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FEEDBACK Y CIBERNÉTICA:

RECONFIGURANDO EL CUERPO EN LA ERA DE LOS CIBORGS


David Tomas
Las palabras tienen un poder amenazante
(Colin Cherry, 1980: 68)

El ciborg u organismo cibernético representa una visión radical de lo que significa ser humano en el
mundo occidental a finales del siglo veinte. A pesar que la palabra tiene una historia oficial que data de
1964, cuando fue acuñada para describir la unión especial de un organismo humano y un sistema
maquínico, durante la última década ha cobrado notoriedad tanto en la cultura fílmica popular como en
los círculos académicos especializados. Películas como Blade Runner (1982), la trilogía de Alien, la serie
de Terminator (1984, 1991), la serie de Robocop (1987, 1990) y el clásico de culto británico Hardware
(1990) presentan una visión del ciborg que va desde el modelo militar basado en la pura máquina a la
simulación humana construida genéticamente. Estos modelos y simulaciones son diseñados con
frecuencia para funcionar en mundos hostiles, distópicos y futuristas, gobernados por diferentes tipos de
actividades corporativas militares/industriales más o menos rebeldes, o por las consecuencias de tales
actividades. Modelos proto-ciborgs más benignos, con forma menos imaginaria pero no menos
militarizada, pueden encontrarse prefigurados en las revisiones de la masculinidad que se exploraron en
el contexto del cambio de énfasis del programa espacial norteamericano desde los pilotos de prueba a
los astronautas, tanto en el bestseller de Tom Wolfe de 1979 The Right Stuff como en la película del
mismo nombre. Por otra parte, modelos ciborgs alternativos fueron explorados en un sentido más
especulativo y desde un punto de vista académico más focalizado en la reflexión seminal de 1985 de
Donna Haraway, “Manifiesto para Ciborgs: Ciencia, Tecnología y Socialismo Feminista al Final del Siglo
XX”, sobre los usos resistentes del concepto de ciborg.
El éxito de las películas con ciborgs y la influencia del manifiesto para ciborgs de Haraway sugiere que la
palabra “ciborg” ha funcionado a lo largo de los 1980s, de una u otra manera, como una palabra clave en
el sentido de Raymond Williams, es decir, como “palabra significante amalgamadora de ciertas
actividades y su interpretación” (Williams, 1983: 15). Hay, sin embargo, un conjunto de otras palabras
que abrieron el camino para “ciborg” y su particular modo “híbrido” de reimaginar el cuerpo humano bajo
el signo de la máquina. Esas palabras, que en algunos casos han existido por décadas y en otros por
siglos, incluyen “autómata”, “automatización”, “automático”, “androide” y “robot”; mientras otras como
“biónico” aparecieron aproximadamente al mismo tiempo que la palabra ciborg.
Últimamente se ha introducido otra palabra, ciberespacio –también referida como “realidad virtual”– que
comenzó a circular igualmente en los discursos populares y académicos sobre el futuro del cuerpo
humano, generalmente en compañía de la palabra “ciborg” o de sus imágenes. Tanto desde el concepto
de “ciberespacio” –palabra creada por William Gibson en su premiada novela de ciencia-ficción
Neuroamante (1984)– como desde la “realidad virtual”, el nuevo modo digital de articular e incluso
reimaginar el cuerpo humano ha sido explorado en varias novelas, incluyendo las de Gibson Count Zero
(1986) y Mona Lisa Overdrive (1988), en películas como Braimstorm (1983) y The Lawnmower Man
(1992), y en una infinidad de textos populares y académicos.
No es difícil imaginar, por tanto, que palabras como “autómata”, “automatización”, “automático”,
“androide”, “robot”, “biónico”, “ciborg” y “ciberespacio” constituyan un conjunto Williamsiano de palabras
claves, en tanto conforman un “conjunto de... palabras y referencias interrelacionados” (1983: 22) que
representan los umbrales siempre cambiantes en la historia del cuerpo humano. Con la aparición de una
palabra nueva se cruza un nuevo umbral en la percepción y la construcción social del cuerpo humano,
entre concepciones de lo orgánico y lo inorgánico, el cuerpo y la tecnología, lo humano y lo no humano,
e incluso de las máquinas mismas, en tanto ellas “pueden ser consideradas también como órganos de la
especie humana” (Canguilhem, 1992: 55, el énfasis es original).
Hay dos formas principales de explorar los umbrales más recientes del ciborg y la realidad virtual en la
historia de la interfaz humano/máquina. La primera es a través de la palabra Cibernética. Aun cuando no
era una palabra nueva cuando fue introducida en 1947, “cibernética” fue considerada el neologismo que
mejor describía una nueva ciencia interdisciplinaria de control y comunicación. En este caso, podría
realizarse una reconceptualización de las razones para la selección de esta palabra particular, sus
sentidos atribuidos y, finalmente, su poder evocativo como herramienta analógica.
La segunda vía para explorar la reconceptualización del cuerpo humano es trazar la historia subsecuente
de la cibernética y, en particular, su impacto en los investigadores que repensaron la interfaz
humano/máquina en los primeros años sesentas, cuando se acuñó la palabra “ciborg”. A partir de aquí,
se pueden trazar las reverberaciones el impacto inicial de la cibernética como palabra y disciplina
“universal” (Bowker, 1993) hasta mediados a finales de los ochenta y el ciborg resistente socialista-
feminista de Haraway. Finalmente, convendría considerar la cuestión de las tecnologías de la realidad
virtual o ciberespacio, aunque sea brevemente, en tanto representan los sitios potenciales –y por tanto,
la promesa– para las más recientes y quizás esenciales interfaces de los ciborgs, y para nuevas y más
desarrolladas formas de sistemas de interacción organismo humano/máquina.

Identidad como Patrón: Norbert Wiener, la Cibernética y el Autómata del Siglo XX

Norbert Wiener, el fundador de la ciencia de la cibernética, provee un útil panorama de las diferentes
fases en el desarrollo de los autómatas. Su periodización es de interés por su énfasis en los cambios de
la fuerza motora y la forma en que esos cambios se relacionan con una historia paralela del cuerpo. En
su clásico manifiesto sobre la nueva ciencia de la cibernética de 1948, Cibernética, o Control y
Comunicación en Animales y Máquinas, Wiener presentaba una historia de los autómatas dividida en
cuatro etapas: una era mítica golémica; la edad de los relojes (siglos XVII y XVIII); la era del vapor,
creadora del mecanismo gobernante mismo (fines del siglo XVIII y siglo XIX); y finalmente, la era de la
comunicación y el control, una era marcada por un cambio de la ingeniería de fuerza a la ingeniería de la
comunicación, en otras palabras, desde una “economía de la energía” hacia una economía basada en “la
reproducción precisa de una señal” (Wiener, 1948a: 51, 50).
Wiener notaba, por otra parte, que estas etapas generaban cuatro modelos de cuerpo humano: el
cuerpo como una figura de barro mágica y maleable; el cuerpo como un mecanismo de relojería; el
cuerpo como un “glorificado motor de calor, que en lugar de quemar combustible quema el glicógeno de
los músculos humanos”; y más recientemente, el cuerpo como un sistema electrónico (Wiener, 1948a:
51). La doble periodización de Wiener es significativa porque revela la conciencia, de parte de uno de los
principales fundadores de la cibernética, de las importantes fases disciplinares en la historia del cuerpo
humano en relación con las máquinas. También es significativa porque llama la atención sobre las fases
paralelas en la reconfiguración funcional del cuerpo como elemento fundamental en la cultura de las
máquinas.
Mientras el siglo XIX se caracterizó por un cuerpo motorizado, un cuerpo considerado “una rama de la
ingeniería de fuerza” –modelo bien extendido hacia el siglo XX– Wiener sostenía (1948b: 15) “nos
estamos dando cuenta que el cuerpo está lejos de ser un sistema de conservación, y que el poder del
que dispone es mucho más limitado del que se pensaba”. En lugar del modelo del siglo XIX, sugería que:

estamos comenzando a ver que elementos tan importantes como las neuronas –unidades del complejo
nervioso de nuestros cuerpos– hacen su trabajo en condiciones muy parecidas a las de los tubos de vacío;
su relativa baja potencia es reemplazada desde afuera por la circulación del cuerpo, y que el concepto
más esencial para describir su función no es el de energía (1948b: 15).

En su lugar, la cibernética propone que se conciba al cuerpo como una red de comunicaciones cuya
operación exitosa se basa en “la reproducción precisa de una señal” (1948b: 15).
Para Wiener, que escribe a finales de los cuarenta, el “más nuevo estudio de los autómatas, ya sean de
metal o de carne, es una rama de la ingeniería de la comunicación, y sus nociones cardinales son las de
mensaje, cantidad de interferencia, ruido... cantidad de información, técnica de codificación, etc.”
(1948a: 54). Esta nueva forma de concebir a los autómatas fue relacionada, en la teoría y la práctica, a
un nuevo tipo de mecanismo de retroalimentación: el servomecanismo. Wiener fue tan lejos como para
sostener que “la presente era es tan claramente la era de los servomecanismos, como el siglo XIX fue la
era del motor a vapor o el siglo XVIII fue la era del reloj” (Wiener 1948a: 55).
La diferencia entre los servomecanismos y las formas anteriores de autómatas basados en relojes, o de
los sistemas de maquinaria automática gobernados por un sistema motorizado a vapor, no reside en su
lógica operacional fundamental (en tanto los autómatas anteriores también eran gobernados por una
lógica basada en el feedback) sino en su habilidad para penetrar, a través de una variedad de formas, lo
social en oposición al tejido industrial de una nación. En lugar de estar limitados a mecanismos de
relojería o motores del tipo de las máquinas de vapor, los nuevos servomecanismos fueron diseñados
para un amplio rango de aplicaciones. Éstas incluyen “termostatos, sistemas automáticos giratorios para
barcos, misiles de autopropulsión –especialmente aquellos que siguen a su blanco– sistemas de control
de fuego antiaéreo, destiladores de petróleo controlados automáticamente, máquinas computadoras
ultra-rápidas, etc.” (1948a: 55). Aunque Wiener admitía que “comenzaron a utilizarse bastante tiempo
antes de la guerra (incluso el viejo sistema de gobierno a motor de vapor pertenece a ellos)”, sin
embargo, señalaba que “la gran mecanización de la segunda guerra mundial los revalorizó”, y profetizaba
que “la necesidad de manipular la energía extremadamente peligrosa del átomo probablemente los
llevaría a un punto de desarrollo superior” (1948a: 55). Así, lo que el feedback y otras invenciones
similares como el tubo de vacío permitían, no era “el diseño esporádico de mecanismos automáticos
individuales, sino una política general para la construcción de mecanismos automáticos de los tipos más
variados”. Wiener continuaba diciendo que tales desarrollos, en conjunción con un “nuevo tratamiento
teórico de la comunicación que tenga un amplio conocimiento de las posibilidades de la comunicación
entre máquinas... harían posible la nueva era automática” (Wiener, 1954: 153).
Como lo señalaba Wiener, el nuevo estudio de los autómatas estaba emergiendo en tándem con una
nueva ciencia de la comunicación y el control –la Cibernética– una ciencia que proponía una visión
completamente nueva del cuerpo humano y sus relaciones con el mundo orgánico y el mundo de las
máquinas. Un nuevo conjunto de analogías no sólo establecía conexiones entre el cuerpo humano
concebido como un sistema nervioso y la máquina concebida como un organismo comunicativo, a través
de una serie de correspondencias formales, sino que también establecía el medio para la conexión
automática de una máquina con otra mediante un lenguaje de comunicación común.
Como es habitual, Wiener nos da una buena imagen del poder y la austera elegancia de la lógica
cibernética de las analogías, con su nueva orientación antropomórfica, cuando sostiene:

A pesar que es imposible hacer alguna declaración universal en relación a los autómatas que imitan la
vida en un campo que crece rápidamente como el de la automatización, existen algunas características
generales de estas máquinas en la actualidad que me gustaría enfatizar. Una de ellas es que son
máquinas que realizan tareas definidas, y por tanto deben tener órganos ejecutores (análogos a los brazos
y las piernas de los seres humanos) con los cuales puedan realizar esas tareas. El segundo punto es que
deben estar en relación con el mundo exterior mediante órganos sensores, como células fotoeléctricas y
termómetros, que no sólo le digan cuáles son las circunstancias existentes, sino que también le permitan
registrar la realización o no de sus tareas. Esta última función... se llama feedback, la propiedad de ajustar
las conductas futuras a las actuaciones pasadas. El feedback puede ser tan simple como un reflejo
común, o puede ser de un orden superior, en el cual la experiencia pasada se utiliza no sólo para regular
movimientos específicos sino también para establecer políticas de comportamiento. Tal política del
feedback puede parecer, como muchas veces sucede, lo que a veces consideramos un reflejo
condicionado y otras un aprendizaje.
Para todas esas formas de comportamiento, y particularmente para las más complicadas, debemos tener
órganos de decisión central que determinen lo que la máquina va a hacer a continuación en base a la
información provista por el feedback, que luego almacenará por medios análogos a los de la memoria
de un organismo vivo (Wiener, 1954: 32-3)

El autómata cibernético de Wiener está concebido como una máquina activa, jerárquicamente
organizada, auto-regulada y orientada hacia un objetivo, que se liga a su entorno a través de una lógica
espacio-temporal particular (el ajuste de la conducta futura mediante una evaluación comparativa de sus
acciones pasadas). Este autómata marca un nuevo umbral de inteligencia que se extiende más allá de la
establecida previamente sobre la base de los sistemas maquínicos automáticos de las fábricas.
La fuerza particular de la lógica analógica de la cibernética reside en el hecho que pudo redefinir el
concepto de “vida” mismo, con el fin de ponerlo en línea con las características operacionales del
autómata cibernético. Como lo señala Wiener, “ahora que se han observado ciertas analogías de
comportamiento entre las máquinas y los organismos vivos, el problema de si la máquina está viva o no
es, para nuestros propósitos, semántico, y estamos en libertad de responderlo de una forma u otra de
acuerdo a lo que mejor nos convenga” (1954: 32).

Si deseamos utilizar la palabra “vida” para nombrar a todo fenómeno local a contracorriente del
creciente incremento de entropía, estamos en libertad de hacerlo. Sin embargo, deberíamos incluir
entonces muchos fenómenos astronómicos que sólo se parecen remotamente a la vida tal como la
conocemos (Wiener, 1954: 32)

En cambio, Wiener lidera un punto de vista diferente y más radical cuando sostiene que:

es mejor evitar todos los epítetos problemáticos como “vida”, “alma”, “vitalismo”, etc, y decir
simplemente que no hay razón para negar que las máquinas se parecen a los seres humanos en tanto
eclaves de entropía decreciente en un entorno donde la gran entropía tiende a incrementarse (1954: 32)
El planteo de dar un paso al costado frente al urticante tema de la “vida” fue más allá del nivel abstracto
en el inicialmente que fue propuesto. Implicó un nuevo modelo sistémico para la estructura de los
organismos que debilitó la simplificada visión maquinista o taxonómica de la organización de plantas y
animales. En su lugar, el organismo era concebido como un “sistema multinivel de complejidad
elaborada, regulado a diferentes dimensiones como para mantener su estabilidad metabólica de cara a
los cambios de su ambiente, y equipado con un repertorio de comportamientos para asegurar la
necesaria provisión de energía, materiales, etc.” (Pratt, 1987: 180). En otras palabras, un organismo se
concebía ahora como si estuviera estructurado de acuerdo con “sistemas sofisticados de control”, con su
cerebro actuando como “coordinador de nivel elevado” (Pratt, 1987: 180).
El modelo de un organismo estructurado por un centro de mecanismos de control fue apoyado también
por los cibernéticos (Pratt, 1987: 190, 194-6). De hecho, se puede decir que la cibernética operacionalizó
la cuestión de la “vida” desplazando el concepto de organismo de la biología a la ingeniería y
transformándolo en un problema de hardware. De acuerdo con estos nuevos parámetros existenciales, el
autómata cibernético de Wiener era “orgánico” y estaba “vivo” precisamente porque era
operacionalmente activo, es decir, estaba “acoplado efectivamente al mundo exterior, no sólo a través de
un flujo de energía o de su metabolismo, sino también por un flujo de impresiones, de mensajes
entrantes, y por las acciones de los mensajes salientes”. La lógica de las analogías cibernéticas
aseguraba, en otras palabras, que la equivalencia funcional se establecía a nivel de los órganos-sensores
(Wiener, 1948a: 54), en tanto éstos eran los medios principales por los cuales un organismo podía
mantener una existencia estable, es decir, sistémica, en un ambiente basado en el intercambio de
información.
Otra forma de abordar la naturaleza orgánica del autómata cibernético fue a través de la temporalidad
común compartida con el mundo de los organismos “vivos”. Después de notar que “la relación de estos
mecanismos (los nuevos autómatas) con el tiempo demanda un estudio cuidadoso”, Wiener señalaba:

Es claro, por supuesto, que la relación entrada-salida es consecutiva en el tiempo e involucra un orden
preciso pasado-futuro. Lo que quizás no sea tan claro es que la teoría de los autómatas sensitivos es
estadística. Difícilmente nos interesa la performance de una máquina de comunicación de una sola
entrada. Para funcionar adecuadamente, debería producir una performance satisfactoria para una clase
entera de entradas, esto significa, una performance estadísticamente satisfactoria para la clase de
entradas que estadísticamente se espera recibir. Así, su teoría pertenece a la mecánica estadística
Gibbsiana antes que a la mecánica clásica Newtoniana (Wiener, 1948a: 55).

Sobre la base de estas observaciones, Wiener argumenta que “el autómata moderno existe en el mismo
sentido del tiempo Bergsoniano del organismo vivo, y no hay ninguna razón en las consideraciones de
Bergson sobre el modo esencial de funcionamiento de los organismos vivos que no se pueda aplicar al
autómata de este tipo” (1948a: 56). Como sugiere este argumento, ya no se trata de máquinas
funcionando como organismos o de organismos funcionando como máquinas. En cambio, máquinas y
organismos deben considerarse como dos estados funcionalmente equivalentes o dos etapas de la
organización cibernética.
El autómata cibernético de Wiener marca un umbral importante en la historia del cuerpo humano. En los
cuarentas, la confusión proveniente de las diferentes imágenes del cuerpo humano como organismo
pensante fueron exorcizadas efectivamente mediante un giro anti-mimético en la historia de los
autómatas. Quizás el logro más grande de la cibernética en esta dirección fue consumar la
transformación que la Revolución Industrial había inaugurado con la maquinaria automática. La similitud
del autómata cibernético con el cuerpo humano no se estableció sobre la base de una mimesis
tradicional, como en el caso de los androides y sus partes internas, sino en el entendimiento de las
similitudes que existían entre los mecanismos de control y organizaciones comunicativas de los sistemas
maquínicos y los organismos vivos. Como resultado, el principio de corporeidad cibernética se extendía
más allá de las energías primarias y las fábricas para infiltrarse en los tendones de las más humildes
piezas de tecnología que pudieran acomodar un servomecanismo.
Anteriormente, el autómata mimético había provisto un modelo mecánico visual para reflexionar sobre la
naturaleza de los organismos humanos y sus identidades sociales, políticas y culturales. Con la aparición
del autómata cibernético, la sociología de la identidad humana se transformó en un producto abstracto
de la organización cibernética. En el caso de los robots pre-cibernéticos de Capek de 1920s, por ejemplo,
la identidad se sostenía en las categorías tradicionales de representación de diferencias en los productos
de las organizaciones sociales e industriales, categorías como las macas de fábrica, el color y el lenguaje.
En síntesis, era una cuestión de Robots Nacionales & Étnicos (Capek & Capek, 1961: 57). La cibernética,
por el contrario, propuso una solución radicalmente diferente a la naturaleza de los organismos
humanos, proponiendo que su Ser fuera reducido a un patrón organizacional cuya lógica operacional
fuera coextensiva a otros organismos y tipos de sistemas de máquinas. Como lo enfatizó Wiener al
comienzo del penúltimo capítulo sobre la “Organización como Mensaje”, en El Uso Humano de los Seres
Huanos:

La metáfora a la que dedico este capítulo es aquella en la que el organismo es visto como mensaje. El
organismo se opone al caos, a la desintegración y a la muerte, como el mensaje se opone al ruido. Para
describir a un organismo no intentamos especificar cada molécula en él, ni catalogarlas bit a bit, sino que
respondemos ciertas cuestiones sobre él que revelan su patrón: un patrón que es más significante y menos
probable a medida que el organismo se vuelve, por decirlo así, más completamente un organismo
(Wiener, 1954: 95).

Máquina y organismo humano exhiben signos de vida a medida que cada uno intenta incrementar sus
niveles de organización. El proceso de equivalencia funcional o analogía no conoce límites, en tanto
también está definido en términos de una abstracción: organización (basada en feedback) y patrón (una
consecuencia de la negentropía). A comienzos de los 60s, la influencia de este modelo cibernético
encontrará proporciones místicas en los escritos de Marshall McLuhan, cuando propuso que “la traslación
de nuestras vidas completas hacia la forma espiritual de la información, engendrará una conciencia única
para todo el globo y toda la familia humana” (McLuhan, 1964: 67). Como dirá más tarde un texto
introductor a la cibernética: “el Feedback es Universal” (Porter, 1969: 8).

Del Autómata Cibernético al Ciborg:


Umbrales Cambiantes en la Interfaz Humano/Máquina

En la frase inicial de un artículo publicado en Scientific American en 1948, Wiener establecía que
“cibernética es una palabra inventada para definir un nuevo campo en la ciencia” (Wiener, 1948b: 14).
Su optimismo estaba basado, como hemos visto, en el rango de potencialidades y en la profundidad de
interpretaciones de ese campo. Porque la palabra y el campo al que se refería fueron diseñados para
integrar la mente humana, el cuerpo humano y el mundo de las máquinas automáticas, y reducirlos a un
común denominador: “control y comunicación” (1948b: 14).
Como también hemos visto, la metáfora de base para esta empresa era el mecanismo del feedback, un
mecanismo que “gobernaba” el tráfico de ideas entre el dominio de la teoría de las comunicaciones –con
su mundo paralelo de llaves y circuitos mecánicos o electrónicos– los senderos neuronales del cuerpo
humano, y finalmente, su cerebro. En resumen, la teoría cibernética y su sistema de analogías estaba en
posición de inyectar un nuevo tipo de lenguaje de ingeniería en el sistema nervioso del cuerpo de los
seres humanos, un lenguaje que podía allanar el camino para la reconfiguración del cuerpo humano en
relación con una historia de los autómatas.
Fue el concepto de feedback, en particular, el que proveyó los medios para un proceso extendido de
reconfiguración, en tanto abrió la puerta para la colectivización eléctrica y posteriormente electrónica del
cuerpo humano –una colectivización que alcanzaría proporciones planetarias en la metáfora McLuhaniana
de la aldea global y su conciencia basada en la información. El acceso a este modelo extendido de cuerpo
cibernético estaba garantizado por la “ubicuidad del feedback” –una ubicuidad que significaba que la
“interacción estaba en todas partes”. Porque era este tipo de ubicuidad el que podía inaugurar el
“alejamiento de un individualismo que ha enfatizado una cosmovisión no circular de causa-efecto para
personas individuales, como si ellas pudieran ser independientes de los demás e incluso independientes
de los eventos azarosos del entorno” (Heims, 1993: 271-2). Traducido a términos McLuhanianos, el
feedback era una vía privilegiada hacia una conciencia global colectiva basada en la electricidad
(McLuhan, 1964: 64, 311), no sólo porque borraba la distinción entre máquinas automatizadas y
organismos vivos, sino también porque marcaba, desde el punto de vista de la comunicación, “el fin de la
linealidad que llegó al mundo occidental con el alfabeto y las formas continuas del espacio euclidiano”
(McLuhan, 1964: 307). Sobre la base de esta lógica, y desde este punto de vista, la cibernética y su
vocabulario diseminó la imagen de un nuevo tipo de cuerpo a un campo disciplinar más amplio, y
después, al público general no especializado.
De hecho, había un paso pequeño desde la invocación de una analogía funcional entre máquinas y
organismos humanos en los 40s hasta la influyente noción de McLuhan de los 60s de una tecnología que
funciona como “una extensión o auto-amputación de nuestros cuerpos físicos”, una tecnología que
produce “nuevos balances o equilibrios entre los órganos y las extensiones del cuerpo” (McLuhan, 1964:
54). Al estar basadas claramente en el modelo cibernético, las ideas de McLuhan fueron un
reconocimiento velado de que el cuerpo humano había sido irrevocablemente transformado en el
contexto de la cibernética. Incluso la referencia de McLuhan a un sistema nervioso extendido (1964: 64)
retiene una resonancia metafórica que resuena en el concepto cibernético de organismo como “enclave
local en la corriente general de entropía creciente” (Wiener, 1954: 95). Así, no es extraño que en la
época en que estas ideas alcanzaban a un público amplio a través de los escritos de McLuhan, la
conciencia hubiera tomado hace tiempo la forma radical de una proporción entre los sentidos (McLuhan,
1964: 67). El primer libro de Wiener, Cibernética, o Control y Comunicación en Animales y Máquinas
había sido publicado en 1948, y su recuento popular de la cibernética, El Uso Humano de los Seres
Humanos en 1950. Esos libros ya habían propuesto al público general que el cuerpo humano debía ser
reconfigurado radicalmente, su identidad transformada en una singularidad organizacional y su
inteligencia en un simple patrón entre muchos otros similares.
En 1962, dos años antes de la publicación de Comprendiendo los Medios de Comunicación, la influyente
introducción de McLuhan a los medios occidentales de postguerra, y catorce años después de la
introducción de la palabra cibernética, dos científicos norteamericanos introdujeron una importante
corrupción en esa palabra. Lo hicieron para identificar un nuevo tipo de interfaz humano/máquina, un
nuevo tipo de “organismo”. Desde entonces, este organismo ha tenido un impacto poderoso en la forma
en que el cuerpo es concebido, imaginado y construido en los límites exteriores de la ciencia occidental,
la tecnología y la industria, como así también, en los límites exteriores de las industrias militar y
aeroespacial. Este impacto se extendió incluso a las especulaciones artísticas e intelectuales tanto
universitarias como no universitarias sobre el futuro del cuerpo humano. Más aun, este impacto
fundamental de los organismos sobre a construcción del Imaginario Occidental podría relacionarse con la
reintroducción de la mimesis, en la forma de antropomorfismo, en la historia de los autómatas.
El neologismo “ciborg” (de organismo cibernético) fue propuesto por Manfred E. Clynes y Nathan S. Kline
en 1960 para describir “sistemas hombre-máquina autorregulados” y en particular un “complejo
organizacional extendido exógenamente que funciona como un sistema homeostático integrado
inconcientemente” (Clynes & Kline, 1960: 27). La densidad técnica de la definición se correspondía con la
esfera de operaciones propuesta: la aplicación de la teoría del control cibernética a los problemas de los
viajes espaciales, en lo que éstos influían sobre la neurofisiología del cuerpo humano. De hecho, esta
forma especial de “artefacto organismo” –el ciborg– se proponía como solución a la cuestión de las
“alteraciones de las funciones corporales para adaptarse a diferentes ambientes” (Clynes & Kline, 1960:
26). Para estos investigadores, la alteración de la ecología del cuerpo se realizaría primariamente
mediante sistemas de control instrumental y medicamentos sofisticados. Así, “el propósito del ciborg y de
su sistema homeostático” era, de acuerdo con estos pioneros, “proveer un sistema organizacional en el
cual esos problemas del tipo robóticos (como “los controles homeostáticos autónomos” del cuerpo) se
resolvieran automática e inconcientemente, dejando al hombre libre para explorar, crear, pensar y sentir”
(Clynes & Kline, 1960: 27). Y como lo evidencian las referencias al “hombre”, este problema era
específico de su género.
En su forma más extrema, el organismo cibernético de Wiener podía tomar la forma de una pura
información –“información humana” (Wiener, 1954: 104)–, tan sólo un “patrón dado mantenido por...
homeostasis, que sería la piedra de toque de una identidad personal” a transmitirse como un mensaje,
porque era en primer lugar un mensaje (1954: 96). Por el contrario, el ciborg de Clynes & Kline
representaba una solución práctica más inmediata que la vislumbrada por los cibernéticos, en tanto había
sido diseñada para soportar los rigores de los viajes espaciales, aunque adoptaran principios
fundamentales de la cibernética, como los de feedback y homeostasis.
Aunque fue diseñado inicialmente para los viajes espaciales, las implicancias transformadoras de este
nuevo tipo de organismo cibernético tuvieron gran alcance. Como lo señaló Clynes en el Prefacio a
Ciborgs. Evolución del Superhombre, un recuento popular del fenómeno ciborg publicado por D. S.
Halacy en 1965: “una nueva frontera se está abriendo, no sólo en el espacio, sino más profundamente
en la relación entre espacio interior y espacio exterior –un puente entre la mente y la materia, que
comienza en nuestro tiempo y se extiende hacia el futuro”. Y continuaba diciendo que el ciborg era más
flexible que el organismo humano porque no estaba atado de por vida por su herencia. Por el contrario,
el ciborg es una entidad reversible porque es una “combinación hombre-máquina” (Halacy, 1965: 7).
Esta reversibilidad, combinada con el hecho de que los “dispositivos hechos por el hombre” podían ser
“incorporados en las cadenas de feedback regulatorias de los cuerpos humanos”, promovía un estado de
evolución que era participativo (Halacy, 1965: 8). Así, si las máquinas automáticas portaban la promesa
de otra forma de inteligencia humana, la cibernética redefinía esa inteligencia de tal forma que el ciborg
de Clynes & Kline podría ser su mejor encarnación: “un nuevo y mejor ser” (Halacy, 1965: 8).
En 1985, el “ciborg” fue apropiado, debido a sus resonancias polisémicas, por una historiadora de la
biología socialista-feminista, Donna Haraway. En este caso, fue utilizado para un propósito social
diferente, “estrategia retórica y método político” (Haraway, 1991: 149). Para Haraway, el ciborg no es
sólo un “híbrido de máquina y organismo”, es también una “criatura de la realidad social y de la ficción”
(Haraway, 1991: 149). Dentro de un contexto semántico nuevo, propulsado por los discursos socialistas-
feministas del cuerpo genérico, sostenía que esta palabra podía funcionar como “una ficción que
representa una realidad social y corporal, y como un recurso imaginativo que sugiere algunos
acoplamientos fructíferos” (Haraway, 1991: 150).
En contraste con el ciborg de Clynes & Kline, concebido como un superhombre capaz de sobrevivir a los
ambientes no terrestres hostiles, el ciborg de Haraway es un producto del capitalismo tardío. Para
intentar mantener su ecología tradicional, fue reconfigurado como una entidad capaz de transgredir los
límites sociales-simbólicos, ligados a la tierra, entre humanos y animales, organismo animal-humano y
máquina, y lo físico y lo no físico (Haraway, 1991: 151-3). Más aun, la transgresión es negociada (para
adaptarse a su contexto de finales del siglo veinte) tanto en términos de ciencia ficción como en los
mundos culturales cotidianos del postmodernismo y el capitalismo multinacional post-colonial.
El ciborg de Haraway exhibe otras dos características que lo distinguen del de Clynes & Kline y de las
imágenes populares más recientes, como las presentadas en Robocop o Terminator. En tanto creación de
ciencia ficción feminista, el ciborg de Haraway está concebido como “criatura de un mundo post-
genérico”, y en tanto fue concebido como un mentor social y político, está representado (para adaptarse
a sus orígenes “ilegítimos”) como “resistente, utópico y completamente sin inocencia”, en tanto está
“resueltamente dedicado a la parcialidad, la ironía, la intimidad y la perversidad” (Haraway, 1991: 150,
151). Es en este múltiple sentido que Haraway sugiere que el ciborg puede convertirse en “nuestra
ontología” y que puede darnos “nuestra política” (Haraway, 1991: 150). Porque su ontología y política
transgresoras le dan la capacidad para eludir, en espíritu o en nombre, sus orígenes militares/
industriales (Haraway, 1991: 150).
Los orígenes inmediatos de la palabra “cibernética” pueden rastrearse, como lo sugiere Wiener, en la
investigación militar relacionada con los programas de investigación específicos interdisciplinarios y
universitarios de la post-guerra (Heims, 1993; Bowker, 1993). “Ciborg” exhibe una genealogía similar,
aunque con una inflexión diferente en tanto es el producto híbrido del programa espacial de los Estados
Unidos y un laboratorio de investigación médica (Clynes y Kline eran investigadores del Rockland State
Hospital de Orangeburg, New York, en 1960). Por otra parte, el ciborg socialista-feminista de Haraway es
la creación conjunta del activismo político de mediados de los 80s y el radicalismo académico. La
distinción entre las dos categorías de ciborgs puede rastrearse en los antecedentes de sus autores.
Mientras la ecología fisiológica del cuerpo, “el problema cuerpo-ambiente” (Clynes & Kline, 1960: 26)
determinó su campo semántico temprano, los antecedentes académicos socialistas-feministas de
Haraway fueron el factor determinante en su rearticulación de la política y el género del ciborg.
El ciborg de Haraway fue la imagen perfecta de la visión de los 80s de una conciencia oposicional hacia
finales del siglo veinte, especialmente al encarnar todas las características contradictorias de una década
que definió sus prácticas culturales y políticas en el contexto de la teoría académica radical, y en
términos de los criterios postmodernistas y post-colonialistas de parcialidad, hibridez, pastiche e ironía
lúdica. Como señaló posteriormente un teórico cultural, “los límites transgredidos que definen al ciborg lo
transforman en la consumación del concepto postmoderno” o, desde una perspectiva reversa, “la
incertidumbre es una característica central del postmodernismo y la esencia del ciborg” (Springer, 1991:
306, 310). Más aun, como lo sugieren las múltiples articulaciones del ciborg resistente, y como Clynes
había ya sugerido en 1965, la más reciente reconceptualización del dominio de los autómatas es
sintomática del incierto futuro del cuerpo hacia finales del siglo veinte.
Un ciborg basado en el hardware integra, en su forma más extrema y evocativa, un cuerpo humano con
un ambiente puramente tecnológico (elementos maquínicos, componentes electrónicos, sistemas de
visualización avanzados). Claramente, bajo estas circunstancias, la tecnología se convierte en el factor
determinante en la definición de una rearticulación física del cuerpo, en el fundamento material para su
sentido de identidad. Aunque los dominios tradicionales de las diferencias corporales subsumidos en las
rúbricas de etnicidad y género están aun operando en el caso de la imaginería popular del ciborg
(Springer, 1991), se puede imaginar, como lo hace Haraway, que esas diferencias podrían ser eclipsadas
finalmente por un sistema de similitudes y diferencias basado en la tecnología. En lugar de describir este
cuerpo en términos de edad, etnicidad o género, o incluso en los términos híbridos post-étnicos y post-
genéricos de Haraway, se puede obtener una descripción más precisa de él tratando el cuerpo ciborg
reconfigurado como una entidad tecnológica cuyas características definitorias estén configuradas de
acuerdo a un sistema de tecnicidad (Tomas, 1989). Ese sistema no sólo debería tener en cuenta la
plasticidad de la política e identidad del ciborg, sino también la de sus principios operacionales como
velocidad, maniobrabilidad y fuerza, y también su lógica participativa enraizada en la trinidad de
adaptabilidad cibernética: comunicación, información y feedback.

Epílogo: Realidad Virtual y el Ciborg como Pura Construcción de Datos

La presentación de Wiener del cuerpo humano como pura información trae a la mente la tecnología de la
realidad virtual, con su promesa de un espacio digital común y global, una especie de segunda atmósfera
ya sea modelada en la conciencia extendida de McLuhan –cuya encarnación puede encontrarse en la
“forma espiritual de la información” (1964: 67)– o en la definición frecuentemente citada de William
Gibson de ciberespacio: una “alucinación consensuada” experimentada por “billones” de operadores de
computadoras (Gibson, 1984: 51).
El puente de la cibernética y su paradigma de organismo-como-información-pura liga el mundo de los
ciborgs al de la realidad virtual. Al hacerlo, actúa como una unión que marca una importante división o,
más precisamente, un hiato en la historia de los autómatas. Una vía de esta unión lleva al espacio
exterior, mientras la otra lleva a una especie de meta-atmósfera compuesta de pura información
electrónica digitalizada. El cuerpo humano es, en este último contexto, reconfigurado como un residuo
histórico inconsecuente, una especie de quimera o marioneta (Walser, 1991), una imagen automatónica
sujeta a manipulación casi infinita. Así, el “trabajo básico de la tecnología ciberespacial, además de
simular un mundo, es suministrar un circuito de feedback sólido entre patrón y marioneta, para darle al
patrón la ilusión de estar literalmente encarnado por la marioneta (es decir, la marioneta le da al patrón
un cuerpo virtual, y el patrón de la a la marioneta una personalidad)” (Walser, 1991: 35).
No es sorprendente, por tanto, dada la posibilidad de un sentido casi perfectamente transparente de
manipulación, que “las posibilidades de realidades virtuales” sean consideradas por algunos “tan
limitadas como las posibilidades de la realidad” –una distinción y conjunción que se funda en el poder
potencial de esta tecnología para proveer una “puerta hacia otro mundo” basado en una “interfaz
humana que desaparece” (Fisher, 1991: 109). Como sugieren estos comentarios y los referidos al rol del
feedback en la ligazón de un patrón humano con una marioneta cibernética, la realidad virtual es, de
hecho, una manifestación del sueño último de los cibernéticos: un espacio de pura información que
puede ser poblado por un grupo de puros autómatas cibernéticos o, en términos Gibsonianos más
precisos y menos antropomórficos, por construcciones de datos.
En este contexto de una incierta frontera entre el cuerpo y la tecnología retornemos a la figura del
autómata y notemos, como lo ha hecho un investigador hace poco, que:

El artesano del siglo pasado que creaba el movimiento de elaborados personajes de relojería llenando
pistones penosamente, es como el programador que vuelve sobre un algoritmo para animar el
movimiento humano de una pieza de computación gráfica, o que define las deformaciones plásticas de
una expresión facial (Lasko-Harvill, 1992: 226)

Si el ciborg de Clynes/Kline ofrecía una solución participativa al problema de la supervivencia en un


ambiente hostil, lo hacía a través de una fusión radical de la interfaz humano-máquina como se la
propuso por primea vez en el contexto del clásico autómata mimético. El astronauta-ciborg y los modelos
de ciencia ficción posteriores fueron y son concebidos como androides post-Revolución Industrial que
encarnan el poder de las energías primarias unidas a sistemas sensoriales y de control sofisticados. En
cierto punto de El Uso Humano de los Seres Humanos, por ejemplo, Wiener había sugerido que “hemos
modificado nuestro ambiente tan radicalmente que ahora debemos modificarnos a nosotros mismos para
poder existir en este nuevo entorno” (1954: 46). En retrospectiva, es fácil ver que el ciborg de
Clynes/Kline era una solución basada en el hardware a este tipo de problema. Aunque el primer ciborg
fue diseñado inicialmente para los viajes espaciales, sus modificaciones y adaptaciones pueden tomar
tantas formas como sean necesarias para la conquista y colonización de los ambientes no- o anti-
humanos. Y el ciborg resistente post-genérico de Haraway sugiere que tales ambientes se extienden a
los mundos conflictivos y hostiles de las ideas.
Tal vez la conquista provee el marco de referencia más adecuado para mirar las transformaciones más
recientes del ciborg basadas en las computadoras, en tanto esta nueva forma es el producto de un
problema especial de la adaptación humana: como existir en un ambiente compuesto por pura
información. La respuesta, como lo señaló Wiener por primera vez, está en la cibernética: transformar el
organismo humano en un patrón de pura información digital. La adaptación será perfecta y completa en
tanto organismo y ambiente están concebidos en términos similares.
Esa visión, la más extrema de todas las visiones cibernéticas, y la solución final y radical al problema de
las mutaciones ambientales y las adaptaciones subsecuentes, provee una especie de respuesta “terminal”
a la cuestión de la dirección de la “evolución” del organismo humano a finales del siglo veinte. En tanto
“la interfaz entre el usuario y la computadora puede ser la última frontera del diseño computacional”
(Foley, 1987: 127), esta interfaz puede ser también la última frontera en el diseño de seres humanos y,
por tanto, la clave para la diversidad de los patrones cibernéticos que pueden colonizar y popularizar la
realidad virtual en el nombre de una las metáforas fundantes de la modernidad occidental –el mecanismo
de feedback– y en el nombre de una de sus palabras clave: cibernética.

Bibliografía:

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