El “cogito” es un tema filosófico ampliamente
estudiado. En su historia se puede encontrar
la propuesta hecha por el filósofo moderno
Rene Descartes del “Cogito ergo sum”
(Pienso luego existo), según este autor ésta
debía ser la primera verdad innegable a partir
de la cual se debe construir la filosofía. Sin
embargo, dicha propuesta fue objetada por
muchos autores debido a algunos de los
errores que presenta. Este planteamiento
cartesiano fue retomado y reivindicado por
Jean Paul Sartre, un filósofo contemporáneo
y gran exponente del existencialismo. El cual
consideraba al cogito cartesiano como
garantía del carácter apodíctico de la
investigación fenomenológica. No obstante, le
da una nueva reivindicación al presentar al
cogito como un cogito prerreflexivo y no
sustancialista como lo había hecho
Descartes. Además, de ello su reivindicación
radica en tratar de retomar al cogito evitando
caer en el solipsismo, del cual es acusado el
cogito de Descartes.
Dicho pensador moderno presenta al Cogito
como el resultado de una investigación,
donde inicialmente buscaba la verdad que
permitiera fundamentar todas las ciencias,
para ello sería necesario, según él, una
completa trasformación de los conocimientos,
y la única forma de hacerlo era a través de un
método. Por lo cual plantea la duda como
método de la búsqueda de la verdad.
Descartes rechaza los sentidos y con este
rechazo cuestiona la existencia de los demás
entes; Dios, el mundo, el sol y la tierra no
existen, parece que nada es cierto. Incluso la
existencia de su propio cuerpo es
cuestionable y dudosa. Solo le queda el
pensamiento, lo único que no se puede
separar de él, es que "Yo soy, yo existo” pero
se pregunta ¿durante cuánto tiempo? A lo
que contestara: Mientras se piensa, pues si
dejará de pensar completamente, al instante
dejaría de ser. Descartes en este punto ya
Descartes Sartre
sabe que es algo que piensa, pero se
pregunta ¿Qué es ese algo que piensa? Pese
a que la duda ha devastado todo, Él se
reconoce como una sustancia pensante y
existente.
A través de la duda metódica Descartes
descubre su primera certeza; que su
existencia es evidente porque se muestra de
manera clara y distinta. Aun sabiendo esto,
indaga sobre el conocimiento de los cuerpos
exteriores aun cuando no estaba seguro de
su existencia. Su espíritu pensaba que ellos
son más fáciles de conocer. Pero se da
cuenta que la percepción que obtiene de
dichos cuerpos no es dada por los sentidos,
sino por inspección de la mente. De esto
deduce que es más sencillo conocer la mente
propia, que los cuerpos exteriores; no existe
conocimiento más simple y evidente que
mi yo, como sustancia pensante se capta con
mayor facilidad. De esta manera,
Descartes establece que se puede conocer
con certeza la propia existencia como
sustancia pensante, aun sin saber si los
demás cuerpos existen.
El cogito cartesiano recibió reproches en
tanto es tomado como base apodíctica de una
filosofía debido a que, por un lado, es una
abstracción, una forma pura, en cuanto se
aísla de su cogitatum (el que piensa). En
segundo lugar, no podría fundar ninguna
verdad, en tanto la verdad está “devenida” y
es sintética, pues implica un desarrollo
temporal, y el cogito, siendo instantáneo, no
puede fundar la temporalidad. Por la misma
razón, el Cogito no permite salir de la
contemplación intemporal de un sistema de
medios y fines. En tercer lugar, no nos
muestra su ser a menos que se proceda al
“salto” sustancialista de Descartes, ni muestra
el ser del mundo, el cual no puede revelarse
sino como un perceptum (lo que percibimos).
Y, por último, no permite salir del solipsismo,
a menos que se recurra a la idea de Dios, es
decir, a menos que se haga el “salto”
ontológico.
En este sentido, Sartre se da cuenta que el
cogito debe ser tomado como la verdad
primera de un orden filosófico de verdades, ya
que, si se decide rechazarlo como tal, sería
necesario tomar el conocimiento de forma
completa, en materia y forma como garantía
del conocimiento singular. Lo cual convertiría
todo el sistema en probable e implicaría la
desaparición de la apodicticidad. Y, sobre
todo, al reducir cada objeto a un perceptum,
el ser es reducido al conocimiento que
adquirimos de él. De ser así, causaría la
aparición de un nuevo problema y es que la
totalidad del percipi (percibido) y del
percipiens (percepción) queda privada de ser,
todo se deshace en la nada. A menos que
haya un ser del conocimiento que justamente
no pueda reducirse a un ser conocido.
Pero, del mismo, se da cuenta que el error de
Descartes fue atribuir al conocimiento un ser
sustancial equivalente al de la cosa. Como el
cogito no es más que la manifestación de la
conciencia, es decir que, conociendo soy
consciente de conocer. Si se rechaza
considerar la conciencia como
inmediatamente reflexiva o como un
conocimiento de conocimiento, exigiría un
regreso al infinito, y se notará que ella tal vez
no es un conocimiento vuelto sobre sí, sino la
dimensión de ser del sujeto. Por lo tanto, para
no caer en dicho error se debe considerar la
conciencia como modo de ser en lugar de
intentar conferirle un ser, quizás así se podrán
disminuir las imperfecciones del Cogito
Cartesiano y se podrá encontrar en él la
posibilidad misma de salir de
instantaneidad del idealismo y del solipsismo.
La innovación de la propuesta Sartreana
reside en que el autor existencialista plantea
que sólo el cogito prerreflexivo funda los
derechos del cogito reflexivo y de la reflexión,
esto es que, sin el cogito prerreflexivo, el
cogito reflexivo no puede ser posible. Ya que
es a partir de él que puede formularse el
problema ontológico de la aparición de la
conciencia reflexiva, y el problema lógico de
sus derechos de apodicticidad. Dicho de otro
modo, es a partir de la existencia del cogito
prerreflexivo que se puede establecer a la
conciencia reflexiva como existente e
irrefutable.
Finalmente, Sartre decide rescatar el cogito
reflexivo, en beneficio del cogito prerreflexivo,
permitiendo encontrar el ser de la conciencia,
el ser del mundo y la existencia del otro.
Debido a que tal método nos distanciará del
idealismo, le devolverá al “Yo pienso”
cartesiano su riqueza concreta y su
apodicticidad. Pero, sobre todo, le evitaría
caer en el solipsismo tal como lo hizo
Descartes. Pues la conciencia prerreflexiva
revelará que con el cogito uno no se descubre
solamente a sí mismo sino también a los
otros. Ya que cuando nos descubrimos a
nosotros, lo hacemos frente al otro, es decir,
el hombre que se descubre directamente por
el cogito, descubre también a todos los otros
y los descubre como la condición de su
existencia. Se da cuenta de que, para obtener
una verdad cualquiera sobre mí, es necesario
que pase por otro. El otro es indispensable a
mi existencia tanto como el conocimiento que
tengo de mí mismo. De aquí, que Sartre
mostrara su planteamiento sobre la otredad,
es decir, el otro existe y es tan cierto para
nosotros como nosotros mismos.
ANDREA REBOLLEDO
MACARENO
HISTORIA DE LA FILOSOFIA
MODERNA
la LIC. MARIA CAROLINA GUZMAN
22-11-2017