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ISSN: 0185-0636
nuevaantropologia@hotmail.com
Asociación Nueva Antropología A.C.
México
Relaciones de intimidad
E
l esfuerzo de pensar, en el marco perspectiva histórica de mayor alcance,
del trabajo académico y del uni- puede transgredir a la propia “formación
verso de significados cosificados discursiva de la modernidad”.
del lenguaje, es toda una aventura cuan- La brecha entre una reflexión que bus-
que romper los parámetros del trabajo
científico y otra que no cuestione los con-
* Centro de Estudios Sociológicos, El Colegio dicionamientos que imponen dichos pa-
de México. rámetros no radica en el financiamiento
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exceso sexual, el éxtasis místico, las dro- establece un sentido coherente con la si-
gas y el delirio verbal (Eco, 1995). tuación discursiva (social o cultural, o am-
Estos elementos abren una puerta a bas) en la que se usa la palabra.4
la alteridad que comporta la propia mo- A fin de desdibujar la concepción “na-
dernidad. En esta dirección, se ha pro- tural” de las diferencias de clase, existen
puesto que la forma de romper con la he- tesis que afirman cómo la configuración
terodefinición masculina de lo femenino de discursos hegemónicos (lo masculino,
es develar la palabra-otra, en el sentido occidental, blanco, clasemediero y hete-
de construir, en el interior del propio len- rosexual) limita la producción de sentido
guaje, un saber feminizante (Lorenzano, a un juego retórico de los significantes
1999); construcción que debe enfrentar el (Laclau, 1993). Es necesario aceptar que
hecho de que el lenguaje comporta e im- el requisito de una configuración discur-
pone a los hablantes un saber masculini- siva hegemónica radica en que el signifi-
zante. La lucha por un saber distinto, cante debe tener cierta independencia del
entonces, reside en disputar el sentido de significado. En otros términos, ante la
las imágenes discursivas en el seno del necesidad de que el discurso represente
propio lenguaje. Esto no implica construir a la realidad, se debe asumir que esta
nuevas palabras o neologismos, sino otor- representación no es una relación plena
gar a las palabras sentidos nuevos a par- con el objeto representado; por el contra-
tir de una semántica del lenguaje. Desde rio, el sentido del discurso (que alude a
que proliferaron las teorías de género, ya determinado objeto o idea) surge de una
nadie desconoce que el lenguaje contiene retórica de significantes que tornan uni-
un sentido masculinizante: la historia que direccional la relación que el significante
permite signar es la historia que el pro- establece con el significado. En conse-
pio sujeto varón ha construido para sí. Sin cuencia, una formación hegemónica que
embargo, es cuestionable que el signifi- consiste en una plenitud sistémica de
cado de las palabras esté dominado por sentido se obtiene en la comunión de sig-
el signo (Saussure, 1998). Si así fuera, nificantes, no necesariamente de signifi-
¿cómo entender, entonces, los cambios que cados.
a través de la historia ha tenido el signi- Podemos suponer, entonces, que la for-
ficado de algunas palabras? mación hegemónica de la modernidad, en
Estos cambios permiten afirmar que particular de la cultura sexual moderna,
la hegemonía masculina del sentido en el comporta distintos niveles de significación
lenguaje no es total o, al menos, no es en el interior de la propia formación dis-
ahistórica. Por el contrario, es posible la cursiva que la caracteriza. Asimismo, vale
construcción de nuevos significados —y hipotetizar que dichos niveles podrían
por extensión de un sentido otro— en el constituir comunidades de significación
uso que los sujetos dan a las palabras en
procesos sociohistóricos concretos. Tam- 4
Sobre esta distinción en la producción del
bién mediante la apropiación de las imá- sentido discursivo véanse los desarrollos semio-
genes contenidas en la palabra, que pue- lógicos (Saussure, 1998) y semióticos (Pierce,
de diferir de su significado lexical, 1974) del lenguaje.
58 Gabriel Medina Carrasco
7
En este contexto, cabe discutir brevemente relaciones de poder de otros ámbitos relaciona-
los elementos constitutivos del poder desarrolla- les y, lo más sugerente, pueden transformar la
dos en La voluntad de saber, a partir de las par- intimidad en un espacio fundante de sentido o
ticularidades que tiene en el análisis sobre el de normas. 3) “El poder viene de abajo.” Más que
deseo sexual: 1) “el poder se ejerce a partir de situarse en una relación dominadores-dominados,
innumerables puntos, y en el juego de relaciones el poder se expresa en las fuerzas que se con-
móviles y no igualitarias”. Esto indica que el po- frontan en todos los espacios de la densidad so-
der en un espacio relacional que surge y se desa- cial: la familia, el encuentro sexual, el partido
rrolla en función de los recursos y estrategias que político, el capital transnacional, etc. En este sen-
los sujetos que interactúan despliegan en la re- tido, la distribución o cambios del poder en los
lación. Así, es posible hipotetizar que en la confi- distintos niveles o ámbitos de la vida social esta-
guración del espacio de la intimidad los sujetos ría en función de las fuerzas y las estrategias
asumen —o alcanzan— determinados roles o po- desplegadas en las relaciones en los microespa-
siciones de poder, los que pueden verse alterados cios, o al menos en las relaciones presenciales.
en el transcurso de la relación sin que ésta se Sin duda, aunque no es una condición sine qua
destruya. 2) “las relaciones de poder... son inma- non para al surgimiento de un espacio de intimi-
nentes; constituyen los efectos inmediatos de las dad sexual o de seducción, la presencia física
particiones, desigualdades y desequilibrios que de los interactuantes es un elemento principal de
se producen, y, recíprocamente, son las condicio- estas relaciones. 4) “Las relaciones de poder son
nes internas de tales diferenciaciones... [por ende] a la vez intencionales y no subjetivas... [es decir]
las relaciones de poder no se hallan en posición no hay poder que se ejerza sin una serie de mi-
de superestructura... [sino] desempeñan, allí en ras y objetivos... [ya que] la racionalidad del
donde actúan, un papel directamente productor”. poder es la de las tácticas a menudo muy ex-
Los juegos de poder que se desarrollan en la inti- plícitas”, pero no de sujetos concretos sino de “dis-
midad, entonces, no necesariamente son un co- positivos de conjunto”, es decir, de mecanismos
rrelato de otros espacios relaciones (por ejemplo, que se estructuran históricamente. La libertad
en la administración de la economía familiar). para ejercer el poder en la intimidad tiene deli-
La autonomía de la dinámica del poder entre los mitaciones dadas por la discursividad y norma-
distintos espacios relacionales, permite suponer tividad que los referentes culturales despliegan
que las relaciones de poder en la intimidad tie- sobre ese espacio relacional. Esta institucionali-
nen una dinámica propia e independiente de las dad del espacio de la seducción y de la intimidad
Deseo y poder 61
vida de matrimonio ninguna regla ni cos- ligado al placer y el placer que suscita el
tumbre impide al hombre tener relacio- deseo. Es decir, el dilema griego aludía a
nes sexuales extraconyugales, en las re- la estética de la relación sexual. No obs-
laciones con los muchachos, que por lo tante, la reflexión griega no se ocupa de
menos hasta ciertos límites son admiti- cosificar normativas de ethos sexuales que
das, comunes y aun valoradas” (Foucault, se traduzcan en una taxonomía de sexua-
1998b: 24-25). lidades (heterosexuales, homosexuales y
En la moral cristiana, sin embargo, la otras); en el plano concreto de la práctica
mujer cumple un papel imprescindible en de los placeres sexuales, distinguen los
tanto circunscribe el acto sexual a la re- papeles que tienen los sujetos en el en-
producción de la especie; de ahí que la cuentro sexual. El eje diferenciador es la
relación poder/deseo incorpora a la mu- relación de poder en el espacio sexual: esto
jer en un status de subordinación al po- es, qué sujeto ejerce el poder sobre el otro.
tencial sexual masculino.8 Así se despren- Esta identificación diferenciada de
de de los tres aspectos de la sexualidad papeles se establece tanto para las rela-
destacados por Santo Tomás de Aquino: ciones entre hombres y mujeres, como
a) el coito tiene un carácter natural por- para las que se establecen entre varones
que así lo dispuso Dios; b) pero está des- adultos y jóvenes. En su parte medular,
tinado a la conservación de la especie la moral sexual griega, que refiere sólo a
humana; c) en lo que el hombre tiene pre- los hombres (y sólo por extensión incluye
eminencia sobre la mujer porque, si bien a las mujeres), comprende una separación
ambos aportan en la concepción, la si- de roles en la relación sexual entre un
miente de la mujer es imperfecta a causa hombre adulto y un joven (o mozuelo). Al
de la propia imperfección natural del sexo adulto le atribuye el papel activo, toda vez
femenino (Ortega, 1987). Asimismo, la que él es el sujeto del deseo y tiene el po-
concepción tomista de los actos lujurio- der de ejercerlo sobre el joven, al que le
sos (como antítesis de la virtuosa casti- toca el papel pasivo, puesto que es el ob-
dad) refieren al mal uso del esperma. jeto del deseo sexual del adulto.
La actividad no sólo es un atributo de
la vida sexual masculina; en un sentido
La relación sexo/poder en los griegos más inclusivo, es una manifestación de
la virilidad necesaria para ejercer el po-
Los griegos no se preocupan por los ele- der político. Lo activo se refleja en la ca-
mentos de la moral sexual —el acto pacidad del sujeto de controlar la rela-
sexual, el deseo y el placer—, sino por la ción que establece consigo; en la medida
dinámica circular que surge entre ellos: en que logra el dominio sobre sí, está en
el deseo que lleva al acto, el acto que está condiciones de mandar sobre otros. De
acuerdo con los griegos, los hombres pa-
sivos o femeninos no tenían control de
8
Entre los griegos la sexualidad de la mujer
también plantea una preocupación, pero en tér- su búsqueda de placer.9 El rechazo al
minos de velar porque su goce sexual no interce-
da en el acto de procrear. 9
“En el juego de las relaciones de placer, cuan-
Deseo y poder 63
papel pasivo se equipara al rechazo como una actividad que implica dos acto-
al exceso sexual. Ambas constituyen las res, cada uno con su papel y su función:
mayores formas de inmoralidad en los el que ejerce la actividad y aquel sobre
actos de placer. quien ésta se ejerce [Foucault, 1998b: 46].
nan —hipotéticamente— en dimensiones adulto (connotada como fría por los grie-
de las relaciones homoeróticas, que de gos) está cargada de pasión y deseo.
acuerdo con el filósofo francés no fueron Para que el joven alcance este estado
tratadas por los griegos. Veamos primero de plenitud en el acto sexual, con aparente
los elementos que están presentes en la prescindencia de placer sexual, debe ins-
reflexión griega. taurar una relación de dominación sobre
El dilema consiste en atribuir al suje- sí mismo, lo que sólo puede ocurrir si la
to joven —que participa en la relación relación sexual consiste en un juego que
sexual entre varones libres— el papel tiene como única norma preestablecida
pasivo, como objeto del deseo sexual del del ritual erótico la libertad de construir
adulto y, a su vez, reconocer que dicho jo- las reglas del juego. Para reflejar este ero-
ven tendrá que llegar a ser —en un futu- tismo basado en una libertad lúdica,
ro— un sujeto adulto, por tanto activo Foucault habla de “preferencias”, “elec-
sexual, cívica y políticamente. Sin estos ciones”, “libertad de movimiento”, “térmi-
atributos, la polis no puede reproducirse no incierto”, implicando que el principio
ni prolongarse en el tiempo. El problema de regulación de las conductas en el es-
no es el deleite que experimenta el adul- pacio sexual o íntimo se genera en la
to, sino el hecho de que para que ese de- propia relación, en la naturaleza del mo-
leite emane, el joven deba tener una acti- vimiento que lleva a los amantes al en-
tud pasiva que, a la postre, deriva en la cuentro con el otro. Esta libertad para
dificultad central: la concepción de infe- construir las reglas del juego indicaría que
rioridad del muchacho —en tanto sujeto el espacio relacional en el que varones
penetrado— está reñida con la relación adultos y jóvenes tienen sexo, es un es-
que debe establecer consigo en términos pacio fundante de sentidos sexuales, so-
de hombre libre, dueño de sí y capaz de ciales y culturales. Si bien existe una ins-
triunfar sobre los demás (dominarlos). titucionalidad del encuentro sexual que
Por este dilema los griegos se resistie- lo precede y condiciona, como el lugar y
ron a aceptar que el muchacho, en su po- el momento para su concreción, las nor-
sición de dominado, pueda experimentar mas que regulan el erotismo del encuen-
placer sexual. En su antítesis, los griegos tro queda —según los griegos— a la vo-
optaron por justificar la inexistencia de luntad de los propios amantes.
una posible comunidad de placer entre el Esta libertad de los amantes permite
muchacho y el adulto, o la limitaron a un una lectura que en tanto incursiona en
placer por admiración: 10 el joven no se las zonas no explicitadas —o sumergi-
desentiende de sí en la relación con el das— en el discurso griego puede inau-
adulto, sino que su “entrega” al varón gurar una visión nueva —o más amplia—
sobre las prácticas homoeróticas de los
varones. A ello se suma el hecho de que el
10
“...un muchacho no participa como la mujer trabajo de Foucault descansa en los dis-
de los placeres amorosos de un hombre, sino que
permanece como espectador ayuno de su ardor
cursos prescriptivos de los griegos, a tra-
sensual” (Sócrates, citado por Foucault, vés de los cuales buscaron justificar y re-
1998b: 206). glamentar sus prácticas sexuales. Por lo
Deseo y poder 65
del maestro. El cambio de papeles entre ternativa —no como la única forma de
adulto y joven se mantiene en la medida relacionarse con su cuerpo— el camino
en que el adulto logra resistir a la seduc- estoico; es decir, negándose a experimen-
ción de la que es objeto por los jóvenes, tar el placer que pudiera gozar en él.
los cuales no buscan placer sexual sino Olvidados de sus obligaciones públicas
intelectual. Otra vez se insiste en la ne- e imágenes sociales, y separando la expe-
gación del placer sexual de los jóvenes. Si riencia concreta de sus proyectos de vida
esto hubiese sido así, en la Antigüedad articulados deontológicamente (usar la
los jóvenes no sólo tuvieron prohibido el condición de ser libres para gobernar),
acceso a la ciudadanía hasta que reem- podría pensarse a los amantes entrega-
plazaban a sus padres —por incapacidad dos recíprocamente a saciar lo que ani-
o muerte— en todos los títulos y derechos ma el encuentro: el deseo de experimen-
que como ciudadanos tuvieran en vida tar el placer sexual con y en el otro. En
(Feixa, 1998), también habrían tenido este escenario el poder del deseo es amo y
negado el derecho al goce sexual hasta señor. El poder que anima y moviliza el
que llegaran a la vida adulta y sólo en- deseo sexual de los amantes ya no se si-
tonces gozar en el cuerpo de otros mozos túa en uno de los amantes, sino que am-
como ellos mismos funcionaron durante bos están entregados a los ritmos y an-
su juventud. siedades que impone el deseo por el otro.
En un sentido más general, este pre- Así, puede plantearse la hipótesis de que
dicamento implicaría que en la Grecia clá- en el encuentro sexual, el poder pertene-
sica los jóvenes no habrían tenido una ce al horizonte del deseo. Ya sea que ese
vida privada, donde se orientaran —y, por deseo implique en algún momento el pa-
lo tanto, se comportaran— de manera di- pel activo y el otro el papel pasivo, lo im-
versa a lo que disponían las normas y las portante es que uno u otro lugar está de-
convenciones sociales. Tal situación plan- terminado por el deseo de experimentar
tea grandes dudas. ¿No se podría pensar el placer del otro cuerpo, no por el placer
que —emulando a sus maestros— los jó- de tener el poder (en tanto activo) sobre
venes no sintieran deseo y buscaran ex- el otro amante (en tanto pasivo).
perimentar el goce sexual en el cuerpo de
otros varones jóvenes? ¿O en el cuerpo
de las mujeres jóvenes? La prostitución V. EL PODER DEL DESEO
era una práctica extendida entre los grie- EN EL OSCURANTISMO MODERNO
gos, y es difícil suponer que los jóvenes
no tuvieran acceso a este tipo de relacio- Comprendiendo que la moral sexual mo-
nes (Schnapp, 1996). derna13 se ha construido en un periplo que
Distinto sería el panorama si se acep- supera el horizonte de la experiencia cris-
tara que en el ritual del cortejo y de la tiana, y que se remonta hasta la Grecia
relación sexual, el joven hubiera tenido
plena potestad de su cuerpo para usarlo 13
Cf. Occidente y sociedades que están bajo
en función de obtener placer sexual. En su influencia, como las sociedades latinoameri-
este marco, el joven tendría como una al- canas.
68 Gabriel Medina Carrasco
clásica, es posible establecer algunas con- orgásmicos; es decir, al igual que los adul-
tinuidades que alcanzan hasta la cultura tos griegos, sólo están interesados en al-
sexual de nuestros días; es decir, se ob- canzar su propio placer.
servan en algunos fenómenos de la sexua- Otro ejemplo que evidencia una conti-
lidad que experimentan y significan hoy nuidad entre griegos y modernos radica
en día los sujetos occidentales y latino- en la extendida concepción (en el sentido
americanos. común, la literatura y la academia) que
Entre otras continuidades, la herencia otorga el poder del espacio íntimo (seduc-
griega se refleja en la forma en que los ción sexual, complicidad) al sujeto que
hombres heterosexuales buscan seducir cumpla el rol activo. Tanto el varón adul-
a mujeres distintas a su pareja estable to de la Grecia antigua, como el hetero-
(novia, esposa) que, conforme a la doble sexual moderno, son concebidos como el
moral moderna, fungen como aventuras sujeto del deseo y, por ende, el sujeto acti-
ocasionales para obtener placer sexual. vo, haciéndolo acreedor del poder en la
En efecto, la moral sexual de los griegos intimidad. Sobre el heterosexual moder-
permitía a los adultos libres buscar en los no existe una extensa discursividad (lite-
jóvenes (en un cuerpo distinto al de su raria, cinematográfica y ensayística) que
esposa y madre de sus hijos) la experien- lo asocia con las figuras del seductor, y
cia orgásmica del encuentro sexual, a sobre todo del Casanova.
partir de la premisa de que era un goce Aunque escapa a la típica relación en-
no correspondido porque los jóvenes es- tre sujetos con un mismo devenir sexual
taban impedidos de acceder a dicha ex- (cf. entre heterosexuales o entre homo-
periencia. Asimismo, la doble moral mo- sexuales), el tercer ejemplo que ilustra
derna le otorga al hombre la libertad14 esta continuidad es el cortejo mediante
para experimentar la experiencia orgás- el cual un homosexual intenta seducir a
mica fuera de su vínculo matrimonial (o un heterosexual. Quizá por la compleji-
relación afectiva establecida). De acuer- dad que comporta su anormalidad, el
do con las investigaciones de las relacio- análisis en detalle de este caso ofrece un
nes extramaritales, en especial las que gran potencial para desdibujar el sentido
ocurren con prostitutas, los hombres no cultural construido en la sexualidad occi-
esperan ser correspondidos en términos dental que atribuye al rol activo el poder
de la intimidad.
La similitud entre el cortejo de los adul-
14
El símil de libertad entre un hombre griego tos griegos por los muchachos, motivados
adulto y el varón heterosexual moderno alude a
que éste es libre en el sentido de tener la capaci-
por su belleza y poder de autocontrol, con
dad económica para pagar los servicios sexuales el deseo de seducción que tiene el homo-
de una trabajadora sexual, o de tener el permiso sexual por el heterosexual radica en el
—o derecho— de tener una vida sexual con cuer- mayor interés que produce en el “sujeto
pos (de mujeres u hombres) distintos al de su del deseo” la resistencia que plantea el
esposa y madre de sus hijos. Por lo tanto, al igual
que los griegos, los hombres modernos tienen el
sujeto “objeto de deseo”: en términos con-
atributo de ser libres para ejercer su sexualidad cretos del cortejo, así como para los grie-
con quienes ellos deseen. gos vencer la resistencia del joven era ali-
Deseo y poder 69
protocolo social y el deber moral se tra- acervos morales y normativos que asis-
duce en un accionar incisivo y transgre- ten a determinada configuración sexual
sor, que desemboca en la invención de un pueden desdibujarse en el proceso de se-
ambiente interaccional orientado al des- ducción. En otras palabras, todas las cer-
borde lúdico y descarado de la moral que tidumbres sexuales articuladas en proce-
rige una situación social determinada. De sos de socialización previos pueden
este modo, el cinismo es un código social desmoronarse ante el espesor del poder
que funda escenarios sociales o situacio- del deseo que se despierta en los sujetos
nes discursivas, que se estructuran en la cuando éstos se ven inmersos en un es-
dirección que el seductor desee. pacio de seducción.
En tercer lugar, para encandilar y cau- Lo anterior se puede observar en la
tivar a su interlocutor el seductor tiene errada concepción que establece una re-
que actuar con asertividad; esto es, inte- lación ontológica entre pasividad/belleza
ractuar a partir de hacer una correcta femenina. El cuerpo de la mujer como el
lectura de los intereses y deseos del otro objeto representativo de la belleza no es
y del ambiente situacional. Ello conlleva un invento moderno, sino una construc-
una adecuada interpretación de sus res- ción que se remonta al Renacimiento de-
tricciones morales como de las debilida- bido al “reconocimiento explícito y ‘teori-
des que ellas contienen. En sus interven- zado’ de la superioridad estética de la
ciones cargadas de cinismo, el seductor mujer y glorificación hiperbólica de sus
extiende a su interlocutor una invitación atributos físicos y espirituales” (Lipovets-
a una situación distinta de la que origi- ky, 1999: 105).17 La concepción de la be-
nalmente los encontró. La sutileza de la lleza que surge entre los siglos XV y XVI
invitación descubre a su interlocutor veía la belleza femenina como represen-
acompañando al seductor en la ruta que tante de valores morales y espirituales,
aquél propone sin la capacidad de negar- como la bondad y la pureza. En cambio, la
se a tal cometido. visión moderna de la belleza (siglo XIX)
Así, el seductor posee la facultad de la concibe como un atributo corporal que
derrotar las barreras simbólicas, lo que se desliga de su dimensión espiritual y se
—en el espacio de la intimidad— se tra- explica en sí misma. Sin embargo, sólo a
duce en eliminar en el sujeto objeto de través del siglo XX la visión moderna tras-
deseo la autonomía básica para orientar pasa los estrechos límites de la alta so-
sus cursos de acción. Sin embargo, para ciedad, el arte y los círculos intelectua-
ello no recurre a subterfugios o recursos les; concretamente a partir de la
solapados, sino que en su antípoda actúa masificación de los medios de comunica-
de manera incisiva, displicente, transpa- ción en la década de 1960 se generaliza
rente y humorística, logrando encandilar
a los otros sujetos con los que comparte 17
Entre los griegos la situación se presenta
la relación de intimidad. En este sentido,
diferente, porque el cuerpo que despertaba las
los recursos de belleza física, poder eco- pasiones era el cuerpo atlético y novel de los va-
nómico y político pierden relevancia en rones; es decir, el deseo sexual surgía por el cuer-
el proceso de seducción. Asimismo, los po de los jóvenes.
Deseo y poder 73
propio espacio, en tanto que hombres y y, por extensión, también alude al inter-
mujeres tienen la posibilidad de construir cambio o las intensidades de los papeles
un significado de placer a partir del sen- activo/pasivo de los actores.
tido que alimenta la lectura sensorial. Si Para que la intimidad sea un lugar de
bien el hombre puede interpelar su con- rituales y juegos eróticos que transgre-
dición de superioridad cultural, la mujer dan la normativa sexual, requiere que los
puede responder desde el lugar de la re- sujetos se comprometan con la relación
sistencia concreta. En términos hipotéti- sexual. En otros términos, requiere que
cos esta resistencia puede traducirse en los sujetos desarrollen un compromiso con
una negación a las insinuaciones sexua- su propio cuerpo en la búsqueda y per-
les del hombre o a la imposición de las cepción del placer. Sólo de este modo el
condiciones para concretar el encuentro goce sexual será fruto de la complicidad
sexual. construida en la intimidad y, por ende,
El seductor, como lugar de poder, sería será un placer compartido. Esto significa
parte del discurso masculino sólo en la que el placer de la intimidad sigue sien-
medida en que busca confirmar una posi- do un campo latente que se define en fun-
ción de dominación autoconferida. Supe- ción del tipo de lucha que plantean los
rioridad masculina que buscaría amino- amantes. Si la disputa se estructura ex-
rar (u ocultar) el temor que le produce el clusivamente en función del placer del
poderío de la mujer (por su capacidad re- activo, no se produce un goce cómplice;
productora) y, por lo tanto, el discurso se- por el contrario, el encuentro sexual sir-
ductor busca en lo principal seducirse a ve a los intereses solipsistas del activo.
sí mismo: se entrega a su propia aparien- La falta de complicidad entre los aman-
cia (Baudrillard, 1997). tes se traduce en el copamiento del pla-
Independientemente de cuál de los cer producido en la intimidad por parte
sujetos de un proceso de seducción gene- del sujeto activo. En estos casos, el sujeto
re el deseo en el otro (mujeres, hombres, pasivo sólo cumple un papel instrumen-
homosexuales), la dinámica de la relación tal porque no experimenta goce alguno,
de deseo sexual impone una movilidad del sólo sirve para el beneficio del otro. En
poder que lo sitúa en el propio espacio de cambio, si la disputa se estructura en fun-
la intimidad. Esto implica que el poder ción del placer de ambos amantes, activo
que da existencia al espacio de seducción y pasivo obtienen el beneficio de recono-
es autónomo, no depende de quién deten- cerse en la explosión orgásmica. En rea-
ta el papel activo y quién el pasivo en el lidad, la figura del orgasmo viene a refle-
proceso de seducción. Por lo tanto, exis- jar la comunión de los amantes en la
tiendo alguien que busque seducir a otro intimidad; sea o no una experiencia so-
que acepta participar en el juego de se- mática, en términos simbólicos expresa
ducción, la intimidad adquiere un poder el goce más profundo posible en el espa-
que se orientará de acuerdo con la diná- cio sexual o íntimo: plena comunicación
mica de la seducción. La dinámica refie- entre los amantes. En estos casos, uno de
re a los ritmos, las reglas del juego y las los amantes puede por momentos —o de-
complicidades construidas en la seducción finitivamente— guiar a su compañía
Deseo y poder 75
sexual en el ritmo, las caricias, las postu- nificados que aún permanecen en la alte-
ras y, en definitiva, en la ruta hacia el ridad de la modernidad (en el secreto) es
placer. Pero esta guía no funciona si sólo una apuesta por atribuirle al espacio de
es para sí; tiene como condición compar- la intimidad la libertad para fundar nue-
tir los deseos, los gustos y las sensacio- vos significados; en definitiva, es hacer
nes: es un placer para ambos y con la hincapié en aquellos significados que no
participación de ambos. Sólo de esta ma- articulan la relación sexual ubicando el
nera, el compromiso con el ritual erótico poder de orientar el placer en uno de los
permite alcanzar mayores niveles de de- amantes (activo), sino que lo sitúa en el
seo recíproco y, por extensión, mayores po- espacio de entrega o complicidad, o am-
sibilidades de placer. bas cosas.
Comprometerse consigo mismo en el Reconocer que los significados que ar-
ritual erótico y sexual no implica luchar ticulan la experiencia de la modernidad
para imponerse en función de un benefi- provienen de un discurso masculinizan-
cio mezquino y solipsista, sino es una lu- te, obliga a dar cuenta de la alteridad de
cha para alcanzar una comunión sexual; sentido que lo cuestiona. Pese a que la
esto es, una relación donde ambos entre- lógica formal que aprisiona a la reflexión
gan e intercambian sus deseos de placer. moderna no permite aprehender lo inde-
En esta situación lo importante es gene- terminado de la realidad (Zemelman,
rar una situación de complicidad y de 1992), la riqueza de la dimensión somáti-
entrega porque, aunque no comporte afec- ca inaugura un desplazamiento de los
tos que trasciendan la situación sexual, horizontes de comprensión de la sexuali-
el poder logra trascender a los amantes. dad moderna.
De acuerdo con esta concepción del po- Para superar la aporía analítica que
tencial liberador del deseo, no importa tiene el pensar parametral que impone
buscar en los amantes ni el papel del ac- la lógica formal (cf. para romper la clau-
tivo o pasivo ni la condición de varón o de sura de sentido de la modernidad), deba-
mujer. tir sobre la relación poder/rol activo ofre-
ce una posibilidad para cuestionar la
hegemonía del discurso masculinizante,
VI. COLOFÓN toda vez que permite conceptualizar de
manera distinta las relaciones de poder
Una lectura distinta de la interpretación en el interior del espacio de la intimidad.
foucaultiana sobre el legado griego que Seguir las condiciones del discurso hege-
forma parte de la cultura sexual moder- mónico, en vez de observar la diversidad
na constituye un intento por asumir el de lo sexual, comporta desterrarla al ano-
desafío de romper el horizonte de sentido nimato, sepultarla en los pliegues de la
de la modernidad a partir de resignificar experiencia y la alteridad.
las zonas oscuras de la sexualidad grie- Quienes se limitan a la búsqueda de
ga. La posibilidad de develar, a partir de la verdad (como norte o finalidad de pro-
cuestionar la hegemonía del discurso ceso de construcción del saber) están atra-
masculino de la sexualidad, aquellos sig- pados en una visión complaciente de la
76 Gabriel Medina Carrasco
LIPOVESTKY , Gilles (1999/1997), La tercera neral de las cosas de Nueva España, Méxi-
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