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Los legados de la cultura occidental

(De:Leila Blegeiter de la Cátedra de Humanidades de la Escuela de Comunicación y Diseño Multimedial,


Universidad Maimónides)

Introducción
Según José Luis Romero la expresión “cultura occidental” define una concepción del mundo y de la vida
que se origina en un lugar territorial definido y por ciertos grupos sociales que en su momento se
diferenciaban de sus vecinos, pero luego se expande más allá de ese territorio a un nivel en que se
podría considerar casi universal.

Yo creo que hoy en día la cultura occidental sigue tomando ciertos “condimentos” de otras culturas,
sigue renovándose, y en el sentido inverso con la globalización y las comunicaciones que existen,
casi no quedan culturas que hayan permanecido intactas sin sufrir influencias de la cultura
occidental.

En el estudio que hace Romero, él considera tres legados principales sobre los cuales se forma la
cultura occidental como básicamente hoy la conocemos. Surge como una cultura sincrética, con
caracteres que la definen en los primeros siglos de la Edad Media y como resultado de la
confluencia de tres grandes tradiciones, la romana, la hebreo-cristiana y la germánica. Con estos
tres legados la cultura occidental formó su patrimonio y su fisonomía.

El complejo cultural resultante de estos tres legados se empieza a vislumbrar a partir de la Querella de
las Imágenes entre la Iglesia de Roma y la de Constantinopla en el siglo VIII, ya que cada una se basó
en un sistema de creencias muy diferentes, lo que marcó la división tres siglos más tarde con el
Cisma de Oriente, resultando en una Europa Occidental bien diferenciada del mundo Bizantino y del
mundo Musulmán.

Luego en lugar de llamar Oriente al heredero de Bizancio (el Imperio Turco y continuador de la
tradición musulmana), el Oriente se encarnó en los territorios de la India y China y más tarde del
Japón. Por esto mismo podríamos considerar al legado musulmán o árabe como un cuarto legado
amalgamado en la cultura Occidental.

Los tres legados

Las primeras etapas de la cultura occidental fueron caóticas e informes. La influencia de cada legado
tuvo distinto peso y características en el complejo que fueron conformando con múltiples
combinaciones. El legado romano y el legado germánico se constituyeron por características
raciales y corrientes espirituales, mientras que el legado hebreo-cristiano consistía en una opinión
sobre el modo de vida que debía llevar la gente.

El proceso de fusión se llevó a cabo sobre suelo romano, por lo cual este legado constituyó una sólida
realidad que aportó sus estructuras fundamentales. Bajo el peso del orden político y jurídico
romano, casi no subsistieron otras tradiciones de poblaciones nativas de la zona, y lo que subsistió
se tuvo que adecuar al riguroso marco que otorgaba la romanidad, que no mucho después ya podía
parecer propio de esas regiones o culturas conquistadas. Además ese orden otorgaba una idea de la
vida. Cada principio político, cada norma jurídica, se basaba en una actitud definida y resolvía algún
problema cotidiano como por ejemplo la organización de la familia, el régimen patrimonial, las
relaciones económicas, los principios morales, los deberes sociales y las obligaciones frente al
estado, siendo todas estas estructuras fundamentales aún en la actualidad.

El ejército y las colonias militares fueron agentes eficaces de la romanización. Difundieron ese sistema
de normas, definido y justificado por una rigurosa disciplina que otorgaba la idea del bien común,
de la colectividad y del estado. Esto dejó una profunda huella en el espíritu occidental. Lo que me
recuerda a Asterix, un comic francés que representa una aldea gala que hace frente al ejército
romano, utilizando una poción mágica que les brinda fuerza sobrehumana. Asterix es todo un
símbolo cultural para Francia, tanto que el partido final de fútbol de la Copa Mundial de la FIFA en
2006 entre Francia e Italia fue representado en los periódicos franceses como una lucha entre
legiones romanas y aldeanos galos.
La Iglesia misma no hubiera subsistido sin las sólidas estructuras romanas para conformar el sistema de
la convivencia. La romanidad le brindó a lo abstracto del sentimiento y las pasiones, el realismo
necesario para llevar adelante la relación práctica entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre
y la divinidad, y de los hombres entre sí.
El legado de la romanidad clásica llegó a la cultura occidental por la literatura o el recuerdo. Pero el
legado real fue de una cultura que se encontraba en crisis, herida en sus fundamentos,
empobrecida y debilitada por los problemas sociales, económicos y políticos que la afectaron a
partir del siglo III.
Cuando los conquistadores germánicos llegaron, se encontraron con una moral ciudadana y un orden
político resquebrajados. La vida pública había dejado de ser la expresión de los intereses de la
comunidad, y el ejercicio de los cargos públicos se había tornado pesado y obligatorio, mientras que
el fisco oprimía a los más pobres. El Estado, en lugar de representar la majestad del pueblo romano,
se había vuelto un grupo privilegiado que se interesaba sólo por su riqueza. El Estado era un amo, y
cuando llegaron los conquistadores germánicos el pueblo sufrió únicamente el cambio de un amo
por otro.
Según Romero en cierto sentido la crisis del Bajo Imperio Romano se le puede atribuir en parte al
cristianismo. Ésta era una religión oriental, proveniente del judaísmo, que durante los primeros
siglos no se la consideraba más que una superstición, cuyos creyentes eran muy intolerantes. Esto
hizo que se la persiguiera en varias ocasiones, pero para el siglo III había tantos creyentes que sí se
la podía considerar un peligro público. La raíz del peligro en realidad era la concepción de la vida del
cristianismo completamente antagónica con la romana, por lo que el triunfo del cristianismo debió
herir a la romanidad en sus puntos vitales.
El romano aspiraba a realizarse como ciudadano, distinguiéndose en las funciones públicas o militares
en servicio a la comunidad, alcanzando una gloria terrena acompañada de riqueza y poder. La gloria
más alta era el tributo concedido por el senado al general victorioso. La vida para el romano se
realizaba sobre el mundo terreno y la muerte constituía un vago mundo de sombras. Este concepto
se encuentra descripto por Virgilio en el canto VI de la “Eneida”, donde Eneas desciende a los
infiernos para buscar a su padre y tras un nostálgico encuentro, Anquises le cuenta a Eneas que a
las almas buenas, después de mil años, se les borra la memoria y se las manda nuevamente a la
tierra en otros cuerpos. La obra además fue escrita con el fin de glorificar y atribuir un origen mítico
al Imperio teniendo una importantísima recepción a lo largo de los siglos, especialmente en esta
época del Imperio de la que hablamos.
La difusión del cristianismo entonces contribuyó a la crisis del Imperio, ya que condenaba radicalmente
la concepción de la vida romana. Como religión oriental, de salvación, de conciencia, el cristianismo
negaba categóricamente el valor supremo de la vida terrena, y transfería importancia a la vida
eterna que esperaría después de la muerte. Consideraba vanidad a la riqueza, el poder, la gloria, el
amor humano, el goce intelectual, el refinamiento de la sensualidad, etc. Vanidad era la vida misma
como la concebía el romano, por lo tanto quien se entregaba al cristianismo debía renunciar a la
romanidad y accedía a abandonar todas las prácticas que habían nutrido su grandeza.
También es posible que el cristianismo se haya difundido tanto debido a la condición de opresión que
vivía el pueblo. La Iglesia se organizó según el esquema del Imperio, y cuando éste cayó, la nueva
organización subsistió.
Los germanos asumieron la dirección política de los nuevos reinos, pero el legado cristiano se presentó
de diversas maneras, principalmente en la organización eclesiástica y otorgando de a poco un
marco para una sociedad constituida y convulsionada sobre el hecho de la conquista. Brindó un
ideal remoto para el complejo social que comenzó a formarse y poco a poco se fue afirmando en las
conciencias.
Frente a los otros dos, el legado germánico fue el más simple. Los conquistadores traían una idea de la
vida menos elaborada, más espontánea y más libre. Creían en la naturaleza que se encuentra en el
hombre, exaltaban el valor y la destreza, el goce de los sentidos y la satisfacción de los apetitos.
Tenían como aspiración el ideal heroico, al que impusieron cuando constituyeron las aristocracias
de los reinos que fundaron por la conquista. El ideal heroico se refiere a la búsqueda del honor al
precio del sacrificio -si es necesario-, al valor altruista y a la fuerza descomunal, aunque no
monstruosa.
Entre las tribus germánicas, además de la lengua existían otros rasgos ampliamente extendidos entre
ellos. Todos se regían por una monarquía electiva. El rey o jefe de la tribu era elegido por una
asamblea de guerreros, que además administraban la justicia, pactaban la paz o declaraban la
guerra. La organización en cuanto al poder era bastante simple. La clase de los nobles era la que
tenía acceso a los puestos de mando (asamblea de guerreros, mandos militares) y de donde podían
ser nombrados los reyes de las tribus. Los hombres libres, quienes formaban parte del ejército,
practicaban la caza y otras actividades cotidianas mientras los esclavos debían trabajar las tierras y
obedecer a un amo. Su organización social era de tribus independientes, que ocasionalmente se
confederaban para la guerra. Eran pastores y agricultores seminómadas, cuyos asentamientos eran
poco duraderos. No tenían alfabeto (el rúnico de los escandinavos se usaba sólo para fines
religiosos), por lo que no hay registros escritos de su historia hasta su encuentro con los romanos.
Tenían esclavos y hacían vasallos semilibres a los pueblos conquistados. Algunas tribus
establecieron relaciones de clientela con los romanos, sirviendo ocasionalmente en sus ejércitos.
Estas relaciones sentaron la base del régimen feudal y los dominios que establecieron fueron el
origen de los reinos medievales y los actuales países europeos.
Por lo tanto el legado germánico se mantuvo a través de una concepción aristocrática de la vida,
moldeando los impulsos de esa moral heroica en conjunción con los otros dos legados más
elaborados, que enseguida percibieron los conquistadores y supieron incorporar: el Estado, la
Iglesia y Dios como sistema de normas para la convivencia.
Este legado del guerrero, el héroe, en conjunción con la Iglesia y el Cristianismo derivó en las Cruzadas,
las Conquistas y Evangelizaciones de América y yo creo que aún en las guerras más actuales, como
por ejemplo el intento de Hitler por conquistar el mundo, o la intervención de EEUU en guerras de
otros países considerándose a sí mismos como los salvadores del mundo. Esto se puede ver en
muchísimas películas y series que han hecho y continúan haciendo los estadounidenses. Lo cual no
es de extrañar considerando además que el Departamento de Defensa presta sus medios a aquellas
producciones que exalten los rasgos heroicos del ejército estadounidense, que enfaticen eventos
históricos o que promocionen el reclutamiento de civiles.
Cuando surgieron las ciudades y la burguesía, al legado cristiano no le resultó fácil mantener su
concepción de la vida, en contraposición con la nueva mentalidad que rompía con lo medieval. Las
tensiones se hicieron evidentes y a la vez que se fraguó el cisma de Occidente se resquebrajaron
numerosos aspectos relacionados con la fe y la Iglesia. Simplificando estas circunstancias podemos
afirmar que junto con el reencuentro de la cultura clásica se abrió el camino hacia el
antropocentrismo (se desplaza el centro de gravedad del teocentrismo al antropocentrismo). El ser
humano se volvió centro del mundo y sustituyó a Dios.
Giovanni Boccaccio, junto con Dante y Petrarca son las figuras más importantes del Prerrenacimiento
italiano. La obra de Boccaccio, el Decamerón, además de ser el primer gran libro de cuentos de la
literatura universal, es plenamente renacentista, ya que sólo se ocupa de aspectos humanos sin
hacer mención a temas religiosos y teológicos. Es notable por la riqueza y variedad de los cuentos
que alternan entre la solemnidad y el humor, por la brillantez de su escritura y por su penetrante
análisis de los personajes. Estos cien cuentos sin lugar a dudas fueron inspirados en la gran obra de
la cultura oriental “Las mil y una noches”.
El “Decamerón” rompió con la tradición literaria de escritos místicos predominantes en la época, y por
primera vez en la Edad Media, Boccaccio presentó al hombre como artífice de su destino, más que
como un ser a merced de la gracia divina al ser como lo que es, una persona con virtudes y
defectos, además de mostrar sus deseos internos (lo pícaro, lo lascivo, el engaño, grandes amores,
etc.), que esta vez salen al descubierto.
Según Romero casi todo proviene de cierto trasfondo romano que se rebela contra la coerción
cristiano-feudal, posiblemente estimulado por el contacto con otras culturas que opera en los siglos
XIV y XV y nutrido por elementos de la tradición musulmana. Por otro lado, las clases poco
privilegiadas, la burguesía y hasta los campesinos, ya no se conforman con el sistema social del
orden feudal y tratan de sacudirse el yugo que los oprimen buscando sus propios privilegios y
otorgando valor al dinero en contraposición a la tierra. Esta necesidad coincide con la voluntad de
saber, el conocimiento de la naturaleza obsesiona a la gente, pintores, novelistas, poetas, filósofos
y científicos empiezan a mirar el mundo con otros ojos, tratando de describirlo, interpretarlo y
entenderlo para fines estéticos y prácticos. El hombre comienza a sentirse el más alto valor de la
creación, y en su deseo de gloria, aventura y riquezas emprende audaces viajes que revelaron
tierras hasta entonces desconocidas. El capitalismo se instala y comienza a regir el mundo, y surgen
inventores o estudiosos que recorren caminos inexplorados en el terreno de la ciencia como
Leonardo, Copérnico, Galileo, Newton, etc. Estas experiencias tan embriagadoras llenan al hombre
de confianza en sus propios recursos, pero adquirirán una significación tan alta que a algunos les
parecerá demoníaca.
Por ejemplo la tranquila vida de estudioso que Boccaccio llevaba en Florencia fue interrumpida
bruscamente por la visita del monje sienés Gioacchino Ciani, quien lo exhortó a abandonar la
literatura y los argumentos profanos. El monje causó tal impresión en Boccaccio que el autor llegó a
pensar en quemar sus obras, de lo que fue afortunadamente disuadido por Petrarca.
Otro religioso dominico famoso en esa época fue Savonarola, que como predicador italiano fue
confesor del gobernador de Florencia, Lorenzo de Médici. Savonarola organizaba las célebres
Hogueras de Vanidad (o “quema de vanidades”), donde los florentinos estaban invitados a arrojar
sus objetos de lujo y sus cosméticos, además de libros que él consideraba licenciosos, como los de
Boccaccio. Predicó contra el lujo, el lucro, la depravación de los poderosos y la Iglesia, contra la
búsqueda de la gloria y contra la homosexualidad (entonces llamada sodomía). Escribió discursos
en los que acusó a la Iglesia de todos los pecados. Los papas humanistas, que ayudaban y
mantenían a los artistas, eran su blanco preferido. Sus fieles siguieron con devoción sus llamadas a
la vida sencilla. Las misas de Girolamo Savonarola llegaron a juntar 15.000 personas. Decía que
todos los males de este mundo se debían a la falta de fe, porque cualquiera que tuviese fe se daría
cuenta de inmediato que es muy necesario obrar bien, porque las penas del infierno son infinitas.
Se dice que Lorenzo de Médici llamó a Savonarola en su lecho de muerte en 1492 y Savonarola lo
maldijo, haciendo que Lorenzo terminase sus días, hasta el último suspiro, temiendo al infierno.
De todas formas nada se ha perdido, sino que se transforma y busca un nuevo equilibrio. El orden
cristiano-feudal de la Primera Edad se reajustó al comienzo de la Segunda dando un significado más
alto al legado romano. La realidad creada por la nueva burguesía se impuso, luego pareció ser
ahogada, pero obtuvo finalmente su legitimidad en el cierre de la Segunda Edad (siglo XVIII). El
legado cristiano (lo metafísico) vuelve a resurgir al trastabillar el orden de la realidad. Parecía un
retorno, pero fue un nuevo equilibrio entre los elementos del complejo.

El cuarto legado
El saqueo y la depredación fueron los rasgos característicos de las segundas invasiones que la Europa
occidental sufrió durante la Edad Media. Defendidas las diversas comarcas por una nobleza
guerrera, no podían apoderarse de ellas con la misma facilidad con que en el siglo V lo hicieron los
germanos con el Imperio Romano; pero la falta de organización, la autoridad por mantener los
reyes y sobre todo las dificultades técnicas, especialmente en materia de comunicación, hicieron
que esa defensa, aunque suficiente para impedir la conquista, fuera ineficaz para acabar de una vez
con la amenaza de las incursiones de saqueos. Los musulmanes poseían el control del mar
Mediterráneo y operaban desde los territorios que poseían en el norte de Africa y España. Los
normandos constituyeron Estados vigorosos en la cuenca del Báltico y de ahí hacia el sur. Los
eslavos asolaron las zonas orientales de la Germania y finalmente los mongoles se instalaron en la
actual Hungría.
En la península Ibérica crecían entretanto los reinos de Castilla y Aragón y se formaba el de Portugal. El
reino de Castilla se había formado por el progresivo desarrollo del pequeño reino asturleonés que
se estableció en las montañas del noreste al producirse la invasión musulmana; en la paulatina
reconquista, la meseta castellana había adquirido cada vez más importancia por su proximidad con
los estados musulmanes.
La España musulmana iba a convertirse en el país más importante de Occidente y uno de los más
importantes de todo el mundo musulmán: en cierta medida un segundo polo de su civilización. Esto
lo debió evidentemente a la mayor diversidad de su población y a sus recursos considerables.
La población de lo que en la literatura de entonces era conocido por Al-Andalus, que comprendía toda
la España musulmana desbordando con mucho lo que hoy es Andalucía, estaba compuesta por
árabes, establecidos sobre todo en las ciudades; por bereberes, por lo general campesinos en las
zonas montañosas y por autóctonos, a los que hay que añadir los esclavos importados. Los
autóctonos eran evidentemente los que componían la mayoría de la población, no distinguiéndose
entre ellos a los visigodos o suevos, conquistadores del siglo V, de los íbero-romanos con los que
aquellos se habían unido. Una gran parte de ellos se convirtieron con rapidez y eran conocidos
como muwallad, nacidos a menudo de matrimonios mixtos y que en el siglo X ya no se distinguían
de los musulmanes de origen árabe puro. No obstante, muchos en torno a la antigua metrópoli de
Toledo, siguieron abrazando al cristianismo y viviendo en unas condiciones que indicaban una
tolerancia mucho más marcada que en Oriente. Muchos de los españoles que seguían siendo
cristianos eran biculturales y a éstos se los conocía con el nombre de mozárabes, cuyo papel como
intermediarios culturales sería de gran importancia para Europa.
Esta civilización se caracterizó por tener una indudable personalidad y, a la vez, por la importancia
fundamental que en ella tienen las referencias al Oriente. No hay duda que la agricultura, aún sin
haber sufrido una revolución de su pasado romano, se benefició de la introducción de especies
nuevas, del desarrollo de las obras de irrigación y de la clientela de las ciudades. Datan
principalmente de la época musulmana las huertas andaluzas y las norias de los grandes ríos
además de la originalidad de su literatura agronómica hispano-árabe. Eran famosas las minas de
plata (había algo de oro), de plomo, de hierro, de estaño, de mercurio, así como algunas canteras
de piedra noble y las pesquerías de coral y de ámbar. Las ciudades se engrandecieron, entre ellas
Córdoba, la nueva capital que reemplazó a Toledo y llegó a ser una auténtica metrópoli, afirmada
por un palacio y una mezquita famosos, donde su población aprendió a combinar las modas
orientales con las tradiciones y encantos de la vida andaluza. El comercio en gran escala trajo
consigo el crecimiento de puertos como Almería, cerca de la cual llegó a crearse una extraña
república de marinos. A la cabeza de todo esto figuraba un soberano que hasta entrado el siglo X
tuvo el título de emir, comendador, que sin reconocer de hecho al Califato Abbasí, evitaba
proclamar la escisión de la comunidad y agudizar los posibles conflictos. La debilidad interna y las
discordias entre la dinastía Omeya y los hijos de al-Mansur hicieron que salieran a la luz todas las
rivalidades entre regiones o entre grupos sociales. Sin embargo esta división política no significó un
hundimiento de la vida cultural, sino sólo su dispersión, y así Sevilla, Granada y Valencia pasaron a
ser nuevos centros de civilización que se añadieron a la antigua Córdoba.
Poco después del siglo XI comenzaron a sistematizarse los estudios en las universidades, en las que se
estudiaba filosofía, teología, derecho, medicina y las siete artes liberales (dialéctica, gramática,
retórica, aritmética, geometría, astronomía y música). Gracias a este movimiento, cuyos centros
fueron no sólo algunas ciudades de Oriente, sino también de España y del sur de Italia, diversas
disciplinas renovaron sus raíces.
La actividad filosófica-científica intelectualista había encontrado su último refugio y el momento de uno
de sus más vivos estallidos en España, en vísperas de su reintegración al Occidente cristiano.
Averroes da a la luz los más avanzados desarrollos de la filosofía autónoma de tradición aristotélica
que iba después de ellos a expandirse al Occidente cristiano. Astrónomos, médicos, botánicos,
agrónomos y viajeros hacen aportes de conocimiento que servirán para inspiración posterior.
Vivifican también al pensamiento judío, del que Maimónides es el más grande y último de los
filósofos según la tradición del judaísmo mediterráneo e intelectualista. Se lo considera la mayor
figura posbíblica, según el proverbio “De Moisés a Moisés no hubo otro Moisés” (Maimónides
significa Hijo de Maimón, su nombre completo era Moshé Ben Maimón). Todo esto no excluye la
literatura de fantasía, que es ilustrada en España por el poeta vagabundo Ibn Guzmán bajo una
forma popular.
En Occidente, la robustez unida a la gracia caracterizan a la arquitectura almohade, por ejemplo en el
caso de la mezquita Kutubyya de Marruecos o en el Alcázar y la torre de la Giralda de Sevilla. En
Andalucía las diversas corrientes artísticas, procedentes del legado de Occidente y de Oriente, han
adquirido un carácter peculiar, en el que el contraste entre la exaltación de las formas decorativas y
la simplicidad de las estructuras es su principal característica. Desde la Edad Media a la actualidad la
arquitectura andaluza ha pasado por grandes momentos, en los que su escuela ha sido cuna de
civilizaciones y estructuras en las que lo que vale para los edificios religiosos es válido para los
seglares. Así, los arcos califales que se pueden ver en la mezquita de Córdoba forman parte de las
casas y palacios de la época, las ventanas que llenan las torres y mezquitas se construyen en casas y
casapuertas.
Otro legado importantísimo de los árabes fueron los números arábigos, sistema de numeración de base
10, llamado de posición, así como el descubrimiento del 0. El sistema de numeración arábigo se
considera uno de los avances más significativos de las matemáticas. La mayoría de los historiadores
coinciden en afirmar que tuvo su origen en la India (los árabes se refieren a este sistema de
numeración como “Números Indios”) luego se expandió por el mundo islámico y de ahí, vía Al-
Andalus, al resto de Europa en la Edad Media.

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