendente enterarse de
que ninguna de estas afirmaciones se acepta por parte de los partidarios
del enfoque de la lógica mental, y el debate entre las dos escuelas pare
ce haber alcanzado algo parecido a un punto muerto. No está claro que
los filósofos tengan algo muy valioso con que contribuir a este debate,
hiera de expresar un cierto grado de escepticismo sobre todo el asunto,
ya que es ciertamente una idea extraña que bordea lo paradójico supo
ner que las personas corrientes, sin ninguna fonnación en los métodos
de la lógica formal, utilizan sin esfuerzo reglas lógicas en su razona
miento formal que los propios lógicos han alcanzado a descubrir y codi
ficar únicamente a través de muchos siglos de laborioso trabajo. El he
cho de que el presunto conocimiento de esas reglas por parte de las
personas comentes se suponga que es tácito’ en vez de “explícito no
contribuye mucho a eliminar el aspecto paradójico. Por otro lado, no es
tá enteramente claro cuál es la substancia real que tiene el enfoque rival
de los teóricos de los modelos mentales,11 pues el proceso mismo e
construir ‘modelos’ de determinadas premisas, intentando luego com i
narlos, eliminando algunas de esas combinaciones por inconsistentes )
descubriendo que los restantes son modelos en los que una etermina
da conclusión es verdadera, parece él mismo requerir un razonamien o
[an complejo como el tipo de inferencia que se supone que explica- u
hecho, lo que parece exigir no es ni más ni menos que un eí er *
grado de p ersp icacia lógica, es decir, una capacidad e caP a ^ Dliede
las proposiciones implican otras determinadas proposicio ^ j
aten erse que una perspicacia de este tipo es una parte integrante de .
181
Filosofía de la mente
propia capacidad de tener un pensamiento preposicional del t,p<) ()lK.
sea, , . . .,
Supongamos, por ejemplo, que descubriéramos a algul i e n ( | i k -
tara la proposición de que Tomás está en Londres y captase la pm,
ción de que Tomás está en París (así como las negaciones de eM L‘S l, ,s
l s pi
posiciones), pero que simplemente Riera incapaz de captar lo Mgllu.nu
que si la proposición de que Tomás está en Londres o lomas esu Ul
París y la proposición de que Tomás no está en Londres son ambas \n
daderas, entonces la proposición de que Tomás está en París debe u,n
bién ser verdadera. ¿Qué podríamos razonablemente decir de tal pns,,
na excepto que no debe haber captado el concepto de (lisyimcum ^
decir, el significado de la palabra ‘o ? Sin embargo, alguien cine no cap
tara este concepto difícilmente podría estar dotado de la capacidad de
tener un pensamiento proposicional, pues parece que no podemos
parar coherentemente u n a cierta capacidad de realizar razonamientos
lógicos correctos de una capacidad, por mínima que sea, de tener pon
samientos con contenido proposicional, sin que ello suponga mimmi/.ir
el problema de explicar esta última capacidad.
Pero ¿por qué, entonces, nos molestamos en construir y aprendo
sistemas de lógica y por qué tendemos a caer en falacias lógic as on
nuestro razonamiento? La respuesta plausible es que, por mas que b
perspicacia lógica sea indispensable, tiene un alcance de aplicación muy
limitado. En las inferencias más sencillas, podemos simplemente ver
que las premisas implican la conclusión; el no verlo sería no entender
las proposiciones en cuestión. Pero en casos más complicados, que
comportan proposiciones sumamente complejas o largas cadenas ele ra
zonamiento, necesitamos suplementar la perspicacia lógica con métodos
formales, exactamente igual que utilizamos tónicas formales en aritméti
ca para complementar nuestra comprensión de las relaciones numéricas
Los métodos formales no constituyen un sustituto para la perspicue ia Id
gíca o aritmética, ni puede explicarse ésta recurriendo a los primeio'
(como el enfoque de la lógica mental nos querría hacer suponer). Pues
to que la perspicacia se necesita para aplicar los métodos formales. I ero
con esto no se niega la utilidad de tales métodos como medio de exten
der nuestras capacidades lógicas o computacionales más allá de su ám
bito natural.
De modo que una respuesta posible a la pregunta ‘¿Cómo uizona
mos?, podría ser la siguiente. Llevamos a cabo inferencias deducti'
elememale5 simplemente utilizando la perspicacia lógica que es insepa
rable del pensamiento proposicional. Sin embargo, más allá de este <
minio e inferencias fuertemente restringido, nuestra capacidad para •
zonar efectivamente la determinan en gran parte los métodos técnica
que hayamos podido aprender y la medida en que hayamos aprendí
a j.carlos‘ Las personas que no han recibido una formación c
dehpr t0d° S n°i pueden apoyarse más que en su talento natura\)
sorprendernos que no puedan resolver problemas de ra -
182
-------------------------------------------- ^ciom ilkU id b ^ a n a j^ n u e li^
mento que exigen realmente la aplicación de métodos formales. por esta
razón, parece que particularmente carece de sentido someter a tales per
sonas, como hacen a veces los psicólogos, a tareas complejas d¿ razona"
miento que involucran silogismos aristotélicos, pues el razonamiento si
logístico es tan formal y artificial como cualquier otra cosa que pueda
hallarse en los modernos libros de texto de lógica simbólica. Más aún
deberíamos reconocer que los métodos formales de razonamiento4de
ductivo y probabilístico están realmente diseñados para ser aplicados en
el papel, no en nuestta c a b e z a , de modo que cuando nos implicamos en
actos de razonamiento que los utilizan, partes de nuestro entorno físico
se convierten en accesorios, literalmente hablando, de nuestros procesos
de razonamiento. Los psicólogos que pasan por alto este hecho están to
mando erróneamente el razonamiento humano por una operación total
mente interna de la mente.
183
Filosofía de la mente ----------------- ------------------------------------
una que esté bien acoplada con su medio social y físico. ,llK. U|u
apropiadamente a la luz de sus objetivos, y cuyos objetivos sean s,TlS|l
tos y asequibles dados les recursos disponibles. La posesión de H
gundo tipo de racionalidad puede muy bien comportar en algun.i nu-.li
da el primer tipo de racionalidad, pero está claro que implica nm,p
más que eso, y la posesión de una buena medida de 'sentido común n,,
es aquí lo menos importante. Caracterizar esta última cualidad n,, ,.s
asunto fácil, aunque más adelante en este capítulo diré más cosas s,,í,r,
ella.
En este contexto, vale la pena señalar que incluso si acéptame ,-|
juicio pesimista de algunos psicólogos con respecto a las capac idades de
razonamiento de las personas comunes, como supuestamente tvwd iru
su actuación en tareas de razonamiento, estos resultados experimentales
no tienen consecuencias muy claras para la cuestión de cómo son las
personas racionales en nuestro segu n do sentido de ‘racionalidad Come
sean las personas racionales en este sentido es algo que se revela prima
riamente por el modo en que se comportan en las circunstanc ias de Li
vida cotidiana, no por el modo en que realizan tareas artificiales en con
diciones de laboratorio. Ciertamente, se podría cuestionar la sensate/ —
la racionalidad— de quien se tomara demasiado en serio tales tareas
dado que los costes y los beneficios asociados para los sujetos en cues
tión son relativamente triviales en comparación con los que se encen
tran regularmente en la vida cotidiana. Por tanto, es irónico que quizá la
supuestamente mediocre actuación de las personas comunes en las tare
as de razonamiento que les plantean los psicólogos sea testimonio de su
racionalidad en el sentido amplio.
184
_ ---------------------------------------Racionalidad humana inteligencia artificial
que son filosóficamente controvertidas y aquellas cuyas credenciales de
hemos por tanto investigar. 1 ^
Es indiscutible que ordenadores programados adecuadamente pue
jen realizar tareas que los seres humanos sólo pueden llevar a cabo
ejerciendo sus capacidades de comprensión y raciocinio. Así, por ejem
plo, jugar al ajedrez es una tarea que requiere un ejercicio intelectual
para los seres humanos y consideramos a las personas que pueden lle
gar a jugar bien al ajedrez como muy inteligentes. Sin embargo, es sabi
do que existen ahora programas de ajedrez que posibilitan a los ordena
dores estar a la altura de los jugadores humanos de reputación mundial.
¿Implica esto que los ordenadores ejercen capacidades de comprensión
y raciocinio cuando ejecutan tales programas? Uno se vería inclinado a
responder que no, sobre la base de que los mencionados programas no
reproducen, según parece, los procesos de pensamiento en los que se
implican los jugadores humanos cuando juegan al ajedrez. Para empe
zar, estos programas explotan la inmensa capacidad de almacenar infor
mación de los ordenadores modernos y su extremadamente rápida ca
pacidad de cálculo, que capacita a una máquina para evaluar muchos
miles de secuencias posibles de jugadas de ajedrez en un período muy
breve de tiempo. En contraste, los seres humanos poseen una memoria
a corto plazo de capacidad muy limitada y llevan a cabo cálculos mucho
más lentamente y mucho más erráticamente que los ordenadores. Por
tanto, un ser humano no podría nunca tener la esperanza de jugar al
ajedrez siguiendo los tipos de procedimientos que ejecuta un ordenador
que juega al ajedrez. Ciertamente, puede decirse que esto hace aún más
notable el que un ser humano pueda, con todo, equiparar su actuación
en el ajedrez a un ordenador, y podría afirmarse que la lección que he
mos de extraer es que la verdadera inteligencia comporta intuición,
perspicacia o ingenio en lugar del mero poder de cálculo, aunque éste
sea enorme. Así, el jugador de ajedrez humano experimentado, a pesar
¡Je ser incapaz de calcular y evaluar los miles de secuencias posibles de
jugadas que puede realizar en una fase dada del juego, puede símp e
mente ‘ver’ que una cierta línea de ataque o de defensa es estratégica
mente prometedora aunque nunca antes se haya encontrado exactamen
le en tal situación. _ . . ,
No obstante, aquí se podría objetar que la nocion e 101 1C\
ingenio’ es demasiado vaga como para ser de utilida a guna _
senle contexto. ¿Cómo podemos distinguir que una e n a t u r a _ ‘
» vivo O una m áq u in a- está llevando a cabo una tarea u to n d o la
JWuición o el ingenio en lugar de realizarla por me 10 e utiliza-
°- Por lo que sabemos, quizá lo que inocentemen e * < comple-
c,°n de la intuición o del ingenio sea precisamente c.u ibje a ja
<*m putos, si bien en un nivel, * u b p e « ^ a l
°nsciencia introspectiva. Además, incluso cuand. y ) ®ducta obser_
Suriano como inteligente, lo hago sobre la base d nes relativas a
VaMe, verbal y no verbal, no sobre la base de especulaciones
185
Filosofía de la mente
su supuesta capacidad de intuición o ingenio. Parece que, juzgando p,)r
esto, la diferencia significativa entre un ordenador que juegue al aiednv
y un ser humano no tiene nada que ver con cóm o juegan al aiediv/ ^
algo que ambos hacen igualmente bien, incluso si utilizan estrategias di
ferentes— sino que consiste más bien en el hecho de que un programa
de ajedrez sólo posibilita a un ordenador cumplir u n a de entre un nu
mero indefinidamente grande de cosas inteligentes que puede haa-r un
ser humano normal. Desde esta perspectiva, si nos halláramos trente i
un ordenador cuyo programa le capacitase no solamente para jugar al
ajedrez, sino también para conversar acerca del tiempo, escribir poesía
hacer apuestas en las carreras de caballos, aconsejar a las personas res
pecto a problemas médicos, etc., pasando de modo adecuado de una de
esas actividades a la otra de acuerdo con las circunstancias y llevando .1
cabo cada una de ellas al menos tan bien como un ser humano noimal.
entonces negarle inteligencia no sería nada razonable.
Es una concepción como ésta la que informa la bien conocida
pru eba de Tu ring en inteligencia artificial, que recibe este nombre por
su progenitor, el pionero de los ordenadores Alan Turing.1' Simplifican
do un poco, la prueba puede describirse en esencia del modo siguiente*
Supongamos que usted está recluido en una habitación equipada con
un teclado y una impresora a un lado y otro teclado e impresora al otro
Por medio de estos aparatos puede enviar mensajes escritos dirigidos a
ocupantes de dos habitaciones adyacentes y recibir mensajes de ellos
Uno de los ocupantes es otro ser humano que habla su lengua, mientras
que el otro ocupante es un ordenador que ejecuta un programa diseña
do para proporcionar respuestas a preguntas expresadas en esa lengua
A usted se le deja una cantidad limitada de tiempo, digamos diez minu
tos aproximadamente, durante los cuales puede libremente enviar las
preguntas que quiera a aquellos dos ocupantes y examinar sus respues
tas. Su tarea es tratar de determinar, sobre la base de sus respuestas
cuál es la habitación que contiene el ser humano y cuál el ordenador *<-
dice que el ordenador pasa la prueba si usted no puede distinguir, e.\
cepto por el azar, cuál de los dos ocupantes es humano.
El propio Turing, quien propuso esta prueba en 1950, predijo. <■
modo un tanto ambicioso, que un ordenador podría tener éxito en p*1
sarla en el año 2000. (En el momento de escribir esto, ningún ordena ()r
ha pasado incontestablemente la prueba.) Según Turing y sus seguido
res, deberíamos equiparar la inteligencia de un ordenador que PJ-se ‘
prue a de Turing con la de un ser humano común. A primera vista, 1
parece completamente razonable, pues supongamos que, en lugar de i
or ena or, fuera otro ser humano el que ocupase la segunda habitat^
1 ° eAer^a hech° de que las respuestas a sus preguntas de este ()C
p e ^eran indistinguibles para usted de las de otro ser humano
186
Rae ionaliclad humanae inteligencia artificial
mún ser suficiente para convencerle de su inteligencia? Parece que no
exigimos mejores indicios de inteligencia cuando nos involucramos en
una conversación telefónica con un ser humano desconocido, de modo
que ¿por qué habríamos de abrigar duda alguna cuando nuestro comu
nicante resulta ser un ordenador? Exigir más indicios en este último caso
suena a prejuicio antropocéntrico, pues ¿qué otros datos podríamos pe
dir razonablemente? Es claramente irrelevante que un ordenador pueda
no presentar la misma apariencia que un ser humano y que posea una
constitución interna diferente. Al fin y al cabo, ¿sería racional abrigar
dudas acerca de la inteligencia de uno de sus amigos si usted descubriera
de pronto que, en lugar de estar hecho de carne y hueso, estuviera com
puesto internamente de varillas metálicas, alambres y chips de silicio?
Con todo, quizá no pueda acusarse con justicia a alguien de poseer
prejuicios antropocéntricos porque insista en que los indicios de inteli
gencia deberían incluir algo más que meramente un conjunto adecuado
de respuestas verbales, pues ello equivaldría a pasar por alto la conduc
ta no verbal como fuente adecuada de tales indicios. La prueba de Tu
ring representa una concepción de la inteligencia curiosamente ‘desen
cantada’. Es verdad que no disponemos de forma inmediata de indicios
de conducta no verbal inteligente al conversar con un ser humano des
conocido por teléfono, pero las circunstancias de la vida cotidiana son
suficientes para que estemos justificamente confiados en que podríamos
obtener tales indicios, al menos en principio. Podríamos hacer que se le
siguiera la pista a la llamada, averiguar quién fue el que (o la que) lla
maba, y contactarle (o contactarla) en persona. Descubnríamos entonces
que él o ella era una persona capaz de todo tipo de conducta no ver xi
inteligente. En contraste, al entrar en la habitación que contiene e or e
nador que ha pasado la prueba de Turing, todo lo que hallaríamos es
tina caja metálica inerte sobre una mesa, algo totalmente incapaz e rea
• . , I m u i n rn rW í-Tl
lizar actividades físicas, aparte de la actividad electrónica que o ^ ^
su interior. Por tanto, no es necesario que nuestras du . s * ‘ ,
•. ___. . . , , , t^no' in ílloo aue 'e i
187
Filosofía de la mente_____________________________________
prueba de Turing, a saber, que el ser humano ha p erd id o su apandad
de interacción física con su entorno, mientras que el ordenador n11iha li
ha tenido. Es cuestionable que podamos dotar de sentido a la Kk a ¿
que exista una criatura inteligente que nunca ha adquirido la capacidad
de interaccionar físicamente con su entorno, porque buena pane de U
conocimientos que la inteligencia requiere parece que han de adquirí
a través de la exploración activa del propio entorno, tanto físico U)Illu
social. La idea de que tales conocimientos pueden simplemente prou,^
marse’ directamente en un ordenador es sumamente dudosa, co m o vere
mos con más detalle a su debido tiempo.
Existen otras dudas que pueden plantearse sobre la prueba «Je Tu
ring. Entre las mejor conocidas de ellas se encuentran algunas que h i
planteado John Searle en el contexto de su muy debatido experimento
mental de la ‘habitación china’.15 Imaginemos la situación siguiente I na
persona que sólo habla inglés se encuentra recluida en una habitación
que contiene un teclado, una impresora y un manual de instrucciones
escrito en inglés. El teclado está diseñado de forma que produzca cank
teres chinos en lugar de letras del alfabeto latino. Fuera de la habitación,
una persona que sólo habla chino tiene un teclado y una impresora
iguales, que le permiten enviar a la habitación mensajes escritos en chi
no. En estos mensajes se le permite a la persona que habla chino pre
guntar lo que quiera. Al recibir un mensaje, la persona que habla inglés
y que se encuentra dentro de la habitación tiene que consultar el ma
nual de instrucciones, el cual le dice cuál es la cadena de caracteres chi
nos que tiene que escribir como respuesta. Supongamos que el manual
haya sido escrito de modo que, cuando la persona que habla chino reci
be la respuesta a sus preguntas, no pueda distinguirlas de las de una
persona cuya lengua materna sea el chino. En ese caso, parece que se
ha superado la prueba de Turing. Según la norma impuesta por esa
prueba, la persona que habla chino y que se encuentra fuera de la habi
tación debería concluir que se está comunicando con un ser inteligente
que se encuentra en su interior, y, por supuesto, en cierto sentido eso es
precisamente lo que está haciendo, puesto que la persona que habla >n
g es es un ser inteligente. Sin embargo, ésta no entiende nada de chine
La consecuencia es, al parecer, que superar la prueba de Turing no re-
qinere entender las preguntas que se han planteado en el curso de es
prue a y que, consiguientemente, la prueba no es una prueba de la al1
188
_____________________________ p e n a l id a d humana ehiteligencia artificial
téntica inteligencia, puesto que la genuina inteligencia requiere la com
prensión.
Puede verse la pertinencia directa de este experimento mental para
el problema de la inteligencia artificial si suponemos que, en lugar de
que la habitación contenga a un ser humano, contiene un ordenador
programado para seguir las instrucciones del manual (Por supuesto, la
cuestión de si realmente podría escribirse un manual de instrucciones tal
es una cuestión abierta, pero supongamos, por mor del argumento, que
ello pudiera hacerse; si esto no fuera así, entonces en cualquier caso pa
rece que las esperanzas de los partidarios de la IA fuerte quedarían de
fraudadas.) Si un ser humano puede seguir esas instrucciones, entonces
también puede hacerlo un ordenador, puesto que son simplemente re
glas que especifican cuál es la cadena de caracteres chinos que debe en
viarse como respuesta a la cadena que se haya recibido. Pero entonces,
dado que un ordenador que ejecute ese programa pasaría la prueba de
Turing según el juicio de la persona que habla chino, Turing y sus se
guidores deberían sostener que esa persona estaría justificada en atribuir
inteligencia a tal ordenador. Y sin embargo, según parece, el ordenador
no entiende mejor el chino que la persona que habla inglés Además, al
revés que esta última, no existe ninguna otra cosa que el ordenador en
tienda, de modo que nuestra conclusión parece ser que debería ser que
el ordenador no en tien de n ad a en absoluto. Pero ¿puede algo que no
entiende nada en absoluto ser considerado justificadamente como inteli
gente? La enseñanza que parece que debemos extraer es que la inteli
gencia no puede consistir en la mera ejecución de un programa de or
denador, que es un conjunto de reglas puramente formales para
transformar determinadas cadenas de símbolos en otras En ugar e
ello, en la medida en que la inteligencia comporta la utilización e sim
bolos, debe incluir una comprensión de lo que significan esos sim )o o.
debe incluir no únicamente sintaxis, sino semántica.
Sin embargo, el argumento anterior puede ser acusa o e ^
una ‘petición de principio’ (es decir: dar por supuesto ° <IU lo¿a
demostrar) con respecto a los defensores de la pme/ dena¿or uo
vez que hemos dado simplemente por supuesto que ^
entiende chino, Es claramente verdadero que la Pcrso l nt¡ende chino,
glés en la versión original del experimento menta n ^ equivalen-
j’ero el ordenador que ejecuta su programa n o ^ a la comb¡na-
k ,a la persona que habla ingles, sino que . q ükjmo es ]G qUe
don de ésta con el m an u al d e in stru ccio n es p ' j e a ja persona
corresponde al programa informático. Lo que co ^ ejecuta el
V>e habla inglés es el procesador central del
Pr°grama. El defensor de la prueba de Turing Pu >e ai ¡gual
mente que por sí solo el procesador centrai no <- entiende chi-
V e la persona que habla inglés; más bien ira < de, ordena.
es iodo el sistem a que consiste en e p ‘ De manera pare-
d°r. sus almacenes de datos y el programa que e,ecuta.
189
FilosoJJa^cIeJajrietite
___________________________________________________________________ _
cicla, por tanto, puede sostener que el sistema que consiste en la ,XMS()
na que habla inglés y el manual de instrucciones entiende chino, tlun.
que la persona por sí sola no lo entienda.
Searle ha respondido a esta objeción (la llamada ‘respuesta del siste
ma’) sosteniendo que, incluso si la persona que habla inglés se aprendie
se de memoria el manual de instrucciones, aun así no entendería chino tl
pesar de que entonces constituiría el sistema total que está dentro de la
habitación. En este punto, el problema es que estamos ademándonos
profundamente en el territorio de lo contrafáctico. Un manual de ínstriu
ciones que fuera suficiente para los propósitos de la prueba de Turing se
ría inmenso y en consecuencia resultaría imposible que un ser humano
común se lo aprendiese de memoria. Pero si, p e r impossibile, un ser hu
mano fu era capaz de memorizar tal manual, ¿quién podría decir si. tomo
consecuencia, entendería o no chino? En lugar de proseguir especulacio
nes sin objeto acerca de tales temas, es más útil insistir en lo que según
Searle es la enseñanza principal a extraer del experimento mental de la
habitación china, que es que el pensamiento inteligente y la comprensión
no pueden consistir meramente en efectuar transiciones entre cadenas de
símbolos de acuerdo con reglas formales, y sin embargo es esto último
según parece, todo lo que hace un ordenador cuando ejecuta un progra
ma. Por tanto, no puede decirse que un ordenador sea inteligente sola
mente en virtud de que ejecuta un programa, y en la medida en que la
prueba de Turing implica lo contrario, sin duda debe estar equivocada.
Pero quizá la prueba de Turing no implique lo contrario. Sólo pro
porciona un criterio para la atribución de inteligencia y no tiene nada
que decir sobre la cuestión de en qué consiste la inteligencia Además
sería falso decir que todo lo que hace un ordenador que supere la prue
ba es ejecutar un programa, pues ello equivale a pasar por alto el inter
cambio verbal que tiene lugar entre el ordenador y la persona que le ha
ce las preguntas. La parte del ordenador en tal intercambio la determina,
sin duda, su programa, pero éste es más que la simple realización de
transiciones entre cadenas de símbolos de acuerdo con reglas formales,
pues comporta también enviar mensajes verbales adecuados en respuesta
a los que recibe. En vista de estas y otras complicaciones, simplemente
no está nada claro cuál ha de ser la consecuencia que se haya de extrae1
del experimento mental de la habitación de la habitación china relativa *l
las perspectivas que ofrece la IA fuerte, si es que se ha de extraer alguna
consecuencia. Sin embargo, aun así debería reconocerse que Searle w
planteado algunas cuestiones importantes y profundas que los defensora
e a A uerte simplemente no pueden permitirse pasar por alto.
190
.....-----------------------------------------------------------------^/Y/y>c/w/
191
Filosofía de la mente
formación y de nuestras propias prioridades, y una capacidad para hacer
esto efectivamente es por sí misma una señal de nuestra inteligencia.'
Imaginemos que, estando alguien concentrado en pedir los phll0s
de una comida en un restaurante, suena repentinamente una señal dc
alarma por fuego y esa persona puede ver que sale humo de las venta
nas del edificio de enfrente. Entonces tal persona ha de decidir m va a
seguir pidiendo los platos o si va a hacer algo acerca del incendio en
cuestión, Ni el programa de petición de platos ni el de afiela en caso <]L-
incendio por sí mismos van a especificar qué es lo que hay que hacer
en tales circunstancias, puesto que cada uno de ellos está exclusu ámen
te dedicado a su propio terreno de competencia. Sin embargo, si un
programador tratase de construir una conexión transversal entre todos
sus programas especializados a fin de superar este tipo de limitación, rá
pidamente descubriría que ello no sirve de nada ya que no hay límite al
guno para el número de maneras diferentes en las que una actividad in
teligente puede requerir cederle el paso a otra en el curso de la vida
cotidiana de una criatura inteligente. Supongamos, por ejemplo, que el
programador incluyera en su programa de petición de platos la siguiente
disposición para actuar en caso de incendio: en un caso así, el programa
especifica que habría de abandonarse la petición y que en su lugar se
habría de seguir el programa de ayuda en caso de incendio. Pero ¿trata
ría una persona inteligente y responsable de ayudar en el incendio en
esas circunstancias? No necesariamente, porque de nuevo puede que
circunstancias inesperadas requieran algún otro curso de acción Por
ejemplo, precisamente en el momento en que uno está pensando en lla
mar a los bomberos, podría advertir que delante del restaurante hay un
niño pequeño que corre peligro de ser atropellado por un coche, en tal
caso podría decidirse muy razonablemente por salir corriendo y tratai de
salvar al niño en lugar de ocuparse del incendio, a menos de que. per
supuesto, surja alguna otra complicación que conduzca a un nuevo
cambio de opinión. Este es sólo un ejemplo de un sinfín de posibilida
des que podrían darse, la mayoría de las cuales no van normalmente a
producirse ni pueden siquiera imaginarse. Siendo esto así, parece que es
en principio imposible que un programador informático contemple por
anticipado todas esas posibilidades, ni siquiera en el caso de una actirí
dad tan normal como la de pedir la comida en un restaurante.
El problema al que se enfrentan los partidarios de la IA fuerte se
conoce a veces como el P roblem a del m a r c o }1 Éste consiste en lo ql,c
parece ser una imposibilidad de escribir un programa que no sólo incor
pore los conocimientos generales de que dispone el ser humano mee 10.
sin° que especifique también el modo en que ese conocimiento ha cíe
nia. l°n ai?,Culos del hbro editado por Zenon W Pylyshyn, U k> Robots Dije'»
b£n ¿ Cm °f Artif lcial ^ tellig en ce (Norrwood, NJÍAblex, 1987) Véase o
(^d ) 2 ? C^ De" netl’ ‘C° g " ilive Wheels: The Frame Proble of AI’, en C HooU
e f m ( C a m b r i d g e : Cambridge University Press, •
reimpreso en Boden (ed.), U e Pbilosophy o f Artificial IrUelltgence.
192
_ _________________ Racionalidad humana e inteligencia artificial
ser adecuadamente aplicado a las circunstancias pertinentes, toda vez
que parece que es imposible especificar por anticipado cuáles podrían
ser las circunstancias ‘pertinentes’ y las aplicaciones ‘adecuadas’. Otra
manera de describir la dificultad consiste en decir que es plausible que
no haya ningún conjunto de algoritmos — o reglas computacionales—
que puedan incorporar las cualidades del sentido común y la capacidad
de juzgar con sensatez que caracterizan a un ser humano racional con
una inteligencia media. Es algo que está aún por ver si los partidarios de
la IA fuerte podran hacer frente al reto que plantea este problema, de
modo que sería temerario proclamar con demasiada seguridad que no se
puede hacer frente a ese reto. Deberíamos reconocer que la ingeniosi
dad humana ha logrado superar con frecuencia las restricciones que al
gunos seres humanos han tratado de imponerle. Constituye una ironía
que, si tuviéramos éxito en el desarrollo de la inteligencia artificial, ello
podría proporcionar el testimonio más fuerte posible de la superioridad
de nuestra propia inteligencia.
EL CONEXIONISMO Y LA MENTE
193
Filosofía de la mente
mover sus extremidades de manera que se tengan en cuenta las pr<>pK,
dades físicas y las relaciones espaciales de esos objetos. Estas cajxiuüa
des no parecen ser fácilmente susceptibles de ser programadas Los s^
res humanos las han adquirido por aprendizaje a partir de la experiencia
y parece probable que también las máquinas puedan adquirirlas alguna
vez de ese modo. Pero parece improbable que una capacidad de apren
der a partir de la experiencia sea algo que pueda conferírsele a una ma
quina simplemente dotándola con el tipo adecuado de programa junio
con sensores y extremidades movibles.
Si alguien quisiera crear una máquina inteligente, ¿no sería sensato
tomar como modelo criaturas que ya sabemos que son inteligentes, a m
ber, nosotros mismos? Esto equivaldría a invertir el enfoque de la IA tra
dicional, que intenta iluminar la naturaleza de la inteligencia humana
comparando el pensamiento humano con la ejecución de un programa
informático. Sin embargo, el cerebro humano está compuesto de un mu
do muy distinto del de un ordenador electrónico de diseño tradicional
Consta de miles de millones de células nerviosas o neuronas, cada una
de las cuales se conecta con muchas otras en lo que constituye una
complicada y enmarañada red. La actividad eléctrica de determinadas
neuronas puede estimular o inhibir esa actividad en otras neuronas, de
pendiendo del modo en que estén conectadas las neuronas en cuestión
La red como un todo está experimentando constantemente cambios en
sus pautas de activación a medida que los acaecimientos del entorno es
timulan la actividad de las células nerviosas de los órganos sensoriales y
éstas interaccionan con las neuronas. De modo que no hay ningún pro
cesador central’ en el cerebro que sea comparable al que puede hallarse
en un ordenador de diseño tradicional. En la medida en que podemos
describir el cerebro como un ‘procesador de información’ se trata de
uno que utiliza procesamientos en p a r a lelo a gran escala en lugar de
procesamientos seríales .18
La distinción entre el procesamiento serial y el procesamiento en
paralelo puede ser ilustrada toscamente mediante el siguiente ejemplo
sencillo. Supongamos que nos hallamos ante la tarea de contar los libros
de una biblioteca. Un modo de llevar a cabo esta tarea seria hacer gue
una persona realizara todo el trabajo contando todos los libros de todas
las estanterías. Otra manera sería asignar cada estante a una persona cis
tinta, con la tarea de contar los libros de ese estante, para sumar luego
os totales que cada persona proporcionara y obtener así el total iiua
° s métodos deberían suministrar la misma respuesta, pero pc) IKl
ser que el segundo fuera más rápido porque muchas personas trabajé
rían en partes distintas de la tarea al mismo tiempo, o ‘en paralelo 0
195
Filosofía d e la m e n t e _______ ______________ . ------------------- ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Por mucho que estas redes neuronales puedan parecer simples SL.
les puede hacer que lleven a cabo tareas importantes que son difíciles de
realizar utilizando métodos de la IA tradicional. Por ejemplo, realizan bien
tareas de reconocimiento de patrones, como la tarea de ‘reconocer letras
del alfabeto impresas en tipos de letras distintas o que se presentan en
formas parcialmente defectuosas. Además, pueden continuar funcionando
razonablemente bien aunque algunas de sus unidades estén funcionando
inadecuadamente, de modo que resultan robustas y fiables. Sin embarco
al igual de lo que sucede con un sistema nervioso orgánico, requieren pa
sar por un régimen de ‘entrenamiento’ para poder efectuar tales tareas, h,
que comporta realizar ajustes en la fuerza de las conexiones entre las uni
dades de modo que las respuestas de la máquina sean apropiadas a los
datos que se le proporcionan. Existen algoritmos o reglas computaciona
les que dictan el modo en que deberían realizarse tales ajustes en el pe
ríodo de ‘entrenamiento’, período durante el cual se expone a la máquina
a muestras de los tipos de datos que comporta la tarea que se le ha asig
nado. Por tanto, no es algo totalmente fantasioso concebir tal máquina co
mo algo que adquiere sus capacidades mediante un proceso de pincha y
error, o incluso como algo que ‘aprende de la experiencia’.
Por mucho que estas cosas puedan ser interesantes desde un pun
to de vista técnico, la pregunta que hemos de hacernos es en qué medi
da lo son para la filosofía de la mente. Algunos filósofos creen que son
tremendamente significativas. Sostienen que si las redes neuronales arti
ficiales proporcionan un buen modelo de la manera en que trabaja la
mente humana, entonces muchas de nuestras ideas favoritas acerca de la
cognición humana habrán de abandonarse, como por ejemplo nuestro
supuesto de ‘psicología de sentido común’ de que la cognición conlleva
estados de actitud proposicional, como las creencias .20 El problema es
que mientras que un ordenador de diseño tradicional almacena y proce
sa representaciones discretas de la información en forma de cadenas del
código máquina, las máquinas conexionistas, en la medida en que pue
de decirse que ‘representan’ información, lo hacen de un modo amplia
mente distribuido’. Es decir, ningún fragmento de información es locali-
zable en ningún conjunto de unidades particular, sino que más bien
toda la información que esté manejando tal máquina se halla contenida
globalmente en su pauta de activación y en las fuerzas de las conexio
nes. De modo que cualquier intento de identificar creencias distintas
con estados representacionales distintos del cerebro de una persona po
na verse minado por los modelos conexionistas de la cognición huma
Tomberlin •
Rimsey S t e X n pV ' A'arsN reimpreso en
cadero' CA: Ridgeview Press, 1990), reimpreso en
D
CA' l dfie: ie; vPr“ s' 1990)
ory (HillstLile ni i SüC' y Davicl E- Rumelhait (eds.), Phílosopby a n d■ Connectio
Connectioni-'1
- l"‘
Macdonald r ^ Lav' rence Erlbaum Associates, 1991) y en Cynthia Macdonald y Ot. ■
B h d c S l» » ! Deba’eS P r o l o g ,c a l Explana,ion, Volante 2 (Oxford
196
Racionalidad humana e inteligencia artificial
na. Si ello es así, tales modelos presentan un reto importante no solamen
te a la psicología del sentido común, sino también al funcionalismo en
filosofía de la mente; incluso parece que le prestan anida a los defenso
res del materialismo eliminativo (véase capítulo 3). Sin embargo, los de
tractores de tales modelos mantienen que éstos son incapaces de habér
selas con los niveles más elevados de la cognición humana, como son la
comprensión lingüística y el razonamiento, tareas para las que los mode
los de IA tradicionales parecerían más prometedores 21
No obstante, no estamos de hecho forzados a elegir entre dos alter
nativas fuertes, la IA tradicional y el conexionismo, cuando se trata de
decidir el mejor modo de modelar aspectos de la cognición humana. Son
posibles enfoques híbridos.22 Así se podría recurrir a los modelos co
nexionistas, por su capacidad para manejar las tareas de reconocimiento
de patrones, para explicar algunas de nuestras capacidades sensoriales y
perceptuales, mientras que se podría recurrir a los modelos tradicionales
para explicar nuestras capacidades de inferencia lógica. El hecho de que
el cerebro humano tenga una organización física algo parecida a la de
una máquina conexionista no nos debería conducir a suponer que el me
jor modo de describir su organización funcional sea mediante modelos
puramente conexionistas. Es importante señalar que la mayor parte de
los experimentos con modelos conexionistas se llevan a cabo en la
actualidad utilizando ordenadores de diseño tradicional en lugar de má
quinas conexionistas. Pero, del mismo modo que una máquina con pro
cesamiento serial puede utilizarse para modelar el funcionamiento de
tina conexionista, en principio una máquina conexionista podría utilizarse
para modelar el funcionamiento de una serial. Así. incluso si el cerebro
humano fuera una ‘máquina conexionista’ en el plano de su organización
física, ello no impediría que diera soporte a actividades coniputaciona es
cuyo mejor modo de ser descritas es mediante modelos de IA tra iciona .
De hecho hay un cierto sentido en que una máquina cu^ l"ei"‘
qtie pueda recibir el nombre de ‘ordenador, sea cual sea su ise
arquitectura particular, es equivalente a cualquier otra, to a \e ‘
da una de ellas es equivalente en capacidad conyutacioma < máquina
en día se conoce como ‘máquina universal de Turing 1
197
Filosofía de la mente
de Turing es un dispositivo muy simple que consta de una cima
nidamente larga, que registra información en un código simbólico. v um
cabeza lectora que imprime o borra símbolos y mueve la cima a la
quierda o a la derecha de acuerdo con un programa prefijado o ta |q ;l
de la máquina’.) Naturalmente, el diseño de una máquina puede p ,()tju.
cir grandes diferencias respecto de la eficiencia y la rapidez con la ()lu*
procesa información; pero, en principio, cualquier función que pucd.i
ser computada mediante un ordenador con un determinado diseño pue
de ser computada por otro con un diseño diferente. Debido a esta equi
valencia puede sostenerse que los modelos conexionistas no p ro p o r c io
nan respuesta alguna al reto planteado por el experimento mental de 11
habitación china debido a Searle, si es que ese reto se cree realmente
que es importante. Si Searle está en lo cierto al sostener que la computa
ción como tal no tiene nada que decirnos acerca de la cognición p o rq u e
sólo conlleva ‘sintaxis’ y no ‘semántica’, entonces su afirmación paiece
que se aplicaría tanto a modelos conexionistas como a modelos tradicio
nales de IA.
Parece, por tanto, que el advenimiento del conexionismo no con
tribuye en nada a desviar o a resolver los problemas filosóficos de viejo
cuño relativos a la posibilidad de la inteligencia artificial. Tal vez seamos
capaces con el tiempo de construir máquinas robóticas de diseño cone
xionista que al parecer aprendan mediante procesos de educación y so
cialización similares a los que experimentan los niños en sus años de
formación y que parezcan actuar como agentes autónomos, motivados
por sus propios objetivos. Tales máquinas merecerían con seguridad el
calificativo de ‘inteligentes’ y ciertamente serían ‘artificiales’. En esa me
dida se habría realizado el sueño de la inteligencia artificial, y sin em
bargo es perfectamente concebible que los diseñadores de tales maqui
nas no entendieran las bases de sus capacidades cognitivas mejor de lo
que los neurocientíficos actuales entienden las capacidades cogniti'a>
del cerebro humano. En particular, no existe garantía alguna de que b
computación proporcione la clave de la cognición.
CONCLUSIONES
Hemos visto en este capítulo que no es tan fácil como nos querrán
acer creer algunos científicos demostrar empíricamente que los sere
umanos son irracionales o que las máquinas puedan pensar. Ningum
estas posibilidades debería ser excluida dogmáticamente, pete
pYn?aC1° neS empíricas y teóricas que se aducen en favor suyo se
sePcomnS^ mÚltiPles dudas- Por un lado, la manera en que las person^
chas int!^ an respecto a problemas de razonamiento está abierta a 1
ampliamenw*13001165 distintas’ Y frecuentemente no hay una respue
a la c^ t i o n de cuál sea la solución ‘correó
65 problemas. Las cuestiones normativas acerca de cómo razona
198
’Mli'todbumaiia e mtelii>enaaartificial
--------- -----------------------------------------------------------------------------------------
199
ii;
9
Acción, intención y voluntad
Una cuestión importante que ha surgido en el capítulo anterior
es que Incluso un aspecto tan ‘intelectual’ de la mente humana como
nuestra capacidad de razonar no puede separarse de nuestra naturale
za como criaturas que persiguen sus objetivos autónomos, dotadas de
estados motivacionales complejos que comportan intenciones, sensa
ciones y emociones. Incluso el razonamiento puramente teórico, dado
que persigue la verdad, es una actividad con objetivos, lo que requie
re motivación. No cabe tampoco perseguir simplemente la verdad en
abstracto, Los avances en la ciencia se realizan concentrándose en
problemas particulares, que han de ser percibidos como problemas
para que los investigadores se vean motivados a intentar resolverlos.
Los seres humanos, al igual que otros primates, son criaturas dotadas
naturalmente con un elevado grado de curiosidad. Un ser desprovisto
de toda curiosidad nunca podría realizar procesos de razonamiento,
puesto que carecería de motivo alguno para formar hipótesis, para
buscar datos empíricos con que confirmarlas o refutarlas, o para selec
cionar determinadas proposiciones como premisas de un argumento.
La curiosidad humana es un rasgo que, con toda probabilidad, nos ha
conferido la historia evolutiva como consecuencia de la selección na
tural. Aunque, como afirma el dicho, la curiosidad puede haber mata
do al gato, si, com o parece plausible, un grado de curiosidad
moderadamente elevado tiende a incrementar las posibilidades de su
pervivencia de una criatura, muy bien podría suceder que el que noso
tros, los humanos modernos, la poseamos se deba, al menos parcial
mente, a que los rivales menos curiosos de nuestros antepasados no
sobrevivieron para transmitir sus genes. Sin embargo, sí para exp icar
un rasgo universal humano como la curiosidad hemos de recurrir a a
evolución, por fuerza sera cuestionable que ese rasgo pue a simp
mente ser artificialmente fabricado o ‘instalado en un or ena _
nuces biológicas son con seguridad demasiado profundas P * * que euo
tenga sentido. Quizá sea esta la razón más fundamental parai ^ Q
los ordenadores pudieran llegar a ser, en un sentido itera ,
201
Filosofía de la mente
práctico, cuyo fin explícito es la acción que satisfaga los deseos
quien efectúa el razonamiento. Nuestra atención en este capítulo se diri
girá al carácter de la acción intencional y de su motivación. Entre las
cuestiones que habremos de explorar se encuentran las siguientes. i-n
primer lugar, ¿qué es lo que entendemos, o deberíamos entender. P,)r
‘acción? En particular, ¿cómo deberíamos distinguir entre las acciones de
una persona y las cosas que simplemente le ‘ocurren’ a esa persona'" A
continuación, ¿es correcto definir algunas acciones como intencionales
y otras como ‘no intencionales? Y si ello es así, ¿en qué consiste la d ife
rencia? ¿O deberíamos más bien decir que la misma acción puede ser in
tencional según una descripción de esa acción, pero no intencional se
gún otra descripción? De m anera más g en era l, ¿cómo deberían
identificarse las acciones? Es decir, ¿qué cuenta como ‘una sola acción
en lugar de como dos acciones distintas? ¿Es un rasgo distintivo de todas
las acciones el que todas ellas conlleven un tratar d e y coincide este tra
tar de con lo que los filósofos han llamado ‘querer? ¿Qué es lo que d e
beríamos entender por ‘libertad de la voluntad’, si es que deberíamos
entender algo mediante ello? ¿La tenemos? ¿Qué es lo que nos motiva a
actuar? ¿Qué papeles desempeñan en la estructura motivacional del ac
tuar humano las creencias, los deseos, las intenciones y las emociones"
¿Cómo se relacionan las razones para la acción con las causas de nues
tras acciones?
sas aue c^ t^ ^ ano distinguimos com únm ente entre las co
te le ‘ocurren’ SUS a c c *ones— Y las cosas que meramen-
que su caída ^ ° F e^emP ° ’ s* una persona tropieza y se cae, decimos
una persona5 Un suceso que le ocurre, mientras que s.
ción que ha realizado qUG SU SaI‘° es una a<~
Para el observarla ¿Ciml es la diferencia a la que aludimos aquí''
mente iguaf que su 'sa^to R3 de alSUÍe" ? Uede P » " » * eX:‘Cta'
en que se mueve el Realmente, si nos concentram os en el m odo
discernir diferencia de la Persona> podem os no ser c a p a c e s de
mos vernos tentados Cntre ’OS dos ca so s- Debido a esto pode-
mental, algo aue típn^ e a r ^ ue *a diferencia debe ser p u ram en te
sona en cuestión v en A*16T C°n*os estados psicológicos de la per-
de su cuerpo. Seeún ó 2 !.e aci° n causal de éstos con el movimiento
un determinado mnv¡ •eníoclue’ una acción de saltar simplemente es
sido causado por u n ™ t0. . C0rP0ral> si bie" un movimiento que lw
de estados mentales rn n ° estado mental o una co m b in a ció n
encía y deseo. De acue rT° ™ VeZ Una com binación adecuada de cre
to corporal, o uno ,° C° n esta co n cePción, ese mismo m ovim ien -
que hubiera acción alón ament^ iSual a él, podría haberse dado sin
°n al8 una- si hubiera tenido causas distintas, con»
2 0 2
_— ----- --------------------------------------------------------Acción, intención y voluntad
por ejemplo, si hubiera sido causado por circunstancias completamen
te externas a la persona en cuestión, como pudiera serlo un repentino
golpe de viento. Aceptar esta concepción equivale a negar implícita
mente que las acciones constituyen por sí mismas una categoría ontó-
lógica distinta; equivale a sostener que son simplemente acaecimientos
que sucede que tienen causas mentales de determinados tipos apro-
piados.
Pero hay un problema en esta concepción, y es que parece des
cansar en una ambigüedad presente en la expresión ‘movimiento corpo
ral’. En uno de los sentidos de esta expresión, un movimiento corporal
es un determinado tipo de movimiento del cuerpo de una persona; de
modo que vamos a llamar a un movimiento corporal en este sentido
una moción co rp o ra l Sin embargo, en otro sentido, un movimiento cor
poral consiste en que una persona mueve su cuerpo de un determinado
modo, y vamos a reservar de ahora en adelante la expresión ‘movimien
to corporal* exclusivamente para este uso. La cuestión subyacente aquí
es la existencia de dos verbos estrechamente relacionados, ‘moverse' y
‘mover’.1 Utilizamos el primero cuando decimos, por ejemplo, que la
Tierra se m ueve alrededor del Sol. Usamos, sin embargo, el último cuan
do decimos que una persona mueve sus extremidades para caminar.
Ahora bien, parece claro que cuando una persona tropieza y se cae. su
caída es meramente una moción corporal, pero que cuando una persona
salta desde un peldaño está realizando una forma de movimiento corpo
ral. Que una persona realíce una forma de movimiento corporal consis
te en que esa persona b a g a moverse a su cuetpo de una determinada
manera, es decir, en que esa persona cause o provoque un cierto tipo
de moción a su cuerpo. Pero si la acción de saltar de una persona con
siste en que ca u se una determinada moción corporal, entonces senci a-
mente no puede ser idéntica a esa moción corporal Verdaderamente,
ahora empieza a parecer dudoso que podamos describir una acción asi
como un acaecim ien to o suceso, puesto que más bien parece que con
siste en que una persona cause un acaecimiento, lo cua sugiere qu ,
después de todo, las acciones constituyen por sí mismas una ca g
notar acerca * ,a
de la acción es que utiliza lo que parece ser un concepto diferenciado
203
Pilnmfia de la mente -------------------------------- _ ----------------------------------------------------------------------------------
204
------------------------------------------------------ — Acción, intención )>voluntad
Es preciso decir que no hay muchos filósofos que estén satisfechos
con considerar a las nociones de causalidad agentiva y acción básica co-
mo primitivas o irreducibles. La mayoría sostendrían que la causalidad
agentiva debe en ultimo término ser reducible a causación de acaeci
mientos. Consideremos así la acción de Juan de mover su brazo del mo
do ‘normal’, es decir, como un caso de acción ‘básica’. Supongamos por
ejemplo, que Juan simplemente levanta el brazo como lo podría hacer
un niño en la escuela para atraer la atención de su maestro. Aquí Juan
causa el levantamiento del brazo, una moción determinada de su cuerpo
y por tanto, un determinado acaecimiento. Si le preguntamos a Juan c ó
m o causó él ese acaecimiento, probablemente dirá que lo hizo simple
mente levantando el brazo, es decir, sin hacer ninguna otra cosa Pero
esto no implica que ninguna otra cosa causara el acaecimiento en cues
tión. Es realmente plausible suponer que el levantamiento del brazo de
Juan fue causado por toda una cadena de aca ecim ien to s precedentes,
que se dan en los músculos y en el sistema nervioso central de Juan.
Ahora bien, ¿fueron estos acaecimientos los que Ju a n ha causado? Es
improbable que Juan mismo diga eso. puesto que probablemente se de
clarará como un completo desconocedor de los acaecimientos en cues
tión. Además, suponer que Juan ha causado esos acaecimientos parece
estar en conflicto con la afirmación de que el levantamiento del brazo
de Juan ha sido una acción ‘básica’. Pero una propuesta alternativa diría
que el que Juan haya causado el levantamiento del brazo —su acción
'básica’— c o n s is tió e n que estos otros acaecimientos causasen el levanta
miento de su brazo. Ello equivaldría a reducir un caso de causalidad
agentiva a uno de causación de acaecimientos. En esta concepción, de
cir que un agente A causó el acaecimiento e equivale a decir que otros
acaecimientos determinados que involucran a A —en particular, ciertos
acaecimientos del sistema nervioso central de A— causaron e.
Una objeción a esta concepción es que entonces parece que per
demos de vista la distinción entre las a c c io n es de un agente y aquellos
acaecimientos o sucesos que meramente le ocurren al agente, ya que
los acaecimientos que se dan en el sistema nervioso central del agente
parecen pertenecer a esta última categoría. Aunque tratemos e suawzar
!a propuesta sosteniendo que algunos de esos acaecimientos que se an
en el sistema neivioso central del agente serán de hec 10 i en icos .
determinados acaecimientos m en tales , como la activación e ese
agente de levantar el brazo, aun así parecen! que la propuesta 1
elim in a el carácter de agente en lugar de ‘reducirlo, to a \ez q
entonces la imagen de una persona como un mero vehicu e|)a
Tiente de acaecimientos causalmente interrelaciona os, 1
no es en ningún sentido importante la autora u o i d o r a ^ Por otr
Parte, dado que el determinismo causal impera en e jiaber lugar
de resultar difícil resist.rse a esa imagen, ya que pareceno habeMuga
Para una concepción que sostenga ¡ ese acaecimiento
miento del brazo en un sentido según el cual causa
205
Filosofía de la mente
sea suplementario o distinto a que éste sea causado por acaecimientos
físicos antecedentes. No voy a intentar resolver este asunto aquí, pLT(J
volveremos a él más adelante en este mismo capítulo.
INTENCIONALIDAD
2 0 6
--------------------------------------------------------------- Acció)], intención v voluntad
inintencionadamente. Es por descontado en este sentido como decimos
también que las personas tienen intenciones de llevar a cabo ciertas ac
ciones, normalmente en algún momento futuro. Hablar de tales intencio
nes puede especialmente dar lugar a confusiones, porque una intención
de actuar es claramente un estado m ental intencional dado que es
‘acerca’ de una acción futura, pero además, ‘Atiene la intención de que
...’ es un contexto intensional. De modo que en este caso las tres nocio
nes entran en juego/*
Pues bien, ¿qué es exactamente lo que queremos decir cuando de
cimos, por ejemplo, que Juan alargó la mano hacia el salero intenciona
damente y lo contrastamos con el hecho de que al hacerlo volcó el vaso
inintencionadamenté? Lo primero que se nos ocurre es que aquí habla
mos de dos clases distintas de acciones, las intencionadas y las ininten
cionadas. Pero al volverlo a pensar podríamos preguntarnos si el que
Juan alargara la mano hacia el salero y el que volcase el vaso deberían
realmente considerarse como dos acciones distintas. Al fin y al cabo, tal
vez sean una sola acción descrita de dos modos distintos Esa sería, cier
tamente, la opinión de los filósofos que sostienen que las acciones sola
mente son mociones corporales que tienen causas mentales de determi
nados tipos, es decir, la concepción que se ha mencionado al principio
de esta sección, ya que, según ésta, tanto el que Juan alargase la mano
hacia el salero como el que volcara el vaso constituyen una única mo
ción corporal, con las mismas causas mentales, suponiendo, como lo es
tamos haciendo, que lo segundo lo hace ‘al’ hacer lo primero. En la me
dida en que esta moción corporal lleva la mano de Juan a acercarse al
salero, puede describirse como una acción de alargar la mano hacia el
salero, y en la medida en que tiene como efecto el acaecimiento del
vuelco del vaso, puede describirse como una acción de volcar el \aso.
Pero ¿cómo puede la misma acción ser a la vez intencionada e minten-
eionada? Muy fácilmente, si ‘5 hizo intencionadamente ... es un con e.\ o
mtensional ( ‘intensional’ con ‘s’, por supuesto), pues si e o e,s ^
posible completar esta expresión mediante dos descripciones s
de la misma acción para producir dos oraciones que i iei"en nuestro
lores de verdad. Sean las descripciones en cuestión, con enton_
ejemplo, ‘el alargar la mano hacia el salero y el vuc co <- «■ ^
^es ‘A hizo intencionadamente el alargar la mano Vaso’
de ser verdadero aunque ‘A hizo intencionadamente _ ^ vuelco del
Sea falso. (Por supuesto, ‘A h izo in tencion a um1
1 Es de hecho una cuestión debatida la de si las inI,t " t'| j r , j ucirse a hablar de crc-
«'••nuina de estados mentales o si hablar de •intenciones B[uce Aune, Reaso,,
cncias y deseos y a las acciones que estos esta os c‘ ' ' ' Q0nukl Davidson. Inten-
a'«lActto„ (Dordrecht. D Reidel. 1977), pp. 53 y 1980) En vista de su
dln8 , en su Essa)s on Actions a n d Evenis (Oxlotd. C . ,obR. ,as ¡menciones en este
earúcter controvertido no diré muchas cosas exp te* • consiste que una acción
^Pílulo. En lugar de ello me centraré en la cuestión de q
intencional’
207
FiInsojtadela m ente -------------------------------------------------------------------------------------------------- --
208
----- ------------------------------------------------------------- Acción, intención y voluntad
porque fue causada por creencias y deseos de Juan que constituían pa
ra Juan, sus razones para a la r g a r la m ano hacia el salero, Pero, aunque
esta moción de la mano de Juan puede también describirse como la ac
ción de volcar el vaso, las creencias y los deseos que causaron esto no
constituían, para Juan, razones p a r a volcar el vaso, y en consecuencia,
la acción no fue intencionada por parte de Juan según esa descripción.
Las creencias y los deseos en cuestión podrían incluir, por ejemplo, la
creencia de Juan de que el salero estaba lleno y su deseo de que hubie
ra más sal en su comida. (En explicaciones más refinadas de este tipo,
puede recurrirse a la noción más general de ‘actitud-pro’, en lugar de la
noción específica de ‘deseo’; pero ciertamente, por regla general se sos
tiene que los estados puramente cognitivos, como usualmente se consi
dera a las creencias, no pueden por ellos mismos proporcionar razones
que motiven las acciones .7 Más adelante trataremos el tema de las razo
nes para la acción con mayor detalle. Al mismo tiempo examinaremos el
problema de ‘cadenas causales desviadas’ que se le plantea a (I), similar
al que se le plantea a la teoría causal de la percepción que se comentó
en el capítulo 6.)
La explicación anterior de la acción y la intencionalidad es atractiva
tomada en conjunto, pero plantea dudas por diversas razones. Algunos
filósofos piensan que esa explicación no puede captar realmente la dife
rencia entre las verdaderas acciones y los acaecimientos que meramente
les ‘ocurren’ a las personas, ya que abandona cualquier noción diferen
ciada de causalidad agentiva. Otros filósofos están en desacuerdo con Ja
idea de los antecedentes causales de la acción que preside esa explica
ción, posiblemente en razón de que no le reconoce ningún papel al
concepto de volición. Esta es una cuestión sobre la que volveremos en
breve. Finalmente, otros filósofos expresan sus dudas respecto de los su
puestos de la explicación en cuestión, relativos a la identificación de las
acciones. Por nuestra parte vamos ahora a dedicar nuestra atención a es
tas dudas.
209
Filosofía de la mente
presiona el mango de la bomba de agua, bombea agua dd poA)
mina el suministro de agua de la casa, envenena a los que haluian 1, /
sa, y mata a los habitantes de la casa. Pero, ¿hace él seis cosas (iisi ',}1ur
o bien sólo es que hay seis maneras diferentes de describir la misnn
sa? Normalmente, cuando decimos que una persona hace dos o m;ls
sas distintas a la vez, estamos pensando en algo así como la aciiuu,^
de un malabarista, el cual hace malabarismos con varias bolas. a la U7
que mantiene en equilibrio una pelota en el extremo de un palo ()ll,
sostiene con la boca. Pero no es así como concebimos al hombre dd
ejemplo de Anscombe. Según parece, la teoría de la acción que liemos
examinado en la sección anterior puede explicar esto, ya que im p liu
que hay exactamente u n a cosa que ese hombre hace — mover el bra
zo— , la cual puede describirse de varias formas distintas en términos de
sús muy diferentes efectos. Por ejemplo, uno de los efectos de lo que
ese hombre hace es la muerte de los que habitan la casa, lo cual consti
tuye la razón por la que, según la teoría en cuestión, podemos dése nhir
lo que hace como ‘matar a los habitantes de la casa1.
Hay sin embargo un problema en esta manera de ver las cosas, va
que supongamos que inquirimos sobre d ó n d e y cu á n d o mata el hom bre
a los habitantes de la casa. Presumiblemente, si matar a los habitantes
de la casa simplemente es (idéntico a) mover el brazo, ese matar tiene
lugar donde y cuando se dé el movimiento del brazo. Pero el m o v im ien
to del brazo tiene lugar fuera de la casa y bastante tiempo antes q ue la
muerte de los que la habitan. De modo que, al parecer, habríamos de
decir que el hombre mata a los que habitan la casa fuera de ella y bas
tante tiempo antes de que mueran, lo cual es claramente absurdo Sin
duda, los defensores de la teoría en cuestión pueden sugerir algunos
modos de desviar este tipo de objeción .9 Existe, sin embargo, un ento
que alternativo de la identificación de las acciones que claramente no
presenta estas consecuencias contraintuitivas pero que nos sigue perim
tiendo distinguir el caso del hombre del ejemplo de Anscombe del cj>o
del malabarista.
Este enfoque alternativo recurre una vez más a la noción de
salidad agentiva. En el ejemplo de Anscombe hay diversos acaecinuf
tos istintos que ocurren como resultado del movimiento (o la niocion
e razo del hombre en cuestión, acaecimientos tales como el hk
miento del mango de la bomba, el movimiento del agua contaminar
en u timo término, la muerte de los que habitan la casa. Oída uno e •
afeamientos, incluyendo la moción del brazo de ese hombre, esta *
sado o provocado por el hombre, al cual puede describirse como ^
acap n °S•6 ° S* Si concebimos una acción como ca u sa r o inl0s
«« ™*en/°. Por Parte d e un agente, entonces parece que d
a ecír que hay varias acciones distintas que lleva a
lio]
Killiní?'- J ülírnil
ven5 ^dith^arvisThoms° n’ ,The T,me of:
2 1 0
__---------- ------------------------------------------------------- Acción, nuención y_voluntad
hombre en cuestión, puesto que existen varios acaecimientos distintos
provocados por el. Pero estas acciones, aunque distintas, no son com
pletamente diversas, ya que los acaecimientos en cuestión están vincula
dos uno con otro en una única secuencia causal, la moción del brazo
del hombre causa que se mueva el mango de la bomba, lo que causa el
movimiento del agua, lo que en último término causa —mediante otros
vanos acaecimientos— la muerte de los que habitan la casa. Según esta
teoría, parece realmente razonable decir que algunas de estas acciones
se relacionan con otras como las partes se relacionan con el todo. Así
podríamos decir que, en tal hombre, la acción de mover el brazo es
parte de la acción de bombear el agua, puesto que es moviendo el bra
zo como bombea el agua. Pero podríamos añadir que en su acción de
bombear el agua hay algo m ás que el mover el brazo, puesto que lo pri
mero comporta adicionalmente que la moción del brazo cause, por me
dio del movimiento del mango de la bomba, el movimiento del agua.
Las cosas son muy distintas en el caso del malabarista, puesto que las
diferentes acciones que realiza no mantienen una relación causal y, por
lo tanto, no se encuentran unas con otras en la relación de la parte con
el todo sino que son completamente diversas. De modo que, según esta
concepción, el modo de distinguir entre el caso del hombre de Anscom
be y el caso del malabarista no consiste en decir que el hombre en
cuestión hace sólo u n a cosa mientras que el malabarista hace muchas
cosas distintas, sino en decir que el hombre no hace muchas cosas di
versas mientras que el malabarista sí.10
Todo esto nos deja aún con el interrogante de dónde y cuándo
mata el hombre del ejemplo de Anscombe a los que habitan la casa
Pero vemos ahora que esta pregunta quizá no esté bien concebida del
todo, ya que si una acción consiste en causar o provocar un acaeci
miento por parte de un agente, preguntar dónde y cuándo tuvo lugar
una acción equivale a preguntar dónde y cuándo tuvo lugar el que se
causara un acaecimiento. Sin embargo, incluso en el caso de una cau
sación de acaecimientos, tal pregunta resulta problemática. Suponga
mos que un terremoto (un acaecimiento) cause el derrumbamiento de
un puente (otro acaecimiento). Podemos preguntar dónde y cuan o
tuvo lugar el terremoto y dónde y cuándo tuvo lugar el derrum armen^
to del edificio. Pero, ¿podemos razonablemente preguntar ^
cuándo tuvo lugar el que el terremoto causase el derrum armen .
estoy seguro de que esa pregunta sea adecuada. El que un ‘
to cause otro no constituye p o r s í mismo un acaecim iento y ‘
suponerse que posee un momento de tiempo y un ugar ‘ _
modo en que claramente lo tienen los acaecimientos, er
211
Filosoftade la mente
ma razón, el que un agen te cause un acaecimiento no constituí p()r
mismo un acaecimiento, de modo que si una acción consiste pra ^
mente en eso, no deberíamos suponer que las acciones tienen, en mn
gún sentido claro, momentos de tiempo y lugar. Por supuesto (,lUí ^
acaecimientos que una acción involucra tienen momentos ele tiempo \
lugar y que, como hemos visto, una acción puede implicar una larga
secuencia causal de acaecimientos tales. De modo que posiblemente1
podamos decir que, en un sentido derivado, una acción oc upa todo
los momentos y lugares que ocupan los acaecimientos que esa acción
implica. Ello supondría que, en el ejemplo de Anscombe, la acción del
hombre de matar a los que habitan la casa empieza al lado del Po/(,
cuando su brazo comienza a moverse y finaliza dentro de la casi
cuando mueren los que en ella habitan. Creo que este sería también el
veredicto del sentido común, de modo que, en esa medida, podría de
cirse que el sentido común apoya la presente concepción de la acción
más bien que la que anteriormente comentamos.
DE NUEVO LA INTENCIONALIDAD
podrá cnrnntX^ ÍCaCÍ<^n ^ ^ e^cnsa miis detalladas de este enfoque de la 'ntL'H‘(()n( j^ii
PP 294 304 Hrse en Analysis of Intentionality’, Philosopbical Quarte* > • iin
enfoque^im ihr * ? & " **> ^ este anal,sis para los propósitos de este l.br ¿
1975), capítulo 4 VeaSe Aníllony Kenny, Will, Freedom a n d Power (Oxfor
2 1 2
-------------------------------------------------------------------intención r voluntad
(II) El agente A provoca el acaecimiento e intencionadamente si v sólo
si A provoca e sabiendo que está provocando e y deseando c
213
Filosofía de ¡a mente
i„ fábrica. Parece entonces correcto decir, como mip|lu
f m a u e d piloto «o está provocando la muerte de los obreros nuaM ,
(II), que e P üempo, sin embargo, parece erroneo decir que el
n a d a m e n t e . F' P q ^ muerte de los obreros /«intencionadamente
piloto es» P ‘ á provocando su muerte. Esto sugiere que anu
dado que sabe que esta nU; <nQ intencionado', sino que más
bien sucede que A provoca e in in ten cio n a d am en te si y sólo si d pmv,,
Í e s/ílsaber que está provocando e. Por lo tanto, algunas acciones, o ,
mo la del piloto del bombardero, pueden no ser n. intencionadas m
inintencionadas.
TRATAR DE Y QUERER
d r ^ e KouuTdIb,e^ f p o rJ o h n ^ e: ^ ; ; r ^ . [r r ~
rcsurpimiemrf ’ - capítulo 6 Fn u » C mi Lockc on H u m a n Utu„......
Cli/3fo ¡yj. premíVea¿ e ’ P ° r ejemplo Law r?P° S ! ecientes ha experimentado un nuxioio
_i-. '"'J
V n'vérsnypr
v-mis, ínj: Frentice * ^ W
Hall, 9 , ccapítulo
1979), a p ítu lo 1 y Cari Ginet,
E D a vOn Th^ r (Caí
i s ' Action o f Actum ( K n g l e ^ d
PrCSS ^ 1 V C arl G in e t, On Acti J (Cambridge: C am b ie
Untversity Press, 1990), capítulo 2. Yo mismo defiendo Jefíendo una versión
versión del < volícianismu <-n
mi Subjects— o '^yvnence, capítulo 5 .
”j f Hxperience, nhical
13 Ludwig Wittgenstein plantea estn esta fomneo
famosa pregunta en *'** su Pbil °s
Pbilosopbicci n
tiotts, traducción de G. E. M. Anscombe, 2a edición (Oxford: Blackwell. P 621
214
---------------------------------------------------------------------Acción, intención y voluntad
Pero los actos de voluntad o ‘voliciones’ han sido considerados no
co favorablemente por muchos filósofos, incluyendo al propio Wittcens
tein.14 ¿Por qué ocurre esto? Según parece, una razón es que se sospe
cha que el volicionísmo se ve forzado a aceptar la idea de que todo lo
que nosotros h acem os realmente es 'querer* que ocurran ciertos acaeci
mientos, y el resto depende de la naturaleza y no de nosotros. Esta idea
se ve con desagrado porque parece representarnos como egos’ desen
carnados, misteriosamente ligados a nuestro cuerpo físico, el cual se
mueve (o bien no logra moverse) de diversos modos al mandato de
nuestra voluntad, Pero, aunque algunos volicionístas puedan verse for
zados a aceptar esta imagen de los seres humanos como agentes, dista
mucho de ser verdad que sea su volicionismo lo que les fuerza a ello.
Un volicionista cuidadoso no diría, en ningún caso, que el ejercicio de
la voluntad consiste en querer qu e ocurra un acaecimiento, sino que di
ría más bien que consiste en querer h acer algo, es decir, llevar a cabo
una acción, ^ con lo que está perfectamente claro que tal volicionista no
se vería forzado a aceptar la idea de que todo lo que realmente hace
mos sea querer, ya que si queremos hacer algo y no se nos impide, en
tonces logramos h a c er eso, lo que es más que el mero querer hacerlo.
Otra razón por la que se rechaza a veces el volicionismo es que se
duda de que haya un ‘elemento común* — como se concibe que es una
volición— entre una acción exitosa y un intento fallido. La duda que se
plantea aquí es parecida a la que plantean en filosofía de la percepción
los defensores de la teoría ‘disyuntiva’, los cuales rechazan la idea de que
haya un elemento común — en fomia de experiencia perceptual entre
la percepción verídica y la alucinación (véase el capítulo 6). Los filósofos
que plantean este tipo de duda tienden a aceptar la idea de que, en un
caso de acción exitosa, el hecho de que el agente trate de llevar a cabo
esa acción es simplemente idéntico a la acción que se lleva a cabo, de
modo que, por ejemplo, cuando trato de levantar el brazo y lo logro, e
que trate de levantar el brazo es (idéntico a) levantarlo.10Aquéllos, por su
puesto, reconocen que puedo tratar de levantar el brizo y no lograr o, >a
sca porque me encuentre paralizado o porque una fuerza externa me o
mipida, en cuyo caso, evidentemente, el hecho de que trate c e e\antar e
bra2o no puede identificarse con mi acción de levantarlo, ni, según paie
U Quizá el más severo crítico del volicionismo en los tiempos c^ le^ ° ^ í(u|0 ^
;,Q Gilbert Ryle; véase su V )e Concept o f Mind (Londres: ilute hinson. ) . •P. en_
Respondo a las críticas de Ryle en mi Locho on Human Undentant i ,i>. pp- - -
,CS’ ,ys c;n mí Subjectso/Experience, PP 152 y siguienie.v ^ su >Aclingi wilhng.
Ln este punto estoy en desacuerdo con H A P ’ r i-,rendon Press, 1949).
Desiring’ en su Moral Obligation: Essays and Lecturos i x o
Aplico la razón en mi Subjocts o f Experience, pp 14 tratar de hacer al-
Para la idea de que una acción exitosa es (identic. * odo p|ausIb|e contra la
R?’ véase Hornsby, Actions. capítulo 3- Hornsby ‘ , IIliplica no lograr hacerlo
que comúnmente se sostiene de que el tratar ce íacc » Dual Aspect
posibilidad de ello Véase también Brian
rileory (Cambridge- Cambridge University Press, ) -u P
215
Filosofía de la mente____________________________________ ___
ce con ninguna otra acción física mía. Sin embargo, no es que d ha |„,
de que trate de levantar el brazo en este caso no sea muía, pues umx,
mínimo parecería haberse dado algún tipo de acaecimiento niemal consti
tutivo del hecho de que tratase sin éxito de levantar el brazo. Los filósofos
en cuestión pueden muy bien conceder esto; su objeción consiste exacta
mente en que se requiere una argumentación ulterior para mostrar que un
acaecimiento mental de ese tipo constituye tam bién el hecho de que trate
de levantar el brazo cuando yo logro levantarlo, lo cual es lo que ellos
pretenden negar. Si no se puede construir ningún argumento convincente
en favor de esta conclusión, el volicionismo se verá seriamente afectado,
puesto que asume que el querer levantar el brazo es el elemento común
entre un intento exitoso y uno fallido de levantar el brazo.
Sin embargo, aunque el volicionista realmente cree que existe un
elemento común entre una acción exitosa y un intento fallido, en forma
de acto de voluntad, no necesita identificar tratar ele con querer Al ser
ello así, puede reconocer que tratar d e llevar a cabo una acción es algo
cuya constitución es diferente en los casos exitosos y en los no exitosos
El hecho de que incluso un volicionista no debería identificar tratar de
con querer es algo que se desprende del hecho de que algunas veces
un intento fallido de llevar a cabo una acción física parece tener como
constituyente no meramente un acaecimiento mental, sino otra acción
física, pues algunas veces tratamos de hacer algo y no lo logramos, no
porque nos encontremos paralizados o porque una fuerza externa nos
incapacite, sino simplemente porque los objetos sobre los que actuamos
no se comportan del modo en que queremos y esperamos. Por ejemplo
un jugador de dardos experto que trata de hacer diana pero falla inespe
radamente lleva también a cabo una acción física: arroja el dardo. En es
te caso parece correcto decir que su intento de hacer diana consiste en
su extraño tiro del dardo. Pues bien, el volicionista puede realmente de
cir que, en un caso de parálisis completa, tratar de consiste únicamente
en querer. Pero no necesariamente ha de decir que tratar de sieniplL
consiste meramente en querer, y si estoy en lo cierto no debería decirla
Podría decir que algunas veces — en realidad, muy a menudo— consista
en mucho más que eso. Pero si ello es así, el volicionista no puede str
acusado de introducir las voliciones bajo el supuesto no justificado ce
que existe un tipo diferenciado de acaecimiento mental que debe ser
parte constitutiva del tratar de hacer algo tanto en el caso de las accK
nes exitosas como en el caso de los intentos fallidos.17 s
,. °kjeción distinta al volicionismo es que, según algunos ce
críticos, las voliciones no pueden ser identificadas independíenteme
de las acciones que se supone que emanan de ellas, lo cual es inc‘)n^ jc
i e con el principio general de que una causa debería ser íclenu 10
independientemente de sus efectos. Se sugiere así que no tenemos mo
vciisíí mi SuW1
0 /£^ rir« cT p p rei57^1IICS S° brC la rCladÓn emrC tra'ar dC V qUerCr'
216
---- --------- ------------------------------------------------------- Acción^intención^y voluntad
alguno de identificar mi presunta volición de levantar el brazo en una
ocasión dada, excepto mediante algo del tipo ‘la volición que causó que
se levantara mi brazo en esa ocasión’.18 Para ver cuál es el motivo exacto
de la objeción, consideremos, haciendo una analogía, el siguiente ejem
plo. Supongamos que se diera una determinada explosión y que alguien
decidiera designar mediante la letra ‘X’ la expresión ‘la causa de esta ex
plosión’. En este caso, está claro que esa persona no transmitiría ninguna
información al asertar ‘X causó esta explosión’, excepto la de que la ex
plosión tuvo una causa, ya que, suponiendo que la explosión tuviera una
causa, ‘la causa de esta explosión causó esta explosión’, aunque verdade
ra, es sólo trivialmente verdadera. Para transmitir información substancial
acerca de lo que causó la explosión se debería poder identificar su causa
de otro modo que sencillamente como ‘la causa de esta explosión'. Por
lo tanto, por la misma razón, a menos de que mi volición de levantar el
brazo pueda identificarse de un modo distinto, en lugar de simplemente
como ‘la volición que causó que mi brazo se levantara en esta ocasión’,
resulta algo completamente vado ofrecer una explicación volicionista de
mi acción de levantar el brazo en términos de mi volición de levantar el
brazo como causante de que el brazo se levante.
Sin embargo, aunque aceptemos la validez del argumento anterior,
podemos cuestionar que sea verdad una de sus premisas, a saber, la de
que las voliciones no pueden identificarse independientemente de las
acciones que se supone que emanan de ellas. Puesto que una de Jas
afirmaciones centrales del volicionista es que las voliciones, o actos de
la voluntad, pueden darse algunas veces en ausencia de los efectos cor
porales que aquéllas normalmente originan —por ejemplo, en un caso
de parálisis completa— , está ya implícito en el volicionismo que las voli
ciones son, en principio, identificables independientemente de cuales
quiera sean tales efectos, de acuerdo con el principio general menciona
do antes, de manera que realmente no puede decirse que el concepto
mismo de ‘volición’ vaya contra el principio general. Ciertamente, e \o
licionista nos debe una explicación de la identificación de Jas vo íciones,
Pero no hay ninguna razón evidente por la cual debiera ser
mente más difícil proporcionarla de lo que es proporciona una ■' *
c¡ón de las condiciones de identidad de cualquier otro tipo de proces
acaecim ien to m en tal.
'* Para esta objeción al volicionismo, véase R'[lla j 1^ R o iitile d s " and Ke|m Paul,
* ? • Véase también A I. Mciden, Freo PP >2 Í'6
^ l ) , capítulo 5. Trato esta objeción en mi Loche on Human
217
Filosofía de lo mente______________________________________ _
podría decirse al respecto, necesitamos comparar el volicionismo ton
sus rivales. Los dos enfoques alternativos de la acción que hemos exa
minado son, en primer lugar, la concepción de que las acciones S(m
mociones corporales cuyas causas son las activaciones de ciertos com
plejos de creencias y deseos y, en segundo lugar, la teoría de la causali
dad agentiva, que sostiene que una acción consiste en que un agente
provoque un acaecimiento. Estoy suponiendo que el partidario de la
teoría de la causalidad agentiva sostiene que siempre que un agente lle
va a cabo una acción existe alguna acción b á sica que ese agente reali
za, la cual consiste en que provoque una determinada moción coi pora]
Según esta concepción, una acción no-básica consiste, por tanto, en
que el agente provoque algún otro acaecimiento a l provocar una mo
ción corporal que cause ese otro acaecimiento, y el teórico partidario
de la causalidad agentiva sostiene que es verdad por definición que
una acción básica es una acción que no se realiza a l realizar ninguna
otra cosa en absoluto.
En contra del partidario de la teoría de la causalidad agentiva. el
volicionista puede sostener que existe algo que, al hacerlo, cualquier
agente provoca un acaecimiento cualquiera, incluyendo sus propias mo
ciones corporales, a saber, querer. De acuerdo con el volicionismo. yo
provoco que el brazo se levante al q u er er levantar el brazo, y el volicio
nista puede decir que el hecho de que el partidario de la teoría de la
causalidad agentiva rehúse reconocer esto vuelve misteriosa de un mo
do fundamental su explicación de la acción, puesto que trata determina
dos casos en que un agente provoca un acaecimiento como casos primi
tivos, es decir, casos que no son susceptibles de ningún análisis o
explicación ulterior. Más aún, el partidario de la teoría de la causalidad
agentiva no tiene nada evidente que decir acerca de los casos en que un
agente trata de llevar a cabo pero no logra lo que ese mismo partidario
de la teoría de la causalidad agentiva describiría como una acción bási
ca, como la de levantar el brazo, pues en estos casos no parece correcto
decir que el agente simplemente no hace n ad a. El volicionista, sin em
bargo, puede decir que el agente s í h a c e todavía algo, a saber, quuru
llevar a cabo la acción en cuestión.
Se desprende de esto que debería quedar claro que el volicionista
considera el querer mismo como una clase de acción aunque no, P(jf
supuesto, una acción que consista en que un agente provoque hecho
guno. ¿Abriga esta consecuencia del volicionismo alguna dificultad espe^
ciab No lo creo, ya que el querer hacer algo se concibe como un llP
de acto mental y muchos actos mentales no pueden concebirse w
mente como algo que comporte provocar acaecimientos de ninguna <•*
se. El acto de p en sar proporciona una buena ilustración de este pu •
cuando me pongo a pensar silenciosamente, h ag o algo, pero lo q«e 1
go no parece consistir en que cause que ocurra alguna cosa. Eue •
3ien suce er que en el transcurso del pensar experimente imagen^ e
i as o visuales de diversos tipos, pero sería completamente erroi
218
__ -------- --------------------------------------------------------- Acción, mtención y voluntad
incluso absurdo considerar mi pensar como algo que consiste en que
cause que yo mismo tenga tales experiencias.
Dirijamos ahora nuestra atención al otro rival del volicionismo a sa
ter, la teoría de que las acciones son mociones corporales cuyas causas
son las activaciones de determinados complejos de creencias y deseos
La principal ventaja que tiene el volicionismo sobre esta otra concepción
la comparte con la teoría de la causalidad agentiva y es que no presenta
el aspecto de elim in ar en vez de iluminar el concepto de ser un agente.
En la medida en que el volicionismo considera el querer hacer algo co
mo una forma primitiva e irreducible de acto mental —lo que he descrito
anteriormente como una operación ‘ejecutiva’ especial de la mente, total
mente distinta de estados de actitud proposicional como los de creencia
y deseo— , no intenta ‘reducir’ todos los casos en que se tiene un agente
que realiza algo a un caso especial de causación de acaecimientos. (Al
propio tiempo, tampoco trata la noción de causalidad agentiva como
primitiva, porque analiza el que un agente provoque un acaecimiento en
términos de que un acto de voluntad del agente cause ese acaecimiento.
No hay aquí amenaza alguna de circularidad porque, como he señala
do hace un momento, el querer mismo no se concibe como un tipo de
acción que consista en que el agente provoque hecho alguno.) Por tanto,
la objeción que el volicionista puede tener contra la segunda teoría rival
es que, al restringir los antecedentes mentales de la acción a las creencias
y los deseos (o a las ‘activaciones’ de los mismos), pasa por alto un ele
mento crucial, a saber, el elemento de elección, ya que, en electo, el que
rer puede concebirse como elegir actuar de una manera en lugar de otra
por ejemplo, comprar un billete de lotería o no hacerlo cuando se da
la oportunidad. Si somos racionales haremos nuestras elecciones a la hu
de nuestras creencias y nuestros deseos, pero suponer que nuestras creen
cias y nuestros deseos determinan causalmente nuestras acciones, como
,0 hace la segunda de las teorías rivales, parece eliminar este elemento
de elección y, con él, cualquier noción genuina de racionalidad. Con
ello, llegamos, sin embargo, al difícil problema de la liberta e a \oun
tad, el cual debemos ahora examinar con detalle.
LA LIBERTAD DE LA VOLUNTAD
219
Filosofía de la mente
su liados empíricos que parecen tener que ver con esta pregunta, datos
que provienen de ciertos experimentos ingeniosos realizados por el em,
nente neurofisiólogo Benjamín Libet.19
En los experimentos de Libet se les pedía a los sujetos expermaai-
tales que realizasen determinados movimientos corporales sencillos -
como flexionar un dedo— en repetidas ocasiones, habiendo aquellos de
elegir por sí mismos el momento de iniciar la acción. A los sujetos se les
pedía también que estimaran el momento de tiempo en el cual elegían
iniciar un movimiento concreto, fijándose simultáneamente en la posi
ción de una luz que daba vueltas como si recorriese la esfera de un re
loj. (Tal estimación está, por supuesto, sujeta a errores, pero Libet ideó
un modo de medir el error probable mediante otro procedimiento expe
rimental.) A lo largo de todo el experimento se utilizaba un aparato suje
to al cuero cabelludo del individuo para registrar la actividad eléctrica
de la parte del cerebro conocida como córtex motor, que se ocupa del
movimiento corporal voluntario. Se sabía ya que, con anterioridad a un
movimiento corporal voluntario, tiene lugar en el córtex motor un cam
bio negativo lento en el potencial eléctrico, el cual comienza medio se
gundo antes que el propio movimiento. Lo que, sin embargo, descubrió
Libet es que la elección consciente del sujeto de hacer el movimiento
ocurre solamente alrededor de un quin to de segundo antes de que em
piece el movimiento, y por lo tanto, notablemente después de la activa
ción del llamado ‘potencial de preparación’ del cerebro. Ello parece im
plicar que los movimientos volu ntarios no se in ic ia n mediante
‘elecciones’ conscientes de los sujetos, sino más bien mediante procesos
cerebrales inconscientes que preceden a sus ‘elecciones’.
¿Qué es lo que podemos concluir de estos resultados, suponiendo
que sean fiables?20 En principio pudiera pensarse que los resultados
muestran que la ‘elección’ es solamente una ilusión, es decir, que cuando
uno se imagina a sí mismo moviendo el dedo según la propia volición
consciente, el movimiento es causado de hecho por procesos inconscien
tes previos que causan también el propio estado consciente, consistente
en que a uno le parece ‘elegir’ la realización del movimiento. Esto signi i
caria que las elecciones’ o ‘voliciones’ conscientes son epifenomenia^
en lugar de genuinamente eficaces. ¿Qué demostración más clara po na
haber de la fa lta de libre albedrío? No obstante, tal como Libet señala. &
cosas no son tan simples. Por de pronto, Libet descubrió que los sujeta**
parecen tener un poder de ‘veto’ sobre sus movimientos voluntarios, e
ecir, que incluso después del momento de la elección consciente e e.
to avia posible a un sujeto abstenerse de hacer el movimiento. Por
2 2 0
...---------------------------------------------------------- --------Acción, intención y voluntad
sugiere que aunque nuestras elecciones conscientes no inicien nuestras
acciones, todavía ejercemos un control sobre nuestras acciones mediante
nuestra elección de actuar o no actuar. En vista de nuestra discusión an
terior del volicionismo en este capítulo, es igualmente interesante el he
cho de que los experimentos de Libet parecen proporcionarle un apoyo
empírico al concepto mismo de 'volición', concebido como un tipo espe
cial de operación mental ejecutiva. Ciertamente, algo que conocemos
por otros trabajos experimentales es que cuando se provocan los movi
mientos de las extremidades de un sujeto medíante estimulación eléctrica
directa del córtex motor, el sujeto declara enfáticamente que no está mo-
viendo él mismo sus extremidades, por su propia volición 21
Sin embargo, aunque estos resultados sean interesantes, podría
pensarse que no llegan al meollo del problema del libre albedrío. Aun si
se concede que los experimentos de Libet son compatibles con el vere
dicto de la ‘psicología de sentido común’ de que los actos de voluntad o
de elección conscientes desempeñan un auténtico papel causal en la gé
nesis de nuestros movimientos corporales voluntarios, la libertad de
nuestra voluntad parece todavía verse amenazada al reflexionar en la
cuestión de si nuestras elecciones conscientes están ellas mismas deter
minadas causalmente por acaecimientos y procesos anteriores, toda vez
que parece estar comprometida sea cual sea el modo en que se decida
esta cuestión. Por una parte, si nuestras elecciones conscientes simple
mente son las consecuencias causales de largas secuencias de causas y
efectos que se prolongan retrospectivamente a la época anterior a nues
tro nacimiento, es difícil ver en qué sentido podemos nosotros ser res
ponsables de esas elecciones .22 Pero, por otra parte, si nuestras eleccio
nes conscientes no tienen causas, o no están causalmente determinadas
de manera plena, sería difícil admitir que no fueran sino sucesos aleato
rios que ocurren meramente por azar, lo que de nuevo parece incompa
tible con la idea de que nosotros somos responsables de ellas.
Con todo, quizá exista un camino intermedio entre las alternativas
de este dilema, Como he mencionado anteriormente, consideramos que
es una señal de la persona racional el que ésta efectúe sus e ecci°™"^
h luz de sus creencias y sus deseos: pero esto no equiva e necesaria c
te a decir que una persona racional es alguien cuyas eeccion .
cansadas por sus creencias y sus deseos. Realmente, o qu - ^
mente diríamos es que es una contradicción en Jos terminos
2 2 1
Filnsnlta d e la m ente
una elección como determ inada causalm ente de ese modo (.u,ln,ii, o
oímos el modo de actuar a la luz de nuestras creencias y nuestra
no sentimos que nuestras creencias y nuestros deseos causen
mos el modo en que lo hacemos, sino que más bien concebimos Im, '
tras creencias y nuestros deseos com o algo que nos da razones p.,,., ^
gir. Elegir actuar de un cierto m odo p o r u n a razón difícilmenic
describirse como algo que ocurre meramente al azar, pero tamP(K() ,urt
ce adecuado concebirlo com o algo determinado causalmenie. i n.i UK.V
tión a la que habremos de volver, cuando discutamos con más deialk-1;
relación entre las razones para y las causas de una acción, es la óv si ¡„
demos realmente disponer de un camino así para solucionar el dilema
Pero aunque resultase que pudiéram os distinguir de un mm
apropiado entre razones y causas, todavía quedarían problemas asi p,,
dría decirse que si existen las elecciones conscientes, está claro que
bien son parte de la red universal de causas y efectos, o bien no lo v,r.
pero si lo son, entonces están causalm ente determinadas y en conse
cuencia nuestra voluntad no es ‘libre’, mientras que si no lo son. enton
ces no son eficaces causalmente y la ‘elección ’ es una ilusión I I proble
ma se vuelve especialmente urgente si presuponem os la verdad dd
principio (fuerte) de clausura causal de lo físico, del que hablamos en d
capítulo 2. Tal como allí se formulaba, se trata del principio de que en
todo momento de tiempo en el que un estado físico tiene una cans í, ne
ne una causa física enteramente suficiente. Este principio implica qm
cualquier moción corporal que supuestamente esté causada por la do
ción de un agente tiene en el m om ento de la elección una causa ínu
enteramente suficiente, y que esa causa física tiene también una oun\
física enteramente suficiente en cualquier m om ento anterior al de b
elección. Parecemos vernos forzados a concluir que, o bien (D el aun
de ‘elegir’ de un agente es de hecho idéntico con algún estado tísico
presumiblemente un estado del cerebro del agente— , que está poi cnu
ro causalmente determinado en todos los momentos anteriores por
dos físicos anteriores, o bien (2) el acto de un agente de elegir no t
causalmente eficaz. Ninguna alternativa parece compatible con la not un
de que tenemos ‘libre albedrío’. (ll.
Pero de nuevo no deberíamos precipitarnos en extraer tal conc^
sión. Como vimos en el capítulo 2, el principio fuerte de la clausura o
sal de lo físico es controvertible, Además, deberíamos recordar o sr ■
tados de Libet relativos al poder de ‘veto’ que tiene la voluntac t u*
os procesos inconscientes del cerebro de un agente iniciaran un (■
minado m °vimiento
----------- w i j ycorporal
u ia i con ¿anterioridad
m i c n u n u t i u al acto de
- ^ ^ imlien(0
el
cíente del agente de realizar ese movimiento, parece que el ^
je u^v
no o hacen inevitable esos procesos cerebrales en el momento riiutir
po en que se dan; al parecer, el agente conserva el poder de I ’
que
-i e movimiento
■ iiuviuuiiuo siga adelante o bien de revocarlo duranto uu*« i ^.
------ , - ■ -r Creo
cion e segundo antes de que ese movimiento tenga lugar-
humana**1*
a imagen del papel de la elección consciente en la acción
222
- ------------------------------------------------------ Acc ión, intención y voluntad
sentido y parece ser compatible con las evidencias empíricas disponi
bles. Pero pienso que solo tendrá sentido para los filósofos que no in
tenten reducir la noción de acto de elección a la de un acaecimiento
que meramente le 'ocurre' a una persona. Creo que para aceptar esta
imagen se ha de aceptar como primitivo e irreducible el concepto de ser
agente - « 1 concepto de ser activo’ en lugar de 'pasivo'. Puede muv bien
argumentarse, sin embargo, que de todos modos eso es algo que'debe
mos hacer, si es que queremos mantener nuestra concepción de nosotros
mismos com o sujetos de experiencias autónomos y racionales Pero pare
ce que sin esa concepción de nosotros mismos la indagación racional se
torna imposible y con ella cualquier argumentación filosófica
¿Por qué actúan las personas del modo en que lo hacen? Algunas
veces, al plantear este interrogante, estamos inquiriendo por los motivos
de las personas para actuar de determinada manera. Otras veces estamos
tratando de descubrir su razones para actuar, y otras lo que queremos es
saber las causas de sus acciones. No todos los filósofos de la acción esta
rían de acuerdo en que las nociones de motivo, razón y causa sean clara
mente distintas, pero algunas de las maneras comunes de hablar sugieren
que lo son. Por ejemplo, supongamos que un menor es acusado ante el
juez de un cierto acto de vandalismo, como romper todas las ventanas de
su colegio. Al preguntársele por sus razones para comportarse de ese
modo, el menor podría contestar que no tenía ninguna razón, que lo hi
zo sólo porque se sintió inclinado a hacerlo cuando se presentó la oca
sión. Podría negar en particular que lo hubiera hecho con premeditación,
y, realmente, nosotros podríamos estar de acuerdo en que la acción fue
una acción completamente irracional y sin sentido, Por otra parte, un psi
cólogo podría considerar que el menor tenía fuertes motivos para actuar
de ese modo, como por ejemplo que lo hizo por sentimientos de frustra
ción, amargura y celos. Un auxiliar social podría también tratar de expli
car la conducta del menor como una conducta causada por la pobreza
de su entorno familiar y los malos tratos recibidos en su infancia
Una consecuencia cuestionable de esos modos de habar es que
las acciones que proceden de estados emocionales, como e miec o o o.
celos, son ‘irracionales’ por esa misma razón y se han de ccmtrastar con
las acciones que proceden de un frío cálculo de los costes > ^e? e ! _
probables. Pero el modelo de un agente perfectamente racional con
un calculador carente de emociones es un modelo no
perficial.23 Algunas veces, una respuesta ‘emociona
Para mayores detalles sobre las relaciones c‘nlrcr‘* ^ Press.^1987). Véase también
Sousa, The Rationality of Emotion (Cambridge. Alass . ‘ , Action, Emotion
Hialbere, and Action, capitulo
Perception,. Emotion .................
nerg, Perception . - >' , >
“ "d WiU (Londres: Routledge and Kegan Paul. 196^0. capiti
223
Filosofía de la mente
sólo es comprensible sino conecta, en el sentido de que deberíamos
considerar como un defecto moral de la persona el que no reaccio n a
de ese modo. Tampoco existe ninguna incompatibilidad entre ser rac io
nal y ser moral. En cualquier caso, no puede trazar.se ninguna distlnc ,(,n
precisa entre emoción y deseo, ya que, com o he señalado anteriormen
te, es algo generalmente aceptado que los estados puramente cognitivos
J c o m o se considera comúnmente que son las creencias— no pueden
por sí mismos proporcionar razones que motiven la acción; ademas
requiere el deseo (o, cuando menos, algún tipo de ‘actitud-pro ) Real
mente, la sola mención aquí de ‘razones motivadoras’ demuestra qu e nn
puede separarse completamente el hablar de ‘motivos’ y el hablar de ra
zones’.
En apoyo de la afirmación de que no puede trazarse ninguna dis
tinción precisa entre emociones y deseos debo insistir en que las emo
ciones no deberían concebirse com o m eros ‘sentim ientos’ — incluso
como en el caso del miedo, aunque com porten algunas veces sensa
ciones corporales de determinados tipos característicos— , puesto que
son estados intencionales, en el sentido de que son ‘acerca’ de cosas
que están fuera de ellas. Por ejemplo, se puede estar enfadado acerca
de la grosería de otra persona y angustiado a cerca de una inminente
entrevista para un trabajo. Ciertamente, el deseo fue considerado tradi-
cionalmente como una emoción o ‘afección’ por filósofos como D e s
cartes y Spinoza.
Una cuestión más controvertida es la de si podem os mantener se
parados el hablar de razones para la acción y el hablar de las c a u s a s
de una acción. En la sección anterior he sugerido que describir a una
persona racional como alguien que efectúa sus elecciones a la luz de
sus creencias y sus deseos no equivale necesariam ente a decir que una
persona racional sea alguien cuyas elecciones son causadas por sus
creencias y sus deseos. Pero esta sugerencia puede ser puesta en cues
tión sobre las bases siguientes. Supongamos que estamos tratando de
averiguar cuáles puedan ser las razones de una persona para llevar a
cabo una determinada acción. Por ejemplo, por usar un ejemplo ante
rior, supongamos que queremos saber cuáles eran las razones de Juan
para alargar la mano hacia el salero. Si le preguntamos, posiblemente
él mismo nos diga que lo hizo porque deseaba que hubiera mas sal en
su comida y creía que el salero estaba lleno. Pero podría sostenerse
que el que Juan tenga ese deseo y esa creencia, aunque le dio a el una
razón para actuar como lo hizo, no constituía realmente su razón para
actuar a menos que como mínimo fuera en parte responsable causa -
mente de su acción de alargar la mano hacia el salero. En esta concep
ción, el único modo en que podemos explicar la diferencia entre tener
meramente una razón para actuar de un cierto modo y actuar realmen
te p o r esa razón consiste en suponer que en el último caso uno actúa
porque tiene la razón, en un sentido causal de ‘porque’. Ello imp»ca
que, ejos de ser el caso que las razones y las causas de la acción SQI
224
Aecum, intención y voluntad
totalmente distintas, las razones han de ser causas cuando los acentes
actúan‘por’ razones.24 íb
Sin embargo, aunque sea verdad que existe una diferencia entre el
mero tener una razón para actuar de un cierto modo y el actuar real
mente p o r esa razón — lo que requiere alguna explicación— , no es in
contestable que el único modo de explicar esa diferencia sea el que se
acaba de proponer. Ciertamente, contra esta explicación podemos alegar
el hecho, mencionado anteriormente, de que, cuando escogemos el mo
do de actuar a la luz de nuestras creencias y nuestros deseos, no senti
mos que esas creencias y esos deseos causen nuestra elección. Además,
a la teoría de la acción que mantiene que las razones son causas se le
plantea un problema de ‘cadenas causales desviadas’ parecido al que
afecta a la teoría causal de la percepción y que tratamos en el capítulo
ó. En realidad puede argumentarse que el problema es más difícil de so
lucionar en el caso de esta teoría de la acción.
Para ver el modo en que se plantea aquí el problema, considérese
otro ejemplo de comportamiento de Juan en la mesa. Supongamos esta
vez que Juan realmente desea volcar el vaso, quizá para provocar una
distracción mientras roba el collar de diamantes de la mujer que se
sienta a su lado. Por lo tanto, alarga su mano hacia el salero como si
fuera a asirlo con la intención de volcar el vaso dando una muestra de
torpeza. Sin embargo, está tan excitado con la perspectiva de apropiar
se del collar, que su propio deseo de volcar el vaso provoca que le
tiemble la mano al acercarla al vaso y que realmente lo vuelque de mo
do accidental en lugar de intencionado. Recordemos en este punto el
análisis causal de la intencionalidad examinado antenormente, donde S
es una persona y e un acaecimiento que constituye una moción del
cuerpo de S■
P arece q u e (I) im p lica, erró n eam en te, que en nuestro último ejemplo
Juan v o lc ó el v a so in te n c io n a d a m e n t e , pues, según la teoría e a ac
225
Filosofía cie la mente --------------------------------------------------- ------------------------------------------------------------
gue por (I) que Juan volcó el vaso intencionadamente, y sin embargo,
está claro que no lo hizo así.**'"’
Lo que de este ejemplo se desprende es, según creo, que la chk
rencia entre tener meramente una razón para actual de un cieno modo
y actuar realmente p o r esa razón, 110 p u e d e sei explicada diciendo sim
plemente que en el último caso uno actúa p o rq u e posee esa razón, en d
sentido causal de ‘porque’. Realmente, el que las creencias y los deseos
que le proporcionan a una persona una razón para actuar de un cieno
modo causen que ella actúe de ese modo parece ser incompatible con
que actúe de ese modo p o r esa razón. Si ello es así, entonces el proble
ma no es simplemente el de hallar la relación causal apropiada entre
razones y acciones que excluya cadenas ‘desviadas’ com o la que ac alxi
mos de examinar, sino que sucede más bien que la teoría de la aecum
que mantiene que las razones son causas debe ser completamente re
chazada. (A propósito, nótese que el análisis alternativo de la intencio
nalidad del que hablamos anteriormente — véase (II) más arriba— no
resulta refutado por este ejemplo, puesto que plausiblemente podemos
decir que Juan no sabía que estaba provocando el acaecimiento del
vuelco del vaso. Él creía, y creía con verdad, que estaba provocando un
acaecimiento de ese tipo, pero no sabía que estuviera provocando el
acaecimiento particular de ese tipo que ocurrió.)
Existe otro tema que debería mencionar y que incide en la cues
tión del modo en que las razones para la acción se relacionan con las
causas de la acción. Se trata del problema de la llamana d e b ilid a d de la
voluntad, o (por utilizar la palabra griega) akrasia. Algunas veces las
personas no adoptan el curso de acción que al parecer creen, conside
rándolo todo en conjunto, que es el mejor (el más deseable) de que dis
ponen en determinadas circunstancias. Una interpretación de tal situa
ción es que la persona de que se trata no podía r e a lm e n t e tener un
deseo de seguir el curso de acción en cuestión más fuerte que el de se
guir cualquier otro a pesar de lo que pudiera decir en contra Cierta
mente, si las razones son causas, es difícil ver cóm o podría ser posible
alguna otra interpretación, ya que, según esa concepción, las razones
por las que un agente actúa son las creencias y los deseos que realmen
te causan que él actúe del modo en que lo hace, de lo cual parece que
se sigue que si un agente no actúa de acuerdo con el deseo que mam
fiesta, ello tiene que deberse a que aquel deseo fue anulado poi olI°
más fuerte que fue su razón real para su acción. Sin embargo, en la con
cepción alternativa según la cual la elección de actuar de un modo u
226
----------------------------------------------- —---------------------Acción, intención y voluntad
otro que se hace a la luz de los propios deseos y creencias no es cause,
da por esos deseos y esas creencias, parece ser cuando menos pos,ble-
-au n q u e sea irra c io n a l- no elegir un curso de acción que uno desee
por encima de los demás. Dicho de otro modo, parece que según esta
concepción, el fenómeno de la debilidad de la voluntad es raímente
posible y que, además, su denominación es completamente apropiada
No obstante, la complejidad del tema es demasiado grande como para
que sigamos aquí examinándolo, de manera que voy a abandonarlo
ahora, aunque con la advertencia de que sería precipitado tratar de de
cidir entre las dos concepciones rivales sobre la base de un tema tan
contencioso.26
CONCLUSIONES
227
----------- -------------------------------
la teoría de la causalidad agentiva y al volicionismo. No es sorprendente
que no llegáramos a ninguna solución sólida del problema del libre al
bedrío, pero parece que com o mínimo tiene sentido suponer que mies
tras elecciones conscientes sobre cóm o actuar podiian ser lanto causal-
mente eficaces como racionales sin estar enteram ente determinada
causalmente por acaecimientos físicos anteriores. No hay casos comple
tamente claros que nos hagan decir que las razones por las qu e actúa
un agente deben ser causas de sus acciones. En realidad h a y razones
para afirmar lo contrario, es decir, que nuestra familiar concepc ión de
nosotros mismos como sujetos de experiencias autónomos y racionales
requiere que no nos concibamos com o seres para quienes las creencias
y los deseos que constituyen su razón para actuar son los que causan
sus actos. Tal vez esa concepción de nosotros mismos pueda v er s e cues
tionada como algo que en último término es incoherente dada una con
cepción naturalista de los seres humanos y del mundo en que viven. \<.
estoy nada seguro de que ese cuestionamiento estuviera justificado, sino
que, por el contrario, estoy bastante convencido de que nuestra actual
concepción de nosotros mismos no es algo que podamos abandonar fá
cilmente. Más aún, tengo la fuerte sospecha de que la filosofía misma no
podría sobrevivir a tal abandono.
10
Identidad personal
y conocimiento de uno mismo
En el capítulo 1 describí la filosofía de la mente como el estudio fi
losófico de los seres dotados de mente en la medida en que están dota
dos de mente. El término general que introduje para referir a un ser que
tiene mente era el de sujeto de experiencias — interpretando aquí expe
riencias1 en un sentido amplio que incluyera cualquier clase de sensa
ción, percepción o pensamiento. Supongo que el término sujeto de ex
periencias1 es más amplio que el término persona’, es decir que, si bien
todas las personas son (al menos potencialmente) sujetos de experien
cias, no todos los sujetos de expenencias son personas. Ello se debe a
que pienso que al menos algunas criaturas no humanas, como los chim
pancés, son realmente sujetos de experiencias aunque puedan no ser
personas. Es perfectamente concebible que haya personas no humanas,
pero que existan en realidad es algo que puede cuestionarse. ¿Qué es
entonces lo que es característico de las personas por contraposición a
otros sujetos de experiencias? Sugiero que lo siguiente: una persona es
un yo, es decir, es un sujeto de experiencias que tiene la capacidad de
reconocerse a sí mismo como sujeto individual de experiencias. Un >o
posee conocimiento reflexivo. Por ‘conocimiento reflexivo entiendo. ía
blando laxamente, conocimiento de la propia identidad y estados men^
tales conscientes, es decir, conocimiento de quién es uno \ de o que
está pensando y sintiendo. Como veremos, existen algunas comp 1C‘IC1(^
nes a la hora de especificar esta noción de un modo comp ^ram<Tnt^ ^
tisfactorio, si es que al final esto puede lograrse. Pero ia an ° ‘ ' j
mente de nuevo— la posesión del tipo de conocimiento re l,
uno mismo que le hace a uno una persona se presenta )un °
sesión de un concepto de ‘primera persona de uno mis™ ^ entendién-
ja lingüísticamente en la capacidad de usar la pa a ra y
dola para referirse a uno mismo. suponiendo
Pero ¿a qué clase de cosa se rdK-r I- s()V VO? A| formular
que realmente se refiera a algo? ¿Que cías jas cuestiones que tra-
esta pregunta volvemos, claro esta, a algu <• filósofos han ofrecido
tamos en el capítulo 2. Vimos allí que IS ” ■encj0 algunos que yo’
respuestas muy diferentes a esta cuestión, s - __ Qtros que se refiere
se refiere a un determinado cuerpo — mi cuc (
229
Filosofía ele la mente
a algo completamente no físico, com o un alma o espíritu inmaterial. v
otros que se refiere a algo que es una combinación de cuerpo \ aini )
Otra respuesta que también es posible es que ‘yo 1 se refiere a una tola,
ción de pensamientos, sensaciones y sentimientos — ‘mis’ pensamientos,
sensaciones y sentimientos. Pero podría sorprendernos que los ! i1om)|os
estén tan radicalmente en desacuerdo acerca de a qué clase de cosa v
refiere ‘yo’ y estén, sin embargo, tan seguros de que se refiere a aluiK
Tal vez debiéramos cuestionar ese supuesto, o, aunque lo aceptemos, tal
vez debiéramos poner en cuestión el supuesto de que yo’ se refieie a
una cosa del mismo tipo siempre que se la usa para referirse a algo
Quizá una persona o un ‘yo’ no constituya un tipo de cosas cuyos ejem
plares estén todos sujetos a las mismas condiciones de identidad Tal
vez ser una persona o un yo sea desem peñar un cierto papel o reali/at
una función — un papel o una función que podría ser desempeñado o
realizado por cosas de muchos tipos distintos. Por ejemplo, podría sos
tenerse que ser una persona es un papel que ahora desempeña mi cuer
po y que ha desempeñado mi cuerpo durante la mayor parte de mi
existencia, pero que durante las primeras semanas o meses de mi exis
tencia no desempeñaba ese papel. Ello implicaría que, al menos en mi
caso, ‘yo’ se refiere a mi cuerpo, pero que hubo momentos de tiempo
en los que yo (es decir, mi cuerpo) existía pero no era (todavía) u na
persona. En el curso del presente capítulo examinaremos más detallada
mente estas y otras posibilidades.
Otro conjunto de temas que tendremos que explorar concierne al
conocimiento de nuestros propios estados mentales y de su contenido.
¿Cómo es que parece que tenemos un conocimiento incontestable de lo
que estamos pensando y sintiendo? ¿O es que nuestra creencia de que
tenemos tal conocimiento carece de hecho de fundamento? Si ello íueia
así, aún habríamos de explicar la frecuencia y tenacidad de esa creencia
Sin embargo, comencemos por el fenómeno de la autoreferencia. es de
cir, con el uso comprensivo de la palabra ‘yo ’.
LA PRIMERA PERSONA
230
Identidad
ua persona!
peisoncuy conocimiento dejnio misnjo
acompaña al uso comprensivo de Ja palabra ‘yo’. Hablo aquí deliberada
mente del uso comprensivo de la palabra ‘yo’ (del uso de la palabn yo'
entendiéndola), porque, por ejemplo, se podría decir que incluso’un or
denador que carece completamente de mente se ‘refiere a sí mismo'
cuando muestra en pantalla un mensaje como Estoy preparado * De
igual modo, es concebible que se pudiera enseñar a un loro a proferir
las palabras ‘Yo tengo hambre’ siempre que tenga hambre, en cuyo caso
podría decirse que utiliza el pronombre de primera persona para* referir
se a sí mismo, pero ello no implicaría que tuviera un concepto de pri
mera persona de sí mismo, como parece que se requiere para usar el
pronombre ‘yo’ con comprensión.
La dificultad a la que estoy aludiendo puede tal vez ponerse de ma
nifiesto al comparar el uso comprensivo de la palabra ‘yo’ para refenrse a
uno mismo con el uso comprensivo de otros términos singulares para re
ferirse a uno mismo. Por ejemplo, yo puedo utilizar mi nombre de perso
na, ‘J onathan Lowe’, para referirme a mí mismo. Igualmente, puedo utili
zar determinadas descripciones para referirme a mí mismo, como ‘el
autor de este libro’ o ia persona que está sentada en esta silla'. Sin em
bargo, un rasgo curioso de la palabra ‘yo' es que parece que está garan
tizado que se refiera a una persona totalmente específica en cualquier
ocasión de uso y de tal modo que la persona que la usa no puede equi
vocarse sobre a qué persona se refiere — a saber, a ella misma—. Ese ras
go no acompaña a los otros modos de referirnos a nosotros mismos. Yo
puedo olvidarme de que soy Jonathan Lowe o llegar a dudar de que yo
sea el autor de este libro, pero no puedo dudar de que yo soy yo. Se po
dría desechar esto calificándolo de trivial, como al hecho de que no pue
do dudar de que Jonathan Lowe es Jonathan Lowe. Pero esta sería una
respuesta demasiado precipitada y superficial. Puede ponerse de mani
fiesto que no es un asunto trivial al considerar el siguiente tipo de ejem
plo. Supongamos que, tras entrar en una casa ajena y al caminar por un
pasillo, veo una figura humana que se me está acercando y me formo e
siguiente juicio: ‘Esa persona tiene una apariencia sospechosa. Me o)
entoces cuenta, de repente, que la persona en cuestión soy yo mismo, ie
flejado en un espejo que hay al final del pasillo. Aunque, en un cierto
sentido, yo sabía a quién me estaba refiriendo al utilizar la ^xPresion ^
mostrativa ‘esa persona’ — a saber, a la persona que parecía es ai‘ a
candóse— , está claro que existe otro sentido en e aia . ^ / L í niismo
quién me estaba refiriendo, puesto que me estaba re ínen < ism(y aj
sin saberlo. Por tanto, es claro que, al modo en
modo que comporta este ejemplo, no me reJ
ra que en este último caso i
que lo hago cuando utilizo la palabra yo, y- ^ - refiriendo,
existe una posibilidad similar de no saber a quien me
231 i
Filosofía de la mente
Este rasgo del uso de la palabra yo se en cu cn tu estechamente
asociado al hecho de que determ inados juicios de primera persona
muestran lo que se denomina a veces ‘inmunidad al error debido ¿,
identificación equivocada.“ Es peifectamente posible hacei un juicio de
primera persona erróneo, de la forma ‘Yo soy F , de la misma manera
que es posible hacer un juicio erróneo de tercera persona, de la forma
‘5 es F . Sin embargo, mientras que ‘5 es F puede ser erróneo de dos
modos diferentes, parece que determinados juicios de la forma Yo soy
F sólo pueden ser erróneos de una sola m anera. Comparemos, poi
ejemplo, los dos juicios ‘Juan está irritado’ y ‘Yo estoy irritado'. Al ham
el primero de estos juicios puedo estar equivocado acerca de qué es lo
que Juan siente o acerca de quién está irritado. Por un lado, tal vez Juan
esté celoso en vez de irritado. Por el otro, quizá no sea Juan quien esta
irritado, sino alguna otra persona a la que he confundido con Juan. Pero
consideremos ahora el segundo juicio, ‘Yo estoy irritado’. Aquí también
es posible que esté equivocado sobre q u é es lo que yo siento; puede ser
que crea que estoy irritado cuando en realidad lo que yo siento son ce
los. Pero lo que no parece tener ningún sentido es que pueda confundir
la irritación de ninguna otra persona con la mía. No obstante, no todos
los juicios de primera persona tienen esta propiedad de inmunidad al
error debido a una identificación equivocada; según parece, los únicos
que la tienen son los que comportan la atribución a uno mismo de un
estado psicológico consciente. Consideremos, por ejemplo, el juicio ‘Es
toy tocando la mesa con la mano’, realizado sobre la base de lo que
puedo ver y sentir. Aunque sea improbable, es concebible que de hecho
no sea mi mano la que está tocando la mesa, sino la de la persona que
se sienta a mí lado, que es muy parecida a la mía, y que lo que real
mente siento es que mi mano toca otro objeto cercano. En ese caso, es
toy equivocado acerca de quién está tocando la mesa, de un modo en
que no podría estar equivocado acerca de qu ién está irritado cuando ha
go el juicio ‘(Yo) estoy irritado’.
Algunos filósofos parecen pensar que, cuando la palabra yo’ se uti
liza como al hacer el juicio ‘(Yo) estoy irritado’, no puede realmente estar
funcionando como una expresión referencial, precisam ente debido ci que
en tales casos la referencia errónea está, según parece, excluida.-’ Esos ti-
232
--------------------------------------------- hleiiluUuJ^personal t' conocumenlo de_,n,o
lósofos abrazan Ia idea de que un genuino acto de referir a algo sólo
puede darse si existe la posibilidad de error o de fallo; al modo como
podría expresarse, donde no hay posibilidad de fallo, tampoco hav posi
bilidad de éxito. Consideran por ello que la palabra 'yo' en tales contex
tos no tiene más función referencial de la que tendría el presunto sujeto
elidido de un enunciado impersonal como ‘Llueve’. ¿Cuál sería, pues la
función de la palabra 'yo' en tales contextos, según esos filósofos? No es
tá muy claro cóm o contestarían a esta pregunta, pero la tendencia sería
afirmar que oraciones como ‘(Yo) estoy irritado' se usan, en realidad, no
para expresar juicios que pudieran ser verdaderos o falsos, sino para'ex-
presar sensaciones internas. De acuerdo con esta concepción, decir ( Yo)
estoy irritado es expresar las propias sensaciones y no expresar un juicio
acerca de lo que se siente. Tal ‘expresión’ se considera como una expre
sión verbal de la emoción, comparable con ‘expresiones’ de emoción no
verbales com o puedan serlo las miradas y los gestos de irritación. *
No obstante, según creo, la mayoría de los filósofos no quedarían
persuadidos por esta doctrina, y no sería la menor de las razones el que
no se subscribirían al principio de que todo acto genuino de referencia
debe dejar un espacio para la posibilidad de error. Además, considera
rían que es intrínsicamente implausible suponer que la misma palabra
‘yo’ pueda tener dos funciones radicalmente distintas, toda vez que pa
rece difícilmente discutible que la palabra ‘yo’ tenga una función refe
rencial en muchos contextos de su uso ¿Cómo explicarían entonces es
tos filósofos que la palabra ‘yo* no pueda, según parece, ser capaz de
referencia? Algunos de ellos lo atribuirían simplemente a que se trata de
una expresión por así decir reflexiva del ejemplar, semejante a expresio
nes com o ‘aquí’ y ‘ahora’. De igual manera que toda manifestación de la
palabra ‘aquí’ se refiere normalmente al lugar en el que se realiza la ma
nifestación y que toda manifestación de la palabra ‘ahora se refiere al
momento de tiempo en que se profiere esa palabra, según esa explica
ción una manifestación de la palabra ‘yo’ se refiere a la persona que a
está profiriendo. En consecuencia, la regla semántica que go íerna e
uso de la palabra ‘yo’ impide la posibilidad de que alguien uti ice erro
neamente la palabra yo’ para referirse a ninguna otra cosa que no sea e
mismo,'’ Sin embargo, aunque sea importante reconocer e carac er
i
5 Para más información sobre l a rcfl^ x ' ^ ‘C p ^e c d iim s o f tbe Aristotelian SoctetyS9
‘yo’ y 'ahora', véase D. H. Melior. I and N • , (Cambridge Cambridge Lm-
(1989), pp. 79-94., reimpreso en su Mattersof¿ t p- } dc paIJc, vbuigrau (ed),
versity Piess, 1991). Véanse también los articu os e • Campbell. Past, Space,
D em o n stra res (Oxford. Oxford U n i v e ^
rmrf ¿¿^(Cambridge, Mass. MIT Press, 1)9 . P
233
Filosofía de ia mente______.----------------------------- ------------------
xivo del ejemplar de la palabra ‘y o \ no parece que aduciendo sólo esto
puedan explicarse todos los rasgos distintivos de la referencia de pnme-
ra persona que hemos venido examinando. Ello se debe a que no se
puede captar lo que de especial tiene el uso comprensivo de la palabra
‘yo’ para referirse a sí mismo citando meramente la regla semántica de
que cualquier manifestación de la palabra ‘yo’ se refiere de manera es
tándar a la persona que la profiere, puesto que esta regla no impone
condición alguna acerca de que la persona — o la cosa— que profiera la
palabra ‘yo’ debería tener una concepción de primera persona de sí mis
mo como un sujeto de experiencias autoconsciente, mientras que el uso
comprensivo de la palabra ‘yo’ para referirse a uno mismo sí que requie
re esto.
Tengo que confesar que no conozco ningún modo satisfactorio de
proporcionar un análisis que no sea circular del concepto de auto-refe
rencia propio del uso comprensivo de la palabra ‘y o ’. La capacidad para
pensar en uno mismo como uno mismo y de atribuirse a uno mismo
concibiéndose uno de este modo, diversos pensamientos y sensaciones
conscientes, parece ser una capacidad primitiva e irreducible, en el sen
tido de que no se puede tomar com o modelo de esta capacidad ninguna
otra capacidad más general de pensar en objectos particulares y atribuir
les propiedades. En alguna fase del desarrollo intelectual del niño, éste
adquiere esta capacidad, pero el modo en que la adquiere seguirá sien
do un tanto misterioso en la medida en que no tengamos ningún modo
de caracterizar la capacidad en cuestión excepto en sus propios térmi
nos.6
,i . .a Par? , Un1a discusión del concepto y del desarrollo de la consciencia de uno mismo
a T * UP Per^Peclivas’ 13010 filosóficas com o psicológicas, véase José Luis licr,1|u
P r ^ < 7 i o 7 7 í ! arCC Y Na° mi Ei,an (eds )' Tbe Body a n d the S e l/(Cambridge, Mass.. MI
rrw T x, SC también ) ° sé Luis Bermúdez, The P a ra d o x of Self-Consctousncy
(Cambridge, Mass - MIT Press, 1998).
234
__----------------------------------------- titio mismo
las mismas condiciones de identidad, lo cual nos posibilita contarlos y se
guirles la pista a través del tiempo. Si se me pregunta cuántos robles hay
en un determinado bosque en un cierto momento de tiempo sé al me
nos en principio, cóm o descubrir la respuesta a esta cuestión, porque sé
qué es lo que hace que un roble sea numéricamente distinto de otro en
un cierto momento de tiempo, a saber, el hecho de que ocupa una re
gión propia y separada en el espacio, adecuado para acomodar exacta
mente a un roble. De igual modo, si se me pregunta si el roble que se
encuentra ahora en una determinada parte del bosque es el mismo roble
que el que se encontraba allí hace cuarenta años, conozco, cuando me
nos en principio, el modo de descubrir la respuesta, porque entiendo las
condiciones d e peisistencia de los robles, es decir, entiendo cuáles son
los tipos de cambios que puede experimentar un roble y cuáles no para
sobrevivir a través del tiempo. Por ejemplo, sé que los robles pueden so
brevivir un transplante y por tanto sé que sería precipitado suponer que
este roble es idéntico a aquél con el me encontré un día sólo porque tie
ne el tipo de edad adecuado y porque se encuentra en el mismo lugar.
La pregunta que debo hacer ahora es la de si los sujetos de expe
riencia, y más específicamente las personas, constituyen un tipo genuino
de cosas, cuyos especímenes en su totalidad comparten las mismas con
diciones de identidad que nos posibilitan contar personas y seguirles la
pista a través del tiempo. A primera vista la respuesta a esta pregunta es
claramente ‘Sí’. Nos parece suponer que contar personas como mínimo
no es tan fácil com o contar robles y que las personas tienen condiciones
de persistencia que determinan qué tipos de cambios pueden experi
mentar y cuáles no para pervivir a través del tiempo Tal vez suceda que
no tengamos completamente claro qué decir respecto a determinados
casos fronterizos, pero lo mismo sucede con los robles a los cuales se
considera, a pesar de ello, como un tipo genuino y natural de cosas.
¿Cuáles son, pues, los principios que rigen el modo en que conta
mos las personas y les seguimos la pista a través del tiempo' Lo que
aquí buscamos es lo que muchos filósofos llamarían un a i teño t i en
tidadpersonal’7 La forma general que toma un criterio de i enti a pa *■
los cosas de un determinado tipo T es la siguiente.
235 i
Filosofía de la mente
cerniente el uno a la identidad de las personas en el mismo momento de
tiempo (identidad Sincrónica) y conceinientc el otro a su identidad a
través del tiempo (identidad ‘diacrónica’)— , el segundo de los cuales se
considera como el más difícil. Está claro que existen muchas respuestas
triviales y nada informativas a la pregunta que se acaba de hacer. Sería
verdadero, aunque trivial, decir que, para ser idénticas la una a la otra, p
y P-, deben relacionarse por su identidad, Lo que buscamos es una res
puesta que no sea trivial y que sea informativa a la pregunta en cuestión
Más generalmente, la relación Rt que se menciona en un criterio de iden
tidad de la forma (Ct) debe no ser la propia relación de identidad ni una
relación que pueda solamente enunciarse en términos que comporten o
presupongan la identidad de las cosas del tipo T.
Algunos filósofos han mantenido que las personas tienen un crite
rio corporal de identidad. Por ejemplo, ciertos de ellos han sostenido
que una persona Px y la persona P2 son idénticas, bien sea en el mismo
momento de tiempo o a través del tiempo, si y sólo si Px y P\ tienen el
mismo cuerpo. En contra de esto podem os señalar que las personas
pueden sobrevivir a la pérdida de muchas de las partes de su cuerpo
Sin embargo, esta no es una consideración decisiva, puesto que es igual
mente plausible decir que el cuetpo de una persona puede sobrevivir a
la pérdida de muchas de sus partes. Una objeción más convincente, si
es que puede ser justificada, sería que personas distintas pueden com
partir el mismo cuerpo — como se dice algunas veces que ocurre en los
casos del denominado síndrome de personalidad múltiple— o que una
persona puede intercambiar su cuerpo con otra.H Esta última posibilidad
la sugiere el procedimiento, al parecer factible pero hasta ahora no reali
zado, de trasplante total del cerebro, en el cual el cerebro de una perso
na se trasplanta al cráneo de otra y a la inversa. A la vista de esta posibi
lidad, algunos filósofos se inclinan a juzgar que es el tener el mismo
cerebro, en lugar del mismo cuerpo, lo que contribuye a la identidad
personal. Sin embargo, tal posición parece inestable, por la razón que si
gue (aunque dejemos de lado cualquier problema que puedan plantear
los casos de síndrome de personalidad múltiple, en los que el mismo
cerebro parece ser compartido por dos personas distintas). Está claro
que la razón por la que nos inclinamos a juzgar que una operación de
doble trasplante de cerebro constituiría el intercambio de cuetpos entre
dos personas en lugar del intercambio de sus cerebros es que supone
mos que todos los aspectos vitalmente importantes de la personalidad
humana se basan en rasgos del cerebro; en particular, suponemos que
los recuerdos y el temperamento de una persona se basan en rasgos de
su cerebro. Pero esto sugiere que lo que realm ente pensamos que deter
mina la identidad de una persona son estos aspectos de la personalidad
236
Identidad personal y conocimiento de uno mismo
humana y, en consecuencia, que se estimaría como posible, al menos en
principio, que una persona adquiriera un nuevo cerebro, supuesto que
el nuevo cerebro sirviera para basar en él todos los aspectos vitales de
la personalidad humana que se basaban en el viejo.9
A través de un par de pasos plausibles nos hemos visto llevados
desde un criterio corporal de identidad personal, por la vía de un criterio
cerebral, hasta un criterio psicológico de identidad personal. Según las
versiones simples de este último tipo de criterio, una persona P y una
persona P2 son idénticas, bien sea en un momento determinado de tiem
po o a través del tiempo si y sólo si y P, comparten determinados as
pectos presuntamente vitales de la personalidad humana. Pero ¿cuáles
son estos presuntos aspectos vitales de la personalidad humana? ¿Existe,
de hecho, algún aspecto de la propia personalidad que no pueda cam
biar con el tiempo? Parece difícil suponerlo. Las personas pueden expen-
mentar cambios radicales de temperamento después de sufrir un daño en
el cerebro y pueden también padecer formas extremas de amnesia o de
pérdida de memoria. No obstante, aunque podamos estar de acuerdo en
que la personalidad de alguien pueda verse alterada completamente en
un período extenso de tiempo, es menos evidente que alguien pudiera
sobrevivir a un cambio repentino y radical de su personalidad que com
portara tanto un cambio completo de temperamento como un intercam
bio global de recuerdos ‘viejos’ por ‘nuevos’. Esto parecería constituir
más un caso de substitución de una persona por otra que un caso cn el
que la misma persona sobrevive a un cambio. De modo que quizá un
criterio psicológico aceptable de identidad personal debería permitir que
una persona experimentara cambios importantes de personalidad con el
tiempo, pero sólo si esos cambios aivieran lugar poco a poco, de una
manera gradual. Por ejemplo, según este enfoque, una persona que exr-
ta en un cierto momento de tiempo podría no conservar ninguno de los
recuerdos que poseía esa persona en un momento de tiempo muy <mte
nor, supuesto que, en el segundo de cada dos momentos ínterme ios
que estuvieran separados por un corto intewalo, conservara muc ios e
los recuerdos que poseía en el primero de esos dos momentos.
Sin embargo, incluso esta versión más plausible ce cnteno
lógico de identidad personal está sujeta a una objeción a . ‘n _
tadora, ya que si suponemos que los aspectos de la persona j
na q ue son releg an tes para la identidad
temperamento y la memoria, se basan en rasgos e c ' ¿
i
Self-Knowledge tu a nidd Self-Identity ílihaca,
í Ithaca, NV ^ , pbilosopbical Review 79 (¡9-0).
(1970).
in a n t » , .. o ------- a w /.iin n K ’Tlií-* Self and the Futí
«mentes, y Bernard Williams. ‘The Self anc j- ^mbri'dce- Cambridge iTmv^rsitv
o • University Press,
Pre».
PP lüt-ttu, reimpreso en su Problems ^of the Sdj
pp 161-80, ' ( »
1973).
l9 7 3 )- . 1, , A- contmuidad de la memoria, véase ' .... Derek
10 Para mayores detalles sobre esta i e. 198-0 pp- 204 y siguientes.
,s
Parfit, R e ^ o n s a n d P eno, (Oxford.- C iaren d on Press, U» PP
237
Filosofía de la mente______________________________ ___ _
cluiría la posibilidad de que hubiera dos cerebros distintos cn la que los
mismos aspectos de la personalidad humana se basaran simultáneamen
te? Supongamos, por ejemplo, que los mismos aspectos de la personali
dad humana — el mismo temperamento y los mismos recuerdos— estu
vieran completamente basados en cada uno de los dos hemistenos de
un único cerebro, pero que fueran entonces separados y trasplantados A
los cráneos de dos cuerpos humanos distintos, a cada uno de los c uales
se le hubiera extraído previamente el cereb ro.11 Entonces, según parece,
nos veríamos confrontados con dos personas diferentes, cada una de
ellas con sólo la mitad de un cerebro, que compartirían el mismo tem
peramento y los mismos recuerdos. Pero esto parece ser incompatible*
con el criterio psicológico de identidad personal que se ha sugerido, el
cual implica que las personas que comparten el mismo temperamento y
los mismos recuerdos son idénticas. Con lo que aquí nos las habernos es
al parecer con un caso de fisión personal, es decir, la división de una
persona, , en dos personas distintas, P¿ y Pv Las leyes lógicas de la
identidad nos impiden decir que P, y P3 son am bas idénticas a Pv dado
que no son idénticas una con otra, y sin embargo tanto P2 como Ps se
relacionan psicológicamente con Px de una manera que el criterio psico
lógico de identidad personal propuesto estima que es suficiente para la
identidad. Al parecer, pues, el criterio debe estar equivocado.
Una respuesta plausible a esta objeción consiste en revisar el crite
rio psicológico de identidad personal propuesto de tal manera que una
persona que exista en un momento de tiempo posterior se considere
idéntica a una que exista en un momento anterior sólo si no se ha dado
un proceso de fisión, es decir, sólo si la persona existente en el momen
to posterior es la única persona que existe en ese momento de tiempo
que se relaciona al modo psicológicamente pertinente con la persona
que existía en el momento anterior. Sin embargo, si se adopta esta línea
de respuesta, parece tener la consecuencia de que las cuestiones de
identidad personal son mucho menos importantes, tanto moralmente co
mo emocionalmente, de lo que intuitivamente pensamos que son,1- toda
vez que, de acuerdo con esta concepción, el que yo exista o no exista
mañana puede depender de la respuesta a la cuestión aparentemente
sin importancia de si algún otro muy parecido a mi existirá mañana.
estoy destinado a experimentar una fisión dejaré de existir, pero algún
238
. ____________________________ r^"t'dadpersonah^onocim iento de uno mismo
otro existirá mañana que se reJacionará comulgo de manera psicológica
mente exacta, del mismo modo en que yo me relaciono con mi yo de
ayer. En realidad, mañana existirán dos personas tales Sin embargo si lo
que a mí me importa, cuando considero las perspectivas de mi supervi
vencia, es simplemente que mañana exista alguien que se relacione con-
migo psicológicamente en el mismo modo en que yo me relaciono con
mi yo de ayer, ¿por qué debería preocuparme el que exista mañana m ás
de una persona tal? Pero si esto no debiera preocuparme, se sigue, de
acuerdo con la concepción de la identidad personal que ahora "se está
proponiendo, que no debería necesariamente preocuparme el que no
exista nadie mañana que sea idéntico a mí. En realidad, tal vez yo no
debiera pensar en mi ‘supervivencia’ en términos de identidad —es de
cir, en términos de que exista en el futuro alguien que sea idéntico a
mí sino más bien en términos de que haya al menos una (pero posi
blemente más de una) persona que exista en el futuro que se relacione
conmigo psicológicamente del mismo modo en que yo me relaciono
con mi yo en el pasado. Según este modo de entender el término su
pervivencia’, sí experimentase un proceso de fisión sobreviviría* dos ve
ces, aunque nadie que existiera después de 1a fisión sería idéntico a mí.
El resultado de nuestra discusión hasta el momento es que no he
mos encontrado un criterio de identidad personal, corporal o psicológico.
que sea totalmente satisfactorio en el sentido de que sus veredictos no
entren en conflicto con nuestras creencias intuitivas concernientes a la
naturaleza de la identidad personal y su significación moral y emocional.
Algunos filósofos se inclinan por extraer la conclusión de que nuestras
creencias intuitivas concernientes a la identidad personal son confusas o
contradictorias, sugiriendo incluso que el concepto mismo de persona
es de algún modo confuso. Una sugerencia alternativa es que algunos de
los casos imaginarios que parecen crear dificultades para algunos de los
criterios de identidad propuestos están ellos mismos mal con coi'os >
no representan posibilidades genuinas, *Pero una posible ----- tercera linea
de respuesta, que no deberíamos desechar demasiado a la ligera, consK
te en aventurar la sospecha (sin por ello pretender en mo o J "
pugnar el concepto de . persona)
- de
*-------
que de hecho — n -yo hay u/ugun ^ criterio
. . ,
de identidad personal que no sea trivial y que sea in onna \\o. ‘
entidad personal
identidad personal sea
sea algo
algo básico
básico que
que no no ^puede exp icarse cr^nnesns
más * fundamentales.
^ ^ . - aquí
No intentaré __ r decidir .intrp
entre H cf.'is tres
estas te ] P
aunque mis propias simpatías reciten en Ja última.
239
Filosofía deja mente
LA MEMORIA PERSONAL
240
Identidad personal r conocimiento de uno mismo
un acto de recuerdo visual se recuerda la apariencia visual te algo mien
tras que en un acto de recuerdo auditivo se recuerda cómo sonaba teo .
Aquí puede plantearse la siguiente pregunta: dado el parecido en
tre las experiencia de recuerdos personales y las experiencia involucn-
das en los actos de imaginación, ¿cómo distinguimos entre las dos cuan
do n osotros m ism os estam os teniendo esas experiencias? .Cómo
diferenciamos si estamos recordando algo o solamente imaginándolo? La
pregunta sería sensata si supusiéramos que recordar o imaginar no son
nada más que simplemente tener algún tipo de experiencia pero, por
supuesto, son mucho más que eso, Recordar e imaginar son actos men
tales, cosas que hacem os, muy a menudo, de manera totalmente inten
cionada. En consecuencia, si se me pide que trate de recordar haber ido
a la playa el pasado verano, esto es algo que resultará que puedo hacer
fácilmente, por el simple hecho de querer hacerlo. Similarmente me en
cuentro con que puedo im aginar haber ido a la playa. Pero si se me
pregunta entonces cóm o sé que lo que estoy haciendo es en el primer
caso reco rda r; en lugar de imaginar\ haber ido a la playa el pasado ve
rano, no estoy nada seguro de qué sentido puedo darle a esa pregunta.
El hecho de que las experiencias concomitantes puedan ser muy simila
res es al parecer irrelevante, puesto que yo no juzgo si estoy recordando
o imaginando sobre la base del tipo de experiencia que tengo. Más bien
sé si estoy recordando o imaginando porque estas son cosas que puedo
hacer intencionadamente, y no se puede hacer algo intencionadamente
a menos que se sepa que se está haciendo. La pregunta que realmente
deberíamos hacer es, posiblemente, no cómo sé si estoy recordando o
meramente imaginando haber ido a la playa el pasado verano, sino có
mo sé que realmente f u i a la playa el pasado verano, dado que recuer
do’ haber ido.
Nos podríamos ver tentados a responder a esta pregunta diciendo
que, si recordamos haber ido a la playa el pasado verano, tenemos que
haber ido, porque no se puede ‘recordar haber hecho algo que no s<^
hava hecho, imial aue no se puede ‘saber’ algo que no sea e caso o \er
241
Filosofjadeja mente_
Dado que erróneamente nos puede parecer haber hecho algo que
de hecho no hicimos, se plantea entonces la pregunta de sí nos puede
parecer recordar haber hecho algo que de hecho hizo algún otro Real
mente esto es así. Pero, ¿podría ocurrir que nos pareciera recordar haber
hecho algo y que estuviéramos recordando haberlo hecho, si no fuera
por el hecho de que fue algún otro el que lo hizo? Si la fisión personal
del tipo que contemplábamos antes fuera posible, la respuesta a esta
pregunta parece ser ‘Sí’, ya que en tal caso a las dos personas, P, y P ,.
en las que la persona original, Pv se divide, les parece recordar haber
hecho lo que Px hizo y todo lo que nos impide decir que tanto P, c o m o
p ' recuerdan haber hecho lo que P, hizo es que ninguna de ellas lo hi
zo de hecho, ya que fue Px quien lo hizo y ninguna de ellas es idéntica
a Py Algunos filósofos introducen el término ‘cuasi-recuerdo’ para des
cribir lo que ocurre en tales casos.16 El concepto de cuasi-recuerdo se
supone que es más amplio que el de recuerdo personal tal como a éste
se lo concibe comúnmente. Sólo podemos tener un recuerdo personal
verídico de lo que de hecho hicimos nosotros, pero uno puede tener un
a/asj-recuerdo verídico de haber hecho algo que de hecho hizo alguna
otra persona, supuesto que uno esté relacionado con esa persona de la
misma manera en que uno esta relacionado usualmente con el propio
yo anterior, como supuestamente sucede en el caso de la fisión perso
nal. Sin embargo, no todos los filósofos están satisfechos con la noción
de cuasi-recuerdo, pues algunos de ellos sospechan que es incoherente.
Si la fisión personal fuera posible, entonces sería posible teóricamente
que — sin que yo lo sepa— yo mismo fuera un producto de tal fisión,
en cuyo caso muchos de mis ‘recuerdos’ personales serían realmente só
lo cuasi-recuerdos. Pero es tentador afirmar que la memoria personal
muestra una forma de ‘inmunidad al error debido a identificación equi
vocada’, en el sentido de que si a mí me parece recordar haber hecho
algo, no puede suceder que esté equivocado sólo por el hecho de que
no fui yo quien hizo eso.17 Si ello es así, entonces parecería seguirse
que, después de todo, la fisión personal es una imposibilidad. No inten
taré, sin embargo, resolver aquí esta difícil cuestión.
Una razón por la cual algunos filósofos defienden la noción de
cuasi-memoria es la de evitar la acusación de circularidad que se hace a
veces contra cualquier criterio psicológico de identidad personal que
apele a la memoria personal. Cualquier criterio de identidad personal
que sostenga que una persona, existente en un momento de tiempo
dado, sea idéntica a una persona, Pv existente en un momento anterior,
242
_______________________________________________________ uno mismo
sólo si P2 recuerda haber hecho algunas de las cosas que P hizo pare
ce comportar circularidad, porque una condición necesaria de que P
recuerde haber hecho algo es que P7 debe realmente haber hecho eso’
Por tanto, no se puede establecer que P7 realmente recuerda haber he
cho algo que hizo Pv a menos que se "haya establecido que P, es en
realidad idéntica a P], la cual cosa es lo que se suponía que el "criterio
nos posibilitaba determinar. (Recuérdese mi observación anterior de que
la relación R( que se menciona en un criterio de identidad de la forma
de (CA) no debe ser la propia relación de identidad, ni ninguna relación
que pueda enunciarse solamente en términos que comporten o presu
pongan la identidad de las cosas del tipo T\ es esta segunda restricción
la que parece que se viola en el caso que estamos discutiendo.) La acu
sación de circularidad puede evitarse substituyendo en tal cnterio la re
ferencia al recuerdo por la referencia al cuasi-recuerdo. Pero si resultase
que el concepto de cuasi-recuerdo es incoherente, ello parecería tener la
consecuencia de que no disponemos de ningún criterio psicológico de
identidad personal que no sea circular, dado que el concepto de recuer
do personal debería entonces figurar centralmente en cualquier criterio
de esa naturaleza.
MEMORIA Y CAUSALIDAD
243
Filosofía de la mente_____ _________________________ ________
capítulo 9). Sabemos que ese problema es en general un problema difí
cil, de modo que lo que cabe esperar es que resulte ser también dilK,|
en el caso particular del recuerdo. No intentaré resolverlo aquí. Pero es
obvio que el tipo de conexión causal que. com poita el recueido es urui
conexión ‘interna’ a la persona que tiene el recuerdo. Es esto |(, ()lk.
sustenta a diversas teorías de la memoria que recurren a la noción de
huella de la memoria, concebida com o un estado físico del cerebro que
ha dejado un episodio original de experiencia sensorial y que es capa/
de inducir la subsiguiente experiencia de recuerdo de ese episodio o r i
ginal. Pero es preciso decir que algunos filósofos son contrarios a esia
noción y en general a las teorías causales del recuerdo, por razones si
milares a las que motivan su hostilidad a las teorías causales de la peí
cepción.10 En particular consideran que tales teorías fomentan el esc epti
cismo acerca de la memoria y por tanto acerca de nuestro conocimiento
del pasado. Del mismo modo en que tales filósofos propondrían una
teoría ‘disyuntiva’ de la percepción (véase el capítulo ó) que presentase
a la percepción verídica como ‘directa’, podrían defender la idea de que
el recuerdo verídico constituye un conocimiento ‘directo’ del pasado Sin
embargo, sus oponentes tenderán a considerar esa idea como oscura y
difícilmente compatible con una concepción naturalista de los seres hu
manos y de sus capacidades psicológicas. De nuevo, esta no es una dis
puta que se vaya a tratar de resolver aquí.
EL ANIMALISMO
Pam una panorámica sobre los ataques a la noción de huella de la memoria, véase
John Sutton, Philosophy a n d Memon> Traces: Descartes to Connectionism (Cambritlp-
Cambridge University Press, 1998), capítulo 16. Véase también Norman Malcolm. A Ddl'
nition of Factual Memory’ en su Knoivledge a n d Certainty: &says a n d L ectu ros M r**-
N i . Corneli University Press, 1963),
Posiblemente, la defensa del animalismo más plenamente d e s a rro lla d a hasta la h
CAa /SCa /Mde EnC T’ ° lson’ v6ase su The H um an Anim al: Personal Identity Witbout Ps)
chology (Nueva York. Oxford University Press, 1997).
244
_____—------------------------------------ ^ ^ l^ ^ A .^ ^ lü h 'c o m c ip u e iijo de uno mismo
(un zigoto) y que continúan existiendo hasta su muerte biológica Du
rante parte de ese tiempo, diversos tipos de actividad de nuestro cere
bro y nuestro sistema nervioso sustentan el tipo de consciencia — mclu
yendo el consciente percatarse de uno mismo— que posibilita que se
nos describa com o ‘personas'. Pero existimos antes de ser personas v
puede ser también que existamos durante algún tiempo después de de
jar de ser personas. Por ello no somos esencialmente personas, puesto
que una propiedad esencial es una propiedad sin la cual el que la tiene
no podría existir. Nuestras condiciones de identidad son. por lo tanto,
simplemente las de un organismo humano. Pero si hubiera cosas de otro
tipo — tal vez robots adecuadamente programados— que pudieran ser
personas, podrían tener condiciones de identidad totalmente diferentes
de las nuestras. Por consiguiente, según esta concepción es sencillamen
te un error buscar un criterio de identidad que se aplique a todas las co
sas que podrían ser personas y sólo a ellas, y es tentador atribuir a este
presunto error los problemas que encontramos anteriormente al preten
der establecer tal criterio.
Una ventaja del animalismo es, según parece, la siguiente. Si supo
nemos que no somos idénticos a nuestro cuerpo, ni a ninguna parte del
mismo, com o el cerebro, pero que aun así somos cosas físicas que se
extienden en el espacio y que tienen propiedades físicas como el peso y
la solidez, entonces parece que hemos de coincidir con algo distinto de
nosotros mismos. Por ejemplo, si mi peso y mi forma son los mismos
que los de mi cuerpo, entonces yo debo coincidir con mi cuerpo, que
estamos suponiendo que es distinto a mí. Pero, ¿cómo pueden dos cosas
distintas coincidir exactamente, es decir, ocupar exactamente la misma
región del espacio en el mismo momento temporal? Además, si tanto yo
como mi cuerpo tenemos un determinado peso y sin embargo somos
dos cosas distintas, ¿cómo es que nuestro peso combinado no es el do
ble del de mi cuerpo? Ninguna de estas evidentes dificultades se plantea
con el animalismo, dado que sostiene que yo soy realmente idéntico a
mi cuerpo.
No obstante, estas presuntas dificultades pudieran no ser un gra
ves como sostiene el animalista, pues, como ya indiqué en e capí o ,
el adversario del animalismo podría apoyarse en la ana L , , .
estatua y el trozo de bronce del cual ésta está compuesta^ Tamb|enD
estatua y el trozo de bronce parecen ser dos cosas ^ is in - cijferen_
den exactamente, siendo su distinción una con5c"cu^n 1‘ eslíltua puede
cias entre sus respectivas condiciones ¡ ’trozo j e bronce, y
sobrevivir a cambios a los que no puede so r d j estatua y el
a 1« inversa, , I, razón por la que el
trozo de bronce es solo el del trozo cíe de ¡a que está com-
enteramente el peso que pueda tener . ‘ ‘ objetos distintos—es
puesta. Aunque la estatua y el trozo ce r . como s¡ hieran objetos
decir, no sean idénticos uno a otro , n rlístintos de bronce. Por ello,
separados, como podrían serlo dos trozos distintos j
245 i
Filosofía de la mente___________________________________
una concepción posible de la relación entre nosotros y nuestro uieip<,
que compite con el animalismo es la de que estam os comj)iicstn.\ o
constituidos por nuestro cuerpo. Como dejé claro en el capítulo 2. esu-
no es mi punto de vista, pero aquí todo lo que quiero sostener es que el
animalismo merece menos crédito del que algunos de sus partidarios
imaginan que tiene, sólo porque evita las presuntas dificultades que lie
mos venido comentando, ya que estas presuntas dificultades han sido,
según creo, exageradas por los partidarios del animalismo.
Otra presunta dificultad que el animalismo parece evitar es la s,
guíente. Está claro que somos los sujetos de determinados estados men
tales, es decir, que tenemos determinados pensamientos, determinadas
sensaciones y determinados sentimientos. Pero, según sostiene el anima
lista, es igualmente verdad que el organismo humano que es nuestio
cuerpo tiene determinados pensamientos, sensaciones y sentimientos
en virtud de la actividad de su cerebro y su sistema nervioso. Sin embaí
go, si no somos idénticos a nuestro cuerpo, entonces parece que hay
dos cosas distintas que tienen exactam ente los mismos pensamientos
sensaciones y sentimientos en el mismo momento temporal, a saber, oí
da uno de nosotros y su cuerpo. Pero esto parece absurdo, y este absur
do parece que se evita al mantener, com o hace el animalista, que cada
uno de nosotros es (idéntico a) su cuerpo.
Sin embargo, un adversario del animalismo podría cuestionar la
afirmación del animalista de que el organismo humano que es nuestro
cuerpo tenga pensamientos y sensaciones. Dista mucho de ser una ver
dad evidente que tanto mí cuerpo com o un todo com o una cualquieia
de sus partes — como mi cerebro— tengan literalmente pensamientos y
sensaciones. Ciertamente parece que es verdad que no podríamos lena
pensamientos y sensaciones si no tuviéramos un cerebro que funcionase
de determinada manera. Pero es igualmente verdad que no podríamos
correr de no tener unas piernas que funcionan de una determinada ma
nera, y sin embargo, este último hecho no implica que nuestras piernas
corran, por lo que ¿cuál es la razón por la que debería pensarse que el
hecho anterior implica que nuestro cerebro tenga pensamientos y sensa
ciones? Tenemos que distinguir entre un sujeto de pensamientos y sen
saciones algo que piensa y siente— y algo — com o un cerebro eu\a
actividad hace posible y sustenta los pensamientos y las sensaciones de
un sujeto.
Ahora bien, el animalista podría conceder que no es nuestro cele
bro el que tiene pensamientos y sensaciones, porque lo que él quiem
decir es que somos nosotros los que tenemos pensamientos y sensacio
nes y que cada uno de nosotros es idéntico a su cuerpo — un organismo
vivo , como un todo en vez de un órgano que se halla dentro de esc
cuerpo, es decir, su cerebro. Sin embargo, cuando se mantiene que t
cuerpo como un todo puede literalmente tener pensamientos y sensatio
nes, parece difícil negar que un cerebro pueda literalmente tener pensa
miemos y sensaciones, porque parece que en principio es perfectanien-
246
----------------- personal y conocimiento ele uno mimo
le posible que un cerebro separado del resto pudiera ser conservado
con vida y seguir funcionando de modo que sirviera para sustentar nen
samientos y sensaciones. En tal caso, el animalista no puede decir que
sea la persona de cuyo cerebro se trata y no el cerebro mismo el que
tenga pensamientos y sensaciones, porque entonces se vería forzado a
admitir la afiimación que él rechaza, a saber que una persona pueda
coincidir con algo distinto a ella misma (en este caso, un cerebro). De
manera que deberá decir que es el cerebro el que tiene pensamientos y
sensaciones en un caso así. Pero si un cerebro separado que siga fun
cionando tiene pensamientos y sensaciones, se sigue claramente que un
cerebro que se encuentre en un cuerpo y que funcione tiene también
pensamientos y sensaciones, lo que significa que podemos volver la
propia objeción del animalista contra sí mismo, ya que ahora parece
verse forzado a admitir que tanto mi cuerpo en su totalidad como su co
rrespondiente cerebro tienen pensamientos y sensaciones, es decir, de
nuevo, que existen dos cosas distintas que tienen exactamente los mis
mos pensamientos y sensaciones en el mismo momento temporal.
En vista de esta consecuencia, es bastante urgente que el animalis
ta revise su posición y mantenga que, después de todo, es el cerebro de
cada uno de nosostros y no el cuerpo como un todo el que tiene pensa
mientos y sensaciones. Pero entonces se ve forzado a aceptar la nada
atractiva doctrina de que somos idénticos a nuestro cerebro, puesto que
sería absurdo negar que nosotros tenemos pensamientos y sensaciones.
Lo que creo que se desprende de estas consideraciones es que el anima
lismo es una teoría inestable, pues se ve amenazado de quedar confun
dido con la teoría de que yo soy idéntico a mi cerebro. Podemos evitar
esta declaración de identidad distinguiendo entre nosotros mismos, suje
tos de pensamientos y sensaciones, y nuestro cerebro, el órgano corpo
ral cuya actividad hace posible y sustenta nuestros pensamientos y sen
saciones. Pero si aceptamos esta distinción, no hay realmente nada que
motive la afirmación original de los animalistas de que cada uno de no
sotros es idéntico a su cuerpo como un todo, un organismo \i\o ea
mente, si, como parece plausible intuitivamente, pudiéramos
con nuestro cerebro separado del resto de nuestro cuerpo, con ce ez<
un todo. El ammaiis-
no podríamos ser idénticos a nuestro cuerpo como
mo simplemente es contrario a nuestras más profuncas ,ntul^10
tivas a nuestras propias condiciones de persistencia: creen ^ j fí.,
dríamos sobrevivir a cambios a los que nuestro diciones cje
sobrevivir Por más que pueda ser difícil especi ece Sufi-
persistencia de un modo preciso y no sujeto a con oersjstencia de los
cientemente claro que difieren de las a d ic io n e s de a un
organismos vivos. Podemos incluso con^ ir nuestro cerebro orgáni-
proceso de cambio en el cual nuestro cuc p > un cerebro inor
cos se ven substituidos gradualmente por 11 , . cliando reflexiona-
gánicos, compuestos de metal y de si ícia equivocado del todo
mos sobre ello, el animalismo simplemente parece eq
247
F tlo so¿a ^ Iajn en te _______________________________________
en su afirmación de que podríamos seguir existiendo como un cuerpo
inconsciente después de que nuestro cerebro haya dejado de susiema,
cualquier pensamiento o sensación consciente. Según creo, después ,\v
meditarlo bien, nuestra opinión sería que un cuerpo que se enuicni,v
en esta condición no es sino una especie de cadáver viviente y que la
persona de cuyo cuerpo se trataba ha dejado de existir.
248
J^deti ti dad personal \ -conocimiento de uno mismo
vador externo’, el cual siempre se ve obligado a inferir lo que otra per
sona está pensando y sintiendo a partir de observaciones de la conducta
corporal de esa persona, y que esa es la razón por la que cada persona
tiene una autoridad especial acerca de los propios pensamientos y sen
saciones. Pero, aun dejando a un lado el supuesto cuestionable de que
la observación ‘directa’ sea de alguna manera especialmente fiable, esta
afirmación parece considerar los pensamientos y las sensaciones como
objetos necesariamente privados de la observación ‘interna’ de un modo
que se ve expuesto a fuertes críticas.22 Si mis propios pensamientos y
sensaciones son cosas que sólo yo puedo observar directamente, ¿cómo
puedo ni siquiera entender la proposición de que otras personas, ade
más de mí mismo, pueden tener sus propios pensamientos y sensacio
nes? Si trato de pensar en ‘sus’ pensamientos y sensaciones por analogía
con los míos, entonces — según el modelo observacional— habré de
concebirlos com o cosas que otras personas pueden observar directa
mente pero que necesariamente yo no puedo observar así. Pero, ¿qué
me permite a mí denominar a esas cosas hipotéticas pensamientos y
sensaciones cuando, por hipótesis, se trata de cosas que es imposible
que yo pueda comparar, para ver si tienen algún parecido con mis pro
pios pensamientos y sensaciones? Parece imposible que yo pueda ad
quirir conceptos perfectamente generales de pensamiento y sensación,
aplicables a otras personas además de a mí mismo, solamente a partir
de una extraña clase de autoobservación mental, y sin embargo eso es
lo que parece requerir el modelo observacional de las fuentes de cono
cimiento de uno mismo.
Pero, ¿qué alternativa hay frente al modelo observacional? Un primer
paso hacia una posible alternativa consiste en centramos en la observa
ción de que parecemos tener una forma de conocimiento especialmente
fiable y autorizada sólo respecto de nuestros propios pensamientos \ sen
saciones conscientes, toda vez que — recordando ahora nuestros comenta
nos sobre la consciencia en el capítulo 3— podría sugerirse que e íec 10
de que un estado mental sea consciente consiste justamente en que es e^
objeto de otro estado mental de orden superior Del mismo m o en^ que
podemos creer que p. podemos, según parece, creer que creemos
V> según la concepción que estamos ahora discutiendo, cn lso f
mente en lo que consiste el hecho de que nuestra creencia ^ ferminacja
nna creencia ‘consciente’ Simílarmente, el hecho de que u\ . cons¡s_
sensación mía, como lo es una sensación de do or^se. ^ smo que
te, según esta concepción, únicamente en qix criaturas son capa-
creo q«e la tengo. Se estaría sosteniendo q“e ‘ S ‘n conseaienda aire-
eos de tener sólo creencias ‘de primer orden ) q
249
Filosofía de la mente___ ___________________________
cen de pensamientos conscientes de acuerdo con ese modelo, pero (|lK.
nosotros los humanos somos seres pensantes conscientes porque tenemos
también creencias ‘de segundo orden’, es decir, creencias acerca ele nik.s
tras creencias de primer orden.
Si el hecho de que una creencia de que p sea consciente solo con
siste en que su sujeto crea que cree que p, entonces la razón por la (jac
ios sujetos tienen un conocimiento especialmente fiable y autorizado de
sus propias creencias conscientes no parecerá nada misteriosa, toda w/
que es fácil que pensemos que es un principio evidentemente c orive to
el de que si S cree que cree que p, entonces, ciertamente, S cree que ¡,
y si este principio es correcto, entonces siempre que 5 crea cjuc* crv
que p, su creencia de que cree que p será v erdadera, con lo que consti
tuirá un conocimiento (bajo el supuesto de que las creencias verdaderas
que son fiablemente producidas constituyan un conocimiento). Sin em
bargo, aunque pensemos que este principio sea evidente, lo que real
mente se requiere es que averigüemos p o r q u é es correcto, si es que re
almente lo es; ¿por qué habría de suceder que si S crea que cree que />.
entonces S cree que p> ¿No estamos simplemente dando por supuesto
aquí el propio fenómeno del conocim iento de nosotros mismos que es
tamos tratando de explicar? Con todo, quizá estemos al menos dirigien
do ahora nuestra mirada al lugar adecuado para encontrar una solución
a nuestros problemas, que es algo que muy bien puede argumentarse
que no estábamos haciendo cuando nos hallábamos tentados por el mo
delo observacional. Por ejemplo, podría afirmarse que se puede expliui
sobre bases evolutivas por qué las creencias de una criatura acerca de
sus propias creencias, si es que las tiene, deberían en general ser suma
mente fiables; ello se debería a que cabría esperar que cualquier criatura
que creyera frecuentemente tener creencias que de hecho no tuviera
mostrará un comportamiento tan autodestructor que su supervivencia
sería improbable. De acuerdo entonces con esta sugerencia, el principio
de que si S cree que cree que p entonces S cree que p , aunque no sea
una verdad lógica o a priori, se aproxima mucho a una ley psicología*
puede que tenga contraejemplos, pero tenem os razones para esperar
que sean pocos y que éstos se den aisladamente.
250
Id o í Helad personal conocimiento de nno mismo
r
251
Filosofía de la mente
tanto si aceptamos este análisis com o si no, la paradoja de Moore nos
podría persuadir de que hemos de cuestionar el supuesto de que las
propias creencias presentes sean cosas acerca de las cuales se pueda
adoptar una posición cognitiva, es decir, que sean cosas aceica de las
cuales se pueden tener creencias concurrentes. Esta duda puede verse
reforzada por la siguiente consideración. Cuando se nos pregunta si cre
emos o no que p> no intentamos determinar la respuesta a esa pregunta
pensando acerca de uno mismo, sino más bien pensando acerca de la
proposición de que p . Si nos sentimos persuadidos de que existen bue
nos indicios en favor de la verdad de p, nos veremos inclinados a juzgar
que es verdad que p y en consecuencia responderemos afirmativamente
a la pregunta que se nos ha hecho. En la obtención de esa respuesta no
parece estar implicado proceso alguno de introspección ni la formación
de una creencia 'de orden superior’. Nos interesamos totalmente en la
verdad o falsedad de la proposición de que p y de los indicios que pue
dan ser pertinentes para esa verdad o falsedad.
Pero si, como sugieren las anteriores consideraciones, saber qué es
lo que uno está pensando o sintiendo no estriba en tener creencias ver
daderas, formadas de forma fiable, acerca de lo que se está pensando o
sintiendo, entonces ¿qué es? Tal vez sea simplemente cuestión de la ma
nera en que se está pensando y sintiendo, a saber, conscientemente Es
ta propuesta hace aún menos misteriosa que la anterior la razón por la
que habrán de ser nuestros pensamientos y sensaciones conscientes
aquellos acerca de los cuales tengamos un conocimiento especialmente
autorizado, ya que estamos sugiriendo ahora que el hecho de que un
sujeto tenga ‘conocimiento’ de este tipo consiste simplemente en que
sus pensamientos y sensaciones sean conscientes. Por supuesto, esto
equivale a presuponer la noción de consciencia en lugar de explicarla,
que es lo que intentaba hacer la teoría de los pensamientos de orden
superior. Pero ya tenemos razones para pensar que la noción de cons
ciencia puede ser tan fundamental que no pueda disponerse de ninguna
explicación o ningún análisis de la misma que no sea circular.
EXTERNISMO Y AUTOCONOCIMIENTO
252
---------Ideniidqdpersonal y conocimiento de uno mismo
253
Filosofía de la mente____________________________ ___________
EL A U T O E N G A N O
“ D os im p o rta n te s a rtíc u lo s q u e in te n ta n r e c o n c i l i a r el a u to c o n o c im ie n to o n d
ternism o, e n p a rte re c h a z a n d o el m o d e lo o b s e r v a c i o n a l d e l a u to c o n o c im ie n to , son 0
D on ald D avid so n , ‘K n o w in g O n e s O w n M in d ’, P roceedings a n d Addresses oj ' 1
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S elf-K n ow led ge’, Jo u rn a l o f Philosophy 8 5 ( 1 9 8 8 ), p p . 6 4 9 - 6 3 , re im p re s o s am bo" l‘n .
San\ Yf Sejf-Knowledge. El te m a s e d is c u te ta m b ié n e n v a rio s d e los ariitu ()S 1 tiirj
pin W nght, B arry C. Sm ith y C yn th ia M a c d o n a ld (.e d s .), Knoiving oitroirn Mtmh ' ,in
Hfa'íCÍ770 r\ r PreSS’ P a ra c o m c n t a r i o s e x t r e m a d a m e n t e c l a r o s y -miuil"
s n’ Nature ° f T n ieM inds (C a m b r id g e : C a m b r id g e U n iv e rsity Press. \)>- ^ i(,
• a n u e va e in te re sa n te s o lu c ió n al p r o b le m a d e l a u t o c o n o c i m i e n t o la P r° P ( , )M/,
S S ? T S" World Wi‘t>ont, the M ind Withirr A n lissar on Find-Pe«on A»
(C am b rid ge: C a m b rid ge U n iversity P r e s s , 19 9 6 ).
254
___________________ - (ic mo mtmo
tar de m o d o literal esta d e scrip ció n d e su situación. Una persona puede
engañar a o tra p e rs o n a , p e ro só lo p u ed e h acerlo porque sabe cosas que
la segu n d a d e s c o n o c e . En el c a s o d e la m adre de nuestro ejemplo, al pa
recer ‘r e a lm e n te ’ s a b e q u e su hijo está m uerto, de m odo que no parece
que ten ga literalm en te sen tid o describirla co m o alguien que guarda para
sí m ism o e s e c o n o c im ie n to , al m o d o en que uno puede guardar para
uno m ism o a lg o sin c o m u n icá rse lo a otra persona. Tam poco resultará útil
sugerir q u e p a r te d e su m en te sab e q ue su hijo está m uerto e impide que
este c o n o c im ie n to lo ten ga la otra p arte de su m ente, pues de hecho esto
sería tratar el a u to e n g a ñ o c o m o si fuera m eram ente un tipo de engaño
de o tro s, lo q u e cla ra m e n te n o es. A parte de cualquier otra considera
ción, p a r e c e h a b e r alg o d e in trínsecam en te irracional en el autoengaño.
lo q u e n o s u c e d e c o n el en g a ñ a r a otros. Por otra parte, no deberíamos
con fu nd ir el a u to e n g a ñ o c o n el h acerse ilusiones, que también es irracio
nal. H a c e rse ilu sion es co n siste en cre e r algo sólo poique se quiere que
sea v erd ad y n o p o rq u e se ten ga ningún indicio de que lo sea, y a la ma
dre d e n u e stro e jem p lo n o p a re ce aplicársele esa descripción, ya que po
see b u e n o s in dicios en favor d e la fa ls e d a d de lo que quiere creer y con
todo, en alg ú n sen tid o todavía lo cre e frente a todos los indicios, aunque
al m ism o tie m p o s e p a realm en te’ q ue debe ser falso.
E s difícil d e cid ir c ó m o se d ebería co m en zar siquiera a describir
a d e cu a d a m e n te un c a s o a sí.-(1 Una enseñanza que podría extraerse de
esto e s q u e n u e stro m o d o cotid ian o de hablar acerca de “creen cias, ‘co
n o c im ie n to ’ y ‘d e s e o s ’ p o s e e una com plejidad que hasta el momento lia
e s c a p a d o a lo s in ten to s d e los filósofos de proporcionarle un fundamen
to te ó rico cla ro . N o n ecesariam en te hem os de concluir, con los materia
listas elim in ativ o s, q u e los estad o s de actitud proposicional son una ít
ció n n a c id a d e u n a te o ría d e la m en te ‘de sentido común q ue
cie n tíficam en te in ad ecu ad a (v é a se d e nuevo el capítulo 3) Pero ta \e z
d e b e ría m o s c o n te m p la r co n m irada más escéptica el cómodo supues o
d e q u e las c re e n cia s y los d eseo s claram ente son estados e Pers^ ‘ " ’
o d e su s m en tes, en an alogía co n estados físicos de sus cuerpos, c
la fo rm a, la m asa y la velo cid ad .
CONCLUSIONES
25S
Filosofía de la mente
, i on in o ir d e a le o c o n lo q u e n o s p o d a m o s en co n iu i (
s a T s o m o s í f c e r c a d e n u estras p ro p ia s c o n d ic io n e s d e p ersisten d a i ,
sas so m o s y a p o y a m o s p a ra e l c o n o c tm ie n to a c e rc a de núes
“ d o s is e ? complicado y comrovoriido. o .......
tro p asau u, e s ta m o s p e n s a n d o y sintien do u , nv
nuestra e s difícil d e e n te n d e r C o n todo. e s ,;,
incertidum bres n o n o s d eb erían c o n d u c ir a d e s e s p e r a r d e p o d er hacer
n ro g reso s e n la filosofía d e la m e n te . P o r e l c o n t r a n o .p r u e b a n cuan ,m
co rta n te e s la filosofía d e la m e n te c o m o c o r r e c tiv o d e la com p lacem u
o u e caracteriza a m e n u d o ta n to al p e n s a m ie n to c o tid ia n o ace rca de la
m en te c o m o a los su p u esto s te ó r ic o s d e lo s p s ic ó lo g o s y los c e n t,I ros
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270
índice analítico
A b rah am sen , A ., I6 9 n , 195n
a c c io n e s , 6 4 , 8 3 -4 , 139, 2 0 1 -2 8
a c c io n e s b á sica s, 2 0 4 -5 , 2 1 7 -8
a ctitu d -p ro , 2 0 9
actitu d p ro p o sicio n a l (v. estad o s d e actitud)
a g e n te , 2 0 2 -6 , 2 0 9 , 2 1 9 . 2 2 3 , 2 2 7
a g u a, 3 8 -9 , 7 8 , 8 0 , 8 1 -4 , 2 52-4
ajed rez, 5 2 -3 , 1 8 5 -6 , 190
a lg o ritm o s, 1 3 6 -7 , 138, 192, 196
alm as, 17, 18, 2 2 . 2 5 , 51, 2 3 0
a lu cin a cio n e s , 2 0 , 1 0 3-4. 106, 123, 128, 131-4
an álisis a c to -o b je to , 106-7
an álisis filo só fico, 11-2, 115, 121, 127. 132
an im ales, 1 5 8 -6 3 , 170, 191
an im alism o , 2 4 4 -8
A n s co m b e , E ., 2 0 9 -2 1 3
A n s co m b e , G .E.M ., 21n , 38n . 232n
a p a rie n cia , 5 4 -5 , 9 7 -1 1 9 , 125-6
a p ren d izaje, 16 7 -9 . 172. 193-4, 196, 198
a rg u m e n to a partir d e la ilusión, 101-3
a rg u m e n to d e la divisibilidad, 21-2
a rg u m e n to d e la falta de ‘qualia’, 59-61
a rg u m e n to del esp e ctro invertido, 54-9
a rg u m e n to d e lo con ceb ib le, 19-21, 39
A ristóteles, 172, 179
A rm stro n g . D.M., 105n, 118n
a te n ció n , 134-5
A u n é, B ., 207n
A ustin, J . L , 105n
a u to co n o cim ie n to , 44-5, 229-30, 248-55
a u to e n g a ñ o , 25 4 -5
au to rreferen cia, 230-4
Ayer, A. J „ 56n . lO ln, 105n
azar, 2 2 2
B ak er, G ., 18n
B ak er, L.R., 65n
B arw ise, J.. 127n
B ea u ch a m p , T.L.. 29n
B ech tel. \V„ I69n , 195n
271
F ílo^Jia^ku}iente_
B e n a ce rra f, R , 7 1 n
B erk e ley , G ., 113n
Berm údez, J . L , 2 34n
B lo ck , N ., 52n , 54n , 59n , 6 0 n , I 4 l n
B o d e n , M .A., 188n
B o o lo s , G .S., 197n
B rad d on -M itch ell, D ., 118n
B ro w n , R., 155n
B ru c e , V., 1 36n , 139n
B u d d , M., 2 4 9 n
B u rg e , T., 8 1 n , l4 0 n , 254n
B y rn e, R .M J., 174n , 176n , 179n , 18 0 n
272
---------------- -—________ Indice analítico
c o n o c im ie n to in n ato , 151, 1 6 7 - 6 9
c o n s c ie n c ia , 19, 5 3 -4 , 5 9 -6 1 , 6 6 -7 , 141-3, 172, 248-55
c o n s c ie n c ia d ire cta , 1 0 2 -5 , 1 0 9 , 114, 2 4 8 - 9
co n tar, 2 3 5
c o n te n id o , 1 5 , 4 4 , 4 6 , 5 7 -8 . 6 9 -9 5 , 9 7 -8 , 1 2 1 , 1 2 2 - 6 , 148, 1 6 0 . 252-4
c o n te n id o a m p lio fren te a c o n te n id o reducido. 81-4
c o n te n id o n o c o n c e p tu a l, 12 4 -5 , 147
c o n te n id o p e rc e p tu a l, 1 2 2 - 6
c o n te x to , 7 8 - 9
C o sm id es, L , 1 7 6 n
C ran e, T ., 7 4 n , 124n
c re e n c ia s , 4 4 -5 , 4 6 -7 , 5 7 . 6 3 -4 . 7 2 . 7 4-5. 85-6. 145. 1 6 2 , 1 6 7 206 209
2 1 4 , 2 1 9 , 2 2 1 , 2 2 4 -8 , 2 4 9 -5 5
criterio d e id en tid ad . 2 3 4 -9 , 2 4 2 -3
cu a lid a d e s p rim arias y secu n d a n a s, 9 - 1 0 , 1 1 - 3 , 1 1 9
c u a s i-re c u e r d o , 2 4 2 -3
c u e r p o s , 1 1 , 1 7 -2 7 , 2 3 0 , 2 3 6 , 2 4 5 -8
C u m m in s, R., 9 4 n
C h ater, N ., l 6 2 n
C h e n e y , D .L ., 9 1 n , l 6 ln
c h im p a n c é s , 159, 1 6 1 - 2 , 170. 22 9
C h ish o lm , R.M ., 106n . 204n
C h o m sk y , N., 167, l 6 8 n
C h u rch lan d , P.M., 6 ln , 195n
D a n to , A .C ., 2 0 4 n ,
d a to s sen so ria le s, 55, 98, 1 0 1 - 6 , 109-11, 118-9, 1 2 2
D a v id so n , D „ 3 7 . 3 8 n, l 6 0 n, 162, 1 6 6 , l 6 6 n. 207n, 208n. -09n. — ?n.
226n , 227n , 254n
D av ies, M., 128n
D avis, L .E ., 2 l 4 n
d eb ilid ad d e la voluntad, 22 6 -7
d e d u cc ió n , 1 7 2 -3 r , nn 77 in
D e n n ett, D .C , 56n , 6 2 n. 9 0 n, 9 1 n. I51n, l > * n . 19“ n' "
D e sca rte s. R„ 18. 19-22, 23. 25-7. 39. 40. 4 4 . /9-81. SOn, 2 . 4
d e s e o s , 8 5 , 2 0 9 , 2 1 4 , 219, 2 2 2 . 224-7
d e S ou sa, R., 223n
d eterm in ism o , 205, 2 2 1 - 2
D e u tsch er, M., 243n
D evitt, M., l6 5 n
dibujo, 1 5 6-7
D ick in son , A., l 6 ln
d ire cció n d e ajuste, 85
disposiciones, 45. 113-6, 119. -
doble (Doppelganger), 82-4
273
Filosofía deja mente ___________________ _ ------
d olor. 3 8 -9 , 4 6 -7 . 4 8 , 5 2 , 9 7 , 1 0 6 - 8
D on ald, M., 159n
D retsk e, F. I , 123n
d ualism o , 1 8 -2 5 , 27, 28 , 3 0 -1 , 4 0 , 81
274
----------------------------------------------- ------------ ----- lndicejinalitia>
fo to g rafías, 151
F re g e , G .f 17 3 , 1 7 9
fu n cio n alism o , 4 7 - 6 1 . 6 6 -7 , 197
fu n cio n es, 4 9 , 9 0 , 9 2
gallina m o te a d a , 154
G allois, A ,, 2 5 4 n
G arb er, D ., 3 1 n
G aro n , J ., 1 9 6 n
G arrett, B ., 2 3 9 n
G e a ch , P.T., 4 0 n
g e o m e tria p ro y e ctiv a , 137
G ib so n , J .J ., 1 3 8 . 13 9 n
G ig eren zer, G ., 17 8 n
G inet, C ., 2 l 4 n
g la n d u la p in eal, 3 0
g ra m á tica u n iv ersal, 1 6 7 -9
G re en , R , 1 3 6 n , 139n
G rice, H .R , 12 7 n
H a a ck , S., 7 0 n
H am ilto n , A ., 2 3 2n , 2 4 2 n
H ard in . C, L., lOOn, 118n
H eal. J ., 2 5 1 n
HeiI, J ., 51n , 119n , l6 0 n , 254n
H errn stein , R.J., 155n
H e y es, C., l 6 l n , l6 2 n
H in to n , G .E ., 194n
H in to n , J.M ., 133n
h ip ó tesis del len gu aje d e p ensam iento, 146, 148-51. 15/. 169
h ip ó tesis S ap ir-W h o rf, 165
H op i, 1 6 5 -7
H o rn sb y , J .. 2 0 3 n . 20 4 n , 215n
H o w e , M .J., 191n
H u m e, D,, 29, 29n , 131n , 209n
275
Filosofía de la mente
inm unidad al e rro r d e b id o a id en tificació n e q u iv o c a d a , 2 3 2 , 2 4 2
in teligencia, 1 5 8 -9 , 160, 1 6 8 , 169, 1 7 1 -2 , 1 8 4 -9 9
inteligencia artificial, 1 7 1 -2 , 1 8 4 -9 9
in tencion alidad , 147, l4 7 n , 157, 2 0 2 , 2 0 6 -9 , 2 1 2 -4 , 2 2 4 , 2 2 5 -6 , 241
in ten cio n es, 2 0 2 , 2 0 7
in tensionalidad, 2 0 6 -7 , 2 1 3
in teraccio n ism o , 2 7 -3 1 , 32, 3 4 , 3 5 -6 , 3 6 n , 4 0 -1
internism o, 8 1 -4 , 140, 2 5 2
in terp retació n , 1 4 7 -8 , 152, 1 5 6 -7
in tro sp ecció n , 4 4 , 4 5 , 149, 152, 155, 157, 1 8 0 , 1 8 5 , 2 4 8 -9 , 2 5 2
K ah n em an , D .. 177n
Kay, R , l6 4 n
K enny, A., 2 1 2 n , 2 23n
Kim, J ., 51n
Kóhler, W ., l 6 l n
K osslyn, S.M., 156n
Kripke, S.A., 38n , 8 0 n
Leibniz, G .W ., 31
lenguaje, 19, 7 4 , 7 5 -6 , 1 4 5 -7 0
len gu aje d e sign os a m e rica n o , 158
Lew is, D .K ., 52n , 128n
leyes, 19, 31, 3 7 -8 , 6 3 , 65
ley d e co n serv ació n , 3 1 -2 , 4 0
Libet, B ., 2 2 0 -1 , 2 2 2
libre alb edrío, 35 , 2 1 9 -2 3 , 2 2 7 -8
L ock e, J .. l l l n , 113n , 2 l 4 n
lógica, 172-3, 17 8 -9
lógica m ental, 1 7 9 -8 3
Lou x, M .J., 117n
M alcolm , N., 2 4 4 n
M anktelow , K J ., 174n
m ap as, 1 5 1 -2 , 1 5 5 -6
m áquina d e Turing,
Marr, D ., 136, 1 4 0 n ’
Martin, C B ,, 2 4 3 n
M cClelland, J . L , l6 9 n , 19 4 n
M cCulloch, G ., 83 n
M cDaniel, C.K ., l 6 4 n
276
M cD o w ell, J ., 133n , l6 3 n
M cG inn, C., 8 2 n , 115n
m aterialism o elim in ativo, 6 1 - 6 5 , 6 6 - 7 , 7 7 , 1 9 7 9 5 5
m e d ició n , 7 4 -5 , 1 1 2
M eld en, A .I., 2 17n
M ele, A .R., 2 5 5 n
M elior, D .H ., 2 3 3 n
m e m o ria , 185, 2 3 7 , 2 4 0 -4
m e m o ria (e x p e rie n cia s ), 2 4 0-1, 244
m e m o ria (h u e lla ), 244
m e n ta lé s, 1 4 8 -5 1 , 1 6 9
m e n te s, 1 1 , 17
m e re o lo g ia , 2 4 -5
M errick s, T., 20n
m etafísica, 9, 13-5, 165-7, 21 9 -2 0
M etzler, J ., 155n
m ie m b ro fan tasm a, 108
M illikan, R.G ., 90n
Mills, E ., 34 n
m o c io n e s co rp o ra le s, 2 0 2 - 6
m o d e lo s m en tales, 179-83
m o d u larid ad , 1 3 8 , 1 6 9
m o n o s v e rd es, 9 1 -3
M o o re, G .E ., 2 5 ln
M orris, K .J., 18n
m o tiv a ció n , 2 0 1 -2 , 209, 223-7
m o v im ien to s co rp o rales, 2 0 2 - 6
m ú ltiple realizabilidad, 50-1
M urray, D J ., 178n
N agel, T , 53, 2 3 8 n
n atu ralism o . 8 5 , 8 9 - 9 0
N elkin, N., 6 0 n, 81n
n e u ro n a s, 194
N e w stead , S.E., 174n , 1 7 6 n
N e w to n , L, 31
N o o n a n , H .W ., 239n
n o rm alid ad , 8 7 -9 , 92-3
n orm ativid ad , 64, 89, 175, 176, 1 9 8
n ú m ero s, 39, 71, 73-4
277
Filosofía de la mente _____________ ._______ _________ ______
o p tim ism o injustificado (h a c e r s e ilu sio n es), 8 9 , 2 5 5
o ra cio n e s, 7 0 , 7 4 , 7 5 , 7 7 . 14 8 -9
o rd e n a d o re s, 19, 4 9 -5 0 , 7 6 , 13 6 -7 . 1 5 0 -1 , 1 7 1 -2 , 1 8 4 -9 8 , 2 0 1 , 231
O 'S h au gh n essy, B , 215n
O ver, D .E ., 174n , 183n
278
tí¡hli(>'t>rafia
p sico lo g ía , 1 2 - 3
p sico lo g ía co m p u ta cio n a l d e la p ercepción , 1 2 2 . 1 3 6 -4 0 . 1 43
p sico lo g ía d el sen tid o co m ú n , 6 1 - 6 5 . 6 6 - 7 . 7 6 -7 , 8 3 , 1 9 6 . 2 2 1 ??
7. 255
p sic o lo g ía e c o ló g ic a d e la p ercep ció n . 1 2 2 . 1 3 6 -4 0 . 143
P u llu m , G .K ., I6 4 n
P u tn am , H , 4 7 n , 50n , 78n , 1 67n
P y lysh yn , Z . W , 151n , 156n , 192n, 197n
S ack s, O ., 158n
Sapir, E ., 165
S au n d ers, B .A C.. l6 4 n
S earle, J.R .. 8 5 n , 147n , 184n, 188n. 190, 198
S egal, G ., 140n
s e le cc ió n , 90-1
Sellars, W ., 149n
se m á n tica , 179, 189. 198
se n s a cio n e s , 46. 47. 97 -1 1 9 , 145-6
se n tid o c o n u m , 1 6 6 , 172, 184, 192-3
S eyfarth, R.M., 91n , I 6 l n
S h ep ard , R.N ., 155n
Shoemaker, S„ 59n. 232n, 237n, 242n
Shwartz, S.P., 156n
silo g ism o s, 173, 183
279
Filosofía d e la m ente
280
— — - _ Indice analítico
T v ersk y , A., 177n
T y e, M., 57n , 106n , llO n, 156n
v a n B rak el, J ., l6 4 n
v a n G eld er, T., I4 0 n
v an In w a g e n , R . 221n
ver, 1 2 -3 , 1 4 1 -2
v e rd a d , 6 4 , 7 1 , 8 7 , 8 8 -9 , 162, 167. 201
v e rificacio n ism o , 56
visión c ie g a , 122, 141-2, 143
v isión d o b le , 103, 106
v isión p ro stética, 130, 142
v o ca b u la rio , 149. 164
v o lició n , 2 0 9 , 2 1 4 -7 , 221
v o licio n ism o , 2 1 4 -9 . 2 2 7-8
v o lu n tad , 2 0 2 , 2 1 4 -2 3
W a tso n , J .B ., 158n
W eisk ran tz, L , 14 ln
W h o rf, B.I., 1 6 5 -1 6 7
W ilk es, K.V., 236n , 239n
W illiam s, B ., 237n
W ilso n , R.A., 81n
W ittg en stein , L , 12, 156. 214. 215. 232n, 233n. 249n
W ollh eim , R-, 240n . 242n
W o o lh o u se , R.S.. 31 n
‘y o ’, 2 1 , 2 2 9 , 2 3 0 -4
zo m b is, 6 0 , 6 6
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